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¿Sabés que feo es ser una sombra?

Me dice y yo le pregunto que relación hay entre el


fuego y la sombra, en su sueño, y me contengo para decirle: “asombrado”, le digo que en
su sueño, la sombra que quiere pelear con el fuego, que le grita, en fin, muchas
posibilidades no tiene.
Estoy con Ismael, ya no me acuerdo bien dónde, estar con él tiene esta particularidad, un
discurso como lluvia constante sin lugar donde refugiarse. Es claro, esa lluvia lo empapa
donde vaya y a mi, bueno, a veces lo siento como el mar cuando te toma desprevenido y
te revuelca sobre la arena golpeándote y uno sale, o a veces ni eso, simplemente el mar
lo deja allí apoyado, con algún que otro raspón, así el discurso de Ismael, es esa ola que
te arrastra sin que halla de donde agarrarse, uno, yo al menos, termino acelerado y
preguntándome ¿qué pasó?, en fin, qué remedio, arrojo los puñados de arena que creí
poder retener, como palabras, y me dirijo nuevamente hacia el mar, ese discurso, me
zambullo. Siempre hay nuevas olas, casi no importa donde uno entre, ¿seguimos con el
sueño? Ahora me enuncia, otra vez, lo que yo he creído poder devolverle con la siguiente
frase: Ismael dice que el Mal triunfa. Pero, ¿a quién habría que contarle esto?, le pregunto,
ahora estamos en un comedor de la colectividad judía, esto que decís, Ismael, ¿no sería
justo intentar comunicarlo de una forma más ordenada? Quiero que escriba, deformación
profesional quizás, que escriba mejor, no esos papelitos sueltos que lleva por doquier,
alguna vez le dí un cuaderno, no hubo caso, quiero que escriba, mejor, ¿una obra, un
nombre? Roussoyce le puse alguna vez, porque él dice: el Otro es malo, y también,
rompe las palabras. Estamos en un bar, cerca de la sede de posgrado de la UBA, veo que
entra un profesor, para algunos: Él Profesor, de La Cátedra, de la facultad de psicología.
Ismael escribe ciencia-ficción,: Phillip Roussoyce, esos juegos me permiten seguir, a mí,
con mi trabajo. Comentamos un texto de Fabio Morábito que le llevé: La soledad
lingüística y que termina con una frase que amé: una lengua nunca está sola. El texto
habla del malentendido inevitable, a lo que Ismael: el Mal entendido. Esos juegos le
permiten seguir, a él, con su vida. Estamos en una estación de servicio, una familia en
que no se tolera ni el mínimo error, me dice, le digo que él sigue midiendo así las cosas,
que contra el infinito todo lo demás equivale a cero. Recuerdo un caso de Winnicott en el
que él circunscribe que para la paciente lo negativo era más importante que lo positivo,
más importante lo que no está que lo que ahora, y aquí, está. Estamos en el hospital,
donde lo atiende una psicóloga, me hace un chiste con el apellido del director del servicio,
que una vez, dos veces, lo presentó ante varios estudiantes y le hizo preguntas. Le
pregunto como se sintió con eso, parece haberle gustado. Recuerdo un caso, en la
facultad, donde se comenta que para una paciente las presentaciones de enfermos le
permitieron hacerse un nombre y enseñar a los demás sobre su condición. Estamos, en el
bus turístico de la ciudad. Estamos en su casa, entre miles de objetos que abarrotan toda
la superficie. Estamos en un parque, en un museo, estamos en una reunión con las
primas que quieren vender la casa dónde él habita con el hermano, estamos con
abogadas, estamos cansados, con calor, estamos cada vez más acelerados, todo se
vuelve irreal, son como actores, me dice, esto es como un circo, ¿va a firmar?, pregunta
la prima, ¡Entonces me quiero hundir todavía más y quizás la sociedad tiene que ponerse
todavía peor…! Grita Ismael. Un policía se acerca. Creo que en estas condiciones es
ilegal, le digo a la prima, parece entender algo. Nos vamos Ismael, no pasa nada nos
vamos, le digo, me lo llevo, el sigue despotricando. Cuando me despido desde el colectivo,
él aún seguía sin poder parar. Estamos en la parada del colectivo, se acelera, pareciera
querer retenerme con sus palabras. Estamos en la parada del colectivo, siempre me
acompaña hasta allí, extiende el acompañamiento hasta el último minuto posible.
Estamos en el premetro. De vuelta en el comedor: es mi antidescumpleaños, dice.
Estamos con el hermano. Que va de médico en médico. De tratamiento en tratamiento.
Ismael se duele, se culpa: quizás por verme así antes él terminó así. Antes, lo que pasó
siempre es antes. Lo que podría haber cambiado algo siempre es antes. Si alguien lo
hubiera escuchado, tratado, antes… Estamos en otro café. Y en otro. Dice que a los niños
les mienten inculcándoles la bondad y que él terminó así por creer en eso mientras que
con violencia es como se impone la gente, incluso los niños, y así consiguen algo. Él dice
el malestar en la cultura. Estamos en la terraza donde se desmoronó parte del techo.
Estamos en los cuartos de la casa vaciados por un vecino a pedido del hermano. Estamos
en los cuartos repletos. Se pregunta por el producto de tanto trabajo, en tantos lugares
donde lo atendieron, escritos, dibujos, y ahora, ¿qué fue de ello? Esfuerzo vano.
Colecciona imanes, llaveros, biromes, etiquetas, envases, papeles, parece incluso
coleccionar bolsas. Le digo que colección es cuando las cosas se pueden ver y mostrar.
No se baña. No se qué come. Él dice que está así por comer mucho pan. No puede
agacharse por la panza. No entiende por qué cambió su cuerpo. Antes yo estaba casi
como vos y ahora… ¿por qué? Estamos parados en el patio, entre los gatos: si hay
animal debiera haber anibién. Por ejemplo las vacas, para la gente que las tiene, son
bienes. Llevo la computadora y vemos una serie que veía cuando era chico. Mira con gran
interés los nombres en los créditos. Estamos en la ciudad, y no es fácil.

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