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ESCENA I
Mnesíloco: ¿Cuál?
Eurípides: Las mujeres se han revelado contra mí, y están reunidas en el templo de las
Tesmoforias para decretar mi pérdida.
Eurípides: ¡Siéntate!
(Eurípides lo rasura).
Mnesíloco: ¡Ay!
Eurípides: ¿Por qué gritas? Te voy a meter un peine en la boca si no te callas.
Mnesíloco: Al templo de las Euménides, pues no voy a quedarme allí para que me hagas
tajadas.
Eurípides: Se van a reír de ti al verte con la mitad de la cara afeitada. Ven acá, no me
abandones.
Mnesíloco: Pero cuidado que me quemas, ¡Ay!, ¡Ay!, ¡agua! Vecinos, tengo las nalgas en
fuego.
Mnesíloco: Dame ahora unos anillos para las piernas. Necesito zapatos.
Eurípides: Ponte estos. ¡Mírate, pareces una mujer!...Cuando hables, imita la voz femenina.
Mnesíloco: Lo procuraré.
ESCENA II
Heraldo: Guarden un silencio religioso. Oren a las Tesmóforas, a Pluto, a la Tierra, para que
esta asamblea nos sea propicia y útil a Atenas y a nosotras mismas ¡Congratulémonos!
Coro: Esos son nuestros votos. ¡Dígnese los dioses a cogerlos!, mezclense a nuestras oraciones
los acentos de la dorada lira y reine el orden en esta asamblea de nobles matrices atenienses.
Heraldo: Oren a los dioses y diosas del Olimpo y a las demás deidades. Si hay algún malvado
que conspire contra el pueblo femenino, pidan al cielo los confundan a todos con toda su
familia.
Coro: Unánimes pedimos que se cumplan nuestros votos en favor de la ciudad y del pueblo y
que como es justo se otorgue victoria a las que den mejores consejos. Acoge tú nuestras
peticiones omnipotente Zeus para que aunque mujeres los dioses nos asistan.
Heraldo: ¡Escuchen todas,! El consejo de las mujeres ha decretado que mañana, día de
enmedio de las Tesmoforias por ser el más desocupado se destine a deliberar sobre el castigo
a Eurípides por sus ultrajes a todas nosotras. ¿Quién pide la palabra?
Mujer 1: Yo.
Heraldo: Ponte esta corona antes de hablar. Callen, silencio, atención, parece que tiene mucho
que decir.
Mujer 1: Pongo por testigos a las diosas que no es ambición lo que me mueve a hablar,
solamente es indignación al verlas, despreciadas contra Eurípides, ese hijo de perra nos llama
putas, desvergonzadas, borrachas, traidoras, inútiles, peste de los hombres. Creo que es
necesario librarnos a toda costa de ese enemigo dándole muerte con venenos u otra cosa.
Coro: Nunca vi mujer más hábil y elocuente, todo lo que dice es justo.
Mujer 2: Diré muy pocas palabras, concretándome a manifestar lo que a mi me sucede. Murió
mi marido, dejándome con cinco hijos pequeños a los que sostenía a puras penas haciendo
coronas en las plazas. Desde que ese hombre en sus tragedias ha demostrado que no existen los
dioses, no vendo ni la mitad de lo que vendía antes. Por lo cual opino que no dejen de castigarlo,
sobran los motivos para ello, nos está ultrajando. Me voy a la plaza tengo que hacer veinte
coronas que me han encargado.
Coro: Sus palabras aún han sido más mordaces que las del primer discurso. Todo es claro y
convincente. Sí es necesario imponerle una pena ejemplar por sus ultrajes.
Mnesíloco: No me asombra ¡Oh mujeres! que tales acusaciones les irriten contra Eurípides.
Yo misma, les juro por la salud de mis hijos, yo misma detesto a ese hombre. No obstante
convienen algunas explicaciones ahora que estamos solas. ¿De qué le acusamos? Yo misma
para no hablar de otras me reconozco culpable de muchísimos pecados y el más grave lo cometí
a los tres días de casada, tenía un amante. Entonces, ¿Por qué irritarnos contra Eurípides?
porque dice de nosotras menos de lo que en realidad hacemos.
Coro: No vuelvo de mi asombro ¿De dónde has sacado todas esas invenciones? ¿En qué país
se ha criado esa desvergonzada?
Mujer 1: Han perdido el juicio o están hechizadas. Si alguna de nosotras o nuestras criadas
nos encargamos de vengarnos, vamos a coger ceniza de cualquier parte y a dejarlo sin un pelo
así aprenderá a no hablar mal de las mujeres.
Mnesíloco: ¡Oh! No lo hagan. He dicho lo que me parecía en defensa de Eurípides ¿Será justo
que me condenen a la depilación?
Coro: ¿Cómo no ha de ser justo castigarte? Tú eres la única que se ha atrevido a defender a un
hombre que nos ultraja de perversas.
Mnesíloco: Yo sé el motivo. Entre todas las mujeres del día, no puedes encontrar una Penélope
y sí infinitas Fedras.
Mnesíloco: Y aún no he dicho todo lo que sé. ¿Quieren más todavía? No he dicho, por ejemplo,
que formamos con nuestras diademas una especie de tubo para absorber el vino, ni que una
mujer mató a su esposo de un hachazo, ni que habiendo parido tu esclava un varón te lo
apropiaste entregándole tu hija a cambio.
Mujer 1: Esto no te lo dejo pasar. Te voy a arrancar el pelo. (Le da una cachetada).
Coro: Basta de pelea. Ahí veo una mujer que viene corriendo hacia aquí.
Clístenes: Queridas mujeres, estoy dispuesta a defenderlas. Hace un instante he oído hablar de
un negocio que les concierne y vengo a revelarlo y a aconsejarles que tengan las precauciones
necesarias para que no les cojan desprevenidas.
Corifeo: ¿Qué hay pequeña niña?
Clístenes: Dicen que Eurípides ha enviado hoy, aquí mismo a un anciano pariente suyo para
que se entere de sus deliberaciones.
Coro: Pero… ¿Cómo no hemos conocido a ese hombre entre las mujeres?
Mnesíloco: ¿Cómo creer eso? ¿Habrá hombre tan estúpido que se deje depilar?
Clístenes: ¿Quién eres tú para empezar? Va a ser preciso que las conozca a todas.
Clístenes: Llevas mucho tiempo orinando. Ven acá pronto. Responde, ¿Quién es tu marido?
Mnesíloco: Brindar.
Mujer 4: ¿Y la tercera? Ven acá Clístenes el hombre del cual nos hablabas es este. Desnúdalo,
pues contesta mal a todo.
Mujer 1: ¡Y cómo le sobresale y qué buen color tiene! ¡Ah, miserable! Nos estuviste llenando
de injurias para defender a Eurípides.
Clístenes: Guardenlo bien para que no se nos escape, me voy para informar a los Pritáneos.
Corifeo: Ya creemos haberlo revisado todo perfectamente. No hallamos a otro hombre oculto
entre nosotras.
(Entra el Pritáneo).
Pritáneo: ¿Es ese el bribón que nos ha denunciado Clístenes? Arquero, átale a ese poste y átalo
bien. No permitas que nadie se le acerque.
Mnesíloco: ¡Oh Pritáneo! Concédeme una pequeña gracias ya que voy a morir.
Mnesíloco: Manda al arquero que me desnude antes de atarme al poste para que este pobre
viejo no cause gracia con su túnica.
Pritáneo: El Senado ha dispuesto que te exponga con ese traje para que los transeúntes se
enteren de tu delito.
Mnesíloco: ¡Oh maldito disfraz! A qué extremo me reduces. Ya no tengo esperanza de
salvación.
Corifeo: ¡Divirtámonos! Como es costumbre de las mujeres de las mujeres cuando celebramos
los misterios de los dioses en estos días festivos.
Coro: Formen ruedas, enlacen sus manos, salten aconpasadamente con vivos y cabensioso
movimientos.
Arquero: Cállate maldito viejo. Voy a traer una estera para guardarte con más comodidad.
Eurípides: ¡Oh dioses! ¿A qué bárbara región me ha traído mi rápido vuelo? ¿Qué veo? ¿Una
doncella semejante a las diosas?
Arquero: Si no es doncella, es un viejo zorro, ladrón y canalla. Míralo bien ¿Te parece todavía
una doncella?
Eurípides: Todos los hombre tienen su debilidad. El mío es estar enamorado de esa virgen.
¿Por qué no me permites desatarla y arrojarme en sus brazos?
Corifeo: Quedan aceptadas tus condiciones, pero tienes que persuadir a ese bárbaro.
Eurípides:
Eurípides: ¡Vamos hija mía, quítate ese vestido! Siéntate en las rodillas del arquero.
Arquero: ¡Sí, sí! Siéntate niña mía. ¡Oh, que pechos tan duros y redondos! Que bonita y que
gusto tenerte aquí.
Arquero: ¡Qué boquita tan dulce! ¡Por qué no ha de escaparse un rato conmigo? Te daré mi
carcaj a cambio, y te la traeré después. ¡Ven conmigo niña!. Tú vigila al viejo, viejita mía
¿Cómo te llamas?
Eurípides: Artemisa.
Arquero: ¡Qué hermosa hija tienes viejita! La más dócil y amable. ¿Dónde está la vieja? ¡Me
han engañado! ¿Qué haré? ¿Dónde está Artemisa?
Mujer: ¿Preguntas por una vieja que llevaba una lira? Se marchó de aquí, seguida de un
anciano.
Mujer: Sube todo derecho ¿A dónde corres? Vuelve atrás. Has tomado la dirección contraria.