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ARTIGAS:

TIERRA Y
REVOLUCION

Nelson de la Torre
Julio C. Rodríguez

bolsilibros ARCA 13
ARTIGAS:
TIERRA Y REVOLUCION
1° Edición 1967

2° Edición

Arca Editorial S.R.L.


Colonia,- 1263, Montevideo
Queda hecho el depósito me marca la ley
Impreso en Uruguay - Printed in Uruguay
ARTIGAS:
TIERRA Y
REVOLUCION

Nelson de la Torre
Julio C. Rodríguez

bolsilibros ARCA 13
AL LECTOR

El lector tiene ante sus ojos una recopilación de


artículos sobre temas históricos publicados en la revista
"Estudios" (1964), en "Marcha" y en "El Popular" (1965).
Por su carácter tendieron a presentar de modo accesible
y sintético, lo que en su momento constituía el "estado
actual" de nuestras investigaciones sobre los puntos en-
carados. ,
Pese al ajuste realizado en la articulación de los
tres trabajos, el lector apreciará ciertas reiteraciones,
que sabrá obviar en atención a su variada publicación
original. De más está decir que ya en su nacimiento los
artículos fueron aliviados de todo aparato documental y
referencial. Modalidad que esta recopilación conserva
porque se mantienen las mismas motivaciones que en
su momento nos hicieron ,presentar un texto que deseaba
ser accesible y ameno, y dirigido ya no a especialistas
sino al conjunto de las amplias masas populares, legíti-
mas herederas y propietarias del legado artiguista.

LOS AUTORES
DESARROLLO DE LA REVOLUCION DE
INDEPENDENCIA (1810-20)

Advertencia
Una historia metafísica ("mitrista" y "revisionista")
persiste aún en confundir los verdaderos términos en
que se desarrolló la revolución. La comprensión idea-
lista y antidialéctica del desarrollo histórico hace buscar
en entelequias abstractas la causalidad final de los pro-
cesos: la "libertad" y la "civilización", en unos, la "na-
ción", lo "telúrico", en otros considerados como elemen-
tos no históricos (es decir sin nacimiento y desarrollo),
absolutos, eternos e invariantes.
Unos y otros hablan de unitarios y federales como
verdades intangibles, eternamente válidas e iguales a
sí mismas y no pueden comprender que ambos puedan
ser alternativamente revolucionarios y contrarrevolucio-
narios, nacionales y antinacionales, que los unos se trans-
formen en los otros, en sus contrarios. Como decía Marx
de Proudhon, en la historia ven la lucha entre lo `bue-
no" y lo "malo" en vez de deslumbrarse ante la dia-
léctica.
De este modo no pueden comprendes, que una cla-
se, desarrollada y agotada la contradicción que la llevó
al primer papel del desarrollo histórico, se transforme
en su contraria y personalice la contrarrevolución. Los
unos eternizan el carácter contrarrevolucionario de las
clases coloniales, los otros retrotraen el carácter revolu-
cionario de una clase de la época independiente a ins-
tancias históricas en que no la poseía. Para los unos, a

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la clase que nos dio la revolución en 1810, todo le está
permitido en 1820; para los otros a la clase "que todo
le fue permitido en 1820" no se le debió permitir la revo-
lución de 1810.. Para los unos la conquista de la sobe-
ranía de 1810 permite su 'enajenación en 1816, para
los otros, ya que la nación había de ser enajenada en
1816, más valía no haberla adquirido en 1810.
• ' En segundo lugar, como intentaremos demostrar-
lo en cada caso, la orientación histórica ha determinado
y unilateralizado la investigación concreta. Por nues-
tra propia experiencia en la investigación de la histo-
ria uruguaya, podemos afirmar que sin el estudio
exhaustivo del proceso de propiedad de la tierra, del,
capital comercial y en especial del capital usurario y
bolsista, no es posible comprender el entonces aparen-
temente caótico suceder de la historia y del poder polí-
tico. En la historia rioplatense -hablamos de lo que
nos es más cercano- se está muy lejos de ese dominio
de las fuentes, de ese agotar las historias provinciales
y locales, de ese estudio monográfico de los procesos
económicos, que permiten a cierta altura, como ya su-
cede en otros países, realizar una historia científica.
En resumen, la orientación idealista y ,no dialéc-
tica y la escasa disponibilidad de monografías y estu-
dios eficientes no nos permiten -y menos desde aquí,
desde el Uruguay -hablar. con la seguridad con que
podemos hacerlo sobre nuestra historia nacional. De
ahí que en todo lo que en las páginas siguientes diga-
mos, esté implícita la cautela en los juicios, la formula-
ción hipotética e instrumental de buena parte de nues-
tras caracterizaciones. El investigador está obligado a
lo largo de su tarea a no detenerse ante las carencias
y las perplejidades, sino por el contrario, a elevar las
hipótesis como puentes entre cotas conocidas. Por su-
puesto esta `ingeniería de campaña", debe ser en el
curso de la investigación misma sustituida rápidamente

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por la consagración de la práctica, o desbaratada por
nuevas y más valederas hipótesis. Es el esfuerzo que
debemos cumplir todos. 'Creemos que el nuestro, en lo
que tiene que ver con la profundización de la historia
de la independencia puede -por ahora- centrarse en
el esclarecimiento de la revolución oriental y en pár-
ticular de su máximo exponente: José Artigas.

La contradicción fundamental luego de Mayo


En los preámbulos de la revolución nos encontra-
mos con una contradicción fundamental; a la cual se
subordinan todas las demás. Esta contradicción, recor-
demos, oponía el aparato burocrático colonial y comer-
ciantes monopolistas, a los hacendados criollos y comer-
ciantes no monopolistas. Estas últimas, son, pues, las
clases que encabezan la revolución, quienes la inician,
y tras de las cuales concurren las otras clases popula-
res revolucionarias.
Por ser dicha contradicción la fundamental, es por
definición la más general, la que abraza el campo más
restringido de reivindicaciones; en torno a ella se logró
la unanimidad de las clases revolucionarias. Pero, por lo
mismo, el desenlace dialéctico de dicha contradicción
suponía, por un lado, el fin de la revolución como tarea
para aquellas clases que la consideraban cómo contra-
dicción única y "propia"; por otro lado, el surgimiento
a primér plano de otras contradicciones, subordinadas
anteriormente, o nacidas en la nueva etapa, y por lo
tanto, el pasaje de las clases impulsoras de dicha con-
tradicción a la categoría de clase revolucionaria por
excelencia.
En su primera hora, con la junta de Mayo, el cálido
fuego del "vida o muerte" de la revolución, obligó a
que en esos momentos, la revolución conociera su hora

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jacobina, dura, firme, abstracta y concretamente revo-
lucionaria. Nadie mejor que Moreno, -más que repre-
sentante de una clase, carne misma de la revolución
general-, es el ideólogo de esa etapa. La desaparición
de Moreno coincide con la viabilidad de la revolución,
y al mismo tiempo coincide con la desaparición de la
revolución-como-tarea-general de toda la sociedad para
pasar a ser la revolución-como-tarea-especial de las cla-
ses que en el poder, lograran subsumirla en sus programas
particulares.
La Revolución de Mayo, no es, no podía ser, el des-
enlace automático de la contradicción fundamental, y
por lo tanto no liquidó inmediatamente el carácter diri-
gente de la burguesía comercial y hacendados porteños
en la revolución. Estas clases consideraban que su tarea
era la liquidación del poder español en América, y esta
tarea significaba ganar, por lo menos, las provincias inte-
riores del, resto del Virreinato. Para los comerciantes
porteños, en lo esencial, este programa coincidía con la
conquista de lo que consideraban, expresa o tácitamen-
te, su viejo mercado interno virreinal: Banda Oriental,
Paraguay, provincias arribeñas y Alto Perú. El distinto
éxito de este programa osciló de acuerdo con las distin-
tas contradicciones internas que en su desarrollo pasa-
ron, por su vigor, a sobreponerse a la tarea considerada
originalmente como fundamental.
E1 empuje revolucionario porteño se agotó apenas
llegó a los límites del viejo mercado interior que le legó
la matriz colonial. Cuando la burguesía comercial por-
teña alcanzó esta frontera, cuando embretó el programa
liberador original en los estrechos marcos de sus inte-
reses de clase, en busca de su restringido mercado inte-
rior, quedó clausurada su etapa revolucionaria.
La finalización de un planteo revolucionario no es
la quietud revolucionaria. Su comprensión diléctica supo-
ne entender que lo revolucionario de la clase muere o

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pasa a segundo plano cuando lo contrarrevolucionario
que ya ha nacido, que ya ha crecido, irrumpe a primer
plano, luego de haber luchado y triunfado con lo. revo-
lucionario. De esto se desprende que el abandono de la
tarea revolucionaria de liberación americana se procesó
poco a poco. A1 mismo tiempo que se mantenía la ban-
dera, se arriaba. La tragedia de Pueyrredón coadyuvan-
do con San Martín en la organización del ejército de
los Andes y en la liberación de Chile, y entregando la
Banda Oriental al dominio portugués; derribando la po-
drida corona española en Perú y trayendo de contraban-
do los cetros de palo de príncipes segundones europeos,
es la tragedia de la burguesía comercial porteña, pre-
ñada de contradicciones, a la cual se revela que en los
hechos. el viejo mundo del virreinato de Cevallos es todo
lo que apetece, y en la cual han nacido apetencias mono-
polistas y lazos de usura que a la vez que la pierden
como clase revolucionaria, la descomponen, la escinden,
la provincializan y en fin la transforman en la contra-
rrevolución.

Origen y desarrollo de las contradicciones internas


El programa económico de las clases directoras de
la revolución consistía en lo exterior, en el desarrollo de
los vínculos con el mercado mundial; para este progra-
ma contaron, como es sabido, con todo el poderoso apo-
yo del comercio inglés; en lo interior, conservar y exten-
der los vínculos económicos con las provincias, el mono-
polio porteño de intermediación entre el mercado mun-
dial y el mercado americano. Este programa, para triun-
far debía hacerlo primeramente con la guerra. Siendo
ésta la condición previa del programa, pasó a ser él esla-
bón fundamental de todo el proceso.
Pero este programa porteño ya no era el programa
general de todas las fuerzas revolucionarias. En él esta-
ban implícitos distintos puntos de fricción, que fueron

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tomando cuerpo en el desarrollo de la guerra revolucio-
naria: Estas contradicciones internas, a la postre, varia-
rían de raíz la correlación de fuerzas y el carácter mismo
de la revolución.
El comercio libre sin limitaciones no podía menos
que lesionar profundamente como ya lo había hecho en
los postreros días de la época colonial, las economías
artesanales y semimanufactureras de las provincias del
interior, economías surgidas precisamente al calor del
monopolio mercantilista español.
La formación del mercado único de las Provincias
del Plata, chocaba a su vez con las resistencias de un
mundo económico todavía colonial; las economías regio
nales, las rentas municipales, los intereses locales, esta-
ban-erigídos sobre un complicado, oneroso, y feudal sis-
tema de trabas fiscales de caráctpr provincial, Estas tra-
bas fiscales estaban dirigidas, parte, a defender estas
mismas economías del aluvión manufacturero extranjero,
parte a la creación de economías provinciales contra-
puestas, y parte pura y simplemente a extorsionar el
tráfico y la producción de mercancías regionales.
Por último, el afán porteño de entender la revolu-
ción antimonopolista y anti-intermediaria, como una sus-
titución del papel parasitario español por el porteño, el
afán de someter a toda la economía platense al puerto
"preciso" de Buenos Aires, lesionaba profundamente los
intereses de todo el litoral revolucionario: Banda Orien-
tal, Entre Ríos, Corrientes, Paraguay y Santa Fe.
Estos tres esenciales capítulos de oposición entre la
revolución "a lo porteño" y la revolución, "al modo pro-
vinciano", constaban de contradicciones- donde la "ra-
zón" revolucionaria se posaba alternativamente en Bue-
nos Aires y en las provincias. Es bastante claro que el
afán monopolista porteño era una profunda traba al des-
arrollo de las fuerzas productivas internas, y también

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lo es que las persistencias provinciales en el manteni-
miento de las trabas al comercio interior eran la muerte
de la economia nacional y hasta de la nacion misma.
Pero es bastante más complicado apreciar en su conjun-
to la importantísima cuestión del comercio libre en sus
relaciones con las economías provinciales. Y no como
cuestión de principio, que para un marxista es un tema
ya resuelto sino como política practica entendidas en su
singularidad histórica, y apreciada e V acá con-
creta de la revolución. Este es un teína onde más se
padece la muy insuficiente investigación realizada, y don-
de la no especialización de los autores más vacila. Pero
nos arriesgamos a esbozar la hipótesis que el detenido
estudio de la bibliografía (parcial, "enragé' y a veces
superficial) nos sugiere.

El costo de la revolución y de la soberanía


Hemos dicho que la guerra revolucionaria era el
eslabón fundamental de todo el programa de las clases
directoras de la revolución. La debilidad de -la economía
americana, su insuficiente superioridad de fuerzas sobre
el poder español, determinaría una grave coyuntura al
proceso futuro ,de la revolución: la de una larga y one-
rosa guerra.
La guerra, -y su puño armado: el ejército- era una
empresa costosa. La burguesía comercial porteña estaba
dispuesta a pagar el precio aún no. conocido de la ex-
pulsión del poder español y de la conquista de su mer-
cado interior. La donación patriótica de las primeras
horas, fue la oda lírica y no repetida que los comercian-
tes porteños ofrendaron a la revolución de independen-
cia. Pero si bien las listas de donaciones patrióticas per-
mitían llenar alguna página de "La Gaceta", de ningún
modo. podían montar un ejército victorioso. Felizmente,
Buenos Aires, cabeza de la revolución, recibió de la

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cuna colonial, una fuente de recursos fácil y accesible:
las rentas de aduana, que el comercio libre elevó a altu-
ras millonarias hasta entonces desconocidas.
El comercio libre -rentas de aduana- equipamien-
to del ejército revolucionario, de hermosa ecuación im-
pulsora de la revolución pasó en su decurso a transfor-
marse en el anillo de hierro en que se ahogaría la eco-
nomía interior. Parece no caber ninguna duda, que sien-
do el principal objetivo la derrota del poder español,
todo lo que coadyuvase a financiar su tarea era revolu-
cionario. En. esas horas, importaba mucho menos lo que
pudiese acontecer a las endebles estructuras interiores
de las provincias de "arriba". Incluso en estas provincias,
el calor revolucionario habría de permitir los primeros
sacrificios hasta tanto... Este "...hasta tanto..." no
debía ser peligrosamente postergado.
Para la revolución, era vital solventar la aparición
de estas primeras contradicciones internas, en bien del
camino unido de las fuerzas revolucionarias. A nuestro
entender varias cosas determinaron que las primeras,
contradicciones, pasaran a transformarse en contradic-
ciones antagónicas y exasperadas.
- El régimen fiscal del joven estado revolucionario
no era un régimen caprichoso, era el correlato imposi-
tivo de la economía mercantil poco desarrollada en todo
el mundo colonial heredado. La aparición de un régi-
men fiscal moderno, apoyado en variada gama de fuen-
tes impositivas, sería un fruto muy tardío en el Río de
la Plata, y no llega por supuesto, hasta la definitiva con-
solidación de la propiedad burguesa de la tierra y de la
aparición y desarrollo del capital industrial. Esta impo-
sibilidad de la economía nacional de proveerse de rentas
no basadas en las aduaneras, habría de transformarse en
la base objetiva del desarrollo futuro de las contradic-
ciones entre Buenos Aires y el interior.

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En segundo lugar, la renta aduanera se transformó
poco a poco de propiedad de la nación, en propiedad de
una provincia, pero lo que es peor, en la propiedad de
una clase, en el "objeto" propio de existencia de una
clase surgida luego de la revolución: la clase de los gran-
des usureros y acreedores del Éstado, proveedores del
ejército y del gobierno. Desde entonces, y este "desde
entonces" quiere decir "muy temprano", la revolución
en Buenos Aires iría languideciendo y de programa so-
lemne de los comerciantes porteños, pasó a caracterizar
la sórdida carrera de grupos aventureros estrechamente
enlazados a facciones de usureros y especuladores de la
tierra pública.
Financiar la revolución era en un principio la tarea
general de toda la clase comerciante; poco a poco, fue
la tarea especial de un sector de comerciantes y al final
fue la tarea general de una clase distinta: la clase de
usureros y acreedores. Esta clase existía en tanto hubie-
ra un Estado pobre, dispendioso, necesitado, que trans-
formara la demanda de dinero en una corriente conti-
nua, sostenida, pero a la vez un Estado suficientemente
rico que pagara no menos continua y sostenidamente.
La renta de aduana, y poco a poco. inexorablemente, la
política aduanera, la orientacción del comercio interior
y exterior, pasó a ser la propiedad y el derecho de la
clase prestamista. La conquista de un poderoso merca-
do interior, si bien siguió siendo la política de los co-
merciantes porteños, fue cada vez menos hasta no serlo
ya más, el programa de la clase usurera y especuladora;
para ésta todo su mercado interior se encerraba en la
Tesorería revolucionaria, en la administración de adua-
nas y en las órdenes de compra del Ministerio de guerra.
La clase bolsista y usurera, al nacer no solo escin-
díó a la clase comercial porteña, sino que desde su ori-
gen nació despedazada en facciones especuladoras
vinculadas a una u otra etapa de poder. En algún lado

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hemos explicado ya, que el capital usurario solo prospera
en el poder, y que está unido a éste como el niño a la
placenta. En segundo lugar, el desarrollo del capital es-
peculativo transforma en "papel'- de bolsa todos los
bienes posibles. La tierra, los sueldos impagos, las "re-
formas militares", (premio retiro de los soldados de la
independencia), pasan a importar tanto como las letras
de aduana y de tesorería, los créditos de abastecimien-
tos, el billete, para el objeto de especulación. Por otra
parte, el desarrollo de la economía monetaria a ló largo
y a lo ancho del ex-mundo colonial, transformó a los
monopolizadores del dinero, en la única y onerosa
fuente del mismo para las otrora clases vinculadas a la
economía natural y de trueque.
Cuando el dominio y la influencia de este capital
usurario contagia a toda la sociedad y a la estructura
económica, muere todo espíritu revolucionario. De más
está decir que solo una cuidadosa investigación, paso a
paso, de los vínculos entre el poder político y los usu-
reros de la hora, permitiría comprender esa rabiosa pe-
lea de algunas etapas del gobierno porteño. Nuestra ex-
periencia en la investigación de la historia del Uruguay
independiente nos autoriza a esperar iguales y sorpren-
dentes resultados.
Sin embargo, esta clase de usureros había aceitado
la máquina revolucionaria, había provisto de vestuarios,
armas, provisiones a las sucesivas oleadas armadas de
la revolución que anegaron el viejo y podrido mundo
colonial. Sería tonto ofrecer ahora, desde el todovidente
atalaya de la crítica histórica,. mejores soluciones a aque-
llas generaciones revolucionarias. Pero sería no menos
tonto y peligroso no saber ver que precisamente dicho
carácter revolucionario del capital prestamista no podía
menos que devenir en su contrario, en el sepulturero de
la revolución. Aquella generación de los Larrea, Lezica,
Sarratea, etc., que en distintas oportunidades y repre-

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sentando a distintos grupos financiadores de los ejérci-
tos de la independencia, cotejaban sus créditos y los
éxitos de la revolución, podían decir en cierto modo que
la Revolución, la independencia, la soberanía, la nación
misma les debía todo, o por lo menos mucho. Su "pecu-
liar" criterio del costo de la revolución los obligaría a
solicitar los vencimientos correspondientes. La nación
debía pagar, si no podía pagar debía hipotecarse y si
aún así no lograba conservar "el honor de su crédito",
el más alto honor a que pueden aspirar los Estados de
acuerdo con el cartabón prestamista, debía ser ejecu-
tada lisa y llanamente. Cuando se llega a tal situación,
la clase prestamista se transforma en la. curadora del
Estado, en el "síndico del concurso", es decir, se trans-
forma en el Estado mismo: las rentas de la nación, la
nación misma cambia de dueño.

Fracaso del programa unitario porteño

Había algo en que todas las capas del capital co-


mercial y del capital usurario estaban de acuerdo. Bue-
nos Aires debía ser el puerto único de entrada y salida
de toda la cuenca económica; las rentas de aduana de-
bían ser dirigidas por un gobierno centralizado someti-
do a sus intereses, y en su defecho por un gobierno pro-
vincial. El gobierno nacional "áporteñado", programa
aparentemente unitario, fue progresivamente abandona-
do por estas clases, por lo costoso de su mantenimiento
pacífico y ordenado. En estas clases surgió entonces la
otra dirección de una misma defensa de intereses: el
gobierno provincial, que a la par que aseguraba el puer-
to "preciso" echaba siete llaves sobre la renta amorti-
zante de la deuda nacional, la bella criatura nacida con
la soberanía. En torno a esta bandera triunfó una parte
de la clase especuladora en alianza con los grandes mo-

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nopolistas del llamado "trust" de hacendados y salade-
ristas porteños. A esta clase, consecuente con todo su
pasado de "Buenos Aires first", los revisionistas de dere-
cha y de "izquierda", abusando de nuestra credulidad
y de nuestra paciencia, pretenden llamarla federal y or-
ganizadora de la nación, y heredera del programa arti-
guista, cuando fue su principal enemigo y su antítesis
programática.
Si, como suponemos, la dialéctica de la revolución
siguió estos derroteros, podría quedar clara la impoten-
cia de la dirección revolucionaria porteña de mitigar y
disolver la contradicción que separaba sus intereses de
los de las provincias en torno a la política aduanera, el
comercio exterior y el mercado interior. No solo la gue-
rra y la destrucción material, no solo la desorganiza-
ción nacional, le impidieron reorganizar las finanzas na-
cionales, sino que por el contrario, estas mismas razo-
nes, le impusieron el esclerosamiento del sistema impo-
sitivo y la transformación de la renta aduanera en el
bien más preciado de sus ahora clases dirigentes especu-
ladoras y usureras.
Este camino a la vez provocó el fracaso del otro
programa porteño revolucionario: el de la creación de
un mercado nacional único. Libradas a sus solas fuer-
zas, las economías provinciales y sus élases dirigentes,
solo atinaron a programas contingentes de defensa regio-
nal de sus producciones y de creación de rentas propias,
necesarias más que nunca para la financiación de sus
propias fuerzas armadas y aparato administrativo. El re-
sultado fue trágico: siendo la economía provincial mu-
cho más atrasada que la porteña, dicho programa con-
tingente se eternizó en barreras tarifarias contrarias al
desarrollo del comercio interno y a la producción espe-
cializada por regiones. Como es sabido, en este. plano
inclinado, las provincias multiplicaron su autonomía fi-
nanciera parcelándose hasta la minucia, oponiéndose

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unas a otras y achicando cada vez más el ámbito de la
producción y el de la soberanía. La pérdida de la nación
no era el nacimiento de varias naciones, era el fraccio-
namiento comarcal de economías cerradas repitiéndose
siempre a sí mismas. .
El programa "unitario" porteño, pues, había demos-
trado no serlo y había sido empujado a la disolución
de la nación. De Buenos Aires y de las provincias na-
cían y se conjugaban las fuerzas disgregadoras del mer-
cado nacional y de la organización de la nación. Pero;
sin embargo, la historia permitió esbozar otro camino;
desgraciadamente trunco. Este camino estaba vinculado
a la contradicción que separaba a Buenos Aires de las
provincias del litoral y en especial de la Banda Oriental.

Caracteres revolucionarios del Litoral Federal


Un autor (Míron Burgin) ha dicho que la Revo-
luéión, para las provincias interiores arribeñas había
llegado demasiado lejos (comercio libre, invasión de
mercaderías extranjeras, ruina de la economía provincial)
en tanto que para las provincias del litoral se había
detenido demasiado cerca (mantenimiento de ras tra-
bas al comercio directo con el mercado mundial). Esto
no es verdad, o mejor dicho, atiende solo a una parte
de la verdad, a la vez que plantea una oposición meta-
física entre dos políticas posibles. Yace en esta afirma-
ción una muy transitada y no por ello menos falsa dis
yuntiva de la que ya hemos hablado: la que opone el
comercio libre con el proteccionismo de la producción
nacional americana.
Debemos decir, en primer lugar, que ambas direc-
ciones de la política porteña (con todos los matices que
ya hemos analizado) obedecían no a una contradictoria
política, sino a una muy consecuente limitación de cla-
se de los comerciantes porteños: una dirección corres-

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pondía a sus intereses como clase importadora, la otra,
a sus deseos monopolistas de transformarse en la única
clase importadora y exportadora; ambas constituían
un freno de las fuerzas productivas de la nación, y no
podían menos que ser combatidas por las clases provin-
ciales lesionadas. Del modo y carácter de esta oposición,
podrá decirse en cada caso que obtuvo una respuesta
feudal y reaccionaria o burguesa y moderna. Veremos
esto más adelante.
En segundo lugar, como ya lo hemos dicho, se tra-
ta de enderezar una clara dilucidación de las verdade-
ras contradicciones que se elevaban en torno al proble-
ma del comercio exterior. El comercio libre, dijimos,
solo significa vinculación directa con el mercado mun-
dial, sin trabas monopolistas e intermediarias: ésta fue
una poderosísima victoria y conquista de la revolución;
sobre ella no se podía volver atrás, salvo retrotrayendo
la revolución al status colonial. No está de más recordar
que aun en una llamada "izquierda nacional" se ha coque-
teado con la idea. Comercio libre o comercio colonial: he
ahí una contradicción ya resuelta. En el desarrollo de la
revolución nos encontramos con otra cosa, éon otra con-
tradicción: libre importación versus proteccionismo adua-
nero.
Habíamos dicho que en las primeras horas de la
revolución, este problema sólo se podía plantear de un
modo. Si .realmente las condiciones objetivas no per-
mitían financiar la revolución de otro modo que con las
rentas aduaneras y si realmente no había otro modo
de elevarlas que atrayendo al comercio inglés con todas
las facilidades posibles, solo cabría una respuesta: libre
importación para llevar adelante y salvar la revolución,
para triunfar. La lógica formal no tiene nada que ha-
cer en la historia.
Se puede estudiar, y por tanto, discutir aun, cuán-
do y cómo debió comenzarse a proceder de otro modo.

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Independiente de dichos límites temporales no cabe du-
da que en una segunda etapa la revolución exigió en
su desarrollo el fortalecimiento de las clases producto-
ras del interior provincial. Pero no cabe menos duda,
que al mismo tiempo que la revolución.lo planteó las
clases porteñas fueron incapaces de hacerlo y por el
contrario recorrían el camino opuesto debido al surgi-
miento de nuevos 'intereses de clase, desconocidos en
las primeras horas.
Los programas posibles para aquellos tiempos no
son por supuesto, todos aquellos que nuestra "libre"
imaginación o "férrea" lógica nos sugieran. En historia,
los programas políticos son "posibles" si existe una o
más clases vinculadas en sus intereses a su aplicación,
si sus vínculos con la producción no están en contra-
dicción con las fuerzas productivas y por lo tanto si
su correlación de fuerzas permite su realización. En
Buenos Aires ya no había clase capaz de tomar la ban-
dera del proteccionismo. Estas clases existían en las pro-
vincias. Lo que la investigación histórica no permite
contestar hasta el fin, es su grado de viabilidad. Son
o muy escasas o inexistentes las investigaciones desti-
nadas a mostrar el carácter de las economías artesana-
les y semimanufactureras provinciales, la técnica en uso,
su cuantía, las relaciones de producción en ellas, implí-
citas, y el, grado de producción natural o mercantil en
que se distribuían. Si se nos permite una hipótesis, de-
bemos por ahora suponer que aquellas provincias no
estaban en condiciones de acompañar sus intereses con
la sólida pólvora de un modo de producción viable y
adelantado.
El litoral platense, por el contrario, levantaba su
oposición a Buenos Aires, a caballo de fuerzas econó-
micas objetivas poderosas y enlazadas al futuro desa-
rrollo del mercado mundial. Allí la explotación ganade-
ra atendiendo a un mercado mundial en ascenso, pugna-

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ha por romper lo que la revolución aún no había des-
truido: el papel monopolista e intermediario del capital
porteño. En este programa coincidían las provincias de
la cuenca de los ríos Paraná y Uruguay. Para los co-
merciantes, hacendados y plantadores de esta zona, de
lo que se trataba era de la libertad de los ríos, de la
libre apertura de puertos y de la vinculación irrestricta
con el mercado mundial. Contaban para ello con la vál-
vula portuaria de la Banda Oriental.
Habíamos visto cómo en el conjunto crecimiento de
las contradicciones internas, en la sucesíva devaluación
del carácter revolucionario porteño y en el ininterrum-
pido progresar de sus elementos contrarrevolucionarios,
se hacían comprensibles las vacilaciones, los balbuceos,
los arrebatos patrióticos alternados con las bajezas anti-
nacionales de la otrora clase revolucionaria ,porteña.
Poco a poco, para aquella burguesía porteña, fue
más importante el monopolio del comercio que la liber-
tad de la Banda Oriental, más acuciante el pago de la
cuantiosa deuda que detener el empuje español en Sal-
ta, más glorioso especular con la deuda flotante que
expulsar a los Borbones de Lima. El abandono del pro-
grama liberador se manifestó de este modo, intermiten-
temente: hoy aquí, para volver sobre sus pasos, mañana
allá para variar subsiguientemente. Pero con el paso del
tiempo, cada retroceso era mayor, y cada avance más
limitado. Para entonces las viejas contradicciones subor-
dinadas que oponían las provincias al capital comercial
porteño, y en especial, a su carácter monopolista e in-
termediario, tomaron un enorme vigor y pasaron tumul-
tuosamente a primer plano.
La vieja dictadura jacobina de Mayo; unitaria en
tanto se llevaba por delante revolucionaria y prepotente
las resistencias provinciales, caldo de cultivo de la reac-
ción colonial, se transformó dilécticamente en su contra-
ria: en la dictadura directorial representativa del gran

22
capital comercial, del gran capital usurario expoliador y
"propietario" de las rentas nacionales, del capital inter-
mediario que renacía ahora con el feo rostro gaditano de
"puerto único y preciso" para todo el movimiento co-
mercial de la nación.
Del mismo modo, lo que antes de la revolución fue
indiferente a ella y a veces sostén de empecinamiento
colonial, lo que antes de la irreversibilidad de la inde-
pendencia constituia un peligro de restauración contra-
rrevolucionaria, en el marco de las nuevas condiciones
del país independiente pasó a adquirir poco a poco ca-
rácter revolucionario. Tal fue el proceso cumplido por
ciertas capas de las economías provinciales, en particu-
lar del litoral.
Para entonces, el conjunto de oposiciones antipor-
teñas, surgidas por las más diversas razones, se fundió
en el federalismo, frente interprovincial y policlasista,
pero en su conjunto antimonopolista, y ante todo, lo que
era ya novedoso, se transformó en el frente revoluciona-
rio por excelencia.
La protección del trabajo nacional, el desarrollo de
las fuerzas productivas mediante el asentamiento de las
masas gauchas en el acceso libre a la tierra, el desarrollo
del comercio interior libre de trabas provinciales, tales
fueron las banderas económicas del frente federalista en-
cabezado por la Banda Oriental y dirigido por Artigas.
Defensa de la soberanía nacional, lucha sin cuartel con-
tra el dominio extranjero, democracia política, forma re-
publicana de gobierno, proclamación irrestricta de la in-
dependencia nacional: tales sus arrogantes bases de la
estructura nacional.
Sin perjuicio de volver sobre este tema en otra oca-
sión, debemos analizar someramente el carácter del fren-
te federal.
La Banda Oriental dirigida por una alianza revolu-
cionaria de pequeños y medianos hacendados y masas

23
pobres del campo, negros e indios, era la cabeza radical
de este frente. Pero no solo el radicalismo del programa
artiguista garantizaba la mejor conducción del frente fe-
deral. Corría también a favor de su posición dirigente,
la situación geográfica, económica, y estratégica de la
Banda Oriental: ella era la llave de la cuenca del Plata,
la puerta de salida de la producción del litoral .federal;
su sola existencia era la negación lisa y llana del capital
monopolista e intermediario porteño.

Buenos Aires, es decir, su gran capital comercial y


usurario, sólo podía cumplir su programa de monopoli-
zar el comercio interior y exterior, de acrecer las rentas
de aduana, y por lo tanto de transformarla en la fuente
inextinguible de la especulación y de la usura, siempre
y cuando todo el comercio extranjero penetrara al país
por sus balizas, y toda la producción interior cayera del
Paraná a sus almacenes. Los hechos, es decir la política
federal férreamente dirigida por Artigas, demostraban
un tenebroso futuro: los puertos libres de la Banda Orien-
tal arrastrarían a sus muelles toda la producción interior.
la libre navegación de los ríos permitiría el libre desen-
volvimiento del comercio interior prescindiendo de Bue-
nos Aires, las barreras tarifarias federales hacia el exte-
rior -y en ese "exterior" estaba Buenos Aires- impedi-
rían la indiscriminada importación extranjera. Languide-
cería por lo tanto el comercio importador y exportador
porteño reducido al mercado provincial de Buenos Ai-
res, finalizarían los negocios monopolistas de bajar los
precios de los productos exportables del litoral; y como
negra consecuencia, la ruina de las rentas de aduana y
del capital usurario que pasaría a la-simple quiebra, re-
pleto de papeles aguados.
En las Provincias Unidas del Río de la Plata no ca-
bían Buenos Aires y la Banda Oriental. El gran capital
intermediario y usurario porteño decidió mutilar la joven

24
nación soberana y expulsar a la Banda Oriental de su se-
no. Pueyrredón y Manuel J. Garcia la ofrecieron a Por-
tugal.
El frente federal por su parte- consistía en una hete-
rogénea mezcla de provincias vinculadas en distinta for-
ma al desarrollo de las fuerzas productivas y a las formas
adelantadas de producción: sin extendernos demasiado
recordaremos la muy conocida diferencia entre una Cór-
doba preocupada particularmente por su posición inter-
médiaria del comercio interior, dirigida por las clases
propietarias y comerciantes, pasando por las provincias
del litoral donde los grandes estancieros eran los que
marcaban la política y finalizando en la Banda Oriental,
donde la revolución agraria artiguista despedazaba los
grandes latifundios y los repartía entre las masas patrio-
tas pobres. Estaba claro que la potencia revolucionaria
del federalismo estaba vinculada a un, camino dado de,
la revolución: al de su dirección por la Banda Oriental
y a un resultado dado: el del triunfo y aplastamiento del
foco contrarrevolucionario porteño, con la Banda Orien-
tal a la cabeza.
Si no se triunfaba sobre Buenos Aires, en. forma ab-
soluta y terminante, la vía previsible sería el frácciona-
lismo provincial, que alentaría las tendencias atrasadas
y feudales que tenían un amplio lugar en el frente fede-
ral; si no se triunfaba con la Banda Oriental a la cabe-
za, el tono radical y revolucionario, democrático y mo-
derno del federalismo fracasaría y se convertiría en su
contrario.
La nefasta política directoria) porteña produjo el
doble resultado de entregar la Banda Oriental al domi-
nio portugués y el de sumir a la Argentina en la vía de
su peor desarrollo. En medio de la iniquidad de este
programa, no se puede menos que seííalar la inteligen-
cia de la estrategia porteña. Una Banda Oriental "cispla-
tina" no solo liquidaba los obstáculos al monopolio por.

25
teño, sino que debilitaba la sólida base jacobina de la
revolución federal. Las provincias del litoral e interiores
sin la dirección revolucionaria de la provincia radical
antilatifundista transformaron la batalla de Cepeda (don-
de grandes estancieros orientales como los hermanos Ori-
be, Bauzá, Pagola, ete., lucharon contra las fuerzas arti-
guistas) y la entrada en Buenos Aires, de aquello que
pudo ser, el camino revolucionario del federalismo de-
mocrático nacional y unificador, en su contrario, disgre-
gador de la nación, antidemocrático y no menos distra-
ído y olvidado de la revolución liberadora contra el
enemigo español.
En ese año de 1820, murió el carácter revoluciona-
rio del federalismo y se cerró el ciclo de la revolución
de mayo. En ese año pudieron llamarse "federalismo"
los intereses coincidentes contrarrevolucionarios de las
"soberanías" provinciales, que eran la muerte de la na-
ción, de aquella "patria grande" que soñaron Moreno y
Artigas. El triunfo "federal" se limitó a repetir la "con-
trarrevolución" unitaria porteña: "¡Nada de nación!
¡Basta de revolución)".
Mitristas y revísionistas aplauden en esencia el fra-
caso de la Revolución de Mayo.

La Revolución Oriental ante la Revolución de Mayo.


Producida la Revolución de Mayo en Buenos Aires
la Banda Oriental a cuyas autoridades y Cabildos se pi-
diera reconocimiento, debió pronunciarse al respecto.
En Montevideo, residencia de los grandes comer-
ciantes, saladeristas y estancieros, y Apostadero de la
Marina de Guerra del Sur del Continente, luego de un
forcejeo de las fuerzas criollas, la definición iba a ser
finalmente contraria al reconocimiento, convirtiéndose
esta ciudad en el foco de resistencia españolista en el
Plata hasta 1814.

26
Gravitó en tal evento en lo fundamental la conjun-
ción de dos factores: por un lado la existencia de una
fuerza militar poderosa, s:n arraigo en la Colonia y cuyo
destino dependía de la Madre Patria; por otro, la mayor
coherencia del grupo españolista integrado por los gran-
des comerciantes, que pese ,a matices, se mostraron rea-
cios a aceptar al nuevo gobierno bonaerense. Este grupo
integrado por los Magariños, Batlle y Carreó, Salvañach,
Vilardebó, Gestal, Illa, San Vicente, Chopitea, Berro y
Errazquin, Camusso, Sáenz de la Maza, Agell, de las
Carreras, Gallego, Ferrer, etc., sin perjuicio de practi-
car las consignaciones de extranjeros y el tráfico de es-
clavos, tenía en lo esencial su interés vinculado a Es-
paña, (en 1809 en que se reinicia el comercio con Es-
paña se exportaron hacia ella 534.949 cueros, cantidad
muy baja si se tiene en cuenta que prácticamente en
1803 no se habían exportado, pero que volvía a anudar
intereses). Entre ellos se encontraban los que en 1806•
al decir de Vilardebó habían enviado memorial al Rey
solicitando el cese de comercio con neutrales, y que con-
tenía Veinte y dos firmas... porque como se hablaba
con claridad quizá no hubiera gustado a algunos su lec-
tura y por eso nos contentamos con que lo supieran
pocos.
Se encontraban asimismo conocidos contrabandistas
como Berro y Errasquin por ejemplo.
Pese a cierta posible diferenciación, el comercio
montevideano se había pronunciado reiteradamente con-
tra el comercio con neutrales. Tal lo que se desprende
de los siguientes documentos: nota ya expresada en 1806;
diversas representaciones del mismo año al Virrey y al
Cabildo; oficio del Cabildo a Cisneros inmediatamente
de su llegada a puerto (1809); opinión expresada en
ocasión de la solicitud de la fragata inglesa Ethelred
para desembarcar su carga; oficio rebatiendo la Repre-
sentación de los hacendados, en la que luego de fusti-

27
garse el comercio con los ingleses se limita a pedir me-
didas que garanticen el comercio con La Habana; inter-
vención de Salvañach en la junta de Comercio celebra-
da en Montevideo el 23 de marzo de 1910, en la cual,
luego de denunciar la competencia extranjera, reclama
"la mrís exacta observancia de nuestras leyes°.
Verdad es que a medida que el comercio libre se
desarrolló sobre todo luego del decreto de Cisneros de
6 de noviembre de 1809, la resistencia se centró sobre
todo en exigir el estricto cumplimiento de sus cláusulas
y especialmente en reclamar para los grandes importa-
dores el monopolio de las consignaciones y la expulsión
de los comerciantes extranjeros. Tal lo planteado por la
Junta de Comerciantes reunida en 1811.
El gran comerciante iba siendo desplazado bien
por la negociación directa de los extranjeros, bien utili
zando los servicios de españoles venidos de los puertos
ingleses o bien de minoristas. En esta ocasión se regla-
mentó el decreto antedicho, para asegurar a éstos la in-
termediación en Montevideo.
Este grupo de grandes comerciantes, que domina
dentro del gremio. independientemente de los matices
existentes entre ellos, se reunió firmemente en torno a
las autoridades españolas.
Factor decisivo en sus actitudes fue de manera
principalísima la tradicional rivalidad con Buenos Aires,
en la cual Montevideo contó, en general, con la protec-
ción de las autoridades peninsulares, tanto más efectiva
luego que la Misión Herrera-Pérez Balbás había obte-
nido la satisfacción de algunas de sus más caras aspi-
raciones. Plegarse a la junta de Mayo podía significar
en alguna medida quedar en manos de los grupos co-
merciales bonaerenses, ver liquidado el papel interme-
diario del comercio montevideano no solo en relación
a Buenos Aires sino inclusive a los territorios del Pací-
fico si la unidad política del imperio español se fractu-

28
raba. Todo esto coayuvaba a la decisión de Montevideo
de no adherir al movimiento revolucionario iniciado en
Buenos Aires. Producida ya la ruptura, la lucha de puer-
tos durante el año 10 se agudizará aún más, especial-
mente en virtud de las disposiciones de la junta de Ma-
yo que obligaban a pagar impuestos en Buenos Aires ,a
las mercaderías descargadas en Montevideo y al bloqueo
que las autoridades montevideanas impusieron a la ex-
capital del Virreinato.
Aparte de la oposición de intereses que enfrentaba
al comercio interior con los importadores y exportado-
res, por lo menos una parte de aquél se siente lesionado
por la concurrencia de comerciantes extranjeros que no
sólo venden al por mayor, sino que también procuran
vender al menudeo, como lo expresa una representación
de los almaceneros de Montevideo .dirigida al Goberna-
dor suscrita el 3 de octubre de 1808.
Otro sector perjudicado por el comercio libre fue
el de los artesanos, lo que objetivamente tendía a Com-
prometerlos en el mantenimiento del régimen español.
En efecto, en 1823, recordando las consecuencias del
comercio con los ingleses, dirán los artesanos que al re-
tirarse aquellos de esta plaza llevaban espuelas, lazos.
ponchos y aun bolas para modelos, pues bien pronto
vino que-la fábrica de nuestros exquisitos ponchos ba-
landranes estuvo en grande riesgo de arruinarse por la
concurrencia de los ingleses en buques norteamericanos
que aunque muy inferiores en la tela, eran decolores
más vistosos y sobre todo de un valor medio al de los
del país.
En la posición de los saladeristas pesaban distintos
intereses. Mientras por un lado la necesidad de mantener
el mercado cubano para el tasajo de la Banda Oriental
los hacía proclives a plegarse al sostenimiento del colo-
niaje español, por otro lado, una imperiosa necesidad
de exportar en cualesquiera barcos -españoles o de la

29
bandera que fuese- les impelía a liberarse del monopolio
de los navieros peninsulares o avecindados en Montevi-
deo -generalmente grandes comerciantes-. Estos con-
trapuestos intereses pesan de manera distinta en las su-
cesivas etapas de la evolución de la situación político-
militar, y cuando el dominio de la campaña por las fuer-
zas patriotas deviene un fenómeno irreversible, junto al
hecho dé la existencia de los establecimientos saladeri-
les en extramuros y a que su materia prima sólo podía
venir del interior, este grupo se impulsará cada vez más
hacia un acomodamiento a las nuevas condiciones, agre-
gando un nuevo factor explosivo dentro de las murallas
de la ciudad sitiada. La contradicción entre sáladeristas
y navieros adquiere particular virulencia en 1812.. No
hay que olvidar, de paso. que en general los saladeris-
tas no se concretaban exclusivamente a esa sola función
económica, sino que muchas veces reunían otras activi-
dades con sus intereses respectivos.
Dentro de este grupo, entonces, se dan actitudes
variadas que van desde la cerrada posición españolista
de Mateo Magariños y Miguel Antonio Vilardebó, pa-
sando por la dudosa situación de Antonio Pereira y Juan
José Durán, hasta la franca adhesión a la Revolución
por parte de Ramón de Cáceres y Pedro Casavalle, por
ejemplo.
Dentro de Montevideo residía también el grueso de
los grandes estancieros y latifundistas. Una parte de
ellos se mantuvo fiel,a la Regencia, pese a que en su
conjunto la clase de los hacendados formó filas en la Re-
volución. Más adelante se verá esto con más detalle.
Los sectores trabajadores de la población no influ-
yeron de manera decisiva en el pronunciamiento de Mon-
tevideo. A1 presentar características diferentes a las de
las clases modernas, divididos entre libres y esclavos, el
atraso de las formas de producción y la falta de homo-
geneidad les impidieron formar una masa cohesionada, y

30
su distinta condición jurídica obstaba a que todos los
trabajadores tuvieran una conciencia independiente co-
mo grupo social. ,
Los trabajadores libres de los saladeros, al decir de
Bauzá, se incorporaron a la Revolución.
Los esclavos y los negros libres -que constituían sin
duda buena parte de los trabajadores libres-, en 1803
-en que según el Cabildo los negrós formaban la mayo-
ría de la población montevideana-, fuertemente conmo-
vidos por las ideas de la Revolución Francesa, trasmitidas
por los tripulantes de esa nacionalidad, demostraron una
enorme rebeldía que llegó hasta cierta concepción utó-
pica que intentó llevar a cabo un grupo de ellos al pla-
near la huida hacia los montes del Río Negro para formar
un república de hombres libres, movimiento que fue
cruentamente reprimido. A1 estallar la Revolución de
1811, los que eran propiedad de los patriotas se incor-
poraron bajo las órdenes de éstos al movimiento, y los
que pertenecian a los españolistas en gran cantidad fu-
garon de sus amos para incorporarse a los ejércitos in-,
surrectos, obteniendo por este medio su libertad.
A esta ubicación de los individuos en relación a las
clases que integraban, se superpone la influencia del sen-
timiento nacional y de los elementos políticos e ideoló-
gicos, ya mencionados en general. El sentimiento nacional
desempeñó un gran papel en una ciudad con gran pobla-
ción de reciente asentamiento, y en que la mayoría de
los habitantes blancos eran españoles. Recíprocamente, el
sentimiento criollo anti-español trabajaba hacia la for-
mación en Montevideo de un foco de resistencia a las
autoridades. El jefe del Apostadero Naval, Salazar, ex-
presaba en diciembre de 1810: El odio de los Criollos
amantes de la independencia contra el Europeo es inde-
cible, ha¡ muchos hijos que viviendo en la misma casa
con sus Padres españoles, no les ven ni les hablan y les

31
dicen frecuentemente q.e darían la vida por .sacarse la
sangre española que circula en sus venas.
Existió un grupo que según el historiador Pivel De-
voto osciló entre adherir a la junta de Mayo o formar
una junta propia.
Agustín Berazza individualiza este foco de resisten-
cia, por otra parte muy heterogéneo y vacilante, con un
grupo- de letrados, sacerdotes, militares y comerciantes,
tan notorio como Nicolás de Herrera, Lucas Obes, Pedro
Feliciano Sáenz de Cavia, Francisco Juanicó, Manuel Ar-
gerich, Antonio Arraga, Juan Trápani, Antonio Pereira,
Mateo Vidal, Martín Lasala, Gregorio y Jerónimo Pío
Vianqui, José Revuelta, Bruno Méndez, Luis Balbín de
Vallejo, Bernardo Bonavía, Prudencio Murguiondo, Dr.
Manuel Pérez Castellano, Juan José Ortiz y los miembros
de la Orden de San Francisco. Este grupo fue débil y
finalmente sofocado, y algunos de sus integrantes man-
tuvieron una posición equivoca en los años posteriores.
De todos modos, la situación en Montevideo no estu-
vo determinada por el libre juego de las fuerzas internas,
sino que la intervención de la marina española, sofocando
el intento insurreccional de Murguiondo y Vallejo en
julio de 1810, influyó decisivamente para que Montevi-
deo permaneciera bajo el poder español hasta 1814.

El levantamiento de la campaña

La Revolución Oriental se inicia en febrero de 1811


en la campaña: el proceso cumplido comprendía el aca-
tamiento a la Junta de Mayo al comienzo de su gestión y
su posterior desconocimiento por los pueblos del interior,
conocida que fue la resistencia de Montevideo a acatar
su autoridad. Maldonado, a quien la junta concediera la
habilitación del puerto y con rivalidades hacia Monte-
video del tipo de las que enfrentaban a ésta con Buenos

32
Aires, fue quien resistió más la autoridad de Montevi-
deo, que ésta extendió a todos los territorios de la Banda
Oriental.
Durante el resto de 1810 y a comienzos de 1811 se
gestó -merced a la acción de los sectores revoluciona-
rios ya con anterioridad existentes y a la acción de la'
Junta, prevista por el Plan de Operaciones atribuido a
Moreno-, la insurrección que estallaría en febrero.
Entre los hacendados de la campaña y los comer-
ciantes locales. a los que se adjuntaron los curas de
pueblo, las peonadas, gauchos y poco después indios
charrúas, existían condiciones. mucho más favorables,
para la revolución.
Indudablemente los hacendados habían roto con las
autoridades españolas: las contradicciones en torno al
problema del mercado -suscribieron la "Representación
de los Hacendados =; la incapacidad de las autoridades
españolas para resolver los problemas de la campaña du-
rante más de veinte años y la posterior adopción de dis-
posiciones que hacían recaer sobre éstos la financiación
de todo el plan de "arreglo", que hábilmente explotada
'por los grandes hacendados determinara el "pronuncia-
miento" de 1805 y las posteriores medidas compulsivas
de Sobremonte; la incapacidad de las autoridades para
asegurar siquiera la seguridad de la frontera y la tran-
quilidad de la campaña luego de 1807, eran-razones de
importancia esencial para esto. Los conflictos de intereses
enfrentaban en su conjunto a la clase de los hacendados
con los grandes comerciantes monopolistas montevidea-
nos reguladores de la comercialización. de los frutos y
efectos, que desde Montevideo apoyaban a la regencia.
Los comerciantes de los pueblos y los propios hacen-
dados -en especial los grandes- eran quienes monopo-
lizaban el tráfico interior: Era rara la gran estancia que
no tuviese una pulpería donde se compraba o cambiaba

33
por productos los cueros a los pequeños hacendados de
los alrededores y a los gauchos.
También en esta calidad enfrentaban económica-
mente al monopolio español y a los grandes comerciantes
de Montevideo.
Los hacendados en su conjunto tenían, pues, una
disposición contraria a las autoridades españolas. No
constituyendo los hacendados una clase homogénea, su
actitud contraria al régimen español variaba según las
distintas capas y su relación jurídica con la tierra. Los
grandes estancieros, por ejemplo, resistían las tibias dis-
posiciones oficiales en favor de algunos pueblos (como
San José y Santa Lucía) que lesionaban los intereses dé
latifundistas como los Durán De la Cuadra y Mitre, o las
medidas tomadas en favor de poseedores sin título. A la
vez, el Reglamento de 1805 (que obligaba a pagar la
tierra y limitaba la extensión de las estancias) levantaba
la resistencia de los grandes poseedores, quienes arrastra-
ban en esa actitud a los medianos y pequeños ocupantes,
que tampoco querían pagar la tierra.
Todos estos sectores, por otra parte, estaban descon-
formes por la lentitud de las autoridades en la "limpieza
de ocupantes" de sus campos.
Pero a la vez había grandes masas de ocupantes de
tierras que se enfrentaban con la crueldad de una legis-
lación que no les garantizaba el acceso a la tierra y que
los dejaba en plazo más o menos cercano, a merced del
propietario o poseedor más poderoso que podía obtener
un mandato judicial para desalojarlos, cuando no lograba
hacerlo, por sus propias fuerzas.
Situación similar existía entre los agricultores, con
dificultades para comercializar sus frutos y en manos de
los usureros, y para colmo de males asfixiados en las cer-
canías de los pueblos rodeados por el latifundio, o poi
el arrendamiento pago al gran estanciero.

34
En cuanto a los sectores más desamparados de la
población: peones, gauchos, indios, negros; etc., la revo-
lución significaba para ellos la lucha contra la injusticia,
contra la opresión, que seguramente identificaban con
el régimen existente, sin que, por su propio atraso y mise-
ria, estuvieran en condiciones de formular un programa
propio v mucho menos gravitar en la orientación o con-
ducción del movimiento. Estos sectores que participaron
tras sus 'amos -como en el caso de esclavos de españo-
les- y que constituyeron el grueso de las fuerzas revo-
lucionarias, no dirigieron la revolución, pero murieron
por ella. ,
Cabe señalar la importancia fundamental que en la
gestación del movimiento correspondió a los estancieros
bonaerenses, poseedores de grandes extensiones en el Li-
toral. Los Azcuénaga (Soriano), Belgrano (ligado a los
Espinosa de Soriano y Dargain en el actual Salto), Milá
de la Roca (español que actúa en favor del gobierno
bonaerense con tierras en Paysandú); Isidro Barrera
(Paysandú); Manuel del Cerro (Paysandú); Martín Ro-
driguez (actual Artigas) y Diaz Vélez (Paysandú); Mar-
tínez de Haedo (Río Negro); Arroyo y Pinedo (Colo-
nia); Alagón, Correa Morales, Camacho y Larravide
(Colonia); etc. Para ellos era esencial incorporar la
Banda Oriental a la revolución.
En cambio un importante sector de latifundistas y
grandes y medianos estancieros, en razón de su vincu-
lación a las autoridades españolas, al comercio mono-
polista, o en virtud de su nacionalidad, se opusieron a
la revolución. Entre ellos baste señalar por vía de ejem-
plo a los Viana Acucarro, Salvañach, Juan de Almagro,
Mateo Magariños, J. X. Echenique, Benito Chain, Pe-
dro Manuel Carcía, Félix .Sáenz, los Albín, Villalba,
Juan de Arce, Juan A. Bustillos, Bernabé Algorta, Juan
Carcía de Zúñiga -aunque su hijo Tomás se incorpo-
ró en 1811-.

35
Se encuentran en el núcleo inicial de la revolución
de 1811 pequeños hacendados como Baltasar Ojeda, Blas
Basualdo e Hilario Pintos (que recibieron tierras de
manos de Artigas en los repartos de 1808); Francisco
Antonio Bustamante, Mariano Chávez, Pedro, Pablo y
Santiago Cadea, Paulino Pimienta y los hermanos y pri-
mos de Artigas, así como Lavalleja (hijo de un peque-
ño hacendado y comerciante de Minas); Félix y Fruc-
tuoso Rivera (el primero era reclamante de tierras en
la fundación del Carmen, y ambos eran hijos del hacen-
dado rico Pedro Perafán de la Rivera, aunque sus tie-
rras aumentaron con la acción política de Fructuoso);
Lucas y Bartolomé Quinteros (hijo de un medianero de
los Durán de la Cuadra); Baltasar y Marcos Vargas
(ocupantes de tierras de Porongos y en conflicto el pri-
mero, junto con Félix Rivera, por las tierras del Car-
men); hijos de hacendados ricos como Faustino Texera
y hacendados relativamente importantes como Tomás
Paredes, los del Cerro (participantes en la conspiración
de Casablanca de fines de 1810), Otorgués y Laguna
(hacendados acomodados en el norte del Río Negro),
los Suárez (don Bernardo, gran estanciero en Cerro Lar-
go; y joaquín, estanciero acomodado en Canelones); hi-
jos de grandes hacendados como Gabriel Antonio Pe-
reira y Tomás García de Zúñiga, y poderosos estancie-
ros como Pedro Celestino Bauzá.

Bajo la dirección del grupo de pequeños y medios


propietarios y poseedores, con un sector de grandes es-
tancieros y con la participación de los agricultores de
los pueblos y ciudades, junto con los comerciantes de
los pueblos y ciudades y seguido por las grandes masas
de peones, gauchos, indios y negros escapados a los
españoles -una vez iniciada la insurrección- que for-
maron el grueso de las fuerzas revolucionarias, se for-
jaron los ejércitos de 1811.

36
Las disposiciones del gobierno montevideano
Ha tenido singular éxito en nuestra historiografía
la tesis del historiador Pivel Devoto que atribuye papel
decisivo en el pronunciamiento de la campaña a las
sucesivas decisiones de Joaquín de Soria -agostó 24 de
1810-, y de Gaspar de Vigodet, -20 de octubre- que
establecían el pago perentorio por parte de los posee-
dores de los campos que carecían de títulos. A estas dis-
posiciones se agregaron donativos de toda índole, más
o menos voluntarios, sumamente pesados y muy resis-
tidos.
Creyendo que la resistencia al coloniaje tiene ade-
más raíces más profundas, emanadas de la aguda sítua-
ción que padecían los pobladores de la campaña, que
la metrópolis era incapaz de solucionar y teniendo en
cuenta el hecho ya expresado de serla clase de los'ha-
cendados la portadora esencial de los reclamos del libre
comercio en la Banda Oriental, entendemos que su gra-
vitación es indudable.
Hay que tener presente la resistencia que al pago
de las tierras se opusiera en 1805, -cuando Sobremon-
te intentó aplicar su reglamento -por importantes sec-
tores de latifundistas, grandes, medianos y pequeños ha-
cendados.
El problema era ahora aún más agudo, puesto que
al aplicarse la disposición fueron nuevamente tasadas
todas las tierras sobre las que no existía título de pro-
piedad. Salvo un núcleo relativamente pequeño: pobla-
dores de Montevideo y algún que otro adquirente que
perfeccionara su título, todos"los hacendados restantes;
que constituían la mayoría absoluta, debían pagar por
sus tierras, incluso los que las obtuvieron por concesión
de Pérez del Puerto (Maldonado, parte de Minas y Ro-
cha), de Agustín de la Rosa y demás comandantes de
Cerro Largo, por concesiones del Cabildo de Santo Do-

37
mingo, de Viana„de los comandantes de Belén y de Ar-
tigas.
A esto se agregaba la arbitrariedad con que la dis-
posición fue aplicada. A estar a lo expresado por Ramón
de Cáceres (hijo) en 1831 al explicar la carencia de tí-
tulos de su propiedad en el Clara: Esto seiba a practicar
en el año 1811, tiempo en que la zona de los españoles
sehabía desplegado contra los americanos que aspira-
ban ala Independencia y libertad desu país. Mi finado
Padre estaba en este número; y procurando hostilizarlo
por todos los medios, sobreponiéndose a la tasación le-
gal, que se había practicado, y... subieron los regula-
dores a la cantidad de mil pesos que mi padre resistió
justamente pagar...". ,
Se habría aplicado la disposición con criterio polí-
tico, perjudicando esencialmente a los conocidos par-
tidarios de la revolución.
La verdad es que algunos partidarios de Montevi-
deo como Rafael Maldonado, que intentaba hacerse due-
ño de las tierras entre el Don Esteban y Flores, que
reiteradamente había sido rechazado en este intento por
las autoridades, obtiene ahora el derecho -a mensurar
dichos campos. Esta resolución debió atemorizar a quie-
nes no contaban con la protección de las autoridades
en esa zona tan poblada entonces.
Igual caso se presenta con los vecinos del partido
de Garzón a quienes desde tiempo atrás intentaba desa-
lojar Juan de Uriarte, gran latifundista que ocupaba
prácticamente todo cl norte del actual departamento de
Rocha y en favor del cual fallarán las autoridades mon-
tevideanas.
Un caso más resonante es el que se provoca por la
autorización otorgada por las autoridades de Montevi-
deo a Feliciano Correa para mensurar los campos donde
se estaba levantando el pueblo del Carmen entre Molles

38
y Tala en el actual Durazno y entre cuyos vecinos figu-
ran tan importantes participantes de la Revolución como
Félix Rivera, Pedro Amigó, luan Pablo Laguna, etc.
No obstante hay también que tener presente que
entre quienes compusieron en esta oportunidad (descon-
tamos el desagrado con que lo hubieran efectuado) fi-
guran el propio Artigas, Faustino Tejera, Paulino Pimien-
ta, etc.
A1 tomar una medida desde antes antipopular, al
aumentar la inquietud de los sectores menos privilegia-
dos de los ocupantes, al aplicarse con criterio político y
al resultar una carga sensible para los hacendados se
la
contribuyó seguramente a decidir el levantamiento z de .
campaña.

39
LA REVOLUCIONEN LA BANDA ORIENTAL

1.BREVE RESEÑA DEL CICLO ARTIGUISTA


Describiendo el comienzo de la revolución, en el
conocido oficio del 7 de diciembre de 1811 a la junta
del Paraguay, recordaba Artigas la "admirable alarma°:
no eran los paisanos sueltos, ni aquellos que debían su
existencia a su jornal o sueldo, los solos que se movían;
vecinos establecidos, poseedores de buena suerte y de
todas las comodidades que ofrece este suelo, eran los
que se convertían repentinamente en soldados,~los que
abandonaban sus intereses...
Estos "vecinos establecidos" estaban integrados por
el grueso de los pequeños y medios hacendados crio-
llos y un núcleo de grandes hacendados orientales y,por-
teños. A esta composición de las clases dirigentes, se
agrega la de quienes constituyeron el grueso del ejérci-
to patriota: peones, gauchos, áegros esclavos bajo la di-
rección de sus amos, negros libres y aquellos que pasa-
ban a serlo por haber fugado de su amo español y por
último grupos cada vez más considerables de indios sal-
vajes.
En seguida del triunfo de Las Piedras, un fuerte nú-
cleo de comerciantes, saladeristas, estancieros y letrados
criollos y españoles, al ser expulsados por Elío de Mon-
tevideo, se incorpora a la revolución.
La primera fractura de este agrupamiento se pro-
duce cuando en Octubre de 1811, Buenos Aires concier-
ta con Elío el armisticio por el cual quedaba en poder

40
de los españoles el territorio de la Banda Oriental a cam-
bio del levantamiento del bloqueo de Buenos Aires.
Creóse así la primera secesión entre las fuerzas orienta-
les y el poder porteño, junto al cual permanecieron,
naturalmente, los hacendados residentes en Buenos Ai-
res o vinculados a su giro (particularmente en el litoral)
y un núcleo de orientales que marchó con Rondeau a
Buenos Aires. Artigas, convertido en jefe no solo mili-
tar sino político, representa en estas horas los intereses
generales de la población patriota de la Banda Oriental.
Se produce entonces el éxodo en el cual marcha una
parte importante de la población patriota. No obstante;
un sector de aquellos que habían acompañado a la. re-
volución permanece en la Banda Oriental. Entre ellos
Tomás Carcía de Zúñiga, Manuel Martínez de Haedo
(que debió abandonar sus posesiones por la ulterior per-
secución portuguesa), Juan María Pérez, etc., permane-
cen bajo la ocupación española.
Durante el éxodo se agudizan los conflictos en-
tre Artigas y el gobierno de Buenos Aires representado
fundamentalmente por Sarratea. Este logra escindir las
fuerzas artiguistas y atraerse a importantes jefes arti-
guistas como los hermanos Santiago y Ventura Vázquez,
los Vargas, Valdenegro,. Pintos Carneiro, etc.
En esta época, en la que se producen las vincula-
ciones de Artigas con el litoral y el Paraguay, Artigas
logra la adhesión de los guaraníes que constituirán en el
futuro un baluarte de la revolución.
A su vez durante el períodode dominio del gobier-
no de Montevideo sobre toda la Banda Oriental se pro-
ducirá una agudización de los conflictos entre los hacen-
dados y saladeristas por un lado y los propietarios de
barcos por el otro, (conflictos relatados en diversas ac-
tas de juntas de comerciantes y navieros y de saladeris-
tas y hacendados) y qué seguramente influirá para que

41
algunos de estos últimos que permanecieron en Monte-
video durante el primer sitio, se incorporen durante el
segundo a las fuerzas patriotas. El ejemplo más conoci-
do al respecto es el de Juan José Durán, una de las po-
tencias económicas de la época.
El grupo de grandes y medianos hacendados, de
comerciantes y letrados que participan en el segundo
sitio de Montevideo, adoptará una actitud conciliadora
en los conflictos entre Artigas y el gobierno de Buenos
Aires. En lo fundamental este grupo será quien propor-
cionará los dirigentes de las primeras formas autónomas
de gobierno de la provincia. Sus nombres los encontra-
mos en las actas del Congreso de Abril, integrando el
Gobierno Económico de Canelones y también en el Con-
greso de Capilla Maciel. Si bien estaban interesados en
la obtención de la autonomía ante Buenos Aires, lo esta-
ban igualmente en conseguir la rápida derrota del go-
bierno español y en impedir toda guerra entre las fuer-
zas artiguistas y las de Buenos Aires. El levantamiento
de la Banda Oriental de 1811, el primer sitio de Monte-
video y la subsiguiente invasión portuguesa habían cas=
tigado enormemente sus intereses. En algunos casos por
el mantenimiento de los ejércitos, en otros casos por el
arreo sistemático de ganados de los portugueses hacia
Río Grande.
La fuerza más adicta a Artigas estaba en el ejército,
en la mayoría de la oficialidad y sobre todo en la masa
de los soldados patriotas. La oficialidad artiguista en lo
fundamental había surgido de los pequeños y medios
hacendados y la masa del ejército la constituían las peo-
nadas, los gauchos, indios y negros libres.
Luego de la retirada de Artigas del sitio (enero de
1814), aquel grupo conciliador permanecerá en buena
parte ligado a las fuerzas de Buenos Aires. Es para ace-
lerar y consolidar este deslinde de fuerzas, que luego de
la batalla de Marmarajá, Alvear decreta la confiscación

42
de las propiedades de todos los que apoyen a Artigas.
El dominio porteño sobre la plaza de Montevideo
de los últimos meses del año 14 y principio del 15, se
tradujo en una política confiscatoria sobre los españoles,
con muchos de los cuales estaban vinculados los secto-
res más poderosos de los patriotas; el férreo dominio. fiel
grupo alvearista que limitó la autonomía de los orien-
tales, sin duda llevó a una parte de este sector a aceptar
con relativo buen grado el advenimiento del poder arti-
guista.
Cuando en 1815 se establece el poder artiguista so-
bre toda la Banda Oriental, Montevideo, donde radi-
caban los núcleos dé comerciantes, grandes hacendados,
letrados, etc., constituía un sector heterogéneo en el que
convivían los españolistas que no habían emigrado, los
que. habían colaborado con el gobierno porteño y algu-
nos más decididos partidarios del artiguismo.
Este año conoce la relativa desaparición de las di-
ferencias con el gobierno de Buenos Aires, y al mismo
tiempo el de la reaparición del peligro español expre-
sada en la anunciada expedición al Río de la Plata. Se
presenta como un año de paz, de ahí que la preócupa-
ción de las fuerzas patriotas esté dirigida en un doble
plano. Ante la pavorosa situación de destrucción de las
fuerzas económicas, se buscará reorganizar y alentar el
comercio v la producción ganadera. Asimismo Artigas
intentará fortalecer el agrupamiento de las fuerzas polí-
ticas de la Provincia, lo que se expresa -fundamentálmen-
te en la creación del Cabildo Gobernador y en las atri-
buciones que se le conceden.
Esta tendencia a reorganizar la vida económica y
política de la provincia se despliega en un cuadro de
grandes contradicciones entre Artigas y el Cabildo, en
torno a la política de Artigas_ en relación a los enemigos
de la revolución, que determinan numerosas páginas de
correspondencia de tono severo y basta amenazante. E1

13
conflicto también se plantea con un grupo de integran-
tes de la junta de Vigilancia y del Tribunal de Propie-
dades Extrañas, seguramente en razón de que éstos uti-
lizan las confiscaciones a los enemigos como medio de
acrecer su fortuna personal.
El Reglamento de 10 de setiembre sobre todo a me-
dida que se va procesando su aplicación va a provocar
resistencias de parte de estas fuerzas. Tal lo que expre-
sarán Larrañaga y Guerra de la actitud-del Cabildo.
Paralelamente a los rozamientos con estos sectores
se afianzan las relaciones de Artigas con las capas más
humildes de la población, que constituyen el núcleo esen-
cial de sus fuerzas. El artículo 6° del Reglamento expre-
sa la preocupación de Artigas por esas capas sociales:
procura incorporarlos a la producción y a la vida civili-
zada. Esto marca una notable diferencia con otros cau-
dillos que integraron sus huestes con estos sectores, pero
que de ninguna manera intentaron fijarlos a la tierra
transformando su condición. Artigas recogía de esta ma-
nera la tradición reformista más avanzada, que iba desde
Sagasti a Azara, pero recogía además su propia experien-
cia del papel que estos sectores podían jugar en el pro-
ceso revolucionario.
Además del artículo 6° está la peculiar preocupa-
ción de Artigas por las masas indígenas, magníficamente
estudiada por el profesor Petit Muñoz. Su preocupación
por los charrúas, por los indios guaycurúes y abipones
que da lugar a la notable correspondencia con el- Go-
bernador de Corrientes en la que recuerda que los indios
tienen el principal derecho, su intento de colonizar la
zona del Uruguay con estos indios chaqueños, buscan-
do de esta manera el aumento de la población, q.e es el
principio de todos los bienes, las disposiciones adopta-
das en relación a los guaraníes, que constituyeron una
fuerza esencial de sus ejércitos, para que formaran sus
propios gobiernos y considerando a sus diputados en pie

44
de igualdad con los de las demás provincias, conforman
toda una política revolucionaria que por cierto no iba
a ser practicada luego de obtenida la independencia en
ningún lugar de América. Basta recordar la triste expe-
riencia de la colonia Bella Unión, el exterminio de los
charrúas y la venta posterior de los sobrevivientes bajo
el gobierno de Rivera.
La invasión portuguesa, la guerra que se prolonga
hasta el año 220 y la agudización de los conflictos con
Buenos Aires contribuirán a acentuar la polarización en
la Banda Oriental.
Las dificultades del comercio montevideano, produ-
cidas a raíz de la prohibición de Artigas de traficar con
los portugueses y Buenos Aíres, el creciente contenido
popular del movimiento artiguista y las dificultades que
aparejaba la guerra con Portugal decidieron a un sector
del Cabildo. a recibir bajo palio a Lecor y a solicitar de
éste la represión de quienes resistían la conquista. Lecor
supo atraer a su alrededor, facilitando el comercio, y
concediendo cargos y prebendas a esta heterogénea oli-
garquía, una españolista y la otra más o menos conse-
cuentemente partidaria del movimiento revolucionario.
Hombres como Juan José Durán, que había estado en
Montevideo durante el primer sitio, integrante del Con-
greso de Abril y electo para el Gobierno Económico de
Canelones, miembro del Gobierno Municipal elegido por
el Congreso de Capilla Maciel, Gobernador Intendente
durante la dominación porteña del año 14, miembro del
Cabildo Gobernador de 181& e integrante con Juan Fran-
cisco Giró de la misión que ante Pueyrredón abdicara
de los principios artiguistas y fuera repudiada por el
jefe de, lo! Orientales, pasarán a jugar un papel relevan-
te durante la dominación portuguesa. La resistencia de
la campaña, donde las depredaciones de la anterior in-
vasión portuguesa hacían temer -y efectivamente así su-
bedió- el saqueo del invasor, fue más tenaz y abarcó

45
inclusive a algunos sectores de grandes propietarios, por
lo menos en los primeros tiempos.
Las defecciones se produjeron no obstante a partir
de 1817 con el pasaje a Buenos Aires del Cuerpo de Liber-
tos y artillería (1), entre cuyos jefes se encontraban Bufi-
no Bauzá, Carlos San Vicente y los hermanos Oribe (par-
ticiparían luego contra las fuerzas artiguistas en Cepeda),
se acentúan desde 1818, en que se pasa a los portugueses
Tomás Garcia de Zúñiga. A1 temor de una política cada
vez más radicalizada del artiguismo, a las diferencias
en materia de táctica, se añadian sin duda el temor a la
destrucción de la riqueza ganadera cuya recuperación
se había iniciado en el año 15. En el año 19 el Cabildo
montevideano realizará la triste tarea de atraerse a los
pueblos del interior y a la oficialidad artiguista. Ya du-
rante el año 18 las dificultades, la miseria, hacían
presa de los ejércitos revolucionarios, sin que por esto
lograran doblegar su entusiasmo. Al decir del coronel
Ramón de Cáceres: Es muy justo recordar aquí la mi-
seria en que se hallaban cercados nuestros soldados y
al mismo tiempo su admirable constancia; el año 18 esta-
ba el ejército acampado en el Queguay, yo era ayudan-
te mayor de blandengues, el batallón tenía seiscientas
plazas, los soldados no más vestuario que un chiripacito
para cubrir las partes; las fornituras. las usaban a la raíz
de las carnes; el invierno fue riguroso, los soldados ama-
necían en sus ranchos haciendo fuego y cuando se toca-
ba diana, que era una hora antes del día, salían a fornwr
arrastrando cada uno un cuero de vaca para taparse, de
suerte que parecían unos pavos inflados en formación;
luego que aclaraba se pasaba lista y cuando se mandaba
retirar las compañías a sus cuarteles, quedaban tantos

- (1) La oficialidad de este cuerpo era la más desafec-


ta a Artigas, justamente porque por su extracción de clase de es-
tancieros ricos, se vio profundamente conmovida por la política
agraria artiguista.
46
cueros en la línea cuantos eran los hombres que habían
estado formados en ella; sin embargo estos hombres eran
tan constantes y tan entusiastas, que el que salvaba de
tan frecuentes derrotas procuraba luego a Artigas para
incorporarse y continuar en el servicio. Gloria eterna a
aquellos denodados patriotas!
2. ARTIGAS Y LA REVOLUCION AGRARIA

Situación de la campaña
Después de cuatro años de gtierra, el problema de
La tierra, una de las grandes contradicciones en el inte-
rior de la Banda Oriental, se planteaba con una enoríne
agudeza. La producción de la campaña estaba en gran
medida desorganizada; una gran parte de los hacenda-
dos enemigos del movimiento emancipador había emi-
grado; otros hacendados, particularmente los jóvenes, in-
tegraban las tropas revolucionarias, así como las peona-
das y el resto del campesinado, que constituyeron el.
grueso de esas fuerzas. La guerra había causado tremen-
dos estragos. En ocasión del Exodo se había practicado
la política de "tierra arrasada", destruyendo todo lo que
no podía llevarse aquel pueblo en marcha, en su épica
hazaña, para que no cayera en manos de los portugue-
ses, que invadían la Banda Oriental. A la acción depre-
datoria portuguesa se sumó entonces la siniestra de las
"Partidas Tranquilizadoras" españolas dirigidas por Be-
nito Chain, Albín, Sáenz y Larrobla. A1 abandono de
las estancias se agregaba el inmenso consumo de hacien-
das de unos ejércitos que no tenían servicio de abaste-
cimientos y que se proveían del ganado que encontra-
ban á su paso; por último, las divisiones militares del
Directorio de Buenos Aires habían caracterizado su con-
ducta por el saqueo sistemático, sin perdonar puertas,
ventanas ni techos de las casas de extramuros.
Dentro de las mismas filas patriotas habían surgido

47
partidas sueltas que practicaban la faena de corambres
por su cuenta. Aprovechándose de los ganados de los
emigrados españoles y porteños y molestando inclusive
las haciendas de los patriotas, lejos de propender a la
reorganización de la producción, no hacían otra cosa
que dilapidar la riqueza nacional. Algunos historiadores
y ensayistas, con un criterio ingenuamente populista
pretenden ver un tono revolucionario en esta actividad
"espontánea" de las partidas sueltas. Los hechos dicen,
por el contrario, que estas faenas de corambre se reali-
zaban por cuenta de aprovechados especuladores y co-
merciantes, tales como Pedro Pablo de la Sierra y otros.
De más está decir que en la Revolución la destruc-
ción que importa es la de las relaciones atrasadas de
producción y la de las estructuras políticas que las acom-
pañan. Una auténtica Revolución no se propone destruir
los bienes materiales, sino, por el contrarío, conservar-
los y propender a su aumento. Justamente la organiza-
ción de la producción y de su apropiación es el objetivo
hacia el cual se dirige la Revolución. Nuevamente la
dialéctica quiere que la "espontánea" y "libre" actividad
de las masas solo ayudase a enriquecer a la clase especu-
ladora que pugnaría a la postre por aplastar a las masas.
La política de Artigas fue en este caso como en otros
casos, de gran profundidad. Lejos de alentar la destruc-
ción de los, bienes materiales y la apropiación "a la li-
bre" de los ganados de los enemigos, declaró sobre estos
bienes el derecho de la Provincia en su conjunto. En
Artigas nunca se encontrará el afán de enriquecimiento
personal con el despojo de los enemigos ni la concesión
de privilegios a sus hombres de confianza. Tanto perse-
guía a los aprovechados comerciantes montevideanos
que especulaban a la baja de precios de los cueros que
financiaban la Revolución, como a aquellos de sus te-
nientes que intentaran hacer corambres para beneficio
personal, (Faustino Tejera, Lino Pérez, cte.).

48
Unido a este problema se encuentra el modo jaco-
bino con que Artigas financió la revolución popular. Los
ganados de los enemigos debida y regularmente comer-
cializados, fueron casi la única fuente de la Tesorería
revolucionaria, junto a los derechos de aduana. Mien-
tras el gobierno porteño y la segunda revolución de in-
dependencia oriental (1825-28), así comti los sucesivos
gobiernos independientes de ambas márgenes del Plata
organizaron el financiamiento de' las guerras revolucio-
cionarias o civiles con el oneroso expediente del prés-
tamo usurario, Artigas entendía que el costo de la Revo-
lución debía ser pagado por los enemigos de ella, del
sistema popular y, lo que es más importante que nadie
podría cobrar a la patria los mezquinos aportes en dine-
ro o en ganado que en uno u otro caso pudieran ofre-
cerse. También en este aspecto el camino artiguista di-
fería radicalmente del que aplicaron los gobiernos del
Uruguay independiente y que tanta sangre y riqueza
costara al país.
Obtenida la paz, el arreglo de la campaña irriplica-
ba la repoblación ganadera, la reorganización de los ro-
deos y todas las medidas conducentes al desarrollo de
la riqueza fundamental del país. Era un punto vital pa-
ra la suerte futura de la Provincia. El ganado constituya
la producción básica, el alimento de la población y de
-las tropas, y el cuero el único producto exportable, a
cambio del cual había que conseguir las armas.
Pero el "arreglo de la campaña" implicaba asimis-'
mo resolver la situación de la tierra en la Banda Orien-
tal. En primer lugar, era necesario dar destino a las tie-
rras de los emigrados, "malos europeos y peores ame-
ricanos", que no podían mantenerse improductivas y qué
constituian una importante extensión de la tierra ocu-
pada durante la colonia.
El problema era aún más complejo. porque había
que resolver la situación de numerosa población sin tie-

49
rra: los campesinos desalojados de la época colonial,
peones, arrendatarios, agregados, indígenas, gente toda
que 'había carecido de tierra durante la colonia y que
se había incorporado en masa a los ejércitos de la Revo-
lución, en repudio de un régimen que no contemplaba
sus necesidades.
El "arreglo de la campaña", entonces, iba a deter-
minar distintas posiciones según los intereses que repre-
sentaran quienes lo abordasen, e iba a convertirse en
un problema cardinal para la definición del sentido y la
orientación del movimiento que triunfara en 1815.
En torno a él se deslindarían posiciones bien defi-
nidas. Por un lado estaba el criterio de Artigas, sensible
a los intereses y a las necesidades de aquellos sectores
sociales más castigados bajo el régimen colonial, com-
prendiendo además que la satisfacción de sus necesida-
des primarias era la condición de mantenerlos en la lu-
cha activa en defensa de la Revolución y, particularmen-
te en el caso de la población nómada, ya de origen es-
pañol, ya de origen indígena, para asimilarlos a la vida
productiva y regular, constituyendo con ellos la base del
desarrollo futuro de la Provincia.
Por otro lado estaba el criterio de los grandes ha-
cendados, para quienes la independencia no implicaba
forzosamente una revolución ,sino que, liberados del
yugo español, consideraban alcanzados los objetivos del
movimiento. Lograda la separación nacional, pensaban
que había que poner orden en la campaña, garantizar
la propiedad, hacer respetar las marcas de ganado, pero
sin entrar en innovaciones -que alteraran el status social
que el movimiento emancipador 'había encontrado.
Antecedentes de una política agraria
No era ésta la primera oportunidad en que Artigas
repartía tierras. Ya lo había hecho bajo el régimen es-
pañol como ayudante de Azara en la colonización de
50
Batoví y como Comandante de la Campaña en 1808,
en la zona norte del país. Pero a partir de 1815, luego
de la derrota de Buenos Aires y de la ocupación de Mon-
tevideo, toma las primeras resoluciones de carácter ge-
neral y que por lo mismo van a tener trascendencia de
carácter social y politico, aún antes de que se dictara el
Reglamento de 10 de setiembre de 1815.
El 31 de julio de 1815, Fernando Otorgués, en ofi-
cio al Cabildo Gobernador de Montevideo, expresa:
Habiendo de repartir algunos terrenos de los pertene-
cientes a la Prov.a 6 a Europeos, entre aquellos hom-
bres laboriosos que quisieran cultivarlos para si, dán-
doles un n.o (de tierras) capaz de formar un buen esta-
blecimiento. tendrá V. S. la.. de hacerlo saber a esos
habitantes y circular este conocimiento a los pueblas,
p.a q.e noticiosos los que gusten disfrutar este beneficio
se dirijan al Cuartel General que debo fixar en el Frai-
le Muerto, y tenga de ese modo efecto las miras q.e mi
S.or Gral. se propone en esta medida y me recomienda.
Seguramente en virtud de esta autorización Otorgués
hace algunas adjudicaciones de tierras entre el arroyo
Garzón y José Ignacio, y Lavalleja en Colonia.
Vale decir, entonces, que ya antes de dictarse el
Reglamento, Artigas había autorizado a uno de sus jefes
militares a repartir tierras de la provincia o de los ene-
migos de la Revolución. Así lo comunica al Cabildo en
oficio del 18 de agosto de 1815: Pasé la orden al Co-
mandante de Vanguardia p.a q.e pusiese el ord. posible
en la campaña y propendiese al fomento de las estan-
cias según anuncié á V. S. en mis anteriores pro.as.
Igualmente.hise pres.te á dho. Com.te q.e en los segu-
ros q.e se diesen a los interesados fuese con la siguiente
especificación: hasta el arreglo gral, de la Prov.a Lo
que transcrivo á ,V. S.'p.a su conocimiento. La impor-
tancia de esta medida y la multitud de negocios q.e me
rodean me privaron de impartirla por este conducto. En

51
lo sucesivo D.n Fernando Torgués recibirá la aproba-
ción de V. S. en la repartición de Terrenos á cuyo efecto
le dirijo el adjunto oficio. Entretanto V. S. tenga la bon-
dad de proclamar en los Pueblos la necesidad de poblar
y fomentar la campaña, mientras llega el S.or Ale. y po-
damos poner en execución aq.as que se crean más efi-
caces p.a la realización de tan importante objetivo.
Ya anteriormente en la correspondendia de Artigas
con el Cabildo se advierte su inquietud por los proble-
mas de la campaña. En efecto, le decía que .antes de
formar el plan de arreglo de la campaña sería convenien-
tísimo que el Cabildo publicase un bando y lo transcri-
biese a todos los pueblos de la Provincia para que los
hacendados poblasen y ordenasen sus estancias por sí
o por medio de capataces, reedificando sus posesiones,
sujetando sus haciendas a rodeo, marcando y poniendo
todo en el orden debido para superar la confusión que
se experimentaba; le ordenaba que fijase el término de
dos meses para esa operación bajo apercibimiento que
de no cumplir esa determinación sus terrenos serían de-
positados en brazos útiles que con su labor fomenten la
población y la prosperidad de la provincia.
El 8 de agosto de 1815 escribía Artigas al Cabildo:
Entretanto vele V.S. de ntra. Campaña, segn. anuncié á
V. S. en mi última comunicación. De lo contrario nos
exponemos á mendigar. Cada'dia me vienen más partes
de las tropas de ganado q.e indistintamente se llevan
p.a adentro. Si V: S. no obliga a los hacendados á poblar
y fomentar sus estancias, si no se toman provid.s sobre
las est.s de los Europeos, fomentándolas aunq.e sea a
costa del Estado. Si no se pone una fuerte contribución
á los ganados de marca extraña introducidos en las tro-
pas dirigidas p.a el abasto de esta Plaza y consumo de
saladeros todo será confusión: las haz.das se acabarán
totalmente y por premio á nuestros afanes veremos del
todo disipado el más precioso tesoro de nuestro país.
52
Proceso de formación del Reglamento
El Reglamento no surgió de un acto de improvisa-
ción, sino que estuvo precedido de una serie de actos
preparatorios. Además de algunas medidas prácticas
orientadas en la misma línea. como el reparto de álgu-
nos terrenos de emigrados o fiscales, y además de varias
disposiciones que afectan materias que serán encaradas
en aquél cuerpo de disposiciones. se reunió una junta
de Hacendados que fue convocada por el Cabildo, y
una delegación se dirigió posteriormente a Purificación
para, discutir el punto con el jefe de los Orientales.
Así, en las Actas del Cabildo Gobernador consta
que se consideraba `el estado decadente actual de la
Campaña" y que: después de varias 'discusiones creyó
S. E. de, unánime conformidad ser lo más acertado el
embio del Sr. Alcalde Provincial D. Juan de León
(también presente) y el hacendado D. León Pérez cer-
ca del Exmo. Señor Gral. para q.e elevando y recibien-
dó todas aquellas instrucciones necesarias,, pudiesen por
sí llenar las rectas miras de que dho. Señor Gral. y este
Cabildo se hallan poseídos. Acto continuo creyendo
igualmente S. E. q.e p.a obrar en este caso particular
con el devido acierto era muy del caso se formase una
Junta de Hacendados residentes en esta Capital y en
sus inmediac. p.a q.e proponiendo cada uno quanto fue-
se más conducente al objeto deseado se elévase á dho.
Gral. todo aquello q.e mereciese más atención, acordó
q.e, así se exercitase presidiéndola dho. Alcalde Provin-
cial, con asistencia de Secretario p.a la devida formación
de un Acta que acreditase quanto se hubiese tratado, y
q.e al efecto se hiciesen las correspond.tes listas de todos
los Hacend.s Americanos que fuese posible.
Esa junta de Hacendados, compuesta fundamental-
mente por aquellos que residían en Montevideo, es de-
cir, con un peso mayor de grandes estancieros, se reunió

53
el 11 de agosto de 1515. A esa reunión, celebrada en el
Cabildo, asistieron también el Alcalde Pro_víncial Juan
de León y el Comandante de Armas Fructuoso Riveíá.
En el acta se consigna que Juan de León expresó: Que
hallándose comisionado por el Excelentísimo Cabildo
Gobernador para apersonarse con el ciudadano León
Pérez ante el Excelentísimo S.or Capitán General don
José Artigas, con el objeto de hacerle presente el desa-
rreglo en que la campaña de la Banda Oriental se halla
hoy día, y todo aquello que más pudiese convenir a su
remedio, había asimismo, dispuesto se formase la pre-
sente Junta, para que tratase y expusiese cuanto fuese
del caso al efecto indicado, y que, en su virtud hiciesen
presente cuanto hallaren necesario al logro de tan im-
portante objeto. En este concepto, tomando la palabra
el ciudadano Manuel Pérez manifestó que su parecer
era el que se expresaba por escrito en un papel que
exhibe constante de diez y nueve capítulos. el que leído
en alta e inteligible voz por el Secretario fue aprobado
en todas sus partes por los ciudadanos Miguel Classi y
José Agustín Sierra, disponiendo, en su consecuencia,
todos los demás señores, que se le diese original al Señor
Presidente para que lo elevase al Superior conocimien-
to del señor General. Seguidamente, presentó el ciuda-
dano Francisco Muñoz su dictamen también por escrito,
el que leído igualmente ordenaron los señores se prac-
ticase con éste como en el antecedente.
Inmediatamente tomando la palabra el señor Co-
mandante don Fructuoso Rivera; expuso era de parecer
que ante todas las cosas se pusiese remedio en punto a
los continuos abusos que públicamente se observaban
en los Comandantes y tropa que guarnecen los pueblos
y Partidos de la Campaña... Siguió Rivera expresando
que: estos robos eran unos motivos que arruinaban a
todo hacendado y que aun cuando dicho ganado lo ex-
trajesen de algunas estancias que haya abandonadas, era

54
un perjuicio que se infería á la Provincia, como lejítima
dueña de ellas, por ser pertenencias de Europeos.
Juan de León y León Pérez, finaliza la junta, rea-
lizaron consultas con Lucas Obes y marcharon a Puri-
ficación llevando los títulos de propiedad expedidos por
los Gobiernos de Montevideo y de Buenos Aires desde
1810 hasta 1815. No conocemos aún la posible. docu-
mentación -si es que existe- que nos permita reflejar
el trabajo de elaboración que realizara Artigas con los
comisionados montevideanos. Solo es posible suponer
que en el Reglamento aprobado el 10 de setiembre, se
encuentran reflejadas ante todo, las ideas del hombre
más avezado y conocedor de los problemas de la campa-
ña y de las aspiraciones de las masas campesinas traba-
jadoras: José Artigas.

3. APLICACION DEL REGLAMENTO


Son muy numerosos los estudios analíticos conoci-
dos sobre el contenido del Reglamento Provisorio. No
nos proponemos, pues, insistir en el agrupamiento que
otros autores han realizado con bastante claridad y dis-
cernimiento.. Sin embargo, el análisis del Reglamento
tiene otro valor a partir del largo conocimiento que de
su aplicación hoy poseemos como fruto de nuestras in-
vestigaciones. Iluminado por lo histórico concreto, el Re-
glamento se agiganta como un cuerpo de disposiciones
sabio, realista, y perfectamente consustanciado con la
realidad social y material sobre la que se aplicaba (1).
Como veremos más adelante, el Reglamento. se pro-
pone solucionar los problemas más urgentes que se plan-
teaban a la Revolución. De ahí que en U coexistan la
transitoriedad y la profundidad de planteos, pero am-
bas armoniosamente dirigidas a salvar la revolución y
(1) Ver en Apéndice, página 181, el texto completo
del Reglamento.
a eternizar sus raíces. Por un lado el Reglamento es un
durísimo instrumento político y revolucionario: castiga
a los enemigos de la.revolución y de la provincia, a la
vez que acoge en sus beneficios a todos los, patriotas.
Indisolublemente unido a su carácter político se encuen-
tra su afilado acento económico-social. El reglamento
aparece pues, como el programa económico-social de la
revolución, enderezado a cortar el nudo principal de las
contradicciones que atenazaban la sociedad criolla: el
problema de la propiedad de la tierra y el de la pro-
ducción ganadera. Y al mismo tiempo, se dirige a asen-
tar sobre la tierra a los pobres del campo, creándoles las
condiciones para su bienestar y trabajo libre, y a erra-
dicar las viejas y ahora parasitarias y contrarrevolucio-
narias formas de existencia marginales de la producción:
bandidismo, contrabando, corambre, etc.
E1 reglamento comienza por crear los órganos eje-
cutores de todas sus disposiciones, así como las jurisdic-
ciones y facultades de que estaban investidos, legislan-
do sobre sus relaciones mutuas y subordinaciones. Tales
los artículos 1 al 5, 20, 26, 27 y 29.
En segundo término, los encargados de gplicar el
Reglamento, debían dirigirse a fomentar la población
y producción ganadera, para lo que debían estudiar en
cada una de sus jurisdicciones, los terrenos habilitados
y los, hombres agraciados que fueren dignos de ellos:
zambos y negros libres, indios, criollos pobres, viudas
con hijos, prefiriéndose los americanos casados a los sol-
teros y éstos a cualquier extranjero.
El Reglamento proponía rápidas 'y justas medidas
para dar inmediata posesión de los terrenos a los agra-
ciados, ejecutividad que recíprocamente se exigía a los
agraciados, los cuales debían formar rancho y dos co-
rrales en dos meses. La omisión de esta cláusula, supo-
nía la amonestación y un nuevo plazo de solo un mes,
transcurrido el cual, el negligente perdería sus derechos,

56
otorgándose el terreno "a otro vecino más laborioso y
benéfico a la Provincia'.
Los terrenos constarían de legua y media de frente
y dos de fondo, con la condición de otorgar aguadas,
linderos fijos, de tal modo que se evitasen las desavenen-
cias entre vecinos. Buscando impedir el privilegio nadie
podría ser agraciado con más de una suerte de esta clase,
así como nadie podría enajenar ni gravar sus propiedades.
Junto al terreno se ofrecían ganados de, los que se
hallaren en terrenos de la misma clase de ls expropia-
dos; una serie de medidas respecto al ganado busca-
ban impedir la desigualdad de su apropiación, así como
su extinción o exportación.
En el cuadro del libre acceso de todos los hombres
a la tierra, el Reglamento buscaba desterrar los vagos,
malhechores, que parasitasen sobre la producción y la
propiedad de los pobres del campo contraídos al trabajo
libre. y digno.
El Reglamento no confisca todos los grandes lati-
fundios. Por lo que se verá después no era ni táctico
ni necesario. La revolución no se proponía liquidar to-
dos sus aliados dentro de las capas ricas del campo en
su lucha contra el centralismo porteño y el poder portu-
gués, pero lo que es más importante, no era tampoco
necesario para los fines que el Reglamento se' proponía.
Esto es muy claro a la luz de nuestras investigaciones,
por las cuales se comprueba que los malos europeos y
peores americanos eran dueños de la inmensa mayoría
de la gran propiedad latifundista. Por el contrario, salvo
muy escasos y conocidos ejemplos (Joaquín Suárez, To-
más García de Zúñiga, Martínez de Haedo, los Rivera,
los Oribe, Bauzá), todo el partido patriota estaba cons-
tituido por un pequeño número de medianos propieta-
rios y una inmensa mayoría de pequeños propietarios y
pobres sin tierra (negros y zambos, indios, criollos po-
bres). De ahí, que para los fines que el Reglamento se

57
proponía, y atendida la escasa población relativa de la
época, los terrenos de "malos europeos y peores ameri-
canos" eran suficientes y en ellos hubiera podido aco-
modarse a la inmensa mayoría de los pobres del campo.
De más está decir que con su traición de los años 17 al
19, y en condiciones de paz, incluso aquellos arriba
mencionados, hubieran sido condenados a perder sus
propiedades en beneficio de otros poseedores.

El Reglamento por lo tanto confisca a los "malos


europeos y peores americanos", pero en la dureza revo-
lucionaria artiguista, no se encuentra la gratuita ven-
ganza feudal. Lo que tantas lágrimas e injusticias pro-
vocó la guerra expropiadora de blancos y colorados a lo
largo del siglo XIX, estaba expresamente desterrado del
Reglamento provisorio: ni las mujeres ni los hijos paga-
rían la culpa política de los padres. Para ellos, el reda-
mento ofrecía exactamente lo mismo que se ofrecía a
los patriotas pobres, atendiendo sus necesidades de
acuerdo con el número de hijos (1).
Por último, el Reglamento esconde un articulo muy
importante. Al decidir que todos los terrenos dados an-
tes de la aplicación del Reglamento se acogieran obliga-
toriamente a las prescripciones que en él se detallaban,
cortaba de raíz los lazos feudales de dependencia per-
sonal entre masas pobres y caudillos militares. El pro-
pio Artigas, lo haría notar a uno de sus particulares
agraciados. Teniendo en cuenta las nefastas consecuen-
cias que la donación feudal de tierras arrojó en toda
nuestra historia, este artículo adquiere una particular
relevancia.

( 1 ) Así se dispuso concretamente cuando se aplicó a los


latifundios de Fernando Martínez, Benito chain, Miguel Zamora,
Juan Francisco Martínez, ,
58
Las desventuras de la "propiedad privada"
en la revolución de independencia
Las generaciones que realizaron la revolución orien.
tal habían llegado a la misma con una singular repre-
sentación de la sociedad, y ante todo con una explosiva
e inquietante conciencia sobre la propiedad.
Es cierto que toda la dominación eólonial, su cul-
tura, sus temas, sus sobrentendidos, proponían a los hom-
bres un determinado concepto de propiedad: La pro-
piedad es sagrada, inviolable, un cuasi derecho natural.
La burguesía española, ávida, cuando llegaba a estas
playas, leyera o no a lo mejor de los escritores de la bur-
guesía de la época, aceptaba, sugería y juraba que tales
eran sus santos de devoción. Pero no se puede impune-
mente y durante mucho tiempo, ejercer el contrabando,
el corso, el monopolio y el privllegio, sin por lo menos
estar dispuestos a vivir también durante mucho tiempo,
con la conciencia fracturada. Y sobre todo no se puede
realizar la increíble apropiación de la tierra y de los ga-
nados que se realizó durante la etapa colonial en la Ban-
da Oriental sin pagar cierto tipo de consecuencias.
En 1810-15 actuaban, grosso modo, dos generacio-
nes: la que vivió la expansión montevideana sobre la
tierra oriental en el período 1770-1800, y una joven ge-
neración -1800-15- que estaba pagando sus consecuen-
cias. Padres e hijos. Cuando cada oriental del llano admi-
raba la poderosa Azotea del latifundista abroquelada en
la loma y cerrando la rica rinconada, o cuando se exta-
siaba ante el tren del poderoso acopiador y saladerista
capitalino, podía dirigirse a sus mayores e interrogarlos
sobre "él origen de ,la desigualdad entre los hombres";
seguro de que la respuesta no necesitaba ni abstraccio-
nes ni archivos empolvados, para dar plena satisfacción.
La apropiación de la tierra, el despojo de los ganados,
la acumulación de onzas, era una historia demasiado
presente, carente de eufemismos, sin tradición de con-

59
sensos ni respetos. E1 derecho privado la propiedad pri-
vada aparecía desnuda; sangre, desalojos, expropiación
de los poseedores. Los historiadores, los abogados, los
curas, la jerarquía estatal, eran incapaces de ofrecer res-
peto a lo que nada tenía: no habían tenido tiempo. Esta
era una verdadera desgracia para las clases doniinantes
de la Banda Oriental.
Una inmensa masa de desheredados del campo se
había educado en dos formas básicas de irrespetuosi-
dad ante la propiedad. O sufriendo las sucesiva ex-
pulsión de los lugares donde. se asentaba, por los gran-
des detentadores y denunciantes de la campiña fronte-
riza siempre cambiante, es decir abjurando de "esta"
propiedad privada que habían sufrido y visto, o parti-
cipando en las partidas clandestinas de corambre y. con-
trabando (cuya masividad como fenómeno económico,
la hacía tan honorable como la legal) o habiendo cono-
cido ambas formas.
Cuando advino la revolución, la burguesía comercial
que proporcionó los primeros cuadros dirigentes agregó
entonces "su- modo de violación de la propiedad privada:
el de la confiscación inherente a toda revolución triun-
fante, y más o menos formalmente, engullida por la
propia burguesía. Toda burguesía triunfante, sobre todo
cuando su victoria viene envuelta en el halo de la libe-
ración nacional, entiende que los vencidos deben pagar
la fiesta. La burguesía, tan adicta al respeto eterno de
la eterna propiedad, no es tan hipócrita como se piensa
cuando al cabo de toda revolución viola la propiedad
privada de los vencidos y la digiere sin rubor. La bur-
guesía opera como sabiendo algo que Marx expresara:
la propiedad privada no es la cosa apropiada sino la
relación de apropiación. Cuando toda una burguesía
triunfante expropia a toda otra clase dominante no
altera en lo más mínimo la propiedad privada, pues man-
tiene inalterable la propiedad como relación de explota-

60
ción de .trabajo humano, limitándose a subrogar a los
hombres que en la relación usufructuaban la apropiación.
Ninguna de estas formas era negación general de la
propiedad privada, eran meramente una negación parti-
cular, concreta, de una "determinada" propiedad priva-
da, la de todos aquellos que habían combatido contra
los patriotas. Pero la revolución en su decurso propuso
otras cosas y deslizó otras posibilidades. Entonces, una
clase entendió que el deterioro de la propiedad privada
debía llegar hasta aquí, otra; más allá, hasta que, natu-
ralmente, ya nadie entendió por qué no podía llegar hasta
donde a cada uno se le ocurriera.
Un modo de ser de la revolución complicó la hibri-
dez de todas las soluciones y de todos los conceptos: la
guerra. Apoyándose sobre la debilidad y recientismo de
las relaciones burguesas en el mundo colonial, los hom-
bres que hacían la guerra, que naturalmente adquirieron
prestigio, mando; y por lo tanto el respeto y subordina-
ción de otros hombres, de tanto ser el predicado armado
del poder de la burguesía, devinieron en sujeto armado
de un estamento jerarquizado: el ejército revolucionario.
Y de entre ellos, algunos propusieron otro modo de des-
conocimiento de la propiedad burguesa, el de la negación
feudal, que se apoya en la tierra como cosa, para edificar
el mundo de las relaciones de dependencia personal.
Pero estos hombres no inventaron las relacicres de
dependencia personal, en buena parte las habían hereda-
do. Porque la historia de la apropiación de la tierra y de
los ganados en la Banda Oriental se había desnudado co-
mo lo que realmente era: la expropiación de los medios de
producción a los productores directos con la consiguiente
subordinación de los hombres despojados. Deminciar un
campo, "apropiárselo" con endebles documentos o títulos
perfectos, no era solamente. adquirir el derecho a la tierra
o a sus frutos, sino también el derecho a recibir una
cuota determinada de hombres subordinados sobre la

61
tierra o en la sociedad. En la mayor parte de las veces,
el obtener un campo no tenía por qué significar el desa-
lojo de los hombres allí asentados, sino -y fue lo más
común- significaba subordinarlos a variado título: como
peones, puesteros, agregados, medianeros o arrendatarios.
Aquellos acaparadores de tierras que se conformaban
con una renta de "una bola de sebo" o "una docena de
pollos" sabían lo que hacían cuando despreciaban la
renta capitalista para obtener el -señorío" sobre varios
subordinados. Sobre todo los puesteros, los agregados. los
medianeros, grandes hacendados algunos, vivían en lo.
tierra y ejercían su explotación a título de dependientes,
y así como se subordinaban hacia arriba, subordinaban
hacia abajo a pequeños hacendados, cargados también
con su pequeña cuota de agregados. Todo aquello era
aún caos formativo, sin rigideces, lábil, pero justamente
al finalizar el período colonial, la mera posibilidad se
estaba transformando en una realidad dispuesta a escle-
rosarse. La definitiva repartición de la tierra estaba por
cerrarse y los hombres ya estaban accedíendo a la tierra
sólo y a través de la inserción en las relaciones de depen-
dencia personal.
¿Qué revolución triunfará?
Cuando la revolución oriental aparecía triunfante y
consolidada, todas estas formas de desconocimiento de la
propiedad privada se desencadenaron. Con Otorgués,la
burguesía girondina hizo "pata ancha" y a caballo de la
junta de Propiedades Extrañas y de los abastecimientos
al ejército y préstamos al joven Estado comenzó a tejer
su viejo oficio: la acumulación primitiva de capital me-
diante la confiscación de los vencidos y la extorsión al
Estado-pueblo. Los caudillos militares -por su parte-
elevados en el fragor revolucionario a puestos de deci-
sión,- operaron según los parámetros más inmediatos. Su

62
conducta es una faceta de lo que las clases dominantes
recordarían con horror: la anarquía. Colocados en la
campaña, comenzaron a apropiarse los ganados y a cue-
rear a troche y moche.
Cierta historiografía ingenuamente "populista". ha
creído ver en esta actividad de las "partidas sueltas" la
quintaesencia de la revolución radical. Pero la audaz
burguesía montevideana y sobre todo los comerciantes
ingleses jamás fueron tan cándidos. Pues "partidas suel-
tas" corambreras y comercio ultramarino son' términos de
una misma ecuación. Se puede bordar toda una épica
sobre aquellas bandas trashumantes que aterrorizaban
los pueblos y vaciaban las estancias de los grandes ha-
cendados, pero también se puede uno preguntar qué
pasaba con los cueros y con la carne.
Las "partidas sueltas" -otra vez más- no arañaban
siquiera la propiedad privada, arruinaban a determinados
propietarios privados, pero enriquecían a otros. Pero no
meramente a otros, sino que sobre todo, se hicieron agen-
tes inconscientes de la peor forma de circulación mer-
cantil. Ladrones o comerciantes, tanto da, cumplían ti.:;.
función económica: la comercialización de los cueros y
ganados a tres tipos fundamentales dé acopiadores y ex-
portadores: montevideanos, ingleses y portugueses. La-
drones o comerciantes, tanto da, cumplieron su tarea,
parasitando sobre la producción y agotando -de una
sola vez- la riqueza ganadera del país y_ fortaleciendo
económica y políticamente a las clases que derrotando a
la revolución terminarían por esclavizar a los mismos
hombres de que se habían servido.
De esta forma, el modo de circulación de la riqueza
ganadera oriental, la realización de la producción, con-
jugaba en una misma suerte a dos clases aparentemente
enemigas: la burguesía comercial portuaria (criolla y
extranjera) y los grupos desorganizados que parasitaban
en el ejército revolucionario y en la sociedad rural.

63
Como es natural había una clase totalmente contraria
a este curso de las cosas: los hacendados del bando pa-
triota. La junta de Hacendados de agosto de 1815 es
sumamente ilustrativa al respecto. Rivera se hace enton-
ces el portavoz de los hacendados ricos y acomodados de
la campaña. Su programa es muy, simple: concentrar lás
fuerzas militares en los pueblos y quitarles todo poder. y
atribuciones políticas y económicas. Para los hacendados,
las "partidas sueltas" se estaban transformando en su
ruina, y bien sabían que por el contrario todo devenía
en beneficio de los aprovechados especuladores que co-
mercializaban sus depredaciones.
Artigas es sensible a sus requerimientos y un con-
junto de medidas aparentemente inconexas conforman un
sólido plan: 1) Se concentran las fuerzas militares en los
pueblos y se amonesta y separa a los caudillos depreda-
dores; 2) Se persigue el vagabundaje y el bandidismo;
3) Se castiga a la capa más "desaprensiva" y especulado-
ra de la burguesía criolla en sus principales cabezas (ioh,
los grillos de Purificación!)'; 4) Se prohibe a los extran-
jeros, patricularmente ingleses, el realizar el comercio
interior; 5) Se destaca a Otorgués a la frontera con Brasil
para la doble función de vigilar al Imperio e impedir el
trasiego de cueros y ganados.
Hasta aquí, todos los hacendados estuvieron de
acuerdo. Pero hasta aquí. Artigas era uno de esos hom-
bres que entendía las cosas de otro modo. Por lo menos,
y para no atribuirle una metafísíca v prenatal vocación
político-social, había llegado a entenderlo de otro modo,
Y este modo era el que se había forjado en una peculiar
dialéctica entre el gran caudillo y las masas de peque-
ños hacendados y paisanos sin tierra.
Desde el nacimiento de Montevideo, la Banda Orien-
tal había conocido una clase de pequeños hacendados,
propietarios libres sobre la tierra libre, cuya biografía
histórica estaba consustanciada con la lucha empeñosa y

64
casi secular de la pequeña propiedad contra la gran pro-
piedad latifundista y el gran comercio acopiador y mo-
nopolista. De ellos, sobre todo, había nacido el senti-
miento de frustración ante el proceso de acaparamiento
de tierras de los grandes denunciantes y validos del ré-
gimen colonial. Procreando generaciones educadas en la
autoconciencia de su penuria como fruto de la holgura
de los menos, su principal reivindicación era el acceso
igualitario de todos los hombres a la tierra. Corroída
como clase por la diferenciación económica entre media-
nos y pobres, la pequeña burguesía rural-ganadera en-
contró, en Artigás, el conductor que le dio solidez y con-
figuración social y política.
Pero era sobre todo la clase de los desheredados de
la campaña, la que había obtenido en la revolución el
sentimiento de dignidad humana. Aquellos mestizos in-
descifrables, aquellos indios que sólo conocian la degra-
dación, aquellos libertos que de cosa saltaban asoldados
patriotas, aquellos paisanos sometidos y escarnecidos,
errantes hoy, trabajadores mañana, fueron en definitiva
los que más ganaron con la revolución, y los que hallaron
en la explosión de la represa colonial todo un mundo a
ganar. La revolución, con toda la contundencia de su po-
der, les abría amplios horizontes pero sólo dos grandes
rutas.
Un camino lo abría todo el contexto conocido de la
revolución rioplatense. El ejército se transformaba a rasos
agigantados en un instrumento autónomo de creación de
riqueza y redistribución de la propiedad. Cada vez que
la revolución derivaba en guerra civil y ésta se parcelaba
en guerra de facción y caudillo, la guerra devenía cada
vez más en lucha por la riqueza de los vencidos hasta
que en muchos de sus aledaños no fue otra cosa que
bandidismo. Nació así la "división patriota" que alternaba
el cumplimiento de sus tareas militares con el saqueo.
Operando, en cierto modo, al viejo estilo de la "truste",

65
subordinación de los hombres dentro de la partida y re
parto.del botín en relación a esa subordinación, la "par-
tida suelta" devino en un poderoso foco de atracción de
las masas de desheredados que no podían menos que des-
lumbrarse ante la efectividad y prestigio de aquellos hom-
bres, que pidiendo subordinación pagaban con ganados
y tierras.
Artigas advirtió el peligro de esta ruta, que-sólo po-
día desmenuzar y hacer inerme a la clase revolucionaria
sobre la que se apoyaba él poder de la nación en armas.
Rehacer dentro de los paisanos pobres las relaciones de
jerarquía v subordinación preexistentes en la colonia era
matar el futuro de la revolución. Ese camino sólo podía
transformar la clase en agrupamientos enfrentados, ese
camino sólo podía transformar la riqueza del país en un
páramo. Jamás la democracia social había sido tan ne-
cesaria.
Por supuesto Artigas no estaba dispuesto a recorrer
el estrecho sendero que proponían los ricos hacendados
del bando patriota. Artigas sabía que en los pobres del
campo coexistían el "gaucho" ("usted sabe cómo son
nuestros paisanos") y el honrado trabajador. Los glandes
hacendados con Rivera a la cabeza sólo proponían un
camino: la "policía de campaña"; los caudillejos locales
aguijoneados por los especuladores urbanos sólo conocían
otro: la arbitrariedad en la distribución de tierras y ga-
nados para edificar su poder; Artigas y •Monterroso com-
prendieron que el "arreglo de los campos" no era un pro-
blema de cualquier relación entre los hombres y la tierra
sino que era un problema de relación entre los hombres:
el libre, democrático e igualitario acceso de los hombres
a la tierra sólo se lograría con la liquidación de las re-
laciones de subordinación personal entre los hombres.
Sólo una ley revolucionaria, objetiva, un verdadero de-
recho al modo burgués, podía desterrar el privilegio; la
dependencia semifeudal. Tierra libre y hombres libres

66
eran una sola ecuación: el Reglamento Provisorio de 181.1
fue la más avanzada y gloriosa constitución que conocie-
ron los orientales.

Advertencia sobre las dificultades


de la investigación
" ... estos procedimientos no, perderían el carácter
de hechos atentatorios contra la seguridad individual, o
de golpes de ocho descargados en la crisis dé una anar-
quía por un poder colosal que había despedazado todos
los frenos...- "...usurpaciones hechas p.r otros particu-
lares en tiempos de desorden y calamidad..." (Palabras
del Fiscal Bernardo Bustamante enjuiciando los repartos
de tierras artiguistas).
Se ha hecho un lugar común en nuestra historiogra-
fía la idea de que el Beglamento no tuvo mayor aplica-
ción, incorporándolo así al capítulo de los buenos propó-
sitos de Artigas, sin que haya tenido relevancia práctica.
No obstante podemos afirmar -y en el debido mo-
mento lo hemos probado- que este cuerpo de disposi-
ciones fue una pieza fundamental de la política arti-
guista y que en el año escaso en que estuvo vigente en
época de paz -desde el 10 de setiembre de 1815 hasta
agosto de 1816 en que se produce la invasión portugue-
sa- el Reglamento tuvo una aplicación masiva.
No es difícil explicarse por qué razón la generación
de historiadores dé los últimos 50 años se encontró tan
despistada en relación a la importancia del Reglamento
Provisorio en la revolución artiguista. Ellos fueron here-
deros de una historiografía que si bien edulcoró al Ar-
tigas legislador, ocultó cuidadosamente lo que sí sabía'
sobre el Artigas revolucionario agrario. Porque algo debe
quedar muy claro: la revolucionaria política agraria arti-
guista fue profundamente conocida a lo largo de todo
el siglo XTX.

67
Baste pensar en José Pedro. Carlos María, Gonzalo
y Octavio Ramírez, nietos de José Ramírez Pérez; Fran-
cisco Magariños, Mateo y Alejandro Magariños Cervan-
tes, los Magariños Solsona, los Mora Maragiños, Gabriel
y Alberto Palomeque, herederos de Mateo Magariños; los
/Villademoros y los Algorta, herederos de Carlos y Alonso
Peláez Villademoros; los Salvañach. Diago y otros he-
rederos de Cristóbal Saloañach; los Albín, los Gomensoro
Albín, T. Villalba y Albín, herederos de Melchor y Fran-
cisco Albín; los Juanicó, Soria, Vargas, Viana, herederos
de la gran casa Viana-Achucarro; los Sayago, herederos
de luan de Arce y Sayago; Diego Martín Martínez y
Martín C. Martínez, herederos de Fernando Martínez;
los Sáenz de Zumarán, herederos de Milá de la Roca; los
Alzaga, herederos de José Villanueva Pico; etc., etc.
Todos estos conocidos personajes, dirigentes de la políti-
ca uruguaya a lo largo del siglo XIX, sabían perfecta-
mente por qué odiaban o por qué se odiaba a Artigas.
Les bastaba dar una mirada a los expedientes qué co-
rrían en sus bufetes o juzgados, o leer cariñosa o me-
lancólicamente sus títulos de propiedad, para saber per-
fectamente qué había hecho Artigas con los prodigiosos
latifundios de sus mayores. Todos sabían que sus abue-
los, padres y a veces ellos mismos habían realizado desde
1820 hasta fines del siglo XIX, los juicios, sangrientos
e inhumanos juicios de desalojo de los patriotas pobres
agraciados por Artigas,
Carlos María Ramírez y Alberto Palomeque lo afir-
maban: "sus padres y abuelos no podían oir hablar de
Artigas" y Luis Melián Lafinur, el desfalleciente y último
de los detractores de Artigas, sabía lo que hacía cuando
reclamaba a las clases dominantes que abjuraran de
Artigas. Señores -les decía- en la campaña circula un
refrán muy conocido: "Es más malo que Artigas" carac-
terizándose así al hombre sin entrañas. Por supuesto que
Lafinur olvida decir que la frase descalificadora se había
68
acuñado en el seno de los grandes latifundistas. Otra
era la opinión de los pobres del campo; todos, todos co-
nocían esas opiniones, estaban grabadas en sus mismos
títulos de propiedad, en los expedientes sobre reivindica-
ción de campos que atesoraban en sus cajas fuertes.
¡Cuánta sangre no se había derramado para borrar
el legado artiguista, cuánto auto, notificación, recurso y
lanzamiento no habían decretado para ahogar esas opi-
niones!
Cuando Tomás Francisco Guerra buscaba en 1826
consolidarla propiedad de su suerte donada por Artigas
afirmaba: "Millares de habitantes en la campaña poseen
inmensos campos donados en igual forma".
A partir de este dato ¿es un objetivo posible recons-
truir el mapa cuidado y minucioso de esa inmensa apli-
cación atribuida al Reglamento artiguista? No cabe duda
de que en buena parte es posible hacerlo, pero no es
menos cierto que, salvo un repositorio documental mila-
grosamente rescatado en un incierto futuro, determinada
y gruesa parte de aquella actividad está definitivamente
clausurada para la investigación histórica. Y veremos'
por qué.
14 El Reglamento preveía determinado trámite de
concesión de terrenos, cuya protocolización debía reali-
zarse en el archivo del Cabildo en un registro especial.
Como es sabido, existe un Cuaderno de Donaciones, que
apenas si registra escasas concesiones cuyos expedientes
alcanzaron a cumplir todos los requisitos. La variada do-
cumentación consultada permite prever, sin embargo, que
todos los comisionados llevaron un minucioso padrón de
los repartos de tierras. Salvo el realizado en los campos
de Viana Achucarro -hallado accidentalmente- es legí-
timo suponer que todos aquellos registros se han perdido.
2° La dispersión del archivo de Purificación ha sido
un grave golpe para toda futura investigación histórica y
posiblemente ello ha sido tanto más sensible para nues-

69
tro estudio del Reglamento. Allí, en manos de Monterro-
so se hallaba una enorme cantidad de títulos de tierra
requisados por Artigas como material indispensable para
elaborar una justa política de tierras. Es muy difícil se-
guir la pista a ese cuantioso fondo documental, acrecido
quizás con informaciones sobre la aplicación del Re-
glamento.
39 A lo largo de todo el siglo XIX, el secuestro
de títulos, expedientes, protocolos, etc., o su mera no de-
volución a los juzgados, desmanteló los archivos, hasta
el punto que en la década del 90, Angel Floro Costa de-
nunciaba la sustracción de 4.000 expedientes "que an-
daban en el comercio de los hombres".
4° La fuente fundamental de la investigación está
formada por los expedientes iniciados ante los juzgados
de Hacienda o de lo Civil, por litigios en torno a la pro-
piedad de la tierra y por las escrituras de enajenación
fiscal, etc. Pero sobre todo poseen un carácter inagotable
los expedientes sobre propiedad de campos. Es necesario
detenerse sobre un aspecto particular que éstos tuvieron
en nuestro país.
La propiedad sagrada e inviolable sobre la tierra,
en el Uruguay, ha sido un mito abstracto, por lo menos
hasta comenzado el siglo XX. Litigios aparentemente
casados y enriquecidos con toda la "autoridad de cosa
juzgada" fueron recurrentemente desconocidos a tenor
del grupo de especuladores urbanos y caudillos rurales
que dominaba el gobierno, provocando el consiguiente
desalojo de aquellos que se consideraban propietarios
perfectos o en el mejor de los casos resucitando un nuevo,
agitado y complejo juicio de contradicción. Los expedien-
tes aparentemente ubicables en determinado archivo, sa-
lían así de su antiguo asiento y volaban a cualquier juz-
gado como expediente agregado al que entonces se co-
rría. Hay juicios de propiedad que se reabrieron así, tres,
cuatro, cinco y más veces, en un caótico y desenfrenado

70
especular del "juicio de reivindicación', cuya popularidad
fue tan grande como para que Javier de Viana,lo hiciera
asunto de muchos de sus cuentos y fuera en Florencio
Sánchez el "motivo" desencadenante del conflicto de "Ba-
rranca Abajo".
Ubicar entonces un expediente de tierras, buscado
porque todo el contexto histórico posibilita hallar en él
un nuevo ejemplar masivo de la revolución agraria arti-
guista, es un esfuerzo inquisitorial que por supuesto no
siempre, pocas veces, desemboca en el éxito.
5° Un fenómeno histórico consagrado de desprecio,
ataque y desconocimiento de. la validez de las donaciones
artiguistas ha colocado el más importante obstáculo. En
los propios juicios de propiedad de la tierra u otros do-
cumentos los viejos propietarios confiscados, o alternati-
vamente, los donatarios artiguistas mismos ocultan cui-
dadosamente que sobre la tierra en disputa se haya rea-
lizado un reparto artiguista. En algunos períodos histó-
ricos, en que las autoridades abrumadas por los conflic-
tos amparan precariamente a los poseedores sin títulos,
los propietarios reivindicadores para evitar ser detenidos
por esos amparos, argumentarán largamente en sus escri-
tos para demostrar que sus intrusos eran simples adve-
nedizos y que su poblamiento no tenía nada que ver con
el Reglamento Provisorio.
Esta actitud de los propietarios que parece bastante
inteligible se hace aparentemente sorprendente cuando
es ejercitada por los propios donatarios artiguistas o sus
herederos. Mas también este hecho se hace explicable.
Abrumado por los desalojos impiadosos, fastidiado de ver
siempre desconocidos sus derechos, enfrentado a una
legislación que desconoce permanentemente la validez
de las donaciones artiguistas, el pequeño paisano que
intenta consolidar su posesión o propiedad tiene tres
opciones. La primera es trágica' para la investigación
histórica: el donatario artiguista se sepulta en la mera

71
detentación material del campo sin acudir a los tribunales
para no denunciarse como ocupante de un campo fiscal o
privado. Si el donatario es poseedor de un campo fiscal
y se arriesga a violar su anonimato, evitará muchas veces
recordar su condición de donatario artiguista y se acoge-
rá a las diversas leyes de adquisición que a lo largo del
siglo le parecían accesibles. La tercera posibilidad -y
la más astuta- es la de aquellos donatarios que saben
perfectamente que su terreno se halla originado en la
confiscación a un propietario privado. En estos casos sella
el origen artiguista de su campo bajo siete pies dé silen-
cio, y se deslizará hasta tanto pueda como poseedor de
un campo baldío y fiscal acogiéndose a la ley que le sea
aplicable para su adquisición.
Este fenómeno aparentemente hipotético no tiene
nada de tal. Es un hecho histórico perfectamente cierto.
Justamente, porque la historia de un campo no está se-
Ilada en un solo documento, porque se le puede ver nacer
y morir en muchos de ellos, ha sido posible comprobar
cómo muchos donatarios artiguistas expresamente men-
cionados con ese carácter en varios documentos, lo han
callado cuidadosamente en los expedientes donde se tra-
mitaban las adquisiciones de campos fiscales. Es no me-
nos legítimo' suponer que esta astucia criolla de un nú-
mero indeterminado de donatarios artiguistas también
nos ha privado de una valiosa información.
69 Por último, centenares de posibles y por supues-
to hipotéticos donatarios que a esta calidad agregasen
la de ser soldados revolucionarios heroicos y abnegados,
sobre todo los que pudieran haber recibido sus suertes
al norte del Río Negro, pueden haber muerto y desapare-
cido de la historia escrita sin dejarnos otro rastro -nada
menos- que el sacrificio de sus vidas en la lucha contra
el invasor portugués. No han conservado otra tierra que
las de sus tumbas. Sobre la que hubieran recibido de

72
Artigas, engordaron los brasileños y los criollos cispla-
tinos.
De todos modos, la aplicación revolucionaria de. la
política agrada artiguista tuvo un vuelo tal, que los
obstáculos enumerados no han impedido que hoy nos
asombremos ante el inédito alcance que aquélla tuvo.
Fruto de este fondo documental llegado a nuestros días
es la caracterización que pasamos a esbozar.

Una cronología del Reglamento. Su creación


y plazo de aplicación
A mediados de 1815, la recién conquistada tranqui-
lidad del gobierno artiguista necesitaba consolidarse en
la campaña. Al mismo tiempo, las masas del campo recla-
maban lo que la opresión colonial les había negado: un
puesto en la sociedad, una tierra donde trabajar. Hemos
esbozado rápidamente el proceso de la formación del
Reglamento. Solamente algunos hitos: en julio,. Artigas
encomendaba a Otorgués que repartiese terrenos de los
pertenecientes á la Provincia ó a Europeos; entre aquellos
hombres laboriosos que quisieran cultivarlos paré sí; en
consecuencia Otorgués solicitó al Cabildo que esta cor-
poración lo hiciese saber a esos habitantes y circular este
conocamiento á los pueblos. Al mismo tiempo Artigas
comunicaba al Cabildo la necesidad de que se publicase
un bando previo al "plan y arreglo de la Campaña" para
que todos los hacendados poblasen y ordenasen sus es-
tancias-en el término de dos meses, bajo la conminación
de que quienes no lo hiciesen perderían sus terrenos, que
serían depositados en brazos útiles, q.e con' su labor fo-
menten la población y con ella la prosperidad del País.
De estas primeras medidas conocemos algunas concesio-
nes de tierras realizadas por Otorgués y Lavalleja res-
pectivamente en el Rincón de José Ignacio (Maldonado)
y en el viejo fundo de las Huérfanas (Colonia).

73
El Cabildo, bombardeado por las quejas de los ha-,
cendados y por las requisitorias de Artigas, se planteó
también -a su modo- el problema del arreglo de la
campaña. De esta preocupación nació la junta de Ha-
cendados realizada el 11 de agosto de 1815. Apenas si
14 hacendados lograron reunirse en una sesión donde
predominaban, lógicamente, los grandes hacendados pa-
triotas. Su contenido y desarrollo ha sido ampliamente
difundido, interesa ahora destacar que en esta reunión
los hacendados -a estar al acta- no mencionaron para
nada el grave problema del asentamiento de las masas
pobres sobre la tierra, recalcando por el contrario la ne-
cesidad de poner remedio en punto a los continuos abu-
sos que públicamente se observaba en los comandantes -
y tropas que guarnecen los pueblos y partidos de la
campaña.
La junta, sólo preocupada por la seguridad de la
campaña, decidió enviar junto a Artigas, una delegación
integrada por el alcalde provincial Juan de León y por
León Pérez. Encargados de hacer conocer al caudillo los
requerimientos de los grandes hacendados, así como los
proyectos -que no llegaron a nosotros- presentádos por
Manuel Pérez y Francisco Muñoz, llevaron consigo todos
los títulos de tierras espedidos por los Goviernos ante-
riores de Buenos Ayres y Montevideo hasta el año de
mil ochocientos quince que Artigas~ había ordenado se
requisasen y se enviasen a Purificación donde es pro-
bable que se hallen -decía el testimonio de 1828- si se
conserva el archivo del padre Monterroso en cuyo poder
estaban.
El 10 de setiembre, el mismo día en que se fechó el
Reglamento, Artigas comunicaba al Cabildo la vuelta de
los comisionados. El resultado de su misión -les decia-
son las instrucciones que presentará á V.S. p.a el ftimento
de la Campaña, y tranquilidad de sus vecinos.

74
Larrañaga y Gúerra recordarían en sus conocidos
"Apuntes" que el Cabildo había mirado "siempre con
fría y afectada aprobación", el código agrario artiguista.
Se les puede creer. Tan sólo el 26 de setiembre el Ca-
bildo publicaba un bando con la noticia del Reglamento,
y en los primeros días de octubre, los cabildos y pueblos
de la provincia acusaban recibo del mismo. Pero apenas
si el 10 de noviembre, Manuel Durán recibía el despacho
de comisionado y habría que esperar al 14 de ene;o para
que el alcalde provincial Juan de León, principal encar-
gado de aplicación del Reglamento, lanzase un edicto
comunicando el programa agrario, las autoridades'encar-
gadas y las circunscripciones de las mismas. Sobre la len-
titud con que la autoridad cabildante operó basta indi-
car qué las solicitudes presentadas por los pequeños ha-
cendados del Rincón de los dos Solises, debieron esperar
bastante tiempo para ser diligenciadas, por no haber sido
nombradas las autoridades encargadas de la distribución.
Esta incuria, nacida seguramente de la "frialdad"
con que el Cabildo montevideano había recibido él Re-
glamento, se reforzaba porque uno de los Cabildantes,
Juan de León, tenía sobre sí una de las principales fun-
ciones en su aplicación. Su actividad no estaba sólo de-
terminada por las facultades estrictamente agrarias que
aquel texto le confería, sino además por las importantes
funciones de policía y seguridad de la campaña. Estas
últimas -a tenor con los intereses de los hacendados
ricos- parecen haberle absorbido la mayor parte de sus
esfuerzos, al punto que mereció continuas observaciones
de parte de Artigas por la señalada desatención de su
fundamental tarea de supervisión de los repartos de tie-
rras y fomento de la ganadería.
Como es obvio, los objetivos productivos y reorgani-
zadores de la economía previstos en el Reglamento no
eran de fácil e inmediata consagración. Los desmanes de
los caudillos locales, realizados en vinculación con os-

75
curos y ricos acopiadores, la falta de cuidado con que la
mayor parte de los hacendados enfrentaba la importante
tarea de procreo de los ganados ora faenando indiscrimi-
nadamente las haciendas alzadas sin formación de ro-
deos mansos, ora 'haciendo rodeos mansos pero faenando
vacas en perjuicio del futuro desarrollo de la ganadería,
obligaron a las autoridades, aguijoneadas por Artigas, a
una agitada labor a. lo largo y a lo ancho de la campaña.
En el mes de marzo de 1816, debido a la extrema
lentitud con que las autoridades montevideanas y en
particular el alcalde Juan de León habían tratado la tan
importante materia de repartos de terrenos, Artigas se
vio obligado a recabar las informaciones correspondien-
tes, preocupado por las no muy alentadoras noticias que
por miles de conductos llegarían sin duda hasta el Cuartel
General. El 9 de marzo de 1816, escribia Artigas al Ca-
bildo: En las instrucciones dadas al Sor. Alce Prov.l le
fue prevenido diese parte á VS de los terrenos repartidos,
y q.e VS comisionase un Regidor, q.e llevase una razón
de las gracias concedidas. En esta virtud quedaba al cui-
dado de VS pasarme una noticia de lo obrado p.a mi co-
nocimiento. EL término prefijado ya pasó é ignoro si es
omisión del dho. reparto ó falta de prevención en VS.
Lo comunico p.a q.e ella tenga su más exacto cum-
plim.to. Así será fácil concebir si se anhela por el fo-
mento dela población dela Campaña.
Estas reconvenciones de Artigas provocaron una ve-
locísima reacción del alcalde Juan de León. Exactamente
cuatro días después Juan de León comenzaba a distribuir
tierras en su jurisdicción. Para ser precisos, del 13 al 24
de marzo, la legendaria estancia "De los Marinos", pro-
piedad de la casa Viana Achucarro, era dividida en favor
de 44 vecinos.
No había pasado un mes cuando Amigas revelaba
no estar de ningún modo conforme con la conducta del
Alcalde Provincial y del Cabildo. En esos días, Manuel

76
Durán, Manuel Cabral, Raymundo González y por lo
que dejamos dicho, el propio Juan de León, habían avan-
zado alentadoramente en las tareas distributivas. Sin em-
bargo de lo cual, carecía el jefe de la Provincia de la
pormenorizada relación de lo ejecutado. No era Artigas
hombre de decir las cosas varias veces, por lo que a
medida que sus directivas chocaban con la morosidad
de sus subordinados, sus órdenes se hacían tanto más
sobrias y duras. El 3 de abril de 1816, desde el Cuartel
General llegó la por breve, dos veces buena comunica-
ción: VS, reconvenga ál Sr. Alce Provincial pa. q.e con
brebedad instruya á.VS. de los Terrenos repartidos en la
campaña por el y sus subalternos segun se le tiene pre-
venido.
En las semanas siguientes, distintas circunstancias
hicieron que Artigas renovase sus observaciones á la ac-
tividad de Juan de León. A mediados de 1816, Artigas
pareció perder la paciencia. Una de sus más claras ideas
económico-sociales era la de promover el asentamiento de
los hombres en la tierra para que el desarrollo de la ri-
queza ganadera fuese ante todo el fruto de la rélación
no subordinada entre el hombre y la tierra. La revolu-
ción, por otra parte, necesitaba angustiosamente el acre-
centamiento de la riqueza nacional como única garantía
de supervivencia y de establecimiento de una hacienda
pública. Artigas no se dejaba deslumbrar por las finan-
zas nacidas de una indiscriminada y expoliadora explota-
ción de la riqueza ganadera, en razón inversa a las ape-
tencias de los grandes acopiadores que buscaban expor-
tar indiscriminadamente los frutos ganaderos.
La lentitud en el asentamiento de los hombres sobre
la tierra, al paso que impedía la formación de los rodeos
mansos, eternizaba al gauchaje en las peores formas de
parasitismo sobre la producción. De ahí que Artigas se.
elevase indignado cuando Juan de León, en connivencia
con un cabildo especulador y desaprensivo, demostró que

77
sus principales esfuerzos se dedicaban a una labor pura-
mente extractiva de los ganados a la cabeza de partidas
numerosas de faeneros.
E1 22 de junio de 1816 Artigas envió una rigurosa
amonestación al Cabildo, en la que combinaba ambos
objetivos: la necesidad de terminar con las faenas depre-
datorias y la de reemplazarlas por la distribución de ga-
nados entre los patriotas, tal como lo exigía el Reglamen-
to y como sola forma de adelantar la producción. En
dicha comunicación Artigas exponía las "repetidas que-
jas" que le llegaban sobre. la "versación del Alce Prov.l
en su comisión". Se le acusaba de hacer "matanzas sin
saber con q.e orn., ni con q.e objeto" y que en esos
mismos días, por orden de Juan de León "se estaba fae-
nando en los campos de Royano". Artigas señalaba que
mientras el Reglamento limitaba las faenas imprescindi-
bles a un sargento y 8 soldados, el Alcalde se hallaba
aniquilando los ganados al frente de más de 50 hombres.
En una palabra -finalizaba Artigas- es preciso
q.e VS. penetrado dela importancia, q.e demanda el
arreglo de Campaña zele p.a q.e se' guarde el mejor orn.
posible, y q.e si hemos de adelantar el proceso de las
aciendas se encargue á dho. Proo.l proceda al reparto
de Ganados.
Pocos días después -seguramente azuzado por las
órdenes de Artigás- Juan de León procedía a conceder
suertes en los campos de Rollano (Cerro Largo, entre
los arroyos Cordobés y Pablo Páez); por lo menos así
lo indican los documentos conocidos.
Pero también en los mismos días, los propietarios
emigrados en el "Continente", la camarilla montevidea-
na que había abortado en la "Revolución de los Cívi-
cos", combinaban con el directorio porteño una opera-
ción antinacional y contrarrevolucionaria. El viejo sue-
ño portugués encontró por fin las clases antinacionales

78
que le permitieron convertirse en realidad y digerir aque-
lla Banda Oriental predeterminada a ser su joya "cis-
platina".
La revolución agraria pasó entonces a un plano su-
perior, a revolución nacional en lucha contra el invasor
extranjero aliado a la contrarrevolución interior.

Caracteres generales de aplicación del


Rezlamento Provisorio

Comisionados y' jurisdicciones


La aplicación del Reglamento modificó las juris-
dicciones atribuidas a los distintos comisionados. Ya el
propio Edicto de Juan de León variaba nombres y lí-
mites, el Despacho de Manuel Durán diferia de ambos
documentos y la práctica ulterior consagró autoridades
y jurisdicciones en las cuales nos detendremos. Raymun-
do González fue efectivamente encargado de la región
situada entre el Río Negro y Río Uruguay, pero a partir
de la invasión portuguesa, las exigencias de la lucha pa-
recen haber obligado a que algunos jefes militares ejer-
ciesen la misma función. Por lo menos a partir de 1818,
Hilario Pintos aparece concediendo terrenos a nombre
de Artigas, y si bien los documentos no son lo suficien-
temente claros, otro tanto parece haber.hecho Baltasar
Ojeda.
Juan de León realizó repartos en la jurisdicción cí-
tada en su- edicto -actual departamento de Florida
aproximadamente- pero también ejerció ese cometido
en Cerro Largo. Manuel Durán desempeñó esa tarea
no en la jurisdicción indicada en el edicto de Juan de
León, sino en la determinada en. el Despacho con que
se le invistió: desde el arroyo San José, Río Negro, cos-
tas del Uruguay y Río de la Plata. En la jurisdicción
atribuida a Manuel Durán. en realidad fue subteniente

79
Manuel Cabral, entre el Rio Santa Lucía y el Río de la
Plata. Entre los ríos Yí y Negro, no fue subteniente
León Pérez -que no aparece citado en ninguna do-
nación de tierras en zona alguna- sino Cayetano Fer-
nández.
Si se exceptúa los repartos realizados por Manuel
Cabral entre los arroyos Solís Grande y Chico, se pue-
de afirmar que no fue sino después del Edicto del 14
de enero de 1816 que comenzaron los repartos. Es a
partir del 3 de febrero que aparecen las primeras adju-
dicaciones efectuadas por Raymundo González al norte
del Río Negro (en febrero se están repartiendo los cam-
pos de Juan Francisco Blanco, en abril los de Milá de
la Roca, en mayo los de José Maldonado y Juan Arce
y Sayago, etc.). Pese a la extensa actividad de Manuel
Durán, se sabe que todas sus concesiones se realizaron
en 1816. Cayetano Fernández fecha todas las donacio-
nes conocidas no antes de abril del mismo año. Juan
de León inicia su labor el 13 de marzo en Florida y po-
siblemente no antes de julio las de Cerro Largo.
Puede comprenderse fácilmente que la invasión
portuguesa iniciada en julio de 1816, prácticamente con-
denó al Reglamento a una aplicación de apenas seis o
siete meses. A la luz de este brevísimo .período puede
calificarse de asombrosa la profundidad con que reco-
rrió la campaña.

EL fondo de tierras repartibles


Nos es imposible en el marco de este libro arrojar-
nos en la dilucidación del criterio con el cual se mane-
jaron los comisionados para calificar a aquellos propie-
tarios "emigrados, malos europeos y peores americanos"
cuyos campos debían ser confiscados y repartidos entre
los patriotas que lo solicitasen. Siendo éste un proble-
ma histórico que sufre opiniones muy encontradas nos
limitaremos a ofrecer nuestra interpretación en forma de

80
tesis; tesis que por lo que se verá aparece como con-
firmada por los hechos. En definitiva creemos que el
Reglamento ordenaba lo que Artigas quiso que ordena-
se: que todos los campos de enemigos ("malos europeos
y peores americanos") fuesen o no emigrados, y de
emigrados, fuesen o no enemigos, debían ser confisca-
dos, con las limitaciones que el propio Reglamento de-
terminaba en otros artículos.
Como por otra parte la documentáción no siempre
es totalmente clara ni explícita, la enumeración de cuá-
les campos fueron confiscados y repartidos se hace-su-
mamente engorrosa. Por supuesto, tampoco podemos
aquí desplegar una probanza documentada de lo que
ofrecemos, pero de todos modos, la documentación con-
sultada permite realizar la ,siguiente caracterización:
a) Campos confiscados y repartidos: pertecíentes a
Herederos de la Casa Viana Achucarro (Vargas, Soria,
etc.), Francisco Albín, Pedro Manuel Carcía, Maldona-
do, Juan Antonio Bustillos, Bernabé Alcorta, Juan Fran-
cisco Blanco, Herederos de José Villanueva Pico, José
Antonio Arrúe, Juan de Almagro, Manuel Rollano, An-
tonio Villalba (casado con Bertolina Albín), Juan de
Arce y Sayago (padre de Santiago Sayago), Joaquín
de Chopitea, Isidro Barrera, Herederos de Fernando
Martínez, Juan Bautista Dargain, José de Arvide. José
Ramón Milá de la Roca, Miguel Díaz Vélez, Miguel de
Azcuénaga, Melchor de Albín, Juan de Alagón, Juan
Correa Morales, Herederos de Cabral y Melo, Congre-
gación de las Niñas Huérfanas de Buenos Aires, Feli-
ciano Correa y Felipe Britos.
b) Campos realengos repartidos: Parte sur del
Rincón de Rosario; Rincón de José Ignacio.
c), Campos confiscados destinados expresamente
para el Estado como fuente de ganados y comercializa-
ción de cueros. Este fue un rubro puramente provisorio
y fue cumplido por casi todos los grandes fundos en su

81
Qrimera etapa (la documentación demuestra que tal fue
la suerte de los campos de Francisco Albín, Miguel de
Azcuénaga y Manuel Rollano, luego repartidos). Por lo
cual incluimos en este rubro, aquellos que según la do-
cumentación conocida estaban en esa condición al co-
menzar la invasión portuguesa; campos pertenecientes
a José Ramírez Pérez, Joaquin Núñez Prates, los bienes
intestados de Miguel Zamora, y los pertenecientes a los
hermanos. Alonso, Carlos y Francisco Peláez Villademo-
ros.
d) Campos pertenecientes para el 'sostén perma-
nente de las Caballadas del Ejército: Parte norte del
Rincón del Rosario, Rincón del Cerro (Montevideo)
confiscado al recientísimo propietario Francisco Javier
de Viana, y el Rincón o potrero de Pan de Azúcar (Mal-
donado), detentado por los herederos de Villanueva
Pico.
e) Campos que estando comprendidos entre los
que el Reglamento mandaba confiscar, se poseen prue-
bas incompletas de su confiscación y en algunos de su
reparto: pertenecientes a Benito Chaín, Cristóbal Sal-
vañach José Fontecely Juan Barrero y Bustillos y su
socio Francisco Escalada, Francisco González, Mateo
Magariños.
f) Campos que el Reglamento confiscaba expre-
samente por ser pertenecientes a notorios enemigos del
régimen, pero de los cuales no se ha hallado.aún docu-
mentación probatoria de haber sido formalmente confis-
cados y repartidos. De ellos se sabe sin embargo, que
en la época de aplicación del Reglamento se cubrieron
de grandes masas de patriotas, desalojados posteriormen-
te en la época cisplatina y en el período del Uruguay
independiente: son los pertenecientes a Felipe Contucci,
Hermanos Sáenz, José de Inchaurbe, Manuel Solsona
(Rincón del Río de la Plata y Santa Lucía), Félix y
José Mas de Ayala, Joaquín Maguna, Diego González,
82
Benito López, Pedro de Anzuátegui, Herederos de Ca-
macho, Manuel Larravide, Martín Rodríguez, Bernardi-
no Rivadavia.
g) Campos que comprendidos en el inciso anterior
no fueron confiscados por mediación de influencias, ven-
tas simuladas, por aplicación de las excepciones que
prescribía el Reglamento y otras causales. Pertenecien-
tes a Xavier Echenique, Luis A. Gutiérrez, Juan Fran-
cisco Martínez, Miguel Aparicio.
h) Campos cuyos propietarios perdieron sus de-
rechos en favor de los poseedores que a título de sirri-
ples ocupantes o como medianeros, arrendatarios, etc.,
estaban sobre sus campos: campos en litigio entre los
vecinos de Melo y la Casa Viana Achucarro; campos en.
litigio entre José de Uriarte y una gran cantidad de ve-
cinos de Rocha; campos en litigio entre la casa Alzáibar-
Solsona y sus arrendatarios y poseedores de los campos
de San José y actual departamento de Flores.

La distribución de los terrenos


El art. 64 del Reglamento encomendaba al alcalde
provincial y subtenientes de provincia fomentar y po-
blar la campaña. Para ello, la primera tarea que se les
encomendaba era la de relevar los "terrenos disponibles"
en cada una de sus jurisdicciones. Como hemos visto
fue muy abundante la disponibilidad de tierras. Esa
bor parece haber sido cumplida rápidamente. Revista-
dos los terrenos disponibles, los comisionados colocados,
en los puntos principales de cada jurisdicción convoca-
ron a los vecinos. Tal fue lo que -por lo menos- reali-
zó Manuel Durán, conforme al testimonio posterior de
uno de los agraciados:
Habiendo sido combocado todo este vecindario por
el Sor. Gral. D. Manuel Duran actual Gefe del Departa-
m.to de S. José y Ten.te Alcalde de Prov.a entonces baxo

83
el mando del Gral. Artigas nos hizo presente ser del
Sup.or agrado de este Gefe p.r orden que tenia de la
Intendencia la particion de los campos. q.e poseyó en
otro tpo. el expresado García (Pedro Manuel García)
lo que hizo entre nosotros, bajo el mandado q.e en el
termino de tres meses los poblemos con Corrales Casas
y demás utencilios ordenándonos al mismo tiempo q.e
la Intendencia de la Provincia nos había de pasar los
títulos de Propiedad de las suertes de Estancia q.e se
nos mandaba dar posesion así mismo q.e poseía Dn.
Fran.co Albin y los pertenecientes a la Calera de las
Guerfanas, los del Rincon del Rosario y los Campos de
Correa y donde en los citados campos se hallan sobre-
todo los vecinos poblados bajo las mismas condiciones.
Y en las otras tres panes de la Prov.a se practicaron
iguales diligencias, como podrá V. E. p.a mayor abunda-
miento informar á V.E. D. Juan de León Alcalde Mor.
de Provincia y la misma Intend.a actual.
Notificados así los vecinos, se apersonaron ante el
alcalde provincial o ante "los subalternos de los parti-
dos", donde elegían el terreno para su población, como
lo indicaba el art. 84. Son bastante abundantes las soli-
citudes presentadas por los vecinos. Si bien no todas las
fuentes citan ni transcriben las solicitudes, parece por
demás obvio que en todos los casos operó previamente
el pedido del donatario. Tomás Burgueño se considera-
ba "acrehedor á la gracia en el reparto de los terrenos
de los Haedos (administrador de Villanueva Pico) en
fuerza de mis notorios sentimientos de mi anhelada ve-
cindad y gravosa familia" y reforzaba su pedido en su
calidad de ex-arrendatario de aquellos campos. Fran-
cisca Vera, en los mismos terrenos, solicitaba una suerte
para la subsistencia y fomento demi pobre familia y se
consideraba como vecina oriental acrehedora á aquella
parte de territorio de propiedad extraña. Y el cercano
vecino Juan Pérez solicitaba otro tanto por cuanto le
84
asistía el derecho de ser agraciado, el no haber sido un
hijo contrario e ingrato á mi patria, antes al contrario
la he servido en quanto ha estado á mis alcances. En
términos similares se expresaban otros donatarios de los
campos de las Huérfanas, Pedro Manuel Carcía, Anto-
nio Villalba, Viana Achucarro, etc.
La tramitacióíi recaída sobre las solicitudes varió
según las jurisdicciones, y posiblemente según la proxi-
midad o lejanía de Montevideo. Sólo los expedientes co-
rrespondientes al rincón entre los dos Solises parecen
haber tenido una tramitación completa, acorde con las
prescripciones del Reglamento. En otros campos, como en
los repartidos por Juan de León, llegaron a elevarse pa-
drones completos y minuciosos, pero distintas circuns-
tancias impidieron que las donaciones fueran definiti-
vamente protocolizadas. Por lo que revelan los docu-
mentos, la abundantísima actividad del comisionado
Manuel Durán no se reflejó en la definitiva regulariza-
ción de los títulos en virtud de la invasión portuguesa.
Finalizada su tarea a fines de 1316, se dirigía Durán a
Montevideo para la confirmación de su actividad. Pe-
dro Solano, donatario de las Huérfanas, informaba al
respecto que Manuel Durán asi ami como a los demás
vecinos aquienes repartió tierra no nos documentó y
ofreció hacerlo asu regreso para Montevideo, lo que no
tubo efecto por las Combulsiones políticas del Pays."
En todos los casos conocidos; los comisionados se
preocuparon de cumplir las prescripciones del art. 16
que limitaba a legua y media de frente y dos de fondo
la extensión de la gracia, salvo la mayor o menor cuan-
tía con que se corregía dicha cifra para que. el terreno
siempre tuviese aguadas y linderos fijos. El mismo ar-
tículo encomendaba a los comisionados "economizar el
terreno en lo posible y evitar en lo sucesivo desavenen-
cias entre vecinos". E1 modo con que se logró tan exac-
to cumplimiento fue el siguiente. Como lo revela el re-

85
parto de los terrenos de Viana Achucarro, Villanueva
Pico, P. M. García, cte., los comisionados convocaban
a los interesados y entregaban los terrenos demarcando
en presencia del agraciado y 'sus linderos y demás ve-
cinos del pago, agraciados a su vez. Juan de León dio
posesión y delimitó con minuciosidad las donaciones a
44 vecinos entre los arroyos Maciel, Timote y río' Yí, de
tal modo que cada vecino conocía perfectamente el lin-
dero correspondiente así como los demás propietarios 'y
lindes no contiguos dentro de la antigua gran estancia.

Consolidación y regularización de
la pequeña posesión

Además de realizar los repartos de acuerdo con las


solicitudes de los vecinos, los comisionados fueron en-
cargados -arts. 8 y 21- de legitimar tanto las donacio-
nes anteriores al Reglamento como aquellas que el pro-
pio Artigas autorizaba precariamente. Donaciones pre-
vias al Reglamento, conocemos dos de Otorgués en cl
Rincón de José Ignacio y una de Lavalleja en Las Huér-
fanas. Justamente en este caso, sabemos que el agracia-
do "moreno libre" Lorenzo Ruiz Díaz procedió a legi-
timar la donación así recibida ante el comisionado Ma-
nuel Durán. De un carácter diverso fueron las concesio-
nes de tierras que obtuvieron diversos oficiales artiguis-
tas en 1814, seguramente a título precario tales como
Ramón Santiago Rodríguez en los campos que fueran
de José de Arvide, y Gorgonio Aguiar en el Guaviyú, en
los terrenos que fueran de Miguel Díaz Vélez. Nada i-a-
bemos sobre lo acontecido con estas concesiones a partir
de aprobado el Reglamento; pero, dada la rigurosa ob-
servancia con que se manejó siempre Artigas, no es di-
fícil suponer que también en sus casos debió haberse
practicado la legitimación respectiva y sujeción de su
terreno a las demás prescripciones del Reglamento.

86
Los comisionados no solamente legitimaron las do-
naciones efectuadas por las propias autoridades patrias,,
sino que, además, proveyeron a distintos pequeños po-
bladores del documento de propiedad que garantizase
la posesión recibida antiguamente por diversas causas.
Por ejemplo, es muy conocido el litigio sostenido entre
Feliciano Correa y los vecinos del rincón entre los arro-
yos,Molles y Tala (Durazno). En 1810, los vecinos del
lugar eligieron a 4 comisionados para el reparto de cha-
cras,y suertes de pastoreo, con motivo de la fundación
de un pueblo. Félix Rivera fue uno de los encargados
de llevar a cabo esa tarea. En 1815 v 1816 se recabó dé
su conocimiento las informaciones, necesarias para con-
solidar aquellos repartos coloniales, discutidos por el de-
tentador Feliciano Correa. Fue en ese carácter de con-
solidación que se extendieron los documentos de dona-
ción. Sin que todavía nuestros conocimientos sean satis-
factorios, parece que por los mismos motivos se realizó
en 1816 el reparto consolilatorio a los vecinos del Rin-
cón del Colla, concedido oficialmente por Vigodet en
1810 y reivindicado por el porteño Juan de Alagón.
Además dé estas legitimaciones, tanto más necesa-
rias por cuanto abrazaban los intereses de una conside-
rable población, los comisionados realizaron también
consolidaciones individuales, como la ocurrida con el
"moreno libre'' Domingo Quintana,. poseedor de un pe-
queño terreno de su ex- amo Miguel Zamora. El comisio-
nado no se limitó a consolidar el pequeño campo, sino
que agregó al terreno el área necesaria para completar
la suerte que' prescribía el Reglamento.
Algunos solicitantes (Juan Manuel Llupes, José
Anastasio Hereñú) elevaron sus pedidos directamente
al mismo Artigas. En estos casos, accediendo a sus soli-
citudes, Artigas no se eximía de remitirles a las autori-

87
dades correspondientes; los comisionados de la jurisdic-
ción, fueron en definitiva quienes legalizaron la dona-
ción.
Tos deberes económicos-sociales del donatario
El art. 11 determinaba la obligación por parte de
los agraciados de formar un rancho y dos corrales en el
término preciso de dos meses, los que cumplidos, si se
advirtiese omisión se les reconvendrá para que lo efec-
túen en un mes más, el cual cumplirlo, si se advierte la
misma negligencia será aquel terreno donado á otro ve-
cino más laborioso y benéfico á la Provincia. -
Esta prescripción del Reglamento no quedó en le-
tra muerta. Los comisionados (véase .la convocatoria de
Manuel Durán, los documentos individuales otorgados
por Cayetano Fernández) al extender sus documentos
recordaban casi siempre esa obligación en forma textual,
agregando que su cumplimiento, era necesario pues acá
lo ordena el S.ór D.n ]osé Artigas Cap.n Gral. de esta
prov.a de la vanda Orit.l y protetor de los pueblos li.s.
En aquellos casos en que los donatarios olvidaban
cumplir tan sabia disposición, los comisionados eran in-
flexibles. Sebastián Reynoso recibió de manos de Ma-
nuel Durán una suerte en el rincón del Pichinango (Co-
lonia). Habiendo pasado todos los plazos sin que Rey-
noso se atuviese a la condición de levantar rancho y dos
corrales, el comisionado le quitó la donación y la otorgó
a otro vecino.
Vinculada a esta severa obligación se hallaban los
arts. 22, 23 y 24 que ordenaban al Alcalde Provisional
y a los Comisionados que facultasen la reunión y saca
de animales vacunos y caballares de las estancias de
europeos y malos americanos sitas en sus respectivas ju-
risdicciones; prohibían que los agraciados hiciesen tales
faenas por su cuenta, impedían las correrias y distribuían

88
los ganados con igualdad entre los concurrentes. Por úl-
timo, ordenaban a los agraciados que los ganados que
así recibiesen no fuesen aplicados "a otro 'uso que el
de amansarlos, `caparlos y sujetarlos a rodeo".
Como se ve, había dos actividades que se conside-
raban inconciliables. La obligación de formar rancho y
corrales era complementada con la obligación de formar
rodeos y amansar los ganados recibidos. Ofrecida la tie-
rra y los ganados, los hacendados debían constreñirse
al trabajo honrado y al mejoramiento de la producción,
por lo cual el propio Reglamento prohibía terminante-
mente que en lugar de ese esfuerzo productivo, los agra-
ciados intentasen aprovecharse indiscriminada y depre-
datoriamente de los ganados abandonados por los pro-
pietarios enemigos. Está clara que quienes no levanta-
ban ranchos ni corrales, ocupaban su tiempo en la co-
rambre clandestina de los ganados alzados. En este.cua-
dro está inscrita la famosa reconvención que Artigas ele
vó e1 20 de diciembre a Lino Pérez (publicada por Fla-
vio Carcía). La mano de Artigas no temblaría ni ante
su propio edecán, el teniente Faustino Tejera, a quien
decomisó las corambres que realizara en los campos
confiscados de los hermanos Villademoros y en los aban-
donados por su padre: José Tejera.

Medidas contra el acaparamiento de tierras


Tendiendo el Reglamento a la creación de la pe-
queña propiedad nii'al y luchando al mismo tiempo con-
tra el latifundio, cuya 'viabilidad estaba asentada en la
subordinación de los trabajadores directos, el Reglamen-
to fijó también a este respecto claras directivas.
Los arts. 16, 17 y 19 recomendaban a los comisio-
nados economizar el terreno en lo posible, realizar su
tarea de modoque los agraciados no recibiesen "más
que una suerte de estancia" de tal forma que se impi-

89
diese la acumulación de tierras en pocas manos. De to-
dos modos, no pareciendo suficientes estas limitaciones,
el Reglamento dispuso impedir por un plazo determina-
do la movilidad de la tierra como puro bien mercantil,
por cuyo conducto hubiera podido reoperarse la con-
centración de la tierra. El Reglamento, en este sentido.
no es utópico, no se propone restar la tierra a la circu-
lación mercantil por toda la eternidad. Para alejar a los
solicitantes que viesen en la tierra un mero instrumento
de fácil enajenación y obtención de dinero, le bastaba
impedir todo tipo de enajenación, venta, o afectación
hipotecaria hasta el arreglo formal de la Provincia "en
que se deliberaría lo conveniente". De más está decir
que en estas condiciones se acogían a la donación sólo
aquellos que se proponían trabajar directamente la tie-
rra. ,'
Como el Reglamento no se proponía "vincular" un
hombre determinado a una tierra determinada por siem-
pre jamás,. la movilidad de los hombres sin pérdida de.
la gracia concedida estaba facilitada por el art. 17, que
permitía que fuesen agraciados aquellos americanos "que
quisiesen mudar de posesión dejando la que tienen á
beneficio de la Provincia". A esta prescripción se acogió
Fernando Otorgues, quien permutó el terreno obtenido
en 1807 por el rincón confiscado a Chopitea en el San
José y Santa Lucía. Dos ejemplos similares se hallan
entre los donatarios de la ex-estancia de Pedro Manuel
García.
Si bien el Reglamento prohibía toda enajenación
onerosa de las suertes recibidas; no impedía las trasla-
ciones de dominio. Sobre una de las suertes repartidas
en la estancia de García citada, llegaron a sucederse
tres propietários bajo el gobierno artiguista. sin que se
infringiese en modo alguno las muy claras disposiciones
del Reglamento: El donatario directo, Tomás Cortés,
permuta su.suerte con la de Juan Simón Núñez, y éste,

90
poco después, traspasa su campo, con autorización del
comisionado del pago, a Felisberto Olivera. La trasla-
ción se realizó en ambos casos sin venta de campo, y
en el último caso Juan Simón Núñez se limitó a vender
el ganado, el rancho y los corrales por él edificados, por
ser de su propiedad particular y fruto de su propio tra-
bajo.

Algunos caracteres de los donatarios


Por último, la documentación nos ha permitido ubi-
car un reparto completo, cuyo padrón ilustra sobre el
cumplimiento de las prescripciones que el Reglamento
fijaba para las condiciones que debían llenar los dona-
tarios. Nos referimos a la "Repartición de Terrenos en
los campos de la Achucarro desde el 13 de marzo hasta
el 24 del mismo", del cual extraemos esta información.
El art. 7° determinaba que en los repartos de terre-
nos serían preferidos los casados a los solteros, y dicha
condición parece haberse cumplido a la letra, por cuanto
el padrón enumera desde el principio, los agraciados ca-
sados y cargados de hijos, continuando el padrón entre
los solteros y demás donatarios de condición civil no es-
pecificada pero presumiblemente solteros también. El
documento permite calcular con toda aproximación, te-
niendo en cuenta las esposas de los agraciados casados
y los hijos enumerados, que en la estancia donde sólo
los ganados encontraban abrigo, se asentaron 112 per-
sonas. - .
De acuerdo con el padrón fueron agraciados 14 pa-
triotas casados y 1 viuda, con un total de 52 hijos a su
cargo; 5 solteros y 26 sin especificación, presumiblemen-
te solteros. No es menos sugestiva la distinción por na-
cionalidades. También aquí fueron preferidos los ame-
ricanos a los extranjeros, por cuanto de aquellos de quie-
nes se determina la nacionalidad, 41 eran americanos y

91
sólo dos europeos: uno de "Portugal" y el otro de Ma-
llorca. Entre los americanos, 27 pertenecían a la Banda
Oriental, de entre los cuales 14 eran citados como natu-
rales de la "Provincia", y otros, mejor determinados: 10
de Montevideo. 1 de Sto. Domingo Soriano, 1 de Co-
lonia y 1 de Maldonado. De otras provincias america-
nas se mencionaban 14 agraciados: 1 de Mendoza y de
Misiones, 2 de Buenos Aires, y, cifra sorprendente, 10
naturales del Paraguay, número señalante quizás de la
abundante migración que en la época colonial y revolu-
cionaria transcurría entre las provincias del norte y la
Banda Oriental.

La oposición al Reglamento

Las dificultades de aplicación del Reglamento ilu-


minan en cierto modo su ocaso, no sólo poyque fue
arrastrado en la derrota militar artiguista, sino porque
todo el contexto histórico rioplatense y su interconexión
con el pujante mundo europeo, estaban exigiendo el peor
camino de desarrollo.
Artigas pudo haber triunfado contra las tendencias
contrarrevolucionarias y precapitalistas, de no haber me-
diado la intervención extranjera. Pero esta intervención
extranjera no debe ser vista como un fenómeno "exte-
rior", pura innecesidad histórica. La intervención extran-
jera se transforma en elemento que determina si en la
sociedad intervenida se halla una estructura receptora.
Tal fue lo que sucedió en el Río de la Plata y en la
Banda Oriental. El mundo exterior inglés y portugués
eran ya un interior de la sociedad rioplatense. Lo eran
no sólo en aquellos reconocibles comerciantes extranje-
ros residentes en los puertos platenses, sino -y esto
lo fundamental- porque toda la producción mercantil
del Rio de la Plata era ya un puro interiór del mercado

112
mundial unificado. A partir dé esta conexión ya rigidi-
zada y exigente opera la "necesidad" de la intervención
y su "posibilidad" de realizarse.
Para la Banda Oriental, el establecimiento de .sóli-
dos lazos comerciales entre la burguesía criolla y el "en-
trepot" portugués-inglés, fue fatal para Artigas y su mo-
do de revolución. Sobre esto no pretendemos extender-
nos hoy demasiado. Para el futuro de la política agraria
artiguista se hace más acuciante la necesidad de expli-
car las relaciones sociales que en el campo, labraron
hondo para deteriorar, derrotar y aniquilar el camino
artiguista. A1 fin de cuentas, este camino anti-artiguista,
sería el que habría de triunfar en toda la línea y per-
durar durante todo el siglo XX.
Una de las tendencias contra la que más debió lu-
char Artigas, fue contra la herencia que el mundo co-
lonial legó a las condiciones sociales de las masas pobres
del campo. Sería tonto y demagógico pretender caracte-
rizar a las masas pobres del campo como una suerte de
masa seráfica e incontaminada. Por el contrario. uno de
los peores resultados del mundo colonial había sido el
de provocar el desclasamiento de amplios sectores de
los desheredados de la campaña. El gaucho changador
y contrabandista que tanto había contribuido a corroer
el cascarón monopolista y colonial, había forjado un
modo de vida que, a partir del triunfo de la revolución.
se transformaba exactamente en su contrario, en él ma-
yor sostén del viejo mundo que había contribuido a de-
rrotar.
Artigas se vio obligado a separar y castigar a mu-
chos comandantes militares que violaban la disciplina
y austeridad revolucionaria, prevaricando, robando y pa-
rasitando sobre la producción ganadera. Incluso varios
administradores de las estancias confiscadas debieron ser
separados de sus cargos por realizar faenas clandestinas

93
y en su provecho personal. El propio Reglamento Pro-
visorio, tan urgido en su aplicación salía al paso -no
menos- a las tendencias de los caudillejos locales que se
repartían los ganados y las tierras, bajo el criterio de
favorecer a los seguidores y adictos, en detrimento de
la igualdad de acceso a la tierra y al ganado. Cuán
amargo es el tono del caudillo cuando advierte que los
paisanos se retraen de ocupar las tierras del Uruguay.
abiertas a todos por Bando. Ora Otorgués realizaba un
contrato con Ramón Márquez para faenar los ganados
de emigrados, ora permitía a Fernando Martínez faenar
los ganados de sus campos confiscados. Más allá era su
primo Nicolás Cadea quien "compraba" los bienes del
español Xavier Echenique para salvarlo de la confisca-
ción, ora era Pedro Amigó quien usaba su influencia
para apropiarse las tierras de Félix Más de Ayalá, ora
un teniente de Encarnación quien pretendía hacer lo
mismo con los bienes de Francisco Albín. El uso preca-
pitalista y privilegista de la revolución andaba en el aire,
y era, por otra parte, el único modo conocido al otro lado
del Río Uruguay.
Artigas clama con Monterroso contra todos esos cau-
dillos y comerciantes que "tiran de la capa del pobre
Estado". Cuántas dudas antes de separar a Encarnación.
Cuánta su paciencia para convencer a Otorgués de que
fue un dócil instrumento de un clan prevaricador y usu-
rero a cuya cabeza se hallaban Juan María Pérez, Lucas
Obes, Antolín Reina y Juan Correa. Pero luego de com-
prendida la calidad del mal, cuánta energía para conde-
nar a los comandantes militares y qué grillos aquellos
que se puso a los ricos comérciantes'montevideanos. Ha-
cia el Cuartel General llegan los ecos de la complicidad
del Cabildo con la vieja contrarrevolución española. Los
íntimos y las autoridades piden continuamente que sean
salvados los bienes de Francisco Albín, de Miguel Za-
mora, de Isidro Barrera, de Benito Chain, de Fernando

94
Martínez. Una y otra vez el caudillo radical contesta:
"Aquellos que no pueden pagar con sus personas, paga-
rán con sus bienes". "A quienes tanto nos han hecho la
guerra, ninguna consideración, antes bien ordeno que
se repartan sus campos entre los vecinos", etc., etc. Al-
gunas de estas condescendencias de las autoridades mon-
tevideanas no llegaban al cuartel general. Las quejas y
los ecos ruedan a Purificación y Artigas brama: "todo
me hace creer que entrando en esa plaza, todo se con-
tamina". Artigas escribe; conmina, exige, amenaza:
`aguárdeme el día menos pensado en- esa. Pienso ir sin
ser sentido, y verá usted si,me arreo por delante al gobier-
no, a los sarracenos, á los porteños y á tanto malandrín
que no sirven más que para entorpecer los negocios".
Todo parecía vano. Aquel cabildo, que el Reglamento
miraba como juez de' alzada para todo lo que fuese apli-
car el Reglamento, era pura morosidad, todo componen-
da, conciliación, mediador de temerosos latifundistas:
por su intermedio escribe la viuda de Fernando Martí-
nez y súplica Francisco ,Albín. Es este cabildo y Baneiro
quienes salvan los bienes de Juan Francisco Martinez y
Luis A. Gutiérrez en una peculiar interpretación del Re-
glamento.
Pero pese a todo, el campo uruguayo se parcelaba
en, pequeñas suertes, los gauchos alzados comenzaban
a gustar del trabajo honrado, levantaban ranchos y co-
rrales, plantaban sus primeras sementeras. Por primera
vez, miles de hombres comenzaban a comprender que
la tierra no tenía por qué ser el fruto del privilegio co-
lonial, ni la prenda del caudillo ensoberbecido en su po-
der. E1 sueño roussoniano de la igualdad de los hom-
bres ante la ley se hacía realidad sin exégesis jurídicas
ni comentarios mediocres. Lo que Lenin llamaba el "ca-
mino norteamericano" se abría pasoen el país en el
curso de una revolúción radical. La creación de la pe-
queña propiedad rural era sin duda el camino avanza-
95
do: por él transitaría la mayor densidad de trabajo hu-
mano, por él nacían relaciones sociales libres entre hom-
bres libres. Artigas, al fin de cuentas, era -y debía ser-
lo- el mejor defensor de la propiedad privada burgue-
sa, y el peor enemigo de la propiedad señorial, simple
habitat de un mundo de subordinaciones personales.
E1 camino artiguista consolidaba la propiedad -en
esos días lo más revolucionario-, permitía que el traba-
jador volcase sobre la tierra lo mejor de sus esfuerzos,
que fuese capaz de planear por generaciones, ahorrar,
volcar capital, acumular en fin, haciendo uso de lo me-
jor que la técnica hubiese proporcionado en el curso del
siglo. En cambio, en el mundo de la subordinación per-
sonal, la tierra, precario objeto, no conoce otra garantía
de la propiedad que la devoción al caudillo y la inser-
ción en el partido o facción que denomina a la jerarquía.
Sobre esta tierra, residencia de escasos peones y muchos
soldados "in prívate obsequio", el modo burgués lan-
guidece, la producción se estanca cuando no se destru-
ye. Ni se mejora la producción ni se incentiva la técnica.
Y el hombre en ella perdura siempre que se subordine
y vive en tanto pierde su libertad.
Los desheredados de la campaña, por supuesto, de,
todo esto, sólo tenían una conciencia puramente senso-
rial: la tierra. La revolución les había dado la tierra, ha-
bía elevado a los hombres, había aniquilado sus humi-
llaciones y a sus opresores. Pero en la elevación de su
conciencia los halló la invasión extranjera, que si triunfó
fue porque recorrió no sólo los trillos del enfrentamiento
militar sino también los caminos del desmoronamiento
del frágil y nuevo mundo de las relaciones sociales en
el campo.
En 1519, junto a Lecor se halla toda la burguesía
comercial portuaria y los grandes hacendados deserta-
dol del bando patriota. Los pequeños hacendados están
ya en plena transacción, heridos en la mezquindad de

96
e propiedad al borde de la ruina. Quedan sólo los po-
res del campo, criollos libres, indios, negros y libertos.
Entre ellos: los que han recibido tierras y miles de hom-
bres asentados en terrenos abandonados que esperaban
otro tanto. Una tras otra, se pasan al Imperio las guar-
niciones patriotas de los distritos al sur del Río Negro.
Por último en marzo de 1820 lo hace Rivera.
Repetimos, no sólo la. derrota militar puede expli-
car que los paisanos abandonasen a Artigas. Contribuyó
también a su derrota que no había triunfado hasta el
final en el campo.
La relación hombre-tierra, tan notoria, había ocul-
tado a los pobres del campo la verdadera relación que
tras ella subyacía. Ya Marx ha insistido en que, cuan-
do nos encontramos con una reláción determinada dé
los hombres con las cosas, debíamos profundizar hasta
hallar en ella la relación real entre los hombres.
La tierra -la cosa- sobre cuya vinculación con el
hombre parecían detenerse todas las miradas, era apenas
un medio de producción. Cuando los pequeños hacen-
dados artiguistas creían vincularse a la tierra no hacían
otra cosa que vincularse los unos con los otros, estable-
ciendo una activa y significativa alianza revolucionaria
de los pobres del campo. La mistificación, -sin duda
inevitable- de dicha relación permitió que los donata-
rios artiguistas tuviesen por la tierra la adhesión que de-
bían a los hombres. Sobre esta mistificación operó la
política portuguesa.
Rivera y Lecor transan sobre un aspecto: los hom-
bres del campo no serán inquietados en su posesión,
cualquiera que ésta sea: fruto de donación documenta-
da o mera ocupación a la espera de la documentación
artiguista. Triunfante el portugués y pacificado el país,
el acuerdo se hace decreto: amparo a los llamados "po-
bladores de buena fe". De este modo el poder .cisplati-
no, protegiendo aparentemente la relación de los hom-

97
bres con la tierra, corrompió y destrozó lo que era su
base real: la relación de los hombres entre sí; pero no
cualquier tipo de relación sino la que Artigas había in-
tentado edificar y consolidar: la relación revolucionaria
y democrática de la clase de los pobres del campo. Y
esta base real no fue sustituida -por supuesto- por la
relación entre los hombres y la tierra, -pura mistifica-
ción de una relación real- sino por las relaciones de de-
pendencia personal entre cada poseedor o donatario ar-
tiguista con el "protector" o caudillo del pago y de la
hora, ganado para ello, invitado por el poder portugués
a cumplir la intermediación necesaria para la consolida-
ción de un perdurabilísimo dominio de la Banda Orien-
tal.
En 1824-25, cuando un seguro Lecor intentó olvidar
sobre qué relaciones había edificado su dominio de la
Banda Oriental; .cuando comenzó a expulsar en masa a
los donatarios artiguistas y a los poseedores sin títulos
en favor de la oligarquía criollo-cisplatina, los hombres
del campo volvieron -fugazmente- a comprender que
la tierra era apenas el corolario de la relación revoludo-
naria de la clase de los pobres del campo. Fugaz, diji-
mos, Artigas era irrepetible. Y el Uruguay independiente
decidió probar a lo largo del siglo, cuán hondo había
caído el mundo artiguista y cuán profundamente las cla-
ses dominantes habían enterrado el Reglamento Proviso-
rio de la Provincia Oriental para el fomento de su cam-
paña y seguridad de sus hacendados.

98
LA CONTRARREVOLUCION LATIFUNDISTA

1. EPOCA CISPLATINA

Período de conciliación con los donatarios artiguistas


Cuando se pretende configurar la política que si-
guió el ocupante portugués en torno a la revolución agra-
ria heredada de Artigas, no caben generalizaciones, es-
quemáticas. Por supuesto que en líneas generales cabe
hablar de contrarrevolución y de retroceso a las peores
condiciones de apropiación de la tierra, propias del an-
tiguo status colonial. Pero la traducción de esa orienta-
ción general a la política práctica sobre cómo y a quién
distribuir la tierra; conoce variados matices, que deben
ser aclarados y comprendidos en el conjunto de la po-
lítica total de dominación del país.
Los portugueses habían invadido y ocupado la Ban-
da Oriental para la satisfacción de fines propios y espe-
cíficos. Quien piense que simplemente llegaron con la
galana intención de llamar a los grandes propietarios
devolviéndoles lisa y llanamente sus campos, cometería
el mismo error del que creyese que los portuguses ve-
nían a reengarzar la joya oriental a la corona española,
En segundo término el modo y forma de la conquis-
ta predeterminó en sus grandes líneas los primeros pasos
del poder portugués respecto a los conflictos entre pro-
pietarios confiscados y donatarios artiguistas.
Uno de los elementos con los cuales Lecor desfibró
la resistencia de las masas orientales fue justamente el de
,vincular la deserción de las tropas orientales -a través

99
de los compromisos con los caudillos y con los cabil-
dos- al mantenimiento sobre sus campos de todos los
donatarios artiguistas y demás poseedores de campos de
emigrados que por cualquier razón no hubieran logrado
la titulación que ofrecía el Reglamento Provisorio.
Tan temprano como en 1817, Lecor se vio obligado
a legislar en torno a la política confiscatoria de los go-
biernos patrios. Necesitado de la autoridad real, recabó
de sus superiores las instrucciones respectivas que le
fueron impartidas en forma de una Real Orden, según
la cual el gobierno portugués sólo tramitaría aquellas
reclamaciones de propietarios (urbanos o rurales) con-
fiscados que promoviesen personalmente sus acciones.
En el período 1817 - 1820, la generalidad de las
transacciones realizadas por Lecor con los distintos agru-
pamientos militares patriotas y con los cabildos, por las
cuales sucesivamente fueron subordinándose al dominio
portugués, casi todos los distritos de la campaña, no ol-
vidaban incluir en su articulado el "respeto a la propie-
dad" de aquellos que así aceptaban el dominio portu-
gués. - -
De más está decir que los patriotas creían que estos
convenios aseguraban la propiedad "legal" otorgada por
los comisionados artiguistas, o'la mera ocupación de los
campos permitida por el contexto histórico de aplicación
del Reglamento.
Pero el verdadero "tratado" por el cual Lecor se
comprometía ante las masas orientales para respetar la
propiedad de la tierra tal como la había dejado Artigas
devino del conocido y frustrado "Arreglo de Tres Arbo-
les" y de la reunión realizada entre Lecor y Rivera en
Guadalupe.
La existencia de este convenio está demostrada no
sólo por los términos del frustrado "Arreglo" sino ade-
más por las continuas invocaciones que los documen-
tos a él realizan, sugiriéndolo algunos y citándolo ex-

100
presamente otros. Son varios los expedientes que se re-
fieren a este convenio en los términos con que lo hacía
el donatario Juan Calván en 1820, quien al solicitar el
amparo de su posesión se apoyaba en Q.e desde el in-
greso de las armas de su Magestad Fidelísima en esta
Provincia no se ha hecho moción alguna acerca de las
datas de tierras, que en el Gobierno del General Artigas,
fueron concedidas, dejando las cosas en el mismo estado
en que estaban, quando fue ocupada la Provincia. Más
explícito es el testimonio que ofrece un expediente de
1832 en que Eusebio Benavídez protestaba contra el in-
tento de desconocer la autoridad artiguista amparándose
en los tratados que el Excmo. Gral. Dn. Carlos Federico
Lecor (realizara) con S.E. Dn. Fructuoso Rivera; por
ellas resulta convencionado no se haría novedad en- las
propiedades, fueros y privilegios de los pueblos del dis-
trito. En 1830 en otro expediente sobre tierras se afirma
que si el amparo en la posesión constituyera título de
propiedad, todos los que en el día ocupan terreno del
Estado y particulares, se llamarian legítimos dueños, por
estar en este caso desde el año diez y siete, y no por un
decreto simple, sino por preliminares celebradas entre
los.Exc.mos S. S. don Fructuoso Rivera, y Dn. Carlos
Federico Lecor.
Establecida la pacificación del país, la perennidad
del dominio portugués estaba vinculada a la aceptación
más o menos pacífica por parte de las grandes masas
de desheredados del campo,' que habían encontrado en
Artigas el dirigente que los había promovido al reen-
cuentro de su dignidad y de su bienestar, con el acceso
a la tierra y al ganado. Desde un principio, la "pacifi-
cación" fue tina laboriosa política de acomodación y
transacción con estas grandes masas, a través de la tran-
sacción con sus jefes locales o regionales. Todo intento
de violar el consenso de esa "transacción" suponía el

101
peligro de que esas grandes masas volvieran rápidamen-
te a su anterior actitud de rebeldía y revolución, por lo
cual la actitud de los portugueses y brasileños operó
siempre con una mezcla de rigor y parsimonia, que aten-
día a las posibilidades concretas que encontraba en cada
región rara ir o no a fondo.
La política de Lecor estuvo dirigida a evitar ser
triturado por la oposición de intereses heredada del vie-
jo mundo colonial y revolucionario, para lo cual elaboró
nuevas tensiones, provocó un reacomodamiento de aque-
llos intereses, una reelaboración de las principales con-
tradicciones, en fin, escindió la homogeneidad de las
clases configuradas en su oposición de la época revolu-
cionaria, determinando la aparición en lo fundamental
de la estructura social semifeudal, por la cual los lazos
de dependencia personal, se sobreagregaron a los lazos
de la solidaridad de clase, desfibrando, corroyendo las
antiguas configuraciones de revolución y contrarrevolu-
ción.
Sobre la convención Lecor - Rivera y sobre la Real
Orden de Juan VI de 1817 se edificó la política cispla-
tina respecto a los donatarios artiguistas (estuvieran do-
cumentados o no). Inmediatamente después de la paci-
ficación se libró una circular por la cual los propieta-
rios que agitaran personalmente sus derechos verían re-
conocida su propiedad y amparada la ocupación material
de sus campos, pero sin la expulsión material de los
llamados "poseedores de buena fe", eufemismo con que
la sabiduría cisplatina denominaba a los poseedores ar-
tiguistas, y término con el cual, desde ya, se negaba toda
validez jurídica a la pequeña propiedad nacida de la re-
volución. En 1820 y 1821 se apuraron a reivindicar sus
campos los Hnos. Peláez Villademoros, Melchor y
Francisco Albín, Tomás Villalba, Pedro Manuel García,
Benito Chain, Juan de Almágro, José Fontecely, José Ra-
mírez, la viuda de Cristóbal Salvañach, los herederos de

102
Juan Francisco Blanco, los apoderados del Colegio de
las Huérfanas, el apoderado (Francisco Juanicó) de Juan
Bautista Dargain, Manuel Rollano, etc. En aquellos ca-
sos en que las estancias no habían alcanzado a ser re-
partidas, los propietarios prácticamente no tuvieron nin-
guna dificultad para rehacer su dominio sobre sus viejos
fundos confiscados o abandonados en el curso de la re-
volución. Pero cada vez que sobre sus campos se encon-
traron grandes masas de poseedores, o donatarios de ex-
pectante posición político-militar, el gobierno cisplatino,
si bien reconoció la propiedad del reivindicador operó
morosamente en la devolución de los campos -y decre-
tando siempre que la devolución y reocupación de los
campos no autorizaba a los propietarios a expulsar a los
donatarios y demás poseedores de los terrenos recibidos
en el curso de aplicación del Reglamento.

Período de expulsión de los donatarios artiguistas


En la segunda mitad del año 21, la equilibrista po-
lítica cisplatina amenazaba derrumbarse por cuanto ha-
bía terminado por no conformar a nadie. Entrelazado
por sus intereses de clase, cultura y dominio político con
la clase de los grandes propietarios, el gobierno cispla-
tino (asesorado por Nicolás de Herrera y Lucas Obes
y siguiendo la astucia prenatal de don Frutos Rivera)
dio una nueva vuelta de tuerca, mediante una circular
que propuesta por el Asesor Nicolás de Herrera fue
"tenida por general" para toda la provincia. En esta
circular se decidió que la tierra de los donatarios arti-
guistas sería restringida al solo suelo que poseyeran sus
ganados mansos, de modo tal que la notoria pobreza
de los donatarios en punto a ganados mansos operó en
una real y cuantiosa reducción,del suelo artiguista so-
bre el cual se les amparaba en su posesión.

103
Por su parte los donatarios artiguistas que ocupaban
campos fiscales o particulares cuyos propietarios por
variadas razones no habían acudido aún a reivindicar
sus bienes se encontraron con que cada vez que inten
taron consolidar sus donaciones, el gobierno cisplatino
les negaba toda posibilidad de hacerlo aun cuando no
los molestase en la posesión material de los terrenos.
Este fenómeno fue bastante común sobre todo a
partir del Bando de Lecor (7 de noviembre de 1821)
por el cual se convocó a todos los poseedores a regu-
larizar sus títulos. Se presentaron entonces una buena
cantidad de donatarios artiguistas a regularizar sus po-
sesiones creyéndose amparados por el llamado. Aquellos
cuyos propietarios no habían reivindicado la ,propiedad
(ausentes, o con títulos imperfectos o perdidos) fueron
lisa y llanamente desconocidos en sus reclamaciones, y
otro tanto sucedió con los poseedores de campos fisca-
les. Pero aquellos que ocupaban campos partí'culares cu-
yos propietarios habían ya iniciado su reclamación o
rondaban ya en vísperas de hacerlo, fueron obligados a
enzarzarse en juicios contradictorios con los viejos pro-
pietarios. Este fue, para ellos, el principio del fin.
La viuda y herederos de Fernando Martínez logra-
ron .así que las decenas de donatarios artiguistas de sus
campos de Durazno volvieran a subordinarse en one-
rosos arrendamientos. Juan Manuel Llupes fue sencilla-
mente expulsado por Antonio Villalba, parecida suerte
encontraron los donatarios de los campos de Francisco
Albín, del Rincón del Rosario, etc. En estos años co-
mienzan los pleitos de los donatarios de las Huérfanas,
de Pedro Manuel Carcía, Juan Francisco Blanco, Manuel
Rollano, Cristóbal Salvañach, Bernabé Alcorta, Juan de
Almagro. Pero cuando los conflictos se reflejan en plei-
tos es porque nos encontramos con una seria oposición
de los donatarios, nacida de su abundancia y detalle

104
muy importante de su supervivencia sobre el campo dis-
cutido. Por el contrario, aquellos donatarios aislados en
latifundios !apenas repartidos, o desamparados por la
masiva desaparición física de sus viejos codonatarios en
las terribles batallas contra la invasión portuguesa, tu-
vieron una suerte desesperada y casi anónima. Esto es
sobre todo válido para los campos situados al norte del
Río Negro. Allí, de los hipotéticos. y numerosos dona-
tarios artiguistas de los campos de Barrera, Almagro,
Milá de la Roca, Dargain, Francisco González, etc., es
legítimo suponer que en una buena parte fueron barri-
dos en la cruenta resistencia al invasor. En estos cam-
pos, justamente, los viejos propietarios conllevan la me-
nor de las dificultades en punto a la expulsión de do-
natarios u ocupantes artiguistas. Pero también es im-
portante señalarlo allí se encuentran con otro tocón. Es
allí justamente donde van dejándose caer los oficiales
y validos del régimen cisplatino, cuya simple posesión,
no menos irregular que la de la vieja generación orien-
tal, impide a Lecor aplicar una política abstracta y ge-
neral de desconocimiento del derecho de los poseedores
y de aséptico reconocimiento de los titulos coloniales
que esgrimen los viejos propietarios españoles y porte-
ños confiscados.
Los donatarios y meros ocupantes artiguistas inser-
tos en los cuadros político-militares del imperio, ora
como comisionados de partido, ora como oficiales de los
cuerpos criollos, perdida toda perspectiva solidaria y re-
volucionaria, sabedores que la mera discusión jurídica
finalizará por despojarles de sus campos, por supuesto
incapaces de resignarse a un destino aparentemente fa-
tal, reordenan sus relaciones sociales con los hombres
en una circunstancial conexión humana, que tendrá lar-
ga vida y se esclerosará con todos los matices posibles
en lo que se conoce como relaciones de dependencia
personal.

105
Pocos, no muchos, acudirán a la llamarada de los
años 22 y 23 para reconquistar la revolución nacional
que conocieron. Pero en su mayoría, los pequeños ha-
cendados de origen artiguista serán espectadores del con-
flicto cuando no se insertarán en el partido lecorista.
En buena parte se halla aquí la explicación del primer
fracaso lavallejista.
La gran mayoría de los hacendados patriotas, tie-
nen por la transacción Lecor-Rivera, la confianza mili-
tante que se tiene por un tratado. Esa transacción es a
su vez, el origen del poder de Rivera. Los hombres acu-
den a él, a Manuel Durán y a los diversos comisionados
artiguistas, a los caudillos departamentales (Hilario Pin-
tos, Baltasar Ojeda, etc.) a solicitar los testimonios de
la veracidad de la donación artiguista y a recabar la
protección que los cuerpos criollos y sus mandos son ca-
paces de dar al amparo de la posesión. Un donatario
estará tanto más protegido en su posesión cuanto, más
débiles sean los lazos que unen al propietario cn la
"claque" criollo-cisplatina y cuanto más fuerte sean sus
lazos con el aparato militar-caudillesco criollo y más alta
su inserción en la jerarquía. La fórmula artiguista de-
mocrático-burguesa que miraba a los hombres fuera de
su inserción en las jerarquías deja paso al fortalecimien-
to de nuevas relaciones entre los hombres, en las cuales
los hombres valen por la protección que reciben y dan
y por la devoción que prestan y aceptan. La tierra de-
jará de ser el fruto de la relación objetiva revolucionaria
entre los hombres para devenir el medio por el cual los
hombres entran en dependencia los unos respecto a los
otros.
E1 Bando de Lecor, al obligara propietarios y a po-
seedores a probar sus derechos sobre la misma tierra;
fue el instrumento jurídico que provocó el desconoci-
miento final de la transacción Lecor-Rivera y la primi-
tiva política de "amparo a los poseedores de buena fe".

106
Examinar en un tribunal, juzgar, era contraponer, era
decidir qué título obtendría prelación sobre otro, era,
políticamente hablando decidir que los viejos propieta-
rios volviesen a sus campos, y que los poseedores arti-'
guistas saliesen de ellos o aceptasen las diversas formas
de subordinación en la explotación de la tierra. Y esto
fue lo que comprendieron rápidamente todos.
Cuando el yerno de Melchor Albín, árguía como
apoderado de la familia, que se le devolviese la propie-
dad no hacía otra cosa que confirmar este cambio brusco
de la política cisplatina. Recordando los decretos de
"amparo a los poseedores de buena fe" nacidos en los
primeros días de dominio cisplatino y contrastándolos
con el nuevo enfoque nacido del Bando de Lecor, decía
aquél: posteriormente el dro. de los propietarios ha pre-
valecido sirviéndose V.E. pr. regla general, sin que ha-
ya podido servirle de escudo /a los intrusos/ la buena
fé con que ocupaban propiedades agenas. Y' Farncisco
Juanicó, poderoso favorito del "Club del Barón" lo di-
ría en forma aún más cínica cuando reivindicaba el
cuantioso fundo del Hervidero:
Bien se deja ver -decía- que estas anteriores órde-
nes circulares las dictó la política acomodada a las cir-
cunstancias muy particulares en que á tal época esta
provincia se hallaba. Así comprendieron todos; así lo en-
tendí yo que querléndo acomodarme a su espíritu, y
coadyuvarle, he guardado el silencio que se observa.
El irrestricto domiñio que el "partido brasileño" lo-
gró con Lecor luego de la retirada de las fuerzas por-
tuguesas y de la capitulación del Cabildo montevideano
dio entonces.libre cauce a la aplicación dé la orienta-
ción propietarista propuesta ya en el Bando de Lecor.
Fue sobre todo en 1824 y 25, en que el alud latifundista
anegó la pequeña propiedad .nacida de la revolución ar-
tiguista. Como diría juanicó en 1824 habiendo cesado
felizmente esas causas políticas que tales determinario-

107
nes exigieron y que provocaron tan imperiosamente mi
prudencia, estoy en el caso de pedir... Y cómo pidió, y
cómo exigieron entonces los grandes propietarios.
En el período que va de julio de 1824 a abril de
1825, las grandes masas de poseedores artiguistas se ven
conmovidas por los juicios casi finalizados de expulsión
de campos o de obligación de arrendamientos: decenas
de familias de los campos dé Pedro Manuel García se
preguntaban en febrero de 1825: Estos hombres y sus
familias ¿adónde llevarán lo que poseen, o a quién po-
drán venderlo en el conflicto de un desalojo y la incer-
tidumbre de un futuro que no conocen? Los donatarios
del ex-latifundio de Juan Francisco Blanco, también al
comenzar el año 25 protestaban desde el ceno de nues-
tro abatimiento p.r la erueld.d con q.e se nos ha intima-
do aquel decreto. Aquellas grandes masas que a punto
de ser desalojadas reclamaban se les confirmase la do-
nación ó gracia q.e se nos hizo por Dn. José Artigas, le-
gítimo magistrado, q.e al reparo de los Campos valdíos,
proporcionaba los vienes a la Causa Pública estaban le-
jos de resignarse. La soberbia con que restregaban la
gloria del caudillo en las narices de los magistrados cis-
platinos, anunciaba ya la Cruzada lavallejista que como
una chispa encendería toda la pradera oriental. Semanas
escasas separaban esa insurgencia en los tribunales de
la insurrección armada. Sólo faltaba Artigas. Los dona-
tarios artiguistas y los pequeños hacendados tendrían
oportunidad en el Uruguay independiente de llorar su
ausencia. -

La política cisplatina respecto a


los propietarios confiscados

A lo largo de todo su dominio, cada vez que los


portugueses o brasileños tuvieron que decidir en torno

108
a los problemas de las propiedades reivindicadas aten-
dieron en general a tres grupos de circunstancias. En
primer lugar (elemento siempre presente) al. momento
político en que transcurría la acción de reivindicación.
En segundo lugar, a la mayor o menor perfección jurí-
dica de la propiedad solicitada y a la influencia del pro-
pietario y su posición en la jerarquía colonial sobre la
cual se asentaba su dominio.' En tercer lugar a la im-
portancia y número de los poseedores artiguistas o a la
calidad de portugueses de los que allí se encontrasen.
En su conjunto estas circunstancias configuraban
una variada gama de casos posibles, los cuales hicieron
que las leyes y reglamentos conocieran una aplicación
matizada, resuelta a veces en aparente casuística, pero
que en su conjunto reflejaban una consecuente política
de fortalecimiento de la dominación colonial y de pri-
vilegios a los eslabones que en cada clase sostenían el
régimen.
Las propiedades confiscadas de acuerdo con la lla-
na letra del Reglamento cubrían casi la mitad del país,
y como se recordará el resto del territorio estaba forma-
do por los repartímientos minifundistas de los pueblJos,
por las estancias de los hacendados patriotas y en parti-
cular por enormes extensiones de tierras fiscales. Como
es natural, no todas las propiedades confiscadas fueron
repartidas: unas porque el corto plazo de aplicación pa-
cífica del Reglamento no lo permitió, otras porque fue-
ron destinadas a mantener los ganados del Estado y a
mantener los abastecimientos y las finanzas revoluciona-
rias, otras en fin, porque aún habiendo emigrado sus
propietarios, no hubo tiempo de tenerlas en cuenta.
Los propietarios de este grupo, no tuvieron prácti-
camente dificultades para reocupar sus campos, salvo
por supuesto en el caso' en que éstos 'se cubrieron con
los recién llegados portugueses, caso sobre el cual no de-

109
tenemos nuestra atención por no corresponder al análi-
sis que hoy realizamos. Tal parece haber sido el caso
de los campos de Joaquín Núñez Prates, José Ramírez,
Manuel Solsona, Mateo Magariños, Félix Sáenz, Felipe
Contucci, hermanos Villademoros, José Fontecely, cte.
Para la reocupación lisa y llana de las viejas pro-
piedades, de todos modos los propietarios encontraron
una extensa serie de dificultades. devenidas unas de las
consecuencias de la misma anarquía y caos revoluciona-
rios y otras de las chicanas de los magistrados cisplati-
nos tendientes siempre a proteger los intereses fiscales
.y políticos de la administración imperial.
Una buena parte de los propietarios no se presentó
personalmente a reivindicar los campos, razón que obsta-
ba a que se tuviese en cuenta sus intereses, de acuerdo
con la Real Orden de 1817. Algunos de los grandes pro-
pietarios espáñoles participaron en la intentona restau-
radora de 1819, por lo cual hombres como Benito Chain,
Juan de Vargas, Roque de Haedo, Pedro Manuel Gar-
cía, cte., fueron detenidos y algunos de entre ellos ex-
pulsados de la provincia. Para muchos de ellos, el con-
flicto significó postergar sus reivindicaciones por mu-
chos años, para otros supuso pasar por las rigurosas hor-
cas caudinas de la sumisión a Lecor, cuyo oneroso pre-
cio quedará sepultado y ocultado en las compras de in-
fluencias, por supuesto indocumentadas.
La revolución no sólo había confiscado el espacio
de explotación ganadera, no sólo los ganados, sino que
había arruinado a multitud de grandes y antaño flore-
cientes hacendados. Obligados a emigrar al Brasil o a las
Provincias Unidas, la mayoría de ellos conocieron la mi-
seria más completa y jamás pudieron levantar cabeza.
La reivindicación de sus propiedades, por más que sig-
nificara el volver a la vieja y perdida potencia económi-
ca no era de todos modos una empresa ni fácil ni exen-
ta de gastos. Trasladarse a la Banda Oriental, mantener

110
un decoroso nivel de vida mientras se sustanciaban los
largos y gravosos pleitos de reivindicación, morosamen-
te llevados las más de las veces por una cohorte de há-
líiles especuladores de tierras y letrados adheridos a las
"facilidades" del régimen, no era para todos. Los más
tuvieron que comprar una parte de su antiguo- esplen-
dor aceptando los convenios que los "embrollones de le-
tra menuda" y los grandes comerciantes y hacendados
incrustados en el aparato colonial les proponían. Pero
no sólo los ruinosos "apoderados" marginaban y recor-
taban las riquezas reivindicadas. Como a lo largo de to-
do el siglo se habría de repetir, cada una de las instan-
cias judiciales y ejecutivas que cruzaban de vallas los
pleitos, debían ser salvadas mediante el tráfico siempre
oneroso de influencias: una vista fiscal favorable, un am-
paro de posesión, un lanzamiento, un acompañamiento
militar para el mismo, debían ser apoyados con ríos de
dinero, que no por haber transcurrido lejos de la prueba
escrita, son menos notoriamente existentes.
El resultado de este infinito calvario de los empo-
brecidos grandes propietarios fue bastante cuantioso. Al
final de los largos pleitos (liquidados en la Cisplatina
y poco después en la época independiente) los validos
del régimen colonial cisplatino emergieron como gran-
des propietarios y los viejos nombres coloniales pasaron
a un melancólico mal pasar, apenas satisfecho con el re-
cuerdo ostentoso de pasadas glorias. Así perecieron vie-
jas fortunas y propiedades coloniales como las de Juan
Francisco Blanco, Pedro Conzález, Juan Antonio Busti-
llos, Bernabé Alcorta, José Fontecely, cuyos campos fue-
ron adquiridos por la casa inglesa Steward-Mac Coll, re-
sidente en Buenos Aires y representada en Montevideo
por el comerciante inglés Diego Noble, a la postre pro-
pietario de dichos campos; así pasaron a una oscura me-
diatez los otrora poderosos nombres de Juan Bautista
Dargain, Francisco González, Bernardo Posadas, cuyas

111
propiedades fueron adquiridas por el hábil apoderado
Francisco Juanicó, que en sociedad con el comerciante
francés Cavaillon y el argentino Nicolás Guerra, se trans-
formaron en legendarios latifundistas de los actuales de-
partamentos de Salto y Paysandú.

Pero no se detenían aquí las dificultades que la ávi-


da administración cisplatina oponía a los viejos propie-
tarios. Una buena parte de éstos no había alcanzado a
perfeccionar totalmente la indiscutida y privilegiada po-
sesión que detentaban en la época colonial. Y lo que
en aquel período hubiera significado unas breves y mo-
deradas actuaciones judiciales, se transformó en la épo-
ca cisplatina en cuantiosas partidas sujetas unas al tribu-
to privado de los encargados de mover la máquina ju-
dicial y otras a las cargas fiscales mucho más voraces de
la corona de Braganza.

Quizás era peor la situación de aquellos que por di-


versas circunstancias habían perdido los documentos que
convalidaban sus derechos. Muchos títulos habían sido
secuestrados por Artigas y remitidos a Purificación, otros
habían sido perdidos o destruidos por los saqueos y co-
rrerías de todos los contendientes, otros habían sido ex-
traviados en archivos convulsionados o extraídos de sus
anaqueles en Montevideo y Buenos Aires por las faccio-
nes que se alternaban en las guerras civiles. Para estos
propietarios la devolución de las propiedades estaba
agravada por los lentos indagamientos, las compulsas
siempre costosas en archivos extranjeros y nacionales, los
testimonios de vecinos a veces renuentes, a veces malin-
tencionados o enemigos. Y sobrevolando todas las ins-
tancias, las gravosidades de los "influyentes" y de las je-
rarquías, siempre codiciosas. En este despeñadero pare-
cen haber rodado muchas. esperanzas, y no pocos pro-
pietarios, los hermanos Villademoros; José de Arvide,

112
Francisco González, Pedro Manuel García, etc., encon-
traron en estas circunstancias la causa principal de sus
difíciles reivindicaciones.
Si lograban sortear los obstáculos enumerados, los
propietarios debían aún salvar nuevas dificultades. atin-
gentes éstas a la condición de los poseedores situados en
sus campos.
Algunos de los grandes propietarios, sobre todo al
sur del Río Negro, tenían sus éampos cubiertos de Jecé-
nas de poseedores: Pedro Manuel García, la Casa Viana
Achucarro, Melchor y Francisco Albín, Calera de las
Huérfanas, Villanueva Pico, Alagón, Azcuénaga, etc. En
tales casos aun cuando contaran con la pronta amistad
de las autoridades, estos propietarios cuando se presen-
taron a reivindicar sus propiedades tuvieron que supe-
ditar en alguna medida sus intereses a las necesidades
políticas de la dominación portuguesa (Véase las decla-
raciones de Albín y de Francisco Juanicó ínsertas,más
arriba). Aquí el gobierno cisplatíno antes de alterar ma-
sivamente la situación de miles de habitantes de la cam-
paña se vio obligado a contemporizar so riesgo de pro-
vocar conmociones revolucionarias, conmociones que na-
cieron justamente cuando abandonó sus precauciones.
La salida propuesta y desarrollada por las autoridades
fue la de provocar los acuerdos entre propietarios y Po-
seedores, ora' mediante arrendamiento, ora mediante la
compra de sus fracciones por los poseedores, ora median-
te el pago de las mejoras a los poseedores desalojados,
ora mediante plazos suficientes para que los poseedores
se colocaran en nuevos campos.
Pero en casi todos los casos, se llegó a rigurosas, aun
cuando tardías medidas de expulsión de los donatarios
artiguistas y demás pequeños poseedores sin títulos, ex-
pulsión que se precipitó en general justamente en las
vísperas revolucionarias de 1825.

113
En algunos casos, los propietarios tuvieron que li-
diar con poseedores más o menos solidarios con la ad-
ministración portuguesa. Algunos lo eran por su inclu-
sión en el aparato militar criollo y dependiente de los
grandes caudillos adheridos a la dominación portuguesa,
como Rivera, Laguna, cte.; otros eran o donatarios arti-
guistas de nacionalidad portuguesa que adquiriéron in-
fluencia en la administración cisplatina, o poseedores de
reciente poblamiento que, ganaban su tranquila posesión
por pertenecer a las fuerzas conquistadoras. Aquí, sólo
la existencia de una contrapuesta y poderosa influencia
de los propietarios, garantizó la devolución de las pro-
piedades. Para aquellos propietarios del norte del Río
Negro, la inclusión de gran número de poseedores Portu-
gueses o el hecho de que en esos destinos se hubieran
ubicado los principales oficiales cisplatinos, fue casi fa-
tal para sus intereses.

`Vía crusis" cisplatina de los donatarios artiguistas

La situación de los donatarios artiguistas, a su vez,


dependió de muchas circunstancias. Dentro del cuadro
general de total desconocimiento de su propiedad, la po-
sesión de sus campos, sin embargo, conoció una gama
que fue desde la total tranquilidad a lo largo de toda la
dominación cisplatina hasta la muy temprana expulsión
de sus modestas suertes.
Antes de estudiar la suerte corrida por los donata-
rios artiguistas se debe tener en cuenta una circunstan-
cia muy importante. Los donatarios artiguistas en su in-
mensa mayoría lo habían sido en el cuadro de una feroz
y cruenta revolución social y nacional. Ellos sabían y
comprendían que la suerte de la propiedad de sus tierras
estaba vinculada a la defensa- de la revolución. Deahí

114
que cuando advino la agresión portuguesa y los con-
flictos con. el Directorio porteño, la inmensa mayoría de
los donatarios artiguistas abandonó el pacífico trabajo
creador para sumarse a las divisiones patriotas (1). La
espantosa mortandad de orientales, segados en diarias
guerrillas y en batallas numerosas y sangrientas, hace
fácil suponer cuán grande proporción de donatarios ar-
tiguistas jamás volvió a sus campos.

Pero aún muchos de sus sobrevivientes se vierón en


amargos trances, emigraciones, prisiones, etc., ántes de
intentar volver a sus pagos. Cuando así lo hicieron, salvo
en contados casos, les fue impedida la reocupación de
sus modestos terrenos por diversas razones. En algunos
casos operó contra sus intereses la presencia de los vie-
jos propietarios que habían madrugado en la reivindica-
ción y posesión material de sus antiguos latifundios. En
otros, su tardía reaparición, hizo que no se les tuviera
en cuenta en los tempranos censos de ocupantes y dona-
tarios artiguistas realizados por las autoridades portugue-
sas apenas pacificada la campaña, por lo cual no se les
comprendió en los llamados "pobladores de buena fe'
cuya posesión material estaba garantizada hasta el arre-
glo de la campaña. En otros, por último, su deseo de re-
cuperar la posesión chocó con iguales intereses de otros
desamparados, dejados caer. en sus campos por e1 ven-
daval revolucionario, o por hacendados de nacionalidad
portuguesa contra cuya situación nadó podían hacer los
donatarios que volvían tardíamente a sus terrenos.

( 1 ) Véase los testimonios insertos en los expedientes de


los donatarios artiguistas Lorenzo Ruiz Díaz (Huérfanas), Ma-
nuel Llupes (Villalba y Albin), Nicolás Zermeño (Viana Achuca
no), Mateo Benitez (José Maldonado), Francisco López (Villanue-
va Pico), Faustino Tejera (Milá de la Roca).
(Entre paréntesis: propietario del campo confiscado).

115
Para el grueso de los donatarios artiguistas las difi-
cultades relacionadas con la documentación de sus te-
rrenos se transformaban en un obstáculo mil veces más
insalvable que lo que había sido para los propietarios.
Unos habían perdido los documentos extendidos por los
comisionados artiguistas, otros apenas podían contar con
trámites apenas esbozados e interrumpidos por la propia
invasión portuguesa, otros, en fin, a cuyos campos aún
no habían llegado los comisionados nombrados por el
reglamento sólo podían mostrar -en el mejor de los ca-
sos- los permisos de población extendidos por sus jefes
militares, inmediatos, en condiciones precarias y como
simples recaudos destinados a no ser molestados en tan-
to no les llegase el turno de ser atendidos por las auto-
ridades de tierras correspondientes.
Sobre todo para éstos funcionó el certificado exten-
dido -en los años cisplatinos- por los comisionados de
tierras y jefes militares de quienes habían recibido esos
primeros y precarios documentos aún existentes. Fue en
el cuadro de esta necesidad testimonial y protectora de
la posesión, donde se agigantaron los lazos de dependen-
cia personal entre los donatarios artiguistas y demás ocu-
pantes sin título respecto a los jefes capaces de exten-
der o negar los certificados o la protección. Fue allí don-
de creció él prestigio de hombres como Rivera, Laguna.
Lavalleja, Durán, Pintos, etc. Sus testimonios o su vo-
luntad de negar o extender la protección devenida de su
prestigio o poder, hizo que en la primera oposición en-
tre los jefes rurales en 1822-23, muchos de los donatarios
artiguistas y demás ocupantes, se dividieran de acuerdo
con la resolución adoptada por lbs respectivos jefes o de
acuerdo con la suerte corrida con sus respectivos te-
rrenos.
Los poseedores situados en peor condición eran
aquellos que por distintas razones estaban poblados en
campos de favoritos del régimen o en campos adquiridos

116
por extranjeros, comerciantes o hacendados de gran for-
tuna. Aquí, la riqueza o la pertenencia al restringido
"Club del Barón" aceitó la máquina judicial obteniendo
rápidas sentencias y no menos rápidos y crueles desalo-
jos. Por último, no fue menos desgraciada la situación
de aquellos donatarios aislados en grandes latifundios,
ora por haber fallecido o emigrado los hombres de igual
condición, ora por haber sido muy escasa y tardía la dis-
tribución de los campos sobre los que se hallaban. En
estos casos, los escasos poseedores que debían enfrentar
la prepotencia y poder de los antiguos propietarios, nada
pudieron hacer; más si se tiene en cuenta, que en sus
casos no obraba la natural parsimonia cisplatina que sa-
bía morigerar su crueldad cuando se conmovía peligro-
samente a las amplias masas de poseedores.
Pese a estas circunstancias; otras sin embargo, ope-
raban para permitir cierta o total tranquilidad en la po-
sesión de otros donatarios artiguistas.
Muchos de los antiguos propietarios -ya lo hemos
dicho- o no aparecieron jamás durante la dominación
cisplatina o lo hicieron muy tardíamente. En ambos ca-
sos, los conflictos prácticamente se postergaron y resol-
vieron en el Uruguay independiente. Pero esta circuns-
tancia que se dio en los campos de Villanueva Pico, Co-
rrea Morales, Viana Achucarro, Azcuénaga, etc., no dio
a los poseedores otra cosa 'que la simple y precaria po-
sesión material de los terrenos. Cada vez que intentaron
ampararse en su condición de poseedores para consoli-
dar y sanear la propiedad mediante su titulación defini-
tiva, así fuese por compra, encontraron la más decidida
oposición de las autoridades cisplatinas.
Los poseedores de ciertos campos, cuyos, propieta-
rios por las razones expuestas anteriormente, ¡lo atinaban
a resolver definitivamente su propiedad, aun cuando vi-
vieron con el jesús en la boca, de todos modos vieron
llegar la Revolución del 25, sin haber sido desalojados

117
de sus campos, por lo cual los viejos propietarios debie-
ron recomenzar las instancias judiciales bajo los gobier-
nos independientes. Incluso en aquellos campos en los
cuales se habían librado sentencias definitivas,, algunos
de los poseedores resignados y en vísperas de expulsio-
nes irreversibles también se encontraron con que la ho-
ra revolucionaria volvía sus situaciones al punto de par-
tida.

En fin, una buena parte de los poseedores artiguis-


tas debió someterse como ya dijimos a las diversás tran-
sacciones específicas y ejecutadas por las autoridades. Si
bien para ellos la Revolución llegó en cierto modo tar-
de, sin embargo, el hecho de encontrarse sobre sus cam-
pos a titulo de arrendatarios, por onerosa que fuese la
renta que debían pagar siempre fue una ventaja enorme
sobre los que, por las mismas razones, habían sido ex-
pulsados lejos de sus campos. Estos casi nada pudieron
hacer en la época independiente y cuando les fue per-
mitido volver a sus campos lo hicieron bajo otros ampa-
ros y otras influencias. Aquéllos por el contrario, esta-
llada la revolución, quemaron simbólicamente los lazos
de arrendamiento y dejaron lisa y llanamente de pagar
y de considerarse obligados ante los viejos propietarios;
incluso se les verá realizar intentos, nuevamente, de con-
solidar su propiedad y encontrarse en pleitos reiniciados
por los viejos propietarios que vieron hundirse con el
dominio cisplatino la sagrada "autoridad de cosa juzga-
da" con la que se habían considerado felices y definiti-
vos reocupantes.

118
2. EPOCA DEL URUGUAY INDEPENDIENTE

Lo que ha cambiado
El proceso de dislocamiento de las relaciones revo-
lucionarias entre los pobres del campo, iniciado por Le-
cor puede decirse que es ya un hecho reforzado en la
época independiente y consumado sobre todo a partir
de 1834.
Los donatarios, contemporáneos y luchadores de la
revolución artiguista, no son los mismos, por supuesto,
que los que permanecen y comprometen su fibra bajo
la dominación cisplatina; son ya muy diversos de aque-
llos que peregrinan desde los primeros años del Uruguay
independiente, ora en los tribunales, ora en el séquito de
los grandes caudillos, añorando, (sin comprender los
cambios) la época del gran jefe de los Orientales, pero
forzados a perseguir rutas que los llevarían definitiva-
mente al infortunio.
La revolución de independencia en su largo curso
ha provocado a su vez una diferenciación entre la in-
mensa multitud de poseedores que cubre los campos de
la Banda Oriental. Los donatarios artiguistas y los ocu-
pantes de campos de emigrados y enemigos de esos mis-
mos días, ven llegar a lo largo de los años, (1820 - 1830),
otros compañeros de desventura o de igual condición
jurídica, que se asientan en campos abandonados pero
ya sin control revolucionario alguno y sin los extremo-
sos requisitos que la democrática ley agraria artiguista
anteponía a los adjudicatarios para impedir que el acce-
so a la tierra se transformase en un privilegio y en el
fruto del poder militar o económico.
La posesión de campos abandonados transcurrida
desde 1820 hasta 1828, no escapa a las leyes de concen-
tración del capital y opera en la ley agraria artiguista.

119
El ámbito de la posesión material no está expresado en
las tierras necesarias para el sostenimiento solvente de
una familia y un núcleo mínimo' de fuerza de trabajo
ajena, como preveía el Reglamento Provisorio, sino que
está expresado,en la capacidad del poseedor de ocupar
todo el campo sobre el cual es capaz de sostenerse ante
la apetente competencia de los vecinos y demás coñcu-
rrentes en la posesión de campos.
Las leyes de concentración de la tierra que opera-
ron en la época colonial en cierto modo volviLIron a re-
petirse en las que rigieron natural y objetivamente la
posesión material de los detentadores sin títulos en los
primeros años del Uruguay independiente. El ocupar una
sola suerte o diez y más leguas de campos,-no era, por
descontado el resultado de la sola voluntad o ambición
del poseedor. Esa capacidad aparentemente irrestricta de
ocupación estaba férreamente vinculada a su capacidad
económica previa, porque los campos se ocupaban con
ganados y esa ocupación se defendía a tenor del número
de peones, agregados y esclavos que se mantuviese bajo
la dependencia del gran ocupante, poseedor o detenta-
dor de campos fiscales o abandonados por sus primiti-
vos dueños.
La revolución nacional de 1825, provocó un nuevo
y violento reforzamiento de las tendencias semifeudales
y antidemocráticas surgidas en el seno de las fuerzas pa-
triotas. La "guerra a las vacas" que acompañaba como
la sombra al cuerpo a las guerras nacionales de inde-
pendencia produjo un hecho de largas consecuencias en
la futura historia de la ocupación fisica de la tierra. Las
"razzias" de ganado realizadas por Rivera en las Misio-
nes, por Alvear y Lavalleja en la Banda Oriental y er.
Río Grande, crearon un fenómeno singular. Un gran nú-
mero de jefes, oficiales y soldados de las fuerzas orien-
tales se halló propietario o detentor -vale lo mismo-
de cantidades de ganado cuantiosas o modestas de acuer-

120
do con su jerarquía, influencia o audacia. Lo singular no
es por supuesto la apropiación misma, sino el hecho de
que esta nueva oleada de propietarios de_ganados care-
cía de tierras donde mantenerlos.
A ellos sin duda se refería la circular lanzada por
Santiago Vázquez el 23 de diciembre de 1831 cuando
proponía que cada vecino de la campaña, que posea ha=
cierula de campo y sin propiedad territorial, adquiera
aquella que sea compatible con su fomento y con su
fortuna. Una gran parte de estos poseedores, propieta-
rios de apenas unas decenas o pocos centenares de ca-
bezas, no radicaban definitivamente en ningún punto de
la campaña' limitándose a mantener los rodeos mínimos,
hoy aquí, mañana allá, de acuerdo con la ,benevolencia
o rigidez de los hacendados de los alrededores. Contraí-
dos a la ganadería -decía "E1 Patriota", el 8 de diciem-
bre de 1831- pero dueños de un ganado reducido, en
que consiste toda su fortuna, u ocupan tierras de perte-
nencia particular, y en este caso están espuestos á con-
tinuas migraciones, al arbitrio de los propietarios; ó es-
tán establecidos en terrenos del Estado, cuyo. dominio
útil ha pasado ya, ó debe pasar en adelante á los parti-
culares, y quedan por lo mismo sujetos a iguales incon-
venientes.
Pero en el' desarrollo de la apropiación física de los
terrenos fiscales o particulares abandonados, volvemos
a ello, nada puede esperarse que se parezca a la apro-
piación surgida de la aplicación del Reglamento arti-
guista. Aquellos que por su influencia y poder o jerar-
quía militar habían sido favorecidos en el botin de ga-
nado que produjo la guerra de la independencia, natural-
mente ocuparon y poseyeron grandes cantidades de tie-
rras. Por su parte los grandes y ricos comerciantes de la
capital y la campaña aprovecharon a su vez el caos de la
revolución para asentarse en todos los terrenos que su
avizora mirada encontró vacíos tanto, y sobre todo, en la

121
época cisplatina, como en los primeros años de la revo-
lución libertadora de 1825. Estos grandes poseedores sin
títulos ya no eran aquella vieja y heroica generación de
donatarios artiguistas ni nada tenían que ver con aque-
lla menesterosa grey de soldados desmovilizados despec-
tivamente calificada de "polilla de la campaíia". Para
aquéllos se teorizaron más que pala nadie los decretos
de protección a los poseedores que rodaron a lo largo
de la primera presidencia constitucional, para los otros
valían los tribunales que convocaban una vieja legisla-
ción santificadora de la propiedad así como los decretos
y reglamentos de policía de campaña que los perseguían
por vagos o los sujetaban a las relaciones semiserviles
de dependencia personal mediante la obligación de por-
tar la papeleta de conchabado; para ellos en fin se ha-
cían los decretos de desalojo impiadosos y los lanzamien-
tos mano militar¡ que los propietarios preferían obvia-
mente a los escritos en papel sellado.
Los poseedores ricos constituían un sector nada des-
preciable, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad
de tierra que detentaban. Entre ellos se habían reparti-
do los campos de Solsona - Alzáibar, Barrera, Anzoáte-
gui, Arvide, Almagro, Milá de la Roca, y en menor gra-
do los campos de las Huérfanas, de Villanueva Pico, etc.
A1 norte del Río Negro, en el litoral que rodeaba al vie-
jo campamento de Purificación, la generación de dona-
tarios artiguistas había sido considerablemente raleada
como resultado de su constante adhesión a la revolución
por la cual los más perdieron la vida. Su lugar, sus cam-
pos, aquellos que habían regado con su sudor y luego
con su sangre, fueron ocupados particularmente por los
jefes y oficiales de la guerra con Brasil, y en su mayor
número, por los que arrostraron con Rivera el ostracis-
mo y la conquista de las Misiones. En condiciones simi-
lares se hallaban la mayor parte de los campos confis-
cados por Artigas o abandonados en los días de su go-

122
bierno. Al sur del Río Negro, allí donde los donatarios
artiguistas habían subsistido en mayor número, pudo
darse aquellos casos en que su solidaridad revoluciona-
ria se mantuvo -por lo menos localmente- o fue debi-
litada en escaso grado, pero aún en estos casos se ope-
ró otro fenómeno no menos importante.

Entre los donatarios artiguistas se produjo en 20


años el 'inevitable proceso de diferenciación y polariza-
ción económico-social propio del desarrollo mercantil.
En el curso de los años, los más, abrumados por la gue-
rra, la opresión, las persecuciones políticas y judiciales,
cayeron en la mayor indigencia. Unos abandonaron sus
posesiones y se perdieron para siempre incapaces de sos-
tenerse eñ los campos donados por Artigas; otros,. en bue-
na cantidad, enajenaron sus precarios derechos de pose-
sión a hacendados ricos o a comerciantes de las villas
del distrito; los terceros quedaron en sus campos de to-
dos modos pero ya fueron incapaces de sostener la po-
sesión de todo el campo adjudicado en sus documentos;
puesto que sus raleados ganados apenas si cubrían los
míseros corrales que rodeaban sus viviendas. Por el con-
trario, algunos donatarios artiguistas en los 20 áños trans-
curridos, favorecidos o por su obsecuencia en la época
cisglatina, o por sus grados y poder en el ejército insur-
gente de 1825, o enriquecidos simplemente- en la pro-
ducción ganadera o en las "sacas de ganado" a los bra-
sileños enemigos en la Banda Oriental y Río Crande,
no sólo conservaron las suertes donadas por la ley arti-
guista sino que incluso ocuparon mayores áreas en de-
trimento de vecinos débiles o ausentes, o adquirieron
sus campos a otros donatarios artiguistas o a poseedores
y propietarios de todo origen. De esta condición era na-
da menos, Juan Antonio Lavalleja, y en un grado menor
Faustino Tejera, Ramón Santiago Rodríguez, Tomás Bur-
gueño, Felipe Caballero, los hermanos Zermeño, -cte.

123
Sobre este complejo, contradictorio y ya muy cam-
biado panorama operó la política de los gobiernos inde-
pendientes en el periodo crucial de 1828-38. La homo-
génea clase de los donatarios artiguistas, revolucionaria
y democrática, había pasado a mejor vida. En su lugar,
una vieja generación de donatarios artiguistas o adqui-
rentes de sus títulos de donación, corroída por la dife-
renciación de clases, escindida en sus dependencias per-
sonales a los grandes caudillos contrapuestos, enfrenta-
da en sus expectativas políticas y económicas; y una
nueva generación de grandes poseedores, usufructuarios
en el peor sentido, de la independencia conquistada por
toda la nación; y poseedores miserables, aislados, que
debían su posesión a su mera voluntad y al azar de las
guerras que asolaban el país desde veinte años atrás.
Artigas estaba muy atrás en el tiempo.
La reconcentración del latifundio colonial fue en-
tonces tanto más fácil cuanto más cruentas fueron las
guerras civiles. La breve historia que pasaremos a relatar
es en definitiva la historia de la contrarrevolución lati-
fundista y del sucesivo despojo de los pobres del campo.
Que nunca descansen en paz, tal ha sido el legado ar-
tiguista.

Período de la Guerra con Brasil

Apenas Sarandí despejó la campaña de las fuerzas


brasileñas, las masas de pequeños hacendados creyeron
que 1825 repetiría al recordado 1815. Desde todos los
ámbitos 'los donatarios artiguistas recurren alas autor¡-'
dados patrias para consagrar lo que les parecía mera ra-
tificación. Sin olvidar que los que acceden a los tribu-
nales no son -obviamente- el todo de aquellas masas,
es de todos modos significativo el que tantos hayan creí-
do que la nueva revolución de independencia era ape-
nas continuadora de la vieja revolución en todos sus as-

124
pectos: de soberanía nacional y de revolución social.
Aquellos hombres despojados de sus pequeñas suertes
del Rincón del Rosario, o del Rincón de los dos Solises,
relatan solícitamente los atentados sufridos bajo el do-
minio cisplatino y el despojo que sufrieron, y deslizaban
como un sobreentendido "que mejorando las circunstan-
cias del país" y al resonar `los dulces ecos de libertad
dando un golpe al tirano que nos oprimía" los campos
donados por Artigas volverían al destino que el gran
caudillo había querido; tal como lo creía aquel otro do-
natario de Durazno que a mediados de 1828 se sentía
favorecido bajo los auspicios de nuestro Gobierno "sabio
y arreglado" por lo cual descontaba `9a seguridad de
nuestras propiedades legítimamente habidas" en el cur-
so de la revolución agraria artiguista..
Otros, de acuerdo con su peculiar biografía, como
los "Treynta y hun Besinos' "agraciados, enterrenos rea-
lengos por el Govierno, anterior de la Patria" recorda-
ban haber sido obligados por el "ynperio" a someterse
al arrendamiento que les impusieron los "erederos dela
finada D.a Martina Gomes y Saravia", notoria viuda de
Don Fernando Martínez, y advenida la Revolución con-
sideraban natural que la Patria los liberase de aquella
prepotencia.
Si las primeras autoridades provinciales aceptaron
que los donatarios fuesen restituidos a sus campos, en
aquellos casos en que las expulsiones cisplatinas habían
desalojado a los agraciados, y si aún comprendían que
"estos infelices" agraciados que estaban "con las armas
en la mano, sosteniendo y defendiendo los terrenos, é in-
tereses dela que se llama propietaria" debían ser exone-
rados de los gravosos arrendamientos "interin las cosas
no tomen otro sociego"... cuando precisamente las co-
sas tomaron otro "sociego" todo cambió.
Los circunstanciales asesores que hacían las veces
de fiscales de un gobierno provincial apenas esbozado,

125
tenían en cambio bien terminadas sus ideas respecto al
carácter de la revolución agraria artiguista, y por supues-
to sin animarse a maldecir su glorioso acontcer, les so-
braba bríos para calificar de "auténticos" los títulos del
escarnecido poder colonial y de "meros papeles simples"
los nacidos de la gesta agraria de 1815.
Encaramados en el gobierno provincial, sobrevolan-
do con una usura interminable los préstamos al gobierno
nacional argentino y los abastecimientos del Ejército Re-
publicano, los más increíbles y conocidos especuladores
nacidos en buena parte del tronco "empecinado" espa-
ñol, tenían ya suficiente coraje -tal el caso de Félix de
Alzaga- como para comprar apoderados influyentes
(José Encarnación de Zas) que sin ningún rubor y a tan-
tas onzas la desvergüenza ponían cara de burgueses in-
dignados al escandalizarse en estos términos por los "des-
pojos" de la época artiguista: aún permitiendo que fue-
se cierta la donación de unos terrenos concedidos solo
en posesión en fuerza de las circunstancias de la época
en que se dieron á algunos vecinos, por el abandono que
esas circunstancias obligaron á hacer de ellos á sus pro-
pietarios; es bien claro, q.e ni el General Don )osé Ar-
tigas, ni el Cabildo Gobernador Intendente. ni ninguna
otra autoridad, que merezca la denominación de tal es-
taría facultado, para arrancar el sagrado derecho de la
propiedad, legítimamente adquirida y rebestir con él a
un tercero por más meritorio y digno que le considerase
por sus servicios a la patria.
Artigas y su gobierno "no merecían la denominación
de autoridad legítima", éste era ya el peyorativo ritor-
nello con el cual todos los letrados descastados acumu-
larían barro sobre barro en torno al gobierno más gran-
de que tuvo la patria oriental. Los asombrados paisanos
que con las armas en la mano acababan de escribir las
páginas de Rincón y Sarandí tenían la ingenuidad' de
proclamar que si el "Rey de España pudo hacer una, do-

126
nación de esa calidad a un vasallo suyo, con más fuerza
y derecho justos", podía la patria "ser grata a los cons-
tantes sacrificios de sus hijos, prodigándoles recursos de
que necesitan para el sustento y adelanto del Pais. Sólo
resta saber -decían- si en el tiempo en que el Señor Ge-
neral don ]osé Artigas obtuvo el mando en. la Provincia
Oriental, fue reconocido por tal en los pueblos de la
Próv.cia y sus disposiciones fueron observadas ó nó co-
mo e igualmente las donaciones que hizo en beneficio
de los hijos del país."
A fines de 1826, la resonancia adquirida por los pri-
meros litigios entre los donatarios artiguistas y demás
ocupantes sin títulos fue la suficiente como para provo-
car la reticencia de los más. Sobre el impacto que la reac-
cionaria política de las autoridades producía sobre el
ánimo de los viejos hacendados artiguistas, alertaba uno
de ellos: Millares de habitantes enla campana poseen
inmensos campos donados en igual forma. No creo ha-
brá un motivo para que los desalojen, ni menos para
qué á mi no se me ampare en mi posecion.
Los diferentes asesores, fiscales y jueces que alter-
nativamente debían opinar sobre los recursos que se les
elevaban, estaban sentando una jurisprudencia trágica
para los donatarios y pequeños hacendados sin títulos.
Sus documentos o su mera ocupación de los campos, eran
descalificados con'términos como los de "documento
simple", "mera detentación'.", etb. La breve subordinación
de la Provincia al poder unitario porteño trajo además
el apetito del clan usurero bonaerense que veía `hoy en
las tierras públicas la garantía de la deuda general", for-
ma culterana con que a veces los magistrados querían
decir que la tierra pública debía ser usada como moneda
de pago a los insaciables usureros y especuladores que
sangraban la revolución de independencia.
El 'final de la guerra contra el Brasil y el Tratado
Preliminar de Paz que separó la Banda Oriental como

127
estado independiente fue de enormes consecuencias. E1
grupo de grandes propietarios porteños confiscados por
Artigas, que medraba exitosamente en el gobierno ar-
gentino se encontró con que su política de reivindica-
ción de campos debía ser trasladada a un gobierno inde-
pendiente, donde antes de soñar con nada, había que
reedificar una nueva tramó de influencias y compadraz-
gos.

Pero sobre todo, fue de incalculables consecuencias,


el pasaje de miles de soldados y oficiales del frente de
guerra a sus pagos. Miles de patriotas, simples soldados
desmovilizados unos, oficiales de armas tomar otros, pre-
ñados de suspicacias y soberbias, se asentaron sencilla-
mente en todos los campos abandonados que encontra-
ron a mano. Sobre la vieja generación de donatarios y
simples ocupantes artiguistas, entrelazada con ella en
una inextricable red geográfica, cayó una segunda olea-
da de poseedores. Ya hemos referido la sustancial distán-
cia que media entre la antigua y la nueva forma de ocu-
pación de campos abandonados. Recordemos, sí, nueva-
mente, que estos poderosos poseedores traían tras de sí
su "repunte de ganado" (más o menos considerable de
acuerdo con su pericia en la "saca de ganados"), su ter-
cerola y su sable, puro filo e incomodidad en la vaina.
Los más poderosos de entre ellos conservaban sus pla-
zas en el ejército y cuando lo abandonaban circunstan-
cialmente, se llevaban tras de sí a los soldados, tan ague-
rridos en el rodeoy en la defensa del campode su cau-
dillo de devoción, como lo habían demostrado en la de
fensa de la patria. El Ejército se territorializaba.
Los donatarios artiguistas en esta oleada perdieron
casi definitivamente su configuración. Allí en la sólida
trama del ejército o de `los ejércitos" de los caudillos
más sobresalientes, el donatario artiguista. el pequeño
hacendado, podía hallar aquel "palenque ande rascarse"

128
que reclamaba Fierro. Un buen conipadre, una rica tra-
ma de caudillos y caudillejos unidos los unos a los otros
en la gauchada y en el "hoy por mí, mañana por vos",
eran mucho más sólido título de propiecjad que aquellos
litigios curialescos que confundían los nombres de los arro-
yos, mentaban las leyes de Toro y luego de embarajar
las cartas terminaban siempre con el desalojo. Los do-
natarios empezaron a perder su respeto por aquellos
"meros documentos simples" nacidos del Reglamento
Provisorio. Los guardaban, muchos con fervor, en espe-
ra de inescrutables tiempos, pero mientras tanto, guar-
daban el campito con las armas en la mano y no se aso-
maban a otro tribunal que el séquito del caudillo.
Por supuesto, ésta fue la trampa donde quedaron
atenazados por años. Para salvar la tierra se enajenaron
el hombre revolucionario que les había enderezado Ar-
tigas; el "caudillo" "sindicato del gaucho" no tardaría en
ser su "cepo colombiano".

Período del gobierno provisorio (1828-1830)


La independencia asomada en 1828, renovó los áni-
mos de los hombres. Varios donatarios de los campos
que fueron de Arvide, Huérfanas, Correa Morales, Rin-
cón del Rosario, etc., renovaron sus intentos o los ini-
ciaron por primera vez, tendientes a revalidar aquellos
curiosos documentos heredados del gobierno artiguista.
Las autoridades nacionales se hallaron entonces en un
terrible conflicto. Incapaces de sobrellevar la avalancha
de solicitudes convalidando el desconocimiento de la
"propiedad privada" que entendían como fundamento de
su ser, codeándose con los mismos propietarios que ca-
bildeaban constantemente pidiendo la devolución de sus
campos, e incapaces al mismo tiempo de desalojar a to-
da una masa de pequeños hacendados que sabía pedir

129
aún con las armas en la mano,' las autoridades sólo ati-
naron -en enero de 1829- a ordenar se suspendiesen to-
dos los expedientes que rozasen "sobre donaciones an-
teriores de tierra" hasta tanto se librase "resolución de
la H. Asamblea" sobre las mismas.
Pero sobre todo lo que inclinó los ánimos de las au-
toridades hacia una postergación del "corte" de los con-
flictos fue el novedoso fenómeno de los grandes deten-
tadores de tierras, cuya reciente ocupación los hacía tan
jurídicamente insanables como los antiguos pequeños ha-
cendados de origen artiguista.
Decretar el desconocimiento de los derechos de.esta
clase aparentemente indefensa no era imposible para las
autoridades, pero muy distinta cosa era decretar esa ley
abstracta y general cuando al mismo tiempo declaraba
desalojables jurídicamente a los grandes caudillos inde-
salojables por definición. Un Julián Laguna enclavado
en plena `población principal" de las Huérfanas, un Leo-
nardo Olivera intocable en el viejo fundo de los Villa-
nueva Pico, un Felipe Flores en la rinconada norte de
los Alzáibar - Solsona, o un José María Raña en Paysan-
dú, no eran -ni que hablar -aquellos "morenos libres",
aquellos "misioneros", aquellos "paraguayos pobres" que
mentaban los documentos de donación artiguista. Su po-
sesión no se defendía apelando a la revolucionaria po-
lítica artiguista, por la cual tampoco tenían la menor
simpatía ni comprendían, sino que se enarbolaba en la
media luna de su lanza militar y de su gente adicta. No
sólo no eran lo mismo, sino que incluso se vio a los vie-
jos donatarios artigüistas protestar contra estos insacia-
bles acaparadores de nuevo cuño, que se arrogaban el
señorío sobre tierras que el propio Artigas les había des-
tinado, tal como lo hacían los vecinos de Carmelo ante
la codicia de Julián Laguna, q.e pretende abarcar -de-
cían- en sus manos solas lo q.e de tiempos mui átras
130
constituía la felicidad de un sin numero de brasos labo-
riosos y a quien acusaban de querer imponer a los veci-
nos en la peor condición, tal como si fueramos sus co-
lonos,o unos esclavos tributarios de su ambición.
El advenimiento de Rivera al ministerio del gober-
nador Rondeau, en agosto de 1529 trajo entre otras con-
secuencias el primer decreto agrario del país indepen-
diente, que en sustancia era una mera puesta al día de
la vieja ley eufitéutica argentina. De acuerdo con este
decreto, que se limitaba a ratificar la subsistencia de una
ley, a conceder plazos y a precisar un bajo canon anual,
muchos donatarios creyeron que con ello el joven estado
estaba incitando a todos los poseedores a consolidar de
alguna forma la irregular posesión que mantenían sobre
-sus campos.
El viejo "godo" Bernardo Bustainante, letrado de
lenguaje apocalíptico y mentalidad colonial, era en esos
días fiscal de gobierno y hacienda. Ya en los primeros
recursos que se le elevaron demostró cuál sería la suerte
futura de todos los donatarios artiguistas y modestos po-
seedores de campos confiscados. Siendo un poseedor de
las Huérfanas el primero que se arriesgó a interrogar su
opinión, la Vista fiscal que lanzó Bustamante toma al
Colegio de las Niñas Huérfanas de Buenos Aires, como
titular de un derecho sagrado a salvar por encima de to-
das las cosas: apareciendo p.r los mismos documentos en
euestion, q.e las tierras son dela pertenencia de las Huer-
fanas de Bs. As.; no habiendo además constancia de alg.a
enagenación; opina el Ministerio q.e la integridad del
Juzgado no debe hacer lugar á esta solicitud sin previa
citación de aquellas. /.../ El comandante político y mi-
litar de la Colonia no podía conceder la gracia q.e se
registra... sino salvando los derechos del propietario.
Cualq.a otro procedimiento como dirigido á atropellar
la propiedad de un tercero, necesitaría de enmienda. El
Minist.o espera de la integridad del juzgado que mien-

131
tras /el solicitante/ no justifique mejor su adquisición,
conserbaría á las propietarias un tan sagrado como ven-
tajoso derecho á la propiedad.
En sucesivas opiniones el fiscal Bustamante fue ten-
sando la cuerda de su indignación, y en su odio contra
Artigas comenzó a desnudar de toda simulación la opi-
nión que le merecía la gesta independientista y revolu-
cionaria de la Patria vieja. De acuerdo con su opinión,
la solicitud elevada por el poseedor era seguramente la
acumulación de monstruosidades é ilegalidades las más
absurdas y contrarias al derecho público y aun a las mis-
mas leyes Patrias. E1 gobierno uruguayo no podía acep-
tar arrendar un campo en enfiteusis y hacerse cómplice
de una usurpación ofensiva al derecho de gentes. a la
dignidad y caracter q.e distinguen y honran no poco á
los poderes de este Estado. En la cabeza del Fiscal no
podía caber que el poseedor creyese suficiente defender
sus derechos apelando a hechos atentatorios contra la se-
guridad individual, y, por su parte, toda la política agra-
ria artiguista era descalificada como golpes de acha des-
cargados en la crisis de una anarquía por un poder co-
losal, q.e había despedazado todos los frenos.
Cuando el fiscal Bustamante era-enfrentado a los
documentos oficiales extendidos por las autoridades agra-
rias artiguistas, ~su opinión no vacilaba: la sabiduría de
V. E. -arguía- al primer golpe de vista conocerá la des-
preciavilidad q.e caracteriza á los indicados doeum.tos
y es inutil q.e el Minist.o se ocupe en su impugnación
ni por un solo momento.
Pero la "santa rabiaalianza" del fiscal Bustamante,
comprensible en quien su pasado "godo" pesaba dema-
siado, no podía ser compartida por las autoridades. Estas
tenían complejos intereses que defender y un mundo de
cosas a transar. El estallido simultáneo de todos los con-
flictos sobre propiedad de la tierra, la fresca memoria
revolucionaria de las masas amenazadas dé desalojo y
132
las necesidades cada vez más crecientes que los grandes
caudillos contrapuestos tenían de edificar su poder su-
bordinando a la mayor parte de los hombres como for-
ma de comprar •la adhesión contra prestación de protec-
ción; todo esto se unió para que el alto tribunal de ape-
laciones ordenara nuevamente a los magistrados que de-
tuvieran todos los expedientes en discusión hasta tanto
la Asamblea Constituyente evacuara la consulta que ha-
bía elevado.

El 13 de enero de 1830, efectivamente, Rondeau pa-


saba a la Sala una copia de la consulta firmada por los
camaristas Jaime Zudáñez, Julián Alvarez y Lorenzo Vi-
llegas quienes se manifestaban incapaces de fallar en
cuestiones de derecho tan complicadas y donde se en-
redaban titulos de todo origen e intereses tan encontra-
dos. En lo fundamental, la Cámara de-Apelaciones soli-
citaba que la Asamblea legislase con precisión respecto
a la validez que debía otorgarse a los títulos anteriores
a 1810, pertenecientes a propiedades que: fueron secues-
tradas por el Gobierno de las Provincias Unidas, sin que
conste haberse hecho extensivas en la Práctica á las tie-
rras que ocupaban en la Campaña, a las denuncias, mer-
cedes y ventas de esté mismo gobierno, a las de Amigas
y demás comisionados que, tomaban su nombre sobre las
posesiones ó propiedades públicas volutas, ó de indivi-
duos españoles de origen ó_pertenecientes d estableci-
mientos ó personas de las Provincias Unidas así como las
realizadas por el gobierno cisplatino tanto concediendo
como restituyendo a particulares las que habían sido do-
nadas por el General Artigas á sus comisionados.
Ni la Asamblea Constituyente trató jamás la Con-
sulta que se le elevó por la Cámara de Apelaciones, ni
los tribunales dejaron de fallar en la medida de sus po-
sibilidades, de acuerdo con los intereses de los grandes
propietarios. En los hechos, los magistrados, atendiendo

133
a los intereses políticos del gobierno, se limitaban a sen-
tar irreversibles jurisprudencias de modo que en cuanto
"el sociego lo permitiese fuesen la base sobre la cual
edificar entonces sí irreversibles desalojos. Entre tanto
no llegaba ese día, los tribunales se limitaban a conce-
der un amparo de posesión tras otro, pero siempre se-
ñalando su precariedad extrajurídica y la imposibilidad
política de hacer otra cosa ("remedio sumarísimo del in-
terín", diría el juez Campana).
En esos días de febrero y marzo de 1830 fue parti-
cularmente. resonante el conflicto desatado entre los
"mil habitantes" del Rincón de los dos Solises y del Po-
trero de Pan de Azúcar con el infatigable especulador
porteño Félix de Aliaga adquiriente de los viejos y ori-
necidos títulos de José Villanueva Pico. En un memora-
ble escrito, recogido por la prensa de la época, los cente-
nares de pobladores de la rica y densa zona de Canelo-
nes y Maldonado se preguntaban con asombro cómo
podrían "parar en nuestro juicio aquellas mismas leyes
con que se sancionó nuestra revolución política". Y en
formidable sentimiento de soberbia que demostraba que
la simiente artiguista había labrado muy hondo, no se
detenían para amenazar. Sería necesario en semejante
caso prepararse sin duda á otra revolución producida
por los clamores de todos los vecinos que han tomado,
consumido y tienen lo reclamado. Sería necesario tam-
bién generalizar en los secuestros practicados después
del año 10 hasta la fecha. Sería, en una palabra, de ne-
cesidad arruinar a los americanos que tanto han perdido
de sangre y de fortuna en esta guerra, por satisfacer los
perjuicios y acciones que reclamasen los españoles, que
nos han hecho la guerra desde tiempo inmemorial, ta-
lando, destruyendo, incendiando, confiscando, degollan-
do a cuanto natural y extranjero seguían las banderas de
la libertad.

134
Ante esta fe revolucionaria en las fuerzas del pue-
blo. en armas no hacía falta remitirse a leyes perdidas
para "conceder" un amparo de posesión a quienes tan
fuerte sabían pedir, todo "remedio sumarísimo del in-
terín" era perfectamente entendible. No había "Recopi-
lada" que aguantase una carga de la caballería gaucha.

Algunos problemas teóricos


¿Acaso era posible la resurrección de ese fantasma
con el cual los donatarios artiguistas de Canelones y
Maldonado amenazaban a las clases dominantes del jo-
ven Estado? En una palabra, ¿podía repetirse la revo-
lución agraria artiguista?
Veamos antes algunos problemas teóricos previos.
Marx ha insistido en que cuando nos encontra-
mos con una relación de los hombres con las cosas de-
bemos profundizar de tal modo nuestro análisis que ha-
llemos la auténtica relación que la subyace: la rela-
ción entre los hombres. La tierra -la cosa- sobre cuya
vinculación con el hombre, parecen detenerse todas las
miradas, no juega ningún papel históricamente activo.
Son los hombres quienes relacionándose entre sí, cargan
las cosas -la tierra como instrumento de producción-
con sentidos sociales.
Cuando los pequeños poseedores creían vincularse
a'la tierra, mediante la Revolución,,no hacían otra cosa
que vincularse los unos con los otros, estableciendo una
activa y significativa alianza revolucionaria de los pobres
del campo, alianza a cuya cabeza estaba la más grande
personalidad de la revolución nacional: José Artigas. La
mistificación -aparentemente inevitable- de dicha rela-
ción, hizo que a los hombres (los donatarios artiguistas)
les fuera tanto más significativa y sensorial y por lo tan-
to más necesaria, la relación con la tierra, que con los
hombres, es decir, entre sí. Sobre esta mistificación ope-

136
ró la política portuguesa, cuando protegiendo aparente-
mente la relación de los hombres con la tierra (median-
te la conocida política de "amparo a los pobladores de
buena fe"), corrompió y destrozó lo que era su base
real: la relación de los hombres entre sí (la solidaridad
revolucionaria y democrática de la clase de los pobres
del campo), sustituyéndola por las relaciones de depen-
dencia personal entre cada poseedor o donatario arti-
guista con el "protector" o caudillo del pago y de la hora.
Todo el período que siguió a la dominación.cispla-
tina (en el cual la revolución de independencia de 1825-
1828) fue un intento parcial de volver a las viejás rela-
ciones revolucionarias, no hizo otra cosa que reforzar es-
ta tendencia, cargándola de significaciones esenciales
más o menos semejantes y de accidentes históripos que
dan el rostro reconocible para eso que llamamos la lucha
Descaecida la mistificación que pretendía trazar un
signo de igualdad entre las relaciones artiguistas con la
tierra y las relaciones caudillescas con la tierra, la masa
de los poseedores se encontró con que las relaciones de
dependencia personal suponían que la propiedad de 1a
tierra estaba rígida e indisolublemente unida al éxito per-
manente y fatigante de la facción jerárquico - caudillesca
en la que se integraba. La tierra dejaba de ser el fruto
de la solidaridad de clase para ser el yugo de la dépen-
dencia personal al "caudillo" o al "partido".
Cuando en 1831 las decenas de poseedores del la-
tifundio de Pedro Manuel Carcía solicitaban a Lavalle-
ja que se transformase en su apoderado, y los represen-
tase en el litigio, no apelaban por supuesto a su talento
de letrado, sino a su contundente capacidad de caudillo
para decidir que la tierra fuese propiedad de tal o cual
persona. Cuando Rivera recorría la campaña tranquili-
zando a los poseedores del latifundio de Viana Achuca-
rro y prometiendo que nadie los desalojaría, funcionaba
bajo los mismos parámetros.

136
El juicio sobre la validez de los títulos artiguistas o
el juicio sobre la intocabilidad de los títulos coloniales
confiscados, no pueden ser interpretados como una lu-
cha entre la propiedad revolucionaria y la propiedad la-
tifundista. Fuera del contexto revolucionario que les dio
nacimiento o fuera del status colonial que los permitió,
ni uno ni otro eran la "revolución" o la "sociedad colo-
nial". Eran sí, una referencia a aquel mundo y en cierto
modo, en tanto unos seguían siendo pequeños hacenda-
dos y otros seguían siendo grandes latifundistas o espe-
culadores, eran una referencia bastante semejante. Pero
la lucha de clases de esa época, no se movía por ccin-
flictos desaparecidos,-sino por sus contradicciones con-
temporáneas y actuantes. La contradicción en esos días
no era la que había dado nacimiento a la revolución
agraria artiguista. Sobre este problema profundamente
sugestivo no podemos extendernos ahora, sólo podemos
avanzar lo siguiente: la clase de los pequeños hacenda-
dos ya no podía encabezar una revolución agraria, por-
que había desaparecido como clase configurada. Laa re-
laciones objetivas entre los hombres, nacidas de una es-
pecial configuración de toda la sociedad, naturales y ne-
cesarias en la crisis de la independencia de América, en
particular en el Río de la' Plata, habían desaparecido en
tanto relaciones objetivas, para dar paso al reforzamien-
to de una nueva clase de relación, la subjetiva, que es
la base sobre la cual se estructura la dependencia per-
sonal como relación entre los hombres.
A la luz de esta interpretación volvemos a plan-
tearnos el mundo que hoy estudiamos.
Sobre todó en el período que va de 1829 a 13213, ni
el documento de donación para los poseedores, ni el ti-
tulo colonial para los grandes propietarios confiscados
o emigrados, son modos reales de comunicarse posesi-
vamente con la tierra: la sagrada propiedad burguesa es
un objeto inalcanzable. En su contradictorio desarrollo,

137
las relaciones reales entre los hombres vuelven a mos-
trar la mistificación que se escondía en la creencia de
una relación abstracta de los hombres con la tierra, vuel-
ven a reclamar su real lugar. Aquellos documentos, "fi-
ducias" de una relación jurídica entre los hombres, que
sucesivas enajenaciones han creído una relación real con
las cosas, han desmerecido definitivamente.
Los poseedores se unen en desconocer tal relación
real en los títulos coloniales de los propietarios con res-
pecto a la tierra que ellos ocupan. En el curso de esos
años comienzan a comprender que la sociedad de los
propietarios y su "alter ego" el Estado nacional tampoco
cree en la relación de su "documento de donación" con
la tierra que habitan. Los poseedores, incapaces de vol-
ver a la vieja y revolucionaria relación entre los hombres,
entre todos los hombres de SU clase, se vuelcan a la re-
lación humana que se ha desarrollado v que funciona
con "eficacia": la relación feudal de dependencia per-
sonal.
En la carta por la cual los poseedores artiguistas de
Soriano solicitaban la "protección" de Lavalleja, el fenó-
meno se expresa con suficiente claridad: El gobierno
-dicen- nos niega este albergue tan preciso para su
misma engrandecimiento. Lo más sagrado que es el de
recho de nuestras propiedades. Y agregan: ya no encon-
tramos por sí solos cómo podernos defender de compli-
cación semejante.
Todas las relaciones sociales de la época tendían
al reordenamiento de los hombres bajo las relaciones de
dependencia personal. Los poseedores citados, no atina-
ron ni a buscar ni a recordar la posibilidad de la alianza
de todos los poseedores, amenazados por los grandes
propietarios. Por el contrario, la pura empiria les estaba
indicando el éxito inmediato de la posesión de la tierra,
cuando ésta era la prenda de las relaciones de depen-
dencia personal. De ahí que los donatarios artiguistas

138
finalizasen su carta a Lavalleja con la solicitud de "pro-
tección" correspondiente: En este caso de desgrasia, to-
mamos todos por última medida el partido de elegirlo
a V. E. sobre esta materia por nuestro protector.
Aquellos hombres estaban definitivamente conven-
cidos que NO HABIA otros caminos y así se apuran
a afirmarlo: esperamos su contestación como una sebera
sentencia de existir felices ó concluir desastrosamente no
dudando q'e, almitiendo V. E. ser nuestro apoderado co-
mo lo contamos desde ahora no atropellaran nuestros de-
rechos como lo han echo.
Las masas de desheredados del. campo, por su par-
te, carentes de todo derecho, en tanto no eran propieta-
rios, expulsados de la sociedad política por una consti-
tución oligárquica derivada en "reglamentos de policía
de campaña" coercitivos, no tuvieron otra alternativa
que refugiarse en el amparo de los hacendados propie-
tarios, que insertarse en las relaciones de dependencia
personal, pero con un carácter mucho más servil, por
cuanto el hacendado alternaba su protección con ciertas
obligaciones jurídicas de patronazgo sobre sus depen-
dientes, en cierto modo irresponsables ante la ley en tan-
to eran reconocidos "conchabados" bajo propietario co-
nocido.
La relación caudillos-masa, o hacendados-depen-
dientes se hizo así desde su origen una unidad de con-
trarios. El momento de "unidad" es tanto más necesario
en su mismo origen, hasta desmerecer con el paso de
los añosa poco la función histórica de protección' de
los grandes hacendados fue corroída por la introducción
del capitalismo en la sociedad rural; el momento de "lu-
cha" de esta relación fue, por el contrario, creciendo in-
interrumpidamente hasta ser la nota dominante del fin%
de siglo (1).
( 1 ). La relación caudillo-poseedores sin títulos o propie-
tarios-dependientes funcionaba históricamente a -las mil maravi.
139
A su vez la contracara de esta relación de depen-
dencia personal en las relaciones agrarias y en su pecu-
liar proceso de correlación jurídica estaba dada por la
altura de las relaciones precapitalistas en el capital co-
tnercial y usuario, dominante en su sede natural: Mon-
tevideo. Desde un principio, la feroz lucha contra los
"clanes" enfrentados del capital usuario, donde la et,n-
fiseación mutua de la propiedad se expresaba tanto en
el juego del alza y baja de la deuda flotante, como en
el liso y llano desconocimiento de los créditos surgidos
de préstamos al Estado del grupo enemigo hizo que
el querido fruto de la sociedad burguesa: la propiedad
sagrada e intocable, fuese también aquí una quimera
(le sorprendidos cultores de la economía política europea,
sin lazos reales con los intereses de cada grupo es-
peculador.

Ilas. El gran caudillo es un insaciable acaparador de tierras y un


hombre para el cual la revolución ha descubierto la contundencia
del poder como fuente de redistribución de la propiedad. Acapa-
rar tierras en una sociedad de lobos, supone poseer la mejor den-
tadura y el colmillo afilado. Rivera y Lavalleja ocupan y se dicen
propietarios de más de cien leguas cuadradas de tierras, porq,.cc-
están en la cima de una ramificada jerarquía de gente armada
a cuyo llamado concurren para confirmar la detentación del grar.
caudillo; su séquito personal les provee de los hombres necesa-
rios para confirmar la posesión material de sus ínacabables lati
fundios: sus usureros afectos -esto vale sobre todo para Bive
ra- de las onzas necesarias para comprar ganados, tierras, adhe-
siones. Y pagan como corresponde: los caudillos intermedios lle-
gan siempre antes que otros para denunciar como fiscales grue-
sas partidas de tierras, los caudillos menores y los clases loguui
su cuota parte disminuida en relación a su importancia: todos,
cuando están en el caso ven confirmada la protección del eáudi-.
Ilo para la posesión material del campo discutido por un gran
propietario. A su vez, los préstamos particulares de un Juanicó,
de un Béjar, de un Pereira, de un Juan María Pérez, se )iqui.
clan dejándoles abierta la puerta del negociado, del préstame"
usurario, del remate de rentas. Y todo va de lo mejor en el me-
ior de los mundos.

140
Pero por supuesto, la sociedad oriental no recreaba
las relaciones subjetivas de clase en la ciudad y en el
campo, en un contexto mundial semejante. Ni tampoco
es admisible entender que este predominio de las rela-
ciones precapítalistas en el capital comercial y en el cam-
po fuesen un incompartido dominio de toda la sociedad.
Todo lo contrario.
justamente porque todo el contexto mundial lleva-
ba -con la inserción del Uruguay en el mercado mun-
dial unificado- a una altura moderna de las relaciones
sociales y económíéas y porque en la sociedad uruguaya
desde sus primeros albores, estas relaciones modernas,
capitalistas, burguesas tuvieron un amplio cauce, fue que
toda la historia del Uruguay durante el siglo XIX, fue
la historia de una sociedad en crisis permanente, en cri-
sis abierta, inconciliable, aguda, violenta y armada. La
inconciliabilidad de ambos mundos, del mundo de las
relaciones objetivas y del mundo de las relaciones de de-
pendencia personal, del mundo de la propiedad burgue-
sa y del mundo de la no-propíedad, del mundo del ca-
pital productivo y del mundo del capital especulador -
usurero parasitario, fue tal a lo largo de todo el siglo,
que ambos sistemas no hallaron otra forma de coexis-
tencia que la guerra civil permanente. Ecce horno.

Los gobiernos independientes


La violenta situación de los conflictos sobre la pro-
piedad de la tierra no admitía pues ni la solución agra-
ria artiguista ni por supuesto la mera vuelta ala socie-
dad colonial que reclamaba el fiscal Bustamante. En los
tribunales -rostro del desarrollo pacífico de los conflic-
tos-.hacía falta savia nueva. La silla clamaba por el
hombre, hombre que venía en el .séquito letrado del nu-
men de las nuevas relaciones sociales: Lucas Obes, mo-
do jurídico del caudillo semifeudal.

141
Apenas instalado, el novel, Fiscal de Gobierno y 13a-
cienda, verdadero Ministro de Tierras Públicas y Parti-
culares en Conflicto, dio un violento golpe de timón a
la maquinaria judicial. Desde su memorable viska fiscal
en el expediente litigioso sobre las tierras de Almagro
-lo recordaría con santa e ignorante furia 50 años des-
pués Pedro Bustamante- Lucas Obes sembró en los tri-
bunales y en el derecho nacional el criterio desmoneti-
zador del sagrado derecho de propiedad. Claro está que
Lúcas Obes no posee el mérito tamaño de haber crea-
do el consenso de la propiedad como fruto de las rela-
ciones de dependencia personal, se limitó simplemente
a reconocerlo como existente e indomeñable en las re-
laciones sociales de su tiempo y a partir de ello "juridizó"
la realidad.
Para Lucas Obes discutir el origen o validez de
aquellas donaciones artiguistas o las meras detentacio-
nes de campos sería introducirse "en cuestiones que á
cualquiera trance convendría sumir en el olvido". El
comprende que el criteiro de la propiedad privada in-
violable es el fundamento de toda la sociedad de su tiem-
po, es el género de la especie de aquellos burgueses que
lo rodeaban y que él mismo era, pero también compren-
día, que en su tiempo, estaba totalmente deteriorada,
por causas históricas, inderrotables: "El propietario tie-
ne un derecho: el poseedor puede alegar los suyos". Se
trata -seguimos su pensamiento- de evitar el conflicto a
punto de estallar, para lo cual el Estado debe propor-
cionar la necesaria mediación por la cual los propieta-
rios no perdieran lo que justamente ,pueda llamarse su-
yo, y los posedores no sufriesen un despojo que pueda
causar su ruina.
Esta solución propuesta por Obes es la que en fin
de cuentas habria de usarse -de la peor manera- para
transar aparentemente los' conflictos: se trataba simple-
mente de la reversión de las grandes propiedades al Es-

142
tado. Esto suponía por un lado pagar a los reivindicado-
res enormes sumas de dinero o por lo menos acreditar-
les sumas usurarias en la Deuda flotante del joven Es-
tado y por otro lado vender a los, poseedores los lotes
que estuviesen ocupando en los momentos del litigio.
En principio, pues, vemos que la solución de Obes
nada tenía de revolucionaria: Obes proponía un "nego-
cio agrario", beneficioso para los grandes propietarios
que nada habían pagado por aquellos campos y realiza-
ban ahora su precio con las altas cotizaciones dé la tie-
rra valorizada por la inserción del Uruguay en el mer-
cado mundial; oneroso para el Estado, carente de dine-
ro, sin rentas, y acogotado desde temprano por la Deu-
da de la independencia; oneroso para los poseedores,
que en su mayor parte carecían de dinero y teniendo el
cual no hubieran precisado ni leyés agrarias ni revolu-
ciones.
Pero en principio, en los hechos las cosas transcu-
rrieron de un modo mucho más nefasto. Pero esto lo ve-
remos más adelante.
Cuando Rivera.fue elegido Presidente constitucio-
nal, se produjo un cierto paréntesis nacido de una natu-
ral expectativa. Peio en su ministerio la figura de Ellau-
ri, podía ya entrever que no sólo nada había cambiado,
sino que la suerte de los donatarios artiguistas y demás
ocupantes se deterioraba peligrosamente. En el bufete
del Dr. Ellauri se defendía una buena parte de los de-
rechos de los grandes propietarios: Milá de la Roca (Pa\•-
sandú), Arvide (Paysandú), Alzaga (Canelones y Mal-
donado), Loureiro (Soriano), Alagón-llocquart (Cojo-
nia), etc. No puede extrañar entonces que los tribuna-
les nacionales ejercieran su oficio con la rutina descali-
ficadora que les proponían sus propias ideas, la Consti-
tución recién aprobada con su categórica salvaguardia
de la propiedad inviolable y un Ministro de Gobierno

143
que tanto se jugaba en la "aséptica" y abstracta justicia
que impartiesen.
Desde octubre de 1830 hasta agosto de 1831, los
tribunales se tomaron tan al pie sus deberes, que el pro-
pio Ellauri se asustó ante la violencia que se incubaba
en la campaña. Constreñido por Rivera, que desde la
campaña deshacía verbalmente los autos y sentencias ju-
diciales, Ellauri se vio obligado a recoger las viejas ideas
de su cuñado Lucas Obes tendientes a transar los con-,
flictos que amenazaban derribar el poder de la facción
riverista. El 12 de agosto de 1831, el'ministro Ellauri
impartió una circular a los jefes políticos para que éstos
se apurasen a informar a los poseedores y donatarios ar-
tiguistas que sería detenido el desalojo masivo de ocu-
pantes, y que el gobierno estaba dispuesto a amparar sus
precarias posesiones y buscar un arreglo con los propie-
tarios.
El descalabro de la situación financiera del Estado
y la peligrosa conmoción de la campaña llevaron a la
caída del ministerio Ellauri.Pereira y luego de un bre-
ve lapso a la llegada de Santiago Vázquez al ministerio
único. La prensa lavallejista en tanto llevaba una furio-
sa batalla que era acompañada por una actividad múlti-
ple en la campaña donde al decir de la prensa de la épo-
ca recorrían de "rancho en rancho" soliviantando a los
pequeños hacendados a quienes decían que el culpable
de sus desalojos se hallaba en el propio gobierno rive-
rista.
Santiago Vázquez, cabal representante de un estre-
cho grupo de grandes comerciantes y prestamistas, ape-
nas accede al ministerio que ocupa en su totalidad, se
propone liquidar de una sola vez el problema de la tie-
rra. Su punto de partida es. transformar la tierra ei un
elemento más de la sociedad burguesa: en un modo bur-
gués de propiedad y en un medio de producción asi-
milable a la producción y comercialización más adelan-
144
tadas de su época, pero también -y en este curso se
hundirá- en un modo de promover rentas al Estado. Su
política respecto a los conflictos sobre la propiedad es-
tá inserta en su política general sobre la tierra. Vázquez,
pretende deteriorar el poder económico y político 3e los
grandes hacendados: apocamiento de las propiedades a
la mensura asignada en los título! (expropiación de las
sobras fiscales), límite máximo de la tierra fiscal denun-
ciable por particulares (5 leguas), acomodamiento de
todos los poseedores en tierras fiscales, promoción de
leyes generales y convenios particulares que transen los
conflictos entre propietarios y poseedores (sean donata-
rios artiguistas o simples ocupantes de períodos .poste-
riores).
Pero la política .de Santiago Vázquez padecía un
vicio de origen: la composición social de la clase que lo
había llevado al poder y la tremenda herencia de una
deuda nacional agobiante para los escasos recursos del
Estado. Los intereses de la facción usurera y especula-
dora que representaba, terminó por ser el principal y
casi único programa de su gobierno. Las recurrentes in-
vasiones lavallejistas aumentando hasta.el paroxismo los
gastos del Estado, auméntaron el apetito de su clas6 que
se enriqueció hasta el delirio con los préstamos usura-
rios, los remates de rentas y los abastecimientos al ejér;
cito. Acuciado por los problemas financieros, Santiago
Vázquez terminó por transformar la tierra en un elemen-
to más de creación de rentas tendientes a amortizar la
deuda.
La solución de Vázquez era muy simple: una parte
de la tierra sería arrendada en enfiteusis procurando ren-
tas permanentes al Estado; otra parte sería destinada a
la enajenación procurando que la tierra saliese del do-
minio del Estado al precio de mercado, promoviendo con
ello un solo modo de asentamiento de los hombres so-

146
bre la tierra: el modo oneroso que seleccionaba por de-
finición a los futuros hacendados entre las capas ricas
de los grandes y medianos detentadores'de tierras.
En el curso apenas del esbozo de esta política lo
encontró la cuasi explosión de los poseedores amenaza-
dos de desalojo por un aparato judicial que funcionaba
en las tradicionales maneras del derecho privado pro-
pietarista. Desde noviembre de 1831 hasta febrero de
1832, se verá a Santiago Vázquez en una infatigable pro-
ducción de leyes, decretos, circulares a jefes políticos y
demás autoridades departamentales, tendientes a con-
vencer a'los poseedores y donatarios artiguistas subleva-
dos, que el Gobierno no los expulsará de sus campos
hasta tanto no se establezcan las leyes que consolidarán
definitivamente la suerte de los pequeños hacendados sin
tierra. Todas las instancias judiciales se paralizan, obli-
gadas por el propio gobierno, los jefes políticos apoyan
y soliviantan a los poseedores para que se nieguen y re-
sistan los desalojos arguyendo que el propio gobierno
los apoya. Rivera recorre la campaña enderezando su
poder amenazado. Fue tan rápida la difusión de la tan
esperada política del gobierno, que la arrolladora in-
fluencia lavallejista se desvae en pocas semanas. Cuan-
do, pese a todo, estalla en junio-julio, la inmensa ma-
yoría de los pequeños hacendados sostiene a Rivera o
permanece vacilante e indiferente. La aventura lavalle-
jista cae en el curso de un mes.
Pero algo debe quedar claro. Toda esta política del
gobierno de Rivera - Santiago Vázquez era una arqui-
tectura precaria destinada a detener la tormenta y a im-
pedir que fuese aprovechada por la facción lavallejista.
¿En qué consistía, pues, la política del gobierno
respecto a los donatarios artiguistas?
1) En desconocer tanto la legitimidad de la auto-
ridad artiguista, como su capacidad soberana para con-

146
ceder tierra en propiedad (fiscal o confiscada) como en
negar toda validez a los documentos que a sus leyes de
tierras se refiriesen.
2) Aceptar como simple título que ofrece una fe-
cha cierta de posesión a los documentos artiguistas de
donación de tierras fiscales. Aceptada y verificada la
fecha cierta de posesión, el donatario artiguista debía
someterse a las leyes vigentes de adquisición onerosa de
tierras: enfiteusis, moderada composición, etc.
3) Los documentos de tierras artiguistas emitidos
sobre tierras particulares eran rechazados totalmente y
obviamente preferidos los títulos, perfectos o no, de
aquellos propietarios o detentadores confiscados en su
época por Amigas.

Ante la conmoción que ésta mera y abstracta políti-


ca provocó en todo el país, el Gobierno matizó y flexi-
bilizó estas grandes líneas -sin abandonarlas- median-
te los siguientes principios:
1) Suspender los trámites de los pleitos en curso,
en tanto las Cámaras no aprobasen -y entrasen en vi-
gor- las nuevas leyes que conciliasen todos los intereses.
2) Promover transacciones entre los propietarios y
los poseedores.
3) En caso que estas transacciones no fuesen acep-
tadas o no llegasen a feliz término, colocar al Gobierno
como componedor mediante la reversión de los campos
en litigio al Estado, quien por una parte pagaría precios
convenidos a los propietarios y colocaría en los' campos
a los poseedores de mejores condiciones económicas, ubi-
cando en otros terrenos, chacras, pueblos, a los poseedo-
res de modestos recursos o indigentes.
Esta política operaba al puro arbitrio del poder eje-
cutivo. Justamente la discrecionalidad y laxitud de su

147
aplicación parecía ser la que aseguraría más rápidamen-
te los logros que el gobierno se proponía. La colocación
de los poseedores de acuerdo con el juicio del gobierno,
traía como inmediata consecuencia, que .los poseedores
se colocaran frente al Poder, primero en una relación
de expectativa, y posteriormente de dependencia, dado
que la inexistencia de un derecho general e iguál res-
peto a la aplicación y normalización de aquella política,
los hacía fácil presa de una práctica que daba tierras,
poca o mucha, como contrapartida de la subordinación
y de los servicios. A su vez, la reversión de los campos
en conflicto al Estado, sin manejo ni control daba lugar
-y tal sucedió- a gravar al Estado en onerosísimas y
fraudulentas operaciones de permutas de campos, de
emisión de letras, de afectación de rentas, etc., haciendo
que la tierra pasase a ser -hasta la locura- un mero
papel de bolsa.
Luego de la derrota lavallejista, volvieron los donn-
taíios artiguistas a .promover sus derechos creyendo que
su participación activa en la defensa del gobierno y las
propias declaraciones de los poderes públicos significa-.
ban por fin el reconocimiento de sus derechos. E1 chasco
fue mayúsculo.
Todos aquellos que creyeron aquello se 'encontraron
con las vistas fiscales de Lucas Obes según el cual toda
solicitud de donatarios artiguistas no podía "considerar-
se sino como de simple denuncia de una propiedad que
pertenece al fisco, que nunca fue enajenada por autori-
dad legítima en favor de particulares, en cuya virtud"
el juez podría ordenar la posesión "haciéndole lugar en
cuanto lo tenga solamente y sin perjuicio de tercero".
Claramente dicho: a) se desconocía la legitimidad del
gobierno artiguista; b) no se reconocía la propiedad del
donatario sobre tierras fiscales; c) se le permitía la ocu-
pación sin perjuicio de "tercero" es decir sin perjuicio
de un gran propietario privado que demostrase sus tí-
tulos sobre el campo en cuestión.

148
Por su parte Rivera, llamado a informar sobre la
fundación del pueblo de Durazno. en tierras que fueran
de Viana Achucarro, luego de recordarlos repartos arti-
guistas y la fundación cisplatina del pueblo, afirmaba
que no era de "su resorte justificar ni reprobar la con-
ducta de los Gobiernos" que habían tomado tales medi-
das. Rivera no quería comprometer públicamente opinio-
nes y mucho menos opiniones generales que compren-
diesen a todos los poseedores y donatarios artiguistas,
por cuanto en este sentido prefería las soluciones casuís-
ticas que en su realización quedasen permanentemente
vinculadas a su participación personal en las mismas y
significasen el acrecimiento de las relaciones de depen-
dencia personal de las masas con respecto a su poder.
Para Rivera, nada más lejano a sus ideas que aprobar,
defender y rehacer la revolución agraria artiguista.
Los donatarios artiguistas -cada vez menos- ati-
naban de todos modos a defender el prestigio y honor
del acto agrario que había dado lugar a su donación:
El Sr. Fiscal General -decía uno de ellos en res-
puesta a L. Obes- asegura que la propiedad de dicho
terreno pertenece al Fisco, fundándolo en que nunca fue
enagenada por autoridad legítima, cuyo reparo no es
justo, por resultar lo contrario del documento /de dona-
ción/ en el que se observa que el terreno se 'concedió
con la obligación de poblarla dentro de tres meses por-
que así lo ordenaba el Sr. Dn. José Artigas Capitán Ge-
neral de la Banda Oriental. Luego la autoridad de este
Sr. no era legítima en 12 de mayo de 1816 ¿y cuál será
entonces?, la del Rey Fernando VII ó la del Triunvirato
de Buenos Aires?
Á lo largo del año 1833, la pasividad final del minis-
terio Vázquez, había elevado nuevamente el fantasma
de la conmoción de la campaña. Miles de poseedores sin
títulos y donatarios artiguistas (cada vez más raleados),

149
habían esperado en vano la definitiva solución de la pro-
piedad de sus campos y el término de sus angustias. Sólo
la presencia de Rivera, rondando por la campaña y
transformándose en garantía verbal de algunos sectores
de poseedores había impedido que la situación se hu-
biese transformado en la caída del régimen. Desde Bue-
nos Aires, los grandes propietarios porteños cansados de
solicitar la devolución de sus campos de la Banda Orien-
tal empujaban y sostenían la invasión lavallejista siem-
pre latente y la consiguiente enemistad del gobierno fe-
deral porteño.
Por otra parte los grandes prestamistas y acreedo-
res del Estado amenazaban con ahogar al Estado en sus
penurias, acrecentadas ora por el cauce siempre abierto.
de los giros íle Rivera, ora por las expensas de un ejér-
cito siempre en armas contra los amagos de invasión.
Con el advenimiento de Lucas Obes al ministerio se lle-
gó a un tratamiento cada vez más especulativo de los
problemas de la tierra.
En el cuadro de esa vinculación, Lucas Obes crea
la Caja de amortización uno de cuyos recursos estaba
fundado en la enajenación de los terrenos que el Estado
contratase con los antiguos propietarios en su política
de reversión al Estado de campos en conflicto. Casi de
inmediato se ponen a la venta los campos de Ansuáte-
gui, Diego Noble (campos comprados por éste a viejos
propietarios como Bernardo Alcorta, Juan Antonio Bus-
tillo, Juan Francisco Blanco, José Fontecely, Pedro Gon-
zález, salvo el último confiscado por Artigas) y Milá de
la Roca entre los donatarios artiguistas y demás posee-
dores que se hallasen en sus campos.
Estas primeras medidas parciales fueron consolida-
das en el famoso decreto del 23 de diciembre de 1833
para el "corte" de los conflictos entre propietarios y po-
seedores.

150
El decreto era, por fin, la adopción completa, lega-
lizada, de las viejas aspiraciones de Rivera y de Lucas
Obes. El primero consolidaría así la pacificación de la
campaña y obtendría su adhesión -así lo esperaba-
para siempre. El segundo se regocijaba en el texto ci-
tando todas aquellas ideas que había elaborado a lo lar-
go de varios años. En su parte dispositiva el decreto re-
petía dichas ideas, ya esbozadas en la vista fiscal sobre
el.pleito de Almagro, recogidas en la circular de Ellauri
del 12 de agosto de 1831 y comenzadas en su aplicación
por el ministerio Vázquez a instancias de las "apertu-
ras" realizadas por Obes como fiscal a los propietarios
de los campos de Albín, Almagro y Camacho. La rever-
sión al Estado, de los campos en conflicto, tantas veces
anunciada, se transformaba por fin en política general
de todos los conflictos entre propietarios y poseedores.
En cambio el decreto era extremadamente impre-
ciso respecto a los poseedores mismos por cuanto no de-
terminaba qué sucedería con aquellos poseedores que
no estuviesen en condiciones de someterse a los reque-
rimientos de pago del gobierno, pero era fácil que ya se
pensaba en lo que luego sucedería: sólo los más ricos y
poderosos de los poseedores recibirían la posibilidad de
acogerse a los supuestamente universales derechos con-
cedidos a los poseedores para la definitiva consolidación
de sus terrenos.
La política de reversión al E-hado de los_ campos
en conflicto es ante todo un mero "negocio agrrio". E1
Estado paga al valor del mercado el 'precio" de la tie-
rra. Si bien los propietarios ven "deformada" la deman-
da de su "bien', por la imposición aparenté de un solo
comprador, que así lo determina, no es menos cierto
que el vendedor "deforma" la oferta, tanto porque el
Estado -concreto, histórico y angustiado políticamente-
necesita comprar, como por el hecho extraeconómico

151
que el Estado no es realmente una pura entelequia sino
una suerte de comité administrador de los intereses de
las clases dominantes, en este caso de los vendedores de
campos en conflicto que son a la vez Dios Padre, Hijo
y Espíritu Santo. El aparente diálogo de la oferta y la
demanda, es apenas el soliloquio del cohecho.
Casi de inmediato entre diciembre de 1833 y febre-
ro de 1834 el gobierno contrató la compra de 4 grandes
latifundios cubiertos de donatarios artiguistas y ocupan-
tes sin títulos: los de Milá de la Roca, Arvide, Ansuá-
tegui y Alagón. Los dos primeros los contrató con el
apoderado cuasi propietario y cuñado de Lucas Obes,
José Ellauri, el otro con un oscuro personaje vinculado
a Domingo Vázquez (zar de las finanzas del gobierno
de Lucas Obes) y el último' con Antonio Hocquart (vin-
culado a su vez a Ellauri). Los cuatro contratos costa-
ron al Estado más de $ 100.000 e intereses y son un
capolavoro de la usura y el, fraude más negros e inson-
dables de que pueda nadie imaginarse.
Pero apenas se estaban liquidando estos primeros y
ruinosos pasos de aplicación de la política de Lucas
Obes, debió enfrentarse a un inesperado obstáculo: el
gobierno federal porteño.
Lucas Obes parecía apurado en transar los conflic-
tos da aquellos campos que pertenecían a los hombres
estrechamente vinculados a su círculo. Pero la mayor
parte de los propietarios en conflicto de aporteñados o
"malos americanos" eran pertenecientes a aquel viejo
tronco sobre cuyos pastos había pasado la segadora ar-
tiguista. Cualquiera fuera el propietario primitivo, el he-
cho es que al comenzar 1834, residían en Buenos Aires
la casi unanimidad de los propietarios que aún.espera-
ban las resoluciones que en la práctica, el gobierno uru-
guayo les negaba: Félix de Alzaga, Larravide, Juan Co-
rrea Morales, Lourefio, Beláustegui y Santurio (adquiren-
tes de los campos de Pedro Manuel Carcía), Miguel de

152
Azctiénaga, los herederos de Barrera y de Díaz Vélez, el
comerciante francés Domingo Roguin (comprador al go-
bierno de Dorrego del antiguo fundo de las Huéifanas),
etc. eran apenas los más poderosos y visibles de los nu-
merosos propietarios porteños que diariamente pasea-
ban su furia por las antesalas del gobierno federal de la
Provincia de Buenos Aires. En este núcleo se hallaba
también el emigrado lavallejista Mamiel de Soria, apo-
derado de la testamentaria Viana Achucarro.
Entre estos hombres, en su mayoría estrechamente
vinculados al partido federal (Juan Correa Morales ha-
bía sido delegado personal de Rosas ante el gobierno
oriental, Beláustegui era cuñado de Felipe Arana, Díaz
Vélez era cabeza de un tronco latifundista entrerriano y
porteño, etc.) nació y se afirmó la idea de intervenir
firmemente y detener al gobierno oriental usando para
ello la protesta oficial del propio gobierno porteño
porteño, quien por otra parte tenía su piopio interés en
que se reconociese a Domingo Roguin las 42 leguas de
Las Huérfanas en defecto de lo cual debía pagar al co-
merciante francés lo que le había vendido.
Le tocó al Ministro de Relaciones Exteriores porte-
ño Gl. Tomás Cuido pergeñar la nota de protesta por
el decreto de Lucas Obes y por la lesión que producir
a los intereses de los muchos propietarios argentinos con
bienes en la República Oriental. Su nota es un modelo
de intervención desembozada en los asuntos internos de
otra nación soberana y una defensa abierta de los gran-
des latifundistas. Este precedente, comentado y enviado
a su gobierno por el cónsul francés Baradére, sería de
aquellos caldos que el propio gobierno argentino y el uru-
guayo tomarían por baldes, de esas mismas atentas,po-
tencias europeas.
La respuesta de Lucas Obes fue en varios sentidos
memorable primicia de defensa de la política de no in-
tervención y puede inscribirse entre aquellas que con-

163
tribuyeron a crear doctrina en el joven Estado. Pero,
por supuesto, aquél que había sufrido los grillos de Pu-
rificación no era hombre de ser más jacobino que Arti-
gas y en sus argumentos no se hallará una sola palabra
de justificación de la obra revolucionaria artiguista.
Las tierras en conflicto habían revertido al Estado.
La tranquilidad de los poseedores y las necesidades fi-
nancieras del Gobierno, exigían que la enajenación de
los campos poseídos se realizase con toda urgencia. Los
tribunales, ante los cuales se ventilaban los derechos de
los poseedores y donde se transaban las disputas, eran
incapaces de desatar los enredados litigios. Para evitar
esta inevitable contingencia, así como para sacar a los
tribunales la ejecución de una política que el ministro
Lucas Obes necesitaba controlar y dirigir personalmente,
se decidió ya en el decreto del 23 de diciembre del 33,
que la operación de asentamiento definitivo de los po-
seedores y las transacciones y enajenaciones consiguien-
tes fuesen dirigidas por el ministerio por intermedio de
comisionados nombrados al efecto y dependientes de
su autoridad. Dos parientes de Lucas Obes: su sobrino
Melchor Pacheco y su cuñado Juan Andrés Celly fue-
ron en lo real quienes cumplieron dicha tarea. De se-
mejante importancia fue también la tarea de Julián La-
guna en los campos de Colonia.
De la política de Obes relativa a los poseedores pue-
den decirse con seguridad dos cosas: en primer lugar
que no sólo olvidó sino que condenó al desalojo o a la
subordinación a la inmensa mayoría de los donatarios
artiguistas y demás ocupantes sin títulos, de condición
modesta y miserable; en segundo lugar, que se orientó
a considerar y favorecer a los grandes poseedores, sobre
todo a los vinculados por su riqueza y poder, ora al gru-
po ministerial, ora a la jerarquía caudillésca en. cuya
cumbre se hallaba Fructuoso Rivera.

154
Uno. de los comisionados lo expresa claramente en
su correspondencia con el ministro: He recivido la nota
de 25,del próximo pasado -decía Melchor Pacheco el
15 de mayo de 1834- en que V. me comunica las ulte-
riores disposiciones del Gobierno y me remite las pri-
meras propuestas que elevé.
En ella se me previene que es condición EXPRESA
de la enajenación de estos terrenos que los compradores
entreguen una tercera parte al contado, quedando el res-
to a censo redimible.
En la misma carta, Melchor Pacheco refiere cómo
aplicó el criterio que le imponia Lucas Obes para ven-
der los campos que fueran de Arvide: Los intrusos se di-
viden en tres clases: hambres que algo tienen, hombres
que no teniendo nada son honrados, y hombres de mala
conducta que tampoco tienen nada.
Pacheco- es drástico: "las dos últimas clases" deben
ser desalojadas de inmediato y concentradas en los eji-
dos de pueblos a fundarse en la frontera, y la primera
clase, aquellos "hombres que algo tienen", deben ser
colocados en la parte exterior de las ricas rinconadas,
es decir en los peores campos, dejando los mejores para
la venta-a los ricos poseedores o especuladores.
En los campos que fueran de Barrera (alrededor
de 50 leguas cuadradas) esto fue cumplido con especial
cuidado: Consecuente también con las prevenciones de
V. E. he ordenado a todos los que se hallan poblados en
Campos ya propuestos que preparen a desalojarlos; al-
gunos de los que algo poseen lo están verificando". -
Llevada a efecto esta medida -agregaba- los Propieta-
rios verán llenados sus deseos, el criador verá asegura-
da su fortuna.
La-limpieza de los campos de aquella miserable
`polilla de la campaña" era la condición necesaria para
que la política de Obes tuviese el curso que esperaba.

155
Sin la "evicción y saneamiento" del campo, preciosos de-
liquios con que las escrituras definían la patética expul-
sión de los pobres y miserables paisanos, ninguno de los
poseedores ricos estaba dispuesto a "segundar las bené-
ficas miras" del Gobierno.
El Dr.,Juan Andrés Celly se hacía eco de este sen-
timiento al relatar las dificultades que encontraba en la
enajenación de los campos de Alagón-Hocquart en el
Rincón del Colla (Colonia): Varios de los que ocupan
los terrenos -decía- que se llaman de estancia han pro-
puesto su compra pero no se decidirán a ello sin que
se reduzca a vivir donde deben varios que se hallan po-
blados en ellos sin hacienda, ni labor y que viven a costa
de los hacendados.
Lo sucedido en los campos de Barrera ya citados es
por demás ilustrativo. En sus campos -de acuerdo con
el riquísimo padrón elevado por Melchor Pacheco y
Obes- se hallaban 92 poseedores. De éstos se destaca-
ban por su riqueza y poder un grupo de 12 poseedores
ricos y muy ricos, que en su conjunto poseían 20.000 va-
cunos, casi 4 mil caballares y 6.300 ovejas. Algunos de
ellos reunían a su condición de hacendados la de sala-
deristas, propietarios de calera y bien trabajadas chacras.
Estos poseedores ricos poseían 12 esclavos y congre-
gaban en sus establecimientos a 56 agregados, 4 pues-
teros, 17 peones de estancia y 43 peones de oficios. Si el
más poderoso de ellos habla logrado limpiar de intrusos
sus campos donde pastaban más de 6 mil vacunos y mil
caballares y lanares, los demás hacendados disputaban
sus campos con una multitud de poseedores pobres y
miserables intrusos. De esta ínfima condición había 80
pobladores de los cuales dependían en total 482 perso-
nas. Este grupo, 7 u 8 veces más numeroso que el pri-
mero, poseía en cambio cuatro veces menos ganado: 5.141
vacunos, 2.785 caballares y 3.208 lanares. -

156
De acuerdo con las instrucciones recibidas, el co-
misionado Pacheco y Obes realizó contratos de venta de
campos con los hacendados del primer grupo, quienes
por sus propuestas no sólo adquirieron los campos que
poseían sino incluso aquellos terrenos que jamás habían
pisado, donde se hallaban los intrusos que mencionaba
el padrón y cuya expulsión pedían los poseedores ricos
en sus escrituras de propiedad.
Los expulsados abundaban en sus caracterizaciones
y méritos con breves frases registradas en el padrón: "es-
tá poblado hace diez y nueve años p.r haber comprado
el derecho de posesión"; "se pobló hace catorce años con
un documento de posesión que ha perdido", "se poblé
hace diez y nueve años", etc., aparentemente referidos a
la población artiguista de' sus terrenos. Pero en su in-
mensa proporción aquellos "miserables" (como los cali-
fica el padrón) ostentan pasadas glorias: "sirvió en el
cuerpo del finado Mondragón", "sirvió en el cuerpo de
Otorgues", "sirvió en los colorados de Basualdo", "fue
soldado de Blandengues", "soldado bajo el general Ar-
tigas". ..
Son cosas de llorar. Lejos, muy lejos, se hallaba el
viejo Don José Artigas.
¿Puede asombrar que el Comisionado Celly infor-
mase el 14 de enero de 1834, atribulado por la resisten-
cia de los vecinos del Colla, "que ha encontrado en la
generalidad de los pobladores de las chacras del Colla,
una predisposición contra 'la Comisión de que está en
cargado, nacida de especies... de que el Gobierno pen-
saba despojar a los vecinos de sus poseciones"?
Pero eran ya los últimos estertores de una clase ven-
cida: la de los pequeños hacendados patriotas nacidos :.1
la dignidad humana con la revolución artiguista. Su de-
finitiva postración y sujeción se daría en el inmediato
gobierno de Oribe.

157
No hay diferencias entre el gobierno de Oribe y el
de Rivera respecto a los donatarios artiguistas y demás
poseedores sin títulos. Sería puramente reiterativo acu-
mular los expedientes, las vistas fiscales, las resoluciones
de los jueces que desconocen sistemáticamente los dere-
chos de los títulos artiguistas.
La política de arreglo de los campos en conflicto
continuó en su sistematización y no varió para nada la
línea de conceder la tierra a los poseedores ricos y muy
ricos, salvo por supuesto la diferencia que habría de
provocar una nueva vuelta de tuerca en la configuración
de los partidos políticos contrapuestos: los poseedores
ricos favorecidos ya no pertenecían más a la facción ri-
verista sino a aquella que habría -más tarde- de seguir
la divisa blanca.
Si la política de Oribe fue aún más descarnada
mente propietarista se debió a varias razones: a) el de-
terioro de la unidad revolucionaria de los pequeños po-
seedores concitaba naturalmente el progresivo tono con-
trarrevolucionario de toda política sobre la tierra: luego
el gobierno de Oribe debía, naturalmente, ser más pro-
clive a las apetencias de los grandes hacendados; b) la
alianza de Oribe con el grupo federal resista trajo como
consecuencia que una serie de grandes propietarios ar-
gentinos vinculados a don Juan Manuel obtuvieran por
fin bajo Oribe el reconocimiento y devolución-de sus
campos: Félix_de Alzaga, Domingo Roguin, Melchor Be
láustegui, Santurio, Azcuénaga, etc., lograron el definiti-
vo reconocimiento de sus derechos. En su mayor parte
(Alzaga y Roguin) significaron no la expulsión de los
poseedores sino pesadas erogaciones para el Gobierno
y la repetición de la venta de campos a los influyentes
poseedores de dichos latinfundios. Pero en otros casos
significó.la expulsión masiva de los poseedores y peque-
ños hacendados con la más negra nota de toda esta pro-
gresiva política contrarrevolucionaria y recreadora del

158
latifundio: quema de ranchos, destrucción de semente-
ras, persecución militar a los poseedores resistentes, cte.
como sucedió en los campos reivindicados y devueltos al
cuñado de Felipe Arana en Soriano. Se presentaron en
los referidos campos -acusaban las 30 familias expulsa-
das en junio de 1835- con una fuerza: armada, invocando
orden del gobierno,, procedieron violentamente, sin acor-
darse que la casa del ciudadano era inviolable conforme
a la Constitución, á demoler las poblaciones de los que
se hallan establecidos en dichos terrenos y sin conside-
ración a la edad ni á los grandes sacrificios en las filas
de la Patria, llegando al exceso á un vecino lanzarle las
haciendas á la margen occidental del Río Negro, orióí-
nándole los perjuicios que son consiguientes.'.

Todo el pueblo oriental; todos aquellos miles de pa-


triotas que habían dado su vida, su fortuna, su sangre
por la liberación nacional, toda aquella gloriosa e inol-
vidable generación artiguista hablaba por aquellos es-
carnecidos pequeños hacendados expulsados de los cam-
pos que Artigas les había concedido: Los padecimientos
que sufrimos sin consideración de nuestras familias y
hogares abrazándonos de las armas de la Patrialpara el
despojo del tirano, estando en escasez, arruinados, no
mirando hambres, desnudez, afrenta ni palos; llenos de
gloria y de valor, sólo aspirando al feliz momento de
ver a los tiranos despoblados del seno de nuestros hoga-
res y campos.
- Acordáos del Rincón, Sarandí, Ituzaingó, que relu-
eían las armas del pabellón de la Patria; acordáos cuan-
do en los campos de batalla quedaban manchados con
la sangre de estos ciudadanos, y padecíamos sepultados
,en oscuras prisiones sin tener más amparo en nuestras
desdichas que afrenta y palos, y ahora que hemos recu-
perado nuestros trabajos, que dio fin a todos los conta-
gios, dando felicidad a nuestros hermanos, y haber pues-

159
to Leyes y Constitución á nuestro Estado, jurando el sos-
tenerla y al Exmo. Gobierno de nuestra Provincia, y
ahora el tiempo ha llegado de vernos despoblados de
nuestros hogares y de los campos pertenecientes a nues-
tro Estado, haciéndonos a algunos de nuestras familias
lanzarlas al otro lado del Arroyo Grande, que á una de
éstas después de demolerle su posesión dentró a gua-
recerse dentro de las pajas- juntamente con sus ovejas,
se las sacaron a los días a fuerza de allí."
Y todo ¿para qué?: para ver otra vez posesionarse
de ellos a nuestros más crueles enemigos que no perdo-
naron ni se detuvieron en sus alcances para nuestra des-
trucción.
¿Puede expresarse con más fuerza y expresividad
lo que sentían aquellos desolados patriotas que citando
sus propias palabras?:
El uso innoble que se hizo de esta fuerza, emplea-
da vilmente en destruir los hogares de una multitud de
patriotas, encanecidos sosteniendo la independencia de
la República, y arrancando del enemigo común ese cam-
po que hoy regalan con su sudor para alimentar a sus
hijos, como entonces lo empaparon con sangre, por dar
existencia a esta patria, en cuyo seno se ven hoy sin un
mísero abrigo, perseguidos y arruinados... y por quién.
Excmo. Sr.l
Por quién, Señor, por quién] Por los viejos latifun-
distas coloniales, por los vicios y odiados directoriales
antiartiguistas y hoy resistas, por los grandes especula-
dores criollos que 'Artigas había engrillado en Purifi-
cación.
¿Puede caber alguna duda, que el aniquilamiento
del latifundio, es un viejo legado, una vieja justicia, una
vieja reparación?

160
REGLAMENTO PROVISORIO DE LA PROVINCIA
ORIENTAL PARA EL FOMENTO DE SU
CAMPAÑA Y SEGURIDAD DE
SUS HACENDADOS

"1° Primeramente el S.or Alce Prov.l además de.


sus facultades ordinarias queda autorizado para distri-
buir terrenos y velar sobre la tranquilidad del vecindario,
siendo el juez-inmediato en todo el orden de la pre-
sente Insiruc.n".
"2° En atención á la basta estensión de la campa-
ña, podrá instituir tres Sub Tenientes de (/campaña/1
(PROVINCIA), señalándoles su jurisdicción 'respectiva,
y facultándoles según este, reglámento".
"3Q Uno deberá instituirse entre el Uruguay y Río
Negro y Yí; otro dentro de S.ta Lucía, á la costa de la
mar, quedando el S.or Alee Prov.l con jurisdicción in-
mediata desde el Yí hasta S.ta Lucía".
"4Q Si para el desempeño de tan importante comi-
sión hallaren el S.or Alce Prov.l y Subteniente de Prov.a
a necesitarse de más sugetos podrá cada cual instituir
en sus respectivas jurisdicciones jueces Pedánéos que
ayuden a esecutar las medidas adoptadas para el enta-
ble del mejor poder".

161
"5° Estos comisionados darán cuenta a sus respec-
tivos subtenientes de Prov.a a éstos el S.or Alce Prov. l:
de quien recibirán las órdenes precisas, éste las recibirá
del Gob.no de Mont.o y por este conducto serán tras-
misibles otras cualesquiera que además de las indicadas
en esta Instrucción se crean, a ceptables a las
circunstancias."

"6o Por ahora el S.or Alee Prov.l y demás subalter-


nos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la pobla-
ción de la campaíía. Para ello revisará cada uno en sus
respectivas jurisdicciones los terrenos disponibles, y los
sugetos dignos de esta gracia; con prevención que, los
más infelices serán los más privilegiados. En consecuen-
cia los negros libres, los zambos de esta clase, los indios,
y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados en suer
tes de estancia si con su trabajo y hombría de bien pro-
penden á su felicidad y la de la Provincia".

"7° Serán igualmente agraciadas las viudas pobres


si tuvieran hijos o serán igualmente preferidos los casa-
dos á los americanos solteros, y estos a cualquiera es-
trangero".
89 Los solicitantes se apersonarán ante el S.or
Alc.e Prov.l, a los subalternos de los partidos donde eri-
giesen el terreno para su población. Estos darán su in-
forme al S.or Alce Prov.l y este al Gob.no de Montevi-
deo de quien obtendrá la legitimación de la donación, y
la marca que deba distinguir las haciendas del interesa-
do en lo sucesivo. Para ello al T.po de pedir la gracia
se informará si el solicitante tiene ó no marca. Si la tie-
ne será archivada en el libro de marcas, y denó se le
dará en la forma acostumbrada".
"94 El M.I.C. despachará estos rescriptos en la for-
ma que estime más conveniente. Ellos y las marcas se-

162
rán dados .graciosamente y se obligará al Regidor en-
cargado de los Propios de Ciudad, lleve una razón esacta
de estas donaciones de la Provincia".
"109 Los agraciados serán puestos en posesión des-
de el momento que se haga la denuncia por el S.or Alee
Prov.l ó por cualquiera de los subalternos de este".
119 Después de la posesión serán obligados los
agraciados por el S.or Alce Prov.l ó demás subalternos
á formar un rancho y dos corrales en el término preciso
de dos meses, los que cumplidos, si se advierte omisión
se les reconvendrá para que lo efectuen en un mes mas,
el cual cumplido, si se advierte la misma negligencia,
será aquel terreno donado a otro vecino más laborioso
y benéfico á la Provincia".
'°129 Los terrenos repartibles son todos aquellos de
emigrados, malos europeos, y peores americanos que has-
ta la fecha no se hallen indultados por el Jefe de la Pro-
vincia para poseer sus antiguas propiedades".
"139 Serán igualmente repartibles todos aquellos
terrenos que desde el año 1810, hasta el de 1815, en que
entraron los orientales en la Plaza de Montevideo, hayan
sido vendidos ó donados por el Gob.no de ella".
149 En esta clase de terrenos Labra la esepción si-
guiente. Si fueran donados ó vendidos a orientales ó á
extraños. Si á los orientales ó á extraños, se les donará,
una suerte de estancia, conforme al pres.te reglamento.
Sí á los seg.dos, todo disponible en la forma dicha".
159 Para repartir los terrenos de europeos y malos
americanos se tendrá presente. Si estos son casados ó; sol-
teros. De estos todo es disponible. De aquellos se aten-
derá al número de sus hijos, y con concepto á que á és-
tos no sean perjudicados, se les dará lo bastante para

163
que puedan mantenerse en lo sucesivo, siendo el resto
disponible si tuviere demasiados terrenos",

164 'La demarcación de los terrenos agraciables se-


rá legua y media de frente y dos de fondo en la inteli-
gencia que puede hacerse más o menos estensiva la de-
marcación segun la localidad del terreno, en el cual siem-
pre se proporcionarán aguadas, y si lo permitiese el lu-
gar lindero fijos, quedando al zelo de los comisionados
economizar el terreno en lo posible y evitar en lo suce-
sivo desavenencias entre vecinos". '

"174 Se velará por el Gob.no al S.or Alee Prov.) y


demás subalternos, para que los agraciados no posbean
mas que una suerte de estancia, podrán ser privilegiados
sin embargo los que no tengan mas que una suerte de
chacra, podrán también ser agraciados los americanos
que no quisiesen mudar de posecion dejando la quetie-
nen á beneficio de la Provincia".

"184 Podrán reservarse unicamente pára beneficio


de la Provincia el Rincón de Pan de Azúcar, y el del
Cerro para mantener las reyunadas de `su servicio. El
rincon de Rosario por suestension puede repartirse hacia
el lado de afuera entre algun de (sic) agraciados, reser-
vando en los fondos una estension bastante á mantener
cinco ó seis mil reyunos de los dichos".

"194 Los agraciados no podrán enagenar, ó vender


estas suertes de estancia ni contraer sobre ellas debito
alguno bajo la pena de nulidad hasta el arreglo formal
de la Provincia en que deliberará lo conveniente".

`204 El M.I.C. ó quien el comisione, me pasará


un estado del numero de agraciados, y sus posiciones,
para mi conocimiento".

164
"219 Cualquiera terreno anteriormente agraciado
entrará (/../) (en) el orden del presente reglamento
debiendo los interesados recabar por medio del S'.or Alc.c
Prov.l su legitimación en toda manera, arriba espuesta.
del M.I.C. de Montevideo".

"22Q Para facilitar el adelantamiento de estos agra-


ciados quedan facultados el S.or Alce Prov.l y los tres
subtenientés de Provincia, quienes unicamente podrán
dar licencia para que dichos agraciados, se reunan y sa-
quen animales vacunos como caballares de las mismas
estancias de los europeos 6 malos americanos que se
hallasen en sus respectivas jurisdicciones.' En manera
alguna se permitirá que ellos por si solo lo hagan: siem-
pre se les señalara un juez pedáneo ú otro comisionado,
para que no se destrozen las haciendas en las correrías y
que las que se tomen se distribuyan con igualdad entre
los concurrentes debiendo igualmente zelar así el Alce
Prov.] como los demás subalternos, que d.hos ganados
agraciados sean aplicados a otro uso que el de aman-
sarlos, caparlos y sujetarlos á rodeo."
"239 También prohivirán todas las matanzas á los
hacendados, si no acreditan ser ganados de su marca, de
lo contrario serán decomisados todos los productos y
mandados á disp.on del Gob.no".
"249 En atencion á la escacez de ganado que es-
perímenta la Provincia, se prohibirá toda tropa de ga-
nado para Portugal. Al mismo tiempo que se prohibirá
á los mismos hacendados la matanza del hembrage has-
ta el restablecimiento de la campaña."
"259 Para' estos fines como para desterrar a los va
gabundos, aprehender malhechores y desertores, se le
darán al S.or Alce Prov.l ocho hombres y un sargento, y
a dada Tente de Prov.a cuatro soldados y 1 cabo. El

165
cabildo deliberará si estos deberán ser de los vecinos que
deberán mudarse mensualmente ó de soldados pagos que
hagan de esta suerte su fatiga".
"26° Los ten.tes de Prov.a no entenderán en de-
mandas. Esto es privativo del S.or.Ale.e Prov.1 y á los
jueces de los Pueblos y Partidos".
"274 Los destinados á esta Comision no tendrán
otro' ejercicio que distribuir terrenos y propender á su
fomento, velar sobre la aprehensión de los vagos remi-
tiéndolos á este Cuartel Gral. ó al Gob.no de Montevi-
deo para el servicio de las armas. En consecuencia los
hacendados darán papeletas á sus peones, y los que se
hallaren sin este requisito y sin otro ejercicio que vagar
serán remitidos en la forma dicha".
"284 Serán igualmente remitidos a este Cuartel
Gral. los desertores con armas ó sin ellas, que sin licencia
de sus jefes se encuentren en alguna de estas jurisdic-
ciones".

"294 Serán igualmente remtiidos por el subalterno


al Alce Prov.l cualquiera, que cometiese algun homici-
dio, hurto, ó violencia con algun vecino de su jurisdic-
ción. Al efecto lo remitirá asegurado ante el S.or Alce
Prov.l y un oficio insinuándole el hecho. Con este oficio
que servira de cabeza de proceso á la causa del delin-
cuente lo remitirá el S.or Alce Prov.] al Gob.no de Mon-
tevideo, para que éste tome los informes convenientés
y proceda al castigo segun el delito".
"Todo lo cual se resolvió de comun acuerdo con el
S.or Alce Prov.l D.n Juan Leon y D.n Leon Perez dele-
gados con éste fin, y para su cumplimiento lo firmo en
este Cuartel General á 10 de sen.bre '815.

1ph. Artigas

166

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