Está en la página 1de 5

HACIA ASIA

Por Diego Beleván

¿Qué hacer ante la


corrupción? Educación de
valores podría ser una
solución
13 Febrero 2017

Los valores son normas que ayudan a una persona a determinar cómo deben
abordar determinada situación o persona. Sin valores no es posible construir
una sociedad próspera o lograr el desarrollo sostenible.
Los valores son normas que ayudan a una persona a determinar cómo deben abordar
una situación o persona, son las verdades sobre las cuales basamos nuestros
estándares éticos objetivos. Por lo tanto, la enseñanza de valores desde la más
temprana edad garantizará que los ciudadanos se guíen por estos principios a lo
largo de sus vidas.

Sin valores, tenemos la sociedad en la que vivimos actualmente en el Perú. El


resultado es que la mayoría de ciudadanos no sólo no confía en las autoridades sino
tampoco en los demás. Para citar a un amigo: “… Yo, la verdad, estoy en modo de
que no le creo a ninguno (Poder Judicial, Poder Legislativo, Poder Ejecutivo,
pasados presidentes, pasados candidatos…)”. Es una realidad política, económica y
socialmente peligrosa.

La era de la Ilustración cuestionó los valores religiosos y tradicionales; por lo tanto


buscó un sistema ético basado en fundamentos justificables y objetivos. Kant, cuyo
aniversario de fallecimiento celebramos el 12 de febrero, mostró cómo los seres
humanos se pusieron de acuerdo para aceptar ciertos valores universales. El
Imperativo Categórico, que de acuerdo a Kant es el principio supremo de la
moralidad, se basa en un concepto muy simple: actuar en base a un precepto que
deseamos sea universal (muchas veces por razones prácticas). Por ejemplo, si todos
mintiesen sería imposible convivir en sociedad, puesto que no podría existir
confianza, tampoco sería posible realizar cualquier tipo de actividad económica.

En ese sentido, la importancia de los valores, para efectos de esta columna, va más
allá de un aspecto necesario para la convivencia de los seres humanos en sociedad y
el futuro político de un país como el Perú. La existencia de valores puede ser
cuantificada, puesto que su inexistencia tiene consecuencias económicas
importantes. Además de ser un tema que finalmente se encuentra en la base de la
economía; en un mundo de recursos escasos, es necesario decidir su mejor
asignación para lograr el bienestar de la mayoría. El propio Adam Smith, padre de
la economía moderna, escribió en 1759, en su ‘Teoría de los sentimientos morales‘:

“¡Qué desagradable parece ser, cuyo corazón duro y obstinado se siente sólo por sí
mismo, pero es completamente insensible a la felicidad o la miseria de los demás! . .
. Y por eso sentir mucho por los demás y poco por nosotros mismos, que restringir
nuestro egoísmo y consentir nuestros benevolentes afectos, constituye la perfección
de la naturaleza humana. Y sólo puede producir entre los hombres esa armonía de
sentimientos y pasiones en la que consiste toda su gracia y propiedad“.

Una de las economías más exitosas de los últimos cincuenta años propugnó, desde
su nacimiento, la incorporación de la enseñanza de valores en el currículo escolar
desde la más temprana edad. Para Lee Kuan Yew, el fundador de la República de
Singapur, la existencia y enseñanza de valores son un requisito fundamental para el
funcionamiento correcto de un país y su desarrollo económico. La disfuncionalidad
peruana y latinoamericana se debe en buena parte a una obsesión compulsiva por los
formalismos democráticos (elecciones, equilibrio de poderes, etc.), pero dejando de
lado la esencia del sistema que debe necesariamente estar basado en valores y
normas de comportamiento.

Así, uno de los componentes del currículo escolar singapurense es la “educación


del carácter y la ciudadanía” (Character and Citizenship Education – CCE), cuyo
objetivo principal es inculcar en los estudiantes determinados valores y
competencias que les permitan ser buenas personas y ciudadanos útiles. El carácter
consiste en un conjunto de valores entrelazados que guían nuestra conducta. Así, la
educación del carácter es esencialmente lo mismo que la educación de valores. En
momentos en que el tema de la corrupción domina el acontecer nacional, valdría la
pena recordar un ensayo del primer ministro de Singapur, en el que identificó cuatro
factores claves del éxito de Singapur en su lucha contra la corrupción, uno de los
cuales es “hemos desarrollado con el tiempo una sociedad y una cultura que
aborrecen la corrupción”.
En el Perú, el Currículo nacional de la educación básica identifica tangencialmente
el problema pero no lo encara frontalmente. Quizás el efecto que los actuales
escándalos de corrupción hayan tenido en la economía peruana, al haber rebajado el
crecimiento proyectado para el 2017 en casi un punto porcentual, logre finalmente
convencer a todos los peruanos que la enseñanza de valores es no sólo política y
socialmente deseable, sino económicamente beneficiosa.

El valor futuro de la corrupción debe realmente preocuparnos, aun cuando es difícil


cuantificar el monto exacto de las inversiones extranjeras que dejarán de venir al
país como consecuencia del destape de una enorme red de corrupción que parece
abarcar a un número significativo de instituciones públicas y empresas privadas. En
todo caso, pocos son los inversionistas que querrán invertir en el país sin antes tener
claro quiénes están involucrados. Pero es igualmente importante enviar las señales
adecuadas de que se quiere atacar el problema de raíz. Esto no pasa únicamente —ni
siquiera principalmente— por fortalecer el aparato estatal de lucha contra la
corrupción. Es necesario modificar la aproximación de los peruanos al problema;
esto sólo se logra a través de la educación de valores.

Pero esa educación debe enmarcarse en el concepto más amplio de


ciudadanía. Mientras que los valores son por su propia naturaleza personales, la
ciudadanía es un concepto público. Una persona que no se preocupe por la
comunidad es alguien que no ha alcanzado la madurez; es como un niño egoísta. La
ciudadanía es el puente entre el individuo y la comunidad, entre el carácter privado y
la vida pública. Por lo tanto, al igual que el CCE singapurense, debemos procurar
que los valores sirvan de guía para las acciones de las personas por el bien común.
Ello finalmente redundará en un incremento del bienestar personal, tanto social
como económico.

La “educación del carácter y la ciudadanía” singapurense se realiza de manera tanto


teórica como práctica e incluye una serie de valores fundamentales y transversales,
como la aceptación, la atención, la satisfacción, el coraje, la cortesía, el perdón, la
generosidad, la amabilidad, la armonía, la honestidad, la humildad, la felicidad, la
obediencia, la paciencia, la perseverancia, el respeto, la justicia, el autocontrol y el
agradecimiento, entre otros. Un sistema similar existe en el currículo escolar de
Japón, el Curso de estudios nacional. Uno de los objetivos de ambos sistemas es que
los alumnos se den cuenta por sí mismos que el individuo se mueve e interactúa
dentro de un grupo, la sociedad, y que los derechos vienen acompañados de
obligaciones, tanto o más importantes que los primeros.

Más allá de los grandes escándalos públicos, como peruanos vemos todos los días
los efectos nocivos de la inexistencia de valores: la prepotencia de los
automovilistas, la falta de empatía por el otro, la cultura ‘criolla’ del vivo que busca
maneras de dar vuelta a las normas en beneficio propio, entre una larga lista de
actitudes que demuestran la inexistencia de una educación de valores a nivel
nacional. Dos de los principales costos económicos diarios son el tiempo perdido en
el tráfico y la necesidad de crear mecanismos para contrarrestar los efectos de la
desconfianza, fruto de la ‘viveza criolla’. La ausencia de una verdadera educación de
valores le ha costado al Perú, y seguirá costándole hasta que no cambiemos.

También podría gustarte