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Autoficción/autobiografía, Migración y Exilio
Autoficción/autobiografía, Migración y Exilio
Jorgelina Corbatta
Wayne State University
Una categoría más reciente es la de auto fiction, cuyo teorizador, Serge Dou-
brovsky, la introdujo en su libro Fils (1977) como la ficcionalización de hechos
reales mediante la aventura del lenguaje que opera fuera del canon o sintaxis –
tanto de la novela tradicional como de la nueva novela–, valiéndose de juegos de
palabras, aliteraciones, asonancias, disonancias.
En “Autobiographie/vérité/psychanalyse”, Doubrovsky nos da, desde el punto
de vista de aquel que practica la escritura autobiográfica, un testimonio y una
reflexión. Comienza por una categoría general, la de autografías, que incluye
retratos y escritos del yo; distingue el testimonio (basado en la verdad de los
hechos y donde el lenguaje tiene una función referencial) de la auto(bio)grafía, en
donde el lenguaje opera en su función poética (Jakobson) “sometiendo el registro
de la vida al orden del texto” (64). Enfatiza el aporte de Freud en el desdobla-
miento del sujeto en yo y el otro y cómo este otro, el inconsciente, aflora en el dis-
curso mediante la presencia del que escucha (el analista). Reconoce la abundancia
de textos de vocación testimonial escritos por pacientes que recuentan y repro-
ducen el “gesto” que es, para todo analizado su análísis, incorporando “verdades”
ya elaboradas en las “sesiones” (65). En estos textos, o en su exacto reverso –la
“explicación” en la relación del caso por parte del analista–, Dubrovsky ve la
función de la escritura sólo como vehículo, como “transcripción”. Propone, junto
con Michel Leiries, otro uso de la escritura, cuyo modelo sería su propio libro Fils
en el que se da una “escritura del inconsciente y por el inconsciente” (66) de
forma tripartita: “l’avant de la vérité (le vécu pré-analytique); le champ de bataille
du vrai (la seánce d’analyse); l’aprés-verité (le vécu post-analytique)” (67).
Luego de atestiguar los elementos autobiograficos de su texto (nombre, acon-
tecimientos, sueños, etc), explica por qué subtitula Fils como roman. Por un lado
considera que la autobiografía es un privilegio de los poderosos y que el hombre
común sólo tiene derecho a la imaginación o la novela (“Les humbles, qui n’on
pas droit a l’histoire, ont droit au roman” 69). La otra razón tiene que ver con la
escritura: si se prescinde de un discurso lógico-cronológico en favor de una
divagación poética y de un verbo errático en el que las palabras tienen preemi-
nencia sobre las cosas y se toman por las cosas, se pasa de una narración realista al
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2. Tununa Mercado
clopedia más allá del 2000”, texto escrito “a pedido” de acuerdo con la nota a pie
de página (“Primer Plano… pidió a ocho escritores que imaginaran, ‘como Borges
en el ‘Epílogo’ de sus obras completas, el artículo que podrían merecer en una
enciclopedia del futuro” 7) donde se lee: “Nació en la ciudad de Córdoba, el día de
la gran tempestad decembrinaque desbordó el arroyo de La Cañada, afluente del
río Suquía, a comienzo de la década del cuarenta, hija de burguesía media
universitaria de provincia, cuando todavía el origen y la clase determinaban a los
individuos en el siglo pasado” (7). Con la misma actitud de distanciamiento,
Mercado da cuenta de un primer volumen perdido (Celebrar a la mujer como una
pascua, 1967), otro considerado como “textos de alcoba, eróticos” (justamente
Canon de alcoba, 1988) y menciona una referencia aparecida en una monografía
sobre escritoras argentinas donde –cita– “se lee que vivió en perpetuo estado de
memoria, encerrada en una concepción del tiempo ajena a las revoluciones de la
física de fines del 2000, y en estado de reclusión”. Cierra con una referencia a su
muerte, nonagenaria y en uso de sus facultades “dejando viudo a su esposo
centenario, el escritor Noé Jitrik” (8).
En esta breve nota biográfica (que en realidad es autobiográfica), Mercado
despliega en miniatura varios de los rasgos que caracterizan su obra, tanto en la
temática como en la estrategia narrativa. Por un lado, se da el distanciamiento de
sí, casi autoparodia, en la tersa enunciación de datos desprovistos (al menos en
apariencia) de toda emoción. Con actitud de entomóloga, se ubica dentro de una
clasificación sociológica e histórica (“hija de burguesía media universitaria de
provincia, cuando todavía el origen y la clase determinaban a los individuos en el
siglo pasado”). Combina, por otra parte, la minucia espacial (en la precisión
climatológico-geográfica de la tormenta, el arroyo, el río) con la ausencia total de
coordenada temporal o, al menos, de la concepción convencional del tiempo
entendido como transcurrir lineal, y no cíclico cuando dice: “vivió en perpetuo
estado de memoria, encerrada en una concepción del tiempo ajena a las
revoluciones de la física de fines del 2000”. Y agrega: “y en estado de reclusión”,
que es, justamente, la atmósfera que se percibe en la mayoría de sus textos y que
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Una noche, a altas horas, mi hija, que entonces tenía ocho o nueve años, se
despertó acosada, en dos o tres ocasiones, por la misma pesadilla y cada vez
que fuimos a socorrerla nos decía lo mismo: Sueño que no podemos salir de la
casa de Trotsky. El sueño y la frase se repitieron varias noches durante varios
meses. Soñé que estábamos todos en la casa de Trotsky, con el perro, y que no
podíamos salir, era el leitmotiv y, pensábamos entonces, antes de que el vértigo
nos tragara, que la frase condensaba la historia y el destino de la izquierda en
los últimos años, nuestra historia y nuestro destino. (75)
3. Sylvia Molloy
Guerra, los judíos). Y, lo que es más curioso aún, en ambos aparece la evocación
de la visita a la casa de Trotsky en México. En Mercado, con valor simbólico de
una ideologia de izquierda que no se puede abandonar, en Molloy como ocasión
propicia para reflexionar acerca de la memoria colectiva que recrea mitos en
torno del momento de la muerte de grandes personajes de la historia y de sus
parlamentos finales. Relata Molloy la visita a la casa de Trotsky, la muchacha que
se ofreció de guía, la preparación –“con escasa sutileza”– de la escena de la muerte
y sus palabras finales:
Nos dijo que Trotsky había gritado, que desde el cuarto vecino había acudido
Natalia Sedova, su mujer, para auxiliarlo; que Trotsky había alcanzado a de-
cirle, antes de que lo llevaran al hospital donde murió (y aquí la muchacha
ahuecaba la voz): “Esta vez lo han logrado, Natalia, pero seguirá viviendo nues-
tra causa que es la causa de todos los pueblos”, etc., etc. Me encantó ese dudoso
parlamento final enunciado con tanto sentimiento, parlamento para el cual
Trotsky habría necesitado mucho más aliento del que sin duda disponía des-
pués de la certera puñalada de Mercader. Dimos una propina a la muchacha
(41-42).
“Pierre Menard” borgiano: “If the library is a metaphor central to Spanish Ame-
rican literature, then the autobiographer too is one of its many librarians, living in
the book he or she writes and endlessly referring to books” 17). Lo que determina,
a su juicio, la frecuencia de una misma primal scene autobiográfica: el encuentro
del autor y el libro bajo la forma de intertextualidad y vidas vicarias (“To read the
other is not only to appropriate the words of the other, is to exist through that
other, to be that other” 33).
En breve cárcel (1981) constituye una narración autobiográfica en la que la
protagonista, nunca nombrada, cuenta su relación con dos mujeres –Vera y
Renata–, a la vez que rememora su pasado y, sobre todo, su infancia, en torno a la
figura de su madre, su hermana, su padre y su tía. En esta re-presentación que
intenta desentrañar el sentido de su relación con esas dos mujeres (lo que la
remite a otras dos y eventualmente a tres mujeres de su infancia –madre,
hermana, tía–, sintetizado todo ello en la figura mítica de Diana, un regalo de su
padre), la narradora se construye como sujeto. Como en la autoficción teorizada,
y puesta en práctica por Doubrovsky, en En breve cárcel el texto escrito se
desdobla constantemente en metatexto, con frecuentes referencias a la escritura (o
falta de) que está teniendo lugar ante nuestros ojos.
Volvió a esta ciudad [después sabremos que es París] para escribir pero no
para escribir lo que está escribiendo. Pensó que lejos –lejos de dónde? Se aleja
de todos los lugares– escribiría. Algo que le interesara, se decía, un ensayo
sobre autobiografías por qué no? Como no podía delimitar la suya, de manera
coherente, leería autobiografías ajenas: por pura curiosidad y para crear pre-
textos que luego le permitirían reunirse consigo misma, dar una imagen úni-
ca… Autobiografías: qué placer seguir un yo, atender a sus mínimos mean-
dros, detenerse en el pequeño detalle que, una y otra vez, lo constituye. Qué
placer recordar que alguien se cortó el pelo y dejó de comer queso, qué placer
recordar que alguien se guardó la lanzadera de su madre, inútil, a pesar de que
se la necesitaba. Estas líneas no componen, y nunca quisieron componer, una
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1
La teorización acerca de la intertextualidad y vivir vicariamente como rasgos frecuentes
de la autobiografía en Argentina aparecen ilustrados aquí en su propia práctica escritural.
11
No era verdad que no sabía, claro está. Veinte años antes, cuando Charles
Tellier estaba por partir rumbo a Le Havre, llevándome a estudiar a Francia, al
sonar la campana que llamaba a las visitas a bajar a tierra, me llevó a un lado y
me dijo: En Europa hay mujeres mayores que buscan secretarias jóvenes pero
en realidad lo que buscan es otra cosa. Sin más aclaración me besó y se fue,
dejándome desconcertada. Le recordé el incidente mientras almorzábamos. De
veras, dijo sorprendida, no me acuerdo de nada (63)2.
4. Luisa Futoransky
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Molloy revisita el tema en el texto titulado “Saber de madre” (27-29) en donde la madre
evidencia su conocimiento de la orientación sexual de su hija y su conflicto.
12
En junio del 2002 entrevisté a Luisa Futoransky en su casa en París, pero antes
me encontré con ella en la oficina de France Presse donde trabajaba, la tuve como
guía en una especie de paseo cultural que incluyó la Galerie Vivienne (doble
parisino de la Galería Guemes de “El otro cielo”, de Cortázar), la casa de Colette,
el Palais Royale, el Louvre, la Pirámide, y recién después llegamos a su
departamento, donde, sentadas a la mesa de la cocina, tuvo lugar la grabación.
Antes de empezar, Luisa me leyó el poema que transcribo a continuación y,
después de leerlo, me comentó brevemente: “Este ultimo poema que escribí es un
retrato. Yo, cada tanto hago retratos. Justamente, preparándome para todas las
preguntas que me han hecho últimamente, el poema se llama Reseña.”
que la lleva a decir: “Para que me entiendan para que no me entiendan demasiado
escribo por atajos y digresiones”. Y es esa confusión entre vida y literatura la que
puntúa la siguiente enumeración y en la que se va configurando la percepción de
sí misma en relación con el mundo que la rodea: “Vivo por circunloquios, espira-
les, pidiendo disculpas, permiso. Demasiado. Tropiezo, desentono, me repito,
adiciono prótesis, me encorvo, heteróclita, minuciosa, descuidada, descartando a
manotazos, boqueando”. Enumeración que cierra con esa referencia a una es-
critura (“con notas a pie de página / inverificables”) que no sólo establece el juego
entre verosimilitud/verdad de la construcción verbal, sino que reitera la ficcio-
nalidad de una vida que se reconstruye/construye en el texto y que Luisa llama, en
el reportaje mencionado, como “una profunda trampa que yo les tiendo… al
lector, a los amigos, a mi hermana… La trampa es que ustedes creen pero no
saben dónde está la ficción y no. Porque yo vendo todo el paquete” (583).3
La siguiente estrofa reitera la extranjeridad y el desarraigo (“nunca supe echar
raíces” y “[d]esenraizada como un tronco de plátano”), lo que conlleva exposición
y “fragilidad” a la “borrasca” y ausencia del “arcoiris” que –en su figuración
fotográfica– le hace decir: “pero voy poniéndome en escena pero fuera de foco
por lente cóncavo o convexo”. Brevemente se enuncia un tópico recurrente en sus
narraciones (“nunca el amor correspondido menos furtivo”) y al final el recono-
cimiento de la universalidad del dolor en una ecuación matemática que rescata el
destino prefigurado en la palma de la mano.
“Reseña” contiene claves de lectura de toda la obra de Futoransky: el exilio, el
abandono de los amantes, el rechazo del propio cuerpo, el sentimiento de
extranjeridad y extrañeza, la inadecución a códigos diversos, la preeminencia de
la pasión como signo de vida recorren toda su obra (Son cuentos chinos, De Pe a
Pa, Urracas). En las tres narraciones mencionadas, las protagonistas (Laura
3
Nos recuerda lo que Molloy dijera en la entrevista con Sylvia Hopenhayn y que aparece
también en la entrevista con Graciela Speranza: “… me interesan mucho las fabulaciones
de la memoria, la escritura del recuerdo, no por su contenido en sí, no por lo que con-
cretamente se recuerda, sino como estrategia literaria. Uso la memoria como imaginación
[ya que] la imaginación (de la que carezco en buena medida) exige demasiado esfuerzo
para mí” (Graciela Speranza, En primera persona 44).
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Kaplansky en las dos primeras y Julia Bene en la última) presentan esa cuasi-
identidad narrador/protagonista/autor de la que hablaba Doubrovsky: “yo me
llamo Luisa Futoransky y la protagonista de Son cuentos chinos se llama Laura
Kaplansky, es casi pero no es. Julia (Urracas) porque todo el mundo se equivoca y
en vez de Luisa me dice Julia”. (Reportaje 584). Las tres constatemente recurren a
la Argentina, la madre, la lengua madre y la infancia y aunque el escenario cambie
(Japón, China, París o Suiza), los conflictos se repiten –con los otros y consigo
mismas.
En Etrangers a nous mêmes (l988), Julia Kristeva describe la experiencia del
extranjero como aquel que alejado de su lugar de nacimiento experimenta un
triple pérdida: de su madre, de su tierra madre y de su lengua materna. En esa si-
tuación y preso entre dos lenguas, el extranjero puede quedar reducido al silencio.
Siendo esos tópicos recurrentes en la obra de Futoransky, varias categorías
enunciadas por Kristeva –junto con las de Dubrovsly– tienen eficacia instrumen-
tal para su análisis.
La pérdida y el desafío: Kristeva habla de la presencia de una herida secreta, a
menudo desconocida que lleva al extranjero a vagabundear sin que obstáculo
alguno lo detenga, indiferente a todo tipo de sufrimiento, insulto o rechazo en su
búsqueda de esa tierra invisible y prometida que sólo existe en sus sueños. En Son
cuentos chinos leemos: “Los viajes y el prestigio que todavía tienen en parte para
mí los lugares exóticos. Hasta que llego y no lo son más” (42). Junto a esa
búsqueda constante de cambio se evocan los lugares en los que se ha estado,
llamados por Laura (De pe a pa) zonas de electrificación, y a las que clasifica de:
permanentes (“su país es una herida crónica” 11); temporarias (“[s]i uno pasa las
vacaciones en Portugal, por un tiempo, todo cuanto ocurre en ese país le interesa;
después el todo se va fragmentando en sectores de concernimientos más o menos
personales… para acabar diluyéndose en las grandes generalidades de la ley…”
12) y semipermanentes (“si se tienen parientes en Israel… y se reciben noticias de
un nuevo atentado, se piensa en seguida que gran parte de los pasajeros del
autobus eran íntimos carnales…” 12). O el proceso contrario: “La negación suele
ser la otra cara de la misma moneda llamada electrificación” (13).
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En mi reportaje, Futoransky se refiere a su predilección por La malquerida, obra famosa
de Jacinto Benavente que confiesa nunca vio pero “el título le quedó”. Y en relación con
eso, menciona la historia de una poeta, Elsie Lasker-Schuler, “una chica judía que escribe
poesía y que no encuentra nada mejor que meterse con Gottfried Benn, que era poco
menos que el poeta nazi consagrado… Ella llegó a Israel y en Israel la gente no quería a
una poeta que escribiera en la lengua del enemigo… Cuando ella se muere, los alemanes
que le quemaron la obra, la querían de poeta nacional y los judíos que no querían ni
publicarle un libro porque ella escribía en alemán, ahora la quieren de poeta nacional”. Y
agrega: “Me jode mucho el post-mortem’ y entonces yo a eso lo llamo ‘la malquerida’”. En
Urracas, Julia, en ocasión de visitar una exposición de Paul Klee en
Suiza, piensa (en uno de los monólogos de asociación libre más densos del libro): “… a
Klee los suizos me lo dejaron morir sin darle la nacionalidad Helvetica, eso que el Paul se
había nacido en la propia Berna pero como después cruzó a Alemania para meterse en lo
del Bauhaus y todo eso que por ahí llamaban arte degenerado cuando se quiso dar cuenta
y volver, zácate ya no fue más suizo…” (99)/ Asociándolo, claro está, con el reconoci-
miento post mortem y con su propia paranoia respecto de la renovación de su carte de
séjour .
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desgraciada. En Urracas leemos: “El primero que comparó ‘sufre como una
bestia’, sabía lo que decía. Con la muerte pasa igual que con la del amor, uno
siempre se niega a reconocer sus primeros atisbos. Signos evidentes del deterioro
para cualquiera menos para los concernidos” (60).
Parcelamiento. Kristeva señala que tan pronto como los extranjeros entran en
acción o tienen una pasión echan temporariamente raíces. Ya he mencionado las
intensas pasiones (como de ópera) que tienen las heroínas de Futoransky: mueren
esperando una llamada, una carta, un divorcio (de la otra, la legítima) que nunca
llegan. Pero también se apasionan por el trabajo, todas son escritoras y lo hacen a
conciencia y con dedicación, monotemática y obsesivamente como se lo hace
saber EL; en Urracas en el siguiente mensaje: “Pero es que no os dais cuenta de
que NOS tenéis reprodridos con si llama o si no llama, si traiciona o no
traiciona?” (76). Mediante esa estrategia, accedemos al plano metatextual en el
que la autora/protagonista/narradora reflexiona sobre la escritura en una
autoparodia de su vida y de su escritura.
Melancolía. En este apartado Kristeva se refiere al paraíso, siempre perdido y
en el pasado, imposible de recobrar y que se vincula con el sentimiento de
abandono propio y de los otros. En Son cuentos chinos, Laura, consciente de su
nomadismo, se interroga “qué me quiero demostrar, qué no me quiero contestar
y de qué me quiero rajar” (20) aunque en el fondo conoce bien la respuesta “… y
sigo dando la vuelta al mundo como un trompo buscando eso –que me quieran–”
(149). Mientras que en De pe a pa, Laura copia un par de textos sobre la
melancolia. Uno de Cioran que la define no como “[l]a desdicha, sino el
sentimiento de desdicha, sentimiento que no tiene nada que ver con lo que se
afronta, porque se lo podría experimentar en el corazón mismo del paraíso…”
(89). El otro es de Rabbi Nachman: “Par la joie l’esprit devient sédentaire, par la
mélancolie il s’en va en exil” (90).
Encuentros. Como contracara y balance de tanta miseria existen, según
Kristeva, los encuentros que resultan de la constante insatisfacción y curiosidad
de los extranjeros. Recordemos el comedor del hotel internacional en Pekín en
donde se reúnen todos ellos; la fiesta de fin de año en Suiza; las reuniones de
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mujeres solas; los congresos, los encuentros con amigos de antes y nuevos (“…
para los desterrados existe una línea roja demarcatoria: los conocidos antes de
estar aquí, y los de ahora. Los de antes tienen que ver con la juventud, la libertad
emotiva de las elecciones y las afinidades; los de ahora con la soledad y con el
ghetto” De Pe a Pa 45). En el mismo texto Laura, llegada a París desde Pekín
(ciudades abreviadas en el título), descubre un café que le recuerda a un bar de su
juventud en Buenos Aires y al que decide adoptar “para citarme con gente y
también como disciplina, para salir de casa al menos un rato por día” (58).
Evocación del pasado al que se aúna una atmósfiera acogedora: “El Cluny tiene
un aire de bar ‘se admiten inmigrantes’. La cabra al monte tira” (60).
Libertad. Liberado de las ataduras con su propia gente, el extranjero se siente,
según Kristeva, completamente libre, pero la contracara de esta libertad absoluta
es la soledad, el aburrimiento y la total disponibilidad. En las narraciones de
Futoransky, sus protagonistas femeninas están siempre enamoradas de la persona
equivocada, que las abandona, las olvida, las deja en eterna espera y también en
completa libertad. Pareciera, sin embargo, que con esa mezcla de masoquismo y
sentimiento de víctima, tanta soledad debe ser en parte buscada cuando dice
“[conozco] el amor de paso, el amor ráfaga, el amor chispa, el amor linyera, el
amor arena que el viento se llevó” (Son cuentos chinos 18). Y explicita: “Ninguna
de mis historias tuvo hasta hoy árbol de navidad ni anillo de compromiso ni luna
de miel ni sorpresa de happy birthday…” (81).5 La contracara de esa disponisi-
blidad indiscriminada, y ansiosa, es la exposición a interminables llamadas telefó-
nicas a las horas y momentos más inoportunos, de amigos, de hijos de amigos, de
conocidos recientes, suicidas potenciales, ex-amantes, amigas envidiosas.
El silencio del poliglota: entre ambos lenguajes, el reino del extranjero es a
menudo el silencio –Kristeva dixit. En los textos de Futoransky, las verdaderas
conversaciones tienen lugar entre hispano-hablantes o de las protagonistas
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Allí también encontramos una evocación de Manuel Puig, quien, en una ocasión le
dijera “acaso no sabías? es un poco solo, estar siempre viajando, una mujer sola, estamos
tan expuestas” (66), recuerdo que le hace decir: “esto sí que se llama nostalgia de vos,
manuel” (67).
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consigo mismas (en diarios, tarjetas postales, cartas, monólogos interiors, etc). El
resto es verso, impostura, máscara, silencio entre acquiesciente y cuestionador. En
cambio, en su lengua materna Laura/Julia juegan con las palabras, hacen familias
de palabras con vocablos significativos como casa, espejo, abracadabra o capítulos
con una letra predominante (“Be de bagre o bella” en De Pe a Pa 28); se
recuperan expresiones “como vaca mirando el tren” o “cara de carnero degolla-
do”,’ o Julia escuchando a un amigo argentino reencontrado en Suiza: “Mientras
tanto el Rulo desgranaba arpegios de un idioma, de museo casi, pero que alguna
vez, en parte le perteneció” (Urracas 55).
De ese modo la narración autobiográfica se torna auto-ficción –como
teorizaba Doubrovsky– mediante un uso poético del lenguaje con sus asociacio-
nes, aliteraciones, asonancias, juegos de palabras en donde se hace presente la
experiencia psicoanalítica. En sus sueños, Laura se desespera, ya no habla en cas-
tellano y en una ocasión le pregunta a su psicoanalista, el prestigioso Longo:
“Doctorcito Longo, por qué clochard y locura para mí se mezclan?” (68) y expresa
su angustia al respecto” “por qué todo eso me da tanto miedo? Me estaré
arrimando sin darme cuenta? A lo mejor, no?” (68).
Orfandad: el alejamiento físico de los padres ha matado el sentimiento y la
comunicación entre padres e hijos. En el caso de las narraciones de Futoransky,
este es un elemento recurrente. Se recuerda la incomunicación pasada con los
padres y el alejamiento total en el presente en el que la distancia física se ha
sumado a la afectiva. Hay un apartado en donde Laura enumera y recupera los
desencuentros del pasado con su padre y uno final:
hace cincuenta años y yo estoy viva? por qué no me querés? (Son cuentos
chinos 149)
5. A modo de conclusión
Obras citadas