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Por cierto, estas declaraciones constituyen todo un manifiesto de
religión secular - un verdadero credo laico. ¡Y luego acusan a los
cristianos de proselitistas!
Así, cada uno se organiza la familia a su manera como mejor le
convenga: no importa que haya sólo una madre, o dos padres o dos
madres. Lo único que importa es la libertad para «montármelo a mi
manera porque tengo derecho a ser feliz» (declaraciones textuales). Lo
más importante es ser feliz, entendiendo por felicidad la ausencia de
problemas o una pérdida de tu independencia.
«Familias de Disneylandia». Hasta aquí hemos visto el extremo triste
de la sociedad actual. Sin embargo, algunos creyentes caen en el polo
opuesto, quizás como respuesta a esta ideología tan contraria a la
voluntad de Dios para la familia. Es el golpe de péndulo que surge
más por reacción que por reflexión. Nos presentan un modelo de
familia perfecto, impecable. Una familia sana –creen- nunca tiene
problemas, es aquella cuyos miembros nunca discuten o alzan la voz,
donde siempre hay sonrisas y buen humor, en una palabra, el cielo
en la tierra! Este modelo más parece sacado de Disneylandia que de
la enseñanza bíblica. Pero, además, es fuente de frustración para los
que intentan alcanzar tal nivel «super-espiritual» (o quizás
deberíamos decir «pseudo-espiritual»). Cuidado con los libros o las
conferencias que enfatizan este enfoque triunfalista porque no refleja
el realismo de la Biblia al abordar la vida de familia.
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Hacia un modelo realista de familia
El modelo bíblico de familia es un modelo realista: no hay
familias perfectas. Desde el principio de la historia, en concreto
desde la Caída y la entrada del pecado en el mundo, la familia ha
estado sujeta a fuertes tensiones y problemas. Recordemos cómo las
primeras manifestaciones del pecado aparecen justamente en las
relaciones familiares: Adán, en un alarde de irresponsabilidad, se
lava las manos de cualquier culpa y señala a su esposa Eva: «la mujer
que Tú me diste por compañera me dio...». Por cierto, este patrón de
conducta se repite constantemente en muchos matrimonios,
incapaces de asumir sus fallos o su responsabilidad. La razón
siempre la tengo yo; la culpa siempre la tiene el otro. A esta primera
tensión conyugal le sigue el drama de la muerte de Abel a manos de
su hermano Caín, acto espantoso de violencia familiar, preludio de la
violencia doméstica tan tristemente de moda hoy.
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de forma madura es mucho más importante que una paz aparente
fruto de una convivencia superficial.
En otros casos, el golpe viene de fuera, acontece a modo de desgracia:
una enfermedad, un accidente, el paro, dificultades económicas, un
hijo difícil son eventos que ponen a prueba la unidad familiar. Tanto
si los problemas son internos como si nos vienen de fuera a modo de
tragedia, la respuesta sana consiste en afrontar tales circunstancias
con serenidad y buscar salidas con decisión. La familia inmadura,
por el contrario, se derrumba a las primeras de cambio cuando
surgen tales tensiones o calamidades, es incapaz de buscar salidas y
cae en uno de dos errores frecuentes: los reproches mutuos,
buscando cabezas de turco –culpables- en los otros miembros de la
familia, o una autocompasión paralizante: «¡Yo no merezco esto; qué
mal me ha tratado la vida; nada me sale bien».
El libro de Rut ilustra muy bien este principio. En una primera etapa,
Rt. 1, encontramos a una familia destrozada por el dolor. Al trauma
de la emigración a una tierra extranjera por causa del hambre, se le
añade la muerte inesperada de los tres varones, el esposo y los dos
hijos. Así, Noemí queda sola, viuda, con sus dos nueras en una tierra
extraña. Recordemos que una viuda en aquella sociedad quedaba en
una situación de grave marginación, indefensa y desamparada desde
el punto de vista social.
Esta etapa inicial fue tan dura que llega a exclamar: «No me llaméis
más Noemí, sino Mara –que quiere decir "amarga"- «porque en grande
amargura me ha puesto el Todopoderoso. Yo me fui llena, pero el
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Señor me ha vuelto con las manos vacías» (Rt. 1:20-21). «Mayor
amargura tengo yo que vosotras...» (Rt. 1:13). No es de extrañar que
esta mujer piadosa se lamente abiertamente ante Dios. Esta
expresión de sentimientos forma parte de la fe, no la contradice, y
está en línea con muchos grandes siervos de Dios que en momentos
de tribulación abrieron su corazón ante aquel «cuyos ojos están sobre
los justos y sus oídos atentos al clamor de ellos» (Sal. 34:15). Dios en
ningún momento reprende a Noemí; por el contrario, estaba muy
cerca de ella controlando y guiando los acontecimientos para llevarlos
a buen fin.
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Bases para una familia sana (II)
En la primera parte de este tema, considerábamos la familia de Rut
y Noemí en la Biblia como un modelo realista de familia, lejos de los
ideales inalcanzables que a veces se nos proponen de forma
triunfalista. Vimos cómo la capacidad para sobreponerse a las
pruebas –saber sufrir- constituye la primera evidencia de salud y
fortaleza de la vida familiar. Vamos a analizar ahora el segundo
ingrediente de una familia sana.
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A) Con las actitudes
En primer lugar, el amor práctico se manifiesta a través de actitudes.
Es la expresión no verbal del amor. Está muy relacionada con nuestra
forma de ser. No consiste tanto en lo que hacemos –las obras del
amor-, sino en cómo somos. Nuestro carácter destila actitudes que
pueden ser de amor, de hostilidad o de indiferencia. Las actitudes son
el espejo profundo de nuestro carácter y revelan, sin disimulo, el
contenido de nuestro corazón. Decía el apóstol Pablo que «somos
cartas vivas» en las cuales los demás están siempre leyendo. Es por
nuestra forma de ser que podemos «honrar a padre y madre», al
cónyuge o a los hijos.
En el libro de Rut encontramos varios ejemplos de actitudes que son
expresión de amor y que, a su vez, alimentan el amor en un «feed-
back» admirable. En realidad, estas actitudes forman un todo
inseparable, como un racimo. Son interdependientes y la una lleva a
la otra. Destacamos tres por su trascendencia sobre la estabilidad
familiar y porque, a nuestro juicio, son las más necesarias en las
familias hoy.
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Para mí, uno de los rasgos más aleccionadores del libro de Rut es la
riqueza de los diálogos entre sus personajes. Me fascina observar la
dinámica de la comunicación dentro de aquella familia. ¡Cuántas
horas habrán pasado Noemí y Rut hablando, escuchándose,
consolándose la una a la otra o, simplemente, sufriendo juntas en
silencio! La comunicación aparece allí de forma constante y
espontánea. ¡Cuán hermosa y aleccionadora la escena cuando Rut
llega a casa de Noemí después de espigar todo el día (Rt. 2:19-23) y
le cuenta a su nuera con todo detalle sus vivencias del día, con la
espontaneidad casi propia de una niña!. Esto ocurría así porque en
una familia sana el diálogo surge de forma natural.
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Bases para una familia sana (III)
Con este tercer y último artículo llegamos al final de una serie de
reflexiones sobre la familia. Hemos considerado hasta ahora cómo
una familia sana no es la que no tiene nunca problemas, sino la que
sabe sobreponerse a las dificultades -capacidad de lucha- y sabe
expresar amor, ya sea con las actitudes (fidelidad, confianza, entrega)
o con las palabras. Analicemos seguidamente la tercera forma posible
de expresar el amor en la vida familiar.
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3.- El arquitecto de la familia es Dios
Hablábamos en nuestro primer artículo de tres protagonistas en la
historia de Rut: las circunstancias, la respuesta de la familia ante
estas circunstancias y Dios. Sin Dios, la familia viene a ser como un
edificio construido sobre la arena: le falta el cimiento. El salmista
expresa esta idea con una metáfora semejante, la del arquitecto: «Si
Dios no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican... Por
demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar...»
(Sal. 127:1-2).
• Dios nos renueva las fuerzas. La vida familiar implica una brega
diaria intensa, incluso una lucha contra muy diversos problemas:
materiales, emocionales, espirituales. Tal brega desgasta y puede
llevar al desánimo, al agotamiento o, a veces al deseo de «abandonar».
Es en estos momentos cuando la mirada al cielo refresca y renueva
las fuerzas. Los ojos de la fe nos acercan a Cristo, fuente de descanso
de nuestros «trabajos y cargas», incluidas las cuitas familiares
(Mt. 11:28).
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Familia, sociedad y fe cristiana
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(abuelos, padres e hijos-nietos), con adición en algunos casos de
personas con otro grado de parentesco o incluso carentes de
consanguinidad que han quedado incorporados a la entidad familiar
en virtud de sus servicios (siervos). El modelo de familia extensa
aparece con frecuencia en la Biblia, especialmente en el Antiguo
Testamento.
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influencias perniciosas que amenazan de continuo a la sociedad de
nuestro tiempo.
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frecuencia esta disyuntiva obedece a una confusión: se tiene por
amor lo que es simple enamoramiento, reducido a mero sentimiento
romántico. No hay en él idea de pacto, de compromiso, de fidelidad a
prueba de dificultades y roces.
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Problema familiar asimismo grave, especialmente en la relación entre
padres e hijos, es el causado por la incorporación de la mujer al
trabajo fuera del hogar. Ampliamos aquí lo ya mencionado. Es verdad
que en no pocos casos las complicadas circunstancias de la vida,
horriblemente encarecida, obliga al matrimonio a sumar ingresos
mediante actividad laboral económicamente retribuida de ambos.
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dentro de lo posible, ayuda. Pero esta salvedad no excluye la
conveniencia de que no sólo la mujer, sino la pareja, se plantee
objetiva y honestame, como delante de Dios, si el trabajo de ella fuera
del hogar es realmente una necesidad o si obedece a otros móviles.
Es mucho lo que está en juego. Por supuesto, también es mucho lo
que puede decirse sobre la responsabilidad del hombre en relación
con su familia. Cuando, por ejemplo, el padre, cansado del trabajo,
llega a casa y sólo piensa en relajarse y descansar, dejando a la
esposa toda la carga de la casa y de los hijos, está socavando
peligrosamente los cimientos de la armonía familiar.
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debe sorprender que esos niños, llegados a la adolescencia, se inicien
en formas de comportamiento antisociales o autodestructivas (uso y
abuso de bebidas alcohólicas, tabaquismo, drogadicción,
delincuencia juvenil).
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su cohesión. A ella debe oponerse la fuerza centrípeta de principios
sólidos y actitudes constructivas.
Pero las relaciones entre sus miembros pueden alcanzar cotas muy
elevadas de armonía y bienestar. Está cimentada en el orden
establecido por la revelación bíblica, en el que se combinan
equilibradamente igualdad, subordinación y abnegación. Todos sus
elementos en la relación conyugal y en la paternofilial están
aglutinados por un amor que es reflejo del de Cristo (Ef. 5:21-6:9).
Este amor está magistralmente descrito en 1 Co. 13:4-8: «es paciente,
servicial..., no busca su propio interés..., no se irrita; no toma en
cuenta el mal...; todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor
no caduca jamás.» No es tan egoísta e impaciente que tan pronto
como surgen las primeras desavenencias ya empieza a contemplar la
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ruptura como solución única al problema. Horrible perspectiva, pues
el rompimiento no sólo deshace la unión matrimonial (experiencia
siempre hiriente para los cónyuges), sino que destroza anímicamente
a los hijos si los hay.
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