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SINOPSIS COMEDIA NUEVA

ARISTÓFANES

Comedias III. Las Tesmoforias.


Introducción, traducción y notas de Luis M. Macía Aparicio.
Biblioteca Gredos, Barcelona, 2007.

Eurípides y su suegro, Mnesíloco, se encuentran apostados muy cerca de la casa


de Agatón, el poeta. El dramaturgo está preocupado porque teme que con la
celebración de las Tesmoforias, las mujeres se ceben con él debido a la imagen que
de ellas ha venido dando en sus tragedias. El motivo de su visita al poeta es
convencerlo para que se cuele en la sagrada celebración vestido de mujer y le
dedique unas palabras para tratar de limpiar su nombre y restaurar su ya minada
reputación. Tras habernos descubierto sus intenciones, se abre la puerta del poeta
y, con aire pomposo, su criado anuncia a voces que su amo está a punto de recibir
la inspiración de las Musas. Mnesíloco se burla de él en varias ocasiones. Mas
Eurípides lo manda callar, ya que Agatón entra en escena. (Aristófanes deja bien
claro en su comedia que el ecciclema, el dispositivo mecánico empleado para hacer
aparecer al personaje, debe verse en el escenario.) Continuando con el pomposo
tono de su criado, Agatón declama su poesía. Mnesíloco vuelve a lanzar sus dardos
y sus injurias, tachando al poeta de “machihembra” y sodomita. Descubiertos los
espías, Eurípides le revela sus intenciones y le espeta su petición, a lo que
aquél responde negativamente. Viendo a su yerno desesperado, Mnesíloco, anciano y
cojo, se ofrece para entrar disfrazado en la asamblea de las mujeres. Sin dudarlo
un solo momento, Eurípides lo depila y toma prestados del poeta un vestido y una
redecilla para cubrir su cabeza. Ataviado de esa guisa, el pariente del dramaturgo
entra en las Tesmoforias.
Una vez allí, jurando solemnemente por las “Dos Diosas”, una de las mujeres
abre el ceremonial. Comienza la asamblea. Las mujeres que intervienen, una por
una, van profiriendo su discurso en contra de Eurípides, al que tachan de
trapacero y mentiroso, por pintar en sus tragedias una imagen nefasta de la mujer.
Debido a sus tragedias, los maridos se han vuelto celosos y desconfiados,
impidiéndoles ir al ágora y salir de casa. Algunos, encendidos de ira, han
confinado a sus mujeres bajo llave en sus aposentos. Eurípides habla de ellas como
lo había hecho Hesíodo antaño, tachándolas de devora hombres y devora víveres, de
cortesanas y harpías, siempre urdiendo planes y tramando intrigas para engañarlos
con sus amantes y esclavos. Por unanimidad, la asamblea decide que lo mejor es
darle muerte. Justo en ese momento, Mnesíloco se pronuncia para lanzar su defensa
a favor de su pariente. Su argumento parece contradecir la tesis de todos los
discursos anteriores: la imagen que Eurípides ofrece de ellas en sus obras es muy
acorde a la realidad, y los hombres han obrado correctamente teniendo en cuenta el

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desatinado comportamiento de las mujeres. Para fortalecer sus argumentos,
Mnesíloco saca a la palestra las historias de las grandes heroínas de Atenas; la
de Helena o la de Fedra, ambas movidas por su desmedida ambición, y a las que el
destino ha reservado la horca. Después de su discurso, se crea el revuelo entre
las participantes. Y las tesmóforas acaban descubriendo el engaño, y terminan
sacando a Mnesíloco de su mascarada. Aristófanes ya lo venía anunciando a través
de pequeñas pistas: ¿cómo no darse cuenta de la identidad del impostor, cuando
éste no deja de jurar continuamente por Zeus? Desposeído de su disfraz, Mnesíloco
todavía se muestra en extremo combativo para con la asamblea. Las mujeres se le
acercan para ajusticiarlo, reservando primero para sus partes pudendas la tortura
del fuego.
Entonces, las Tesmóforas comienzan su desenfrenada danza, unen sus manos y
comienzan a bailar en corro, encomendándose a las Dos Diosas y a Dioniso. Las
mujeres se han transformado en Ménades, en Tíades dionisíacas, prestas a desgarrar
al impostor. Desesperado, el anciano cojitranco arrebata de los brazos de una de
las mujeres un odre de vino. Hemos de detenernos en esta escena: los actores del
comediante han creado una mascarada; el odre arrebatado ha de pasar por un niño,
un retoño al que Mnesíloco está dispuesto a quitar la vida a no ser que las
mujeres lo dejan escapar indemne. Ante la negativa del corro formado en torno a
él, el pariente de Eurípides rasga el odre con un cuchillo, dando al traste con
los planes de las mujeres, que iban a emplear el ígneo bebedizo como rito de
iniciación de sus frenéticas danzas. (Mnesíloco no sólo acaba con el vino. Parece
que el ataque, aunque simbólico, va directo contra la tradición que las
Tesmoforias celebran: el pasado dionisíaco de Atenas, los ritos de la Tierra
Madre. El anciano, acérrimo defensor de la vía apolínea, comete un infanticidio
simbólico; el ajusticiado es un niño-divino, un dios que ha nacido de la tierra.
Con esta pantomima, Aristófanes se alza como heraldo de la autoctonía griega, ese
estrato que todavía descansa en el suelo de la cultura griega, y que parece ser
menospreciado por la línea patriarcal).
Después de este lance, entra en escena Eurípides, que porta la máscara de
Perseo. Su intención es salvar a su pariente, que ha sido atado a un poste para
ser ajusticiado por un arquero escita. A partir de entonces, por ambos personajes
desfilan toda una galería de máscaras: Perseo y Andrómaca, Helena y Menelao, etc.
Aristófanes parece querer jugar con todas ellas a mostrar al público ateniense una
realidad caduca, mas todavía fluyente, como fluyen en la escena las máscaras de
dichos personajes, en la mente de los ciudadanos. En medio de la algarabía, pasan
ante nosotros escenas de redención: Helena se muestra herida por haber engañado a
su esposo; se arrepiente y le confiesa a Menelao su deseo de volver a unirse con
él. Las integrantes de la asamblea no dan crédito al despliegue de las pantomimas
de ambos personajes, que parecen querer postergar su juicio. La imagen que
Aristófanes ofrece del arquero es la de un bárbaro que no domina la lengua griega.

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Asimismo, nos lo pinta como un sátiro incontinente, que sucumbe a los encantos de
una de las muchachas. El despiste del escita, del verdugo que se disponía a
ajusticiar a los impostores, permite a Eurípides y a su pariente escapar. Al
final, entra en escena un magistrado, que libera a ambos de una pena segura.
Parece que la justicia del patriarcado ha dictado ya su sentencia a favor de dos
hombres que, a pesar de haber violado el círculo más sagrado, han salido indemnes.

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