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San Juan Evangelista

I. Hechos del Nuevo Testamento


II. El Supuesto Juan El Presbítero
III. Las Ultimas Obras de Juan
IV. Fiestas de San Juan
V. San Juan en el Arte Cristiano

I. Hechos del Nuevo Testamento

Juan era hijo de Zebedeo y de Salomé, y hermano de Santiago el Mayor. En los Evangelios los
dos hermanos suelen ser llamados “los hijos del Zebedeo”, habiendo recibido de Cristo el título
de Boanerges -“hijos del trueno”- (Marcos, iii, 17). Originalmente ambos eran pescadores y
trabajaban junto a su padre en el lago de Genesareth. De acuerdo a la explicación habitual,
totalmente probable, los dos hermanos fueron durante un tiempo discípulos de Juan el
Bautista, y Cristo los llamó de entre el círculo de seguidores de Juan, junto a Pedro y Andrés,
para convertirse en Sus discípulos (Juan, i, 35-42). Los primeros discípulos volvieron con su
nuevo Maestro del Jordán a Galilea y parece que Juan y el resto permanecieron durante un
tiempo con Jesús (cf. Juan ii, 12, 22; iv, 2, 8, 27 sqq.). No obstante, después de un segundo
regreso de Judea, Juan y sus compañeros regresaron a su labor como pescadores hasta que
volvieron a ser llamados por Cristo para formar parte definitivamente de su grupo de discípulos
(Mateo., iv 18-22; Marcos, i, 16-20). En la lista de los Apóstoles, Juan ocupa el segundo lugar
(Hechos, i, 13); el tercero (Marcos, iii, 17); y el cuarto (Mateo., x, 3; Lucas, vi, 14), siempre
después de Santiago, con la excepción hecha de algún pasaje (Lucas, viii, 51; ix, 28 en el texto
griego; Hechos, i, 13).

Así, del hecho de que Santiago sea siempre colocado antes, se concluye que Juan era el más
joven de los dos hermanos. En cualquier caso, Juan tuvo una importante posición entre los
Apóstoles. Pedro, Santiago y él fueron los únicos testigos de la resurrección de la hija de Janiro
(Marcos, v, 37), de la Transfiguración (Mateo., xvii, 1), y de la Agonía en Getsemaní (Mateo.,
xxvi, 37). Únicamente Pedro y él fueron enviados a la ciudad para encargarse de los
preparativos de la Última Cena (Lucas, xxii, 8). Durante la Cena, estuvo sentado en la mesa
junto a Cristo, sobre Cuyo pecho se apoyó (Juan, xiii, 23, 25). De acuerdo a la interpretación
general, Juan era también ese “otro discípulo” que, con Pedro, siguió a Cristo después de su
arresto hasta el interior del palacio del sumo sacerdote (Juan, xviii, 15). Juan, solo, permaneció
junto a su amado Maestro al pie de la Cruz en el Calvario, con la Madre de Jesús y las mujeres
piadosas, y tomó a la afligida Madre bajo su cuidado como último legado de Cristo (Juan, xix,
25-27). Después de la Resurrección, Juan fue, junto con Pedro, el primero de los discípulos
que, apresuradamente, acudió al sepulcro y fue el primero en creer que Cristo había resucitado
realmente (Juan, xx, 2-10). Cuando posteriormente Cristo apareció en el Lago de Genesareth,
Juan fue asimismo el primero de los siete discípulos presentes que reconoció a su Maestro de
pie en la orilla (Juan, xxi, 7). El Cuarto Evangelista nos ha mostrado lo cercana que era la
relación que siempre mantuvo con su Señor y Maestro a través del título que suele utilizar para
llamarse a sí mismo, sin mencionar su nombre: “el discípulo amado de Jesús”. Después de la
Ascensión de Cristo y la Bajada del Espíritu Santo, Juan, junto a Pedro, tuvo un importante
papel en la fundación y dirección de la Iglesia. Le vemos en compañía de Pedro en la curación
del paralítico en el Templo (Hechos, iii, 1 sqq.). Junto a Pedro, es también encarcelado
(Hechos, iv, 3). De nuevo, lo encontramos con el príncipe de los Apóstoles visitando a los
recién convertidos en Samaria (Hechos, viii, 14).

No disponemos de información segura relativa a la duración de esta actividad en Palestina.


Aparentemente Juan y el resto de los Apóstoles permanecieron unos doce años en este primer
campo de labor, hasta que la persecución de Herodes Agripa I llevó a la dispersión de los
Apóstoles a lo largo de las distintas provincias del Imperio Romano (cf. Hechos, xii, 1-17). A
pesar de la opinión en contra de muchos escritores, no parece improbable que Juan entonces
fuera por vez primera a Asia Menor y ejerciera su labor apostólica en varias provincias de la
zona. En cualquier caso ya existía una comunidad Cristiana en Éfeso antes de las primeras
predicaciones de Pablo allí (cf. "los hermanos", Hechos, xviii, 27, adicionalmente a Priscilla and
Aquila), y es fácil conectar una estancia de Juan en estas provincias con el hecho de que el
Espíritu Santo no permitiese al Apóstol Pablo durante su segundo viaje misional la
proclamación del Evangelio en Asia, Mysia y Bithynia (Hechos, xvi, 6 sq.). Existe poco en
contra de tal aceptación en un relato posterior de los Hechos acerca del tercer viaje misionero
de San Pablo. Pero en cualquier caso, la estancia de Juan en Asia durante este primer periodo
no fue larga ni carente de interrupciones. Regresó con los demás discípulos a Jerusalén para
asistir al Concilio Apostólico (hacia 51 D.C.). San Pablo, en su oposición a sus enemigos en
Galatia se refiere a Juan expresamente, junto a Pedro y Santiago el Menor, como “un pilar de
la Iglesia”, y alude al reconocimiento de su predicación Apostólica de un Evangelio libre de la
ley recibida de esos tres, los hombres más prominentes de la vieja Madre Iglesia en Jerusalén
(Gal., ii, 9). Parece que cuando Pablo vuelve de nuevo a Jerusalén después de su segundo y
de su tercer viaje (Hechos, xviii, 22; xxi, 17 sq.) no se encuentra a Juan allí. Por ello, algunos
llegan a la conclusión de que Juan abandonó Palestina entre los años 52 y 55. Del resto de
escrituras del Nuevo Testamento, sólo podemos obtener información adicional respecto a la
persona del Apóstol a través de las tres Epístolas de Juan y del Apocalipsis. Se nos puede
permitir en este punto tomar como probada la unidad del autor de estas tres cartas transmitidas
con el nombre de Juan y su identidad con el Evangelista. Tanto las Epístolas como el
Apocalipsis, no obstante, presuponen que su autor, Juan, pertenecía a la multitud de testigos
directos de la vida y obra de Cristo (cf. especialmente I Juan, i, 1-5; iv, 14); el hecho de que
había vivido durante largo tiempo en Asia Menor es conocido en detalle por las condiciones
existentes en las distintas comunidades Cristianas allí; y que tenía una posición de autoridad,
reconocida por todas las comunidades Cristianas como líder de su parte de la Iglesia. Por otra
parte, el Apocalipsis nos indica que su autor estaba en la isla de Patmos “por la Palabra de
Dios y por el testimonio de Jesús”, cuando fue honrado con la Revelación celestial contenida
en el Apocalipsis. (Apoc., i, 9).

II. El supuesto Juan El Presbitero

El autor de la Segunda y Tercera Epístolas de Juan se designa a sí mismo en el título de cada


una de ellas mediante el nombre (ho presbyteros), "el antiguo", "el viejo". Papias, Obispo de
Hierapolis, también utilice el mismo nombre para designar al “Presbítero Juan” adicionalmente
a Aristion, su particular autoridad, directamente después de nombrar a los presbíteros Andrés,
Pedro, Felipe, Tomás, Santiago, Juan y Mateo (en Eusebio, "Hist. eccl.", III, xxxix, 4). Eusebio
fue el primero en establecer, debido a estas palabras de Papias, la distinción entre un
Presbítero Juan y el Apóstol Juan, y dicha distinción fue también extendida en Europa
Occidental por San Jerónimo, basado en la autoridad de Eusebio. La opinión de Eusebio ha
sido rescatada frecuentemente por escritores modernos, fundamentalmente para apoyar la
negación del origen Apostólico del Cuarto Evangelio. La distinción, no obstante, no tiene base
histórica. Primero, el testimonio de Eusebio sobre esta materia no puede ser tomado en
consideración. Se contradice a sí mismo, ya que en su “Crónica” expresamente menciona al
Apóstol Juan como el maestro de Papias ("ad annum Abrah 2114"), como también hace San
Jerónimo en Ep. lxxv, "Ad Theodoram", iii, y en "De viris illustribus", xviii. Eusebio también está
influenciado por su opinión doctrinal equivocada, cuando niega el origen Apostólico del
Apocalipsis y atribuye su escritura a un autor distinto de San Juan, pero del mismo nombre.
San Ireneo también designa positivamente al Apóstol y Evangelista Juan como maestro de
Papias, y ni él ni ningún otro escritor anterior a Eusebio tuvieron conocimiento alguno de un
segundo Juan en Asia (Adv. haer., V, xxxiii, 4). Teniendo en cuenta lo que el mismo Papias
afirma, todo ello demuestra sin lugar a dudas que en este pasaje con la palabra “presbíteros”
sólo puede entenderse “Apóstoles”. Si Juan es mencionado dos veces es debido a la especial
relación que Papias mantuvo con él, su maestro más eminente. Preguntando a otras personas,
llegó a aprender diversas cosas indirectamente de Juan, e igualmente de los demás Apóstoles
a que se refiere. Adicionalmente, había recibido información respecto a las enseñanzas y obras
de Jesús directamente, sin la intervención de terceros, del todavía vivo “Presbítero Juan”, como
también de Aristion. Por tanto, la enseñanza de Papias no deja la más mínima duda sobre
aquello que los pasajes del Nuevo Testamento presuponen y mencionan expresamente con
respecto a la residencia del Evangelista Juan en Asia.
III. Las ultimas obras de Juan

Los escritores Cristianos de los siglos segundo y tercero atestiguan como tradición reconocida
universalmente y que nadie pone en duda que el Apóstol y Evangelista Juan vivió en Asia
Menor durante las últimas décadas del siglo primero, y desde Éfeso guió a las Iglesias de dicha
provincia. En su "Diálogo con Tryphon" (Capítulo 81) San Justino Mártir se refiere a “Juan, uno
de los Apóstoles de Cristo”, como un testigo que había vivido “entre nosotros”, osea, en Éfeso.
San Ireneo habla en muchos pasajes del Apóstol Juan y su residencia en Asia y expresamente
declara que escribió su Evangelio en Éfeso (Adv. haer., III, i, 1), y que había vivido allí hasta el
reinado de Trajano (loc. cit., II, xxii, 5). Con Eusebio (Hist. eccl., III, xiii, 1) y otros, nos vemos
obligados a establecer el destierro del Apóstol a Patmos durante el reinado del Emperador
Domiciano (81-96). Con anterioridad a esto, según el testimonio de Tertuliano (De praescript.,
xxxvi), Juan había sido arrojado dentro de un caldero con aceite hirviendo frente a la Puerta
Latina en Roma, sin haber sufrido daño alguno. Después de la muerte de Domiciano el Apóstol
volvió a Éfeso durante el reinado de Trajano, y allí murió hacia el año 100 D.C., ya de muy
avanzada edad. La Tradición nos trae muchos rasgos de gran belleza sobre los últimos años
de su vida: que se negó a permanecer bajo el mismo techo que Cerinthus (Ireneo "Ad. haer.",
III, iii, 4); su conmovedora ansiedad por un joven que se había convertido en ladrón (Clemente
Alex., "Quis dives salvetur", xiii); sus exhortaciones repetidas continuamente al final de su vida,
"Pequeños, amaos unos a otros" (Jerónimo, "Comm. in ep. ad. Gal.", vi, 10). Por otra parte, las
narraciones que aparecen en los apócrifos “Hechos de Juan”, que aparecieron muy pronto, en
el siglo segundo, son invenciones no históricas.

IV. Fiestas de San Juan

San Juan se conmemora el 27 de diciembre, día que originalmente compartía con Santiago el
Mayor. En Roma ya desde fechas tempranas la fiesta fue reservada a San Juan únicamente,
aunque ambos nombres aparecen en el Calendario Cartaginés, el Martirologio de Jerónimo y
los libros litúrgicos Gálicos. La “partida” o “asunción” del Apóstol se menciona en el Menologio
de Constantinopla y en el Calendario de Nápoles (26 de septiembre), lo que parece haber sido
recordado como el día de su muerte. La fiesta de San Juan ante la Puerta Latina, que
supuestamente conmemora la dedicación de la iglesia cercana a la Puerta Latina, se menciona
por vez primera en el Sacramentario de Adrián I (772-95).

V. San Juan en el Arte Cristiano

El arte Cristiano primitivo suele representar a San Juan con un águila, simbolizando las alturas
a las que se levanta en el primer capítulo de su Evangelio. El cáliz como símbolo de San Juan,
representación que de acuerdo a varias autoridades no fue adoptada hasta el siglo trece, se
interpreta a veces en referencia a la Última Cena, y también en conexión con la leyenda según
la cual fue ofrecida a San Juan una copa de vino envenenado de la que, tras su bendición,
salió el veneno en forma de serpiente. Quizá la explicación más natural se encuentre en las
palabras de Cristo a Juan y Santiago "Mi cáliz, de hecho, lo beberéis " (Mateo 20:23).

LEOPOLD FONCK
Transcrito por Michael Little
Traducido por Rafael Nevado

.Tomado de The Catholic Encyclopedia, Volume I

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