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Apagar la desmesura

Manuel Rial

Escribir con fastidio quizás no sea la mejor idea, o quizás sea, a veces, la única forma.
Encuentro repetidas veces declaraciones tan pretenciosas como inservibles: críticas al
“cientificismo”, epistemologías “complejas”, no se qué de interdisciplinas, etc, por el lado de
las llamadas “ciencias humanas”; mientras que del lado de las llamadas “ciencias exactas” se
esgrimen argumentos como: exigencias de comprobación empírica, replicabilidad,
cuantificación, etc.
Propongo que no hay diálogo posible, excepto a nivel material. Me explico: Las ciencias
exactas trabajan con valores positivos, algo es o no es (no considero que el principio de
incertidumbre opere a este nivel) y por lo tanto se construyen a partir de un lenguaje unívoco,
podríamos llamar al suyo el “campo matemático”. Por otro lado, las “ciencias humanas”
trabajan (aunque no lo sepan) con valores ambiguos, algo es y no es al mismo tiempo y deben
asumir un lenguaje equívoco, podríamos llamar al suyo el “campo semántico”[1]. Por tanto,
existen al menos dos campos recubriendo la misma materialidad y sometiéndola a sus fuerzas,
dicha materia es el cuerpo humano y por extensión, el universo.
Planteo que la intromisión de un campo sobre el otro es una hybris, una desmesura que
debería apagarse más rápido que un incendio, como dijera Heráclito hace ya bastante. Por otro
lado, parece que hubiera que llamar al cuerpo humano precisamente híbrido, por participar de
los dos campos. Como ya dijéramos, por extensión se hibridiza el universo entero. Ejemplo: la
física carece absolutamente de elementos para explicar la existencia de una mesa. La técnica
fabrica una, pero no hay ninguna ley física que pueda explicar siquiera mínimamente su
existencia: podrá describir sus propiedades, explicar las leyes de su equilibrio y determinar su
superficie, etcétera, pero determinar la causalidad de la existencia efectiva de la mesa,
imposible para la física. Solo se explica como elemento del “campo semántico” que determina
los valores diferenciales comer sentado/parado, nivel del piso/elevado (por poner ejemplos, no
he realizado un análisis semiológico de la mesa o del mobiliario). De hecho quien quiera
explicar la mesa “positivamente” como determinada por el tamaño del cuerpo humano
(ejemplo de explicación utilitarista: es cómodo tener los objetos a cierta altura) se verá en
problemas para explicar por qué tantas culturas comen en el suelo. Pero debemos realizar una
salvedad aún. Los valores diferenciales así pensados hacen nacer una nueva positividad y
oposición entre ser y no ser, por más que aparezca la mesa como multívoca es decir, sometida
a varias significaciones, esto hace surgir el fantasma de un positivismo posible en las ciencias
humanas puesto que los valores son y siempre se puede elegir un valor determinado para
cierto contexto. Esta es la trampa del culturalismo en la que el psicoanálisis no cae ya que está
advertido de la ambivalencia [2] de los elementos: para sostener un campo de diferencias
opositivas se debe reenviar la diferencia original inmanente hacia una trascendencia. En
palabras más simples: la indeterminación del significante, el hecho de que radicalmente no
signifique nada no debe resolverse en que significa muchas cosas sino sostener esa radical
insignificancia. Mientras que el intento de asegurar la determinación de valores positivos se
hace a costa de un resto excluido. Es la fórmula misma del fantasma, signo conformado por el
par opositivo (S1/S2), referente externo (trascendente) que asegura la significación (a)[3] y
sujeto sometido a dicha significación (S barrado).
Una semiología advertida de la ambivalencia, de la equivocidad, atenderá al par falta/exceso
como consustanciales al significante. Del mismo modo se enlazan sentido-sinsentido, adentro-
afuera, deseo-prohibición, sin poder determinar en ningún caso uno de estos valores
positivamente: el elemento en cuestión tendrá los dos valores a la vez (±, S1 suelto sin
encadenar con S2)[4]. Voy a continuar un poco más con este paréntesis: las “ciencias
humanas” imitan a las “exactas” mediante las estadísticas. Es lo que estudió largamente
Foucault. Mediante este lenguaje que no dudo en llamar seudomatemático se hace surgir la
sombra de positividad que es justamente una operación en el mismo sentido que el fantasma.
Quiero decir, hay recurrencias, pero a costa de una exclusión constante; ir en el sentido de
consistir estos discursos no hace más que propagar la desmesura.
Volviendo a la cuestión de arranque, ¿no es el psicoanálisis una práctica de apagar la
desmesura del sentido? ¿Y no sería deseable reenviar lo que es de la matemática, o la ciencia
exacta, a sus manos y retener en las nuestras lo que a nuestro campo pertenece? El lenguaje
matemático se caracteriza por no tener sentido, es decir, su univocidad apaga la posibilidad
del sentido. No debe decirse que su lenguaje es un sinsentido, ya que este está en continuidad
con el sentido. Sentido y sinsentido se siguen uno del otro y se posibilitan entre ellos: hay
sentido por el sinsentido original del significante y hay sinsentido por el fondo de sentido
posible del significante[5]. El lenguaje matemático está fuera del sentido, no tiene ninguna
relación con él. El prototipo de su frase es una ecuación, una igualdad, una perfecta sinonimia,
una tautología. Este es el afán de ese lenguaje, establecer finalmente la sinonimia de todo.
Mientras que el prototipo de frase en el campo semántico es el nombre propio, elemento que
significa todo y a la vez nada, absoluta homonimia. El afán de esta lengua es finalmente
nombrarse. En ambos polos existe un imposible.
Para volver a explicitar mi posición respecto de todo esto, en el caso de la “salud”: no estoy de
acuerdo en pedirle a los médicos que sean “más humanos”, que “escuchen al paciente”, no
quiero que ellos consideren que les compete el campo del sentido. Prefiero que lo que a este
campo compete sea reenviado a quienes en ese campo trabajan. ¿Cómo saber cuándo es así?
Pienso que basta con tenerlo en cuenta, alcanza para quien trabaja según las reglas de un
campo saber que existe aquél otro, regido por otras reglas pero que opera sobre la misma
materia. Y lo mismo vale para las llamadas “ciencias humanas”. Respetar el otro campo, no
invadirlo con posturas pedantes que hablan de otros regímenes de verdad y demás tonterías.
No encontrar sentido donde no lo hay, ni desentenderse de él donde aflora.
Un último comentario: es claro que el “lenguaje matemático” es un esfuerzo de vaciamiento
del sentido, según parece, imposible (las paradojas que impiden fundar una aritmética
compleja y consistente). Lo que no quiere decir que ese esfuerzo debiera suspenderse,
interesa su desarrollo asintótico; pero debe destacarse que su aprovechamiento está siempre
dado desde el campo del sentido. No hay una ética ni un valor de uso científico. Hay si la
posibilidad de despejar el territorio en que las decisiones deben tomarse de falsos
presupuestos. La interdisciplina solo puede darse al interior de un campo, por ejemplo un
químico, un físico, un geólogo se relacionan a partir de compartir el lenguaje matemático. En
el campo de las “ciencias humanas” lo que generalmente se da es un diálogo en lenguas. En
este registro retomo la imposibilidad del diálogo entre por ejemplo un médico y un
psicoanalista, en el momento que se establezca algún entendimiento es que uno de los dos a
renunciado a su teoría y a su campo.

Notas:
[1] La oposición parmenidea entre el ser y el no ser es fundante de un lenguaje científico,
como se ha dicho innumerables ocasiones: Heráclito perdió esa batalla. En su seminario Los
fundamentos del psicoanálisis Lacan retoma el chiste de Demócrito para inscribir al
psicoanálisis en un campo diferente: antes del Uno (hen) y el Vacío (med-en u oud-en) el
casiuno o niuno (den). Cassin desarrolla esta cuestión en Jacques el sofista. Podría proponerse
unnouno con rezonacias noumenales.
[2] En Critica de la economía política del signo Baudrillard opone a las lógicas de oposición
positivistas que se organizan alrededor de la forma-signo, forma-objeto y forma-mercancía, la
ambivalencia estructural de lo simbólico. La forma-signo aparece a partir del postulado
metafísico de un más allá que asegure la reversibilidad del par opositivo significante-
significado. La posibilidad de una crítica a dicha metafísica aparece con la radicalización de las
teorizaciones de Marx, De Saussure y Freud, estos pensadores postularon unos medios de
producción (económicos, lingüísticos y pulsionales; misma materia es a la vez: valor de
uso/valor de cambio, significante/significado, pulsión de vida/pulsión de muerte o
activo/pasivo) que operan como un saber anterior a la consciencia. Baudrillard avanza en la
proposición de una Teoría general del valor, opinamos que también Lacan sin excluir otros
autores que desconozcamos.
[3] Por ejemplo Eco en su La estructura ausente concluye con una invitación a pensar el
contexto o las circunstancias como aquello que oficia de referente.
[4] En El sexo y la eutanasia de la razón Copjec trabaja las antinomias kantianas junto con las
fórmulas de la sexuación lacanianas para ofrecer un desarrollo en que la razón sea
inmanentemente contradictoria. En la misma línea que los planteos de Gödel, algunas
proposiciones, en nuestro decir, la significación, es indecidible. El lado izquierdo es el lado
lógico-matemático que asegura la consistencia a partir de un término excluido del conjunto.
[5] Para un desarrollo de esta cuestión remito a Logica del sentido de Deleuze. En particular
todo lo referido al par elemento supernumerario/casillero vacío, que en este texto nombramos:
exceso/falta.
mail: manu.r1990@gmail.com

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