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arisma
e fe

DR. PHILIPPE MADRE


Dr. Philippe Madre

¡LEVANTATE y ANDA!

EL CARISMA DE FE

Prefacio de Georgette Blaquiére

lE edición
Publicaciones Kerygtna
México
ISBN 2-905480-33-5
© Éditions du Lion de Juda, 1988
Traducción: María Elena Prado Flores
Tipografía y Diseño: Primo González Carrera
Prefacio

Gracias a Philippe Madre por habernos dado este libro. Será


precioso para rodos. Primeramente para los grupos de oración y
las comunidades, porqlle olienta de manera clara y niatitada a la
vez el ejercicio de 1111 carisma delicado y de los más importantes.
Al mlsnio tiempo da a este carisma Sil lugar en el conjunto de la
vida carisniática y sobre todo, de la vida de fe, tal y COl/lOel Seiior
nos lo enseña. Y deberia tatnbieu ayudamos a ver más claramente
el lugar de los carismas en una teologia de la Iglesia, tal COI/lOsale
de los textos conciliares, y cuya riqueza apenas comenzamos a
medir. Este libro tambien nos cuestiona sobre nuestra docilidad al
Espiritu, único maestro de la misián de la Iglesia.

Por tul parte, tres PUJ7{OS


han retenido particularmente mi atencián:

Primeramente, el poner en relieve -sin rastros de I/lilenarislllo-


"la urgencia de los tiempos". En la experiencia cotidiana de la
evangelización lile sorprende constatar CÓIlIODios tiene prisa de
salvar. En múltiples ocasiones el Dr. Madre habla de Dios "encon-
trado en flagrante delito de libertad". Es verdad -y muchos de
nosotros podemos dar testimonio de ello- que frecuentemente Dios
parece tomar los caminos torcidos ... sin pedimos permiso.

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"Allí, donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia ". ¿Nues-
tros tiempo es más pecador que otros? No lo sé, pero me parece
que la lucha entre el bien} el mal, entre la verdad y el error se ha
- ido del interior de las COI ciencias a la plaza pública. Particular-
mente, en lo que se re ere a los problemas éticos, todo se muestra
sin pudor (aunque se dga sin hipocresía), ante los ojos de todos,
como justificado por ' banaliiacián que pretende ser desculpa-
bilizante y liberadora: Es o acarrea una profunda destructuracián
de las conciencias indi nduales que se enfrentan a un llamado
permanente a in exrerioridad a través del sonido y la imagen.

Sin ren nctar a hablar alfondo del corazón de nuestros contem-


poráneos, Dios parece manifestarse también en una cierta visibili-
dad de signos, COIl/O anunciándonos desde ahora el juicio, "afin
de que vean aquellos que no ven y los que ven queden ciegos" (Jn
9,39). La misteriosa sabiduría de la Misericordia 110 desdeña
ningún camino. Ciertamente los signos no son la fe, pero la supo-o
nen, incluso para ser percibidos plenamente C0ll10 signos. Por las
preguntas que ellos plantean, ayudan a que el anuncio de la
Palabra encuentre el camino de los corazones; ayudan a rehacer
el camino inverso yendo de la exterioridad a la interioridad.

En segundo lugar, aprecié particularmente la justeza de la


teología de la Iglesia sostenida por la reflexión del autor. Todos
nosotros estamos de acuerdo que la Iglesia no es una vieja barraca
que amenaza arruinarse y que habría que salvar al menos los
muebles; por otra parte tampoco es U/1 espléndido castillo antiguo
para restaurar.

El riesgo de equivocarse me parece muy sutil y nadie escapa de


él. En este caso la Iglesia aparecería CO/l1Ó una "construcción" por
realizar en cada etapa de la historia, según el estilo y las necesi-
dades de la época. [Quién se quejaría porque los grandes y lujosos
salones de los obispados del siglo XIX fueran reemplazados por
oficinas más modestas y funcionales! ... Pero existe el riesgo de
considerar la misión de la Iglesia en un estado de creación con-
tinua, asimilando el misterio de la misión a alguna de las formas
que pueda tomar en talo cual momento y declarando superada

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alguna otraforma. Así, podría decirse que los carismas, necesarios
en la Iglesia primitiva, son actualmente inadecuados y que deben
confinarse en el bazar de accesorios folklóricos. ¿No corremos
entonces el riesgo de despreciar el don de Dios? ¿ De confundirlo
con tal o cual de nuestras iniciativas pastorales que en sí son
función del tiempo en que vivimos?

En una conferencia que sigue siendo actual, Monseñor Co.ffy


analiza este riesgo de manera profunda. Sólo citaré algunos pasa-
jes significativos.

"La misión es un misterio, es decir, una obra que Dios realiza a


través de los hombres y para los hombres ... "

"La Iglesia, por propia naturaleza, en su peregrinar sobre la


tierra, es misionera, porque ella misma tiene su origen en la misión
del Hijo y en la misión del Espíritu Santo, según los designios del
Padre" (Ad gentes No. 2,1. Esto significa que la misión de la Iglesia
no aumenta la de Cristo y del Espíritu. Dicho de otra manera, la
Iglesia no releva a Cristo, sino que por el poder del Espíritu,
actualiza la misión de Cristo. No hubo envío de Cristo al mundo y
enseguida envío de la Iglesia para seguirlo y asegurar el relevo,
sino que el envío de la Iglesia es la cara visible del envío de Cristo
al mundo por el Padre La Iglesia significa y actualiza la misión
de Cristo y del Espíritu " (Doc. CatoNo. 1816).

Bajo este puma de vista queda claro que, los carismas, cuando
se distinguen como provenientes del Espíritu Santo, son para
acogerse y ejercerse en la obediencia al Espíritu, único maestro de
la misión.

En lo concerniente al carisma defe, el Dr. Madre aborda el tema


COIl claridad, pero también con detalle, a través de la reflexión y
al mismo tiempo, con su propia experiencia. El descubre las
ambigüedades y las tentaciones tanto en aquel que lo ejerce como
en el beneficiario .. Y al mismo tiempo, intenta penetrar en la
contemplación del designio de la Sabiduría Divina y sus caminos
tan frecuentemente desconcertantes, que hace estallar la estrechez

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de nuestros conceptos. Los testimonios que presenta nos llevan al
Evangelio; allí percibimos el sabor y reencontranios la misma
densidad de humanidad y -¿ lile atreveré a deci rlo ?-de divinidad. ..
Hay cosas que no se inventan.

Actualniente se habla mucho de catolicistno popular, con Sil


gusto por las reuniones y peregrinaciones; su fervor l/O siempre
explicado, pero conmovedor y sincero, COIlIOpara reencarnar una
fe que se fin hecho demasiado cerebral. También con Sil gusto por
lo maravilloso y Sil búsqueda de lo emocional, Sil deseo de milagros
y su dependencia de gurús, cualesquiera que éSTOSsean. En sintesis,
sus riquezas y SIlS atubigiiedades, las mismas, inirándolo bien, que
aquellas de las niucheduinbrcs que seguiau a Jesús, a quienes El
queria el/ vano evitar y que llenaban Sil corazón de conipasiou
porque eran "COIIIOovejas sin pastor".

Ciertamente la devoción popular exige frecuentemente UI! dis-


ccrnimiento delicado. Debe ser "evangelizada" en si misma para
poder cumplir su papel evangelizador aliado de los más "pobres",
de los que más sufren, de aquellos que l/O se sienten plenamente
COII/Oparte adherida a la Iglesia, mi COIIIOella es en SIlS estructuras
o mi COIIIOellos la perciben. Yo pienso que este libro puede ser
precioso para esta cvaugeliiacián. Porque es verdad que muchos
"marginados" en relación con la Iglesia, se encuentran en los
grupo de oracián y sobre TOdo, en las gral/des manifestaciones de
la Renovación Carisnuuica.

y sobre todo quisiera decir que lile parece importante acoger lo


que l/OS aportan nuestroshermanos de la periferia de la Iglesia: la
audacia y la frescura de la fe, la sencillez en la conversión y el
testimonio, la generosidad en la ayuda fraterno, una confianza de
niños en la bondad de Dios y, por encima de todo esto, una especie
de "cordura espiritna!", el "seusus ecclesiae" tan precioso para
llevar la luz de Dios a los sabios y prudentes. Por mi parte, he
apreciado mucho el respeto con que el Dr. Madre rctransinite, a
través de testimonios precisos, la experiencia ¡I/III/ana y espiritual
de estos "anawim", especia 1111 ente ame los signos de la Misericor-
dia de Dios. A través de SIlS ambigüedades y Sil pobreza de

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expresion, tienen 111U clio que enseñamos de las "costumbres" de
Dios. Escucho su va.::J lile alegro en tnúltiples pasajes de este li bro.

Que esta reflexion alimente nuestra fe )' nuestra oración)' l/OS


ayude a transformamos dia COIl dia, más lúcida )' más generosa-
II/('I/(e ('1/ humildes ejecutores de la voluntad de Dios (Sal 103,2 l ).

Georgette Blaquiére.

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Prólogo

Los signos en cuestión ...

Cuando se evoca la realidad actual de los signos provenientes de


ciertas manifestaciones carismáticas, encontramos indicios de ma-
lestar, escepticismo o desconfianza en diversos sectores de la
Iglesia. ¿Debería entonces Dios hacer a un lado los signos en
nuestra civilización inundada por la imagen y el sonido? ¿Las
centenas de narraciones sobre curaciones extraordinarias relatadas
en los Evangelios sólo serían fabulaciones tardías o interpretacio-
nes simbólicas ... que ahora son denunciadas por cierta exégesis
moderna?

¿Los signos divinos no estaban reservados al ministerio público


del Hijo de Dios encarnado, o incluso a la ardiente Iglesia primitiva
que, todavía embrionaria y consciente de su fragilidad, tenía nece-
sidad de intervenciones sobrenaturales múltiples para ser confir-
mada en su misión?

¿ Por qué esos signos en nuestros días?

¿Qué pensar entonces de los signos de sanación que se van


multiplicando por doquier en nuestra Iglesia, en estos tiempos que

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son los últimos, como lo afirma Juan Pablo II? ¿No tendremos
inclinación a subestimar el interés en ellos, suponiendo incluso que
nuestro Dios es demasiado "demostrativo"? ¿Quiénes somos noso-
tros para ser los consejeros de Dios? (cf Rm 11,34). Se objeta
frecuentemente que nuestra vida en la tierra con Cristo es un
peregrinar en la fe, la fe obscura, argumentando esta bienaventu-
ranza: "Bienaventurados los que creen sin haber visto" (Jn 20,29).
¿Tenemos razón en aferramos a esta obscuridad de la fe al grado
de denigrar los signos que Dios en su bondad nos concede'r ' La
respuesta es delicada y con riesgo de no gustar, yo diría: "sí y no" .

... Sí, porque es verdad que lo esencial de nuestro caminar con


Cristo está en crecer PIl el don de la fe, en mndurnr en esta fe que
las pruebas se encargarán de purificar hasta transformarla en una
confianza cada vez mayor. ¿Quién negaría que la fe, y primeramen-
te la fe, está ligada a nuestra salvación y que en esta tierra ... CAMI-
NAMOS EN LA FE, NO EN LA CLARA VISION? (2Cor 5,7) .

... No, porque a pesar de esto, en la Iglesia hay la certeza de que


Cristo se compadece de nuestras debilidades. El sabe que laperma-
nente obscuridad de la fe es demasiado dura para muchas criaturas
humanas y que el hombre tiene a veces necesidad de ser confortado
en su fe vacilante. Es al1í donde el signo puede intervenir, según la
buena voluntad divina. Decir esto da un poco de seguridad a
aquellos que se sienten débiles en la fe o la confianza y recuerda, a su
modo, que nuestro Dios es Misericorde.

La fe del Pueblo de Israel maduró con su expenencia en el


desierto, Ci:lya aridez y dificultades marcan muy bien nuestro pere-
grinar terrestre. Es también en el desierto donde Dios realiza los
signos y prodigios más grandes precisamente para recordar a su
pueblo que sus promesas son verdaderas. Signos y misericordia
están así ligados, aunque la segunda no tenga forzosamente nece-
sidad de los primeros.

l. Este prólogo considera al signo divino corno capaz de causar un impacto en


el crecimiento espiritual de! cristiano o, más ampliamente, del hombre. No se
considera aquí el vasto terreno del falso signo, de la falsificación, de la ilusión,
que competen antes que nada, al discernimiento eclesial.

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Pero continuemos nuestra meditación ... El signo es también
como el eco de la Palabra de Cristo, una especie de insistencia de
Dios incitándonos a creer que lo que El dice es verdad. Cuando hay
eco, es porque hay palabra, y el signo nos remite siempre a la
Palabra de Dios, accesible al hombre a través de las Escrituras y
la Iglesia. Dios no está muerto. Tampoco está mudo como los ídolos
(o falsos dioses). El habla, incluso grita ... sobre todo en estos
tiempos que son los últimos, en que el hombre tiene una fuerte
propensión a la "sordera espiritual". Prefiere hacerse el sordo
y llenarse la boca con "discursos vacíos e inútiles'", ¡más que
escuchar la voz de Dios resonando en su corazón y hacerle eco! Dios
no se encierra en su propia santidad. Su acción tampoco se deja
confinar al más profundo inconsciente de nosotros mismos. Los
signos de profecía, de fe, de sanación, cuando vienen de El, mo-
lestan a los sabios de este mundo, pero regocijan el corazón de los
pobres, recordando que El es El que es (Ex 3,14).

Esto me recuerda la historia auténtica de aquel hombre de unos


cuarenta años, paralizado de las piernas desde su infancia, por lo
que gozaba de Seguridad Social, recibiendo una prima considerable
por invalidez. Un día, durante una oración de sanación en la
Eucaristía, se levantó de su silla y empezó a caminar. Comenzó a
curarse milagrosamente y seis meses más tarde sanó completa-
mente. Se presentó entonces a la oficina de la Seguridad Social para
explicar su caso y declinar la prima de invalidez. El empleado no
quiso saber nada, pues los milagros no están previstos en el regla-
mento. ¡Aunque está sano, sigue cobrando su prima!

Finalmente, un tercer aspecto del signo nos ilumina sobre el


"comportamiento de Dios" hacia nosotros. No olvidemos nunca que
el Señor es infinitamente libre y que la vida de Jesús es testimonio
de una libertad increíble en todo lo que El realiza. Quisiéramos
imponer leyes a Dios, categorías e incluso técnicas pastorales y
prohibirle actuar fuera de ellas. Y verdaderamente es difícilinsertar
la pedagogía de los signos y los carismas en uno u otro de estos
métodos o categorías. El signo expresa así la libertad soberana del

l. Pablo VI Evangelii Nuntiandi.

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Señor. Sí, a nuestro Dios le encanta ser sorprendido en flagrante
delito de libertad. Ante nuestro orgullo, El nos recuerda que es El
quien hace todo y que, como lo afirma Pedro al tullido de la puerta
Hermosa (cfHch 3,6): NO TENEMOS NI ORO NI PLATA ... ni
inteligencia, ni poder divinos. ¡Pero tenemos -un poco- confianza
en este Jesús de Nazareth y en el Espíritu que prolonga su misión
en la Iglesia! Es todo esto (y muchas cosas más) lo que nos sugiere
este florecimiento actual de la expresión carismatica. Y en el
presente lo que necesitamos es encontrar más la sabiduría que la
sostiene y le da sentido.

Palabra y signo

Los signos de curación, por ejemplo, no los concede la Provi-


dencia al azar, o como si el médico divino se dedicara a aligerar un
síntoma sin interesarse en el mal profundo. Los signos forman parte
de la pedagogía del amor de Dios realizado en nuestras vidas por
el Espíritu Santo. En efecto, en su infinita libertad Dios da lo que
El quiere, a quien El quiere y cuando El quiere. Nosotros no somos
los programadores de sus propios dones, sin embargo es evidente
que la llegada imprevisible de estos signos está siempre asociada a
la proclamación de la palabra de verdad, cualquiera que sea su
horma. ¡Atención, nada de matemáticas! No basta hablar de Dios
para que se produzcan los signos. En general, los signos vienen a
confirmar el testimonio. Si los apóstoles realizaban tantos signos, es
porque eran testigos de la Resurrección y algunos, de la verdad de
su testimonio, les costara lo que fuese. No es cuestión de hablar de
Cristo, sino de dar testimonio, según el propio llamado, que esto es
verdad para mí y que deseo ávidamente compartir esta verdad con
muchos otros que hoy tienen necesidad de la verdad.

Hablamos así del testimonio que brota no solamente de los labios


o de un intelecto, sino más bien de una vida entregada al Amor de
Cristo (a pesar de sus luchas y obscuridades propias), de una vida
que se ofrece a la palabra que nos habita y que quiere desbordarse
de nosotros.

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Es en principio en este sentido que podemos decir que los signos
vienen a confirmar la palabra anunciada.

Sólo existe una sola Palabra de Dios que para nosotros es la vida
misma de Cristo. Pero esta Palabra única se encarna de modo
particular en la vida de cada bautizado, y seráconfirmada a través
de signos ... según la Sabiduría, pero también según la ternura de
Dios. Francisco de Asís no era un gran predicador, en el sentido de
construir grandes discursos tea-lógicos, pero daba testimonio en
ciudades y pueblos, de esta Palabra recibida en lo más profundo de
sí mismo hasta herir su corazón: "¡El Amor no es amado!" Este
testimonio agradaba tanto a Dios que numerosos signos venían a
confirmarlo con fuerza. La Iglesia es también esto ...

Signo y evangelización

He hablado sobre todo de los testigos y de los signos que les son
"satélites", pero mucho menos de los destinatarios de esos mismos
signos. Porque finalmente, si el signo viene de Dios y corresponde
a una pedagogía particular, ¿cuál es su fin profundo? Dios ama la
libertad, pero no el espectáculo. ¿Qué espera entonces El, con-
cediendo una curación, una liberación o un milagro?

Aquí debemos afirmar que un signo nunca es un fin en sí mismo.


No es un fin, sino el principio de una gracia de Dios, y esta gracia
consiste justamente en adherirse a la palabra escuchada (de una
manera u otra). El signo viene a buscar, en aquel que lo constata o
lo vive, la adhesión del corazón al Amor redentor de Dios. Es como
si Cristo mismo tocara a la puerta, esperando ser invitado para hacer
del hombre su morada nupcial. Qué importa si los golpes son ligeros
o violentos, hasta arriesgar una respuesta negativa ... ¿quizá esto
depende también del grosor de la puerta? Es en este sentido que los
signos de fe y de curación participan (no exclusivamente, por
supuesto) en el crecimiento de la vida cristiana. Ofrecen al hombre
una especie de aprendizaje a una adhesión mayor, la cual no se da
con los labios o el intelecto, sino con todo el ser. Es en esta adhesión

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creciente del corazón que aprendemos hacer la voluntad de Dios y
no hay mayor crecimiento de que aquel que consiste en cumplir
fielmente la voluntad de Dios en nosotros. Finalmente, no hay
ninguna otra respuesta de amor al GRAN AMOR CON QUE EL
NOS HA AMADO (Ef 2,4). Y es en este crecimiento en que nos
transformamos concretamente en lo que somos ya potencialmente:
hijos e hijas de Dios.

El signo no es indispensable en este crecimiento, pero puede


constituir el punto de partida, el atractivo súbito y es así como
numerosos consagrados en la Iglesia han reci bido el gusto y el deseo
de su consagración habiendo visto, tocado o vivido una interven-
ción tangible de la Misericordia divina.

El signo de Jonás

El signo es una realidad ambigua cuando no se comprende su


sentido, cuando se está ciego ante lo que Dios quiere dar. En el
Evangelio hay incluso quienes han tentado a Cristo, exigiéndole un
signo que ratificara la veracidad de su Palabra (cfMt 12,38). Otros
se burlaron de ellos añadiendo: "Miren cómo Jesús responde seve-
ramente a quienes le piden una señal". Concluir que se trata de una
vigorosa desaprobación de Cristo respecto al signo, resulta profun-
damente ridículo. El, que tanto realizó, ¿vendría a negar su propia
obra? "Si no creen en Mí, crean al menos en mis obras". Un 14, 11).

La severidad real de su respuesta se explica por la trampa


implícita que contiene la demanda de los escribas y fariseos, así
como la revuelta que expresa. Sin embargo, Jesús no rehusa el signo
solicitado. Al contrario, anuncia el mayor de los signos que Dios
podía ofrecer a la humanidad para re-cordarle su amor creador,
salvador y santificador: el signo de Jonas, alusión directa a su
muerte y Resurrección próximas. Es el signo del Cordero, inmolado
entre cielo y tierra, fuente de cualquier otro signo; el más mi lagroso,
concedido por Dios. Podemos decir que todos los signos y prodigios
divinos, de la antigua y de la nueva Alianza, se encuentran como
concentrados en este acontecimiento de la Cruz que da paso a la

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Resurrección y a la Vida. El signo de Jonás es el más formidable y
más escandaloso de todos los signos. Es por ello que, de momento,
pocos lo reconocieron como tal y entraron en el crecimiento de
amor que él proponía. Sin embargo, ¿no fue con este signo, incluso
escandaloso, que el centurión reconoció que ESTE HOMBRE
VERDADERAMENTE ERA HIJO DE DIOS (Mc 15, 39)? ¿No
es el mismo signo que el buen ladrón discernió y a partir del cual
entabló un crecimiento vertiginoso que lo condujo el mismo día al
Paraíso? (cf Lc 23, 43).

Que no se replique: ¡no hay que confundir signo de Jonás y


signos de sanación! El sentido es finalmente el mismo, pero es
verdad que el acontecimiento de la Cruz es sólo el signo que nos
descubre el loco amor de Dios por el hombre. También es el
camino ... Esto es la Eucaristía: camino y signo; signo que encierra
ese crecimiento que sólo Dios puede suscitar.

No sólo camino ~ue conviene acoger en la fe- sino igualmente


signo, siempre entregado a una mira: la de la sanación total del
hombre.

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CAPITULOI

La mies es mucha

11 Ellos sanaba a todos 11

ARS. Reunión de verano de 1985. Cerca de seis mil personas


están concentradas en la cripta. El Santo Cura de Ars había profeti-
zado: "Llegarán días en que este pueblo no podrá contener las
multitudes que aquí se agolparán".

Este lugar es sofocante y estéticamente, más parece un refugio


antiatómico que un santuario, pero nadie piensa en quejarse. La
multitud está como "perdida" en la adoración, a la espera del paso
de Dios, capaz de transformar una vida, renovar una esperanza y
de manifestar su gloria.

Es de noche y los proyectores iluminan violentamente el coro de


la cripta, preparada y decorada especialmente para las grandes
celebraciones litúrgicas que aquí se viven de costumbre en esta gran
peregrinación.

Pero esta noche, en el coro, no son los sacerdotes los que se hacen
notar, sino un mínimo de trescientos enfermos graves o seriamente
inválidos. Apretados unos con otros, con el cuerpo o la mente

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paralizados, carcomidos por la enfermedad, estos grandes sufrien-
tes oran, con la multitud reunida que los presenta al amor de Dios ...
ese Dios rico f'n Misericordia, que ciertamente no es un gran mago,
pero cuya ternura se despliega particularmente hacia aquellos que
sufren y se desborda en frutos de consolación, de sanación, de
liberación, de reconciliación y de paz.

Estamos en plena celebración por los enfermos y mucha gente


de los alrededores (y de más lejos) ha venido especialmente para
acompañar esta noche a sus familiares o conocidos aquejados de
un mal orgánico o psicológico.

El poder amoroso de Dios es la esperanza de los enfermos y con


mucha razón se han reunido estos miles de personas para asistir a
la realización de las promesas divinas:

"Estas. son las señales que acompañarán A LOS QUE CREAN:


En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas, tomarán
serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño;
impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Me 16,
17-18).

La promesa de Cristo no está reservada a los santos, a los sacerdotes


ni siquiera a algunos taumaturgos cristianos, ¡sino a todos LOS
QUE CREAN!

La fe viva de la mayoría de los creyentes reunidos en esta cripta


de Ars ¿no era así susceptible de obtener de la Misericordia divina,
tesoros de gracias para estos desdichados animados de tal esperanza?

No dijo Cristo: ¿"Yo soy la Resurrección y la Vida?" (Jn 11,25).

De algún modo la oración del cristiano incorpora, a quien la


realiza, en la persona misma de Cristo, es decir, en la Resurrección
y la Vida ... Esta Resurrección puede así ser considerada como la
herencia inalterable de aquellos que ponen su fe en Cristo ... así
como de aquellos que la oración de la Iglesia abraza (es decir de los
miembros del Cuerpo de Cristo). La celebración comienza con una

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oración muy profunda, que invita a la adoración y que está enrai-
zada en el rezo del Rosario.

Estamos todos reunidos para experimentar una visita de Dios,


no como simples espectadores curiosos del desarrollo de los acon-
tecimientos y que desearían obtener algunas "sensaciones emocio-
nales". Conviene entonces prepararse a esta cita divina, para no
arriesgarse a desaprovechada. Inclusive si los ojos van a ver lo que
seguramente jamás han visto hasta hoy, son los corazones los que se
abrirán (quizá) al paso del Señor de la Vida. Porque es a través del
corazón y no de los ojos de carne, que nos unimos a la obra de
Resurrección de Cristo y por la obra, a Aquel que es el Autor de la
misma.

La intensidad de la oración de adoración pasa progresivamente


a la alabanza y todos los enfermos se unen a ella, porque es
conveniente acoger a Jesús en la unción del Espíritu Santo, tal como
fue recibido por los habitantes de Jerusalén el Domingo de Ramos.

"Allí donde dos o tres se reúnen en mi Nombre, allí estoy en


medio de ellos" (Mt 18,20). Sin duda Dios no es matemático, pero
cuando los dos o tres se transforman en dos mil o tres mil... o incluso
el doble, ¿qué no podemos esperar de los beneficios de su presencia?

La alabanza en la que la muchedumbre penetra unánimemente


es sólo la acogida a la presencia prometida y certificada: también
es anticipación de una acción de gracias por lo que el Señor no va
a dejar de realizar esta noche por estos enfermos ... no que El deba
sanarlos a todos -lo cual manifestaría una incomprensión del mis-
terio del sufrimiento y de la sanación; sin embargo, El quiere visitar
a todos personalmente, sin excepción, para llenarlos según sus
necesidades más grandes y que sólo su Sabiduría conoce.

Esta acción de gracias (anticipada) quiere ser la expresión de un


reconocimiento adelantado de lo que el paso de Dios va a realizar
sin falta en las almas o en los cuerpos (promesa divina obliga ...).
Permite, en la misma progresión, disponerse a recibir en una mayor
confianza el don que el Amor tiene reservado para cada uno.

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En el coro -ya lo mencioné más arriba-sólo están los enfermos
y un equipo de veinte personas, del que formo parte, y algunos
obispos de Francia que han venido a participar en esta sesión de
Ars.

Estos veinte hombres y mujeres tendrán la delicada tarea de


animar la oración durante la noche, de orientarla en la sabiduría y
la "inspiración" del momento, favoreciendo y verificando la expre-
sión carismática (al servicio de la Misericordia sanadora de Cristo)
y también vigilar el orden, la armonía y la paz de la celebración.

Para manifestar que sólo son servidores (inútiles) de la gracia, estas


veinte personas se acercan a los enfermos, arrodillándose a los pies de
algunos de ellos y pidiéndole su bendición.

Estos enfermos por los cuales vamos a interceder, también tienen


una gracia que comunicar en nombre del Señor a aquellos que los
presentan a la ternura compasiva de Dios; es por ello que no
dudamos en solicitar su oración, ya que por su enfermedad, ellos
están particularmente configurados en Cristo sufriente y redentor
de la humanidad. Ellos son visiblemente aquellos que completan
en su carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo en favor de su
Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24).

Después comienza la intercesión por los enfermos, propiamente


dicha, salpicada de tiempo en tiempo por una palabra de cono-
cimiento inmediata 1: anuncio carismático de lo que el Espíritu está
realizando en un cuerpo o un psiquismo dañado, y que interpela
fuertemente a la persona que concierne a descubrirse mirada,
tocada, amada por Cristo ... experiencia-conmovedora con frutos de
sanación y sobre todo de conversión, reales y numerosos, en que
más de cien personas dieron testimonio durante la noche ... testimo-
nio más emotivo por ser susceptible de desencadenar un proceso en
cadena en que otros enfermos que lo escuchan o lo constatan,

l. Leer al respecto "El carisma de conocimiento, ¿por qué y cómo?" del mismo
autor. Editiones Lion de Juda.

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reciben, frecuentemente con gran sorpresa de su parte, una gracia
manifiesta de consuelo o de luz en su vida.

No hay que minimizarnunca la importancia del testimonio como


poder de conversión de los corazones, si se origina en una expe-
riencia verídica. Por otro lado, es lamentable que el pretendido
respeto humano, el miedo del juicio de los demás, la acusación de
indecencia o de manipulación de masas, sean invocados por al-
gunos como argumentos destinados a descartar el testimonio ... y a
privarse de su impacto evangelizador.

La intercesión por los que sufren dura largo tiempo, incluso si


en opinión unánime de los participantes "no se siente pasar el
tiempo". Así sucede cuando el cielo se acerca a la tierra ... o Dios
se acerca al hombre. Las palabras de profecía o de conocimiento
inmediato se multiplican, pero sin excesos ni exaltación de la
muchedumbre:

"Una persona de cincuenta y dos años, con una afección en el


ojo izquierdo que la tenía casi ciega de ese lado, en este instante
tiene un llanto inhabitual y se da cuenta que distingue mejor las
formas a su alrededor. Es el principio de una curación total que
culminará en algunos días."

"Una mujer joven de veintisiete años que ha tenido dos abortos


y hostigada por un terrible sentimiento de culpabilidad desde hace
varios años, experimenta súbitamente una paz profunda. Ella nunca
había hablado de esto a nadie. Es invitada a ir a buscar un sacerdote
para recibir el perdón de Dios."

"Un religioso de cuarenta y ocho años, casi sordo de los dos oídos
y obligado a usar un aparato acústico, está sanando. Ha venido aquí
con curiosidad, traído por un amigo y habi-tualmente se manifiesta
muy crítico respecto a la Renovación carismática. Actualmente
percibe fuertes zumbidos en los dos oídos y estará totalmente
sanado en algunas horas más."

"Una pareja que se deshacía después de dieciocho años de

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matrimonio y que había llegado al borde del divorcio, experimenta
un gran calor interno. El, convertido en alcohólico, está instantánea-
mente liberado del alcohol. Ella cayó con otro hombre a causa de
sus problemas conyugales. El Señor los visita para "resucitar" su
unión e invitarlos a vivir una reconciliación". Etc.

Muchos serán alcanzados por el ejercicio del carisma de profecía


o de conocimiento y todos darán testimonio, sea en público o en
privado (por legítimos motivos de discreción).

Dios realiza maravillas en su Pueblo, en la medida que éste


espera todavía algo de El. ..

"[Levántate y anda!"

Pero la reunión no ha terminado, porque habíamos decidido orar


por cada uno de los enfermos presentes en el "podium" añadiendo
a nuestra intercesión el signo (no sacrarnental) de la imposición de
manos (cf Me 16,18) que todo cristiano puede practicar en un
movimiento de confianza y de esperanza, con un enfermo, No se
trata de algún gesto mágico], sino de una seria eclesial de compa-
sión fraterna vivida en un espíritu de oración.

Las veinte personas del equipo animador se dispersan entre las


filas de enfermos de dos en dos y comienzan a orar con ellos.

En compañía del Hermano Ephraim, fundador de la Comunidad


del León de Juda y del Cordero Inmolado, me dirijo hacia los
inválidos físicos, agrupados en varias filas alrededor del altar,
fortificados ya en la confianza por lo que nuestros ojos acaban de
ver y nuestros oídos de escuchar a través de los testimonios que
referí arriba.

1. Dios no es mago ante todo, porque entonces, no seria Amor. Sin embargo,
muchos creyentes lo consideran un poco como tal, privándose de las invitaciones
de su Bondad.

24
Nos inclinamos sobre una joven mujer que padece una esclerosis
en placa (?)* y está paralizada en las dos piernas. Su rostro está
bañado en lágrimas ... Lágrimas de emoción por las sanaciones ya
manifiestas, pero también lágrimas de sufrimiento porque, para
ella, sus piernas rehusan todo movimiento, incluso el más mínimo.
Con el corazón conmovido, Ephraim y yo invocamos con fuerza al
Espíritu Santo por el cual aquel que cree en Jesús (resucitado) verá
realizarse las mismas obras -y todavía más grandes- de Cristo (cf Jn
14,12) .

... ¡Que no se haga nuestra voluntad, Señor, sino la tuya! Oramos


luego por un hombre que padece una artritis invalidante en las dos
caderas, impidiéndole caminar. Hasta aquí, todavía no se produce
nada manifiesto, lo cual no impide la secreta visita de Dios en él. ..
Sin embargo, más tarde nos dirá que durante nuestra intercesión él
había experimentado una especie de ea lor quemante e inhabitual en
la pelvis ... pero ninguna mejoría física de esta coxartrosis bilateral,
al menos durante los días siguientes.

Nos aprestamos para "pasar" con la siguiente persona y de pronto


me detengo, como si una "instancia interior" me dijera: "¡más tarde!
Ahora tienes otra cosa que hacer". Molesto, miro al joven por el
cual nos disponíamos a orar y que espera, preguntándose por qué
penllanezco inmóvil a unos pasos de él, sin avanzar ... mientras que la
fila de enfermos en silla de rue- das es muy grande y que, desafortu-
nadamente, no tenemos toda la noche por delante para prolongar
esta celebración.

Dubitativo ya la vez seguro de ser invitado a "alterar mis planes",


miro fijamente a los inválidos de mi alrededor, tratando de perrna-
necer en una escucha interior para percibir mejor lo que considero
una moción del Espíritu. Ciertamente no es la primera vez que
experimento algo parecido, pero nunca antes con tal intensidad.
Ephrairn espera pacientemente, presintiendo sin duda un aconteci-
miento inhabitual. Mi mirada se posa finalmente y casi "por casua-
lidad", sobre una joven sentada también en una silla de ruedas. Mi

*N.T.

25
"instancia interior" (de ninguna manera se trata de una especie de
voz), insiste: "Es ella".

Lo que viví entonces me sorprende ... y me seguirá sorpren-


diendo durante largo tiempo. Sin desearlo en modo alguno, hago a
un lado los otros enfermos que esperaban pacientemente para
encontrarme al lado de esta joven, seguido de Ephraim, a quien no
altera de manera desmedida la turbación del momento.

- ¿Cómo te llamas?

-Chantal

- ¿Qué edad tienes?

- Veinticuatro años

- ¿Desde cuándo estás en esa si lla?

- Desde los diecinueve años. Tuve un accidente en moto que me


seccionó parcialmente la médula espina!.

- ¿Haz podido recuperarte un poco?

- Apenas puedo mover mi pierna izquierda, pero la derecha está


totalmente dañada.

Como médico, sé que su pronóstico es exacto: con varios años


después de tal traumatismo, su pierna derecha jamás podrá soste-
nerla ... y en cuanto a la izquierda, sus posibilidades locomotrices
son muy limitadas.

- ¿Tienes deseos de sanar?

Responde con una triste sonrisa de desengaño, como si el vere-


dicto fatal hubiera sido dado definitivamente, sin que ninguna
mejoría pudiera considerarse posible.

26
- Es verdad que no puedes esperar una recuperación natural;
pero, ¿crees que Jesús puede hacer algo por ti?

(Levanta los hombros, dando a entender: "Sólo falta que El se


interese en mí").

Yo sentía que me animaba una cierta audacia, que no tenía nada


que ver con algún sentimiento de emoción particular. Yo estaba
perfectamente tranquilo, sin que me alterara para nada esta multitud
con seis mil pares de ojos fijos en el podium. Yo sentía la impresión
de una fuerza que "se condensaba en mí mismo", una especie de
convicción sobrenatural de que Dios quería manifestar su gracia en
Chantal. .. no de modo general (como lo puede manifestar en todos),
sino muy precisamente, en un sentido de sanación.

- ¿ y si Jesús quisiera realmente sanarte?

- ¿Por qué a mí? .. ¡Todos los demás que están aquí, también
están enfermos!

Mi convicción crecía, sin que me desarmara su necedad y poco


entusiasmo aparente.

- No te preocupes por los demás. También el Señor se ocupará


de ellos. Piensa en ti, porque ahorita El se está ocupando de ti.
Vamos a orar con confianza.

Sin contestar, baja la cabeza y cierra los ojos, como para con-
centrarse mejor en la oración. Yo me uno a ella en esta intercesión
ferviente, sin preocupanne del tiempo que pasa alIado de Chantal
y (quizá) ¡quitado a otros! 1

Levanto la cabeza.

- ¿Experimentas alguna sensación especial en tu cuerpo?

1. En el transcurso de la noche, cada enfermo, sin excepción, se beneficiará


con la intercesión de los hermanos.

27
- Realmente no (diciendo: "no se fatigue más").

Entonces aparento fastidiarme "gentilmente".

- Chantal, no te desanimes. Si Jesús quiere actuar, El puede


hacerla, pero necesita tu colaboración; pídele tú misma que te
toque, ¡y no seas tímida!

Tal lenguaje podría ser considerado imprudente y "psicológica-


mente maní pula dar" , estoy de acuerdo ... yo mismo lo ha bría desa-
consejado anteriormente en tal contexto, conociendo los peligros
de la presión moral aplicada a los enfermos. El ejemplo de las sectas
pentecostales que empujan a gente muy crédula a declararse sanada
y gritan falsos milagros, no me es desconocido y siempre he
manifestado mi total desacuerdo con tales prácticas. Pero esta
noche, las circunstancias eran diferentes. Yo tenía la impresión de
ser movido por una fuerte moción del Espíritu, cuyo "blanco" era
Chantal y el fin: su sanación.

Cuidando de ser discreto, coloqué mi mano en la columna


vertebral de Chantal, en el lugar aproximado de su antiguo trauma-
tismo y, con Ephraim, repetimos la oración.

Interpelada y confundida por tal convicción, Chantal misma empe-


zó a participar más concretamente en esta intercesión, como si una
nueva "esperancita" hubiera llegado a su corazón.

- ¿Sigues sin sentir nada?

- Sí... siento como una débil corriente eléctrica al final de la


columna y en las piernas ... y esa señal me anima.

- Intenta mover un poco tu pierna derecha.

- ¡Duele! "¡No puedo!"

Mi convicción interior aumentaba, tranquila y segura a la vez.


Yo tenía la impresión de que faltaba un paso para comenzar

28
concretamente el proceso de mejoración física. Pero ignoraba cuál...
o más bien, lo eliminaba de mi mente, porque lo presentía pero no
osaba tomarlo en cuenta, a causa de la seria decisión que implicaba.

- ¡Sigamos orando! Dije, turbado en mi corazón. Tenía pena,


porque todo sucedía en mí como si Dios me invitara a un acto de
fe preciso y yo me hacía el sordo.

Al fin cedió mi resistencia y me rasqué la garganta para balbucear


a Chantal:

- ¡Vamos a tomar las cosas con fe! Párate, vamos a ayudarte.


Después de un corto momento de duda, Chantal se apoyó en las
coderas desu silla, sostenida de las axilas por Ephraim y yo. Ella estaba
tan delicada con sus piernas adelgazadas por la arnioartrofia ligada a
una antigua parálisis de cinco años, que estuvo a punto de desplomarse.
Yo sentía que había que animarla, exhortarla a que tuviera confianza
avanzando con la pierna y ayudándola a vencer sus dudas. Ella dio un
paso, muy cautelosamente, con nuestro apoyo, luego otro y un tercero
aún.

Me llené de valor, tal como ella lo hacía, y le retiré el apoyo de


mi brazo. Ella permanecía de pie, sola, lo cual cinco minutos antes
y desde cinco alias atrás, le era imposible. Viéndose privada de
"seguridad" y como abandonada a ella misma, tuvo miedo y vaciló.
De nuevo me di a la tarea de estimular su ánimo, dulcemente, pero
con firmeza insistente. Ella se repuso y caminó sola, con mucho
trabajo al principio, pero con una seguridad que crecía por una
fuerza sobrenatural que la afirmaba. Caminando hacia atrás, iba yo
delante de ella con los brazos abiertos para detenerla por si acaso
caía. Pero eso no fue necesario porque rodeó el altar en unas
decenas de metros, bajo una tempestad de aplausos ... No se trataba
de una ovación aclamando la vedette de un show sino la acción de
gracias de todo un pueblo que podía contemplar con sus propios
ojos las obras admirables de Dios.

Mi corazón, como el de mis hermanos y hermanas del equipo

29
animador, desbordaba de alegría ante tal manifestación del poder
de Cristo.

Muchos se retiraron habiendo crecido en la fe que para Dios todo


es posible y que sus misericordias no se agotan.

¿Milagro? Era el título en algunos periódicos. Yo no lo creo,


porque la definición de este término implica -parece ser- una
curación inmediata, total y definitiva, lo que no fue estrictamente
el caso.

Chantal necesitó de un período de tiempo para recuperar la


marcha normal, mientras se remodelaron y tonificaron los músculos
de sus piernas. Algunas semanas más tarde, podía bailar y unos tres
meses después, pudo obtener sin problemas su licencia de manejo ...

Dios había actuado aquella noche como en muchos otros enfer-


mos, en respuesta a la oración unánime de una muchedumbre ... pero
esta experiencia que viví personalmente con Chantal y que consti-
tuyó como el "disparo" para su curación, podemos arriesgamos a
llamarlo "carisma de fe".

30
CAPITULO n

Actualidad del carisma de fe

¿La Renovación es siempre carismática?

La Renovación pentecostal no lo es en sus comienzos, en que las


sospechas y las críticas eran comunes por parte de muchas instan-
cias, incluyendo las eclesiásticas. Todos reconocen 1 que constituye
una oportunidad para la Iglesia de hoy y basta con leer los discursos
del Santo Padre a los Obispos de la República Federal Alemana en
que los exhorta a animar las nuevas comunidades, tales como
Renovación, Focolari, Comunión y Liberación.

"Si actualmente nuevos grupos y movimientos apostólicos quie-


ren llevar a los demás la noticia de la salvación con un gran impulso,
ustedes (los obispos) deben darles todo el espacio disponible y
tenerles confianza. Tales movimientos merecen un reconocimiento
y un sostén esenciales, tal y como lo señaló el último sínodo de
obispos. Estos nuevos senderos de evangelización ya han dado
,,2
frutas exce 1entes.

1. A excepción de los "incurables por vocación", como los llama un teólogo


muy conocido.
2.23 de Enero de 1988, ante los Obispos de R,F.A., en visita ad limina.

31
La gracia de la Renovación "vital iza" o "revitaliza" tantos sitios
de Iglesia, movimientos o asociaciones (caritativas o de otro tipo),
que no puede negarse su proveniencia del Espíritu Santo, sorpren-
dido en flagrante delito de libertad. Los primeros frutos de esta
Renovación pentecostal, grupos de oración y comunidades, ya no
son exclusivos desde hace varios alias, aun cuando permanecen sin
duda, como el núcleo.

En efecto, estos grupos o comunidades, cada vez más numerosos


y variados, atraviesan -de modo nonl1al- por períodos de crisis
ligados a la originalidad de su vocación, pero, ¿qué crecimiento
auténtico y fructífero no conoce crisis')

Sin embargo, asistimos por doquier a "jadeos" en la vida de los


grupos, jadeos que plantean una incógnita por su persistencia y que
se deben (probablemente) a un problema de identidad. Porque todo
grupo de oración, toda comunidad, pequeña o grande, más o menos
residencial, tiene una vocación propia, cuya emergencia asegura la
vitalidad y duración en el tiempo. Su esperanza de vida depende
del crecimiento de su identidad y, por lo tanto, de los medios
adoptados para vivir este crecimiento en la búsqueda de su "iden-
tidad-vocación", la que siempre se revela específica, ligada a una
. .
gracia propia.

La comunión entre grupo de oración y comunidad es fructífera,


no para uniformar las identidades, sino por el contrario, para poner
de relieve y ayudar a hacer crecer la de cada quien.

Así, cada grupo tiene un rostro particular que alcanzar, que se


revela progresivamente en el tiempo y que no hay que ir a buscar
con el vecino, aunque éste se considere muy buen consejero.

Este rostro específico siempre está ligado o vive dos dimensiones


que son los propios fundamentos de la vida de la Iglesia:

- La comunión. ¿Cómo los miembros del grupo ven y viven la


comunión entre ellos y con la Iglesia local?

32
-La misión. ¿Qué envío descansa en el grupo? ¿Qué testimonio
se espera de él? ¿Qué puertas apostólicas se abren ante él? ¿A qué
llamado del sufrimiento del mundo está sensibilizado y se dispone
a responder?

... Comunión y misión, sin las cuales la vida de un grupo de


oración o de una comunidad tarde o temprano se marchitará,
entrando a una rutina fastidiosa, un desinterés creciente de sus
miembros o al olvido del primer amor. Añadamos a esto, para la
sobrevi vencia fructífera del grupo carismático, el carácter indispen-
sable de la oración fiel (la cual debe tomar una dimensión litúrgica,
al menos parcialmente), de la vida sacramental y de la formación
de sus miembros (espiritual, bíblica, teológica, etc.)

Anteriormente hablé de los problemas en ciertos sectores de la


Renovación, pero conviene evocar sobre todo la increíble riqueza
de inventiva, creatividad, innovaciones conmovedoras (y eficaces)
en materia de formación, catequesis, evangelización, obras carita-
tivas de que da prueba el trabajo de la gracia a través de los
diferentes rostros de la Renovación. Esta riqueza de la Renovación
a la que me refiero, se origina evidentemente en la diversidad
inaudita de carismas, cuya gama no acabamos de conocer, pero que
conviene recibir como tantos dones gratuitos, fecundos, cada uno
a su manera, con el respeto de su complementariedad.

Los carismas revisten innumerables caras, pero podemos distin-


guir tres grandes categorías: los que brotan del conocimiento; los
del discurso, tales como el de ciencia o el de sabiduría, y finalmente
los de acción, desde la "aptitud caritativa" multiforme en la sana-
ción e incluso el milagro.

Todos los dones relativos al conocimiento pueden, según Santo


Tomás de Aquino, considerarse con el nombre de profecía (se
incluye el de profecía propiamente, el de conocimiento inmediato u
otros ...). El carisma de fe, primer objeto de este libro, parece entrar en
el marco de esta última categoría.

Pero regresemos a esa fecundidad inesperada y fulgurante que

33
sorprende desagradablemente a algunas otras "corrientes", hasta
provocarles algunos reflejos de celos espirituales. No es lo esencial
recibir la obra del Espíritu, allí, donde El desee brotar, aun si esta
obra parece revestir una amplitud juzgada a veces ... ¿invasora o que
no encaja en una norma fijada hace mucho tiempo?

La Renovación ya no está en su fase" embrionaria". La gestación


ha terminado y el niño ha nacido: hermoso niño, promovido a un
porvenir brillante si sabe dejarse educar dócilmente por el Espíritu
Santo y dentro de la Iglesia, lo que es, sin duda, su intención
inquebrantable.

Para que no disminuya su velocidad de crecimiento, lo esencial


no está en que primeramente se multipliquen sus realizaciones,
incluso las más urgentes u oportunas para el bien de la Iglesia.
Ciertamente, los tiempos se acercan y sentimos que debemos
aprovechar el día para realizar la obra de Aquel que nos ha enviado
(cf Jn 9,4). Pero parecen aún más primordiales la preservación e
intensificación del Soplo que la anima, de ese potencial de vida
multiforme que él recela y que no ha acabado de desplegar sus
manifestaciones en nuestro mundo y en la Iglesia.

En este terreno, no podemos dormimos en nuestros laureles y


admirar tranquilamente "una máquina que funciona bien". El Espí-
ritu desea hacemos siempre más inventivos y creativos para que se
expresen más las fuerzas vivas del Reino.

¿Ese soplo anima siernpre y siempre más nuestros grupos de


oración? ¿Qué hacemos para conservarIo ... no para "encajonarIo"
sino para que no se escape de nuestros lugares de oración y
apostolado? ¿Qué hacemos para que crezca en fuerza, aun cuando
esto requiera de un poco más de renuncia a nosotros mismos, de
espíritu para compartir, de exigencia de vida espiritual y comuni-
taria?

¿La efusión del Espíritu que nos embarga desde hace unos quince
años, está declinando o nos hace madurar hacia una nueva "ofensi-
va", es decir una cosecha más abundante que nunca, en que los

34
obreros, todavía muy poco numerosos, deban movilizarse para que
estos tiempos de gracias den todos los frutos que los designios
divinos están preparando?

Si me atrevo a impulsar a la reflexión es porque desde hace


tiempo me aflora una interrogante: la Renovación pentecostal que
ha transformado tantas vidas en Europa desde hace quince años, se
dice también "carismática" ... En realidad no es exclusivamente
carismática, pero finalmente los carismas forman parte de su voca-
ción y constituyen un poco el barómetro de su vitalidad.

Yo sé bien que estos carisrnas no son lo esencial de la vida de la


Iglesia; que la vida sacramental y la vida mística (es decir, de unión
a Cristo vivo) siguen siendo lo primero y fundamental. Y no tengo
ninguna intención de sugerir una inversión de valores, que amena-
zaría con llevamos dieciséis siglos atrás, cuando la herejía monta-
nista estuvo a punto de comprometer la existencia misma de la
Iglesia.

Esto no impide -y nadie podrá rebatirlo- que la práctica caris-


marica es inherente, desde los comienzos, a la vida de la Reno-
vación (ya la de todas las renovaciones que la han precedido en la
historia de la Iglesia). Por esto me atrevo a decir que el ejercicio de
los carismas constituye como un barómetro de la calidad del soplo
animador de la Renovación penrecostal.

Por otra parte parece que el ejercicio de los carismas está a la


baja en muchos grupos de oración o comunidades, y esto no deja
de plantear preguntas ...

Por definición, los carismas tienen una manifestación transitoria,


pero esto no significa que la práctica carismática sólo tenga un
tiempo ... por el contrario. Y cuando teológicarnente se habla del
carácter temporal del ejercicio de los carismas, no se evoca en
absoluto el mismo tema.

No es lógico, en la pedagogía divina, que los carismas cedan su


lugar a otra realidad espiritual, hasta anquilosarse ellos mismos. En

35
principio esto tendrá lugar sólo hasta que se realice el aconteci-
miento de la venida gloriosa de Cristo.

La Caridad no acaba nunca. ¿Las profecías? Acabarán. ¿Las


lenguas? Se callarán. ¿La ciencia? Desaparecerá ...

Cuando venga lo que es perfecto, desaparecerá lo que es imper-


fecto (1 Co 8-10).

Los carismas abren un camino y allí está su vocación primera,


pero no van a desaparecer cuando se tiene más necesidad de ellos ..
. o porque se tiene otra cosa mejor que hacer.

Una vez que abren un camino ... y ayudan a consolidarlo, tienen


más nuevos caminos que abrir ... ¡y también que consolidar! Por eso,
en mi opinión, el abandono de los carismas es más grave de lo que
se piensa, porque da testimonio de una mínima docilidad al Espíritu
Santo... y en ciertos casos quizá una tendencia del hombre a
apropiarse las obras del Señor.

No hay que confundir declinación con abandono del ejercicio de


los carismas. En los grupos de oración o comunidades donde hay
declinación, es por carencia de los medios empleados para perma-
necer a la escucha del Santo Espíritu. El uso de los carismas no se
improvisa, incluso si al principio es recibido espontáneamente.
Existe toda una educación en la vida carismática, de la que nadie
está exento, con el propósito de hacer fracasar las trampas de lo
imaginario, del subconsciente, del orgullo espiritual o del iluminis-
mo latente en muchos.

Un grupo o una comunidad de oración tienen necesidad de


carismas para el crecimiento de su propia vida interna y para la
emergencia de sus diversos llamados a determinada misión.

Ciertamente, los carisma s jamás deben buscarse por ellos mis-


mos, en un deseo de espectacularidad, de maravilla o de vedetismo.
Sin embargo, conviene aspirar a ellos, como nos exhorta San Pablo,
únicamente si se ejercitan en y por amor, al servicio de una

36
comunión y mediando la sabiduría necesaria para un desarrollo
equilibrado.

El abandono de los carismas denota una actitud totalmente


diferente: la que consiste en cansarse de ejercitarlos porque se
convierten en muy molestos o porque conducen a ciertas exigencias
fastidiosas y aún más, por temor a que con su práctica se desacredite
la notoriedad del grupo ante ciertas autoridades.

Esta sería una conclusión lamentable, porque si en este terreno


se requiere la virtud de la prudencia, ella comprende paradójica-
mente la audacia, que da apertura a los dones de Dios, y la
moderación, que reglamenta su uso según las circunstancias ... pero
una moderación basada en la caridad y no en el temor.

Si el ejercicio de los carismas se esfuma en la Renovación, siendo


por declinación, conviene remediarlo rápidamente pero si es por
abandono, habría que cuestionarlo de manera indispensable.

Porque, si se avisora una Renovación Carismática sin carismas,


podemos preguntamos si seguirá por mucho tiempo "Renova-
ción" ...

Retrospectiva histórica

Si estudiamos de cerca la historia de los carismas y su nacimiento


en la Renovación, constataremos fácilmente que se ha desarrollado
por etapas sucesivas a través de las cuales (como regla general que
no excluye las excepciones) cada vez aparecía un nuevo tipo de
carisma.

Hay que tomar en cuenta esta sucesión si deseamos entrar más


en la pedagogía divina. Porque Dios no derrama sus dones al azar
y de manera incoherente.

Empleando siempre su libertad, que nos da multitud de sorpre-

37
sas, porque no podemos encerrar la Sabiduría en reglas precisas,
Dios da sus gracias carisrnáticas con un objetivo educativo de su
pueblo ...

La aparición de un carisma parece preparar el surgimiento ulte-


rior de un segundo, en tiempo oportuno, seguido éste de la emer-
gencia de un tercero ... ¡y así sucesivamente!

Todo sucede como si, dando tal carisma, el Señor madurara por
ese mismo carisma y por su ejercicio fructífero, equilibrado y
eclesial, la germinación del siguiente. Evidentemente, no hablo
aquí a nivel individual, en que esta progresión en la eclosión de
diversos carismas se viviera en una persona precisa. Estas conside-
raciones son generales. Así, el nacimiento de tal carisma en algún
miembro de un grupo de oración, será seguido ulteriormente por el
surgimiento de otro carisma en ese mismo grupo, pero en otros
miembros. Podemos extender estas deducciones al conjunto de la
Renovación, e incluso a la Iglesia entera.

Bajo esta introducción, ¿qué nos revela la historia de los carismas


en la Renovación?

El primer don que acordó el Espíritu, simultáneamente con su


propia efusión, es el de lenguas, individual o colectivo ... y en
relación con él, no me extiendo más, considerando los escritos que
han aparecido al respecto.

La práctica del don de lenguas, tan sorprendente que haya podido


parecer en su tiempo (mientras que ahora ha llegado a convertirse
en anodina, no así para los medias, que se muestran muy inclinados
hacia él), maduró el nacimiento de otro tipo de carisma: el de
profecía, que se extendió fácilmente en la Renovación y ha contri-
buido mucho a animar y exhortar los grupos de oración hacia la
unidad y el apostolado. El lazo entre lenguas y profecía es particu-
larmente evidente, ya que sabemos que la glosolalía abre el espíritu
a la receptividad profética. Es así clásico que un auténtico canto en
lenguas -desemboque en una reunión de oración- en una o varias
palabras de profecía, en la medida en que el grupo permanezca

38
fielmente a la escucha del Espíritu Santo y en un perseverante
espíritu de oración y de comunión fratema.

Al mismo tiempo que la profecía, apareció la interpretación de


lenguas, de hecho carisma del mismo orden, importante, pero
definitivamente más raro que la profecía. Una razón está en que no
todas las lenguas pueden ser interpretadas, porque puede tratarse
de una alabanza gratuita al Dios Creador y Salvador (y que rebasa
la inteligencia humana). Sólo los verdaderos mensajes en lenguas
y ciertos cantos pueden interprerarse si el Espíritu da su significa-
ción. Pero ésta no es la única razón. Probablemente hay que pensar
en una gran dificultad de expresión o de recepción de este carisma ...
o inclusive alguna otra cosa.

El don de ciencia pudo aparecer preparado por el de profecía. No


hablamos del don de conocimiento inmediato, sino de aquel en que
quien lo recibe es susceptible de comentar un pasaje de las Escri-
turas o un misterio de Cristo, por ejemplo, según las necesidades
momentáneas del auditorio. Este carisma está muy ligado a la
enseñanza, pero en principio no se vive en base a una competencia
intelectual o teológica. Esta enseñanza es como dada en el mo-
mento, incluso si su contenido ha sido previamente preparado, ya
que la nota carismática reside en el impacto que causa en los
corazones. Este don de ciencia que como una respuesta, en su
época, a las necesidades crecientes de los grupos de oración 1 en
cuanto a la comprensión de las Escrituras y la vida espiritual y
continúa ejerciéndose fructiferamente en la mayor parte de ellos.
Le deseamos muy buena carrera porque al acompañar la enseñanza
de la Iglesia, es uno de los pilares de equilibrio de los grupos2.

Después vino el carisma de sanación ... entendiéndolo como una


capacidad de oración particularmente eficaz (por gracia de Dios)
en la persona que lo ha recibido ... a condición que lo haya confir-

1. Se ejercitará igualmente durante diversos encuentros carismáticos.


2. En el don de ciencia podemos incluir globalmente el de predicación o
exhortación.
,

39
mado un fino discernimiento l. Puede tratarse de curación de cuer-
pos afligidos por enfermedades más o menos graves (en general,
las curaciones se refieren a afecciones relativamente benignas,
aunque invalidantes para aquellos que las viven) o sanación interior
(de heridas del pasado) e incluso liberación de malos espíritus''.

Este carisma de sanación ha hecho correr mucha tinta, inclusive


en ciertas instancias de la Iglesia y en otras partes. Su principal
argumento de acusación radica en que se alimenta demasiado con
lo maravilloso, pero es tal que el Espíritu lo da a quien El quiere,
con el riesgo efectivo de que ciertas sensibilidades vean demasiado
el lado espectacular y no tanto la pedagogía de conversión ... ¿El
mismo Jesús, no corrió ese riesgo?3

El carisma de sanación (que se distingue del poder de los


curanderos, cuya eficacia eventual tiene más de magia blanca que
de gracia divina) ha hecho madurar en los corazones el surgimiento
de otro carisma, más sorprendente porque ara-rentemente es más
espectacular: el del conocimiento inmediato donde, a partir de un
anuncio de ti po profético, una persona precisa se reconoce visitada
por el Espíritu con un efecto de alivio de su mal, sea físico,
psicológico o social. Este anuncio, que se relaciona con el carisma
de profecía pero que lo rebasa en cierta manera, es como una
promesa personal de sanación, donde la persona es invitada a abrir
su corazón ante el paso de Dios en su vida. Se añade así a la sanación
propuesta, una evidente dinámica de conversión.

La palabra de conocimiento es inquietante en sí misma, para una


inteligencia muy racional, a causa de los detalles concretos e
históricos, mas no indiscretos que ella conlleva, con miras a inter-
pelar a alguien preciso en la asistencia. Los riesgos de desviación

1. El carisma de discernimiento, más discreto pero esencial, nació al mismo


tiempo que los propios grupos de oración.
2. Leer: Misterio de amor y ministerio de sanación, del mismo autor y editorial.
3. No intentamos en absoluto "colocamos encima" de la acción sanadora de
Cristo ... sino sólo evocar los riesgos que él quiso correr al ejercitarIo.
4. Leer al respecto: "El carisma de conocimiento inmediato. ¿Por qué y cómo?"
del mismo autor. Editiones Lion de Juda. .

40
son reales, porque un carisma conlleva siempre, por naturaleza, un
aspecto subjetivo y también allí se requiere del discernimiento, Pero
en el seno de un gn1po de oración o de una comunidad, ¡qué poder
evangelizador contiene tal gracia! ...

La historia de los carismas es pues una especie de proceso en


cadena donde el ejercicio de uno favorece la emergencia del si-
guiente ... pero suscita igualmente un desarrollo siempre más fecun-
do (y comunicativo) del primero.

No se ejercita un carisma para reivindicar otro, sino senci~llamellte


para crecer en el don recibido para bien del grupo y de la Iglesia y
hacerlo dar fruto en la doci lidad al Espíritu y una confianza creciente
en el don que El depositó en nosotros ... si se ha reconocido en la
comunión del grupo donde se ejercita.

Hay un dinamismo casi obligatorio de la práctica carismática,


delicado pero real donde, en un terreno particular, el que no avanza,
va en retroceso. Aquel que no utiliza los medios para recibir (y
mantener) el don que tiene, mediante una vida espiritual y comuni-
taria finalmente exigente, corre el riesgo de dejarlo escapar pro-
gresivamente. Un carisma es una gracia que nos precede y en la que
se nos recomienda intentar penetrar constantemente. Aunque ese
carisma es dado gratuitamente, no entrega los esfuerzos para reci-
birlo ni la docilidad al Espíritu. Es así como un grupo, una comu-
nidad o una reunión se dispone a recibir un "nue 'o carisma que
por su eclosión requerirá una lenta maduración de los otros dones
espirituales ya derramados.

El dinamismo del desarrollo carismatico conlleva aspectos labo-


riosos que desaniman a más de uno y es como un fenómeno "bola
de nieve", destinado a un crecimiento indispensable (en cantidad y
sobre todo en calidad); si no, va a la declinación ... o al abandono.

Estas palabras son sin duda el fruto de una experiencia personal


y comunitaria; sin embargo me parece que reflejan de igual manera
la evolución de la Renovación en su dimensión carismatica.rqué
conviene considerar de manera realista, para que por darle gracias

41
al Señor por todos sus dones ... y suplicarle, como lo hacía Kathryn
Kuhlmann, El no nos retire su Santo Espíritu (cf Sal 51,13).

Porque El todavía no termina de derramar sus dones ... y, si es


verdad que un carisma prepara el nacimiento de otro carisma, bien
parece que el de conocimiento inmediato, aparecido en la Reno-
vación europea desde hace aproximadamente seis años, dispone al
nacimiento de otro, más sorprendente y más delicado, más conmo-
vedor y más rebatido: el carisma de fe.

42
CAPITULO III

Fe teologal y fe
carismática

Cuando San Pablo proclama: La fe, la esperanza y la caridad


subsisten, pero la mayor de todas ellas es la caridad (1 Cor 13,13),
no se sitúa en el mismo plano que al afirmar: A cada quien se le
otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. A uno se
le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia,
según el mismo Espíritu; a otro, la fe, según el mismo Espíritu; a
otro, el don de sanación, según ese unico Espíritu; a otro, poder de
realizar milagros; a otro, la profecía; a otro, el discernimiento de
espíritus; a otro, la diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas
(l Cor 12,10).

En el primer caso, Pablo evoca lo que llamamos tradicional-


mente virtud de fe; y en el segundo, nos entrega. un pequeño tratado
teológico sobre los carismas; entre ellos, el de fe.

Virtud y carisma no pueden colocarse uno encima del otro; por


ello es conveniente encontrar la distinción profunda para no caer
en la confusión y "colocarle" al carisma una virtud o una fuerza que
no tiene en absoluto. Este error amenazaría desnaturalizar -en
nuestra comprensión- la cualidad excepcional e irrernplazable de

43
la fe cristiana, y de hacemos perder de vista el sentido del carisma
de fe.

San Juan Crisóstomo, el famoso Obispo de Constantinopla muerto


en 407, distingue las dos nociones que nos ocupan, ensu tratado sobre
la fe. Cito una breve parte de su artículo No. 1:

"La palabra fe tiene dos acepciones. Primeramente, la fe sobre-


natural que obra milagros, de la cual hablaba Jesús cuando decía a
sus discípulos: "Si tuvieran la fe del tamaño de un grano demostaza,
dirían a este monte: desplázate de aquí allá, y se desplazaría" (Mt
'17,20). Como los apóstoles se sorprendían de no haber podido
lanzar el demonio del cuerpo de un poseído, Jesús les reprocha su
incredulidad (Le 9,41). Y cuando Pedro siente que comienza a
hundirse cuando camina sobre las aguas, Jesucristo le dice: "Hom-
bre de poca fe, ¿por qué has dudado?" (Mt 14,31).

Este tipo de fe refleja muy bien lo que evocaremos de la fe


carismática y que desde entonces la Iglesia aprendió a formular más
teológicamente.

Juan Crisóstomo continúa su discurso, evocando lo que actual-


mente llamamos de manera más elaborada en el pensamiento de la
Iglesia, la fe teologal:

"Hay otro tipo de fe, la que nos lleva al conocimiento de Dios; a


consecuencia de la cual obtenemos el nombre de "fie- les". De ésta
habla el apóstol a los Romanos: "Doy gracias por todos ustedes de
que la fe que profesan sea anunciada por todo el mundo" (Ro 1,8)
la que tiene por objeto, por ejemplo, el dogma de la Resurrección
de Jesucristo y de nuestra propia resurrección por la virtud de Dios
resucitado de entre los muertos (Ro 1,8) Esta fe no es exclusiva-
mente don del Espíritu, porque primeramente quiere que concurra
nuestra voluntad (Ro 1,8) Ni Dios ni la gracia del Espíritu preven
nuestra decisión: El nos llama, pero al llamamos espera, porque no
quiere constreñir nuestra voluntad".

44
La fe teologal

La virtud de la fe (en griego, pístis) es una de las tres virtudes


teologales, con la esperanza (elpís) y la caridad (agapé y no éros
que no existe en el Nuevo Testamento).

La palabra "virtud" viene del latín virtus, que significa ordinaria-


mente el estado de virilidad, caracterizado por el ánimo. Deriva
igualmente del latín vis, que significa fuerza, lo cual explica que
actualmente muchos cristianos entiendan la palabra virtud (de
apariencia anticuada, aunque muy bella, de hecho), como un actuar
que implica cierta tensión, por lo tanto más bien opuesta a un actuar
por atracción o espontaneidad. Pero una virtud, sobre todo teologal,
no tiene nada de aptitud humana que habría que desarrollar mediante
esfuerzos incesantes ... y fastidiosos a la larga. Se trata de una gracia
particular de Dios que hace que quien la posee "realice incluso lo
que en sí es difícil, sin trabas, con seguridad y con alegría", dice
Santo Tomás de Aquino.

Las tres virtudes teologales son aquellas que "estructuran" en


nosotros la vida de verdaderos hijos "íntimos" de Dios ... cuya
experiencia vivida tiene un impacto sobre los comportamientos
inter-humanos regidos por las virtudes morales. I

El Concilio Vaticano II no se ha contentado con retomar los


conocimientos tradicionales de la Iglesia referentes a las tres vir-
tudes teologales, sino que ha insistido en su relación profunda con
el sentido mismo de la vocación divina de todo hombre por Cristo
y su gran importancia en la vida personal del cristiano, así como en
toda obra apostólica, por ejemplo.

En una sociedad en que el hombre pierde el sentido de la vida y


de su propia existencia, hasta convertirse inconscientemente en
suicida en múltiples lugares, es bueno recordarle que tiene una

1. Estas son cuatro: fuerza, prudencia, templanza y justicia, pero no las


estudiaremos en estas páginas.

45

.1 •
vocación particular y divina anclada en la fe, la esperanza y el amor
(caridad), que se desarrolla en el corazón de todo hombre.

¿Por qué llamar "teologales" a estas virtudes? Porque nos abren


a relaciones directas con Dios. Teologal viene del griego Theós,
Dios, y de logos, que se toma en el sentido de relación, de proporción.

Porque el hombre sólo existe verdaderamente en relación, en


cuanto está cara a cara con Dios, aun si este cara a cara se vive en
una cierta" obscuridad", o incluso inconsciencia. Fuera de este cara
a cara en que el hombre está invitado a entrar y crecer, la vida pierde
su sentido verdadero, que finalmente es místico, es decir fundado
en una unión siempre más fuerte con Cristo.

Las virtudes teologales sobrenaturales son aquellas que adaptan y


proporcionan nuestras facultades espirituales para que podamos entrar
en relación directa (mística, y no solamente ritual) con Dios. Consti-
tuyen fuerzas espirituales por las cuales estamos en comunión con la
vida, que es la vida del mismo Dios.

La fe como virtud implica la noción de "creer en" y, en lenguaje


bíblico, muchos verbos hebreos se aproximan a esta realidad. Existe
primeramente el verbo 'aman' que significa resistir (en un sentido
de solidez) o bien apoyarse en (algo cierto). Salidos del verbo
'aman' aparecen dos sustantivos: 'emouna ', la fidelidad y 'ernet' ,
la verdad. Estas consideraciones son importantes para delimitar lo
que es de hecho la actitud de fe del creyente. En el Antiguo
Testamento, creer en Dios se desarrolla a partir de la idea de solidez,
de apoyarse con seguridad, de no tropezar. La fe es así un acon-
tecimiento personal, que da a la existencia humana una especie de
solidez en Dios (exclusivamente).

ASÍ, convertirse consiste en llegar a ser sólido en Dios. La fe que


el hombre no puede darse a sí mismo, lo transforma, porque está
fundada en una relación objetiva con Dios.

Hay otra cara de la fe que aparece en la antigua alianza y que se


prolongará hasta la nueva alianza, particularmente en San Juan: la

46
"fe-confianza" en Dios, que invita a una fidelidad toda de confianza,
pero que ciertamente no es el resultado de una facilidad. Ella
sobreentiende un esfuerzo, una práctica, una actividad que le per-
mitirá desarrollarse en el hombre.

En el Nuevo Testamento, la fe pasa más por Jesucristo y pone al


hombre enfrente de Aquel que vino a dar testimonio en la Verdad.
La fe (teologal) se transforma en una decisión personal que debe
trabajarse sin cesar. Cuando un buen número de discípulos de Cristo
se alejan de El, porque su palabra es muy fuerte (cf Jn 6,66), Jesús
se vuelve hacia sus apóstoles y les dice: "¿También ustedes quieren
irse?" Pedro contesta: (su decisión está dada aun cuando ignora
hasta dónde lo va a llevar) "Señor, ¿a dónde iremos? Tú tienes
palabras de vida eterna" (Jn 6,67-68).

En los Evangelios, los múltiples y frecuentemente mara-villosos


signos que realiza Jesús, están al servicio de la fe, de esa decisión
personal; "Muchos creyeron en su nombre al ver las señales que
realizaba" Un 2,23).

ASÍ, la decisión de la fe se realiza en la persona de Cristo, y nunca


es un efecto natural de la voluntad y la inteligencia. Creer en
Jesucristo es distinguir en El al Hijo de Dios, pero también entrar
en comunión, vivir con El un encuentro íntimo. De ningún modo
se trata de algún acontecimiento psicológico, sino de una conver-
sión del ser completo, por intervención del Espíritu Santo que -por
la fe- nos infunde la inteligencia misma de Cristo.

La fe teologal es pues un don de Dios, no como la creación es un


don de Dios, ni como el milagro, o más ampliamente los carismas
son un don de Dios. Este don único -a diferencia de los otros- nos
hace participante de la misma vida divina, en tanto que Dios es luz.

Sin embargo, si la fe es un don, esto no significa en modo alguno


que el hombre no tenga nada que ver o que él lo padece. Sino que
a él corresponde acoger la fe teologal con atención, apertura, deseo
y perseverancia, aun en las pruebas. Dicho de otra manera, el
hombre puede recibir la fe sin acogerla, por su propia voluntad, por

47
descuido o por inconsciencia. Aunque sea "potencialmente creyen-
te", se priva del dinamismo interno del don de la virtud de fe, que
él deja en un estado más o menos larvario. El famoso "creer
hasta ...", o bien, creer en Cristo pero añadiendo una dosis de
creencias individuales que asfixian la fe verdadera .. o incluso
rechazar creer (por motivos frecuentemente causados por cierto
pasado doloroso), ¡constituyen ~omo un reflejo en negativo de la
fe!

Insistamos en este punto que facilitará nuestra posterior com-


prensión del carisma de fe: la fe teologal frecuentemente es dada
por Dios, pero muy poco acogida por los hombres; un poco como
la parábola del sembrador (Mt 13,18-23), en que éste sale para
sembrar en cualquier parte, es decir, con gran largueza, sin cálculo,
sino con mera prodigalidad. La tierra recibe muy poco esta semilla,
quizá por ser muy pedregosa, o poco profunda, o incluso llena de
espinas que la asfixian ... En cuanto a la tierra suave, es decir, la que
acoge y actúa para mantener ese don gratuito de la semilla, da fruto
hasta el sesenta o ciento por uno .. lo que provoca fuertemente ese
famoso dinamismo interno de la fe cuando es recibida con ... hospi-
talidad. ¡Que quien tenga oídos, escuche!

La incomodidad de la fe

La fe es el Espíritu Santo en mí provocando la adhesión a los


pensamientos de Dios.

Esta fe es don de Dios, no solo en el sentido de ser gratuita, sino


también que sólo Dios puede producirla en mí. Es un aspecto de mi
"divinización". ¡Sólo Dios puede divinizar!

La fe (teologal) es el Espíritu de Dios que abre mi inteligencia


sobre un universo que la rebasa haciéndole ver el mundo en que
ella habita con algo de la inteligencia de Dios. La fe es Dios
invitándome a compartir, en la neblina, la luminosidad de su visión
del mundo.

48
Es decir que la virtud de fe es el misterio de la acción del Espíritu
Santo en mí, siendo el efecto los dones de inteligencia y de ciencia,
particularmente (estos son dos de los siete dones del Espíritu, en
sus misiones invisibles). Esto ya es mística ... y la mística más
mística es una profundización mayor de esta experiencia de la fe.

Es decir que la fe teologal es del orden de lo indecible. Ella no


se dice verdaderamente, aun sí está como recapitulada en el Credo,
porque siempre nos rebasará.

El cristiano no sólo está invitado a creer, sino a ejercitar y


expresar su fe, lo que es la mayor garantía de su crecimiento. Así,
siempre está dividido entre su fe y la expresión que puede dar de
ella. Las palabras humanas son insuficientes, porque la fe es mi
adhesión global a la verdad entera de Dios. Pero, a partir del
momento en que la digo, cono el peligro de fraccionarla, de "perder
una parte".

Esto no debe aternorizarme. Así es el orden de las cosas. Es la


condición misma de toda encarnación. El propio Jesús, en su vida
terrena, no podía expresar a Dios en plenitud. Porque "nadie ha
contemplado jamás a Dios" (l In 4,12). El es una luz inaccesible.
Para revelarse, debe descubrirse. Para mostrarse, debe esconderse
en una seúal, La señal es también El, pero ya es otra cosa ... Esta
señal, más allá de toda señal, o generadora de todas las señales y
que culmina la pedagogía divina, es el propio Jesús: Dios nacido
de Dios, pero también hombre; es el hombre que creemos: su
naturaleza humana nos esconde, al igual que nos revela, a Dios en
El.

Así sucede con mi fe; necesito expresarla y ejercitanne en esa


expresión, en tanto que la timidez, la independencia o el miedo de
ser criticado por otros, frecuentemente se opone a ello. Sin em-
bargo, su permanencia y su crecimiento son una exigencia. De no
ser así, si la dejo dormida, inactiva, no tarda en morir en mí. Debo
saber que toda expresión que yo le dé, será relativa, permanecerá
imperfecta, incapaz de agotar la riqueza del acto interior que causa
en mí el Espíritu. Pero esto no debe inquietarme. Es la incomodidad

49
normal de la experiencia de la fe y de la cual no podemos evadimos,
pero que nunca debe justificar alguna forma de pasividad en este
terreno.

La fe nunca es una "seguridad religiosa"; por ello sin duda es que


tememos, sobre todo en nuestro tiempo, ejercitarla y expresarla. La
fe me proyecta fuera de mi, en Dios, en lo desconocido, en el
misterio. Una vida de fe no es un equilibrio tranquilo, sino un
permanente desequilibrio en Dios.

No nos sorprendamos porque el Señor tenga tanta dificultad para


atraemos a la fe y recurra a todo tipo de medios, como las purifica-
ciones ... pero también los carismas, para que esta fe sea liberada en
su expresión y su crecimiento.

La fe y la Iglesia

Este es el último punto fundamental en una verdadera percepción


de la fe teologal: su relación con la Iglesia. La fe es un acto personal,
sí, pero no privado, y no lleva a una vida solitaria; tal y como
muchos cristianos tendrían tendencia a llevarla actualmente.

La existencia cristiana será en efecto transformada en tanto la fe


remita o no la Iglesia, en tanto posea o no un dinamismo orientado
hacia el cuerpo de Cristo.

Esta relación entre "fe" e "Iglesia" se vive de manera diversa en


los cristianos; algunos de los cuales temen quizá que su fe personal
se "comprometa" al contacto del cuerpo eclesial, 10 que es un error
magistral, con el pretexto de que la vida en Iglesia no siempre
parece expander en el hombre el dinamismo de la fe.

La verdadera fe, teologal (y no una cierta creencia personal),


incita siempre a una vida eclesial, porque es un don concedido
prioritariamente a la Iglesia entera y ese don es entregado luego al
individuo, sólo en consideración de la Iglesia.

50
La fe de la Iglesia lo lleva siempre a la fe personal, porque la
primera es infalible, mientras que la segunda no lo es. Cuando
Cristo declara a Pedro: "Yo construiré mi Iglesia" (Mt 16,18), El
piensa en el Cuerpo entero y a este último promete la perpetuidad
y la infalibilidad. Pedro recibió la revelación del Padre con miras a
la Iglesia de Cristo.

La fe de la Iglesia está más iluminada que la de cada uno de los


cristianos, aun cuando se tratara de un doctor de la Iglesia. Es a la
Iglesia, Cuerpo de Cristo, que el Santo Espíritu conduce a la Verdad
total.

La fe teologal sólo se explica y se recibe en un amor sobrenatural


que Dios suscita en el alma pr su propia Verdad divina. Es así
como Santo Tomás de Aquino ha podido decir: "El comienzo de la
fe está en el amor", es decir, el amor por la verdad de Dios que el
hombre no puede adquirir por sus propias fuerzas, que sólo Dios
puede comunicar, pero 'jue el hombre siempre puede rehusar.

El impulso de la fe, que es una respuesta del hombre a los avances


del amor de Dios, está significado en la expresión "creer en" que
traduce un movimiento de total donación del hombre a Dios, en un
deseo de amor y de confianza total.

Así comprometida, la fe teologal conlleva dimensiones muy


diferentes a las puramente intelectuales (sin que por ello se
excluyan). No se reduce a la simple creencia con que frecuente-
mente se le confunde. Añade al movimiento del Espíritu el don
total del ser a otro ser: Jesucristo con quien nos hace "simpatizar
real y profundamente", retornando una conocida fórmula de
Maurice Blondel.

La fe no es un sector particular de la vida del hombre. Concierne


todo su ser y 10 penetra totalmente en cada uno de sus actos, en la
variedad y multiplicidad infinitas de sus compromisos personales,
familiares, profesionales y de diversión.

51
Terminemos con una consideración esencial: Dios no deja de
estar en busca de la fe del hombre 1, en un amor que, por anticipado,
da todo de sí mismo en su Hijo a través de la historia, que es así
historia de la Salvación, historia de las iniciativas de Dios.

La experiencia de los carismas

Conviene situar los carismas en otro nivel, entre ellos el de fe.


Recordemos brevemente que los carismas no son una invención de
la Renovación llamada "Carismática" y que ellos conservan, en
todo tiempo, un lugar importante en el régimen de la gracia.
Esquemáticamente, en una visión tradicional y genial de la teología,
la llamada gracia santi ficante o transfonnante del hombre por el Amor
de Dios, es vehiculada por cuatro grandes" canales" llamados: misiones
del Espíritu Santo.

Hay dos misiones llamadas "invisibles", seguramente porque su


impacto se sitúa primeramente en profundidad (de manera invisi-
ble) y progresivamente suscita en nosotros frutos cada vez más
concretos. Esas misiones invisibles son las virtudes y los dones del
Santo Espíritu, que son siete y que no hay que confundir con los
carisrnas.

Las otras dos misiones, llamadas visibles porque conllevan una


manifestación tangible, comunicando o haciendo nacer una reali-
dad invisible pero muy real, son los sacramentos y los carismas.

Los sacramentos, verdaderos fundamentos de la vida cristiana, no


los trataremos, porque son mejor conocidos de la conciencia cristiana.

En cuanto a los carismas, constituyen una gracia particular de


Dios que no depende en absoluto de la calidad espiritual ni de la

1. Es decir que El la "distribuye" sin avaricia ni favoritismos, como se le ha


acusado frecuentemente.

52
santidad de la persona que los recibe ... sino sólo por su gracia y con
la meta exclusiva de la edificación interna o externa de la Iglesia.
Yo entiendo por edificación interna todo lo que compete a la
componente existencial y comunicante del Cuerpo de Cristo (uni-
dad, exhortación, enseñanza, etc.). La edificación externa compete
a la misión de ese mismo Cuerpo, es decir, a la capacidad evangeli-
zadora que le permité acoger en su seno a nuevos creyentes.
Muchos tienen miedo de un sedicente proselitismo de la Iglesia,
omitiendo muy curiosamente su preocupación por la salvación de
los hombres y en consecuencia, su misión de anunciar en tiempo y
destiempo la verdad de Cristo, aun cuando esto no sea del gusto de
todos. ¡El Santo Padre lo sabe, y reticencias u hostilidades
manifiestas no lo hacen callar! ...

La originalidad de los carismas es que alcanzan el plano fenome-


nológico, es decir que su ejercicio e impacto sobre la gente se hace
en un nivel sensible ... esto inquieta a veces algunas opiniones
religiosas que temen a lo "maravilloso".

¡Frecuentemente se quiere que los "carismas no se vean"! Qué


problema ... porque son dados por Dios precisamente para ser vistos,
escuchados o percibidos "tangiblemente" de un modo o de otro.

Es así normal que la práctica carismática "se haga notar", no con


una intención de vedetismo, sino por la característica misma de la
gracia que la mueve. No olvidemos que los carismas, cuya lista no
exhaustiva nos entrega San Pablo (cf ICor 12), forman parte de las
misiones visibles del Espíritu Santo, acordadas sin cesar a la Iglesia
para que sean desplegadas ...

Un paralítico que se levanta o un tumor en el cerebro que sana,


eso se ve y se toca efectivamente ... Es culpa del caris- ma ... es
decir, de su autor: ¡Dios!

Un canto en lenguas, una palabra de profecía o de conocimiento


inmediato que se da en una reunión de oración, se escucha ... Allí
está una vez más un fenómeno espiritual sensible, audible, exclu-

53
sivamente ligado a su identidad carismática ... ¡qué decir ante esto,
si es la Sabiduría divina quien lo ha decidido así!

Es verdad que toda manifestación sensible en el orden de la


gracia puede estar sujeta a desviación, ilusión, exaltación, falsifi-
cación, etc. Por ello es necesario el discernimiento eclesial en los
grupos de oración, no con una finalidad represiva, sino verificadora,
para conservar lo que es bueno (l Ts 5,21).

La práctica solitaria de un carisma, cualquiera que éste sea, jamás


podrá perdurar sin riesgo de error. Es por ello que los sitios de reunión
de los cristianos también son lugares donde emergen los diversos
carismas para el bien común, en un espíritu de sumisión mutua y el
deseo primordial de unidad y comunión.

Señalemos finalmente que el ejercicio de un carisma el que sea


es transitorio en una persona, es decir, con una expresión efímera
(aun si se repite frecuentemente), o ligado a circunstancias o
necesidades particulares del grupo o de ciertos individuos presen-
tes. Se trata de un don de gracia, "inmerecido", ¡al cual no se puede
predisponer ya cuya eclosión se asiente frecuentemente con admi-
ración!

Lafe carismática

El carisma de fe, primer objetivo d~ este libro, tiene una origi-


nalidad muy especial, no ligada directamente a la sanación como
lo veremos. Aquel que lo recibe es movido de manera súbita e
imprevisible por una especie de moción interior que lo "empuja"
hacia una persona o una situación para que pueda realizarse la obra
preparada por el Señor. No porque Dios no pueda hacerla solo, sino
que su amor quiere tener necesidad del hombre, volviéndolo co-
laborador de su propia tarea.

Insistamos en el carácter imperioso (aunque siempre subjetivo y


necesitando un fino discernimiento sobre el que volveremos a

54
hablar) de esta moción carismática de fe que puede animar más o
menos súbitamente a una persona, en una asamblea de oración o en
una celebración particular.

Su persistencia y su acentuación en algunos minutos incitan


realmente a aquel (o aquella) que la porta, a "ir hacia ..." en una
diligencia de "confianza instantánea" no proporcionada a su propia
fe teologal.

Es como si le fuera dado creer que en una circunstancia deter-


minada, frente a un enfermo, por ejemplo, Dios no solamente
quisiera, sino pudiera tocarlo y sanarlo. Por eso se trata de una
moción de fe no teologal, sino carismática, ligada a una postura
muy precisa ... y urgente. En el momento no hay otra cosa que
interese, sino hacer llegar lo que el Espíritu permite presentir con
fuerza.

Tal sentimiento interior desencadena temor o resistencia muy


comprensibles, ya que se piensa que es imaginario ... Y sin embargo,
su persistencia confunde, como si la represión de tal moción causara
un pesar o una profunda insatisfacción ... la impresión de una cita
preciosa a la que no se acude o una huida frente a una verdad que
se descubre.

Sumergido en la experiencia de tal moción, finalmente puede o


bien alejarla de la consciencia (no sin pena o dolor), o ceder ante
ella e incitar a la "persona-objeto" a ir a donde señala la moción, lo
que sucedió -por ejemplo- en el caso de Chantal presentado al
principio de este libro.

Quien ejercita así, en el momento y de manera imprevisible, el


carisma de fe, se convierte en artesano del proyecto divino en lo
referente al asunto o la situación considerada.

La experiencia transitoria que está viviendo, finalmente se revela


pasiva, aun si se considera necesaria la audacia de expresar sensible-
mente esta moción ... puesto que se trata de un carisma.

55
Por otra parte, el impacto de esta experiencia carismática sobre
su "objetivo" (volvamos a tomarel ejemplo de un enfermo que Dios
tiene "en proyecto de sanar"), ciertamente no es pasivo sino más
bien activo ... y aquí entramos al meollo de la pedagogía divina y al
por qué del carisma de fe.

¿Qué busca esta moción de fe en el enfermo? Su disposición,


necesaria para Dios para que El pueda realizar su designio de
misericordia ... Esta disposición es la fe, en este caso, teologal.

El carisma de fe es dado para suscitar en el prójimo una mayor


acogida a la fe teologal, la cual será determinante para que Dios pueda
actuar, porque frecuentemente El tiene necesidad de la fe de sus fieles
para realizar su obra. En su Misericordia, El "inventa" el carisma de
fe para estimular la fe teologal. Es así como este carisma inédito (en
la Renovación, pero conocido y ejercitado desde hace dos mil anos
en la Iglesia) contribuye a la vitalidad y a la edificación del Cuerpo de
Cristo, r.si como a la realización de los proyectos divinos.

La fe carismática, espontánea, fuerte y transitoria de uno, viene


a buscar y como a liberar la fe teologal del otro. No solamente de
uno más, sino de todos aquellos que =gracias al aspecto sensible y
a la práctica del don espiritual-- asistirán al acontecimiento
y quizá, serán llevados a participar activamente. También ellos se
beneficiarán de esta moción carismática de fe para crecer en su
propia fe teologal, que es la fe de la Iglesia.

Subrayemos que no se trata de crecer en la fe exclusivamente en


lo que Dios está realizando en el momento (hacer caminar a Chantal,
por ejemplo), sino que a partir de ese acontecimiento signo, crecer
más ampliamente en la fe, en la verdad del Cristo Vivo.

Este carisma específico tendrá por efecto suscitar y liberar la fe


teologal que Dios necesita, porque es respuesta a su amor en
búsqueda del hombre.

Allí reside el poder de evangelización del carisma de fe y su


originalidad propia, totalmente eclesial.

56
En cuanto a aquel que ha experimentado esa moción de fe, es
posible, no seguro, que él mismo crezca en su propia fe teologal.
El sólo ha sido el instrumento momentáneo de la gracia de Dios, y
si eso vuelve a producirse en otras ocasiones, volverá a encontrarse
pobre y temeroso frente al mismo carisma. Sus resistencias no
habrán acabado y sufrirá por sentirse tan "refractario" al impulso
del Espíritu, porque ciertamente su posición no es envidiable. Si su
carisma es auténtico, él preferiría de pronto "refugiarse en un
agujero", pero sabe que su responsabilidad del momento es impor-
tante, quizá irrernplazable, y que debe obedecer dócilmente a esa
moción de la gracia, ya que corre el riesgo de entristecer al Espíritu
Santo y frenar la obra de Misericordia, si no le corresponde.

El milagro del agua

Ya he precisado que el carisma de fe no está ligado directamente


a la sanación, pero sí a la reconciliación y más ampliamente a toda
circunstancia 'donde Dios desea manifestar su poder de Amor y
donde éste, misteriosamente, requiere de la fe (teologal) de una, de
varias o de muchas personas.

Una historia verdadera nos lo hará comprender mejor. Su pro-


tagonista, con carisma de fe reconocido y ejercitado durante mucho
tiempo, se llama Jean Paul Regirnbnl, sacerdote religioso trinitario de
Quebec, que figura entre los fundadores de la Renovación carismática
canadiense. Yo "trabajé" personalmente con él y mi admiración por
su calidad de alma, su celo misionero y su audacia para anunciar la
Verdad, son muy fuertes.

Su convento se sitúa en la periferia de una pequeña ciudad ~uebe-


quense de cincuenta mil habitantes, llamada Granby. El atraía cada
semana miles de personas a la Eucaristía, la celebración por los
enfermos, o la adoración del Santísimo Sacramento.

1. Hablo en copretérito porque las actividades evangelizadoras del Padre


Regimbal acabaron con su salud y lo obligaron a "retirarse".

57
Hace unos quince anos, durante un verano canadiense particu-
larmente caluroso, la ciudad de Granby tenía una escasez crucial
de agua. El pequeño río que la cruzaba estaba casi seco y la gente
padecía penurias, sobre todo en el hospital, donde la sobrevivencia
de algunos enfermos se veía comprometida por esta calamidad.
Faltaba agua y los camiones cisterna que abastecían resultaban
insuficientes. La situación empeoraba día con día y el cielo con-
tinuaba sin nubes.

Un día, ante el Santísimo Sacramento expuesto, el Padre Regim-


bal recibió una moción de fe que lo sobrecogió: tenía que reunir a
los cristianos de Granby para celebrar una Eucaristía durante la cual
se consagraría una intercesión especial ante el drama de la escasez
de agua. ¿Ilusión? ¿Orgullo? ¿Sugestión de la imaginación? Todas
las especulaciones intelectuales lo asaltaron ... pero la moción con-
tinuaba: tenía que ...

Armándose de valor, lean Paul Regimbal habló con su superior,


quien no vio ningún inconveniente, haciendo notar únicamente que
ningún lugar religioso de Granby podría contener uri.gran número
de fieles. Había que innovar y la única solución era el estadio
municipal. Después de consultar al Ayuntamiento, éste señaló un
plazo de varios días para dar respuesta ¡y la dio negativa!

La moción de fe persistía en una especie de "santa obstinación"


y el Padre Regimbal, animado por esta seguridad interior ligada al
carisma de fe, decidió buscar al alcalde, de quien finalmente pudo
obtener la autorización para una gran reunión religiosa en el estadio
de la ciudad. Estos trámites no se lograron sin humillaciones ni
burlas, pero algunos días más tarde varios miles de cristianos se
reunieron, bajo un sol de plomo, para orar, pedir un "milagro" al
Señor y celebrar la Eucaristía.

El carisma de fe del Padre Regimbal había como "catalizado" la


fe teologal del pueblo cristiano de Granby y todos esperaban una
señal del cielo ... Todos habían dado un paso suplementario al "creer
en", con el riesgo de resultar seriamente despechados si nada
sucediera! Riesgo para ellos y sobre todo para el Padre Regimbal

58
quien, por ejercitar su carisma, aparecía como fiador de Dios.
Porque él no había dicho: "quizá el Señor escuchará y hará algo por
mejorar las condiciones de vida de los habitantes de Granby". ¡El
se había atrevido a anunciar con seguridad 1 que Dios iba a intervenir!

¿Galvanización de una masa o liberación del poder de la fe de


un pueblo? Los psicólogos siempre podrán invocar el primer diag-
nóstico, basándose en su competencia. En cuanto a nosotros, sabe-
mos que la fe, aumentada y cristalizada por una relación carismática,
puede mover montañas.

Dios siempre escucha a los suyos, cuya fe viene a buscar, y


durante la larga intercesión pública con que concluyó la celebra-
ción, cayeron trombas de aguas sobre Granby y sus alrededores,
contradiciendo f1agrantemente los pronósticos meteorológicos.
Hubo incluso necesidad de suspender la liturgia antes de tiempo a
causa de un verdadero diluvio. ¡Muchos carros se quedaron atasca-
dos por la inundación!

Cuando Dios quiere dar, hay que esperar abundancia ... Es inútil
describir la alegría de los habitantes de Granby ... y las burlas
amargas de los adversarios de la fe, acusando a Jean Paul Regimbal
de haber "dado el golpe" con la colaboración del meteorológico,
etc.

Como le hace decir Marcel Pagnol, en "Manan des Sources", al


.alcalde comunista del pueblo: "¡Un milagro, eso no se perdona!"

Un último signo tangible recuerda este acto salvífico de Dios en


Granby: desde entonces, el pequeño río que atraviesa la ciudad no
baja nunca de nivel, sea cuando se derrite la nieve o el.• pleno
verano ... Recuerda, a su modo, que las misericordias divinas no se
agotan y que el Señor ha liberado a su pueblo de un grave peligro.
Pero sin duda necesitaba de la fe de los suyos, una fe liberada y
puesta en acción por una simple intervención carismática ...

1. Esta seguridad se llama 'Paresia ' en los Hechos de los Apóstoles y anima
tranquilamente pero de manera inquebrantable la fe de los discípulos a partir de
Pentecostés.

59
CAPITULO IV

El carisma de fe en las escrituras


y en la hagiografía

Jesús y el carisma de fe

El Evangelio honniguea de episodios relativos al carisma de fe,


sobre todo en la persona de Jesucristo. Algunos se sorprenderán al
saber que el mismo Jesús practicaba los carismas; sin embargo, esto
no es para sorprender puesto que, siendo Hijo de Dios, no era menos
hombre plenamente, revestido de la unción total del Espíritu, en-
viado por el Padre en el mismo poder del Espíritu. Si Jesús cumplía
constantemente la voluntad de su Padre, era gracias a una penna-
nente escucha del Espíritu, quien le comunicaba constantemente la
voluntad divina ... tan bien que muchos teólogos han podido decir
del Espíritu Santo que El era el "guía espiritual", o incluso el "Padre
espiritual" de Cristo. Llamarlo "Padre espiritual" no significa de
ninguna manera que sea concurrencial de la paternidad divina, sino
que más bien evoca la imagen del director espiritual.

El Espíritu, del cual estaba colmada la humanidad de Cristo, lo


informaba por lo tanto constantemente de la voluntad divina, inclu-
yendo la realización de hechos sensibles, incluso extraordinarios,

61
como la sanación, el milagro, la profecía, etc., expresiones caris-
máticas diversas en la vida de Jesús.

La diferencia entre los carismas de Jesús y los de los apóstoles ...


o más generalmente, de todo miembro de la Iglesia, reside en el
hecho de que sólo Jesús estaba revestido de la plenitud del Espíritu
(al igual que su propio cuerpo, transformado en la Iglesia). Por lo
tanto, El gozaba de la Plenitud de carismas, según la voluntad del
Padre y en la moción del Espíritu. En cuanto a los apóstoles y los
discípulos, participan del don del Espíritu hecho a la Iglesia, pero
cada uno según su gracia; es decir, parcialmente, y según lo que ese
mismo Espíritu suscitará en cada quien.

¿En qué ocasiones ejercitó el carisma de fe? Algunos ejemplos


nos bastarán: 1

- Me 5, 39-42: "Habiendo entrado en la casa del jefe de la


sinagoga, cuya hija acababa de morir, El les dijo: '¿Por qué ese
tumulto y ese llanto? La niña no ha muerto, ella duerme.' (afirma-
ción segura de una obra inminente de Dios). Y ellos se burlaban de
El (humillación habitual ante un aserto que desafía la lógica y la
inteligencia) Tomando la mano de la niña (notemos la importancia
de realizar un gesto de fe) El le dijo: "Talitha kum ', que significa:
'Hijita, yo te lo digo: j levántate!' Inmediatamente la niña se levantó
y empezó a caminar, pues tenía doce años. Y a ellos los embargó
un gran estupor" (movimiento de "sideración" susceptible de pro-
vocar un movimiento de adhesión en la fe).

- Le 9, 12-17: "El día terminaba. Aproximándose, los doce le


dijeron: 'Despide a la multitud para que vayan a los pueblos y
granjas de los alrededores para que busquen alojamiento y alimen-
tos, porque aquí estamos en un .lugar desierto (circuns-tancia que
comprueba dónde Dios se hace concretamente caritativo). El les
respondió: "denles ustedes mismos de comer' (anuncio de fe que
invita a crecer más a la fe de los discípulos por el carácter inesperado

l. Los comentarios de estos textos (entre paréntesis) de ningún modo pretenden


ser exegéticos, sino sólo poner de manifiesto algunos puntos clave ligados a la
práctica del carisma de fe.

62
de la orden) Ellos obedecieron (obediencia de la fe que precede la
ratificación de la comprensión, siendo facultativa esta última, por-
que la fe no es "recapitulada" por la inteligencia humana) y los
hicieron tenderse en el piso. Tomando entonces los cinco panes y
los dos peces, Jesús levantó los ojosal cielo, los bendijo", los partió
y los distribuyó a sus discípulos (son ellos lo que se benefician
primeramente de la fe de Cristo, en lo que va a realizarse milagro-
samente, a fin de que su propia fe sea liberada) para que los
distribuyeran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse" (Cristo
colma, pero "quiere" pasar manifiestamente por la fe, incluso
naciente, de los suyos para realizar su obra).

-Jn 4, 46-53: "En Cafamaúm había un alto funcionario real cuyo


hijo estaba enfermo. Sabiendo que Jesús había llegado, fue a
buscarlo y le rogaba que fuera a sanar a su hijo que estaba murién-
dose (situación de desamparo, donde Dios no puede permanecer
insensible). Jesús le dijo: '¡Si no ves signos y prodigos, no creerás!'
(Dios está en busca de la fe del hombre). '¡Señor, ven antes de que
muera mi hijito!' (Impulso de esperanza humana que la réplica
segura de Jesús va a transformar en un movimiento de fe admira-
ble). 'Vete, tu hijo vive' (moción carismática de fe en Jesús, que va
a anclar radicalmente la confianza de este funcionario). El hombre
creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino
(sin sombra de duda, en una colaboración activa, total, con la
promesa divina) 'Ayer, a la hora séptima, la fiebre lo dejó'. El padre
reconoció que era la misma hora en que Jesús había dicho: 'Tu hijo
vive' y creyeron él y toda su fami lia ' (impacto evangelizador
notorio de una palabra de fe y de su propia realización: paso de la
fe en un hecho, la curación del hijo, a la fe en una persona:
Jesucristo ).

Apóstoles y carismas

Desde Pentecostés los discípulos de Cristo reciben ese mismo


carisma y lo ejercitan abundantemente, como lo atestigua el pasaje

1. Prefiguración de la Eucaristía.

63
de los Hechos de los Apóstoles, en un contexto de Iglesia naciente,
llena de vigor y de audacia para anunciar la Buena Nueva ... con
riesgo de persecución, que de hecho no tardaría en llegar.

- Hechos 3, 3-10 "Estando Pedro y Juan a punto de entrar al


Templo, el tullido de nacimiento les pidió una limosna (su petición,
como su fe, están de modo manifiesto limitadas a la medida de su
espera habitual: algunas monedas para sobrevivir). Entonces Pedro
puso sus ojos en él, al igual que Juan, y dijo: 'Míranos ' (Pedro
parece experimentar en sí una moción de fe) 'No tengo oro ni plata,
pero lo que tengo te lo doy: ¡en nombre de Jesucristo, el nazareno,
camina!' (palabra de seguridad en la fe, reservada a este paralítico,
mientras que decenas de ellos se encontraban cada día a las puertas
del Templo). Y tomándolo por la mano derecha, lo levantó (gesto
destinado a acrecentar la confianza del inválido en su curación,
acompaúándolo físicamente en su "levantamiento") Al instante, sus
pies y sus tobillos se reafirmaron. ¡De un salto se levantó y empezó
a caminar! (poder de Dios que se manifiesta más allá de toda espera
racional). El entró con ellos al Templo, carninando, saltando y
alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio y se llenó de espanto y de
estupor" (impacto evangel izador que prepara él la multitud al acceso
de la fe en Jesucristo. Esta va a tomar f0I111aen la conciencia del
auditorio por el famoso discurso de Pedro, que proviene del carisma
de ciencia, viendo que su poder "rnediatizador" no está ligado a una
elocuencia previa ... en él, un simple pescador ...)

- San Pablo usará particularmente el carisma de fe. Uno de los


testimonios más conmovedores (transcrito por Lucas) se encuentra
en los Hechos, capitulo 20,7-12: "... Estábamos reunidos para la
fracción del pan; Pablo (. ..) platicaba con ellos y prolongó su charla
hasta la media noche (... ) Un joven llamado Eutico estaba sentado
al borde de la ventana y se estaba quedando dormido mientras Pablo
seguía hablando. Vencido por el sueno, cayó desde el tercer piso.
Lo levantaron ya muerto (circunstancia accidental trágica donde el
Espíritu va a inspirar a Pablo un impulso carismático de fe). Pablo
bajó, se inclinó hacia él, lo tomó en sus brazos y dijo: "No os
inquieteis pues su alma está en él" (pareciera que Pablo estuviese
frente a cualquier hecho banal, siendo que un hombre está muerto.

64
De hecho, la convicción tranquila en que se instala la moción de fe,
lo vuelve sereno ... y le permite prolongar su enseñanza sin inquietud
e incluso come en paz). Subió luego, partió el pan y comió 1. Platicó
largo tiempo hasta el amanecer y luego se marchó. ¡En cuanto al
muchacho, lo trajeron vivo y se consolaron no poco!".

Fe carismática en los santos

Los santos nos proveen de innumerables manifestaciones del


carisma de fe y abundar en estas citas haría penosa la lectura. Un
solo caso -eminente en el terreno que nos ocupa- retendrá nuestra
atención.

Se trata del Bienaventurado hermano Andrés, religioso que


bequense, beatificado en mayo de 1982 por el Papa Juan Pablo II.

Nació el 9 de agosto de 1845 y como corría peligro de muerte,


sus propios padres lo bautizaron. Sobrevivió ... y de qué manera,
pues murió a la edad de noventa y dos años. Sin embargo, su salud
rara vez lo dejará en paz, a él, a quien el Señor escogió para ser
instrumento de consolación y de sanación de miles de enfermos.

Su historia es muy rica y no podría transcribirse aquí. Lo que


marca particularmente su personalidad es su humildad unida a una
obediencia que le hacía vivir todo como providencial y con buen
humor. "Cuando entré en la comunidad, mis superiores me pusieron
en la puerta y allí me quedé cuarenta años", decía, para reír,
haciendo alusión a su sencilla función de portero.

Su carisma de fe apareció desde sus primeros años de religión,


pero de una manera particular. El sabía que Dios quería un santuario
a San José, en el Monte Real... y esta moción lo animó (con altas y
bajas) durante decenios hasta el final de su vida llevando a muchos

l. Hay quienes ven aquí una prefiguración de la Eucaristía, pero esta hipótesis
es poco probable.

65
otros tras él en la fe de este proyecto divino que se realizó plena-
mente hasta después de la muerte del hermano Andrés, en 1967.
Cuando llegó a los ochenta años, los trabajos ya habían empezado
y Andrés estimulaba la fe de numerosos amigos y colaboradores en
pro de esta enorme tarea.

Como respuesta a la fe de todos éstos ... y la del hermano Andrés,


hoy día, en el centro de Montreal se asienta el más grande santuario
mundial a San José, de ciento cincuenta y cuatro metros de altura,
recordándonos que al iniciar su vida religiosa, el hermano Andrés
colocó una estatuilla al borde de su ventana, desde donde se percibía
el Monte Real, totalmente raso en aquella época. Cuando le pregun-
taban por qué la estatuilla daba la espalda a los visitantes y veía hacia
la montaña, él respondía en la fe (carismática): "Es que San José
quiere ser honrado especialmente en el Monte Real".

El hermano Andrés ejercitaría ese carisma de fe de manera


preferencial con los enfermos que lo acosaban. Su preocupación
consistía en hacerlos colaborar en su propia curación, cuando él
mismo sentía (moción de fe) que el Señor deseaba intervenir. El
nunca dudó en tomar todo el tiempo que fuera necesario y con una
gran docilidad al Espíritu, para no hundirse en el hábito de su propio
carisma y para crecer en la fe en lo que Dios mismo quiere realizar
en los cuerpos o en las almas heridas de los múltiples visitantes.

Para algunos de ellos, será gracia de sanación, para otro, una


gracia de paz; para un tercero, aceptar el sufrimiento. El carisma de
fe del hermano Andrés le permitía ayudar a las personas a penetrar
en la gracia que el Señor tenía preparada para cada una de ellas.

Si él no recibía alguna moción de fe especial para cierta persona,


simplemente la confiaba a la Misericordia, después de haberla
escuchado. Nunca "forzaba" su carisma y siempre procuraba serie
sumiso, sin querer dar más que lo que le dictaba la inspiración en
el orden de la fe.

Pasaba horas acompañando a algunos, ayudándoles a vencer su


resistencia, su miedo... a tomar conciencia del don de Dios y

66
animándolos a recibirlo, lo que a veces necesitaba de una larga
"domesticación". Incluso allí se impone una conclusión: una mo-
ción de fe vuelve prioritario aquello hacia lo que se orienta y el
hermano Andrés sabía "perder su tiempo" en la intercesión para
llevar de cierto modo a los visitantes enfermos a su propia sana-
ción ... si él recibía la certeza inspirada.

Es verdad que la oración formaba parte integrante de su vida y


eso explica en parte por qué un carisma de fe, unido al de sanación,
pudo alcanzar tal amplitud en ese pequeño hombre enclenque, que
fue siempre desdeñado por algunos de sus hermanos de religión ...
jO considerado como estorboso por otros!

Durante una violenta tempestad le llevaron una joven paralítica,


cargada por cuatro personas. El hermano Andrés se arrodilla,
animado súbitamente por la certeza de que Dios quiere sanarla. El
ora intensamente, practicando una unción de aceite sobre las pier-
nas de la enferma. "¿Te sientes mejor?" le pregunta, serio. "Co-
mienzo a sentir calor en la piernas". "Está bien, hija, sigamos
orando". Y aumenta la oración y la unción. El calor se transforma
en dolor intenso. El hermano Andrés está seguro de él... y del poder
de Dios. El toma la muchacha por las manos y le ordena levantarse ...
y ella empieza a caminar, por el gozo ... y sobre todo la fortificación
en la fe de su entorno.

Más tarde, llevado a la cabecera de una madre de familia mori-


bunda, le dicen que es demasiado tarde. El médico ya firmó el
certificado de defunción, pensando que la enferma tiene sólo al-
gunos minutos de vida. Andrés se estremece internamente y experi-
menta de nuevo lo que él comienza a conocer muy bien: la moción
de fe. Se arrodilla, quita delicadamente la sábana e impone la mano
sobre la frente de la agonizante, orando. Esta abre los ojos después
de algunas decenas de minutos en que el hermano Andrés "insiste"
en la intercesión, con la certeza previa del don del Dios. Ella
murmura: "tengo hambre" ... Está totalmente sanada.

y o creo que la clave de esta unción de sanación que residía en


el hermano Andrés se encuentra en una de sus reflexiones: "Ustedes

67
me piden la curación como si yo fuera médico. Tengan más bien
confianza en Dios. Muchos enfermos se sanarían si fueran más
perseverantes".

Es en esta confianza y perseverancia que interviene el carisma


de fe, cuyo interés primordial consiste en hacer crecer al sujeto que
concierne en una mayor acogida de su fe teologal, ya animarlo por
"un contagio bienaventurado" de la moción carismática de fe, a
la confianza en ese Dios de amor que nos visita en medio de
nuestro sufrimiento.

68
CAPITULO V

Génesis de un carisma de fe

Las primicias

Si nuestra reflexión refleja una auténtica intuición profética (la


cual parece concretizarse ya en algunos lugares), podemos confiar
en una próxima eclosión del carisma de fe en el seno de la Reno-
vación ... ¡en la medida en que esa Renovación quiera permanecer
carismática!

Sin embargo, esta promesa no garantiza todo tipo de actitudes


desequilibradas en que con sólo mirar un inválido se le ordene
levantarse para la Gloria de Dios. La Renovación ya conoce ese
tipo de demostraciones lamentables en que aquí y allá han podido
contribuir a desacreditarla ante los ojos de la opinión pública o
religiosa.

Abrirse a ese nuevo carisma no significa en modo alguno pre-


cipitarse a él, o incluso buscarlo en una especie de codicia espiritual
que mal esconde necesidades de reconocimiento o de "gloria per-
sonal" ... Efectivamente, no hay nada como ese tipo de carisma para
atraer la atención ... ¡pero cuidado si viene a dar ocasión de burla,
desdén, rechazo a los dones de Dios! ... ¡y sobre todo de sus frutos,

69
a partir de argumentos justificados! Ciertamente la prudencia in-
cluye la audacia, pero está subordinada a la sabiduría.'

Más bien examinemos cómo es susceptible de 'aparecer un


carisma de fe. Y digo bien "aparecer", porque son excepcionales
los casos en que llega como paracaídas y ya adulto. En la mayoría
de los casos conoce una fase embrionaria, de maduración, que
conviene discernir y respetar para no estropear la delicadeza del
don divino mezclando muy pronto su "burda mano" humana.

Un carisma de fe aparecerá -salvo el buen gusto divino, que nos


reserva sorpresas- en el seno de un grupo de oración (o de una
comunidad) reconocido. Evidente, dirán ustedes, falta aún enten-
demos sobre la noción de grupo de oración reconocido. Si éste se
encuentra aún en sus inicios, todavía no sale de un estado caótico:
seguramente su inmadurez no permitirá la emergencia de un caris-
ma de fe (de hecho, tampoco el de conocimiento inmediato).

Así pues, si un grupo de oración se sabe ante la evidencia de su


propia inmadurez, su perspectiva no debe situarse en principio en la
búsqueda de carismas, sino de una estabilidad y una vocación propia,
particularmente misionera o apostólica, al servicio de la Iglesia.

Un carisma de fe aparecerá en un grupo de oración reconocido


y viviendo la Koinonía, es decir la comunión fratema, con los
medios que implica para vivir en la unidad, compartiendo, escu-
chando la Palabra de Dios y con vida sacramental. .

Las divisiones internas en un grupo o comunidad invalidan


mayormente la eclosión de los carismas, incluyendo el de fe. 1

Los problemas se acrecientan particularmente en lo relativo al


espíritu de obediencia y de sumisión mutuos que debe animar a todo
miembro verdadero y comprometido de un grupo de oración. Es
indispensable el reconocimiento de una autoridad, no necesaria-

l. De allí la necesaria promoción del valor esencial del perdón recibido y del
perdón otorgado.

70
mente sacerdotal, pero en unión (de una manera u otra) con la Iglesia
local. Muchos grupos de oración se apoyan en la noción de pastor o
responsable, en tanto que el Espíritu, a todo lo largo de la historia
de la Iglesia, nunca ha dejado de fundar comunidades dotando a un
hombre o una mujer de un "ministerio" de unidad, ayudado en
general por algunos consejeros o ancianos (u otro nombre).

El grupo debe pennanecer a la escucha del Santo Espíritu en una


vida regular de oración fiel e interiorizada. La dimensión litúrgica
dentro de los grupos de oración favorece la emergencia de carismas,
aunque pueda parecer paradójico.

Finalmente, la preocupación perseverante de intercesión y de com-


pasión ante los diversos sufrimientos del mundo, cercanos o lejanos,
sólo puede favorecer la eclosión del carisma de fe.

Este carisma manifestará sus primicias porun índice proveniente


de la convergencia de dos factores:

- por una parte, la aparición en algún miembro del grupo (o en


varios), de impulsos internos inhabituales, no ligados a un ambiente
emocional favorable y que pueden desaparecer para resurgir luego
e on más o menos fuerza. Esta experiencia es considerada como una
especie de sensibilización transitoria pero clara, ante el sufrimiento
de una persona precisa o ante el carácter doloroso de una situación
particular.

Esta sensibilización tiene tendencia a intensificarse cuando se


ora con atención, en tanto que una tentación de lo imaginario sería
más bien relativizada o incluso ahuyentada por una oración intensa.

Esta sensibilización, siendo primicias de un carisma de fe, no


tiene otro fin, al principio, que enraizamos en la intercesión y
solamente "llevar" silenciosamente ante Dios a la persona o situa-
ción como en un movimiento de ofertorio;

- por otra parte, el nacimiento de pequeños signos en el sujeto,


sujetos o acontecimientos considerados por una moción de fe,

71
sostenida por una oración personal, tales como calor, dolor inhabi-
tual, "revisión interior" que evoca un trabajo sorprendente de Dios
que se está iniciando, aún si esos síntomas no son siempre agrada-
bles '. Las circunstancias penosas en que va a vivirse el carisma de
fe pueden estar marcadas por esos pequeños signos o encuentros,
conmociones inesperadas, etc., que sugieren una evolución inmi-
nente o "a la espera" de los próximos acontecimientos.

Conviene que se produzca en varias ocasiones este tipo de


convergencia y que los responsables del grupo de oración, infor-
mados y encargados del discernimiento, los reconozcan como tales
para que el segundo estadio de participación más activa pueda
llegar ... en la prudencia.

Yo recuerdo los comienzos en la experiencia del carisma de fe


cuando predicaba, hacia 1980, una serie de retiros en Canadá.
Durante la oración por los enfermos, muy numerosa, yo noté al
mismo tiempo que mi esposa Evelyne, tres muchachas que estaban
en sillas de ruedas ... entre otros inválidos. Yo las tenía presentes en
el corazón durante toda la celebración en que Dios concedió muchas
gracias de consuelo o de sanación. Sin embargo, yo quería que
terminara para orar más personalmente por cada una de ellas, lo
que hice al finalizar la reunión.

¿Por qué ellas tres especialmente? No lo sabía. Pero, al igual que


Evelyne, yo estaba particularmente sensibilizado ante su situación.
¿Por su invalidez visible? No creo, porque la presencia de los
inválidos me era bastante habitual. ¿Entonces? Yo creí reconocer
-posteriormente-Tas primicias de una moción de fe ante ellas.

Después de la celebración me dirigí hacia las jóvenes. Las tres


padecían esclerosis en placa. Me arrodillé cerca de cada una de
ellas, poniendo mis manos sobre sus piernas y su columna vertebral
y, en compañía de Evelyne, oré largamente, lo más intensamente
posible.

1. En efecto, pueden vivirse a modo de alivio, pero también de agravación


temporal de ciertos síntomas y no propiamente de la enfermedad.

72
Todas sintieron, sin decirlo, una sensación de quemazón, desde
el final de la espalda hasta las dos piernas. Yo tenía la impresión de
haber podido "ir más lejos" ... pero todavía no era el momento.
Entonces, me vi obligado a suspender la oración y nos despedimos.
Ellas habían recibido una gran paz interior, lo que ya es maravilloso,
pero sus piernas no las sostenían. Yo estaba decepcionado, como
si faltara algo que sin embargo, no me correspondía dar o decidir
por mí mismo.

Mi decepción sólo la compartí con Evelyne, porque las tres


jóvenes estaban radiantes de haber sido visitadas por el Dios de
Misericordia.

El carisma en plena luz

Parece ser que este ejemplo de convergencia es significativo de


un inicio de carisma de fe que necesita madurar. Sólo después
de varios acontecimientos de este tipo vividos por la misma perso-
na, puede intentarse ejercitar más concretamente el carisma de fe.

Se trata entonces de acompañar delicadamente a la persona hacia


la que se resiente la moción de fe, con rigurosa prudencia. El
"forcing" psicológico o físico, aun para ayudar, está prohibido. Por
el contrario, hay que ser paciente, animoso, evitando cualquier
palabra o gesto de irritación o crítica como: "Si no sucede nada, es
tu culpa, no la de Dios". Se trata, finalmente, de educar en el
confianza en lo que Dios puede y quiere hacer. Si ya se perfila una
pequeña mejoría, conviene hacerla notar para confortar al sujeto en
su convicción naciente de que efectivamente el Señor se está
ocupando de él.

En esos momentos preciosos el tiempo no cuenta y no hay que


dudar en gastarlo largamente. También es una escuela de paciencia
la práctica del carisma de fe.

Hay que recordar que la persona necesita de nuestra fe para crecer


en la suya y acoger así el don que Dios le reserva. Sólo somos

73
instrumentos, pero conscientes de la importancia de nuestro papel
y de los que el Espíritu nos confía en ese momento.

A veces la evolución se hará en etapas, es decir, que una moción


de fe que acompaña una gracia de sanación, por ejemplo, desem-
bocará en un principio de mejoría ... Después parecerá que las cosas
se estabilizan ... hasta el momento en que la moción es susceptible
de regresar, lo que significa que hay que orar de nuevo. A veces, el
regreso de la moción de fe se realizará semanas más tarde ... Es
realmente una escuela de paciencia y docilidad al Espíritu Santo.

Ante una mejoría de salud o de la situación, correspondiente a un


impulso carismático de fe, no hay que dudar en retomar luego la
oración y los estímulos concretos para que la persona acoja más y
mejor esta nueva etapa de crecimiento en la fe a través de un signo
de sanación parcial.

Es el caso reciente de un joven con un tumor maligno en el


cerebelo, por quien nos sentimos impulsados a orar bajo una
moción de fe comunitaria, en Cordes!.

Al salir de una celebración de Resurrección en que sus padres y


él estuvieron presentes, él había recibido la imposición de manos
(signo de compasión de la Iglesia que se acerca al sufrimiento
humano), él se sentía mejor internamente, es decir, más tranquilo,
mucho menos agitado y no tuvimos noticias suyas durante varios
meses. El pronóstico médico sólo le daba algunas semanas de vida.
Un tumor en el cerebelo es fulminante, por la exigüidad de la
cavidad ósea en que se sitúa esta parte esencial del sistema nervioso

1. El carisma de fe puede darse, en el momento, a una persona pero también a


un grupo, en la medida en que éste tiende hacia una comunión fratema real.
Excepcionalmente, es una moción de fe que -por la movilización comunitaria que
provoca- suscitará en el grupo de renovación de la unidad quizá comprometida
por divisiones o envidias internas. El Señor nos da muchas sorpresas y su
"pastoral" divina no se encajona estrictamente. Sin embargo, este ejemplo no altera
en nada la importancia de un grupo unido con miras a acoger los carismas. Si el
Espíritu tiene iniciativas que desbordan esta orientación, es El quien asumirá la
responsabilidad y no le toca decidir al hombre.

74
y donde cualquier fenómeno de compresión interna toma de inme-
diato proporciones inquietantes.

Después de cuatro meses, cuando ya ni pensábamos en ello,


supimos fortuitamente que el muchacho -vivía contrariamente a las
predicciones médicas-, que su estado de salud no se había agravado
(siendo que no había recibido un mayor tratamiento) e incluso que
parecía estar mejor.

Tal evolución desafía la terrible lógica de un proceso canceroso


cerebral y esta información inesperada reavivó en la Comunidad la
noción carismática de fe.

Todo hacía pensar -sin especulación excesiva o esperanza utó-


pica- que había que seguir orando, en un desarrollo continuo del
carisma de fe respecto a este muchacho. Yo no sé si él sanará o no,
pero lo que sí sé con certeza es la necesaria repetición de la
intercesión, ante la propia presencia del enfermo, en la unción de
fe real de la cual es objeto.

Esta presencia física con el enfermo, siendo posible, se requiere


para permitir desplegar todos los recursos, todos los gestos de
consolación, de sostén compasivo, todas las palabras de ánimo que
suscitará el Espíritu inherentes a la moción carismática de fe
mientras ésta se ejercita ante un enfermo; no olvidemos nunca el
impacto de tal carisma en este último, impacto de liberación de una
fe teologal, de una confianza en el amor personal del Señor hacia
él y de una certeza que nada es imposible para Dios.

El carisma de fe, por su moción contiene como una promesa


previa que Dios quiere realizar, pero que necesita de la fe teologal
"activada" del sujeto para su realización.

Si esa presencia física con el enfermo no puede realizarse, la


concretización del impulso de fe se vivirá en la oración ardiente,
perseverante e incluso el ayuno. Por otra parte, aquel que recibe tal
moción (auténtica) debe saber que ha de estar disponible para visitar
el o los padecientes que ella le señale.

75
Ese carisma no tiene por fin específico una sanación o una
reconciliación próximas, ni una situación dramática que Dios qui-
siera resolver concretamente. La dimensión del signo tangible sólo
es la consecuencia de un carisma ejercitado de manera equilibrada.
El fin primordial de este don está en acompañar de manera sobrena-
tural una o varias personas para despertarlas a su propia fe teologal.
Así, este carisma se practica ~e manera imprevisible- por ejemplo,
con los agonizantes o inválidos mentales que no tienen esperanza
de recuperación física.

En este sentido, el carisma de fe está más asociado a la compa-


sión que a la intercesión (las cuales nunca han constituido un
carisma, aunque encontremos este tipo de expresión dentro de la
propia Renovación).

Los horizontes del carisma de fe

En las primicias de aparición de un carisma de fe dentro de un grupo


o una comunidad, los primeros "toques de moción" pueden referirse
a situaciones cuya gravedad es muy relativa. La perspectiva de una
especie de milagro, como la sanación de un paralítico o la detención
de un proceso canceroso, no tiene nada de sistemático en la génesis de
un carisma de fe. Este puede tener en la mira circunstancias más
sencillas o más benignas.

De hecho, la autenticidad de un carisma de fe principiante no


depende de la importancia de su "blanco", sino de los dos factores
convergentes desarrollados más arriba: brote de una moción interior
y "pequeños signos" que evocan una operación concreta de la gracia
en otro.

Un impulso interior de fe carismática puede avizorar, por ejem-


plo, una pareja desunida, un niño que padece una enfermedad
relativamente grave como el asma, un hombre que desea vanamente
salir del alcoholismo, un adolescente que se droga, una persona con
conjuntivitis crónica, un depresivo, una mujer casada estéril, etc.

76
Todos estos ejemplos han sido escogidos intencionalmente por-
que han sido verídicos. Son igual número de primicias que el Señor
ha hecho experimentar a uno u otro miembros de nuestra Comuni-
dad, como moción de fe, habiendo concluido todos con una sana-
ción manifiesta y definitiva ... a costa de un "acompañamiento", una
animación a veces larga, un seguimiento incansable, con miras a
un crecimiento en la fe teologal de cada uno.

Estos testimonios se refieren a curaciones físicas o físico-afecti-


vas, pero el carisma de fe puede avizorar otras circunstancias donde
la sanación está ausente, como en la persona que encontramos en
un viaje a Zaire y que me platicó largamente una situación pro-
fesional dolorosa. Este hombre, profundamente cristiano era "sub-
comisario de zona" 1 en una de las regiones de Zaire y desde hacía
años debió ser promovido a comisario de zona. Pero se lo impedía
su superior quien sistemáticamente se oponía a dicha promoción,
por una especie de persecución que le volvía insostenible la vida.
Después de confiarme su situación dolorosa, oramos juntos, ante el
Santísimo Sacramento y entonces recibí una fuerte moción de fe,
asegurando que esta promoción tan esperada vendría dentro de dos
meses exactamente. Yo se lo comuniqué pero él dudaba, conside-
rando que sus relaciones cada vez eran más difíciles con su superior.
Yo insistí ante la certeza que me invadía en ese momento.

- No te digo que esperes tímidamente que esto pueda cambiar.


Te pido que creas que dentro de dos meses serás comisario de zona,

Vacilación y duda en mi interlocutor.

- Escucha, volví a insistir, no se cómo se realizan las promocio-


nes en tu país y no te pido que intentes hacer algo en ese sentido;
deja que Dios actúe y cree que El lo va a hacer! Mi seguridad lo
estremecía, con mayor razón pues se había establecido un clima de
confianza entre nosotros, después de habemos escuchado mutuamente
en nuestra conversación previa.

1. Especie de secretario de un "departamento" de prefectura.

77
- No es un sueño, ten confianza. Serás comisario de zona dentro
de dos meses.

Al mismo tiempo que hablaba, yo veía realizada la enormidad


de mis propósitos. Podía ser víctima de una ilusión o de una
simpatía que inducía a desear su promoción. Y sin embargo, yo
estaba seguro no de mí, sino de esta certeza que me invadía.

- ¿Usted lo cree verdaderamente?

Paralelamente, nuestro hombre, interpelado en su propia fe, recibía


una especie de paz profunda, como un testimonio interior que esta
promesa podía ser verdad. Después de diez minutos, dijo:

- Yo creo que lo que dices es verdad, sí, lo creo ... ¡pero parece
tan improbable!

Yo dejé el Zaire al día siguiente y sólo tres meses después recibí


noticias suyas:

"Querido hermano:

En las semanas que siguieron a nuestra conversación, yo luché


por continuar creyendo en la promesa del Señor a través de tu
ministerio. Todo tipo de tentaciones me cercó. Yo veía que el plazo
llegaba ... y no sucedía nada. Fue la víspera de la fecha fijada (al
finalizar los dos meses) que recibí mi nominación oficial como
comisario de zona en la provincia de X ..., con toda mi sorpresa y la
de mi superior.

Mi gratitud hacia Cristo es enorme y mi fe se ha fortificado. Allá.


donde voy a vivir intentaré ser un buen obrero de la mies".

La educación en el carisma

Me gustaría terminar este capítulo narrando otra anécdota que


muestra cómo es necesario crecer en el ejercicio del carisma de fe,

78
y cómo esto se facilita cuando somos llevados a orar (y a "trabajar")
al lado de alguien que practica este carisma de manera experimen-
tada.

Esta es la historia de Fernanda, una mujer de unos treinta años,


clavada en su lecho por dolores intolerables y permanentes de la
columna vertebral y piernas. El menor movimiento las empeoraba,
encontrándose así paralizada por el sufrimiento. La causa no era
para nada psicológica, ya que algunas intervenciones en la columna
habían encontrado una esclerosis compresiva de la cubierta de la
médula espina!... y la cirugía se declaraba inútil en este terreno.

Habiendo venido a vemos a la Comunidad durante un retiro de


varios días, la llevamos en nuestra intercesión como lo hacemos por
todas las personas que se confían a nuestra oración. Cada intención
que recibimos por teléfono, por correo o por visita, cotidianamente
la llevamos ante el Santísimo Sacramento.

Una noche (en el marco de la fase embrionaria del carisma de


fe), recibimos una moción ... tímida, pero real. Femanda debía (nos
parecía) sanar y nos reunimos para interceder particularmente por
ella. "La teníamos en el corazón"; nos parecía que el momento había
llegado y nada habría podido desanimamos de esta convicción.

Estábamos impresionados por el asunto. Fernanda sufría mucho


entre nosotros y no nos atrevíamos a hablarle directamente para
suscitar su fe de una manera u otra. Sin embargo, la certeza estaba
en nuestro corazón.

Una hora más tarde nos despedimos, confiados pero a la vez


insatisfechos, como si hubiéramos omitido algo. Más tarde com-
prendí que lo que había faltado era esa dimensión concreta, de
relación con la enferma, de ánimo y de educación paciente y
respetuosa en la fe.

De cualquier modo sucedió que a la mañana siguiente, los


dolores de Femanda habían desaparecido totalmente y ella camina-
ba alegremente sin ninguna invalidez. Testimonio emotivo en su

79
ambiente familiar y profesional. La pequeña ciudad donde ella vivía
conoció el caso y mucha gente fue sacudida en su fe... sobre todo
cuando veían a Fernanda pasar en bicicleta ante ellos, pedaleando
vigorosamente y sin dolor. Pero esta "luna de miel" con la salud
recuperada sólo duró una semana.

Los dolores volvieron a aparecer muy rápidamente y quizá más


fuertes que antes, al menos por efecto del contraste con el alivio
transitorio. De nuevo en cama, Fernanda vivió la amargura de la
recaída ... y las burlas de aquellos que habían sido "molestados" por
su curación desgraciadamente efímera.

Nuestra intercesión por ella se acrecentó, pero curiosamente,


aunque la compasión estaba presente, ¡la moción de fe ya no lo
estaba! ¡Misterio de la Sabiduría divina!

Un ano más tarde, el Padre Emiliano Tardif estaba de paso por


algunos días en el convento de Cordes y por este motivo habíamos
organizado una Eucaristía con oración por los enfermos... sin
particular publicidad. La capilla del convento no bastaba para
contener el mar de gente que se arremolinaba, avisados no sé de
qué manera.

Allí estaba Fernanda, tirada en una especie de camilla, paralizada


por el dolor, con las piernas adelgazadas por la inmovilidad y la
posición permanentemente acostada.

Yo estaba aliado de Emiliano para la celebración y nos preocu-


paba (un poco solamente) el desarrollo de la liturgia, viendo tanta
gente. La larga homilía del Padre Tardif nos sensibilizó a todos al
sacramento de la Eucaristía que nos disponíamos a recibir, a la
importancia de acogerla en una fe activa y no como un rito vivido
pasivamente, en espera de la oración por los enfermos. La sanación
brota de la Eucaristía, en la medida en que se recibe la hostia en una
fe confiante. Ella es poder de vida del mismo Resucitado y suscep-
tible de engendrar los frutos de la Resurrección de Cristo en los
cuerpos y en los corazones.

80
Llegó el momento de la comunión y Emiliano avanza al pie de
los escalones del coro para distribuir el Cuerpo de Cristo. De pronto,
él "descubre" a Fernanda, a unos metros de él, no porque no la
hubiera visto antes (estaba en las primeras filas), sino que la ve en
una repentina moción de fe.

Certeza súbita: Dios va a visitarla para sanarla. Se acerca a


Fernanda, sin tomar en cuenta la fila de personas que comenzaba a
formarse para la comunión, y pone delicadamente el copón sobre
su cabeza murmurando a su oído palabras de confianza en la
Eucaristía y en su poder de sanación durante largos minutos.
Después, coloca la hostia en su lengua y regresa al pie de los
escalones del coro para la comunión.

Apenas terminada ésta, regresa aliado de Femanda, la toma de


las manos y la ayuda a levantarse, siempre animándola con una
tranquila seguridad. Femanda está de pie, los dolores desaparecen.
El equilibrio es inestable a causa de las piernas debilitadas y
Erniliano, sosteniéndola del hombro, intenta hacerla atravesar va-
rias veces la capilla, a lo largo, y continúa liberando, mediante sus
palabras y gestos, la fe teologal de Fernanda ... finalmente, camina
sola, llevada únicamente por una entusiasta alabanza de toda la
asamblea.

Esto fue en 1981 y hoy día Femanda goza de una excelente salud,
sin sombra de recaída y da testimonio con fuerza del amor del
Señor.

¿Por qué esa caída después de una primera sanación?

Es delicado contestar, como si Dios debiera justificarse ante nosotros


de cada uno de sus actos, o de cada uno de sus "permisos".

Pero no está prohibido pensar que nuestro carisma de fe era


embrionario y su ejercicio inmaduro. Nosotros todavía no nos
atrevíamos, en ese mismo carisma, a ayudar concretamente al
despliegue, a la liberación de la fe teologal del enfermo,

81
Nosotros estábamos muy temerosos, muy preocupados por el
juicio y la crítica de los demás y dudábamos en seguir la enseñanza
de Jesús cuando El mismo realizaba gestos para ayudar a los
enfermos a recibir la sanación que El estaba dando.

Por esta carencia, quizá Femanda no estaba suficientemente


madura en una fe capaz de acoger una sanación que "durara"
definitivamente.

No sé si esta respuesta es satisfactoria, pero en todo caso puede


ayudamos a percibir mejor la pedagogía divina a través del carisma
de fe.

Cuando Jesús resucitó a Lázaro, fue El -y sólo El en total


confianza al Padre- que con una palabra de fe devolvió la vida a un
cuerpo muerto. Pero pidió a sus acompañantes quitarle los vendajes
para que pudiera gozar de la vida y ser "rehabilitado" en sus
capacidades de hombre vivo.

Esta imagen puede aplicarse al carisma de fe cuyo objetivo es


desatar -por la moción de fe y sus gestos que la acompañan- a las
personas tocadas por Dios, de esos vendajes paralizantes de duda,
temor, rebeldía, amargura, que les impiden vivir a fondo la gracia
recibida.

82
CAPITULO VI

Discernimiento del carisma de fe

Errores que hay que evitar

Teniendo como base lo que he desarrollado en capítulos anterio-


res, es necesario convenir que tal carisma puede aparecer en cual-
quier parte... es decir, en la vida de todo bautizado, más particularmente
cuando es miembro de un grupo o de una comunidad con identidad
y vocación ya establecidas y maduras.

Se cuestiona frecuentemente por qué los grupos de la Renova-


ción atraen muchos "pobres" o gente "lastimada". Hay quienes usan
este argumento para desacreditar, o al menos emitir dudas sobre lo
que se vive y se busca en estos grupos. ¿Por qué no habrían de ser
lugares de misericordia, de calor fraterno o de vida de oración
renovada, correspondiendo a las necesidades de un gran número de
nuestros contemporáneos, heridos o no?

Sucede que la eclosión de un carisma de fe dentro de un grupo


de oración puede producirse en quien sea, sin un terreno particular-
mente predispuesto. Esta gracia, de hecho tan simple, no está
reservada a una cierta élite espiritual.

83
Me gusta recordar al respecto un episodio interesante de la
relación de Teresa de Avila con su joven padre espiritual, Juan de
la Cruz (él tenía veintisiete años menos que su dirigida). De una
moción del Espíritu recibida en la oración! por la gran Teresa:
"Búscate en Mí", Juan de la Cruz pretendía que sólo podía haber
sido dicha estando el alma purificada (y en consecuencia, santifi-
cada). Ante lo cual, la Santa replicó, no sin humor: "Yo pienso que
virtudes y purificaciones no sirven de nada, porque esto es sobre-
natural y es un don que Dios concede a quien El quiere ... y si algo
puede disponer es el amor. Ni María Magdalena, ni la Samaritana,
ni la Cananea estaban "muertas al mundo" cuando encontraron al
Señor. [Dios me libra de esas gentes tan espirituales que llevan todo,
sin distinción, a la contemplación perfecta (dicho de otra manera,
a la santidad)! 1/2

Dios es absolutamente libre con sus dones. Los caminos de


acceso de Dios al hombre (incluso mediante los carismas), por
incomprensibles que nos parezcan y a veces hasta torcidos o
ilógicos, no son arbitrarios. ¡El sabe lo que hace! Dejémosle la
libertad de actuar a su antojo.

Teresa de Avila responde a una de nuestras preguntas: sólo nos


disponemos a la eclosión de los carismas mediante el amor ... lo cual
es justamente vivido en general (de manera fraterna) con un acento
particular en los grupos de oración.

Aquí Teresa evoca un amor personal muy fuerte para el Señor ...
pero, ¿quién puede calibrar el amor de Cristo presente en el corazón
de uno u otro incluso si ese corazón ha sido lastimado por la vida?

No obstante, los riesgos de equivocarse en la apreciación o


interpretación por la emergencia de un carisma de fe son reales.
Pero la existencia de tales riesgos no debe hacer alejar o huir
sistemáticamente de la posibilidad de nacimiento de ese don dentro
de un grupo de oración. El discernimiento del grupo es necesario

1. Poco importa aquí si se trataba de carisma, de locución interna.


2. Carta de Don Mendoza, Obispo de Avila.

84
para acoger este tipo de gracia y primeramente nos lleva a elinúnar
las falsificaciones humanas (generalmente involuntarias) del caris-
ma de fe. ¿Cuáles son ellas?

- El sentimiento de lástima, diferente a la verdadera compasión,


alimentado por miedos inconscientes; se presenta egocéntrica en el
fondo, lo cual no le impide suscitar esfuerzos notables de adhesión,
a veces idénticos en la forma a los que engendra una auténtica
compasión.

Un sentimiento de lástima puede presentar una especie de paro-


xismo que asemeja en apariencia, a una moción de fe, al menos en
su experiencia afectiva. Este paroxismo, que en general dura poco,
frecuentemente se vive como una pasión y no conlleva el aspecto
de tranquila seguridad que caracteriza la moción de fe. La distinción
con un verdadero carisma se realizará en la medida en que dure.
Así, no se puede nunca "corto-circuitar" la fase embrionaria (a
veces larga) de un eventual carisma de fe, ya que el tiempo se
encargará de hacer crecer lo que viene del Espíritu. Podrá revelar
un sentimiento de lástima, quizá bello en sí mismo, pero no cargado
de un "poder contaminador de fe".

- La emoción, sobre todo en temperamentos impresionables, o


en ambientes muy" cálidos" a nivel espiritual (fenómeno de grupo),
puede provocar una falsa moción de fe ... [sin futuro! Allí también
vemos la importancia del factor tiempo. Añadamos que ese mismo
clima emocional es susceptible de engendrar impresiones físicas
ligadas a una especie de autosugestión en el enfermo. Esto es clásico
y normal, porque la esperanza súbita puede despertar reacciones
psicosomáticas, digamos legítimas, que duran poco y llaman la
atención por su carácter débil y variable ... no como en una "revisión
interior" bien localizada y experimentada de una manera coherente.

- El voluntarismo en la oración, donde se desea con insistencia


y en lugar de Dios. Se llega a veces a intentar toda posibilidad
susceptible de obtener lo que se piensa obstinadamente que es la
voluntad de Dios y que sólo es la proyección humana de la propia
voluntad en un enfermo. Se recurre así a actos espirituales vividos

85
como procedimientos mágicos que se multiplican en exceso: fór-
mulas de oraciones (de liberación, por ejemplo), imposición de manos,
unciones de aceite ... ¡hechos que en sí mismo son hermosos pero que
se caricaturizan desviando su sentido con el pretexto de hacer llegar
la voluntad de Dios!

La insistencia animadora del carisma de fe, de total dulzura,


paciencia, compasión, respeto al prójimo, no tiene nada que ver con
tales excesos. Un discernimiento elemental permite darse cuenta
rápidamente, o un simple sentido común.

- El autoritarismo sobre el enfermo, diferente del punto anterior.


Aprovecha un sedicente don, una aparente caución divina para
exigir de un enfermo lo que no puede dar por sí mismo. De hecho
ejerce una verdadera presión moral sobre el sujeto, con un resultado
inexistente o bien efímero y relativo. A veces se utiliza éste último
para garantizar la autoridad espiritual y el don particular de aquel
que pretende orar con fe por el enfermo y "hacerlo levantarse".

Los días siguientes, en que se constata el fracaso del intento, son


particularmente dolorosos y constituyen flagrantes contratestimo-
nios de la verdad del Evangelio.

El autoritarismo espiritual puede presentarse acusador del enfer-


mo "que no tiene suficiente fe para sanar". Tal acusación es terrible
y dramática y se encuentra muy frecuentemente en ciertos grupos
de oración no católicos (... ¡e incluso puede haber excepciones!) .
y puede acabar con toda una fe y una confianza nacientes en Dios .
¡lo cual es opuesto al objetivo del carisma de fe!

Este autoritarismo espiritual es inadmisible y debe ser alejado de


la vida de todo grupo de oración, si tiene tendencia a expresarse así,
pues su presencia engendra siempre frutos destructores de la fe y
del amor.

- 'La ilusión, basada frecuentemente en el orgullo espiritual,


puede "presidir" el sobrevenir de un falso carisma de fe en un deseo

86
más o menos consciente de sobresalir o de adquirir un valor
espiritual o carismático reconocido.

La adquisición de un poder! siempre ha constituido el peligro


más temido en una vida espiritual (cristiana o no), en que el hombre
desea (aun inconscientemente) "subir hasta la altura de Dios",
apropiándose sus dones.

El carisma de fe, por su manifestación y sus frutos visibles, a veces


es considerado (erróneamente, lo repetimos) como un poder ligado a
la persona que lo ha recibido, mientras que ésta sólo es el vehiculo. Al
igual que los otros carismas, tampoco tiene capacidad de autosantifi-
cación y no descansa especialmente en una santidad electiva.

Basada en el orgullo, la ilusión capta lo que Dios sólo puede dar


bajo su propia iniciativa y totalmente gratuito. Este intento de
captación puede parecer a veces principio de carisma de fe, pero lo
que vive el que lo experimenta se aleja cada vez más de un justo
equilibrio, hasta caer a veces en un misticismo de coloración
cristiana que provoca vacío a su alrededor ...

La mejor manera de descubrir tal ilusión está en el discerni-


miento de la vida espiritual del sujeto; sus disposiciones de alma
que reflejan, a su manera, el grado de equilibrio interior y "psico-
espiritual".

Los criterios de discernimiento

Un carisma de fe sale de su vida escondida al término de un


tiempo de prueba durante el cual se opera el discernimiento de su
autenticidad y su indispensable maduración.

¿Con qué signos podemos reconocer que ha llegado el momento


de su ejercicio ... digamos público? Dicho de otro modo, ¿en qué

1. El auténtico carisma de fe no lo es de ninguna manera.

87
podemos fiamos para "autorizar" el ejercicio explícito y comuni-
tario del carisma de fe?

- Su crecimiento en el tiempo durante su primera fase más


escondida; ya nos hemos extendido en lo referente a tal maduración
a partir de los dos factores convergentes;

- la capacidad de escucha y de interiorización de la (o las)


persona (s) susceptible (s) de haber recibido un carisma de fe. No
se puede crecer en el carisma sin experimentar una necesidad de
orar y de interiorizarse más como para estar más vigilante a los
llamados interiores del Espíritu. Esta noción de escucha del Espíritu
en una oración personal y comunitaria (litúrgica o no) es determi-
nante y constituye un buen criterio de discernimiento. Conviene
añadirle una aptitud creciente de escucha al prójimo, de tomar su
tiempo para entender la expresión de un sufrimiento;

- el espíritu de sumisión del que da prueba el "candidato" al


carisma de fe, porque todo ejercicio carismático está subordinado
a la vida de un grupo de oración ya la orientación que sensatamente
da un responsable a una reunión de oración o a un apostolado. El
carisma de fe nunca es "autosuficiente". Siempre necesita la pre-
sencia de hermanos y de la sumisión al discernimiento de su auten-
ticidad y su práctica, más particularrnente en sus inicios. La recepción
del carisma de fe no confiere nunca a la persona algún tipo de autoridad
espiritual dentro de un grupo de oración... a no ser la autoridad ligada al
sentido del propio carisma. Si el grupo de oración debe cuidar la eclosión
de este tipo de don, no debe, por el contrario, ser sacudido en su equilibrio
hasta crear tensiones internas. El Espíritu (que es Espíritu de unidad) no
puede contradecirse él mismo.

De hecho, la aparición y ejercicio de los carismas tampoco deben


alejar de la Iglesia local, aun cuando ésta se mostrara reticente. El
aislamiento de un grupo de oración o de una comunidad en relación
con la Iglesia, bajo pretexto de falta de comprensión o de libertad
de expresión, es un peligro que hay que evitar a todo precio;

88
- el amor creciente y compasivo del que da testimonio aquel que
recibe el carisma de fe. No se puede vivir efectivamente de autén-
ticas mociones de fe sin estar sensibilizado mayormente al misterio
del sufrimiento. El carisma de fe no es una "técnica" del Espíritu
que pondríamos en acción de manera impersonal. Supone un en-
cuentro con el sufrimiento y el desamparo y sólo puede conmover
un corazón y hacer germinar en él la compasión (no la lástima).

En el cristiano puede existir una compasión inmensa hacia los


enfermos o hacia al9.ún sufrimiento del mundo, sin que haya sombra
de un carisma de fe .

Por el contrario, el carisma de fe no puede perseverar en el


tiempo sin un crecimiento en la compasión ... o al menos, en la
intercesión, actitud espiritual estigmatizada en María durante las
bodas de Cana. Interceder significa "colocarse entre" ... y es lo que
hace -por lo menos- el carisma de fe. Se coloca entre la Sabiduría
de Dios, que desea actuar en tal persona, y aquella que debe crecer
un mínimo en una fe confiante (teologal) para permitirle actuar a
Dios ... Sed creciente de intercesión o de compasión, enraizada en el
amor, que constituye así, también, un buen criterio de discerni-
miento;

- los frutos ... porque los frutos de un carisma de fe auténtico


llegan pronto, aun si es debutante y vivido de modo escondido.

Estos frutos, de todos modos, no pertenecen a lo "carismático"


y son puros dones de Dios que los dará para ratificar la gracia que
El dispensa.

Quizá sean relativos o poco notables, ¡pero qué importa! Su


existencia notable sugiere la eclosión de un carisma de fe.

L'Porque la compasión es diferente al carisma. Teológicamente, procede más


de la conjunción de misiones invisibles del Espíritu en el corazón del hombre. En
la compasión se trata de la conjunción del espíritu de ciencia (uno de los siete
dones del Santo Espíritu, sin relación de naturaleza con los carismas) con las
virtudes de fe y de fuerza.

89
Signos o primicias de alivio, de mejoría de situación, de paz ...
en respuesta a una moción de fe en alguien que, sin embargo, no la
ha experimentado. Una "coincidencia" no basta, pero varias, suce-
sivas, llegan a ser significativas, aún alejadas una de la otra en el
tiempo.

Los testimonios -cualquiera que sea su importancia- llegarán


tarde o temprano, si se trata de un auténtico don de fe. Conviene
esperarlos antes de avizorar un arranque concreto de esta nueva
"práctica carismática".

Los obstáculos del carisma de fe

Este capítulo estaría incompleto si no evocara brevemente los


obstáculos en el crecimiento y en la manifestación de un carisma
de fe ya reconocido.

De parte de aquel que se beneficia con el efecto de este carisma;


un enfermo, por ejemplo, un solo obstáculo se teme realmente:
rehusarse a perdonar, o escaparse a las exigencias de un perdón que
hay que dar. Dios está desarmado ante aquel que cierra su corazón
y se niega a perdonar a aquel o aquellos que le han causado algún
mal, con razón o sin ella.

El sentimiento de rencor (aún inconsciente) o el deseo de ven-


ganza, de "hacer pagar", que son maneras de negarse a perdonar,
constituyen verdaderas murallas contra las cuales la moción de fe
sólo puede tropezar vanamente. La promesa de Dios está allí, el
impulso del carisma se realiza ... pero todo se detiene en esta etapa
porque el no-perdón voluntario es un lamentable antídoto contra la
Misericordia.

Este asunto del perdón a dar ... e incluso a recibir! siempre debe
considerarse si una auténtica moción de carisma de fe no desem-
boca en algún fruto, aún mínimo.

l. Se refiere sólo a Dios, en el sacramento de reconciliación.

90
De parte de aquel que practica oportunamente este carisma, tres
trampas pueden ser obstáculo al desarrollo de la gracia:

- el voluntarismo o el autoritarismo espiritual, que pueden


inmiscuirse en el ejercicio de un verdadero carisma de fe y cuyo
mayor peligro consiste en no respetar la evolución del proceso
que el Señor mismo inicia en una persona o en una circunstancia.
Ir muy rápido o muy vigorosamente, con el pretexto de una
moción verídica, corre el riesgo de alterar la realización del
designio divino. ¡El Señor respeta los tiempos y las personas,
aún cuando El se muestre a veces insistente!

-la falta de audacia en la fe, es decir en la acogida a la moción


interior de fe. No existe inmunización, al igual que en el ejercicio
del carisma de conocimiento inmediato. ¿Inmunizado contra qué?
dirán ustedes, contra el miedo de equivocarse, y de engañar a otros;
contra un sentimiento de incapacidad o de indignidad que restringe
cada impulso carismático de fe; contra la envidia de estar a mil
kilómetros de allí o de refugiarse en una simple oración de interce-
sión que diera seguridad, porque la responsabilidad de su eficacia
no pesaría sobre nosotros ... sino sólo sobre Dios.

Porque finalmente, sólo Dios sana, a través de su hijo Jesucristo;


todos lo sabemos, y cuando le confiamos tal causa por nuestra
intercesión, dejamos en El (de algún modo) la responsabilidad de
una eventual realización.

Pero, por el carisma de fe, el Señor parece -con todas las debidas
proporciones- erigimos en corresponsables de los efectos de su
propia gracia ... ¡y esa responsabilidad a veces es pesada y fatigante
de asumir!

... Hay tantas buenas razones aparentes que explican que el


ejercicio del carisma de fe necesita crecer cada vez más en la
audacia, en una especie de rebasamiento de sus propios temores
para dejarse "instalar" en esta certeza de fe que El infunde el}
nosotros.

91
Pero sucede que una falta flagrante de audacia frena la evolución
del proceso divino ... debilidad humana que sólo se resuelve sumer-
giéndonos más en brazos de la Misericordia.

-la duda, finalmente, merodea con frecuencia y puede declararse


repentinamente y con fuerza, enraizada en nuestra mentalidad
cartesiana y racionalista.

Dudamos en nosotros mismos: ¿no estoy entregándome a una


mascarada ridícula ... o fatigándome por un milagro?

Dudamos del otro: ¡este enfermo no puede sanar! ¡Mira la


gravedad de su enfermedad, o su cronicidad .. y en él nada sucede!
¿Por qué tener la paciencia y esperar en la fe, por qué continuar
animándolo en una perspectiva que no llegará?

Dudamos de Dios: esta vez, El no hará nada ... por otra parte, ¿por
qué pedinne esto a mí? ... Me pregunto si esta historia del carisma
no es ilusión ... Si El es todopoderoso, ¡El puede hacerlo sin nece-
sidad de mí!

La duda con mil rostros es grave porque empaña una confianza:


la que yo pongo en el Espíritu, aceptando corresponder dócilmente
a esa moción de fe. Si se altera mi confianza, declina mi percepción
de esta moción y se quiebra mi convicción.

Por otra parte, la persona que beneficiaría del efecto del carisma
de fe, resiente rápidamente una baja de confianza. Ella misma tiene
tanta necesidad de ser sostenida en la confianza en la obra de Dios
hacia ella, que también a ella la alcanza la duda, al presentir mi
propia turbación. También puede ser afectada la realización de la
promesa divina.

En respuesta y como "vacuna" contra estos obstáculos, sólo hay


algunas palabras clave: oración perseverante, escucha interior,
caridad fraterna, sumisión, confianza en la Misericordia.

92
CAPITULO VII

Sabiduría divina y carisma de fe

Los últimos tiempos

Ya hemos tratado a lo largo de los capítulos anteriores, los


intereses del carisma de fe, limitándonos al plan práctico. Pero el
tema amerita una profundización que nos permitirá delimitar hasta
dónde alcanza al hombre esta gracia -carismática como lo es- y
puede finalmente abrirlo a una vida espiritual, comunional, sacra-
mental y eclesial más vasta. Un carisma, por simple que sea su
práctica, o por relativa que sea su importancia en cuanto a los
sacramentos de la Iglesia y al llamado a la santidad de todo
bautizado, es sin embargo una misión visible del Espíritu en nues-
tros días, es decir, especialmente adaptada a las necesidades de
nuestra época.

Nos falta entonces intentar penetrar en la Sabiduría de Dios1 en


este tema, es decir, considerar el carisma de fe en la perspectiva de
Dios, para percibir mejor la oportunidad y la riqueza de gracias
potenciales que detenta, así como la "segunda intención divina" al

1. La Sabiduría divina nunca permanece inaccesible, sino que siempre se deja


tocar, aún cuando nos rebasa infinitamente.

93
respecto, que concurre exclusivamente al bien de la criatura hu-
mana.

El carisma de fe entra en la pedagogía de los signos dados por el


Señor a un mundo en hastío, tibio y muy indiferente a las deferen-
cias de su Amor.

A finales de este siglo XX, Dios se hace más "mediatizador",


que en tiempos pasados, quizá porque el corazón del hombre no
había estado tan frío. ¡Dios se somete a las costumbres de nuestros
tiempos! Perdónenme una visión muy antropomórfica y mundana
de su Sabiduría, pero aunque sea humorística (o deseando serlo),
esta consideración tiene su parte de pertinencia.

En el prólogo de este libro expliqué suficientemente la cues-


tión del signo divino para no caer en la repetición fastidiosa.

Según la famosa profecía sobre los últimos tiempos de San Luis


María Grignion de Montfort -seguramente próximo doctor de la
Iglesia=' éstos se caracterizarían por una debilidad muy particular
del hombre de esta época, que "obligaría" (o casi) a Dios a desplegar
todas las riquezas de su Misericordia, como nunca antes lo ha hecho
en la historia.

Cuando profetizaba así, Grignion de Monfort tenía perfecta


consciencia de que el período en que él vivía (siglos XVII y XVIII)
todavía no entraba en los últimos tiempos.

Aquí se impone una reflexión teológica: la noción de "últimos


tiempos" comienza de hecho la tarde del Viernes Santo, cuando "todo
está consumado" y que Cristo descansa en la tumba ... proclamando su
Gloria a los cautivos de los infiernos.

Entonces, ¿a qué "últimos tiempos" se refiere Grignion de Mont-


fort? Simplemente a un régimen particular de la gracia santificante
(las cuatro misiones del Espíritu Santo) que na través de los acon-

1. Por la importancia y calidad de sus reflexiones respecto a la Iglesia.

94
tecimientos históricos como la evolución de las espiritualidades, va
a conocer una importante aceleración.

Estos "últimos tiempos" son como una fase final (y más mística)
de los "últimos tiempos" en el sentido amplio y teológico. Que esta
fase final dure diez, cien, mil o más años, no es el problema. Lo
importante es la característica particular de estos tiempos del fin:
un régimen acelerado de la gracia y por lo tanto, también un
desbordamiento nunca igualado de Misericordia ... en respuesta a
una vulnerabilidad más grande del hombre, sumergido en una
experiencia más fuerte de sus límites, sus debilidades, sus miedos ...
iYsu terrible capacidad de pecar!

En el centro de esta" dialéctica de los últimos tiempos" se sitúa una


persona clave: la Virgen María, con una cercanía muy especial y como
prometida y otorgada. El Espíritu Santo empuja en "los últimos
tiempos", a todo hombre en busca de Dios (siendo cada vez más
numerosos a pesar de o a causa del enfriamiento del mundo) en una
intimidad mariana absolutamente nueva y ligada a esa miseria humana
agravada. ¿El año mariano que acabamos de vivir no nos lo sugiere a
su manera?

Se plantea una pregunta: ¿estamos o no ya en los "últimos tiem-


pos"?

La respuesta de la Iglesia es afirmativa 1: tal parece que el


Concilio Vaticano II constituyó su inauguración. Todo período
espiritual fuerte tiene sus profetas, anticipando la gracia que ellos
profetizan. ¿Quiénes serían entonces esos profetas (a su modo)
susceptibles de iluminamos, de guiamos en el camino de estos
últimos tiempos? No dudamos en evocar los rostros y las vidas de
Santa Teresita del Niño Jesús, de San Maximiliano Kolbe, de Martha
Robin y de la Madre Teresa de Calcuta... sin olvidar a quien
habíamos citado al principio: Grignion de Montfort,

1. Las numerosas declaraciones deJuan Pablo II al respecto no dejan ninguna


duda.

95
Sigilo y carisma de fe

[Ultimos tiempos! ¡Indiferencia creciente del mundo ante el


amor de Dios! ¡Fragilidad acentuada del hombre y de la sociedad!
¡Peligros que ponen en riesgo la existencia misma de la humanidad!
Angustia existencia y noógena l. ¡Soledad del hombre en medio de
la muchedumbre!

Qué más para incitar a Dios a desbordar de Ternura y Misericor-


dia ... porque el Amor de Dios nunca depondrá las armas. Si El
abandona el rebaño para ir a buscar la oveja perdida (cfLc 15,4-7)
¿qué no inventará para aliviar al hombre del fardo que lleva sin
darse cuenta de su peso?

Las soluciones divinas podrán sorprender y atraer críticas ... ¿No


las sufrió Jesús al acoger con amor a la pecadora bajo la mirada
reprobatoria de sus compaiieros de mesa?

Los signos forman parte de estas soluciones de la Sabiduría y deben


ser acogidos como tales, a pesar de su carácter subjetivo, a pesar del
problema de interpretación que provocan en la conciencia de muchos.

Porque los signos no están sujetos a la exégesis sino al testimo-


nio. Así recibidos, en un discernimiento necesario de su eclosión,
son dados por Dios directamente o a través del ejercicio de los
carismas, en una sabia intención de entregar un testimonio verdad-
ero de la presencia actuante del amor de Dios. El testimonio es
actualmente el medio de comunicación más eficaz para "hacer
pasar" un mensaje ... aún si éste tiene luego necesidad de ser
apoyado por consideraciones más ... didácticas. Dios lo sabe ... y
Dios provee.

En el ejercicio del carisma de fe la dimensión del signo toma un


relieve muy especial. Digo esto por comparación con los otros

1. Nuevo síntoma en el mundo actual de la psiquiatría, que evoca enfermedades


que se originan en el espíritu humano (del griego, nous), es decir, en lo que mueve
su vida misma.

96
carismas, Ya se reprochaba al carisma de conocimiento inmediato
su dimensión espectacular, sostenida ella misma por esa pedagogía
de la Sabiduría divina en los últimos tiempos.

Qué decir entonces del don de fe, considerado todavía con un


impacto sensible más desarrollado (aunque esto último no consti-
tuye lo esencial del carisma).

En la peregrinación a Lourdes en el 87, organizada por la


Comunidad del León de Judá y" del Cordero Inmolado, que reunió
quince mil personas, centenares de ellos vinieron a confirmar una
gracia de sanación, de reconciliación, de paz o de luz, recibida a
través de la práctica del carisma de conocimiento inmediato. Su
testimonio tuvo un gran impacto de conversión en muchos corazones.

Pero cuando Suzie, joven que padecía poliartritis crónica, evo-


lutiva desde hacía varios anos, que la postraban en una silla de
ruedas, se puso a caminar y luego a bailar ante los quince mil
peregrinos, gracias al sacramento de los enfermos conjugado con
el ejercicio del carisma de fe, su testimonio fue aún más sonado y
entabló como un proceso en cadena de alivios, curaciones físicas o
psíquicas y conversiones en muchos. Había liberado la fe teologal
en el alma de un gran número de personas favoreciendo así la
apertura al paso de Dios ... ¡con frutos de paz, perdón y liberación!

Actualmente Suzie no está totalmente curada, en el sentido de


que los reportes médicos muestran una suspensión inesperada e
inexplicable del proceso de la enfermedad que parece concluir en
una especie de "cicatri zación", pero quedan pequeñas secuelas
físicas que dificultan un tanto la marcha .. Suzie testimonia que lo
más importante es una liberación formidable que vivió a partir de
Lourdes y que no deja de hacerla crecer en una intimidad más
grande con su Dios!

Digamos también que la sanación de Suzie ha conocido diversas


etapas que a cada vez han necesitado la intervención del carisma
de fe para anirnarla a entrar cada vez más en la gracia recibida.

97
Se replicará: ¿por qué ella ... y no los otros paralíticos presentes
en la celebración?

Dios no es avaro en sus dones, pero su intención no está en sanar


a todo mundo de toda enfermedad, porque la salvación que El nos
ofrece no consiste en una sanación general de los cuerpos enfermos.
Salvar no es sanar, en el sentido en que lo entendemos actual-
mente ... y Cristo sólo se hace médico de algunos para salvar el
mayor número.

El signo de la sanación de Suzie (o de otros), obtenido por el


camino del carisma de fe, no es privativo o selectivo ... como si Suzie
fuera una especie de privilegiada de Dios, que se desinteresara del
destino de los demás.

El signo no es para Suzie, aunque ella disfrute legítimamente de


él, sino para todos aquellos que lo ven, porque ese testimonio
recuerda que Dios está vivo, presente, amoroso y actuante ... y que
todos los que se dejan tocar por esta evidencia son susceptibles de
beneficiarse en su momento de las "actuaciones" del amor divino.

Es solamente en este sentido que el carisma de fe "pone sus


esperanzas" en la dimensión del signo que se realiza por su inter-
mediario.

El signo, sobre todo aquel que se liga al ejercicio del carisma de


fe, es dado justa y curiosamente para "buscar la fe" en aquel que lo
percibe, lo constata de una manera u otra, no como un observador
neutral que analizaría el acontecimiento teniendo cuidado de per-
manecer a distancia, sino como un hombre que tiene necesidad de
Dios, de saber que ese Dios lo ama y haría "cualquier cosa" por él.
El signo se lo manifiesta, a su manera.

Es curioso hacer notar cómo el signo que emana de este carisma


preciso, está cargado con él de un fuerte poder de contaminación
de la fe.

1. Dios no deja de "recordamos" su amor por todo tipo de medios.

98
Los carismas de profecía, de ciencia o de conocimiento inme-
diato tienen su propia originalidad ... entre otras, interpelar a las
personas sobre su propia fe, dejándolas a su propia elección ... libres
como son de acoger o no la luz recibida.

El carisma de fe tiene un impacto diferente. "Suscita" en alguien


la experiencia de la fe puesta en acción. No que deje en menor
libertad, sino que provoca una colaboración más activa en la obra
del Señor para bien de la misma persona (y de aquellos a quienes
dará testimonio). No hay ningún aspecto de coacción en esto, sino
más bien una toma de conciencia de una fe insospechada, presente
pero como dormida y en consecuencia, no actuante. Por el carisma
de fe la persona ve que ella puede, por su propia fe, cooperar mucho
más de lo "previsto" en el trabajo de la gracia ... y esto según la
orientación precisa impresa por la moción de fe (sanación, recon-
ciliación, acompañamiento de un sufrimiento, ayuda en una debili-
dad social o afectiva, etc.)

¡Este carisma da paso a una experiencia muy "valorizante" en el


orden de la fe "que mueve montañas!"

He dicho antes que la emergencia de los carismas estaba ligada


al dinamismo misionero de la Iglesia (y en consecuencia, entre
otros, de los grupos de oración). En relación con el carisma de fe,
yo me atrevería a ir todavía más lejos, aun si su ejercicio actual es
como una Ínfima gota de agua en la enorme misión de la Iglesia.
Dios no tiene el sentido de las proporciones y para El un "pequeño
acontecimiento"! puede ser de un peso enorme en el curso y el
sentido de la historia. No sólo el carisma de fe se inscribe en
el avance evangelizador que anima a la Iglesia, sino que puede
favorecerlo, al ser como uno de los fermentos ... si es acogido como tal.

Este carisma, que permite despertar una fe somnolienta y muy


inerte, estimula sin réplica la actividad misionera necesaria en la
vitalidad de la Renovación (como la de la Iglesia) y es así como
puede fortificar los grupos de oración o comunidades en su celo

1. Ante la mirada humana.

99
evangelizador a veces tan tímido. Que esta evangelización se viva
a nivel caritativo (dar testimonio concreto y activo de la solicitud
divina ante los múltiples sufrimientos del mundo) o a nivel kerig-
mático (anuncio audaz del amor de Cristo por todos los medios
oportunos), puede ver su desarrollo y sus frutos multiplicados por
la acogida y la práctica del carisma de fe. Porque éste está precisa-
mente al servicio de la evangelización multiforme, cuyo Espíritu
suscita el deseo en bien de las almas cristianas en nuestros días.

l
No hay que tener miedo por "valerse" de lo sobrenatural para
evangelizar en nuestros días ... no porque lo sobrenatural deba ser
manipulado, sino porque se vuelve simplemente disponible para
una mejor fecundidad de las perspectivas misioneras actuales .

... Sabiduría divina en que la "pequeña gota" del carisma de fe


es de tal valor para el océano de la Misericordia que se derrama
sobre nuestro mundo en estos últimos tiempos.

El aprendizaje de la confianza

El mensaje de Santa Teresita del Niño Jesús y del Santo Rostro


está menos en lo que ella escribió que en lo que ella vivió. De hecho,
lo que ella escribió es sólo el reflejo de lo que ella vivió. Una de las
palabras clave de este mensaje es la confianza en Dios.

Podemos decir que el carisma de fe es UIl artesano precioso de


esa confianza a redescubrir en un Dios de ternura que no quiere el
mal para el hombre, sino el bien más excelente.

He insistido mucho en la actividad concreta que sostiene el


carisma de fe, como si las palabras y gestos de aquel que lo practica
fueran intrínsecas a la gracia que ese don vehicula ante una persona
herida o una situación dolorosa. Y verdaderamente lo son. El
"genio" mismo del carisma está en suscitar actitudes y propósitos

l. Que está en las antípodas del misticismo iluminado del que a veces se le
tacha.'

100
adaptados a la circunstancia que difunden un consuelo y una fuerza,
por la experiencia progresiva de Dios que está actuando.

El don consiste, además de la contaminación de la fe, en educar


a su beneficiario en la confianza en el amor de Cristo, como
interventor presente en su existencia.

¿Qué quiere decir? ¿Que el hombre no desea ser visitado por


Dios? No ... sino más bien que está acosado por la enfermedad del
siglo XX, la enfermedad de la duda, que lo encierra en sí mismo,
lo vuelve desconfiado y demasiado "razonable", que exige prue-
bas ... y para acabar, pone en duda los valores profundos de la vida
cristiana ... i la cual no debería ser, de hecho, sino la vida humana
"normal" I

Duda sobre la fidelidad.

Duda sobre el amor.

Duda sobre el sentido de su propia vida.

Duda sobre la existencia de Dios.

Duda sobre si mismo.

La duda es una enfermedad perniciosa que desnaturaliza toda las


aptitudes de relación fundamentales que hacen del hombre un ser
humano en sentido fuerte.

La confianza no rima ya con nada y las apariencias ayudan a que


todo el mundo "sopese" y sospeche de todo el mundo.

La duda es un veneno que corrompe el corazón del hombre de


hoy en su primera facultad que es la de amar y en consecuencia, de
darse. Porque sólo existe verdadero amor en un movimiento con-
fiante de don de si mismo ... a imitación de Cristo que no deja de
confiar en el hombre, hasta en la cruz, donde se entrega a las manos

101
de los hombres ... porque son capaces de amar (a pesar de su pecado)
y capaces de Dios.

Del lado humano la confianza en Dios desaparece y una de las


mejores evangelizaciones es la que reeduca al hombre en una
confianza progresiva y salvaclora. ¡En este aspecto, Europa es una
verdadera tierra de misión!

El carisma de fe permite a sus beneficiarios vivir un aprendizaje


sobrenatural, pero que reposa en una mediación humana muy
endeble, en la confianza en una gracia experimentada en el momen-
to ... y por extensión en su autor: Dios.

Reencontrar confianza en Dios (por el camino carisrnatico o por


otro) da paso a la confianza en sí mismo y sana las dudas "egocén-
tricas" que paralizan la existencia del hombre hasta en la vida por la fe.

La duda es el enemigo declarado de la eclosión de la fe teologal... y


el carisma de fe representa un alma eficaz contra este pérfido adversario.

También allí, la persona o la circunstancia que llega a ser objeto


del carisma de fe, no es la única que se beneficia de esa misericor-
diosa reeducación en la fe ... sino también aque-lIos y aquellas que
serán espectadores.

La moción carismática de fe es como una "mano tendida" de la


confianza a un gran número, aun si se dirige más visiblemente a
una persona precisa.

Una duda que se quita es una luz que se expande y una paz que
se propaga por los alrededores.

El miedo a sanar

Cuando me fue dado orar por los grandes enfermos y esto desde
hace unos diez años, me sigue sorprendiendo encontrar en la mayor

102
pa e e ellos un deseo ambiguo de sanar. Ellos desean pero a la
vez emen su sanación.

Finalmente, muchos tienen miedo de sanar, pero yo no digo que


sean cómplices de este miedo. Su enfermedad o invalidez está de
tal manera "anclada" en la imagen que tienen de sí mismos que una
sanación provocaría una especie de "reforma ontológica" (la ex-
presión es caricatural, pero expresiva), metamorfosis que ellos no
están seguros de querer.

Propósitos chocantes cuando conocemos todas las angustias que


gritan a Dios en una violenta esperanza de alivio.

No se trata de afirmar aquí que los enfermos ya no lo serían si


quisieran realmente sanar ... o dejarse sanar por Cristo.

El misterio del sufrimiento, con su cortejo de enfermedades, de


invalideces, de injusticias o de opresiones, existirá siempre. Es a
través de él que "Cristo está en agonía hasta el fin del mundo".

Como tal, este misterio es infinitamente respetable, aunque deba


intentarse todo para reducir el sufrimiento o pacificarlo allí donde
habita ... la ciencia tiene su propia contribución que aportar.

Sin embargo, persiste una evidencia: aquellos que son visitados


por Dios en una reunión de oración, de reconciliación o de conver-
sión, tienen miedo -inconscientemente- del profundo cambio que
esto les ocasionará. Y yo sostengo que ese miedo más o menos
fuerte, se opone (por su propia existencia). a la recepción de la
gracia.

Una sanación no siempre es fácil de vivir, porque no se trata sólo


de una suspensión de tales síntomas dolorosos o invalidantes. De
hecho se trata de una nueva orientación de vida, sobre otras bases ...
y esta perspectiva a veces se vive con inquietud.

Paradójicamente, una enfermedad o una lisiadura puede vivirse


involuntariamente como una especie de seguridad por aquel que la

103
lleva, 8 causa del lugar determinante que toma en el horizonte de
su existencia ... e incluso ante la mirada de los demás.

y existe un miedo especial de perder esta (falsa) seguridad, por


lo que hay que conocer la realidad de este miedo para captar mejor
la oportunidad del carisma de fe.

Durante uno de nuestros oficios de Resurrección, en Cordes, en


que oramos por los enferrnos, me acerco a una persona en silla de
ruedas y le pregunto:

- ¿Qué quieres que le pidamos juntos al Señor?

Es excepcional que se formule el deseo de sanar. Generalmente


pide por los demás, por el prójimo, por alguien sumergido en la
angustia, etc. Entonces añado:

- ¿y por tí?

- ¡Oh!, ¡yo! No necesito nada: Hay otros que necesitan más que
yo.

- ¿y si Jesús quisiera sanarte a ti?

Duda. Mirada inquieta. No se imagina ser él mismo sanado por


Dios, sobre todo de una enfermedad invalidante desde hace mucho
tiempo.

Esta ausencia de perspectiva de una sanación eventual traduce


en muchos, miedo de sanar.

Yo insisto que este miedo no es lúcido ni consciente ... por lo


tanto los enfermos que me lean no tendrán que culparse de una
carencia para acoger su propia sanación.

Si cargan este miedo no pueden nada contra él y, por el contrario,


¡necesitan una ayuda sobrenatural para ser liberados progresiva-
mente!

104
En relación con esto, la historia del pequeño Rogelio es sorpren-
dente! Durante un viaje a Africa Central en enero de 1988, yo
animaba una celebración por los enfermos en que se reunían más
de dos mil personas. La Iglesia parroquial era pequeña para tal
número de gente y varias centenas de fieles acudían a la ceremonia
desde el exterior.

Durante la comunión, '0 noté un runo de unos nueve años


paralizado de las dos piernas. ¿Por qué especialmente él, mientras
tantos enfermos estaban presentes? Sucedió que recibí una fuerte
moción de fe hacia ese niño que nunca antes había visto. Hice una
señal a los monaguillos para que lo llevaran a la sacristía después
de la celebración ... y fue allí donde conocí a Rodrigo, que padecía
poliomielitis aguda desde la edad de die iocho meses y. estaba
paralítico desde hacía más de seis años. ¡Lle aba pesadas muletas
que le permitían mantenerse en pie ... de modo vacilante! sus
miembros inferiores tenían una delgadez notable a causa de la
amiotrofia l .

Inicié con él una conversación que se hacía larga puesto que él sólo
hablaba el dialecto local: el sango y necesitaba de una traducción que
la mamá de Rodrigo pudo realizar. Primeramente había que "domes-
ticarlo" ya que el contexto lo intimidaba terriblemente, además del
hecho que una posible curación no le pasaba por la cabeza.

Sin embargo, me seguía la moción de fe, tenaz e imperiosa y


decidí lanzarme, hablándolos en términos sencillos del amor de
Jesús por él. Rodrigo había recibido una catequesis rudimentaria y
movía la cabeza en señal de comprensión.

Luego lo sensibilicé al poder de la oración ante Jesús y propuse a


Rodrigo orar conmigo para que el Señor diera vida a sus piernas si El
quisiera. El niño aceptó, sin entender todo lo que eso significaba.

Con algunos hermanos y hermanas de nuestra Comunidad de


Africa Central comenzamos a interceder imponiendo las manos en

l. "Derretimiento" muscular ligado al desuso de las piernas.

105
sus piernas. El participaba, un tanto sorprendido, invocando en su
corazón el nombre de Jesús.

Interrogado minutos más tarde, precisó que una especie de calor


invadía su columna y sus muslos. ¡Buena señal!

La moción de fe insistía y me atrevía a comenzar a quitarle sus


muletas, mientras que su madre le daba seguridad en sango, ya que
la ausencia súbita de ese apoyo podía ser causa de angustia en él.

Durante unos quince minutos practiqué una lenta y "penetrante"


unción de aceite en sus piernas orando con la fe que (de manera
carismática) me era dada en el momento. Luego pedí a Rodrigo que
se levantara, lo que hizo sostenido de las axilas por dos ayudantes.

Gran Inquietud en el muchacho y miedo de caer, que necesitaron


de palabras pacificantes y de gestos animosos. El necesitaba ser
educado en la confianza de poder mantenerse solo de pie ... ¡y sin
muletas!

Manifestantemente el miedo "frenaba" el proceso y sin embargo,


al mismo tiempo sentía nuevas fuerzas que animaban sus piernas.

Se necesitó tiempo, paciencia, exhortaciones de fe y de confianza


para que finalmente "aceptara" mantenerse en pie, lo que logró de
manera satisfactoria ... con su propia admiración. Mientras el tiempo
pasaba y él seguía en esa posición (sin demasiada fatiga, a pesar de la
amiotrofia), el miedo iba disminuyendo.

Pero la "operación" del Espíritu Santo no había terminado,


porque convenía hacerlo caminar, por lo menos, comenzar... Rea-
pareció el miedo, paralizando (psicológicamente) su fa-cultad de
marcha.

Fueron necesarias varias horas para que pudiera caminar soste-


nido primeramente y luego solo, sin ningún soporte.

106
Nosotros teníamos la experiencia concreta que su "recupera-
ción" en la fe estaba ligada a la desaparición progresiva de este
famoso miedo.

No creo que ese miedo hubiera podido ser vencido sin el carisma
de fe ... y además, sin él jamás habríamos propuesto a Rodrigo
levantarse y caminar ... ¡lo que nunca había hecho en su vida!

El Bienaventurado hermano Andrés tenía una aguda consciencia


de ese miedo "paralizador de la gracia" y sin duda es por ello que
él duraba tanto con los enfermos por los que oraba en una moción
de fe.

Acoger a Dios

Bien podemos considerar al carisma de fe como una "terapia


espiritual" del miedo al don que Dios puede dar por su gracia a una
persona, sea cual sea la naturaleza de ese don.

Pero nuestra reflexión nos lleva todavía más lejos: ¿el miedo de
ese don de Dios no procederá de un miedo más fundamental: el del
mismo donador?

En el corazón del hombre permanece un miedo anclado fuerte-


mente y profundamente inconsciente, pero real hacia Dios, por una
sola razón: el pecado.

Con gran sufrimiento de Dios, la presencia del pecado en el ser


humano hiere a éste en su relación más íntima con su creador. Y lo
hiere con una herida de miedo. Es la primera secuela del pecado en
nosotros y Dios quiere liberamos tanto de esa secuela como de su
causa: el pecado.

En este libro no intentamos presentar un tratado sobre la Reden-


ción. En la fe de la Iglesia sabemos que Dios perdona nuestros
pecados por la ofrenda de Amor de la vida de su Hijo en la Cruz.
La prueba del perdón divino es la Resurrección y la Iglesia lo

107
testimonia en el Espíritu, en un mundo en tinieblas. Y no sólo da
testimonio sino que no deja de actualizar (particularmente en la
Eucaristía) este poder de resurrección de Cristo, para que el mundo
crea y se salve.

Dios quiere salvar y por ello Dios perdona en la persona de su


Hijo, pero, ¿quién acoge el perdón divino? ¿Y quién se deja sanar
de sus miedos de Dios?

Siempre me ha impresionado el lazo profundo que muestra el


Evangelio entre perdón de los pecados y sanación. Este lazo se pone
eminentemente de relieve en el pasaje de la sanación del paralítico
(Le 5,17-25) donde aquellos llevan a un hombre paralítico en
camilla.

"A causa de la multitud no encontraban por donde meterlo,


subieron al terrado ya través de las tejas lo descolgaron con su camilla
y lo pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo su fe, Jesús dijo:
¡Amigo, tus pecados te son perdonados!"

Al contacto de la fe de ellos y no del paralítico, Jesús anuncia el


perdón que le es dado. Esas gentes que llevaban al encamillado y
daban prueba de tal audacia en la fe, ¿quiénes son? ¿No existe una
flagrante analogía entre su actitud y el actual carisma de fe, donde
el Espíritu suscita en el corazón de algunos la fe suficiente para que
actúe como una "palanca sobre el corazón de Dios?"

Por la audacia de algunos individuos cuyo anonimato guarda el


Evangelio (es decir que no hay ningún "mérito" notorio en su
comportamiento, y que esta gracia puede ofrecerse al "primero que
llega"), el paralítico estará en situación de ser tocado por Cristo. El
texto lo sugiere fuertemente insistiendo en el depósito de la camilla
en medio de la gente, precisamente frente a Jesús.

Pero lo mas sorprendente es que, viendo su fe, Jesús no solamen-


te dijo: "Estás sano; ¡levántate y anda!" sino "¡Tus pecados te son
perdonados!"

108
La fe de algunos lleva al Señor a perdonar los pecados, porque
finalmente eso es lo que busca la Misericordia: poder dar el perdón
de Dios, pero parece que ese perdón está subordinado a la fe.

Los Padres de la Iglesia han visto la fe de esos cargadores de la


camilla como figurativa de la fe de la Iglesia que nos alcanza el
perdón de nuestros pecados en virtud del misterio pascua!. Pero esto
en nada contradice la analogía con el carisma de fe (cuyo contexto
constituye evidentemente una de las múltiples caras de la fe de la
Iglesia).

No hay ningún error al pensar que el Espíritu, en su gran


libertad y de modo carismático, suscita en un bautizado una
moción de fe con miras a una sanación y/o un perdón preciso.

Hay pues un lazo entre carisma de fe y perdón, tal como nos lo


sugiere después el Evangelio.

"Los escribas y fariseos empezaron a pensar: "¿Quién es éste que


profiere blasfemias? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino
Dios?" (Lc 5, 21)

En este momento los judíos tienen razón porque el perdón


verdadero es un acto propiamente divino, ya que el perdón es el don
perfecto y total, es decir aquel que se prolonga con peligro de ser
ridiculizado, desviado, brutalizado, calumniado, despreciado.

El verdadero amor (es decir, solo Dios) puede darse así, perfec-
tamente, es decir, perdonar ... cueste lo que le cueste.

Perdonar viene a ser: "Yo me entrego a ti, aun si no lo quieres o


me rechazas, porque te amo". De hecho, perdonar es amar hasta el
extremo ... ¡Hasta el extremo de darse a sí mismo, suceda lo que
suceda!

¡Jesús en la cruz estigmatiza el perdón de Dios porque sigue


amando hasta la locura, mientras que es golpeado, insultado, des-
preciado, maltratado y condenado a muerte!

109
El mal y la muerte no pudieron vencer el amor; el hombre, a pesar
de su terrible capacidad de pecar, no pudo apagar el amor. Y el
misterio del infierno se explica a través de ese perdón de Dios ... ¿no
es el infierno el lugar donde el hombre es perseguido por el Amor
que se entrega ... y al que se rehusa eternamente?

Pero entonces, si sólo Dios perdona ¿qué significa para nosotros,


hombres, el hecho de perdonar? Ciertamente muchos creen per-
donar cuando sólo disculpan, olvidan o reprimen.

Pero Cristo da al hombre la posibilidad de actuar divinamente


de perdonar a imitación de Dios, precisamente porque El salvó al
hombre de la muerte y del pecado que se opone al perdón (al don
total).

El Espíritu suscita en el alma del crisnano la posibilidad de


perdonar y de ser así asociado a la gran obra del Amor que consiste
en dar y darse ... hasta el extremo.

Es por eso que el Evangelio nos invita no solamente a recibir el


perdón divino, sino también a perdonar nosotros mismos a aquellos
que nos han causado daño.

Porque el mal que nos han hecho nos da la ocasión de damos a


ellos a pesar de todo ... a pesar de las buenas razones, a veces
legítimas que tendríamos para cerrar nuestro corazón.

Aprender a perdonar auténticarnente, es aprender a "convertirse


en Dios".

Continuemos nuestra meditación del capítulo 5 de San Lucas:


"Jesús, dándose cuenta de sus pensamientos, les dijo: ¿Por qué
estáis pensando eso en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir:
"Tus pecados te son perdonados" o decir "Levántate y anda? "Pues
bien, para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra
para perdonar los pecados, yo te lo ordeno -dijo al paralítico-
"Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (¡palabra de fe!) Y al

110
instante, levantándose delante de e\1os, tomó la camilla en que yacía
y se fue a su casa alabando a Dios."

Con frecuencia se ha comparado enfermedad física, que paraliza


el cuerpo, con enfermedad espiritual (el pecado) que paraliza el alma,
para ver en este pasaje de los Evangelios el lazo entre perdón y
sanación.

La comparación es pertinente, pero susceptible de ser profundi-


zada, particularmente bajo la perspectiva del carisma de fe.

En el Evangelio JeSl'IS frecuentemente sana los cuerpos para


"llamar la atención" sobre otro don que quería dar a los hombres:
otro don que sólo tendrá verdadera consistencia sobre la Cruz.

La sanación física o psicológica es la manifestación de un don


particular que emana de Dios. En cuanto al perdón, ¡es el don mismo
de Dios!

y si el hombre ya tiene dificultad para dejarse sanar por Dios a


causa de sus miedos inconscientes, cuántas dificultades más encon-
trará en la acogida del don de Dios mismo, es decir, del perdón.

El miedo que tenemos de Dios es de hecho un miedo de Dios en


tanto que El se da (hasta el perdón, manifiesto en Jesucristo). Si
Dios permaneciera "a distancia" del hombre, en su cielo el hombre
no tendría verdadero miedo, porque no tendría que acogerlo en su
vida.

Ahora bien, eso es lo que Dios quiere en su gran amor; ser


acogido en nuestra vida. Y sucede que, aun cuando lo deseamos
ardientemente, descubrimos que somos incapaces de acoger en
nosotros (y en nuestro mundo) el don que Dios hace de sí mismo.
Esta incapacidad, basada en el miedo, está sin réplica, ligada a una
culpabilidad sellada como una herida en el corazón de cada quien,
culpabilidad de haber rehusado ser amado ... ¡y de perpetuar a
nuestra manera (según nuestros pecados personales) este rechazo!

111
Es duro para el hombre acoger la sanación y más duro todavía
acoger el perdón.

Sin embargo, tenemos la capacidad para acogerlo, pero se pre-


senta paralizada y torpe porque no está libre de los miedos profun-
dos que son secuela del pecado.

Hasta allá nos lleva la Sabiduría divina en el carisma de fe,


devolviéndonos la confianza en nosotros mismos para enseñamos
a acoger el"perdón, don total de Aquel que nos ha amado tanto.

y si el carisma de fe sólo en algunos suscita la sanación, el alivio


o la paz, en el corazón de todos quiere rehabilitar la acogida al
Amor, en respuesta a todas las resistencias o rechazos que podemos
oponer consciente o inconscientemente.

Hasta allá va el sentido del carisma de fe, aun si no hay que hacer
de él un instrumento universal de acogida al perdón. En la Sabiduría
divina, nos hace tomar conciencia de que necesitamos un auxilio
sobrenatural (y no psicológico en principio) para acoger aquello de
lo que Dios quiere colmamos: su Misericordia.

112
Epílogo

La sanación es un acto del amor de Jesús en el poder del Espíritu ...


pero nos prepara sobre todo al perdón, que es el don del amor de
Jesús. En Jesús se da "Dios todo" y quiere ser acogido, más allá de
nuestros miedos y de nuestras dudas ... eminentemente en la Euca-
ristía.

El carisma de fe nos ayuda incontestablemente a ello, en su


práctica y en su significación.

Por otra parte, al acoger el perdón recibimos la fuerza y la


"ciencia" de perdonar. En efecto, son numerosas las situaciones en
que, aun deseándolo, no sabemos cómo perdonar.

Uno de los frutos del carisma de fe nos hace experimentarlo.

Corriendo el riesgo de parecer revolucionario, añadiría un terre-


no particularmente propicio para el ejercicio del carisma de fe: el
del sacramento de reconciliación. Cuántos sacerdotes sufren por
falta de contrición, o por el contrario, remordimientos irremediables
persistentes en sus penitentes, o un débil deseo de frecuentar
regularmente el sacramento del perdón, o ignorancia de ser amado
por Dios, que muy frecuentemente transforman la reconciliación

113
en un rito que hay que cumplir de manera legalista, o en un acto de
tal modo facultativo que se llega casi a olvidar.

¿No es por falta de conciencia del pecado que hay una ausencia
casi general de interés por recibir (sacrarnentalrnente) el perdón de
Jesús?

Quizá ... ¿y por qué no también ~e manera más escondida- por


miedo de Dios, ese Dios que se hace tan cercano que se entrega al
hombre lastimado?

Los sacerdotes querrían tanto encontrar pa labras persuasivas que


despertaran el gusto y el deseo de ser perdonados, que sensibiliza-
ran a la gran ternura de Dios a aquellos que se reconocen débiles y
pecadores.

El carisma de fe les sería más que precioso para animar mejor a


la acogida del perdón, para dar confianza, confortar y pacificar de
modo sobrenatural. .. para que el don divino sea aceptado plenamen-
te y lleve así los frutos prometidos y esperados en el orden de la
paz, la salvación, el crecimiento en la fe y la confianza, y aun
la sanación de las almas y los cuerpos. .

Este es el testimonio que me han confiado varios sacerdotes que


han recibido este carisma en su ministerio. Yo lo transmito ahora,
para que nuestra oración suplique al cielo que reparta entre los
ministros de la Reconciliación y de la Eucaristía la fecundidad del
carisma de fe y de todas las demás gracias que la Sabiduría divina
considere bueno otorgarles, porque los "últimos tiempos" son tiem-
pos de Misericordia derramada en el mundo entero.

No hay ninguna incompatibilidad entre la gracia sacramental del


Orden (que "realiza" el sacerdote) y la gracia carismática de fe,
susceptible de ayudarle gratuitamente en el ejercicio de su minis-
terio sacerdotal.

Sería por otra parte ridículo colocar ambas gracias en un mismo


nivel de consideración, puesto que tienen naturaleza muy diferente.

114
Hacerlas concurrenciales sería tan aberrante como confundir los
sacramentos (donde la Iglesia obtiene sin cesar su propia vida) con
los carismas (que sólo son dones sensibles que contribuyen al bien
de todos).

Más que ponerlos en concurrencia, a ellos que forman parte


del gran organismo sobrenatural de la gracia, conviene percibir
y respetar su profunda cornplementariedad y acoger sus respec-
tivas finalidades para el crecimiento de la Iglesia.

Es en ese sentido que yo me atrevo a exhortar a mis hermanos


sacerdotes a orar para pedir y recibir, según la Sabiduría divina, el
carisma de fe, por el bien de las almas que les confía la "Cristian-
dad".

Los "últimos tiempos" nos preparan, sin pronóstico temporal,


a la venida gloriosa de Cristo. Esta preparación consiste primera-
mente en cambiar el corazón del hombre para que se transforme
acogiendo, en la fe y la confianza, en la liberación de los miedos
y las dudas, la venida del Resucitado.

Nadie conoce el día ni la hora ... pero nadie puede replicar que
los tiempos actuales son tiempos de maduración, de llamado a
crecer en la fe, tanto más que hoy --quizá más que nunca- las dos
grandes causas de debilitación de la fe se están recrudeciendo
notablemente: el pecado (así como los miedos que le son conexos)
y la falta de ejercicio de la fe (teologal) CJue realmente crece en
función de su actividad" I

También allí la fe carismática es susceptible de ejercitar al


cristiano en la virtud de la fe, verdadero fundamento de toda vida
espiritual

Jesús mismo se inquieta porque el hombre se deja fácilmente


enfriar en "acoger la fe" de la Misericordia ... aun cuando ésta se
vuelva más acuciante.

1. Cf. J.J. Surin, Catecismo espiritual.

115
"Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará todavía fe sobre
la tierra?" (Lc 18, 8).

El despliega tesoros de Sabiduría, a veces sorprendentes, para


prodigar al hombre las marcas de su Amor.

Elsana, El consuela, El conduce, El perdona, El se entrega." pero


no sin hacer intervenir a los suyos, sus colaboradores, su Iglesia.

Es en esta necesidad de cooperación en la obra de Su Misericor-


dia que el Espíritu suscita hoy el carisma de fe.

Doctor Philippe Madre,

Cordes, Convento de Nuestra Señora, marzo 1988.

116
Indice

Prefacio 5

Prólogo 11

Capítulo 1
La mies es mucha 19

Capítulo 11
Actualidad del carisma de fe 31

Capítulo 111
Fe teologal y fe carismática 43

Capítulo IV
El carisma de fe en las escrituras y en la hagiografía 61

Capítulo V
Génesis de un carisma de fe 69

Capítulo VI
Discernimiento del carisma de fe 83

Capítulo VII
Sabiduría divina y carisma de fe 93

Epílogo 113
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