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LITERATURA Y DERECHO

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS


Serie DOCTRINA JURÍDICA, Núm. 529

Coordinadora académica: Elvia Lucía Flores Ávalos


Coordinador editorial: Karla Beatriz Templos Nuñez
Edición: Karina Castañeda Barrera
Formación en computadora: Juan Rendón Martínez
FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

LITERATURA
Y
DERECHO

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


MÉXICO, 2010
Primera edición: 10 de enero de 2010
DR © 2010, Universidad Nacional Autónoma de México
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Circuito Maestro Mario de la Cueva s/n
Ciudad de la Investigación en Humanidades
Ciudad Universitaria, 04510 México, D. F.
Impreso y hecho en México
ISBN 978-607-02-1144-7
CONTENIDO

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IX
De letras y de letrados. A modo de introducción . . . . . . . . . XVII

LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN EN EL


CANCIONERO DE JUAN ALFONSO DE BAENA. SIGLO XV . . . . . . 1
I. El mundo del derecho común . . . . . . . . . . . . . . . . 1
II. Derecho y literatura: estado de la cuestión e hipótesis de
trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
III. El Cancionero de Baena: una crítica profunda al derecho
común . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
1. Algunos precedentes líricos . . . . . . . . . . . . . . . 21
2. El Cancionero de Baena: los autores, las obras, la prác-
tica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

DERECHO COMÚN Y LITERATURA: DOS EJEMPLOS DE LOS SIGLOS XVI


Y XVII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
I. Prólogo: un soneto canónico y jurídico . . . . . . . . . . . 67
II. El mundo del derecho común . . . . . . . . . . . . . . . . 72
III. Derecho y literatura: estado de la cuestión e hipótesis de tra-
bajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
IV. Rabelais: formulación literaria de un nuevo camino jurídico 95
V. La obra de Lope de Vega o cómo el lenguaje todo lo cura . 129
VI. A modo de conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

VII
VIII CONTENIDO

ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO COMO LENGUAJE


JURÍDICO EN EL DERECHO ALTOMEDIEVAL HISPÁNICO . . . . . . . 165

SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO: UNA


CRÍTICA DECIMONÓNICA A UN ORDEN JURÍDICO TODAVÍA NO
FENECIDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 317

LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL: ORÍGENES, FORMU-


LACIONES. PERVIVENCIAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 381

DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA DEL CANCIONERO DA


JUDA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 463

DE METÁFORAS Y DE DERECHOS (A PROPÓSITO DE M. STOLLEIS. DAS


AUGEN DES GESETZES. GESCHICHTE EINER METAPHER) . . . . . . . 529

PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS (A PROPÓSITO


DE M. T. FÖGEN, STORIE DI DIRITTO ROMANO. ORIGINE ED
EVOLUZIONE DI UN SISTEMA SOCIALE) . . . . . . . . . . . . . . . 547
Literatura y derecho, editado por el Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la UNAM, se terminó
de imprimir el 10 de enero de 2010 en Impresión y
Comunicación Gráfica, S. A. de C. V., Manuel
Avila Camacho 689, col. Sta. Ma. Atzahuacán,
delegación Iztapalapa, 09500 México, D. F. Se
utilizó tipo Times New Roman en 9, 10 y 11 pun-
tos. En esta edición se empleó papel cultural 70 x
95 de 50 kilos para los interiores y cartulina cou-
ché de 162 kilos para los forros; consta de 500
ejemplares (impresión offset).
IX

PRÓLOGO

En nuestra cultura occidental de raíz europea, que es a la que refiere esta


obra que hoy prologo, encontramos desde la Antigüedad, como bien dice
su autor en la introducción, un sólido entronque entre derecho y literatu-
ra. ¿Por qué? Porque ambas son disciplinas que expresan el sentir de un
pueblo, de una sociedad, en un momento histórico determinado. Así, el
derecho enriquece a la literatura, ya sea como trama o argumentación en
una obra determinada (piénsese en el famoso Mercader de Venecia de
William Shakespeare, quien convierte un asunto eminentemente jurídico
—la deuda de Antonio a Shylock— en el argumento de una de sus mejo-
res obras); como crítica de la realidad jurídica que se ha impuesto a una
sociedad (piénsese en las obras de Charles Dickens con tanto contenido
jurídico que la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard cuenta
con un curso optativo sobre derecho y literatura donde se estudian sus
novelas); o bien como conjunto de vocablos especializados que son usa-
dos por los autores para reforzar la expresividad de sus discursos (pién-
sese en el novelista francés Stendhal quien cita constantemente al Códi-
go Civil francés en las páginas de sus celebradas novelas y que presumía
de leerlo todos los días en la búsqueda del lenguaje preciso y lacónico
que los redactores de Napoleón habían insuflado a su magna obra jurí-
dica).
Así pues, la literatura, aunque sea ficción, aporta al derecho la visión de
una sociedad determinada en el tiempo y en el espacio, con sus ventajas y
desventajas, con lo positivo y negativo de los seres humanos que la con-
forman, así como con sólidas descripciones de ella, basadas en lo que real-
mente aconteció y que pretende ser, ni más ni menos, que la verdad. O, di-
cho de otra manera, mientras el derecho define la sociedad ideal —la
sociedad que debe ser pero que muchas veces no es—, la literatura, a tra-
vés de los ojos del narrador, muestra la sociedad que realmente existe.
Ambas, como reitera el autor, son visiones de la existencia humana, aun-
que cada una de ellas con sus propios códigos, parámetros y discursos.
IX
X PRÓLOGO

Esto se debe a que lo jurídico no sólo se manifiesta en las leyes, las


sentencias judiciales o la doctrina de los jurisconsultos, esto es, en los
textos legales de cada época en cada región, sino también en otros testi-
monios de muy diversa índole, como son las artes plásticas (piénsese en
los grabados caricaturescos de Gustave Doré sobre los abogados y ma-
gistrados franceses), en la arquitectura, la música y otras manifestaciones
del saber humano; pero sobre todo en la literatura, entendiéndose por tal
sus diversos géneros como la poesía, el teatro, el cuento y la novela e in-
cluyendo, con criterio amplio y no restrictivo, las crónicas, las memorias
y las obras históricas, así como esas expresiones de la narrativa llevadas
a imágenes como son la televisión y el cine, “ese gran oficio del siglo
XX”, según palabras del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante.
Esto sucede, ya lo hemos apuntado, porque el derecho, a través de los
tiempos, ha proporcionado argumentos constantes al mundo literario.
Quién duda hoy de que las tragedias de Sófocles, Eurípides y Esquilo
plasmaron las inquietudes de las ciudades-Estado del mundo helénico por
la obtención de la justicia. Asimismo, la poesía medieval europea describe
instituciones, fuentes, prácticas y usos jurídicos de su época. Así, el Can-
tar de los Nibelungos se nutre de ordalías o juicios de Dios, y el Poema
del Mio Cid y el Cantar de Roldán son cantos que contienen aspectos y
acontecimientos relativos a los derechos medievales castellano y francés,
respectivamente. Ellos, y otros de la misma época, son fuentes de cono-
cimiento de problemas jurídicos como los de las relaciones entre el Rey
y sus súbditos, el Señor y sus vasallos, la condición jurídica de las perso-
nas en la sociedad estamental, el matrimonio (piénsese en el derecho de
pernada) o la forma de llevar a cabo diversos contratos durante el régi-
men feudal. Y más tarde, en la Baja Edad Media, los juglares aludieron
constantemente al desastre que fue la recepción del derecho romano y la
creación del ius commune, cuando hablaban del poder omnímodo de los
jueces y los abogados, dueños del tiempo y de las vidas de los sujetos so-
metidos a litigios, así como de los pleitos interminables, de las arbitrarie-
dades de los jueces, de los cohechos y los sobornos; en resumen, de una
justicia no sólo lenta y engorrosa, sino también totalmente ciega.
Estas críticas a la justicia pasaron después al mundo del Renacimiento
y se perpetuaron en obras tan universales como el celebrado Ingenioso
hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, obra llena
de referencias jurídicas sobre la cual se han escrito numerosos libros y
PRÓLOGO XI

tesis de grado tanto en España como en el resto del mundo occidental.


También en las obras de los dramaturgos españoles del Siglo de Oro co-
mo Francisco de Quevedo, cuyos textos políticos y panfletos satíricos
critican, entre otros asuntos jurídicos, los usos burocráticos de las Chan-
cillerías de la época. Tres de sus obras: La rebelión de Barcelona. Ni por
el huevo ni por el fuero; Capitulaciones matrimoniales y Capitulaciones
de la vida en la Corte, son buenos ejemplos de lo antes dicho. O en la fa-
mosa Fuente ovejuna de Lope de Vega, donde la justicia quedó en ma-
nos del pueblo y la responsabilidad ante las arbitrariedades de las autori-
dades se diluyó entre todos (—Quién mató al Comendador. —Fuente
Ovejuna, señor). Y qué decir de Calderón de la Barca en El alcalde de
Zalamea, donde se debate sobre la relación del individuo con el poder,
contraponiendo el poder salvador del rey al maléfico de la autoridad lo-
cal (“El mejor alcalde, el rey”). O en La vida es sueño, la obra cumbre
del mismo autor, gran drama que cuestiona la libertad del hombre y los
límites que se le imponen por la tan mentada: “razón de Estado”.
También la literatura ha servido para que una nación, a través de sus
autores, encuentre su propio espíritu, y conforme a él, elabore sus leyes.
Tal fue el caso de Alemania, donde los hermanos Jacobo y Guillermo
Grima —filólogos y profesores de las universidades de Gotinga y Berlín,
y máximos exponentes de la rama germanista de la Escuela Histórica del
Derecho a mediados del siglo XIX—, se dedicaron a recoger las leyendas
del pueblo alemán; leyendas que se convirtieron posteriormente en cuen-
tos infantiles (piénsese en “Hanzel y Gretel”, “ Blancanieves”, “La ceni-
cienta”, etcétera, universalmente conocidos gracias a la industria de Walt
Disney), en el momento en que Thibaut y el más famoso de los juristas
de su época, Federico Carlos von Savigny, debatían sobre la utilidad o
no de codificar el derecho germánico, basándose en el famoso y ya citado
Código Civil napoleónico. El resultado de este debate fue la promulgación
en 1900, tardía en relación con el resto de los códigos europeos, del Bur-
gerliches Gesetzbuches (BGB), pero ajustada al volgeist o espíritu del pue-
blo alemán.
En este orden de ideas, cabe destacar también la incidencia que tuvie-
ron dos obras de Charles Dickens: La pequeña Dorrit y Los papeles pós-
tumos del club Pickwick, durante la época victoriana. Debido a las denun-
cias contenidas en ellas se lograron mejoras penitenciarias en Inglaterra
que culminaron con la destrucción de un par de prisiones: la de Marsha-
XII PRÓLOGO

lar y la de Flett; así como la desaparición en dicho país de figuras jurídi-


cas como la prisión por deudas, sin olvidar la influencia en otros temas
de justicia, hasta entonces ignorados por las autoridades británicas, que
fueron expuestos en las obras cumbres del mencionado novelista inglés.
Asimismo, la literatura norteamericana, heredera de la anglosajona en
cuanto a su interés en los casos jurídicos, es fuente riquísima de conoci-
miento del derecho en ese país. Es más, ella ofrece innumerables ejem-
plos de abogados novelistas que cultivan el “thriller jurídico”, muy del
gusto de sus conciudadanos; thrillers que venden millones de ejemplares
que luego son llevados al cine y a la televisión. Los casos más destaca-
dos son los de John Grisham, abogado y político (fue legislador del es-
tado de Mississippi) a quien debemos múltiples títulos dedicados a
casos jurídicos como Tiempo de matar, Cámara de gas, Legítima defen-
sa, El jurado y La apelación, entre otros; y el de Scout Turow, aboga-
do egresado de la Universidad de Harvard y Fiscal Federal, autor de
Presunto inocente y otros dramas criminales y judiciales. A través de la
lectura de estos autores pueden conocerse los vericuetos de los procedi-
mientos civiles y criminales federales y estatales del sistema jurídico
estadounidense.
La gran narrativa rusa de los siglos XIX y XX no se queda atrás en
esta temática que comentamos. Quién no ha encontrado en una de las
obras magnas de Fiodor Dostoievski, Crimen y castigo, el dilema de ejer-
cer la justicia por propia mano, cuando Raskolnikov asesina a la vieja
usurera, así como sus propias tribulaciones en torno al problema moral y
legal de la usura. Y quién no ha meditado en torno al parricidio cometido
por Dimitri en Los hermanos Karamazov. Otro ejemplo de la literatura
rusa decimonónica los tenemos en Resurrección de León Tolstoi, quien,
con infinidad de detalles, narra el juicio de la protagonista y su posterior
destierro e infrahumano encarcelamiento en Siberia, en compañía de su
protector. Y pasando al siglo XX, qué decir de las obras Un día en la vi-
da de Iván Denisovish y El archipiélago Gulag, de Alexander Solsche-
nitzin, reveladoras de la injusticia de los juicios y de las horrendas condi-
ciones penitenciarias que sufrieron los presos políticos durante la etapa
del totalitarismo soviético.
También encontramos múltiples aportaciones de la literatura al cono-
cimiento del derecho en nuestros narradores hispanoamericanos. Conoci-
da de todos es la trilogía, situada en la llamada “época del boom” de
nuestros novelistas, que trata sobre el poder omnímodo, cruel e injusto
PRÓLOGO XIII

que ejercían los dictadores sobre sus gobernados en América Latina. Me


refiero a las obras: Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos, El señor
presidente, de Miguel Ángel Asturias y El otoño del patriarca de Ga-
briel García Márquez que fueron precedidas por Tirano Banderas, nove-
la del español Ramón María del Valle Inclán, y sucedidas brillantemente
por La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa, sobre la ejecución del
dictador dominicano Leónides Trujillo.
Y en México, qué decir de La sombra del caudillo de Martín Luis
Guzmán, sobre un asesinato político. Y, si de política hablamos, es im-
posible dejar de mencionar las varias novelas de Luis Spota; así como La
silla del águila del más celebrado de los novelistas mexicanos, Carlos
Fuentes, relativas a las luchas por el poder durante el largo periodo del
régimen priísta. Asimismo, cabe mencionar algunas novelas mexicanas
como Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno, El complot mongol de
Rafael Bernal y El apando de José Revueltas, sobre las míseras institu-
ciones carcelarias de la época en el país, así como las narraciones poli-
ciacas basadas en crímenes de Rafael Ramírez Heredia, entre otras mu-
chas. También encontramos contenido jurídico en las letras de rancheras
y corridos mexicanos. Un buen ejemplo de lo dicho es el corrido: “El hi-
jo desobediente”, repleto de disposiciones testamentarias. He aquí una de
sus estrofas más significativas: “Y el caballo colorado / que hace un año
que nació / yo se lo dejo a usted, padre / por la crianza que me dio”.
Por último quiero señalar la aportación del derecho al cine a través de
guiones eminentemente jurídicos como la trilogía clásica del cineasta
francés André Cayatte, también abogado, compuesta por los films: “Y se
hizo justicia”, “Todos somos asesinos” y “El veredicto”. Así como de la
película norteamericana, también clásica, “Doce hombres en pugna”, di-
rigida por Sydney Lumet con guión de Regiland Rose y protagonizada
por Henry Fonda, quizás la crítica más severa a la institución anglosajo-
na del jurado. Y otros clásicos del cine de abogados como “Testigo de
cargo” del Billy Wilder basada en una obra de Agatha Christie que nos
plantea la diferencia entre un asesinato y un ajusticiamiento; “Quiero vi-
vir”, dirigida por Robert Wise y protagonizada por Susan Hayward, ex-
traordinario alegato contra la justicia sumaria y la pena de muerte; “El
juicio de Nuremberg”, dirigida por Stanley Kramer que plantea el pro-
blema de la dialéctica entre el derecho positivo y el derecho natural al
juzgar a los responsables del nazismo y, “Matar a un ruiseñor” de Robert
XIV PRÓLOGO

Mulligan, protagonizada por Gregory Peck, sobre la dificultad de impar-


tir justicia a través del jurado a la población negra, en el deep south de
los Estados Unidos de Norteamérica. Y muchas más que harían intermi-
nable este listado sobre el derecho en las pantallas cinematográficas.
Mucho se me queda en el tintero acerca de la íntima relación entre de-
recho y literatura, pero ahora se trata de un simple prólogo. Por tal razón,
me limité a ofrecer al lector sólo unas breves reflexiones que me han sur-
gido “a vuela pluma” y que me sirven para introducirlo en el autor y en
la obra que hoy presento. Obra debida al esfuerzo incesante y altamente
cualificado de un joven de origen ovetense y formación gallega, en la ac-
tualidad brillante profesor e investigador del Departamento de Historia
del Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Su nombre:
Faustino Martínez. Sus credenciales: una decena de libros y un par de
cincuentenas de artículos y comentarios bibliográficos, así como múlti-
ples conferencias dictadas en universidades de España, Italia, Rusia y
México; prolífica obra escrita y oral que abarca temas variados de las
historias de los derechos español e hispanoamericano desde el periodo
medieval hasta el contemporáneo, entre la cual destacan los trabajos de-
dicados a la historia de los derechos español, mexicano, romano y euro-
peo, a la historia del desarrollo de las universidades y de la administra-
ción local españolas, al derecho común (ius commune), a la historia del
derecho privado y de los derechos humanos y, last but not least, a la ínti-
ma y enriquecedora relación entre el derecho y la literatura.
Sobre esta última temática, el doctor Faustino Martínez saca a la luz
hoy una recopilación de trabajos previamente publicados en revistas es-
pecializadas de gran prestigio internacional, entre las que destacan: Ini-
tium. Revista Catalana d’História del Pret; Foro. Revista de Ciencias
Jurídicas y Sociales; E-Legal History Review; Seminarios Complutenses
de Derecho Romano; Cuadernos de Historia del Derecho; Anuario Me-
xicano de Historia del Derecho y Prologus Baenensis (revista digital);
trabajos donde investiga y reflexiona sobre el derecho común (ius com-
mune) en el Cancionero de Antonio de Baena y otros dos autores de los
siglos XVI y XVII, donde analiza el lenguaje jurídico en el Cancionero
de Ajuda y en la Biblia, y donde aporta novedosas interpretaciones en
torno a la evolución del derecho romano y su crítica en distintos momen-
tos históricos de nuestra tradición jurídica romano-canónica o neorroma-
nista.
PRÓLOGO XV

Sólo me resta añadir que celebro ampliamente la publicación por el


Instituto de Investigaciones Jurídicas de esta compilación de artículos
que, con su indispensable base histórica, versa sobre el feliz maridaje en-
tre la literatura y el derecho. Y que, además, me siento muy honrada de
ser la prologuista, tanto de la obra como de su autor.

Beatriz BERNAL
XVII

DE LETRAS Y DE LETRADOS.
A MODO DE INTRODUCCIÓN

¿Existe algún aspecto de la vida que pueda quedar al margen del dere-
cho? Pocos o muy pocos, por no decir ningunos, escasos y en muy con-
tadas circunstancias. ¿Existe algún campo de la vida que pueda verse
postergado por la literatura, que pueda quedar al margen de un proyecto
literario, cualquiera que sea su manifestación externa, ya teatro, ensayo,
poesía, novela, cuento? Casi ninguno es la respuesta otra vez. Ambas dis-
ciplinas, artes o ciencias, según los casos, las visiones y los enfoques que
se defiendan, proceden a extender la totalidad de sus influencias y de sus
perspectivas sobre el conjunto global de las conductas humanas. Son vi-
siones de la generalidad de la existencia, cada una de ellas con sus propios
códigos, parámetros y discursos. Pero visiones que nos muestran cómo
es realmente el ser humano y cómo aspira a ser, la realidad y el deseo, en
la conocida terminología de Luis Cernuda. Si hay esa concordancia, lógi-
co es deducir la existencia de más que posibles interferencias e injeren-
cias recíprocas, por el simple hecho de compartir lugares comunes, unas
fronteras casi intangibles, difíciles de precisar, que aluden de modo inde-
fectible al humano actuar y al humano pensar. Porque con el derecho y la
literatura lo que tenemos delante es siempre al ser humano.
Partamos de tres pilares básicos: hay una sociedad, hay un derecho,
hay una literatura. La primera se exterioriza a través de unas formas de
convivencia que precisan de toda una normatividad que asuma la norma-
lidad de las conductas. Así aparece el derecho, ligado a la sociabilidad y
a la historicidad, dado que emana de lo social (procede de allí) y halla su
reflejo en la historia misma (puesto que en ella encuentra modelos). Uno
y otro acaban siendo finalmente expresados por la literatura, la cual ter-
mina por englobar los dos fenómenos anteriores bajo su manto protector,
bajo su lenguaje preciso y cuidado, rico, bello, que, aunque no imperati-
vo, sirve como vehículo que expresa y expone, que critica y denuncia, a
modo de una conciencia constante de todo lo que deriva de lo social que
XVII
XVIII INTRODUCCIÓN

es, al mismo tiempo, lo jurídico. Se cierra, pues, de esta forma tan rotun-
da el ciclo ideal previsto. La vida bruta del hombre en la colectividad,
esto es, la vida social —y, por ende, propiamente jurídica— pasa a ser
depurada por medio de un lenguaje especial, propio y armónico, de tipo
técnico-científico, el del derecho, que regula aquella coexistencia plural
con sus imperatividades y coercibilidades. Pero sociedad y derecho no
quedan al margen del lenguaje ordinario, común, no tecnificado o en
vías de tecnificación: para plasmar los dos fenómenos anteriores, aparece
otro nuevo lenguaje orientado a la belleza, antes que a cualquier otra fina-
lidad, descriptivo y no prescriptivo. El derecho define la sociedad ideal,
imperturbable, la sociedad que se quiere defender, la sociedad que debe
ser y muchas veces no es; por su parte, la literatura nos muestra aquella
sociedad que realmente existe, con sus ventajas y con sus defectos, con lo
positivo y lo negativo de los seres humanos que, al fin, la conforman y la
realizan, con sus exageraciones y desvío, pero también con sólidas des-
cripciones ancladas en la realidad y, por ende, en la verdad.
Este triángulo esbozado con sus múltiples injerencias sirve para poner
de manifiesto que la distancia que separa el derecho y la literatura, uni-
dos ambos por el cemento que conforma la vida en sociedad y la palabra
humana, no es tan grande como se pueda pensar a primera vista. Ambos
son lenguajes, a fin de cuentas, y así coinciden en su aspecto formal ex-
terior. El derecho, por medio de normas, se configura como conjunto de
textos de intensidad obligatoria variable, mientras que la literatura se
queda en la simple condición de textos, no apoyados en la coacción, sin
carácter constrictivo —no obstante la incidencia que muchos de ellos
puedan adquirir en su mismo momento de aparición o con el paso del
tiempo—. Pensemos en la Biblia, que es, como destacó Steiner, algo más
que un libro: es el libro por antonomasia. No obstante su falta de fuerza
obligatoria, eso no ha impedido que germine como el texto de más inten-
sa y mayor influencia en la historia de la civilización occidental. Por me-
dio del lenguaje tanto jurídico como literario, caminamos y hallamos fi-
nalmente la cultura. Dentro de un concepto unitario de civilización, la
cultura de una determinada sociedad tiene plurales manifestaciones, a
modo de un caleidoscopio que refleja las variadas facetas en las que se
puede expresar el acontecer humano. Aquélla, la cultural, se proyecta de
diversas maneras en un intento de aprehender los sentimientos, valores,
principios, deseos, lo ético y lo sentimental, de una comunidad determi-
INTRODUCCIÓN XIX

nada, denominada nación, pueblo o Estado. El hecho de compartir una


serie de valores comunes y un conjunto de vehículos asimismo comunes
de expresión permite la forja de esa idea de una comunidad cultural, la
cual presenta toda una gama numerosa, infinita, de manifestaciones: el
lenguaje, el folklore, el arte, la literatura, la pintura, las leyendas, el dere-
cho y un largo etcétera. Todas y cada una de estas facetas pueden y de-
ben ser estudiadas de forma aislada, pero para que el conocimiento sea
completo, uniforme, sin fisuras, de lo que se ha denominado cultura, es
precisa la demostración de sus relaciones, influencias y conexiones, que
se producen entre todas ellas: determinar su perfecta interdependencia e
imbricación. El derecho y su lenguaje, sus categorías y principios, las
normas jurídicas con su idioma propio, el originario y el que deriva de su
interpretación, son siempre el reflejo de tensiones, luchas, conflictos so-
ciales, económicos, religiosos o políticos subyacentes, de los precarios
equilibrios que se obtienen, de las evoluciones y revoluciones, de los
avances y retrocesos, los corsi e ricorsi de la historia misma, condicio-
nantes todos ellos de lo que finalmente acaba por verse reflejado en el
campo jurídico, por cuanto que éste es espejo de la realidad social, de ese
conglomerado variado de intereses y de valores.
Todos ellos hacen el derecho y marcan su existencia, su vivir, su éxito
o su fracaso, su actuación, su apogeo o su decadencia. La validez de la
normativa nos da un primer indicador, al que seguirá su eficacia. La pri-
mera se verifica desde una perspectiva exclusivamente formal, externa,
mientras que la segunda requiere salir del círculo jurídico y sumergirse
en la vida social. Para la primera, basta el derecho; para la segunda,
aquél deviene insuficiente a todas luces. ¿Dónde acudir ante esa insufi-
ciencia de las fuentes propiamente jurídicas? Señalaba Marcel Proust que
todo lector era lector de sí mismo. A través de la lectura del derecho, po-
demos llegar a saber cómo somos realmente, cómo es la sociedad en la
que vivimos, cómo deseamos que sea esa sociedad, que se consolide el
modelo perfecto que el orden jurídico traza, cómo reaccionamos ante la
noción de injusticia que nosotros mismos nos encargamos de definir o
cómo concebimos la justicia. Pero junto a lectura directa del derecho ha-
llamos una lectura de esa lectura, una relectura del mundo jurídico por
medio de los recursos de los no juristas. Cada obra literaria es suma,
compendio o relectura de la sociedad en la que emerge, que se lee e in-
terpreta a sí misma por medio de sus creaciones culturales. El derecho no
XX INTRODUCCIÓN

puede captar o aprehender toda la realidad, por mucho que se esfuerce.


Pero sí algunas manifestaciones de la misma. Siempre hay aspectos invi-
sibles, puntos decisivos e incisivos que no se ven, cegados como estamos
por las luces de la razón, pero que son, que están y que se sienten, aun-
que no se perciban de un modo diáfano, como señalaba Pío Caroni. El
derecho se construye en ocasiones con trazos invisibles, difícilmente in-
teligibles. Por tal motivo, el acercamiento al derecho no tiene que ser
realizado siempre directamente por vías y cauces estrictamente jurídicos,
por el campo de las normas o de los grandes tratados. Tenemos otros ca-
minos. Los lazos jurídicos desean apresar la realidad, ponerla en su po-
der, dominarla, sojuzgarla. Nunca lo consiguen en su totalidad porque
aquélla es terca, libre y, sobre todo, más rápida de lo que cualquier legis-
lador pudiera pensar. La vía a la que nos estamos refiriendo para conocer
la propia realidad jurídica es la que nos suministra la literatura en sus va-
rias formas, ya como trama o argumentación de una obra literaria cual-
quiera, ya como crítica de la misma realidad jurídica que se ha impuesto,
ya, en fin, como conjunto de vocablos especializados que son usados por
los autores con miras a reforzar la expresividad de sus discursos.
Desde la antigüedad, el entronque entre derecho y literatura ha sido
obvio, usual, común; por ello, frecuentemente repetido y empleado. La
literatura refleja el sentir cultural, jurídico por tanto, de un pueblo. El de-
recho ha proporcionado argumentos constantes al mundo literario. Las
tragedias griegas son conflictos jurídicos en la mayor parte de sus casos.
Sófocles, Eurípides y Esquilo plasman las inquietudes de todo un pueblo
por la justicia y sus manifestaciones concretas. Por encima de las pasio-
nes humanas y de los caprichos divinos, el derecho es el elemento que ri-
ge esos comportamientos y les otorga cierta previsibilidad, capacidad de
anticipación y jerarquía. Como el ejemplo de Antígona, quien pone en
primer lugar un pretendido derecho natural, que implica deberes éticos
indelebles para con los parientes más cercanos, por encima de las leyes
positivas de la ciudad, una derecho de la sangre frente a un derecho de la
convivencia, un derecho que no conoce de fronteras políticas o geográfi-
cas frente a otros acotado a una determinada ciudad o concreto territorio.
La rebelión contra el destino, el quebranto de la normatividad más exqui-
sita, la violación de los deberes y obligaciones más sagrados, el conflicto
entre lo individual y lo colectivo, el choque de deseos pueblan la historia
del teatro universal. La poesía medieval es ejemplo asimismo descriptivo
INTRODUCCIÓN XXI

de instituciones, fuentes, prácticas y usos: el Cantar de los Nibelungos se


nutre de ordalías; el Poema de Mío Cid es un canto al derecho medieval
castellano; el Cantar de Roldán hace lo propio con la Francia feudal ca-
rolingia; los cancioneros gallego-portugueses emplean usualmente como
lenguaje amoroso el lenguaje del feudalismo, como ya hemos demostra-
do en alguno que otro trabajo, ahora aquí recopilado. Pero el filón no se
agota aquí. Los poetas de la Baja Edad Media aluden constantemente al
desastre práctico que ha supuesto el renacimiento y la recepción del
derecho común romano-canónico (ese mal derecho que conduce a forjar
malos cristianos por cuanto que se oponían al derecho tradicional de rai-
gambre divina); al poder omnímodo de los jueces y de los abogados, do-
minadores del tiempo y por ello dominadores de la vida de los sujetos
implicados en los litigios; a las citas innúmeras de doctores y más docto-
res; a los pleitos interminables, las arbitrariedades, los cohechos y sobor-
nos; se refieren, en fin, a una incipiente y aguda crítica de esa justicia
que comienza a ser ciega, como quería S. Brandt a finales del siglo XV, que
hallará su expresión más amplificada en el caso de nuestro Francisco de
Quevedo. Las comedias del Siglo de Oro español o el celebrado Ingenio-
so hidalgo Don Quijote de la Mancha de Cervantes evocan en sus pági-
nas temas jurídicos, tales como la lucha entre una visión de la ley, bené-
fica o maléfica, moderada o cruel, a la que se contrapone el poder
salvífico de un monarca que es el mejor alcalde, esto es, el mejor juez, ti-
tular de una mayoría de justicia para modular o dispensar su ordinario
cumplimiento. Shakespeare convierte un asunto exclusivamente jurídico,
la deuda de Antonio hacia Shylock, en argumento material de una de sus
mejores obras. Y el resto de la producción del genio británico está teñida
muchas veces de preocupaciones de este tenor. De material jurídico de
primer orden están repletas las páginas de Valle-Inclán o de Chéjov, ple-
nas de instituciones jurídicas: herencias, pleitos, abogados, propiedad de
tierras, límites, procuradores, mayorazgos, foros, arrendamientos, etcéte-
ra. Madame Bovary, prototipo de la heroína decimonónica, ¿no fallece
por la escrupulosa aplicación del derecho ante un amor irreflexivo que la
lleva a hipotecar bienes, siempre por ese loco sentimiento que la posee?
¿No hace Stendhal una cita constante al Código Civil francés en las pági-
nas de sus más celebradas novelas? ¿Acaso no presumía él mismo de
leerlo todos los días antes de dormir en búsqueda del estilo lacónico que
Napoleón y compañía habían insuflado a tal magna obra? ¿No son
XXII INTRODUCCIÓN

rigurosamente jurídicas las novelas de Hugo, Zola, Balzac o Dumas, en


Francia; las de Clarín, con La regenta, a la cabeza, y Galdós con sus mi-
les de cesantes a lo largo de sus páginas, en España? ¿No están presentes
las revoluciones, las crisis sociales, los ascensos y descensos en mare-
mágnum del orden burgués, los negocios, las traiciones, la riqueza, la
venganza, la represión, en cada una de sus páginas? Las obras de Orwell,
Huxley, Solschenitzin, Koestler, Zamiatin y otros muchos, esas novelas
de dictaduras imaginarias (y no tan imaginarias), ¿no muestra precisamen-
te en su temática un asunto jurídico, cuál es el triunfo de la arbitrariedad
más radical y la muerte, por tanto, del derecho? ¿No son un indicio del
tránsito claro hacia una nueva concepción del mundo del derecho?
La literatura siempre ha jugado un papel de espejo de la sociedad, de
reflejo de la misma, de esa sociedad buena o mala, en la que aparece inser-
tada, con ánimo descriptivo, crítico o satírico, pero siempre con la inten-
ción de plasmar todo lo que la sociedad vive, siente, sufre, padece. La in-
teracción es total. Por ese motivo, la literatura es magnífico termómetro
para medir el grado de formación de una sociedad y la conciencia que la
propia sociedad tiene de sí misma. Los literatos son interlocutores váli-
dos —no los únicos— para conocer el modo de pensar, las mentalidades
y las realizaciones de esos pensamientos. Y por medio de esa literatura
no jurídica podemos llegar también al conocimiento de lo jurídico, de
cómo es y cómo se aplica ese derecho dado, creado, querido o no queri-
do, aceptado o criticado.
El derecho es una forma de literatura, por tanto, un modo de lenguaje
especializado, técnico, minoritario. Pero la literatura también se nos
muestra como una forma de reflejar y de celebrar el derecho mismo. De-
recho y literatura son, como decía el viejo maestro Ureña, caminos
conducentes al mismo destino: el bien. El primero, por medio de su in-
quisitiva persecución de la justicia; la segunda, a través del anhelo de be-
lleza. Ahí está el entronque definitivo de estas dos necesarias creaciones
humanas, necesarias para la vida individual y para la vida colectiva. Sin
ellas, el hombre no sería lo que es, no estaría capacitado para aspirar a
ser. Es decir, una entidad que, en la búsqueda de la belleza, de la bondad
y de la justicia, ha conseguido que dichos elementos lo califiquen, sea,
en suma, un ser que se pretende bello, que se pretende bueno y que se
pretende justo. Belleza. Bondad. Justicia. Son nuestro norte. Para ello, el
derecho se tiene como camino y la literatura como guía.
INTRODUCCIÓN XXIII

Se compilan en el presente volumen una serie de trabajos y ensayos


cuya temática es la apuntada: derecho y literatura, o cómo llegar al dere-
cho por medio de la literatura y viceversa, la literatura como forma de
expresión del derecho. Reflejos de lo primero los hallaremos en la litera-
tura aceradamente crítica con el mundo jurídico del Cancionero de Bae-
na, de Rabelais o de Lope de Vega. Pero también comparece lo segundo,
es decir, la propia singularidad que el derecho adquiere al emplear mode-
los literarios como sucede con el trabajo sobre el lenguaje bíblico o sobre
la regla de oro, es decir, el modo en el que el derecho mismo emplea lo li-
terario para su fines, sea la sanción y castigo de determinadas conductas,
sea la formulación del principio básico sobre el que se construye todo or-
den jurídico. Siempre el lenguaje como telón de fondo, más literario en los
primeros casos, rayando a veces en lo vulgar; más especializado en el se-
gundo ejemplo. Pero con una perfecta posibilidad de intercambio entre
ambos campos culturales. Eso es lo que se ha pretendido: llegar al dere-
cho desde caminos que no tenían que desembocar necesariamente en
aquél. Y, al revés, terminar en la literatura desde el avance que constitu-
yen los textos jurídicos, rastreando sus orígenes y sus conexiones. Espe-
ro haber logrado tal cometido.
Quiero dejar aquí constancia de mi agradecimiento más sincero al
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, que ha asumido la ta-
rea de publicar conjuntamente estas notas varias y dispersas, especial-
mente a la doctora Beatriz Bernal, ella misma gran jurista y consumada
escritora. Nadie mejor para prologar esta obra que una persona amiga
que reúne ambas condiciones y que se mostró entusiasmada desde el mo-
mento en que le comuniqué este proyecto. En segundo lugar, quiero de-
jar constancia también de mi agradecimiento a los responsables de las re-
vistas donde estos ensayos tuvieron su inicial cabida por la confianza
mostrada hacia esta línea de investigación, minoritaria en España, salvo
contadas excepciones, y no tan descuidada en el mundo allende nuestras
fronteras, sobre todo el anglosajón. La referencia concreta a cada una de
ellas exime de mayores indicaciones puesto que todos sabemos quienes
están detrás de los títulos indicados. Finalmente, quiero dedicar este libro
a mis padres, Faustino, por iniciarme en el derecho, y Teresa, por iniciar-
me en la literatura, campos que hoy se dan felizmente la mano. Ninguno
de estos trabajos hubiera sido posible sin ellos. Por último, como deuda de
gratitud, este libro va también dedicado a mis compañeros vespertinos del
Departamento de Historia del Derecho de la Universidad Complutense
XXIV INTRODUCCIÓN

de Madrid, que integramos una tertulia informal basada, amén de la


amistad, en el trabajo, el respeto, el debate, la tolerancia y la ilusión en lo
que hacemos: Isabel, Pepe, Pedro, Luismari, Eduardo y quien esto escri-
be son sus integrantes. Este libro es también, en buena medida, respuesta
a su compañía y a su confianza.
Amable lector, sólo resta tu benevolencia y juicio crítico para que dis-
frutes, como yo he disfrutado elaborándolos, de la lectura de los trabajos
que siguen, que tratan de rastrear elementos jurídicos en la literatura y
elementos literarios en el derecho. Que la lectura te sea leve.

Faustino MARTÍNEZ MARTÍNEZ


LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN
EN EL CANCIONERO DE JUAN ALFONSO DE BAENA.
SIGLO XV

I. El mundo del derecho común

Sabida es la rápida difusión que el derecho común experimentó en los


diferentes territorios europeos a partir de su formulación doctrinal situada
tradicionalmente en torno a los siglos XII y XIII. El siglo XII, usualmente
considerado como el punto de partida, muestra claramente toda una serie
de cambios que se han producido en la Europa occidental. El renacimien-
to de las ciudades, el redescubrimiento de las antiguas rutas comerciales
merced a las Cruzadas, las conquistas en el sur de Italia y en la Península
Ibérica, entre otros muchos factores, provocan un cambio sustancial en el
esquema político, económico y social del momento. La mutación debía
producirse asimismo en la órbita jurídica. La vida urbana incipiente, pero
pronto dominante, opuesta a los imperativos económicos de la época seño-
rial que se dejaba atrás, exigía una nueva reformulación del orden jurídico,
con una organización administrativa más coherente que protegiese esas
conquistas inherentes al nuevos sistema de vida urbano, una administra-
ción de justicia flexible y metódica, que comportaba la necesidad de un
derecho sistematizado y una reanimación de la labor de los juristas. Los
primeros siglos medievales (VIII-XI) habían contemplado el predominio
de una normativa dispersa, divergente, basada en la costumbre, ciertamen-
te mezcla de varias tradiciones jurídicas ninguna de las cuales había con-
seguido la hegemonía. El descubrimiento de versiones completas y autén-
ticas de los principales textos romano-justinianeos proporcionó el material
indispensable para la construcción de esta nueva jurisprudencia, para una
nueva sistematización, para un estudio renovado del derecho romano. 
La resurrección del derecho romano se sitúa alrededor del año 1100
gracias a la labor de Irnerio, un oscuro filólogo y gramático boloñés, quien
1
2 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

convierte el derecho en una disciplina autónoma separada de las artes li-


berales a las que había sido adscrito en los primeros siglos medievales,
como ejemplo de una determinada forma de razonamiento y debate. Con
sus glosas, Irnerio y sus discípulos procedieron a interpretar y explicar
los pasajes de la obra justinianea, contribuyendo a su resurrección —en
el sentido de recuperación de ese conglomerado jurídico— y adaptación
a la realidad medieval. Las glosas y los comentarios se fueron acumulan-
do poco a poco, convirtiéndose en un elemento indisolublemente unido al
propio texto legal como acontecía con las Gemara y Halacha talmúdicas.
Un poco después de la labor de Irnerio, un monje llamado Graciano ela-
boró la primera compilación completa, lógica y sistemática del derecho
canónico, en relación a la cual la influencia romana era ostensible como
había acontecido desde el nacimiento del orden jurídico de la Iglesia.
Pero Graciano tuvo una gran virtud intelectual y fue la de conseguir la
separación entre la teología y el derecho canónico, de modo que hace
nacer un nuevo saber especializado dentro del universo de la ciencia jurí-
dica. El derecho común comienza así a consolidarse no sólo por la rápida
difusión intelectual que tuvo por el continente europeo gracias al papel
de las universidades, de los maestros y de los estudiantes, sino por el apo-
yo decidido, siempre interesado, que instancias políticas varias (imperio,
papado, ciudades, principados, etcétera) prestaron al mundo jurídico con
las miras puestas en la tutela de sus propias posiciones e intereses.
Con esta denominación, ius commune, se quiere designar al producto
resultante de la conjunción y adaptación de tres diferentes órdenes jurí-
dicos: el romano-justinianeo, en proceso de redescubrimiento y de reela-
boración; el canónico, en plena efervescencia marcada por la abundante
labor legislativa conciliar y, sobre todo, papal; y, en menor medida, el
lombardo-feudal, resultado de la adaptación de las antiguas prácticas y
usos carolingios de tipo feudal, en los territorios del norte de la Penínsu-
la itálica. Bajo esta fórmula, repetimos, se condensa la más importante
formación jurídico-cultural que se ha producido en Europa, al tratarse
—y aquí lo verdaderamente novedoso y trascendente del tema—, de
un sistema jurídico que combinó adecuadamente los aspectos teóricos
y prácticos, esto es, lo establecido en los libros y las creaciones de sus
cultivadores junto con las necesidades que demandaba la del propio mun-
do medieval, convirtiéndose en el sustrato común de la cultura jurídica
europea, tanto continental como insular.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 3

El derecho común cubrió con su manto la Europa bajomedieval y sus


efectos dominadores se trasladaron prácticamente sin interrupción hasta
el ilustrado y reformador siglo XVIII, en donde comienza un periodo de
crisis y de revisión de lo que había sido el modelo jurídico dominante.
De todas formas —y esto hay que decirlo—, la criba que supone el siglo
XVIII es menos profunda de lo que se piensa tradicionalmente porque no
hay una ruptura total y expresa con relación al derecho romano: se aparta,
eso sí, de la práctica, estilos y usos de antaño, todo lo considerado abu-
sivo, excesivamente dotado de complejidad, pero se conserva ese caudal
jurídico indispensable que fue el derecho común con sus conceptos y
principios básicos.1 
La asimilación de esta tradición jurídica en cada uno de los reinos eu-
ropeos (la denominada “recepción”,2 entendida como el proceso sucesi-

1 Véase sobre la formación y evolución del derecho común, las aportaciones clásicas
de Savigny, F. C., Geschichte des römischen Rechts im Mittlealter, 7 ts., Wiesbaden-Bie-
brich, Becker and Co., 1834; Besta, E., Introduzione al Diritto Comune, Milán, Giuffrè,
1938; Ermini, G., Corso di Diritto Comune. I. Genesi ed evoluzione storica. Elemento
costitutivi. Fonti, 2a. ed., Milán, Giuffrè, 1946; voz “Diritto Comune”, Nuovo Digesto
Italiano, Turín, UTET, 1938, t. IV, pp. 970 y 971; y la misma voz en Nuovissimo Di-
gesto Italiano, Turín, UTET, 1957, t. V, pp. 826-829; Vinogradoff, P., Diritto romano
nell’Europa medioevale, Milán, Giuffrè, 1950; Calasso, F., Medio Evo del Diritto, t. I: Le
fonti, Milán, Giuffrè, 1954; e Introduzione al Diritto Comune, Milán, Giuffrè, 1970; Ko-
schaker, P., Europa y el derecho romano, Madrid, Editorial Revista de Derecho Privado,
1955; Brynteson, W. E., “Roman Law and legislation in the Middle Ages”, Speculum. A
journal of medieval studies, vol. 41, núm. 3, julio de 1966, pp. 420-437; Thieme, H., voz
“Gemeines Recht”, Handwörterbuch zur deutschen Rechtsgeschichte, Berlín, Erich Sch-
midt Verlag, 1971, t. I, colección 1.506-1.510; Cavanna, A., Storia del Diritto Moderno
in Europa, t. I: Le fonti e il pensiero giuridico, Milán, Giuffrè, 1982; Piano Mortari, V.,
Gli inizi del Diritto moderno in Europa, 2a. ed. Nápoles, Liguori 1982; Merryman, J. H.,
La tradición jurídica romano-canónica, 2a. ed., México, Fondo de Cultura Económica,
1993; Bellomo, M., La Europa del derecho común, Roma, Il Cigno Galileo Galilei, 1996;
Wieacker, F., Historia del derecho privado de la Edad Moderna, Granada, Comares,
2000; Berman, H. J., La formación de la tradición jurídica de Occidente, México, Fondo
de Cultura Económica, 2001, y Stein, P. G., El derecho romano en la historia de Europa.
Historia de una cultura jurídica, Madrid, Siglo XXI, 2001. La producción de la doctrina
jurisprudencial más relevante se puede consultar en Coing, H. (coord.), Handbuch der
Quellen und Literatur der neueren europäischen Privatrechtsgeschichtte. Erster Band.
Mittelalter (1100-1500), Munich, C. H. Beck, 1973.
2 Sobre la expansión europea del derecho común, véase Calasso, F., op. cit., nota 1,
pp. 607 y ss.; “In orbem terrarum”, Introduzione al Diritto Comune, cit., nota 1, pp. 303-
340; y Fernández Barreiro, A y Paricio, J., Historia del derecho romano y su recepción
europea, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, 1991, pp. 211-244.
4 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

vo de penetración y asunción del molde jurídico romano-canónico dentro


de los ordenamientos particulares de cada reino o principado europeos)
supuso un cambio radical en el mundo jurídico tradicional que cada uno
de los reinos aspiraba a conformar. El sistema jurídico de la “recepción”
se caracterizó por la atribución desmesurada de un valor casi sagrado a
los textos romanos, admitidos sin el más mínimo reparo o la menor crí-
tica filológica, al mismo tiempo que se tendió a abusar del argumento de
autoridad en el debate de ideas, esto es, a la cita desmesurada de los au-
tores más prestigiosos como único y exclusivo modo de argumentación
jurídico de relieve, por encima incluso de los propios textos legales o los
propios razonamientos derivados del buen hacer, del pensar jurídico. El
obrar de los juristas se convirtió en una cita constante y abusiva de las
opiniones de otros autores anteriores o coetáneos, con la consiguiente
pérdida de la originalidad interpretativa e incluso de la pureza de la mis-
ma, al olvidarse en muchos casos del texto que servía de referencia para
el trabajo jurídico-intelectual. Precisamente, el pensamiento aristotélico
del que se partía y que había auspiciado la renovación metodológica que
en su día implicó este modo de trabajo, devino con el paso del tiempo en
su peor enemigo porque la libertad de criterio, el libre uso de la razón,
la confianza en el propio raciocinio, se vieron poco a poco arrinconados
y se reemplazaron por otros modos de investigación más cómodos, más
sencillos, menos polémicos, menos exigentes. Fue un derecho jurispru-
dencial, creado por los teóricos y prácticos vinculados a las universida-
des sin perjuicio de que sus veleidades políticas condicionasen las res-
pectivas actividades intelectuales.3 
Como ha destacado Francisco Carpintero, la argumentación jurídica
desarrollada por los juristas del derecho común descansaba en tres pila-
res: la ley, la razón y la autoridad, es decir, eran tres los elementos su-
cesivos que se tomaban en consideración para la construcción doctrinal
del nuevo universo jurídico. Primeramente, se partía siempre de la ley,
tratando de desentrañar el significado de cada palabra, con independencia
de su categoría gramatical, para lo cual acudían al sentido común usual o
al significado jurídico más inmediato que, de acuerdo con su formación,
podía presentar el vocablo analizado. Es evidente que la ausencia de
conocimientos filológicos e históricos, denunciada siglos más adelante

3 Véase Lombardi, L., Saggio sul diritto giuriprudenziale, Milán, Giuffrè, 1975, pp.
79-119.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 5

hasta llegar a Savigny, provocó numerosas oscilaciones, contradicciones


y arbitrariedades en la interpretación que convirtió a estas glosas en un
factor constante de razonamiento jurídico ágil, dinámico, libre a la par
que inseguro, puesto que dependía de la formación del autor, sin criterios
objetivos, fijos y determinados.4 En segundo lugar, se acudía a las razo-
nes, esto es, argumentos de conveniencia, de oportunidad, de justicia o
de lógica que se volcaban sobre el caso concreto. Este segundo recurso
evidencia la existencia de todo un aparato conceptual construido pre-
cisamente para facilitar esa labor de subsunción del caso en el mundo
jurídico, puesto que implicó la generación de todo un elenco de solucio-
nes expeditivas, rápidas y claras, tomadas de los textos romanos y sinte-
tizadas a partir de los mismos. Solamente así fue posible penetrar en la
complejidad estructural de la obra de Justiniano.5 En último lugar, esta-
ban los argumentos de autoridad a las opiniones de lo expresado por otros
doctores anteriores o coetáneos: inicialmente, este recurso fue usado con
prudencia y limitación hasta que adquiere una importancia desaforada
en el siglo XIV con el incremento de la literatura conciliar, “llegando a
provocar en el siglo XV una degeneración de todo el método jurídico,
que quedó reducido en buena parte a una acumulación de opiniones sobre
cada tema, de valor dudoso”.6 La crítica al mismo arrancará precisamente
de esta proliferación de opiniones en la que pagaron, perdónese la expre-
sión, justos por pecadores.
La consecuencia derivada de los abusos de esta forma de razonamien-
to y argumentación jurídicas se cifran en la propia oscuridad deliberada
en la que se sumergió el mundo del derecho. Las citas de autores, más
que eslabones en la cadena del razonamiento y la construcción lógicas,
se proyectaron de una manera desmedida en las actuaciones prácticas
de los juristas y contribuyeron de este modo a convertir el derecho y
su mundo anexo en una especie de oráculo délfico oscurantista al que
solamente podían tener acceso ciertas personas privilegiadas, formadas
en el propio lenguaje del derecho, capaces de surcar las procelosas aguas
de los variados doctores del derecho común, con sus citas literales, con
4 Cfr. Carpintero, F., “En torno al método de los juristas medievales”, Anuario de
Historia del Derecho Español (en adelante, AHDE), 1982, vol. LII, pp. 625 y 626. La
sujeción a la letra de la ley no fue tan intensa como se pudiera pensar “y lo que pudiera
haberse reducido a una simple glosa fue, con frecuencia, auténtico comentario”.
5 Ibidem, pp. 626 y 627.
6 Ibidem, pp. 628 y 629.
6 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

las remisiones internas de sus obras, con el catálogo de las abreviaturas


y demás parafernalia que acompañaban los plurales trabajos generales y
monográficos. Y esa complejidad se tradujo asimismo en una compleji-
dad de la práctica.7 
Ante tal cúmulo de desviaciones de lo que había sido inicialmente una
saludable contribución a la renovación jurídica del Occidente medieval,
las autoridades tuvieron que reaccionar con el fin de evitar la ruina to-
tal del sistema jurídico que había tolerado. Vamos a hacer mención, por
motivos obvios dado que el objeto de este estudio será el examen de dos
cuerpos literarios castellanos y otro francés, de la Corona castellano-leo-
nesa, paradigma de una manera peculiar de concebir el derecho común
que se aparta de lo acontecido en el resto de la Península Ibérica8 y en

7 Como denuncia en pleno siglo XVIII, uno de los más originales y reconocidos pen-
sadores reformistas, Juan Francisco de Castro, quien habla en diversos fragmentos de su
obra capital de la alegación de “escuadrones de AA.”, de la desaparición de la certeza de
la ley entre los inmensos volúmenes de los intérpretes, “hechos estos dueños de la legis-
lación, poseedores de sus llaves, sin conceder a alguno entrada sino por su trabajosa lec-
tura, haciendo de formidables dragones que se encargaron de su custodia, el que necesite
la ley debe pensar seriamente en el modo de franquearse paso para encontrarla”. Véase
Castro, J. F., Discursos críticos sobre las leyes y sus intérpretes, en que se demuestra la
incertidumbre de éstos, y la necesidad de un nuevo y metódico cuerpo de derecho para
la recta administración de justicia, 2a. ed., Madrid, Imprenta de E. Aguado, 1829, t. I,
lib. III, discurso IV, pp. 228 y ss. La primera edición es del año 1776.
8 Véanse, entre otros muchos, Altamira y Crevea, R. de, “Les lacunes de l’histoire
du droit romain en Espagne”, Mélanges Fitting, Montpellier, Société Anonyme de l’Im-
premerie Générale du Midi, 1907, t. I, pp. 59-84; Larraona, A. y Tabera, A., “El derecho
justinianeo en España”, Atti del Congreso Internazionale di Diritto Romano, Pavía, Tip.
Successori Flli. Fusi, 1935, t. II, pp. 83-182; Horn, N., “Literaturgeschichtliche Aspekte
der Rezeption in Spanien”, Tijdshrift voor Rechtsgeschiendenis, vol. XXXVII, 1969, pp.
489-514; García y García, A., “La penetración del derecho clásico medieval en España”,
AHDE, vol. XXXVI, 1966, pp. 575-592; y su volumen En el entorno del derecho común,
Madrid, Universidad Rey Juan Carlos, Dykinson, 1999, con varias colaboraciones de
interés; Font Ríus, J. M., “El desarrollo general del derecho en los territorios de la Co-
rona de Aragón (Siglos XII-XIV)”, VII Congreso de Historia de la Corona de Aragón.
Ponencias, Barcelona, 1962, pp. 289-326, y “La recepción del derecho romano en la
Península Ibérica durante la Edad Media”, Recueils de Mémoires et Travaux publiés par
la Société d’Histoire du Droit et des Institutions des Anciens Pays de Droit Écrit, 1967,
fasc. VI, pp. 85-104; Hinojosa y Naveros, E. de, “La recepción y estudio del derecho
romano en España”, Obras, Madrid,��������������������������������������������������
Ministerio de Justicia, Consejo Superior de Inve-
stigaciones Científicas, 1974, t. III, pp. 319-358; las colaboraciones de García-Gallo, A.,
Barrero García, A. M., y González Díez, G., en el volumen colectivo Diritto Comune e
Diritti Locali nella Storia dell’Europa. Atti del Congreso di Varenna, Milán, Giuffrè,
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 7

el resto de Europa, puesto que mientras que en la pugna entre el derecho


propio y el derecho común, muchos territorios llegaron a una solución
de compromiso y equilibrio consistente en el respeto al primero y en la
atribución de carácter supletorio al segundo, la Corona castellana pasó a

1980, pp. 225-284; Petit, C., “Derecho común y derecho castellano. Notas de literatura
jurídica para su estudio (Siglos XV-XVII)”, Tijdshrift voor Rechtsgeschiendenis, vol. L,
1982, pp. 157-195; Pérez Martín, A. (ed.), España y Europa, un pasado jurídico común.
Actas del I Simposio Internacional del Instituto de Derecho Común, Murcia, Instituto de
Derecho Común, Universidad de Murcia, 1986; “El estudio de la recepción del derecho
común”, en VV. AA., Seminario de historia del derecho y derecho privado. Nuevas téc-
nicas de investigación, Bellaterra, Universidad Autónoma de Barcelona, 1985, pp. 241-
325, y “Derecho común, derecho castellano, derecho indiano”, Rivista Internazionale di
Diritto Comune, núm. 5, 1994, pp. 43-89; Sánchez-Arcilla Bernal, J., “La pervivencia
de la tradición jurídica romana en España y la recepción del derecho común”, Estudios
jurídicos en homenaje al maestro Guillermo Floris Margadant, México, UNAM, Fa-
cultad de Derecho, 1988, pp. 379-413; Iglesia Ferreirós, A., “La recepción del derecho
común: estado de la cuestión e hipótesis de trabajo”, El Dret Comú i Catalunya. Actes
del II Simposi Internacional. Barcelona, 31 de maig-1 de juny de 1991. Edició d’Aquilino
Iglesia Ferreirós, Barcelona, Fundació Noguera, 1992, pp. 213-330, y “Ius Commune:
un interrogante y un adiós”, El Dret Comú i Catalunya. Actes del VIII Simposi Interna-
cional. Barcelona, 29-30 de maig de 1998. Edició d’Aquilino Iglesia Ferreirós, Barce-
lona, Fundació Noguera, 1999, pp. 239-637; y Clavero Salvador, B., Temas de historia
del derecho: derecho común, Salamanca, Ediciones Universidad, 1994, pp. 40 y ss. Entre
los manuales al uso, véanse Sánchez, G., Curso de historia del derecho. Introducción
y fuentes, 7a. ed. corregida, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1949, pp. 78 y ss.; Gibert
Sánchez de la Vega, R., Historia general del derecho español, Granada, Imprenta de F.
Román, 1968, pp. 41 y ss.; y Elementos formativos del derecho en Europa. Germánico,
romano, canónico, Granada, Imprenta de F. Román, 1976, pp. 61 y ss.; Pérez-Prendes, J.
M., Curso de historia del derecho español, Madrid, Universidad Complutense, Facultad
de Derecho, 1989, vol. I, pp. 637 y ss.; García-Gallo, A., Manual de historia del derecho
español, t. I: El origen y la evolución del derecho, 8a. ed., Madrid, AGESA, 1982, pp. 80
y ss.; Gacto Fernández, E., Alejandre García, J. A. y García Marín, J. M., El derecho hi-
stórico de los pueblos de España, 3a. ed., Madrid, Universidad Complutense, Facultad de
Derecho, 1982, pp. 265 y ss.; Lalinde Abadía, J., Iniciación histórica al derecho español,
3a. ed., Barcelona, Ariel, 1983, pp. 125 y ss.; Fernández Espinar, R., Las fuentes del
derecho histórico español, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, 1985, pp. 303
y ss.; y Manual de historia del derecho español, t. I: Las fuentes, Madrid, 1990, pp.
343 y ss.; Pérez Bustamante, R., Historia del derecho español. Las fuentes del derecho,
Madrid, Editorial Dykinson, 1994, pp. 83 y ss.; Sánchez-Arcilla Bernal, J., Historia del
derecho. Instituciones políticas y administrativas, Madrid, Editorial Dykinson, 1995, pp.
373 y ss.; e Historia del derecho español, Barcelona, Cálamo, 2001, pp. 171 y ss.; Iglesia
Ferreirós, A., La creación del derecho. Una historia de la formación de un derecho esta-
tal, 2a. ed. corregida, Madrid, Marcial Pons, 1996, t. II, pp. 9 y ss.; y Tomás y Valiente,
F., Manual de historia del derecho español, 4a. ed., Madrid, Tecnos, 1997, pp. 180 y ss.
8 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

efectuar una expresa renuncia al primero y una correlativa “nacionaliza-


ción” del segundo, el cual, por decisión de la suprema instancia normati-
va, se convirtió en derecho propio. 
En el caso de Castilla, la aportación del derecho común fue doblemen-
te importante, puesto que a la misión de renovación aludida, este nuevo
orden jurídico contribuyó además a la superación del localismo jurídico
altomedieval que tanto había preocupado a los monarcas. La pluralidad
normativa inherente a los primeros siglos medievales se había convertido
en un enemigo a batir. Tímidos esfuerzos de Fernando III tuvieron su
recompensa, pero con modelos antiguos. En este contexto llegamos al
reinado de Alfonso X, en la segunda mitad del siglo XIII, quien elaborará
una obra clave en la historia del derecho de Castilla: las Siete Partidas, una
enciclopedia del derecho común por lo que se refiere a su contenido, fuen-
tes empleadas e influencias, en detrimento, por tanto, del derecho tradi-
cional castellano-leonés. No vamos a incidir aquí en toda la polémica
que la obra alfonsina ha generado y sigue generando entre los estudiosos.
Interesa destacar, por encima de todo, la dependencia de su contenido
respecto del molde romano-canónico del que bebe con profusión.9 Con
independencia de su carácter inicial (si legal o didascálico), lo cierto es
que, a pesar del rechazo que los municipios y la nobleza hicieron de esta
obra, los tribunales reales fueron poco a poco aplicándola hasta llegar al
momento decisivo que constituye el Ordenamiento de Alcalá de Henares
(1348).10 En esencia, el orden de prelación de fuentes que Alfonso XI
establece es el siguiente: primeramente, serán de aplicación las normas
aprobadas en el propio Ordenamiento, o lo que es lo mismo, la primera
fuente del derecho serán las disposiciones aprobadas por el rey en las
Cortes. A renglón seguido, los jueces procederán a la aplicación de los
fueros, englobándose dentro de los mismos: el Fuero Real (a pesar de
ser creación regia) y el antiguo Fuero Juzgo, pero con unas restricciones
tales que los hacían prácticamente inaplicables en la práctica. En tercer

9 Un resumen en Sánchez-Arcilla Bernal, J., “La obra legislativa de Alfonso X el


Sabio. Historia de una polémica”, El Scriptorium alfonsí: De los libros de astrología a
las Cantigas de Santa María, Madrid, Editorial Complutense, 1999, pp. 17-81.
10 Ordenamiento de Alcalá de Henares (1348), Título 28, ley 1, Como todos los pleytos
se deben librar primeramente por las Leyes deste Libro; et lo que por ellas non se pudiere
librar, que se libre por los Fueros; et lo que por los Fueros non se pudiere librar, que
se libre por las Partidas. Citamos por la edición de Los códigos españoles concordados
y anotados, Madrid, Antonio de San Martín, 1872, t. I, pp. 465 y 466.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 9

lugar, se aplicarían las Partidas y finalmente se acudiría al rey para suplir


las lagunas existentes en el derecho del reino, bien por la vía creativa,
bien por la vía interpretativa.
¿Qué sucedió en la realidad cotidiana? Los juristas procedieron a la
aplicación directa de las “partidas” por motivos que a nadie se le esca-
pan: era un cuerpo jurídico global y completo; no presentaba las insufi-
ciencias que podían detectarse en los Ordenamientos de Cortes o en los
fueros; y, aquí una de las perversiones que se originó con este sistema, al
haberse nutrido las mismas de los derechos romano y canónico, se enten-
dió que la remisión a las Partidas era una puerta abierta a todo el derecho
común y a toda la doctrina de los autores del mismo. La perversión había
comenzado y el exceso, tan típicamente hispánico, no tardaría en llegar.
Se produjo la “nacionalización” del derecho común, el convertir en pro-
pio del reino un derecho en principio ajeno al mismo, lo cual no impidió
finalmente el recurso directo a aquél; antes bien, se convirtió en el pre-
texto alegado por los juristas para acudir a las fuentes romano-canónicas
y a las glosas y comentarios existentes en las principales bibliotecas. Los
autores lo adornaron con las más variadas reflexiones (tradición, cos-
tumbre, consentimiento del príncipe, etcétera), que, en última instancia,
conducían a la consideración de los derechos romano y canónico como
la plasmación por escrito de dos conceptos esenciales: la razón y la equi-
dad, respectivamente.11 
La especialización que comportó este nuevo orden jurídico, en el sen-
tido de requerir conocimientos muy concretos del ámbito jurídico, del
lenguaje, de la técnica normativa, etcétera, supuso una reducción del cír-
culo de personas que podía acceder al mundo jurídico. Paralelamente se
va produciendo el crecimiento cualitativo del estamento letrado como
auténticos depositarios del saber especializado que constituía el mundo
jurídico. Ellos serán los que desarrollen hasta sus máximas consecuen-
cias la educación que han recibido, trasladándola paso por paso en la
aplicación práctica en su múltiples vertientes. Su ubicación en los recien-
tes órganos creados para la administración cada vez más compleja del
reino es una muestra de su poderío ideológico (sustentado en el derecho
romano y en su ideal de un solo poder) y de su paralelo poderío social que

11 Véaseun resumen de las opiniones de algunos juristas en Petit, C., “Derecho co-
mún y derecho castellano…”, cit., nota 8, pp. 157-195; y Pérez Martín, A., “Derecho
común…”, cit., nota 8, pp. 43-89.
10 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

lleva a modelar a su antojo algunas de las nuevas instituciones de poder.12


Unos años después de Alcalá, las Cortes de Briviesca en tiempos de Juan
I (1387), ponían de manifiesto el triunfo del derecho común frente al de-
recho propio del reino, al admitir expresamente la alegación de aquél, si
bien con algunas limitaciones.13
Tanto es así que en 1493, los Reyes Católicos exigieron mediante otra
Real Pragmática el estudio del derecho romano o del canónico durante al
menos diez años para poder ocupar oficio o cargo de justicia, pesquisidor,
relator o algún oficio de corregimiento, asistencia, alcaldía o juzgado,
receptoría o cualquier otro puesto relacionado con la justicia. Es decir,
hay una cierta claudicación en las palabras de Isabel y de Fernando y
una aceptación del estado de cosas en que se hallaba inmerso el reino
castellano-leonés.14 Pero la práctica jurídica, a pesar de esta aceptación,
seguía siendo caótica, compleja, repleta de citas, de autores, de referen-
cias de dudosa procedencia y juristas de discutida autoridad. Para poner
fin a esta pléyade de alusiones y de doctores, los Reyes Católicos dan un
nuevo paso con una Pragmática de 1499, en la que se fija una jerarquía
entre las autoridades doctrinales susceptibles de alegarse. En el derecho
civil, se seguirá la opinión de Bártolo o, en su defecto, la de Baldo; en
el campo canónico, la de Juan Andrés o bien la del Abad Panormitano.15

12 Losletrados van ocupando poco a poco los principales puestos de gobierno, como
el recién alumbrado Consejo Real que, como cuerpo burocrático organizado con plantilla
fija, actuación permanente y competencias propias, fue iniciativa de Juan I, hasta el punto
de poder afirmar que los juristas se hicieron indispensables para el buen gobierno y la
correcta administración. Sobre esta cuestión, véase Maravall, J. A., “La formación de
la conciencia estamental de los Letrados”, Revista de Estudios Políticos, núm. 70, julio-
agosto de 1953, pp. 53-81; y Moxó, S. de, “La promoción política y social de los letrados
en la Corte de Alfonso XI”, Hispania. Revista española de historia, vol. XXXV, núm.
129, 1975, pp. 5-29.
13 El texto en Cortes de los Antiguos Reinos de León y Castilla publicados por la Real
Academia de la Historia, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1863, t. II, p. 376.
14 Libro de las bulas y pragmáticas de los Reyes Católicos, edición facsímil, Madrid,
Instituto de España, 1973, t. I, ff. CXVIII-CXIX.
15 El texto en Iglesia Ferreirós, A., La creación del derecho. Una historia del derecho
español. Antología de textos, Barcelona, 1991, p. 122. Esta disposición no se verá altera-
da por las nuevas Ordenanzas de Madrid, del año 1502, recogidas en Libro de las bulas
y pragmáticas de los Reyes Católicos, cit., nota 15, t. I, ff. LXIV-LXXVI. Acerca de la
labor de los Reyes Católicos, véanse Villapalos Salas, G., Justicia y monarquía. Puntos
de vista sobre su evolución en el reinado de los Reyes Católicos, Madrid, Marcial Pons,
1997, pp. 97-122; y Suárez Bilbao, F. y Navalpotro y Sánchez-Peinado, J., “La consolida-
ción del derecho común en Castilla. La obra legislativa de los Reyes Católicos”, Le Droit
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 11

Pero se trataba de otro intento de limitar lo ilimitable: en el caso de que


no se hallase opinión de alguno de los juristas referidos, el panorama
que se preveía era idéntico al que se trataba de combatir, con lo que la
efectividad real de la medida adoptada estuvo muy mermada desde sus
orígenes.
Las pragmáticas mencionadas ponen de manifiesto la perfecta inser-
ción de Castilla en el universo del derecho común, lo que implicaba que
las fuentes del derecho propio fuesen interpretadas a la luz de todos los
principios y categorías de los derechos romano-justinianeo y canónico.
De esa forma, la doctrina de los juristas no se consideró como algo di-
ferente o alejado de la ley, sino como una parte integrante de la misma,
como una interpretación fidedigna de aquélla. Así se entendió que la opi-
nión de los doctores debía ser seguida y vinculaba al juez cuando era
unánime o cuando, si se trataba de la postura de un solo autor, no había
sido contradicha por ningún otro. 
De la aceptación de la realidad, deducida de los anteriores textos, sin
embargo, se pasará al combate abierto contra el sistema desarrollado en
la práctica. La Ley 1 de las Leyes aprobadas en las Cortes de Toro (1505)
derogará la anterior Pragmática de 1499 y reinstaurará el orden de prela-
ción de fuentes creado por el Ordenamiento de Alcalá de Henares.16 Esta
ley de Toro será reiterada nuevamente por la Nueva Recopilación 2, 1,
3, y por la Novísima Recopilación 3, 2, 3, con lo que el esquema de las
fuentes permanecerá inalterado hasta la época de la Codificación.
Sobre el papel y desde una perspectiva teórica, en principio, el derecho
castellano se integraría por el derecho creado exclusivamente en Castilla
y por el rey castellano o las personas en quien éste deleguara. No había
pie para la aplicación de órdenes jurídicos extraños y ajenos. No cabe
acudir a otros derechos, ni a otras tradiciones jurídicas. No ocurrió así17 y

Commun et l’Europe. El derecho común y Europa. Actas de las Jornadas Internacionales


de Historia del Derecho de El Escorial, Madrid, Dykinson, 2000, pp. 285-314.
16 Leyes de Toro. Ley Primera. Citamos por Los códigos españoles concordados y
anotados, 2a. ed., Madrid, Antonio de San Martín, 1872, t. VI, pp. 571 y 572. Completa
este nuevo orden de cosas la “Ley Segunda”, en ibidem, t. VI, p. 572, en la cual se orde-
na que los letrados “sean principalmente instructos é informados de las dichas leyes de
nuestros Reynos, pues por ellas y no por otras han de juzgar”.
17 Véase Pérez Martín, A. y Scholz, J. M., Legislación y jurisprudencia en la España
del Antiguo Régimen, Valencia, Universidad de Valencia, Secretariado de Publicaciones,
1978.
12 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

en varios textos posteriores, como en algunos Autos Acordados, se pone


de manifiesto esa práctica ya secular e infructuosamente erradicada. Así
la Nueva Recopilación recoge en su texto la referencia a la pragmática de
Juan II (N. R., 2, 16, 4) y hace lo propio la Novísima Recopilación (Nov.
R., 11, 14, 1), con lo cual se puede detectar la existencia de una antino-
mia clara: se prohíbe el recurso al derecho romano, conforme a las Leyes
de Toro, pero se admite la cita de los autores de acuerdo con las reglas
establecidas por Juan II. En esa misma línea, deben ser mencionados
dos Autos Acordados, que demuestran el camino diferente respecto a la
postura real oficial que se seguía en la práctica de los tribunales: el de 5
de febrero de 1594 y el de 19 de enero de 1624, recogido en el volumen
correspondiente a los Autos Acordados, 2, 16, 1 y 7,18 y también en la
Novísima Recopilación 11, 14, leyes 2 y 3. 
Esta situación será la que origine la pugna entre el derecho común y el
derecho llamado “patrio” o “real” a lo largo del siglo XVIII, fundamen-
talmente a partir del reinado de Carlos III. Algunos Autos Acordados son
partícipes de esos nuevos aires que se respiran.19 Las opiniones autoriza-

18 Nueva recopilación de las leyes de Castilla. Tomo tercero de autos acordados, ed.
facsimilar, Valladolid, Lex Nova, 1982, vol. IV, ff. 199 y 200, libro 2, título 16, 1. Dado
por el Consejo el 5 de febrero de 1594: “El Consejo consulto a su Majestad que aviendo
visto la demasia, que ay en Abogados, assi en hacerse pagados, como en alargarse en las
Informaciones en Derecho, parecia que de aquí adelante los hagan breves, i compendio-
sas en Latin, sin Romance alguno, si no fuera algun dicho de testigo, ó de Escribano, ó
ponderación de Lei, i aleguen solamente la Lei, ó Doctor, que principalmente tocan al
punto, i al que refiere á los otros sin decir los referidos por él, so pena de 20 mrs para
la Camara, i pobres por mitad...”; y f. 201, libro 2, 16, 7. Dado por el Consejo el 19 de
enero de 1624, ordenando la limitación en las informaciones presentadas por letrados
a un máximo de veinte hojas. Si la anterior constituía una clara muestra de limitación
cualitativa, ahora el Consejo establece una cuantitativa, lo que exigiría a los abogados
la agilización de sus escritos y la restricción a la cita indiscriminada de leyes romanas,
canónicas o de doctores del derecho común: “...que las partes, que litigan, no puedan dar
las informaciones, ni los abogados hacerlas, ni los jueces recibirlas de mas cantidad, que
de las dichas 20 hojas...”.
19 Ibidem, vol. IV, ff. 67 y 68, así como ff. 68 y 69, libro 2, título 1, 1. Dado por el
Consejo el 4 de diciembre de 1713: “...lo que es mas intolerable, creen que en los Tribu-
nales Reales se deve dar mas estimación a las Civiles, i Canónicas, que las Leyes, Orde-
nanzas, Pragmáticas, Estatutos, i Fueros de estos Reinos siendo assi que las Civiles no
son en España leyes, ni deven llamarse assi, sino Sentencias de Sabios, que solo pueden
seguirse en defecto de ley, i en quanto se ayuden por el Derecho Natural, i confirmen el
Real, que propiamente es el Derecho Comun, i no el de los Romanos, cuyas leyes, ni las
demas estrañas, no deven ser usadas ni guardadas...”; y libro 2, 1, 3. Dado por el Consejo
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 13

dísimas del padre Feijóo, Berní, Mayáns o Castro, entre otros muchos,
sentarán las bases para la renovación jurídica, del método y de la forma
creadora, que alumbrará el siglo XIX y su hija más preclara: la codifica-
ción. El triunfo del derecho común y de su estilo había sido indiscutible
durante varias centurias. Era el momento para proceder a una revisión de
las bases sobre las que se erigía el sistema jurídico.

II. Derecho y literatura: estado de la cuestión


e hipótesis de trabajo 

El dominio absoluto del derecho común debió tener su correspondien-


te reflejo en el campo de la literatura popular, entendiendo por tal aquella
que no era jurídica, la no culta, la vulgar, sin ánimo peyorativo. El estu-
dio de las relaciones entre el mundo jurídico y el mundo literario no es
un tema novedoso. Desde los inicios de la historia del derecho se procuró
observar la conexión fuerte que había entre estos dos universos aparen-
temente separados. Así lo había expresado Savigny cuando formula su
idea del espíritu o conciencia popular, conglomerado de todo el conjunto
de creaciones culturales de un pueblo, dentro de la que se insertan varias
disciplinas, y así lo habían plasmado en la práctica los hermanos Grimm
cuando afirmaron que hubo en tiempo en que derecho y poesía dormían
en la misma cuna y vivían una misma vida. No es nuestra intención aquí
enumerar todos los trabajos que sobre el particular se han redactado,20
sino simplemente dar cuenta de aquellas contribuciones más relevantes
en orden al objeto acotado de investigación que hemos elegido: la crítica
del derecho común y su reflejo en la literatura entre los siglos XV y XVII,
ciñéndonos a la producción procedente de España. 
Fieles a este propósito, recuérdese, a modo de somera recapitula-
ción, el estudio sobre el derecho en el Poema de Mio Cid, del padre
de la moderna historia del derecho en España, Eduardo de Hinojosa, en

el 29 de mayo de 1741: “...en lugar del Derecho de los Romanos, se restableciese la lectu-
ra, i explicación de las leyes Reales, asignando Cátedras, en que precisamente se uviesse
de dictar el Derecho Patrio, pues por él, no por el de los Romanos, deven substanciarse,
i juzgarse los pleitos... tengan cuidaddo de leer, con el derecho de los Romanos las leyes
del Reino, correspondiente á la materia que explicaren”.
20 Una síntesis bibliográfica en Celemín Santos, V., El derecho en la literatura medie-
val, Barcelona, Bosch, 1996, pp. 193-195, a la que remitimos.
14 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

donde se trataban temas de lo más dispar, como las clases sociales, el


derecho de familia, el riepto y un largo etcétera de cuestiones de corte
jurídico que abundaban en la relación perfectamente comprobable del
conocimiento que el autor o autores del texto épico tenían del derecho
castellano-leonés.21 Debe mencionarse asimismo el trabajo de Alfonso
García-Gallo acerca de la poesía épica castellana medieval, que, como
réplica a Menéndez Pidal y por las relaciones que éste estableció entre
poesía y derecho, muestra cómo efectivamente tanto la poesía como el
derecho castellanos del Medievo presentan pocos elementos que sirven
para calificarlos como propiamente germánicos y deben buscarse, pues,
otras herencias o influencias que permitan explicar el desarrollo de am-
bas manifestaciones culturales.22 El mismo García-Gallo volverá sobre
un tema análogo al examinar, con ánimo crítico, las leyendas existentes
acerca de la independencia de Castilla.23 José María Castán,24 Niceto Al-
calá-Zamora, desde la óptica de su especialidad,25 o José María Pemán26
han aportado sus propias reflexiones a esta relación que no pretendemos
agotar. Desde la perspectiva del pensamiento político, José Antonio Ma-
ravall ha realizado importantes contribuciones que cubren prácticamente
todo el espectro temporal desde la Edad Media hasta el siglo XVIII,27

21 Publicado originariamente en el Homenaje a Menéndez y Pelayo en el año vigésimo


de su profesorado, Madrid, Victoriano Suárez, 1899. La segunda edición apareció en
los Estudios de historia del derecho español, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos
del Sagrado Corazón de Jesús, 1931, pp. 73-112. La edición que manejo es la siguiente:
Hinojosa, E. de, “El derecho en el Poema del Cid”, Obras, Estudios de investigación,
Madrid, Ministerio de Justicia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1948, t.
I, pp. 181-215.
22 Véase García-Gallo, A., “El carácter germánico de la épica y del derecho en la
Edad Media española”, AHDE, vol. XXV, 1955, pp. 583-679.
23 Véase García-Gallo, A., “Las versiones medievales de la independencia de Casti-
lla”, AHDE, vol. LIV, 1984, pp. 253-294.
24 Véase Castán Tobeñas, J. M., El derecho en el Aucto de acusación del género hu-
mano, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1960.
25 Véase Alcalá-Zamora y Castillo, N., Estampas procesales de la literatura, Buenos
Aires, Instituto Editorial Reus, 1961.
26 Véase Pemán, J. M., La idea de justicia en las letras clásicas españolas, Madrid,
Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, 1967.
27 Véanse las diferentes colaboraciones de sus Estudios de historia del pensamiento
español, 4 ts., Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 15

destacando especialmente su visión sobre el servicio que el teatro barro-


co presta al ideal político absolutista.28 
El profesor Pérez-Prendes, con su habitual erudición, ha expuesto los
componentes jurídicos que se pueden desprender de la lectura e interpre-
tación del mito de Tartessos, partiendo de las narraciones latinas sobre
el particular de Trogo Pompeyo y de su epitomador Justino.29 Se ha ocu-
pado con gran meticulosidad de esta tema el profesor José Luis Bermejo
Cabrero quien, al margen de colaboraciones individuales,30 ha recogido
buena parte de sus trabajos sobre el particular en un volumen de ex-
presivo título,31 que abarca desde las primeras manifestaciones literarias
del castellano (Berceo, Arcipreste de Hita, Arcipreste de Talavera) hasta
Floridablanca, pasando por La Celestina, Cervantes y Lope de Vega. La
erudición que este profesor demuestra es el espejo donde deben mirarse
las personas que quieran acercarse a este motivo y profundizar en el com-
plejo, a la par que atractivo, mundo de transición entre lo artístico y lo ju-
rídico. El profesor Bermejo ha incidido en esta línea de investigación en
el volumen colectivo Sexo barroco y otras transgresiones premodernas,
resultado de un curso de verano en la Universidad Internacional Menén-
dez Pelayo, dirigido por el profesor Tomás y Valiente, en el cual se ocupa
de dos cuestiones: el protagonismo de la justicia en el teatro del Barroco

28 Véase Maravall, J. A., Teatro y literatura en la sociedad barroca, Madrid, Semina-


rios y Ediciones, 1972.
29 Véase Pérez-Prendes, J. M., “El mito de Tartessos”, Revista de Occidente, núm.
134, mayo de 1974, pp. 183-204. El artículo aparece ahora recogido en el volumen an-
tológico “Pareceres (1956-1998)”, selección, edición y presentación de Magdalena Ro-
dríguez Gil, Interpretatio. Revista de Historia del Derecho, t. VII, vol. I, 1999, pp. 123-
144.
30 Véase Bermejo Cabrero, J. L., “Principios y apotegmas sobre la ley y el rey en la
Baja Edad Media castellana”, Hispania. Revista española de historia, vol. XXXV, núm.
129, 1975, pp. 31-47.
31 Véase Bermejo Cabrero, J. L., Derecho y pensamiento político en la literatura es-
pañola, Madrid, Gráficas Feijoó, 1980, de cuyo contenido destacamos, en orden al fin de
esta investigación, la crítica o referencia al derecho común, tres trabajos: “El saber jurídico
del Arcipreste de Hita”, pp. 33-45; “La formación jurídica del Arcipreste de Talavera”, pp.
47-66; y “Un tema jurídico en la tradición literaria. Famosos juristas y legisladores”,
pp. 187-199. Su planteamiento sobre el modo de imbricar el estudio del derecho con otras
cuestiones de corte social, económico, etcétera, aparece expuesto en su trabajo “Historia,
derecho y sociedad”, Hispania. Revista española de historia, vol. XXX, núm. 115, 1970,
pp. 427-440.
16 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

y la presencia de duelos y desafíos en la literatura del Siglo de Oro.32 El


mismo autor nos brinda otro trabajo más breve sobre las conexiones entre
instituciones sociales (la hidalguía y la monarquía) y el mundo literario,
a través del examen de dos leyendas castellanas.33 
Víctor Celemín Santos ha aportado un magnífico fresco sobre las men-
ciones al derecho en diversos cuerpos de la literatura medieval.34 Así,
hasta las más recientes colaboraciones de Enrique Álvarez Cora,35 Fer-
nando J. Alamillo Sanz,36 Antonio Pérez Martín,37 Federico Trillo,38 Juan
Castillo Vegas,39 Pedro A. Porras Arboledas,40 o Ignacio Cremades Ugar-
te, quien traza una reconstrucción muy acertada e innovadora del dere-
cho del Camino de Santiago al amparo de varias leyendas forjadas en la
época medieval.41 Por último, Enrique Gacto ha analizado la presencia de
la justicia y del derecho en las fuentes literarias de nuestro Siglo de Oro,
con especial atención a las obras, poéticas y prosísticas, de Francisco de
Quevedo.42 Algunas antologías de textos histórico-jurídicos han recopila-
32 En concreto, los trabajos “Justicia penal y teatro barroco” y “Duelos y desafíos en
el derecho y en la literatura”, en VV. AA., Sexo barroco y otras transgresiones premoder-
nas, Madrid, Alianza Editorial, 1990, pp. 91-108 y pp. 109-126, respectivamente.
33 Véase Bermejo Cabrero, J. L., “Vertiente institucional de dos leyendas”, Homenaje
al profesor Alfonso García-Gallo, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1996, t.
I, pp. 361-376.
34 Véase Celemín Santos, V., op. cit., nota 21.
35 Véase Álvarez Cora, E., “Zifar y la ley: la ley y la literatura castellana medieval”,
AHDE, vol. LXV, 1995, pp. 879-902.
36 Véase Alamillo Sanz, F. J., La administración de justicia en los clásicos españoles,
Madrid, Civitas, 1996.
37 Véase Pérez Martín, A., “El derecho común en el Libro del Buen Amor”, AHDE,
vol. LXVII, núm. I, 1997, pp. 273-293.
38 Véase Trillo-Figueroa, F., El poder político en los dramas de Shakespeare, Madrid,
Espasa, 1999.
39 Véase Castillo Vegas, J., El mundo jurídico de fray Luis de León, Burgos, Univer-
sidad de Burgos, Servicio de Publicaciones, 2000.
40 Véase Porras Arboledas, P. A., “El derecho y la guerra en la obra de Jorge Manri-
que”, en Serrano Reyes, J. L. y Fernández Jiménez, J. (eds.), Juan Alfonso de Baena y su
Cancionero. Actas del I Congreso Internacional sobre el Cancionero de Baena, Baena,
M. I. Ayuntamiento de Baena, Delegación de Cultura, Diputación de Córdoba, Delega-
ción de Cultura, 2001, pp. 337-348.
41 Véase Cremadas Ugarte, I., “El derecho del Camino de Santiago: el caso del pere-
grino ahorcado”, Cuadernos de Historia del Derecho, núm. 9, 2002, pp. 163-223.
42 Véase Gacto Fernández, E., Sobre la justicia en las fuentes literarias. Lección in-
augural del curso académico 2002-2003, Murcia, Universidad de Murcia, 2002.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 17

do, junto a los obligados textos legales y doctrinales, referencias a obras


literarias populares que ayudan a proporcionar una visión más completa
de la inserción del derecho en la vida de una determinada sociedad. 43
De la misma manera que El Quijote ocupa un lugar relevante en el
panorama de la literatura universal e hispánica, ha sido esta obra la que
mayor número de trabajos ha suscitado para mostrar sus aspectos jurí-
dicos que ponen de manifiesto el conocimiento profundo que Cervantes
tenía de la realidad que lo rodeaba en todos sus aspectos.44 
¿De dónde procede esta conexión entre derecho y literatura? ¿Por
qué es necesaria esta relación desde el punto de vista del estudio de am-
bas disciplinas? La respuesta es siempre la búsqueda del conocimiento
más perfecto y profundo de una cultura. La cultura de una determinada
sociedad tiene múltiples manifestaciones. A modo de un caleidoscopio
que refleja las variadas facetas en que se puede expresar, la cultura se
proyecta de distintas formas en su intento de expresar los valores, los
principios, los deseos y todo el componente ético-sentimental de una
comunidad, pueblo, nación o Estado. El hecho de compartir una serie
de valores comunes y un conjunto de vehículos, asimismo comunes, de
expresión permite forjar esa idea de comunidad cultural, la cual aparece
integrada por varias manifestaciones: el lenguaje, el folklore, el derecho,
el arte, la literatura, la pintura, las leyendas. Todas y cada una de esas fa-
cetas no pueden ser estudiadas de manera aislada porque su conocimien-
to completo, cabal y global exige mostrar las relaciones, las influencias,
las conexiones que se producen entre todas ellas. Una forma de entender,
43 Sin ánimo exhaustivo y advirtiendo que muchos de ellos repiten los mismos textos
(sobre todo, el archiconocido fragmento tomado del Cancionero de Baena, al que nos re-
feriremos adelante), véanse los más completos y clásicos de Gacto Fernández, E., Textos
de historia del derecho, Madrid, Universidad Complutense, Facultad de Derecho, 1981;
Gacto Fernández, E. et al., Textos de historia del derecho, Madrid, Universidad Com-
plutense, Facultad de Derecho, 1983; García-Gallo, A., Manual de historia del derecho
español, t. II: Metodología histórico-jurídica. Antología de fuentes del derecho español
Madrid, AGESA, 1984; e Iglesia Ferreirós, A., La creación del derecho. Una historia del
derecho español. Antología, Barcelona, Marcial Pons, 1991. A mayores, véanse Alonso
Seco, J. M., Textos comentados de historia del derecho, Madrid, Gráficas Caro, 1993;
VV. AA., Casos prácticos de historia del derecho español con comentarios de texto y
ejercicios de autoevaluación, Madrid, Marcial Pons, 1996; Porras Arboledas, P. A., An-
tología de textos de historia del derecho, Madrid, Dykinson, 1999; y Barrios, F. et al.,
Textos de historia del derecho español, Madrid, Editorial Universitas, 2002.
44 Véase la bibliografía citada por Álvarez Vigaray, R., El derecho civil en las obras
de Cervantes, Granada, Comares,1987, pp. 23-31.
18 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

a modo de ejemplo práctico, el derecho medieval es el estudio de la pro-


pia escultura románica o gótica y de toda su programación ideográfica,
su simbología. Ante la ausencia de textos que de una manera rotunda y
absoluta nos diseñen el ideario medieval acerca del orden jurídico, el
historiador ha de acudir a la concepción que el hombre medieval plas-
maba en las restantes creaciones artísticas. A partir, pues, de las mismas,
se pueden rastrear las huellas que describen y explican la naturaleza y
el origen de ese orden jurídico, su manera de plasmarse en la práctica,
las formas de realización, su fundamentación última, y demás cuestiones
colaterales. Piénsese, a modo de ejemplo, en el papel del rey como juez,
acaso la forma más depurada de representación de la realeza en el Alto
Medievo, y compárese con las representaciones de tímpanos, capiteles y
demás obras escultóricas de las iglesias románicas, en las que el propio
Dios, la propia divinidad, aparece esencialmente juzgando, premiando o
castigando a la pléyade de súbditos de su reino. García-Pelayo lo demos-
tró en su estudio sobre la idea medieval del derecho, de la misma manera
que no hay mejor representación física de las doctrinas de gobierno en
la Baja Edad Media que la que pintó Ambrogio Lorenzetti en el Palacio
Comunal de Siena con el diseño del “buen gobierno” y todos los atributos
que lo caracterizan, y el “mal gobierno”, con aquellos vicios que lo hacen
nacer y ser reprobable.45 
La historia del derecho en su afán de conocimiento del derecho en el
tiempo ha de acudir a todo este conjunto de disciplinas auxiliares para
proporcionar la visión más ajustada, certera y verídica que se pueda acer-
ca de la propia evolución del ordenamiento jurídico en su sucesión tem-
poral. No basta con el conocimiento del “derecho oficial”, del “derecho
culto”, del “derecho popular”, o de su aplicación efectiva, manejando la
clásica terminología de García-Gallo, sino que es preciso, en la medida de
nuestras posibilidades y siempre que las fuentes lo permitan, completar
la visión exclusivamente jurídica, con la que se proporciona desde otros
ámbitos, desde otros lugares, que evidentemente presentan conexiones
con el mundo del derecho. Aquí es donde entra la literatura por ser una
forma de testimonio de excepcional valor sobre los tiempos pasados. En-
tendemos aquí por literatura, obviamente, aquella alejada en principio

45 Véase García-Pelayo, M., “El buen y el mal gobierno”, Del mito y de la razón en la
historia del pensamiento político, Madrid, Revista de Occidente, 1968, pp. 319-337.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 19

del mundo jurídico, es decir, aquellos escritos que no son calificables


como cultos, que no tienen el derecho como principal objetivo de sus
reflexiones. La literatura proporciona otra visión lega, diletante, diferente
de ciertas instituciones de las cuales solamente poseemos la visión fría y
seca de los textos jurídicos. Al mismo tiempo, el derecho nos sirve para
la comprensión de esa literatura al remitirnos al entramado jurídico en
el que se movía el autor concreto. Muestra el sentir del pueblo o de una
parte del pueblo representativa, elitista, si se quiere, pero siempre con
un marcado eco popular que se proyecta sobre lo jurídico y sobre lo lite-
rario a partes iguales e interdependientes. Toda literatura (no solamente
aquella que es tildada desde el siglo XIX como “realista”, “naturalista” o
simplemente “social”) es siempre testimonio de un tiempo, de un lugar,
de una mentalidad, de un pueblo. Con esto afirmamos el valor de fresco
histórico que el componente literario incorpora siempre entre sus come-
tidos, con la voluntad decidida de su autor o inconscientemente sin ella.
De esa manera, ciertas etapas de la historia jurídica, de las que sabemos
poco o muy poco merced a la precariedad de las fuentes directas (piénse-
se, por ejemplo, en la Alta Edad Media, con sus pocos textos normativos,
sus lacónicos documentos de aplicación del derecho, la ausencia de obras
cultas de los juristas, el silencio respecto a la práctica judicial, etcétera),
pueden ser conocidas desde la perspectiva jurídica gracias al apoyo que
proporciona la literatura y su visión de esa época. De la misma forma,
en los periodos históricos más cercanos, donde el volumen de las fuen-
tes es enorme e inabarcable, tampoco se debe desdeñar la aportación de
la literatura como una de las manifestaciones de ese nivel “popular” al
que se refería García-Gallo. Cierto es que las fuentes legales y jurispru-
denciales nos enseñan de una manera amplia el panorama jurídico del
momento histórico concreto que se ha acotado. Pero no debemos olvidar
que esas fuentes nos sitúan en un nivel elevado socialmente hablando, en
las altas esferas de las sociedad, en el mundo elitista y especializado de
los reyes, consejeros, legisladores, jueces, oidores, juristas, catedráticos
y demás personajes, desconociendo qué es lo que realmente sucedía en
la calle, en las plazas, en los barrios bajos, entre aquellas personas que,
como decía Unamuno, no hacían la historia, sino que la padecían. Y este
acercamiento al nivel popular, constituido por el universo que crean los
literatos, gente culta por lo general —mas no necesariamente perita en el
20 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mundo de lo jurídico—, puede servirnos para completar la visión de un


ordenamiento jurídico, la sensación de la gente común respecto al mis-
mo, las trampas y trucos que se seguían en su aplicación, la realidad viva
de un derecho que ha de ser, por su propia esencia, necesariamente vivo,
cómplice de esa sociedad en la que aparece insertado.
Desde la Antigüedad, el entronque entre derecho y literatura ha sido
obvio, repetido, usual. La literatura refleja el sentir jurídico de un pue-
blo. Pero el derecho ha proporcionado argumentos constantes al mundo
literario. Basta citar la más selecta colección de tragedias griegas (las de
Sófocles, Eurípides y Esquilo) para observar que, al margen de las pa-
siones humanas y de los caprichos divinos, el mundo del derecho está
presente en los conflictos, las luchas, las decisiones y las paces que se
desarrollan. ¿Qué es Antígona, sino un relato del enfrentamiento entre
el mundo jurídico y el mundo ético, entre el cumplimiento de las leyes
de la ciudad y el cumplimiento de los deberes morales que se tienen para
con los parientes más próximos? ¿Las comedias de nuestro Siglo de Oro
no evocan con sus títulos muchos temas jurídicos? Y así sucesivamente
hasta llegar a nuestros días. ¿Acaso no es el derecho la causa última de
la muerte de madame Bovary, acuciada por deudas, hipotecas, embargos
y demás negocios jurídicos que la pasión amorosa le había llevado a
concertar de una manera excesiva y por encima de sus posibilidades?
¿No están llenas las páginas de La educación sentimental de estudiantes
de derecho, exámenes, negocios de la burguesía francesa de la primera
mitad del siglo XIX, remisiones al Código Napoleón? ¿No se cuenta que
Stendhal leía cada noche el Código Civil francés admirando su estilo
lacónico, seco, austero, como modelo de precisión en el escribir? La in-
terrelación entre ambos mundos parece más que evidente. La temática
jurídica es una constante en el campo literario, como se ha podido ver
páginas arriba en el estado de la cuestión. Esto es así porque la literatura
siempre ha cumplido un papel de espejo de la sociedad, de reflejo del
mundo en el que aparece insertada, con ánimo descriptivo, crítico o satí-
rico. Pero siempre con intención de plasmar todo lo que la sociedad vive,
padece, sufre. La interacción es total. Por eso, la literatura es un buen ter-
mómetro para el conocimiento del grado de formación de una sociedad y,
en función de ese grado de desarrollo, proceder a una compresión cabal
de la misma. Los autores se erigen así en los interlocutores válidos que
empleamos nosotros como historiadores para conocer el modo de pensar,
las mentalidades, tan queridas a la historiografía francesa, y las proyec-
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 21

ciones que las mismas tienen en su vertiente práctica ordenadora de la


sociedad. En este sentido, dependemos de la formación del literato y de
su capacidad e inteligencia para captar el mundo en el que se mueve. Los
habrá realistas, los habrá idealistas, los habrá naturalistas, pero siempre
se podrá encontrar un poso mínimo de verdad: el escritor es la voz más
autorizada de su tiempo por la sensibilidad que demuestra para captarlo
y para legarlo a la posteridad. 
Derecho y literatura son caminos conducentes a un mismo destino,
decía Rafael de Ureña, el bien. En el primer caso, personificado en la
justicia; en el segundo, en la belleza. Desde la noche de los tiempos, el
protagonismo de los literatos en todas las sociedades ha sido de una rele-
vancia tal que muchas veces superaba la simple cuestión estética que sus
creaciones impulsaba. Y lo mismo sucedía con los juristas. En la antigua
Grecia, se creía que ambos recibían la inspiración de la misma divini-
dad. En los primitivos derechos germánicos, el componente literario de
numerosas actuaciones jurídicas era indiscutible con la vista puesta en la
publicidad de dichos actos.46 
El asunto central sobre el que vamos a desarrollar este trabajo es el
referido a la crítica efectuada desde el campo literario al sistema de dere-
cho común, advirtiendo que no vamos a agotar la totalidad de la amplia
materia a que puede dar juego tan interesante y apasionante cuestión de
estudio. Por razones de espacio y de trabajo, hemos decidido ceñir esta
investigación a un caso concreto. Nos referimos a las diferentes referen-
cias existentes en ese compendio magistral de la literatura popular caste-
llana de finales de la Edad Media que es el Cancionero de Juan Alfonso
de Baena. 

III. El Cancionero de Baena: una crítica profunda


al derecho común

1. Algunos precedentes líricos 

La literatura medieval no permanece inerte ante los nuevos estilos que


se sustancian en la corte castellana. El avance imparable del derecho co-

46 Idea reiterada constantemente en la “Introducción” a su Sumario de las lecciones


de historia crítica de la literatura jurídica española, Madrid, Establecimiento Tipográfi-
co de Idamor Moreno, 1897-1898, pp. 30-60.
22 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mún y de sus prácticas es evidente. Los usos de los abogados, la invoca-


ción del derecho romano y del derecho canónico, la demora de los pleitos,
el coste de los mismos, entre otros, son motivos comunes que comienzan
a aflorar en las poesías del siglo XIV. Pero no todos los monumentos
literarios son críticos. El mismo Dante, a comienzos del siglo XIV, glo-
saba la importancia de ese nuevo derecho forjado en Italia a través de la
laudatio de dos de sus protagonistas: Justiniano, quien corrige y elimina
lo superfluo del derecho,47 y Graciano,48 exponentes paradigmáticos de
las más altas cumbres alcanzadas en el derecho romano y en el derecho
canónico, respectivamente, que son incluidos en el paraíso, a diferencia
del jurista boloñés Accursio que figura en uno de los círculos del infier-
no dantesco. Ningún otro jurista coetáneo es citado en la obra dantesca,
lo cual no deja de ser expresivo.49 Cronológicamente, antes del siglo XV
y con posterioridad al siglo XIII, en que comienza el proceso de recep-
ción, se pueden observar algunos resultados materiales que traemos a

47 Dante Alighieri, “Paraíso”, Divina Comedia, 6a. ed., Petrocchi, Giorgio y Martínez
de Merlo, Luis (eds.), Madrid, Cátedra, 2000, Canto VI, p. 550, versos 10-15: “César fui,
soy el mismo Justiniano / que quitó, inspirado del Espíritu, / lo excesivo y superfluo de
las leyes. / Y antes de que a esta obra me entregara, / una naturaleza en Cristo sólo / creía,
y esta fe me era bastante”, referencia esta última al combate de la herejía monofisita que
negaba la unión hipostática.
48 Ibidem, Canto X, p. 583, versos 103-105: “Sale aquel resplandor de la sonrisa / de
Graziano, que al uno y otro fuero / dio su ayuda, ganando el paraíso”. Figura Graciano a
renglón seguido de las apariciones de San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. A
continuación, aparece el otro gran protagonista literario del Medievo, esta vez en el cam-
po de la teología: Pedro Lombardo, en p. 584, versos 106-108: “Quien cerca de él adorna
nuestro coro / fue el Pedro que al igual que aquella viuda, / su tesoro ofreció a la Santa
Iglesia”. De la misma manera que la obra de Graciano fue el elemento capital del derecho
canónico, la obra sobre la que trabajaron los juristas posteriores, las Sentencias de Pedro
Lombardo fueron el texto de referencia obligado en el campo teológico y prácticamente
todos los grandes pensadores medievales realizaron algún comentario a ese texto.
49 Concretamente, en el tercer círculo donde se castigaba a los violentos contra Dios
y sus designios, englobando aquí a los blasfemos, los homosexuales y los usureros. La
inclusión de Accursio no obedece a una crítica de su obra, sino a su pretendida homo-
sexualidad, lo mismo que la alusión a Prisciano, probablemente un profesor boloñés del
siglo XIII. Cfr. Ibidem, “Infierno”, Canto XV, p. 167, versos 106-114: “Sabe, en suma,
que todos fueron clérigos / y literatos grandes y famosos, / al mundo sucios de un igual
pecado. / Prisciano va con esa turba mísera, / y Francesco D’Accorso; y ver con éste, / si
de tal tiña tuvieses deseo, / podrás a quien el Siervo de los Siervos / hizo mudar del Arno
al Bachiglión, / donde dejó los nervios mal usados”. En otras obras, sin embargo, Dante
criticará abiertamente a los bartolistas. Véase infra.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 23

colación, concordando así con la visión usual que sitúa entre la segunda
mitad del siglo XIII (fecha del Fuero Real) y comienzos del siglo XIV los
inicios de la recepción hasta la consagración definitiva de dicho sistema
jurídico a través del Ordenamiento de Alcalá de Henares (1348). Esas
fechas constituyen, pues, el punto de partida para que la literatura se haga
eco de las nuevas tendencias detectables en el mundo del derecho.
Así sucede con el poema titulado Revelación de un ermitaño, datado
en el siglo XIV, que narra una aparición de la que es partícipe un ana-
coreta muy virtuoso a la que sigue un interesante diálogo del cuerpo y
del alma, exponiendo básicamente las miserias y defectos del primero.
Cuando la aparición concluye, se produce una reflexión final acerca de la
fugacidad de la vida y de la imposibilidad de conocimiento del momento
en que se fallece y se es llamado a comparecer ante Dios, juicio éste en el
que no cabe apelación, ni siquiera alegación de los mejores juristas, Cino
de Pistoya y Bártolo de Sassoferrato, a los que se alude expresamente en
el texto. La cita de ambos será constante en los textos posteriores, sín-
toma de que eran los más conocidos por el pueblo debido a su más que
probable empleo en la práctica judicial y extrajudicial. El destino y los
designios divinos apenas pueden ser objeto de comprensión por el hom-
bre y en consecuencia todas las artimañas que pudieran valer en la tierra,
carecen de cualquier utilidad en el cielo:

Aquella palabra deues noctar


Que su sanct Yglesia te dise atisa,
Reconósçete, hermano, que eres çenisa,
E en çenisa te has de tornar.
Ca non sabes el dia que ta ha de llamar
Que bayas dar cuenta de quanto fesiste,
E sy condepnado ser mereçiste
Chyno nin Bartolo non cabe alegar.50 

El segundo ejemplo que refiere esta polémica inserción del derecho


común aparece en uno de los géneros más característicos de esta etapa
final del Medievo que Huizinga llamó, con toda propiedad, el “otoño

50 “Revelación de un ermitaño”, Poetas castellanos anteriores al siglo XV, Madrid,


Biblioteca de Autores Españoles 1905, pp. 387 y 388, estrofa 25.
24 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

de la Edad Media”.51 Nos referimos a la Danza de la Muerte. La cri-


sis espiritual que se vive en la cristiandad (refutación del pensamiento
aristotélico-tomista por Duns Scoto y Ockham, con el consiguiente clima
de desamparo y soledad intelectual, el cisma de Occidente, el papado de
Avignon, las tesis conciliaristas que hacen tambalearse el sólido edificio
de la Iglesia), junto a la crisis económica y demográfica (no olvidemos
las sucesivas epidemias de peste negra que acaban con casi una cuarta
parte de la población europea a mediados del siglo XIV, junto a las gue-
rras) crean un sentimiento de incertidumbre, de duda, de temor, ante lo
que será el futuro. Esa indeterminación coloca a la muerte como primera
protagonista y en su actuar ésta se comporta con una nota, por encima de
cualquier otra: la igualdad, la extensión de sus efectos macabros a la tota-
lidad del cuerpo social. La muerte equipara a todos los hombres y por eso
en estas composiciones se representa un baile en el que la Dama Negra va
invitando a diversos compañeros de danza a acompañarle, forma poética
de conducirlos a su trágico destino. Con ello se quiere insistir, como dice
el prólogo, en que:

Aquí comiença la dança general, en la qual tracta commo la muerte (dize)


avisa a todas las criaturas que paren mientes en la breuiedad de su vida,
et que della mayor cabdal non sea fecho que ella meresçe. E asy mesmo
les dize et requiere que vean et oyan bien lo que los sabios pedricadores
les dizen et amonestan de cada dia, dando les bueno et sano consejo que
pugnien en fazer las buenas obras por que ayan conplido perdon de sus
pecados. Et luego syguiente mostrando por espiriençia lo que dize, llama
et requiere a todos los estados del mundo que vengan de su buen grado o
contra su voluntad.52

Por los brazos de la Muerte van pasando todos los hombres, sin dis-
tinción, y aquélla aprovecha para dibujar pequeñas semblanzas de los
vicios y defectos que presenta el compañero de baile. A cada uno de estos
se le da la oportunidad de un pequeña (e inútil, por otro lado) defensa,
a la búsqueda de una cierta compasión y piedad, que no provoca en la
51 Véase Huizinga, J., El otoño de la Edad Media. Estudios sobre la forma de la vida
y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y en los Países Bajos, Madrid,
Alianza Editorial, 1996, pp. 194-212.
52 “Prólogo”, Danza de la Muerte, ed. conforme al Códice del Escorial, Barcelona,
Tipografía L’Avenç, 1947, p. 5.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 25

Muerte más que una severa reprobación, recordando el castigo al que es-
tán llamados y abundando en los defectos y vicios con los que se acusa.
El último verso de cada intervención de la Muerte da pie a la entrada del
nuevo protagonista. Frente a la tendencia democrática que se ha atribui-
do, conviene decir que lo que augura la igualdad es la vida en el más
allá: la Muerte denuncia el incumplimiento por cada uno de los estados
de aquellos deberes y obligaciones que eran inherentes a su condición
dentro del esquema mental del Medievo. La tendencia igualitaria y de-
mocrática solamente se predica para la vida que vendrá en ultratumba,
no para la que se está a punto de concluir:53 en el más acá, se conserva
la división funcional que había sido una constante en todas las centurias
medievales.  
Sucesivamente aparecen dos doncellas (lo efímero de la belleza, lo
cual constituye una innovación sustancial respecto a otras danzas euro-
peas coetáneas, más preocupadas por lo tétrico, lo lúgubre), y en el orden
jerárquico que establecía la sociedad medieval decadente, surgen empa-
rejados el Papa, el emperador, el cardenal, el rey, el duque, el arzobispo,
el condestable, el obispo, el caballero, el abad, el escudero, el deán, el
mercader, el arcediano, hasta que llegamos a la figura del abogado. La
Muerte introduce la presentación del letrado, refiriendo aquella actividad
en la que éste estaría enfrascado, preparando alguna defensa, algún dic-
tamen, algún consejo, para lo cual usa los textos romanos, y dentro de
ellos, el más prestigioso y conocido (el Digesto de Justiniano): “Dançad,
abogado, dexad el digesto”.54 
 Tiene la palabra el abogado, según el esquema de la composición. Su
defensa se articula a partir de un ejercicio de autocompasión, en el que el
“qué será de mí” figura como motivo central. La inutilidad de sus cono-
cimientos jurídicos ante el juicio que se le avecina también es puesta de

53 Tema éste que será retomado por Juan de Mena con algunas alusiones veladas al
mundo del derecho. En su “Razonamiento que Juan de Mena faze con la Muerte”, dice
el poeta de la actuación de ésta: “Padre Santo, emperadores, / cardenales, arçobispos, /
patriarcas e obispos, / reyes, duques y señores, / los maestros y priores, / los sabios cole-
giales, / tu los fazes ser iguales / con los simples labradores… No aprovechan los saberes
/ non las artes nin las mañas, / nin proezas nin fazañas, / grandes pompas ni poderes, /
grandes casas nin haberes, / pues que todo ha de quedar, / salvo el solo bien obrar, / Muer-
te, cuando tú vinieres”. Cfr. Rodríguez Puértolas, Julio (ed.), Poesía crítica y satírica del
siglo XV, 3a. ed., Madrid, Castalia, 1989, p. 186, versos 105-112 y versos 121-128.
54 Danza de la Muerte, op. cit., nota 53, p. 19, verso 328.
26 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

manifiesto. La vista y el habla, los dos atributos esenciales de todo buen


litigante, han sido perdidos. Solamente resta esperar el final: 

Que fue ora, mesquino, de quanto aprendy,


De mi saber todo e mi libelar?
Quando estar pense, entonçe cay,
Çego me la muerte, non puedo estudiar;
Resçelo he grande de yr al lugar
Do non me valdra libelo nin fuero,
Peores amigos, que syn lengua muero,
Abarco me la muerte, non puedo fablar.55 

La Muerte le responde con la enumeración de sus prácticas: false-


dad, prevaricación, atención a ambas partes de un mismo litigio. Ni sus
mejores armas, es decir, los mejores juristas o las mejores obras, van a
permitirle salir de ese inminente encuentro con el destino. Nuevamente
se cita a Cino, a Bártolo (a los que aludiremos después) y al “coletario”,
que parece aludir, así lo creemos, a una recopilación de máximas lega-
les atribuida a San Isidoro de Sevilla.56 Concluye la referencia con el
llamamiento a un nuevo partenaire, a quien se le pide que abandone su
breviario, al tratarse en este caso de un canónigo:

Don falso abogado preuaricador,


que de amas las partes leuastes salario,
venga se vos miente como syn temor
boluistes la foja por otro contrario.
El chino et el bartolo et el coletario
Non vos libraran de mi poder mero:
Aquí pagaredes como buen romero.
Et vos, canonigo, dexad el breviario.57 

Del mismo modo, en un momento posterior del poema, la Muerte llama


al fraile, maestro famoso como él mismo se titula, con relación al cual se
dice que “sabredes leer por otro decrepto”, alusión velada y anfibológica:

55 Ibidem,
p. 19, versos 329-336.
56 Du
Cange, D., “Collectarium”, Glossarium Mediae et Infimae Latinitatis, París-
Niort, L. Favre, 1883, t. II, p. 405.
57 Danza de la Muerte, cit., nota 53, p. 20, versos 337-344.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 27

se puede referir al Decreto de Graciano, texto que manejaría el maestro


en cuestión en el ejercicio de sus labores docentes; a una decisión pon-
tificia, de las que se habían recopilado en el texto anterior que constituía
su genuino material de trabajo; o simplemente a la propia decisión de la
Muerte que adopta esta forma jurídica solemne.58
El canciller Pero López de Ayala nos proporciona el tercero de estos
textos más antiguos en los que figura la crítica al derecho común. A fina-
les del siglo XIV y durante su encarcelamiento, el canciller escribe una
obra que mezcla varios géneros y tendencias: el Libro rimado de palacio,
donde se combinan reflexiones sobre las virtudes cardinales, los pecados
capitales, las obras de misericordia, de marcada raíz teológica, con con-
sejos y recomendaciones a los gobernantes de cara a la consecución de
la justicia dentro de sus respectivos reinos. Incidentalmente se abordan
cuestiones jurídicas, como en el caso de la descripción del pecado de
avaricia y de una vertiente muy conocida y abundante, la simonía. No
importa tener conocimientos, tener libros o capacidad para desempeñar
un cargo eclesiástico. Lo único que cuenta es realmente el dinero, de ahí
el sentido del último verso que puede, a nuestro entender, ser objeto de
dos interpretaciones. Decretal en el sentido de resolución jurídica ponti-
ficia, de modo que ni aun contando con el respaldo del Sumo Pontífice se
podrá acceder a esa masa patrimonial que integran los beneficios. Pero
también puede presentar otra acepción. Con la decretal, es decir, con el
conocimiento de las colecciones canónicas de decretales, no se consigue
ningún beneficio eclesiástico: 

Aquí es simonia que faze mucho mal,


A quien tiene oro e plata çinco obispados val,
Aunque sea letrado, si aquesto le fal,
Non l’darán benefiçio por el su decretal.59 

Pero el texto tiene un apartado propio para los abogados, para los le-
trados, de los que se critica, sobre todo, su extraordinaria ambición eco-

58 Ibidem, p. 25, versos 449-456: “Maestro famoso sotil e capaz, / que en todas las ar-
tes fuestes sabidor, / non vos acuytedes, linpiad vuestra faz, / que a pasar avredes por este
dolor, / yo vos leuare ante un sabidor / que sabe las artes syn ningunt defecto; / sabredes
leer por otro decrepto, / portero de maça, venid al tenor”.
59 López de Ayala, P., Libro rimado de palacio, Kenneth, Adams (ed.), Madrid, Cáte-
dra, 1993, p. 150, estrofa 78.
28 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

nómica que lleva a prolongar los juicios con la intención de hacer sus
honorarios más y más elevados.60 El abogado busca y rebusca para que
el cliente no lo abandone. Por eso dice López de Ayala que “veredes de-
cretales, clementinas rebolver” (nueva referencia a los textos canónicos)
en los que se mueve como en un mar agitado el jurista. El letrado además
no desespera nunca porque siempre es posible encontrar alguna razón
jurídica, por mínima que sea, para defender alguna postura con la que
ganar tiempo para conseguir nuevamente derivar el pleito hacia donde le
interesa ya que “veinte capitulos fallo por vos enpesçer / e non fallo más
de uno con que vos pueda acorrer”, para añadir a continuación: 
Quien los cuida tener malos después falla opinion
de algunt doctor famado que sosterná su razón,
E pasando asi el tiempo nasçe otra conclusión. 

El cliente no puede ni debe desesperar. Es más, se le reclama un es-


fuerzo supletorio con las vistas puestas en una especie de conversión
del abogado en un magnífico jurista (ahora, el modelo que se toma en
consideración es el canonista Giovanni Andrea, en su versión castellani-
zada Juan Andrés)61 puesto que con las glosas y con el texto es posible
conseguir la resolución de cualquier conflicto: 
Vos, amigo, esforçad vos que con glosas e con testo
Y será don Johan Andrés e yo con él mucho presto.

Porque, en suma, el arte de los letrados está por encima de las leyes y
de sus comentarios. La acción de aquéllos se coloca en un nivel superior,
puesto que es capaz de desvirtuar el sentido de una norma, para interpre-
tarla en su sentido normal al momento siguiente: “Pues lo ál aventurastes,
non vos debe de doler / lo que aquí despendierdes de todo vuestro aver, / e
veremos los letrados cómo fueron entender / las leyes, que este pleito así
nos ha de vençer”. López de Ayala, con cierta amargura, dice que “non ha
leyes que vos puedan nin sus glosas estorvar”, de modo que el abogado

60 Ibidem,
pp. 192-195, estrofas 315-337.
61 Véase
infra. No deja de ser curioso que, aunque se trate de un pleito civil, el abo-
gado cite en su provecho a un canonista, lo cual se puede interpretar como una crítica
velada a la verborrea fácil y seductora de los letrados a los cuales vale cualquier argu-
mento para la prolongación de los litigios y para conseguir la aceptación de los clientes,
ignorantes normalmente de toda cuestión jurídica.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 29

aparece como un auténtico oráculo al que se acude para que maneje los
textos legales a su antojo y para provecho de su defendido. En todo caso,
el autor denuncia siempre estas maniobras dilatorias que se traducen en
un coste económico enorme para el cliente, como cuenta al final de las es-
trofas dirigidas a los abogados: estos solicitan al cliente más y más dinero
para llegar a la alzada ante el rey; el cliente sacrifica todo su patrimonio
en virtud de dichas exigencias; al final, se queda sin patrimonio, sin pleito
y sin nada, con un pérdida de tiempo abrumadora. Solamente triunfa el
abogado. La razón de su éxito: el mismo sistema jurídico que permite esas
perversiones, esas dilaciones casi surrealistas.
El derecho común había, pues, calado hondo. Pero esa forma de ope-
rar en el mundo de lo jurídico presentaba un reverso peligroso como se
ha podido ver. Las críticas eran aceradas. Esto llevó a algunos autores
a plantearse realmente el significado del derecho y de la justicia. En el
panorama castellano del momento (tránsito del siglo XIV al siglo XV)
pesaban varios condicionantes de signo diverso. La situación política era
bastante desalentadora.62 Los Trastámara se habían instalado en el poder
hacia poco menos de medio siglo a cambio de numerosas concesiones a la
nobleza que realmente señoreaba la Corona. Esta nobleza actuaba muchas
veces de forma arbitraria, injusta, con sus propias armas jurisdiccionales,
resultado de las amplias concesiones con que los monarcas de la nueva
dinastía habían premiado a sus fieles o habían comprado las fidelidades de
sus enemigos. El rey aparece así como el garante de la justicia, el único
tutor verdadero del reino, el que da unidad al mismo por encima de toda la
dispersión imperante. Añádase a esa situación de inseguridad provocada
por los poderosos, el empleo de mecanismos jurídicos que demoraban
los pleitos por tiempo indefinido y hallaremos la explicación de las que-
jas que formulan, por citar tres ejemplos coetáneos, lo siguientes autores.
Fray Iñigo de Mendoza, supuesto autor de las Coplas de Mingo Revulgo,
proclama que la justicia, antaño poderosa, ahora se asustaría con un sim-
ple conejo: 

Está la perra Justilla


que viste tan denodada
muerta, flaca, trasijada;
62 Véase el reciente trabajo de Suárez Fernández, L., Nobleza y Monarquía. Entendi-
miento y rivalidad. El proceso de construcción de la Corona española, Madrid, La Esfera
de los Libros, 2003, completo fresco político del periodo al que nos referimos.
30 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

jur’a diez, que abriés manzilla:


con su fuerça e coraçón
cometíe al bravo león
y mataba el lobo viejo,
hora un triste de un conejo
te la mete en un rincón.63 

Iñigo Lope de Mendoza, marqués de Santillana, quien se pregunta


“quexándose de los daños deste reino”, nos dirá que la gloria y el ho-
nor se han convertido en vituperio y su clara fama se ha sometido a un
proceso de oscurecimiento. Es el número XXIX de sus “Sonetos fechos
al itálico modo”: “Por cierto, España, muerta es tu nobleça e tus loores
tornados haçerio”.64
Lo que lo lleva a la reflexión final, que es una reflexión de hondo con-
tenido jurídico y teológico, tras preguntarse dónde se hallan las grandes
virtudes teologales y cardinales: 

¿Dó es la fe? ¿Dó es la caridad?


¿Dó la esperança? Ca por çierto absentes
son de las tus regiones e partidas.
¿Dó es la justiçia, templança, egualdad,
prudençia e fortaleça? ¿Son presentes?
Por çierto non, que lexos son fuídas.65 

En su Comedieta de Ponza, el marqués de Santillana se refiere al modo


usual de actuación de los juristas con una tímida mención a propósito
de una enumeración de héroes y personajes de la mitología griega, que
aparecen como signos de malos presagios, de mala fortuna: dice expre-
samente “allí, de Pasife el testo y la glosa”,66 modo común de trabajo de
los juristas de esas centurias bajomedievales, como se verá en detalle más
adelante.

63 Fray Iñigo de Mendoza, Coplas de Mingo Revulgo, Poesía medieval, Lama, Víctor
de (ed.), Madrid, Random House Mondadori, 2002, p. 255, versos 118-126.
64 Poesía crítica y satírica del siglo XV, cit., nota 54, p. 153, versos 7 y 8.
65 Ibidem, p. 153, versos 9-14.
66 Marqués de Santillana, Poesías completas, Durán, Manuel (ed.), Madrid, Clásicos
Castalia, 1984, t. I, p. 263, verso 382.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 31

Hernán de Mexía abunda en esta misma línea amarga y trágica del


marqués de Santillana, haciendo referencia a unos tiempos pasados en los
cuales existían “muy humildes letrados / que son vasos de la çiençia”. 67
En tiempos del rey Enrique IV, “que estaban estos reinos envueltos en
tiranías y discordias”, se pregunta en el mismo tono dramático y agóni-
co que el noble anterior: 
¿Dó la mansa piadad,
dó justiçia, dó cordura?
¿Dó los reinos bien regidos?
¿Dó los buenos regidores,
a dó los sabios sabidos,
a dó los malos punidos,
a dó los buenos señores?
¿Adónde los buenos reyes?,
¿Dónde los buenos perlados,
a dó pastores y greyes?
¿Dónde están las buenas leyes,
dó castigan los pecados?

¿Dónde está la libertad?
¿Dó la humana humanidad?
¿Dó las leyes, dó el derecho?68 

Otro egregio representante de la poesía crítica del momento, Gómez


Manrique, insiste en esta línea cuando proclama que: 
Cuanto más alto es el muro
más fondo çimiento quiere;
de caer está seguro
el que en él nunca subiere;
donde sobre la cobdiçia
todos los bienes fallesçen;
en el pueblo sin justiçia,
los que son justos padeçen.69

67 Poesía crítica y satírica del siglo XV, cit., nota 54, p. 282, versos 121 y 122.
68 Ibidem, pp. 280 y 283, versos 39-50 y 128-130.
69 Ibidem, p. 213, versos 57-64.
32 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

También afirma, en defensa del papel del derecho como ordenador


y pacificador de un reino convulso, que “la iglesia sin letrados / es pa-
lacio sin paredes”,70 y que “sin secutores las leyes / maldita la pro que
traen”.71 El hondo problema que el derecho comportaba (o del que el
derecho era reflejo), por tanto, presentaba múltiples rostros que se en-
carnan en los diferentes problemas que acuciaban a lo jurídico: abusos,
arbitrariedades, corrupción de los jueces y demás oficiales, predominio
de un estilo curial totalmente desfasado y alejado de las necesidades del
pueblo y demás quejas que se reflejan cumplidamente en la producción
poética de esos siglos XIV y XV. 
No es el Cancionero de Baena, del que nos vamos a ocupar de inmedia-
to, el único monumento literario medieval de ese tránsito del siglo XIV al
XV en el que se tratan estas cuestiones. El profesor Bermejo ha mostrado
las referencias literarias al derecho común que se pueden atisbar en el Arci-
preste de Hita, fruto de su formación eminentemente canónica,72 en el Ar-
cipreste de Talavera, resultado de su conocimiento de ambos derechos,73 o

70 Ibidem,p. 213, versos 65 y 66.


71 Ibidem,p. 213, versos 77 y 78.
72 Cfr. Bermejo Cabrero, J. L., “El saber jurídico del Arcipreste de Hita”, Derecho
y pensamiento político en la literatura española, pp. 39-41; y Kelly, H. A., Canon Law
and the Arcipriest of Hita, Binghampton-Nueva York, Center for Medieval and Early
Rennaisance Studies, 1984, passim. Más en profundidad, véase Pérez Martín, A., “El
derecho común en el Libro del Buen Amor”, op. cit., nota 38, especialmente, pp. 276-281.
Véase Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor, 2a. ed., Blecua, Alberto (ed.), Madrid,
Cátedra, 1995. Referencias al Decreto de Graciano, a las Decretales y las Clementinas
en el prólogo-sermón inicial, pp. 5-11. A las Decretales, en p. 285 como cuerpo principal
del derecho canónico. La referencia más completa al universo del derecho común, en
pp. 286-287, versos 1.151-1.153: “Muchos son los primeros, más muchos son aquestos:
/ quien quisiere saberlos estudie do son puestos, / trastorne bien los libros, las glosas e
los testos: / el estudio a los rudos faze sabios maestros. / Lea el Espéculo e en el su Re-
pertorio, / los libros del Ostiense, que son grand parlatorio, / e Inoçençio Quarto, un sotil
consistorio, / el Rosario de Guido, Novela e Decretorio. / Dotores más de çiento, en libros
e en qüestiones, / con fuertes argumentos, con sotiles razones, / tienen sobre estos casos
diversas opiniones: / pues, por non dezir tanto, non me rebtedes, varones”.
73 Cfr. Bermejo Cabrero, J. L., “La formación jurídica del Arcipreste de Talavera”, op.
cit., nota 32, pp. 63-66, con predominio, no obstante su formación, del derecho canónico.
Véase Martínez de Toledo, A., Arcipreste de Talavera, Ciceri., Marcella (ed.), Madrid,
Espasa-Calpe, 1990. Referencias a canonistas en p. 258 (Enrique de Segusia, llamado el
Ostiense) y p. 323: “Pues, sy de los eclesyásticos te dixese, como son papas, cardenales,
patriarcas, arçobyspos, obispos, abades, doctores, maestros en theologia, en leyes e cá-
nones, doctores byrretados como fueron Agostino, Anbrosyo, Ysydrio, Leandre, Geróni-
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 33

en otras obras variadas.74 Pero la obra que vamos a examinar, por la enorme
masa poética que contiene, se convierte en uno de los mejores exponentes
de la visión cortesana acerca del derecho y es testimonio impagable de las
reflexiones de los hombres bajomedievales acerca de todas las virtudes y
de todos los defectos que presentaba el mundo jurídico. 

2. El Cancionero de Baena: los autores, las obras, la práctica 

No obstante los precedentes literarios aludidos, sin lugar a dudas,


la mejor síntesis que se pueda hallar del reflejo literario del derecho en la
Baja Edad Media es el Cancionero de Juan Alfonso de Baena.75 El mismo
papel lo desempeña en la corte de Alfonso V de Aragón el Cancionero de

mo, Berrnaldo, Enselmo, Beda, Grisóstomo, Dionisyo, Damaçeno, Dámasco, Fulgençio,


Guillelmo, Josepo, Alverto Magno, Ynoçençio, Leo, Teodosyo, Gárulo, Françisco
de Nido, Alifonso, Eugenio, Ylario, Ricardo, Juan Andrés, Alberrico, Juan Monje, Juan de
Dios, el abad de Sana…”. Remisiones a textos del derecho común, en pp. 273, 290 y 317
(referencias al Decreto de Graciano); pp. 92, 190, 274 (referencias a las Decretales de
Gregorio IX) y p. 242, que alude a las Clementinas.
74 Cfr. Bermejo Cabrero, J. L., “Un tema jurídico en la tradición literaria…”, op. cit.,
nota 32, pp. 187-199.
75 Cancionero de Juan Alfonso de Baena (Cancionero), Dutton, Brian y González
Cuenca, Joaquín (eds.), Madrid, 1993. Otras ediciones igualmente recomendables son
Cancionero de Baena, 3 ts., Azáceta, José María (ed.), Madrid, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1966, y Cancionero de Baena. Reproduced in facsimile from
the unique manuscript in the Bibliotèque Nacional, foreward by Henry R. Lang, Nueva
York, Hispanic
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Society of America, �������������������������������������������������
1971. Sobre la formación de esta compilación poé-
tica, véase especialmente, “Introducción”, Cancionero, cit., nota 75, pp. XIII-LVIII; Al-
borg, J. L., Historia de la literatura española, 2a. ed. ampliada, Madrid, Gredos, 1997,
t. I, pp. 323-337. Obras de referencia general: Rico, F. (dir.), Historia y crítica de la
literatura española. Edad Media, Barcelona, Crítica, 1979, pp. 295 y ss.; López Estrada,
F., Introducción a la literatura medieval española, 4a. ed., Madrid, Gredos, 1979, pp. 386
y ss.; Díez Borque, J. M. (coord.), Historia de la literatura española, t. I: La Edad Media,
Madrid, Taurus, 1982, pp. 346-352; Huerta Calvo, J., La poesía en la Edad Media: Lírica,
Madrid, Playor, 1982, pp. 43-48; Deyermond, A. D., Historia de la literatura española,
t. I: La Edad Media, 12a. ed., Barcelona, Ariel, 1987, pp. 314-323; Pedraza Jiménez, F.
B. y Rodríguez Cáceres, M., Manual de literatura española, t. I: Edad Media, Tafalla,
Cenlit, 1989, pp. 640-648; Viña Liste, J. M., Cronología de la literatura española, Ma-
drid, Cátedra, 1991, passim; y Alvar, C. et al., Breve historia de la literatura española,
Madrid, Alianza Editorial, 1997, pp. 178-185. Algunos aspectos puntuales de la obra de
Baena están tratados en las siguientes obras: Fraker, Ch. F., Studies on the Cancionero
de Baena, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1966; Gual Camarena, A, M.,
“El Cancionero de Baena como fuente histórica (notas en torno a la edición de Azáceta)”,
34 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Stúñiga, junto a otros cancioneros de importancia, un poco posteriores


y recogiendo las obras de poetas que podemos calificar como menores,
son el de Herberay des Essarts, en la corte de Navarra, el de Palacio,
asimismo en Aragón, y el Cancionero General de Hernando del Castillo,
que puede ser considerado como una continuación, al menos cronológi-
camente hablando, del de Baena. Es sabido que Juan Alfonso de Baena
fue un escribano de la corte de Juan II que desempeñó funciones buro-
cráticas en la cancillería castellana. Este oficial regio con inquietudes y
dotes literarias se embarcó en la tarea procelosa y compleja de recopilar
los principales textos poéticos que habían sido alumbrados en el tránsito
de los siglos XIV al XV (desde el reinado de Pedro I al de Juan II), re-
cogiendo cerca de seiscientas composiciones líricas pertenecientes a más
de cincuenta autores y dedicadas al monarca hacia el año 1445.76 
Su obra no es, pues, original, sino compilatoria de los más señeros
compositores líricos del momento. El criterio de selección fue totalmente
subjetivo, como lo era en esa época la labor de antología literaria, de-
pendiendo de los gustos de Baena, de sus filias y fobias, amores y odios
(por ejemplo, no se recoge ninguna composición del marqués de Santi-
llana), acaso de los gustos del monarca, las preferencias del momento o
la fama de algunos compositores.77 El resultado es heterogéneo también
en cuanto a las tendencias estilísticas: hay ejemplos de lírica cortesana,
lírica italianizante, composiciones de la vieja escuela gallego-castellana
(Macías el Enamorado), herederas a su vez de la antigua lírica provenzal,
entre otras muchas. La sistematización, si es que existe, también es insu-
ficiente y defectuosa, aunque se atisba un tímido intento de ordenación
por autores y, de cada uno de estos, en tres tipos de composiciones: can-
tigas, decires y preguntas y respuestas. De entre todos ellos, destaca en
orden de aparición, Alfonso Álvarez de Villasandino, quien con mucho
es el escritor más citado, usado y mencionado en el Cancionero, ade-
más del propio Baena, Macías el Enamorado, Micer Francisco Imperial,
Ferrán Sánchez Calavera o de Talavera o Gonzalo Martínez de Medina.
En palabras de Miguel Gual Camarena, es una poesía cortesana, nacida

Anuario de Estudios Medievales, núm. 4, 1967, pp. 613-626; y en Serrano Reyes, J. L. y


Fernández Jiménez, J. (eds.), Juan Alfonso de Baena y su Cancionero…, cit., nota 41.
76 Véase Nieto Cumplido, M., “Aportación histórica al Cancionero de Baena”, His-
toria, instituciones, documentos, núm. 6, 1979, pp. 197-218. A mayores, véase Carlé, M.
C., “La nobleza en el espejo”, Juan Alfonso de Baena y su Cancionero…, cit., nota 41,
pp. 121-134.
77 La nómina completa de autores en Cancionero, cit., nota 76, pp. 837-858.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 35

artificialmente alrededor de los núcleos y superestructuras dirigentes, en


la que es difícil rastrear el latido del pueblo, y carece de la calidad de
otras obras coetáneas como la de un Santillana o un Manrique, por poner
dos ejemplos.78
La temática de las poesías recopiladas pertenecen a varios géneros,
entre los que predominan dos: los “dezires” de amor, “loores e alabança”,
típica lírica de corte amoroso, y los “dezires” satíricos, de marcada orien-
tación política. Son frecuentes asimismo las disputas entre poetas que
adoptan en muchas ocasiones la forma y figura de un proceso. Las prime-
ras arrancan de una tradición lírica que había alcanzado sus cotas más ele-
vadas en la poesía amorosa galaico-portuguesa de los siglos XIII y XIV.
En esa época se inicia la decadencia del gallego como vehículo de expre-
sión y comienza la consolidación del castellano. Se trata de la lírica que
concentra en el “amor cortés” todos sus esfuerzos. Los modelos poéticos
están ya forjados desde centurias anteriores y se trasladan a las nuevas
necesidades. Como afirma José Luis Alborg, su alarde de virtuosismo, las
refinadas sutilezas conceptuales y sus complejas combinaciones métricas
hacían que esta forma de poesía tuviera que desarrollarse necesariamente
en la órbita palaciega, en la corte, puesto que allí se encontraba el oyente
preparado para apreciarle y el ambiente indispensable para florecer con
las disputas entre damas y caballeros, las fiestas, las anécdotas picantes
o jocosas.79 A su lado, la segunda orientación temática se nos presenta
como más rica, innovadora y original. El mismo ambiente cortesano fa-
vorecía la crítica política y la sátira moral. Así aparecerán toda una gama
de lamentos, consideraciones morales, reflexiones sobre los convulsos
años que han tocado vivir al poeta. El Cancionero es así un complemento
necesario para dar una visión global de varios reinados en Castilla, desde
el advenimiento de Enrique II hasta la privanza de Álvaro de Luna por
encima de los detalles políticos o militares de las crónicas del momento.
El conjunto de poemas recogidos va desde lo más elevado, las recomen-
daciones a los reyes o los juegos políticos en las altas esferas de la corte,
hasta lo más ínfimo de la sociedad, críticas a personas o a grupos sociales

78 Cfr. Gual Camarena, M., “El Cancionero de Baena como fuente histórica”, cit.,
nota 76, p. 614. el mismo autor advierte, en p. 615, que a pesar de todo ello y del am-
biente cortesano, los datos y citas de carácter socio-económico son fiables, mientras que
las referencias a la “historia externa” merecen mayor recelo por el carácter laudatorio
(muchas veces remunerado) de los versos.
79 Cfr. Alborg, J. L., op. cit., nota 76, t. I, p. 323.
36 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

como los judíos o los conversos, con todas las implicaciones políticas y
morales que tales reflejos contemplaban. Un amplio fresco cabalmente
realizado que observa los cambios de la fortuna, los ascensos y las caídas
de los poderosos, las luchas políticas entre facciones, las difamaciones,
la búsqueda del favor político y económico, temas tan tratados a lo largo
de la literatura que llegan hasta hoy mismo. 
Vamos a detenernos en este texto del que serán objeto de examen tres
aspectos: las referencias a los juristas del derecho común, a los textos
legales y doctrinales, y las opiniones referidas a la práctica jurídica desa-
rrollada al amparo del sistema consolidado.80 No vamos, pues, a estudiar
con detalle la profusa terminología jurídica que en el mismo se contiene
con numerosos vocablos y frases hechas en las que se alude a términos
del lenguaje jurídico general, del derecho procesal (donde el ius commu-
ne halla sus más celebrados y perdurables resultados) o de otras ramas
del orden jurídico. Simplemente hay que mencionar el perfecto manejo
de los términos jurídicos por parte de los poetas medievales y la propie-
dad con la que se emplean los mismos, aun cuando se trate de efectos
poéticos o meramente líricos, sin base específicamente jurídica. 

80 Comotendremos ocasión de ver, la formación jurídica de los poetas es elemental,


básica, primaria. Son constantes las referencias a los textos más populares y conoci-
dos del mundo jurídico, sin mucha profundización sobre los mismos. Aparecen algunas
máximas jurídicas, pero de forma aislada. Lo que se citan son, sobre todo, nombres de
los más conspicuos representantes del derecho común y los títulos de las obras jurídicas,
legales y doctrinales, más relevantes. Se trataría de aquellos autores y de aquellos libros
que por su fama (fama que pudo deberse a varios factores: exitosa difusión en las aulas
universitarias, prestigio del propio jurista, etcétera) andaban en boca de todo el mun-
do. Un resumen del ambiente jurídico en la Castilla bajomedieval, las universidades, su
cuerpo docente y discente, puede consultarse en Peset Reig, M. y Gutiérrez Cuadrado,
J., “Clérigos y juristas en la Baja Edad Media castellano-leonesa”, Senara. Revista de
Filología, anexo II, vol. III, 1981, pp. 7-110. Para una referencia acerca de la difusión,
vía manuscritos, de los principales textos legales y doctrinales que hallarán su cumplido
reflejo en la obra comentada, véase García y García, A., op. cit., nota 8, pp. 575-592,
con la bibliografía allí mencionada; “La canonística ibérica (1150-1250) en la investiga-
ción reciente”, Derecho común en España. Los juristas y sus obras, Murcia, Instituto de
Derecho Común, Universidad de Murcia, 1991, pp. 47-77, para explicar la abundancia
cuantitativa de citas, libros, textos y autores de derecho canónico; y “En torno al derecho
romano en la España medieval”, Estudios en homenaje a don Claudio Sánchez-Albornoz
en sus 90 años. Anexos de Cuadernos de Historia de España, Buenos Aires, Instituto de
Historia de España, 1985, t. III, pp. 59-72.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 37

En el texto utilizado podemos ver el uso de las voces civile jure en unos
consejos y deseos dirigidos al recién nacido Juan II;81 la expresión comu-
naleza para aludir a la justicia que se predica tanto de Dios82 como de los
reyes como atributos inherentes a sus supremas labores de gobierno,83
adornada con otras virtudes varias;84 derechero85 o derechurero,86 para
referirse a comportamientos justos, admitidos, dignos de loa, su antóni-

81 Cancionero, cit., nota 76, p. 262: “Tanta agudeza nunca en foçilar / vi en centellas
de bivo carbón / como quando Mercurio quiso fablar, / mostró en sus ojos e su dispo-
siçión. / Diz: Yo le enfloyo seso e razón / e sabiduría por que él solo apure / como Justi-
niano en Çivile jure, / leyes e partidas, las que buenas son”.
82 Ibidem, p. 402, versos 24-28: “E dará sentençia el que es sabidor / en todas las
cosas, en nunca avré / d’Él suplicaçión jamás nin revista, / aquesto que digo vos diz’ el
Salmista: / Timor et tremor obtimerunt me”.
83 Predicando incluso la unión entre Dios, el rey y la justicia, como en ibidem, p. 52:
“La segunda dixo: Yo só la Justiçia, / señera e amarga, sin todo abrigo, / perdí mi pilar, mi
Rey, mi amigo, / que me sostenía sin toda maliçia; / agora cuitada, toda mi cobdiçia / es ir
a bevir a yermos extraños / bien como vevía fasta los veinte años, / salvo si se enmienda
alguna avariçia… A vos, la Justicia, de Dios mucho amada, / buscado vos tengo un noble
marido, / el gentil Infante, de bondat guarnido, / con quien vos devedes tener por onrada;
/ e desque con él viérenvos juntada / de todas las gentes seredes temida; / pues non vos
quitedes de aquesta partida, / que muy neçessaria nos es vuestra estada”; y p. 548. “Rey
eres sobre los reyes, / coronado emperador, / do te plaze van tus leyes / todos han de ti
pavor, / e pues eres tal señor / non fazes comunaleza; / si entiendes que es proeza, / non
soy ende judgador”.
84 Ibidem, “Dezir de Miçer Françisco a las siete virtudes”, p. 312, verso 225-232.
Son concretamente siete: el juicio, la verdad, la lealtad, la corrección, “la quinta llaman
Conjurado Sermón, / la sesta Igualdat, la setena Ley dada”.
85 Ibidem, p. 104: “Pues el alto, poderoso, / sabio, noble, verdadero / Rey d’España
virtuoso, / con templança derechero”; p. 495: “Dixo: Señora, juez derechera, / respondo
e digo que vos fallaredes / que por su confesión vos non devedes / judgar lo que pide en
esta manera”; p. 499: “E mando que faga la execuçión / el niño inoçente sin otra manzi-
lla, / don Juan, derechero señor de Castilla”; p. 383: “Fuera Dios luego injusto e liviano
/ e la su justiçia sin abondamiento, / si a nuestro linage mortal e humano, / muriendo en
pecados e mal estamiento, / fiziera aver gloria sin meresçimiento, / ca non fuera luego
juez derechero, / e, si con derecho juzgara llenero, / fuéramos todos en condenamiento”,
p. 597: “Agora seas papa o rey o perlado / o duque o conde o grand cavallero, / salvarte
puedes en qualquier estado, / si quieres con Dios andar derechero”.
86 Ibidem, p. 619: “Virgen, crey muy sin dudança / que el Señor derechurero, / Dios
contigo verdadero, / se quiere en ti encarnar / e omillar / por el su pueblo salvar / de du-
rable tribulança / e malandança”.
38 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mo torticero87 o tuerto,88 con el sentido de agravio, daño, injusticia. Debe


señalarse que el empleo de estos vocablos no presupone necesariamente
la existencia de un discurso de corte jurídico. 
Es conocida la tendencia a los paralelismos, símbolos y demás re-
cursos retóricos que inunda la poesía bajomedieval.89 En muchos de los
ejemplos citados, el protagonista al que se refiere como sujeto justo o
injusto es la Fortuna o el Amor, de modo que no hay necesariamente
implicaciones personales directas. Hay referencias a oficios como los oi-
dores y otros oficiales de la justicia a los que aludiremos en detalle más
adelante, puesto que serán ellos los responsables en buena parte de la
ruina de la justicia, de su caos, de su desorden.90 En un caso específico
se alude al proceso de creación de las normas jurídicas, personificado en
el emperador que puede crear “decretos e fueros e leyes”.91 Alfonso X el
Sabio está implícitamente aludido en un poema de Baena, no obstante
su importancia capital en la edificación del sistema jurídico del derecho
común.92

87 Ibidem, p. 754: “Alto Rey, luego primero / començó a fazer estrena / e vengóse a
boca llena / de su tío el tortiçero; / como rey muy justiçiero / le corrió bien la çapata / por
el robo e la barata / que l’ fizo el viejo trotero”.
88 Ibidem, p. 297: “Quando tu curso egualas, / que al bueno das los bienes / e al malo
fadas malas, / a pocos tal curso tienes, / ca lo buelves e revienes, / al bueno el bien pri-
vando, / al malo multiplicando: ¡ cata qué tuerto mantienes!”; p. 302: “Dezides que en
dar e non dar / ella ningunt tuerto faze”; p. 376: “Pues non ay dubda que Dios es justo /
e a ninguno tuerto non faze”; p. 378: “Que su poder asoluto podría / a todos asolver o los
condenar, / mas de su poder ordenado usar / derecho conviene fazer todavía; / por ende,
de essa guisa gran tuerto faría / si pena el malo jamás non oviesse, / como si al bueno bien
non le diesse, / a cada qual d’ellos segunt meresçía”.
89 Véase supra.
90 Una fuerte crítica a los operadores gubernativos y judiciales en el poema que com-
pone Álvarez de Villasandino, en Cancionero, cit., nota 76, pp. 78-81, dirigida a los
regidores y gobernadores de los reinos, a los recaudadores y a los escribanos. El nivel de
depravación, corrupción y ruina moral lo expresa con claridad la última estrofa: “Señor,
mucho más diría / si lo quisiesse dezir, / mas non lo podría escrevir / en dos noches e un
día; / tanta es la burlería / que en la corte veo andar / que non la podrié contar / un Maestro
en Theología”.
91 Ibidem, p. 615, versos 57-59: “Assí llego a ser muy grand emperante, / que me
obedesçen muy muchos reyes, / e fago decretos e fueros e leyes”.
92 Ibidem, p. 746, versos 267-274: “Yo leí, quiero dezilla, / su nobleza de dos reys /
que fezieron nobles leys / e fechos de maravilla; / don Fernando e su quadrilla, / que ganó
con sus bondades / a las muy nobles çibdades / de Córdoba e de Sevilla”.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 39

Son muchos más frecuentes las remisiones al mundo procesal, entre


otros motivos por la existencia de un estilo desarrollado en la Edad Me-
dia de presentar ciertos conflictos o cuestiones debatidas bajo la forma
de un proceso.93 El teatro y la poesía se valen aquí del esquema procesal
del derecho común para la resolución de numerosas cuestiones discutidas
tanto materiales como espirituales.94 Otras veces no hay litigio y lo que se
pide es una suerte de dictamen, de consejo, de recomendación.95 
Otras ramas del derecho tienen su pequeña referencia como se deduce
del empleo de las palabras codeçilo y mandas,96 para el derecho privado
sucesorio; cohechar y derivados97, omezillo en varias acepciones que van

93 Son los casos del proceso por causa de Amor sobre el que Nicolás interroga a su
Maestro, en ibidem, pp. 333-336, con escrito de agravios y condena de costas, incluidos;
del proceso entre la Soberbia y la Mesura, ibidem, pp. 492-500; del proceso entre la Do-
lencia, la Vejez, el Destierro y la Pobreza, pp. 507-515; o del proceso de los colores (“a
manera de pleito e de reqüesta que ovieron en uno los colores del paño verde e prieto e
colorado, porfiando quál d’ellos es mejor”), pp. 616-618. En otros casos, pierde el conte-
nido metafórico y se refiere a asuntos reales, con lo que se realiza una nueva crítica al sis-
tema judicial, como en ibidem, pp. 520-528, “este dezir fizo e ordenó el dicho Ruy Páez
de Ribera quexándose de Juan Gómez bachiller, alcalde que era en Sevilla, por quanto
le agravió e non le quiso fazer derecho de un arrendador a quien el dicho Ruy Páez avía
fiado en una renta çiertos marabedís”. Finalmente, hay ejemplos de lides poéticas, como
la que se produce entre Juan Alfonso de Baena y Fernán Manuel de Lando, sentenciada
por fray Diego de Valencia, en ibidem, pp. 647-650.
94 Véase sobre el tema Pérez Martín, A., El derecho procesal del ius commune en Es-
paña, Murcia, Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 1999, passim. Entre las
múltiples voces que aluden a esta rama del derecho podemos citar las siguientes: “carta
citatoria”, “conquista”, “contestado”, “contradita”, “defension”, “degreto” en el sentido
de sentencia, “esepçiones”, “jure probata”, “libeldo”, “libramiento”, “munitoria”, “pe-
rentoria”, “procesoso”, “pleiteses”, “fazer pleito”, “rebtar”, “reconvençión”, “rescrito”,
entre otras muchas.
95 Cancionero, cit., nota 76, p. 413, versos 5-8: “Por ende, vos ruego bien como a le-
trado / que me declaredes, segund ley de derecho, / en cómo se guarde mi onra e provecho
/ en lo que se sigue por este deitado”.
96 Ibidem, p. 165: “Testamento e codeçillo / ordenó como christiano / e mandó luego
de mano / mandas de muy grant cabdillo”.
97 Ibidem, p. 79: “Señor, éstos que compraron / los ofiçios d’esta guisa, / segunt fallo
por pesquisa, / todo el reino coecharon… los dichos recabdamientos, / fuerça es los poni-
mientos / que se han de cohechar”; p. 230: “E ser en la cuenta de los verdaderos; / quien
d’esto me quita, codiçia coecho… Quien fuera me dexa con los coçineros / assaz me
conturba e assaz me coecha”; p. 336: “Vandero me llamas por te escusar / de los grandes
yerros que tú tienes fecho / a esa señora, que pides cohecho”; p. 527: “Despechados e
40 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

desde el simple odio hasta cualquier fechoría,98 passamiento en el sentido


de tolerancia,99 ximonía habitual cuando hay críticas a la Iglesia,100 entre
las relativas al derecho criminal; y otras varias, manteniendo su propio
y pleno sentido jurídico, aunque se extiende su significación, de forma
metafórica a otras lides.
A pesar de esos precedentes y ejemplos coetáneos, sí es la obra de
Baena la que mejor y de modo más amplio muestra esa crítica de corte
irónico y satírico al universo del derecho común, por el gran volumen de
poesías recopiladas y por la disparidad de autores que aportan su grano
de arena con formaciones y procedencias muy distintas.
Pasemos, pues, al examen de los tres puntos propuestos: las referen-
cias a los juristas, las referencias a las obras y las referencias a la prácti-
ca, cuestiones que aparecen entrelazadas en algunos mismos textos de-
bido a la especie de responsabilidad colectiva que los poetas otorgan a
personas, a los instrumentos de trabajo y a las prácticas profesionales
de los mismos. Todo el sistema es responsable de la ausencia de justicia, de
los defectos del derecho, de las dilaciones de los pleitos, de lo absurdo e
incomprensible de los mismos.101 El sistema hace aguas por todas partes
y es necesario denunciar quién o quiénes son los responsables. Algunos
poetas llegan a tener visiones casi místicas, como sucede con Gonzalo

rendidos / son muy muchos labradores, / cohechos de arrendadores / los traen muy opri-
midos”; p. 777: Çessarán luego monedas, / los pedidos e cohechos”.
98 Ibidem, p. 146: “Mi señor Adelantado, / flaco ando e amarillo, / pensando en este
omezillo”; p. 165: “Que le fagan un luzillo / en que sea debuxada / toda su vida lazdrada
/ sus corrençias e omezillo”; p. 198: “Triste ando e amarillo, / señora, noche e mañana,
/ fasta que vos vea sana, / con plazer, sin omezillo. / Omezillo tendo agora / con quien
obra açidental”; p. 503: “Por ésta fue fecho el igualamiento / entre los Reyes que estavan
partidos / en los omezillos antigos avidos”; p. 354. “Quando vienes luego tienes / con las
gentes omezillo”; p. 732: “Siembren mal e omezillo”; p.778: “Çessarán portogaleses / e
todos los sus gavarros, / çessarán también navarros, / esso mesmo los ingleses; / çessarán
aragoneses, / e todos los omezillos, / quedarán para morillos / malos años, negros me-
ses”.
99 Ibidem, p. 731: “Desatiento, con fallimiento / contra mí son, por verdat, / e con
poco passamiento”.
100 Ibidem, p. 151, asociada a la codicia: “¡Quántos codiçiosos dizen simonía / lo çierto
e derecho e clara verdad! “; p. 789: “Muchos tratan de renuevo / por henchir el su costal,
/ e non dan éstos un uevo / por aver el prençipal; / fallo en el Memorial / que legos e
clerecía / usan de la ximonía / sin temor de su Fiscal”.
101 Véase Celemín Santos, V., op. cit., nota 21, pp. 149-152.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 41

Martínez de Zamora, quien efectúa una disgresión “como en manera de


contemplaçión de Dios, fablando por metáforas escuras por los males e
pecados que son en el mundo”.102 Por eso, la mención usual de ciertos ju-
ristas (Cino, Bártolo o Baldo) se efectúa, creemos, con una mezcla de de-
voción y de crítica, de admiración por la ímproba tarea que han afrontado
tan exitosamente, al mismo tiempo que sientan las bases para la posterior
corrupción del orden jurídico. Su alusión obedece a su frecuente empleo
en los tribunales y escritos jurídicos, con el tránsito de los mismos al
nivel popular usado por los poetas. Acaso esas figuras son encarnaciones
de los símbolos o alegorías a los que tan aficionado era el hombre medie-
val. La presencia continua de arquetipos en las poesías recogidas no hace
más que confirmar el componente espiritual, mas no exclusivamente, que
inspira el pensamiento medieval en todas sus manifestaciones.103
En el poema fúnebre del propio Juan Alfonso de Baena, compuesto
por la muerte de Enrique III, se hace figurar en la corte regia a nobles,
eclesiásticos, “vasallos, fidalgos, obispos, letrados, / doctores, alcaldes
con pura manzilla”,104 y en el “Dezir que fizo fray Migir de la Orden de
Sant Jeronimo” a la muerte de Enrique III, se hace una descripción por-
menorizada de todas aquellas personas a las que el rey se dirige, en sen-
tido figurado, para comunicarles su deceso. De entre el elenco de princi-
pales del reino, no deja de llamar la atención la presencia de letrados y
doctores, calificados por el poeta como sabios y agudos respectivamente,
al mismo tiempo que otros operadores jurídicos se atisban al final de la
enumeración: 

Al gran Padre Santo e los cardenales,


arçobispos, obispos e arçedianos,
e los patriarchas e colegiales,
deanes, cabildos e otros çercanos,
a frailes e monjes, a los hermitaños,
102 Cancionero, cit., nota 76, pp. 593 y 594.
103 Véase Huizinga, J., op. cit., nota 52, pp. 286 y ss. En el ámbito político, es reseña-
ble el trabajo de García-Pelayo, M., “La corona. Estudio sobre un símbolo y un concepto
político”, Del mito y de la razón…, cit., nota 46, pp. 13-64.
104 Cancionero, cit., nota 76, “Este dezir fizo Johan Alfonso de Baena, componedor
d’este libro, al finamiento del dicho señor Rey don Enrique en Toledo; el qual dezir es
muy dolorido, bien quebrantado e plañido, segunt lo requería el acto del negoçio, e otrosí
va por arte común doblada, e los consonantes van muy bien guardados”, p. 57.
42 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

a sabios letrados, doctores agudos,


poetas maestros, también a los rudos,
a ricos, a pobres, a enfermos e sanos,
a todo el mundo en universal,
a emperadores e reyes, infantes,
a duques e condes, linaje real,
maestres, cabdillos e más dominantes,
alcaldes, merinos e juezes estantes,
mayores, menores, que oirán,
a todos los ombres que son e serán,
oíd la mi carta e set muy pesantes.105  

Más adelante y siempre con este tono de respeto, se reivindica el saber


jurídico de un juez, en este caso, Diego Hurtado de Mendoza, ante las
quejas que una sentencia suya ha provocado. Transcribimos las dos es-
trofas finales, por la gran cantidad de información jurídica que transmiten
referida al campo procesal:

E pon sospecha de jure fundada


en malquerençia, otrosí en amor,
que non den consejo nin den favor
por actoría nin por demanda;
e, si esta orden fuere guardada,
ponga su querella, si ay querellosa,
e vaya tu parte de cómo es fermosa
mostrar sus pruevas por mí consejada.

E non alegue que es sospechoso

105 Ibidem, “Este dezir fizo fray Migir de la Orden de Sant Jerónimo, capellán del onra-
do obispo de Segovia, don Juan de Tordesillas, quando finó el dicho señor Rey don Enri-
que en Toledo. El qual dezir es muy bien fecho e assaz fundado segunt lo requería el abto
sobre que es fundado el dicho decir”, p. 58, versos 1-16. No son extrañas estas alusiones
a los juristas como integrantes de la corte del rey. Dice Baena en Cancionero, cit., nota
76, p. 770, versos 1.362-1.378: “Los emplastos provechosos / son los grandes cavalleros
/ e leales consejeros / con buen seso estudiosos, / ca deven ser acuçiosos / por serviçio de
Dios e vuestro / que non tomen el seniestro / estos fechos peligrosos. / Los socroçios son
pastores / e perlados de la egleja, / pues que saben la conseja, / e los vuestros abditores /
e tambien sabios doctores, / de quien vos tanto fiades; / si con saña porfiades, / lean bien
los relatores”.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 43

Aqueste grant juez pues es su primo,


E en sufiçiençia, segunt bien estimo,
Dotor en utroque es mucho famoso,
E non le será atán vergonçoso
Ser condenado por su grant linage,
E judgando por ti e dando aventaje
Será el juicio mucho más hermoso.106  

El jurista aparece normalmente como un sabio. Fernán Manuel de


Lando formula una consulta a fray Lope del Monte al que tilda de “fa-
moso jurista”.107 El interpelado se defiende, en un exceso de modestia,
replicando que puede contradecir y polemizar “quanto quier’ que sea pe-
queño legista”.108 El primero se vuelve a dirigir a fray Alfonso de la Mon-
ja de San Pablo con los siguientes términos: “Maestro esçelente, sotil
graduado / en altas çiençias, jurista discreto”.109 Una manera de mostrar
la ignorancia de los demás es acusarles del desconocimiento de las le-
yes y, aprovechando el desconocimiento, efectuar ejercicios de erudición
jurídica epatantes. Así hace fray Lope del Monte contra Diego Martínez
de Medina “en respuesta de la replicaçión e reconvençión de suso”: 

Sabedes poco de fuero,


pues movéis reconvençión
do non ponen petiçión
ante juez que’es cadañero;
por ende, con nezios muero
que fázense trovadores
e non son más sabidores
que de dalfines es Duero

Si vos sodes abogado,
non reçiben a la prueva
ante qu’el pleito se mueva

106 Ibidem, pp. 282-283, versos 25-40.


107 Ibidem, p. 472, verso 21.
108 Ibidem, p. 473, verso 20. Parece referirse a sí mismo, aunque si se lee el verso en
tercera persona tiene también un sentido parecido al que le hemos dado.
109 Ibidem, p. 480, versos 1 y 2.
44 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

nin seyendo contestado;


yo non niego lo fablado,
que vuestros pedricadores
son de falso fabladores
que en la Virgen fue pecado.110 

Una respuesta de Ferrán Manuel a Juan Alfonso de Baena, en uno de


esos múltiples duelos poéticos, permite hacer una relación, dirigida y con
la que califica al segundo, de los hombres considerados los más sabios,
en la cual el jurista queda equiparado al profeta: 

Al noble, esmerado, ardit e constante


bañado del agua de santo bautismo,
al sabio profundo que por silogismo
penetra los çentros del çírculo estante,
al puro jurista qu’el curso formante
dotó perfecçiones de abto profeta,
al digno de alta e rica planeta,
presento respuesta e só replicante.111 

Pero es un espejismo este ambiente idílico. A partir de aquí, las refe-


rencias de corte crítico van a presentar ya nombres y apellidos. Alfonso
Álvarez de Villasandino pide merced al rey y se expresa con naturalidad
aunque no sepa de formalismos jurídicos, ni de retórica judicial: 

Ya el Rey fizo lo suyo,


segunt el tiempo concluyo;
perdonad, porque arguyo
sin saber testos del Chino.112

Es la primera referencia a Cino de Pistoya, a quien tradicionalmente


se atribuye, si no la creación, al menos sí la difusión del método de los
comentaristas por la Península Itálica.113 

110 Ibidem, pp. 575 y 576, versos 10-16 y 34-40.


111 Ibidem, p. 644, versos 1-8.
112 Ibidem, Este dezir d’estribot fizo Alfonso Álvarez pediéndole merçed al Rey, pp.
247 y 248, versos 3-6.
113 Agotado el método de los glosadores que encuentran su “canto de cisne” preci-
samente en la compilación de cerca de noventa mil glosas realizado por Accursio, fue
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 45

En el canto que Francisco Imperial dedica con ocasión del nacimien-


to de Juan II hallamos otras dos menciones a juristas, una bastante sor-
prendente, otra de referencia obligada. Este poema es una condensación
de los mejores deseos para el nuevo príncipe. Con este motivo, se eligen
los más altos modelos que puedan inspirarle en sus superiores labores
que desempeñará en su madurez. La primera a la que aludimos es la que
se produce en relación a Dante Alighieri, de quien sabemos sus artes
poéticas y políticas, mas no esta nueva caracterización del vate: “tanta
alegría non mostró en el viso / el poeta jurista, teólogo Dante”.114 Avan-
zada la composición quiere el poeta, hablando a través de Mercurio, que
el futuro rey tenga suficiente entendimiento, sabiduría y sentido común,
y escoge como modelo, no podía ser de otra manera, el prototipo de mo-
narca legislador sabio, justo, prudente, es decir, el emperador bizantino
Justiniano. Es de destacar, no obstante, la referencia al derecho patrio,
ejemplificado en las leyes y en las Partidas sobre las que se habrán de
proyectar esas cualidades reclamadas para el rey: 
Diz: Yo le enfloyo seso e razón
e sabiduría por que él sólo apure
como Justiniano en Çivile jure,
leyes e partidas, las que buenas son.115

necesaria la renovación metodológica. Ésta se produjo en Francia, concretamente en la


universidad de Orleáns gracias al impulso de dos juristas: Pedro de Bellapértica y Jácobo
de Revigny. Este renacimiento obedece, sobre todo, al redescubrimiento de la lógica aris-
totélica y a su simbiosis con el pensamiento cristiano por obra de Santo Tomás de Aqui-
no. En Orleáns, estudia Cino de Pistoya (1270-1336), quien lleva a Italia la nueva forma
de estudiar los textos justinianeos y canónicos. Allí descollarán los dos más grandes re-
presentantes de esta nueva escuela: Bártolo y su discípulo Baldo. El método propugnado
por Cino aparece expresado de forma clara en su Lectura super Codicem, donde detalla
los pasos metodológicos e intelectuales que se han de seguir para la culminación de un
correcto razonamiento jurídico. Estos pasos son los que siguen: lectio litterae, o lectura
del texto; divisio legis, o distribución en partes del texto; expositio, o resumen y explica-
ción del contenido; positio casuum, o ejemplificación con fines didácticos; collectio no-
tabilium, o recopilación de las opiniones más relevantes de otros doctores; oppositiones,
u objeciones posibles; quaestiones, o controversias que podían surgir; concluyendo con
la sententia. Véase sobre la Escuela de Orléans y Cino da Pistoya, Calasso, F., op. cit.,
nota 1, pp. 569-572.
114 Cancionero, cit., nota 76, “este dezir fizo e ordenó miçer Françisco Imperial, natu-
ral de Jénova, estante e morador que fue en la muy noble çibdat de Sevilla; el qual dezir
fizo al nasçimiento de nuestro señor el Rey don Juan, quando nasçió en la çibdat de Toro,
año de m cccc v años, e es fecho e fundado de fermosa e sotil invençión e de limadas
dicciones”, p. 260, versos 193-194.
115 Ibidem, p. 262, versos 265-272.
46 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Con motivo del mismo evento, fray Diego de Valencia compone otro
“dezir” en el cual se vuelven a manifestar esos deseos para con el nuevo
monarca, algunos de ellos de marcado componente jurídico.116 Al tratar el
tema del asesoramiento y consejo que el rey debe tener, el poeta se expresa
con contundencia reclamando la necesidad de un conocimiento exhaustivo
del derecho como requisito indispensable para un buen gobierno. El autor
marca la diferencia entre el derecho civil, acaso como orden culto, estudio
para el cual hay que acudir a los doctores, frente al popular cotidiano inte-
grado por fueros y usos, que hay que respetar en todo caso: 
Tenga con prebanos derecho çevil,
dotores sotiles vença por esamen,
e todos los fueros e uso servil
mantenga del todo que pueblos non clamen.
Los finos partistas assí lo enfamen
Que faga derecho a mí e a ti;
Dios le dé vida por que sea assí:
Respondan oyentes, digan todos: Amen.117
Sin lugar a dudas, el poema más conocido y que mejor refleja la si-
tuación jurídica de Castilla es el atribuido a Fernán Martínez de Burgos,
cuyo título es lo suficientemente expresivo: “Dezir que fue fecho sobre
la justiçia e pleitos e de la gran vanidad d’este mundo”.118 La crítica es
demoledora porque llega incluso al rey con una pregunta directamente
dirigida a Dios. La justicia en manos de los hombres es totalmente des-
truida por sus prácticas llenas de corrupción, sobornos, oficios inútiles
y excesivos. Un panorama totalmente pesimista sobre el que además no
116 Ibidem, Este dezir fizo el Maestro Fray Diego de Valençia de la orden de Sant
Françisco, en respuesta d’este otro dezir e de ençima que fizo el dicho miçer Francisco al
nasçimento del Rey nuestro señor; el qual dezir el dicho maestro fizo por los consonantes
qu’el otro primero, e en algunos lugares retrató al otro, p. 269, versos 121-139: “Sea
Rey de paz, en justiçia fundado, / en todos los bienes solíçito, presto, / cortés e amoroso,
de todos amado, / en todos sus fechos sea bien compuesto, / fermoso, graçioso, de muy
lindo gesto, / de Dios sobre todo leal amador, / católico firme, grant defendedor / de la ley
de Christo sobre todo esto. / Aya en sus días sin contradiçión / toda monarchía con muy
grant potençia, / del león e leona la su bendiçión / por que biva ledo en grant eselençia. /
Los reyes comarcanos fagan reverençia / al su alto nombre e grant solepnidat, / e sea jus-
tiçiero e rey de verdat; / concuerden los sabios con la su çiençia. / De biudas e pobres sea
guardador / e guarde derecho a todos igualmente; / de villas, çibdades sea fundador”.
117 Ibidem, p. 272, versos 273-280.
118 Ibidem, pp. 603-610.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 47

hay ninguna posibilidad de solución inmediata. El poeta comienza con


una queja dirigida a la divinidad, comparando a los pleiteantes que re-
claman justicia con ovejas que van a salir totalmente trasquiladas de sus
empeños: 
¿Cómo por Dios la alta justiçia
al rey de la tierra es encomendada?
En la su corte es ya tanta maliçia
Que non podría por mí ser contada;
Qualquier oveja que vien’ desarrada
Aquí la acomenten por diversas partes
Cient mill engaños, maliçias e artes
Fasta que la fazen ir bien trasquilada.

El exceso de oficiales de todo signo, que cobran copiosas rentas del


rey, conduce a la pereza, a la inacción y, en suma, a la completa inutilidad
de los mismos, hasta el punto de que pueden transcurrir perfectamente
cuarenta años sin sentencia: 

Alcalles, notarios e aun oidores,


según bien creo, passan de sesenta
que están en trono de emperadores,
a quien el Rey paga infinita renta;
de otros doctores ay çiento e noventa
que traen el regno del todo burlado,
e en quarenta años non es acabado
un solo pleito ¡Mirad si es tormenta!

¿La razón? El modo de operar de los letrados. Citas y más citas de los
principales doctores, de las más importantes leyes, con lo que los expe-
dientes se hacen gigantescos y los jueces devienen inútiles para verificar
todo lo que se alega. En resumen, se ven impedidos materialmente para
sentenciar por la corruptela práctica en la que los sumen los abogados.
Cualquier pequeño defecto, cualquier minucia sirve para prolongar inde-
finidamente el litigio para mayor gloria del perito. Aparecen las primeras
alusiones personales con aumento del número de protagonistas. Bártolo,119

119 Bártolo de Sassoferrato, probablemente uno de los mejores juristas de todos los
tiempos, vive entre los años 1314 y 1357. Su obra es amplísima y trata prácticamente
48 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Cino, el Digesto, Juan Andrés,120 Baldo de Ubaldi,121 y Enrique de Se-


gusia, conocido como “El Ostiense”,122 serán los protagonistas comunes,
cuyas opiniones se citan de forma abusiva y desmesurada, tantas como
uvas puede haber en un cesto: 
Viene el pleito a disputaçión,
allí es Bártolo e Chino, Digesto,
Juan Andrés e Baldo, Enrique do son
más opiniones que uvas en çesto;

todos los temas del derecho romano tanto públicos como privados, así como la práctica
totalidad de los textos romano-justinianeos son objeto de sus comentarios, hasta el punto
que en la Universidad de Padua existía una cátedra destinada exclusivamente al estudio
de la obra de este prodigio muerto en plena juventud. Son numerosos sus comentarios,
tratados, estudios monográficos, pareceres y consejos, hasta ocupar un total de diez vo-
lúmenes en folio, según la más corriente de las ediciones de sus obras. Véase Calasso, F.,
op. cit. nota 1, pp. 572-577. La difusión de su obra en España, con cerca de 125 manuscri-
tos, volumen no comparable a ningún otro autor, ha sido estudiada por García y García,
A., “Bártolo de Saxoferrato y España”, en Derecho Común en España…, cit., nota 81,
pp. 99-128.
120 Juan Andrés, versión castellanizada del nombre del canonista Giovanni Andrea,
es acaso uno de los mejores juristas canónicos del siglo XIV. Autor de una obra abun-
dante que incluye comentarios al Sexto (influido por Guido de Baysio y su Rosarium,
será completado por unas Additiones y por una Novella entre los años 1336 y 1342), a
las Clementinas (glosa que aparece en 1326) y a las Decretales de Gregorio IX (su obra
más conocida: la Novella in Decretales Gregorii IX, aparecida en 1338), además de otras
obras menores que incluyen repeticiones, cuestiones y tratados varios. Muere en el año
1348 a consecuencia de la peste. Véase Schulte, J. F. von, Die Geschichte der Quellen
und Literatur des canonischen Rechts, Graz, Akademische Druck, 1956, t. II, pp. 205-
229; y Le Bras, G. (dir.), Histoire du Droit et des Institutions de l’Eglise en Occident,
t. VII: L’âge classique. Sources et théorie du droit, París, Sirey, 1965, pp. 327 y 328; y,
específicamente sobre su obra, los estudios XVI y XVII recogidos en Kuttner, S., Studies
in the History of Medieval Canon Law, Aldershot, Variorum Reprint, 1999.
121 Discípulo de Bártolo, más completo en su formación que el maestro, ya que unía la
condición de civilista y canonista, vive entre los años 1327 y 1400. Su obra es asimismo
amplísima ocupándose también del derecho canónico. Véase Calasso, F., op. cit., nota 1,
pp. 577-578.
122 Enrique de Segusia o de Susa, conocido como el Ostiense por haber sido obispo
de dicha sede vecina a Roma, autor de la Summa Aurea, síntesis del derecho romano y
canónico, elaborada con una maestría sin comparación en el siglo XIII (fallece en 1271).
Puede ser considerada, dice Le Bras, como la culminación del esfuerzo científico de los
glosadores y de los canonistas de los siglos XII y XIII. Al mismo tiempo, la Summa es
un importante compendio del Decreto de Graciano y de las Decretales de Gregorio IX.
Véase Schulte, J. F. von, op. cit., nota 121, pp. 123-129; y Le Bras, G. (dir.), op. cit., nota
121, pp. 312-314.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 49

e cada abogado es y mucho presto,


e, desque bien visto e bien disputado,
fallan el pleito en un punto errado
e tornan de cabo a qüestión por esto.
El abogado, cual sofista griego, trata de hacer ver al cliente que el
pleito se perdió por culpa de éste, a resultas de la falta de información y
lo razona con apabullantes argumentos. Se pone al descubierto su artera
forma de actuar:

A las partes dizen los sus abogados


que nunca jamás tal punto sentieron
e que se fazen muy maravillados
porque en el pleito tal sentençia dieron,
mas que ellos ende culpa non ovieron
porque non fueron bien enformados;
e assí peresçen los tristes cuitados
que la su justiçia buscando venieron.
Dan infinitos entendimientos
Con entendimiento del todo turbado,
Socavan los çentros e los firmamientos,
Razones sufísticas e malas fundando,
E jamás non vienen ý determinando,
Que donde ay tantas dubdas e opiniones,
Non ay quien dé determinaçiones
E a los que esperan convien’ de ir llorando.

La solución, curiosamente, se puede hallar en el modelo musulmán


donde un solo juez libra los pleitos civiles y criminales, lo cual da ori-
gen a un sistema más honesto, dotado de una mayor justicia, que otor-
ga al juez una existencia más placentera. De ese modo, su actuación
judicial no habrá de depender, nueva enumeración, de Azzo, 123 de las

123 Azzo de Bolonia, glosador de comienzos del siglo XIII, muerto en el año 1230,
autor de una ingente producción literaria entre las que destacan una Summa Codicis, una
Summa Institutionum, una Lectura Codicis, un completo aparato de glosas (Apparatus in
Digestum Vetus), unas Additiones ad Collectionem Summarium ad Digesta, distinciones,
glosas y una Summula de Possessione. Véase Calasso, F., op. cit., nota 1, pp. 533 y ss.; y
Kantorowicz, H. y Buckland, W. W., Studies in the Glossators of the Roman Law, Aalen,
50 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Decretales,124 de Roberto,125 ni de las Clementinas,126 sino de la “dis-


creçión e buena dotrina”:

En tierra de moros un solo alcalde


libre lo çevil e lo criminal,
e todo el día se está él de balde
por la justiçia andar muy egual;
allí non es Azo nin Decretal,
nin es Ruberto nin la Clementina,
salvo discreçión e buena dotrina,
la qual muestra a todos bevir comunal.

Al lado de esta corrupción del sistema jurídico por el recurso excesivo


al derecho común, la quiebra del sistema obedece a la corrupción gene-

Scientia Verlag, 1969, passim. Su imposible participación en la redacción de las Partidas,


a pesar de cierta tradición en contrario, es tratada por Iglesia Ferreirós, A., “¿Azo da
Bologna ou Azo de’ Lambertazzi?”, AHDE, vol. LV, 1985, pp. 749-752.
124 La colección de Decretales de Gregorio IX (1234), elaborada por Raimundo de
Peñafort. Véase Calasso, F., op. cit., nota 1, pp. 401 y 402; García y García, A., “El de-
recho canónico medieval”, En el entorno del derecho común, cit., nota 8, pp. 50-55; y
Fantappié, C., Introduzione storica al diritto canonico, Bolonia, Il Mulino, 1999, pp.
128 y 129.
125 Ignoramos quién es este Roberto. En la edición del Cancionero que manejamos,
p. 604, nota a los versos 45 y 46, se alude a un tal Roberto de Mélun (muerto en el año
1167), autor de una Summa Sententiarum, es decir, un comentario al libro de las senten-
cias de Pedro Lombardo. Creemos que no se refiere a este teólogo medieval por tratarse
de una relación de juristas, no de simples sabios, y por la propia distancia temporal ya
que el poema está redactado casi tres siglos después de la obra de Roberto. Tras consultar
los repertorios de autores del derecho común al uso en que se hace mención a los prin-
cipales glosadores y comentaristas tanto del derecho romano como canónico, podemos
señalar a un tal Roberto de Malmesbury, decretalista, como un candidato posible al que
se puede referir el autor del poema, que vive entre los siglos XII y XIII. Véase Besta, E.
y Del Giudice, P., Storia del Diritto Italiano, Florencia, Frankfurt am Main, O. Gozzini,
Sauer & Auvermann KG, 1969, vol. I, segunda parte, p. 840. Autor de una Summa sobre
derecho matrimonial, en la línea de las de Raimundo de Peñafort, Juan Andrés, Tancredo
de Bolonia y Juan d’Anguissola, así como una obra miscelánea bajo el título general de
Poenitentiale, en todo caso, no tuvo la fama ni el prestigio profesional de los autores que
va acompañando.
126 Colección oficial de Decretales promulgada por Juan XXII en el año 1317, aunque
redactada gracias al impulso de Clemente V que no vio concluida su obra. Véase Calasso,
F., op. cit., nota 1, pp. 403 y 404; García y García, A., “El derecho canónico medieval”,
En el entorno del derecho común, cit., nota 8, pp. 57 y 58; y Fantappié, C., op. cit., nota
125, pp. 130 y 131.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 51

ral en la que están instalados los principales operadores jurídicos, tanto


al nivel superior de la Corte y del Consejo, donde priman los sobornos,
las recomendaciones, la compra de voluntades, la violencia al margen
del derecho, la adquisición de oficios por precio, el número absurdo y
extraordinario de funcionarios, todo excepto el triunfo de lo jurídico y de
lo justo:

Ya por dineros venden los perdones


que devían ser dados por mérito puro;
nin han dignidades los santos varones
nin por elecçiones —aquesto vos juro—,
salvo al que lieva el florín maduro
o cartas muy fuertes de soplicaçión,
e tanto es el mal e la corrubçión
que cada qual d’ellos se torna perjuro.

E pues los señores que han de regir,


en quien el Consejo está estatuado,
en su interese bien pueden dezir
cada uno d’ellos fundar su tractado;
e curan muy poco del triste cuitado
que siempre les viene justiçia pidiendo,
mas cada qual d’ellos está comidiendo
dó avrá más doblas e oro contado.

Como en el caso de los alguaciles, los abogados y los procuradores,


escribanos y recaudadores:

Los alguaziles passan de trezientos,


que todos biven de pura rapina
e andan socavando todos los çimientos
por desplumar la gente mezquina;
e, por que su obra sea más malina,
traen consigo muchos rufianes:
non me maravillo que sufran afanes
comprando el ofiçio por dobla muy fina.

Pues de abogados e procuradores


e aun de otras çient mill burlerías
52 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

e de escrivanos e recabdadores
que roban el reino por estrañas vías
¡yo non vi tantos en todos mis días!
E tanto padeçe este reino cuitado
que es maravilla non ser asolado,
si el señor Rey non quiebra estas lías.

Juan Alfonso de Baena, en respuesta al rey Juan II que había nom-


brado un juez para la resolución de unos conflictos particulares, vuelve
a aludir a Cino y al Digesto, como modelos arquetípicos donde se puede
encontrar todo el derecho, además de las correspondientes alusiones a los
deberes de un juez modelo y los elementos personales que conforman el
proceso (juez, partes, escribanos):

E pues assí es cortés, muy onesto


e muy avisado en todos los fechos,
complid su mandado e más los derechos
que ponen los libros de Chino e Digesto,
que todo processo que es bien ordenado
aver debe juez sotil e avisado,
e luego el actor e más demandado
e buenos notarios fundados en testo.127

El desconocimiento del mundo jurídico se manifiesta cuando Baena


solicita a Garci Álvarez, señor de Oropesa, que interceda por él ante el
condestable de Castilla, Álvaro de Luna. La petición está totalmente ba-
sada en la gracia y merced como él mismo declara y no puede ofrecer
conocimientos de derecho. La mención se amplía al Liber Sextus de Bo-
nifacio VIII:128

Señor, para esto yo non sé Digesto


que tanto repare mi triste fortuna,
nin glosa nin testo de Chino e de Sesto
127 Cancionero, cit., nota 76, p. 685, versos 9-16.
128 Sobre la obra compiladora de Bonifacio VIII, promulgada en 1298, véase Calasso,
F., op. cit., nota 1, pp. 402 y 403; García y García, A., “El derecho canónico medieval”,
en En el entorno del derecho común, cit., nota 8, pp. 55-57; y Fantappié, C., op. cit., nota
125, pp. 129 y 130.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 53

que faga que mane mi seca laguna,


salvante el modesto cortés e muy onesto
e noble fidalgo de la clara Luna;
si a vos plaze d’esto, señor, seré presto
a vuestro servicio, sin dubda ninguna.129

Cino de Pistoya surge otra vez cuando Baena se dirige al arzobispo de


Toledo para que le haga ganar el favor del infante Juan. Le pide que se
olvide de argumentos jurídicos, representados por el jurista italiano y la
voz “fuero” como sinónimo de derecho en general:

Muy donoso cavallero,


Juan Carrillo de Toledo,
Apuntat bien con el dedo
Sin leer Chino nin fuero,
E creed al escudero,
Gentilhombre bien criado,
Muy cortés e mesurado,
Que vos va por mensajero.130

A Cino se le suman de nuevo Bártolo y Juan Andrés en la petición que


Baena envía al rey “sobre las discordias por qué manera podían ser reme-
diadas”. El fragmento expone un principio de derecho procesal, según el
que los que protestan en juicio son eximidos de carga:

Alto Rey, los protestantes


según que dispone el dino
Juan Andrés, Bártolo e Chino,
Son de carga relevantes;
E, por ende, en consonantes
Al comienço aquí protesto,
Que yo fundo todo aquesto
Sobre los reys e infantes.131

129 Cancionero, cit., nota 76, p. 710, versos 9-16.


130 Ibidem, p. 716, versos 9-16.
131 Ibidem, p. 740, versos 19-26.
54 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

En la misma composición, Baena alude a lo que es la formación y


lecturas ideales de un jurista, integrada por la Peregrina, atribuida a Gon-
zalo González de Bustamante, obispo de Segovia y consejero del rey,132
las Partidas y los ordenamientos de Cortes, así como fueros, la Summa
Cassum de Ambrosio,133 y la obra de Bártolo, a la que tilda de “ley” por
su enorme poder y autoridad:
Yo leí la Peregrina,
Partidas e Ordenamientos,
E fueros e regimientos
E la Suma ambrosina,
E más la Ley bartolina,
E los libros retratantes
De çiençias espantantes
De la pena camasina.134

132 Véase Riaza, R., “Sobre la Peregrina y sus redacciones”, AHDE, vol. VII, 1930,
pp. 168-182; García y García, A., “Obras de derecho común medieval en castellano”,
AHDE, vol. XLI, 1971, pp. 668 y 669; Barrero García, A. M., “Los repertorios y diccio-
narios jurídicos desde la Edad Media hasta nuestros días (notas para su estudio)”, AHDE,
vol. XLIII, 1973, pp. 321 y 322; y Pérez Martín, A., “El estudio del derecho común en
España”, cit., p. 257 y pp. 280 y 281. Durante la estancia en Toledo del futuro obispo,
alrededor de 1380, compuso una Tabula Iuris, conocida como Peregrina o Pelegrina,
conservada en diversas ediciones tanto latinas como romances. Se trata de un repertorio
alfabético de términos jurídicos en el cual se emplearon citas de textos romanos y canó-
nicos, y de las Partidas, a los que posteriormente se sumaron fragmentos del Fuero Real,
Fuero Juzgo, Ordenamiento de Alcalá y otros Ordenamientos de Cortes. Sobre la base de
esta obra, en el siglo XV, el oidor Bonifacio García compuso una suerte de adaptación o
resumen de la anterior, con una glosa que proporciona interesantes datos sobre el derecho
castellano bajomedieval. Esta adaptación recibió el nombre de Bonifacia (Peregrina a
compilatore glosarum dicta Bonifacia), en honor a su autor. Fue publicada en Sevilla en
el año 1498.
133 La “Suma Ambrosina” a la que alude el texto puede referirse a dos obras canóni-
cas: un colección datada con posterioridad al Decreto de Graciano, procedente de Italia
y posterior al III Concilio de Letrán, o bien, lo más factible, a una Summa Titulorum,
atribuida a Ambrosio que la compone entre los años 1213 y 1215, bajo la influencia de
la colección de Bernardo de Pavía. Junto con el aparato de Tancredo, el de Dámaso y el
del propio Bernardo de Pavía, serán empleados profusamente por Bernardo de Parma
en su glosa ordinaria a las Decretales de Gregorio IX. Véase Le Bras, G. (dir.), op. cit.,
nota 22, t. VII, pp. 224, 302 y 309; y Kuttner, S., op. cit., nota 121, estudios XIII y XIV,
específicamente sobre la obra de Bernardo de Parma.
134 Cancionero, cit., nota 76, p. 743, versos 155-162. Los editores de la versión que
manejamos aluden a la posibilidad de que la voz “pena” sea en realidad “peña”. Ignora-
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 55

De los textos canónicos anteriores al Decreto de Graciano, parece sola-


mente existir una referencia, en concreto al Decreto de Burcardo de Works.135
El Decreto de Graciano se cita en tres ocasiones,136 en una sola ocasión las
Decretales137 y lo mismo sucede con las Clementinas.138 La expresión general
“decretos y leyes” aparece asimismo en un solo momento, equiparada con la
gran teología como la suma de todos los conocimientos posibles.139
Dentro de la versión castellana del derecho común, esto es, las Parti-
das, hallamos referencias expresas a tres leyes de corte criminal: la que
castiga la difamación por cantigas y rimas, tema muy indicado que debía
conocer todo poeta satírico por su propia cuenta y riesgo;140 la devolución

mos el significado de los tres últimos versos, aunque podría referirse a alguna cuestión
relativa al derecho criminal y a algún tratado sobre el particular, cuyo sentido final des-
conocemos.
135 Ibidem, p. 581, versos 73-84: “Notilo afirmó Bernardo / con reguardo / estable e
determinado, / en le ferir con tal dardo / como sardo / a la Virgen tan osado; / su dicho
non faz alardo / sin descardo / lo que diré afincado, / pues argüid por Bocardo, / que ya
ardo / veyendo mal silogicado”. Sobre el Decreto de Burcardo, véase Fantappié, C., op.
cit., nota 125, pp. 86-88.
136 Cancionero, cit., nota 76, p. 109, versos 1-8: “Señor Alfonso Álvarez, grant sabio
perfeto / en todo fablar de linda poetría, / estrenuo en armas e en cavallería, / en regir
compañas sin algunt defeto, / que abrades ruégovos el vuestro Decreto / e me declaredes
aquella visión / que puso Sant Johán en revelaçión / en el Apocalipsi oscuro e secreto”;
p. 453, versos 33-40: “Non sé qué cosa es Decreto / nin me puse a lo aprender, / mas bien
creo e sé creer / que es un Dios solo e neto, / al qual ningún grant secreto / non se puede
ençelar; / lo que a mí quiso ordenar / yo de aqueso me entremeto”; y p. 626, versos 41-48,
con alusión asimismo a las Sentencias de Pedro Lombardo, y al Colectario de San Isido-
ro: “Aquí yo añado un alto secreto / que me paresçía ser fecho divino: / ¿quál d’ellos más
sirve spíritu malino / segund las Sentencias e santo Decreto? / Dezid lo que dize el santo
perfeto, / ¿quál será más grande desaventurado /quál más en la muerte de Dios olvidado /
segund los exemplos que diz’ el Coleto?”. Se trata de la obra clave del derecho canónico
medieval. Véase Schulte, F. J. von, op. cit., nota 121, t. I, pp. 39-75.
137 Cancionero, cit., nota 76, versos 105-111: “A muchos cuerdos embarga / aqueste
mal sovernal, / e lievan sobre la carga / por codiçia mundanal; / según diz’ el Decretal; /
que los ricos avarientos / por sus mereçimientos / al fuego van infernal”.
138 Ibidem, p. 673, versos 9 y 10: “Señor, yo leyendo en mi Clementina / fallé una
dubda de grant sotileza”. Véase infra la continuación de este poema.
139 Ibidem, p. 649, versos 89-96: “Yo fallo sin dubda en Filosofía / que los çinco sesos
son nesçessarios / e libran al cuerpo de muchos contrarios / e danle plazer siquiera algunt
día; / peroque ay entre ellos muy grant mejoría / segunt representan ojectos que vees; /
assí lo confirman decretos e leyes, / e más puramente la grant Theología”.
140 Ibidem, p. 155, versos 1-4: “Pena le pone la setena Partida / al que es difamoso
componedor, / et quanto más al que es trobador / de desonores, que es cosa sabida”. La
56 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

del duplo de aquello que se ha robado con ocasión de una sentencia en


la que el juez absolvía a la amada (“a aquella que tiene el mi coraçón /
por fina fuerça bien presto robado”), pidiendo él la aplicación de la pena
correspondiente al hurto realizado de manera encubierta;141 y otra refe-

referencia alude a Partida 7, 9, 3, De la deshonra que face un home á otro por cántigas
ó por rimas: “Enfaman et deshonran unos á otros non tan solamente por palabra, mas
aun por escriptura faciendo cántigas, ó rimas ó dictados malos de los que han sabor de
enfamar. Et esto facen á las vegadas paladinamente et á las vegadas encubiertamente,
echando aquellas escripturas malas en las casas de los grandes señores, ó en las iglesias,
ó en las plazas comunales de las cibdades ó de las villas, porque cada uno lo pueda leer: et
en esto tenemos que reciben muy grant deshonra aquellos contra quien es fecho: et otrosi
facen muy grant tuerto al rey lo que han grant atrevimiento como este. Et tales escripturas
como estas dicen en latin famosos libellos, que quiere tanto decir como libro pequeño que
es escripto á enfamamiento dotro. Et por ende defendieron los emperadores et los sabios
que ficieron las leyes antiguas, que ninguno non debiese enfamar á otro desta manera: et
qualquier que contra esto ficiese, mandaron que si tan grant mal era escripto en aquella
carta que si le fuese probado en juicio á aquel contra quien la face, que merecie pena
por ende de muerte, ó de desterramiento ó otra pena qualquier; que aquella pena misma
reciban también el que compuso la mala escriptura como el que la escribió…”.
141 Cancionero, cit., nota 76, p. 335, versos 9-16: “Ca fuestes vandero en ansí judgar,
/ non fezistes peso en aqueste fecho, / pues que judgastes contra derecho, / segunt las
leyes que suelen usar; / ca vos bien sabedes, sin otro dubdar, / que es en derecho escripto
e fallado / que qualquier que a otro oviere robado, / que l’ entregue el doblo de quanto
tomar”. La Partida 7, 14, 18 establece la pena para el hurto realizado de forma encubierta,
suceso que parece remitir al caso descrito: “Los furtadores pueden seer escarmentados en
dos maneras: la una es con pena de pecho: et la otra con escarmiento que les facen en los
cuerpos por el furto ó mal que facen. Et por ende decimos que si el furto es manifiesto,
que debe tornar el ladrón la cosa furtada ó la estimacion della á aquel á quien la furtó,
maguer sea muerta ó perdida; et demas debel pechar quatro tanto como aquello que valie.
Et si el furto fuere fecho encubiertamente, estonce debe dar el ladrón la cosa furtada ó
la estimacion della, et pecharle mas dos tanto de quanto era lo que valie”. Por eso pide,
versos 17-24, que le devuelva su corazón robado y el suyo propio: “E pues me robó la
dicha señora / en la manera que vos he contado, / deviera por vos assí ser mandado / que
me tornara, luego en essa ora, / el mi coraçón, que cada día llora / por la grant tristeza
que consigo tién, / e que me entregara el suyo también / por la osadía que fizo adesora”.
El poeta emplea de forma equívoca la palabra “robo” y derivadas, cuando parece que
está refiriéndose a un “hurto”, al menos desde la perspectiva del derecho criminal con-
templado en el cuerpo alfonsino: el robo implica siempre violencia, fuerza (Partida 7, 13,
1), mientras que el hurto parece un comportamiento más ladino, más sigiloso, dirigido a
conseguir la propiedad de la cosa mueble, lo cual puede ser perfectamente extensivo al
caso que nos ocupa: la dama de una forma artera y vil ha arrebatado el corazón del poeta
con intención de hacerlo de su propiedad, conforme a Partida 7, 14, 1: “Furto es malfetria
que facen los homes que toman alguna cosa mueble agena ascondidamente sin placer de
su señor, con entencion de ganar el señorio, ó la posesion ó el uso della…”.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 57

rencia no del todo exacta a una supuesta ley de la Partida Séptima,142 así
como una mención general al derecho en ellas contenido.143
Mayor concreción y conocimiento del derecho se manifiesta al tratar el
tema de la prescripción y de la posesión. En el pleito que sostienen la Me-
sura y la Soberbia,144 aquélla acusa a ésta de haber corrompido el mundo
durante cerca de cuarenta años y se escenifica un proceso con cumplidas
referencias a los “tiempos” de los procesos, imbuidos de reminiscencias
canónicas:
E digo, señora, que ya puede aver
bien quarenta años, a mi pensamiento,
que con osadía de atrevimiento
nos faze del todo la fuerça perder;
e contra derecho nos quiere tener
forçado lo bueno en su possessión;
e todas nosotras, por esta ocasión,
estamos a punto de nos peresçer.

El juez, como “buen judgador” da la palabra a la Soberbia, para que


“se defendiesse / e que alegasse lo que le pluguiesse”, presentado sus
correspondientes excepciones. Ésta alega la prescripción longissimi tem-
poris, creación de Constantino y recogida en el Código de Justiniano 7,
37, 39, para justificar su dominio sobre el mundo:
Dixo: Señora, juez, derechera,
respondo e digo que vos fallaredes
que por su confesión vos non devedes
judgar lo que pide en esta manera;
ca çierto es, señora, razón verdadera

142 Se emplean las Partidas con ánimo de burla, sin referise a ninguna ley en particular,
en Cancionero, cit., nota 76, p. 655, versos 1-10: “Señor, mal se desordena / e desuena /
la reqüesta que traedes, / pues leedes / que en la Partida setena / se ordena que en Guillena
/ e Carchena e Araçena / suelen los perros besar / e finchar los que no traen curmena”.
143 Ibidem, p. 213, versos 33-40: “Que sin poder absoluto / del noble Rey castellano,
/ quanto yo afané e afano / es árbol seco sin fruto; / mas guardando el astatuto / de las
Siete Letras, tengo, / que, si dos mulas mantengo, / manterné tres a pie enxuto”. Parece
referirse al respeto a la ley en general. La remisión a las mulas evoca un refrán castellano,
de acuerdo con la edición que manejamos del texto de Baena. “A pie enxuto” quiere decir
sin perder nada, a salvo.
144 Ibidem, pp. 495 y 496.
58 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

que, puesto que fuesse assí de derecho,


sería prescrito por tiempo e por fecho
e devo ser quita por justa carrera.

Y continúa:
En derecho común avemos escrito
que debda e fuerça e salto e rapina
e otro mal fecho que conteçe aína,
por quarenta años es todo prescrito;
e pues ella conosçe en el su rescrito
que ha tanto tiempo, pues non debe ser
oída en juizio nin yo padesçer
aquello que me pide por su mal escrito.

La excepción de prescripción que presenta la Soberbia es rebatida por


la Mesura con base en argumentos formales y materiales:

Con mucha omildança respondió Mesura


e dixo: Señora, oídme mi fecho,
qualquier que possee contra derecho
su tiempo non passa en ninguna figura.
Por ende, señora, con toda pressura
Ponedme remedio en esta passión,
Ca sin título justo non ay possessión,
Segund que lo aprueva la Santa Escriptura.

E puesto que oviesse lugar tal razón,


Non debe por vos de ser sentençiado
Como ella dize, pues fue protestado
Dentro en el término, en tiempo e en sazón;
Quanto más ella por su confesión,
Segunt lo que dixo, ya es condenada;
Por ende, non debe partir liçençiada
Salvo pena por condenaçión.

Esto demuestra claramente el conocimiento por parte del autor de al-


gún tratado de derecho común y de derecho castellano sobre la materia
por la certeza de las reflexiones aludidas. No solamente, pues, había críti-
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 59

ca, sino también empleo con fines líricos de los temas que el derecho pro-
porcionaba de modo continuado. El lector interesado puede hallar más
reflexiones de tipo procesal en el resto del pleito comentado.
Los poetas son hombres de su tiempo y, no obstante el predominio
del derecho común, aluden en momentos puntuales al derecho propio de
la Corona. Existen algunas referencias aisladas al propio derecho caste-
llano, como se puede ver al hablar de “fuero” en el sentido de derecho
general,145 de “fazañas” con las que se evocan las sentencias con las que
los jueces castellanos creaban derecho por su sola voluntad y se conver-
tían en modelos de conducta, a la par que expresiones de hechos pretéri-
tos gloriosos,146 o en las varias alusiones a los pactos de tipo vasallático-
señorial,147 usuales en la Castilla señorial, o en las behetrías.148
Los estilos prácticos desarrollados por todos los juristas que son men-
cionados en la obra, están perfectamente reflejados:149 en la “Pregunta de
145 Ibidem, p. 190, versos 9-16: “Pues oístes que del cuero / diz’ que salen las correas,
/ palabras mintrosas, feas, / hanlas todos por agüero; / e, si yo antes non muero, / fío en
Dios que mis contrarios / a sus libeldos muy varios / non valdrá alegar el fuero”; y p. 716,
verso 12, ya citado: “Sin leer Chino nin fuero”. Acerca de esta palabra, véase Mêrea, P.,
“Em torno da palavra forum (notas de semántica jurídica)”, Revista Portuguesa de Filo-
logía, vol. I, núm. 2, 1948, pp. 485-494; y García-Gallo, A., “Aportación al estudio de los
fueros”, AHDE, vol. XXVI, 1956, pp. 387-446.
146 Cancionero, cit., nota 76, p. 46, versos 1 y 2: “De grant tempo fasta agora / muchas
gentes por fazaña”; p. 73, versos 3 y 4: “Todo ombre verdat publique / sin lisonja, por
fazaña”; p. 117, verso 5: “A esto respondo, como por fazaña”; p. 151, verso 64: “desdeñar
mayores tienen por fazañas”; p. 240, verso 17: “Dezid, señor, por fazaña”; p. 461, verso
17: “O si entendedes como por fazaña”; p. 591, verso 24: “A los que su padre dexó por
fazaña”; y p. 741, versos 70-74: “Pero ¡juro en Jhesu Christo, / —esto quede por faza-
ña— / que jamás en toda España / otro tal nunca fue visto!”.
147 Ibidem, p. 751, verso 511: “Fizo pleito e omenaje”; p. 752, verso 553: “Por el pleito
e postura”; y p. 759, verso 847: “Fizo pleitos e posturas” y verso 851: “Esos tractos con
firmezas”. Véase Grassotti, H., Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla,
Spoleto, Centro di Studi sull’Alto Medio Evo, 1969, t. I, pp. 216 y ss.
148 Cancionero, cit., nota 76, p. 164, versos 25 y 26: “E pues eres behetría / de Ayala
entre parientes”.
149 Acerca del método de los glosadores y comentaristas, simplificados, como se verá,
en la fórmula “testo e glosa” repetida hasta la saciedad en el Cancionero, véase Riccobo-
no, S., “Mos italicus e mos gallicus nella interpretazione del Corpus Iuris Civilis”, Acta
Congressus Iuridici Internationalis, Roma, Pontificium Instituti Utriusque Iuris, 1935, t.
II, pp. 377-398; Calasso, F., op. cit., nota 1, pp. 521 y ss.; Weimar, P., “Die legistische Li-
teratur und die Methode des Rechtsunterrichts der Glossatorenzeit”, Ius Commune, vol.
II, 1969, pp. 43-83 [ampliado en Coing, H. (coord.), op. cit., nota 1, t. I, pp. 129-260];
Horn, N., “Die juristische Literatur der Kommentatorenzeit”, en Coing, H. (coord.), op.
60 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

un maestro contra un abat” se inquiere al interlocutor que responda a la


difícil cuestión de “cómo se junta / en una persona que non se remude”.
Para sostener su respuesta, se alude a tres posibles fuentes, a saber, la ex-
periencia, los textos o las glosas, es decir, el modo ordinario de actuación
de los juristas en aquel momento que operan por medio de la consulta
directa del texto legal y su interpretación más fiel:
Ca es cosa grave e contra natura,
que fagan juntança dos cosas contrarias;
si han calidades diversas e varias,
serán repunantes en toda figura.
Pues esta demanda paresçe escura,
Señor, platicad, muy mucho la cosa;
E por espirençia o testo o glosa,
Señor, responded, por vuestra mesura.150

Otro ejemplo lo proporciona Fernán Sánchez Calavera en un “dezir”


contra el amor. El autor puede probar todo cuanto de negativo dice acerca
del amor amparándose en textos o en glosas:
¿Para qué más luenga prosa,
Amor, quieres que te diga?
Toda mortal enemiga

cit., nota 1, pp. 84-129 ( ampliado en ibidem, t. I, pp. 260-364); Carpintero Benítez, F.,
“Mos italicus, mos gallicus y el Humanismo racionalista. Una contribución a la historia
de la metodología jurídica”, Ius Commune, vol. VI, 1977, pp. 108-171; y “En torno al
método de los juristas medievales”, AHDE, vol. LII, 1982, pp. 617-647; Cannata, C. A.,
Historia de la ciencia jurídica europea, Madrid, Tecnos, 1996, pp. 142-150; y Wieacker,
F., op. cit., nota 1, pp. 17-64 De una manera muy simplificada, la glosa supondría el
simple comentario filológico de corte exegético, la búsqueda del significado del texto y
de todas sus palabras; el comentario implica un nivel superior de conocimiento y de con-
strucción jurídicas que se traduce en la capacidad de edificar teorías, hipótesis y demás
mecanismos lógico-científicos. La glosa busca la clarificación de la letra de la ley, su
significado; el comentario trata de hallar el sentido de la norma interpretada a través de
la dialéctica que triunfaba en el campo filosófico y teológico. El carácter práctico de este
método es indiscutible y marcó el modo de operar en el mundo jurídico de los comenta-
ristas que salieron así del reducto meramente intelectual en el que se habían confinado,
voluntaria o involuntariamente, los glosadores con su admiración y temor reverencial a
los textos romanos.
150 Cancionero, cit., nota 76, “Pregunta del Maestro contra un Abat”, p. 330, versos
9-16.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 61

E obra sin pro, dañosa,


Mala o buena o provechosa,
Todos dichos de ti fallo,
Unos bien: otros contrallo,
Pruévolo por testo o glosa.151
Se da a entender de forma clara que la manera de defender una postura
es amparándose en lo que dicen las leyes (los textos) y las interpretacio-
nes que sobre las mismas se elaboran (las glosas, que pueden perfecta-
mente separarse del camino marcado por la ley).152 Si algo quiere triunfar,
es preciso que cuente con el beneplácito de la ley y de su interpretación,
con el texto y con su glosa. Si, por el contrario, una determinada alega-
ción es indefendible, se dice que ni con el texto principal, ni con la glosa
interpretativa se puede salvar ese litigio.153 Álvarez de Villasandino llega
a reflejar el complejo e intrincado lenguaje de los juristas en unos versos
dirigidos al condestable de Castilla, don Álvaro de Luna:

Álvaro señor, la glosa


que se podría glosar
nin por metro nin por prosa
non me cuido aventurar

151 Ibidem, “Este dezir fizo e ordenó el dicho Ferrant Sánchez Calavera, comendador
susodicho, también esso mismo contra el Amor, maravillándose d’él e de los nombres
que le ponen las gentes, ca los unos le dizen bien e los otros le dizen mal. El qual dezir es
bueno e bien fecho segunt la invençión d’él”, p. 406, versos 41-48.
152 Como se puede ver en estos versos de Diego Martínez de Medina, en ibidem, p.
288, versos 41-48: “Sin embargo de la diosa / que dizen de los amores, / segunt dizen
sabidores, / bien tengo que sea glosa / que nunca ovo tal cosa, / salvo dizen gloria vana,
/ mas la Estrella Diana / visto es que es fermosa”.
153 Ibidem, p. 179, versos 49-56: “Fago fin quanto a esto, / concluyendo mi razón, / e si
me dezides: Non, / non cuido parar mal gesto, / que por glosas e por testo / bien costum-
bran los señores / dezir a sus servidores: / Non vos quiero dar aquesto”; p. 403, versos 17
y 18: “E por que entiendas que digo verdat, / quiérolo probar por libros e testo”; p. 581,
versos 85-90: “E dezides que, si mostrare / e provare / su retrato bien provado, / que habrá
quien lo declare / e repare / por versículo glosado”; p. 677, verso 17: “Señor, yo sostengo
por testo e glosa”; p. 692, verso 21: “Si sobre su testo un poco glosadas”; p. 700, verso
15: “E non sé qué l’diga por testo nin glosa”; p. 702, verso 12: “Nichil repliques por glosa
nin testo”; p. 708, verso 46: “Les quiero provar por testo sin glosa”; p. 710, verso 11:
“Nin glosa nin testo de Chino e de Sesto”; p. 711, versos 40-44: “E si reídes, protesto, /
maguer tengo rudo gesto, / que por glosa e por testo / yo vos pique en el sombrero”.
62 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

a dezir cómo e por qué


anda turbada la fe,
que yo só bien çierto e sé
qu’el vuestro alto cuidar
sabia todo este cantar
asonar.154
El mismo Villasandino pide al condestable que todo aquello que or-
dene se haga con la suficiente claridad y seguridad para evitar cualquier
suplantación de la voluntad del legislador como consecuencia de la labor
interpretativa:

El grant capitán honrado,


fidalgo esforçado, honesto,
Álvaro, leal provado,
Mande con graçioso gesto
De vuestra parte todo esto
Que se cumpla luego luego,
Por que non tengan que es juego
Los que mal glosan el testo
Del seteno libro e sesto.155

Porque, como bien se expresa en otro texto del Cancionero, es muy


peligroso “dar glosa e esconder el testo”,156 acaso una denuncia más a
la práctica establecida e imperante. Se alude a varias obras que conden-
san la labor de glosadores y comentaristas: la de Godofredo de Trani a
las Decretales, calificada con los mejores adjetivos;157 la prestolina (por

154 Ibidem, p. 217, versos 1-10.


155 Ibidem, p. 239, versos 55-61.
156 Ibidem, p. 459, versos 11 y 12.
157 Ibidem, p. 660, versos 40-77: “Johan García, el Anriquina / vos mostró leer el Cre-
do / e las glosas de Gofredo, / escriptura santa e dina”. Godofredo de Trani (muerto hacia
1245), cuya obra destacó por su brevedad y carácter práctico, lo que hizo que perdurase
en el tiempo debido a su frecuente empleo en la praxis, con ediciones en los siglos XVI
y XVII. Su redacción fue impulsada por los estudiantes y los oficiales de la Curia, lo que
puede explicar el éxito. Se cita más adelante a Tancredo, decretista que vive entre los
años 1185 y 1236, autor de comentarios a algunas de las compilaciones antiguas, aunque
parece ser que incidiendo en su vertiente poético-satírica, en ibidem, p. 663, versos 14 y
15: “Johán García, serpentina / es mi lengua de Tancredo”. Véase sobre ambos, Schulte,
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 63

“bartolina”) y la ambrosina, complementos necesarios para desentrañar


los secretos de las Clementinas canónicas.158
Por otro lado, los jueces, cualquiera que sea su ámbito de actuación,
han de fallar los pleitos con arreglo a justicia, derecho (entendido como
el positivo) y razón, forma esta última velada de aludir al derecho ro-
mano en cuanto que encarnación escrita de la razón, de la misma forma
que el canónico se consideraba como representante por antonomasia de
la equidad.159
Algunos textos recuperan el espíritu de las danzas de la muerte y
muestran la futilidad de la existencia humana, del conocimiento y de la
sabiduría. Lo verdaderamente importante es estar a bien con Dios:

Maestre señor, si bien contemplastes


con ojos del alma el vuestro trabtado,
non creo qu’el vuestro derecho sanastes
por él ser más justo nin más abivado
nin por el proçeso estar bien fundado;
que leyes nin fueros, saber ni escritura
non adulçaron la vuestra amargura,
salvo que oviestes a Dios muy pagado.160

F. J. von, op. cit., nota 121, t. I, pp. 199-205 (Tancredo) y t. II, pp. 88-91 (Godofredo); y
Le Bras, G. (dir.), op. cit., nota 121, t. VII, pp. 299 (Tancredo) y 308 (Godofredo).
158 Cancionero, cit., nota 76, p. 673, versos 9-16: “Señor, yo leyendo en mi Clementina
/ fallé una dubda de grant sotileza; / por ende, soplico a vuestra nobleza / que la remiredes
por ser pelegrina; / e que leyendo la grant Prestolina / me dedes notable famosa respuesta
/ a una qüistión deyuso propuesta, / guardando las causas de vuestra Ambrosina”. La
referencia a la “Prestolina” puede aludir más bien a la “Bartolina”, esto es, a las obras de
Bártolo, auténtica enciclopedia del saber jurídico por la variedad de casos y asuntos en
ella tratados. Sobre la “Ambrosina”, véase supra. Se vuelven a citar en p. 743, versos 158
y 159: “E la Suma ambrosina, / e más la Ley bartolina”.
159 Ibidem, p. 366, versos116 y 117: “Que Dios que es justo non puede judgar, / salvan-
te derecho, justiçia, razón”; p. 397, versos 167 y 168: “Qu’el juez que es justo non debe
judgar / salvo justiçia, razón e derecho”. Sobre la noción “ratio scripta”, común en el len-
guaje jurídico medieval, véase Guzmán Brito, A., “Razón escrita”, Revista de Estudios
Histórico-Jurídicos, 1979, vol. IV, pp. 135-155. Esta voz, como equivalente a derecho
romano, prevalece en el lenguaje jurídico de los siglos XIII al XVI, aunque curiosamente
no nace en la órbita de los glosadores y comentaristas, en especial, pp. 136-142.
160 Cancionero, cit., nota 76, p. 363, versos 9-16.
64 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Solamente hemos hallado un mención a la universidad, concretamente


a Bolonia, sin alusión expresa al mundo jurídico, aunque sí a la labor
intelectual de los docentes y discentes:

En la grand Boloña estando el martes


a los escolares las artes leyendo,
e a los doctores de razón vençiendo
en filosofía e las siete artes,
allí les leía divina sçiençia,
con tanto donaire e tanta prudençia,
que a los maestros de grand excelençia
les fago entender non saber las partes.161

También los modos y prácticas docentes medievales son citados: las


“leçiones e qüistiones”,162 por ejemplo, son expresiones de dos formas de
actuación docente típicas de la universidad del Medievo.
En otros ejemplos poéticos aislados, la referencia a los elementos ju-
rídicos se introduce en un ambiente lúgubre o bien jocoso. Ejemplo de
lo primero es aquel conocido poema de Juan de Mena titulado “Razona-
miento que Juan de Mena faze con la Muerte”, en el que se desarrolla el
famoso tema medieval del ubi sunt: la fugacidad de la vida, la vanidad
de lo terrenal, lo irreversible de la muerte que a todos alcanza, sin dis-
tinción de clases o estados, y en cualquier momento. Cuando Mena le
pregunta a la muerte cuáles son los manjares que ofrece a todos sus
invitados, aquélla le responde con una final alusión al mundo jurídico
que permite deducir la referencia al derecho tradicional (los fueros), al
nuevo derecho surgido de las cortes (las leyes) y al cuerpo fundamental
del derecho castellano (Partidas):

Son tristezas y pesares,


llantos, vozes doloridas;
en posadas mal guarnidas
entran sordos, ciegos, mudos,
donde olvidan los sesudos
fueros, leyes y partidas.163

161 Ibidem, p. 614, versos 17-24.


162 Ibidem, p. 672, verso 3.
163 Poesía crítica y satírica del siglo XV, cit., nota 54, p. 182, versos 3-8.
LA CRÍTICA AL SISTEMA JURÍDICO DEL DERECHO COMÚN 65

Entre los ejemplos jocosos a los que nos referimos, baste un pequeño
botón de muestra. Sabido es el extraordinario valor que tenían los libros
en el Medievo hasta la aparición de la imprenta. Por ese motivo, en una
poesía anónima del siglo XV se refiere el caso de un fraile que deja em-
barazada a una mujer y se ve obligado a vender y empeñar sus libros para
hacer frente a los gastos de la inminente maternidad:

Aunque le vedes tan flaquillo,


echó en una dueña un frailecillo;
yo no quise ir a decillo
porque fue, señores, su padrino.
Para mantillas y pañales
Vendió o empeñó las Decretales,
Y él, malo con todos sus males,
No tiene juicio divino.164

En suma y a la vista de todo lo expuesto, podemos concluir que los


diferentes autores cuyas composiciones recoge el texto comentado tenían
un conocimiento bastante completo de la realidad jurídica del momento.
La terminología jurídica que emplean, las referencias varias al ámbito
procesal, la cita de autores y de textos, entre otras razones, son buena
prueba de todo ello. Dentro de esta última cuestión, debemos reiterar que
los vates sintetizan lo que podríamos llamar la “conciencia popular”, al
aludir a aquellos juristas de mayor renombre, de mayor fama y de ma-
yor empleo ante los tribunales. Las disposiciones normativas ya aludidas
dan cumplida muestra de ello. Con los textos sucede lo mismo. Hay un
mayor conocimiento del derecho canónico, frente al romano del que so-
lamente se cita el Digesto, y pocas menciones al derecho patrio y a las
obras jurídicas del mismo. Los poetas aciertan en su intención crítica y
satírica. Cumplen su cometido y los fines que persiguen puesto que para
que cale hondamente su reflexión es preciso emplear un lenguaje que
llegue a la mayor parte de la población, o, al menos, de la Corte. Baena
proporciona en esta compilación una radiografía brillante y certera del
ambiente jurídico con todos los vicios y las corrupciones que se han puesto
al descubierto y que se han criticado. Pero no se observa ningún atisbo
de renovación, de crítica constructiva, de sátira orientada a proponer

164 Ibidem, pp. 348 y 349, versos 11-18.


66 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

un nuevo camino. Acaso porque los poetas eran simplemente cortesanos


y sus luces no podían desarrollar complicadas revoluciones en el mun-
do del derecho. La obra de Baena y de sus coetáneos se inserta en una
corriente que arranca del siglo XIII cuando se comienza a ver algunas
manifestaciones de los excesos cometidos por los prácticos del derecho.
Desde Dante a Baena, hay un largo camino, pero constante en la crítica
demoledora a los abogados, oficiales, jueces y demás personal corrupto.
Pero la crítica es, a la vez, erudita, con esas referencias constantes a los
grandes textos del derecho y a los grandes autores. Solamente quien tu-
viese una formación jurídica, no digamos sólida, pero sí bien cimentada,
podría haber escrito lo que se escribió. La obra de Baena, clave para
entender la lírica castellana previa al Renacimiento, adquiere así un valor
de denuncia social y de reflejo del nivel cultural de la corte.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA: DOS EJEMPLOS
DE LOS SIGLOS XVI Y XVII

A Martín, recién aparecido

I. PRÓLOGO: UN SONETO CANÓNICO Y JURÍDICO

¿Existe algún aspecto de la vida que pueda quedar al margen del dere-
cho?, ¿existe algún otro campo de la vida que pueda verse postergado
por la literatura, que pueda quedar al margen de un proyecto literario
cualquiera que sea su manifestación externa: teatro, ensayo, poesía,
novela, cuento...? Ambas disciplinas, artes o ciencias, según los casos
y las visiones que se defiendan, extienden su influencia y su visión so-
bre la totalidad de las conductas humanas, lógico es pensar en las más
que posibles interferencias que se pueden dar entre ambas por el mero
hecho de compartir campos comunes que se refieren indefectiblemen-
te al humano actuar o al humano pensar. Como punto previo de parti-
da, encuentro tres pilares: la sociedad, que se exterioriza por medio de
un mundo especial (el derecho), el cual acaba siendo expresado por la
literatura: ésta termina englobando los dos fenómenos anteriores bajo
su manto protector, bajo su lenguaje. La vida bruta, la social, y la vida
estilizada a través de un lenguaje propio y armónico, sui generis, de
carácter técnico-científico, minoritario, por tanto, y otro nuevo len-
guaje, orientado a la belleza antes que a cualquier otra finalidad priori-
taria. Este triángulo con sus recíprocas ingerencias es el marco de par-
tida general para abordar el estudio del derecho a través de su reflejo
literario. En el derecho existen textos de intensidad obligatoria varia-
ble; la literatura se queda en la sola condición de textos, no apoyados
en la coacción inicialmente, sin ese carácter constrictivo, no obstante
la incidencia que muchos de ellos pueden obtener en su tiempo o en

67
68 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

momentos posteriores cuando se dan las circunstancias precisas para


que germinen las ideas que en ellos se contienen, y éstas se impongan,
se lleven a la práctica. A veces coinciden, otras veces se separan en sus
rutas. Pero siempre hay un poso de verdad, un mínimo de certidumbre,
de coincidencia. El reflejo literario es, ni más ni menos, reflejo socio-
lógico en última instancia, espejo de todos los elementos que el com-
plejo social pone delante, para que sean captados y plasmados median-
te esa imagen que se acaba creando, artificial como toda creación, pero
profundamente humana.
Dice Harold Bloom, uno de los más prestigiosos y polémicos críticos
literarios del área anglosajona, en su libro El canon occidental, que Wi-
lliam Shakespeare es con toda probabilidad el más grande escritor que se
puede llegar a conocer. ¿Por qué tan radical —y discutible— afirmación?
A menudo, continúa Bloom, da la impresión de que lleva a la intemperie,
a tierra extraña y lejana, al extranjero, y, sin embargo todo esto, hace sen-
tir como en casa. Su poder de asimilación, de evocación y de contamina-
ción es único, inimitable, porque —la máxima es de Chateaubriand— el
gran escritor no es aquél que a nadie imita, sino aquél a quien nadie puede
imitar.1 Es, nuevamente en palabras de Bloom, no un escritor canónico,
sino el auténtico canon literario por antonomasia, la personificación de la
tradición literaria, el modelo arquetípico de literatura global y completa,2
porque:

Nada podemos decir acerca de Shakespeare que sea tan importante co-
mo lo que expresó Emerson. Sin Shakespeare no habría canon, pues sin
Shakespeare no habría en nosotros, quienesquiera que seamos, ningún
yo reconocible. Le debemos a Shakespeare no sólo que representara
nuestra cognición, sino gran parte de nuestra capacidad cognitiva. La
diferencia entre Shakespeare y sus más directos rivales es cualitativa y

1 Véase Bloom, H., El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas,
2a. ed., Barcelona, Anagrama, 2002, p. 13.
2 Para los elementos que erigen una obra en “canónica”, cfr. Bloom, H., El canon…
cit., p. 39: “Ningún movimiento originado en el interior de la tradición puede ser ideológico
ni ponerse al servicio de ningún objetivo social, por moralmente admirable que sea éste.
Uno solo irrumpe en el canon por fuerza estética, que se compone primordialmente de la si-
guiente amalgama: dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabidu-
ría y exhuberancia de dicción. La injusticia última de la injusticia histórica es que sus vícti-
mas no precisan otra cosa que sentirse víctimas. Sea lo que sea el canon occidental, no se
trata de un programa para la salvación social”.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 69

cuantitativa, y esa doble diferencia define la realidad y necesidad del


canon. Sin el canon, dejamos de pensar.3

En una aplicación sui generis del pensamiento de Vico, Bloom habla de


tres edades sucesivas en la historia de la literatura: una edad teocrática, una
edad aristocrática y una edad democrática, seguidas todas ellas de un caos,
del cual finalmente surgiría una nueva edad democrática. Shakespeare (pero
no sólo él) se integraría en ese segundo movimiento claramente sostenedor
de la totalidad del lenguaje literario, junto a otras figuras relevantes como
Dante, Chaucer, Cervantes, Montaigne, Molière, Milton, Samuel Johnson
y Goethe, que conforman el núcleo central de la literatura universal.
Pero Bloom, que no oculta sus preferencias, deja claro que es Shakes-
peare el centro del canon porque, al lado de Dante, éste tildado de elitista
frente al universalismo del británico, supera a todos los demás escritores
occidentales en agudeza cognoscitiva, en energía lingüística y en poder
de invención. Lo es todo. Él impone el modelo y los límites de la literatu-
ra. Nadie ha conseguido plasmar en toda su intensidad y en toda su pro-
fundidad los sentimientos humanos más variopintos con la visión de Sha-
kespeare, culta y popular a la vez, penetrando hasta lo más recóndito del
alma humana, al infierno de las pasiones y a los más elevados sentimien-
tos, que también los hay. Hoy en día, sus personajes son los arquetipos de
prácticamente toda conducta, sensibilidad, sentido, dirección moral o éti-
ca. El poder, su búsqueda, su mantenimiento, a costa de cualquier otra
circunstancia personal o afectiva, es Ricardo III; los celos son Otelo y la
inquina, el mal por el mal, su criado Yago; la ambición desaforada, teñida
de infortunio, dominada por los demás (en este caso, una mujer) es Mac-
beth; la amargura del desengaño y del sufrimiento producido por la pro-
pia familia es el rey Lear, que ni anciano puede disfrutar de una paz mere-
cida y, lo que es peor, sufre por la guerra fratricida causada por su propia
prole; la locura simulada de cara a la consecución de otros fines es Ham-
let, además, de la duda metódica, del miedo, del resentimiento; el amor
trágico es Romeo y es Julieta, es Antonio y Cleopatra; la necedad humana
aparece en el maravilloso Sueño de una noche de verano, con los dioses

3 Ibidem, p. 51. El propio Bloom cita las palabras de Samuel Johnson que son suma-
mente gráficas: “Shakespeare es, por encima de todos los escritores, al menos de todos los
escritores modernos, el poeta de la naturaleza, el poeta que sostiene ante sus lectores un fiel
espejo de las costumbres y de la vida”, p. 73.
70 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

que juegan con nuestras bajas pasiones; sus dramas históricos que apare-
cen a medio camino entre la finalidad educativa y la moralizante, así co-
mo la recreación global de todo un tiempo y de toda una época, todo ello
muestra una visión acentuada de la historia como magister vitae; y así su-
cesivamente hasta rellenar cada una de sus obras maestras y adscribirlas a
una sensación, a un valor, a una virtud, a un instante de la historia del hu-
manidad. Bloom concluye afirmando que para Shakespeare probable-
mente se necesita un término más borgiano que el de universalidad: al
mismo tiempo todos y ninguno, nada y todos, Shakespeare, afirma cate-
górico, es el canon occidental.4 Más que un autor, es una literatura total.
Un saber tan enciclopédico también tenía cabida para el conocimiento
jurídico: no se olvide la temática central de El mercader de Venecia.5 Pero,
a modo de prólogo en este trabajo sobre derecho y literatura, se quiere
traer a colación, una obra menor —o menos conocida— de Shakespeare,
en la cual juega con la vinculación entre amor y derecho. Me refiero, claro,
al Soneto número CXXXIV, perteneciente a sus Sonetos de amor, dirigidos
a un “rubio señor” y, a su pasión complementaria, una negra dama. Quie-
nes sean sus reales destinatarios, sigue constituyendo un enigma varios si-
glos después, un enigma que no se ha resuelto, que probablemente no se re-
solverá y cuya resolución acaso no tenga importancia. Queda la belleza de
las palabras y de sus combinaciones, su arbitrariedad lírica, su poso. El
amor se equipara aquí a un vínculo jurídico, de carácter profano, pero un
vínculo en suma, una obligación, un deber, de donde manan intereses, mo-
ras y demás institutos relacionados con lo jurídico.6 Parece darse a enten-
der una relación triangular: el amante shakespeariano ha encontrado otro
amante. El amante primero, Shakespeare, narra como está “hipotecado al
albedrío” de su amante, el cual o la cual tiene otro que es “prenda tuya”. El

4 Ibidem, p. 86.
5 Ibidem, pp. 55-86, en particular, del mismo autor, véase el monumental ensayo
de Shakespeare, La invención de lo humano, Barcelona, Anagrama, 2002.
6 No se olvide la visión orteguiana del enamoramiento, que implica un alto nivel de
dependencia del otro: “El enamoramiento, en su iniciación, no es más que eso: atención
anómalamente detenida en otra persona”, para continuar afirmando que “reprimamos los
gestos románticos y reconozcamos en el enamoramiento —repito que no hablo del amor
sensu estricto— un estado inferior de espíritu, una especie de imbecilidad transitoria. Sin
anquilosamiento de la mente, sin reducción de nuestro habitual mundo, no podríamos ena-
morarnos”, Cfr. Ortega y Gasset, J., Estudios sobre el amor, 12a. ed., Madrid, Alianza,
2002, pp. 43 y 45.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 71

poeta llega a su máximo extremo, a la renuncia de sí mismo: se enajena pa-


ra que se produzca la restitución. Sin embargo, esta posibilidad que se
plantea no es viable. Ella es avarienta, él, dulce y discreto, y “sólo supo fir-
mar por mí una garantía / con cláusula que a él lo deja a ti sujeto”. El nego-
cio seguirá su curso normal. Ella cobrará deudas y réditos, sin ningún tipo
de conmiseración, situación que se ha debido en parte a la torpeza de Sha-
kespeare, para concluir con duras palabras que revelan la dimensión de ese
triángulo: “Yo lo he perdido a él; tú a él y a mí nos tienes; / paga él todo, y
con todo, sigo yo en rehenes”. La nueva amante es la que gobierna la situa-
ción: tiene al amante pasado y, por medio de éste, tiene también al poeta,
hipotecado como se sabe, vinculado a la libertad de su amante primero. En
suma, el dominio ha permitido la acumulación en manos de tan injusta
acreedora, tanto del principal como de la garantía de la deuda. Transcribo
ahora el soneto completo con su versión original y la traducción de Agustín
García Calvo:

So, now I have confessed thay he is thine


And I myself am mortaged to thy will;
Myself I’ll forfeit so that other mine
Thou wilt restore to be my comfort still.
But thou wilt not, nor he will not be free,
For thou art covetous, and he is kind;
He learned bur surely-like to write for me
Under that bond that him as fast doth bind.
The statute of thy beauty thou wilt take,
Thou usurer that put’st forth all to use,
And sue a friend came debtor for my sake;
So him I lose through my unkind abuse.
Him have I lost, thou hast both him and me;
He pays the whole, and yet am I not free.7

Así ahora he confesado que él es prenda tuya


Y que yo hipotecado estoy a tu albedrío;
Me enajeno a mí mismo, porque restituya
Tu banca a ese otro mí y consuelo sea mío;
7 Shakespeare, William, The Sonnets/Sonetos de amor, Barcelona, Anagrama, 1992.
Soneto núm. CXXXIV, pp. 304 y 305.
72 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Más no lo harás; ni él por libre quedaría:


Que tú eres avarienta, y él, dulce y discreto,
Sólo supo firmar por mí una garantía
Con cláusula que a él lo deja a ti sujeto.
Tú cobrarás de tu hermosura deuda y réditos,
Oh tú, usurera, que a interés de todo lo pones,
Y aun metes al amigo en pleito por mis débitos;
Que así lo pierdo por mis torpes transacciones.
Yo lo he perdido a él; tú a él y a mí nos tienes;
Paga él todo, y con todo, sigo yo en rehenes.

II. EL MUNDO DEL DERECHO COMÚN

Abandono el canon y paso a fijar las hipótesis sobre las que laborar. Este
trabajo se enmarca en una labor de investigación que tiene una finalidad
clara: dar a la luz las manifestaciones específicas que se produjeron en la li-
teratura popular —esto es, no culta, no exclusivamente jurídica— sobre el
nuevo sistema del derecho común que la Europa bajo medieval y moderna
estaban asimilando sin prácticamente excepciones territoriales. Manifesta-
ciones que se proyectan en dos direcciones, como sucede con todo aconte-
cimiento humano, y tendré ocasión de exponer en el sentido de ejemplos
arquetípicos que encarnan las dos visiones: la crítica de corte constructivo
(en la cual se realizan aportaciones o se muestran caminos para salir del la-
berinto de lo criticado); y la mera descripción, casi paisajística, de un esta-
do de cosas y de opinión que ha calado hondo en el conglomerado social y
ha pasado a formar parte de los hábitos y las costumbres del mismo, siendo
perfectamente asumido, asimilado y aceptado, sin mayor preocupación al
respecto. Nuestro primer protagonista es el derecho común y a él debo refe-
rirme de inmediato para enmarcar la senda jurídica que conducirá a la sen-
da literaria.
Sabida es la rápida difusión que el derecho común experimentó en los
diferentes territorios europeos, a partir de su formulación doctrinal situada
tradicionalmente en torno a los siglos XII y XIII. El siglo XII, usualmente
considerado como el punto de partida del redescubrimiento del derecho ro-
mano, muestra claramente toda una serie de cambios que se han producido
en la Europa occidental. El renacimiento de las ciudades, el redescubri-
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 73

miento de las antiguas rutas comerciales merced a las Cruzadas, las con-
quistas en el sur de Italia y en la Península Ibérica, entre otros muchos fac-
tores, provocan un cambio sustancial en el esquema político, económico y
social del momento. La mutación debía producirse asimismo en la órbita
jurídica. La vida urbana incipiente, pero pronto dominante, opuesta a los
imperativos económicos de la época señorial que se dejaba atrás, exigía
una nueva reformulación del orden jurídico, con una organización admi-
nistrativa más coherente que protegiese esas conquistas, una administra-
ción de justicia flexible y metódica, que comportaba la necesidad de un de-
recho sistematizado, y una reanimación de la labor de los juristas. Los
primeros siglos medievales habían contemplado el predominio de una nor-
mativa dispersa, divergente, basada en la costumbre, ciertamente mezcla
de varias tradiciones jurídicas, ninguna de las cuales había conseguido
la hegemonía.8
El descubrimiento de versiones completas y auténticas de los principa-
les textos romano-justinianeos proporcionó el material indispensable para
la construcción de esta nueva jurisprudencia, para una nueva sistematiza-
ción, para un estudio renovado del derecho romano. La resurrección de es-
te orden jurídico se sitúa alrededor del año 1100 gracias a la labor de Irne-
rio, un oscuro filólogo y gramático boloñés, quien convierte el derecho en
una disciplina autónoma separada de las artes liberales a las que había sido
adscrito en los primeros siglos medievales como ejemplo de un determina-
da forma de razonamiento y debate. Con sus glosas, Irnerio y sus discípu-
los procedieron a interpretar y explicar los pasajes de la obra justinianea,
contribuyendo a su resurrección en el sentido de recuperación de ese

8 Un derecho altomedieval que, en la clásica formulación de Kern, era derecho anti-


guo, derecho bueno, no legal, ni escrito, que se impone a todas las novedades en aras de la
tradición y busca siempre la restitución o recuperación de ese pasado más o menos glorioso
al que siempre se debe regresar. La sociedad era claramente una sociedad estática, inmóvil,
conservadora, repleta de tradiciones a respetar. El derecho expresaba finalmente ese sentir
popular. El cambio cultural avecina un cambio jurídico de incalculables proporciones y
magnitudes. Véase Kern, F., Recht und Verfassung im Mittelalter, 2a. ed., Wiss. Buchges,
Darmstadt, 1958, passim (la primera edición aparece en Tubinga en 1952). Una trasposi-
ción de los esquemas de Kern al ámbito hispánico en García-Pelayo, M., “La idea medieval
del derecho”, Del mito y de la razón en la historia del pensamiento político, Madrid, Revis-
ta de Occidente, 1968, pp. 65-140. Sobre el mismo tema, véase Trusen, W., “Gutes Altes
Recht und Consuetudo. Aus den Anfängen der Rechtsquellenlehre im Mittelalter”, Gelehr-
tes Recht im Mittelalter und in der frühen Neuzeit, Keip Verlag, Goldbach, 1997, pp.
721-736.
74 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

conglomerado jurídico y de adaptación del mismo a la realidad medieval.


Las glosas y los comentarios se fueron acumulando poco a poco, convir-
tiéndose en un elemento indisolublemente unido al propio texto legal como
acontecía con las Gemara y Halacha talmúdicas. Un poco después de la la-
bor de Irnerio, un monje llamado Graciano elaboró la primera compilación
completa, lógica y sistemática del derecho canónico, en relación con la
cual la influencia romana era evidente como había acontecido desde el na-
cimiento del orden jurídico de la Iglesia en los primeros siglos de nuestra
Era. Pero Graciano tuvo una gran virtud intelectual, resultado de un esfuer-
zo de construcción, y fue la de conseguir la separación entre la teología y el
derecho canónico, de modo que hace nacer un nuevo saber especializado
dentro del universo de la ciencia jurídica, desvinculado —nunca de un mo-
do absoluto— del vientre materno que lo había acogido en sus inicios. De
la misma forma que el pensamiento medieval era calificado como “escla-
vo” de la teología, idéntica referencia podía efectuarse del derecho canóni-
co hasta Graciano.
El derecho común comienza a consolidarse no sólo por la rápida difu-
sión intelectual que tuvo por el continente europeo gracias al papel de las
universidades, de los maestros y de los estudiantes, sino por el apoyo deci-
dido, siempre interesado, que instancias políticas varias (imperio, papado,
ciudades, principados, etcétera) prestaron al mundo jurídico con las miras
puestas en la tutela de sus propias posiciones e intereses. Más allá del ca-
rácter cultural, hecho que evidentemente está presente en la forja de este
derecho de aplicación universal, un derecho para el orbem terrarum en la
conocida frase de Calasso, no se debe nunca olvidar el componente político
que está en su base. Un componente político que no es neutral, aséptico, es-
pontáneo, sino que obedece al deliberado proceso de enriquecimiento de la
potestad regia para fortalecer su posición respecto a los otros poderes exis-
tentes dentro de cada reino. El rey es quien marca la pauta, el ritmo, el tem-
po que acaba desembocando en la asimilación total o parcial del nuevo or-
den jurídico, su consideración como derecho principal del reino o como
derecho supletorio. La fusión e interdependencia total que se produce del
cuerpo civil y del cuerpo canónico caminó de forma decidida hacia la ar-
monía de las soluciones jurídicas, hacia un equilibrio casi perfecto, que se
acaba exteriorizando en la propia idea de derecho común, derecho de gene-
ral aplicación en toda Europa por encima de la pléyade de Iura Propria —a
pesar de las reacciones que en sentido contrario se producen en algunos rei-
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 75

nos y principados— y en la construcción del llamado Utrumque Ius, expre-


sión de esa aspiración para laborar un cuerpo jurídico de carácter uniforme
para la totalidad del continente europeo que unifique las sendas romana y
canónica.9
Con esta denominación, Ius Commune, se quiere designar al pro-
ducto resultante de la conjunción y adaptación de tres diferentes órde-
nes jurídicos: el romano-justinianeo, en proceso de redescubrimiento
y de reelaboración; el canónico, en plena efervescencia marcada por la
abundante labor legislativa conciliar y, sobre todo, papal, un derecho
caracterizado por su inimitable flexibilidad para acoger en su seno to-
da la compleja realidad medieval; y, en menor medida, el lombar-
do-feudal, resultado de la adaptación de las antiguas prácticas y usos
carolingios de tipo vasallático-beneficial, en los territorios del norte
de la Península itálica. Bajo esta fórmula, repito, se condensa la más
importante formación jurídico-cultural que se ha producido en Europa
al tratarse, y aquí lo verdaderamente novedoso y trascendente del te-
ma, de un sistema jurídico que combinó adecuadamente los aspectos
teóricos y prácticos, esto es, lo establecido en los libros y las creacio-
nes de sus cultivadores junto con las necesidades que demandaba el
propio mundo medieval, convirtiéndose en el sustrato común de la cul-
tura jurídica europea, tanto continental como insular. Un derecho que
pasó de los libros a la realidad.
El derecho común cubrió con su manto la Europa bajo medieval y
sus efectos dominadores se trasladaron prácticamente sin interrupción
hasta el ilustrado y reformador siglo XVIII, en donde comienza un pe-
riodo de crisis y de revisión de lo que había sido el modelo jurídico do-
minante. De todas formas, y esto hay que decirlo, la criba que supone
el siglo XVIII es menos profunda de lo que se piensa tradicionalmente
porque no hay una ruptura total y expresa con relación al derecho ro-
mano: se aparta, eso sí, de la práctica, estilos y usos de antaño, todo lo
considerado abusivo, excesivamente dotado de complejidad, pero se con-
serva ese caudal jurídico indispensable que fue el derecho común con sus
conceptos y principios básicos, sometidos ahora a una profunda clarifi-

9 Véase Legendre, P., “Le droit romain, modèle et langage. De la signification de


l’Utrumque Ius”, Études d’histoire du droit canonique dédiées à Gabriel Le Bras, París, Si-
rey, 1965, pp. 913-930, t. II: Écrits juridiques du Moyen Âge occidental, Londres, Vario-
rum Reprints, 1988.
76 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

cación y depuración, eliminando sus defectos, sus elementos abusivos


y distorsionadores.10
La asimilación de esta tradición jurídica en cada uno de los reinos euro-
peos —la así denominada Recepción,11 entendida como el proceso sucesi-
vo de penetración y asunción del molde jurídico romano-canónico dentro
de los ordenamientos particulares de cada reino o principado europeos—
supuso un cambio radical en el mundo jurídico tradicional que cada uno de

10 Véase sobre la formación y evolución del derecho común las aportaciones clásicas
de Savigny, F. C., Geschichte des Römischen Rechts im Mittelalter, Wiesbaden-Biebrich,
Becker and Co., 1834, Besta, E., Introduzione al diritto comune, Milán, Giuffrè, 1938;
Ermini, G., Corso di diritto comune. I. Genesi ed evoluzione storica. Elemento costitutivi.
Fonti, 2a. ed., Milán, Giuffrè, 1946; voz “Diritto comune”, Nuovo Digesto italiano, Turín,
Unione Tipografico-Editrice Torinese, 1938, t. IV, pp. 970 y 971; y la misma voz en Nuo-
vissimo Digesto Italiano, Turín, Unione Tipografico-Editrice Torinese, 1957, t. V, pp.
826-829; Vinogradoff, P., Diritto romano nell’Europa medioevale, Milán, Giuffrè, 1950;
Calasso, F., Medio Evo del Diritto. I., Milán, Le fonti, Giuffrè, 1954; e Introduzione al dirit-
to comune, Milán, Giuffrè, 1970; Koschaker, P., Europa y el derecho romano, Madrid, Edi-
torial Revista de Derecho Privado, 1955; Trusen, W., Anfänge des Gelehrten Rechts in
Deutschland. Ein Beitrag zur Geschichte der Frührezeption, Wiesbaden, Steiner Verlag,
1962, pp. 22-33; y Gelehrtes Recht im Mittelalter und in der frühen Neuzeit, Goldbach,
Keip Verlag, 1997; Brynteson, W. E., “Roman Law and Legislation in the Middle Ages”,
Speculum. A Journal of Medieval Studies, vol. 41, 3, julio de 1966, pp. 420-437; Thieme,
H., voz “Gemeines Recht”, Handwörterbuch zur Deutschen Rechtsgeschichte, Berlín,
Erich Schmidt Verlag, 1971, t. I, col. 1.506-1.510; Cavanna, A., Storia del diritto moderno
in Europa. I. Le fonti e il pensiero giuridico, Milán, Giuffrè, 1979, pp. 21 y ss.; Piano Mor-
tari, V., Gli inizi del diritto moderno in Europa, 2a. ed., Nápoles, Liguori, 1982; Merr-
yman, J. H., La tradición jurídica romano-canónica, 2a. ed., México, Fondo de Cultura
Económica, 1993; Wieacker, F., Historia del derecho privado de la Edad Moderna,
Granada, Comares, 2000; Berman, H. J., La formación de la tradición jurídica de Occiden-
te, México, Fondo de Cultura Económica, 2001; y Stein, P. G., El derecho romano en la his-
toria de Europa. Historia de una cultura jurídica, Madrid, Siglo XXI de España Editores,
2001; la producción de la doctrina jurisprudencial más relevante se puede consultar en
Coing, H. (coord.), Handbuch der Quellen und Literatur der Neueren Europäischen Priva-
trechtsgeschichtte, Mittelalter, Erster Band (1100-1500), Munich, C. H. Beck’sche Ver-
lagsbuchhandlung, 1973.
11 Sobre la expansión europea del derecho común, véase Calasso, F., Medio Evo del
Diritto. I, Le fonti, pp. 607 y ss.; “In orbem terrarum”, Introduzione al diritto comune, pp.
303-340; Gilissen, J., Introduction historique au droit, Bruselas, Bruylant, 1979, pp. 314 y
ss.; Fernández Barreiro, A. y Paricio, J., Historia del derecho romano y su recepción euro-
pea, Madrid, Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, 1991, pp. 211-244; Bellomo, M.,
La Europa del derecho común, Roma, Il Cigno Galileo Galilei, 1996; y Trusen, W.,
“Römisches und partikuläres Recht in der Rezeptionszeit”, Gelehrtes Recht iim Mittelalter
und in der Frühen Neuzeit, Goldbach, Keip Verlag, 1997, pp. 737-760.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 77

los reinos aspiraba a conformar. El sistema jurídico de la Recepción se ca-


racterizó por la atribución desmesurada de un valor casi sagrado a los tex-
tos romanos, admitidos sin el más mínimo reparo o la menor crítica filoló-
gica, al mismo tiempo que se tendió a abusar del argumento de autoridad en
el debate de ideas, esto es, a la cita desmesurada de los autores más presti-
giosos como único y exclusivo modo de argumentación jurídico de relieve,
por encima incluso de los propios textos legales o de los propios razona-
mientos derivados del buen hacer, del pensar jurídico de cada uno de los
autores. El obrar de los juristas se convirtió en una cita constante y abusiva
de las opiniones de otros doctores anteriores o coetáneos, con la consi-
guiente pérdida de la originalidad interpretativa e incluso de la pureza de la
misma, al olvidarse en muchos casos del texto que servía de referencia para
el trabajo jurídico-intelectual. La inseguridad derivada del enfrentamiento
directo con los textos romanos se trataba de salvar acudiendo al apoyo que
simbolizaban las opiniones de los otros autores, los más prestigiosos. Pre-
cisamente, el pensamiento aristotélico del que se partía y que había auspi-
ciado la renovación metodológica que en su día implicó este modo de tra-
bajo, devino con el paso del tiempo su peor enemigo porque la libertad de
criterio, el libre uso de la razón, la confianza en el propio raciocinio, se vie-
ron poco a poco arrinconados y se reemplazaron por otros modos de inves-
tigación más cómodos, más sencillos, menos polémicos, menos exigentes.
Fue un derecho jurisprudencial, creado por los teóricos y prácticos
vinculados a las universidades, sin perjuicio de que sus veleidades políticas
condicionasen las respectivas actividades intelectuales.12 Se trató, en pala-
bras de Kenneth Pennington, de un conjunto de normas adoptadas, adapta-
das y asimiladas en cada sistema legal europeo, sin que ninguno de ellos
hubiese procedido formalmente a recibirlas, pero en donde cada jurista que
se había formado en las escuelas jurídicas se sentía plenamente imbuido
por todo el caudal normativo, formando parte de una tradición común euro-
pea,13 hasta el punto de poder afirmar que no fue un derecho de libros, no
fue una ley de los grandes, para ser leída, disfrutada y devuelta a su corres-
pondiente estantería donde reposar el sueño de los justos, no fue una ley
culta en oposición a un ley real y cotidiana, sino todo lo contrario: It was

12 Véase Lombardi, L., Saggio sul diritto giurisprudenziale, Milán, Giuffrè, 1975, pp.
79-119.
13 Cfr. Pennington, K., “Learned Law, Droit Savant, Gelehrtes Recht: the Tyranny of a
Concept”, Rivista Internazionale di Diritto Comune, núm. 5, 1994, p. 198.
78 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

(destaco lo expresivo de la metáfora) the cauldron from which much of the


precious metal of all European legal systems emerged.14
Como ha destacado Francisco Carpintero, la argumentación jurídica de-
sarrollada por los juristas del derecho común descansaba en tres pilares: la
ley, la razón y la autoridad, es decir, eran tres los elementos sucesivos que
se tomaban en consideración para la construcción doctrinal del nuevo uni-
verso jurídico. El método es nuevo. El material sobre el que se opera tam-
bién, porque es ahora cuando ya se conocen los textos romanos de forma ín-
tegra y tras el correspondiente proceso de depuración filológica que ha sido
elaborado por los primeros juristas boloñeses. Con ambos elementos,
material y formal, se encuentran en plenitud de facultades para afrontar
esa tarea de renovación del método y, por supuesto, por extensión, de reno-
vación de los resultados. Una mayor libertad interpretativa y la posibilidad,
ahora ya sentida, de proceder a aplicar a la realidad práctica el resultado de
sus elucubraciones, muestran el cambio de actitud respecto a sus predece-
sores boloñeses, aferrados a la literalidad del texto de una manera extrema
y casi esclava.
Primeramente, se partía siempre de la ley, tratando de desentrañar el sig-
nificado de cada palabra, con independencia de su categoría gramatical,
para lo cual acudían al sentido común usual o al significado jurídico más
inmediato que, de acuerdo con su formación precaria y limitada, podía pre-
sentar el vocablo analizado. Es evidente que la ausencia de conocimientos
filológicos e históricos, denunciada siglos más adelante hasta llegar a Sa-
vigny, provocó numerosas oscilaciones, contradicciones y arbitrariedades
en la interpretación que convirtió a estas glosas en un factor constante de
razonamiento jurídico ágil, dinámico, libre a la par que inseguro, puesto
que dependía de la formación del autor, sin criterios objetivos, fijos y
determinados.15
En segundo lugar, se acudía a las razones, esto es, argumentos de con-
veniencia, de oportunidad, de justicia o de lógica volcados sobre el caso
concreto. Este segundo recurso evidencia la existencia de todo un apa-
rato conceptual construido precisamente para facilitar esa labor de subsun-
ción del caso en el mundo jurídico, puesto que implicó la generación de to-
14 Ibidem, p. 209.
15 Cfr. Carpintero, F., “En torno al método de los juristas medievales”, AHDE, vol. LII
(1982), pp. 625 y 626. La sujeción a la letra de la ley no fue tan intensa como se pudiera pen-
sar “y lo que pudiera haberse reducido a una simple glosa fue, con frecuencia, auténtico co-
mentario”.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 79

do un elenco de soluciones expeditivas, rápidas y claras, tomadas de los


textos romanos, y sintetizadas a partir de los mismos. Solamente así fue po-
sible penetrar en la complejidad estructural de la obra de Justiniano, ya que
estos elementos permitían una visión de conjunto general y global, que per-
mitía un acercamiento más atinado al complejo mundo jurídico heredado
de Roma.16
En último lugar, estaban los argumentos de autoridad, a las opiniones de
lo expresado por otros doctores anteriores o coetáneos: inicialmente, este
recurso fue usado con prudencia y limitación hasta que adquiere una im-
portancia desaforada en el siglo XIV, con el incremento de la literatura
consiliar, “llegando a provocar en el siglo XV una degeneración de todo el
método jurídico, que quedó reducido en buena parte a una acumulación de
opiniones sobre cada tema, de valor dudoso”.17 La crítica al mismo arran-
cará precisamente de esta proliferación de opiniones en la que pagaron,
perdónese la expresión, justos por pecadores, como se verá en su reflejo li-
terario, núcleo central de este trabajo.
La consecuencia derivada de los abusos en esta forma de razonamiento
y argumentación jurídicas se cifran en la propia oscuridad deliberada en la
que se sumergió el mundo del derecho. Las citas de autores, más que eslabo-
nes en la cadena del razonamiento y de la construcción lógicas, se proyecta-
ron de una manera desmedida en las actuaciones prácticas de los juristas y
contribuyeron de este modo a convertir al derecho y su mundo anexo en una
especie de oráculo délfico oscurantista al que solamente podían tener acce-
so ciertas personas privilegiadas, formadas en su propio lenguaje, capaces de
surcar las procelosas aguas de los variados doctores del derecho común, con
sus citas literales, con las remisiones internas de sus obras, el catálogo de las
abreviaturas y demás parafernalia que acompañaban los plurales trabajos ge-
nerales y monográficos. Y esa complejidad teórica, de razonamiento, se tra-
dujo asimismo en una complejidad de la vida práctica.18

16 Ibidem, pp. 626 y 627.


17 Ibidem, pp. 628 y 629.
18 Como denuncia en pleno siglo XVIII, uno de los más originales y reconocidos pen-
sadores reformistas, Juan Francisco de Castro, quien habla en diversos fragmentos de su
obra capital de la alegación de “escuadrones de AA.”, de la desaparición de la certeza de la
ley entre los inmensos volúmenes de los intérpretes, “hechos estos dueños de la legislación,
poseedores de sus llaves, sin conceder a alguno entrada sino por su trabajosa lectura, ha-
ciendo de formidables dragones que se encargaron de su custodia, el que necesite la ley de-
be pensar seriamente en el modo de franquearse paso para encontrarla”. Véase Castro, J. F.,
80 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Ante tal cúmulo de desviaciones de lo que había sido inicialmente una


saludable contribución a la renovación jurídica del Occidente medieval, las
autoridades tuvieron que reaccionar con el fin de evitar la ruina total del
sistema jurídico que habían tolerado. No será hasta la Ilustración cuando
empiecen a detectarse aires de cambio y vocaciones auténticas de modifi-
cación de este abigarrado panorama. Mientras tanto, la literatura ofrece al-
gún testimonio relevante que permite contraponer la indolencia hispánica
con el impulso reformista europeo localizado en Francia. El hecho que está
en la base es el mismo, salvando las distancias; los efectos y las reacciones,
sin embargo, son diversos.

III. DERECHO Y LITERATURA: ESTADO DE LA CUESTIÓN


E HIPÓTESIS DE TRABAJO

El dominio absoluto del derecho común debió tener su correspondiente


reflejo en el campo de la literatura popular, entendiendo por tal aquella que
no era jurídica, la no culta, la vulgar, sin ánimo peyorativo. El estudio de
las relaciones entre el mundo jurídico y el mundo literario no es un tema
novedoso.19 Desde los inicios de la historia del derecho se procuró obser-

Discursos críticos sobre las leyes y sus intérpretes, en que se demuestra la incertidumbre de
éstos, y la necesidad de un nuevo y metódico cuerpo de derecho para la recta administra-
ción de justicia, 2a. ed., Madrid, Imprenta de E. Aguado, 1829, t. I, Libro III, Discurso IV,
ff. 228 y ss. La primera edición es del año 1776. La visión ilustrada, siguiendo los pasos de
Leibniz, era partidaria de la simplificación del derecho mediante la creación de definiciones
razonablemente establecidas, que se desarrollan progresivamente de unas a otras en una
concatenación lógica, como en la ciencia matemática, produciendo proposiciones válidas y
verdaderas en sí mismas, como es el caso de la objetiva ley de los números que están por en-
cima de todo (Dios incluido) y tienen una validez superior. Evidentemente, las diferencias
entre estos dos modos de entender la ciencia jurídica son notorias; la ruptura aparecía como
inminente.
19 Dentro de una tendencia general en el mundo anglosajón, conducente a examinar
las múltiples relaciones que se dan entre el derecho y la literatura, sus caminos paralelos y las
intersecciones que ambas recorren en una ruta singular que conduce al conocimiento más
completo, se deben citar los trabajos de Posner, R., Law and Literatura: a Misunderstood
Relation, Cambridge, Harvard University Press, 1988; Brooks, P. y Gerwitz, P. (eds.),
Law’s Stories. Narrative and Rhetoric in the Law, New Haven y London, Yale University
Press, 1996; Binder, C. y Weisberg, R., Literary Criticisms of Law, Princeton Uni-
versity Press, 2000; y Evans, J., In difesa della storia, Palermo, Sellerio, 2001. Para el caso
italiano, véase el reciente trabajo en sede procesal donde examina asimismo la literatura
emanada de los escritos jueces, procuradores, abogados y demás personal vinculado al pa-
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 81

var la conexión fuerte que había entre estos dos universos aparentemente
separados. Así lo había expresado Savigny cuando formula su idea del es-
píritu o conciencia popular, conglomerado de todo el conjunto de creacio-
nes culturales de un pueblo, dentro de la que se insertan varias disciplinas,
y así lo habían plasmado en la práctica los hermanos Grimm cuando afir-
maron que hubo un tiempo en que derecho y poesía dormían en la misma
cuna y vivían una misma vida.20 No es mi intención aquí enumerar todos
los trabajos que sobre el particular se han redactado,21 sino simplemente
dar cuenta de aquellas contribuciones más relevantes en orden al objeto
acotado de investigación que elegí: la crítica del derecho común y su refle-
jo en la literatura entre los siglos XVI y XVII, ciñéndome a la producción
procedente de Francia y España.
Fieles a este propósito, recuérdense, a modo de somera recapitulación, las
diversas colaboraciones de Joaquín Costa sobre esta materia,22 y, sobre todo,

radigma jurisdiccional, en Povolo, C. (ed.), Il processo a Paolo Orgiano (1605-1607). Re-


gione del Véneto, Venecia, Viella Editrice, 2003. Se trata de una dirección que, desde una
perspectiva sociológica antes que nada, utiliza el derecho como expresión de reflexiones
para trazar los grandes frescos acerca de la vida social subyacente.
20 Me refiero al famoso artículo de Grimm, J., “Von der Poesie im Recht”, Zeitschrift
für Geschichtliche Rechtswissenschaft, II (1816), pp. 25-99. Al mismo tiempo, es preciso
traer a colación la extraordinaria serie de trabajos debidos a Hans Fehr. En concreto, me re-
fiero a su monografía sobre la presencia del derecho en la poesía, centrado por motivos ob-
vios en el horizonte poético alemán, con una selección de canciones populares en la que se
alude a temas diversos como las relaciones entre el rey y sus súbditos, problemas matrimo-
niales, contratos, promesas, ordalías, vínculos de fidelidad y de vasallaje, venganzas popu-
lares, etcétera. Al mismo tiempo, Fehr procedió a invertir el orden de los factores, es decir, a
observar la inserción de la poesía en el orden jurídico, el uso que del elemento lírico han
efectuado los legisladores y los juristas, la presencia constante del mundo poético en el
mundo jurídico. Véase Fehr, H., Kunst und Recht (I. Das Recht im Bilde; II. Das Recht in
der Dichtung; III. Die Dichtung im Recht), Berna, Francke A. C., 1931.
21 Una síntesis bibliográfica en Celemín Santos, V., El derecho en la literatura medie-
val, Barcelona, Bosch Casa Editorial, 1996, pp. 193-195, a la que remito.
22 Véase Costa, J., Estudios jurídicos y políticos, Madrid, Imprenta de la Revista de
Legislación, 1884, en los cuales se estudia el concepto de derecho en la poesía popular es-
pañola (pp. 3-85), las ideas políticas en el Poema del Cid (pp. 86-95), la influencia de la
ciencia política mudéjar en Castilla (pp. 96-101), el pensamiento político de Quevedo (pp.
102-111) y de Baltasar Gracián (pp. 112-122). Costa defiende la necesaria integración de
estos conocimientos que él identifica con el espíritu consuetudinario: dichos criterios posi-
tivos, reglas inspiradas en la experiencia y en la razón común de las colectividades han pres-
tado a la humanidad mayores servicios que todos los libros juntos de los científicos, asu-
miendo una doble utilidad: como clave para la interpretación de los hechos pasados y como
guía práctica para educar la voluntad y presidir la acción, en op. cit., p. VI. En los saberes
populares es donde se halla manifestada de un modo más absoluto una pretendida sabiduría
82 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

el estudio sobre el derecho en el poema del Cid, del padre de la moderna


historia del derecho en España, Eduardo de Hinojosa, en donde se trataban
temas de lo más dispar, como las clases sociales, el derecho de familia, el
Iriepto y un largo etcétera de cuestiones de corte jurídico que abundaban en
la relación perfectamente constatable del conocimiento que el autor o auto-
res del texto épico tenían del derecho castellano-leonés, labor ésta que se
inspiraba en una tesis previa de Pedro Corominas.23 Debe mencionarse asi-
mismo el trabajo de Alfonso García-Gallo acerca de la poesía épica caste-
llana medieval, que, como réplica a Menéndez Pidal y por las relaciones
que éste estableció entre poesía y derecho, muestra como efectivamente
tanto la épica como el derecho castellanos del medievo presentan pocos
elementos que sirviesen para calificarlos como propiamente germánicos y
debían buscarse, pues, otras herencias o influencias que permitan explicar
el desarrollo de ambas manifestaciones culturales.24 Esa conexión entre
épica y derecho no se le escapa a nadie con una mínima sensibilidad cultu-
ral. El propio Joaquín Costa destacaba que no había epopeya nacional, ni
raza que hubiese levantado tan alto los principios de la justicia, del derecho
y de la ley como en el caso de la epopeya española, una ley voluntad gene-

o soberanía (p. VII). De la obra de Costa, ha dicho el profesor Escudero que se pueden ob-
servar “agudas interpretaciones del pensador aragonés o atisbos sugestivos que bien po-
drían ser objeto de consideración crítica. A modo de ejemplo, sus afirmaciones de un opti-
mismo racional de la musa popular española o el reconocimiento de la intencionalidad con
independencia de los efectos jurídicos ocasionados (pp. 12 y ss. y 36 y ss.) en el primero de
los citados; la esterilización del ingenio español por el influjo de la literatura mudéjar, lírica
y sensista, que habría obstaculizado un desenvolvimiento activo de la controversia racional
recuperada por Mariana y Suárez (p. 101), etcétera”. Cfr. Escudero, J. A., “En torno al obje-
to de la historia del derecho”, Historia del derecho: historiografía y problemas, 2a. ed., Ma-
drid, Universidad de Madrid, Facultad de Derecho, Sección de Publicaciones e Intercam-
bio, 1988, p. 26, nota núm. 28. Véase La semblanza de Hinojosa, E. de, “Joaquín Costa
como historiador del derecho”, AHDE, vol. II, 1925, pp. 5-12.
23 Publicado originariamente en el homenaje a Menéndez y Pelayo en el año vi-
gésimo de su profesorado, Madrid, 1899. La segunda edición apareció en los Estudios de
historia del derecho español, Madrid, 1931, pp. 73-112. La edición que trabajo es la de Hi-
nojosa, E. de, “El derecho en el poema del Cid”, Obras. Estudios de investigación,
Madrid, Publicaciones del Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, 1948, t. I, pp.
181-215. Del mismo, con idéntica temática, merece ser destacado su discurso de ingreso en
la Real Academia, leído ante S. M. Alfonso XIII, el 6 de marzo de 1904. Véase “Poesía y
derecho”, Obras. Estudios de síntesis, Madrid, Publicaciones del Instituto Nacional de
Estudios Jurídicos, 1974, t. III, pp. 433-454.
24 Véase García-Gallo, A., “El carácter germánico de la épica y del derecho en la Edad
Media española”, AHDE, vol. XXV, 1955, pp. 583-679.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 83

ral antes que individual, un derecho como categoría eterna, inmanente en el


entendimiento divino, ingénita en la humana naturaleza.25 El mismo Gar-
cía-Gallo volverá sobre un tema análogo al examinar, con ánimo crítico,
las leyendas existentes acerca de la independencia de Castilla,26 o las rela-
ciones entre amor y derecho a la luz del cancionero popular.27 José María
Castán,28 Niceto Alcalá-Zamora, desde la óptica de sus respectivas espe-
cialidades,29 o José María Pemán30 han aportado sus propias reflexiones a
esta materia. Desde la perspectiva del pensamiento político, José Antonio
Maravall ha realizado importantes contribuciones que cubren práctica-
mente todo el espectro temporal desde la Edad Media hasta el siglo
XVIII,31 destacando especialmente su visión sobre el servicio que el teatro
barroco presta al ideal político absolutista.32 Colaboraciones varias se han
ocupado de aspectos puntuales de esta simbiosis jurídico-literaria, como
son los casos de los elementos procesales presentes en el Libro de buen
amor,33 del matrimonio clandestino en las novelas de Cervantes,34 el matri-
monio de las hijas del Cid,35 la temática política de las obras de Lope de

25 Cfr. Costa, J., “Concepto de derecho en la poesía popular española”, Estudios jurídi-
cos y políticos, p. 86.
26 Véase García-Gallo, A., “Las versiones medievales de la independencia de Casti-
lla”, AHDE, vol. LIV, 1984, pp. 253-294.
27 Véase García-Gallo, A., “Una aproximación jurídica a la literatura popular: amor y
derecho en el cancionero español”, en Alvarado Planas, J. (ed.), Historia de la literatura ju-
rídica en la España del antiguo régimen, Madrid, Marcial Pons Ediciones Jurídicas y So-
ciales, 2000, pp. 11-33.
28 Véase Castán Tobeñas, J. M., El derecho en el auto de acusación del género huma-
no, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1960.
29 Véase Alcalá-Zamora y Castillo, N., Estampas procesales de la literatura, Buenos
Aires, Ediciones Jurídicas Europa y América, 1961.
30 Véase Pemán, J. M., La idea de justicia en las letras clásicas españolas, Madrid,
Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, 1967.
31 Véanse las diferentes colaboraciones de sus Estudios de historia del pensamiento
español, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001.
32 Véase Maravall, J. A., Teatro y literatura en la sociedad barroca, Madrid, Semina-
rios y Ediciones, 1972.
33 Véase Eizaga y Gondra, M., Un proceso en el libro del buen amor, Bilbao, Editorial
Vizcaína, 1942.
34 Véase Rodríguez-Arango Díaz, C., “El matrimonio clandestino en la novela cervan-
tina”, AHDE, vol. XXV, 1955, pp. 731-774.
35 Véase García González, J., “El matrimonio de las hijas del Cid”, AHDE, vol. XXXI,
1961, pp. 531-568.
84 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Vega desde el punto de vista de las limitaciones al poder regio,36 la crisis de


la idea de fidelidad en las obras de Diego de San Pedro,37 el mundo picares-
co que rodea a Guzmán de Alfarache, no exento de numerosas referencias
al derecho mercantil, o el marcado componente de sátira jurídica de las obras
de Quevedo.38
El profesor Pérez-Prendes, con su habitual erudición, ha expuesto y de-
purado los componentes jurídicos que se pueden desprender de la lectura e
interpretación del mito de Tartessos, partiendo de las narraciones latinas
sobre el particular de Trogo Pompeyo y de su epitomador Justino.39 Se ha
ocupado con gran meticulosidad de esta tema de las relaciones derecho-li-
teratura el profesor José Luis Bermejo Cabrero quien al margen de colabo-
raciones individuales,40 ha recogido buena parte de sus trabajos sobre el
particular en un volumen de expresivo título,41 que abarca desde las prime-
ras manifestaciones literarias del castellano (Berceo, Arcipreste de Hita,
Arcipreste de Talavera) hasta Floridablanca, pasando por la Celestina, Cer-
vantes y Lope de Vega. La erudición que este profesor demuestra es hoy

36 Véase Gómez-Moriana, A., Derecho de resistencia y tiranicidio. Estudio de una te-


mática en las comedias de Lope de Vega, Santiago de Compostela, Biblioteca Hispánica de
Filosofía del Derecho, I. Porto Editores, 1968, pp. 9-130.
37 Véase Iglesia Ferreirós, A., “La crisis de la noción de fidelidad en la obra de Diego
de San Pedro”, AHDE, vol. XXXIX, 1969, pp. 708-723.
38 Véase Gacto Fernández, E., “La picaresca mercantil del Guzmán de Alfarache”, Re-
vista de Historia del Derecho, vol. II, núm. 1, 1977-1978, pp. 315-370; y “La administra-
ción de justicia en la obra satírica de Quevedo”, Homenaje a Quevedo. Actas de la II Acade-
mia Literaria Renacentista, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1982,
pp. 133-162.
39 Véase Pérez-Prendes, J. M., “El mito de Tartessos”, Revista de Occidente, núm.
134, mayo de 1974, pp. 183-204. El artículo aparece ahora recogido en el volumen anto-
lógico Pareceres (1956-1998), selección, edición y presentación de Magdalena Rodríguez
Gil, Interpretatio, Revista de Historia del Derecho, vol. VII, I, 1999, pp. 123-144.
40 Véase Bermejo Cabrero, J. L., “Principios y apotegmas sobre la ley y el rey en la
Baja Edad Media castellana”, Hispania, Revista española de historia, vol. XXXV, núm.
129, 1975, pp. 31-47.
41 Véase Bermejo Cabrero, J. L., Derecho y pensamiento político en la literatura espa-
ñola, Madrid, G. Feijoo, 1980, de cuyo contenido destaco, en orden al fin de esta investiga-
ción, la crítica o referencia al derecho común, tres trabajos: “El saber jurídico del Arcipreste
de Hita”, pp. 33-45; “La formación jurídica del Arcipreste de Talavera”, pp. 47-66; y “Un
tema jurídico en la tradición literaria. Famosos juristas y legisladores”, pp. 187-199. Su
planteamiento sobre el modo de imbricar el estudio del derecho con otras cuestiones de cor-
te social, económica, etcétera, aparece expuesto en su trabajo “Historia, derecho y socie-
dad”, Hispania, Revista española de historia, t. XXX, núm. 115, 1970, pp. 427-440, en rese-
ña laudatoria a Tomás y Valiente.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 85

punto de referencia, donde deben acudir quienes quieran acercarse a este


motivo temático y profundizar en el complejo, a la par que atractivo, mun-
do de transición entre lo artístico y lo jurídico. El profesor Bermejo ha inci-
dido en esta línea de investigación en el volumen colectivo Sexo barroco y
otras transgresiones premodernas resultado de un curso de verano cele-
brado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, dirigido por el
profesor Tomás y Valiente, en el cual se ocupa de dos cuestiones: el prota-
gonismo de la justicia en el teatro del Barroco, y la presencia de duelos y
desafíos en la literatura del Siglo de Oro.42 El mismo autor brinda otro tra-
bajo más breve sobre las conexiones entre instituciones sociales (la hidal-
guía y la monarquía) y el mundo literario, a través del examen de dos le-
yendas castellanas.43 Antonio Serrano ha reflexionado sobre la presencia
de los marginados en algunas obras literarias, con protagonismo predomi-
nante de Shakespeare.44 Víctor Celemín Santos ha aportado un magnífico
fresco sobre las menciones al derecho en diversos cuerpos de la literatura
medieval.45 Así, hasta las más recientes colaboraciones de Enrique Álvarez
Cora,46 Fernando J. Alamillo Sanz,47 Antonio Pérez Martín,48 Federico
Trillo,49 Juan Castillo Vegas,50 Pedro A. Porras Arboledas,51 o Ignacio

42 En concreto, los trabajos “Justicia penal y teatro barroco” y “Duelos y desafíos en el


derecho y en la literatura”, en varios autores, Sexo barroco y otras transgresiones premo-
dernas, Madrid, Alianza Universidad, 1990, pp. 91-108 y pp. 109-126, respectivamente.
43 Véase Bermejo Cabrero, J. L., “Vertiente institucional de dos leyendas”, Homenaje
al profesor Alfonso García-Gallo, Madrid, Servicio de Publicaciones de la Universidad
Complutense, 1996, t. I, pp. 361-376.
44 Véase Serrano González, A., Como lobo entre ovejas. Soberanos y marginados en
Bodin, Shakespeare, Vives, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992.
45 Véase Celemín Santos, V., El derecho en la literatura medieval, Barcelona, Bosch
Casa Editorial, 1996.
46 Véase Álvarez Cora, E., “Zifar y la ley: la ley y la literatura castellana medieval”,
AHDE, vol. LXV, 1995, pp. 879-902.
47 Véase Alamillo Sanz, F. J., La administración de justicia en los clásicos españoles,
Madrid, Civitas, 1996.
48 Véase Pérez Martín, A., “El derecho común en el libro del buen amor”, AHDE, vol.
LXVII, núm. I, 1997, pp. 273-293.
49 Véase Trillo-Figueroa, F., El poder político en los dramas de Shakespeare, Madrid,
Espasa, 1999.
50 Véase Castillo Vegas, J., El mundo jurídico de fray Luis de León, Burgos, Servicio
de Publicaciones de la Universidad de Burgos, 2000.
51 Véase Porras Arboledas, P. A., “El derecho y la guerra en la obra de Jorge Manri-
que”, Serrano Reyes, J. L. y Fernández Jiménez, J. (eds.), Juan Alfonso de Baena y su
Cancionero. Actas del I Congreso Internacional sobre el Cancionero de Baena, Baena,
Ayuntamiento de Baena, 2001, pp. 337-348.
86 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Cremades Ugarte, quien traza una reconstrucción muy acertada e innova-


dora del derecho del Camino de Santiago al amparo de varias leyendas for-
jadas en la época medieval.52 Por último, nuevamente Enrique Gacto Fer-
nández ha analizado la presencia de la justicia y del derecho en las fuentes
literarias del Siglo de Oro, con especial atención a las obras, poéticas y pro-
sísticas, de Francisco de Quevedo.53 Una modesta colaboración propia so-
bre el Cancionero de Baena se ha sumado a esta lista de egregios cultiva-
dores de las relaciones entre lo jurídico y lo literario.54 Asimismo, algunas
antologías de textos histórico-jurídicos han recopilado junto a las obliga-
das inserciones legales y doctrinales, referencias a obras literarias popula-
res que ayudan a proporcionar una visión más completa de la imbricación
del derecho en la vida de una determinada sociedad.55
De la misma manera que el Quijote ocupa un lugar relevante en el pano-
rama de la literatura universal e hispánica, ha sido esta obra la que mayor
número de trabajos ha suscitado para mostrar sus aspectos jurídicos que
ponen de manifiesto el conocimiento profundo que Cervantes tenía de la
realidad que lo rodeaba en todos sus aspectos. Si se puede considerar como
el paradigma, el modelo canónico por antonomasia de la literatura, al tras-
cender precisamente los ámbitos literarios para llegar a ser una auténtica
52 Véase Cremades Ugarte, V., “El derecho del camino de santiago: el caso del peregri-
no ahorcado”, Cuadernos de Historia del Derecho, vol. 9, 2002, pp. 163-223.
53 Véase Gacto Fernández, E., Sobre la justicia en las fuentes literarias. Lección inau-
gural del curso académico 2002-2003, Murcia, Universidad de Murcia, 2002.
54 Véase Martínez Martínez, F., “La crítica al sistema jurídico del derecho común en el
Cancionero de Baena. Siglo XV”, Prologus Baenensis (revista digital), 2 (segundo semes-
tre, 2003). Centro de Documentación Juan Alfonso de Baena, M. I. Ayuntamiento de Bae-
na, dirección en internet www.juanalfonsodebaena.org.
55 Sin ánimo exhaustivo y advirtiendo que muchos de ellos repiten los mismos textos
(sobre todo, el archiconocido fragmento tomado del Cancionero de Baena), véanse los más
completos y clásicos de Gacto Fernández, E., Textos de historia del derecho, Madrid, Sec-
ción de Publicaciones, Facultad de Derecho, Universidad Complutense, 1981; Gacto Fer-
nández, E., et al., Textos de historia del derecho, Madrid, Sección de Publicaciones, Facul-
tad de Derecho, Universidad Complutense, 1983; García-Gallo, A., Manual de historia del
derecho español, t. II: Metodología histórico-jurídica. Antología de fuentes del derecho es-
pañol, 10a. reimp., AGESA, 1984; Iglesia Ferreirós, A., La creación del derecho. Una
historia del derecho español. Antología, Barcelona, Editorial Signo, 1991. Véase Alonso
Seco, J. M., Textos comentados de historia del derecho, Madrid, Gráficas Caro, 1993; Va-
rios autores, Casos prácticos de historia del derecho español con comentarios de texto y
ejercicios de autoevaluación, Madrid, Marcial Pons, 1996; Porras Arboledas, P. A., Antolo-
gía de textos de historia del derecho, Madrid, Dykinson, 1999; y Barrios, F. et al., Textos de
historia del derecho español, Madrid, Universitas, 2002.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 87

radiografía de la España del siglo XVII, no es extraño que dentro de la he-


terogeneidad de su contenido se brindase Cervantes a ofrecer las inexcusa-
bles referencias al mundo del derecho.56
¿De dónde procede esta conexión entre derecho y literatura?, ¿por qué
es necesaria esta relación desde el punto de vista del estudio de ambas dis-
ciplinas? La respuesta es siempre la búsqueda del conocimiento más per-
fecto y profundo de una cultura, entendida como las respuestas intelectua-
les que una sociedad concede a los problemas que le son presentados o con
los que se enfrenta. La cultura de una determinada sociedad tiene múltiples
manifestaciones. A modo de un caleidoscopio que refleja las variadas face-
tas en que se puede expresar el acontecer, aquélla se proyecta de distintas
formas en su intento de expresar los valores, los principios, los deseos y to-
do el componente ético-sentimental de una comunidad, llámesele pueblo,
nación o estado. El hecho de compartir una serie de valores comunes y un
conjunto de vehículos, comunes, de expresión permite forjar esa idea de
comunidad cultural, la cual aparece integrada por varias manifestaciones:
el lenguaje, el folclore, el derecho, el arte, la literatura, la pintura, las leyen-
das. Todas y cada una de esas facetas no pueden ser estudiadas de manera
aislada porque su conocimiento completo, cabal y global exige mostrar las
relaciones, las influencias, las conexiones que se producen entre todas
ellas. Una forma de entender, a modo de ejemplo práctico, el derecho me-
dieval es el estudio de la propia escultura románica o gótica y de toda su
programación ideográfica, su simbología. Ante la ausencia de textos que
de una manera rotunda y absoluta diseñen el ideario medieval acerca del
orden jurídico, el historiador ha de acudir a la concepción que el hombre
medieval plasmaba en las restantes creaciones artísticas. A partir de las
mismas se pueden rastrear las huellas que describen y explican la naturale-
za y el origen de ese orden jurídico, su manera de plasmarse en la práctica,
las formas de realización, su fundamentación última, y demás cuestiones
colaterales. Piénsese, a modo de ejemplo, en el papel del rey como juez,
acaso la forma más depurada de representación de la realeza en el alto
medievo, y compárese con las representaciones de tímpanos, capiteles y
demás obras escultóricas de las iglesias románicas, en las que el propio
Dios, la propia divinidad, aparece esencialmente juzgando, premiando o

56 Véase la bibliografía citada por Álvarez Vigaray, R., El derecho civil en las obras de
Cervantes, Granada, Comares, 1987, pp. 23-31.
88 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

castigando a la pléyade de súbditos de su reino eterno. García-Pelayo lo de-


mostró y acreditó en su estudio sobre la idea medieval del derecho, de la
misma manera que no hay mejor representación física de las doctrinas de
gobierno en la Baja Edad Media que la que pintó Ambrogio Lorenzetti en
el Palacio Comunal de Siena con el diseño del buen gobierno y todos los
atributos que lo caracterizan, y el mal gobierno, con aquellos vicios que lo
hacen nacer y ser reprobable.57
La historia del derecho en su afán de conocimiento del derecho en el
tiempo ha de acudir a todo este conjunto de disciplinas auxiliares para pro-
porcionar la visión más ajustada, certera y verídica que se pueda acerca de
la propia evolución del ordenamiento jurídico en su sucesión temporal. No
basta con el conocimiento del “derecho oficial”, del “derecho culto”, del
“derecho popular”, o de su aplicación efectiva, manejando la clásica termi-
nología de García-Gallo, sino que es preciso, en la medida de mis posibili-
dades y siempre que las fuentes lo permitan, completar la visión exclusiva-
mente jurídica, con la que se proporciona desde otros ámbitos, desde otros
lugares, que evidentemente presentan conexiones con el mundo del dere-
cho. Aquí es donde entra la literatura por ser una forma de testimonio de
excepcional valor sobre los tiempos pasados. Entendemos aquí por litera-
tura, obviamente, aquella alejada en principio del mundo jurídico, es decir,
aquellos escritos que no son calificables como cultos, que no tienen el dere-
cho como principal objetivo de sus reflexiones. La literatura proporciona
otra visión lega, diletante, diferente de ciertas instituciones de las cuales
solamente poseemos la visión fría y seca de los textos jurídicos. Al mismo
tiempo, el derecho sirve para la comprensión de esa literatura al remitirse al
entramado jurídico en el que se movía el autor concreto. Muestra el sentir
del pueblo o de una parte del pueblo representativa, elitista, si se quiere, pe-
ro siempre con un marcado eco popular que se proyecta sobre lo jurídico y
sobre lo literario a partes iguales e interdependientes. Toda literatura (no
solamente aquélla que es tildada desde el siglo XIX como “realista”, “natu-
ralista” o simplemente “social”) es siempre testimonio de un tiempo, un lu-
gar, una mentalidad, un pueblo. Con esto se quiere afirmar el valor de fres-
co histórico que el componente literario incorpora siempre entre sus
cometidos, con la voluntad decidida de su autor o inconscientemente sin

57 Véase García-Pelayo, M., “El buen y el mal gobierno”, Del mito y de la razón en la
historia del pensamiento político… cit., pp. 319-337.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 89

ella. De esa manera, ciertas etapas de la historia jurídica, de las que se sabe
poco o muy poco merced a la precariedad de las fuentes directas (piénsese,
por ejemplo, en la Alta Edad Media, con sus pocos textos normativos, sus
lacónicos documentos de aplicación del derecho, la ausencia de obras cul-
tas de los juristas, el silencio respecto a la práctica judicial, etcétera), pue-
den ser conocidas desde la perspectiva jurídica gracias al apoyo que pro-
porciona la literatura y su visión de esa época.
De la misma forma, en los periodos históricos más cercanos, donde el
volumen de las fuentes es enorme e inabarcable, tampoco se debe desdeñar
la aportación de la literatura como una de las manifestaciones de ese nivel
“popular” al que se refería García-Gallo. Cierto es que las fuentes legales y
jurisprudenciales enseñan de una manera amplia el panorama jurídico del
momento histórico concreto que se ha acotado. Pero no debe olvidarse que
esas fuentes sitúan en un nivel elevado socialmente hablando, en las altas
esferas de las sociedad, en el mundo elitista y especializado de los reyes,
consejeros, legisladores, jueces, oidores, juristas, catedráticos y demás per-
sonajes, desconociendo qué es lo que realmente sucedía en la calle, en las
plazas, en los barrios bajos, entre aquellas personas que, como decía Una-
muno, no hacían la historia, sino que la padecían. Y este acercamiento al
nivel popular, constituido por el universo que crean los literatos, gente
culta por lo general —mas no necesariamente perita en el mundo de lo jurí-
dico—, puede servir para completar la visión de un ordenamiento jurídico,
la sensación de la gente común respecto al mismo, las trampas y trucos que
se seguían en su aplicación, la realidad a flor de piel de un derecho que ha
de ser, por su propia esencia, necesariamente vivo, cómplice de esa socie-
dad en la que aparece insertado.
La historia del derecho debe caminar así de un modo necesario e indis-
cutible hacia las diversas formas de organización de la estructura social. El
punto de partida es esa realidad compleja, apasionante, plural, diferente,
ante los ojos de cualquiera. La forma de mirar, las lentes de aumento o los
microscopios que se empleen para percibir ese entramado, determinan el
resultado de mi investigación. Hay que elegir el elemento que acerque a esa
realidad de la manera más fidedigna posible a lo que realmente ha aconteci-
do en el pasado. Se trata, por tanto, de seleccionar una de las ventanas des-
de las que se puede contemplar el paisaje: es una visión, no la única, espe-
cializada, que debe combinarse con las aportadas desde otras perspectivas,
para adquirir así una dimensión global, general y completa de ese paisaje
90 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

que es la realidad. Solamente así es factible adquirir lo que Heidegger de-


nominaba el “rigor del saber científico”: habrá ciencias más o menos exac-
tas, pero lo que configura un conocimiento como científico no es la
exactitud del resultado, sino el rigor del método que se emplee en sus
construcciones. El adoptar una perspectiva concreta requiere dosis de con-
gruencia para llevar esos postulados hasta sus últimas consecuencias y has-
ta sus últimas conclusiones a través del encadenamiento lógico de las pro-
posiciones que se emplean en el razonamiento y en la reconstrucción del
mundo histórico, creación de la propia mente como ya demostró Vico en el
siglo XVIII. En el caso del conocimiento histórico del derecho, esta actua-
ción debe articularse a través de la supremacía del enfoque jurídico: el de-
recho debe ser el que marque el ritmo, la pauta, el tiempo, de ese estudio so-
cial general.
El derecho y su lenguaje, sus categorías y principios, constituyen el eje
de la reflexión, a la que se subordina el conocimiento procedente de otros
campos. La norma jurídica y los diferentes textos jurídicos (en un sentido
lato) son el reflejo de las tensiones, las luchas, los conflictos sociales, eco-
nómicos, religiosos o políticos subyacentes, los precarios equilibrios que
se obtienen, las evoluciones y revoluciones, avances y retrocesos, los corsi
e ricorsi, hechos todos estos que finalmente acaban reflejándose en el cam-
po jurídico, por cuanto que éste es espejo de la realidad social, de ese con-
glomerado variado de intereses y de valores, que no solamente hace nacer
el derecho, sino que marca su vivir, su éxito o su fracaso, su actuación posi-
tiva o negativa, su madurez y decadencia según los tiempos. La validez for-
mal da paso después a la eficacia práctica de la norma y de las instituciones
que contiene. La primera puede verificarse desde un punto de vista exclusi-
vamente formal, externo; la segunda requiere salir del círculo jurídico y su-
mergirse en la vida social. Para la primera sirve sólo el derecho: basta la
dogmática; para la segunda, el derecho es claramente insuficiente.
Decía Marcel Proust que cada lector es lector de sí mismo y, por ende y
por extensión, cada obra literaria es, en suma, una lectura o relectura de la
sociedad en la que emerge, se lee e interpreta a sí misma por medio de sus
creaciones culturales. El derecho no puede captar o aprehender toda la rea-
lidad. Siempre hay aspectos invisibles, aquellos puntos decisivos e incisi-
vos que no se ven, cegados por las luces de la razón, pero que son, están, se
sienten, aunque no se perciban de un modo sutil. El derecho se hace mu-
chas veces con estos trazos invisibles e ininteligibles. El sentimiento acer-
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 91

ca del derecho se percibe por vías y cauces diferentes a los de la propia vida
jurídica. Los lazos jurídicos que quieren dominar y sojuzgar la realidad no
son los únicos que sirven para el conocimiento del mundo jurídico. A la
pluralidad de enfoques y visiones, sigue una mayor riqueza, un mayor ri-
gor, mayor acercamiento a una verdad que, en la historia, nunca puede ser
absoluta, sino suma de perspectivas, verdades y certezas relativas.
Desde la antigüedad el entronque entre derecho y literatura ha sido ob-
vio, repetido, usual. La literatura, se ha insistido en varias ocasiones, refle-
ja el sentir cultural y, por ende, jurídico de un pueblo. Pero el derecho ha
proporcionado argumentos constantes al mundo literario. Basta citar la
más selecta colección de tragedias griegas (Sófocles, Eurípides y Esquilo)
para observar que, al margen de las pasiones humanas y de los caprichos
divinos, el mundo del derecho está presente en los conflictos, las luchas, las
decisiones y las paces que se desarrollan ¿Qué es Antígona, si no un relato
del enfrentamiento entre el mundo jurídico y el mundo ético, entre el cum-
plimiento de las leyes de la ciudad y el cumplimiento de los deberes mora-
les que se tienen para con los parientes más próximos? Antígona es para-
digma y marca una senda que será reiterada en la mayor parte de los textos
literarios de la posteridad: la lucha entre el ius no escrito, no mudable, no
cambiable, que no es de ayer, ni de hoy, sino de siempre, el ius que vale a
toda suerte de relaciones humanas vinculadas por relaciones de sangre con
la familia en el centro axial de este conjunto. Frente a ese derecho inmuta-
ble, aparecen las leyes que exigen obediencia uniforme e incondicionada,
que rompen la unidad interpersonal y familiar, el amor fraterno, conyugal,
paterno y filial, ignorando la continuidad de la sangre y garantizado por el
elemento masculino de la sociedad, el rey, único y supremo legislador. Se
pasa así, desde el punto de vista literario, a la formulación de una nueva
existencia jurídica dominada por el positivismo: las nuevas leyes escritas y
mudables, que son de ayer, de hoy, probablemente no de mañana. Esa si-
lenciosa sacralidad del derecho es suplantada por la exterioridad de la ley.
El poder se convierte en máquina legisladora y la legalidad aparece como
única forma de legitimidad, como la unidad de medida jurídica. Del dere-
cho de origen familiar, sagrado, se pasa a un sistema de creación que es em-
presa tecnificada, funcionalizada, funcionarizada y burocratizada. Las co-
medias de nuestro Siglo de Oro, ¿no evocan con sus títulos muchos temas
jurídicos con la lucha entre una visión de la ley, como aquel texto benéfico
o maléfico, moderada o cruel, a la que se contrapone el poder salvífico del
92 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

monarca, titular de la mayoría de la justicia, para modular o dispensar de su


cumplimiento, en una intervención de perfiles taumatúrgicos? Y así suce-
sivamente hasta llegar a nuestros días. ¿Acaso no es el derecho la causa úl-
tima de la muerte de Madame Bovary, acuciada por deudas, hipotecas, em-
bargos y demás negocios jurídicos que la pasión amorosa le había llevado a
concertar de una manera excesiva y por encima de sus posibilidades?, ¿no
están llenas las páginas de La educación sentimental de estudiantes de de-
recho, exámenes, negocios de la burguesía francesa de la primera mitad del
siglo XIX, remisiones al Código Napoleón?, ¿no se cuenta que Stendhal
leía cada noche el Código Civil francés admirando su estilo lacónico, seco,
austero, como modelo de precisión en el escribir al que debía aspirar todo
narrador?, ¿no están llenas las obras de teatro de Valle-Inclán de mayoraz-
gos, herederos, pleitos sucesorios, foros y demás instituciones jurídicas po-
pulares?, ¿acaso no sucede lo mismo con Pío Baroja?, ¿no cuenta Chéjov
en sus dramas vidas que muchas veces están pendientes de herencias, de
decisiones administrativas o de decisiones políticas, que son en el fondo re-
cursos al derecho como ordenador de la vida social?, ¿no nos ha hablado
recientemente Richard Hyman acerca de la visión que de la Unión Europea
se tiene desde la literatura más joven y renovadora del propio continente y
de sus propias instituciones?58
La interrelación entre ambos mundos parece más que evidente. La temá-
tica jurídica es una constante en el campo literario como se ha podido ver
páginas arriba en el estado de la cuestión. Esto es así porque la literatura
siempre ha cumplido un papel de espejo de la sociedad, de reflejo del mun-
do en el que aparece insertada, con ánimo descriptivo, crítico o satírico. Pe-
ro siempre con intención de plasmar todo lo que la sociedad vive, padece,
sufre. La interacción es total. Por eso, la literatura es un buen termómetro
para el conocimiento del grado de formación de una sociedad y, en función
de ese grado de desarrollo, proceder a una compresión cabal de la misma.
Los autores se erigen así en los interlocutores válidos —no los únicos—
que emplean los historiadores para conocer el modo de pensar, las mentali-
dades, tan queridas a la historiografía francesa, y las proyecciones que las
mismas tienen en su vertiente práctica ordenadora de la sociedad. En este
sentido, se depende de la formación del literato y de su capacidad e inteli-
gencia para captar el mundo en el que se mueve. Los habrá realistas, idea-
58 Véase Hyman, R., “Imagine Europe”, Quaderni Fiorentini per la Storia del Pen-
siero Giuridico Moderno, 31 de febrero de 2002, pp. 801-818.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 93

listas, naturalistas, pero siempre se podrá encontrar un poso mínimo de ver-


dad: el escritor es la voz más autorizada de su tiempo por la sensibilidad
que demuestra para captarlo y para legarlo a la posteridad. Así ha dicho el
psiquiatra estadounidense Jerome Bruner que la dialéctica narrativa de to-
da cultura se expresa en las obras de fantasía de sus escritores y comedió-
grafos, y es virtualmente imposible prever si, cuándo y en qué modo, termi-
nará encontrando expresión en el corpus iuris de la cultura. Una cosa sí es
cierta, continúa este autor: las digresiones judiciales y las narraciones lite-
rarias tienen en común el medio de la narrativa, forma que mantiene perpe-
tuamente en juego la inquieta relación de amor-odio entre lo que es históri-
camente aceptado y aquello que es posible solamente en el plano de la
fantasía. Por eso, ha dicho el mismo Bruner, que la narrativa, la literatura
en general, restituye la ley y el derecho, al pueblo, su verdadero, final y úl-
timo receptor y destinatario.59
Derecho y literatura son caminos conducentes a un mismo destino, decía
Rafael de Ureña: el bien. En el primer caso, personificado en la justicia; en
el segundo, en la belleza.60 Desde la noche de los tiempos, el protagonismo
de los literatos en todas las sociedades ha sido de una relevancia tal que
muchas veces superaba la simple cuestión estética que sus creaciones im-
pulsaban y lo mismo sucedía con los juristas. En la antigua Grecia, se creía
que ambos recibían la inspiración de la misma divinidad. En los primitivos
derechos germánicos, el componente literario de numerosas actuaciones
jurídicas era indiscutible con las vistas puestas en la publicidad de dichos
actos.
El asunto central sobre el que voy a desarrollar este trabajo es el referido
a la crítica efectuada desde el campo literario al sistema de derecho común,
advirtiendo que no voy a agotar la totalidad de la amplia materia a que
puede dar juego tan interesante y apasionante cuestión de estudio. Por razo-
nes de espacio y de trabajo, he decidido ceñir esta investigación a dos mo-
mentos puntuales que representan de una manera ejemplar, y hasta cierto
punto, arquetípica, dos modos o formas de enfrentarse a esa crítica acerada
al derecho vigente y a la práctica dominante. Tras la crítica destructiva que

59 Cfr. Bruner, J., La fabbrica delle storie. Diritto, letteratura, vita, Roma-Bari, Edito-
ri Laterza, 2002, p. 68, y, en general, los capítulos I y II, pp. 5-69.
60 Idea reiterada constantemente en la “Introducción” a su Sumario de las lecciones de
historia crítica de la literatura jurídica española, Madrid, Imprenta de la Revista de Legis-
lación, 1897-1898, pp. 30-60.
94 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

se produce en los últimos siglos medievales, en un segundo momento,


avanzado el tiempo que todo lo puede y todo lo cura, y consolidadas las
prácticas criticadas, paso a observar una segunda modalidad de crítica ve-
lada, de tono descriptivo, por proceder de un lego en cuestiones jurídicas,
como era el caso de Lope de Vega, quien es capaz de mostrar en muchas de
sus comedias como lo que antes era criticable, ahora ha pasado a ser un ele-
mento constante en el modo de hablar de las clases populares, un elemento
común a toda suerte de discurso sobre temática jurídica. Se trata de la acep-
tación por la vía de los hechos, de los hábitos lingüísticos, derivados de la
asimilación del sistema jurídico imperante. Pero frente a esa indolencia
hispánica, a esa ausencia de renovación que se plasma en la aceptación de
la tradición romano-canónica sin apenas intentos revisionistas, aparece la
crítica revolucionaria, constructiva, representada en este caso por un autor
europeo, francés para más señas: en esa gran sátira que constituyen sus dos
novelas, François Rabelais traza un magnífico fresco mordaz, satírico, de-
moledor, de la vida francesa del siglo XVI y en esa pintura cobra un papel
determinante el mundo del derecho. Rabelais no está sólo en su cometido
iconoclasta. Otras egregias figuras del pensamiento renacentista hacen crí-
ticas profundas y sutiles a la práctica abusiva del derecho común. Son los
casos, simplemente citados, que no estudiados por mi en profundidad, de
Erasmo de Rotterdam, de Tomás Moro o de Tomasso Campanella, quienes
en sus obras más representativas atizan un poco las calmadas aguas de una
Europa renacida. Rabelais va más allá, puesto que él propone en su Panta-
gruel una renovación del método jurídico que excede de la simple crítica.
En este caso, critica, a la par que inventa, destruye, a la vez que edifica. Y
es esa aportación de Rabelais la que mejor explica el modo de trabajo jurí-
dico que se llamará mos gallicus, el modo francés opuesto y superador a las
prácticas de las centurias anteriores procedentes de Italia. Dos modos o es-
tilos frente a frente. Un modo francés innovador, revolucionario, reformis-
ta, inconformista, obra de una persona con conocimientos jurídicos. Por el
contrario, un modo hispánico tradicional, conservador, conformista, fruto
del trabajo de un genio que recurre al elemento jurídico como recurso lite-
rario, resultado de la propia dinámica histórica que se vive en una España
aislada de Europa, ajena a todo intento de innovación y de reforma, aislada
geográfica y espiritualmente. Paso a examinar las obras. Dejo que hablen
las palabras escritas.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 95

IV. RABELAIS: FORMULACIÓN LITERARIA


DE UN NUEVO CAMINO JURÍDICO

Cuando Karl Jaspers fija en su Introducción a la filosofía la idea de


“tiempo axial”, se está forjando un concepto de indudable valor concreto,
un auténtico tópico, llamado a tener una prolongada existencia más allá del
ámbito específico que motivó su acuñación y determinó el nacimiento de
esta expresión que condensa en la idea de eje todas las creaciones humanas
forjadas en un amplio espectro temporal, en cuanto a su nacimiento que no
en cuanto a su proyección específica (el periodo comprendido entre los
años 400 y 200 antes de Cristo es una suerte de aleph borgiano, donde se
condensa lo más granado del pensamiento de la antigüedad no solamente
grecorromano, sino universal). El tiempo axial, tal y como actualmente se
entiende, es el tiempo que marca, que impone carácter cuasi sacramental,
que define, rige, une, y, a la vez, separa dos tiempos: el pre- y el pos hege-
mónico del derecho común. El siglo XVI es el momento axial. En el siglo
XVI, el agotamiento del modelo jurídico proporcionado por el “bartolis-
mo” era evidente.61
La mayor parte de los fundamentos de tipo intelectual sobre los que se
había basado este método de investigación y razonamiento habían quedado
superados por la evidencia de los nuevos tiempos y habían acabado desem-
bocando en una serie de excesos que serán objeto de una profunda revi-
sión.62 Los primeros pensadores que merecen el calificativo de “humanistas”
o de “prehumanistas” en cuanto anticipan el espíritu del Renacimiento, son
expresivos en sus palabras.
Dante se quejaba, a propósito de los glosadores y comentaristas, de su
poco afán especulativo (resultado de una timidez intelectual que les llevaba
a apegarse a los modos clásicos de trabajo) y de su excesivo apego al prin-
cipio de autoridad. Petrarca y Bocaccio, por su parte, recriminan a aquéllos

61 Muchas de las reflexiones aquí vertidas sobre la obra de Rabelais forman parte de un
trabajo pendiente de publicación en los Quaderni Fiorentini per la Storia del Pensiero Giu-
ridico Moderno, vol. 32, correspondiente al año 2003, bajo el título Derecho y literatura:
Rabelais o la formulación de un nuevo camino jurídico.
62 Este estilo tardío, desarrollado durante los siglos XV y siguientes, se caracterizó por
cuatro notas: el predominio de la actividad forense frente a la docente; el distanciamiento
progresivo de las fuentes romanas y canónicas; la búsqueda obsesiva del argumento de au-
toridad; y el refugio conservador en la communis opinio, de acuerdo con Tomás y Valiente,
F., Manual de historia del derecho español, 4a. ed., Madrid, Tecnos, 1997, pp. 298-310.
96 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

su tendencia a encerrarse en su universo jurídico dando la espalda a otras


creaciones o realizaciones humanas que pudiesen tener trascendencia en
aras de su superior conocimiento jurídico, así como el carácter pedestre,
rústico, de su estilo literario, carente de elegancia y eficacia. El elemento
formal o externo hace así su aparición por primera vez. Un cierto gusto es-
tético va tomando forma pausadamente.
Giovanni Dominici y Angelo Angeli d’Aquila descubrían nuevos ma-
nuscritos de las obras justinianeas. Maffeo Veggio expresaba su preocupa-
ción por la excesiva oscuridad en la que se había sumido al derecho y de-
fendía un estudio del derecho libre de glosas, de comentarios. Lorenzo
Valla, por su parte, era partidario de una ampliación del campo de estudio
con la consiguiente preocupación intelectual por otras disciplinas que pu-
diesen jugar un papel complementario como la oratoria o el estudio de las
lenguas clásicas: era preciso observar y analizar el derecho romano desde
otra perspectiva. Nuevos bríos para un material antiguo. Y era posible ha-
cerlo con el nuevo espíritu. No sólo lo exclusivamente jurídico. Otros cam-
pos podrían ayudar a iluminar este derecho ignoto en muchos aspectos, aun
para los mejores jurisperitos.
Angelo Poliziano lleva a la práctica el deseo de Valla y comienza a estu-
diar, con su mente de filólogo, los manuscritos florentinos donde se reco-
gían los principales textos romanos. Con él comienza propiamente la histo-
ria del derecho romano. Se había preparado el camino para una revolución
metodológica inminente, sentida y necesitada ante la avalancha de críticas
que se había vertido sobre las actitudes tradicionales de actuación en el
campo del derecho.63 Entendiendo el Renacimiento como ese proceso cul-
tural, conducente a la superación del medievo en todos los ámbitos posi-

63 Sobre esta corriente anterior al siglo XVI que puede calificarse como “prehumanis-
tas”, véase Chiappeli, L., “La polemica contro i legisti dei secoli XIV, XV e XVI”, Archivio
Giuridico, vol. XXVI, 1881, pp. 295-322; y “Firenze e la scienza del diritto nel periodo del
rinascimento”, Archivio Giuridico, vol. XXVIII, 1882, pp. 451-486; y Girard, P. F., “Les
préliminaires de la renaissance du droit romain”, Revue historique du droit français et
étranger, 4a serie, 1, enero-junio de 1922, pp. 5-46; para la también llamada “Jurispruden-
cia culta”, véase la síntesis bibliográfica que proporciona Piano Mortari, V., “Dialettica e
giurisprudenza. Studio sui trattati di dialettica legale del sec. XVI”, Diritto, Logica, Metodo
nel Secolo XVI, Nápoles, Jovene Editore, 1978, pp. 121-124; Fubini, M., “L’umanista: ri-
torno di un paradigma? Saggio di un profilo storico da Petrarca ad Erasmo”, Archivio Stori-
co Italiano, núm. 147, 1989, pp. 435-508; y Ascheri, M., “Giuristi, umanisti e istituzioni del
Tre-Quattrocento”, Diritto medievale e moderno. Problema del processo, della cultura e
delle fonti giuridiche, Rimini, Maggioli Editore, 1991, pp. 101-153.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 97

bles, que se refieren al hombre como nuevo centro del universo, es lógico
deducir la existencia de derivaciones en el campo del derecho. Ese antro-
pocentrismo, que supera el teocentrismo medieval, se proyecta en todas las
direcciones, incluida la jurídica.
No hay una ruptura total y absoluta, porque la historia no avanza con ce-
suras drásticas, ni por medio de saltos ciegos hacia adelante, sino mediante
cambios sutiles, lentos, seguros y constantes. Renacimiento es santifica-
ción del hombre y de su papel fundamental como dominador del universo;
es enfrentamiento contra todo tipo de dogmas o de verdades inmutables; es
reivindicación de la tolerancia; es búsqueda de la libertad personal y de ac-
ción, de la libertad religiosa frente a todo aquello que suponga cercenar la
natural tendencia del hombre hacia la vita libera, en el nuevo sentido abs-
tracto, no medieval, que se debe dar a la voz libertas. La propuesta de Ra-
belais responde al espíritu renacentista por antonomasia: recuperar el papel
capital del hombre como medida de todas las cosas, como canon. Era nece-
sario que esa misma libertad que se reivindicaba para todos los campos de
la vida, se plasmase asimismo en el campo jurídico y admitir la existencia
de nuevas fuentes sobre las cuales trabajar. Se trataba no sólo de revisar el
contenido de los textos romanos, que gozan de un prestigio bíblico, dog-
mático e inmutable, una suerte de eternidad intelectual, que no admitía la
más mínima crítica filológica, sino también de proceder a conseguir nue-
vos instrumentos de apoyo para el razonamiento. Se consigue así una supe-
rior libertad interpretativa, y, con ella, también más materiales, más funda-
mentos, menor sujeción al mundo de los libros jurídicos, menor
dependencia de la letra de las leyes y de las autoridades, mayor desarrollo
teórico propio, sin vincularse a opiniones de antaño. La apertura tiene lugar
en el método y en el objeto.
En el siglo XVI, el ambiente es parecido, si no más ácidamente crítico si
cabe todavía. En la península ibérica, Juan Luis Vives se enfrenta abierta-
mente al sistema del derecho común, insultando a Accursio y a Bártolo por
su oscuridad y cripticismo, con la intención de recuperar la inspiración fi-
losófica de lo jurídico.64 Será un espejismo puesto que en los reinos penin-
sulares, salvo alguna excepción notable como es el caso de Antonio Agus-
tín, el bartolismo seguirá su singladura sin prácticamente oposición, ni

64 Véase Maravall, J. A., Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, Madrid,


Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1999, pp. 179-190, en especial, pp. 182
y 183.
98 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

reacción en contrario. Pero en la Europa continental la situación presenta


un perfil nuevo, de crítica constructiva, de rechazo del modo tradicional y
de generación de una originaria forma de estilar el trabajo sobre lo jurídico.
Son varios los ejemplos que pueden extraerse con denuncias constantes, de
raigambre grecorromana, a la complejidad y abundancia excesiva de las le-
yes. Erasmo hace lo propio en los países bajos. En su Elogio de la locura,
aparecido en 1511, puede leerse la siguiente reflexión sobre el papel de los
juristas en general, y de los abogados en particular:

Los abogados reclaman para sí el primer puesto entre la gente culta. Ninguna
otra clase está más satisfecha de sí misma. No cesan de dar vueltas a la roca
de Sísifo, ordenando más de seiscientas leyes con el mismo espíritu sin im-
portarles si sirven para algo. Y viven amontonando glosa tras glosa. Y una
opinión sobre otra, como para dar a entender que su profesión es la más difí-
cil de todas. A sus ojos todo aquello que ofrece alguna dificultad o molestia
es distinguido.
Añadamos a éstos el grupo de sofistas y dialécticos, gente más locuaz y
escandalosa que los bronces de Dodona, capaces, cada uno de ellos, de com-
petir en garrulería con veinte mujeres escogidas. Mejor les iría si a la charla-
tanería no añadieran un espíritu pendenciero. Son capaces de venirse a las
manos por cosas tan nimias como el pelo de cabra, perdiendo en el ardor de
la refriega el hilo de la verdad. Pero también a éstos les hace felices su amor
propio. Con tres silogismos son capaces de contender desaforadamente con-
tra cualquiera y sobre cualquier tema. Estentor que se les opusiera, su petu-
lancia les haría invictos.65

Tomás Moro y Campanella propugnan en sus conocidas utopías una


reforma integral del sistema jurídico existente. Como se sabe, las utopías
hay que leerlas en su doble sentido: la propuesta de mundo ideal que ellas
muestran es la proyección de los mejores deseos e ideales de sus autores,
al mismo tiempo que aparece como denuncia clara contra la situación del
momento en que se escribe. Esta dualidad las hace sumamente atractivas:
es denuncia de un estado de cosas y es propuesta de cambio de ese mismo
estado.66

65 Rotterdam, Erasmo de, Elogio de la locura, introducción, traducción y notas de Pe-


dro Rodríguez Santidrián, Madrid, Alianza Editorial, 1998, § 51, pp. 106 y 107.
66 Véase Firpo, L., “Sfiducia nel diritto e riforma delle leggi nell’utopismo del Cinque-
cento”, La storia del diritto nel quadro delle scienze storiche. Atti del Primo Congresso
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 99

Así, Tomás Moro dice respecto a las leyes existentes en la isla de


Utopía:
Pocas son las leyes que tienen, pero suficientes para sus instituciones. Lo
que critican primeramente en los demás pueblos es el número infinito de le-
yes e interpretaciones, que, con todo, jamás son suficientes. Consideran in-
justo en extremo encadenar a los hombres con tantas leyes, tan numerosas
que es imposible leerlas todas, y tan oscuras que muy pocos pueden com-
prenderlas. Han suprimido así todos los abogados que defienden las causas,
y en manera sutil disputan sobre las leyes. La experiencia les enseñó que es
preferible que cada cual defienda su pleito y exponga al juez lo que habría
manifestado a su defensor. En esa forma evitan complicaciones, y es más fá-
cil dilucidar la verdad. Mientras los litigantes hablan, sin todas las argucias
que los defensores enseñan, el juez considera los argumentos y ayuda a los
hombres de bien contra las calumnias de los artificiosos.

Difícil sería aplicar tales normas en otros países donde hay tantas leyes y
su cumplimiento es tan complicado y difícil. Allí, en cambio, todos son ju-
risperitos, pues, como lo he dicho, las leyes son muy pocas, y su interpreta-
ción más simple pasa por ser la más equitativa.
Todas las leyes, como dicen, se promulgan para que cada cual sepa có-
mo ha de proceder; las interpretaciones más sutiles podrían sólo convenir a
unos pocos (ya que son pocos los que pueden entenderlas). Indispensables
son leyes cuyo sentido está al alcance de la mayoría. Con referencia al vul-
go, que es esa mayoría, y el que mayor número de leyes necesita, la abun-
dancia de ellas, cuya interpretación no alcanza nadie sino con gran inteli-
gencia y largas controversias, equivale a la ausencia de leyes, puesto que su
entendimiento no llega a comprenderlas, ni su vida, ocupada en el trabajo
necesario, bastaría para ello.67
Tomasso Campanella exalta la simplicidad de las leyes de la Ciudad del
sol, respecto de las cuales proclama que son “pocas, breves, claras y están
escritas en una tabla de bronce, colgada de los huecos del templo, es decir,
entre las columnas”. La sencillez de las mismas se extiende a su propia es-
tructura lógica:

Internazionale della Società Italiana di Storia del Diritto, Florencia, Leo S. Olschki Edito-
re, 1966, pp. 459-467.
67 Moro, Tomás, Utopía, 14 ed., México, Porrúa, 2001, libro II, pp. 84 y 85.
100 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Cada una de ellas contiene en estilo metafísico y breve las definiciones de las
esencias de las cosas, o sea, qué es Dios, los ángeles, el mundo, las estrellas,
el hombre, la fatalidad, la virtud, etcétera, todo ello, con un gran sentido.
Están también indicadas las definiciones de todas las virtudes. El juez de ca-
da virtud ocupa un asiento, llamado tribunal, colocado precisamente debajo
de la columna en donde se halla la definición de la virtud que le corres-
ponde juzgar. Para ejercer su función, se siente en él y, volviéndose al
culpable, le dice: Hijo, has faltado a esta sagrada definición (por ejemplo,
la de la magnanimidad, la de la beneficencia, etcétera.). La lee…, y, después
de una discusión, le condena al castigo merecido por su delito (malos tratos,
deshonor, soberbia, ingratitud, pereza, etcétera.). Las penas son verdaderas
y eficaces medicinas que tienen más aspecto de amor que de castigo.68

En este contexto claramente reformista, Guillermo Budeo propone cam-


bios en Francia caminando hacia esa misma dirección novedosa: reclama
la presencia de estudios humanísticos en el campo jurídico hasta alcanzar
un saber de corte universal.69 La necesidad de la reforma era sentida de un
modo general en la práctica totalidad de los reinos europeos. Fue esta vez el
país galo quien tomó la delantera al tradicional dominio itálico en la inves-
tigación jurídica, aunque el nuevo movimiento tuvo una proyección euro-
pea —que hace que el calificativo “gálico” con el que se acompaña tradi-
cionalmente esta denominación— carezca de precisión y exactitud. Uno de
sus iniciadores, Andrea Alciato, era de origen italiano, y Ulrich Zasio, im-
portante figura posterior, alemán. Se ha mantenido ese calificativo por
cierta convención histórica no exenta de razón (puesto que fueron las uni-
versidades francesas y los docentes franceses quienes le dieron un impulso
mayor y lo llevaron a su culminación intelectual), pero al mismo tiempo no
debe olvidarse que también el “bartolismo” tuvo sus raíces en Italia para
expandirse de una forma paulatina por toda Europa, hallándose en prácti-
camente cada nación europea figuras de gran relevancia y prestigio, que no
tienen nada que envidiar a sus antecesores italianos.

68 Campanella, Tomasso, “La imaginaria Ciudad del Sol (idea de una República filo-
sófica)”, Utopías del Renacimiento, estudio preliminar de Eugenio Imaz, México, Fondo de
Cultura Económica, 2001, pp. 185 y 186.
69 Véase Kelley, D. R., “Guillaume Budé and the first historical school of law”, Ameri-
can Historical Review, vol. LXXII, núm. 3, abril de1967, pp. 807-834; y Piano Mortari, V.,
“Studia humanitatis e scientia iuris in Guglielmo Budeo”, Diritto, logica, metodo nel secolo
XVI… cit., pp. 321-345.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 101

Hay, por tanto, una clara conciencia intelectual respecto a la necesidad


del cambio. ¿Por qué se produce este tránsito? Porque se había vaciado el
filón utilizado hasta entonces. El “bartolismo jurídico” o mos italicus había
agotado su yacimiento, entendiendo por tal su modo de obrar, su propia
concepción del derecho y del método jurídico.70 Los postulados que se ha-
bían defendido a ultranza quedaron desacreditados por la realidad europea
del momento. La práctica demostró la inoperancia de sus construcciones,
la complejidad de las mismas, su descrédito, su alejamiento de la realidad
cotidiana. Sus representantes habían visto en el derecho romano una suerte
de ordenamiento jurídico de corte intemporal, eterno, con validez en todo
momento y en todo lugar, lo cual chocaba abiertamente con una Europa
que empezaba a gestar los modernos reinos sobre los que se construiría el
poder estatal en la Edad Moderna. Frente a ese derecho único y uniforme,
la realidad mostraba el cúmulo de derechos nacionales que hacían de ese
ideal unitario una verdadera utopía al estilo renacentista. Debido a tal con-
sideración eterna, los juristas procedieron a la aplicación de ese derecho a
la realidad social con lo que la situación se hizo más compleja por la
coexistencia de dos órdenes normativos de muy dispar procedencia y evo-
lución intelectual. Ello provocó los correspondientes conflictos normati-
vos entre un derecho que avanzaba implacable y otro derecho que se resis-
tía a fallecer. Piénsese en el caso de Castilla, con esa pugna entre las
Partidas y los fueros municipales, la solución de compromiso de Alcalá y la
necesaria solución de las Leyes de Toro con el fin de aclarar todo el panora-

70 Acerca del método de los glosadores y comentaristas, véase Riccobono, S., “Mos
italicus e mos gallicus nella interpretazione del Corpus Iuris Civilis”, Acta Congressus Iuri-
dici Internationalis, Roma, Pontificium Instituti Utriusque Iuris, 1935, t. II, pp. 377-398;
Calasso, F., Medio Evo del Diritto. I. Le fonti, pp. 521 y ss.; Weimar, P. “Die legistische Li-
teratur und die Methode des Rechtsunterrichts der Glossatorenzeit”, Ius Commune, vol. II,
1969, pp. 43-83, ampliado en Coing, H., (coord.), Handbuch der Quellen und Literatur der
Neueren Eurpäischen Privatrechtsgeschichte... Erster Band, Mittelalter (1100-1500), Mu-
nich, C. H. Beck’sche Verlagsbuchhandlung, 1973, pp. 129-260; Horn, N., “Die juristische
Literatur der Kommentatorenzeit”, Ius Commune, vol. II, pp. 84-129 (ampliado en Coing,
op. cit., t. I, pp. 260-364); Carpintero Benítez, F., “Mos italicus, mos gallicus y el Humanis-
mo racionalista. Una contribución al la historia de la metodología jurídica”, Ius Commune,
vol. VI, 1977, pp. 108-171; y “En torno al método de los juristas medievales”, AHDE, vol.
LII, 1982, pp. 617-647; Cannata, C. A., Historia de la ciencia jurídica europea, Madrid,
Tecnos, 1996, pp. 142-150; Wieacker, F., Historia del derecho privado de la edad moder-
na… cit., pp. 17-64; y Hespanha, A. M., Cultura jurídica europea. Síntesis de un milenio,
Madrid, Tecnos, 2002, pp. 73 y ss.
102 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ma existente: la colisión entre sistemas, que no había podido darse en la


época altomedieval donde el orden jurídico aparecía reconducido a la uni-
dad divina.
El derecho romano era, para ellos, un derecho práctico de manera indis-
cutible, pero su empleo no exigía conocimientos especiales de tipo históri-
co, filológico, literario o filosófico. Se aceptaba la edición común de la
obra justinianea sin la menor crítica, olvidando que había sido una recopi-
lación de textos romanos de diversas épocas, que había experimentado un
peregrinaje altomedieval azaroso, que había sufrido los embates lógicos de
los glosadores y las construcciones pragmáticas de los comentaristas, en
fin, que distaba mucho de ser ese cuerpo inmutable e intocable que algunos
pretendían ver.
Por otra parte, los juristas se habían centrado exclusivamente en el mun-
do del derecho. Esto había supuesto una renuncia, no sabemos si querida o
no, hacia cualquier otra forma de conocimiento, principal o auxiliar, de lo
jurídico. Se ha denunciado su falta de conocimientos históricos que impi-
dió que pudiese contemplar el derecho romano en una perspectiva tempo-
ral. Para Bártolo y sus seguidores, la obra de Justiniano era un regalo de
Dios, recibido íntegramente y dispuesto para ser examinado. No había
preocupación por la génesis de esas obras, por su trayectoria en el tiempo,
por las corrupciones que pudiera haber sufrido tras varios siglos de peripe-
cias. Se trataba de una creación divina y al ser humano le quedaba exclusi-
vamente la posibilidad de comentarla, sin cuestionar ninguna otra materia
relacionada con la misma. Era una especie de dogma, de verdad, de fe, de
texto sagrado que solamente puede ser empleado, mas nunca cuestionado.
La sumisión completa fue la regla general. Con ello se aseguraba una fide-
lidad sin límites al texto, aceptado sin el menor comentario crítico, sin la
menor duda o vacilación.
Finalmente, el método de los juristas itálicos había desembocado en un
casuismo excesivo, desaforado. Como resultado de la aplicación de las
pautas de razonamiento aristotélico, se había conseguido desmenuzar cada
argumento lógico, cada proposición jurídica hasta sus más pequeños ele-
mentos. Los átomos que constituían la base del orden jurídico eran someti-
dos a un proceso interpretativo exhaustivo. Los casos, los textos eran frag-
mentados con una precisión quirúrgica digna de encomio a la búsqueda de
la palabra, del adverbio, del calificativo, en el que pudiese hallarse la clave
explicativa de todo el pasaje comentado, o el fundamento del razonamiento
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 103

jurídico, de la nueva interpretación. El camino lógico que se seguía era si-


milar en todos los casos: división en leges o en paragrapha del texto roma-
no analizado, inserción de un summarium con el esquema de las cuestiones
que van a ser tratadas, con una numeración correlativa. El casuismo se tra-
dujo en la ausencia de un orden en sus obras, que aparecen ante los ojos de
un moderno espectador como una cascada de opiniones y razonamientos,
porque su preocupación principal fue el análisis, nunca la síntesis. Por ese
motivo, faltaron en sus obras exposiciones o visiones globales. Los casos
prácticos, las cuestiones, se amontonaban a propósito de ciertos textos que
servían muchas veces como excusas o pretextos para desarrollar razona-
mientos alambicados y complejos. A ello debemos sumarse la excesiva fa-
rragosidad que provocó el abuso del recurso de autoridad hasta el punto
que las obras de los juristas fueron compendios de las opiniones de otros
doctores con la consiguiente eliminación de la originalidad y de la propia
capacidad, inventiva e imaginación del autor de turno. Frente al método
analítico-casuístico se opondría uno nuevo de corte sintético e histórico.71
En la universidad francesa de Bourges va a iniciarse un movimiento re-
formador que se desarrollará de frente, punto por punto, a los argumentos
dominantes en la Europa renacentista. Se trata del conocido mos gallicus
(por oposición al italiano) o simplemente el llamado “humanismo jurídi-
co”, puesto que aplica las notas singulares del humanismo renacentista al
campo del derecho.72

71 Véase Piano Mortari, V., “Considerazioni sugli scritti programmatici dei giuristi del
secolo XVI”, Diritto, Logica, Metodo nel secolo XVI... cit., pp. 267-300.
72 Véase Carpintero Benítez, F., Mos italicus, mos gallicus y el humanismo racio-
nalista, pp. 124-135. El trabajo más completo sobre el particular es el de Piano Mortari,
V., Cinquecento giuridico francese. Lineamenti generali, Nápoles, Liguori Editore,
1995, pp. 195 y ss. Otras visiones pueden consultarse en Maffei, D., Gli inizi dell’uma-
nesimo giuridico, Milán, Giuffrè, 1956, pp. 61 y ss.; Kisch, G., Erasmus und die Juris-
prudenz seiner Zeit. Studien zum Humanisitischen Rechtsdenken, Basilea, Helbing &
Lichtenhahn, 1960, passim, y específicamente, pp. 381-403; Orestano, R., Introduzione
allo studio storico del diritto romano, 2a. ed., Turín, G. Giappichelli Editore, 1963, passim;
Calasso, F., “Umanesimo giuridico”, Introduzione al diritto comune... cit., pp. 183-205;
Espinosa Gomes da Silva, N. J., Humanismo e direito em Portugal no século XVI, Lisboa,
Universidad de Lisboa, 1964, pp. 11 y ss.; las colaboraciones de los ya mencionados Ores-
tano, R,. “Diritto e storia nel pensiero giuridico del secolo XVI”, La storia del diritto nel
quadro delle scienze storiche... cit., pp. 389-415; y Kisch, G., “Die humanistische Jurispru-
denz”, ibidem, pp. 468-490; Villey, M., La formation de la pensée juridique moderne.
Cours d’histoire de philosophie du droit, 9a ed., París, Éditions Montchrestien, 1975, pp.
104 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Alciato, Zasio, Cujacio, Dionisio Godofredo, y Hugo Donello, y, en


España, Nebrija73 y Antonio Agustín,74 son los más selectos representantes
de esta nueva orientación metodológica que trata de superar, más que de
derribar, el sistema clásico.75 ¿Cuál o cuáles fueron las direcciones que se
siguieron? Precisamente las opuestas a las que imperaron en las centurias
anteriores y que habían demostrado su agotamiento. La revolución, silen-
ciosa, tranquila, se venía ya forjando desde un siglo antes.
En primer lugar, se abandonó la consideración del corpus justinianeo
como una obra definitiva, inmutable, sagrada. Los autores procedieron, con
ese afán de conocimiento que caracterizó a los pensadores renacentistas, a
una depuración histórica y filológica del derecho romano conocido. La his-
toria y la filología pasan, a un primer plano sin anular los conocimientos ju-
rídicos inexcusables. Pero el razonamiento del que parten es tremendamen-
te exacto: si se quiere conocer en profundidad el derecho romano, se debe
partir primero de un conocimiento perfecto del latín, tanto del clásico como
del vulgar que se hablaba en los estertores del Imperio, y, a continuación,
examinar y estudiar la historia de Roma y su evolución. Solamente con es-
tos dos instrumentos es posible abordar después con éxito una investiga-

507 y ss.; Cavanna, A., Storia del diritto moderno in Europa. I… cit., pp. 172 y ss.; Stein, P.
G., “Legal Humanism and Legal Science”, Tijdschrift voor Rechtsgeschiedenis, vol. LIV,
1986, pp. 297-306; Cannata, C. A., Historia de la ciencia jurídica europea… cit., pp.
148-150; Wieacker, F., Historia del derecho privado de la edad moderna… cit., pp. 56-64;
y Hespanha, A. M., Cultura jurídica europea… cit., pp. 139-142.
73 Véase García y García, A., “Las anotaciones de Elio Antonio de Nebrija a las Pan-
dectas”, AHDE, vol. XXXV, 1965, pp. 557-564.
74 Véase Gómez Piñán, T., “Antonio Agustín (1517-1586). Su significación en la cien-
cia canónica”, AHDE, vol. V, 1928, pp. 346-388.
75 Sin lugar a duda y sin que esto suponga minusvalorar a otros egregios representan-
tes, las dos figuras más excelsas de esta corriente jurídica fueron Jacobo Cujacio
(1520-1590) y Hugo Donello (1527-1591), el primero en el plano crítico-analítico, el se-
gundo en el sistemático. Sobre los mismos, véase Piano Mortari, V., Cinquecento giuridico
francese… cit., pp. 358-365 y pp. 368-374, respectivamente. El programa de Cujacio ex-
puesto en una breve carta en la que hace un inventario de textos y libros que deben compo-
ner la biblioteca de un estudiante de derecho, puede consultarse en Flach, J., “Cujas, les
glossateurs et les bartolistes”, Nouvelle Revue Historique de Droit Français et Étranger,
vol. VII, 1883, pp. 205-227. No todo fue unanimidad científica y laudatoria. Alberico Gen-
tili, jurista italiano de la segunda mitad del siglo XVI, critica abiertamente a esta “jurispru-
dencia culta”. Véase Astuti, G., “Mos italicus e mos gallicus nei dialoghi De iuris interpre-
tatibus di Alberico Gentili”, Rivista di storia del diritto italiano, vol. XV, 1937, pp.
149-207; y Garin, E., “Leggi, diritto e storia nelle discussioni dei secoli XV e XVI”, La sto-
ria del diritto nel quadro delle scienze storiche... cit., pp. 417-435.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 105

ción jurídica con plenas garantías. La historia y la filología fueron la puerta


que se abrió para que toda una serie de disciplinas, en principio alejadas de
los campos jurídicos, fuesen aceptadas en el trabajo de estos juristas. La
moral o la ética, la literatura en sus distintas ramas y estilos, la filosofía,
fueron empleadas con profusión para ilustrar, glosar o explicar los nuevos
trabajos acerca del derecho romano. Este conocimiento histórico y lingüís-
tico no estaba del todo desencaminado.
El estudio de un texto romano no podía realizarse aislando el mismo co-
mo en un laboratorio. Debía de tenerse en cuenta el contexto en el que ha-
bía surgido, el ambiente que alumbró dicho fragmento normativo y la ex-
presión del mismo. Con lo primero, se conocería su génesis, las causas que
lo motivaron y los efectos que produjo. Con lo segundo, se conseguiría sa-
ber cómo eran las expresiones, el lenguaje típico de un momento de la his-
toria romana con la vista puesta en el descubrimiento de posibles interpola-
ciones, corrupciones, inserciones o comentarios, que desvirtuasen o
alterasen el texto primigenio. Todo ello incardinado en una concepción de
los estudios humanísticos que consideraba necesaria la conexión estrecha
entre todos los saberes.76
No se trata solamente de recuperar la pureza de un derecho romano,
oculto bajo una capa de múltiples comentarios, alteraciones y deformacio-
nes: se busca eso en aras de un objetivo final mucho más sublime y de largo
alcance, cual era el de restaurar una cultura por la que se sentía verdadera
pasión y a la que se tenía que acceder desde todas las perspectivas posibles.
Como ha señalado acertadamente Piano Mortari, significó este esfuerzo de
depuración filológica una forma de valoración nueva de la obra justinianea
como un producto humano admirable, pero perteneciente a un determinado
periodo histórico, abierto a una consideración que implícitamente dismi-
nuía su contenido metajurídico y eterno.77
Una primera depuración histórica y filológica de los textos jurídicos ro-
manos constituye el necesario punto de partida para la construcción del

76 Esto provocó una pugna entre los criterios que debían estimarse preponderantes.
Algunos otorgan primacía a los elementos históricos y filológicos, caso de Budeo, Hotman,
Charonda, Duareno o Cagnolo. Otros reconstruyen el corpus justiniano a partir de criterios
estrictamente jurídicos, sin el auxilio de otras disciplinas, como Baro, Cujacio o Donello.
Cfr. Fiorelli, P., “Giuristi e linguisti tra istituzione e storia”, La storia del diritto nel quadro
delle scienze storiche... cit., pp. 447-458; y Carpintero Benítez, F., Mos italicus, mos galli-
cus y el humanismo racionalista, pp. 126-127.
77 Cfr. Piano Mortari, V., Cinquecento giuridico francese... cit., p. 196.
106 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

universo jurídico propio sobre el que trabajar: se produce así una liberación
del pesado yugo que constituían las glosas y los comentarios medievales,
así como las correcciones introducidas en los propios textos clásicos por
los compiladores justinianeos. Al estudio jurídico se le suma el estudio filo-
lógico, lingüístico, con la finalidad de encuadrar cada porción de los textos
en su lugar adecuado y en su sentido originario, desprendiéndolo de toda
suerte de corrupción provocada por la impericia de los juristas intermedia-
rios. Su fruto se puede ver en las excelentes ediciones críticas debidas a mu-
chos de estos autores como Jacobo Godofredo (Código Teodosiano) o Dio-
nisio Godofredo (el Corpus Iuris Civilis). La recuperación de un lenguaje
sabio, equilibrado, suponía consagrar el mayor tecnicismo posible dentro
del tecnicismo jurídico.
Aceptada la existencia científica del derecho y su carácter de saber espe-
cializado, es preciso que esto se desarrolle con pulcritud y escrupuloso res-
peto al lenguaje propio.
Ese conocimiento suponía además la reivindicación del texto como pun-
to de partida de todo trabajo jurídico. En efecto, las glosas y los comenta-
rios habían conseguido el oscurecimiento de los textos hasta el punto que
los autores procedían a trabajar sobre la base de los grandes aparatos debi-
dos a los más selectos autores. El texto legal del que se partía era eliminado
de cualquier tipo de examen. En consecuencia, el nuevo humanismo rei-
vindicó el estudio de los textos teniendo en cuenta su propia literalidad,
evitando en la medida de lo posible recurrir a los trabajos de otros autores
como referencia. Con ello se daba el golpe de gracia al argumento de auto-
ridad y la opinión común, como elementos claves del razonamiento jurídi-
co. Se ponía de relieve así la capacidad del hombre para razonar por sí mis-
mo, con la consecuente tendencia a evitar la excesiva dependencia férrea
de los argumentos de otros escritores. En consonancia con el espíritu del
Renacimiento y su marcado optimismo antropológico, se colocaba al hom-
bre como medida de todas las cosas en el campo del derecho para su crea-
ción y para su interpretación. No se obviaba el juego de la razón, sino que,
al contrario, se potenció su uso, pero dentro de unos límites que evitasen
las degeneraciones en que habían incurrido los juristas de épocas anterio-
res.78 Se prescindía conscientemente del pasado en aras del mismo pasado,

78 Predominando más entre los autores alemanes que entre los franceses. Véase Piano
Mortari, V., “Dialettica e giurisprudenza. Studio sui trattati di dialettica legale del sec.
XVI”, Diritto, logica, metodo nel secolo XVI... cit., pp. 117-264.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 107

de la recuperación de una pureza interpretativa primigenia. Como ha desta-


cado Francisco Carpintero, lo que en verdad se propusieron estos juristas
era el redescubrimiento y la restauración del derecho romano, sepultado,
corrompido y desordenado por obra y gracia de los propios compiladores
justinianeos y, sobre todo, por la labor de los juristas de los siglos XIV, XV
y XVI.
Ello hace que las citas de los grandes juristas anteriores desaparezcan de
sus obras, salvo para efectuar refutaciones, correcciones o simplemente in-
sultar.79 Piano Mortari ha puesto de relieve que esta nueva forma de enca-
rar los textos jurídicos originó una discusión vivaz sobre el efectivo carác-
ter lógico del derecho justinianeo, contribuyendo a continuar una libre
crítica del patrimonio jurídico tradicional y a afirmar el derecho y la posibi-
lidad del pensamiento humano de construir una nueva ciencia del derecho
sobre bases y criterios puramente racionales.80 Con ello se produjo el con-
secuente proceso de reforma de los estudios jurídicos, de la enseñanza que
debía encaminarse, pues, a la exégesis del texto de la ley (no a los comenta-
rios), para formar espíritus jurídicos propensores a la síntesis y a la siste-
matización frente a la tendencia doctrinal y analítica de los comentaristas.
Por último, la forma, el elemento externo, la medida en que ese conteni-
do renovador procede a ser comunicado al gran o pequeño público, según
los casos. El estudio del derecho romano desde estas nuevas perspectivas
debería traslucir en las propias construcciones de los autores. Frente al esti-
lo rudimentario que habían conseguido crear los juristas al modo itálico,
farragoso, oscuro, complejo, lleno de abreviaturas, superpuesto a lo esen-
cial, sin diferenciar lo principal de lo secundario, el nuevo método permiti-
rá la recuperación de un estilo literario, de un componente estético muy
marcado en la propia exposición. La restauración del latín clásico supone
la reivindicación de su utilidad para la jurisprudencia que gana con todo
ello en claridad expositiva, incluso en simple belleza y delectación del lec-
tor aficionado y del lector especialista. Pero hay más: se puede detectar una
clara preocupación por el sistema, por la construcción arreglada del orden
jurídico, inspirado en el idealismo platónico y en la legendaria obra de Ci-
cerón (De iure civili in artem redigendo), que implica la crítica demoledora
al atomismo, a la ausencia de método y al carácter analítico de los juristas

79 Cfr. Carpintero Benítez, F., Mos italicus, mos gallicus y el humanismo racionalista,
p. 125.
80 Cfr. Piano Mortari, V., Cinquecento giuridico francese... cit., p. 197.
108 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

de la época precedente. Las exposiciones de Donello o de Domat en los si-


glos XVI y XVII, respectivamente, son claras muestras de este afán orde-
nador. Se recupera asimismo la atención por el derecho natural de carácter
racionalista y sistemático. La influencia de la visión del derecho natural ro-
mano implicó una clara preocupación por los aspectos filosóficos y mora-
les del saber jurídico: el jurista bien formado ha de saber las leyes, pero
también ha de ser capaz de elaborar sus propias formulaciones acerca de la
justicia y de la ley natural, como afirmaba Jean Bodin.81
En ese convulso siglo XVI y precisamente en la Francia donde se co-
menzaba a gestar esta corriente, aparece la obra de un polémico escritor
que causó un gran revuelo en las tranquilas conciencias de una nación.
François Rabelais publica su obra capital en sucesivas entregas,82 obra que
se enmarca dentro de todo un movimiento europeo de literatura satírica de
aventuras, en donde la narración de la vida de un ser excepcional (sea un
pícaro, sea una saga de gigantes como en este caso), se emplea como excu-
sa para trazar una radiografía de la sociedad del momento con la crítica ace-
rada a todos los elementos que la componen. Es el papel que cumple el La-
zarillo de Tormes en España, con su visión descarnada de una realidad
sufriente y dolorosa, donde el hambre y su combate aparece como auténti-
co hilo conductor, o el Till Eulenspiegel en Alemania, más en una línea de
reivindicación de esa inteligencia popular innata. Pero en el caso francés,
el autor es un hombre culto.83 No se trata de una obra anónima que recopila

81 Como advierte Hespanha, A. M., Cultura jurídica europea... cit., p. 141, se mostra-
ron críticos con el derecho justinianeo en nombre de un pretendido derecho romano clásico,
pero lo que verdaderamente les atraía era un derecho que respondiese a las preocupaciones
de los filósofos y juristas de su tiempo, un derecho que “fuese sistematizable y reductible a
dos o tres principios racionales adaptados a la cosmovisión de la época”. Según su pensa-
miento, ese derecho con esas características había sido el derecho clásico, desfigurado y re-
ducido luego por Justiniano y Triboniano, blanco de numerosos ataques. Sin esa corrup-
ción, el derecho romano conservaría su carácter axiomático que se podría reducir a unos
pocos principios racionales, como el pacta sunt servanda o el neminem laedere.
82 Manejo la siguiente edición: Rabelais, F., Gargantúa y Pantagruel, 4a ed., México,
Porrúa, 1999. Acerca del papel que representan el autor y su obra en el contexto de la litera-
tura francesa, véase Brunel, P. et al., Histoire de la literature française, t. I: Du Moyen Âge
au XVIII siècle, Bordas, París, 1977, pp. 85-107; y Del Prado, J. (coord.), Historia de la lite-
ratura francesa, Madrid, Cátedra, 1994, pp. 242-258.
83 Referencias al mundo jurídico en la obra de Rabelais, véase Villey, M., La forma-
tion de la pensée juridique moderne… cit., pp. 515 y 516. Más en detalle, véase Plattard, J.,
La vie et l’oeuvre de Rabelais, París, Boivin, 1939, pp. 10-18, p. 79 y pp. 92 y 93; Marichal,
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 109

leyendas de personajes dotados de una inteligencia natural, inteligencia


que se ve afilada por las propias necesidades que tienen que subvenir. Por
eso, sus proyecciones intelectuales son mayores que en los otros dos ejem-
plos reseñados: las citas que hace, el manejo de fuentes, el empleo de otros
idiomas, son muestras claras de esa superioridad intelectual, que no es obs-
táculo para observar un cierto componente popular en el tema principal del
libro. Lo que sucede es que ese marchamo vulgar es pasado por el tamiz de
una buena cabeza, sólidamente preparada, y de una mejor pluma.
Nacido en la Turena, a fines del siglo XV, se sabe que Rabelais cursó es-
tudios de derecho y de medicina, además de dedicarse a las más variopintas
actividades,84 y que frecuentó entre 1520 y 1527 círculos de juristas, cono-
ciendo de cerca el derecho canónico en Poitiers. Esto tendrá su reflejo en
las aventuras de Gargantúa y Pantagruel. François Rabelais ingresa joven
en la orden franciscana, satirizada como todas las demás en su magna obra,
para iniciar sus estudios de griego en Fontenay. Allí mantiene correspon-
dencia con Guillermo Budeo, iniciador del estilo jurisprudencial francés.
Pasa en 1525 a la orden benedictina, viajando por el Poitou y el Périgord.
Estudia medicina en Montpellier desde el año 1530, donde halla un gran
renombre, lo mismo que en Lyon, a pesar de carecer del título. Parece ser
que su conocimiento completo del mundo jurídico procederá de estas dos
experiencias reseñadas: la lectura de las Adnotationes de Budeo a las Pan-
dectas, y las amistades que frecuenta en Poitiers y en el Poitou, donde se in-

R., Rabelais et la réforme de la justice, Bibliothèque d’Humanisme et Renaissance, 14,


1952, pp. 176-192; Lefranc, A., Rabelais. Études sur Gargantua, Pantagruel, le Tiers Liv-
re, París, Albin Michel, 1953, pp. 340 y ss.; Nardi, E.,“Rabelais e il diritto romano”,
Studi Urbinati. Scienze giuridiche ed economiche, 12, 1959-1960, pp. 37-68; Rabelais e
il diritto romano, Milán, Giuffrè, 1962, pp. 79 y ss. (ampliación del anterior trabajo); y
“Seigny Joan le fol e il fumo dell’arrosto”, Studi in onore di Biondo Biondi, Milán, Giuffrè,
1965, t. II, pp. 243-267; Lazard, M., Rabelais et la Renaissance, París, Presses Universitai-
res de France, 1979, pp. 31 y 32; y Rabelais: l’humaniste, París, Hachette, 1993, pp.
99-103; Desrosiers-Bonin, D., Rabelais et l’humanisme civil. Études rabelaisiennes, Gine-
bra, Librairie Doz, 1992, t. XXVII, pp. 19 y ss., y Van der Merwe, D., “Making light of
heavy weather: Francois Rabelais’s deconstruction of scholastic legal science”, Miscella-
nea Domenico Maffei dicata Historia-Ius-Studium, Goldbahc, Keip Verlag, 1995, t. II, pp.
541-556.
84 Cfr. Nardi, E., Rabelais e il diritto romano, pp. 1-18 y 43; enumera entre otros
los siguientes oficios: médico privado, hospedero, soldado, médico personal y secreta-
rio particular de un alto prelado embajador en la santa sede, Jean du Bellay, y luego pro-
tegido del hermano de éste, Guillaume, editor de almanaques y de textos jurídicos de la an-
tigüedad, hermano menor franciscano, benedictino, canónigo, sacerdote, etcétera.
110 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

serta en un círculo de juristas prácticos con Tiraqueau a la cabeza. Pasa


después a Italia, como médico personal del diplomático Jean de Bellay, a
cuyo hermano, Guillaume, servirá también más adelante. Regresa a Fran-
cia tras la experiencia italiana y se doctora en medicina en el año 1537.85
Su obra capital seguirá la siguiente cronología: en 1532 aparece Panta-
gruel en Lyon, y en 1534, Gargantúa en la misma ciudad. El libro lleva la
firma de Alcofribas Naser, anagrama del propio Rabelais. A pesar de la dis-
tancia temporal, este segundo libro es considerado, en buena lógica, como
la primera parte. Habrán de pasar unos años para que en 1546 salga de la
imprenta el tercer libro de Pantagruel, dedicado a Margarita de Navarra,
condenado por la Sorbona por herejía, lo que forzó al autor a huir a Metz,
de donde pasa a Lyon, en donde aparecen los primeros capítulos del libro
cuarto, ya en el año 1548. Muere Rabelais en 1553. En 1562 aparecen los
dieciséis primeros capítulos del quinto libro, del que se duda si fue obra
personal de Rabelais, que no se completará hasta el año 1654. Es muy pro-
bable, y así lo entiende la doctrina, que Rabelais dejase escritos algunos ca-
pítulos, los cuales fueron objeto de reelaboración por manos anónimas que
trataron de aprovechar el increíble tirón editorial de las entregas anteriores,
de las que, se cuenta, se hicieron más ediciones que de la Biblia.
Con toda justicia, se ha dicho que la personalidad de Rabelais oscila en-
tre la del gran humanista y la del narrador jocoso y mordaz, pleno de humor
amargo y cruel, que emplea la narración en clave paródica para plantear los
problemas más acuciantes de su tiempo. Contrario a todo tipo de dogmatis-
mo, el rechazo al ascetismo y a la superstición le llevaron a criticar con
fuerza a la Iglesia por sus métodos tradicionales de educación, un claro
ejemplo de ello es la carta de Gargantúa que expondré más adelante. Sepa-
rado tanto de católicos como de hugonotes, Rabelais se aparece como un
Erasmo a la francesa, un espíritu libre, sin complejos, sabio hasta la raíz,
conocedor de la ciencia y con una confianza ciega en la naturaleza del
hombre, cuyos defectos sabe disculpar sin perjuicio de criticarlos con rabia

85 Para la formación de Rabelais, véase Plattard, J., La vie et l’oeuvre de Rabelais…


cit., passim; el estudio introductorio de France, A., “Vida de Rabelais”, Gargantúa y Panta-
gruel… cit., pp. IX-LVIII; y Laclaventine, J. M., Rabelais, La devinière, ou le havre perdu,
St. Cyr-sur-Loire, Collection Maison d’Écrivain, 1992. Para el conocimiento del entorno en
que nace su obra son indispensables las contribuciones de Febvre, L., El problema de la in-
credulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais, Madrid, Akal Ediciones, 1993; y Baj-
tin, M., La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François
Rabelais, Madrid, Alianza Editorial, 1998.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 111

y con fuerza. Su capacidad de saber se proyecta asimismo en el campo del


derecho. No deben olvidarse sus estudios canónicos y su correspondencia
con Budeo. Parece que tales episodios epistolares no fueron en balde. El
autor es capaz de reproducir el estilo enrevesado de los juristas, al mismo
tiempo que cita con profusión y acierto, en la mayor parte de los casos, tex-
tos de derecho romano, de derecho canónico, glosas y comentarios de pro-
cedencia dispar, en una acumulación de saber y erudición que debía ser
muy propia del estilo del foro, de la misma forma que, imitando a la perfec-
ción el estilo de los juristas, es capaz de mimetizar su práctica con inven-
ciones agudas e ingeniosas. Su obra aparece como una enciclopedia del sa-
ber del momento, pero una enciclopedia escrita con ironía, con ánimo
satírico y paródico, en clave humorística. De un modo deliberado, la obra
va a erigirse en la manifestación literaria del nuevo estilo jurisprudencial y
en su mayor defensora.
La Francia del siglo XVI aparece afectada por los mismos problemas ju-
rídicos que se detectan en otras zonas de Europa: la dispersión jurídica, ma-
tizada por el papel relevante del derecho común con ánimo uniformador.
Es conocida la tradicional división del reino en dos grandes regiones, cali-
ficadas respectivamente como de derecho consuetudinario, les pays de
droit coutumier (el norte) y de derecho escrito, les pays de droit écrit (el
sur), región esta última donde el predominio del derecho romano a través
de sus versiones medievales había sido bastante intenso y continuado. De
hecho es en la Provenza donde se observa un dinamismo elevado en los
años previos al renacimiento boloñés con el empleo en diferentes obras de
textos justinianeos y del derecho romano en general.86 Las fronteras entre
ambas no eran del todo exactas, pues la tradicional línea divisoria trazada
alrededor de la isla de Francia, presentaba notables excepciones, como la
Auvernia, al sur de esa línea, con predominio del derecho consuetudinario,
o Alsacia, al norte, país de derecho escrito.87 Estas regiones meridionales
habían persistido en el uso del derecho romano de raíz teodosiana y se ha-
llaban estrechamente ligadas al norte de Italia por cuestiones de proximi-
dad geográfica, con la que comparten el movimiento de renacimiento polí-

86 Véase Riché, P., “Enseignement du droit en Gaule du VI au Xi siècle”, Ius Roma-


num Medii Aevi. Pars I, 5, b bb., Milán, Giuffrè, 1965; y Gouron, A., “Le science juridique
française au XI et XII siècles: diffusion du droit de Justinien et influences canoniques jus-
qu’à Gratien”, Ius Romanum Medii Aevi. Pars IV, Milán, Giuffrè, 1978.
87 Una aproximación geográfica a las diferentes zonas consuetudinarias en Laferrière,
M. F., Histoire du droit français, París, Cotillon Éditeur, 1858, t. VI, pp. 425 y ss.
112 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tico, económico y social de los siglos XI y XII. Aquí tuvieron el derecho


romano justinianeo y el derecho canónico, el estatuto y la autoridad de de-
recho común, mientras que las costumbres y los derechos locales se consi-
deraron como derechos particulares de tipo municipal, subordinados al an-
terior.
Los países de derecho consuetudinario muestran una separación del
derecho romano en virtud del desarrollo de un florido conjunto de cos-
tumbres locales, de inspiración germánica. Cuando se ordenó que estas
costumbres, inicialmente no plasmadas en ningún soporte físico, fueran
redactadas por escrito, por Carlos VII en el año 1453, se planteó el pro-
blema de la supletoriedad jurídica, es decir, a qué derecho acudir cuando
el consuetudinario no aportaba la solución concreta al caso planteado. Se
habló de la costumbre regional o de la costumbre vecina, pero finalmente
se acabaron apoyando en el prestigio del derecho justinianeo, no en su
condición de derecho vigente, sino en su calidad de razón escrita.
El derecho romano fue admitido, no sin encendidos debates doctrina-
les de corte jurídico y político, convirtiéndose en el derecho común de
Francia, bien por haber influido en varias costumbres cuando éstas fueron
puestas por escrito, bien a través de la práctica judicial de jueces y aboga-
dos, bien por medio de la interpretación oficial. La zona norte se aparta-
ba, sin negarlo totalmente, del precedente romano, mientras que la zona
sur se había convertido en un reducto donde persistió el derecho romano
vulgarizado a través de la redacción visigoda del Código Teodosiano y
donde fue posible la aparición de textos que manejaban con cierta profu-
sión la compilación justinianea. Todos los inconvenientes de la diversi-
dad jurídica hicieron conscientes a reyes y juristas de la necesidad de su-
peración, caminando hacia un orden jurídico nuevo y uniforme.88
La diversidad jurídica heredada del medievo fue suplida merced al papel
unificador que desempeñaron el derecho romano y el derecho canónico,
impulsados en el seno de las principales universidades que pueblan el suelo
galo, comenzando por la de Montpellier, fundada de acuerdo con la tradi-
ción por Placentino,89 a la que siguió toda una pléyade de centros de estu-

88 Recepción que se produce con altibajos debido a la renuencia de los monarcas fran-
ceses a reconocer la primacía del emperador alemán. Véase Chenon, E., “Le droit romain à
la Curia Regis de Philippe-Auguste à Philippe le Bel”, Mélanges Fitting, Montpellier, So-
ciètè Anonyme de l’Impremerie Générale du Midi, 1907, t. I, pp. 195-212.
89 Véase Gouron, A., “Les juristes de l’ècole de Montpellier”, Ius Romanum Medii Ae-
vi, Pars IV, 3 a., Milán, Giuffrè, 1970.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 113

dio. Las de París (a pesar de la prohibición de la enseñanza del derecho ro-


mano de Honorio III en 1219, levantada por Gregorio IX doce años
después), Toulouse u Orleáns, serán los frentes abiertos para la enseñanza
y posterior aplicación de ese derecho común, concebido como droit sa-
vant, como derecho sabio, siguiendo los esquemas prácticos desarrollados
en otras naciones. Francia se convierte, de la misma manera que el resto de
la Europa occidental, en territorio donde el derecho común consigue domi-
nar el panorama jurídico.90
La obra de Rabelais es esencialmente crítica con todos los estamentos de
la sociedad francesa del siglo XVI. Con la hipérbole, la exageración, el ex-
ceso como pretextos, el novelista compone una sátira ejemplar donde colo-
ca a cada uno en su sitio. Jueces, teólogos, oficiales del rey, nobles, cléri-
gos, soldados, etcétera, todos van desfilando por las páginas de la inmortal
obra y reciben su correspondiente dosis de humor amargo, de descripción
crítica, de sutil y fina ironía. Los juristas no escapan al ácido sentido del
análisis desplegado por Rabelais, bien mediante imprecaciones personales
que ponen de manifiesto su artera forma de actuar en el mundo judicial,
bien a través de irónicas referencias a su modo de argumentar. Pero lo que
quiero destacar de Rabelais no es simplemente su mirada crítica: es evi-
dente que el enfrentamiento con el modo itálico ocupa buena parte de
sus reflexiones y parodias, pero el autor es abanderado de una reforma sus-
tancial del operar jurídico que se traduce en una propuesta de cambios, de
modificaciones en el saber y en el actuar de los jurisconsultos.
La historia de Gargantúa, publicada en el año 1534, dos años después
del libro de Pantagruel, al que tiene que preceder desde el punto de vista

90 Véase la visión general que suministran los tratados clásicos de historia del derecho
francés acerca de las fuentes del derecho y de las relaciones entre costumbre, derecho escri-
to y derecho romano: Glasson, E., Histoire du droit et des institutions de la France, París,
Librairie Cotillon, 1891-1903, t. IV, pp. 14 y ss., y t. VIII, pp. 8 y ss.; Esmein, A., Cours élé-
mentaire d’histoire du droit français, 10a. ed., París, Librairie J. B. Sirey, 1910, pp. 708 y
ss.; Cavanna, A., Storia del diritto moderno in Europa. I... cit., pp. 391-409; Olivier-Martin,
F., Histoire du droit français des origines à la Révolution, París, Éditions du Centre Natio-
nal de la Recherche Scientifique, 1992, pp. 109 y ss., Bart, J., Histoire du droit privé. De la
chute de l’empire romain au XIX siècle, París, Éditions Montchrestien, 1998, pp. 107-141;
Guillot, O. et al., Pouvoirs et institutions dans la France médiévale. Des temps féodaux aux
temps de l’État, 2a ed., París, Armand Colin, 1998, t. II, pp. 60 y ss.; Ellul, J., Histoire des
institutions. Le Moyen Âge, París, Quadrige/PUF, 1999, pp. 136-143; y Basdevant Gaude-
met, B. y Gaudemet, J., Introduction historique au droit. XIII-XX siècles, París, Librairie
Générale de Droit et de Jurisprudente, 2000, pp. 95 y ss.
114 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

lógico, sirve de pretexto para destacar un primer ejemplo de crítica: al ini-


cio de la novela se cuenta cómo Gargantúa permaneció once meses en el
vientre de su madre, con las lógicas consecuencias que en el orden legal
ello comportaba a efectos de la legitimidad del descendiente. Problema
jurídico y médico, al que Rabelais debe dar respuesta por ser titular de
ambas condiciones. Obsérvese como se hace la parodia del modo escolás-
tico (y, por ende, jurídico) de razonar a través de la cita de argumentos, de
libros, autores, textos, acumulando material bibliográfico con la inten-
ción de hacer poderosa y plausible una afirmación totalmente imposible y
ridícula. El autor habla de todos estos autores pensadores “locos” cuyo
número no ha hecho más que aumentar por culpa de los juristas:

Antiguos y respetables pantagruelistas han confirmado esto que yo digo y lo


han declarado, no solamente posible, sino que han considerado legítimo al
hijo que da a luz la mujer en el undécimo mes subsiguiente a la muerte de su
marido.
Hipócrates, lib. De Alimento.
Plinio, lib. 7, cap. 5.
Plauto, In Cistellaria.
Marcus Varro, en su sátira titulada El testamento alegando la autoridad de
Aristóteles.
Cesorino, lib. De Die Natali.
Aristóteles, lib. 7, caps. 3 y 4 de Natura animalium.
Gelius, lib. 3, cap. 16.
Servius in Ecl. al exponer este verso de Virgilio: Matri longa decem, etc.
Y muchos otro locos, el número de los cuales ha sido aumentado por los le-
gistas ff de Luis et legit … l. intestado & fin y in authent de Restitur et ea
quae parit in XI mense.
Además con esto han embrollado también su estrafalaria ley Gallus ff de
Lib. et post. Et l. septimo ff de stat, homin., y muchas otras que ahora no
quiero citar.
A favor de estas leyes ya pueden las mujeres viudas jugar todos los envites y
todos los restos contra la continencia hasta dos meses después de la muerte
de sus maridos.91

91 Gargantúa y Pantagruel… cit., libro I, capítulo III, p. 11.


DERECHO COMÚN Y LITERATURA 115

El método es citado en otro pasaje posterior cuando Rabelais confiesa su


deseo de escribir en el futuro sobre un tema tan apasionante como los colo-
res que existen en la naturaleza, basándose en argumentos filosóficos y en
argumentos de autoridad.92
El conocimiento del mundo del derecho es acreditado por algunas aisla-
das reflexiones al derecho de gentes y al derecho natural, por ejemplo, a
propósito de las leyes del luto.93 Pero la crítica a los letrados no cesa. Los
habitantes de París son considerados como buenos juristas, a la par que
buenos juradores y algo presuntuosos.94 Los abogados se caracterizan por
su apetito desmesurado por la riqueza y por el comer, como se afirma en
otro pasaje. En una de las múltiples cenas que se suceden en la novela, el
monje Juan des Entommeures, honrado por Gargantúa, afirma que “yo ya
he cenado, pero por esto no comeré un punto menos; tengo el estómago cu-
bierto de tachuelas como las botas de San Benito y siempre abierto como la
bolsa de un abogado”.95 En un momento en que los protagonistas se dedi-
can a hablar sin tomar las medidas urgentes que la situación requería, nue-
vamente el monje Juan afirma, parodiando ahora a los canonistas, “¿es este
momento de burlas? Os parecéis a los predicadores decretalistas …”.96
En el segundo libro, dedicado a las aventuras de Pantagruel, la presencia
de lo jurídico es mayor, entre otros motivos, porque el protagonista, hijo de
Gargantúa, realizará estudios de derecho en varias universidades france-

92 Ibidem, Libro I, capítulo IX, p. 21: “Sin embargo, tengo esperanza de escribir algún
día sobre esto más extensamente y demostrar, tanto por razones filosóficas, como por auto-
ridades reconocidas y probadas, de gran antigüedad, cuáles y cuántos colores hay en la na-
turaleza y lo que por cada uno de ellos puede ser representado, si Dios me conserva la médu-
la del bonete, esto es, el jarro del vino, como le llamaba mi abuela”.
93 Ibidem, Libro I, capítulo X, p. 21: “Y no se debe esta significación a una imposición
humana, instituida o promulgada, sino que nace del consentimiento de todo el mundo, como
lo que los filósofos llaman jus gentium, vigente en todas las comarcas, pues demasiado sa-
béis que todos los pueblos, todas las naciones (excepto los antiguos siracusano y algunos ar-
givos que tenían el alma al revés), cuando quieren demostrar exteriormente su tristeza, lle-
van ropas negras y todos los duelos se representan por el color negro. El consentimiento
universal, que no es hijo de un acuerdo y para el que la naturaleza no da argumento ni razón,
pero que cada uno de pronto puede comprenderlo por sí mismo, sin ser instruido en ello por
tercera persona, lo llamamos derecho natural”.
94 Puede que esos epítetos sean intrínsecos a todos los juristas. Véase Gargantúa y
Pantagruel… cit., Libro I, capítulo XVII, p. 32: “Los parisienses que se componen de gen-
tes de todos los países, y están hechos de piezas de todas las procedencias, son por naturale-
za buenos juradores, buenos juristas y un poco despreocupados”.
95 Gargantúa y Pantagruel… cit., Libro I, capítulo XXXIX, p. 64.
96 Ibidem, Libro I, capítulo XLII, p. 69.
116 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sas, las más reputadas y célebres del momento. Es ésta la primera parte de
la obra que se publicará en el año 1532, como ya se ha visto. En el Prólogo,
aparece una primera mención al mundo del derecho. El autor, en el afán por
popularizar su obra, quiere que la misma se transmita “como si se tratara de
una doctrina religiosa secreta”. Pero existe un problema para ello: “…por-
que hay en esto más fruto de lo que piensa esa caterva de fanfarrones em-
pingorotados, que no entiende más de estos agradables entretenimientos
que de lo que hace Raclet en el Instituto”,97 alusión a un conocido profesor
de la época, Reneberto Raclif, de la universidad de Dole, cuyo conocimien-
to de la obra de Justiniano dejaba mucho que desear.
Una vez adolescente, Pantagruel comienza una peregrinación en busca
del conocimiento, del saber jurídico. Poitiers, La Rochelle, Burdeos, Tou-
louse. Frecuenta varias universidades, dentro de las que debemos destacar
la de Montpellier, donde comienza su periplo como jurista, a tenor de su
propia confesión: “…y pasó a estudiar leyes; al ver que allí no había más
que levantiscos y enredadores y una caterva de legistas, se marchó tam-
bién”.98 Llega a Avignon, pasa por Valence y Angers, hasta que concluye
su periplo en Bourges, el gran centro jurídico de la renovación francesa del
momento. Su peregrinación recuerda un poco a la del propio Rabelais. Se
puede hablar de un auténtico “rito iniciático”, de varias fases y en varios lu-
gares, iniciación en el campo jurídico, que se va desarrollando in crescen-
do hasta llegar a su culminación cuando es nombrado juez en unos capítu-
los que desarrollaré más adelante, momento cenital en el que se alcanza el
punto culminante de toda carrera jurídica: se ha convertido en el sumo
sacerdote del derecho, el encargado de desarrollar la actuación más rele-
vante, esto es, la aplicación particularizada de las normas. La visión, por
tanto, recuerda a esa idea del jurista como sacerdos iuris, tan querida en el
pensamiento medieval, un oficio que no se adquiere de repente, sino que se
va desarrollando de forma sucesiva a través de la adquisición de nuevos y
plurales saberes, con el derecho como eje final de toda la construcción. En
Bourges, se da cuenta de que los libros jurídicos son auténticos desperdi-
cios, no por su contenido, sino por la corrupción a que se ha visto sometida
por la interpretación distorsionadora, cuyo ejemplo más paradigmático es
la glosa de Accursio. Las palabras de Rabelais son lo suficientemente ex-
presivas para abundar en mayores reflexiones. Reivindica el texto primige-

97 Ibidem, Libro II, prólogo, p. 95.


98 Ibidem, Libro II, capítulo V, p. 105.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 117

nio y abomina de todos cuantos comentarios se hayan efectuado a la ley ro-


mana:

Pasó entonces a Bourges, y allí, durante largo tiempo y con gran aprovecha-
miento, estudió leyes. Algunas veces, decía que los libros de aquel estudio le
parecían un hermoso ropaje de oro, triunfante y precioso a maravilla; pero
bordado de mierda, porque en el mundo no hay libros tan hermosos, tan
adornados, tan elegantes como los textos de las Pandectas; pero sus borda-
dos, es decir, la glosa de Accurso, es tan desabrida, tan infame, tan punible,
que no es más que suciedad y villanía.99

De Bourges marcha a Orleáns, donde conoce a un joven que se licencia


en leyes, a pesar de no tener conocimiento alguno sobre la materia, lo cual
es otra muestra de la inoperancia del sistema educativo puramente memo-
rístico, con unos saberes prestos a ser olvidados de inmediato una vez que
se consigue el título que permite el ejercicio de la actividad profesional.100
El tono jocoso se conserva cuando Pantagruel llega a París y tiene opor-
tunidad de ver la biblioteca de San Víctor, antaño reputada como una de las
más completas y célebres de Francia. Con mucho humor, Rabelais trastoca
el título de muchos libros como los que siguen, en los que no faltan las refe-
rencias jurídicas, deformando su denominación:

Bragueta juris. Pantofla decretorum… Las Bambollas del Derecho… La


Compulsa de los abogados, sobre la reforma de las grajeas. El Gato-azuzado
de los procuradores. Guisantes con tocino cum commento. Preclarisimi juris
utriusque doctoris Maistre Pilloti Raquedenari, De bobelilandis glosse
Accursiane baguenaudis repetitio enucidiluculidissima… Justiniano, De ca-
gotis tollendis, parodia esta última de la ley De caducis tollendis, Código de
Justiniano 6, 51.101

Pantagruel recibe, a renglón seguido, una carta de su padre Gargantúa.


Éste encarna el modo clásico, memorístico del estudio, al que comienzan a

99 Ibidem, Libro II, capítulo V, p. 105.


100 De este joven licenciado dice Rabelais, que “no conocía de la ciencia más que la por-
tada, pero en cambio sabía muy bien bailar y jugar a la pelota, hizo el blasón y la divisa de
los estudiantes de aquella Universidad: La pelota en la bragueta, / en la mano una raqueta, /
una luz en la corneta, / dispuesto al baile el talón, / este es, doctor, tu blasón”, ibidem, Libro
II, capítulo V, p. 105.
101 Ibidem, Libro II, capítulo VII, pp. 108-110. Esta última ley de Justiniano es reiterada
en Libro III, capítulo VIII, p. 186: “Esto es lo que dice el valiente Justiniano, Libro IV De
cagotis tollendis, para colocar sumum bonum in braguibus et braguetis”.
118 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

llegar algunos aires nuevos de cambio. Tras afirmar que en la época pre-
sente, las facilidades para aprender son incomparablemente superiores a
las de otros tiempos pretéritos porque se ha producido una recuperación de
todos los saberes, en consonancia con el ideal renacentista,102 manifiesta la
convicción de que su hijo aprenderá de memoria los textos legales al uso:
“De derecho civil quiero que sepas todos los textos y los compulses y co-
mentes con ayuda de la filosofía”.103 Por tanto, que se esfuerce en desarro-
llar el nuevo método de estudio que no consiste solamente en hacer un ejer-
cicio memorístico, sino en reflexionar con filosofía, con criterio, con
sentido, sobre aquello que se conoce.
Una formación completa exige el conocimiento del derecho civil, colo-
cado en un lugar análogo a las lenguas y a la historia,104 a las artes libera-
les,105 a las ciencias de la naturaleza,106 la medicina y la teología,107 así co-

102 Ibidem, Libro II, capítulo VIII, p. 111: “Ahora todo el estudio se concentra en el co-
nocimiento de las lenguas muertas: Griego, sin poseer el cual, es vergonzoso que un hombre
se llame sabio; hebreo, caldeo y latín. Los impresos tan elegantes y correctos en uso hoy,
que por inspiración divina se inventaron en mi tiempo, como por el contrario, la artillería
por sugestión diabólica, hacen que todo el mundo esté lleno de sabios, de preceptores doctí-
simos, de librerías amplias, y tengo por seguro que ni en tiempo de Platón, ni de Cicerón, ni
de Papiniano, había para el estudio la facilidad que hay ahora. No habrá en lo sucesivo
quien antes de salir a plaza no se haya fortificado en la oficina de Minerva, y preveo que los
vagabundos, los verdugos, los aventureros y los palafreneros de mañana, serán más ilustra-
dos que los doctores y los predicadores de hoy”.
103 Ibidem, Libro II, capítulo VIII, p. 112.
104 Idem, “Quiero que aprendas perfectamente las lenguas: primero el griego, como
quería Quintiliano; después el latín; luego el hebreo para las Letras sagradas, y, por último,
el caldeo y arábigo para el mismo objeto. Que formes tu estilo, en cuanto al griego a la ma-
nera de Platón; en cuanto al latín, a la de Cicerón. Que no haya historia que no conozcas, a lo
cual te ayudará la cosmografía”.
105 Idem, “De las artes liberales, geometría, aritmética te he dado nociones cuando eras
pequeño, a la edad de cinco o seis años; sigue estudiándolas y aprende todos los cánones de
las astronomía. Deja a un lado la astrología adivinatoria y el arte de Lullius, como cosas ton-
tas y vanas”.
106 No figura en la edición manejada, pero sí en esta otra que asimismo he consultado,
ibidem, traducción de Teresa Suero y José María Claramunda, Barcelona, Plaza y Janés
Editores, 1989. Libro II, capítulo VIII, p. 225: “En cuanto al conocimiento de los hechos de
la naturaleza, quiero que a él te entregues enteramente que no haya mar, río ni fuente cuyos
peces no conozcas; que no te sean desconocidos los pájaros del aire, los árboles y arbustos
de los bosques, todas las hierbas de la tierra, los metales escondidos en el seno de los abis-
mos y la pedrerías de todo el Oriente y el Mediodía”.
107 Ibidem, Libro II, capítulo VIII, p. 112: “Después examina cuidadosamente los libros
de los médicos griegos, árabes y latinos, sin despreciar los talmudistas y cabalistas, y por
frecuentes anatomías, podrás adquirir conocimiento perfecto del organismo humano. Du-
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 119

mo otras disciplinas con un perfil más práctico, como la equitación o las


armas, para convertirse así en “un pozo de ciencia”, que no debe olvidar el
componente religioso expresado en la frase “servir, amar y temer a Dios” y
en el ejercicio de las correspondientes virtudes teologales, recomendación
con la que concluye la epístola mencionada. Una nueva formación concep-
tual es consolidada y, con ella, la nueva percepción de la realidad, por
cuanto que son los conceptos los elementos intelectuales de los que se vale
para nombrar aquélla y desmenuzarla. Gargantúa se ha servido de su expe-
riencia y de las nuevas corrientes para tratar de imbuir el espíritu nuevo a su
hijo Pantagruel. Éste cumplirá con las recomendaciones que el progenitor
le ha dado y su formación se pliega al ideario humanista.
Llego así al capítulo X, el más interesante desde la perspectiva jurídica,
cuyo título hace honor a ese interés despertado de modo paulatino: “Panta-
gruel, en una controversia oscura y difícil, resuelve equitativamente y
prueba con ello que su juicio es admirable”. Siguiendo los consejos de su
padre, Pantagruel adopta la prudencia, la sabiduría y la justicia como guías
de su conducta, interviniendo en múltiples disputas doctrinales con gran
juicio y excelente visión de los problemas debatidos, problemas que se ex-
tienden a todas las ramas del saber.108 No es extraño que fuese llamado para
poner fin a un litigio casi eterno:

Por entonces había pendiente en la corte un pleito seguido entre dos grandes
señores, uno de los cuales era el señor Baiscul, como demandante, y en re-
presentación de la otra parte del señor Humeuesne. La controversia, desde el
punto de vista del derecho, era difícil y ardua, y el parlamento tanto entendía
de esto como de los dialectos alemanes. Dispuso el rey que se reunieran en

rante algunas horas del día, examina también los santos libros primero, en griego, el Nuevo
Testamento y las Cartas de los Apóstoles; después, en hebreo, el Antiguo Testamento”.
108 Ibidem, Libro II, capítulo X, p. 115: “Pantagruel, atento a los encargos y admonicio-
nes de su padre, quiso un día probar su saber; al efecto en todas las encrucijadas de la villa
anunció conclusiones de todos los ramos del saber en número de mil setecientas sesenta y
cuatro, tocando en ellas las más intrincadas dudas de todas las ciencias. En la calle de Teus-
se discutió con todos los profesores, maestros de arte y oradores, y los sentó a todos de culo.
En la Sorbona, con los teólogos, por espacio de seis semanas durante cuatro horas, desde las
doce hasta las seis de la tarde, con dos horas de intervalo para descansar y comer, pues no
quiso privar a dichos teólogos sorbonistas de beber y repantigarse conforme a su costumbre.
A estas sesiones asistían la mayor parte de los señores de la Corte, maestros de respuestas,
presidentes, consejeros, matemáticos, secretarios, abogados y otros más, con los regidores,
médicos y canonistas; hombres en suma, a quienes no era fácil quitarles la carne de los dien-
tes; pero no obstante sus ergos y sus falacias, a todos les puso el dedo en los labios y les pro-
bó palmariamente que no eran sino vanos enmucetados”.
120 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

asamblea los cuatro hombres más sabios y más elocuentes de todos los parla-
mentos de Francia, con el Gran Consejo y los Rectores de las principales
Universidades no sólo del reino, sino también de Italia y de Inglaterra, como
Iaso, Pilippe Dece, Petrus de Petronibus y muchos otros portavalonas. Reu-
nidos por espacio de cuarenta y seis semanas, no habían acertado a morder
en el asunto para ajustarlo a derecho de ningún modo y estaban tan despe-
chados y tan vencidos que se llenaban de vergüenza.109

El objeto del juicio y la defensa de las partes es lo de menos porque roza


el absurdo en muchos caracteres, con citas inventadas, menciones a leyes
inexistentes, etcétera, parodiando con acidez, sarcasmo e ironía el estilo de
la curia impuesto por los juristas italianos. El lector puede hallar estas pos-
turas en los capítulos XI y XII. El breve fragmento reproducido arriba ofre-
ce algunos datos de interés respecto a la organización judicial francesa del
siglo XVI, con el Gran Consejo, el Parlamento de París o los parlamentos
regionales,110 y las referencias a algunos juristas como Jasón de Maino, Fe-
lipe Decio y Pedro de Petronibus,111 quienes se ven incapaces de resolver el
litigio.
A través de ese caso concreto, se ve como el sistema jurídico ha fracasado
y es necesario renovarlo. El camino iniciado por Pantagruel previamente,
ese “rito iniciático” al que aludí, llega a su máxima expresión. El sacerdote
jurídico alcanza la cúspide de su carrera en la magistratura. Aspiración del ju-
rista es llegar a ese templo en el que surge la máxima expresión del dere-
cho, esto es, su aplicación en la praxis a través de todo un conjunto de ritos,

109 Ibidem, Libro II, capítulo X, p. 116.


110 Véase Mousnier, R., Les institutions de la France sous la monarchie absolue,
1598-1789, París, Presses Universitaires de France, 1974, t. II, pp. 85 y ss. (para los conse-
jos) y (para los parlamentos), pp. 253 y ss.
111 Juristas todos ellos de procedencia bartolista. Se trata de civilistas del siglo XV, per-
tenecientes a la corriente itálica de corte dogmático, lo que explica la crítica que el autor
formula. Véase Calasso, F., Medio Evo del Diritto. I. Le fonti... cit., p. 369; Jasón del Maino
(1435-1519) escribió comentarios al Digesto y al Código; es tachado por Calasso de vol-
garizzatore, al mismo tiempo que se le califica de jurista claro en cuanto al latín empleado,
lo que será elogiado por Alciato, en Medio Evo del Diritto. I. Le fonti… cit., p. 583; y Filip-
po Decio (1454-1535) fue civilista y canonista. Además de gozar de la protección de los
Médici, dejó importantes y conocidos discípulos como el papa León X, César Borgia o
Francesco Guicciardini, en Medio Evo del Diritto. I. Le fonti… cit., p. 584. Ignoro a quién se
refiere Rabelais al aludir a Pedro de Petronibus, pues no tengo constancia de ningún jurista
coetáneo a los anteriores con este nombre. Pudiera ser una tal Pietro Antonio de Pietra
(1512-1608), pero las fechas de su vida concuerdan poco con las de la obra de Rabelais y
hacen difícil pensar que el autor se refiriese a él.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 121

usos y estilos que recuerdan a una ceremonia religiosa. Previamente ha


completado una formación típicamente humanística, ha recibido enseñan-
zas de varios maestros, le han sido recomendadas plurales lecturas, etcéte-
ra, ha iniciado un ascenso intelectual imparable. Está en condiciones de
aceptar el encargo y, al mismo tiempo, de proceder a una mutación del
mundo del derecho, de cambiarlo. Su formación le ha permitido compren-
der el derecho y comprender los defectos que el orden jurídico presenta. El
camino hacia el saber jurídico nuevo solamente puede recorrerse destro-
nando el saber tradicional (pero con apoyo conceptual en éste) y reempla-
zarlo por un universo de conceptos radicalmente revolucionarios, diversos.
Con su pluma ágil, suelta y libre, Rabelais va desarrollando las etapas de
este rito canónico de formación. Pantagruel lo recorre voluntariamente y
alcanza su más alto rango, al mismo tiempo que ese momento capital marca
un consecuente proceso de decadencia, de renovación y construcción de un
nuevo mundo jurídico: un tránsito hacia modos novedosos. El joven estu-
diante deviene maestro, tras seguir la senda recta que le ha sido marcada
por sus antecesores, y en su ascensión ha conseguido llegar al trono supremo
del derecho: la administración de justicia. La nueva primavera del “modo
francés” se implanta y florece tras el invierno decadente del “modo italiano”
de interpretación del derecho, todo ello entrecruzado con una realidad afe-
rrada a lo antiguo, pero que se comienza a cambiar sutilmente, con la espe-
ranza hecha flor de un nuevo orden que se acaba imponiendo, más justo, más
sabio, más libre, menos vinculado, menos lleno de ataduras.
Retomando el argumento anterior en el que había dejado a mi protago-
nista, lo importante es la voz del juez. Las reflexiones que el propio Panta-
gruel brinda, constituyen el ejemplo más depurado, literariamente hablan-
do, del programa científico que se empezaba a defender en la Francia del
siglo XVI que culminará en el mos gallicus. Tras ser propuesto por el señor
de Douhet (quien ha sido identificado como un personaje real, conseje-
ro del Parlamento de Burdeos y magistrado en Poitiers), y observar los
autos del proceso transportados mediante cuatro esforzados asnos, Pan-
tagruel se pregunta si viven todavía los litigantes, cosa que no es baladí
puesto que la prolongación de los pleitos podía dar lugar al fallecimiento
de alguno de los interesados. Se le responde que sí y comienza la diatriba
contra el “bartolismo jurídico”. Primeramente, se explican los defectos del
sistema del derecho común en los siguientes términos ya conocidos y asu-
midos: proliferación de citas y más citas, recurso a los autores, olvidando
122 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

los textos primeros, la incomprensión de las leyes que se comentan, el os-


curecimiento del derecho, su conversión en un saber arcano, oculto, distan-
te del común de los hombres, entre otros muchos. Los comentaristas aludi-
dos parecen ser los que tenían un mayor predicamento en la realidad
práctica. A los nombres conocidos de Accursio, Bártolo y Baldo, se suman
ahora Cépola, Paolo de Castro, Juan de Imola, Hipólito, el abad Panormita-
no, Bertachin, Alejandro y Curtius.112

¿De qué diablo sirven entonces barullos de papeles y copias como me dais?
¿No es mejor que ver con los propios ojos, oír con los propios oídos el deba-
te, que leer esas bagatelas, que no son sino engañifas, sutilezas diabólicas de
Cépola y subversiones del derecho? Estoy seguro de que vosotros y todos
aquellos por cuyas manos ha pasado el pleito habéis encontrado y opuesto el
pro y el contra, y en caso de que la controversia fuera fácil de juzgar y clara,
la habéis oscurecido con razones irracionales, necedades y opiniones ineptas
de Accurso, Baldo, Bartolo, Castro, Imola, Hipolytus, Panormo, Bartachin,
Alejandro, Curtius y otros viejos mastines que jamás entendieron la ley más
fácil de las Pandectas, que fueron otra cosa que ladrones de diezmos e igno-
rantes de todo lo necesario para la inteligencia de las leyes, porque no tenían
conocimiento de las lenguas griega y latina y sí sólo de las gótica y bárbara.113

La solución de la ciencia jurídica pasa por una vuelta a los textos clási-
cos efectuada desde tres premisas: filológica, filosófica e histórica. Se debe
partir de la base material sobre la que están construidos los textos, las pala-
bras: se impone el conocimiento del latín y del griego, que ha de emplearse
de un modo elegante y culto en la escritura, puesto que no será posible co-

112 Conforme a los datos proporcionados por Besta, E. y Del Giudice, P., Storia del di-
ritto italiano, volume I, parte seconda…cit. passim, los autores mencionados son Bartolo-
meo Cipolla o Caepolla, civilista de la segunda mitad del siglo XV; Paolo de Castro
(1394-1441), uno de los máximos representantes del comentario en la línea de Bártolo y de
Baldo, de quien fue discípulo; Giovanni Nicoletti de Imola (muerto en 1436), civilista y ca-
nonista muy apreciado en su tiempo; Hipólito de Marsella (1450-1529), jurista francés es-
pecializado en derecho criminal; Niccolò Tedeschi, llamado el abad Panormitano (muerto
en 1453), uno de los más reputados canonistas junto a Giovanni Andrea; Giovanni Bertac-
chini (1448-1497), autor de un repertorio de derecho canónico de gran difusión; Alessandro
Tartagna de Imola (1424-1477), civilista y canonista que comentó el Digesto, el Código y
las Decretales; aunque hay otros juristas con el mismo nombre, creo que la referencia se ha-
ce a éste por ser el de mayor prestigio y fama, en la línea de todos los demás que le acompa-
ñan. El Curtius que se menciona al final no figura en ningún repertorio al uso. Pudiera ser
Curzio Rocco de Pavia (1470-1515), canonista que abordó el tema del patronato, o bien
Francesco Corti (muerto en 1500).
113 Gargantúa y Pantagruel… cit., Libro II, capítulo X, pp. 116 y 117.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 123

nocer en toda su profundidad y en toda su esencia las leyes romanas (algu-


nos de cuyos fragmentos está en griego), si se desconoce la lengua madre
que las alumbró y la evolución de la misma. Como denuncia el propio au-
tor, el oscurecimiento del mundo del derecho procede en parte de la incor-
poración sucesiva de notas, glosas y comentarios a los textos romanos que
han acabado olvidándose, sumergidos en esos mares de notas explicativas.
Se ha perdido la perspectiva de la labor interpretativa misma, se ha omitido
la consulta directa al caudal que constituyen los principales textos legales.
Tanto es así que no se consideraba preciso tener nociones de latín clásico
para acceder a los mismos: bastaba el latín corrupto y deformado que había
conseguido estilarse como norma de cultura usual. El discurso de Panta-
gruel opone a esta idea una clara renovación en la formación de los juristas
que tiene que pasar necesariamente por el aprendizaje de la lengua latina
(sobre todo, la clásica) y el griego, puesto que parte de la compilación justi-
nianea está redactada en esta lengua (las Novelas). Al mismo tiempo, es
precisa una renovación formal de corte literario, en el sentido de que las
lenguas usadas por los juristas copien muchos de los estilos y recursos de la
antigüedad. No basta saber latín y leerlo: es preciso que se sepa escribir con
elegancia y con soltura, evitando cualquier suerte de vulgarización. He
aquí el renacimiento en su estado más puro, el conocimiento más general y
absoluto, el saber en todas sus ramificaciones, en aras de la libertad más
completa del hombre. Éstas son las gráficas palabras de Pantagruel:

…porque no tenía conocimiento de las lenguas griega y latina y sí sólo de las


gótica y bárbara. Las leyes siempre han sido tomadas primeramente del grie-
go, según el testimonio de Ulpiano Posteriori de origine iuris y todas están
llenas de sentencias y palabras griegas; después se tradujeron al latín en la
forma más elegante y adornada por Salustio, Varrón, Cicerón, Séneca y
Quintiliano. ¿Cómo entonces hubieran podido entender esos viejos resudo-
sos el texto de las leyes si jamás vieron un libro en lengua latina, como clara-
mente se deduce de su estilo, de pastor, campesino, marmitón o cocinero y
no de jurisconsulto? 114

Al conocimiento filológico, se ha de añadir el conocimiento de la filoso-


fía moral y natural de donde proceden las normas, lo cual supone tomar co-
nocimiento de las principales corrientes filosóficas existentes en Roma a lo
largo de todo el proceso de creación de su derecho. Todo ordenamiento ju-

114 Ibidem, Libro II, capítulo X, p. 117.


124 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

rídico es fruto de una juridificación de los valores éticos o morales que una
sociedad defiende y encarna, pues, aunque el derecho moderno ha procedi-
do a deslindar el campo jurídico y el campo moral, no es factible hablar
nunca de un derecho absolutamente amoral, esto es, que no tenga una serie
de valores y principios como punto de partida que sirva para iluminar las
diferentes normas que lo integran. No existe derecho al margen de la ética.
Las normas romanas no son una excepción a esta regla. Si se quiere cono-
cer realmente el espíritu de las leyes, el jurista deberá saber cuál o cuáles
eran los principios que auspiciaban la creación de tal norma, el sustrato
cultural o intelectual que le servía de sustento. Ello comporta retrotraer
el análisis jurídico a las corrientes filosóficas que inspiraron a los legisla-
dores. Piénsese, por poner algún ejemplo, en el componente marcadamente
cristiano que adquieren muchas normas romanas desde la época de Constan-
tino, en el notable peso de la filosofía estoica, dentro de la que destacan al-
gunos emperadores romanos, o de la filosofía neoplatónica. El conoci-
miento de esta parcela permitirá formular una visión más global y completa
del mundo romano. Conocer, en suma, la mentalidad que hizo surgir las
normas para poder profundizar en las finalidades que se persiguen por me-
dio de las mismas: “Además, dado que las leyes han sido extraídas de la fi-
losofía moral y natural, ¿cómo han de comprenderlas esos locos que no han
estudiado más filosofía que mi mula?”115
Finalmente, las humanidades también tienen su lugar. No se puede co-
nocer el derecho romano, si se carece de datos y noticias acerca de la propia
evolución de Roma, de su historia. Por eso, se ha calificado al humanismo
jurídico como un método histórico-crítico, el primero que afronta el estu-
dio del derecho desde una perspectiva de historicidad. El mundo del dere-
cho comparte la nota, consustancial al ser humano, de la esencia histórica
de todas sus manifestaciones culturales. El ser del hombre consiste en la
historia, antes que en la naturaleza. El derecho es histórico, evolutivo, en
continuo cambio y renovación. Si se considera una norma como simple
producto atemporal, eterna, puesta por un legislador perpetuo en un mo-
mento dado y para un pueblo concreto, se pierde la capacidad de analizarla
en todos sus extremos y queda reducida a una mera manifestación positiva,
externa, sin sentimientos, sin ser, aquella manifestación cultural que sirve
para tomar el pulso de la comunidad a la que está sirviendo, el crisol donde
se solidifican las influencias plurales que condicionan la vida de la colecti-

115 Idem.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 125

vidad política. Las normas no proceden de la nada, del vacío, ni de la om-


nisciencia de un legislador poderoso, que conoce a la perfección aquello
que su pueblo quiere y necesita. Mas es preciso ubicarla, a la norma, en su
contexto histórico específico para saber cuáles son los elementos, fuerzas o
poderes que la crearon, los intereses, valores y principios que se hallan en
su base, el por qué de tal creación, la respuesta que se quiere dar a los con-
flictos generados por la antítesis de los anteriores elementos citados, la for-
ma de aplicarse en la práctica y los órganos que tenían encomendada tal
función, las modulaciones que experimenta la misma en ese salto hacia la
vida real, su aplicación pacífica y su aplicación contenciosa, etcétera. En
suma, el conocimiento de la historia de Roma es requisito indispensable
para saber cómo fue realmente su derecho. Saber las etapas políticas por las
que pasa el mundo latino (monarquía, república, imperio, alto o bajo,
etcétera), los órganos que creaban y aplicaban el derecho, las alteraciones o
los elementos que podían condicionar unos resultados diferenciados a los
previstos por el legislador, la importancia de los juristas como auténticos
autores de las más relevantes construcciones jurídicas a partir de pautas de
razonamiento singulares (sobre todo, en la época republicana y altoimpe-
rial), entre otros muchos aspectos, son apoyos constantes para el jurista
que, lejos de ser erudición vana, se convierten en elementos decisivos para
la labor de interpretación y de comprensión: “De humanidades, historia y
conocimiento de la Antigüedad están tan cargados como lo está de plumas
un renacuajo, mientras que el derecho está saturado de ello y sin estas no-
ciones no se puede comprender, como demostraré algún día más extensa-
mente y por escrito”.116
Pantagruel exige para intervenir como juez la quema de todos los pape-
les y la inmediata comparecencia de las partes a las que tomará declaración
para decidir. A pesar del revuelo causado, Du Douhet, quien lo había pro-
puesto para tal cargo, arropa al protagonista y destaca como todo lo afirma-
do es verdad, como el orden jurídico prácticamente se había instalado en el
caso más absoluto: todos los registros, réplicas, respuestas, reproches, salu-
taciones y otras actuaciones diabólicas no eran “sino subversiones del dere-
cho para el alongamiento de los pleitos y que el demonio se los llevaría a
todos si no procedían de otra manera según la equidad evangélica y filosó-
fica”, nueva manera de referirse al derecho canónico y al romano, despo-

116 Idem. Contrariamente al texto, no lo llega a demostrar en capítulos sucesivos, ni


se conoce obra alguna de Rabelais que dé cumplimiento a este deseo.
126 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

jados ya de las vestiduras de comentarios y glosas que los habían desdibuja-


do.117 Tras oír los argumentos —absurdos, reitero, el carácter ejemplificador
del caso que es lo que hay que resaltar—, Pantagruel no se asusta y acude al
ejemplo del derecho común nuevamente. Lo embrollado del litigio no es
nada comparado con ciertos textos romanos que los comentaristas se ha-
bían encargado de oscurecer, ocultar, hacerlos irreconocibles.118 La sen-
tencia que dicta, ejemplar, solemne, asimismo absurda, deja satisfechas a
ambas partes y gozará de un gran éxito hasta el punto que será comparado
con Salomón, máximo ideal del juez justo y sabio. Tras haberle propuesto
la presidencia del tribunal, pero el héroe rechaza el ofrecimiento y pide a
cambio, fiel a su espíritu, un poco de vino.
La propuesta de reforma de la aplicación del derecho había concluido.
En otros fragmentos de la obra, se satiriza de nuevo de un modo, sustancial
y formal a la par, la praxis y el estilo de los comentaristas:119 el carácter de
los legistas, que se inmiscuyen en toda clase de discusión hace que incluso
opinen sobre el movimiento de los cuerpos,120 o sobre la interpretación de
un gesto, en este caso, del famoso Panurgo, consistente en exhibir un cuer-
no de buey y dos piezas de madera.121
El Libro tercero, aparecido en 1546, manifiesta nuevamente el buen
compendio del saber jurídico de Rabelais, a medio camino entre la simple
erudición y la crítica sutil, consustancial a la obra que vengo comentando.
Se recogen referencias a las leyes suntuarias de los romanos,122 alusiones a

117 Idem.
118 Ibidem, Libro II, capítulo XIII, p. 122: “Pues bien, señores, si así os agrada, así lo ha-
ré —dijo Pantagruel—, pero no encuentro el caso tan difícil como vosotros. Vuestro párrafo
Catón, la ley Frater, la ley Gallus, la ley Quinque pedum, la ley Vinum, la ley Si Dominus,
la ley Mater, la ley Mulier bona, la ley Si quis, la ley Pomponius, la ley Fundii, la ley Erup-
tor, la ley Putor, la ley Venditor y tantas otras son mucho más difíciles en mi opinión”. Se
trata de alusiones a textos de la compilación justinianea, en buena parte acertadas y concor-
dantes, es decir, no inventadas, salvo ejemplos jocosos.
119 Cfr. Nardi, E., Rabelais e il diritto romano, pp. 55-68.
120 Gargantúa y Pantagruel… cit., Libro II, capítulo XVI, p. 130: “…y además el que,
según los legistas, la agitación y el movimiento tienen por efecto el desarrollo”.
121 Ibidem, Libro II, capítulo XIX, p. 136: “Los teólogos, médicos y cirujanos allí pre-
sentes, pensaron que con este signo quería decir que su adversario tenía lepra; los conseje-
ros, legistas y decretalistas supusieron que aludía a esta especie de felicidad humana que ra-
dica en el estado del leproso, como según se dice, sostenía Nuestro Señor”. En la otra
edición manejada, p. 275, figura la palabra “decretistas” en vez de “decretalistas”.
122 Ibidem, Libro III, capítulo II, p. 177: “En lugar de observar las leyes suntuarias y
coenarias de los romanos, la ley Orchia, la Faima, la Didia, la Licinia, la Cornelia, la Lepi-
diana, la Antia, y las de los Corintios…”.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 127

los glosadores,123 al estilo jurídico universitario,124 a Bártolo y a Baldo,125


o a los juristas en general y su preocupación por la defensa de los intereses
ajenos,126 entre otras muchas referencias. Destacan por su extensión y cla-
ridad el caso del Seigny Ioan127 y el famoso proceso del juez Bridoye, con
más de cien citas jurídicas, de las cuales setenta y seis se refieren al derecho
romano,128 donde a la vez se parodia la actividad del foro,129 o la constante
crítica a Triboniano por el mal funcionamiento de la justicia, considerado
como uno de los principales responsables de la corrupción y degeneración
en la que se hallan los textos del derecho romano, dado que fue él, el prime-
ro que comenzó a realizar las tan debatidas y criticadas interpolaciones a
aquéllos.130

123 Ibidem, Libro III, capítulo XIV, p. 196: “Preguntadles a los señores clérigos, a los
señores presidentes, a los señores consejeros, abogados, procuradores y otros glosadores de
las venerables rúbricas de frigidis et maleficiatis”.
124 Ibidem, Libro III, capítulo XV, p. 198: “A ti te gustan las sopas de prima y yo prefie-
ro las de liebre acompañadas de alguna ración de labrador salado en nueve lecciones”; y ca-
pítulo XVI, p. 200: “…son verdaderos perros de muestra, verdaderas rúbricas de derecho”.
125 Ibidem, Libro III, capítulo XII, p. 192 (Baldo); y capítulo XIX, p. 204 (Bártolo).
126 Ibidem, Libro III, capítulo XXIX, p. 225.
127 Ibidem, Libro III, capítulo XXXVII, p. 239: “No me apartaré de la cuestión si os
cuento lo que dice Yox. André, acerca de un canon de cierto rescripto de papel enviado al
gobernador de La Rochela, y después de él Panormo en el mismo canon, Barbatias sobre las
Pandectas, y recientemente Jasson en sus consejos, han reproducido acerca de Seigny Ioan,
loco insigne de París, bisabuelo de Caillette”. Los juristas aludidos son los ya conocidos
Juan Andrés (Giovanni Andrea, canonista), el Abad Panormitano (Niccolò Tedeschi, cano-
nista) y Jasón de Maino, de quienes ya he apuntado algunos datos, además de Andrea Bar-
bazza da Messina, canonista del siglo XV. En profundidad sobre este caso, véase Nardi, E.,
“Seigny Joan le fol e il fumo dell’arrosto”, Studi in onore di Biondo, Biondi, t. II, pp.
243-267.
128 Gargantúa y Pantagruel… cit., Libro III, capítulos XXXIX-XLIII, pp. 243-251.
El juez Bridoye es el trasunto del canciller Du Poyet. El presidente del tribunal recibe el
nombre de “Trinquamelle” (literalmente, rompe almendras), aunque pudiera tratarse de
una deformación del nombre de Tiraqueau o Tiraquelo, jurista que fue protector de Ra-
belais y lugarteniente del baile de Fontenay-Le-Comte, entre otros cargos.
129 Ibidem, Libro III, capítulo XXXIX, pp. 243 y 244: “Después de haber bien visto,
revisto, leído, releído, paladeado y hojeado, los complementos, aditamentos, comparti-
ciones, comisiones, informaciones, anteprocesos, producciones, alegaciones, interdic-
tos, contradictos, respuestas, preguntas, réplicas, dúplicas, tríplicas, escrituras, reproches,
gabelas, salutaciones, comprobaciones, confrontaciones, aclaraciones, libelos, rescriptos
papales, cartas reales, compulsorias, declinatorias, anticipatorias, evocaciones, envíos,
reenvíos, conclusiones, alegatos de no proceder, apuntamientos, textos, confesiones, expo-
siciones y otras grajeas y especias de una parte y otra, como debe hacer el buen juez…”.
130 Ibidem, Libro III, capítulo XLIV, p. 252: “Cierto es, sin embargo, que la dirección,
en la judicatura actual, la ha trazado Triboniano, hombre miserable, infiel, bárbaro, tan
128 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

En el Libro cuarto, la renovación jurídica se puede observar tímida-


mente en la mención que el prólogo se hace a Tiraquelo, conocido por el
propio Rabelais, si bien es el derecho canónico quien tiene una presencia
abundante.131 No se escatiman de nuevo las críticas al mundo de los abo-
gados.132 Finalmente, en el Libro quinto aparecido póstumamente y de
discutida paternidad, se recogen algunas nuevas menciones al derecho
romano.133
El afán cultural de Pantagruel permite expresar con claridad el ideario
de los juristas “al modo gálico”, con una preocupación constante por el de-
recho, pero sin descuidar los elementos filológicos, filosóficos, morales e
históricos, que debían acompañar toda labor seria de investigación. La crí-
tica en este caso se vio acompañada de un propuesta positiva, fruto del sa-
ber jurídico de su autor. Se denunció lo que fallaba en el orden jurídico, al

maligno, tan perverso, tan avaro e inicuo, que vendía las leyes, edictos, rescriptos, constitu-
ciones y ordenanzas a la parte que le ofrecía más dinero. Así, con sus recortes, retazos y ca-
bos sueltos, ha ido destruyendo y anulando la ley sana y principal, por miedo a que dicha ley
y los libros de los antiguos jurisconsultos, dedicados a la exposición de las Doce Tablas y
los edictos de los pretores dieran a conocer al mundo su maldad. Por todo esto, sería me-
jor, es decir, menos mal vendría a los litigantes de caminar sobre abrojos que de entablar
demandas sobre su derecho; así rogaba Catón en su tiempo y aconsejaba que fuera de
abrojos el pavimento de los sitios en donde funcionaran los tribunales de justicia”.
131 Sorprende ver cómo Rabelais salva de la quema al derecho canónico. Probablemen-
te, por su formación canonista, consideraba la supremacía de este cuerpo normativo frente
al derecho romano y no lo consideraba tan responsable de la degradación del sistema por su
contenido evangélico. Al mismo tiempo, siempre se consideró que el derecho canónico era
el depositario de la equidad, gozando de una cierta supremacía moral sobre el derecho secu-
lar. Al llegar a la Isla de los Papimanes, es decir, personas obsesionadas por el Papa y la
Iglesia en general, se ve como este pueblo vive conforme al derecho canónico, con elogio-
sas palabras, en Gargantúa y Pantagruel… cit., Libro IV, capítulo LI, p. 357: “¡Oh divinas
Decretales!.. ¡Oh seráfico Sexto!.. ¡Oh querúbicas Clementinas!.. ¡Oh extravagantes angé-
licas!”. En Libro IV, capítulo LII, p. 358, se añade una mención laudatoria al abad Panormi-
tano de quien se dice que “jamás mintió”. Más elogios al derecho canónico y a los canonis-
tas, sobre todo decretalistas, en Libro IV, capítulo LIII, pp. 360 y 361. Es frecuente el
empleo de neologismo para designar a los herejes, tales como “decretalífugo”, “decretali-
ción”, “decretalicida”, o, en otro sentido, “decretaliarca” para aludir a quien se gobierna por
las normas canónicas a la perfección.
132 Gargantúa y Pantagruel… cit., Libro IV, prólogo, p. 282: “Estaba encantado del
mismo modo y tan perfectamente como los abogados de ahora”; capítulo XII, pp. 304 y
305: “…cuando un monje, presbítero, usurero o abogado, quiere mal a cualquier gentilhom-
bre de su país…”.
133 Ibidem, Libro V, capítulo X, p. 404; capítulo XLVI, p. 458. Cfr. Nardi, E., Rabelais
e il diritto romano, p. 46.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 129

mismo tiempo que se articulaban las medidas para hacer frente a esos de-
fectos y solucionarlos.
El humanismo jurídico francés no tendría una supervivencia más allá
del siglo XVI en un sentido estricto,134 pero sentó las bases para adherir al
mundo jurídico todo el componente cultural del cual es capaz el hombre en
aras de la búsqueda de la justicia. Todo lo cual provocó una mayor libertad
de interpretación y una mayor confianza en el papel del hombre que acaba
desembocando precisamente en la reivindicación de la razón humana co-
mo mecanismo interpretativo que sirve para descubrir el derecho más jus-
to, sabio y perfecto que se pueda imaginar. Estas son las puertas del iusna-
turalismo racionalista. Rabelais, por medio de Pantagruel, había definido
el camino a seguir. Cujacio y Donello, los dos representantes más señala-
dos de esta corriente,135 harán honor al programa de trabajo que Rabelais
había esbozado en su inmortal obra.

V. LA OBRA DE LOPE DE VEGA O CÓMO EL LENGUAJE


TODO LO CURA

La Corona castellano-leonesa constituye el paradigma de una manera


peculiar de concebir el derecho común que se aparta de lo acontecido en el
resto de la península ibérica136 y en el resto de Europa, puesto que mientras

134 Véase Guizzi, V., “Il diritto comune in Francia nel XVII secolo. I giuristi alla ricerca
di un sistema unitario”, Tijdschrift voor Rechtsgeschiendenis, vol. XXXVII, 1969, pp.
1-45.
135 Referencias bibliográficas a ambos autores en Coing, H. (coord.), Handbuch der
Quellen und Literatur der Neueren Europäischen Privatrechtsgeschichte… cit., t. II/1, pp.
470 y 471.
136 Véase entre otros muchos, Altamira y Crevea, R. de, “Les lacunes de l’histoire du
droit romain en Espagne”, Mélanges Fitting, Sociètè Anonyme de l’Imprimerie Générale
du Midi, Montpellier, 1907, t. I, pp. 59-84; Riaza Martínez-Osorio, R., Historia de la litera-
tura jurídica española. Notas de un curso, Madrid, Universidad Central de Madrid, 1930,
pp. 34 y ss.; Larraona, A. y Tabera, A., “El derecho justinianeo en España”, Atti del Congre-
so Internazionale di Diritto Romano, Pavia, Istituto di Studi Romani, Tipografia Successori
F. Fusi, 1935, t. II, pp. 83-182; Horn, N., “Literaturgeschichtliche Aspekte der Rezeption in
Spanien”, Tijdshrift voor Rechtsgeschiendenis, vol. XXXVII, 1969, pp. 489-514; García y
García, A., “La penetración del derecho clásico medieval en España”, AHDE, vol. XXXVI,
1966, pp. 575-592; y su volumen En el entorno del derecho común, Madrid, Dykinson,
1999, con varias colaboraciones de interés; Font-Ríus, J. M., “El desarrollo general del de-
recho en los territorios de la Corona de Aragón (siglos XII-XIV)”, VII Congreso de Historia
de la Corona de Aragón. Ponencias, Barcelona, Imprenta Viuda de Fidel Rodríguez Ferrán,
130 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

que en la pugna entre el derecho propio y el derecho común, muchos terri-


torios llegaron a una solución de compromiso y equilibrio consistente en el
respeto al primero y en la atribución de carácter supletorio al segundo, la
Corona castellana pasó a efectuar una expresa renuncia al primero y una

1962, pp. 289-326; y “La Recepción del derecho romano en la Península Ibérica durante la
Edad Media”, Recueils de Mémoires et Travaux publiés par la Société d’Histoire du Droit
et des Institutions des Anciens Pays de Droit Écrit, fascículo VI (1967), pp. 85-104; Hinojo-
sa y Naveros, E. de, “La recepción y estudio del derecho romano en España”, Obras, Ma-
drid, Publicaciones del Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, 1974, t. III, pp. 319-358;
las colaboraciones de García-Gallo, A. et al., en el volumen colectivo Diritto comune e di-
ritti locali nella storia dell’Europa. Atti del Congreso di Varenna, Milán, Giuffrè, 1980, pp.
225-284; Petit, C., “Derecho común y derecho castellano. Notas de literatura jurídica para
su estudio (siglos XV-XVII)”, Tijdshrift voor Rechtsgeschiendenis, vol. L, 1982, pp.
157-195; Pérez Martín, A. (ed.), España y Europa, un pasado jurídico común. Actas del I
Simposio Internacional del Instituto de Derecho Común, Murcia, Universidad de Murcia,
1986; “El estudio de la recepción del derecho común”, varios autores, Seminario de historia
del derecho y derecho privado. Nuevas técnicas de investigación, Bellaterra, Universidad
Autónoma de Barcelona, 1985, pp. 241-325; y “Derecho común, derecho castellano, dere-
cho indiano”, Rivista Internazionale di Diritto Comune, núm. 5, 1994, pp. 43-89; Sán-
chez-Arcilla Bernal, J., “La pervivencia de la tradición jurídica romana en España y la re-
cepción del derecho común”, Estudios jurídicos en homenaje al maestro Guillermo Floris
Margadant, México, UNAM, 1988, pp. 379-413; Iglesia Ferreirós, A., “La recepción del
derecho común: estado de la cuestión e hipótesis de trabajo”, El Dret Comú i Catalunya.
Actes del II Simposi Internacional, Barcelona, 31 de mayo-1o. de junio de 1991, Edició
d’Aquilino Iglesia Ferreirós, Fundació Noguera-Associació Catalana d’Història del Dret
Jaume de Montju c, 1992, pp. 213-330; y “Ius Commune: un interrogante y un adiós”, El
Dret Comú i Catalunya. Actes del VIII Simposi Internacional, Barcelona, Edició d’Aqui-
lino-Iglesia-Ferreirós-Fundació Noguera-Associació Catalana d’Història del Dret Jau-
me de Montju c, 29 y 30 de mayo de 1998, 1999, pp. 239-637; y Clavero Salvador, B., Te-
mas de historia del derecho: derecho común, Salamanca, Ediciones de la Universidad de
Salamanca, 1994, pp. 40 y ss. Entre los manuales al uso véase Sánchez, G., Curso de histo-
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1949, pp. 78 y ss.; Gibert Sánchez de la Vega, R., Historia general del derecho español,
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cho en Europa. Germánico, romano, canónico, Granada, Imprenta de Francisco Román,
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cho-Universidad Complutense, 1982, pp. 265 y ss., Manual básico de historia del derecho
(temas y antología de textos), Madrid, Laxes, 1997, pp. 173 y ss.; Lalinde Abadía, J., Inicia-
ción histórica al derecho español, 3a. ed., Barcelona, Ariel Derecho, 1983, pp. 125 y ss.;
Fernández Espinar, R., Las fuentes del derecho histórico español, Madrid, Centro de Estu-
dios Universitarios Ramón Areces, 1985, pp. 303 y ss.; Manual de historia del derecho es-
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 131

correlativa “nacionalización” del segundo, el cual, por decisión de la su-


prema instancia normativa, se convirtió en derecho propio. En el caso de
Castilla, la aportación del derecho común fue doblemente importante pues-
to que a la misión de renovación aludida, este nuevo orden jurídico contri-
buyó a la superación del localismo jurídico altomedieval que tanto había
preocupado a los monarcas. La pluralidad normativa inherente a los prime-
ros siglos medievales se había convertido en un enemigo a batir. Tímidos
esfuerzos de Fernando III tuvieron su recompensa, pero con modelos anti-
guos. En este contexto se arriba al reinado de Alfonso X, en la segunda mi-
tad del siglo XIII, quien elaborará una obra clave en la historia del derecho
de Castilla: las Siete Partidas, una enciclopedia del derecho común por lo
que se refiere a su contenido, fuentes empleadas e influencias, en detrimen-
to, por tanto, del derecho tradicional castellano-leonés. No voy a incidir
aquí en toda la polémica que la obra alfonsina ha generado y sigue generan-
do entre los estudiosos. Interesa destacar, por encima de todo, la dependen-
cia de su contenido respecto del molde romano-canónico del que bebe con
profusión.137 Con independencia de su carácter inicial (si legal o didascá-
lico), lo cierto es que, a pesar del rechazo que los municipios y la nobleza hi-
cieron de esta obra, los tribunales reales fueron poco a poco aplicando las
Partidas hasta llegar al momento decisivo que constituye el Ordenamiento
de Alcalá de Henares, que las convierte ya en derecho legal de aplicación

pañol. I. Las fuentes, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, 1990, pp. 343 y ss.; Cla-
vero Salvador, B., Institución histórica del derecho, Madrid, Marcial Pons Ediciones
Jurídicas y Sociales, 1992, pp. 35 y ss.; Pérez-Bustamante, R., Historia del derecho espa-
ñol. Las fuentes del derecho, Madrid, Dykinson, 1994, pp. 83 y ss.; Sánchez-Arcilla Ber-
nal, J., Historia del derecho. Instituciones políticas y administrativas, Madrid, Dykinson,
1995, pp. 373 y ss.; Historia del derecho español, Barcelona, Cálamo Producciones Edi-
toriales, 2001, pp. 171 y ss.; Iglesia Ferreirós, A., La creación del derecho. Una historia de
la formación de un derecho estatal, 2a. ed., corregida, Madrid, Marcial Pons Ediciones Jurí-
dicas y Sociales, 1996, t. II, pp. 9 y ss.; Tomás y Valiente, F., Manual de historia del dere-
cho español, 4a. ed., Madrid, Tecnos, 1997, pp. 180 y ss.; Merchán Álvarez, A., Las épo-
cas del derecho español, Valencia, Tirant Lo Blanch, 1998, pp. 115 y ss.; Coronas González,
S. M., Manual de historia del derecho español, 2a. ed., Valencia, Tirant Lo Blanch, 1999, pp.
227 y ss.
137 Un resumen en Sánchez-Arcilla Bernal, J., “La obra legislativa de Alfonso X el Sa-
bio. Historia de una polémica”, El Scriptorium Alfonsí: de los libros de astrología a las
Cantigas de Santa María, Madrid, Editorial Complutense, 1999, pp. 17-81. Con algunas
precisiones y matizaciones, véase del mismo autor el estudio introductorio a Alfonso X el
Sabio. Las Siete Partidas (El Libro del Fuero de las Leyes), introducción y edición dirigida
por José Sánchez-Arcilla Bernal, Madrid, Reus, 2004, pp. XIII-XXXVI.
132 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

supletoria en defecto de norma aplicable en los Ordenamientos de Cortes y


en los Fueros.138
¿Qué sucedió en la realidad cotidiana? Los juristas procedieron a la apli-
cación directa de las Partidas por motivos que a nadie se le escapan: era un
cuerpo jurídico global y completo; no presentaba las insuficiencias que po-
dían detectarse en los Ordenamientos de Cortes o en los Fueros; y, aquí una
de las perversiones que se originó con este sistema, al haberse nutrido las
mismas de los derechos romano y canónico, se entendió que la remisión a
las Partidas era una puerta abierta a todo el derecho común y a toda la doc-
trina de los autores. La perversión había comenzado y el exceso, tan típica-
mente hispánicos, no tardaría en llegar. Se produjo la “nacionalización” del
derecho común, el convertir en propio del reino un derecho en principio
ajeno al mismo, lo cual no impidió finalmente el recurso directo a aquél;
antes bien, se convirtió en el pretexto alegado por los juristas para acudir a
las fuentes romano-canónicas y a las glosas y comentarios existentes en las
principales bibliotecas. Los autores lo adornaron con las más variadas re-
flexiones (tradición, costumbre, consentimiento del príncipe, identifica-
ción del derecho romano con la razón, etcétera), que, en última instancia,
conducían a la consideración de los derechos romano y canónico como la
plasmación por escrito de dos conceptos esenciales: la razón y la equidad,
respectivamente.139
La especialización que comportó este nuevo orden jurídico, en el senti-
do de requerir conocimientos muy concretos del ámbito jurídico, del len-
guaje, de la técnica normativa, etcétera, supuso una reducción del círculo
de personas que podía acceder a ese mundo especializado. Paralelamente
se va produciendo el crecimiento cualitativo del estamento letrado como
auténticos depositarios del saber especializado que constituía el mundo ju-
rídico. Ellos serán los que desarrollen hasta sus máximas consecuencias la
educación que han recibido, trasladándola paso por paso en la aplicación

138 Ordenamiento de Alcalá de Henares (1348), Título 28, ley 1, Como todos los pleytos
se deben librar primeramente por las Leyes deste Libro; et lo que por ellas non se pudiere li-
brar, que se libre por los Fueros; et lo que por los Fueros non se pudiere librar, que se libre
por las Partidas. Cito la edición de Los códigos españoles concordados y anotados, Madrid,
Antonio de San Martín Editor, 1872, t. I, pp. 465 y 466.
139 Véase un resumen de las opiniones de algunos juristas en Petit, C., “Derecho común
y derecho castellano. Notas de literatura jurídica para su estudio (siglos XV-XVII)”,
Tijdschrift voor Rechtsgeschiedenis, vol. L, 1980, pp. 157-195; y Pérez Martín, A., “Dere-
cho común, derecho castellano, derecho indiano”, Rivista Internazionale di Diritto Com-
mune, vol. 5, 1994, pp. 43-89.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 133

práctica en sus múltiples vertientes. Su ubicación en los recientes órganos


creados para la administración cada vez más compleja del reino es una
muestra de su poderío ideológico (sustentado en el derecho romano y en su
ideal de un solo poder) y de su paralelo poderío social que lleva a modelar a
su antojo algunas de las nuevas instituciones de poder.140 Unos años des-
pués de Alcalá, las Cortes de Briviesca en tiempos de Juan I (1387), ponían
de manifiesto el triunfo del derecho común frente al derecho propio del rei-
no, al admitir expresamente la alegación de aquél, si bien con algunas limi-
taciones.141 La puerta estaba abierta y los abogados empezaron a inundar
sus escritos de referencias a los derechos romano y canónico, y a las opi-
niones de los más dispares juristas antiguos y coetáneos, convirtiendo la la-
bor del juez en un auténtico calvario ante la imposibilidad de acreditar la
autenticidad y la autoridad de las citas realizadas. Para corregir estos exce-
sos, se pronuncia Juan II en su famosa “Ley de Citas”, Pragmática Sanción
del año 1427, dirigida a limitar las alegaciones de juristas.142
La Real Pragmática fija un límite cronológico que viene marcado por las
vidas de Bártolo de Sassoferrato y de Juan Andrés, para el campo civil y
canónico respectivamente. Los autores posteriores a los años 1357 y 1348,
fechas respectivas de fallecimiento de los mencionados juristas, no podían
ser alegados en juicio. Se creaba un criterio temporal para restringir las ci-
tas y una especie de vacío de casi setenta años, en relación con el cual la
producción doctrinal entonces generada se consideraría como letra muerta.

140 Los letrados van copando poco a poco los principales puestos de gobierno, como el
recién alumbrado Consejo Real que, como cuerpo burocrático organizado con plantilla fi-
ja, actuación permanente y competencias propias, fue iniciativa de Juan I, hasta el punto
de poder afirmar que los juristas se hicieron indispensables para el buen gobierno y la co-
rrecta administración. Sobre esta cuestión, véase Maravall, J. A., “La formación de la
conciencia estamental de los letrados”, Revista de Estudios Políticos, núm. 70, ju-
lio-agosto de 1953, pp. 53-81; y Moxó, S. de, “La promoción política y social de los letra-
dos en la Corte de Alfonso XI”, Hispania. Revista española de historia, vol. XXXV, núm.
129, 1975, pp. 5-29.
141 El texto en Cortes de los Antiguos Reinos de León y Castilla publicados por la Real
Academia de la Historia; Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1863, t. II,
p. 376.
142 Véase Pérez de la Canal, M. A., “La Pragmática de Juan II, de 8 de febrero de 1427”,
AHDE, vol. XXVI, 1956, pp. 659-668. Una visión general sobre este predominio de los ju-
ristas y las soluciones adoptadas para limitar su influencia, puede consultarse en Marongiu,
A., “Legislatori e giudici di fronte all’autorità dei giuristi. Dalle legge delle citazioni all’art.
265 CPV Reg. Gen. Giud”, Studi di storia e diritto in onore di Enrico Besta per il XL anno
del suo insegnamento, Milán, Giuffrè, 1939, t. III, pp. 441-464.
134 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

El intento, sin embargo, no tuvo mucho éxito y la práctica siguió su propio


camino al margen de las restricciones reales. Tanto es así que en 1493, los
reyes católicos exigieron mediante otra Real Pragmática el estudio del de-
recho romano o del canónico durante al menos diez años para poder ocupar
oficio o cargo de justicia, pesquisidor, relator o algún oficio de corregi-
miento, asistencia, alcaldía o juzgado, receptoría o cualquier otro puesto
relacionado con la justicia. Es decir, hay una cierta claudicación en las pa-
labras de Isabel y de Fernando y una aceptación del estado de cosas en que
se hallaba inmerso el reino castellano-leonés.143 Pero la práctica jurídica, a
pesar de esta aceptación, seguía siendo caótica, compleja, repleta de citas,
autores, referencias de dudosa procedencia y juristas de discutida autori-
dad. Para poner fin a esta pléyade de alusiones y de doctores, los reyes ca-
tólicos dan un nuevo paso con una Pragmática de 1499, en la que se fija una
jerarquía entre las autoridades doctrinales susceptibles de alegarse. En el
derecho civil, se seguirá la opinión de Bártolo o, en su defecto, la de Baldo;
en el campo canónico, la de Juan Andrés o bien la del abad Panormitano.144
Pero se trataba de otro intento de limitar lo ilimitable: en el caso de que no
se hallase opinión de alguno de los juristas referidos, el panorama que se
preveía era idéntico al que se trataba de combatir con lo que la efectividad
real de la medida estuvo muy mermada desde sus orígenes.
Las pragmáticas mencionadas ponen de manifiesto la perfecta inserción
de Castilla en el universo del derecho común, lo que implicaba que las
fuentes del derecho propio fuesen interpretadas a la luz de todos los princi-
pios y categorías de los derechos romano-justinianeo y canónico. De esa
forma, la doctrina de los juristas no se consideró como algo diferente o aleja-
do de la ley, sino como una parte integrante de la misma, como una inter-

143 Libro de las Bulas y Pragmáticas de los Reyes Católicos, Madrid, edición facsímil,
Instituto de España, 1973, t. I, ff. CXVIII-CXIX.
144 El texto en Iglesia Ferreirós, A., La creación del derecho. Una historia del derecho
español. Antología de textos, Barcelona, Editorial Signo, 1991, p. 122. Esta disposición no
se verá alterada por las nuevas Ordenanzas de Madrid, del año 1502, recogidas en Libro de
las Bulas y Pragmáticas de los Reyes Católicos… cit., t. I, ff. LXIV-LXXVI. Para el prota-
gonismo jurídico del reinado de los reyes católicos, véase Villapalos Salas, G., Justicia y
monarquía. Puntos de vista sobre su evolución en el reinado de los reyes católicos, Madrid,
Marcial Pons, Ediciones Jurídicas y Sociales, 1997, pp. 97-122; y Suárez Bilbao, F. y Na-
valpotro y Sánchez-Peinado, J., “La consolidación del derecho común en Castilla. La obra
legislativa de los reyes católicos”, “Le Droit Commun et l’Europe. El derecho común y Eu-
ropa”, Actas de las Jornadas Internacionales de Historia del Derecho de El Escorial, Ma-
drid, Dykinson, Universidad Rey Juan Carlos, 2000, pp. 285-314.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 135

pretación fidedigna de aquélla. Así se entendió que la opinión de los docto-


res debía ser seguida y vinculaba al juez cuando era unánime o cuando, si
se trataba de la postura de un solo autor, no había sido contradicha por nin-
gún otro.
De la aceptación de la realidad, deducida de los anteriores textos, se pa-
sará al combate abierto contra el sistema desarrollado en la práctica. La
Ley 1 de las Leyes aprobadas en las Cortes de Toro (1505) derogará la an-
terior pragmática de 1499 y reinstaurará el orden de prelación de fuentes
creado por el Ordenamiento de Alcalá de Henares.145 Esta ley de Toro será
reiterada nuevamente por la Nueva Recopilación 2, 1, 3, y por la Novísima
Recopilación 3, 2, 3, con lo que el esquema de las fuentes permanecerá
inalterado hasta la época de la Codificación. Sobre el papel y desde una
perspectiva teórica, en principio, el derecho castellano se integraría por el
derecho creado exclusivamente en Castilla y por el rey castellano o las per-
sonas en quien éste delegue. No había pie para la aplicación de órdenes ju-
rídicos extraños y ajenos. No cabe acudir a otros derechos, ni a otras tradi-
ciones jurídicas. No ocurrió así146 y en varios textos posteriores, como en
algunos autos acordados, se pone de manifiesto esa práctica ya secular e in-
fructuosamente erradicada. Así la Nueva Recopilación recoge en su texto
la referencia a la pragmática de Juan II (N. R., 2, 16, 4) y hace lo propio la
Novísima Recopilación (Nov. R., 11, 14, 1), con lo cual se puede detectar
la existencia de una antinomia clara: se prohíbe el recurso al derecho roma-
no, conforme a las Leyes de Toro, pero se admite la cita de los autores de
acuerdo con las reglas establecidas por Juan II. En esa misma línea, deben
ser mencionados dos autos acordados, que demuestran el camino diferente
respecto a la postura real oficial que se seguía en la práctica de los tribuna-
les: el de 5 de febrero de 1594 y el de 19 de enero de 1624, recogido en el
volumen correspondiente a los autos acordados, 2, 16, 1 y 7,147 y también

145 Leyes de Toro. Ley Primera. Cito por Los códigos españoles concordados y ano-
tados, 2a. ed., Madrid, Antonio de San Martín, Editor, 1872, t. VI, pp. 571 y 572. Com-
pleta este nuevo orden de cosas la Ley Segunda… cit., t. VI, p. 572, en la cual se ordena
que los letrados “sean principalmente instructos é informados de las dichas leyes de
nuestros reynos, pues por ellas y no por otras han de juzgar”.
146 Véase Pérez Martín, A. y Scholz, J. M., Legislación y jurisprudencia en la España del
antiguo régimen, Valencia, Universidad de Valencia-Secretariado de Publicaciones, 1978.
147 Nueva Recopilación de las Leyes de Castilla, Valladolid, t. III de Autos Acordados,
edición facsimilar, Lex Nova, 1982, volumen IV, ff. 199 y 200, libro 2, título 16, 1. Dado
por el Consejo el 5 de febrero de 1594: “El Consejo consulto a su Majestad que aviendo vis-
to la demasia, que ay en Abogados, assi en hacerse pagados, como en alargarse en las infor-
136 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

en la Novísima Recopilación 11, 14, leyes 2 y 3. Esta situación será la que


origine la pugna entre el derecho común y el derecho llamado patrio o real
a lo largo del siglo XVIII, fundamentalmente a partir del reinado de Carlos
III. Algunos autos acordados son partícipes de esos nuevos aires que se res-
piran.148 Las opiniones autorizadísimas del padre Feijóo, Berní, Mayáns o
Juan Francisco de Castro, entre otros muchos, sentarán las bases para la re-
novación jurídica, del método y de la forma creadora, que alumbrará el si-
glo XIX y su hija más preclara: la Codificación. El triunfo del derecho co-
mún y de su estilo había sido indiscutible durante varias centurias. Era el
momento para proceder a una revisión de las bases sobre las que se eri-
gía el sistema jurídico. En el momento en que Lope de Vega da a la impren-
ta y al escenario la mayor parte de su producción teatral, entre los siglos
XVI y XVII, el sistema jurídico castellano aparecía ya totalmente sometido
al imperio del derecho común y a las prácticas espurias que el mismo había
introducido por mediación de sus intérpretes, los mismos beneficiados.
Tanto fue así que el poder, en este caso la monarquía, lejos de combatir ar-
dientemente la imposición de este derecho no nacional, trató de aminorar
un poco sus perniciosos efectos. Con ello reconocía al mismo tiempo la im-

maciones en derecho, parecia que de aquí adelante los hagan breves, i compendiosas en La-
tin, sin Romance alguno, si no fuera algun dicho de testigo, ó de Escribano, ó ponderación
de Lei, i aleguen solamente la Lei, ó Doctor, que principalmente tocan al punto, i al que re-
fiere á los otros sin decir los referidos por él, so pena de 20 mrs para la Camara, i pobres por
mitad…”; y f. 201. Libro 2, 16, 7. Dado por el Consejo el 19 de enero de 1624, ordenando la
limitación en las informaciones presentadas por letrados a un máximo de veinte hojas. Si
la anterior constituía una clara muestra de limitación cualitativa, ahora el Consejo establece
una cuantitativa, lo que exigiría a los abogados la agilización de sus escritos y la restricción
a la cita indiscriminada de leyes romanas, canónicas o de doctores del derecho común:
“…que las partes, que litigan, no puedan dar las Informaciones, ni los Abogados hacerlas,
ni los Jueces recibirlas de mas cantidad, que de las dichas 20. hojas…”.
148 Nueva Recopilación de las Leyes de Castilla, t. III de Autos Acordados… cit., vol.
IV, ff. 67 y 68 y ff. 68 y 69, Libro 2, título 1, 1. Dado por el Consejo el 4 de diciembre de
1713: “…lo que es mas intolerable, creen que en los Tribunales Reales se deve dar mas esti-
mación a las Civiles, i Canónicas, que las Leyes, Ordenanzas, Pragmáticas, Estatutos, i Fue-
ros de estos Reinos siendo assi que las Civiles no son en España leyes, ni deven llamarse as-
si, sino Sentencias de Sabios, que solo pueden seguirse en defecto de ley, i en quanto se
ayuden por el Derecho Natural, i confirmen el Real, que propiamente es el Derecho Comun,
i no el de los Romanos, cuyas leyes, ni las demas estrañas, no deven ser usadas ni guardadas
…”; y Libro 2, 1, 3. Dado por el Consejo el 29 de mayo de 1741: “…en lugar del Derecho de
los Romanos, se restableciese la lectura, i explicación de las leyes Reales, asignando Cáte-
dras, en que precisamente se uviesse de dictar el derecho patrio, pues por él, no por el de los
Romanos, deven substanciarse, i juzgarse los pleitos…tengan cuidado de leer, con el dere-
cho de los Romanos las leyes del Reino, correspondiente á la materia que explicaren”.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 137

posibilidad de erradicar las prácticas y su impotencia para luchar contra un


estamento poderoso, los juristas, que había logrado implantar sus estilos.
Las medidas de los reyes católicos o los autos acordados que ya he mencio-
nado son los botones de muestra de este fracaso asumido. Ante la imposibi-
lidad de erradicarlo de un modo pleno, el poder intenta encauzarlo, limitar-
lo, reconociendo su fracaso ante un mundo que no podía dominar y
someter a sus propios designios. Ante esa incapacidad se optó por una vía
de tolerancia y de respeto. Solamente en el siglo XVIII se observará una
clara reacción decidida que tenía como fin la recuperación del derecho na-
cional en detrimento del derecho común hegemónico. El avance de los
años provocó un cambio en la actitud de los literatos. Si Baena y sus coetá-
neos habían criticado, ridiculizado, satirizado el derecho común, con sus
innumerables citas de autores, textos y demás parafernalia jurídica, el paso
del tiempo determinó una mutación en el panorama literario, o, al menos,
en la percepción de lo jurídico por los literatos. El espíritu popular se en-
cargaría de dar carta de naturaleza en el lenguaje del pueblo a todas las per-
versiones que la práctica jurídica había conseguido alumbrar. Elegí el caso
concreto de Lope de Vega (1562-1635) por su impresionante producción
dramática y por el marcado carácter popular que el “Fénix de los Ingenios”
dio a toda su obra. Ni el conceptualismo, el dramatismo o la profundidad de
Calderón, ni la ejemplaridad moralizante de Tirso de Molina, acaso los dra-
maturgos que más se le pueden aproximar, con Lope, el pueblo adquirió un
vehículo propio de expresión. Su voz fue la voz de los corrales, la voz de la
plebe, la voz del pueblo llano.Como destacó Menéndez Pelayo, el pueblo
español no sólo otorgó a Lope la materia épica para crear el drama histó-
rico, el espectáculo de su vida para crear la comedia de costumbre, sino
que le emancipó de las trabas de escuela, le infundió la conciencia de su ge-
nio, le obligó a encerrar los llamados preceptos con cien llaves, le ungió va-
te nacional y se glorificó a sí mismo en su apoteosis.149

149 En su contestación al discurso de ingreso en la Real Academia de Benito Pérez Gal-


dós, en el volumen La sociedad como materia novelable, discurso leído ante la Real Acade-
mia Española el 7 de febrero de 1897, en su recepción pública, por el excelentísimo señor
don Benito Pérez Galdós y contestación del excelentísimo señor don Marcelino Menéndez
y Pelayo, Madrid, Civitas, 2002, p. 46.
138 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Curiosamente Lope no tenía conocimientos jurídicos, pero elevó a la ca-


tegoría de lenguaje universal aquellas expresiones que el pueblo había
creado a partir de lo que observaba en el mundo jurídico. Así lo manifiesta
el propio Lope en su correspondencia, si bien esta confesión no es del todo
cierta, como tendré ocasión de comprobar.150 Veré a continuación cómo las
referencias a Bártolo como modelo de sabiduría y erudición son una cons-
tante en sus obras teatrales, si bien no será el único jurista citado, lo que de-
muestra unos conocimientos del mundo jurídico superiores a los del hom-
bre medio, aunque notoriamente inferiores para ser considerado —él no se
consideraba— un erudito en materia jurídica.151 Si la poesía epigonal del
medievo había demostrado con creces su capacidad crítica,152 el teatro no
iba a ser menos. Es acaso el género literario donde mayor realismo se pue-
de acometer por su proximidad al espectador, por su dinamismo, por la
complicidad que demuestra ese juego a tres bandas entre autor, actores y
público. Diversos estudios han mostrado esas relaciones, como los de Ma-
ravall153 o los de Bermejo,154 por citar solamente dos ejemplos. Lo que su-
cede es que en el caso de Lope la crítica ha dejado paso a una cierta confor-

150 Lope de Vega en sus cartas, Madrid, Edición de G. de Amezúa, tipografía de Archi-
vos, 1941, t. III, p. 270: “No soy letrado, pero soy clérigo; mientras ellos busquen leyes en
sus Bártulos, buscaré yo en mi brebiario y missal oraçiones”.
151 Acerca de la vida, obra y significado de Lope, véase Díez Borque, J. M. (coord.),
Historia de la literatura española. II. Renacimiento y Barroco. Siglos XVI-XVII, Madrid,
Taurus, 1982, pp. 659-668; Rico, F. (dir.), Historia y crítica de la literatura española. Si-
glos de Oro: barroco, Barcelona, Crítica, pp. 291 y ss.; Alborg, J. L., Historia de la literatu-
ra española, 2a. ed., Madrid, Gredos, 1987, t. II, pp. 196-334; y Canavaggio, J. (dir.), Histo-
ria de la literatura española, t. III: El siglo XVII, Barcelona, Ariel, 1995, pp. 85-113.
152 Una síntesis sobre estos precedentes puede consultarse en mi trabajo “La crítica al
sistema del derecho común en el cancionero de Juan Alfonso de Baena. Siglo XV”, Prolo-
gus Baenensis… cit, segundo semestre de 2003, donde se mencionan, entre otros referen-
cias, a Dante, la Revelación de un Hermitaño, la Danza de la Muerte, el Libro Rimado de
Palacio de Pedro López de Ayala, la obra lírica del Marqués de Santillana, la Coplas de Min-
go Revulgo, atribuidas a fray Iñigo de Mendoza, y poemas aislados de Hernán de Mexía,
Gómez Manrique y Juan de Mena, así como las citas inexcusables al mundo jurídico que re-
cogen el Arcipreste de Hita y el Arcipreste de Talavera en sus obras ya clásicas.
153 Véase Maravall, J. A., Teatro y literatura en la sociedad barroca, Madrid, Semina-
rios y Ediciones, 1972.
154 Véase Bermejo Cabrero, J. L., “Aspectos jurídicos de La Celestina”, Derecho y en-
samiento político en la literatura española… cit., pp. 95-109; “Dos notas cervantinas...”,
cit., pp. 139-159; y “Dos obras de Lope...”, op. cit., pp. 161-186; “Un tema jurídico en la
tradición literaria. Famosos juristas y legisladores...”, op. cit., pp. 194 y 195; y “Justicia pe-
nal y teatro barroco”, Sexo barroco y otras transgresiones premodernas… cit., pp. 91-108.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 139

midad resultado de la asimilación por el pueblo, y luego por el autor al


servicio de aquél, del lenguaje usual. La censura ha dado paso a una sana
indiferencia, a un estado de conformismo, a la asimilación pacífica de todo
un elenco de palabras y frases hechas, y a la construcción de expresiones
que tienen como base antiguos términos jurídicos o referencias explícitas
al mundo del derecho.
El tránsito no ha sufrido interrupciones. Alusiones más o menos críticas,
cuando menos realistas. Existen remisiones expresas a los juristas del dere-
cho común en obras de Diego de Valera,155 éste desde una perspectiva polí-
tica, Vives,156 fray Antonio de Guevara,157 Baltasar Gracián,158 Queve-

155 Por motivos obvios, acude a las citas continuadas de Bártolo en su “Espejo de Ver-
dadera Nobleza”, Biblioteca de Autores Españoles. Prosistas castellanos del siglo XV, edi-
ción y estudio preliminar de Mario Penna, Madrid, Atlas, 1959, t. CXVI, pp. 89-116. La cita
es obligada al ser el jurista italiano el autor de un importantísimo Tractatus de Insignis et
Armis, al que puede referirse el mismo Lope de Vega en la novela El peregrino en su patria,
citada infra.
156 Citado por Maravall, J. A., Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento…
cit., pp. 179-190.
157 Guevara, A. de, Libro Primero de las Epístolas Familiares, edición y prólogo de Jo-
sé María de Cossío, Madrid, Aldus, 1950, t. I, p. 189, Letra para don Pedro de Acuña, conde
de Buendía: “Que el caballero administre justicia en su tierra… pues vemos cada día por ex-
periencia cuánta ventaja hay del que tiene buen seso al que no sabe más de a Bártulo”; y Le-
tra para don Hernando de Toledo: “Cuando Dios mandó que los jueces de su república fue-
sen sabios, no lo dixo para que solamente supieran a Baldo, y a Bárthulo, y al Esforzado…”,
t. I, p. 405.
158 A modo de ejemplo, basta tras citas correspondientes a sendas obras del jesuita
aragonés. Así, pueden leerse varios pasajes donde se refiere a la presencia de Bártolo y de
Baldo en El Criticón, parte II, crisis III en Gracián, B., Obras completas, Madrid, Bibliote-
ca Castro-Turner, 1993, t. I, p. 266: “Con una palmada que da un letrado en un Bártulo, cu-
yo eco resuena allá en el bartolomico del pleiteante, ¿no hace saltar los ciento y los doscien-
tos al punto, y no de la dificultad? Advertid que jamás da palmada en vacío y, aunque
estudia en Baldo, no es de balde su ciencia”; parte III, crisis XII, p. 406: “Pero ya Bártulo y
Baldo comenzaron a alegar por la Jurisprudencia; acotando entre los dos doscientos textos
con memoriosa ostentación, probaron con evidencia que ella había hallado aquel maravillo-
so secreto de juntar honra y provecho, levantando los hombres a las mayores dignidades
hasta la suprema”; y parte III, crisis IV, p. 509: “Téngale por un Bártulo moderno”. Reapa-
recen Bártolo y Baldo en “El Discreto”, capítulo V, Obras completas… cit., t. II, pp. 116 y
117: “Lo que dice es que ella es la hermosura formal de todas, realce del mismo saber, os-
tentación del alma, y que tal vez aprovechó más saber escribir una carta, acertar a decir una
razón, que todos los Bártulos y Baldos”. Finalmente, en su Agudeza y arte de ingenio, “Dis-
curso XXXI”, Obras completas… cit., t. II, pp. 564 y 565, donde se recoge un soneto del
doctor Juan Francisco Andrés dedicado a Raimundo de Peñafort, insigne figura de la cano-
nística medieval.
140 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

do,159 incluso un autor encarnación de la seriedad conceptual y temática


como Pedro Calderón de la Barca,160 y otros autores menores, lo cual debe
llevar a reflexionar sobre el modelo de crítica que se adopta, el por qué de
la misma y las explicaciones en última instancia que permitan contextuali-
zar con exactitud sus motivos remotos.161 Hay una solución de continuidad
desde el siglo XV al siglo XVII que acredita a las claras esos aires de incor-
poración al acervo popular, que perfila el carácter estéril y continuista de la
tradición jurídica española. Los autores no harán más que citar a aquellos
juristas cuyos nombres proceden de una supuesta evocación popular: la
práctica los ha encumbrado, han trascendido la vida del foro judicial y se
han erigido en patrimonio colectivo. El escritor certifica este tránsito de lo
culto especializado a lo popular simplificador y simplificado. Una vulgari-
zación opera y se hacen eco de la misma egregias figuras del Siglo de Oro.
Lope emplea estas alusiones a juristas del pasado en varios sentidos en
su numerosa producción. Además de las obras en las que el mundo jurídico
aparece como protagonista principal (El alcalde mayor y El cuerdo en su

159 Tanto en sus obras en prosa como en verso, que mencionaré con ánimo comparativo.
Más en profundidad sobre la crítica de Quevedo a las prácticas de los letrados, véase Gacto
Fernández, E., Sobre la justicia en la fuentes literarias… cit., pp. 44 y ss.
160 Calderón De La Barca, P., Entremeses, jácaras y mojigangas, Rodríguez, Evangeli-
na y Tordera, Antonio (eds.), Madrid, Clásicos Castalia, 1990, Entremés de la Franchota, p.
256: “En el alma me bulle la chicota, turbar hiciera a Bártolo y Baldo”.
161 Como marco general de referencia, cfr. Bermejo Cabrero, J. L., “Un tema jurídico en
la tradición literaria. Famosos juristas y legisladores”, Derecho y pensamiento político en la
literatura española… cit., pp. 192-194. Podemos citar a Setanti, J., “Centellas de varios
conceptos”, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, Atlas, 1953, t. LXV, p. 533, núm.
380: “Entre las cosas del mundo cuyo saber es la práctica, suelen perderse muchas veces los
puramente letrados; porque les parece que es agravio de sus letras atreverse al parecer
de los otros, y con esto dan consigo en un atolladero de errores, de que no basta á sacarlos
Bártulo ni Baldo”; Pinelo, L. de, “Libros de chistes, recogido en Sales españolas o agudezas
del ingenio nacional”, Biblioteca de Autores Españoles, 2a. ed., Madrid, Atlas, 1964, t.
CLXXVI, p. 99: “Los juristas tienen cinco libros, así como los judios tenían cinco libros de
Moysen”, los cuales son el Código, las Instituta, el volumen, el “Esforçado”, y los Digestos
Nuevo y Viejo; y Huarte de San Juan, J., Examen de ingenios para las ciencias, Fresco Ote-
ro, Felisa (ed.), Madrid, Espasa Calpe, colección Austral, 1991; Proemio, p. 47: “Y si como
Baldo (aquel ilustre varón en derecho) estudió medicina y la usó, pasara adelante con ella,
fuera un médico vulgar (como ya realmente lo era, por faltarle la diferencia de ingenio que
esta ciencia ha menester) y las leyes perdieran una de las mayores habilidades de hombre
que para su declaración se podía hallar”; y, en especial, capítulo XI, Donde se prueba que la
teórica de las leyes pertenece a la memoria; y el abogar y juzgar, que es su práctica, al en-
tendimiento; y el gobernar una república, a la imaginativa, pp. 193-212.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 141

casa). Unas veces, se utilizan los nombres de juristas para respaldar una
afirmación. Se acude a la autoridad y se usa un modo de argumentación tí-
picamente jurídico y conforme al estilo del derecho común. Así sucede con
la comedia Mirad a quien alabáis. La parodia puede entreverse en estos re-
cursos. En otras ocasiones, lo que se hace es comparar a alguien en proceso
de educación con alguna de estas famosas lumbreras que proporciona el
mundo jurídico. El protagonista por antonomasia va a ser Bártolo, quien
gozaba de un prestigio indiscutible por parte de la ciencia jurídica y de la
práctica judicial. Es lo que acontece en la mayor parte de las obras de Lope
que citaré:
Fuenteovejuna, La Corona de Hungría, La Santa Liga, El cardenal de
Belén, La serrana de Tormes, Mirad a quien alabáis, La venganza ventu-
rosa y la novela El peregrino en su patria. Bártolo y otros juristas, como
Baldo o Jason, son menciones continuadas.162
Basta recordar que las dos “Leyes de Citas” castellanas, la de Juan II y la
de los reyes católicos, aludían al primero expresamente como referencia
jurídica inexcusable. Su nombre había pasado al Olimpo de los sabios, de
los intocables. Eso hizo que con suma facilidad el pueblo, el lenguaje po-
pular, asumiesen su nombre como modelo de inteligencia, sabiduría, erudi-
ción, formación jurídica, y, al mismo tiempo como el representante del
confusionismo y la complejidad a la que se había llegado en el mundo
del derecho.163 Incluso la alusión a sus obras, enormes y enciclopédicas, ya

162 Bártolo de Sassoferrato, probablemente uno de los mejores juristas de la Edad Me-
dia, vive entre los años 1314 y 1357. Su obra es amplísima y trata prácticamente todos los
temas del derecho romano, tanto públicos como privados. La totalidad de la obra justinia-
nea es objeto de sus agudos comentarios, hasta el punto que en la universidad de Padua exis-
tía una cátedra dedicada exclusivamente a estudiar su obra exegética. Véase Calasso, F.,
Medio Evo del Diritto. I. Le fonti... cit., pp. 572-577. La difusión de su obra en España, con
cerca de 125 manuscritos, volumen no comparable a ningún otro autor, ha sido estudiada
por García y García, A., “Bartolo de Saxoferrato y España”, Derecho común en España.
Los juristas y sus obras, Murcia, Universidad de Murcia, 1991, pp. 99-128. A su lado, como
se verá en orden de importancia y número de citas, figura Baldo de Ubaldi (1327-1400), dis-
cípulo de Bártolo, profesor en Bolonia, Pisa, Florencia y Perugia, más completo en su for-
mación que el maestro, dado que a su condición de civilista, unía la formación canónica e
incluso feudal. Véase sobre el mismo Calasso, F., Medio Evo del Diritto. I. Le fonti… cit.,
pp. 577 y 578.
163 Tanto es así que en muchas de sus obras, el personaje dotado de mayor ingenio y
agudeza naturales recibe este nombre. Véase Griswold Morley, S. y Tyler, R. W., “Los
nombres de personajes en las comedias de Lope de Vega”, Estudio de onomatología, Ber-
keley-Los Ángeles, University of California Publications on Modern Philology-University
142 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

que había logrado comentar prácticamente la totalidad de la obra de Justi-


niano, amén de otros trabajos de igual envergadura, caló hondamente en el
lenguaje cotidiano. Los “bártulos” pasaron de designar primeramente los
libros de estudio a nombrar los enseres que acompañaban a una persona
cuando ésta se desplazaba o cambiaba de residencia, así como los argu-
mentos jurídicos expuestos en determinado litigio.164 Cervantes había in-
cluido esta mención en dos de sus obras con lo que Lope no estaría separa-
do del sentir literario y popular del momento.165 No debe olvidarse, en
última instancia, que Lope pondría también actuar, movido por la dictadura
de la rima y de la métrica, es decir, que el empleo de los nombres de los ju-
ristas podía venir condicionado por las exigencias del propio ritmo del tex-
to, los recursos métricos al uso, la búsqueda de la rima, la sinalefa o la con-
cordancia silábica, que implican el decantarse por uno u otro nombre en
función de la exigencias de sonoridad y musicalidad del propio texto.
Las referencias jurídicas en la obra de Lope son numerosas y no me voy
a ocupar de la totalidad de ellas. Es cierto, como bien demostró Maravall,
que el teatro barroco, con Lope a la cabeza, juega un papel decisivo en la
consolidación del poder absoluto de los reyes. Las comedias de los autores
españoles del Siglo de Oro son una manifestación clara de este ideario don-
de se ve al rey por encima de cualquier otra autoridad, decidiendo litigios y

of California Press, 1961, parte I, p. 53. Como indican los autores, en Parte I, p. 22, es un
nombre apenas usado para designar a los caballeros, pero tampoco a los criados, lo que lo
colocaría en un estrato social intermedio, perfectamente acorde con el lugar social que te-
nían los juristas.
164 De acuerdo con Corominas, J. y Pascual, J. A., Diccionario crítico etimológico cas-
tellano e hispánico, Madrid, Gredos, 1984, t. I, p. 533, voz “Bártulos”, esta palabra designó
de forma sucesiva los libros de estudio, por ser Bártolo uno de los más prolíficos e influyen-
tes jurisconsultos a nivel universitario y a nivel práctico, los argumentos jurídicos, y, desde
fines del siglo XVIII y por extensión del primero de los significados a cualquier objeto vo-
luminoso, los enseres que constituían la decoración y el ajuar de una casa.
165 Concretamente, en las piezas La elección de los alcaldes de Daganzo y en la novela
atribuida presuntamente a Cervantes, La tía fingida, citadas por Bermejo Cabrero, J. L.,
“Dos notas cervantinas”, op. cit., p. 156. Dos son los pasajes del entremés en el que se hace
alusión a la literatura del derecho común. Véase Cervantes, M. de, Entremeses, Asensio,
Eugenio (ed.), Madrid, Clásicos Castalia, 1970, La elección de los alcaldes de Daganzo, p.
114: “Así se me aderezan los sentidos, que me parece a mí que en aquel punto podrá prestar
leyes a Licurgo y limpiarme con Bártulo”; y en p. 120: “Sansones para las letras y para las
fuerzas Bártulos”. En la novela vuelven a detectarse dos referencias. Véase Cervantes, M.
de, Novelas ejemplares, III, Bautista Avalle Arce, Juan (ed.), Madrid, Clásicos Castalia,
1987, La tía fingida, p. 325: “Dos estudiantes mancebos, más amigos del baldeo o rodencho
que de Bártulo o Baldo”; y p. 329: “Graduado en utroque”.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 143

ejecutando sus propias decisiones con un poder incontestable, al que se tie-


nen que plegar corregidores, oficiales, comendadores, señores y demás po-
tentados, e incluso el pueblo mismo, tantas veces desvalido y confiado en
esa suprema autoridad como única solución para todos sus problemas.
Piénsese en el conocido título de la obra de Lope que exalta este poder ju-
risdiccional del monarca (El mejor alcalde, el rey), o la obra de Francisco
de Rojas Zorrilla que pone de relieve la primacía del monarca (Del rey aba-
jo, ninguno). Son sólo dos ejemplos puntuales de esa reflexión general que
el teatro barroco efectúa sobre el tema particular. El rey aparece como la
encarnación de la justicia y los asuntos extremadamente graves, comple-
jos, irresolubles, son remitidos al mismo para que, con arreglo a su sabidu-
ría, equidad y suma justicia, dicte la correspondiente sentencia.
¿Cómo ve el autor el mundo del derecho común? Como un ciudadano
normal, aunque con varias perspectivas. Lope lo expresa con claridad en
diversos textos que procedo a enumerar, sin ánimo exhaustivo. No he se-
guido el orden cronológico por la dudosa ubicación en el tiempo de algunas
de las obras del autor que menciono. Destaca, ante todo, en Lope la capaci-
dad magnífica de dar varios sentidos a lo largo de sus obras a las mismas
palabras empleadas. Puede ser crítico, popular, satírico, espejo de la reali-
dad cotidiana, aun usando los mismo términos. Aquí una buena parte de su
grandeza e inmortalidad, y de la inimitabilidad de la que hace gala a lo lar-
go de toda su producción. Comienzo el periplo por este teatro con implica-
ciones jurídicas.
En una de sus obras más famosas, Fuenteovejuna, Lope emplea por pri-
mera vez el sustantivo “Bártolo”, como sinónimo de sabio, de erudito, de
persona culta, bien formada y mejor preparada. Se trata del inicio del Acto
II, cuando se produce el diálogo entre el licenciado Leonelo, procedente de
Salamanca, y Barrildo. Sirve esta remisión como crítica a la ingente pro-
ducción de obras impresas que conducen a la confusión de las mentes más
vivas y despiertas:

Leonelo: A fe que no ganéis la plamatoria,


Porque ya está ocupado el mentidero.
Barrildo: ¿Cómo os fue en Salamanca?
Leonelo: Es larga historia.
Barrildo: Un Bártulo seréis.
Leonelo: Ni aún un barbero.
144 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Es, como digo, cosa muy notoria,


En esta facultad lo que os refiero.166

En La Corona de Hungría, drama de tipo histórico, vuelve a aparecer esa


referencia que se extiende ahora no sólo a Bártolo, sino a Jasón de Maino.
Aquí el sentido popular anteriormente visto cede su sitio a la crítica reno-
vada del derecho común, muy en la línea de Baena. El rey de Hungría,
Enrique, pide a Liseno una respuesta sencilla, fácil, directa, sin complica-
ciones, todo lo contrario a lo que eran los usos ya conocidos de los juristas
del momento:
Liseno, amigo, pues ya
Nuestro padre no te llamas,
Este pleyto es mui confuso;
Ya la dilaçión me cansa.
Ya sabes que aborreçí
Las letras; no quiero nada
Por Bártulos y Jasones
Por ynformaçiones largas.
No quiero leyes ni glosas
Por las márgenes notadas.167

Deben resaltarse dos cosas. Por un lado, la referencia a los dos juristas
probablemente más famosos del momento (Bártolo y Jasón, junto a Baldo
que será citado en otras obras referidas más adelante), al mismo tiempo que
se alude veladamente a los estilos desarrollados por los mismos con esas le-
yes repletas de glosas anotadas en los márgenes, origen del carácter farra-
goso del derecho. Por otro lado, una tímida referencia a los abogados, auto-
res de esas informaciones largas en las que no paraban de efectuar citas y
remisiones a los principales juristas del derecho común.
Otros autores aparecen aparejados en una nueva referencia. Esta vez en
La Santa Liga, otra comedia histórica que narra los preparativos de la bata-
lla de Lepanto. El sultán, ante el senado veneciano, defiende sus derechos

166 Fuenteovejuna, Arrete Blanco, Juan José (ed.), Madrid, Biblioteca Didáctica Ana-
ya, 1990, acto II, pp. 75 y76.
167 A critical edition of Lope de Vega’s. La Corona de Hungría, Tyler, R. W. (ed.), Ma-
drid, Department of Romance Languages, University of North Caroline, Editorial Castalia,
1972, acto III, p. 142, con nota en p.183.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 145

sobre la isla de Chipre frente a los de Saboya, en estos términos. Vuelve Ja-
són, pero no Bártolo. En su lugar, su discípulo, Baldo de Ubaldi. El dere-
cho común está dominando de nuevo la argumentación jurídica:

Saboya tiene derecho,


Si con leyes cristianas
Las nuestras se conformasen,
Por ser herencia bastarda;
Mas los Baldos y Jasones,
Que escribe Italia y España
Con tinta, con sangre pura
Los escribimos en Asia.168

Más sencilla y elemental es la nueva referencia a Bártolo en esa come-


dia sobre la vida de San Jerónimo que lleva por título El cardenal de Be-
lén. Para empezar, la mención no figura en el texto de la obra, sino en la
dedicatoria, con lo cual pierde parte de su fuerza popular para erigirse, so-
bre todo, en una remisión culta. La obra mencionada, dirigida a fray Hor-
tensio Félix Paravicino, inicia en su dedicatoria una serie de alabanzas
destinadas a los más preclaros representantes de diferentes disciplinas del
siglo XVII, a los que Lope equipara o trata de equiparar con los portentos
de otras centurias, para significar que la pertenencia a una generación o a
una determinada época no obsta para alcanzar la más grande reputación,
sabiduría o fama. Concretamente y por lo que aquí interesa, dice Lope de
Vega: “¿Qué debe el Valenciano Salat a Hipócrates, ni el granadino Be-
rrio a Bártulo?”.169
Se emplea a Bártolo aquí como elemento comparativo. El paralelismo es
curioso y significativo. Si al máximo representante de la medicina antigua,
Hipócrates, el coetáneo Salat no tiene nada que envidiar, lo mismo acontece
con el jurisconsulto granadino, el licenciado Gonzalo Mateo de Berrio,
quien es igualado al mismo Bártolo en sus conocimientos, único jurista pa-
trio al que Lope cita en sus obras.

168 Lope de Vega, “La Santa Liga”, Comedias, Madrid, Biblioteca Castro-Turner,
1994, t. X, acto I, pp. 505 y 506.
169 El cardenal de Belén, prólogo y notas de Elisa Aragone, Zaragoza, Biblioteca Clási-
ca Ebro, 1957, p. 35. Se refiere al licenciado Gonzalo Mateo de Berrio. Desconozco más da-
tos acerca de este jurista del siglo XVI.
146 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Por su parte y de nuevo, Jasón de Maino aparece en solitario en La se-


rrana de Tormes. Antandro dice a su hijo, sorprendido por sus respuestas
huidizas y esquivas:
“¡Buen Jasón! ¡gentil doctor!”.170
El hijo, Alejandro, era, a la sazón, estudiante de leyes, de ahí lo califica-
tivos usados en los que no se duda en recurrir a una de los mejores comen-
taristas de los siglos XIV y XV.
Mirad a quien alabáis suministra otros dos ejemplos. Por un lado,
Bártolo aparece como modelo de todas las virtudes, de todas las sabidu-
rías letradas. Le acompaña en elogios Próspero Farinaccio, jurista italiano
que vive entre los años 1544 y 1618.
Habla Fabio, uno de los protagonistas, con dos alusiones jurídicas y una
mitológica de estilo comparativo:

Alabo al mozo que cuelga


Cien espejos cada día,
En que enriza y se peina.
Alabo al letrado, y digo
Que es Bártulo de su tierra,
Farinacio de Castilla,
Y Jasón de su Medea.171

Pero, por otro lado, se parodia el modo de argumentar de los juristas y el


empleo desaforado del latín. El nivel cómico contrasta con el carácter en-
comiástico del ejemplo anterior.
El mismo Fabio dice, trasponiendo el lenguaje jurídico al campo de las
relaciones amorosas, como si en éste bastasen dictámenes y leyes para la
consecución de los fines perseguidos:

Pues los Digestos de amor,


Ley Tibio, párrafo Miedo,
Dicen que quien tempus habet

170 Lope de Vega, “La serrana de Tormes”, Comedias, Madrid, Biblioteca Castro-Tur-
ner, 1993, t. IV, acto I, p. 125.
171 Fray Lope Félix de Vega Carpio, “Mirad a quien alabáis”, Comedias escogidas,
Hartzenbusch, J. E. (ed.), Madrid, Biblioteca de autores españoles, 1952, t. IV, acto I, p.
461.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 147

Y aguarda que veniat tempus,


Pues que no mereció silla,
Quasi jumento albardetur.172

En La venganza venturosa se alude de nuevo a las dos grandes figuras


del derecho común más conocidas en Castilla: Bártolo, como no podía ser
de otra forma, y su discípulo Baldo. El protagonista, Lisardo, ante el ofreci-
miento hecho por el marqués de elevarle socialmente por medio de un hon-
roso casamiento, rechaza tan alto honor por considerarse indigno de tales
atenciones. Él solamente es un hidalgo llano, sin más prendas. La descrip-
ción del oficio de jurista es aquí sumamente gráfica. El letrado emplea a los
autores como sus propias armas de defensa y de ataque, como espadas y
banderas:
Señor, aunque soy hidalgo,
No tengo tan altas prendas
Como tu estado requiere,
Mira que no te arrepientas.
La profesión de mi padre
No son armas, sino letras.
Baldos tiene por espadas,
Y Bártulos por vanderas.173

Cuando se esboza, aunque sea de forma tangencial, la vida de los estu-


diantes, el mundo del derecho común aparece en su plenitud, reflejo de có-
mo las prácticas docentes medievales seguían perpetuándose en la univer-
sidad de la Edad Moderna. El ambiente universitario que se respira en el
inicio de la comedia La obediencia laureada, da pie para criticar asimismo
el método docente, con lecciones numerosísimas que casi no daban tiempo
a los estudiantes para vivir o mal vivir, siempre envueltos entre textos y
glosas. Los nombres que salen a la palestra no deben ya extrañarnos: Bárto-
lo y Baldo. Es significativa la comparación de los alumnos con bueyes que,
en este caso, están rumiando las leyes que aprenden cada día y que reiteran,
repiten en cualquier momento. Carlos, estudiante de Bolonia, y su criado
Guarín, son interpelados por Aurelio, padre del primero, que los reprende

172 Ibidem, t. IV, acto II, p. 467.


173 Comedia famosa de la venganza venturosa en Lope de Vega Carpio en la décima
parte de Comedias, Madrid, impresas por Diego Flamenco, 1621, acto III, f. 49 v.
148 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

por haber regresado a Nápoles, ciudad cuna de todos los vicios, antes de
tiempo. Ante el silencio del amo, el criado responde lo que sigue:

Si tú nos aprietas tanto,


Por fuerza habremos de hablar.
Si estamos sorbiendo caldo
Todo el año entre mil textos,
Donde somos más digestos
Que los de Bártulo y Baldo;
Si antes de salir el sol.
Ya con la lección prima,
Nos cae más niebla encima,
Que al Pireneo español.
Si después de haber comido
Menos carne que un alcon,
Volvemos á otra lección,
¿Qué tiempo juzgas perdido?
Si antes de la noche fría,
Ya estamos, como los bueyes,
Volviendo a rumiar las leyes,
Que pacimos todo el día.174

Alguna velada referencia se puede detectar en otra comedia, La pobreza


estimada, en donde se alude reiteradas veces a la “doctrina”, puede perfec-
tamente referirse a la jurídica, máxime cuando se están tratando temas que
pueden afectar al mundo del derecho.
Mi pronunciamiento aquí no es definitivo porque al tratarse de un tema
fronterizo entre la teología y el derecho canónico, puede deducirse que la
cita puede aludir perfectamente a cualquiera de esas dos ciencias.175
Finalmente, en su novela El peregrino en su patria, Lope emplea a Bár-
tolo como cita erudita, como referencia cultural.
Al comenzar el libro IV, en una representación teatral a la que asisten los
protagonistas de esta novela plenamente bizantina y llena de aventuras,
puede leerse:

174 “La obediencia laureada”, Comedias escogidas... cit., nota 171, t. IV, acto I, p. 169.
175 “La pobreza estimada”, Comedias escogidas… cit., nota 171, t. IV, p. 142.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 149

Siendo tan corta nuestra vida humana,


Y habiendo muchos hombres puesto en duda
Ser el alma inmortal, solicitaron
Que la gloriosa fama de sus obras
Los hiciese inmortales en el mundo;
Tanto de conservar su ser se estiende
La común ambición en los mortales,
Que en contentos por haber nacido
Con excelencia de progenie o estirpe,
Como dice Iodoco Clitoveo,
O de tener de honesto honor del príncipe
Aquella calidad que dice Bártulo,
Procuraron ser nobles por sí mismos.176
Indudablemente, cuando el mundo jurídico toma cuerpo de una manera
más intensa es en aquellas escenas que están directamente relacionadas con
pleitos, litigios, asesoramiento de letrados o vida universitaria. Vamos a ci-
tar dos ejemplos claros y nítidos sobre este punto para terminar con este
epígrafe. El conocimiento de Lope en estos campos se antoja mucho más
amplio, lo que contradice su propia confesión epistolar, sobre todo en el se-
gundo de los ejemplos enunciados, lo cual implica pensar en la asistencia
proporcionada por algún amigo jurista.
En la comedia El alcalde mayor, cuyo título marca indefectiblemente su
acentuado cariz jurídico, Lope narra cómo don Juan solicita la asistencia
legal de un doctor de la universidad de Salamanca para que le auxilie en un
pleito de gran trascendencia que versa sobre un mayorazgo. El particular
reproduce la actuación que corresponde desarrollar a los oficiales que reci-
ben el calificativo de alcaldes mayores, los cuales, debido a su origen nobi-
liario y en principio alejado de cualquier conocimiento jurídico, estaban
obligados a auxiliarse para la resolución de los pleitos de un asesor letrado.
El doctor Leonido, a quien consulta en primer lugar, le contesta con la si-
guiente carta que el propio don Juan lee en voz alta. Las menciones jurídi-
cas son, en este caso, las ya usuales a los conocidos juristas Baldo, Bártolo
y Jasón de Maino, cuya sapiencia deviene inútil en comparación con la del
176 El peregrino en su patria, Bautista Avalle-Arce, Juan (ed.), Madrid, Clásicos Casta-
lia, 1973, libro IV, p. 369. Las referencias concretas del texto aluden al De Vera Nobilitate,
de Ioducus Clichtoveus, aparecido en París en 1520, tratado sobre la materia nobiliaria, y al
Tractatus Testimoniorum, de Bártolo de Sassoferrato, sobre la prueba testifical, o bien pue-
de referirse al tratado sobre las insignias y las armas ya mencionado supra.
150 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

doctor Aurelio, el sabio salmantino recomendado para llevar a buen puerto


el litigio:

Ha dado de manera que hacer vuestro pleito á los doctores desta Universi-
dad, no solo legistas y canonistas, pero también teólgos, que no se ha visto
en ella otra quistión tan notablemente controvertida. El que con más curiosi-
dad lo ha visto, es el señor doctor Aurelio, que os dará esta. Si alguno en el
mundo, aunque resuciten Bártulo, Baldo y Jasón de Maino, os puede dar este
pleito, es él, por ser el más raro, único y famoso ingenio que han visto nues-
tras escuelas. El va á sus pretensiones: regaladle, servidle, que solo lo que
tiene escrito es para que el Consejo os adjudique el mayorazgo. 177

Dos aspectos se deben destacar. El primero es de tipo comparativo: los


juristas citados no tendrían, aun en caso de resucitar, nada que hacer frente
al ingenio, saber y estilo del doctor Aurelio. Lope emplea aquellos juristas
que más se conocían y citaban en su tiempo como modelos para resaltar el
saber del doctor, recurso literario que como se ha visto, no es novedoso a lo
largo de su obra. Al mismo tiempo, en segundo lugar, se puede detectar una
crítica feroz al estilo de los juristas. El inciso final dice que solamente con
su producción científica (no se dice si buena o mala), el Consejo se vería
forzado a fallar en favor del doctor Aurelio. Es decir, en el sistema procesal
lo que cuenta es la cantidad de los argumentos, no la calidad de los mismos.
La denuncia de siempre al sistema del derecho común.
Sobre el mismo tema, aunque con tono humorístico, se insiste en la mis-
ma comedia. Beltrán, típico personaje bufonesco del teatro de Lope, se re-
fiere a sí mismo como “graduado en Tejares, en utroque y en utreque”,178
ridiculizando, lo que era una titulación usual en aquel entonces (el doctor
en ambos derechos, romano y canónico),y alude al doctor Aurelio usando
los más altos calificativos posibles. Se le compara con los mejores legisla-
dores (Licurgo, famoso legislador espartano), juristas (Bártolo y Baldo) y
oradores (Demóstenes):

Unos lo llaman Jason,


Demóstenes elocuente,
Licurgo, Bártulo y Baldo
Y otros desbordado Fénix.179

177 “El alcalde mayor”, Comedias escogidas… cit., nota 171, t. IV, acto I, p. 33.
178 “El alcalde mayor”, Comedias escogidas… cit., nota 171, t. IV, acto II, p. 36.
179 Idem.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 151

A mi entender, la comedia en donde la presencia del derecho común está


más acentuada y en la cual Lope demuestra ser un perfecto conocedor de la
literatura jurídica (al menos, de los principales nombres), es en la obra titu-
lada El cuerdo en su casa. Entre otros motivos, porque el protagonista Leo-
nardo es un letrado y su vida profesional lo inunda todo para desesperación
de su esposa.
En el primer acto, Mendo pone de relieve el diferente mundo en el que
vive Leonardo, contraponiendo la vida de un labrador con la del abogado,
enfrascado en su mundo de libros y de leyes:

Vos letrado, yo ignorante;


Vos hidalgo, yo villano,
Será nuestro trato en vano
No hallaremos semejante.
Yo hablaré de mis labores,
Y vos de libros y leyes;
Vos de negocios de reyes,
Yo de humildes labradores.180

Esa crítica velada se torna de todo punto afilada cuando Lope pone en
boca de uno de los personajes la siguiente expresión: “hidalgo letrado y
hombre de bien es de temer”.181 Una lectura a sensu contrario del pasaje es
sumamente expresiva. Tales calidades difícilmente se hallan en la mis-
ma persona. Sobran comentarios al respecto.
La devoción de Leonardo por su profesión lleva a Mondragón a ofrecer-
le toda una biblioteca del mejor derecho del momento, con la finalidad de
acercar a su amo a la mujer de aquél. ¡Qué mejor manera de hacerlo que
ofreciendo a un letrado obsesionado por su profesión las obras más selectas
y famosas de toda perfecta biblioteca jurídica! Al no hallarse Leonardo en
casa, es entregada una lista a la criada. La enumeración de autores que hace
Mondragón demuestra el conocimiento, al menos nominal, que Lope tenía
de los autores cuyas obras circulaban con mayor regularidad en la España de
los siglos XVI y XVII, y que, por ende, eran empleadas por los abogados,
jueces y tribunales:

180 “El cuerdo en su casa”, Comedias escogidas, Hartzenbusch, J. E. (ed.), Madrid, Bi-
blioteca de Autores Españoles, 1950, t. III, acto I, p. 442.
181 Ibidem, t. III, acto II, p. 448.
152 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Traigo de todo el derecho


Libros sí son de provecho:
Esta lista le daréis:
Hay Godofredos y Dinos,
Oldrados, Bártulos, Baldos,
Paulos Castrenses, Uvaldos,
Albericos y Aretinos,
Decios, Jasones, Rosatos,
Curcios, Decios, Amodeos,
Fulgosios, Ripas, Budeos,
Tiraquelos, Purpuratos
Y otros mil.182

182 Ibidem, t. III, acto II, p. 450. Los autores citados son los siguientes, de acuerdo con el
catálogo proporcionado por Besta, E. y Giudice, P. del, Storia del diritto italiano, Floren-
cia, Librería O. Gozzini, volume I, parte seconda, 1969; y por Coing, H. (coord.), “Hand-
buch der Quellen und Literatur der neueren europäischen Privatrechtsgeschichte”, Zweiter
Band. Neuere Zeit (1500-1800). Das Zeitalter des Gemeinen Rechts, Munich, Erster Teil-
band. C. H. Beck’sche Verlagsbuchhandlung, 1977, passim, todos ellos pertenecientes a la
dirección metodológica del bartolismo jurídico y en su mayor parte originarios de Italia:
Godofredo de Trani (muerto en 1245), decretalista; Dino Rossoni de Mugello (1278-1298),
civilista y canonista; Oldrado da Ponte da Lodi (muerto en 1335), comentarista del derecho
justinianeo, de las novelas y del derecho feudal; Bártolo de Sassoferrato y Baldo de Ubaldi:
a Baldo y a su hermano Angelo puede aludir la mención “Uvaldos” del verso siguiente;
Paolo de Castro, jurista del siglo XV, uno de los mejores comentaristas de su tiempo; Albe-
rigo da Rosciate (muerto en 1354), comentarista del derecho civil, autor de un diccionario
de derecho. A este autor puede aludir el nombre “Rosatos” del verso siguiente; el apelativo
“Aretinos” puede corresponder a Angelo Gambiglioni (muerto en 1451) o a Francesco
Accolti (1418-1486), nacidos ambos en Arezzo, de ahí el apelativo, con mayor probabili-
dad este último debido a su mayor fama; Filippo Decio o Felipe Desio (1454-1535), jurista
milanés del siglo XVI; el varias veces mencionado Jasón de Maino (1435-1519), figura cla-
ve en el tránsito del siglo XV y XVI, con una producción ingente de comentarios, cuya la-
bor compiladora recuerda a la de Accursio en cierta medida; Curcio, referencia que apare-
cerá en la obra de Rabelais, puede ser Francesco Curtius o Curzio Rocco da Pavía; Amedeo
Giustino di Città di Castello, autor de obras sobre los síndicos comunales; Raffaele Fulgo-
sio (1367-1427), consultor de la República veneciana; Gianfrancesco Sannazzai della Ripa
(1480-1535), jurista italiano; Guglielmo Budeo, uno de los iniciadores del estilo jurídico
galo; Andrés Tiraquelo o Tiraqueau (1488-1558), jurista francés especializado en derecho
criminal, adscrito al bartolismo jurídico; y Giovanni Francesco Porporato (1485-1544), asi-
mismo italiano. Piénsese, por ejemplo que una de las grandes obras de la jurisprudencia cas-
tellana del siglo XVI, las Glosas de Gregorio López a las Partidas, impresas en Salamanca
de 1555, emplea como recursos usuales las obras de los siguientes juristas: Bártolo, Baldo y
Angelo de Ubaldi, Andrea de Isernia, Juan de Imola, Bartolomé de Saliceto y Felipe Desio,
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 153

La criada, Leonor, imbuida por esta exposición de autores, se empapa de


cierta cultura jurídica que le lleva a pronunciar la siguiente frase: “¿Qué di-
cen los Jasones, Baldos y Bártulos?”.183 El mismo Quevedo, coetáneo a
Lope, incluirá en dos de sus obras más relevantes similares retahílas de
nombres jurídicos: me refiero al pasaje que aparece en Los sueños y en La
hora de todos y la Fortuna con seso. En el primer caso, en el “Sueño de
la muerte”, se denuncian los males de la justicia en un extenso diálogo que
no me resisto a transcribir, donde se deja traslucir de nuevo la visión del le-
go ante el océano de opiniones, tratados, libros y leyes que conforman la
práctica usual de los letrados castellanos, con una crítica que apunta a las
causas educativas (los defectos de las universidades) como responsables en
último lugar de la corrupción presente:

Hay plaga de letrados, dije yo. No hay otra cosa sino letrados, porque unos lo
son por oficio, otros lo son por presumpción, otros por estudio (y destos po-
cos), y otros (estos son los más) son letrados porque tratan con otros más ig-
norantes que ellos (en esta materia hablaré como apasionado) y todos se
gradúan de dotores y bachilleres, licenciados y maestros, más por los mente-
catos con quien tratan que por las universidades, y valiera más a España lan-
gosta perpetua que licenciados al quitar… La justicia, por lo que tiene de
verdad, andaba desnuda; ahora anda empapelada como especias. Un Fuero
Juzgo con su maguer y su cuemo y conusco y faciamus era todas las libre-
rías, y aunque son voces antiguas suenan con mayor propiedad, pues llaman
sayón al alguacil, y otras cosas semejantes. Ahora ha entrado una cáfila de
Menochios, Surdos y Fabros, Farinacios y Cujacios, consejos, decisiones y
meditaciones, y cada día salen autores, y cada uno con una infinidad de volú-
menes: Doctoris Putei In legem 6, volumen 1, 2, 3, 4, 5, 6 hasta 15; Licentiati
Abtitis, De usuris; Petri Cusqui, In Codigua; Rupis, Bruticarpin, Castani,
Montoncanense, De adulterio et parricidio; Cornarano, Rocabruno… Los
letrados todo tienen un cimenterio por librería, y por ostentación andan di-
ciendo: Tengo tantos cuerpos, y es cosa brava que las librerías de los letra-
dos todas son cuerpos sin alma, quizá por imitar a sus amos.184

En la otra obra citada en segundo lugar, se produce una análoga alusión


en los términos ya conocidos. Solamente he de resaltar la referencia a tres

entre los extranjeros, conforme a Gibert, R., Ciencia jurídica española, Granada, imprenta
de Francisco Román, 1982, p. 10. Lope vuelve a reflejar el sentir cotidiano, aunque sea en
un saber específico y enrevesado para el pueblo.
183 “El cuerdo en su casa”, Comedias escogidas… cit., t. III, acto II, p. 450.
184 Quevedo y Villegas, F. de, Los sueños, 4a. ed., Arellano, Ignacio (ed.), Madrid, Cá-
tedra, 2003, pp. 353-356.
154 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

juristas españoles (Covarrubias, Montalvo y Gregorio López), cosa nove-


dosa que, por ejemplo, no se da en el caso de Lope de Vega:
Andaban al retortero los Bártulos, Baldos, los Abades, los Surdos, los Fari-
nacios, los Tuscos, los Cujacios, los Fabros, los Ancarranos, el señor presi-
dente Covarrubias, Casaneo, Oldrado, Mascardo, y tras la Ley del Reino,
Montalvo y Gregorio López, borrajeados de párrafos con dos corcovas, de la
ce abreviatura, y de la efe preñada con grande prole de números y su ibi a las
ancas. La nota de la petición pedía dineros; el pasante pedía la pitanza de es-
cribirla; el procurador, la de presentarla; el escriban de cámara, la de su ofi-
cio; el relator, la de su relación.185

Regreso a Lope de Vega y a la comedia que nos ocupaba. El personaje


de Leonardo se ofrece como instrumento para parodiar a los letrados en ge-
neral. Hay tres pasajes concretos en los que se satiriza el modo de hablar,
de exponer argumentos de los juristas, siempre dispuestos a refrendar sus
discursos, cualquiera que sea su temática central, con el apoyo de la ley.
Así, dice Leonardo que:
Que a la mujer el marido
Da honor, es negocio llano.
Texto expreso de Ulpiano,
Ley octava.186

Y agrega un poco más adelante:


Hay un escrito de aquesto
Del gran César a Antonino,
De Valente a Valentino,
Se lee lo mismo en un texto,
Códice de dignidad,
Ley trece.187

185 Quevedo y Villegas, F. de, La hora de todos y la fortuna con seso, Bourg, Jean, Du-
pont, Pierre y Geneste, Pierre (eds.), Madrid, Cátedra, 1987; capítulo XIX: “Letrado y liti-
gantes”, pp. 214-216. Algunas menciones aisladas figuran en la apología “Su espada por
Santiago”, Obras, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, Atlas, 1951, t. XLVIII, pp.
423 y ss., en defensa del patronato único de Santiago frente a Santa Teresa de Ávila, em-
pleando numerosas citas de Bartolo, Baldo y textos legales del derecho común para funda-
mentar la pretensión; y en sus “Migajas sentenciosas”, Obras completas, 6a. ed., estudio
preliminar, edición y notas de Felicidad Buendía, Madrid, Aguilar, 1990, t. I, p. 1225.
186 “El cuerdo en su casa”, Comedias escogidas… cit, nota 171, t. III, acto II, p. 451.
187 Idem.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 155

Para concluir con nuevas citas: “En el Digesto esta dicho / Párrafo qui-
bus si bene”, o bien cuando se afirma que “lo que no da es natural, / no es
del arte preferido. / La ley ubi repugnantia / pienso que párrafo primo”.188
Lope muestra claramente las varias direcciones que solamente un genio
como él puede imprimir en el empleo del lenguaje. Los recursos proceden-
tes del campo jurídico son empleados en diferentes acepciones: unas veces,
para indicar el prototipo de sabiduría jurídica, de conocimiento científico:
Bártolo es el modelo preferido, seguido de Baldo y de Jasón de Maino;189

188 Ambas en “El cuerdo en su casa”, Comedias escogidas… cit., t. III, acto II, p. 452.
189 La solución no difiere en el caso de Quevedo y Villegas, F. de, Poesía original com-
pleta, edición, introducción y notas de José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1999, en
donde aparecen los mismos protagonistas: Bártolo, Baldo, el abad Panormitano, Curzio,
Jason de Maino, etcétera, así como las referencias los textos más reputados del derecho
común, el empleo abusivo de los mismos y la crítica siempre presente a la lentitud de la
justicia. Así, por ejemplo, “Elogio al duque de Lerma, don Francisco”, Antistrophe II, p.
270, verso 4: “A Curcio aventajado y parecido”; Túmulo de don Francisco de La Cueva y
Silva, grande jurisconsulto y abogado, p. 281, versos 1-4: “Éste, en traje de túmulo, mu-
seo,/ sepulcro en academia transformado,/ en donde está en cenizas desatado/ Jasón, Licur-
go, Bártulo y Orfeo”; Duélese un preso en los términos mismos de sus visitas, p. 536, versos
9-11: “Siempre me están pidiendo los derechos:/ conversación que a Bártulo cansara/ y a
cincuenta letrados barbihechos”; A la barba de los letrados, p. 576, versos 1-4: “¡Qué ami-
gos son de barba los Digestos,/ hircoso licenciado! Mas sin duda/ de barba de cabrón, inton-
sa y ruda, / más se presumen brujas que no textos”; Riesgos del matrimonio en los ruines ca-
sados, p. 617, versos 76-78: “Cásanse los letrados, dignidades, / para que a sus mujeres con
Jasones/ puedan también juntarse abades”; Letrilla satírica, Chitón, p. 651, versos 16-22:
“Que por buscar pareceres/ revuelvan muy desvelados/ los Bártulos los letrados,/ los abades
sus mujeres./ Si en los estrados las vieres/ que ganan más que el varón,/ chitón”; Letrilla sa-
tírica. Y no lo digo por mal, p. 663, versos 29-37: “Con más barbas que desvelos, / el letrado
cazapuestos, / la caspa alega por textos, / por leyes cita los pelos. / A puras barbas y duelos, /
pretende ser el doctor/ de Brujas corregidor, / como el barbado infernal. / Y no lo digo por
mal”; Burla de los eruditos de embeleco que enamoran a feas cultas, p. 881, versos 37
y 38: “Échese luego a dormir/ entre Bártulos y abades,/ y amanecerá abrazado/ de Zenón y
de Cleantes”; Censura costumbres y las propiedades de algunas naciones, p. 902, versos
29-32: “Un abogado, que quiere,/ por barbado, corregir,/ con más zalea que leyes,/ menos
textos que nariz”; Consultación de los gatos, en cuya figura también se castigan costumbres
y aruños, p. 907, versos 53-56: “Desdichado del que vive/ por la mano de un letrado,/ que
me funda el no comer/ en los Bártulos y Baldos”; Matraca de las flores y la hortaliza, p.
930, versos 111 y 112: “el licenciado Repollo,/ doctor in utroque jure”; Romance de la Ro-
ma, p. 1.069, versos 65-72: “A tu nariz soy testigo/ que han puesto pleito en derecho:/ por
teta la pide un pecho/ y una panza por ombligo./ Y me ha dicho un hablador/ que, con justi-
cia y enojo,/ la pide por roncha un piojo/ y por cero un contador”; Sátira contra don Juan de
Alarcón, p. 1.109, versos 73-76: “¿Quién del derecho aprendió/ a párrafo y no a letrado?/
¿Quién, en coma consultado,/ de tilde se graduó?”; Carta de la Perala a Lampuga, su bra-
vo, p. 1.127, versos 13 y 14: “No son los dotores los matasanos,/ sino los procesos y el escri-
156 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

otras veces, se acude pura y llanamente a la enumeración de autores, que


demuestra el conocimiento completo, que no profundo, de Lope acerca del
mundo jurídico. Insisto en una idea ya expresada: las citas de estos autores
obedecen a su conocimiento a nivel culto y, quizás también, a nivel popu-
lar. Lope encarnaría el primero de ellos, nivel culto que no implica un de-
chado de erudición jurídica, sino acaso un conocimiento concreto y pun-
tual de esas obras y autores. El nivel popular lo representa el pueblo, quien
es, en última instancia, el destinatario de ese lenguaje que Lope emplea y
que para surtir los efectos deseados por el autor (la risa o la sonrisa) impli-
caría una cierta vulgarización del lenguaje jurídico en estos extremos. En
otros casos, Lope emplea las citas de juristas de forma paródica, como se
acaba de ver con Leonardo y su absurda forma de razonar todo acompañán-
dose de citas de leyes y de autores, o de forma culta para ilustrar un deter-
minado supuesto. En todo caso, la grandeza de este dramaturgo, su sólida
formación y el dominio sin par que demuestra del lenguaje, le permiten to-
dos estos recursos con los que acredita la aceptación desde el punto de vista
del vulgo, a quien se dirigían finalmente sus comedias, del mundo del dere-
cho común, cuyos nombres (no sus obras) debían parecerles cercanos,
próximos, cotidianos.
En todo caso, la obra de Lope alienta una reflexión ciertamente pesimista
sobre el estado intelectual de España en los inicios del siglo XVII. Cierto
que corresponde ese periodo con la época de mayor esplendor de nuestra li-
teratura, no en vano es calificado como el Siglo de Oro, pero no deja de ser
desalentador la ausencia de una conciencia crítica, del conformismo que se
puede respirar sutilmente a partir de la obra de Lope con el estado de cosas
existente. No hay en España un Rabelais que se atreva a denunciar de un
modo abierto el sistema jurídico y, al mismo instante, proponga una modi-
ficación sustancial de sus estructuras capitales. Tenemos a Lope, tenemos a
Quevedo, ambos con elementales nociones de lo jurídico, pero fieles a un
espíritu hispánico, prefieren criticar, referir, emplear el abuso provocado

bano”; Relación que hace un jaque de sí y de otros, p. 1.147, versos 65-70: “Más alcaldes ha
tenido/ que el castillo de Milán;/ más guardas que monumento,/ más hierros que el Alco-
rán,/ más sentencias que el derecho”; Los sopones de Salamanca, pp. 1.194 y 1.195, versos
67-76: “catedrático de Sexto/ en casa de sus vecinas,/ quien para dar madrugón/ en la posa-
da que habita,/ mejor entiende en España/ las leyes de la Partida;/ en las vacantes de negra,/
rige cátedra de Prima,/ y en materia de Digesto,/ hombre que nunca se ahíta”; y en su Poema
heroico de las necedades y locuras de Orlando, canto II, p. 1.266, verso 621: “que amor no
estudia a Bártulo ni a Baldo”.
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 157

en el mundo jurídico como arma arrojadiza, satírica y censoria, mas sin de-
seos vivos de alterar el panorama existente. La cerrazón al extranjero, el
peso de la Inquisición, el olor a herejía de todo aquello relacionado con la
Reforma y sus consecuencias colaterales, la propia inercia de los operado-
res jurídicos habituados a ese tan complejo sistema jurídico y judicial (rea-
cios, al cambio de todo cuanto supusiese una modificación de su modus
operandi) determinan la inmersión de España en la más rancia y conven-
cional tradición jurídica, sin oídos para escuchar —o simplemente oír—
aquello que procedía del país vecino. Frente a la revolución, Lope de Vega
lo expresa con claridad, se opone la involución; frente a lo nuevo, lo tradi-
cional; frente al cambio, el inmovilismo; frente a los nuevos caminos, las
antiguas veredas sobre las que se asentaba el orden jurídico clásico. España
no se sumó a este movimiento de renovación jurídica que nace en Francia.
Probablemente no por la ausencia de juristas relevantes y prestigiosos, sino
por el ambiente de cerrazón cultural y represión intelectual que se vivía,
que impedía la existencia de los primeros. Era Ortega quien afirmaba con
cierta amargura que lo malo no era que no se quemasen herejes, sino que el
páramo intelectual en el que se había convertido España no daba siquiera
herejes para quemar, no había pensadores que pudieran ser calificados co-
mo heterodoxos, no había oportunidad para el disenso, ni para la forja de lí-
neas de pensamiento que se apartasen de la más estricta ortodoxia. El dere-
cho no fue una excepción y, frente a la innovación, España manifestó una
referencia simplemente humorística, escasamente crítica en lo construc-
tivo, una aceptación general del sistema existente y una conformación a
sus vocablos y técnicas, pero sin ningún espíritu de cambio que es lo que
convierte a las ciencias en arriesgadas y al riesgo, en la garantía del éxito fi-
nal de toda investigación.

VI. A MODO DE CONCLUSIÓN

La importancia que para el desarrollo futuro de los derechos europeos ha


tenido el derecho común debe ser reivindicada nuevamente en esta época
de incertidumbre, de construcción constitucional de una nueva Europa,
ahora unida desde el punto de vista monetario y económico, de formula-
ción acaso de un nuevo derecho común que trata de aglutinar los rasgos ge-
nerales de la evolución histórica de cada una de las naciones del viejo con-
tinente, y formular o reformular un nuevo orden jurídico de aplicación
158 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

global. Pero el pasado, y ahí la capital función de la historia, debe mostrar


aquellas sendas y aquellas soluciones que se configuraron como útiles en
su tiempo, así como las posibles desviaciones que en ese tránsito de varios
siglos se produjeron y han de ser corregidas, enmendadas y superadas. La
historia es así maestra de la vida y la vida del derecho se conforma como
experiencia, antes que como lógica, en palabras ya conocidas de O. W.
Holmes.
Es evidente que el derecho común forma una etapa indispensable y capi-
tal para el conocimiento de los ordenamientos jurídicos. Las ventajas que
el nuevo orden jurídico importa en Europa son evidentes: un orden racio-
nalizado, legal, escrito, sumamente científico, complejo, abstracto, dotado
de todo un elenco de categorías, principios, conceptos y términos propios
con los cuales proceder a la construcción de un nuevo sistema jurídico re-
novado que se superpusiese a la pluralidad normativa imperante en el con-
tinente, al mismo tiempo con nuevas y sólidas bases sobre aquél. El cono-
cimiento jurídico abandona su carácter popular para convertirse en un
saber especializado, al alcance solamente de unos pocos. Deja de ser opi-
nión erudita del pueblo y se erige en ciencia. El derecho camina paralelo a
los cambios sociales y económicos que se gestan en los siglos XI y XII. La
nueva sociedad, cada vez menos rural y agraria, ha de dar paso a un conglo-
merado social de tipo urbano y mercantil para el que el viejo derecho es de
todo punto inútil. La renovación se impone por un simple motivo de efi-
cacia.
Pero hay más: el derecho común no sería lo que hoy se sabe que fue sin
la inestimable colaboración de los reyes, quienes deciden cómo y en qué
medida, con qué ritmos y cadencias ese derecho pasa a formar parte del de-
recho interno de sus reinos, una vez que se supera la concepción monista de
un único legislador, el emperador, por medio del papel combativo que de-
sempeña el papado, auxiliando a los otros poderes europeos. Y sin la inesti-
mable colaboración de las primeras universidades, estudios generales, que
se extienden por doquier. La formación de estos estudiantes en el lenguaje
y técnica romano-canónicos produce un círculo vicioso, un efecto de re-
troalimentación. Ese derecho que estudian es el que después, al regresar a
sus respectivas patrias y copar los puestos más relevantes en la administra-
ción de justicia a todos los niveles o en la corte de los reyes, van a aplicar en
la práctica, en detrimento de los derechos propios de sus respectivos rei-
nos. Se educa en el derecho común y se procede a la final aplicación del de-
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 159

recho común. El antiguo ideal de los primeros glosadores, la idea de una


unidad imperial o política, acompañada de una unidad jurídica, sobre la ba-
se del derecho romano, se ha conseguido por otras vías. No se ha producido
una eliminación de los derechos ya existentes, sino que se ha conseguido una
sutil inserción del derecho romano en el seno de los mismos. La interpreta-
ción se hace por medio del antiguo derecho quiritario, a la luz del mismo.
En consecuencia, Roma acaba inundando de nuevo el universo jurídico eu-
ropeo en su tercer gran momento vital, como afirmaba Ihering, tras la épo-
ca imperial y la subsistencia del orden latino en la Alta Edad Media gracias
a la Iglesia y a sus varias compilaciones que emplean numerosos elementos
de raigambre romana. El desarrollo de la literatura jurídica especializada y
su difusión a lo largo y ancho de toda Europa acaban consolidando esta ex-
pansión cultural sin precedentes. El derecho común se estudia en las uni-
versidades precisamente por esa generalidad que facilita el tránsito de un
reino a otro de los juristas, de los técnicos, de los profesores.
Sin embargo, junto a todo el proceso descrito, hay que aludir a otra im-
portante cuestión. Los ordenamientos jurídicos medievales van a ser el re-
sultado de un abigarrado complejo normativo, en el cual se integran, en pri-
mer lugar, los antiguos derechos tradicionales, en la medida en que sean
respetados por el propio poder, derechos que hunden sus raíces en las cos-
tumbres medievales y otros heterogéneos complejos normativos (instru-
mentos repobladores, decisiones judiciales, decisiones de las propias auto-
ridades locales, privilegios, libertades, exenciones, franquicias, etcétera);
en segundo lugar, aparecerá el derecho que empiezan a generar los reyes,
titulares ahora de un potestad normativa incontestada, y los reinos, gracias
a la labor conjunta con el anterior que se exterioriza en el trabajo de las cor-
tes, estados generales, parlamentos o dietas; en tercer lugar, el derecho co-
mún como elemento de cierre que daba unidad al sistema y permitía una la-
bor exegética integradora de las diferencias, no solamente buscando su
aplicación directa a la realidad francesa, sino tratando de interpretar el de-
recho consuetudinario conforme al propio derecho común. Tan variados
materiales, distintos en el fondo y en la forma, necesitaban ser objeto de ur-
gente armonización. Es aquí donde cobra protagonismo la labor de la juris-
prudencia doctrinal. La interpretación del derecho es la única vía para ha-
cer inteligible toda esta pluralidad. Los juristas se convierten en árbitros de
la nueva situación porque su labor de exégesis es muchas veces labor crea-
tiva, innovadora, no simplemente descriptiva. El prestigio que algunos de
160 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ellos adquieren, determina la sujeción de los jueces a sus consejos o dic-


támenes. Piénsese en Bártolo, ejemplo depurado de esta referencia continuada
y constante, el mundo jurídico por medio de su más reputado representan-
te, que es reiterado hasta la saciedad como encarnación de los ideales, del
método y del estilo práctico desarrollado desde centurias anteriores.
Comienza así la perversión del sistema. Si hasta mediados del siglo
XIV, el razonamiento jurídico se fundamentaba en la propia capacidad de
raciocinio del jurista implicado sobre los materiales conocidos, en su leal
saber y entender, la situación se modifica de una manera total cuando co-
mienza a hacerse uso y abuso de las opiniones de los más prestigiosos, de
los más célebres, de los más importantes pensadores del momento, con el
consecuente abandono del riesgo que es inherente al propio discurso, al de-
bate, al contraste de opiniones. Se acude al argumento de autoridad, de ma-
nera excesiva y exagerada: cuantas más citas de otros se aleguen, mejor,
más sólida pretensión, más fuerte defensa de la posición jurídica del cliente
representado, más vinculado se encontrará el juzgador ante tal avalancha
de elementos alegados para fundamentar las respectivas pretensiones. La
opinión común se convierte en panacea de todo litigante y en calvario de
todo juez. La pléyade de citas dificulta primeramente la aplicación del de-
recho propio del reino, de un derecho nacional que será solamente una refe-
rencia, un mero nombre, hasta el siglo XVIII. Los textos romanos y canóni-
cos no salen mejor parados: se abandona su consulta directa, se citan por
medio de citas de autores, que evidentemente los retuercen, fuerzan su lite-
ralidad, en función de sus propios intereses. Además se dificulta la labor
del juez que queda indefenso ante la imposibilidad de acreditar la veraci-
dad y la autenticidad de todo el material doctrinal que se le presenta. Final-
mente, el derecho se separa de un modo total del pueblo. No sólo porque
está formulado en una lengua que aquél ya no practica, que ya no emplea
de un modo usual, sino que la complejidad conceptual del propio material
jurídico hace que se convierta en un saber totalmente alejado, ya plena-
mente culto, de unos pocos y no de todos. Los esfuerzos del poder por en-
causar la situación son vanos. La dinámica de la vida jurídica se desarrolla
al margen, con flagrantes violaciones lo ordenado por los reyes. Ni el
Ordenamiento de Alcalá, ni las Leyes de Toro son respetados en este ámbi-
to concreto. Las fuentes del derecho son aquellas que fija la propia vida
práctica del derecho, los propios operadores jurídicos sometidos a los esti-
los de antaño consolidados, uniformes, dominantes. El panorama castella-
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 161

no apenas difiere del que se vive en otros territorios occidentales. El pro-


blema es un problema común.
¿Cómo se reacciona desde el campo no jurídico, desde la literatura que
no es exclusivamente jurídica? Con resignación, mezcla de desconoci-
miento y parodia, como en el caso de Lope de Vega o con propuestas nove-
dosas que no excluyen la crítica velada o expresa, como hace Rabelais. En
todo caso, desde una percepción atinada de los complejos problemas que
ha suscitado la aplicación desaforada de los nuevos métodos de conoci-
miento y de aplicación del derecho. Éste se ha convertido en saber compli-
cado, alejado de la sociedad, del común de los mortales. La literatura cum-
ple aquí el papel de testimonio de la realidad, en este caso de la realidad
jurídica, el papel de denunciar, con ánimo más o menos acentuado de reno-
vación, los caminos que ha de seguir el derecho en el futuro. La idea no es
nueva. Toda literatura es espejo del momento en que nace, de la sociedad
en la que se gesta, de la realidad que trata de reflejar en su vertiente más pu-
ra o de un modo caricaturesco, deformante. Pero siempre con un poso de
verdad, siempre como espejo del momento. La literatura es expresión pre-
sente de lo que narra, con independencia de los recursos empleados para
manifestar la situación concreta a la que se alude. Es arma de denuncia.
El caso de Rabelais es expresivo de este deseo de acusación de la injusti-
cia en que se ha convertido, paradójicamente, el mundo del derecho. El
erudito francés está inserto en toda una dinámica de renovación de lo jurí-
dico que tiene en Francia, y concretamente en muchos de sus amigos y co-
nocidos, la punta de lanza de una crítica amplia, general, revisora y nove-
dosa, contra los estilos aplicados en la ciencia jurídica hasta entonces.
Rabelais no es solamente voz del pueblo. Va más allá. Es voz del pueblo y
voz de la elite, es voz vulgar y culta, al mismo tiempo, porque sus palabras
no se quedan en meras descripciones, neutras o asépticas. Es voz del pue-
blo en el sentido de formular aquello que el pueblo se ve incapaz de com-
prender en su profundidad. Es voz de las elites porque dice lo que éstas
piensan desde el Renacimiento. Sus palabras avanzan un poco más, de for-
ma decidida, hacia la formulación de un nuevo modelo de estudiar, conce-
bir y actuar en el campo del derecho. El éxito de su propuesta tendrá im-
portantes paladines, pero será efímera en el tiempo. El francés propugna
una simplificación de los alambicados razonamientos de épocas anteriores, una
simplificación del material jurídico (reclamado ya por los autores de algu-
nas de las más relevantes utopías renacentistas), y un necesario comple-
162 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mento formativo de todos los juristas que los lleva a dominar no sólo el de-
recho (lo cual no se niega, ni discute), sino todas aquellas materias
complementarias sin las cuales no es factible proceder a un conocimiento
profundo y global del universo de las leyes, las glosas, los autores, las citas.
Un buen jurista debe ser, al mismo tiempo, un buen historiador, un buen
latinista y un buen filósofo. Hay reminiscencias de ese Ars Combinatoria
del que hablaba Raimundo Llulio en el medievo, un saber general, comple-
to, totalizador que permita acercarse a todo tipo de conocimiento, de mate-
ria, de sabiduría, con garantías ciertas de éxito. Rabelais es quien pone por
escrito este nuevo programa ideológico orientado a conocer de un modo
pleno el mundo del derecho, abandonando dogmas de antaño y proponien-
do nuevas maneras de enfrentarse a lo jurídico. Se trata de un programa que
estaba en el aire. Budeo, Zasio o Alciato lo habían esbozado. El autor lo
completa con el innegable apoyo de una prosa sólida, capaz, fuerte y plena
de ironía. Cujacio y Donello lo llevarán a su efímera culminación. Es evi-
dentemente un pensamiento crítico, pero es una crítica que al mismo tiem-
po que desmorona los esquemas anteriores, propugna nuevas salidas al la-
berinto en el que parece haberse quedado la ciencia jurídica. El jurista tiene
que ser un humanista y el humanismo es la filosofía del hombre como cen-
tro del universo, como eje central de la creación.
En suma, Rabelais lo que reivindica es la subordinación del derecho al
hombre y no al revés: el hombre no puede ser esclavo del derecho, del tex-
to, sino que por medio del empleo de aquellos instrumentos apuntados,
contará con el material más perfecto, su razón, para alcanzar los fines su-
premos que todo orden jurídico persigue. El texto está ahora a su servicio,
no esclavizándolo como con anterioridad. Solamente así se podría realizar
la justicia para la colectividad y la libertad para el hombre individual. Sus
palabras siguen siendo válidas. El jurista no puede ocultarse en la oscu-
ridad de las leyes y de sus propias palabras, sino que ha de abrirse a la sociedad
y ha de estar a su servicio. La cultura es la que proporcionará esos materia-
les, pero habrá de ser la cultura general, no solamente la reducida porción
de saber que el derecho integra, porque eso conduciría al aislamiento y a la
soledad. La confianza ciega en el hombre, que el Renacimiento convierte
en parte esencial de su programa, se convierte asimismo en confianza ciega en
el homo iuridicus, pero un hombre jurídico que ha de ser renovado. Ra-
belais y luego Francia entera (el éxito, en este caso, no es europeo) tratarán
de llevar a la práctica estos postulados. Sus certeras aportaciones, además de
DERECHO COMÚN Y LITERATURA 163

las reflexiones críticas que se extienden en otros pasajes de su obra maes-


tra, siguen siendo elementos fundamentales para reflexionar hoy en día en
que el derecho, tan tecnificado, globalizado, parece dispuesto a cometer los
mismos errores que en el pasado. La historia, repito, ha de cumplir su fun-
ción: educar para superar errores, para permitir la correcta comprensión del
presente, y para preparar con éxito el futuro y a él enfrentarnos con cierta
tranquilidad.
Cuando Lope de Vega escribe lo más granado de su producción teatral,
en el tránsito del siglo XVI al siglo XVII, Castilla se hallaba inmersa en el
mundo del derecho común, tal y como se ha descrito, ajena y apartada de
una Europa en la que se buscaban nuevas vías al laberinto jurídico del dere-
cho común. Se ha producido la generalización de los abusos y defectos que
el modo itálico de conocimiento del derecho tenía, sin posibilidad alguna
de control o de limitación de sus perjudiciales efectos. No ha habido en
España seguidores del “modo francés”, salvo casos excepcionales y conta-
dos. Las razones se pueden buscar en la cerrazón intelectual que se produce
a mediados del siglo XVI, relacionado todo ello con el rechazo a lo euro-
peo, impregnado de aires de Reforma, de erasmismo, preparando el camino
para la actuación de la Inquisición. Lope no es jurista. Él mismo lo recuer-
da en su correspondencia epistolar, mas eso no implica un absoluto desco-
nocimiento de lo jurídico. Porque se ha producido un trasvase de algunos
recursos y referencias prototípicos del campo del derecho al campo popu-
lar. Expresiones como las que se utiliza en reiteradas ocasiones para sim-
bolizar al sabio como un Bártolo son prueba palmaria de que en la concien-
cia popular el sustantivo ha trascendido de su campo originario para pasar a
convertirse en patrimonio de toda la colectividad. Lo mismo sucede con
Baldo o con Jasón, acaso porque se trataba de los juristas de mayor recono-
cido rango en su momento, los más populares, los que más sonaban entre el
vulgo, derivado esto de su reiterada aplicación en el mundo judicial. Todo
se hace con un ánimo no de denuncia, sino de demostración de cómo ha
acontecido la popularización de unos nombres como resultado de su em-
pleo abusivo en los arcanos del derecho.
Lo anterior no obsta para que, en determinados momentos, Lope, genio
inmenso él, acuda con toda posibilidad a los servicios de algún conocido o
amigo abogado, quien le puede proporcionar un conocimiento más detalla-
do de la vida jurídica. Las citas de variados juristas —variados por su pro-
cedencia en el tiempo y en el espacio—, que como cascadas de nombres
164 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

surcan algunas de sus comedias, muestran ese tono entre cómico y amargo
que singulariza la actividad judicial en la Castilla del Siglo de Oro. Brillan
por su ausencia los juristas hispánicos o el propio derecho hispánico, sínto-
ma claro de su incapacidad para imponerse a la práctica, usos y estilos del
derecho común. Es decir, no se alegaban, no se aplicaban, no existían más
que como apéndices subordinados al caudal romano-canónico de textos y
de doctrina, y pretextos para su aplicación. Lo mismo sucede cuando em-
plea, con mucha ironía, las formas de citar de los operadores jurídicos, ba-
sándose en el modelo de los textos romanos, con claras parodias de los
nombres de las leyes, sus párrafos y sus contenidos, que muestran una
aproximación ciertamente erudita.
Lope aúna la visión popular, desprovista de cualquier reminiscencia
profesionalizada, junto a una visión semiculta, más evidente, en la cual
proyecta más dosis de crítica serena. El derecho lo ha inundado todo, bien
por la vía de la asimilación en boca del pueblo de algunos de sus elementos
claves de referencia, bien por la vía de la caricatura del modo de actuar jurí-
dico, disparado ahora sobre otros elementos perfectamente alejados de
aquél. La genialidad de Lope se manifiesta también en el dominio limitado,
por tanto, que ejerce en un campo que no es el suyo. Él simplemente habla por
voz del pueblo e imita lo que los ambientes cultos han impuesto como mo-
delo de saber jurídico refinado. Pero sin innovar. He tratado de mostrar que
el tradicionalismo, el aire conservador hispánico tuvo una manifestación
cumplida en el campo del derecho, aferrándose a las prácticas de antaño,
frente a la convulsión que Rabelais trataba de exportar a toda Europa. Uno
literato, Lope, testimonio del pueblo y de la forma que ha tenido el lenguaje
jurídico de trascender más allá del foro, de los tribunales o de las escriba-
nías; el otro, literato también, pero humanista, todo al mismo tiempo y con
genialidad, y, en consecuencia, en condiciones de proponer nuevas vías so-
bre las cuales debería discurrir la ciencia jurídica en el futuro.
164 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

surcan algunas de sus comedias, muestran ese tono entre cómico y amargo
que singulariza la actividad judicial en la Castilla del Siglo de Oro. Brillan
por su ausencia los juristas hispánicos o el propio derecho hispánico, sínto-
ma claro de su incapacidad para imponerse a la práctica, usos y estilos del
derecho común. Es decir, no se alegaban, no se aplicaban, no existían más
que como apéndices subordinados al caudal romano-canónico de textos y
de doctrina, y pretextos para su aplicación. Lo mismo sucede cuando em-
plea, con mucha ironía, las formas de citar de los operadores jurídicos, ba-
sándose en el modelo de los textos romanos, con claras parodias de los
nombres de las leyes, sus párrafos y sus contenidos, que muestran una
aproximación ciertamente erudita.
Lope aúna la visión popular, desprovista de cualquier reminiscencia
profesionalizada, junto a una visión semiculta, más evidente, en la cual
proyecta más dosis de crítica serena. El derecho lo ha inundado todo, bien
por la vía de la asimilación en boca del pueblo de algunos de sus elementos
claves de referencia, bien por la vía de la caricatura del modo de actuar jurí-
dico, disparado ahora sobre otros elementos perfectamente alejados de
aquél. La genialidad de Lope se manifiesta también en el dominio limitado,
por tanto, que ejerce en un campo que no es el suyo. Él simplemente habla por
voz del pueblo e imita lo que los ambientes cultos han impuesto como mo-
delo de saber jurídico refinado. Pero sin innovar. He tratado de mostrar que
el tradicionalismo, el aire conservador hispánico tuvo una manifestación
cumplida en el campo del derecho, aferrándose a las prácticas de antaño,
frente a la convulsión que Rabelais trataba de exportar a toda Europa. Uno
literato, Lope, testimonio del pueblo y de la forma que ha tenido el lenguaje
jurídico de trascender más allá del foro, de los tribunales o de las escriba-
nías; el otro, literato también, pero humanista, todo al mismo tiempo y con
genialidad, y, en consecuencia, en condiciones de proponer nuevas vías so-
bre las cuales debería discurrir la ciencia jurídica en el futuro.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO COMO
LENGUAJE JURÍDICO EN EL DERECHO ALTOMEDIEVAL
HISPÁNICO

Lo que tienen ustedes en la mano no es un


libro. Es el libro. Esto es, desde luego, lo que
significa Biblia. Es el libro que define, y no
sólo en el ámbito occidental, la noción misma
de texto. Todos nuestros demás libros, por di-
ferentes que sean en materia o método, guar-
dan relación, aunque sea indirectamente, con
este libro de libros. Guardan relación con los
hechos de un discurso autorizado de un tex-
to dirigido al lector, con la confianza en unos
medios léxicos, gramaticales y semánticos,
que la Biblia origina y despliega en un nivel
y con una prodigalidad no superados desde
entonces. Todos los demás libros… son como
chispas, muchas veces desde luego lejanas,
que un soplo incesante levanta de un fuego
central… la Biblia determina, en buena medi-
da, nuestra identidad histórica y social. Pro-
porciona a la conciencia los instrumentos, a
menudo implícitos, para la remembranza y la
cita… No hay otro libro como éste; todos los
demás están habitados por el murmullo de ese
manantial lejano (hoy en día, los astrofísicos
hablan del ruido de fondo de la creación).

G. Steiner, Un prefacio a la Biblia he-


brea, Madrid, Siruela, 2004, pp. 13 y 14.

165
166 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

La fascinación por las catedrales y por todo el componente fantástico que


rodea la Edad Media, en buena medida impulsado por el movimiento ro-
mántico de comienzos del siglo XIX,1 que contribuyó a distorsionar la
visión más apegada a la realidad de los siglos centrales de esa era interme-
dia, a caballo entre el clasicismo grecorromano y el humanismo de ímpe-
tu renacentista, ha impedido en toda regla y en buena medida acceder al
conocimiento cabal y completo, central y primario, de ese largo periodo
oscuro, considerado por unos inculto y bárbaro, por otros poco notable y
relevante en la historia de la civilización occidental. A menudo se liqui-
da un milenio de historia como si fuese un monolítico intervalo entre la
civilización romana y la civilización renacentista, una tierra de nadie in-
telectualmente hablando, porque nadie había que pudiera pensar que algo
relevante hubiera acontecido en ese intermedio. Ahora bien, ¿es ésta una
visión correcta, ya no simplemente justa? El Medievo se presenta ante
nuestros ojos como una realidad caleidoscópica, rica de matices, plena
de sentido, intelectualmente vigorosa, fuerte, llena de ideas no originales,
aunque llevadas hasta sus últimas consecuencias con una coherencia digna
de encomio, si bien en el seno de una dinámica cultural existente, real,
más lenta, restringida y limitada a grupos puntuales de la sociedad, de
fronteras estamentales muy marcadas, y, sobre todo, como una auténtica
y sui generis correa de transmisión que hace posible el humanismo y, con
él, la modernidad. El mito medieval, al que se recurre desde posiciones
tan distantes como la de Umberto Eco —quien se refiere junto con otros
autores a una vuelta en los tiempos actuales a la Edad Media al detectar
ciertos signos preocupantes dentro de la dinámica social y política que
reconducen a ciertos esquemas o tipos ideales de raigambre medieval—2 o
la de Régine Pernoud —quien, con ironía, propugnaba acabar de una vez

1 Acaso porque el Romanticismo no contiene en su seno ni una teoría ni una doctrina,


sino que se resume en ser una actitud esteticista con un fuerte componente dionisíaco que
convirtió al arte, a la literatura y al amor humanos en una religión. Fue, sin lugar a dudas,
moda, estilo y espectáculo, pero poco más. Véase Negro Pavón, D., Lo que Europa debe
al cristianismo, Madrid, Unión Editorial, 2004, pp. 38 y ss.
2 Véase Eco, U. et al., La nueva Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1974, en es-
pecial, la colaboración del profesor boloñés titulada “La Edad Media ha comenzado ya”,
pp. 7-34, con indicación de los elementos que sirven para construir una “Edad Media”,
desde el aspecto político hasta el puramente cultural.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 167

por todas con este periodo histórico y con su estudio—,3 requiere, pues, un
poco de sangre fría, cabeza reflexiva y una actitud que sin miedo y sin ira,
permita penetrar en la realidad compleja que ante nosotros muestran los
fragmentos de un incompleto diccionario de dimensiones enciclopédicas
que es el Medievo. Evidentemente con un distanciamiento que permita no
juzgar, ni compartir, misiones éstas que no nos competen, pero sí com-
prender, acercarse al modo de vivir, sentir, concebir lo que ese periodo del
pasado es capaz de suministrarnos.
De entre las diferentes perspectivas que se presentan al estudioso, nin-
guna tan sugerente y tan atractiva como la que manifiesta el mundo jurí-
dico, un mundo que como dijo el profesor Paolo Grossi, nace como con-
secuencia de una debacle cultural de consecuencias imprevisibles para
el hombre del momento: la caída, nunca total, nunca absoluta, el declive
de toda una civilización, la romana, que había ejercido una hegemonía
incontestable durante varias centurias y cuyo legado es tema recurrente
dentro de la intelectualidad medieval: el mito de Roma, referente inte-
lectual, es una constante del pensamiento.4 Con ella cae o entra en una
fase de decadencia, para el Occidente europeo, un modelo jurídico y un
soporte institucional o político (el Imperio) que le servía de sustento, de
amparo, de protección. Surge una época de transición, y como todas las
transiciones, época rica por sus matices y por su propia definición o esen-
cia. Porque a través de todo un proceso de ósmosis, se parte de una de-
terminada dirección y de unos determinados basamentos culturales y se
llega a otra diametralmente opuesta, se admiten determinados presupues-
tos que van siendo depurados, matizados, erradicados o corregidos, hasta
la consecución del producto final neto, ya no bruto, sino desprendido de
todos los componentes que la mentalidad del momento considera exóge-
nos, prescindibles, desechables. Época de avances y de retrocesos, de una
espiritualidad que se va imponiendo, con la consiguiente sepultura de

3 Véase Pernoud, R., Para acabar con la Edad Media, 2a. ed., Palma de Mallorca,
Barcelona, José J. de Olañeta, 1999. Evidentemente, la obra de esta historiadora francesa
busca todo lo contrario: reivindicar el Medievo poniendo fin a la ignorancia, errores e
ideas admitidas respecto a este periodo.
4 Cfr. Grossi, P., “En busca del orden jurídico medieval”, en AA. VV., De la Ilustra-
ción al Liberalismo. Symposium en honor al profesor Paolo Grossa, Madrid, Centro de
Estudios Constitucionales, 1995, pp. 46 y 47. Esa referencia constante a Roma es estudia-
da por García-Pelayo, M., “La lucha por Roma (sobre las razones de un mito político)”,
Los mitos políticos, Madrid, Alianza Editorial, 1981, pp. 111-152.
168 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

anteriores espiritualidades o de versiones distintas de la espiritualidad de


molde oficial, bajo la forma de supersticiones, de mitos, de miedos y de
fantasmas. Era de oscilaciones, de inseguridad y de incertidumbre, con
pocas verdades a las que aferrarse, era al mismo tiempo tumba y cuna,
sepultura y nacimiento. ¿Qué hacer cuando lo cierto ha dado paso a la
barbarie, al triunfo del enemigo? Se dibuja un escenario pleno de terro-
res y de vacíos. Ante ese horror vacui, ante esa nada que se presentaba
ante los ojos, ante la ausencia, por tanto, de modelos y de referencias, el
hombre medieval se ve obligado a efectuar una grandiosa construcción
que le facilitase la armonización de todo el conglomerado de intereses,
creencias, ideas, valores y finalidades que se perseguían y que confluyen
en esa Europa que despierta del cataclismo romano para, sin solución de
continuidad, embarcarse en la nueva aventura que los antiguos pueblos
bárbaros (entendiendo la palabra en su sentido de “extranjeros”, ajenos
a la cultura imperante, aunque no es posible cuantificar hasta qué punto
se produce esa alienación) comienzan a edificar sobre las ruinas del anti-
guo solar romano. El panorama cultural presenta el aspecto de la síntesis
de componentes plurales, como se afirma desde los clásicos estudios de
A. Dopsch,5 que no permiten la conservación de una romanidad intacta,
pero tampoco el abandono frenético y orgiástico a las nuevas tradiciones
culturales que traen los pueblos que se acaban imponiendo. No se hace
tabla rasa del pasado, sino que sobre los parámetros de aquél se procede
a edificar una nueva realidad jurídica. Una época de confrontaciones, de
préstamos y de ricas experiencias. Una base de partida, la romana; un
filtro por el que se tamiza el caudal anterior, el germánico; una influen-
cia decisiva constante, oficial y oficiosa: la cristiana.6 La amalgama de
5 Véase Dopsch, A., Wirtschaftliche und soziale Grundlagen der europäischen Kul-
turentwicklund: aus der Zeit von Caesar bis auf Karl den Grossen, 2 ts., Viena, Seidel
und Sohn, 1923-1924 (con traducción española: Fundamentos económicos y sociales
de la cultura europea: de César a Carlomagno, 1a. reimp., México, Fondo de Cultura
Econónima, 1982). Una brillante exposición sobre la edificación paulatina de todo este
universo cultural, heredado y novedoso, puede consultarse en Génicot, L., El espíritu
de la Edad Media, Barcelona, Noguer, 1963; Le Goff, J., La civilización del Occidente
medieval, 1a. reimp., Barcelona, Juventud, 1969; Borst, A., Lebensformen im Mittelalter,
Frankfurt-Berlín, Verlag Ullstein, 1973; Pernoud, R., A la luz de la Edad Media, Barce-
lona, Juan Gránica, 1983 y Guriévich, A., Las categorías de la cultura medieval, Madrid,
Taurus, 1990.
6 Catolicismo que, en palabras de Carl Schmitt, genera una triple forma: estética, jurí-
dica y política. Cfr. Schmitt, C., Catolicismo y forma política, Madrid, Tecnos, 2001, p. 27.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 169

los mismos, debida el genio creador del propio hombre del Medievo,
cosa que no debe olvidarse puesto que no se puede considerar como un
mero receptor de influencias ajenas, provoca el nacimiento de una nueva
civilización,7 con rostro antiguo en un cuerpo nuevo, dado que el derecho
no es amigo de grandes saltos suicidas, sino de la sedimentación pausada
en la medida en que las posibilidades económicas, culturales y políticas
del momento lo permitan. Tres pilares, decíamos, a partir de los cuales
diseñar esa nueva arquitectura, en la cual se manifiesta la capacidad gene-
radora del hombre.8 El derecho cobra así un valor de testimonio indiscu-
tible para saber realmente qué fue lo que pasó, cómo pasó y por qué pasó.
Es, ha sido y será un puntal claro de la cultura y uno de los componentes
que mayor y mejor número de fuentes nos proporcionan para verificar
estos asertos. Cultura jurídica es, en sí mismo, una redundancia. La cul-
tura engloba lo jurídico y lo jurídico es siempre cultural porque todo lo
jurídico es cultura, y la cultura abarca en su seno cualquier manifestación
creadora o innovadora del ser humano: el derecho no se sustrae a esta
influencia, pero tampoco otras artes o habilidades, mecanismos o técni-
cas, a las que se ha consagrado su cada vez más reducida creatividad.9

7 Para la distinción entre civilización y cultura, véase Pérez-Prendes, J. M., “Civili-


zación y culturas en la historia jurídica. Las violencias parasitarias de un talante racio-
natural”, en Pérez-Prendes, J. M. (dir.), La violencia y los enfrentamientos de la culturas,
Madrid, Iustel, 2004, pp. 24-27.
8 Acaso sea en el campo del derecho canónico donde se pone de manifiesto esta fu-
sión. Así, ha dicho Gabriel Le Bras que el derecho canónico aparece como un crisol en el
que se fundieron diversos legados de antiguas civilizaciones, que el derecho de la Iglesia
asume como propios y transforma de acuerdo con el espíritu cristiano: el interés por el
oprimido típico del judaísmo, la pasión romana por el orden y la autoridad, la concepcio-
nes lógicas y políticas de la filosofía griega, y el entusiasmo y meticulosidad del pueblo
celta. Citado por Martínez Torrón, J., Derecho angloamericano y derecho canónico. Las
raíces canónicas de la Common Law, Madrid, Civitas, 1991, p. 199.
9 Véase Barcellona, P. et al., La formación del jurista (capitalismo monopolístico y
cultura jurídica), 3a. ed., Madrid, Civitas, 1993, con la indicación que el mismo Pietro
Barcellona nos da en p. 56: “Es necesario, ante todo, esforzarse en recuperar el carácter
histórico y objetivamente determinado de las abstracciones jurídicas, es decir, la especí-
fica relación social de la cual brote una determinada elaboración conceptual. No se trata
de proponer nuevas definiciones de la propiedad o del contrato, sino de reconducir las
categorías conceptuales que encontramos expuestas en los manuales y en las elaboracio-
nes monográficas a las específicas relaciones sociales de nuestros días, a fin de constatar
en aquéllas su carácter condicionado, sus conexiones con las estructuras económicas y,
por consiguiente, su parcialidad”.
170 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Un derecho que nunca nace de la nada, sino que aparece condicionado


por multitud de factores que lo circundan. Y si la historia del derecho
examina el momento preciso en que lo jurídico se convierte en histórico,
es instante asimismo de buscar las causas y los condicionantes de esa
transición de lo efímero a lo perdurable. La verdad histórica, en un línea
de investigación que inicia Droysen y continúan Dilthey, Croce y Collin-
gwood, no solamente consiste en hechos materiales, sino en ideas, esas
invisibles partículas de una historia en construcción, que conectan los di-
ferentes fragmentos particulares en una perspectiva de conjunto, a modo
de una fusión de hechos visibles y de ideas invisibles. Tarea esencial es,
pues, repensar o reformular en la mente las deliberaciones de aquellos
agentes históricos, haciendo inteligibles los hechos con los cuales tiene
que tratar.10 El historiador, se ha dicho, es un profeta vuelto hacia atrás,
lo cual supone, de acuerdo con la interpretación de Walter Benjamin, dos
cosas: una, que aquél, transportado a un pretérito remoto, profetiza lo que
para éste había de valer todavía como futuro, pero que entre tanto se ha
convertido, asimismo, en pretérito; y dos, que ese historiador le vuelve
las espaldas a su propio pasado y su mirada se va a extender por otras
cimas de las generaciones humanas anteriores que desaparecen profun-
damente cada vez más en el pasado.11 Solamente en la medida en que se
consiga la armonización de esos componentes exógenos y endógenos es
factible proceder a una delimitación precisa de los diversos elementos
que integran el resultado final de este proceso plurisecular. La génesis del
derecho medieval es la que nos ocupa, entendiendo por derecho medieval
aquel que sigue a la desaparición del Imperio romano de Occidente, y
se prolonga hasta los aires nuevos que se insuflan en las venas jurídicas
de Europa como consecuencia de un fenómeno decisivo, tiempo axial,

10 Cfr. Fogel, R. W. y Elton, G. R., ¿Cuál de los caminos al pasado? Dos visiones de
la Historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 22 y ss.
11 Cfr. Benjamin, W., La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la Historia, San-
tiago de Chile, Universidad Arcis-Lom Ediciones, 2004, p. 85. El pensador alemán pro-
clama además que la Historia opera como “telescopización del pasado mediante el
presente” (en p. 139), “puesto que ese presente polariza el acontecer en pre-historia y
post-historia” (en p. 140), finalizando su disertación con una bella metáfora sobre el papel
constructor del historiador: “Para el dialéctico se trata de tener el viento de la historia del
mundo en el velamen. Pensar, en él, quiere decir: izar las velas. Cómo sea izadas es lo
que importa. Las palabras son sus velas. El cómo sean izadas las convierte en concep-
tos” (p. 145).
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 171

en la expresión de K. Jaspers,12 del renacimiento jurídico, primero, y el


subsiguiente proceso de difusión de ese nuevo derecho común a lo largo
de todo el orbe cristiano: la conocida, aunque el término no es de pacífi-
ca aceptación, como recepción del ius commune. Momento sapiencial o
culto frente a un primer momento primitivo o rudimentario, dicho esto
sin ningún ánimo peyorativo. Los siglos centrales de esa primera Edad
Media marcan, pues, el periodo de estudio, el escenario temporal sobre
el que se va a representar nuestra reflexión.

II

Es una afirmación indubitable, la frase es de Otto Brunner, que en el


derecho medieval, anterior a los siglos XII y XIII, nada resultaba más claro
y nítido que el origen divino de todo ese orden jurídico. Dios mismo quiere
el derecho, Dios mismo es el derecho; por ese motivo, aquél es grato a la
divinidad.13 No es que la Baja Edad Media que se inicia tras esos siglos
centrales, dé paso a una situación de abierta secularización, de abandono
de los dioses medievales, sino que el derecho abandona su círculo ínti-
mo de vinculación con el ideario de lo justo y se coloca en una situación
novedosa: el derecho sale de sí mismo, se desprende de su contenido o
fundamentación sacral, rompe la unidad primitiva entre derecho y justicia,
ahora ya en abierta oposición, uno como creación humana, la otra como
creación de Dios y como destino hacia el cual se dirige el nuevo universo
jurídico.14 La estrecha vinculación entre derecho y divinidad arranca de un
12 Véase Jaspers, K., Introducción a la filosofía, Barcelona, Círculo de Lectores,
1989, pp. 91 y 92: “El eje de la historia universal, suponiendo que exista, sólo lo pode-
mos encontrar para la historia profana y aun así empíricamente, como un hecho que afec-
te a todos los hombres cristianos incluidos. Debería ser válido para todos los hombres
sin dependencia de fe determinada alguna. Sus raíces brotarían de un marco común de
comprensión histórica. Este eje de la historia universal parece encontrarse en el proceso
espiritual que tuvo lugar entre 800 y 200 antes de Jesucristo. De ahí surgió el hombre
con que vivimos hasta hoy. Llamaremos a este periodo el tiempo axial”. Lo mismo puede
predicarse del fenómeno de la recepción (siglos XII-XIII), tiempo que marca la forja de
un derecho que es el que conocemos hoy en día.
13 Cfr. Brunner, O., Terra e Potere. Strutture pre-statuali e pre-moderne nella storia
costituzionale dell’Austria medievale, Milán, Giuffrè, 1983, p. 187, y, en general, sobre
la concepción medieval del derecho, pp. 187-203.
14 Para el caso castellano, si bien expresando un sentir común europeo, véase Nieto
Soria, J. M., “Origen divino, espíritu laico y poder real en la Castilla del siglo XIII”,
AEM, vol. 27, núm. 1, 1997, pp. 43-101.
172 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

planteamiento simplista si se quiere, pero esencial para la comprensión de


la mentalidad medieval: todo ha sido creado por Dios y todo ha sido dotado
de un orden por Dios para que funcione con arreglo a una serie de princi-
pios eternos.15 Planetas, astros, orbes, mundo, hombres, animales, plantas,
procesos naturales desarrollan sus efectos con arreglo al plan divino dise-
ñado desde el balcón de la eternidad. Todo es orden, todo es medida, me-
sura, adecuación a un canon eterno perfectamente calculado que obedece
en última instancia a la sola voluntad de ese Ser superior. Un orden divino
y una medición de todas las cosas asimismo caracterizada por su esencia
también divina. En consecuencia, ese orden, trasplantado al campo de los
hombres, criaturas que han sido forjadas a imagen y semejanza de Dios,
cobra la forma externa de derecho y es, en última instancia, reconducible
a la propia divinidad, que aparece como la expresión de sus deseos o de
sus caprichos (no ha llegado todavía el tiempo de la racionalidad tomista,
anticipada por Guillermo de Auxerre a comienzos del siglo XIII). Nos
movemos, pues, en la órbita de un pensamiento de corte voluntarista, ya
lo hemos indicado, que ha tenido en Agustín de Hipona a su mejor, más
alto y más influyente (por perdurable) representante. Partamos, pues, de
un paradigma propio y singular, aplicable a este ámbito medieval: no se
puede hablar de derecho sin hablar de religión en los siglos centrales del
Medievo o, cuando menos, hablar de una vinculación estrecha e irrompi-
ble entre el derecho y Dios, mejor que entre el derecho y la religión. Dere-
cho y Dios, orden jurídico y divinidad no conocen de fronteras, de límites
nítidos, precisos y claros, entre ellos. Reducir el derecho a una cuestión
de mera técnica jurídica, desprovista de conexión con el mundo exterior
15 Sobre el pensamiento medieval en general, véase Wilson, E., La filosofía en la
Edad Media: desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, 2a. ed., Madrid,
Gredos, 1985; Vignaux, P., El pensamiento en la Edad Media, México, Fondo de Cultura
Económica, 1995; y Flasch, K., Introduzione alla filosofia medievale, Turín, Einaudi,
2002. Para el mundo jurídico, es esencial Padovani, A., Perchè chiedi il mio nome? Dio,
natura e diritto nel secolo XII, Turín, Ristampa emendata, G. Giappichelli, 1997, pp.
101 y ss. A mayor abundamiento, véase Verdross, A., La filosofía del derecho del mundo
occidental. Visión panorámica de sus fundamentos y principales problemas, México,
UNAM, Centro de Estudios Filosóficos, 1962, pp. 95-117; Corts Grau, J., Historia de la
filosofía del derecho, 2a. ed., Madrid, 1968, t. I, pp. 209-306; Villey, M., La formation de
la pensée juridique moderne: cours d’histoire de la philosophie du droit, 4a.ed., París,
Montchretien, 1975, pp. 69 y ss.; Truyol y Serra, A., Historia de la filosofía del derecho
y del Estado, 11a. ed., Madrid, Alianza Editorial, 1992, t. I, pp. 247-282 y pp. 347-362;
Friedrich, C. J., La filosofía del derecho, México, Fondo de Cultura Económica, 1997,
pp. 58-80; y Ruíz Miguel, A., Una filosofía del derecho en modelos históricos. Desde la
Antigüedad a los inicios del constitucionalismo, Madrid, Trotta, 2002, pp. 75-167.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 173

es hoy —y lo ha sido siempre— una aberración intelectual, que conduce


al positivismo más estéril y a la fragmentación del conocimiento de lo que
ha sido una civilización o una cultura en su seno. Y fragmentar nunca es
garantía de saber. En suma, el derecho es siempre realidad social articula-
da con arreglo a una serie de valores. Es el precipitado final de esa expe-
riencia vital más profunda de toda una comunidad, el modo específico en
que se siente, se vive, se realiza, se hace ese mundo jurídico. Se precisa
conocer cuál es ese trasfondo que oculta lo jurídico para proceder a un
acercamiento definitivo al mismo, para su comprensión final. Lo demás es
mero comentario exegético de un texto sin alma, sin vida, construcciones
hipotéticas de una realidad que nunca podrá ser reconstruida fielmente,
tal y como realmente aconteció, pero a la que tenemos la obligación de
aproximarnos con un escrupuloso respeto a todo aquello que contribuya a
allanar el camino hacia esa verdad. La Edad Media no es época de incre-
dulidad, sino que los problemas más relevantes desde el punto de vista del
dogma vienen determinados precisamente por los excesos en la creencia.
No hay en la mentalidad del hombre medieval espacio para concebir un
universo sin Dios, una naturaleza sin Creador, una humanidad sin un Se-
ñor supremo rector. Si todo lo humano ha sido creado por Dios, piensa el
hombre medieval, el derecho no puede constituir excepción a esa regla,
sino precisamente la confirmación de esa misma regla mencionada. La
incardinación es, pues, evidente. Y ese derecho ha sido, como afirmaba
Ihering, lucha para la consecución de ideales más elevados (la justicia,
en su vertiente material y en su vertiente formal).16 Si el derecho aparecía
antes de nada como lucha, como enfrentamiento, como conflicto, es pre-
ciso avanzar un poco en el camino que conduce al derecho como diálogo,
como intercambio pacífico de pareceres, como concesión o concesiones
recíprocas. El orden jurídico es medio para alcanzar los más altos fines y
una vez embarcados en esa ruta o conseguidos aquellos, su faz más violen-
ta y cruel, más terrible y temible, se demuda y pasa a observar con pacífica
16 Recordando las famosas palabras con las que se inicia su obra: “La idea del derecho
encierra una antítesis que nace de esta idea, de la que es completamente inseparable: la
lucha y la paz; la paz es el término del derecho, la lucha es el medio para alcanzarlo…
El derecho no es una idea lógica, sino una idea de fuerza; he aquí por qué la justicia, que
sostiene con una mano la balanza donde pesar el derecho, sostiene en la otra la espada
que sirve para hacerle efectivo. La espada, sin la balanza, es la fuerza bruta, y la balanza
sin la espada, es el derecho en su impotencia; se completan recíprocamente y el derecho
no reina verdaderamente más que en el caso en que la fuerza desplegada por la justicia
para sostener la espada iguale a la habilidad que emplea en manejar la balanza”. Cfr. Von
Ihering, R., La lucha por el derecho, Madrid, Doncel, 1976, pp. 45 y 46.
174 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tranquilidad los restos de su obra. El derecho concebido como imposición


de un ser divino o de un ser humano, que actúa en representación de aquél,
ese derecho concebido, nacido y crecido en las más adversas condiciones
hostiles, en la plena eclosión de la enemistad, da paso, con rupturas obvias
y evidentes, a una concepción del derecho que descansa en la posibilidad
de negociación, de pacto, de armonización de intereses contrapuestos, a
un derecho que no se impone, sino que se negocia, que se pone por acuer-
do de los sujetos actuantes. Debe haber una etapa intermedia, un tránsito,
una estación perfectamente delimitada que señale esa transición hacia un
derecho que no sea sufriente, ni impuesto, ni monocorde: un derecho que
valga por sí mismo y que emane de la propia colectividad sin recursos a
elementos exógenos. Un derecho nacido por sí, en sí y para sí. Si nuestro
orden contemporáneo permite atisbar una normatividad que aparece como
fruto de la integración y de la negociación, la Alta Edad Media nos lleva a
ejemplificar su orden jurídico dentro de aquella primera categoría a la que
habíamos aludido más arriba, dentro de ese derecho doliente, sufriente,
agónico. No en vano afirmaba García-Pelayo que en ninguna época de
la historia de la humanidad se había luchado con tanto patetismo por lo
jurídico, con una intensidad tal, fruto de una identificación absoluta con
el acervo jurídico que cada comunidad encarnaba, como había sucedido
en el Medievo. La comunidad, cualquiera que fuese, no vivía con el dere-
cho, sino por el derecho y para el derecho. Ello conducía de inmediato a
la mimesis entre el derecho, la comunidad y el individuo que forma parte
de la misma, de modo que el ataque al derecho se concebía como ataque
a la comunidad misma y a cada uno de sus miembros, y, en consecuencia,
la defensa de ese orden jurídico, roto y quebrantado, implicaba la acción
de defensa que precisamente correspondía a la totalidad del entramado so-
cial y a cada uno de sus elementos individualizados. La defensa de un
derecho y la titularidad del mismo eran conceptos o ideas análogas,
elementos perfectamente intercambiables: tener un derecho a algo y ser
capaz de defenderlo son idénticas facultades. 17

17 Cfr. García- Pelayo, M., “La idea medieval del derecho”, Del mito y de la razón
en la historia del pensamiento político, Madrid, Revista de Occidente, 1968, pp. 65 y
66: “La Edad Media, en efecto, luchó por el derecho con una intensidad difícilmente
comprensible para nuestra mentalidad. Tal intensidad y patetismo se debían a que, como
mostrará más adelante, el derecho no era concebido como una creación de la voluntad
racionalizada que la sociedad pudiera cambiar en función de su utilidad y conveniencia,
sino como una realidad concreta que emergía espontáneamente y que era inseparable
de la comunidad o de la persona misma. Por tanto, la defensa del derecho —no del
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 175

Si el derecho es encarnación y reflejo de las fuerzas o poderes, de los


valores, sentimientos y reacciones que subyacen en la colectividad a la
que se va a aplicar el mismo derecho, debemos concluir con el resultado
bifronte de la realidad jurídica: el mundo jurídico es, a la vez, expresión
del poder, instrumento o emanación del mismo, y fuente, supuesto y lí-
mite de aquél del cual emana o arranca. Es acto y es potencia, es previo
y posterior al universo jurídico, es fuerza desatada y fuerza encauzada al
mismo tiempo.18 Y todo ello porque el derecho no es algo ajeno al cuerpo
social, sino la manifestación más clara de la misma vida, de la propia
naturaleza del momento en el cual surge. Ese naturalismo es característi-
co de las primeras centurias medievales, lo que conduce a una visión de
este orden jurídico como orden rudimentario, primitivo, poco sofisticado,

derecho abstracto, sino de este derecho— se confundía con la defensa de la existencia


de la comunidad o del honor de la persona (honor y ius eran, a veces, en el lenguaje del
tiempo, palabras sinónimas); además, el vigor de la lucha por el derecho se acentuaba
porque, como también se verá más adelante, no se sentía oposición entre el derecho y la
justicia, en razón de que el derecho tenía, de un lado, fundamento sacro y, de otro, era
principalmente consuetudinario y, por tanto, justo si existía desde el tiempo viejo. A estas
ideas típicas de la Alta Edad Media se opone desde el siglo XIII una nueva idea jurídica
destinada a triunfar en la época moderna: la idea del derecho legal, que ha de justificarse
constantemente por su adecuación a la ratio abstracta y a la justicia”. En parecidos tér-
minos se pronuncia Grossi, P., en su polémico L’ordine giuridico medievale, Roma-Bari,
Laterza, 1995, pp. 13 y 14 (El orden jurídico medieval, Madrid, Marcial Pons, 1996, pp.
35 y 36): “Nunca como en la Edad Media, el derecho ha representado y constituido la
dimensión radical y fundante de la sociedad, un cimiento estable que destaca respecto al
desorden y la mutabilidad de lo cotidiano, es decir, de los sucesos políticos y sociales de
cada día”, anunciando la dualidad de coordenadas sobre las que discurre este itinerario
jurídico medieval: el valor inmanente de la naturaleza de las cosas, y el valor trascen-
dente, Dios, ambos en absoluta armonía de acuerdo con los parámetros de la teología
cristiana, conformando un ordo iuris). Sobre las críticas a esta obra, véase infra.
18 Evidentemente estamos lejos de conceptuar el derecho como una simple “super-
estructura ideológica” en expresión conocida de Marx, porque no debe identificarse el
mundo jurídico con el mundo económico que subyace. Al mismo tiempo, el poder al que
nos referimos no es necesariamente el poder económico (aunque sí en una muy buena
parte). Cualquiera con mediano conocimiento del mundo actual y del mundo pasado,
sabe que el poder no va unido siempre a la riqueza, sino que existen otras formas más
sutiles de control, de influencia, de capacidad de decisión, que las meramente crematís-
ticas. Una reflexión brillante puede hallarse en La Torre, M., Derecho, poder y dominio,
México, Fontamara, 2004. Ese papel del derecho como ordenador y pacificador dentro
de la sociedad medieval concretamente, en dura pugna con la fuerza bruta y sin depurar,
es destacado por Van Caenegem, R. C., “Law in the Medieval World”, TR, vol. 49, 1981,
pp. 13 y 46, texto que nos sirve como síntesis bibliográfica sobre el particular.
176 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

nada técnico, esencialmente pragmático, presto a resolver las demandas


y las necesidades inmediatas y directas que en la vida cotidiana se susci-
taban. ¿Cómo se ha llegado a esa fusión de lo jurídico con lo religioso y,
por ende, con lo político, creando un entramado unitario en donde se dan
la mano los tres elementos citados: derecho, religión y política? ¿Cómo
se armoniza la unión entre comunidad religiosa, comunidad política y
comunidad jurídica? Hay que partir de la creación misma del universo y
de su percepción en el momento que nos ocupa.
El universo, dentro de la mentalidad medieval, aparece como un todo
articulado y vertebrado, pero por encima de cualquier otra nota, único.
Cada uno de los sujetos incardinados en esta masa conjunta aparece a su
vez como una parte determinada por el fin general y global del universo
y como un todo menor dotado de fines propios. La dialéctica macrocos-
mos-microcosmos, universalismo-localismo marca, por tanto, la vida y
la mentalidad del momento medieval. Esta interdependencia entre el su-
jeto, entendido como individuo sometido, subiectus, y la globalidad, el
universo, cual entidad rectora de todo movimiento, comportamiento o
actitud, alcanza su culminación última en la divinidad. Dios ha sido el
que ha creado todos y cada uno de los seres que pululan por la tierra. En
consecuencia, Dios los ha dotado de un plan específico y al mismo han de
plegarse en sus conductas de modo inexcusable, imperativo. Toda orde-
nación, cualquiera que ésta sea, es el resultado en última instancia de la
ordenación divina y todo grupo no es sino el trasunto de la ordenación
que en cielos y tierra Dios ha conformado. No hay excepciones. Sólo una
regla general indicada en este sentido. Los medios y los fines son siempre
divinos, sin pausas, sin aceleraciones. Todo es Dios o se reconduce a
Dios. El universo es, en resumen, una gigantesca armonía edificada por
la divinidad que impregna, perfila y colorea la totalidad de ese orden
general y de cada una de sus partes. Pluralidad reconducida a la unidad
suprema que simboliza Dios. Esa unidad es el principio constitutivo del
universo dado que Dios es único y esa unidad caracteriza su esencia.
Como destacó Otto von Gierke, Dios está ante y por encima de toda plu-
ralidad del mundo, es fuente y fin de todo ser.19 La voluntad o razón divi-
nas (manejando la ambigua y calculada terminología de Agustín de Hipo-

19 Cfr. Von Gierke, O., Teorías políticas de la Edad Media, Maitland, F. W. (ed.),
Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1995, p. 74.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 177

na) penetran como ley del universo en todos los seres plurales existentes.
Esa ley eterna lo inunda todo, todo lo condiciona, todo lo ve y todo lo
rige. Las partes aparecen claramente vinculadas o subordinadas a esa en-
tidad suprema a la que nos hemos referido. Porque, admitiendo clara-
mente la existencia de partes, la vida de las mismas no se rige por ningún
criterio de autonomía o independencia, sino que aparecen encauzadas por
la vinculación férrea y estricta a la divinidad, sin ninguna posibilidad o
vía de escape. Ello desde un punto de vista lógico, por la simple razón de
que la unidad siempre precede a la pluralidad, el todo es siempre anterior
a las partes: la pluralidad debe su origen a la unidad y tiende a retornar a
la misma. El orden es, en suma, la supeditación de la pluralidad a la uni-
dad, la reductio ad unum, la dirección superior de la entidad única para la
consecución de los fines asimismo únicos, lo cual solamente es factible si
la propia unidad gobierna la pluralidad, esto es, dirigiéndola, manejándola,
fijando sus elementos, determinando su fin o sus fines. Dos son los pode-
res sobre los que se fundamenta el poder, que lo ejercitan materialmente
con ánimo de supremacía: Imperio y Papado, uno en lo temporal, otro en
lo espiritual. Pero por encima de los mismos, lo que destaca es la existen-
cia de un fuertemente acentuado vínculo religioso que contribuye a uni-
ficar la Europa post-romana. El cristianismo ha sido el catalizador de las
energías dispersas que se han fraguado tras la caída del Imperio romano,
es el elemento que ha servido de unión, de bálsamo, de remedio ante una
civilización que se desmoronaba. La ha mantenido, la ha conservado, ha
sido la depositaria más fiel de esa cultura de la Antigüedad que en otras
condiciones estaba llamada a extinguirse. La cristiandad, la res publica
christiana aparece así como la encarnación de ese ideal de comunidad
política única y universal,20 además de ser la única comunidad cierta,
verdadera, en cuanto que depositaria de lo que se considera el mensaje
revelado y la Verdad con mayúsculas: es el centro donde se funde el cri-
sol de culturas existentes, el eje con arreglo al que se vertebra la dispari-
dad y le da apariencia unitaria.21 A pesar de que la existencia cotidiana,

20 Con cierto tono didáctico, véase Pérez Martín, A., “La Respublica Christiana me-
dieval: Pontificado, Imperio, Reinos”, en AA. VV., El Estado español en su dimensión
histórica, Barcelona, PPU, 1984, pp. 59-128.
21 Uno de los mejores ejemplos en que se da esa tensión entre la unidad y la pluralidad
es en el campo político, a propósito de la defensa de todas aquellas teorías orientadas a
justificar el poder político y su transmisión. Véase sobre el pensamiento político medie-
178 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sin embargo, transitaba por los cauces del localismo más acentuado y un
pluralismo político marcado (inexistencia de ciudades, proliferación de
pequeños núcleos habitados sin comunicación entre los mismos, ruina
de las antiguas rutas comerciales; en suma, aislamiento de una pobla-
ción ya de por sí reducida en lo demográfico), se tenía conciencia de
formar parte de una realidad, política a la par que religiosa, que superaba
con creces las limitaciones y reducciones a las que conducían irremisi-
blemente las condiciones precarias de la existencia cotidiana. La Europa
occidental era un conglomerado plural, con un sustrato común que servía
de unificador (que no uniformador). Las múltiples instancias inferiores
necesitaban incardinar su actuación y sus potestades con arreglo al deci-
sivo criterio de la jerarquía. Aldeas, vecindades, señoríos, castillos, vi-
llas, ciudades, provincias, repúblicas, principados y reinos, todos ellos en
el seno del Imperio cristiano, necesitaban marcar y delimitar con preci-
sión cuál era su ámbito preciso de actuación. A ello ayuda la idea de ju-
risdicción, como término y concepto que encarna la localización del po-
der, su expansión, su forma de realizarse, acaso el único elemento que
sirve para ordenar este caótico panorama conforme a la idea de jerar-
quía.22 Muchas comunidades acababan desembocando en una gran comu-

val: Mertens, D., Il pensiero politico medievale, Bolonia, Il Mulino, 1999; y Tabacco,
G., Le ideologie politiche del medioevo, Turín, Einaudi, 2000, al margen de los clásicos
de Carlyle, A. J., A History of Mediaeval Political Theory in the West, 6a. ed., 6 vols.,
Londres, William Blackwood and Sons, 1970; Kantorowicz, E. H., Los dos cuerpos del
rey. Un estudio de teología política medieval, Madrid, Alianza Editorial, 1985; Ullmann,
W., Principios de gobierno y política en la Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1985;
e Historia del pensamiento político en la Edad Media, 4a. ed., Barcelona, Ariel, 1999;
AA. VV., The Cambridge History of Medieval Political Thought. C. 350-c.1450, Burns,
J. H. (ed.), Cambridge, Cambridge University Press, 1988, t. I, con las colaboraciones
más destacadas por lo que aquí respecta de Van Caenegem, pp. 174 y ss., y Pennington,
pp. 354 y ss.; Von Gierke, O., op. cit., nota 20.; y Sabine, G. H., Historia de la teoría
política, Thorson, T. H. (ed.), México, Fondo de Cultura Económica, 2002. Con material
de los anteriores, construye García-Pelayo, M., “El Reino de Dios, arquetipo político.
Estudio sobre las fases políticas de la Alta Edad Media”, Los mitos políticos, cit., nota
4, 1981, pp. 153-351. Para el caso hispánico, véase Maravall, J. A., “El pensamiento
político de la Edad Media”, Estudios de historia del pensamiento español. Edad Media,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1999, t. I, pp. 25-55, centrado
esencialmente en el papel del rey como eje de la dinámica política.
22 Además de las obras de Costa, P., y Vallejo, J., citadas infra, véase de este último
“Power Hierarchies in Medieval Juridical Thought. An Essay in Reinterpretation”, IC,
vol. 19, 1992, pp. 1-29.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 179

nidad superior, suma de todos los poderes, cuya nota definitoria venía
conformada por el ideario cristiano, pauta de conducta interna y externa
que simbolizaba la forma de integración en la misma. Bautismo, como
paso necesario para la integración plena en esa comunidad; eucaristía,
como muestra de la renovación cotidiana de esa creencia y de esa perte-
nencia; excomunión, como sanción más grave puesto que suponía la pér-
dida de la gracia sacramental y la exclusión del círculo social delimitado.
La comunidad político-religiosa se basa en esa realidad sacramental
como expediente que determina la inserción y la continuidad en esa co-
lectividad que se dice perfecta; se basa en compartir un fundador históri-
co común; se basa, en última instancia, en el predominio del factor reli-
gioso como elemento decisivo para la integración en el colectivo. Fuera
de la religión (la católica), no existe sociedad, no se forma parte de la
única sociedad real y verdadera: se está en ella, pero no se es de ella. La
aparente contradicción entre la tendencia universalista y la tendencia lo-
calista se salva a través del empleo de ciertos argumentos teóricos como
el neoplatonismo o la visión aristotélica de las diferentes gradaciones del
ser (la unidad ha de ser universal, lo cual sólo es posible dando a cada una
de las partes el lugar que le corresponde, el lugar que debe; ésta es la
única garantía de la integración armónica entre todas las instancias exis-
tentes). Hay un centro originario, fundacional, basilar, con la dualidad
Papa-emperador a su frente, con un idioma común y con una caput mun-
di, Roma, referencia indispensable, de donde derivan las jerarquías para-
lelas en el campo secular y en el campo eclesiástico. Hay un solo cuerpo
con numerosos miembros que no actúan de forma aislada, sino coordina-
da, correspondiendo precisamente a la cabeza la suprema función rectora
de todo ese conjunto único dentro de la diversidad de sus partes. Y ese
cuerpo es esencialmente referido a Dios. La realidad es exclusivamente
la cristiandad. Solamente en su seno es posible la perfección, entendida
como camino rectilíneo hacia Dios. Fuera de ella, no hay nada, solamen-
te imperfección, deshechos, ruinas, proyectos y potencias, que nunca po-
drán materializarse al faltar el elemento de la fe que es el que cohesiona,
une y da sentido a la totalidad de la comunidad. En función de aquélla, el
cristiano, el hombre por excelencia, define al resto de la humanidad y se
sitúa a sí mismo con relación a los demás. Y los modelos políticos que los
seres humanos tratan de llevar a la práctica son precisamente calcos o
180 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

reproducciones más o menos precisas de ese orden divino superior: el


orden político busca la realización del reino de Dios en la tierra con las
vistas puestas en la recuperación del valor originario de la convivencia,
corrompida o manchada por aquel pecado original. Es modelo porque es
finalidad a la que se tiende. Esto hace que el poder y la organización po-
lítica estén al servicio de Dios porque ha de realizar ese orden y ha de
protegerlo, consolidarlo: materializar y defender el legado divino son las
funciones características de esa realeza que se titula así por la gracia de
Dios. Así, la búsqueda de la paz y del orden, trasuntos de la justicia, y la
protección de la organización institucional en donde se halla depositado
ese orden divino (la Iglesia en cuanto que sociedad perfecta, superadora
de las imperfecciones individuales de sus integrantes), constituyen las
misiones por antonomasia del poder, de todo poder. En consecuencia,
Dios lo inspira todo y está detrás de todo el modelo político.

III

La sacralidad del derecho es la nota ejemplar que debe iniciar las re-
flexiones sobre este aspecto. Dios es derecho y ese derecho es justicia.
Por tanto, todo derecho es siempre justo o, al menos, goza de una presun-
ción de conformarse con arreglo al modelo de justicia divina que se halla
en su base. Hay una identificación plena de los sujetos o protagonistas
que actúan sobre el escenario jurídico. El derecho es religioso y cristiano,
y aparece como costumbre santa, tradicional, antigua, encarnación de la
conciencia o del ideario jurídico de una determinada comunidad, comu-
nidad sobre la que precisamente Dios ha procedido a verter su conoci-
miento de la realidad ordenada, de la criatura suya que es el hombre. Era
un derecho heredado, transmitido de generación en generación, de padres
a hijos, en relación al cual la intervención del poder político quedaba ex-
clusivamente relegada a la protección, amparo o tutela del mismo, pero
nunca afectaba a la esencia misma, a su más profunda intimidad. No se
determinaba cuál era ese derecho, sino que se presuponía su existencia y,
una vez admitida ésta, se procedía a su defensa, a su edificación práctica.
Un derecho, finalmente, que no fue creado por estudiosos y eruditos,
formados en unas lenguas y en unas técnicas singulares, exclusivas, pro-
pias, sino que fue elaborado o formulado por aquellos que poseían un
conocimiento pragmático de las cuestiones jurídicas y, por ende, aquellos
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 181

que podían separar sin problemas lo justo de lo que no lo era, sino que se
vinculaba —o al menos eso se creía— a la propia comunidad, un derecho
que arranca del taller de lo cotidiano, de la vida práctica. 23
Si ese derecho forma parte del orden divino de la creación, se colige
de modo inmediato que ese derecho vivido, querido, realizado cotidia-
namente, que se corresponde con el derecho divino, se singulariza por
dos notas esenciales: la antigüedad y la bondad. El derecho es, en la
conocida expresión de Kern,24 “alt und gut”, antiguo y bueno. Para que

23 Véase Coing, H., Epochen der Rechtsgeschichte in Deutschland, Munich, C. H.


Beck, 1967, pp. 18-21. De ahí las expresiones con las que los monarcas medievales
proceden a sancionar esas antiguas costumbres, afirmando que lo hacen en nombre de
todo el pueblo que comandan, con sus “hombres principales”, con “magnates y obispos”,
con “todo nuestro pueblo”, si bien no se trataría realmente de un acto de voluntad, de
consentimiento, sino más bien de reconocimiento, aunque cuestión distinta es la creencia
universalmente aceptada de la participación del pueblo en la aprobación y conservación
de ese derecho. Ejemplo se hallan en el Edicto de Chilperico aprobado “cum viris mag-
nificentissimis obtimatibus vel antrustionibus et omni populo vostro convenit” (MGH.
Capitularia Regum Francorum, vol. I, núm. 4 [año 561-584] p. 8); en el capitular de
Soissons dado por Pipino “cum consenso episcoporum sive sacerdotum vel servorum
Dei consilio seu comitibus et obtimatibus Francorum conloqui apud Suessionis civitas
synodus vel concilio facer decrevimus” (MGH. Capitularia Regum Francorum, vol. I,
núm. 12 [año 744] p. 29); o en los textos normativos de Carlomagno que se sancionan
“in unum sinodali concilio episcopis, abbatibus virisque inlustribus comitibus” (MGH.
Capitularia Regum Francorum, vol. I, núm. 20 [año 779] p. 47).
24 Seguimos la clásica exposición de Kern, F., “Recht und Verfassung im Mittelalter”,
HZ, núm. 120, 1919, pp. 1-79 (publicado con el mismo título por B. Schwabe, Basilea,
s/d), adaptada brillantemente con elementos hispánicos por Iglesia Ferreirós, A., La crea-
ción del derecho. Una historia del derecho español, Barcelona, Marcial Pons, 1989, t. II,
pp. 70 y ss. Más en profundidad, véase Kisch, G., “Biblical Spirit in Medieval German
Law”, Speculum, núm. 14, vol. 1, 1939, pp. 38-55; Calaos, F., Medio Evo del Diritto. I. Le
fonti, Milán, Giuffrè, 1954, pp. 51 y ss.; de nuevo Kern, F., Derechos del rey y derechos
del pueblo, Madrid, Rialp, 1955; García-Pelayo, M., “La idea medieval del derecho”,
cit., nota 17, pp. 65-140; Krause, H., voz “Gesetzgebung”, HDR, Berlín, Erich Schmidt,
1970, t. VII, cols. 1.606-1.620, en especial, cols. 1.608-1.614 para el Medievo; Köbler,
G., Das Recht im frühem Mittelalter. Untersuchungen zu Herkunft und Inhalt frühmit-
telaterlicher Rechtsbegriffe im deutschen Sprachgebiet, Colonia-Viena, Böhlau Verlag,
1971; Wolf, A., “Die Gesetzgebung der entstehenden Territorialstaaten”, HQL, Munich,
C. H. Beck, 1973, t. I, pp. 517 y ss. ; Schmelzeisen, G. K., “Zum frühen Gewohnheits-
recht”, TR, núm. 42, 1974, pp. 313-324; Génicot, L., “La Loi”, Typologie des sources du
Moyen Âge occidental, fasc. 22, Turnhout, Brepols, 1977, pp. 11 y ss.; Van Caenegem,
R., “Law in the Medieval World”, TR, núm. 49, 1981, pp. 21-23; Guriévich, A., op. cit.,
nota 5, pp. 181 y ss.; Petit, C. y Vallejo, J., “La categoría giuridica nella cultura europea
del Medioevo”, Storia d’Europa. Vol. 3. Il Medioevo. Secoli V-XV. A cura di Gerardo Or-
182 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

una norma, de la categoría que sea y con la denominación que se quiera


darle, tenga la consideración de derecho, debe reunir los dos requisitos
apuntados: ser norma buena y ser norma antigua. Lo uno no es garantía
de lo otro. Son rostros de un mismo cuerpo. Es decir, un derecho bueno
es un derecho antiguo; un derecho antiguo es un derecho bueno. Pero si
lo segundo no admite discusión (la bondad presupone la antigüedad y de-
riva de la antigüedad), esto es, todo derecho bueno es necesariamente un
derecho antiguo, no sucede lo mismo si se invierten los planteamientos
intelectuales de dicha construcción. No todo derecho antiguo es un dere-
cho bueno porque ese recurso a la antigüedad puede tropezar con ciertos
obstáculos que hayan contribuido a desvirtuar la esencia misma del orden
jurídico y pueden, por tanto, corromper el sentido primigenio que el de-
recho presentaba. El recurso a este expediente es común y característico
para teñir, con el manto del tiempo y de la tradición, conductas del más
variado signo. El recurso, la coartada intelectual, es evidente. Dios es el
único generador de normas, el único creador que con ese nombre puede
proceder a establecer un orden jurídico. Por tanto, el derecho en tanto que
creación divina, existe por Dios y con Dios desde la eternidad, y reviste
la condición de bondad apuntada dado que Dios, encarnación de todas las
virtudes y perfecciones, es siempre bueno y esa condición se trasmite a
sus creaciones. Una conducta o una práctica precisan de una identifica-
ción con el ideario divino de bondad. Solamente así se le puede trasplan-
tar el mencionado calificativo. La conducta buena lo es porque coincide
con el orden divino. Si se da esta coincidencia es porque la conducta ha

talli, Turín, Einaudi, 1994, pp. 719-760; Grossa, P., L’ordine giuridico medievale, Roma-
Bari, 1995 (El orden jurídico medieval, cit., nota 17, 1996), aunque con ideas que no han
sido pacíficamente admitidas, como se puede observar, a modo de ejemplo, en las reseñas
críticas de Ascheri, M., Rivista Trimestrale di Diritto e Procedura Civile, vol. 50, núm. 3,
1996, pp. 965-973; o la de Pacheco Caballero, F. L., Initium, núm. 2, 1997, pp. 793-799;
por el contrario, una visión laudatoria se halla en Tomás y Valiente, F., en su prólogo a la
traducción española citada, pp. 17-26, publicada asimismo en AHDE, núm. 65, 1995, pp.
1.139-1.145; continuando el elenco de visiones generales sobre este momento medieval,
véase Berman, H. J., La formación de la tradición jurídica de Occidente, México, Fondo
de Cultura Económica, 2001, pp. 59 y ss. Para el caso hispánico, véase Gacto Fernández,
E., Temas de historia del derecho: derecho medieval, Sevilla, Universidad de Sevilla-
Secretariado de Publicaciones, 1977; y especialmente castellano-leonés, véase Pacheco
Caballero, F. L., “Reyes, leyes y derecho en la Alta Edad Media castellano-leonesa”, El
Dret Comú i Catalunya. Actes del V Simposi Internacional. Edició d’Aquilino Iglesia
Ferreirós, Barcelona, Fundació Noguera, 1996, pp. 165-206.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 183

nacido vinculada al mismo orden que Dios ha establecido. La conducta


retrotrae sus orígenes precisamente al instante mismo de la creación, al
acto fundacional del orden jurídico. Esa bondad originaria es lo que ga-
rantiza su persistencia en el tiempo, su conversión en tanto que derecho
bueno en derecho antiguo. Pero no se da siempre el supuesto contrario.
La propia evolución del derecho, la labor de los hombres tergiversando
muchas veces el legado que Dios ha puesto en sus manos y la adaptación
de ese orden a sus propias necesidades han podido provocar desvíos en
esta larga trayectoria vital de lo jurídico. Conductas contrarias al orden
divino han podido surgir por doquier, conductas que se han consolidado
en el entramado social, que se han vuelto aparentemente derecho al estar
respaldadas por el paso del tiempo, sin que por ello el calificativo de bue-
nas se pueda predicar en las mismas. La antigüedad se refiere siempre a
la bondad de la conducta antigua, pero ello no crea una presunción indes-
tructible acerca de la identificación entre la conducta y el orden divino.
Porque junto al orden divino ha aparecido el orden humano y las dis-
crepancias entre los mencionados órdenes puede provocar distorsiones,
desplazamientos, crisis en la sujeción al ideario jurídico divino que es el
único ideario jurídico válido, actuando como parámetro para determinar
la idoneidad o no de toda conducta humana, de todo derecho humano
de tipo positivo. Coincidimos con Kern y García-Pelayo en el sentido de
afirmar que todo derecho medieval es, al mismo tiempo, divino, natural y
positivo,25 aunque no se debe olvidar que, aun conservando esos caracte-
res, no todas las fuentes de ese derecho juegan un papel idéntico, similar,
ni mucho menos. No todas tienen idéntico valor. Todo derecho nace de
la divinidad y ese nacimiento imprime carácter. Esa conducta será así
eternamente porque Dios así la ha querido y conforme a ese molde es
como debe ser enjuiciado, estudiado y matizado el posible reflejo de la
conducta en el campo de la naturaleza y en el campo de la adaptación
humana de esos principios a sus propias exigencias. Todo derecho es di-
vino, natural y positivo, pero el primero de ellos ejerce una dictadura que
acaba finalmente triunfando, no obstante las alteraciones o corrupciones
que los cuerpos intermedios puedan introducir. Esa es la misión de los
jueces existentes en la tierra: actuar como “desfazedores de entuertos”,

25 Cfr. Kern, F., “Recht und Verfassung im Mittelalter”, op, cit., nota 24, pp. 7 y 8; y
García-Pelayo, M., “La idea medieval del derecho”, cit., nota 24, p. 89.
184 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

deshaciendo esa apariencia de derecho y restableciendo el derecho co-


rrecto y bueno.26
Partiendo de estas premisas de la antigüedad y de la bondad consus-
tanciales al orden jurídico, se deriva toda una serie de rasgos que sirven
para calificar el pensamiento medieval en sus relaciones con el derecho:
si se admiten las tres notas calificadoras a las que nos hemos referido
(todo derecho es divino; por ello, antiguo; por ello, bueno), se sigue que
no hay reconocimiento de ningún poder creador en manos del ser hu-
mano. Dicho de otra forma, el derecho no es establecido o creado por
los hombres, sino por Dios. El papel del hombre debe ser otro vicario y
seguidor de la reflexión anterior. A lo sumo, el hombre puede proceder a
entorpecer el recto descubrimiento de ese orden divino, el hombre puede
contribuir a la generación de prácticas que se aparta del recto camino
que se ha de seguir. El papel del hombre no es tanto de generador de una
maldad que enturbia el derecho, sino más bien el de un ser que niega,
que rechaza el orden divino establecido. Y ello, porque de acuerdo con el
ideario agustinista, no se puede predicar la existencia del mal, que carece
de sustantividad propia, sino que el mal es definido precisamente por
una vía inversa: es la negación del bien. Solamente existe el bien que se
extiende en toda su plenitud o bien es rechazado por los hombres, pero
la maldad no cabe en el seno del plan divino porque sería tanto como
atribuir a Dios su generación, lo cual está en contradicción con la propia
esencia y atributos de la divinidad (uno de los cuales es, como ya se ha
explicado, la bondad). Resultado de la transposición de este esquema
teológico al campo del derecho es precisamente la negación del carácter
jurídico de los malos usos o de las malas costumbres, los cuales no pue-
den ser configurados en puridad como derecho, sino como la negación
precisamente de ese derecho. Éste ha sido creado por Dios, ha de ser
esencialmente bueno y no admite bajo ningún concepto al calificativo de
malo o la posibilidad remota o cercana de la maldad. Si Dios está detrás
del mismo, sólo cabe hablar de bondad; si ésta se niega y se rechaza,
entonces aparece la mano del hombre y se oculta el resplandor divino
que anteriormente refulgía. Hay una ocultación momentánea del orden
correcto. El hombre debe proceder a la restauración del mismo. No es
una posibilidad: es una exigencia, un imperativo categórico.27
26 La expresión entrecomillada la tomamos de Iglesia Ferreirós, A., “Derecho muni-
cipal, derecho señorial, derecho regio”, HID, núm. 4, 1977, p. 129.
27 Cfr. Kern, F., Derechos del rey y derechos del pueblo, cit., nota 24, pp. 126 y ss.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 185

Ante esa incapacidad generadora, al hombre le resta solamente el des-


cubrimiento del derecho divino con todas las seguridades necesarias para
que ese orden descubierto sea realmente el orden querido y fijado por
Dios, que sea, por tanto, el orden bueno y antiguo con que se adorna a
modo de detalles todo el derecho altomedieval. El hombre busca y en-
cuentra. No hay, en consecuencia, un derecho escrito, fuera de los tex-
tos bíblicos que pueden ser invocados como fuente normativa última en
tanto son expresión de esa voluntad divina, como ya veremos. Y no hay
escritura porque no es precisa la misma. La voluntad de Dios se ha ma-
nifestado y se ha proyectado sobre todos los hombres, de modo que to-
dos pueden conocerla mediante un simple ejercicio de interiorización, de
autodescubrimiento en el seno de sus propias conciencias. El derecho ya
está ahí latente, presente u oculto, pero existe. Ya es. Está dado y hay que
defenderlo mediante su aplicación. Aquél se recibe o se reconoce, pero
nunca se crea. Las redacciones escritas ni agotan el ordenamiento divino,
ni recogen siempre y en todo lugar ese derecho divino. Son fragmentos
del mapa global del universo, imperfectos porque la mano del hombre
solamente puede conducir a esa imperfección.28 La lucha por el derecho

28 El problema de la escritura y de la tradición manuscrita en el mundo medieval ha


de ser examinado desde dos prismas, uno económico, crematístico, y otro cultural. En
primer lugar, el libro en cuanto que material económico es objeto de lujo, suntuario, y no
todo el mundo tiene acceso al mismo, sino solamente los estamentos pudientes (nobleza,
alto clero, monasterios, catedrales, etcétera), por tanto, hay una primera limitación para
la difusión del material escrito, cual es su escasez, su depósito restringido en centros
culturales señalados y aislados. La cultura se reduce a una serie de castillos intelectuales,
aislados entre sí o con una comunicación nada fluida. En segundo lugar y derivado de lo
anterior, no se debe olvidar que estamos hablando de una sociedad donde las cotas de
analfabetismo alcanzan porcentajes elevadísimos, lo cual muestra evidentemente la inuti-
lidad de la escritura para la mayoría del conglomerado social y el predominio de la trans-
misión oral de los saberes, el protagonismo del símbolo como elemento que compendia
y resume la significación final del mensaje que se quiere transmitir, la labor cultural
supletoria que desempeña la escultura, la miniatura o, en menor abundancia y extensión,
la pintura. La escritura, el derecho escrito era, pues, económicamente caro, nada rentable,
inútil desde el punto de vista de la proyección material en comparación con otros medios
de difusión del poder, otros medios de propaganda. Sobre este particular, véase Pacheco
Caballero, F. L., “Reyes, leyes y derecho en la Alta Edad Media castellano-leonesa”, op.
cit., nota 24, pp. 197-199, quien afirma que poco a poco se va extendiendo la idea de
que la escritura formará parte del propio orden natural de las cosas, como garantía de la
firmeza, certeza, racionalidad y buena fe de lo allí contenido, y exigencia de la justicia
y de la equidad, correspondiendo al rey ser el garante de la memoria y el enemigo prin-
cipal del olvido. Así lo expresan dos textos procedentes de Cuéllar, núm. 7, 1220, p. 31:
186 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

no se agota en la escritura. Hay que buscarlo y formularlo con arreglo a


las necesidades humanas de seguridad y de certidumbre.29
Dos líneas finales incardinan la vida jurídica, aunque de forma para-
dójica de acuerdo con nuestras mentalidades ya cibernéticas: el derecho
antiguo es el que deroga al derecho nuevo (en el sentido ya anunciado: el
derecho antiguo se acaba superponiendo al derecho nuevo en la medida
en que ese derecho nuevo pasa a ser considerado mal derecho, mal uso,
mal fuero, como no derecho, y, por ende, ha de proceder a ser erradica-
do), y ello porque no hay realmente creación jurídica novedosa. El mal
uso, el mal fuero, el mal derecho se han introducido subrepticiamente en
el universo jurídico, han reclamado para sí la consideración de derecho
antiguo, pero se ha demostrado que no guardan conexión alguna con el
ideario de bondad del orden natural por Dios fijado. En consecuencia,
el orden procede a la expulsión de esa práctica, estilo o uso corrupto y
esa remoción se hace eliminando el mal derecho y procediendo a recal-
car, señalar, subrayar y primar la vigencia del derecho antiguo, el único
existente, el único que merece tal calificativo, el único que es en puridad
derecho con todas las letras de la palabra y con todas las ideas a este

“Verum qui labilis est hominis memoria et ea que in tempore fuerit cum temporis lapsus
in oblivione dilabuntur ad huius facti firmitatem, nos sepe nominatus archiepiscopus sigi-
lli nostri testimonium presenti carte appendimus”; y núm. 40, 1289, pp. 91 y 92: “Porque
es natural cosa que todo omne que bien faze quiere que gelo lieven adelante, e que no
olviden, nin se pierda, que commoquier que cansse e mingue el curso de la vida deste
mundo aquello en lo que finca en remembrança por él al mundo, e este bien es guiador de
la su alma ante Dios, e por non caer en olvido lo mandaron los reyes pone en escripto en
sus privilegios, porque los reyes que regnasen depués dellos e toviessen el so lugar fues-
sen tenudos de guardar aquello, e de lo levar adelante, confirmándolo por sus privilegios.
Por ende catando esto queremos que sepan por este nuestro privilegio los que agora son
e serán daquí adelante”.
29 Como lo expresa el redactor del Libro Registro del monasterio de Corias, aun cuan-
do la intención económica es lo que prevalece, no deja de ser significativa la idea de bus-
car la claridad, la certeza, y evitar el efecto demoledor del paso del tiempo y la corrupción
que los hombres pueden introducir en perjuicio de los demás: “Licet in ecclesia librorum
sit copia ad fidem in gentibus predicandam, ut possimus scire legis noue ac ueteris ins-
trumenta. Tamen neccesarium est unicuique ecclesie codicem habere bene notatum, de
ecclesiis, prediis, seruis, et possessionibus de iure sibi spectantibus ut nec superstet nec
futuri, de iure ab antecessoribus adquisito, fraudem uel ignoranciam paciantur”, todo
ello “ut domus Dei cotidie de bono in melius crescent ad sufficienciam seruorum Dei de
die in diem redditus ecclesie augeantur”, en Floriano, A. C., El Libro Registro de Corias
(Primera Parte), Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1950, pp. 3 y 4.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 187

concepto asociadas.30 Los cambios que se pueden ver en las normas no


son creaciones o modificaciones del orden jurídico, dado que este orden
jurídico ya está creado y es inmutable, eterno: lo que a nosotros nos pare-
cen cambios son simple y llanamente restauraciones, revivificaciones del
antiguo y buen derecho por medio de una tarea humana que tiene como
principal finalidad la recuperación del orden divino que ha venido a ser
corrompido o consumido por la maldad del ser humano.31 Kern habla

30 Sumamente expresivo a este respecto es el Concilio de Coyanza, del año 1055. Cfr.
García-Gallo, A., “El Concilio de Coyanza. Contribución al estudio del derecho canónico
español en la Alta Edad Media”, AHDE, núm. 20, 1950, pp. 363-364. Se habla en dicha
reunión conciliar de corregir y dirigir las reglas o los trámites de la Iglesia, la restaura-
ción de la cristiandad, como consecuencia de las malas conductas que han provocado
pecados por desoír la voz de Dios: “La misión del Concilio es hacer oír la doctrina divina,
cuya observancia trae a los pueblos la felicidad (Praef. 11). Taponados los oídos, no se
escuchan las leyes, ni la doctrina de los apóstoles, ni lo que enseñan los cánones (Praef.
8). Por ello, los obispos mandan a todos que escuchen la que ordena el Concilio: si, como
dice el apóstol, se obedecen los mandatos de los príncipes y señores en las cosas tempo-
rales, ¿por qué se resisten las enseñanzas de la Sagrada Escritura, que mira a la salud de
las almas? (Praef. 9)”.
31 Así destaca García-Pelayo, M., “La idea medieval del derecho”, cit., nota 24,
pp. 85-86, que se trata de un derecho revelado, más que creado, a un rey antiguo conver-
tido en figura mítica, encarnación de los ideales jurídicos de justicia de su pueblo, o bien
un derecho emanado de los poderes carismáticos de aquél. Pero siempre nos hallamos
ante un derecho de los antiguos, un derecho viejo, transmitido por la tradición y no crea-
do por reflexión abstracta y que, aun revelado al rey o por el rey, se había configurado ya
como derecho de la comunidad: “Cierto también que en ocasiones se establecían normas
no emanadas consuetudinariamente ni recibidas de la tradición. Pero, en primer lugar,
tales normas sólo podían establecerse por el consensus, también llamado muy frecuente-
mente iudicium, de la comunidad misma como dueña del derecho, a través de sus grupos
representativos (dando a esta palabra una acepción muy alta); en segundo lugar, y esto
es lo más importante para el tema que tratamos en este momento, el establecimiento de
normas jurídicas por el rey y los magnates no se consideraba como un acto legislativo,
como una invención o creación racional del derecho, sino como un acto de jurisdicción
(iuris dictio) consistente en el descubrimiento, dentro del orden jurídico de la comunidad
o de sus principios básicos, de las normas exigidas por el caso planteado, de modo que
la nueva norma surgía como un incidente del ius dicere. En la realidad de las cosas se
podía dar origen a un nuevo derecho, pero tal creación se hacía sin clara conciencia de
ello y bajo la idea de la pura aplicación a una circunstancia dada del derecho establecido.
Tampoco alteraba este cuadro la creación de nuevas relaciones jurídicas a través de pac-
tos o mediante el otorgamiento de privilegios por parte del monarca o de cualquiera que
dispusiera de derechos, pues tales modos no significaban directamente una creación de
derecho objetivo, sino, formalmente, una modificación, una transformación de derechos
subjetivos, dentro del orden jurídico existente, y sociológicamente el reconocimiento de
status concretos de poder”. Añade posteriormente, en p. 90, que cuando no existía una
188 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

de una “Wiederherrstellung”, una restauración, un restablecimiento, una


reparación del “guten alten Rechts”,32 en una función análoga a la del
médico que sana una enfermedad: la restauración implica la eliminación
de todos aquellos defectos que la conducta de los hombres ha introducido
en el plan divino.33 Recuérdese la famosa frase de Roger Bacon: “natura
non vincitur, nisi parendo”, esto es, no se puede vencer a la naturaleza,
sino obedeciéndola. Ese respeto casi sagrado a la tradición, al estado de
hecho, a la normativa que se deriva o infiere de esa factualidad,34 implica
el carácter inatacable de aquello que ha sido consagrado por el tiempo.
Los descubrimientos, la novedad, en cualquier acto o dimensión de la
vida del hombre medieval (arte, arquitectura, literatura, etcétera) se aca-
ban imponiendo en la sola medida en que se fundan en la experiencia.
El pasado no gusta de la innovación.35 El planteamiento jurídico no es-
capa a esta reflexión. Se trata no de crear lo nuevo, sino de consolidar lo
existente, fortalecer aquello que emana del pasado, perfeccionándolo o
mejorándolo. Es época de vinculación empírica. No hay principios orien-

norma expresa aplicable a un caso, era preciso encontrarla, hallarla, descubrirla “median-
te la inducción del derecho vigente o por la ficción de que existía por el consentimiento
tácito o expreso de la comunidad”. Del mismo García-Pelayo, véase: “El Reino de Dios,
arquetipo político”, cit., nota 24, p. 229 y, sobre todo, pp. 283-285, sobre el papel de la
justicia que se conserva, se actualiza para casos particulares, pero tampoco es creada por
los hombres, ya que es Dios el único responsable de la misma. Para Sabine, lo que existe
nunca es creación de nuevo derecho, sino una reformulación o reinterpretación de aque-
llo que constituía el antiguo derecho. Cfr. Sabine, G. H., Historia de la teoría política,
cit., nota 21, p. 173.
32 Cfr. Kern, F., “Recht und Verfassung im Mittelalter”, cit., nota 24, p. 24.
33 Ibidem, p. 43. Enfermedades que son creadas por los hombres, no por Dios, hacia
el que se debe tender, erradicando aquellas impurezas e imperfecciones que se deben a la
intervención corruptora del hombre.
34 “Factualidad” que, en palabras de Grossi, implica no que el derecho nazca de los
hechos (cosa evidente y de todos sabida), sino sobre todo que ese hecho mismo tiene una
carga lo suficientemente vital para poder proponerse, sin el concurso de intervenciones
ajenas, “sino con la única condición de mostrarse dotado de eficacia, como un hecho
auténticamente normativo, revelando la innata capacidad de ser protagonista per se de
los distintos ordenamientos, donde llega a ser fuente en sentido formal”, en Grossi, P.,
L’ordine giuridico medievale, cit., nota 17, p. 57 (El orden jurídico medieval, cit., nota
17, p. 75).
35 No obstante lo cual, recuérdese la advertencia de Umberto Eco: “Con el aire de
que nunca se dice nada nuevo. No es verdad, la cultura medieval tiene el sentido de la
innovación, pero se las ingenia para esconderlo bajo el disfraz de la repetición”, en Eco,
U., Arte y belleza en la estética medieval, 2a. ed., Barcelona, Lumen, 1999, p. 11.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 189

tadores a priori. La existencia camina de acuerdo con las condiciones a


las que hay que adaptarse.36
Ese derecho, en suma, ni se crea por el hombre (solamente por Dios),
ni es tampoco destruido por esa criatura preponderante en el esquema
general de la creación divina. El hombre lo distorsiona, lo vuelve reflejo
de su maldad, pero acaba resplandeciendo siempre su significado origi-
nario, esto es, divino.37 Simplemente se transforma, se apartan las malas
actuaciones o conductas que aparentemente se ha pensado que eran jurí-
dicas, para ser sustituidas por aquellas otras que responden exactamente
al modelo jurídico, se mejora en la medida de las posibilidades del mo-
mento.38 La innovación siempre es vista como causa de desconfianza y
36 R. Pernoud destaca el rechazo que provoca el “crimen de innovación”, todo aquello
que viene a romper de modo brutal el curso natural de los acontecimientos o su estado
tradicional: “La Edad Media teme las consecuencias imprevisibles de esta nueva fuerza,
de este acto que rompe con un pasado probado; en ello hay una especie de humildad ante
la Creación: se sabe que el hombre puede ser superado por los acontecimientos que él
mismo ha desencadenado, y en este sentido se alienta la desconfianza hacia todo lo que
no aparece sancionado por la tradición. Así, el modo más corriente de indagación o de
justificación consiste en apelar a la memoria de los testigos de más edad; una vez que se
ha demostrado que un derecho impugnado se practica desde tiempo inmemorial, todos
se inclinan ante él”, en Pernoud, R., A la luz de la Edad Media, cit., nota 5, p. 243.
37 De ahí el famoso dicho medieval: “Cien años de injusticia no constituyen una sola
hora de derecho”, citado por Kern, F., “Recht und Verfassung im Mittelalter”, op. cit.,
nota 24, p. 4: “Hundert Jahre Unrecht noch keine Stunde Recht”, o la reflexión que Eike
von Repgow inserta en el Sachsenspiegel Landrecht, III, 42, 6: “Nach rechter warheit
so hat eingeschaph begin von dwange unde von venknisse unde von unrechter gewalt,
die men von aldere in unrechte gewohnheit gezogen hat unde un vor recht haben will”.
El texto en Fontes Iuris Germanici Antiqui in Usum Scholarum ex Monumentis Germa-
niae Historicis separatim editi. Sachsenspiegel (Quedlinburger Handschrift), Hannover,
Hahnsche, 1966, p. 70. En idéntico sentido se pronuncia la otra gran recopilación del
derecho alemán medieval, el Schwabenspiegel, núm. 44, Von guter gewonhait, MGH.
Fontes Iuris Germanici Antiqui. Nova Series. Tomi IV. Pars I. Scwabenspiegel Kurzform,
Hannover, Hahnsche, 1960, pp. 99-101.
38 Como señala el profesor Iglesia Ferreirós, “si el aparente derecho antiguo y bueno
es substituido por el aparente derecho nuevo, ya que éste en realidad esconde siempre
el antiguo y buen derecho que momentáneamente ha estado oculto, se comprende que
no puede hablarse de renovación jurídica. No hay nunca un primer uso y por eso mismo
tampoco hay nunca una renovación del derecho, ya que toda nueva conducta normada
que se introduzca, sólo se reconoce como derecho en la medida en que se tiene concien-
cia de recuperar el antiguo y buen derecho… La actividad medieval se manifiesta así
fundamentalmente en el camino de la enmienda y de la corrección; se está corrigiendo y
enmendando continuamente el derecho para de esta forma lograr la identificación perfec-
ta con el antiguo y buen derecho, con el derecho divino, ya que sólo es derecho aquello
190 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

de maldad, aun cuando esa innovación es introducida por quien tiene


en su mano la salvaguardia de la propia comunidad.39 La representación
mental conduce, pues, a la negación de la creación jurídica, no obstante
lo cual, el orden jurídico antiguo no puede ser considerado inmutable
totalmente dado que este orden está sometido a unas orientaciones y a
unas finalidades. La costumbre, elemento capital del sistema jurídico al-
tomedieval, debe adaptarse efectivamente a los imperativos de la justicia
y de la racionalidad. Pero la corrección, enmienda o mejoramiento no son
vistos nunca desde la perspectiva de la generación de algo nuevo, sino
como restablecimiento de lo antiguo sepultado u oculto por la mano del
hombre. Ficción intelectual que no puede ocultar la realización de una
innovación, siquiera subterránea.40 Es precisamente la Iglesia la que im-
pulsa de modo más decidido este proceso de búsqueda de la justicia con

que coincide con el derecho divino… Pero no basta con restaurar y confirmar el antiguo
y buen derecho, es necesario también mejorarlo… Podríamos resumir esta actividad re-
novadora del antiguo y buen derecho a través de la cancelación de los malos fueros y
de la imposición de los buenos fueros con las palabras de Fernando III, quien señalaba
que convenía al poder regio remover las pravas costumbres y fomentar e instituir las
útiles y honestas (“Regalias congruit excellencie prauas consuetudines remouere, utiles
et honestas instituere et fouere)”. Cfr. Iglesia Ferreirós, A., La creación del derecho, cit.,
nota 24, t. II, p. 80. Sobre la cuestión del establecimiento, permanencia y mutabilidad
del derecho antiguo, véase Krause, H., “Dauer und Vergänglichkeit im mittelalterlichen
Recht”, SZ.GA, núm. 75, 1958, pp. 206-251.
39 Así las reacciones nobiliarias bajomedievales ponen de relieve el escrupuloso res-
peto profesado a Dios y al bien del pueblo, subterfugios bajo los que se ocultan los inte-
reses más profundos y particulares de los señores, pero que no deja de mostrar la menta-
lidad de la época y la forma de manipular las conciencias con estos argumentos. Véase,
con la oscuridad de siempre, Clavero, B., “Notas sobre el derecho territorial castellano,
1367-1445”, HID, núm. 3, 1976, pp. 141-165.
40 Debido a la dificultosa tarea de distinguir, de detallar, de deslindar cuando se pro-
duce el complemento del derecho vigente (Rechtsergänzung), conservación de los pila-
res básicos del orden jurídico adaptándolo a nuevas necesidades (lo que puede hacerse
mediante mejoras, enmiendas, sin minuciosidad ni detalle respecto al cuerpo principal
del derecho), y cuando se da la modificación del mismo (Rechtsveränderung), es de-
cir, el cambio, la alteración de ese mismo orden jurídico. Se puede afirmar, de acuerdo
con la mentalidad medieval lo primero, pero es más difícil admitir lo segundo. Véase
Sprandel, R., “Über das Problem neuen Rechts im früheren Mittelalter”, SZ.KA, núm.
79, 1962, pp. 117-137. El mismo Sprandel sitúa el tránsito hacia un nuevo orden jurídico
en la Querella de las Investiduras y el pontificado de Gregorio VII, instante en el que el
Papa reclama para sí el poder jurisdiccional o de dicción del derecho (Rechtsprechung),
el poder dictaminador o de control moral (Rechtsbegutachtung) y, finalmente, el poder
legisferente o innovador del orden jurídico (Gesetzgebung).
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 191

sometimiento a la misma del derecho, auspiciado por la interpretación


que se da a un conocido pasaje bíblico. En efecto, Jesucristo nunca dijo
“yo soy la costumbre”, sino “yo soy la verdad”. La eliminación de todo
lo inicuo y malo sirve de camino para restablecer la justicia y la equidad,
opera para consagrar el triunfo del derecho divino y permite justificar esa
novedad establecida, que, repetimos, es objetivamente novedad, aunque
mentalmente no se presente como tal. De ahí, de ese texto bíblico, se pro-
yecta su paulatina influencia en el derecho secular y es criterio de validez
interpretativa del papel de la costumbre.41
El derecho es antiguo por cuanto reconduce su esencia y su existencia
al acto de la creación, momento mismo en que Dios decide establecer un
orden para los seres humanos que adopta la forma externa del derecho.
Éste, para serlo, tiene que ser antiguo y la antigüedad implica que ese
derecho o lo que se entiende por tal, debe tener sus orígenes en el preci-
so instante en que se ha procedido a la construcción de la pluralidad de
órdenes que rodean al ser humano. La antigüedad, sin embargo, no es la
garantía de éxito para que una conducta se convierta en derecho. El trans-
curso del tiempo no tiene categoría en sí misma para justificar, razonar y
explicar el derecho. No basta, por tanto, con que el derecho sea antiguo,
sino que es necesario que se adorne de una serie de componentes éticos,
morales, valorativos o axiológicos, que deben conducirnos asimismo al
papel de la divinidad en cuanto a su creación. Dios origina el derecho en
el primer momento de la creación, pero Dios crea también un modo de
derecho, un derecho que es de una cierta forma, con un cierto contenido,
con unos concretos perfiles. Es precisa una nota ética que llene las ma-
neras sobre las que se diseña el ordenamiento jurídico. Y esa nota ética,
ese componente moral es el que acaba desembocando en la bondad que,
como ya se ha expuesto, no implica de modo necesario la antigüedad y
viceversa. Precisamente, este componente impide hablar de un absolutis-
mo medieval en manos de las personas que ostentan el poder. Al contra-
rio, podemos concluir con Sabine que el mundo medieval conduce a
la omnipotencia del derecho y con ello a la omnipotencia de Dios, con la
consiguiente sujeción de todo ser a ese orden.42 Corolario final es la pri-

41 Véase Gouron, A., “Non dixit: ego sum consuetudo”, SZ.KA, núm. 105, 1988, pp.
133-140, quien demuestra la paulatina incidencia de esta idea en los textos previos al
renacimiento jurídico boloñés.
42 Cfr. Sabine, G. H., Historia del teoría política, cit., nota 21, p. 171. Además del
rasgo teológico, Sabine añade para afirmar esa superioridad del derecho un rasgo popular
192 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

macía de la costumbre jurídica como la fuente del derecho por antonoma-


sia, ante la debilidad de un poder político (entendido como aquel poder
que se pretende totalizante y absorbente, que quiere domeñar el conjunto
general de las relaciones sociales) que no crea el derecho y que tampoco
está en condiciones de garantizar totalmente esa imposición de un orden
normativo querido, asumido como propio. El derecho falta al poder, no
hay relación genealógica, en el sentido de que ni tiene posibilidad de
generarlo, ni tiene posibilidad de amparar una aplicación uniforme del
mismo, y se halla sometido a sus dictados debido a su origen divino. Se
somete al mismo, pero no puede jugar con él.43 La costumbre es el recur-
so normativo por excelencia, la expresión más depurada y clara de ese

cual es la identificación del derecho y el pueblo, idea de origen germánico: “El derecho
como algo perteneciente al pueblo o a la tribu, casi como un atributo del grupo o una
propiedad común que lo mantuviera unido. Cada uno de los miembros de éste vivía
dentro de la paz del pueblo y el derecho establecía esencialmente las normas necesarias
para impedir que se quebrantase la paz”. Sin perjuicio de ello, el derecho —continúa el
autor citado—, no implicaba que aquél fuese una criatura del pueblo, dependiente de su
voluntad y susceptible de ser modificado o hecho por ésta. La idea predominante era, cu-
riosamente, la contraria, es decir, que el pueblo era precisamente creación del derecho, en
pp. 172-173: “En realidad, no se suponía que el derecho lo hiciese nadie, ni un individuo
ni el pueblo. Se imaginaba como algo tan permanente e inmutable como cualquier cosa
que pudiera tener esos caracteres en la naturaleza, una permanente omnipresencia en el
cielo, como dijo el magistrado Holmes en una de sus célebres opiniones”.
43 El poder político central se manifiesta impotente ante el vendaval que supone la
feudalidad y sus múltiples centros de decisión, de lo que se sigue la incapacidad para
promover la ejecución puntual de sus deseos. El poder central unitario, cuyo modelo es el
Imperio romano, se fracciona, y pasan a un primer plano los poderes periféricos diversos,
quienes actúan amparados en la propia realidad de los hechos que los encumbra a las cimas
del dominio social, o bien resultan investidos de atribuciones de carácter público por par-
te de los propios poderes centrales. Resultado de ese pluralismo político es el pluralismo
jurídico. Pero, al mismo tiempo, la ausencia de poderes centralizados y uniformadores se
debe a la proliferación de centros de poder económico que se escapan de ese control o, al
menos, de esa tentativa de control: señoríos, feudos, ciudades y municipios con facultades
autárquicas más o menos amplias forman ese embrollado panorama político institucional,
esa diversidad de modelos organizativos, que se traducen en la ausencia de un modelo o
tipo ideal. La aparición de esos poderes periféricos, privilegiados, acaba desembocando
en esa “poliarquía feudal” de la que hablaba Hegel, que desde posiciones fácticas va pau-
latinamente consolidando por medio del derecho el contenido de todas las atribuciones
que le son propias y que estructuran la dominación final resultante. Si el derecho opera
mediante privilegios que refrendan en la vía jurídica el estatuto impuesto por los hechos,
si es la realidad la que marca el camino jurídico, la conclusión final de este proceso es
ese “cosmos de privilegios” con el que Max Weber calificó la época medieval. Las citas
referidas en Hegel, G. W. F., Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, Ma-
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 193

orden jurídico. Una costumbre cuya base será esencialmente la tradición,


el paso del tiempo, el respeto a todo aquello que ha venido siendo hecho
por los ancestros desde un momento inmemorial. Sobre la costumbre se
establece la reflexión jurídica, fuera de cualquier otra fuente formal de
derecho, a la que no se puede otorgar ciertamente una existencia veraz,
sino en cuanto que es reflejo, pálido o más acentuado, del universo con-
suetudinario que rodea este momento altomedieval.44 Ello no obsta para
que, sobre la base de esa costumbre o empleándola a modo de excusa, se
desarrolla una indirecta o implícita actividad creadora, modificadora o
reformadora por parte de los poderes fácticos o jurídicos más influyentes
y reales. Porque curiosamente esa costumbre, despojada del componente
popular que le quiso dar Savigny, solamente cobra razón de ser en la me-
dida en que el poder normativo reconocido la admite en su seno, la hace
suya, la tolera o la permite vivir, subsistir.45 Como destacó H. Krause, en
una reflexión particular sobre la Alemania medieval, pero que puede ex-

drid, Alianza Editorial, 2001, pp. 607 y ss.; y Weber, M., Economía y sociedad. Esbozo
de sociología comprensiva, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 556 y ss.
44 Se debe hablar, no obstante, más que de derecho consuetudinario, de una serie de
costumbres, usos o estilos que presentan una clara dimensión jurídica. La idea es formu-
lada por Köbler, G., “Consuetudo und Gewohnheit: Gewohnheit und Gewohnheitsrecht
im Deutschen Frühmittelalter”, Recueils de la Société Jean Bodin pour l’Histoire Com-
parative des Institutions (La coutume), 52, 2a. parte, Bruselas, De Boeck Université,
1990, pp. 63-87; y Kroeschell, K., en las primeras ediciones de su Deutsche Rechtsges-
chichte. Band 1: Bis 1250 (citamos por 11a. ed., Opladen-Wiesbaden, 1999, pp. 69 y ss.);
y retomada como base para la reseña crítica del libro de Dilcher, D. et al., “Gewohns-
heitsrecht und Rechtsgewohnheiten im Mittelalter”, QFI, núm. 23, 1994, pp. 428-434.;
y “Der Rechtsbegriff der Rechtsgeschichte. Das Beispiel des Mittelalters”, SZ.GA, núm.
111, 1994, pp. 310-329. Véase sobre el papel y fundamento de la costumbre, en abstracto,
Celano, B., Dos estudios sobre la costumbre, México, Fontamara, 2000. Sobre la costum-
bre en el ámbito medieval, véase por todos, Krause, H., voz “Gewohnheitsrecht”, HDR,
cit., nota 24, t. VII, cols. 1.675-1.684; Gilissen, J., “La Coutume”, Typologie des sources
du Moyen Âge occidental, fasc. 41, Turnhout, Brepols, 1982, pp. 20 y ss.; y Grossi, P.,
L’ordine giuridico medievale, cit., nota 17, pp. 87 y ss. (El orden jurídico medieval, cit.
nota 17, pp. 101 y ss.).
45 No llama la atención, por tanto, en contra de ese pretendido espíritu popular que se
halla en la base de la costumbre, que los dos poderes que de un modo más decisivo con-
tribuyeron a la fijación y delimitación del derecho medieval consuetudinario o, más bien,
de esas costumbres con consecuencias y ramificaciones jurídicas que pueblan la Edad
Media, fuesen los reyes, en primer lugar, y la Iglesia, en segundo, como destacó Krause,
H., “Königtum und Rechtsordnung in der Zeit der sächsischen und salischen Herrscher”,
SZ.GA, núm. 82, 1965, pp. 6 y 7.
194 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

trapolarse sin problemas a los restantes territorios occidentales incluida


la Península Ibérica, la Alta Edad Media implica, por lo menos hasta me-
diados del siglo XII, una época sin leyes, una época en la cual el derecho
es esencialmente derecho consuetudinario no escrito, un momento en el
que el derecho y sus formas discurren por los cauces de la oralidad, de
la transmisión no textual, sino del intercambio docto o popular de ideas,
impresiones, reflexiones.46
El derecho aparece así como una gran masa informe y eterna, a la que
el hombre solamente tiene acceso en parte, pero que siempre está presen-
te o, al menos, en estado de latencia, una suerte de atmósfera circundante
que se extendía del cielo a la tierra y penetraba en todos los rincones y
fisuras de las relaciones humanas, como ha expuesto gráficamente Sa-
bine.47 Se sabe que está ahí, puede ser descubierto en cualquier instante
y se puede profundizar en el mismo mediante el desarrollo de aquellos
principios básicos que encarnan el orden jurídico divino a través de toda
una pléyade de textos normativos secundarios.48 Basta la labor intelec-
tual seria y honesta de un juzgador cualquiera (rey, sabio, conde, duque,
alcalde, juez, jurado, escabino, etcétera, en todo caso un autoridad que
encarne las virtudes cristianas, las únicas que colocan al hombre en el ca-
mino de la rectitud que conduce a Dios), que transforme ese mandato di-
vino originario en derecho positivo que corresponde a los seres humanos.
El derecho aparece imbricado en la naturaleza y espera ser entendido,
recogido y formulado por quienes tengan un especial conocimiento de

46 Cfr. Krause, H., “Gesetzgebung”, cit., nota 17, col. 1.610.


47 Cfr. Sabine, G. H., Historia del teoría política, cit., nota 21, p. 173: “Todo el mundo
tanto los juristas como los profanos en derecho creían en la realidad del derecho natural,
pero esa creencia no agotaba de ninguna manera en la extraordinaria reverencia en que
se tenía al derecho. Se creía, en sentido literal, que todo derecho era eternamente válido
y hasta cierto punto sagrado, ya que se concebía que la providencia divina era una fuerza
omnipresente que afectaba las vidas de los hombres en sus detalles más insignificantes.
La costumbre, que tenía sus raíces en los usos sociales no estaba separada en ningún sen-
tido del derecho natural, sino que se sentía más bien que era una estaca del gran árbol del
derecho que crecía de la tierra hasta el cielo y a la sombra del cual se desarrollaba toda la
vida humana”.
48 Esta idea del “hallazgo” del derecho ha sido estudiada por Kroeschell, K., “Re-
chtsfindung. Die mittelalterlichen Grundlagen einer modernen Vorstellung”, Festschrift
für Hemann Heimpel, Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1972, t. II, pp. 511 y ss.; y la
réplica de Schmelzeisen, G. K., “Rechtsfindung im Mittelalter?”, SZ.GA, núm. 91, 1974,
pp. 73-89.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 195

esa realidad, una interpretación cabal de esa dimensión jurídica que pre-
existe al ser humano y que se sitúa por encima de él. Una autoridad de la
que se predican los mismos elementos que sirven para la caracterización
del derecho, es decir, la bondad y la antigüedad han de ser halladas en el
mismo intérprete para que de ese modo pueda acceder al conocimiento
de lo jurídico con las mayores garantías de una penetración adecuada en
su esencia. El derecho medieval, decía Arno Borst, depende no tanto de
potestades, de poderes, cuanto de la interpretación que efectúan algunos
hombres venerables que actúan de conformidad con aquello que han reci-
bido de los ancestros. La caracterización permite identificar, pues, a esos
dos elementos relaciones, sujeto y objeto del derecho, ambos revestidos
de las mismas notas definidoras. Son hombres venerables porque su fun-
ción es interpretar aquello que es objeto de veneración, el orden jurídi-
co, y poseen ese rasgo por la antigüedad inherente a sus cometidos. Son
elencos de preceptos tradicionales, renovados o mejorados en algunos
aspectos, pero arrancados del espíritu o sentir jurídico de la colectividad.
De ahí se concluye otro rasgo: la particularidad, el carácter pormenori-
zado, detallado, minucioso, nunca general, que presenta el componente
jurídico, la falta de abstracción, la ausencia de generalidad. No podemos
hallar normas generales, sino que se van definiendo poco a poco, casuís-
ticamente, comportamientos particulares que deben erigirse en modelos
a seguir.49 Ese derecho existe por y para sí mismo, tiene detrás de sí a la
divinidad, lo cual es justificación y garantía de su existencia sempiterna.
Es derecho en continuo devenir, cuyo conocimiento por parte del hombre
es lo que marca su realización práctica. El hombre, incapaz de acceder
a todo lo que la creación significa, se contenta con acceder a una parte
de la misma, parte que se encarga de realizar en la práctica dentro de sus
posibilidades. Como el plan divino, nunca podrá llegar a ser conocido
en su totalidad, el hombre se resigna a una comprensión particularizada,
fragmentaria, de la realidad que Dios pone delante de sus ojos, sin que
sea capaz o esté capacitado para efectuar un perfecto enlace intelectual
entre todos las téseras que conforman el mosaico construido por el ser
superior.
Ese carácter etéreo que presenta a todas luces el orden jurídico se tra-
duce en un nivel técnico escaso, por no decir en un marcado atecnicismo,
en parte provocado por la incapacidad del ser humano para un cono-

49 Cfr. Borst, A., Lebensformen im Mittelalter, cit., nota 5, pp. 290-293.


196 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

cimiento completo de la totalidad del orden jurídico. Como el derecho


ya existe y ya está formulado (pero formulado desde las alturas, en un
lenguaje y con unos códigos incognoscibles e incomprensibles), apenas
hay que preocuparse por el mismo, preocuparse desde un punto de vis-
ta científico, esto es, expresarlo con arreglo a categorías o a conceptos
forjados a partir de la misma realidad jurídica. El derecho, por su autor,
es perfecto en sí mismo. Cualquier intento del hombre para acercarse al
mismo es sinónimo de decadencia y de corrupción del esquema jurídico
originario del que se parte, dado que nunca podrá ser captado en su ínti-
ma esencia. El temperamento profundamente realista del hombre medie-
val le impide acceder a la comprensión de los conceptos abstractos y a
los vínculos invisibles de las relaciones jurídicas: necesita darles forma
y de ahí la importancia decisiva que presenta el símbolo externo en la
época altomedieval para la perfección de diferentes negocios jurídicos,
las fórmulas solemnes, el uso de determinados objetos o de determinadas
expresiones, actos jurídicos que parecen superfluos esconden en su seno
todo un compendio de intenciones jurídicas expresas u ocultas según los
casos. Predomina lo tangible, lo que se puede ver, tocar, contar, medir:
nunca la abstracción se halló tan alejada de lo jurídico.50
Molitor y Schlosser, en su ya clásico trabajo sobre la Historia del dere-
cho privado, hablan precisamente de una ausencia acusada de conceptos
instrumentales y de una falta de unidad sistemática, que es consecuencia
de lo anterior: hay una clara falta de reflexión teórica que determina la

50 La confluencia de varios factores determina esa visión atécnica del mundo jurídico.
Una sociedad primitiva en regresión desde el punto de vista de la seguridad, la escasez
de población y, en consecuencia, la incapacidad de dominar amplios espacios, la prolife-
ración de núcleos campesinos o semiurbanos aislados entre sí, sin comunicaciones flui-
das, el localismo idiomático, la inexistencia de redes comerciales generales, entre otros
elementos, determinan, en expresión de García-Pelayo, que “de tal época estaba ausente
el sistema, la intensificación, la extensión y la complejidad de las relaciones sociales
derivadas de un tráfico económico intenso, así como los fenómenos de abstracción, obje-
tivación y movilidad sociales que siguen a la economía preponderantemente monetaria.
A estas circunstancias, que obstaculizaban el desarrollo de los de procesos socializadores
de relativa amplitud, se unía el hecho de que, dada la penuria de medios institucionales
y la debilidad del poder para dominar espacios relativamente amplios, el hombre carecía
de protección jurídica al margen de su grupo social, fuera este territorial o personal, lo
que le condicionaba a estar adherido a él con la consiguiente limitación de sus sistema de
relaciones sociales”. Cfr. García-Pelayo, M., “La idea medieval del derecho”, cit., nota
24, p. 74.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 197

exposición del derecho cual si de un rompecabezas se tratase.51 Si fallan


los conceptos, no puede aparecer el sistema. Una lectura de cualquier
fuero medieval pone esto de relieve. Hay una acumulación de preceptos,
más que una ordenación lógica o medianamente racional de los mismos
y de lo que aquellos encierran. Aparece como una gama heterogénea de
normas de procedencia dispar y de fuentes e influencias todavía más dis-
pares, si cabe. Ante esa abigarrada muestra de procedencias tan diversas,
lo único que queda es la resignación de quien se ve impedido y se ve
incapaz de acceder a un conocimiento completo de esa verdad jurídica.
Se trata de un derecho con textura abierta, un derecho que no está nunca
finalizado y que no se da nunca por concluido, sometido esencialmente a
su propia reforma, a la consagración de una inestabilidad consustancial
que depende de los progresos que se den en el conocimiento y reco-
nocimiento humanos de ese derecho de origen divino. Su variedad de
formas es resultado de incesantes evoluciones consuetudinarias, que son
manifestaciones normativas de aquello que cada comunidad necesita, re-
quiere, demanda. El derecho al servicio evidentemente de la realidad que
trata de regular, permeable a sus exigencias más elevadas y más íntimas.
Harold J. Berman, por su parte, señala que lo que existe es un orden, pero
no un sistema en el sentido de “estructura conscientemente articulada y
sistematizada, de instituciones jurídicas bien diferenciadas de otras ins-

51 Cfr. Monitor, E. y Schlosser, H., Perfiles de la nueva historia del derecho priva-
do, Barcelona, Bosch, 1980, p. 16. Al ser un derecho abierto o con esta conformación
abierta, se deduce que nos hallamos ante lo contrario a “un sistema racional de concep-
tos tajantes” que se ampara en “reglas abstractas y culmina en una legalidad lógica”. Y
añaden ambos autores, en p. 18: “El derecho sometido en su casuística a un continuo
perfeccionamiento, lógicamente devenía en ocasiones dificultoso alcanzar una sinopsis,
por cuanto descansaba no tanto en un conocimiento racional como en la intuición. Por
ello las ideas intuidas de costumbre y fuero no eran inaccesibles al humor y a la fantasía.
Aunque así respondiera a algo superficial era por otra parte la única manera de expresarlo
y de alcanzar una cierta seguridad. Se entiende que todas estas formas fenomenológicas
del derecho medieval se sustraen a todo empeño de encontrar una homologación unifi-
cadora que permita reducirlas a un sistema. Se presentan en punzante contradicción con
las formas jurídicas razonables, mentalmente articuladas con todo esmero, consecuencia
lógica de la construcción efectuada por el derecho romano”. En idéntico sentido, véase
Cannata, C. A., Historia de la ciencia jurídica europea, Madrid, Tecnos, 1996, pp. 103 y
ss.; Wesenberg, G. y Wesener, G., Historia del derecho privado moderno en Alemania y
en Europa, Valladolid, Lex Nova, 1998, pp. 39 y ss.; Wieacher, F., Historia del derecho
privado de la Edad Moderna, Granada, Comares, 2000, pp. 17-31; y Hespanha, A. M.,
Cultura jurídica europea. Síntesis de un milenio, Madrid, Tecnos, 2000, pp. 73 y ss.
198 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tituciones sociales y cultivadas por un cuerpo de personas preparadas ex


profeso para esa tarea”.52 La herencia romana no consigue ocultar el ma-
rasmo de disposiciones por las que se rige la vida del derecho.53
No hay unidad, decíamos, no hay posibilidad de abstracción (con lo
que se impone la descripción), no hay posibilidad de construir un co-
nocimiento científico. El derecho no es dogma, es praxis; no es lógica,
es experiencia; no es razón, es, sobre todo, intuición y sentido común,
conciencia jurídica popular o colectiva, reflejo de idearios, de mitos, de
leyendas, de supersticiones. Es saber carente de cientificidad, es cono-
cimiento pragmático alejado de los libros, las reflexiones, las teorías. El
olvido, querido o no, del derecho romano sumerge este orden jurídico en
una ausencia de referencias intelectuales, de construcciones que pudie-
ran servir para, siquiera, nombrar todo aquello que ante los ojos de los
hombres aparecía. El derecho existe, aunque no se han logrado formar las
palabras que sirven para nombrarlo porque ese vocabulario de herencia
y perfiles romanos se ha olvidado, se ha perdido o simplemente no se
comprende, no se adapta a la mentalidad del momento. Cobra un papel
decisivo, así lo ha destacado Paolo Grossi, la idea de naturaleza como
vertebradora del orden, una naturaleza que evidentemente reconduce a
la divinidad y que ha de ser interpretada con arreglo a la misma. Aquélla
es la única que sirve para encauzar todo ese caudal normativo y fáctico,
todo el elenco de conductas que nacen con pretensiones de normatividad.
Naturaleza orientada, nuevamente, por la religión y por la vinculación al
ideario cristiano que todo lo puebla. Y una naturaleza que, en palabras
52 Cfr. Berman, H. J., La formación de la tradición jurídica de Occidente, cit., nota
24, p. 87.
53 Esa asimilación del derecho romano, sin embargo, no implica la conservación de
una pureza intacta. Ha destacado Bruno Paradisi que la concreción, cualidad propia del
mundo romano, se pierde, debido a la incapacidad del pensamiento altomedieval para
trascender la materialidad del caso con el fin de dominarlo conceptualmente. Esto es
herencia germánica, cuya legislación casuística no implicaba una capacidad de definir
los caracteres jurídicos de las relaciones mediante un perfecto equilibrio de los intereses
en contraste. Pero, al mismo tiempo, el cristianismo introduce una abstracción de signo
filosófico y teológico, que penetró y vivificó el mundo jurídico. Sus ideas trascendentes
acerca de la justicia, de la equidad, de Dios como fuente suprema de la justicia y de su
actuación por medio del derecho, que habían sido en el Bajo Imperio palabras vacías y
retóricas, asumen ahora un protagonismo radical que las convierten en las claves de bó-
veda del nuevo edificio jurídico. Cfr. Paradisi, B., “Il diritto e lo spirito nel Medio Evo”,
Concetto, storia, miti e immagini del Medio Evo, a cura di Vittore Branca, Florencia,
Sansoni, 1973, p. 363. De ahí, el relevante papel del derecho canónico.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 199

nuevamente del maestro florentino, coloca sobre el papel tres elementos


capitales para comprender el sentido profundo del derecho medieval: la
tierra, el tiempo y la sangre,54 a los cuales debemos sumar, en la línea que
venimos exponiendo, sin lugar a dudas, la propia religión, el peso espe-
cífico de Dios en este contexto nada secularizado. La idea de naturaleza
juega un papel capital porque nos advierte precisamente del predominio
del propio entramado social de cara a la conformación del ordenamiento
jurídico posterior. El derecho se “cosifica” porque arranca de los objetos
mismos que integran la realidad. No es un cuerpo objetivo que trata de
amoldar la sociedad a sus intereses o a sus designios, sino que el camino
de proclamación seguido es el inverso, es decir, la propia realidad de las
cosas es la que marca la aparición de la norma concreta. No se “objetivi-
za” el orden, sino que éste se subordina a la realidad tangible y material.
Esa naturaleza impone así el papel decisivo de tres hechos normativos
fundadores: de la familia nuclear y de la comunidad vecinal, grupo am-
plio y unido, en torno al cual se desarrolla la vida jurídica, la práctica
judicial y la práctica extrajudicial, familia y comunidad que conforman
elementos primeros y primarios de sociabilidad, en donde, y solamente
en donde, era posible una relativa paz y calma; impone el papel deter-
minante de la tierra, que marca las reglas del juego que han de practicar
los hombres, con el correlato del particularismo o localismo jurídicos e
impone una concreta visión del tiempo.55

54 Véase Grossi, P., L’ordine giuridico medievale, cit., nota 17, pp. 74 y ss (El orden
jurídico medieval, cit., nota 17, pp. 90 y ss.).
55 Tiempo medieval del que ha dicho Jacques Le Goff que es esencialmente un tiempo
agrícola, puesto que nos hallamos en un mundo donde la tierra es lo fundamental y las
relaciones con la misma, de opulencia o de ausencia de dominio sobre la misma, marca
las pautas de encuadramiento social, económico, político o religioso. Al ser un tiempo ru-
ral, se tiene que tratar imperativamente de un tiempo de larga duración, ceñido al espacio
agrícola. Es un tiempo campesino, tiempo de esperas, de paciencias, de permanencias,
de vueltas a comenzar, de lentitudes, no de inmovilismo, pero sí de resistencia al cam-
bio, no referido a acontecimientos y no dependiente, por tanto, de fechas que oscilan al
ritmo de la propia naturaleza”. Cfr. Le Goff, J., La civilización del Occidente medieval,
cit., nota 5, p. 246. Junto al tiempo rural, los tiempos clerical y señorial acompañan la
vida de los campesinos, en pp. 249 y ss., dependientes, en última instancia, todos ellos
del tiempo natural. El resultado más claro de esa visión del tiempo se puede contemplar
en los perfiles que presenta la contratación agraria altomedieval, donde a la nota de la
larga duración, se le suman los rasgos del carácter mejoraticio implícito en todas estas
figuras contractuales y la amplitud de poderes otorgados a los cultivadores respecto del
propietario. Sobre estos contratos, es esencial el conjunto de obras de Grossi, P., Locatio
200 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

La ausencia de tradición literaria, la ausencia de libros, el predominio


de la oralidad otorgan un papel singular al derecho frente al de otras
épocas en donde la escritura lo domina todo. La palabra hablada es el
momento determinante de la enseñanza y de su transmisión, al menos en
ciertos momentos históricos, como ha demostrado recientemente George
Steiner.56 Por otro lado, el derecho no es saber autónomo, no se estudia
como tal, sino imbricado en otros conocimientos medievales de tipo ló-
gico o dialéctico. Carece de perfiles propios, de sustantividad científica,
de método. Consecuencia final: la inexistencia de centros de cultura jurí-
dica poderosos, que evoquen siquiera a los de la Antigüedad (solamente
viene a la memoria el nombre de Pavía),57 y, ante la falta de maestros, se
produce la consecuente falta de discípulos, es decir, de juristas con toda
la extensión de la palabra. Había sabios, ancianos, sabedores de derecho,
conocedores de las prácticas, usos y estilos de una comunidad. Pero no
existían realmente juristas teóricos, constructores de sistemas, de con-
ceptos, de elaboraciones doctrinales, de ideas. El pragmatismo se había
llevado a su más elevada expresión.
Las notas que hemos pergeñado no impiden, sino al contrario refuer-
zan, la idea acerca del papel decisivo que el derecho tiene en la ordena-
ción de la sociedad medieval. Fuera de la misma no hay derecho y éste
es el pilar fundamental para determinar la paz, el orden, la tranquilidad,
la seguridad. El derecho es en estos siglos la garantía por antonomasia
de las vidas, propiedades, libertades y demás atributos de los individuos

ad longum tempus. Locazione e rapporti reali di godimento nella problematica del diritto
comune, Nápoles-Pompeya, Morano Editore, 1968; “Problematica strutturale dei con-
tratti agrari nella esperienza giuridica dell’alto medioevo italiano”, Agricoltura e mondo
rurale in Occidente nell’Alto Medioevo. Settimana di Studi di Spoleto, Spoleto, Centro
Italiano di Studi sull’Alto, 1965, pp. 487-529; Le situazioni reali nell’esperienza giuri-
dica medievale. Corso di storia del diritto, Padua, CEDAM, 1968; y L’ordine giuridico
medievale, cit., nota 17, pp. 98 ss. (El orden jurídico medieval, cit., nota 17, pp. 111 y
ss.).
56 Véase Steiner, G., Lecciones de los maestros, Madrid, Siruela, 2004, pp. 17 y ss.
57 Sobre los orígenes de estas escuelas de derecho, véase AA. VV., La scuola
nell’Occidente latino dell’Alto Medioevo. Settimana di Studi di Spoleto, 2 vols., Spo-
leto, Centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, 1972, en especial, la colaboración de
Zimmermann, H., “Römische und kanonische Rechtskenntnis und Rechtsschulung im
früheren Mittelalter”, t. II, pp. 767-794; Radding, Ch. M., The Origins of Medieval Ju-
risprudence. Pavia and Bologna, 850-1150, New Haven-Londres, Yale University Press,
1988; y Pedersen, O., The First Universities. Studium Generale and the Origins of Uni-
versity Education in Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 2003.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 201

tanto en su dimensión personal como colectiva. Fuera del derecho no hay


nada. Existe el mayor de los vacíos, la nada jurídica. Y ese derecho, repe-
timos, acaba reconduciendo siempre a Dios. Ahora bien, visto lo anterior,
no podemos concluir que el papel otorgado a Dios fuese un mero papel
conducente al deísmo, esto es, que aparece únicamente como creador y
que, tras ese acto supremo y sublime, se aparta del mundo y deja que
aquél, dirigido por los hombres, se desenvuelva de una forma libre. Eso
no es así porque cuestionaría el conjunto de atributos tradicionalmente
aplicados a Dios (la omnipotencia o la omnisciencia, entre otros). Dios
juega un rol clave como creador único, aunque no se detiene ahí, ya que
al mismo tiempo califica el orden jurídico: es un orden divino en cuanto a
su origen y supremo en cuanto a su autoridad. Con una finalidad concre-
ta: el derecho, en cuanto que parte de ese orden supremo, es asimismo el
camino justo que el hombre debe recorrer precisamente para alcanzar la
salvación. No sólo la religión es la vía recta, sino que la proyección de los
principios de aquélla sobre la totalidad de la obra humana y de sus pautas
de conducta, convierte en pequeños receptáculos de la esperanza en una
vida ultraterrena a cualquier reglamentación de las conductas humanas.
El derecho es también salvación. Como destacó Sprandel, las bases del
derecho altomedieval pueden ser halladas en cuatro principios: la anti-
güedad del derecho y su propia evolución, el poder de los señores, la
realización del orden natural y la concepción intrínseca del derecho como
un orden de utilidad, como una herramienta que permite alcanzar la feli-
cidad terrena y con ella aspirar a la ulterior felicidad celestial.58
Pero hay más. Dios va un poco más allá de este ámbito meramente
constructor, definidor, creador. La perfección requiere que se vele, guar-
de, tutele ese derecho. Requiere una actitud de guardia constante, de aler-
ta, de vigilancia exhaustiva de la realidad jurídica para evitar desvíos, co-
rrupciones. La perfección es una realidad constante que hay que ejercitar,
practicar, desarrollar. Dios aparece como garante de toda la dinámica ju-
rídica, de todas sus fases desde el nacimiento hasta la final realización del
derecho (no podemos hablar en puridad de derogación, dado que nada,
ninguna norma se deroga realmente, de la misma manera que ninguna
norma es creada, sino más bien descubierta, formulada o nombrada: no
hay un acto generador que haga surgir ex novo la normativa, una norma-
tiva que ya ha sido creada y que solamente resta por ser descrita).
58 Véase Sprandel, R., “Über das Problem neuen Rechts im früheren Mittelalter”, cit.,
nota 40, pp. 117-137.
202 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Su función no se agota en el mero acto de creación del orden, sino que


supervisa todo su desarrollo. Su papel no es solamente el de un legisla-
dor que podemos calificar como “soberano”, en el sentido de ser la única
entidad que no depende de ninguna otra a la hora de articular sus propias
decisiones, de responsabilizarse de las mismas, sino que avanza un poco
más allá del acto generador para convertirse en el prototipo de aplicador
por antonomasia de ese derecho.59 Es decir, Dios crea y vela por el cum-
plimiento de todo lo que se ha creado a través de múltiples expedientes o
intervenciones, que van desde los conocidos como media iuditia Dei, cu-
yas manifestaciones a lo largo de la historia han sido plurales y variadas,
hasta la realización de concretas intervenciones en el seno de los actos
arquetípicos de manifestación del derecho en el momento medieval: los
procesos. El papel que se juega por parte de la divinidad en el procedi-
miento con figuras como las ordalías o juicios de Dios,60 expresión de su
justicia y de su misericordia, de su deseo de reprimir el mal y premiar

59 Si entendemos por “soberano”, en el sentido schmittiano, aquel que decide sobre el


estado de excepción, frase célebre con la que se inicia su Politische Theologie. Citamos
por Schmitt, C., Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía, Buenos Aires,
Struhart & Cia., 1998, p. 15. El Estado, concebido como esa realidad política indepen-
diente de cualquier otra instancia, es poder originario de mandar, continúa Schmitt en p.
41, pero lo es “en cuanto fuerza de un orden, forma para la vida de un pueblo, no arbitra-
ria coacción por medio de la violencia”. Consecuencia de este entronque entre el poder
medieval y el poder bajo su aspecto moderno, es la otra gran conocida y reproducida re-
flexión de la obra apuntada, en p. 54: “Todos los conceptos sobresalientes de la moderna
teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados… El estado excepcional —base
de la noción schmittiana de soberanía— tiene en la jurisprudencia análoga significación
que el milagro en la teología”. En este mismo sentid, Fritz Kern hablaba de Dios como la
única instancia realmente soberana y con Él compartiría ese calificativo el derecho. Cfr.
Kern, F., “Recht und Verfassung in Mittelalter”, cit., nota 24, p. 11; y Derechos del rey y
derechos del pueblo, cit., nota 24, pp. 43 y 44. Una muy acertada reflexión general puede
consultarse en Iglesia Ferreirós, A., “Soberanía y autonomía: una consideración histórica”,
en AA. VV., Autonomía y soberanía: una consideración histórica, Madrid, Publicaciones
del Seminario de Historia del Derecho de Barcelona, núm. 2, 1996, pp. 11-42; y Pacheco
Caballero, F. L., “Aportaciones medievales a la noción de autonomía”, en ibidem, pp.
43-66. Insiste en esa identificación entre Dios y soberanía Grossi, P., L’ordine giuridico
medievale, cit., nota 17, p. 49 (El orden jurídico medieval, cit., nota 17, pp. 67 y 68:
“Sólo se puede hablar de una única soberanía, absoluta, ilimitada y, por tanto, inconmen-
surable en el universo medieval: es la de Dios, verdadero soberano en un orden terrenal
escandido en cambio en potestades necesariamente no soberanas”).
60 Véase Iglesia Ferreirós, A., “El proceso del conde Bera y el problema de las orda-
lías”, AHDE, núm. 51, 1981, pp. 1-221, con abundante bibliografía sobre la cuestión.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 203

el bien, o en los juramentos expurgatorios, por poner dos ejemplos, son


clara muestra de que el papel otorgado no es meramente pasivo, sino
activo, no meramente idea o potencia, sino realidad o acto. Dios decide
de modo tangible acerca de la inocencia o culpabilidad de una de las
partes, decide el litigio, resuelve el problema aplicativo del derecho con
una intervención rápida, directa, expedita. La participación aparece acre-
ditada por toda la gama de representaciones iconográficas en que Dios,
Jesucristo o alguno de los apóstoles y santos actúan precisamente entre
los hombres haciendo la actividad que les es característica: juzgar. Pién-
sese en los programas de imágenes que pueblan el Camino de Santiago,
desde los conocidos pórticos de Vezèlay, Conques o Toulouse, pasando
por el románico navarro, el riojano y el castellano-leonés, hasta culminar
en esa exaltación definitiva de la jurisdicción divina que es el Pórtico de
la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, que el maestro Ma-
teo convierte en compendio, en real summa del sentir medieval.61 Y esa
summa es expresión de un orden lógico y de un orden teológico donde
cada criatura tiene su puesto conforme a un esquema perfectamente de-
limitado, definido, que no se puede excepcionar bajo ningún concepto,
puesto que incluso el diablo, negador de la magnificencia de la creación,
tiene allí su ubicación (dentro de un orden que lo juzga, a la par que lo
excluye). Ello se debe a un motivo: ningún arte fue más sagrado (no sim-
plemente religioso) que el arte medieval.62
No se trata de un arte popular, sino del acercamiento de los personajes
sagrados al plano de lo humano. Se afirma la existencia de un componen-
te más mágico que sacral en todo el programa iconográfico empleado.
Mario Sbriccoli ha puesto de manifiesto el relevante papel que juega la
imagen en el desarrollo de toda una iconografía jurídica que tiene por
protagonista la justicia: la imagen, nos dice, es síntesis que comunica
con fuerza, con una dignidad y un peso específicos. Es el texto en una
sociedad iletrada, si bien con un potencial comunicador más acentuado,

61 Véase Shaver-Crandell, A., Introducción a la historia del arte. La Edad Media,


Barcelona, Gustavo Gili-Círculo de Lectores, 1985, pp. 54 y ss.; y Yarza, J., Arte y ar-
quitectura en España, 500-1250, 5a. ed., Madrid, Cátedra, 1987, pp. 270 y ss. Como
complemento, véase Eco, U., Arte y belleza en la estética medieval, cit., nota 35.
62 Véase el concluyente estudio de Hani, J., El simbolismo del templo cristiano, Pal-
ma de Mallorca-Barcelona, José J. de Olañeta, 2000, que demuestra la existencia de ese
predominio simbólico en el campo arquitectónico, en la propia cronología del año cris-
tiano, el calendario, y en el desarrollo de la liturgia.
204 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

por universal. Son biblia pauperum, libros de los pobres, culturalmente


hablando, dotados de una fuerza pedagógica, exhortativa, amenazadora,
con intención edificante. Legitima, por cuanto sirve de justificación a un
estado de cosas existente y, a la par, educa, porque es el único medio del
que se dispone para hacer ver a los humanos la gracia divina, su modo
de operar, sus consecuencias. Alegorías que, concluye Sbriccoli, más que
ilustrar su dictado, lo constituye, más que divulgarlo, lo modela conforme
a los gustos de aquellos que lo están contemplando para que éstos adquie-
ran e incorporen a su bagaje las responsabilidades derivadas de todo lo
que se trata de comunicar.63 El derecho debe ser objeto de dramatización
y de actuación porque es la única manera de que llegue realmente a la
población iletrada. Precisamente la propia evolución de la espiritualidad,
al amparo de los cambios sociales y económicos que se producen en el
amplio espectro medieval, va originando diferentes formas de construc-
ción simbólica donde la arquitectura, la religiosidad y el derecho se dan
la mano en cuanto que expresiones de ese poder plural y subyacente, en
relación al cual se va produciendo el cambio de protagonistas. Georges
Duby habló sucesivamente de tres espacios que reflejan esa mentalidad
medieval, tan querida a su escuela, que se corresponden en el tiempo con
la Alta, la Plena y la Baja Edad Media: el monasterio, la catedral y el
palacio,64 frutos directos de los progresos materiales, pero también inte-
lectuales de cada periodo histórico concebido en su individualidad, con
el sustrato de una profunda religiosidad no inmutable, sino adaptada a los
progresos de la razón humana y de sus avances hacia un Dios que cada
vez presenta un rostro más y más humano, iluminado, paternal. Y con ese
avance, el derecho va dando paso a una visión de lo jurídico que se apar-
ta de la teología y se construye a sí mismo como saber secularizado. La
imagen de Dios es, como ha manifestado recientemente Jacques Le Goff,
una imagen humana, con rostro de hombre —lo que lo diferencia del Dios
judío y del Dios musulmán—, y una imagen histórica que va evolucio-
nando a la par que cambia la percepción sobre el papel basilar que Aquél
desempeña en el seno de la sociedad medieval: del joven pastor lampiño

63 Cfr. Sbriccoli, M., “La benda della giustizia. Iconografia, diritto e leggi penali dal
Medioevo all’Età Moderna”, Ordo Iuris. Storia e forme dell’esperienza giuridica, Milán,
Guiffrè, 2003, pp. 45 y 46.
64 Véase Duby, G., Tiempo de catedrales. El arte y la sociedad, 980-1420, Barcelona,
Argot, 1983.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 205

al Cristo en majestad, del Jesús predicador y juez al Jesús agonizante o


muerto en brazos de su madre, el programa iconográfico guarda una ínti-
ma conexión con los ideales pietistas que en cada fragmento del Medievo
se conciben para ilustrar el fenómeno religioso.65
Dios no es simplemente justicia, sino que es la justicia, toda la justicia
entendida en sus múltiples acepciones, desde la simple idea de virtud
personal hasta la de virtud capital de toda la vida en comunidad, justicia
estática y justicia dinámica, justicia de los cielos y justicia de la tierra
en donde la huella germánica66 da paso al nuevo sesgo cristiano.67 Las
Sagradas Escrituras dan prueba cumplida de ese modelo de justicia di-
vina que tiene que ser realizado. Son modelo escriturario de las pautas
de conducta que debe seguir el hombre, del modo en que Dios concibe,
administra y desarrolla la idea capital que está en su propia esencia y que,
por ende, existe desde siempre en el seno de la divinidad y es tendencia
que orienta el comportamiento y el orden de las criaturas.68

65 Véase Le Goff, J., Dios de la Edad Media. Conversaciones con Jean-Luc Pouthier,
Madrid, Trotta, 2005, pp. 10 y ss.
66 Con la lógica incidencia del ideal sacro germánico de la Ewa. Véase Schröder, R.,
Deutsche Rechtsgeschichte, 2a. ed., Berlín, Leipzig, Walter de Gruyter & Cia., 1920, t.
I, pp. 14-17, lo que implica una profunda similitud con lo mágico, como puso de relie-
ve Hattenhauer, H., “Zur Autorität des germanische-mittelalterlichen Rechtes”, SZ.GA,
núm. 83, 1966, pp. 258-273, para quien la magia es el fundamento de la autoridad del
derecho, la razón de su existencia, porque el derecho mismo es mágico: el derecho es
aquel componente de encantamiento que une y desune, ata y desata, santifica y conserva
la relación de los hombres con otros hombres y con los dioses, con dos expresiones esen-
ciales de esto: el juramento y la donación.
67 Con predominio de la visión de Agustín de Hipona. Véase Pasquato, O., “La giusti-
zia in S. Agostino”, La giustizia nell’Alto Medioevo. Settimana di Studi di Spoleto, Spo-
leto, Centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, 1995, t. I, pp. 127-161. Transposición
de ese esquema agustinista es la que efectúa Isidoro de Sevilla y se refleja en la construc-
ción doctrinal que los monarcas visigodos asumen como propia para la fundamentación
de su poder, un poder en ningún caso de origen humano, sino divino, y nunca absoluto,
por lo anterior, es decir, encaminado u orientado a los fines específicos que la divinidad
fija como condiciones de su otorgamiento. Sobre esta cuestión, véase Petit, C., “Iustitia
y Iudicium en el reino de Toledo. Un estudio de teología política visigoda”, La giustizia
nell’Alto Medioevo, cit., nota 67, t. II, pp. 843-932. Idea continuada después por los mo-
narcas medievales, como expone Pacheco Caballero, F. L., “Reyes, leyes y derecho en la
Alta Edad Media castellano-leonesa”, cit., nota 24, pp. 177 y ss.
68 Sigue siendo de cita ineludible por la abundancia de apuntes bibliográficos, el tra-
bajo de Kelsen, H., “La idea de justicia en las Sagradas Escrituras”, Estudios sobre ju-
risprudencia y teología, México, Fontamara, 2003, pp. 109 y ss. Desde otra perspectiva,
206 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Las proyecciones de esta idea no se agotan en tal descripción de rea-


lidades escultóricas envueltas en preciosos recipientes arquitectónicos o
por las referencias bíblicas que aparecen por doquier para permitirnos
observar el tránsito de una justicia estricta o retributiva (típica del Anti-
guo Testamento) a una nueva justicia del amor, la fraternidad y la equi-
dad, desarrollada en los Evangelios y demás textos del Nuevo Testamen-
to. Al contrario, ambas referencias citadas son la punta de lanza de toda
una cascada de consecuencias, consecuencias que son múltiples: desde la
concepción, siguiendo los pasos de Agustín de Hipona en su De civitate
Dei, de la historia de la humanidad como una historia “procesal” que
precisamente se desenvuelve entre dos grandes juicios —la expulsión del
paraíso y el juicio final—, pasando con manifestaciones puntuales y con-
cretas de ese quehacer divino interviniendo en las múltiples actividades
humanas generalmente relacionadas con acontecimientos bélicos,69 hasta
la plasmación concreta de esa función en aquellos sujetos que precisa-
mente son tildados como “vicarios de Dios en la tierra”, los reyes por la
gracia de Dios, reyes medievales que, amén de ciertas otras cualidades
sobrenaturales que Aquél les había conferido, cumplen el cometido
que Dios les ha otorgado, precisamente actuando la suprema función que
a Dios le corresponde: nuevamente el juzgar.70 Como reza el título de un

véase Berman, H. J., La formación de la tradición jurídica de Occidente, cit., nota 24, pp.
177 y ss., bajo el título “Fuentes teológicas de la tradición jurídica occidental”.
69 Véase Sánchez Domingo, R., “Iudicium Dei y creencia en la Alta Edad Media”,
Homenaje al profesor Alfonso García-Gallo, Madrid, Universidad Complutense, 1996, t.
I, pp. 321-330.
70 Véase además de la bibliografía referida a la historia de la teoría política medieval
citada supra, Figgis, J. N., El derecho divino de los reyes y tres ensayos adicionales,
México, Fondo de Cultura Económica, 1982; Bloch, M., Los reyes taumaturgos, México,
Fondo de Cultura Económica, 1988; Hani, J., La realeza sagrada. Del faraón al cris-
tianísimo rey, Palma de Mallorca-Barcelona, José J. de Olañeta, 1998, pp. 147 y ss.; e
Iglesia Ferreirós, A., “Cos Mìstic”, AEM, vol. 25, núm. 2, 1995, pp. 683-697. Muestra de
esa divinización se observa asimismo en el ceremonial que se seguía para la coronación
donde el componente religioso acentuó la vinculación del monarca con la Divinidad,
véase Longás Bartibás, P., “La coronación litúrgica del rey en la Edad Media”, AHDE,
núm. 23, 1953, pp. 371-381; y Sánchez-Albornoz, C., “La ordinario principis en la Es-
paña goda y postvisigoda”, CHE, núms. 25-26, 1962, pp. 5-36, incluso retrotrayendo esa
semidivinización a la época visigoda, véase Barbero de Aguilera, A., “El pensamiento
político visigodo y las primeras unciones regias en la Europa medieval”, Hispania, vol.
XXX, núm. 115, 1970, pp. 245-326.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 207

conocido estudio de Marongiu, el momento típico de la monarquía me-


dieval es el rey-juez, nunca el rey legislador o el rey administrador. 71 Y
ello porque todo acaba siendo reconducido a la justicia que se trata de
materializar a través de una búsqueda del derecho que ocupa, en palabras
de Schmelzeisen, una amplia habitación en el escenario medieval, tal
y como acontece en nuestro tiempo.72 Un rey, además de juzgar, actúa,
guerrea o privilegia siempre con Dios en la cabeza o, en una conocida
imagen medieval, es Dios quien tiene en sus manos el corazón de los
reyes.73 La dicción del derecho se acaba imponiendo. Es lo que Pietro
Costa y con él toda la pléyade de emuladores denominaron el “paradigma
jurisdiccional”,74 prolongado, según el mismo criterio interpretativo, has-

71 Véase Marongiu, A., “Un momento típico de la monarquía medieval: el rey juez”,
Anuario de Historia del Derecho Español, vol. 23, 1953, pp. 677-715. Ejemplo claro de
este papel de legislador inexistente y juzgador continuo lo podemos hallar en el caso ca-
rolingio y en su expresión normativa más clara: los llamados capitulares. Véase Ganshof,
F. L., “Recherches sur les Capitulaires”, RHDF, vol. IV, serie, 35, 1957, pp. 33-87 y pp.
196-246, con la clara y rotunda negación de que Carlomagno y sus sucesores puedan ser
considerados como auténticos y grandes legisladores. Una monarquía que, en expresión
de Maravall, nace de la aportación medieval, con sus ideas sobre la unidad del género
humano y la unidad del mundo que se han desarrollado en el seno del cristianismo, una
tradición grecolatina que implicaba una forma de organización política en lo cuantitativo
(gobierno unipersonal) y en lo cualitativo o finalista (gobierno para el bien de la colecti-
vidad): “La palabra monarquía queda, pues, para designar la forma de una organización
política coronada por un rey singularmente fuerte e incontrastado en su poder, siempre
que esas notas se den en todo el espacio de su jurisdicción y que ese espacio sea una de
las entidades sustantivas histórico-geográficas o geográfico-políticas, según el ángulo
desde el que se vean, que modernamente empiezan a consolidarse en la conciencia de las
gentes”, cfr. Maravall, J. A., “Sobre el concepto de monarquía en la Edad Media españo-
la”, Estudios dedicados a Menéndez Pidal, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas-Patronato Marcelino Menéndez y Pelayo, 1954, t. V, p. 412 (Estudios de his-
toria del pensamiento español. Edad Media, cit., nota 21, t. I, pp. 57-77). El contraste se
acentúa al examinar el papel, siempre relevante, que la administración de justicia jugará
en momentos posteriores, sobre todo a partir de la recepción del derecho común. Una
exposición general sobre el tema puede consultarse en el trabajo de González Alonso, B.,
“La justicia”, en Artola M. (dir.), Enciclopedia de Historia de España, 2. Instituciones
políticas. Imperio, Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp. 343-417.
72 Véase supra.
73 Véase Hattenhauer, H. “Das Herz des Königs in der Hand Gottes. ��������������
Zum Herrscher-
bild im Spätantike und Mittelalter”, SZ.KA, núm. 67, 1981, pp. 1-35.
74 Véase Costa, P., Iurisdictio. Semántica del potere politico nella pubblicistica me-
dievale (1100-1433), Milán, Giuffrè, 1969 (Ristampa. Biblioteca per la Storia del Pen-
siero Giuridico Moderno, núm. 62, Milán, Giffrè, 2002). Obra que, en ningún caso, deja
208 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ta los albores del constitucionalismo decimonónico en que amanece un


“paradigma legislativo” que sepulta el anterior.75 Y un paradigma, como
vía de expresión que busca la consecución de un objetivo supremo: la
paz, encarnación de una idea que desde Agustín de Hipona es constante
en el pensamiento cristiano, ya en su versión general o regnícola (una paz
que los reyes difícilmente podían proceder a asegurar dada la debilidad
de su poder y la dificultad para extender el mismo por medio de una ma-
quinaria administrativa todavía en formación),76 ya en sus modalidades

indiferente. Véase y compárese la laudatoria recensión a la primera edición de Ullmann,


W., TR, núm. 39, 1971, pp. 298-302; o la crítica nota a la reciente reimpresión del mismo
que le dedica Iglesia Ferreirós, A., “Potestas condendi legem et iurisdictio”, Initium,
núm. 9, 2004, pp. 385-442. En el caso hispánico, la transposición del pensamiento de
Costa ha sido realizada por Vallejo, J., Ruda equidad, ley consumada. Concepción de la
potestad normativa (1250-1350), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992,
obra que con todas sus virtudes y aciertos, no contempla una sola cita a algún texto igual-
mente normativo de procedencia peninsular, lo cual lleva a cuestionar si realmente esa
concepción de la potestad normativa allí expuesta y defendida, ligada al derecho común
y por extensión a la idea de Imperio, tuvo razón de ser, de estar y de aparecer en los plu-
rales reinos hispánicos medievales, como ya puso de relieve en su día el profesor Iglesia
Ferreirós.
75 Polémica ésta, por cierto, que sigue planteada en la actualidad con ropajes nuevos
(en concreto, los derechos fundamentales, su esencia, su razón de ser, su desarrollo y su
protección). A este propósito, es interesante la polémica entre Alexy, Habermas y Böck-
enförde, en torno a la existencia o no de dos alternativas en este singular camino: la de los
derechos fundamentales como principios, con su correlato de un Estado jurisdiccional,
o la reducción de los mismos a los clásicos derechos de defensa (y su conclusión conse-
cuencial: el Estado de legislación parlamentaria). Véase Alexy, R., Epílogo a la teoría
de los derechos fundamentales, Madrid, Colegio de Registradores de la Propiedad, 2004,
pp. 20 y ss.
76 La incapacidad de crear y asegurar una paz general para todo el territorio político
por donde campaba el rey, dada su debilidad motivada por la prioridad de otros frentes
abiertos, provocó el alcance de esa generalidad mediante la suma de especialidades, es
decir, la extensión de paces especiales. Como ha destacado García-Pelayo, M., “El Reino
de Dios, arquetipo político”, cit., nota 21, p. 282, la paz aparece concebida como algo
consustancial al género humano y condición necesaria para el cumplimiento de su desti-
no, supuesto basilar para el mantenimiento del orden de la creación (en un doble sentido:
cualidad inherente a aquélla y exigencia a los humanos para evitar su destrucción): “por
eso Dios, en su sabiduría y misericordia, dio al hombre todo lo necesario para restaurar la
paz originaria destruida por el pecado y, a tal fin, fueron creados los príncipes y las potes-
tades como ministros del Señor, y cuya misión, de acuerdo con el distinto ámbito de su
poder, es defender la pax civitatis, la pax regni, la pax universalis, cada una de las cuales
no son más que manifestaciones parciales de una sola paz, de la pax christiana. Servir a
la paz es, pues, servir al orden de Dios, y por eso el rey pacífico es imagen de Dios, mien-
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 209

más concretas, singularizadas y puntuales, protecciones de ciertos bie-


nes, de ciertas personas, especialmente esenciales para la conservación
de la realidad social medieval en todos sus ámbitos. Tres ejemplos son
suficientes, relativos al ámbito hispánico: el mercado, núcleo de la acti-
vidad económica que está despertando; la casa, núcleo de una actividad
íntima, personal y, el camino, vía de tránsito obligado, colocados todos
ellos bajo la especial tuición del monarca.77

IV

Hasta aquí la labor de Dios y de su más importante criatura: el de-


recho. Relación genética desarrollada entre ambas que se traduce en la
imagen y semejanza que ha tratado de inculcar el creador a lo creado.
Ahora bien, ¿agota Dios su actividad en los actos y en los momentos an-
teriormente reseñados? ¿No cumple otra función, es decir, es solamente
juez, órgano jurisdiccional superior que totaliza una justicia humana que
no es sino el pálido reflejo de esa atribución divina, que se dibuja en el
hombre más como inclinación que como auténtico acto? ¿Qué nos per-
miten colegir los múltiples documentos medievales al respecto? ¿No es

tras que el turbulento es imagen del diablo, y por eso también entre los títulos usados por
los emperadores no cede el de pacificus al de triumphator”. ¿Cómo se edificó ese camino
hacia la restauración de la paz primigenia? Primeramente, la Iglesia dio el paso al prote-
ger determinados lugares y determinadas personas por medio de las sanciones canónicas
al uso (paces de Dios), que fueron seguidas más adelante por la restricción de cualquier
conducta violenta en determinadas festividades o fechas determinadas por el calendario
litúrgico (treguas de Dios). De este modo, se conseguía una primera protección objetiva
de personas, lugares y bienes, y una segunda temporal, delimitando ciertos espacios de
tiempo donde la paz debería ser la regla general, con las correspondientes sanciones
canónicas (esto es, espirituales: excomuniones, penitencias, etcétera), que luego se verán
refrendadas por la asunción desde los poderes seculares de esos mecanismos, acompaña-
dos de las consecuentes sanciones seculares (ya de tipo personal, ya de tipo patrimonial)
Véase, a modo de síntesis, Gergen, T., “The Peace of God and its legal practice in the
Eleventh Century”, CHD, núm. 9, 2002, pp. 11-27; y “La paz de Dios y la protección de
personas y de bienes”, CHD, núm. 11, 2004, pp. 303-325.
77 Más adelante, reyes y príncipes con protecciones específicas a ciertas personas,
ámbitos o lugares. A modo de ejemplo, véase García de Valdeavellano, L., “El mercado.
Apuntes para su estudio en León y Castilla durante la Edad Media”, AHDE, núm. 13,
1931, pp. 201-405; Orlandis, J., “La paz de la casa en el derecho español de la Alta Edad
Media”, AHDE, núm. 15, 1944, pp. 107-161; o Gibert, R., “La paz del camino en el de-
recho medieval español”, AHDE, núms. 27-28, 1957-1958, pp. 831-852.
210 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

acaso novedosa protagonista de algunos negocios jurídicos que se adap-


tan desde los esquemas romanos a la nueva realidad cristiana?78 ¿No van
a ser los monarcas medievales poderes allí situados por la gracia de Dios,
operando como auténticos vicarios de la divinidad en la tierra? ¿No con-
fiere esta suerte de delegación del poder político una limitación evidente
a las posibilidades de actuación de los reyes y príncipes, alejándolos de
cualquier atisbo de absolutismo jurídico? ¿No coinciden los fines de Dios
con los fines que persigue el monarca, con los fines que trata de materia-
lizar en su reino? ¿No hay conceptos, frecuentemente empleados por los
escasos tratadistas políticos del momento, que se refieren indistintamente
a Dios y a sus vicarios, como justicia, rectitud, equidad, misericordia y
demás? Cierto es que Dios salvaguarda el derecho velando por su aplica-
ción concreta y correcta, pero hay algo más que se hace atractivo e inte-
resante para el investigador: es el papel mismo que Dios desempeña en
los diferentes documentos redactados para la condensación del derecho
existente, para la mejora del mismo o para la aplicación, en última ins-
tancia y como último resultado, de aquel orden jurídico. Dios no lo deja
todo en manos de los hombres, de los redactores, sino que éstos toman
conciencia de la necesidad de velar por los designios divinos, de cumplir
con las exigencias que se les imponen para materializar el plan ideal que
Dios ha erigido desde el comienzo de los tiempos, dado que la creación
es realmente un proyecto que se inicia cada día, un proyecto en construc-
ción, de largo recorrido o de largo desarrollo. El derecho es obra de Dios,
entendiendo esto en toda su extensión: es un proceso complejo de fijación
textual que va desde la generación de la norma en la mente divina, su
comunicación a los hombres a través de la razón, su descubrimiento por
éstos en un ejercicio de introspección, la erradicación de todos aquellos
elementos que pudieran desvirtuar, ocultar o manchar el mandato divino,
la formulación, escrita o no escrita, de ese imperativo que Dios establece
siempre para beneficio de sus fieles seguidores, y la posterior y final apli-
cación del conjunto jurídico resultante. Dios no se aparta de este camino
en ningún instante, sino que siempre lo preside, lo dirige, lo gestiona con
la bondad y con la justicia con la que un padre cuida de sus hijos.
Igual que el papel de Dios no es meramente pasivo, creador sin más
de un orden, tampoco sucede lo mismo con el hombre. Tampoco es un
simple ser que asume y cumple las órdenes que proceden de las alturas.

78 Véase Biondi, B., Il diritto romano cristiano, 3 vols., Milán, Giuffrè, 1952-1954.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 211

Éste no recibe sin más los mandatos de Dios o de sus vicarios, sino que le
impone algo más. El hombre, ser más perfecto de la creación, está llama-
do a dominarla. Dominio que no es gratuito, dominio que implica cargas,
obligaciones, contraprestaciones. El hombre tiene ese poder, resultado
de su creación a imagen y semejanza de Dios. El hombre ha de hacer eso
que Dios le impone porque es la única vía para alcanzar la felicidad per-
fecta propuesta por la divinidad. Pero, al mismo tiempo, se le exige una
cierta lealtad a la obra divina, una fidelidad porque este concepto, la fides,
es capital para entender la conformación de todas las relaciones cruzadas
de poder que emergen en el Medievo. Hay aspectos donde emerge de
manera nítida: el feudalismo, esa especie de pedagogía de la sumisión,
se construye sobre esta base de las relaciones leales entre un señor y un
vasallo. Pero por elevación o extensión, todo el conjunto de relaciones
que aparecen en el Medievo nacen de esa fidelidad en última instancia.
Y esa fidelidad, no podía ser de otro modo, no está separada de las con-
sideraciones religiosas. Antes bien, al contrario, se imbrica nuevamente
en la religiosidad imperante. Creencia, lealtad, confianza, aparecen uni-
dos sin posibilidad alguna de separación, porque lo primero implica lo
segundo y así sucesivamente. La creencia religiosa, la inexistencia de
dudas, el ciego seguimiento de una doctrina (la única verdadera, la única
importante), forjan auténticos soldados espirituales, prestos a soportar
cualquier forma de sacrificio. La base de la cristiandad no es tanto polí-
tica como espiritual, no nace tanto de la potestad como de la autoridad
derivada de la verdad. El martirio sería el resultado lógico final. La fe es,
decía García-Pelayo, la creencia en la Revelación, es lo firme, lo verda-
dero, lo que ha de venir, “la convicción de lo que no se ve pero que es
lo cierto porque será”.79 Esa fe en Cristo se transforma en una suerte de
lealtad mística, en el elemento que sirve de calificación y de clasificación
de todos los seres humanos. Lealtad que se debe a Dios, a toda su obra y
a todos sus representantes y que hallará en la Biblia numerosos ejemplos
con los que son comparados los más célebres reyes medievales.80 Por

79 Cfr. García-Pelayo, M., “El Reino de Dios, arquetipo político”, cit., nota 21, p. 292.
Es San Pablo en sus epístolas el que sirve de modelo asimismo para observar las ramifi-
caciones de la fe, origen, por ejemplo, de la lealtad, la confianza, el valor, el sacrificio, la
fortaleza o la esperanza. Se trata de la virtud capital y de ella arrancan todas las demás,
en el campo teológico. En especial, véanse pp. 292 y ss.
80 Véase Schramm, P. E., “Das Alte und das Neue Testament in der Staatslehre und
Staatssymbolik des Mittelalters”, La Bibbia nell’Alto Medioevo. Settimana di Studi di
Spoleto, Spoleto, Centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, 1963, pp. 229-255.
212 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

esta dualidad lealtad-infidelidad, al margen, claro está, del diablo, cuyo


pecado mayor fue la soberbia de sentirse y operar como Dios cuando no
lo era, dos son los modelos de comportamiento más reprobables que se
pueden encontrar, precisamente porque abandonan de forma deliberada
esa lealtad exigible, si bien por motivos distintos: la indolencia de Poncio
Pilatos (no tanto su acto de traición que no es puramente acto de entrega,
sino de fiel cumplimiento del deber, de su deber) y el de Judas (en cuyo
caso, sí hay ya los elementos esenciales para calificarlo como violador de
la relación de fidelidad, pero no una relación cualquiera, sino la suprema
relación que Dios hecho hombre estableció con todos los seres humanos
y con Judas especialmente, al formar parte del grupo de los apóstoles).
Por ese motivo, las remisiones a la conducta de Judas serán prácticamen-
te constantes en los documentos jurídicos medievales, puesto que aquél
es paradigma de lo que no debe hacerse, es ejemplo negativo del incum-
plimiento de la palabra, de quebrantamiento de la lealtad y de la fidelidad
más elevadas, de la traición que se efectúa no a un ser humano cualquie-
ra, sino a la misma divinidad. Lo mismo que el diablo se había rebelado
contra Dios en un supremo acto de soberbia más que otra cosa, Judas es
el modelo de la infracción a esa fidelidad que debe regir toda suerte de
conductas y de comportamientos. Es, por tanto, el modelo reprobable,
el modelo del que hay que huir, puesto que la equiparación al mismo es
tanto como igualar al hombre con un deicida. Esto es lo que hace que la
documentación se refiera en numerosos ejemplos, como se verá, a Judas
y a su castigo como los destinos que corresponden a aquellos que infrin-
jan, que violan, que rompan, que obvien lo recogido en una escritura,
porque serán condenados a idéntico fin. Judas es el ejemplo. No el único.
La Biblia nos proporcionará abundante material en este sentido, aunque
en una dimensión cuantitativamente inferior a la de aquel apóstol traidor.
La fidelidad se convierte en la base de las relaciones sociales, con sus
corolarios últimos: confianza, amistad, amor, lealtad, reciprocidad y, el
derecho, como elemento final aglutinador, como principio ordenador. 81
¿Por qué esa dependencia del modelo bíblico? La Biblia contiene el
orden divino, resultado directo de la revelación; es modelo de profundi-
dad y de sabiduría y está ordenada hacia el fin último que es la salvación
del hombre. No es un texto cualquiera, por tanto. Como es bien sabido,
el islam diferenciaba entre la totalidad de los credos del mundo, aquellos

81 Véase Hattenhauer, H., “Minne und recht als Ordnungsprinzipen des mittelalterli-
chen Rechts”, SZ.GA, núm. 80, 1963, pp. 325-344.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 213

que seguían o conformaban una ruta previa a la verdadera revelación, que


compartían en suma con el islam una serie de profetas, valores y dog-
mas, luego superados por él mismo, y que les hacía objeto de un trato
especial, protector si se quiere, distinto a los demás pueblos o religiones.
Judíos y cristianos forman lo que se denomina las “gentes del Libro”,
Libro que, obvia decirlo, es la Biblia. El cristianismo es cultura del Libro,
cuya existencia gira en torno precisamente a lo que aquel Libro contiene y
expresa, marca y delimita creencias, comportamientos, actitudes, formas
de pensar, de ser, condiciona la totalidad de las actuaciones creadoras del
ser humano, porque allí, entre sus líneas, entre sus palabras, se halla la
verdad absoluta que conduce hacia la salvación. De acuerdo con García-
Pelayo, la pertenencia a esta cultura implica varios elementos definito-
rios. Uno social, de adscripción al mismo colectivo. La vinculación entre
los hombres y los grupos en que aquellos se integran depende precisa-
mente de la común creencia en las verdades de ese Libro: la asimilación
del contenido del mismo y la proclamación de la fe en ello es el motivo
determinante de la conformación de unidades sociales. Otro aspecto es
el intelectual y moral. En el Libro se contiene además la verdad y la no-
mología definitivas, decisivas, tras las cuales nada hay o nada existe; se
desarrolla todo un programa de salvación; crea y fundamenta la comuni-
dad en su periplo histórico; requiere la defensa a ultranza de su contenido
por medio de la recta interpretación, lo que implica la fijación de su texto
oficial, la consagración de un estamento de intérpretes para su desarrollo
y la aparición de una literatura exegética, entre otros factores. 82
El documento medieval —al margen de lo en él recogido, de su con-
tenido material y de las posibles distorsiones o corrupciones que la vida
práctica del derecho ha podido proporcionar y así las partes lo hacen
constar bajo el ropaje de sus plurales intereses— es, a nuestro modesto
entender, un pequeño tratado teológico, con un alfa y un omega concre-
tos. Su esquema es también simbólico, su estructuración no responde al

82 Cfr. García-Pelayo, M., “Las culturas del Libro”, Los mitos políticos, cit., nota 4,
pp. 353 y 354. Con la consecuencia final que expresa el mismo autor, en p. 355: “Origi-
nariamente la creencia en el Libro se deriva de la creencia en la revelación fijada en su
texto, pero el Libro, en cuanto expresión de la palabra santa, se transforma en sí mismo
en santo y, en cuanto realidad material o sensible portadora de las representaciones, sig-
nificaciones y valores inmateriales de una cultura, se convierte en símbolo básico de esa
cultura, de modo que quien rechaza u ofende el Libro, rechaza u ofenda al mundo cultural
en cuestión”.
214 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

libre albedrío del copista en turno. No sólo porque el redactor es usual-


mente un clérigo, tanto en las altas esferas culturales como en los niveles
más elementales y alejados de cortes, catedrales y monasterios,83 sino
porque el esquema que se pergeña revela a las claras esa propia intención
teológica que ilumina su conformación final. La propia disposición del
mismo, su estructura formal, compendia la caracterización de Dios, un
Dios que inaugura y clausura el texto. Dios preside, invoca y genera el
orden jurídico que se plasma en el texto. Nace el derecho en la mente di-
vina y el hombre, amparado en la misma divinidad, mediador de Dios en
el mundo a modo de un demiurgo, sanciona lo querido y creado por Dios.
Se inician con invocaciones a Aquél, rostro pacífico, humano si se quiere,
paternal, que asiste al alumbramiento de una nueva realidad jurídica (que
evidentemente ya conoce y que ahora prácticamente se da a conocer a
los humanos)84 y culmina con ese mismo Dios, con un rostro novedoso:
amenazante, tonante, ya no paternal y beatífico, sino irritado, justo en la
medida en que cabe ya la posibilidad del castigo. Y para que se ejempli-
fique esa actitud vitalista, enojada, se toma como referencia la Biblia, un
texto que en el mismo Medievo aparece empleado en muchas ocasiones
como material jurídico directamente por parte de los sujetos interesa-
dos, sobre todo, es obvio decirlo, la Iglesia, los clérigos. Ningún libro
ha sido tan citado en el Medievo como la Biblia. Cronistas, narradores,
analistas, cortesanos, notarios y escribanos conocen de una forma más o
menos perfecta los textos sagrados y la plasmación de ese conocimiento
se puede atisbar en las cancillerías centralizadas, en los monasterios, en

83 Véase Millares Carló, A., “La Cancillería real en León y Castilla hasta fines del
reinado de Fernando III”, AHDE, núm. 3, 1926, pp. 227-306.
84 Véase Laffon Álvarez, L., “Arenga hispana: una aproximación a los preámbulos
documentales de la Edad Media”, HID, núm. 16, 1989, pp. 133-232. La invocación tie-
ne su origen en el mundo pagano, procedente de la costumbre de iniciar determinados
escritos con la consagración de los mismos a los dioses manes. Fue Pablo de Tarso pre-
cisamente el que recomendó esa invocación en su carta a los colocenses (haced todo
en nombre de Dios) y Juan Crisóstomo aludía al carácter de presagio favorable que la
misma innovación comportaba: “La invocación es una fórmula de confianza, por lo que
los cristianos sacralizaron con un símbolo (chrismón, cruz) o con un nombre o con ambos
elementos, sus cartas y sus documentos jurídicos. Por su misma naturaleza, permitía una
gran libertad en su expresión literaria siempre que estuviese en rigurosa ortodoxia con
los dogmas y con los misterios cristianos. Los escriptores de los documentos llegaron a
crear un claro estilo retórico en torno a estos. Así, el nombre sólo de Dios, el nombre de
Dios con alguno de sus atributos, la Trinidad, etcétera”, en p. 144.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 215

las catedrales, en los libros parroquiales, en toda suerte de documentos,


en toda obra literaria entendida en su más amplia acepción. Temas bíbli-
cos, citas bíblicas, alegorías bíblicas son el pan nuestro de lo cotidiano
medieval. Se trata, obvia decirlo, del libro más estudiado, más traducido
y, sobre todo, más ampliamente utilizado hasta la saciedad. Es un manual
que proporciona al redactor y, por extensión, al lector todo un prontuario
o recetario preparado, listo, dispuesto, con el que todos los sujetos impli-
cados, autores y destinatarios, se hallaban ya familiarizados como conse-
cuencia de la labor callada de evangelización mediante prácticas litúrgi-
cas. Era la fuente de informacion universal y conformaba un patrimonio
común en diferentes grados de penetración y alfabetización. Vocabulario,
terminología y significado de conceptos empleados en la Biblia formaban
un acervo comunitario, colectivo. La estructuración de los documentos
muestra ese predominio del saber sagrado. Su contenido es el siguiente,
con más o menos variaciones puntuales que no desvirtúan el tipo ideal de
escrito al que nos referimos: un preámbulo o protocolo, con invocación
divina, intitulación del autor, dirección y salutación: aquí se identifican
los personajes que actúan activa y pasivamente en la conformación del
documento referido; el texto propiamente dicho, con la introducción, la
parte expositiva y dispositiva con sus diversas cláusulas; las fórmulas
finales, donde alcanza un especial eco la sanción y las imprecaciones de
diferente signo (ordenando, prohibiendo, derogando, liberando de obe-
decer, renunciando a derechos) o bien conminando al cumplimiento de
lo preceptuado, con penas temporales o espirituales, para concluir con
el escatocolo donde se contienen la fecha, la adprecación y los signos
de validación.85 Interesa aquí la sanción, la garantía de cumplimiento de

85 Es evidente que muchas de las colecciones documentales manejadas introducen el


texto diplomático con consideraciones generales sobre la estructuración de los documen-
tos, aunque esto no se da en todas ellas. Por ese motivo, remitimos al lector a dos tratados
clásicos y un tercero escrito desde la óptica que nos interesa, desde la perspectiva de la
historia del derecho. Sobre la estructura del documento medieval, véase Muñoz y Rivero,
J., Nociones de diplomática española, Madrid, Imprenta y Litografía de La Guirnalda,
1881, pp. 90-133; y Manual de paleografía diplomática española de los siglos XII al
XVII, ed. facsímil, Madrid, Atlas, 1970; Floriano Cumbreño, A. C., Curso de paleografía
y paleografía y diplomática españolas, Oviedo, Imprenta de la Cruz, 1946, pp. 382-406;
Marín, T. y Ruiz Asencio, J. M., Paleografía y diplomática, 5a. ed., Madrid, UNED,
1992, pp. 177-189; Riesco Terrero, A., Vocabulario científico-técnico de paleografía,
diplomática y ciencias afines, Madrid, Barrero & Azedo Editores, 2003; y Pérez-Prendes,
J. M., Historia del derecho español, 9a. ed. revisada, Madrid, Universidad Compluten-
216 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

lo preceptuado, de lo validado, de lo contenido. Pérez-Prendes postula


la existencia de tres modalidades de defensa: la resistencia, la reacción
o defensa institucional (verbigracia los procesos forales aragoneses) y,
finalmente, las religiosas, “imprecaciones violentas, frecuentemente mal-
diciones para el otorgante, el beneficiario o el eventual perturbador que se
atreviesen a violar lo prometido”.86 Es este catálogo de desgracias futuras
el que nos mueve a realizar este vaciado de la documentación medieval,
fijando como límite los convencionalmente admitidos siglos XII y XIII,
siglos ricos en cambios, en orígenes y en gestaciones de nuevas realida-
des jurídicas agrupadas bajo la denominación única de derecho común.
La finalidad del presente trabajo es, pues, observar, aglutinar, exami-
nar, cómo se realiza en todos los textos consultados (los más relevantes
a nuestro juicio) el manejo de la terminología bíblica, su conexión con
la realidad jurídica, el por qué de esas referencias o mensajes bíblicos,
el valor como apólogo, como prontuario moral de los ejemplos que se
ponen en aquellos momentos finales de la documentación para impetrar
en el alma de los creyentes, destinatarios de las mismas normas jurí-
dicas en cuanto que integrantes de esa suprema comunidad jurídica, al
cumplimiento de todos y cada uno de los extremos contenidos en la do-

se, Facultad de Derecho-Servicio de Publicaciones, 2004, t. I, pp. 187-190. Con mayor


profundidad, insistiendo en el perfil simbólico de los documentos y de sus elementos
constitutivos, véase Sáez, C., “Documentos para ver, documentos para leer”, AEM, núm.
29, 1999, pp. 815-899; y del mismo “El signo como emblema”, AEM, vol. 33, núm. 1,
2003, pp. 339-363, con abundante bibliografía. Una reflexión general sobre la simbología
y el lenguaje del derecho puede consultarse en Radbruch, G., Introducción a la filosofía
del derecho, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 134-152, bajo la rúbrica
“La estética del derecho”, con especiales indicaciones bibliográficas en pp. 144 y 152.
86 Cfr. Pérez-Prendes, J. M., “Derechos y libertades en la Edad Media”, en AA. VV.,
Derechos y libertades en la Historia, Valladolid, Universidad de Valladolid, Secretariado
de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2003, p. 38, pequeña contribución escrita con
la maestría de siempre, con la clara conceptualización de lo jurídico, la perfecta exposi-
ción paulatina de los elementos que forman desde fuera del derecho el derecho mismo,
y la claridad histórica de la terminología empleada, cosa que no sucede con otro trabajo
coetáneo dedicado a exportar sin el menor rubor científico palabras de nuestro siglo y lo
que con ellas conlleva a los dificultosos territorios del Medievo. Cfr. Pérez Marcos, R.
M., “Los derechos humanos hasta la Edad Moderna”, en Gómez Sánchez, Y. (coord.),
Pasado, presente y futuro de los derechos humanos, México, Comisión Nacional de los
Derechos Humanos, 2004, pp. 29-60. El lector avispado podrá comprobar la diferencia
de trato y de respeto que media entre un hombre culto y una persona aficionada a la cul-
tura, y se decantará claramente por el primero de ellos, salvo que medien otros intereses
fuera de los puramente intelectuales.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 217

cumentación escrita. Porque, no debemos olvidar, en una época de tan


acentuada y marcada espiritualidad, es precisamente la misma sanción
espiritual la que puede marcar el camino a seguir de cara a la aceptación y
cumplimiento del derecho. El miedo a lo terrenal, el miedo humano, el
miedo a los iguales puede ser obviado. La condenación eterna es asunto
de otro calibre que hace reflexionar un poco más y condicionar, pues, las
conductas. Ese temor ultraterreno justifica prácticamente toda actuación
del hombre medieval; de ahí, sus actitud ante la muerte como paso que
conduce a la existencia ultraterrenal.87 Pensemos ahora en las donaciones
efectuadas para la salvación del alma y las distorsiones jurídicas que se
idearon para conseguir la armonización del sentir trascendente e inma-
nente, esto es, la necesidad de asegurar la vida eterna y, mientras tanto,
también la vida terrena.
El derecho, como elemento o arma de dominación que todo lo puede,
se vale de cuestiones sentimentales, en todo caso metajurídicas, reflejo de
los valores del instante en que nace, si se quiere, apegadas al círculo más
íntimo de las creencias y convicciones de cada uno, creencias y convic-
ciones que en este momento eran uniformes, públicas y comunes a todos.
Utiliza todos los resortes posibles, pulsa todas las teclas de aquellos que
afecta el hombre medio. De ahí el éxito de la formulación bíblica, de ahí
su reiteración hasta la saciedad, de ahí su efectividad, de ahí el temor a
ser verdaderamente sepultada en esa eternidad sin tiempo como los per-
sonajes bíblicos que nos vamos a encontrar en este trabajo. En momentos
posteriores, cuando sin perder un ápice de religiosidad, sin embargo, el
derecho sale del templo sagrado de la divinidad y se seculariza de una
manera moderada, las menciones bíblicas finales van dejando paso a otra
serie de sanciones materiales, económicas, cuya efectividad parece que
se adecua perfectamente a la nueva realidad de los tiempos. Definido el
objeto, es precisa una ulterior acotación geográfica. El panorama intelec-
tual pergeñado en las páginas anteriores provoca de inmediato una re-
flexión particularizada a los reinos hispánicos medievales. Ese viento de
religiosidad que ha azotado Europa no encuentra excepción en la Penín-
sula Ibérica, no obstante los particularismos y singulares acontecimientos
que en este territorio se dieron. A pesar de los componentes plurales que

87 Véanse Mitre Fernández, E., “El sentido medieval de la muerte. Reflexiones desde
el prisma del siglo XX”, AEM, núm. 16, 1986, pp. 621-630; y Poyer de Cardinal, S.,
“Tiempo de morir y tiempo de eternidad”, CHE, núm. 70, 1988, pp. 153-182.
218 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

marcan la evolución histórica singular de lo que hoy es (o era) España


(piénsese en tres acontecimientos específicos: la invasión musulmana y
la posterior dominación de la casi totalidad del antiguo reino visigodo,
que no se da en ninguna otra zona europea occidental; el proceso mili-
tar —pero no solamente militar— que se ha denominado “reconquista”,
así como la labor por consiguiente reorganización y reordenación de la
tierra, la repoblación). La religiosidad no deja de influir en la vida del
derecho, precisamente por la forma especial en que dicha religiosidad
se encarna en el ambiente hispánico. Europa vive la religiosidad, si se
permite la expresión, de un modo pacífico, calmado, tranquilo. El cristia-
nismo mira hacia sí mismo y se consolida y desarrolla sin perturbaciones
externas. En la antigua Hispania, esa religiosidad cobra tintes dramáticos
y agónicos, puesto que se produce un enfrentamiento abierto y visceral
contra un enemigo religioso (el islam) que es presencia tangible, palpa-
ble, no simple recuerdo o simple frontera. Las invocaciones religiosas
son, si se quiere, más sinceras, más devotas, menos retóricas, buscando
el apoyo y la ayuda de Dios como si la vida misma, terrenal y espiritual,
fuese totalmente en ello. Esa ayuda y ese apoyo, que deben reconfortar,
animar, despertar a esos cristianos sojuzgados, debe hallarse en el texto
principal de referencia.
¿Dónde se halla ese caudal de ejemplos, arquetipos o modelos? Evi-
dentemente, en el texto de mayor importancia teórica y práctica de todo el
Medievo. Y hablamos no solamente desde una perspectiva humanística,
moral o teológica, sino también desde el campo del derecho, sobre todo
del derecho canónico que ve incorporarse a la totalidad de su sistemática
menciones a la Biblia, 88 o reflexiones efectuadas sobre el eje básico
de las creencias que constituye la Biblia, como acontece con los escritos de

88 Precisamente, la inexistencia de un criterio jerárquico formal dentro del derecho


canónico altomedieval, determina el valor capital de ciertos textos, como los escritos
de los Padres de la Iglesia, hasta la época de Graciano, véase a este respecto, Munier,
Ch., “Les sources patristiques du droit de l’Église du VIIIe au XIIIe siècle”, RDC, núm.
4, 1954, pp. 184-192, así como el papel decisivo de la Biblia como referencia normativa
inexcusable (véase Mor, C. G., “La Bibbia e il diritto canonico”, La Bibbia nell’Alto Me-
dioevo. Settimana di Studi di Spoleto, cit., nota 80, pp. 163-179), incluso para fundamen-
tar posiciones de predominio político (véase Ullmann, W., “The Bible and the Principles
of Government in the Middle Ages”, en ibidem, pp. 181-227), con Graciano como punto
final de esta evolución. Véase Le Bras, G., “Les Écritures dans le Décret de Gratien”,
SZ.KA., núm. 27, 1938, pp. 47-80. Referencias generales al papel, importancia y trascen-
dencia de la Biblia medieval pueden ser consultadas en las voces “Bible”, Dictionary of
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 219

la patrística.89 Pero ese eje, ese vehículo que parece cohesionar de modo
directo o de modo mediato todo el engranaje jurídico, es el libro sagrado.
La Biblia es el instrumento del que se sirve el hombre medieval para
conocer las verdades de la fe (instrumento, en primer lugar, de la fe) y
para efectuar una lectura del mundo creado, que se realiza precisamente
a partir de los protagonistas que aparecen recogidos en el texto bíblico
(instrumento, en segundo lugar, de la razón y del conocimiento, que se
reconduce a los moldes fijados en la primera de las lecturas posibles del
texto). La radiografía perfecta del mundo se hace gracias a la propia Bi-
blia y ese mundo tiene que ser reconducido a los esquemas que el texto
por antonomasia presenta ante los ojos de los hombres. Se trata de un
centro de imputación intelectual, un depósito donde se halla todo y hacia
donde se tienen que dirigir los recursos del intelecto para conseguir su
armonización y proporcionar el material ideológico que permita el com-
bate, la lucha dialéctica. La Biblia suministra referencias, apólogos, mo-
delos, paradigmas de lo más variado, historias para construir la historia,
referencias, en suma, todo cuanto se precisa para educar, para transmitir,
para trasladar conocimientos de cualquier signo a esa mayoría iletrada,
pero también a la elite letrada. Así, se comienzan a manejar los diferentes
textos en los que se condensan pequeños tratados esquemáticos de una

Middle Ages, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1983, t. II, pp. 210-223; y “Bibel”,
Lexikon des Mittelalters, Munich-Zurich, Artemis, 1983, cols. 40-82.
89 Junto a la Biblia, su complemento lógico en cuanto que interpretación fidedigna de
la tradición primigenia de ese cristianismo en formación, las fuentes patrísticas siguen
teniendo un peso específico que se perderá en momentos sucesivos. Véanse Munier, Ch.,
“À propos des textes patristiques du Décret de Gratien”, Monumenta Iuris Canonici.
Series C. Subsidia. Vol. 4. Third International Congress of Medieval Canon Law, Ciudad
del Vaticano, Biblioteca Apostólica Vaticana, 1971, pp. 43-50; y “L’autorité del’Église
dans le système des sources du droit médiéval”, Actas del III Congreso Internacional de
Derecho Canónico, Pamplona, EUNSA, 1977, pp. 113-134. Asimismo acontece con los
libros sapienciales. Véase Gaudemet, J., “Sagesse biblique et droit canonique”, Letture
Cristiane de Libri Sapienzieli. XX Incontro di studiosi dell’antichità cristiana, Roma,
Institutum Patristicum Augustinianum, 1992, pp. 127-144. Como todo orden jurídico, el
abigarrado conjunto de fuentes que se hallan en su interior precisan de una articulación
jerárquica. Sicardo de Cremona, alrededor del año 1180, proponía la siguiente jerar-
quía al respecto: Evangelios, Decálogo y preceptos apostólicos; cánones de los primeros
cuatro concilios; cánones de los restantes concilios; decretales papales y derecho romano;
escritos de los Santos Padres; y finalmente exempla et consuetudines. Cfr. Munier, Ch.,
“L’autorité de l’Église dans le système des sources du droit médiéval”, p. 133; y Losada
Cosme, R., “La teoría de las fuentes del derecho eclesiástico en la renascencia jurídica de
principios del siglo XII”, REDC, vol. XV, núm. 44, 1960, pp. 317-370.
220 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

teología portátil, evidente y común,90 que ponen el acento, sobre todo,


en las consecuencias del incumplimiento de aquello que se ha recogido
en el documento, no tanto por la sanción material directa que se va a
aplicar, sino, sobre todo, por las consecuencias que en el orden espiritual
se van a producir, por esa equiparación del violador del derecho (que es,
en resumidas cuentas, un violador del orden social y, por ende, del orden
divino) a un personaje bíblico de reducidos o inexistentes recuerdos po-
sitivos, sino todo lo contrario: ejemplos de la maldad en toda su exten-
sión y ejemplos que, por lo tanto, deben ser evitados, intentando que no
se dé la equiparación con estas figuras. Fe y honor son la base esencial
del armazón que constituye las relaciones sociales y, por extensión, las
relaciones jurídicas. De la fe y del honor se extrae la consecuencia de la
protección. Una fe y un honor que son, por así decirlo, naturales a todo
ser cristiano y que pueden ser reforzados a través de juramentos sacros,
que no quitan (aunque sí añaden) elementos específicos de vinculación
entre los sujetos comprometidos. No hay sitio, pues, para la infidelidad,
ni para el deshonor, es decir, para cualquier vulneración de aquel código
de conducta que se considera natural, común, inherente al ser humano,
respetuoso con la creación. Los sujetos que han sido calificados así que-
dan fuera del manto protector del derecho, sufren la pérdida de la paz,
de la función tuitiva que el derecho debería jugar para con ellos. Son
expulsados de lo jurídico, quedan al margen de la vida verdadera y real,
de un modo absoluto o relativo, pero siempre desvalidos ahora frente a
las amenazas de un mundo que ya no presenta un rostro afable, sino cruel
e inhumano: la pena es definitiva y capital porque supone la exclusión
inmediata, dado que ninguna autoridad se encarga de verificarla. Opera
ipso iure, sin mediación humana, solamente el infractor cara a cara con

90 A modo de ejemplo, el proemio del Fuero de Sahagún dado por Alfonso VI en el


año 1084 contiene reflexiones de este género que lo identifican más con una auténtica
invocación del credo cristinano que con el preámbulo de un texto jurídico, acaso porque
en aquel instante las fronteras entre lo primero y lo segundo no existían con tanta nitidez:
“In nomine Dei qui est trinus et unus Pater et Filius et Spiritus Sanctus. Et qui est vera
deitas et una majestas in trinitate vera existens qui omnia ex nichilo cuncta creavit. Sed
primum hominem per diaboli artem in miseriam casum per misericordiam suam in celos
reparavit, et diaboli caliditatem evacuavit, atque suum plasmatem ad superna celestia an-
gelorum misericos revocavit, et bonam spem cunctis omnibus fidelibus dedit”, en Muñoz
Romero, Colección, p. 301.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 221

su conciencia y con Dios.91 Los reinos hispánicos no son la excepción a


esta tendencia general que se extiende por toda Europa. La religiosidad
documental también cobra aquí carta de naturaleza, aunque no es crea-
ción reciente del hombre medieval, sino que halla una raíz originaria en
el pasado gótico, esa suerte de recurso ideológico constante en el Medie-
vo hispánico, ese cajón al que echaba mano para justificar todo tipo de
decisiones de cualquier signo con el recurso constante al plan divino. 92
Las invocaciones aparecen, pues, como veremos, en los documentos
astures, leoneses, castellanos, catalanes, navarros y aragoneses —hay, de
todos modos, intensidades variables en los usos de la terminología bíbli-
ca— como un manto espiritual que cubre ese último rincón del mundo
conocido entonces. Pero la solución no es, ni mucho menos, novedosa.
Carlos Petit demostró en su día esa tendencia que los monarcas visigo-
dos tuvieron en la formulación de sus leyes a textos vetero y neotesta-
mentarios, referencias textuales a modo de arenga, de justificación o de
reflexión final sobre la labor del rey legislador y la dirección que debían
seguir sus emanaciones normativas, así como también las referencias

91 Como ejemplos de esas pérdidas, véanse los dos estudios complementarios de Or-
landis, Rovira, J., “Sobre el concepto de delito en el derecho de la Alta Edad Media”,
AHDE, núm. 16, 1945, pp. 112-192; y “Consecuencias del delito en el derecho de la
Alta Edad Media”, AHDE, núm. 18, 1947, pp. 61-165; y la gráfica trasposición de men-
talidades de De Arvizu y Galárraga, F., El valor intimidatorio de la pena en el derecho
medieval español: su proyección al momento actual, León, Universidad de León, 1986,
pp. 10-35. A modo de apuntamientos y perfiles sobre el periodo posterior, véase López-
Amo Marín, A., “El derecho penal español de la Baja Edad Media”, AHDE, núm. 26,
1956, pp. 337-367; y Lalinde Abadía, J., “La pena en la Península Ibérica hasta el siglo
XVII”, Recueils de la Société Jean Bodin pour l’Histoire Comparative des Institutions
(La peine), núm. 56, 2a. parte, Bruselas, De Boeck Université, 1991, pp. 173-203.
92 Las citas y concordancias de los textos bíblicos se han efectuado a partir de tres edi-
ciones consultadas: Biblia Sacra Vulgatae Editionis Sixti V, Pont. Max. jussu recognita
et Clementis VIII auctoritate edita (Barcelona, Libraria Religiosa-Ex Typographia Pauli
Riera, 1862); Sagrada Biblia. Versión directa de las lenguas originales, 12a. ed., Madrid,
BAC, 1962; y Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brower, 1976. Como complemen-
to de lo anterior y a modo de ilustración de los personaejes citados, con blibiografía de
raíz teológica sobre todo, puede consultarse: AA. VV., Manual Bíblico. I. Introducción
general a la Sagrada Escritura, Madrid, Casa de la Biblia, 1966, pp. 357 y ss., sobre
instituciones civiles, militares y religiosas; Enciclopedia de la Biblia, 2a. ed., 6 ts., Bar-
celona, Garriga, 1969; y Brown, R. E. et al. (dirs.), Comentario bíblico San Jerónimo, 4
ts., Madrid, 1971. Como complemento gráfico de lugares y escenarios, véase Wright, G.
E., Arqueología bíblica, Madrid, Cristiandad, 1975.
222 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

inexcusables a las necesarias imprecaciones al cumplimiento de la le-


gislación regia en cuanto que trasunto de una legislación divina. En su
exposición de esa teología jurídica y política, se observa perfectamente
la imbricación de los elementos profanos y divinos en una misma direc-
ción que acaba desembocando en la exaltación de Dios y de su vicario
en la tierra, con un empleo reiterado hasta la saciedad de los argumentos
bíblicos más interesantes referidos, sobre todo, a la justicia.93 Ese mo-
mento visigodo, como en muchos otros ejemplos, ha servido de modelo
para que en los siglos posteriores y bajo la égida de eso que se denominó
“neogoticismo”, se camine con paso firme y decidido a la recuperación
de los esquemas mentales de esa Hispania perdida, de esa Hispania de los
antepasados más o menos ficticia, de ese legado cultural que no fue erra-
dicado. El modelo visigodo, aquí como en otros casos, se perpetúa en los
primeros siglos medievales bajo el peso del cristianismo, de sus aciertos
y de sus excesos. La persistencia de esa tradición en su forma primitiva
ha evolucionado o bien, bajo el aspecto de una restauración, constituye
el primer argumento que se tomará en consideración.
Pero, ¿dónde y cuándo se ejemplifica la infidelidad como soberbia en
relación al incumplimiento de las normas, la desobediencia a la suprema
autoridad divina, la negación del acatamiento voluntario y necesario que
toda norma de procedencia divina debe de tener? El punto de partida, a
nuestro entender, lo puede constituir la última legislación goda, por cuan-
to que es el primer texto no canónico donde resultaría obvio el recurso a
la Biblia que se refiere a esa cuestión. Hallamos en una novella de Ervi-
gio un conjunto de imprecaciones que luego reaparecerán en la literatura
jurídica medieval y se convertirán en cauce común para la redacción de
los diversos negocios jurídicos. Se trata de una disposición que exige
la conversión de los judíos y de los requisitos que la misma debe reunir
desde un punto de vista dogmático, pero una conversión que ha deveni-
do legal, jurídicamente exigible, impuesta por el poder, por lo cual no
solamente la infidelidad a ese juramento llevará aparejada los castigos
propios del tenor religioso del mismo, sino también la intervención deci-
dida del monarca para volver a la verdadera fe a esas ovejas descarriadas.
Las consecuencias de esa conducta son apocalípticas, dado que se citan
las más famosas hecatombes bíblicas, como son las plagas de Egipto, el

93 Cfr. Petit, C., “Iustitia y Iudicium en reino de Toledo”, cit., nota 68, pp. 876 y ss.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 223

juicio de Datán y Abirón, el castigo de Sodoma y de Judá, la condenación


ígnea con el diablo y con sus ángeles. El infractor quedará en una situa-
ción de sufrimiento constante, perpetuo hasta la venida del Juicio Final,
que tampoco mejorará las cosas en exceso por el examen de lo pasado:

Quod si in quocumque aborbitans, aut sanctam fidem maculavero, aut ritus


Iudaice secte in quocumque observare intendero, seu si vos in quocumque
per huius iuramenti mei promissionem inlusero, vel sub specie cuiuslibet
iuramenti ea, que promisi, non ea intentione perfecero, sicut a vobis me
promitente audita vel intellecta sunt: veniant super me omnes maledictio-
nes legis, que in contemptores mandatorum Dei ore Domini promulgate
sunt; veniant etiam super me et super domum meam et filios meos omnes
plage Egypti et percusiones eius, et ad terrores ceterorum ita iudicium
dathan et Abiron super me veniat, ut viventem me terra deglutiat, sicque,
postquam hac caruero vita, sim eternis ignibus mancipandus, sim diabolo
vel suis angelis sociandus, sim habitatoribus Sodome et Iude particeps
in penali supplicio comburendus, et dum ante tribunal metuendi et glo-
riossi iudicis Domini nostri Iesu Christi pervenero, in ea parte adnume-
rer, quipus idem terribilis et gloriosus iudez minando dicturus est dicens:
Discedite a me maledicti in ignem eternum, qui preparatus est diabolo et
angelis eius.94

No sólo aquí, en las disposiciones legales, hay antecedentes. El am-


biente de religiosidad combativa se extiende a los pocos documentos es-
critos que se conservan de este periodo de nuestra historia. Las llamadas
“fórmulas visigodas” recogen modelos de conducta referidos a personajes
bíblicos que posteriormente inundarán la documentación de las primeras
centurias del Medievo. Satán y cohorte de demonios y diablos, expulsa-
dos de la comunión con los santos; Datán y Abirón, rebeldes del Antiguo
Testamento; Judas Iscariote, auténtico protagonista y encarnación de la
idea de traición, son citas continuadas que ejemplifican el modelo de com-
94 Lex Visigothorum 12, 3, 15 (Ervigio), Conditiones sacramentorum, ad quas iurare
debeant hii, qui ex Iudeis ad fidem tenientes profesiones suas dederint. Citamos por la
edición de K. Zeumer, MGH. Leges Nationum Germanicarum.Legum Sectio I. Tomus I.
Leges Visigothorum, Hannover, Leipzig, Hahnsche, 1902. Sobre el desarrollo de la idea
de traición en la época gótica, véase Iglesia Ferreirós, A., Historia de la traición. La
traición regia en León y Castilla, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de
Compostela, 1971, pp. 23 y ss. Un fresco general sobre la penalidad visigótica en Petit,
C., “Crimen y castigo en el reino visigodo de Toledo”, Recueils de la Société Jean Bodin
pour l’Histoire Comparative des Institutions (La peine), cit., nota 44, pp. 9-71.
224 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

portamiento perverso y abyecto, despreciable y ruín, que el buen cristiano


quiere evitar y que se asimila al incumplimiento de los preceptos tanto
regios como pactados a través de los correspondientes negocios jurídicos
recogidos. Así las fórmulas I, V, VII, XXIV, XXXIX y XLV aluden a estas
escenas trágicas tomadas de la Biblia, trágicas para sus protagonistas y trá-
gicas para aquellos que incumplan esa fidelidad debida al derecho.95 La es-
casa documentación práctica conservada del momento incide en esta línea
marcada por las disposiciones regias y por los instrumentos notariales.96

95 Véase Martín Mínguez, B., Las fórmulas tenidas por visigodas, Madrid, Imprenta
de Fortanet, 1920. Fórmula I: “… Sit ille deo reus, sic á sancta communione alienus, sit
a consortio, iustorum extraneus, sit á grege católico segregatus. Atque dum ille tremende
examinationis iudicii dies illuxerit: inter impiorum cruciamenta sortis Iudae damna susb-
tineat, inter crepitantibus flammis aeternis conflagetur in cendiis, sit que erga hominibus
manendo obnoxius illa parti vestrae suppleat, quae de maculanda ingenuitate legalis so-
nat sentencia…”. Fórmula V: “… Et sicut Satan et Abiron, viuus in infernum descendat,
et cum Iuda Scarioth participium sumat, et insuper inferat vobis auri libras tantas, et nec
sic quoque hanc libertatem inrumpere permittatur in quam rem…”. Fórmula VII: “…Et
iuditium Iude Scariotis sumat, vt in eius condemnatione communem habeas participium,
ac in aduentum Domini sit anathema maranatha, vel in hoc seculo exors ad ovni cetu
catholicae religiones Gyezi lepra percutiatur qui nostrae oblationis cartulam sacrilega
mente ineruare voluerint, haec Transgressor diuina ulciscente seueritate suscipiat, nulla
tamen ratione huius nostrae oblationis formam ineruare valeat in quam cartulam preseas
praesentibus stipulatus sum et spopondi…”. Fórmula XXIV: “… nam si quis sane quod
fieri non reor aliquis contra hunc factum deum venire conauerit tot libras auri fisci viribus
pro futuras cogatur exoluere et confusus recedat atque cum Judam Scarioth habeat parti-
cipium et nec sic quoque huic paginae valeat fundamenta disrumpere”. Fórmula XXXIX:
“…et sinceres de tam celeri domini vindicta congaudeant et quemadmodum descendit ira
dei super Sodomam et Gomorram ita super nos extuantibus flammis euiat mala, ac lepra
Gyesi viuosque terra absoribeat, quemadmodum absoruit Datan et Abiron viuos terra
sceleratissimos, vt videntes omnes superna irae Dei iuditium talibus hominibus terreantur
exemplo”. Fórmula XLV: “…sed a contrario continere vel defendere nituerit communi-
catio illius irrita sit a diabulo aeterna damnatione confusus sententia anathematorum pu-
niatur, et cum Iuda Scarioth aeterno iudicio concremetur nec vili hominum religiosorum
seu laicorum me apud se audeat retinene. Quod si fecerit suprascripta diuina damnatione
incurrat, et me apud se retinere non valeat”. La continuidad medieval de estas fórmulas
fue defendida en su día por Beneyto López, J., “Sobre las Fórmulas Visigodas Judas, Da-
tán y Abirón”, BRAH, núm. 101, julio-septiembre de 1932, pp. 191-197. La influencia
en otros ámbitos europeos vecinos, quizás por el empleo de fuentes comunes proceden-
tes en todo caso de la tradición jurídica visigoda, ha sido estudiada por Schwerin, C.,
“Sobre las relaciones entre la fórmulas visigóticas y las andecavenses”, AHDE, núm. 9,
1932, pp. 177-189.
96 Lo destaca Canellas López, A., Diplomática hispano-visigoda, Zaragoza, Institu-
ción Fernando El Católico, 1979, pp. 111 y 112, con los documentos allí mencionados.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 225

Finalmente, y de modo continuo, aparecen esas invocaciones religiosas en


el lugar más idóneo y evidente: las actas conciliares. Desde el II Concilio
de Toledo, del año 527, hasta los más clásicos desde el punto de vista de
la edificación política de la monarquía goda (concilios III, IV, V, VI, XIII,
XVI y XVII),97 todos van plasmando, en relación a la espinosa cuestión de
la fidelidad y los juramentos, las consecuencias negativas derivadas del in-
cumplimiento de lo preceptuado en las reuniones conciliares. La fidelidad
especial concertada y la fidelidad general debida al monarca constituyen
dos elementos entrelazados que sirven de sustento al aparato político en
esa lucha agónica que se dio en la monarquía germánica entre el principio
monárquico y el principio aristocrático, dado que el segundo representa la
visión idílica, teórica o canónica de una obediencia que se dispensa de for-
ma natural, estable y que nunca puede ocultarse, mientras que la primera
se basa en pactos específicos que nacen para reforzar o restaurar, según los
casos, la debilidad consustancial en la que se halla la segunda, la confianza
pública general debida por todos los súbditos sometidos al rey en un mo-
mento en que el feudalismo (o, mejor, el protofeudalismo) está haciendo
su aparición y está minando las bases esenciales de las relaciones políticas
hasta ese instante conocidas.
Las referencias a personajes bíblicos, ejemplos de perfidia, rebeldía y
derrota a manos del propio Dios,98 a la condenación y al fuego eternos, a

Penas espirituales que reconducen a los esquemas que se citarán a continuación: excomu-
nión, anatema, ira de Dios o terror divino, juicio de Dios, maldición divina, fuego eterno,
báratro, compañía del diablo, de judíos, de paganos y de Judas, o ya la personificación de
los incumplimientos en moldes bíblicos como Ananías y Safira, Sodoma y Gomorra, la
lepra de Giezi, Datán, Abirón y nuevamente Judas. Aparece, por ejemplo, en la donación
de Chindasvinto que se conserva en la catedral de Astorga, en Astorga I, núm. 1, 646, p.
53: “Sit anathema in conspectu Domini Patris omnipotentis et in sanctorum angelorum
sit condemnatus et perpetua utlione percusus in conspectu Domini nostri Iesuchristi et
sanctorum apostolorum eius sit etiam in conspectu Sancti Spiritus et Martirum Christi
repetita anathema marenata, id est, duplici perditione damnatus ut de hoc seculo sicut
Datan et Abiron vivus tera continuo absorbeatur laui et tartareas penas cum Iuda Christi
proditore perenni perferat cruciatu et super inferat meae parti que vestre ipsum monaste-
rium duplatum vel triplatum”.
97 Citamos por Concilios visigóticos e hispano-romanos, Barcelona, Madrid, Centro
Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1963.
98 II Concilio de Toledo (año 527). Exposición del obispo de Toledo, Montano, con
referencias a Nadab y Abiud, hijos de Aarón, quienes murieron al ofrecer fuego profano
a Dios (Números 26, 61); Coré, Datán y Abirón, a los que nos referiremos supra; Ocías u
Ozías, muerto de lepra enviada por Yahvé al tratar de ingerirse en cuestiones sacerdotales
226 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

la pérdida de la comunión con Dios y con sus ángeles —y el subsecuente


refugio en manos del diablo y los suyos—,99 la remisión al tribunal del
futuro,100 pecados de Judá incluidos,101 van acompañando los anatemas,
excomuniones y demás sanciones materiales que se impondrán a los in-
fractores. Judas comienza ya a perfilarse como el protagonista de excep-
ción.102 Se va creando todo un imaginario de lugares y recursos comunes

y tratar de dirigir los ritos del Templo, y su hijo Jotam (llamado Ozán en el texto conci-
liar), también mencionados en 2 Crónicas 26, 16-23. Con estas invocaciones se quiere
poner de manifiesto el fracaso al que están abocados todos aquellos que se rebelan contra
los designios divinos, especialmente, contra la atribución a los sacerdotes de sus funcio-
nes características y el intento de usurpación de las mismas por parte del poder secular.
99 III Concilio de Toledo (año 589). Profesión de fe de los obispos, presbíteros y
próceres visigodos: “Si qui autem ab ea recesserint eiusque detraxerint fidei et commu-
nionem respuerint, hii audiant ore divino in die iudicii: Discedite a me maledicti, necio
vos, ite in ignem aeternum qui paratus est diabolo et angelis eius. Sint ergo damnata
in coelo et in terra quaequumque per hanc catholicam fidem damnantur, et sint accepta in
coelo et in terra quaequumque in hanc fidem accipiuntur, regnante domino nostro Iesu
Christo, qui cum Patre et Spiritu Sancto est gloria in secula seculorum. Amen”. IV Con-
cilio de Toledo (año 633), canon 75, para quien infringiese el juramento de fidelidad del
monarca para con su pueblo se prescribe “neque partem iustorum habeas sed cum dia-
bolo et angelis eius aeternis suppliciis condemnetur una cum eis qui eadem coniuratione
nituntur, et par poena perditionis constringat quos in pernicie prava societas copulat”. V
Concilio de Toledo (año 636), canon 3: “…sit a consortio catholicorum privatus et divino
anathemate condemnatus”. VI Concilio de Toledo (año 638), canon 3: “…ergo postquam
ordine promisso ad gubernacula accesserit regni, si ipse temerator extiterit huius promis-
si, sit anatema Maranatha in conspecto sempiterni Dei et pabulum efficiatur ignis aeterni,
simul cum eo damnatione perculsi quiquumque sacerdotum eius implicati fuerit errori”.
XVII Concilio de Toledo (año 694), canon 7: “Si quis igitur hoc pietatis edictum violan-
dum delegerit, infirmandum crediderit aut quoquo pacto temerare intenderit, sit perpetue
anathematis ultione damnatus et a pagina caelesti abrasus, atque cum diabolo eiusque
acrioribus supliciis alligatus”.
100 XIII Concilio de Toledo (año 683), canon 4: “Sit aeterno anathemate fultus et futuri
examinis indicio condemnatus”.
101 XVI Concilio de Toledo (año 693), canon 1.
102 IV Concilio de Toledo (año 633), canon 75: “Et ideo su placet omnibus qui adestis
haec tertio reiterata sentencia, vestrae vocis eam consensu firmate. Ab universo clero vel
populo dictum est: Qui contra hanc nostram definitionem praesumserint anatema Mara-
natha, hoc est perditio in advente Domini sit, et cum Iuda Scarioh partem habeas et ipse
et socii eorum. Amen”. XVI Concilio de Toledo (Año 693), canon 10: “Et ideo si placet
omnibus qui adestis haec tertio reiterata sentencia vestrae vocis eam consenso firmate.
Ab universis Dei sacerdotibus, palatii senioribus, clero vel omni populo dictum est: Qui
contra hanc vestram definitionem venire praesumpserit, sit anatema Maranatha, hoc est,
perditio in adventum Domini et cum Iuda Scarioth partem habeat ipse sociisque suis”.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 227

que los escribanos se verán prestos a emplear con fruición. Con lo cual,
hallamos tres posibles influencias dentro de la obra normativa de un po-
der que se significó de modo claro y rotundo por su cristianismo, por
el furor de la conversión, por la adaptación con arreglo a la mentalidad
cristiana del aparato político y por la aplicación de sus principios a la
totalidad de la legislación. Esas tres influencias serían la propia legisla-
ción regia, de lo que es ejemplo la ley de Ervigio dictada para establecer
aquello que constituiría el credo que los judíos deberían profesar; los
concilios, lugar de donde originariamente manarían aquellas referencias
a la Biblia como texto modélico o ejemplar y las fórmulas visigóticas,
admitiendo que se trata de un formulario supuestamente de comienzos
del siglo VII, el cual aparece como especie de paradigma de la literatura
notarial gótica y cuyos modelos escriturarios bien pudieron pervivir más
adelante en las zonas mozárabes o cristianas. La persistencia del derecho
visigodo y del estilo cultural en aquél encarnado, a través de estos tres
frentes abiertos, se da sin solución de continuidad en las centurias medie-
vales. La religiosidad gótica, plasmada en los ejemplos apuntados, había
sido ya ensalzada por Sánchez-Albornoz, en la ya clásica polémica con
Castro, puesto que ese modo especial de vivir el cristianismo no derivó
del contacto con una nueva espiritualidad, como fue la islámica, sino que
halló raíces anímicas propias que fueron afirmando y magnificando ese
contexto de espiritualidad, enfrentado ahora a las nuevas circunstancias
de las primeras centurias medievales.103
Una base visigótica que se podría ver reforzada por medio de dos
modelos que se sucederán en el tiempo, junto a la presencia constante,
acreditada por las colecciones canónicas y diplomáticas, de la documen-
tación procedente de la Santa Sede y de los sucesivos pontífices es la
normativa de procedencia carolingia, de indudable prestigio en la Europa
occidental y, al mismo tiempo, plenamente imbuida de esta religiosidad
si se quiere amenazadora (aproximadamente en el tránsito del siglo VIII
al siglo IX),104 y la fuerza espiritual revivificante que supone para toda la

103 Véase Sánchez-Albonroz, C., España, un enigma histórico, 6a. ed., Buenos Aires,
Edhasa, 1977, t. I, pp. 241 y ss. Dos son los parámetros bajo los cuales debe de ser exa-
minada esa fe: la pérdida del gusto por la investigación acerca del hombre y del mundo
para centrar la vida bajo el ropaje de la fe, y la teocratización de la sociedad, consagran-
do íntegramente la contextura vital al servicio de la vida ultraterrena.
104 Sobre todo, por motivos que a nadie se le escapan, la normativa de tipo conciliar.
Véase MGH. Concilia Aevi Merovingici. I. En los capitulares apenas se hacen menciones
228 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

cristiandad la generalización de esas paces y treguas especiales, llama-


das “de Dios” que asimismo fomentarían esta espiritualidad pedestre y
rudimentaria, que descansaba sobre todo en el temor, en el miedo, en la
amenaza (estamos ya a mediados del siglo X). Sin perjuicio todo ello de
la propia vitalidad intelectual y cultural que los visigodos habían forjado
en la Península con importantes centros de cultura que se hallarán en
condiciones de proporcionar todo un sustrato ideológico a los primeros
siglos medievales a través de la perduración de sus obras, destacando
sobremanera el peso específico de Isidoro de Sevilla,105 al que acompa-
ñan en esa galería de sabios influyentes Braulio de Zaragoza, Ildefonso
y Julián de Toledo. De los documetnos eclesiásticos tanto papales como
episcopales, que crean el modelo común originario, es lógico deducir el
desembarco posterior masivo que toda esta serie de imprecaciones rea-
lizan en el campo de los textos reales o señoriales, en todo caso, en un
ambiente no clerical, sino secular. La Península, a pesar de las circuns-
tancias históricas singulares a las que tiene que hacer frente, sin em-
bargo, no está aislada de lo que acontece en el resto de la cristiandad
occidental. Los vínculos con la corte carolingia son intensos, tanto desde
los condados catalanes (por motivos obvios), como desde Asturias y los

como las que hallaremos en los documentos hispánicos, sino que se desprende de su
lectura un sentido mucho más pragmático, con una religiosidad ciertamente existente,
más encubierta, sutil, latente, como se pone de manifiesto en las invocaciones con las
que se inician los textos, plenas de reminiscencias teológicas. Las cláusulas finales sue-
len referirse a penas físicas o pecuniarias, o bien a la pérdida de feudos y beneficios, con
una clara vocación de cumplimiento y de realización de lo ordenado. Hay excepciones
aisladas, referidas a Judas, la separación de la comunión de los cristianos y demás tipo-
logía común. Véase MGH. Capitularia Regum Francorum. I. 131 Capitularia de Iudaeis
(fecha incierta), pp. 258-259; I. Additamenta ad capitularia regum Franciae Orientalis,
131, 823-825, pp. 304-305; 168 (fecha incierta), p. 335; y Ansegisi Abbatis Capitularium
Collectio, pp. 400 y 401. La vinculación carolingia, sobre todo con los condados catala-
nes y con el reino asturiano, sin embargo, no permiten afirmar una influencia decisiva,
sino el desarrollo de una tradición propia dentro de la Península Ibérica. Sí aparecen en
todo instane citas bíblicas para justificar la labor normativa de los monarcas, sobre todo
del Antiguo Testamento, y para legitimar los cambios operados en las tradiciones jurídi-
cas compiladas, lo que demuestra de nuevo el empleo reiterado de la Biblia en todos los
ámbitos posibles.
105 Véase, a modo de síntesis, Díaz y Díaz, M. C., De Isidoro al siglo XI: ocho estudios
sobre la vida literaria peninsular, Barcelona, Ediciones El Albir, 1976; y Antelo Iglesias,
A., “Sobre el magisterio isidoriano en la Alta Edad Media. Notas de historia literaria y
cultural”, Hispania, vol. XXXVIII, núm. 138, 1978, pp. 55-70. Como marco general,
véase García-Villoslada, R. (dir.), La Iglesia en la historia de España. II. 1º, Madrid, La
Editorial Católica, 1982, pp. 64 y ss.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 229

condados pireniacos occidentales. La cultura común cristiana se siente,


se palpa, se extiende, incluso se exporta.106 Una posición singular dentro
de este entramado cultural será ocupada por la ciudad de León, acaso el
único centro de vida que merezca el calificativo de urbe, junto a Oviedo
y Compostela, referencia cultural donde la corte está presente, la intensa
actividad eclesiástica y el destino de las migraciones interiores mozára-
bes han contribuido a forjar un impresionante emporio de cultura. Núcleo
comercial y económico, núcleo defensivo y centro religioso, comporta
un modelo o diseño que posteriormente servirá para calificar a las res-
tantes ciudades cristianas, acaba erigiendo un núcleo cultural de primer
orden, comparable a muchas de sus coeatáneas europeas. Y esa cultura
que allí se desarrolla es cultura religiosa, lo cual es tanto como decir cul-
tura bíblica, con ese texto como inspirador de todo tipo de enseñanzas,
de la que se nutrirán las pocas personas cualificadas para la escritura de
los textos, para conformar los documentos que nos vamos a encontrar.
Un papel análogo lo jugarían otras ciudades como Barcelona, Zaragoza,
Jaca, Pamplona, las principales sedes episcopales o los plurales monas-
terios, donde se forjan poco a poco escuelas de amanuenses, adiestrados
en la lectura y en la escritura del texto bíblico.
Con estos mimbres, los redactores de los documentos medievales se
hallaban ya en condiciones de garantizar a los autores o partícipes de
los mismos una fidelidad a la letra escrita, porque junto a los perjuicios
de corte económico, patrimoniales, aparecía otra línea más remota (pero
más temida) de perjuicios espirituales con los cuales no cabía ninguna
suerte de negociación y que nadie estaba dispuesto realmente a pagar,
ni siquiera a intentar que aparecieran tímidamente sus efectos. Veamos
cómo se articularon esas soluciones.

Primer protagonista de la documentación —en orden cualitativo, no


cuantitativo—, es el diablo en sus diferentes versiones y denominacio-
106 A modo de fresco sobre el panorama cultural, véase Sánchez-Albornoz, C., His-
toria de España de Menéndez Pidal, Madrid, Espasa-Calpe, 1980, t. VII. I, pp. 615 y
ss., para el reino astur-leonés; Vázquez de Prada, L., “Beato y el ambiente cultural de su
época”, Homenaje Académico a Emilio García Gómez, Madrid, 1993, pp. 65-76; y AA.
VV., Historia de España de Menéndez Pidal, Madrid, Espasa-Calpe, 1999, t. VII. II, para
los restantes reinos hispánicos. Para los siglos centrales, remitimos a los tomos XI y XVI
de la misma obra colectiva.
230 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

nes: satán, demonio, diablo,107 los vocablos se intercambian con fluidez


y naturalidad, son las más empleadas, mas no las únicas. Equiparado al

107 Véase León-Dufour, X., Vocabulario de teología bíblica, Barcelona, Herder, 1967,
pp. 745-747. La voz más usual es “Diablo” Diplomática astur, vol. II, núm. 104, 873,
p. 78: “Sit primitus a Domino Jhesu Christo maledictus, et a Christi corpus et sanguine
excomunicatus, et a limine sancte matris ecclesie secuestratus, utrisque in fronte vivens
careat lucernas, demumque cum diabolo et Judas traditore marata anathema factus, cum
demonibus penas eternas sustineat luiturus, amen”. Pero hay cabida para otras voces
análogas: “Demonio”, San Millán, núm. 14, 903, p. 20: “Sit primitus a Domino Jhesu
Christo maledictus, et a Christi corpus et sanguine excomunicatus, et a limine sancte
matris ecclesie sequestratus, utrisque in fronte vivens careat lucernas, demumque cum
diabolo et Judas traditore marata anathema factus, cum demonibus penas eternas susti-
neat luiturus, amen”; “Satán” y “Satanás”, en Ubieto, San Millán, núm. 328, 1063, p.
315: “Cum Satana et Iuda traditore habitator sit inferni, per omnia secula, amen”; Irache,
núm. 30, 1064, p. 41: “Mitatur cum Iuda traditore et satelitibus Satane in flumis inferni in
seculis sempiternis”; núm. 42, 1068, p. 57: “Mittatur cum Iuda traditore et satellibus sa-
thellitibus Sathane in orendis claustris tetri abissi in seculis sempiternis”; núm. 49, 1072,
p. 65: “Et ligetur cum Satan in artissimis uinculis inferni in seculis sempiternis, amen”;
núm. 57, 1076, p. 76: “Mittatur cum Iuda traditore et angeli Sathane inenarrabilibus fla-
mis, tetri abissi in seculis sempiternis”; núm. 80, 1100, p. 103: “Et ligetur cum Satan in
orrendis claustris inferni profundi, amen”; y núm. 208, 1187, p. 225: “Et in eternum cum
Satana et angelis eius habeat porcionem”; Urraca, núm. 84, 1116, p. 486: “Et cum Iuda
Domini traditore dimissus, et habeat communionem cum Sathana et cum angelis eius”;
San Vicente Oviedo, núm. 197, 1141, p. 188: “Et cum sathana et angelis eius in infernum
perhenne deputatus”; núm. 203, 1144, p. 193: “Et cum Sathana trusus in inferno, luat
penas pro illato dampno”; núm. 240, 1155, p. 230: “Sit maledictus et excomunicatus
cum Sathan et cumplicibis eius eternis ignibus cruciandus”; núm. 248, 1158, p. 238:
“Et sit sors eius cum Sathana et habitatoribus inferni et cum Juda Domini proditore”;
núm. 250, 1158, p. 241: “Luatque penas cum satana eiusque conplicibus eterna morte”;
y núm. 263, 1155, p. 252: “Sit maledictus et excomunicatus, cum Satan et conplicibus
eius eternis ignibus cruciandus”; Lacarra, J. M. y Vázquez de Parga, L., “Fueros leone-
ses inéditos”, AHDE, núm. 6, 1929. Fuero de Ríoseco, núm. 4, 1222, p. 436: “Et cum
Sathana in perpetuum damnatus”; “Belzebú”, Leire, núm. 88, 1071, p. 137: “Si quis uero
ex meis succesoribus, aliqua magna aut minima persona, inquietare uoluerit te super hoc
meum concessum, primitus in hac uita binas careat lucernas et postea non euadat auerni
penas, set cum belzebub in regno eius sit habitans, amen”; Alfonso I Aragón, núm. 96,
1120, p. 153: “Et anathematizatus cum Iuda traditore habeat in inferno mansionem, cum
Belzebub participacionem per infinita secula seculorum, amen”; o la variante más exótica
“Behelzebut”, La Rioja, núm. 86, 1126, p. 149: “Si quis autem temerator presumptuosus
accesserit et hanc carte seriem infringere uel perturbare ausus fuerit, in primir lumine
careat oculorum, deinde iram incurrat Dei et Sancte Marie, post mortem quoque habeat
Iudam Scarihot traditorem consortem et Behelzebut consolatorem”; “Natanael”, Saha-
gún II, núm. 400, 1013, p. 45: “Et qui miserit in hista cartula aliquid que non licet sedeat
ille condemnatus et cum Iuda confirmatus et cum Natanael uel socii eius”; y núm. 458,
1040, p. 118: “Sedeat ille condemnatus et cum Iuda confirmatus et Natanael uel sociis
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 231

mismo aparecerá Judas, en un lugar de dudoso privilegio. Sí, es éste el lí-


der en cantidad de invocaciones, pero el predominio moral —si podemos
emplear ese dudoso término—, lo tiene satanás, ¿por qué esa fijación
obsesiva con el ángel caído? La respuesta surge de inmediato y enlaza
con el contexto mental en el que nos estamos moviendo. La negación de
la divinidad, el diablo, es tanto como la negación de todas y cada una
de sus creaciones o emanaciones. Si afirmamos a Dios, Éste aparecerá
ante nosotros en su plenitud. Si lo rechazamos, entonces la corte de los
demonios ocupará su lugar. Si nos atenemos a la cosmovisión medieval,

eius et cum Dadan et Abiron qui propter sua xelura terra uibos obsorbuit”; Entrepeñas /
Escalada, núm. 20, 1135, p. 70: “Inprimis sit maledictus et cum Nathanahel sociatus et
cum Iuda traditore anathematizatus”. Existen errores de los propios copistas que hacen,
a modo de ejemplo, llamar al diablo “Zabulo”, como en en Sahagún I, núm. 114, 949, p.
149: “Et cum nequissimi zabulorum principe eternis penis trudentus et in corpore vivente
lumine et oculorum careat visione et non cum electis sed cum reprobis perpetuam abeat
mansione”; Liébana, núm. 55, 952, p. 67: “Et non habeat potestatem cum ecclesia sancta,
sed cum Zabulo descendant in pena, et insuper persoluat ecclesie uestre auri libras tres
et insuper ante tribunal Domini mecum asserat, et hec paginola firmis permaneat”; San
Millán, núm. 62, 984, p. 73: “Et cum Zabulo in gehenna perpetim penas luat”; núm. 67,
996, p. 77: “Demumque in inferno inferiori eternas cum zabulo sustineat penas, amen”;
núm. 68, 992, p. 78: “Cum zabulo et eius ministris et cum Juda Scarioth eternas luat pe-
nas perpetualiter in inferno inferiori”, y núm. 87, 1020, p. 100: “Et cum zabulo in gehenna
perpetuas luat penas, amen”; Sancho el Mayor, apéndice II, núm. 58, 1031, p. 385: “Et in
prefati vinas careat lucernas atque in eternum baratri antra dimersus penas sustineat cum
Zabulo lugiturus”, y apéndice III, núm. 211, 1054, p. 452: “Si quis autem hoc meum fac-
tum disrrumpere uoluerit, siue rex uel princeps, sine miles, seruus uel liber, propinquus
uel extraneus, carentibus bonis, utentibus malis, de Christo dampnatus, a diabolo nexus,
regnum cum zabulo et cum sociis ejus in ereui antro. Amen”; La Rioja, núm. 9, 1047, p.
37: “Istud factum, si aliquis homo siue ex nobilibus siue ignobilibus corrumpere uoluerit
ob suam superbiam, maledictus a fidelibus, extraneatus a proienie eius, carentibus bonis,
utentibus malis, a Christo dampnatus, a diablo uinculatus, regnet cum illo Zabulo de suis
stipatus sociis in Ereui antro. Amen”, y núm. 19, 1060, p. 65: “Et cum Zabulo sit ignibus
eternis consumandus, amen”; Alfonso VI, núm. 1, 1067, p. 4: “Sed penas eternas cum
Iuda, Domini traditores, orribiliter semper lugeat cum Zabulo in inferni baratro”; Santa
María La Real Nájera, núm. 18, 1074, p. 36: “Et cum Zabulo sit ignibus eternis con-
summandus, amen”. Error que se reproduce en algunos documentos pertenecientes a los
mismos corpora documentales, lo que incide en la labor muchas veces mecánica que
los copistas, meros amanuenses, reproductores que no creadores de textos, desarrollaban.
Es factible asimismo que el error sea intencionado y no se trata realmente de ningún de-
fecto del copista, de creer a Robert Graves y a Raphael Patai, es decir, que la expresión
mencionada sea una derivación de la deidad ugarítica “Baal-Zebub” o “Zebul” (de donde
Belcebú), consultada por el rey Ocozías en Ecrón (2 Reyes 1, 2 y siguientes) y siglos
después los galileos acusarán a Jesús de tener tratos con ese “príncipe de los demonios”.
Cfr. Graves, R. y Patai, R., Los mitos hebreos, Madrid, Alianza Editorial, 2004, p. 10.
232 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tan importante es Dios como el diablo en tanto este segundo sirve para
reforzar las cualidades de Aquél. Dios y el diablo se oponen en todas
las cualidades, en todos los ámbitos, y luchan por la dominación de los
cielos y de la tierra, asistiendo el hombre, como convidado de piedra,
a esa pugna de dimensiones milenarias, si bien es aquél el bocado más
apetecido, el objeto último de las luchas entre los dos poderes, el botín
deseado, lo que se pone de manifiesto a lo largo de la vida de la criatura
y, sobre todo, en el momento crepuscular de su muerte.108
Ambos se necesitan porque el combate entre el bien y el mal es lo que
caracteriza la historia de la humanidad y son los representantes egregios
de cada una de esas posiciones respectivas los que identifican lo bueno
absoluto y lo malo absoluto. Nuevamente afloran los ecos de Agustín de
Hipona. Dios se identifica, ya lo hemos visto, con el derecho y con la jus-
ticia. El diablo se opone, por tanto, a esta identificación: es la injusticia,
es el error, es la ausencia de juridicidad. No sorprende, pues, que el que
incumpla algún mandato jurídico, dice un documento del monasterio de
Sahagun, “non habeat parte in lege Domini”.109 El pecado del diablo es el
más grave dentro del catálogo de pecados capitales: su soberbia lo llevó

108 En este sentido, la aparición del diablo, dice Le Goff, adopta dos formas clásicas: el
seductor, con apariencias engañadoras y atrayentes, y el perseguidor, ahora con su aspec-
to más terrorífico, dirigido en ambos casos al hombre, objeto real de la disputa que suele
tener como escenario su propia muerte, momento de la suprema tentación. Satán, por un
lado, y San Miguel, por el otro, lugarteniente de Dios (para eludir la visión maniquea)
tratan de llevarse el alma del difunto a sus respectivos dominios. Cfr. Le Goff, J., La civi-
lización del Occidente medieval, cit., nota 5, pp. 226 y 227. A mayor abundamiento sobre
las representaciones del diablo, véase voz “Teufel”, Lexikon für Theologie und Kirche,
2a. ed., Friburgo, Herder, 1965, t. X, pp. 1-5; voz “Gott”, Lexikon des Mittelalters, cit.,
nota 88, t. IV, cols. 1.581-1.583; y voz “Teufel”, en ibidem, t. VIII, cols. 578-591; Le
Goff, J. y Schmitt, J. C. (eds.), Diccionario razonado del Occidente medieval, Madrid,
Akal, 2003, voz “Diablo”, pp. 212-220; y voz “Dios”, pp. 221-231; y Seibt, F., La funda-
ción de Europa. Informe provisional sobre los últimos mil años, Barcelona, Paidós, 2004,
pp. 301-306.
109 Sahagún II, núm. 712, 1072, p. 437. Más casos en Gradefes, núm. 40, 1137, p. 61:
“Et sit scomunicatus a fide et a lege Christi xeparatus non abeat parte cum Deus protec-
tore set cum Iudas proditore in eterna dampnacione, amen”; núm. 68, 1151, p. 95: “In
primis sedeat excomunicatus et a lege Dei segregatus et cum Iuda in inferno damnatus”;
y núm. 86, 1151-1157, p. 118: “Sit excomunicatus a fide et a lege Christi separatus”;
Sahagún IV, núm. 1.311, 1151, p. 230: “Et si aliquis homo, tam de propinquis quam de
extraneis, quisquis ille fuerit qui talia comiderit et nostrum scriptum frangere quesierit,
imprimis sedeat excomunicatus et ad lege Dei segregatus et cum Iuda traditore in inferno
dampnatus”.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 233

a considerarse análogo a Dios, cuando era simplemente una criatura y


una criatura además rebelde, disconforme con los mandatos divinos. Si
el derecho es mandato divino por antonomasia dirigido a los hombres, en
consecuencia la figura que mejor expresa, que mejor ejemplifica ese rol
de incumplimiento de los designios de Dios es su máximo agonista. La
humanidad aparece dividida en dos bloques irreconciliables, si se permi-
te la expresión, y nuevamente los tímpanos medievales dan buena prueba
de esa bipartición: imagen de una lucha sin cuartel entre dos bandos en-
frentados. En consonancia con esta idea, aquel que infrinja el derecho,
esto es, el que incumpla el plan divino, hallará refugio precisamente en
los brazos del diablo que es el no-derecho, el representante institucio-
nalizado, si se quiere, de ese incumplimiento constante y reiterado de la
planificación que Dios ha querido dar a la humanidad, el representante
de la felonía con todos sus auxiliares que reproducen miméticamente
el esquema de las grandes cortes feudales. También Dios aparece como el
señor de los señores, el supremo hacedor, la culminación de cualquier
escala jerárquica. Y en ocasiones propicias se deja entrever esa jerarquía
celestial de la cual quedará apartado aquel que se ha apartado por su sola
voluntad o sugestionado por el diablo del recto camino que el derecho le
marcaba. Ángeles, arcángeles, patriarcas, profetas, apóstoles, mártires,
evangelistas, todos los santos, forman esa cohorte que acompaña a Dios
y lo auxilia en el desempeño de sus funciones, pero, sobre todo, en su
batalla continuada contra la maldad.110
Si, como ya dijimos, solamente en el seno de Dios es posible el orden
y, con el orden, el derecho, fuera de esta vía divina no encontraremos más
que miseria, caos y desolación, parajes por los que se mueve con suma
tranquilidad y naturalidad el diablo y a los que serán transportados los se-
res que infrinjan lo preceptuado por Dios. Lo expresa claramente Alfonso
VIII cuando concede términos al concejo de Ávila: si alguien estimulado
por el diablo incumpliese lo aquí concedido,111 parece dar a entender que
110 Por eso, Dios es calificado como “señor de señores”, en Ubieto, San Millán, núm.
306, 1059, p. 297: “Sit a Domino dominorum maledictus, et a consortio christianorum
separatus, et demum cum Iuda traditore in inferni baratro, per cuncta secula submersus,
amen”, acompañado por toda esta corte celestial anexa, en Ubieto, San Millán, núm. 344,
1065, p. 328: “Separetur a consorcio angelorum, archangelorum, patriarcharum, prophe-
tarum, apostolorum, evangelistarum, omniumque sanctorum Dei”.
111 Alfonso VIII, núm. 612, 1193, p. 89: “Si quis uero aliquo ausu, non minus temerario
quam nefando instintu Sathane stimulatus, hoc factum meum disertorum virorum consi-
lio aprobatum irritare presumpserit…”.
234 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

no es el hombre el que se mueve en la dirección contraria al derecho,


sino que es el diablo el que lo impulsa, el que lo somete a sus designios
y el que lo hace pecar con esta variante última que es la infracción en
cuanto que incumplimiento de las órdenes divinas. Cuerpo y alma son
responsables, por lo que ninguno de los dos podrá hallar reposo y serán
compelidos a la más implacable de las soledades: “Ibi ueniat infirmitas
ubi nullus uisitetur, ibi ueniat mors ubi nullus sepeliatur”.112
Traducido en las palabras mundanas: el que incumpla los mandatos
jurídicos del rey o de cualquier autoridad, en cuanto que expresiones de
la voluntad divina (Dios crea y sus vicarios expresan esa creación, como
ya hemos dicho) debe ser expulsado y debe buscar refugio entre lo más
despreciable y bajo de la creación, el diablo y su corte, aquellos que de-
cidieron un buen día rebelarse contra el mismo Dios e incurrir en el peor
de los pecados que un ser, una criatura pueda cometer: el deseo de infi-
nitud en un ser finito, la idea de superioridad frente al único ser superior,
la idea de suplantar la perfección divina por la imperfección de aquella
naturaleza creada. El recurso que los diferentes textos dedican al diablo
y a sus legiones obedece, pues, a una idea profundamente arraigada en la
mentalidad medieval, que no puede ser calificada en puridad como ma-
niquea: la maldad del diablo hace que le acompañen precisamente todos
aquellos que han hecho del mal la razón de su existencia, sin posibilidad
alguna de redención. Pero ese recurso del diablo puede adoptar dos for-
mas en cuanto que negación de la divinidad: o bien se alude a la ira de
Dios omnipotente, sin más, o bien se alude a lo que se pierde y al lugar
adonde se va a refugiar el sujeto implicado.
El incumplimiento del derecho da paso a la intervención de Dios en toda
su inmensa omnipotencia, con una serie de consecuencias implícitamente
conocidas, o bien se expresa por medio del recurso de la indicación de
toda la gama de destinatarios que compartirán con el infractor un univer-
so de sufrimiento, amargura y dolor. Una variante positiva, simplemente
referida a lo más temido (la ira de Dios), o una variante directiva, en la
cual se señala el lugar que corresponde al condenado, al infractor, que
no serán los cielos en los que no tendrá derecho a ninguna heredad,113 de

112 Aguilar de Campoo, núm. 23, 1164, p. 125.


113 Documentos, núm. 2, 951-957, p. 4: “Et si aliquis homo contra hunc factum nos-
trum ad disrrumpendum venerit, propinquis vel extraneis non abeat hereditate in regno
Dei”; morará en la mansión y llamas del infierno inferior, como en Leire, núm. 17, 1015,
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 235

los que será extraño,114 o de los cuales queda apartado perpetuamente.115


El reino de Cristo y de Dios no parece dispuesto o preparado para él.116
No hay heredad de la que disfrutar en el paraíso.117 Su lugar es otro con
toda probabilidad. Son esos horrendos claustros del infierno profundo,
del infierno inferior (nueva referencia a la mitología hebrea y a las varias
clases de infierno: el que le corresponde siempre es el más hondo), del
que no se puede salir bajo ningún concepto y sin ninguna clase de reden-
ción o de mediación. a los que se ligará su destino por toda la eternidad,
como dice Jimeno Galíndez en una donación del año 1100 al monasterio
de Irache: “Si quis tamen hoc meum factum disrumpere uoluerit de meis
filiis uel propinquis aut consanguineis uel quislibet homo, fiat excomu-
nicatus et segregatus a comunione Christi et ab omni zetu katholico et
ligetur cum Satan in orrendis claustris inferni profundi”.118 Los efectos
negativos son tales que al posible infractor no se le da un nombre con-
creto, sino que se alude a él con pronombres, con cierto tono despectivo.
Ha perdido también el derecho a una denominación particularizada, a su
propia individualización, lo que implica su exclusión de la comunidad
puesto que no hay referencia externa que sirva para identificarlo. No es
necesario su nombre porque ya nadie lo llamará en el futuro.119

p. 39: “Et in futuro seculo cum Iuda, Christi domini sui traditore, et cum persequutoribus
sanctorum martirum et cum Datan et Abiron sciat se interpellantibus sanctis submer-
surum et arsurum in mansionibus et flammis inferni inferioris”; o su heredad estará en el
infierno, como en Irache, núm. 5, 1032, p. 9: “Et si aliquis ex meis filiis aut nepotibus uel
pronepotibus aut extraneis conatus fuerit corrumpere hoc nostrum factum, careat binis
lucernis, demumque anathematizatus ab ecclesia catholica, utatur habitatione tetri bara-
tri, amen”.
114 Diplomática astur, vol. I, núm. 51, 846, p. 237: “Et sit extraneus de hoc testamento
et de regno Dei, et sit anatema marenata in conspectu Dei Patris omnipotentis et in ignem
eternum perpetuat penas luat”.
115 Diplomática astur, vol. I, núm. 50, 844, p. 226: “Quod si quis ex genere nostro, uel
aliorum, ad hoc nostrum testamentum uiolandum ueneri, uel ad implendum non adiuue-
rint, quisquis ille fuerit, clericus uel laicus, in inferno cum Iuda traditore et Datam et Abi-
ron quos terras uiuos absorbuit dampnetur in perpetuum, et filii eius fiant orfani et uxor
eius uidua, et regnum eius temporale accipiat alter et a comunione corpore et sanguinis
Christi fiat alienus, eterni uero regni participatione priuetur pereeniter”.
116 Carbajal, núm. 20, 1151, p. 80: “Et non habeat parte in regno Christi et Dei”.
117 Sobrado I, núm. 376, 1227, p. 355: “Et perdat hereditatem in Paradiso”; y en núms.
377, 378, 379, 380 y 381.
118 Irache, núm. 80, 1100, p. 103.
119 En muy contadas ocasiones se le da un nombre característico a ese no sujeto. Por
ejemplo, en Sahagún IV, núm. 1.290, 1146, p. 197, se le llama “usurpador”: “Vsurpator,
236 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Complementan el molde bíblico, en este crisol no querido de referen-


cias culturales cruzadas, una serie de concesiones a la Antigüedad gre-
colatina. El más allá cristiano está construido sobre la base de modelos
antiguos, por la imaginería de otros credos religiosos.120 La referencia,
por ejemplo, al antiguo baratro griego o al tártaro,121 lugares míticos

sane, pro damno quod inferre temptauit, soluat in duplo quod inquietauit in simili loco et
insuper det uobis quinque auri libras et regi totidem”.
120 Véase Le Goff, J. y Schmitt, J. C., (eds.), Diccionario razonado del Occidente
medieval, cit., nota 108, voz “Más Allá”, pp. 497-505.
121 “Báratro”, entendido en el lenguaje culto de la época, como “terre fossa, vorago
profundum spacus fobea in infernum”, tal y como se desprende de García de Diego, E.,
Glosarios latinos del Monasterio de Silos (Murcia, Universidad de Murcia-Tipografía
Sucesores de Nogués, 1933), voz “Baratrum”, p. 54. Término similar es “Ereuum”, p.
144, al que se refiere llanamente como “profundum infernum”, que se recoge en algunos
documentos infra. Silos es centro focal de cultura y por ese motivo el glosario empleado
es la expresión de lo que la elevación cultural del momento, la inteligencia, entendía por
tales vocablos. Ejemplos varios y plurales en S. Pedro Montes, núm. 1, 892, p. 79: “Qui
ille fierit qui talia commiserit, trudcidatus et multatus judicio divino mereatur eternum
baratrum et cum Juda Domini proditore lugeat penas in eterna dampnatione”; Sahagún
I, núm. 8, 905, p. 31: “Postque picea non evadat baratri pena” La Rioja, núm. 1, 923, p.
18: “Sed in secula seculorum baratri antra dimersus penas eternas sustineat luiturus”;
núm. 2, 972, p. 20: “Et in secula seculorum baratri antra dimersus penas eternas sustineat
luiturus”; y núm. 3, 972, p. 22: “Et in secula seculorum baratri antra demersus, penas
eternas sustineat luiturus”; Albelda-Logroño, núm. 1, 924, p. 22: “Sed in secula secu-
lurum baratri antra dimersus penas eternas sustineat luiturus”; y núm. 6, 1058, p. 28: “E
celicolis semotus in ima tetri baratri maneat retrusus perpetue”; Prieto, A., “Documentos
referentes al orden judicial del Monasterio de Sahagún”, AHDE, núm. 45, 1975, núm. 4,
945, p. 492: “Siquis tamen aliquis homo contra hanc scripturam agnitionis & confirmatio-
nis aussu temerario venire niterit & hec agnitione aut ipsa prima Cartula cum testamento
Domino Ranemiri infringere conaverit vibus suis à fronte careat lucernis postque picea
non evadat baratri pena”; Sobrado I, núm. 8, 964, p. 40: “Et cum sceleratis baratra di-
mersus”; y núm. 44, 947, p. 78: “Et postea cum sceleratis penas luat tartareas, ba-
ratro dimersus, et cum Iuda Christi traditore partem accipiat in eterna damnatione”;
Entrepeñas / Escalada, núm. 1, 940, p. 47: “A fronte ambobus careat lucernis postque
picea non euadat baratri penam, set eum impiis et iniquis lugeat perpetim”; San Cugat I,
núm. 211, 987, p. 177: “Et iram Domini incurrat et post istum seculum locum exustionis
Baratri decrepitantibus eterni flammis possideat inrevocabili ergastulo”; núm. 217, 988,
p. 183: “Et cum Iuda Scariotheno pseudo tamen apostolo in celidrolo belvalisque Baratro
distragicam partem perfruat, et in resurrectione secunda condempnatus resurgat”; y núm.
223, 988, p. 189: “Et cum Iuda Scariotheno, pseudo apostolo, inter crepitantibus Baratri
flaminibus, efficiantur paribus, et in resurreccione secunda existat heredibus”; Tumbo A
Santiago, núm. 61, 1019, p. 177: “Et sit pabulum gehenna in baratro ignis eterni”; Ar-
lanza, núm. 38, 1042, p. 82: “Set cum Juda traditore baratrique inferno inferiori, amen”;
y núms. 39, 40, 41, 45 y 48, en idéntico sentido; núm. 86, 1100, p. 164: “Sedeat exco-
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 237

donde se arrojaba a los delincuentes en la antigua Atenas, el primero —y


de reminiscencias literarias el segundo—, sirve para profundizar en lo

municatus et condemnatus a catholica fide et non abeat parte cum Christo Redemptore,
set cum Juda Domini proditore lugeat pena baratrique inferno inferiori, amen”; y núm.
92, 1122, p. 172: “In primis ira Dei veniat super eum, et non habeat partem cum Christo
Redemptore sed cum Juda Domini proditore lugeat pena baratrique in inferno inferiori,
amen”; Cardeña, núms. 6, 66, 76, 116 y 260. La otra referencia a la que hacemos men-
ción, igualmente de influencia griega, es la que alude al Tártaro o a las penas “tartáreas”.
Se trata del lugar donde, de acuerdo con la mitología grecorromana, sufrían tormento
los gigantes enemigos de los dioses que habían sido castigados por Zeus. Virgilio en la
Eneida describe ese doble más allá situado bajo tierra: tras descender por un vestíbulo y
atravesar el campo de los muertos que no han recibido sepultura, se cruza la laguna Esti-
gia, que da paso a una bifurcación: el Tártaro, poblado de gemidos y ruidos estrepitosos,
y los Campos Elíseos, con praderas llenas de luz. Véase la voz “Tartarus”, en Der Neue
Pauly Enzyclopädie der Antike, Stuttgart, Weimar, Metzler, 2002, vol. XII, núm. 1, cols.
38 y 39. La presencia en la Biblia se reduce a una sola cita en la segunda Epístola de Pe-
dro 2, 4. “Si enim Deus angelis peccantibus non pepercit, sed rudentibus inferni detractos
in tartarum tradidit cruciandos, in judicium reservari”. Se trata ahora del lugar que espera
a los malvados, donde se hallarán con los ángeles que secundaron a Satán, entregados a
los abismos de las tinieblas para que fuesen custodiados hasta el día del Juicio Final. Por
ejemplo, en León I, núm. 24, 909, p. 40: “Siquis ausu temerario ad inrumpendum uenerit,
et hanc kartam infringere conauerit, uiuens suis a fronte kareat luminibus, ignibusque
ultricibus cremetur cum opibus suis, atque in diem examinis cum tartareis lugeat penis,
et insuper inferat uobis auri libra una, perpetim abitura”; Ramiro II, núm. 47, 943, p. 642:
“In primis sit segregatus a corpus et sanguine Domini nostri Ihesu Christi et cum sceleratis
penas luet tartareas baratro dimersus, et hunc factum nostrum in cunctis obtineat firmitatis
roborem”; Ordoño III, núm. 7, 952, pp. 254-255: “Imprimis yactus illum terre, confusus
et excomunicaus absorbeatur cunctis penis, orribilior illum conterat pena et picea, sulforea
igneaque excipiatur tartara, illo loco detemtus ubi misericordia queritur et non inuenitur,
ubi amara mors mortis succedit que deuetur Iude, Domini traditores et diabulo et angelis
suis”; López Ferreiro, Historia, vol. I. apéndices, núm. 63, 952, p. 150: “Et cum sceleratis
pennas luat tartareas numquam finiendas et cum Iuda Domini traditore partem accipiat
in eterna dampnatione”; S. Pedro Montes, núm. 6, 918, p. 89: “Et tharthareas penas cum
Judas Christi traditore perhenni perferat cruciatu”; y núm. 49, 1091, p. 134: “Postremo
autem puniatur in tartaris cum Juda traditore Domini”; Alfonso V, Documentos judi-
ciales, núm. 7, 1017, p. 242: “Sit anatematus in conspectu Dei Patris omnipotentis, et
Sanctorum Apostolorum eius sit condemnatus et perpetua ultione percussus, sit etiam in
conspectu Sanctorum martirum et Sancti Spiritus et Christi perpetua anathema marenata,
id est duplici perdiccione damnatus, ut de hoc seculo sicut Datan et Abiron quibus con-
tinuo absorbeatur iatu et Tartareo penas cum Iude Christi traditore perenniter cruciatus,
et insupere inferat uel inferamus ad domno, cuius fuerint, ipsos homines duplatos et post
partem regis mille solidos de auro et ipse monasterio firmiter habeat roborem”; Sobrado
II, núm. 245, 1189, p. 248: “Et cum Iuda Domini traditore in tartaro condempnatus”. El
“Tartarus” aparece conceptuado en los Glosarios latinos del Monasterio de Silos, p. 412,
como “locus aput inferos tenebris confusus, ubi impiorum anime detruduntur”, custodia-
do por un “tartareum custodem”, el “canentri cerbereum”.
238 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

simbólico del castigo: la expulsión hacia la nada, hacia el vacío total y


absoluto, la profundidad donde ni siquiera es posible el recuerdo de Dios,
ese lugar donde la muerte y las tinieblas todo lo pueblan, junto al fuego
y el azufre.122 Allí es donde serán colocados los sujetos que infrinjan las
disposiciones. Allí será donde moren eternamente. Aparece de inmediato
el nuevo protagonista con el que compartirá condenación. No es ésa la
única concesión al imaginario de procedencia griega: se alude ocasional-
mente al averno, al Erevo, el flumen Celicus e incluso a la laguna Estigia,
como lugares también mitológicos en los que se combinan el sufrimien-
to, la perpetuidad del castigo y la imposibilidad de la redención. 123
Otra mención usual es, esta vez, tomada de la mitología hebrea. Nos
referimos a la cita reiterada y continua de la gehenna124 o bien alguna de

122 Celanova II, núm. 199, 986, p. 217: “Inprimis sit segregatus a conuentu uel cetu
sancte Eclesie catholice et priuatus a corpore et sanguine Domini Ihesu Christi, et multa-
tus anathema marenata, presenti seculo carens amborum lumina, a capite uerticis usque
ad plantam pedis percussus lepre ulceribus scaturiens, uermibus examen ebulliens uita
carens, mortem et tenebras et dampna exitia inueniens, cum Iuda Domini proditore in
stagnum ignis et sulfuris proiectus, tartari baratro similem cum abominatis a Domino
condempnatis luat penas in eterna dampnatione ubi est uermis uiuens et nunquam mo-
riendus”.
123 Celanova I, núm. 52, 936, p. 124: “Et in perpetua confusione dimersus, separetur
a sanctorum consortio, et sortiatur auerni caligo ut peniteat se impie egisse”; Cardeña,
núm. 51, 945, p. 83: “Aliquis homo uos inquietare ausus fuerit, sit confusus et maledictus
a Domino, et in hoc seculo fulmen celicus deuoret illum. Amen”; Irache, núm. 7, 1042,
p. 11: “Si quis autem hoc decretum dirumpere temptauerit, filiorum aut propinquorum
meorum, sit anathema maranatha et cum Datan et Abiron habeat partem in Auerni ba-
ratro”; núm. 13, 1054, p. 19: “Si quis autem hoc meum factum dirumpere uoluerit, siue
rex uel princeps, siue miles, seruus uel liber, propinquus uel extraneus, carentibus bonis,
utentibus malis, de Christo dampnatus, a diabolo nexus, regnet cum zabulo et cum sociis
eius in Ereui antro, amen”; y núm. 14, 1055, p. 20: “Si quis homo uoluerit hoc factum
dirumpere quod ego feci, dirumpatur ilia eius et uiuus dimergatur in inferno, ac extranea-
tus a fidelibus animabus cum zabulo habitet in profundo Ereui, amen”; Leire, núm. 35,
1044, p. 67: “Primitus careat hoc in euo binas lucernas, postque non euadat auerni pe-
nas, et hanc scripturam firmem et sinceram permaneat”; Urraca, núm. 76, 1116, p. 474:
“Quod si aliquis suadente sibi nequitia antiqui hostis uoluerit obuius consurgere aduersus
hunc legitimum titulum testamenti nostra sponte factum et non in laco penituerit, gladio
anathematis feriatur, cum Datan et Abiron, quos pro suis sceleribus uiuos terra obsoruit,
deglutiatur, et cum Iuda Domini proditore, in terra Stigiam sulfurcis cathenis religetur”.
124 Diplomática astur, vol. II, núm. 189, 907, p. 358: “Et hunc uotum nostrum infrin-
gere temptauerit sit reus ad corpus et sanguinis Domini nostri Ihessu Christi et in perpe-
tuo cum transcessoribus picea optineat gehenna, et in futuro non euadat baratri pena”; y
núm. 192, 908, p. 368: “Omnia sit anathema marenata in conspectu Dei patris omnipo-
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 239

sus variantes escritas, donde el particularismo cultural del escribano es


lo que va marcando la mayor o menor fidelidad al modelo canónico.125
Es este lugar la morada de Judas, como acredita cierta documentación, o
el lugar donde aquél se halla sepultado. La gehenna es el infierno judío,
cuyo nombre es tomado de un valle próximo a Jerusalén (el valle de Hin-
nom), que incluía el Tofet, lugar usado para ofrecer sacrificios a Moloc y
más tarde para quemar la basura de la ciudad, y así aparece recogido en
el Antiguo Testamento, sirviendo de base más adelante para la construc-
ción del infierno cristiano. Según cierta tradición rabínica, glosadora del
mito de la Creación, es éste el lugar donde son confinados los malvados,
los impenitentes.126 En consecuencia, lugar de los muertos pero de unos
muertos cualificados por su impiedad, que han de sufrir por descontado
un castigo perpetuo, sin ningún tipo de conmiseración. La gehenna es
morada identificada con el dolor sin límite temporal y sin límite físico,
el lugar donde habita el horror más intenso e inmenso.127 El miedo y el
fuego protagonizan ese escenario, tal como se dice en un documento de
Leire: “Metu gehenne ignis dono et confirmo hoc donatiuum prescriptum
per cuncta seculorum secula”.128

tentis ut non eum recipiat sancta eclesia sit a regione uiuorum auferatur eius memoria et
anima illius in inferorum baratro cum Iuda… dimersus geenna”; Arlanza, núm. 7, 929,
p. 25: “Post que picea baratrique gehenna sit mancipandus”; San Millán, núm. 35, 945,
p. 44: “Cum Judas inferni gehenna”; núm. 36, 945, p. 45: “Set cum Juda in inferno luat
gehennam”; Ramiro II, núm. 89, 974, p. 677: “In primis uiuens suis amborum a fronte
careat lucernis, ignibusque ultricibus cremetur cum opibus suis atque in diem exanimis
cum tartareis lugeat penis, et cum Iuda Christi traditore permaneat, in picea gehenna per-
henniter cruciaturum in eterna dampnatione”; San Vicente de Oviedo, núm. 172, 1131, p.
166: “Cum Juda traditore et ipsius consimilibus perpetuis gehenne ignibus cruciandus”;
Eslonza, núm. 108, 1186, p. 173: “Sepultus cum Iuda Scariote in gehenna”; Palencia,
núm. 134, 1213, p. 265: “Et cum Iuda, Domini proditore, in inferno penas sustineat ge-
hennales”. Otros testimonios en Sahagún I, núms. 93, 97, 98 y 99.
125 Véase Léxico hispánico primitivo (siglos VIII al XII), Seco, Manuel (ed.), Madrid,
Espasa, Fundación Ramón Menéndez Pidal, Rela Academia Española, 2003, p. 281.
126 Cierta tradición rabínica habla de la existencia de siete tierras. Arqa, la quinta tie-
rra, contiene la Gehenna y sus siete estratos, cada uno de ellos con sus almacenes de
oscuridad. El más elevado es el Seol, y debajo del mismo se encuentran otros llamados
Perdición, Sentina, Silencio, Puertas de la Muerte y Puertas del Valle Tenebroso. El fuego
de cada uno de esos estratos es sesenta veces más violento que el del inmediatamente
inferior. Véase Graves, R., y Patai, R., Los mitos hebreos, cit., nota 107, pp. 38-45.
127 Así, en Tumbo A Santiago, núms. 127, 131, 132, 133, 134, 135, 136, 137, 139 y 140.
128 Leire, núm. 314, 1141, p. 412.
240 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Allí se encontrará con Judas, el falso apóstol,129 llamado simplemente


el que entregó al redentor del mundo,130 el traidor del Señor,131 el trai-
dor del maestro,132 del Hijo del hombre,133 o más drásticamente el que
lo vendió,134 en el que parece ser ya su hábitat natural debido a sus ne-
fandos comportamientos pecaminosos,135 afirmándose en algunos textos

129 San Cugat I, núm. 216, 988, p. 181: “Et post ista vita locum et societatem teneat
cum Iuda pseudo apostolo”.
130 Sobrado I, núm. 48, 994, p. 82: “Et particeps fiat cum Iuda traditore, qui redempto-
rem mundi tradidit”.
131 Sahagún I, núm. 128, 950, p. 165: “Et cum Christi proditore perpetim mancipatus”;
núm. 130, 951, p. 168: “Et Christi proditore in penis eternis mancipatus”; Sobrado I,
núm. 3, 952, p. 28: “Quod si aliquis homo de magnis uel infimis ad hunc nostrum uotum
infringere ausus uenerit, primitus a sinu matris ecclesie existat seclusus et eternis in penis
perpetim mancipatus, ultimi examinationis diei non cum electis in gaudia eterna habeat
portionem, set locum tetrum cum Christi proditore ad perpetim cruciandum ueniat illi in
sortem”; Sahagún II, núm. 430, 1032, p. 84: “Et in die illa cum Domini proditore luat
penas in eterna dampnacione”.
132 Sahagún II, núm. 547, 1051, p. 239: “Et in trepidanda Domini die cum Iuda magis-
tri proditore perferat penas in eterna damnatione”. Cabe el empleo de las dos expresiones,
Señor y Maestro, para referirse a Jesucristo, en Sahagún IV, núm. 1.256, 1136, p. 150:
“Et in inferno cum Iuda proditore, qui Dominum et Magistrum suum tradidit perpetue
dampnationi subiectus”; o López Ferreiro, Historia, t. IV, apéndices, núm. 9, 1140, p.
31: “Sit maledictus et ab ecclesia excommunicatus et cum Iuda sui Domini et Magistri
proditore in inferno damnatus”.
133 Serós, núm. 2, 1058, p. 13: “Et cum Iuda traditore qui osculo tradidit Filium homi-
nis, et aliis persecutoribus inimicis Christi, in inferno inferiori, per secula cuncta, amen,
amen, amen”.
134 Condes de Castilla, núm. 32, 964, p. 280: “Et si aliquis homo, hanc donationem
meam, reges uel potestas aut uniuersus populus contrarius uenerit, sit a Domino male-
dictus, et cum iuda qui Dominum uendidit, abeat portionem in inferno inferiori, amen. Et
inferat ad dominus terre quingentas libras aureas”.
135 La conducta de Judas es narrada por Mateo (Anuncio de la traición 26, 20-25;
prendimiento, 26, 47-56), Marcos (14, 10-11; 14, 17-21; y 14, 43-52), Lucas (22, 1-6; 22,
21-23; y 22, 47-53), y Juan (13, 21-30; y 18, 1-11). Es precisamente la referencia a Judas
la que hace nacer, en el vocabulario medieval, la voz “traición” como sinónimo de infi-
delidad, dado que la conducta de Judas es una entrega (traditio) que oculta realmente una
suprema perversión de la fidelidad debida. Idea intuida por Grassotti, H., “La ira regia
en León y Castilla”, CHE, núms. 41 y 42, 1965, p. 123: “¿Se formaría la idea traditio =
traición como resultado del surgir y del arraigar de la idea de que la entrega por Judas de
Nuestro Señor fue una traición en el sentido medieval y moderno del vocablo?”; y refren-
dada y confirmada por Iglesia Ferreirós, A., Historia de la traición, cit., nota 94, p. 95:
“Tenemos así que los traidores medievales —proditores-traditores en las fuentes latinas—,
se equiparan a Judas, el primero de ellos, por haber entregado a Jesús. Pero al convertirse
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 241

el idéntico destino sufridor, la misma condena física que ha padecido el


apóstol traidor: “et cum Juda tradditore sit cruciatus in infernum”, como
rezan los Fueros de Alquézar,136 y el mismo destino en lo temporal.137 Las
condenaciones sucesivas permiten detectar algunas notas comunes rele-
vantes: aparecen en prácticamente toda la documentación, cualquiera que
sea el texto del que se trate, obra de particulares u obra de alguna autori-
dad, prueba de su implantación generalizada por mano posiblemente del
clérigo de turno. A Judas, al traidor por antonomasia, se le vincula con el
sufrimiento perpetuo, de modo que allí, en su compañía, trabaje, llore y
suspire durante toda la eternidad.138
La religión todo lo puebla y todo lo inunda. Estamos en una época de
superávit espiritual, donde la religiosidad desborda cualquier actuación
humana. Incluso la inserción de estas cláusulas antes de las que expresa-
ban las sanciones económicas o patrimoniales, o bien los castigos de tipo
personal, prueba claramente el alto concepto que se tenía de estas ame-
nazas y su efectividad dada la reiteración. La religión permea todo: Dios
es el eje de la civilización, de este mundo descrito. Toda época históri-
ca es metáfora de sí misma, tal como nosotros la advertimos, una suma
de las representaciones que nosotros percibimos y que ellos, los ances-
tros, los antecesores, nos han transmitido de modo fiel o nos han querido
transmitir. Esto implica la necesidad de yuxtaponer nuestra mentalidad
proyectada sobre el pasado y la mentalidad de ese mundo establecido y

Judas en el primer traidor —proditor-traditor—, deja de ser aquel que entrega, para con-
vertirse en el infiel, en el prototipo de los infieles, que ha entregado al Señor”.
136 Muñoz Romero, Colección, Fueros y privilegios de la villa de Alquézar, 1069,
p. 249.
137 Santa María La Real Nájera, núm. 25, 1085, p. 46: “Sane, quod minime credo,
qui contra hoc hunc meum factum ad disrumpendum venerit, quisquis fuerit qui talia co-
misserit, sit ille Deo reus et a comunione extraneus et a cetu christianorum et angelorum
privetur et cum Iuda Scarioth pro evo infinito cruciandus, oro damna secularia inferat
ipsius ecclesie quantum auferre voluerit in duplo et parti regia auri libras quingentas
binas, stante et permanente hec series per secula cuncta”; Alfonso VI, núm. 5, 1068, p.
13: “Extraneus fiat a sinu matris Ecclesie et locum penitentie non inueniat, sed Domini
proditorem Iudam teneat sociatum per euo infinito”, y núm. 190, 1107, p. 487: “Sane,
si quilibet potestas, imperator, rex, comes, dux, aut ego seu quelibet persona, contra hoc
nostrum scriptum legitime factum atque confirmatum temptando uenerit uel uenero, sit
maledictus et excomunicatus et cum Iuda, Domini traditori, tenebrosis inferni karceribus
non reuersurus tradatur”.
138 Santo Domingo de la Calzada, núm. 1, 1120, pp. 9 y 10: “Et cum Iuda traditore in
inferno in perpetuum laboret, ploret et suspiret”.
242 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

remoto. Sólo la contraposición de esos dos mundos ideales permite el


acercamiento a lo interno, a los ideales del ser humano en todo tiempo y
en todo lugar.
Esa generalidad en la documentación, añadimos, significa que todo el
derecho, de la procedencia que sea, es un derecho que acaba recondu-
ciendo a la divinidad y que merece, por tanto, idéntica protección, similar
salvaguarda. Da igual que se trate de un texto concedido por un rey, conde
o príncipe, o bien de un pacto particular, un contrato en cualquiera de sus
modalidades, u otro documento cualquiera. En consecuencia, hay también
una generalidad en sus destinatarios. La propia utilización de expresiones
genéricas, del tipo “si alguien”, “cualquiera que”, pone de relive ese deseo
de plenitud que presenta el texto, esa generalidad. Nadie queda al mar-
gen de los mismos, nadie puede estar dispensado del cumplimiento del
texto jurídico o de la condena derivada de la omisión de sus mandatos,
tanto los presentes como los futuros. Un ejemplo lo hallamos en el privi-
legio de los “votos de Santiago”, concedido por Ramiro II:
Quod si quis ad hoc scriptum et ecclesie beati Iacobi donatiuum ad inrum-
pendum uenerit vel persoluere renuerit, quisquis ille fuerit, rex uel prin-
ceps, rusticus, clericus, uel laicus, eum maledicimus et excommunicamus
et cum Iuda traditore gehennali pena dampnamus in perpetuum crucian-
dum. Hoc idem successores nostri archiepiscopi, episcopis faciant deuote
annuatim. Quod si renuerint, omnipotentis Dei Patris et Filii et Spiritus
Sancti auctoritate et nostra dampnentur, et excommunicatione et potestatis
sibi a Deo tradite rei teneantur.139
Afectan aquéllos a la totalidad de personas, con un ánimo generaliza-
dor que sorprende, habituados como estamos a identificar este orden jurí-
dico medieval exclusivamente como privilegio: hombres, mujeres, reyes,
condes, potestades, villanos, gentes de todo signo quedan sometidas a
las consecuencias nefastas de esos incumplimientos, prueba notoria de su
divinidad.140 El castigo además se prevé no solamente para los resultados
139 Diplomática astur, vol. I, núm. 50, 844, p. 227.
140 Es sumamente gráfica la sanción final del concilio de Coyanza (año 1055): “Qui
igitur hanc nostram constitutionem fregerit, rex, comes, vicecomes, maiorinus, sagio tam
ecclesiasticus quam seculares ordo, sit excommunicatus et a consortio Sanctorum segre-
gatus, et perpetua dampnatione cum diabolo et angelis eius dampnatus, et dignitate sua
temporali sit privatus”. Citado por García-Gallo, A., “El Concilio de Coyanza”, cit.,
nota 30, p. 302. Lo propio hace Fernán González en la confirmación de los privilegios
del monasterio de Santa María de Rezmondo: “Si vero aliquis Potentis, seu qualibet Mi-
litis, vel quicumque populus universitatis, attamen Pontificalis seu armigeratis inquietare
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 243

materiales, sino incluso para los que simplemente intenten esta infrac-
ción, lo cual implica una rigurosidad que manifiesta la importancia dada
a lo que se ha escrito, a lo que se ha pactado. El simple pensamiento pue-
de determinar ya la reacción del derecho frente al que sencillamente idea
o pergeña el desconocimiento del mismo. El simple “inquietare voluerit”
al que alude la carta de población de Agramunt,141 o la tipificación de
comportamientos materiales de claro enfrentamiento con el orden jurídi-
co creado, “tradere, vel frangere, vel disrumpere”,142 “perturbare, disrum-
pere, diminuere vel convellere”,143 o simplemente anichilare, aniquilar,
exterminar lo dispuesto,144 engloban la totalidad de conductas, a veces
simples pensamientos, que quedan bajo el absoluto control de un Dios
que todo lo sabe y todo lo puede, que penetra, por tanto, en la cabeza y
en lo más recóndito del cerebro humano para conocer en profundidad sus
deseos. Ocasionalmente, se tipifica ese deseo de incumplimiento como
si de una rebelión se tratase. El derecho busca la firmeza y persigue la
estabilidad. Su orden lógico es, por tanto, el cumplimiento, nunca la in-

voluerit his meis factis, aut quemlibet homo venerit ad inrumpendum supranominatum
terminum, et blasfemaverit his meis datis, aut contendere terris, vel vineis, seu lignarum,
arbuscolis, aut etiam molinis cum suis productilibus aquis, aut vero mittere voluerit alius
foris suprataxatis…”, en Muñoz Romero, Colección, p. 36. Y Alfonso VI con los Fueros
de Sahagún en 1084: “Si vero quod non spero aliquis de mea progenie vel extranea fuerit
prosapia, qui has leges et foros secundum quod resonat in titulo capitulo primo date per
vim per fraudem confundere voluerit Rex, vel Imperator, aut Regina, Pontifex infolatus
clericus vel monachus ordinatus, consul, aut Princeps, armatus vir aut femina qui hoc
tentaverit, non habeat sors cum Deo neque Sanctis eius, excomunicatus et maledictus
existat, et non habeat partem in Christi redemptione, et duobus á fronte careat luminibus,
et cum Juda traditore in infernalibus ignibus”, en ibidem, p. 305. La extensión abarca
asimismo los diferentes cuadros de la Iglesia, como en Liébana, núm. 45, 941, p. 54: “Si
quis aliquis ex meis propinquis uel extraneis uel potestas, seu aliqua rogita supositaque
persona, hoc stilo comtempserit et inrumpere uoluerit, in primis segregatus sit a comu-
nione Christi et non abeat potestatem comorandi uel orandi in ecclesie sancta, set cum
diabolo descendat in pena, siue episcopus, siue presbiter, abba, comes, laycus seu ex
infimo gradu aliquis auulsus fiat a uera mater ecclesia”.
141 Muñoz Romero, Colección, Carta de población de Agramunt otorgado por Armen-
gol y Dulcia, condes de Urgell, 1113, p. 402.
142 Muñoz Romero, Colección, Fueros y privilegios del monasterio de Cillaperil,
1110, p. 399.
143 Santo Domingo de la Calzada, núm. 10, 1134, p. 18.
144 Lacarra, J. M., “Documentos para la historia de las instituciones navarras”, AHDE,
núm. 11, 1934. Privilegios concedidos por Sancho el Sabio al monasterio de La Oliva.
5, 1157, p. 491: “Si quis uero hoc meum donum dirrumpere uel adnichilare uoluerit, sit
maledictus et excomunicatus sicut Iudas qui tradidit Christum”.
244 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

fracción, el desarrollo normal de sus mandatos sin que exista ninguna


suerte de oposición.145
Los textos explican también cuáles son los motivos espurios que lle-
van a los hombres a romper con ese orden jurídico, desde la posesión
eventual por espíritus malignos (el instinto diabólico)146 hasta la soberbia
que inflama el pecho de los hombres, como dicen los Fueros y privilegios
de San Juan de la Peña concedidos por Sancho Ramírez: “Si vero aliqui
eorum maligno spiritu, superbiae inflati, hoc meum privilegium ausu te-
merario disrumpere voluerit, et praedictum sanctum locum monachosque
ibi Deo famulantes inquietare praesumpserit”, para acabar reconducien-
do todo al supremo juicio de Dios.147 De todos modos, los propios autores
de las normas confirmadas no pueden evitar la manifestación de una clara
confianza en el ser humano, en su buena fe.148
Ese optimismo antropológico se manifiesta de dos formas. Primera-
mente, porque entienden que los documentos que se tratan de salvaguar-
dar son obra de la piedad y de la bondad, de suerte tal que cualquier
hombre comprenderá que eso es lo correcto, lo que se debe hacer149 y,
en segundo lugar, porque la posibilidad de una infracción se considera

145 León IV, núm. 1.279, 1093, p. 588: “Nos uero desuper nominati super hoc factum
facimus pactum et firmissimam stabilitatem, quod si aliquis ex nobis aut ex progenie uel
ex consanguinitate nostra hoc factum firmamenti quod inter nos posuimus et firmauimus
aduersum uso uel successores uestros insurrexerimus uel surrexerint, ut confringatur et si
ne emendare noluerit, quisquis ille fuerit qui talia comiserit, habeat maledictionem patris
et matris et sit exconmunicatus ab ipso episcopo qui cathedram Legionensem rexerit, et
insuper pariat episcopo uel eius successoribus D solidos argenti purissimi, et tripplet uel
dupplet quod calumpniauerit, et hec nostra series testamenti firmissima permaneat euo
perhenni et secula cuncta, amen”.
146 Albelda-Logroño, núm. 1, 924, p. 21: “Si quis tamen ex nostris succesoribus hanc
nostram conauerit conuellere deuotionem quia instintu diaboli minime fieret esse cum
ipsis impiis atque incredulis quos supra memorauimus perpetuam hic et in eternum opti-
neat diram dampnationem et sic nostrum uotum diutissime sancitum et onconuulsum per-
maneat” y Carracedo, núm. 3, 995, p. 27: “Si quia ausu temerario hunc factum nostrum
in quacumque temporibus infringere voluerit tam regia potestas quam etiam populorum
universitas temptationis diabilicas nunquema ab eo discendat et cum Juda, Domine tradi-
tore, percipiat ultionem in aeterna damnatione”.
147 Muñoz Romero, Colección, Fueros y privilegios del monasterio de San Juan de la
Peña, 1090, p. 326.
148 Zaragoza, núm. 18, 1175, p. 104: “Et sicut suprascriptum est sit firmum et stabile
per bonam fidem sine ingenio inter nos et posteros nostros per secula cuncta”.
149 La cesión de una iglesia por parte del abad de San Vicente de Oviedo es calificada
por el redactor como “hoc benignitatis et pietatis opus”, en San Vicente Oviedo, núm.
235, 1154, p. 226.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 245

en ocasiones como remota, de dificil advenimiento merced a lo anterior:


nadie podrá negarse a cumplir lo que se considera plenamente ventajosa
para él mismo y para la comunidad.150 Por ese mismo motivo, se dirá que
el cumplimiento reportaría toda una gama amplia de ventajas para los
sometidos a los mandatos del derecho.151 Una concesión de Sancho III de
Navarra al monasterio de San Millán insiste en este extremo del escrúpu-
lo respecto al derecho y todos los beneficios que comporta para los que
se pliegan a sus mandatos:
Et ipsum sanctum locum omni tempore psalmis, ymnis et canticis illustra-
tis, caste, pio, iuste, honeste sub disciplina et regula vita sancte confessionis
amodo et in eternum Domino servientes, qualiter vestris orationibus adiu-
tus, cum trepens tuba mundum concusserit, et Christus Dominus in iudicio
apparuerit, non cum edis ad sinistram, sed cum sanctis et bonis operariis
ad dexteram poni ac absque formidine dominicam vocem audire merear:
benite benedicti Patris mei, et sequentia, cum omnibus sanctis simulque
150 Como ejemplo de una expresión bastante empleada, San Vicente Oviedo, núm. 252,
1158, p. 243: “Si quis vero hoc factum nostrum, quod fieri minime dubitamus, frangere
vel inquietare quoquo modo temptaverit, frangat Deus vires corporis ipsius, tradatque
diabolo et consortibus eius cum Juda Domini proditore eiusque complicibus eternis penis
igni qui non extinguitur, et vermi qui non moritur eternaliter cruciandum”.
151 León I, núm. 38, 916, p. 58: “Omnibus tamen qui ibidem ex Dei uoto bone uolun-
tatis concurrerint, benedictio regis secum habeat iugis et Salbatore nostro uocem audiat
sue salutis, qualiter gaudeat temporibus infinitis”; Leire, núm. 86, 1069, p. 131: “Igitur
omnes scire uolumus quoniam quisquis contra hec incorrigibili temeritate uenire temp-
tauerit, ab omni consorcio christianitatis expulsus, anathematis iudicio subiacebit. Si quis
uero pia ueneratione hec eadem statuta seruauerit et monasterium consilio et bonis suis
iuuare et exaltare studuerit, apostolice benedictionis gratiam et eterne retributionis con-
sequatur habundantiam”; núm. 87, 1069-1070, p. 135: “Si uero aliqui eorum maligno spi-
ritu superbie inflati, et priuilegia apostolica et regalia decreta ausu temerario disrumpere
uoluerint et locum predictum et res sibi pertinentes monachosque ibi Deo famulantes in-
quietare presumpserit, Deu iudex iustus qui iusticiam intemporaliter diligit, presumptores
diiudicet; conseruantibus autem pax et benedictio tribuatur a Deo Patre omnipotente et
Filio eius Ihesu Christo et Spiritu Sancto, amen”, y núm. 129, 1089, p. 186: “Conseruan-
dus autem pax a Deo et misericordia presentibus ac futuris seculis conseruetur, amen”; S.
Victorián Sobrarbe, núm. 89, 1095, p. 124: “Hanc ergo nostram constitutionem perpetua
cupientes stabilitate teneri omnibus notum esse uolumus, quod quisquis contra eam teme-
re uenire uoluerit, to eius christianitatis expulsus consorcio anatematis indicio subiacebit.
Qui autem pia illam ueneratione seruauerit, et apostolice benedictionis gratiam et eterne
remunerationis consequatur abundantiam”, y núm. 93, 1096, p. 130: “Si quis uero pia
ueneratione hec eadem statuta seruauerint et monasterium consilio et bonis suis iuuare et
exaltare studuerit, apostolicae benedictionis gratiam et eterne retributionis consequatur
abundanciam. Amen”; Arlanza, núm. 143, 1217, p. 260: “Cunctis autem eidem loco sue
iure servantibus sit pax Domini nostri Jesu Christi, quatenus et hic fructum bone actio-
nis percipiant et apud districtum iudicem premia eterna pacis inveniant, amen, amen”.
246 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

vobiscum florentia regna lucraturus ubi Domini contemplatione satiatus,


angelorum turmis insertus, feliciter vibam per eterna secula, amen.152
Se incurre, pues, en primer lugar, en la ira de Dios omnipoten-
te153 o de la Trinidad,154 ira que puede desembocar en furor 155 o en
152 San Millán, núm. 183, 1065, p. 193. Otro documento del mismo monasterio, núm.
196, 1069, p. 204, señala la posibilidad de alcanzar la felicidad absoluta (“possidere gau-
dium infinitum”) si se cumple o respeta el mandato del monarca.
153 San Cugat I, núm. 6, 913, p. 10: “Sed ira Dei incurret, et a liminibus s. Ecclesie
set extraneus efficiatur”; Font Ríus, Cartas, núm. 49, 1118, p. 84: “Si qua autem cuius-
cumque sexus vel conditionis persona contra hanc nostre liberalitatis donationem et ins-
titutionem venire temptaverit in nullo prevaleat, sed omnium rerurm suarum prius amis-
sionem patiatur et segregatus ab Ecclesiae corpore iusti iudicis Dei iram incurrat donec
satisfaciat”; Alfonso VIII, núm. 409, 1183, p. 710: “Si alguno, pues, presumiere infringir
o quebrantar o disminuir en algo o en algún modo la hoja de esta mi donación, incurra
plena o cumplidamente en la ira de Dios Todopoderoso, y sea emancipado o enagenado
a los castigos y tormentos del infierno, con Judas que vendió y entregó a Nuestro Señor
Jesucristo, y, además de esto, pague sin remisión al real fisco decem milia aureorum, y
restituya doblado el daño que causó al dicho Hospital”; Documentos lingüísticos, núm.
55, 1236, p. 84: “Ningun omne qui esta uendida con so robra quisiere peciar, aya la yra
de Dios, e in coto del rey dela tierra peche L morabedis”; núm. 158, 1207, p. 209: “Siquis
homo uel femina deproienie mea uel deextranea qui ista carta infringere uoluerit, haeat
iram Dei omnipotentis”; núm. 169, 1220, p. 219: “Qui est camio quisiere crebantar, en lo
primero aya la ira de Dios”, y núm. 170, 1222, p. 220: “Achel que esta uendicion quisier
desatar, la ira de Dios uenga sobre el, con Judas el traidor sea dampnado, amen”.
154 Diplomática astur, vol. II, núm. 88, 867, p. 32: “Sit anathema coram Christo Do-
mino et coram Patre suo qui est in celis et coram Spiritu Sancto et angelis uniuersis”;
San Cugat I, núm. 22, 944, p. 23: “Maledicat illum Deus Patrem et Filium et Spiritum
sanctum”; Leire, núm. 164, 1098, p. 236: “Ex parte sancte et inseparabilis Trinitatis ma-
ledictus et condempnatus et omnium sanctorum societate excomunicatus et separatus,
habeat partem cum satana et Iuda traditore sine fine in inferno, amen”; Muñoz Romero,
Colección, Privilegios y fueros de los clérigos de la catedral de Astorga, 1087, p. 323:
“Sit anathema in conspectu Dei Patris Omnipotentis, et Filii, et Spiritus Sancti. Sit etiam
in conspectu Angelorum ejus et Martyrum anathema maranata, id est, duplici confussio-
ne damnatus, ut de hoc saeculo sictu Datam et Abiron, vivus terrae obsorbeatur, tartareas
poenas cum Juda Domini proditore perferat cruciatu in aeterna damnatione”; ibidem.
Privilegio de la ciudad de Barbastro, 1115, p. 358: “Quicumque ergo contra istum pri-
vilegium ad desfaciendum vel contradixerit hoc factum iram Dei omnipotentis Patris, et
Filli, et Spiritus Sancti sit incursurus, et sit traditor á me et á tota mea generatione, et ex-
traneus sit á communione Christi et numquam se salvari possit”; San Cugat II, núm. 765,
1097, p. 424: “Et insuper iram et excomunicationem omnipotentis Dei Patris et Filii et
Spiritus Sancti incurrat, et cum Iuda traditore porcionem habeat, et cum diabolo et angeli
eius anathema Maranata in perpetuum fiat”; Documentos, núm. 47, 1171, p. 79: “Habeat
ira Dei et maledictione Patris et Filii et Spiritus Sancti”.
155 San Vicente Oviedo, núm. 75, 1075, p. 82: “Tunc descendat super eum iram furoris
Domini”.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 247

indignación,156 pero no sólo en la de Él, en su versión una o trina. Es par-


te consustancial de un Dios que aparece como ser supremo en la bondad,
pero también como ser supremo en la justicia.157 Aquella ira no se des-
cribe, no se precisa su contenido, aquello a lo que va aparejada la conde-
nación, acaso porque es el peor de los males posibles y toda descripción
sería insuficiente y vaga. ¿Cómo se completa, entonces, este silencio,
esta parquedad de las palabras? Acudiendo al libro que suministra los
más plurales ejemplos modélicos de esa conducta divina punitiva. Aquí
será la sabiduría del escribano de turno la que se encargue de modelar a
su antojo y de acuerdo con su particular bagaje cultural el conjunto de
personajes y de referencias bíblicos que van a adornar las escrituras. Hay
momentos o referencias comunes, que parecen transmitirse por doquier,
solamente imputable ese hecho a esa difusión generalizada de la Biblia o
de sus comentarios en toda parte y lugar. El éxito editorial del texto y su
empleo reiterado en la precaria educación del tiempo que nos ocupa sirve
para crear un ejército de alumnos, de estudiantes que encuentran en las
Sagradas Escrituras la totalidad del saber y la totalidad de los ejemplos
que quieren transmitir a los destinatarios de los escritos.
Ahí se halla la Biblia para suministrar paradigmas de esa ira divina,
suprema e inabarcable,158 que, repetimos, no puede ser encerrada entre
palabras humanas. Solamente se indican las consecuencias físicas más
temibles: el infierno y sus llamas perpetuas serán el lugar en el que se

156 Sahagún I, núm. 351, 996, p. 424: “Descenda super eum guditius macni Dei et
iram furoris Domini et indignatio Altisimi Salbatoris et a diem iuditium non venia set ad
sanctum sacro comunionem esgomunigatus permanea in eterna damnatione”.
157 Véase Jacob, E., Teología del Antiguo Testamento, Madrid, Marova, 1969, pp. 111-113.
158 León III, núm. 548, 991, p. 52: “Tunc ueniat super eum maledictio et detestatio
quam scripsa est in libro Moisi, serbi dei”, y núm. 550, 991, p. 58, con idéntica expresión;
San Vicente Oviedo, núm. 209, 1145, p. 199: “Si aliquis ex progenie nostra vel extranea
hoc testamentum nostrum infringere voluerit iram Dei omnipotentis incurrat, anathemati
perpetuo subiaceat, maledictiones que in libro Moysi servi Dei maledictis dantur ha-
beat”; Diplomática astur, vol. I, núm. 10, 780, p. 74: “Si aliquis ex progenie nostra vel
extranea, hoc testamentum nostrum infringere vouerit, iram Dei omnipotentis incurrata,
annathemate perpetuo subiaceat. Maledictiones, quae in libro Moysi ser vi Dei maledictis
dantur habeat, in praesenti vita semper in oprobium vivat, membris magis necesariis ca-
reat, et in futura vita cum Dathan et Abiron participium teneat, et cum diabolo et angelis
eius ignibus aeternis mancipatus permaneat”; Tumbo A Santiago, núm. 61, 1019, p. 177:
“Neminem permittimus qui hoc factum nostrum in aliquo irrumpat aut mutilare presu-
mat, sed qui fecerit, Domini accipiat maledictiones que sunt scripte in libro Moisi, serui
Dei excelsi”.
248 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

coloque al infractor, donde habitará en la sola compañía del diablo, “et


cum diabolo inferni sit habitator”,159 y sus ángeles,160 condenado con los
condenados,161 lo que implica la privación de todo lo necesario, la so-
ledad más absoluta, el oprobio perpetuo,162 la ausencia de la bondad de
Dios,163 la enemistad,164 acompañada de los dolores físicos y espirituales
más inimaginables.165 Porque si la vida terrena ha sido terrible (y aquí,

159 Muñoz Romero, Colección, Carta de población de Longares, 1063, p. 231.


160 San Vicente Oviedo, núm. 84, 1080, p. 93. “Et cum diabolo et angelis suis in dam-
natione eterna lugeat sempiterna”; núm. 136, 1110, p. 142: “Cum diabolo et angelis eius
in inferno inferiori dampnetur”; núm. 195, 1141, p. 185: “Sit a consortio Dei et omnium
sanctorum perhemne segregatus, cum diabolo et angelis eius infernali siquidem igne ar-
surus”, y núm. 240, 1155, p. 230: “Sit maledictus et excomunicatus cum Sathan et cum-
plicibus eius eternis ignibus cruciandus”.
161 Carbajal, núm. 135, 1239, p. 216: “Et cum dampnatis in inferno dampnatus”.
162 Documentos, núm. 21, 1077, p. 33: “Quod si aliquis homo ad disrumpendum hoc
deum factum venerit, sit in perpetuum dampnatus a Deo Omnipotenti et cum Iuda prodi-
tore luat penas in eterna damnatione”, y núm. 25, 1091, p. 38: “Quisquis fuerit anath-
ematizatus in hoc seculo permaneat atque cum Iuda in inferno parili lugeat pena, et hoc
factum meum maneat firmum in secula seculorum”.
163 Diplomática astur, vol. II, núm. 116, 877, p. 120: “Et si quis temerarius hunc conta-
minare voluerit textamentum, sit extraneus a bonitate Dei, et communione ac seuerissi-
mis fruatur inferni poenis cum demonibus”.
164 Oña, núm. 28, 1088, p. 24: “Sit cum Iuda, traditore, dampnatus et antiqui ostis
sequacibus irremediabiliter sine fine”.
165 Lugar del infierno en el cual “iaceat in profundo inferni ubi feruet peze et bitumi-
ne”, en León III, núm. 570, 995, p. 84; o donde “cum diabolo et sociis eius eternas et sine
fine mansuras tetras et orribiles lugeat penas”, en ibidem, núm. 629, 1002, p. 165; San
Cugat II, núm. 382, 1002, p. 33: “Et cum diabolo et omnibus impiis aeterni incendii atro-
cissimo supplicio deputatum”; Leire, núm. 45, 1049, p. 79: “Si quis autem, quod nephas
sit, rex aut princeps uel quispiam nepotum aut propinquorum necnon et extraneorum
quislibet hominum, hanc meam donationem auferre uoluerit a prefato sacro altare atque
detrimentum aliquod egerit, ab ipso Saluatore mundi confundatur et pereat ad nichilum-
que rediguatur in uita corpus eius, anima uero eius ardeat usque ad inferni nouissima ha-
bitetque in tartaris cum sathanan principe diabolorum, ubi est gemitus et stridor dentium,
in secula seculorum, amen”; Muñoz Romero, Colección, Fuero de Calatayud, 1131, p.
467: “Et si aliquis Rex, vel Comite, aut senior, vel vicino, hoc superscriptum disrumpere,
vel fraudare voluerit, non habeat partem in Deum vivum et verum, qui fecit coelum et
terram, mare et omnia, quae in eis sunt, sed habeat iram domini Dei omnipotentis, et ejus-
dem domini nostri Jesu-Christi, et Sanctae Dei genitricis et virginis Mariae, et beatorum
Apostolorum Petri et Pauli, et omnium Sanctorum, et sit maledictus, et anathematizatus,
et non habeat partem cum Sanctis Dei, neque cum nullis bonis christianis, sed cum Juda
traditore, qui dominum tradidit, tribulationes, et ansiam, et dolorem, in inferno inferiori,
pari pena patiatur. Amen. Amen Amen, fiat, fiat, fiat… Et qui hoc scriptum vobis forzare,
vel traere voluerit, sit tale quale superius dictum est, amen. Omni tempore valeat, amen…
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 249

de nuevo, el ideario medieval que vinculaba la existencia sobre la tierra


con el dolor, pozo de lágrimas, fuente de sufrimientos continuos), nada
es comparable con lo que le esperará en el futuro celestial, o, mejor di-
cho, infernal: “Non dimittatur ei neque in hoc seculo neque in futuro sed
pos hanc miserabilem vitam horrendis tormentorum generibus cum ipso
auctore malorum omnium diabolo apud inferos perpetuo toreatur”. 166
Recurso literario especialmente gráfico y ciertamente repulsivo es la alu-
sión a los gusanos que se encargarán de dar buena cuenta del cuerpo del
criminal, gusanos que aparecen no como consecuencia de la muerte,
del proceso físico, sino que se manifiestan como una prueba de la ira de
Dios.167 Pero no es el único testimonio de especial desagrado en lo
físico que implicará la sanción divina. La pérdida de todos los sen-
tidos corporales,168 la ceguera, la mudez, la sordera y la lepra, y con

Et qui hoc scriptum disrrumpere voluerit sit tale, quale superius dictum est. Et in prima
vice habeat ira Dei et de omnibus XII Apostolis, et maledictio Dei, et omnium Sancto-
rum, veniat super illo, et super generationes ejus, amen”.
166 Santo Domingo de la Calzada, núm. 19, 1134, p. 18.
167 Una referencia asimismo bíblica es la profecía de que el cuerpo será devorado por
los gusanos, como acontece en varios pasajes de las Sagradas Escrituras como castigo
para personas especialmente impías. Así en Astorga I, núm. 34, 928, p. 86: “Habeat regis
iram et post a Christo dupla confessio orbatus hac careat luce pessimo diuinitus vltus a
planta pedis vsque ad verticem capitis riuos vulnerum percurrentes made factus vermibus
terror et error fiat omnium iussibus in futuro cum impiis et sceleratis arsurus tradatur fla-
mmis”, y núm. 180, 996, p. 173: “Qui vero hunc decretum nostrum infringere vel inmu-
tare voluerit habeat de regis ira vlcere pessimum vultum a planta made factum scaturiens
vermibus”; o en Cardeña, núm. 224, 1024, p. 263: “Et insuper ira Dei abeat in primis; et
post lumen careat amborum occulis; in uita uero eius deuorent eum uermis; anima autem
eius tradatur eternalibus flammis; et lugeat penas cum Iuda Domini traditoris. Amen”. En
ese infierno donde viven por siempre los gusanos y las llamas no se extinguen, en León
IV, núm. 1.084, 1052, p. 278: “In penas tartareas dimersurus in profundum penis inferni
ubi nunquam uermis moriuntur, nec flamma ignis extinguitur”; núm. 1.201, 1077, p. 468:
“Sentiat Dei uindictam super se in presenti ita ut occulis non uideat, nec auribus audiat,
dolores capitis dispereat, manibus et pedibus contractum decidat, uermibus putrefactum
sepultura careat, omnibus se uidentibus terrorem fatiat et ne talia presumant amoneant”;
Sahagún II, núm. 712, 1072, p. 437: “Inprimis aut propriis a prioras luminibus careat
uisum et uermibus ebulliens uel scatuliens”; Carbajal, núm. 2, 1096, pp. 61-62: “Et am-
borum oculorum lumine careat, et in hoc seculo uermes ebulliant corpore sua, et omnem
partem corporis sui sit confusa omne tempore et secula cuncta, et hereditatem superius
nominatam uobis perpetim habitura”.
168 Sobrado I, núm. 1, 952, p. 28: “Set locum tetrum cum Christi proditore ad perpetim
cruciandum ueniat illi in sortem et in corpore uiuens propiis a fronte careat lucernis, ab-
negaret illi aures auditus, nares olfactus, manibus tactus et pedibus gressus”; Sahagún I,
núm. 164, 959, p. 203: “Et marenata anathemate perpetim condemnatus et vivens dum fu-
erit in corpore propiis sensibus careat a capite videlicet auditus et visus, olfatus, odoratus
250 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

estos el aislamiento físico individual —la no comunicación del sujeto con


el mundo— y físico colectivo —la no comunicación del mundo con el
sujeto—,169 o la referencia a enfermedades de la piel que lo convierten
en una suerte de apestado, de muerto en vida, rodeado de toda la posible
amargura de la existencia más mísera,170 son los jalones de ese camino
en el que se manifiesta la omnipotencia divina castigadora. “In primis
sit omnipotens Domino reus”,171 que sea, por tanto, reo de Dios omni-
potente, subyugado por Él, a Él y a sus designios sometido por todos
los tiempos venideros a ese poder sin límites, más que los que el propio
Dios se fija, se impone.
Abandonado por Cristo,172 golpeado por la venganza divina,173 y sin

et tactus et supremo examinationis die non cum electis a dextris sed cum reprobis locum
percipiat lugenid a sinistris et sibi in damnum persolbat auri talentum a parte regis”; núm.
165, 959, p. 205: “In primis a sinu matris eglesie existat seclusus et socius Christo neganti-
bus in supremi examinationis diei non mereatur a dextris eternum percipere regnum sed a
sinistris cum diabulo in ignem perpetuum insuper in corpore vivens careat propriis a fronte
lucernis ab auribus audita et ab ore locutio”, y núm. 176, 960, p. 220: “Et in corpore vivens
propriis careat lucernis a fronte, aures denegent auditum et lingua loquendi careat usum”.
169 Sahagún I, núm. 285, 976, p. 344: “Et ante quoque quam illius anima segregata fuerit
ex corpore per intercessione sanctorum dominica in illis veniat ultione ut lingua loquendi
careat usu et utrosque occulos perdat a fronte”; Sahagún III, núm. 864, 1090, p. 173: “Inpri-
mis ambobus a fronte careat lucernis et lepra Domini percussus de uertice capitis usque
uestigia pedis sulphoratus penas luat perpetuas”, y núm. 1.072, 1073, p. 418: “Et lepra
Domini percussus de uertize capitis usque uestigia pedis sulforatus penas luat perpetuas”;
Sobrado I, núm. 441, 1241, p. 399: “A Deo sit maledictus et exconmunicatus et fiant cecus
et mutus et surdus et leprosus et cum Iuda traditore Domini in inferno dampnatus”.
170 Sobrado I, núm. 495, 1165, p. 446: “Sit maledictus et excommunicatus et cum Iuda
Domini traditore in eterna damnatione habeat mansionem et ulcera plenus et pustulas
pessimas et ille et semen eius in uanum uiuant et dies deficiant et in amaritudine finian-
tur”. La lepra llava aparejada esa separación que conduce a la pobreza económica, a la
mendicidad, en Catedral Oviedo, núm. 31, 978, p. 119: “Mendicitas et lepra prosapiam
teneat suam et extraneus persistat a sancta communione quatinus cum Iuda Christi prodi-
tore ardendus permaneat in eterna dampnatione”, y núm. 43, 1020, p. 148: “Mendicitas
et lepra prosapia teneat sua, et cum Iuda Domini proditore lugeat penas in eterna damna-
tione”. En el Fuero de Calatayud, se dice que sufra con Judas “tribulacione, et anxiam,
et dolorem in inferno inferiori”, en Ramos Loscertales, J. M., “Textos para el estudio del
derecho aragonés en la Edad Media”, AHDE, núm. 5, 1928, núm. 4, 1131, p. 415.
171 Diplomática astur, vol. II, núm. 149, 895, p. 207.
172 Eslonza, núm. 102, 1181, p. 163: “Si uero aliquis homo iniqua ductus cupiditate
contra hunc factum meum ame sponte patratum ad infringendum uenire temptauerit tam
de extraneis quam eciam de propinquis quisquis ille fuerit qui talia mouere conauerit a
sancte ecclesie secernatur gaudio et alienetur a cetu catholico ereat eius lingua in palati an-
tro nec aspiret derelictus a Christo in inferno inferiore ubi paciatur penas sine fine amen”.
173 Nótese que no se aplica el sustantivo “justicia”, sino que se alude a la venganza
de Cristo, para significar de alguna manera la imprevisibilidad de los resultados finales,
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 251

posible auxilio de su misericordia,174 así queda el hombre cuya vida dis-


curre al margen del derecho. El hombre queda destruido.175 El recto orden
jurídico se separa también de él mismo, se aparta del infractor que queda
excluido del mundo verdadero, de la paz de Dios y de la paz eterna.176
El hombre culpable queda sentado, el día del Juicio Final, a la izquierda
de Dios, no con los elegidos para la salvación, sino con los impíos.177 Se
separa asimismo del rebaño de los justos.178

como en Liébana, núm. 44, 940, p. 52: “In primis sit segregatus a cetu christianorum
et ad comunione corporis et sanguinis Domini excomunicatus permaneat, et talis ultio
diuina eum sequatur, ut uidentes terreant et audientes contremescant”; núm. 50, 946, p.
59: “Et talis ultio diuina eum sequatur, ut uidentes terreant et audientes contremescant”;
o en Tumbo A Santiago, núm. 87, 1087, p. 225: “Si quis tamen uoluerit infringere aut
euacuare in quolibet tempore de uniuersis rebus de superius continentur, uel abstrahere
aut secludere aliquod uiolenter a iure huius sedis, antea sustineat seuerissimam ulcionem
a Christo Domino”.
174 Arlanza, núm. 14, 937, p. 42: “Sit anathema in conspectu Dei Patris omnipotentis,
et sit condemnatus et tartareas penas lugeat, et sit particeps cum Juda traditore ut nullum
auxilium prebeat misericordia Dei”.
175 Priorato San Juan, núm. 226, 1230, p. 219: “Sit maledictus et destructus, et cum
Iuda traditore sit per cuncta secula in inferno”.
176 En un sentido positivo, para significar las consecuencias afirmativas del cumpli-
miento del derecho. Asi en San Cugat II, núm. 774, 1098, p. 433: “Cunctis autem eidem
loco iuste servantibus sit pax Domini nostri Iesucristi, quatinus et hic fructum bone actio-
nis percipiant et apud districtum iudicem, premia eterne pacis inveniant”; o cuando dice
Alfonso VII que “omnibus autem hoc onbseruantibus sit pax Domini nostri Ihesu Christi,
quatinus et hinc fructum bone actionis percipiant et apud disctrictum iudicem premia
eterna pacis inueniant, en Tumbo A Santiago, núm. 101, 1129, p. 248.
177 León III, núm. 775, 1021, p. 358: “Et in die illa tremenda pars eius sit ad sinistris”,
y núm. 803, 1023, p. 396: “Post dicessu uero eius kadauera eius non sepeliantur cum
ceteris, nec spiritus societur cum electis, set in die illa tremenda iudicii cum reprobis
pars eius sit ad sinistris”; León IV, núms. 1.035, 1.036, 1.045 y 1.055; Sahagún III, núm.
736, 1074, p. 12: “Et non habeat partem cum electis ad dexteram sed cum reprobis ad
sinistram”.
178 Sahagún II, núm. 695, 1070, p. 417: “Sit ille Deo reus et a sancta communione
alienus, sit a consortio iustorum alienus, sit a grege iustorum segregatus atque dum ille
tremende examinacionis iudicii dies illuxerit inter impiorum cruciamenta sortis Iude
dampna sustineat, inter crepitantibus flamis eternis conflagretur incendiis, sitque erga
hominibus manendo obnoxius”; Otero de Dueñas, núm. 276, 1074, p. 387: “Sit Deo reus,
scit a sancta comunione extraneus et a consortio iustorum alienus; ita et a rege catholico
sit segregatus adque, dum ille tremendi iuditii diem examinationis inluxerit, inter impio-
rum cruciamenta sortis Iude damna sustineat”, y Sahagún III, núm. 770, 1079, p. 56: “Sit
a grege catholico segregatus”.
252 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

De esta forma, dirá un documento leonés del año 1072, aquellos vio-
lentos, malditos y blasfemos, sobre los que no hace efecto el temor a
Dios, no serán incluidos entre aquellos redimidos por el agua del Espí-
ritu Santo, sino insertados entre los alienados.179 “Departidos del bien
de Dios”, por tanto, quedan estos individuos negadores del orden esta-
blecido.180
La ira de Dios es además perpetua: “teneat pari supplicio per evo
infinito”,181 debe estar el sujeto dispuesto a soportarla por tiempos infini-
tos, como se lee en el Fuero de Molina Ferrera,182 por varias y sucesivas
generaciones. El número siete, de componentes cabálisticos y místicos,
aflora en los textos de un modo continuado.183 La carta de población de

179 León IV, núm. 1.182, 1072, p. 426: “Ut si quis uiolentus uel maledictus uel blas-
femus et Deum non timens siue rex siue comes siue aliquis ex maioribus aut minoribus
huic nostre constitutioni et remissioni contradicere uoluerit, et id ipsum repetere, non
conputetur inter eos qui sunt regenerati ex aqua Spiritus Sancto, set deputetur inter eos
qui aligenati sunt a Patre et Filio et Spiritu Sancto, sicut fuit Datan et Abiron, qui uiuos
terra obsoruit et descenderunt uiuentes in infernum, ita contingant hominibus huic testa-
mentum nostrum contradicentibus et nobis in perpetuum ueniam delictorum”.
180 Véase Martínez Díez, G., “Álava: desarrollo de las villas y fueros municipales
(siglos XII-XIV)”, AHDE, núm. 41, 1971. Fuero de Corres, apéndice, núm. 1, 1256, p.
1.133: “Et este fuero et estas costumbres que aquí son escriptas les do et les confirmo que
las ayan firmes et estables pora siempre jamas; et qui quiere que contra ello viniere sea
departido del bien de Dios et peche en coto a mi et a los que regnaren despues de mi en
Castiella et en Leon cinco mill moravedis et al conceio de Corres, el sobredicho, todo el
danno doblado”, y Fuero de Santa Cruz de Campezo, apéndice, núm. 2, 1256, pp. 1.138-
1.139: “Et este fuero et estas costumbres que aquí son escriptas les do et les confirmo que
las ayan firmes et estables para siempre iamas: et qui quiere que contra ello viniere sea
departido del bien de Dios…”.
181 Sahagún I, núm. 132, 951, p. 171.
182 Véase González, J., “Aportación de fueros castellano-leoneses”, AHDE, núm. 16,
1945. Fuero de Molina Ferrera concedido por el cabildo de la Catedral de León, núm. 3,
año 1141, p. 631: “Si quis hoc scriptum infringere quesierit sit excommunicatus et male-
dictus per infinita secula amen”.
183 Catedral Oviedo, núm. 89, año 1085, p. 258: “Sit maledictus et excomunicatus
usque in septimam generationem et cum Diabolo et angelis eius dimergatur in eterna
dampnatione”; y núms. 90, 91, 92, 93, 96, 97, 104, 105 y 107; Sobrado II, núm. 13, 1142,
p. 31: “Iram Dei omnipotentis cum regia indignatione incurrat et sit maledictus usque
in VII generationem”; núm. 263, 1206, p. 263: “Sit maledictus usque ad septimam gen-
erationem”, y núm. 374, 1220, p. 358: “Iram Dei omnipotentis incurrat et sit maledictus
usque in septimam generationem et careat uisione Dei et angelorum eius”. El 7 y sus
múltiplos sugieren la idea de abundancia, de conjunto y de totalidad. Es la cifra sagrada
por excelencia, puesto que se compone del 4 y del 3, simbolizando la perfección: rige el
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 253

Cardona se refiere al celo de Dios y al deseo (se supone que asimismo


perpetuo) de disfrutar de las alegrías del paraíso, evidentemente sin tener
acceso a las mismas.184 Se produce el apartamiento de todo lo que puede
reconducir al ideario divino de la bondad y la consecuente remisión a
lo malo. La alegría y la sabiduría serán asimismo remotas para el in-
fractor.185 Nuevamente la identificación tan querida a Fritz Kern entre lo
jurídico y lo bueno.186
Quizá la descripción más detallada y minuciosa del alcance y efectos
de esa ira, convertida en maldición divina, aparece contenida en la parte
final de Fuero de Sahagún concedido a los habitantes de dicha localidad
por el abad Diego en el año 1110. Negadas la piedad y misericordia de
Dios, de la Virgen, San Miguel Arcángel y San Pedro, la maldición in-
herente a la infracción se va a extender a su comida y a su bebida, a su
reposo, a su casa, a todo su cuerpo, por los siglos de los siglos, sin que
tampoco oración, limosna o cualquier bondad que ellos hiciesen, sirva
para minorar la condenación eterna impuesta:
Et si aliquis homo propinquus, vel estraneus vel quale genus fuerit, tam
de regia potestate quam de populorum universitate, quisquis fuerit que
Kartam illam infringere voluerit, et contra hunc factum nostrum ad dis-
rrumpendum venerit, vel venerimus, que non habeat partem cum domino
Redemptore, set habeat partem cum Juda traditore in eterna damnatione,
amen. Nec habeat partem Sancta Dei Genitricis, et Virginis Maria, et Sanc-
ti Michaelis Archangeli, et Sancto Petro Apostolo, cui dedit dominus po-

tiempo (semana, año sabático, año jubilar), las generaciones, la venganza, el ritmo del
pecado, etcétera. Los ejemplos bíblicos son abundantísimos en este sentido. Véase Von
Allmen, J. J. (dir.), Vocabulario bíblico, Madrid, Marova, 1968, pp. 237-240, y Enciclo-
pedia de la Biblia, cit, nota 92, t. V, pp. 561 y 562.
184 Muñoz Romero, Colección, Carta de población de Cardona, 986, p. 54: “Si quis
vero quamlibet potestas, aut regis imperio vel principum, seu omo cupidus, vel maicia
ductus, pro aliqua ocasione vel longo tempore prolonganda post nos, qui hoc factum
nostrum et pactum convellere temptaverit vel infringere, hoc commendamus et per inde-
secabilem Trinitatem commonimus, ut quisquis ille fuerit, qui ipsius terre vel provincie
principatum obtinuerit, aut pontifex ordinatus extiterit, vel iudex fuerit, et zelum Dei
abuerit, et paradisi gaudia frui desideraverit, statimm surgat et sententiam istam quomo-
do nos confirmamus adfirmare contempnat et in perpetuum stare discernat”.
185 Sahagún IV, núm. 1.184, 1111, p. 30: “Et non uideat que bona sunt in Iherusalem
celestem, ne cum gaudentes gaudeat, ne cum sapientes sapiat, set cum Iuda traditore
pariat pena in aeterna damnacione”.
186 Arlanza, núm. 28, 1037, p. 62: “Ab utrisque privetur hominibus, omnibus bonis
careat, malis cunctis incurrat”.
254 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

testatem ligandi atque solvendi. Sint excomunicati, et anathematizati, sint


maledicti in manducando, et bibendo, sint maledicti in lecto, et extra lec-
tum, in domo, et extra domum, sint maledicti in via, et in agro, sint male-
dicti vigilando, etiam dormiendo, maledicti oculi sui, et labia sua, et aures,
et nares, maledicta brachia, et pectus suum, maledictus venter eius, ma-
ledictus panis suus, et vinum, et carnem, et omnia que ipsi manducabunt,
maledicti á capite usque ad pedes, maledicti usque ad finem seculi, sicut
fuit Dathan, et Abironm et cum ad iudicium venerint ante dominum sint
codempnati, et oratio eorum non posit ad eos adiuvare, nec helemosina,
nec ullum bonum que illos fecerunt.187

Expresiones parecidas son establecidas por un testamento otorgado a


favor del monasterio de Sobrado de los Monjes, de nuevo con la Biblia
como recurso de la imaginería popular criminal, con una cascada de des-
gracias y castigos que se verán proyectadas sobre los violentadores del
documento:
Si quis igitur potens uel impotens, tam de nostro genere quam de alieno
hunc scriptum irrumpere temptauerit, iram Dei omnipotentis cum regia in-
dignatione incurrat. ����������������������������������������������������
Plagasque illas, quas Deus ostendit, quondam in Pha-
raonem et in omnes seruos eius, reducat super eum. Et omnem prophetiam
quas sanctus Dauid prophetauit super Iudam traditorem Domini, reuertatur
et in illo uidelicet fiant dies eius pauci et honorem eius accipiat alter. Fiant
filii eius orfani et uxor eius uidua. Nutantes transferantur filii eius et men-
dicent et eiciantur de habitationibus suis, fiant nati eius in interitum, in ge-
neratione una deleatur nomen eius. In memoriam redeat iniquitas patrum
eius in conspectu Domini, et peccatum matris eius non deleatur, fiat contra
Dominum semper, et dispereat de terra memoria eius.188

A renglón seguido, se alude siempre a la maldición divina, cuyo modelo


es Caín sin citarlo,189 los casos recurrentes de Sodoma y Gomorra, ejem-

187 Muñoz Romero, Colección, p. 308. El catálogo de maldiciones está tomado de


Deuteronomio 28, 15 y ss.
188 Sobrado II, núm. 14, 1153, p. 33.
189 Solamente hemos hallado un texto que se refiere expresamente a Caín, concreta-
mente a la señal impuesta por Dios que serviría para reconocerlo entre todos los hombres,
en Cardeña, núm. 110, 963, p. 141: “Si uero quod absit, an nobis aut filiis seu neptis
nostris uel aliquis homo, hoc nostro dato disrumpere uoluerit, in primis ut eueniat ei
contrictio Heli sacerdos et ramorum eius, maledictio Dauid, quam inprecatus est Dohec,
sygnum quod enotatus est Kayn…”. Es la primera maldición que recoge la Biblia y el
modelo sobre el que se construye el contenido de la ira divina. Caín, dice Génesis 4, 12,
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 255

plos bíblicos por antonomasia de la destrucción debida a la más plena ira


de Dios,190 la referencia al libro de Moisés, ya citada (las más clásicas mal-

fue condenado por Dios en estos términos: “Cum operatus fueris eam, non dabit tibi fruc-
tus suos: vagus et profugus eris super terram”, si bien se matizó la condenación a renglón
seguido dado que Dios impidió que Caín pudiese ser muerto por cualquiera. Una ira, por
tanto, que se manifiesta también misericordiosa, que expresa en suma la omnipotencia di-
vina. Véase AA. VV., Manual Bíblico. II. Antiguo Testamento, Madrid, Casa de la Biblia,
1968, pp. 11 y ss; Enciclopedia de la Biblia, cit., nota 92, t. II, pp. 35 y 36, y Comentario
Bíblico San Jerónimo, cit., nota 92, t. I, pp. 75-77.
190 Sobre las que cayeron pestes y fuego, como afirma el redactor de los Fueros de Bur-
gos, concedidos por Alfonso VI en el año 1103: “Et fluat super eos pistis, ignis, sicut pluit
super Sodomam et Gomoram, et ita diversus sit, sicut illi diversi fuerint qui habitatores
eran Sodomae et Gomorae”, en Muñoz Romero, Colección, p. 258; y en Concejo Burgos,
núm. 3, 1103, p. 57. La referencia, nuevamente, la hallamos en Génesis 19, 24: “Igitur
Dominus pluit super Sodomam et Gomorram sulphur et ignem á Domino de coelo”. En
el Fuero de Marañón de Navarra, concedido por Alfonso I el Batallador, se castiga con
la expulsión de la Iglesia y la participación en un destino de castigos como en Sodoma
y Gomorra: “Non habeat partem in cunctis divinis oficis, é á sancta matre Dei eclesia
sedeat extraneus, é habeat portionem sicut Sodoma é Gomorra, sit anathematizatus, et
excomunicatus, et á christiane fidei consorcio separatus, é cum Datam é Abiron quos
terras vivos absoruit é cum Juda traditore habeat partem in inferno inferiore usque in
seculum seculi amen”, en Muñoz Romero, Colección, p. 495. Asimismo en San Millán,
núm. 9, 864, p. 14: “Descendat super eum iram domini nostri Jhesu Christi, et cum Datan
et Abiron habeat portione in inferno inferiori et absorbeat terra sicut absoruit Sodoma et
Gomorra, amen”, y núm. 48, 952, pp. 58 y 59: “In primis ira Dei descendat super illos
et ruina celestia, et lebra canina, et sumergat illos Deus sicut submersit Suduma et Ga-
marra, quos terra vivos absoruit, et animas illorum in paradiso non habeant portionem”;
Condes de Castilla, núm. 61, 999, p. 442: “Et cum Iuda Domini traditore infernales
lugeat penas et suberatur sicut Sodoma et Gomorra et sicut Datam et Abiron quos vivos
terra absorbuit”, y núm. 74, 1014, p. 532: “Et cum Sodoma et Gomorra, quos ignis de
celo consumpsit et cum Datan et Abiron, quos uiuos terra absorbuit”; Sancho el Mayor,
apéndice II, núm. 80, 1033, p. 397: “In aspectu Domini et Dei anathema sit, corrumpat
eum Dominus atque dimergat, sicut Sudumam et Gumuram, et constituat eum Dominus
in sede Judae traditoris finitus”; Sahagún III, núm. 887, 1092, p. 203: “Et si sumergat
illi Dominus sicut sumersit Datan et Abiron et Sodoma et Gomurra, qui pro suas culpas
uibos obsorbuit eos terra”. En una donación al monasterio de Santiago de León, el abad
Miguel dice “descendat super eum rumphea celestis quemadmodum super Datan et Abi-
ron uel super Sodomam et Gomorra et luctum in consolatione assiduus et eius anima
scomunicata in dampnatione perpetua”, en León III, núm. 554, 992, p. 64; Sahagún IV,
núm. 1.237, 1129, p. 121: “Non uideat que bona sunt in glem in Iherusalem, sed sumergat
illi Deus sicut sumersit Sodoma et Gomorra et Detan et Abiron”, y Oña, núm. 47, 1131,
p. 40: “Et qui istum pactum uoluerit disrumpere, in primis habeat ira Dei et de beata
uirgo Maria et de beatorum apostolorum Petri et Pauli et de cunctis omnibus sanctis, et
ad sancta mater ecclesia sedeat anatemato et excomunicato et habeat partem cum Iuda,
traditore, et cum Datan et Abiron, quem terra obsorbuit et cum Sodoma et Gomora atale
256 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

diciones bíblicas recogidas en el Éxodo y en otros episodios de la doctrina


mosaica, dentro siempre del Pentateuco),191 la maldición de David,192 las
maldiciones del Apocalipsis,193 todas las maldiciones bíblicas posibles, del

locus abitare, amen”. Abundante presencia en los textos navarros correspondientes a la


Orden de Jerusalén, en Priorato San Juan, núm. 54, 1185, p. 60: “Veniat super eos ira
Dei sicut super Sodomam et Gomorram et sicut super Datan et Abiron et habeat porcio-
nem cum Iuda traditore in inferno inferiore”; núm. 89, 1196-1200, p. 92: “Et qui hee
helemosina voluerit corrumpere sit maledicti cum Sodoma et Gomorra et habeat partem
cum Iudas Scariot qui tradidit Ihesus”; núm. 140, 1210, p. 144: “Et pereat perpetim ut
Sodoma et Gomorra”; núm. 155, 1215, p. 158: “Sit traditus diaboli et eius societati sicut
fuerunt Sodoma et Gomorra, et pereat in profundum inferni”; núm. 169, 1220, pp. 173 y
174: “Ninguno que la particion de la sobredita agua quisiere defender o embargar sea de
la parte de Dios escomulgado et dapnado et sea maldito de la planta del pie entro al somo
de la cabeza et perezca assi como Datan et Abiron et fundasse en el abismo assi como
Sodoma et Gomorra que fueron ciudades malditas, et sea companero de Judas el traydor
en infierno, amen”; núm. 232, 1230, p. 229: “Sean maledictos de Dios a Santa Maria su
madre e de Sant Johan e de todos los otros santos assi como fo Datan e Abiron, Sodoma e
Gomorra, e non ayan part en el regno de Dios, e con Judas el traydor entren en infierno”;
núm. 350, 1254, p. 351: “Sea maldicto de Dios e de Sancta Maria e de Sant Johan Babtis-
ta e de todo los appostoles e de todo los santos e santas asi como Judas Scariot el traidor
que vendio a Dios nostro seinor e asi sea confondudo a como fueron Sodoma e Gomorra
amen”; núm. 379, 1258, p. 386: “Sea maldito como Sodoma e Gomorra”, y núm. 419,
1273, p. 439: “Sea peindrado de los bienes del Paradiso et maldito como Sodoma et
Gomorra et parçonero enas penas al infierno como Judas el traidor”. Se ha consolidado
desde ese siglo X un modelo uniforme de referencia a Sodoma y Gomorra, silenciando
los castigos bíblicos y dejando los simples nombres como la expresión puntual, depurada
de la acción divina.
191 Sobre todo, Éxodo capítulo 7 y siguientes, sobre las plagas de Egipto, y Deutero-
nomio 28, 15-69, catálogo que figura de modo recurrente en los textos, implicando desde
maldiciones espirituales y generales hasta castigos y desgracias físicas, como ya se ha
visto. Véanse Auzou, G., De la servidumbre al servicio. Estudio del Libro del Éxodo,
2a. ed., Madrid, Fax, 1969, pp. 127 y ss.; Robert, A. y Feuillet, A., Introducción a la
Biblia, Barcelona, Herder, 1970, t. I, pp. 347 y ss., y Von Rad, G., Teología del Antiguo
Testamento. I, Salamanca, Sígueme, 1972, pp. 281 y ss. Así, a modo de testimonio, López
Ferreiro, Historia. III, apéndices, núm. 86, 1019, p. 213: “Neminem permittimus, qui
hoc factum nostrum in aliquo irrumpat aut mutilare presumat, sed, qui fecerit, Domini
accipiat maledictiones, que sunt scripte in libro Moysi, serui Dei excelsi, et sit pabulum
gehenne in baratro ignis eterni”.
192 San Cugat I, núm. 197, 987, p. 166: “Et insuper veniat ad eum malediccio Da-
vitica”. David pide a Dios que aparte de él la maldición de Semei, perteneciente a la
familia de Saúl, en 2 Samuel 16, 12. En otros textos figura la expresión “dauiticas male-
dictiones”, como en Besalú, núm. 204, 996, p. 241.
193 Donación del conde Aznar de Santa María de Cajigar, en Ribagorza, núm. 1, sin
fecha, p. 117: “Et apponat super illos Deus plagas scriptas in libro Apocalipsis Johan-
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 257

Viejo y del Nuevo Testamento,194 la mención a los rebeldes Datán y Abi-


rón, y a la excomunión y al anatema que supone tanto como apartarlo de la
única vida verdadera existente,195 acompañada esta última de la expresión
marenata, de incierto significado,196 todo lo cual implica tanto como decir,

nis. Amen”; Lavaix, núm. 4, 1013, p. 61: “In primis iram Dei omnipotentis incurrat et
a liminibus sanctorum extraneus efficiat et cum Iuda Scarioth partem accipiat et non
hereditet cum sanctis neque cum electis Dei, in secula seculorum, amen, et aponat super
illum Deus plagas scriptas nomine in libro Apocalipsis Iohanis”. El carácter simbólico
y alegórico del texto de San Juan se presta a la perfecta utilización de muchas de sus
imágenes (Anticristo, la bestia, la Jerusalén celeste, profecías, los veinticuatro ancianos,
los sellos, las desgracias que se ciernen sobre la humanidad, etcétera), por parte del hom-
bre medieval. Vease sobre este texto capital dentro del conjunto bíblico y del imaginario
medieval: Cerfaux, L. y Mabier, J., El Apocalipsis de San Juan leído a los cristianos, Ma-
drid, Fax, 1968; Wikenhauser, A., El Apocalipsis de San Juan, Barcelona, Herder, 1969;
Comentario Bíblico San Jerónimo, cit., nota 92, t. IV, pp. 531 y ss., y Schick, E., El
Apocalipsis, Barcelona, Herder, 1974.
194 Archivo Condal Barcelona, núm. 138, 957, p. 300: “Et veniant super eum universe
maledicciones Veteris hac Novi Testamenti”.
195 “Anathema” y “Anathematus”, en García de Diego, E., Glosarios latinos del Mo-
nasterio de Silos, p. 35, significan respectivamente “mare natha, perditio in adventu do-
mini” y “abominatus, execratus, fori missus”, sumamente gráficos, directos y expresivos
estos significados: abominado, despreciado y echado fuera, con la consecuente condena-
ción en el Juicio Final, como en Tumbo A Santiago, núm. 10, 883, p. 76: “Et si quis illud
per aliquam ocasionem quocumque in tempore de iure Sancti ac Beatissimi Iacobi auferre
uoluerit, sit in eternum anatema et pereat in futuro iudicio, amen”; Irache, núm. 2, 1024,
p. 5: “Nullus audeat hoc meum pactum disrumpere neque filius, neque nepos, neque et
nepotis, neque propinquus, neque extraneus. Si quis ex ipsis superscriptis voluerit hoc
factum extrahere, anathema fiat. Votum tamen meum firmum et inconvulsum permaneat
in eternum”; Fitero, núm. 12, 1148, p. 367: “Cum unanimi consilio et concordi uoluntate
omnium ecclesie nostre clericorum in nomine Domini et in uitute Spiritus Sancti preci-
pientes decernimus, et, decernendo firmiter statuimus, huius quoque donacionis temera-
rium uiolatorem anathematis mucrone percutimus”.
196 Las expresiones “marenata” o “maranata”, supervivientes de la época visigoda,
parecen proceder de un texto de Pablo de Tarso, 1 Corintios 16, 22: “Si quis non amat
Dominum nostrum Jesum Christum, sit anathema. Maran Atha”. A juicio de Floriano,
A. C., Curso paleografía y paleografía y diplomática españolas, cit., nota 85, pp. 397 y
398, se trata de una locución aramea que agrava de modo solemne y misterioso la con-
denación que implica el anatema. Parece tratarse de una frase cuyo empleo continúan los
escritores cristianos, griegos y latinos, que puede ser traducida como “Nuestro Señor ha
venido” o “Señor Nuestro, ven”, de modo que en la interpretación patrística, dado que
el Redentor viene al mundo a sacrificarse por la salvación de todo el género humano, es
maldito y execrable aquel que no lo ame. Puede tratarse, se advierte finalmente, de una
llamada para que el Señor vuelva por segunda vez a juzgar al mundo y a castigar a aque-
llos que no lo amen. De todos modos, en la documentación medieval, parece convertirse
258 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

como hacen algunos documentos, la confusión, el caos: siendo no sola-


mente excomulgado, sino confundido,197 abominado,198 o incluso infectado
por la lepra,199 para contribuir a ese ostracismo forzado al cual será con-

en un adjetivo que acompaña la voz principal, desprovista, por tanto, del primigenio
significado que pudiera tener en sus inicios, para simbolizar la condenación irremisible
del anatematizado, una condenación que es considerada como doble perdición. A modo
de ejemplo, véase Prieto, A., “Documentos referentes al orden judicial del monasterio de
Sahagún”, AHDE, núm. 45, 1975, 6, 960, p. 496: “Nec nos neque aliquis quilibed vi-
vens in seculo aut quisquam ad heredum suorum vel cujuspiam assertionis persona qui
hanc suam voluerit comvellere devotionem in aliquo aut hujus nostri decreti testationis
infringere tenorem ut de hoc quod superius conscriptum est inde aliquid vel modica rem
alienare inmutilare vel abscidere proabili quoquunque trasmutationis pressumet quod si
talia conatus fuerit defraudare vel in modico in primis à fronte vibens suis ambobus
careat luminibus sit itaque anathema in conspectu Dei Patris Omnipotentis & Sancto-
rum Angelorum ejus sit condemnatus & perpetua ultione percussus in conspectu Domini
nostri Jhesu Xpi & Sanctorum Apostolorum ejus sit etiam in conspectu Sancti Spiritus &
Martirum Xpi repetita anathema Marenata id est duplici perditione damnatione damnatus
& ut de hoc seculo sictu Datan & Abviron vibos continuo absorveatur yatu & tartareas
penas cum Juda Domini proditore perenni perferat cruciatu in eterna damnatione & quo-
gatur pars regia auri numos quingenti binos stante & permanente hanc scripta utilitatis
testamenti in omne robore ac perpetua firmitate”.
197 Diplomática astur, vol. I, núm. 16, 800, p. 97 “Prius sit a Domino Deo maledictus
et confusus”; Tumbo A Santiago, núm. 66, 1028, p. 187: “Quisquis autem hoc meum
factum infringere temptauerit, sit ab omnipotenti Deo confusus et in inferno dampnatus”.
Nuevo modelo bíblico, esporádicamente recogido: que sea confundido como el faraón en
el Mar Rojo, en León III, núm. 821, 1025, p. 417: “Et tali confusio ueniat super eum sicut
uenit super pharahoni in Mari Rubro, et sic terra uiuum eum obsorbeat sicut consumpsit
Datan et Abiron, et hic iaceat dimersum in profundissimum infernum ubi ille qui similis
se faciebat Deo nostro et mors”; o que sufran el castigo de la ira divina, la inmersión en
las aguas del mismo mar, como en S. Victorián Sobrarbe, núm. 12, 1035, p. 21: “Et cum
Iuda Scariotis et cum Pharone qui in Rubro Mari submersus est, et cum Datan et Abiron
quos uiuos terra absoruit, in inferno portionem accipiat”, y núm. 31, 1055, p. 53: “Et a
restu… obnoxius teaneatur partemque cum Iuda Scharioth et Faraone qui in Rubro Maris
dimersus est, uel cum Datan et Abiron quos uiuos terra obsorbuit, partem cum illis in per-
petuum abeant”; o en León V, núm. 1.368, 1120, p. 93: “Quicumque igitur hanc paginam
delere studuerit, et ad effectum ducere conabitur, sit anathema maranatha, et pereat sicut
Pharaon et exercitus eius in mari Rubro submersi fuerunt Domino permitente”. Véase
sobre esta cuestión, Auzou, G., De la servidumbre al servicio, cit., nota 191, pp. 192 y ss.
198 Incitando a todo el mundo, a todo el pueblo, a rechazar a ese sujeto, como en León
III, núm. 794, 1022, p. 382: “Inprimis sedeat reus et abominatus extraneus et ad sancta sa-
cra non perueniat set cum impiis sedeat excomunicatus et dicant omnis populi fiat, fiat, et
ad sancta conmunione non perueniat, amen”, núm. 795, 1022, p. 383 y 812, 1024, p. 406.
199 Muñoz Romero, Colección, Fuero de Valle concedido por el conde Ramón de Borgo-
ña, 1094, p. 333: “Si quis tamen quod fieri non credimus, et aliquis homo ad irrumpendum
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 259

denado para siempre. La lepra, especialmente la lepra de Giezi empleada


en numerosos documentos,200 es una suerte de manifestación física de la
excomunión y por ello algunos papas hablan al referirse al excomulgado
como un leproso, con una nueva invocación bíblica, en este caso al Leví-
tico.201 El premio de la resurección aparece asimismo como algo remoto
para el condenado.202 Lo mismo acontece con la remisión de sus pecados,

venerit, vel venerimus, tam de extraneis, quam de propinquis nostris, qui istum factum
meum infringere quesierit sit leprosus et anathematizatus et á conspectu Domini nostri
Jhesu Xristi separatus et cum Juda, etcétera”. Una lepra que se extenderá de la cabeza a los
pies, en León IV, núm. 1.264, 1092, p. 562: “Inrprimis ira eiusdem Sancti Saluatoris ueniat
super eum et lepra Domini percussus a uertice capitis usque ad plantam pedis, non uideat
que bona sunt in Iherusalem nec pacem in Israhel, sed apostate Iude particeps facturus in
inferno inferiori dimergatur perpetim ibi cruciandus”.
200 Protagonista de varios episodios en 2 Reyes. Era criado del profeta Eliseo. Éste
procuró la curación del general sirio Namán mediante la realización de siete baños en
el río Jordán, lo cual acepta realizar con cierto escepticismo. Una vez curado, aquél in-
tenta compensar a Eliseo, pero el profeta no acepta ninguno de sus presentes, cosa que
sí se apresura a hacer Giezi, quien pide furtivamente una cierta cantidad de dinero. En
castigo por su osadía y por su pecado de simonía, Eliseo le castiga a sufrir la lepra que
había curado previamente al general sirio, como se expone en 2 Reyes 5, 19-27: “Sed et
lepra Naaman adhaerebit tibi, et semini tuo, usque in sempiternum. Et egressus est ab eo
leproso quasi nix”. Véase Comentario Bíblico San Jerónimo, cit., nota 92, t. I, pp. 541 y
542. Numerosos ejemplos acreditan el conocimiento de esta historia, mezcla de avaricia,
de mentira y de simonía, como en Diplomática astur, vol. II, núm. 105, 873, p. 84: “Et
judicium Judae Scariotis sumat, ut in ejus comdemnatione communem habeat partici-
pium; ut in advenut Domini sit anatema et maranata, vel in hoc saeculo exors ad omni
cetu religionis Giezi lepra percutiantur”; núm. 108, 874, p. 93: “Et iudicium Iudes Sca-
riotes summat, ut in eius condemnationem habeat participium hoc in aduentu Domini sit
anatema marenata uel in hoc seculo exors ab omni cetu religionis, Giezi lebra percutjatur,
qui nostrre oblationis cartulam sacrilegamente inerbare uoluerit”; núm. 150, 895, p. 209:
“Ac in aduentum Domini sit anathema marenata, uel in hoc seculo exors ab omni cettu
catholice religionis Giezzi leura percutjatus permaneat”; Astorga I, núm. 24, 923, p. 78;
Condes de Castilla, núm. 4, 929, p. 145; Castañeda, núm. 2, 940, p. 30; Ramiro II, núm.
38, 940, p. 634: “In primis sit a Domino maledictus et cum Iuda, traditore Domini, co-
munem habeat damnationem, arreptus a diabolo corruat et a fronte lucernis careat, giezi
lepra sit percussus et in inferno inferiori arsurus et iuri fiscali exsoluat omnia duplatum,
et hunc seriem testamenti et insolubilem permaneat”; Fernando I, núm. 13, 1041, p. 70;
Cardeña, núms. 11, 12 y 43; Silos, núm. 9, 1041, p. 11; S. Pedro Montes, núms. 8, 9, 10
y 11. Aparecen las variantes gráficas más diversas como “Ieci” o “Lexi”.
201 Levítico, capítulo 13 y siguientes. Como gráficamente destacó Pablo de Tarso, es
ese elemento corrupto el que puede corromper a la totalidad pues poca levadura hace
fermentar la masa, en 1 Corintios 5, 6, y Gálatas 5, 9. Antes en Mateo 13, 33.
202 Diplomática astur, vol. II, núm. 125, 882, p. 140: “Et no abeant cum Domino in
prima resurrectione ressussitandi”, dado que en ese lugar donde va destinado no hay sitio
260 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

que deviene imposible de realizar en la práctica, con lo que se incrementa


esa idea de expulsión de toda colectividad conocida.203
En consecuencia, como suma de todo este catálogo de desastres, apar-
tamientos, separaciones y maldiciones, el destino final que le resta al ser
humano que infringe los mandatos divinos se materializa en la ausencia
del paraíso. El castigo no es sólo terrenal, sino que afecta al núcleo básico
de la creencia cristiana. Desaparece la vida eterna, el consuelo perpetuo,
la contemplación sempiterna de Dios: “Et non habeat partem cum sanctis
in paradiso, sed cum diabolo luat penas in inferno dimersus”.204 Desapa-
rece cualquier huella del bautismo en cuanto que integración en la comu-
nidad.205 El Antiguo Testamento cobra vida de nuevo recordando, como
sucede con algún documento ya mencionado, el pasaje del libro de Job
de aquellos que decía al señor que se apártase de ellos, el famoso “Qui
dixerunt a Deo: Recede a nobis, et scientiam viarum tuarum nolumus”. 206
Es lo que nos dice, a modo de explicación gráfica, el Fuero de Logroño,
concedido por Alfonso VI en el año 1095, con su finalización sanciona-
dora plena de maldiciones:

Unde coram vivo Deo ego Aldefonsus rex de Castella et uxor mea Regina
anmonemus nostri regni succesores, ut nullus eorum tan grandis quam nulli
personae hoc factum notri regali authoritate in presencia donata eet confir-
mata et in hanc paginam scriptum, et sine aliquo quolibet perverso ingenio

para la redención: “infernalibus, ubi nulla constat redemptio”, en Alfonso VIII, núm. 953
(fecha incierta), p. 655. Donación a la Orden de Calatrava de unas huertas previamente
confiscadas; Castañeda, núm. 13, 1033, p. 46: “Et non resurgat in die magno iudici”, y
núm. 14, 1103, p. 48: “Et non resurgat in die iudicii quando Dominus uenerit iudicare
seculum per ignem”.
203 Arlanza, núm. 15, 937, p. 44: “Et in finem vite sue non abeat locum penitencie
nec peccatorum suorum remissionem, sed cum Juda Domini proditore lugeat penam in
eternam damnationem”, y Siresa, núm. 1 (primera mitad del siglo IX), p. 12: “Si quis
sane quod fieri minime credo, contra hanc scripturam voluntatis et distractionis mee ire
fuerit conatus, primitus iram omnipotentis Dei incurrat, et neque in isto neque in futuro
seculo nullam inveniat remissionem peccatorum, et a liminibus sacris vestris efficiatur
extraneus, quod nec dissimile pena debet suscipere qui res Deo sacras connatur aufferre,
stante et permanente huius scripture serie cum omni robore”.
204 León V, núm. 1.420, 1138, p. 186.
205 Sahagún II, núm. 381, 1003, p. 25: “Obtamus uiuens a corpore extraneatus sit ad sa-
crasancta babtisma et a cetu sinu matris eglesie et a fronte careat ambobus lucernis et nemo
sit qui illi misereatur et in futuro saeculo cum Iudas Domini traditore teneat sociatum”.
206 Job 21, 14.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 261

perturbare audeat; et si quod percentaverit atque per virtum ne de nullius


ocasione disrumpere voluerit ex parte domini omnipotentis, et beata Dei
genitricis virgo semper Maria, et ex parte beatorum Apostolorum et omnium
Sanctorum eius sit maledictus et confusus cum iis, qui dixerunt Domino
Deo: recede á nobis.207

El hombre solo, separado de los demás hombres justos, se expone a la


ausencia total de compasión y de piedad. Todos los castigos imaginables
se proyectan sobre ese sujeto ausente de cualquier atisbo de misericor-
dia: un cuerpo que arderá perpetuamente en las llamas del infierno, 208
con enfermedades eternas por las que perezca,209 la ausencia de reposo
alguno o refrigerio para su alma,210 la imposibilidad de escuchar las pa-
labras piadosas que Dios pronuncia para procurar su salvación o que ésta
se haga real,211 la atribución a cada cual según sus obras, en este caso,

207 Muñoz Romero, Colección, pp. 340 y 341. Esos a los que se refiere son, entre otros,
los “quasi judeus haereticus ab omni getu Christianorum anathematizatus”. También lo
hace constar el propio Alfonso VI en el Fuero de Miranda de Ebro, en Alfonso VI, núm.
150, 1099, pp. 389 y 390: “Et si uoluerint hoc frangere per uiolenciam aut alia ocasione
quacumque, sit maledictus et confusus ex parte Dei omnipotentis et beati Petri et aliorum
apostolorum, et sit cum illis quibus Deus dixerit: Discedite a me, et sit sicut iudeus et
hereticus a tota communione christianorum separatus, et post mortem sit cum diabolo
et Iuda proditore in profundo infernorum semper et perpetuo”.
208 Con fuegos atroces y perpetuos. León I, núm. 55, 921, p. 92: “Atrocibus et perpe-
tuis ignis exurendus”; núm. 75, 927, p. 127: “In ignem eternus iturus”, y Tumbo A San-
tiago, núm. 27, 915, p. 107: “Et post discessum a corpore igni perpetuo sit perhenniter
mancipandus”.
209 Tumbo A Santiago, núm. 31, 919, p. 116: “Si quis sane contra hanc nostram deuo-
cionem contrarius aduenerit in hoc presenti seculo amborum oculorum careat luminibus
morboque ualidissimo pereat”, y núm. 33, 922, p. 120: “Et post uermibus scaturiens cum
impiis et sceleratis in inferni antro dimersus cum Datan et Abiron eternas sustineat penas
luiturus”.
210 Tumbo A Santiago, núm. 50, 927, p. 152: “Et anima eius cruciatu a corpore euulsa
nunquam refrigerium acipiat”; y núm. 65, 1028, p. 186: “Et in inferno dimersus refrige-
rium nunquam accipiat sed in secula seculorum penas eternas sustineat”.
211 Tumbo A Santiago, núm. 64, 1024, p. 184: “Atque in die examinacionis tartareas
cum Iuda patiatur penas et non audiat uocem dicentis: Venite benedicti Patris mei”, y,
en este caso con sentido positivo que justifica la confirmación de los Fueros de Santiago
operada por el conde Raimundo de Borgoña, núm. 75, 1105, p. 204: “Sicut ceteri ingenui,
ut intercessionibus et meritis eiusdem apostoli et orationibus clericorum huius loci in die
iudicii audiamus uocem Domini dicentis: Venite benedicti patris mei, precipite regnum
uobis ab origine mundi preparatus”, frase tomada de Mateo 25, 34: “Tunc dicet rex his,
262 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

negativas, nefastas,212 penas inextinguibles e imposibilidad de recuperar


el amor divino.213
Pero hay más consecuencias. Será expulsado de la fe de Cristo o de
la propia cristiandad, dicen algunos textos,214 o separado del cuerpo y
de la sangre del Señor,215 de la comunión de Cristo216 y de los santos,217
sometido al juicio de Dios,218 proclaman otros; extraño a la Iglesia y a

qui a destris ejus erunt: Venite benedicti patris mei, possidete paratum vobis regnum a
constitutione mundi”.
212 León I, núm. 47, 918, p. 79: “Quod et iurationem confirmo, ut hanc testum nostrum
infringere ausus fuerit, recognoscat facies nostra in illa die ubi omnes debeant audire:
Venite benedicti Patris mei, percipite regnum, et ibi recipiunt unusquisquie secundum
opera eorum; stante et permanente huius scripture nostre textum in omni perpertuam
firmitatem”.
213 Sahagún II, núm. 407, 1020, p. 54: “Et cum Iuda traditore inferat penas inextingui-
biles et nunquam recuperetur ueniam”.
214 San Vicente Oviedo, núm. 29, 1015, p. 29: “Sitque separatus a totius Christiani-
tatis fide”; Documentos, núm. 10, 1025, p. 16: “Siquis tamen, quod fieri non credimus,
aliquis homo aut ex propinquis nostris, venerit ad irrumpendum hunc nostrum factum
in primis siat excommunicatus et separatas a fide Christi et cum Iuda traditore habeas
participium”; San Cugat II, núm. 681, 1075, p. 343: “Quod si ego donatrice, aut aliquis
homo sexus utriusque, qui contra hanc donacione venero, aut venerit ad inrumpendum,
nil valeat, sed primo ira Dei incurrat et extraneus a s. Dei ecclesia sit, et eiectus ad omni
populo christiano”.
215 Diplomática astur, vol. I, núm. 20, 804, p. 106: “Excomunicatus sit a Corpore et
Sanguine Domini nostri Iesu Christi”; Documentos, núm. 12, 1044, p. 21: “Qui vero
istius facti nostri trasgressor extiterit, sit maledictus usque ad septimam generationem,
et omnes maledictiones que continentur in sacris Scripturis veniant super eum, á corpore
et sanguine Domini separetur, et cum Iuda proditore in inferno inferiori habeat penas, et
quantum inde sacrilege abstulerit in quadruplum restituat Ecclesie et regie Maiestati”.
216 Diplomática astur, vol. I, núm. 24, 812, pp. 128 y 129: “Et hic esse priuatum Chris-
ti comuunione”; Diplomática astur, vol. ����������������������������������������������
II, núm. 143, 891, p. 186: “Et hic esse priua-
tum Christi comunione et futuro iudicium nobiscum pro id suas asserit actione insuper
copleat”; y núm. 145, 894, p. 196: “Et Christi communionem segregatus in futuro iudicio
nobiscum pro id suas aserat actiones”.
217 Diplomática astur, vol. I, núm. 4, 745, p. 43: “Si quis anc seriem dotis uiolauerit sit
anatema ad concilio, uidelicet sanctorum segregatus”.
218 Siresa, núm. 2, 850, p. 14: “Si quis autem vestrum illos inquietare voluerit per hanc
memorialem nostram imprimis ira Dei incurrat super eum, et ab ecclesia sancta et a fide
catholica sit segregatus, et cum dies ille magnus et manifestus et tremendus advenerit,
reus stet ante tribunal Domini nostri Ihesu Christi”; San Juan de la Peña, núm. 51, 1030,
p. 152: “Et condempnatus in iudicio Domini nostri Ihesu Christi, ut videntes metuant,
audientes contremiscant, factores terreantur”.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 263

la comunidad de los fieles,219 separado del cuerpo de Cristo,220 o que sea


perpetuamente condenado y golpeado en presencia de Jesucristo y de los
santos,221 inversión de la idea clásica de la dicha suprema como contem-
plación de Dios, con lo que exclusivamente hallará refugio en la compa-
ñía de Judas y con él vagará por la vorágine infernal222 o en el infierno
inferior, donde más sepultados queden sus recuerdos y su memoria. Ana-
tema y excomunión se acaban identificando.223 Y se producen de forma

219 Diplomática astur, vol. II, núm. 136, 866, p. 166: “Quod qui fecerit, reus perma-
neant ab ecclesia catholica et extraneus sit a sancta communione amen”; núm. 142, 889,
p. 179: “In primis sit Domino reus, et a sancta comunione et ceterorum christianorum sit
extraneus et insuper cum Iuda Domini traditore abeat participium in perpetuum ad dam-
nationem, et non fiet illis nec in finem communione percipienda”; núm. 157, 898, p. 238:
“In primis sequestratus ad eclesia catholica et a conuentum christianorum sit extraneus
a porcione corpus et sanguinis Domini in eterna damnacione cum Iuda traditorem abeat
participium; et insuper dampna secularia adictus inferat partem eclesie sancte, tantum
quantum eadem auferre uoluerit”; núm. 166, 902, p. 279: “In primis sit excommunicatus
et extraneatus et separatus de Domini nostri Ihesu Christi”.
220 Diplomática astur, vol. I, núm. 11, 781, p. 79: “Segregatus a Corpus Christi sit”; y
núm. 30, 822, p. 157: “Excomunicatus permanent a corporis Domini nostri Ihesu Christi,
nec in fine comunicatio accipiat”.
221 Diplomática astur, vol. I, núm. 5, 747, p. 52: “Sit condemnatus et perpetuam ultio-
nem percussus in conspectu Domini nostri Ihesu Christi, et Sanctorum eius”, y núm. 40,
832, p. 188: “Ipsoque anathematis maledictione percussus pereat in eternum”.
222 Diplomática astur, vol. I, núm. 2, 740, p. 35: “Iram Dei omnipotentis incurrat, et sit
in inferni voragine demersus”.
223 Jaca, núm. 8, 1077, p. 51: “Et quicumque voluerit istam cartam quam fatio popula-
toribus Iacce pro crudelitate sua disrumpere, sit excomunicatus et anatematizatus et om-
nino separatus a toto Dei consorcio, si sit de meo genere vel de alio. Amen, amen, amen.
Fiat, fiat, fiat”. El anatema tiene su origen en el Antiguo Testamento y alude inicialmente
a las ofrendas religiosas que, sustraidas al uso profano, se reservaban para los dioses. La
versión griega de la Biblia, esta voz pasa a designar la ofrenda a Dios de una persona o
de una ciudad, que deben ser destruidas como en sacrificio sangriento. Tras el destierro
babilónico, el anatema queda reducido a una confiscación de bienes con exclusión de la
vida religiosa de la comunidad, de modo análogo a la excomunión. Ésta, presente tam-
bién en la tradición judaica, comportaba el apartamiento temporal o definitivo de la vida
religiosa y se justificaba por el carácter social de ciertas ofensas que no solamente aten-
taban contra Dios: conformaban peligros o atentados contra la propia esencia de la vida
comunitaria, siendo profusamente empleado en el Nuevo Testamento por los apóstoles,
erigiéndose en una de las penas canónicas de mayor gravedad por sus inmediatas conse-
cuencias. Véase Bauer, J. B., Diccionario de teología bíblica, Barcelona, Herder, 1967,
pp. 74-76. La primera referencia propiamente jurídica la hallamos en el Concilio de Elvira,
siendo frecuentes las distinciones canónico-conciliares a lo largo de casi cinco siglos entre
la excomunión —en tanto que exclusión del solo sacramento— y el anatema —que impli-
264 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

inmediata, directa, por el simple hecho de la infracción y sin esperar a


pronunciamiento alguno. Es concluyente el catálogo de sanciones que
recoge un documento de Sancho III dirigido al monasterio de San Juan de
la Peña por el cual introduce la regla benedictina en el citado cenobio:
Nam siquidem ex personis regum vel potestatum vel quorumlibet succes-
sorum huius sancte regule vita vel via magis magisque causa rectitudinis
augmentare potuerit, valeat, amen. Qui autem absque auctoritate sancte
regule ob quamlibet occasionem nostrorum subditorum aliquis vel qua-
libet persona detrimentum malicie hinc seu illinc aliter inferre conaverit,
anathematizetur. Si quis autem, quod absit, meorum propinquorum vel ex-
traneorum hec mea conscripta disrumpere temptaverit, anathematizetur;
insuper cum Iuda traditore in tartaro inferni obtineat portionem, amen, et
cum XI principes quis omnes sanctos martires fuerunt persecuti, cum ipsis
abeat mansionem et cum Datan et Abiron, quos terra vivos absorbuit.224

Algunas veces la excomunión es calificada, no como pena o sanción,


sino como crimen.225 La calificación de “apóstata” aparece esporádica-
mente.226 La cascada de consecuenicas malignas se va sucediendo en la
documentación. Así dirá un documento de Sahagún:
Quo, si aliquis homo contra hanc scripturam testamenti uenire conatus fue-
rit et prefatum monasterium auferre temptauerit, siue de propinquis siue de
filiis uel coheredibus meis, uel de regia dignitate, seu de seculari potestate,
cuiuslibet sit conditionis uel ordinis uel dignitatis, quisquis ille fuerit qui
talia comiserit, nisi penituerit et reuerentiam Deo et martiribus eius et huic
sancto loco exibens ab hac maliuola intentione cessauerit, ueniat super
eum ira Dei et fulgurea framea celi, sit seiunctus a Christi comunione et
ambobus careat a fronte luminibus, hereat eius lingua in palato proprio, ne

caba la exclusión de la comunidad de fieles y la maldición—. Acerca de la evolución his-


tórica y final síntesis del anatema y la excomunión, véase Naz, R. (dir.), Dictionnaire de
Droit Canonique, París, Librairie Letouzey et Ané, 1926. Voz “Anathème”, t. I, cols. 512-
516, y voz “Excomunication”, t. V, cols. 6.154-6.160; y voz “Anathema”, Reallexikon
für Antike und Christentum, Stuttgart, Anton Hiersemann, 1950, t. I, cols. 427-430, y voz
“Exkommunikation”, en ibidem , t. VII, cols. 1-22. Nuevamente, hace aquí su aparición
la huella gótica. Véase Petit, C., “Crimen y castigo en el reino visigodo de Toledo”, op.
cit., not 44, pp. 40-46, para el caso peninsular.
224 San Juan de la Peña, núm. 47, 1028, p. 139.
225 Diplomática astur, vol. II, núm. 89, 867, p. 36: “Si quis tamen hujus Scripture
nostre seriem infringere conatus fuerit, excommunicationis crimen incurrat”.
226 Ibidem, núm. 179, 905, p. 323: “Inter apostatas condempnatus”.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 265

aspiret confessionis sermo in die supremo et cum Iuda Domini proditore


perpetuo tradatur incendio cruciandus euo perhenni et seculo cuncto et ne
gaudeat seculari se dampna euasisse coactus legibus post partem istius
monasterii centenas auri libras exsoluat et quantum auferre uoluerit tripli-
citer in loco simili componat.227

De un modo más gráfico, se expresan los obispos Severino y Ariulfo


en una donación a la iglesia de Oviedo, con unas sanciones manifesta-
das en un lenguaje no exento de cierto lirismo (la referencia a las conse-
cuencias de la ceguera, castigo por antonomasia de los traidores de acuer-
do con la Ley Gótica,228 y al recuerdo que como polvo que es arrastrado
por el viento, tomado asimismo del Salmo 82), si se permite la expresión,
al mismo tiempo que se contempla la posibilidad contraria, la derivada
del respeto a la escritura que se está concluyendo. Para el infractor, las
soluciones o los recursos conocidos, ceguera incluida, su erradicación del
libro de los justos, la entrega en manos del diablo y sus ángeles con Judas;
para el que lo respete, la inmunidad ante el tribunal del Señor:
Si quis tamen quod fieri minime credimus ex nostra progenie uel extranea
tam potestas regalis quam ordo consularis, seu episcopalis maiorinus uel
saio siue aliquis secularis homo uiolenter transgressus fuerit istud quod
nos concedimus modo et aufferre inde aliquis uoluerit presenti euuo abs-
tractus maneat de fidelium concilio et non uideat hortum surgentis aurore
et contractus sit sicut puluis quem procit uentus a facie terrae et suis am-
bobus a fronte careat lucernis et deleatur nomen eius de libro uitae et cum
Juda domini proditore cum diabolo et angelis eius condempnatus perma-

227 Sahagún II, núm. 533, 1049, p. 220. En parecidos términos, Sahagún III, núm.
1.120, 1105, p. 481: “… sit excomunicatus et a corpore Christi alienus, lingua aderente
palato, subita morte suffocatus, a demonibus in infernum submersus, cum suis omnibus
adiutoribus et sequacibus talia pacientibus, luat penas cum Iuda traditore in inferno in-
feriore”, y núm. 1.126, 1105, p. 488: “Ueniat super eum ira Dei et fulgurea flamma celi,
careatque geminis a fronte lucernis et cum Iuda Domini proditore perhennes luat penas
in generatione et generatione, sit seiunctus a Christi comunione et a gaudio uniuersalis
ecclesie remotus a uiuentium regione et maledictioni subditus usque ad septiman genera-
tionem demregatur in inferni uoragine”.
228 Lex Visigothorum, núms. 2, 1, 8 (Chindasvinto), De his, qui contra principem vel
gentem aut patriam refugi sive insulentes existunt.: “Quod si fortasse pietatis intuitu a
principe fuerit illi vita concessa, non aliter quam effossis oculis relinquatur ad vitam,
quatenus nec excidium videat, quo fuerat nequiter delectatus, et amarissimam vitam du-
cere se perenniter doleat”. En consecuencia, cegado físicamente, dice una donación de
la reina doña Elvira, “non uideat ortum surgenit aurore”, en Tumbo A Santiago, núm. 90,
1017, p. 231.
266 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

neat in aeterna dampnatione; qui uero istud firmauerit munierit et stare


facerit indemnis stet ante tribunal Domini solutus ab omni nexu pecca-
ti, et qui in aliquo infringere tempatauerit reddat in quadruplum in simili
loco quantum inquietauerit ouetensi aeclesiae et cultoribus eius et insuper
persoluat auri talenta duo et haec series testamenti in cunctis temporibus
habeat firmitatem.229

Otros aditamentos análogos acompañan las imposiciones finales de


los documentos: se habla del apartamiento de la fe en Cristo, de la co-
munión230 y de la privación de participación alguna en la resurección con
los demás cristianos, ya que le corresponderá el castigo eterno con, obvia
decirlo, Judas otra vez,231 respecto del cual se alude en ocasiones al acto
del beso traidor.232
O bien se hallan referencias a la separación física de la colectividad y a
su cancelación del libro de los vivos y de los justos —los destinados a la
salvación, imagen tomada del Apocalipsis—,233 metáfora con la que se co-

229 Diplomática astur, vol. I, núm. 84, 853, p. 333.


230 Huesca II, núm. 633, 1203, pp. 602 y 603: “Siqua igitur in futurum ecclesiastica
secularisve persona hanc nostre constitutionis paginam sciens contra eam tenere venire
temptaverit secundo tertiove commonita nisi reatum suum congrua satisfactione correxe-
rit potestatis honorisque sui dignitate careat reamque se divino iudicio existere de per-
petrata iniquitate cognoscat et a sacratissimo Corpore et Sanguine Dei et domini nostri
Ihesu Christi aliena fiat atque in extremo examine districte ultioni subiaceat”.
231 Diplomática astur, vol. I, núm. 12, 787, p. 86: “Et si aliquis homo, qua fieri non
credimus, contra hanc scripturam Testamenti ad inrumpendum venerit, in primir iram
Dei incurrat, et sit extraneus a fide Christi, et a Sancta Comunione, et diem Iudicii non
resurgat cum Christianos sed cum Iudas traditore habeat mansionem”; núm. 18, 803, p.
101: “Sit segregatus ad fide Sancta et a sacra communione maneat extraneus, et cum Iuda
traditorem damnatus sit in perpetuum”, y núm. 39, 831, p. 181: “Et nec participet cum
christianis set cum Iuda traditore abeat participium in eterna damnatione”.
232 Muñoz Romero, Colección. Fuero del barrio de San Cernín de Pamplona, 1129, p.
479: “Sit maledictus de omni maledictione quam Deus omnipotens poterit ei dare, et si
traditor manifestus sicut Judas dominum Ihesum Xrm tradidit osculando”.
233 También en Alfonso V, núm. 21, 1018, p. 204: “Qui hanc restauracionem meam ad
irrumpendum uenerit deleatur nomen eius de libro uite, nec scribatur cum electis, sed
cum reprobis a sinistris; et hec mea scriptura semper firma serueter”; San Vicente Oviedo,
núm. 39, 1045, p. 44: “Et cum iustis non scribeantur”, y núm. 94, 1083, p. 103: “Deleatur
nomen eius de libro vite et cum iustis non scribantur”. En consecuencia, el excluido que-
da englobado en el conjunto de los impíos y de los injustos, en ibidem, núm. 60, 1080, p.
66: “Ut cum reprobis et iniquis descendat in infernum”. En este libro de la vida aparecen
recogidos los nombres de aquellos que vencieron al Mal, de los justos, lo que incrementa
en definitiva la identificación del derecho con la bondad, su cumplimiento con la reali-
zación del bien más alto que el hombre puede desarrollar en la tierra. Es decisivo en el
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 267

loca al interfecto en la frontera de la Iglesia, en los límites externos de la


comunidad y de la fe,234 o a que el alma del condenado no presencie nunca
la salvación eterna ante Dios,235 a veces expresada de un manera poética
con citas relativas a las ciudades o regiones del Antiguo Testamento don-
de se deben de encontrar las referencias geográficas, los escenarios de la
salvación, como sucede en el Fuero de Santa Cristina, cuando se afirma,
además de la maldición y excomunión del criminal infractor, que “non
videat que bona sunt in Jherusalem, nec pax in Israhel”,236 lugares estos
que estaban destinados a los elegidos: “ubi justi heredituri sunt”.237

Juicio Final porque solamente aquel que allí figure, en el libro de la vida del cordero,
obtendrá la salvación. Los textos, fuente de inspiración de la documentación manejada,
serían Apocalipsis 3, 5: “Qui vicerit, sic vestietur vestimentis albis, et non delebo nomen
ejus de Libro vitae, et confitebor nomen ejus coram Patre meo, et coram angelis ejus”;
ibidem 20, 12: “Et vidi mortuos, magnos qui in eo erant; et mors et infernus dederunt
mortuos suos, qui in ipsis erant; et judicatum sunt mortui ex his quae scripta erant in li-
bris, secundum opera ipsorum”; e ibidem 21, 27: “Non intravit in eam aliquod coinquina-
tum, aut abominationem faciens et mendacium, nisi qui scripti sunt in libro vitae Agni”.
En el Antiguo Testamento, se maneja asimismo esta imagen, pero con un sentido material
que comienza a espiritualizarse en el libro de Daniel. Véase Enciclopedia de la Biblia,
cit., nota 92, t. IV, pp. 1.017 y 1.018. Aparece asimismo con alguna variación en Leire,
núm. 61, 1060, p. 99: “Et fiat nomen eius libro uiuencium ablutum in secula sempiterna”,
y Tumbo A Santiago, núms. 28, 67, 93 y 94.
234 Diplomática astur, vol. I, núm. 19, 804, p. 104: “In primis iram Dei non effugiat,
et extraneus maneat a catholica fide, reusque sit ante conspectum Domini, et nomen eius
deleatur de libro vite et lugeat damnatione inferni cum Iuda Domini proditore, et sit super
euam anathema marenata, et sit excommunicatus et a sacratissimo corpore, et sanguine
Domini nostri Ihesu Christi et a liminibus Sancte Ecclesie segregatus”; núm. 41, 834, p.
194: “Si quis contra hunc factum meum ad irrimpendum venerit, sit Omnipotenti Deo
ante faciem suam reus, et de Sancta Communione sit extraneus et a congregatione Sanc-
tae Ecclesiae sit segregatus, et cum iustis in libro vitae non scribatur, et Juda traditore
Domini nostri Jesu Christi in suplicio eterno mancipetur”, y Diplomática astur, vol. II,
núm. 152, 895, p. 214: “Et deleatur de libro uiuentjum”.
235 Diplomática astur, vol. I, núm. 37, 829, p. 177: “In primis sit excomunicatus et
cum Iuda traditore condemnatus et non habeat anime sue ueniam ante Deum”.
236 Muñoz Romero, Colección. Fuero de Santa Cristina, 1062, p. 223. También en
Alfonso V, núm. 2, 1000, p. 168: “Et non uideat que bona sunt in Iherusalem, et nomen
eius deleatur de libro uite”; y núm. 9, 1011, p. 180: “Et quicumque eos inde abstraere
uoluerit quisquis fuerit auferrat Dominus memoriam illi de libro uite et non uideat bona
que sunt in Iherusalem nec pacem super Israel sed cum Iuda, Domini traditore, patiatur
pennas inferni”; Eslonza, núm. 32, 1005, p. 60: “Et non uideat que bona sunt in Hierusa-
lem nec pars in Srahel set fiet pulbis ille et progenie sua”; núm. 59, 1129, p. 100: “Et bona
Iherusalem numquam uideat”; y núm. 61, 1129, p. 104: “Non uideat bona Iherusalem”; y
Tumbo A Santiago, núm. 54, 986, p. 160; y núm. 60, 1011, p. 173.
237 S. Pedro Montes, núm. 243, 1192, p. 344.
268 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Se trata de enviar al sujeto infractor a aquella región donde, dice el


documento fundacional del monasterio de Asia, la misericordia se busca,
mas nunca se encuentra.238 Anticipo de esa actuación puede ser la priva-
ción de sepultura en la tierra, de modo tal que ni el alma —ni el cuerpo
primeramente— hallará reposo en ningún instante, como se puede leer
en una donación al monasterio de San Felices de Oca: “Si vero quilibet
homo, tam de mea proienie quam de extraneis, pro potentia hunc meum
testamentum disrumpere aut extraneare voluerit, comunione illius irrita
sit cum diabolo, et non habeat cum Christo porcione sed cum Juda tradi-
tore in inferno inferiore, et corpus suum non recipiat terra, amen”. 239 Lo
que se acompaña de nuevas maldiciones, como el deseo de que los perros
devoren ese cadáver insepulto.240 Este conjunto de desgracias acumuladas
se hace sin posibilidad alguna de cambio o de compensación. La cita del
Salmo 82 puede iluminar cuál será el destino de esos seres incapaces de
amar al Señor: “Si vero, quod fieri non credimus, tante presumptionis fue-
238 Diplomática astur, vol. I, núm. 42, 836, p. 198: “Descendat super eum ignis eter-
nus et cum Iuda traditore sit in infernum dimersurus ubi misericordia queritur et non
inuenitur”; Celanova II, núm. 191, 982, p. 199: “Quod si ad infringendum uenero uel
qui uenerit, quisquis ille fuerit, diues, innobilis, nobilis, inprimis sit excomunicatus a
cetu sancte Eclesie que est in hunc locum constituta et per uniuersum orbem terrarum in
pace diffusa, et nec in uita nec ad extremum deductus communionem sanctam accipiat,
sed separatus a fide sancta catholica, a capitis uertice usque ad plantam pedis percussus
lepra, carens amborum lumina, scaturiens uermis amittat animam luentem et exarentem
in baratri tartaro profundo ubi est fletus et stridor dentium cum Iuda Domini proditore, et
tartaruco angelico nequa luentes penam perpetuo in loco infelicissimo, ubi misericordia
Domini queritur et non inuenitur”.
239 Diplomática astur, vol. I, núm. 78, 863, p. 318; Alfonso VIII, núm. 315, 1179, pp.
521 y 522: “Et si aliquis ex mea proienie, uir aut femina, rex uel comes uel potestas,
hanc paginam testamenti disrumpere uel conturbare uoluerit, non possit perficere, et sit
maledictus de Deo Patre omnipotente, Filio et Sancto Spiritu, amen. Proibeatur a sancta
communione, et post dicessum a corpore non sepeliatur corpus eius in sacrato, nec spiri-
tus societur cum electis, sed cum Datan et Abiron et cum Iuda traditore sit pars eius in
eterna dampnatione infernalis”.
240 Celanova II, núm. 85, 949, p. 50: “Cogitatio mentis eius a crudelissimo diabolo
discerpatur, maledicta sit uita illius inter homines, et corpus eius sepulcrali sinu non
tegatur sed uiuens in infernum descendat cruciandus”; Sahagún I, núm. 255, 970, p.
302: “Corpus eius non sepeliatur cum ceteris sed in plagea devoretur a canibus”; núm.
256, 970, p. 304: “Corpus eius non sepelliatur cum christianis sed in plagea devoretur a
canibus”. Incluso perros y abejas como en Otero de Dueñas, núm. 84, 1010, p. 149: “Et
sit aliquis, ex progenie nostre aut aliqua persona, ad isrumpendum uenerit, coniuratione
confirmamus per Deum numinis Trinitatis, et ad frontem suis ambabus careant lucernis
et corpus sum non sedeat ceteribus sepultum, set canibus et abibus rusum uideatur et
eficiantur in platea”.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 269

rit, ut aliquam violentiam seu contradiccionem voluerit inferre, iram Dei


omnipotentis et sancti Iohannis et omnium sanctorum Dei incurrat, et
maledictionem perpetuam habeat, et fiat de eo sicut dicit psalmista: qui
possident hereditatem sanctuarium Dei, Deus meus, pone illos ut rotam
et sicut stipulam ante faciem venti”.241
“Sit maledictus et excommunicatus, et cum Iuda Domini traditore /
proditore in inferno sit damnatus”,242 “sit maledictus, excomunicatus, et
anathematizatus, et cum Juda proditore in inferno dapnatus per infinita
secula seculorum”,243 o bien la referencia a Judas “qui Dominum tradidit
et vendidit, in inferno sit mancipatus”,244 aparece como cláusula usual en
los documentos de los siglos XI y XII, probablemente por persistencia
de las raíces intelectuales góticas a las que ya nos hemos referido. El
contubernio con Judas es, pues, el destino final de los condenados por
el incumplimiento del derecho, de cualquier ápice del orden jurídico di-
vino y humano.245 La Biblia no nos suministra datos acerca del destino
que le correspondió a Judas, salvo la maldición a la que se refieren los
Evangelios y su posterior suicidio ahorcándose.246 Evidentemente, sus

241 San Juan de la Peña, núm. 23, 987, p. 73. Citado repetidas veces en dicha colec-
ción documental, y en otras del área aragonesa, como Serós, núm. 1, 992, p. 11, y núm.
37, 1170, p. 63; y Pedro I Aragón, núm. 18, 1095, p. 232, y núm. 52, 1098, p. 285. La
Vulgata refiere ese texto de extracción davídica, en donde se puede leer que aquellos que
se apoderen de las cosas de Dios, serán convertidos en polvo y paja arrastrados por el
viento, en Salmos 82, 13 y 14. Implicitamente se refiere a este Salmo una venta recogida
en Archivo Condal Barcelona, núm. 138, 957, p. 300: “In primis a liminibus sancte Dei
ecclesie extraneus fiat… et vel, ut stipula ventum rapta rothando depereat, et sic percucia-
tur ut curari nequeat et dum in hoc corpore vivit nisi resipuerit et satisfaccionem fecerit
numquam bene inveniat et quod expetit vindicare non valeat”.
242 Documentos, núm. 33, 1125, p. 53, y núm. 34, 1129, p. 54.
243 Muñoz Romero, Colección. Fuero de Nájera (segunda mitad del siglo XI), p. 295.
244 Documentos, núm. 38, 1142, p. 60.
245 Celanova II, núm. 81, 947, pp. 44 y 45: “Sit excomunicatus et perpetua confusione
multatus in conspectu Dei Patris omnipotentis et sanctorum apostolorum eius et marti-
rum, adque cum Iuda Domini proditore uno contubiernietur in loco in tenebris exteriori-
bus et caligosis”.
246 Lacónico testimonio que proporciona Mateo 27, 5: “Et projectis argenteis in tem-
plo, recessit: et abiens laqueo se suspendit”, y San Pedro en uno de sus primeros discur-
sos, en Hechos de los Apóstoles 1, 18 y 19: “Et hic quidem possedit agrum de mercede
iniquitatis, et suspensus crepuit medius: et diffusa sunt omnia viscera ejus. Et notum
factum est omnibus habitantibus Jerusalem, ita ut appellaretur ager ille, lingua eorum,
Haceidama, hoc est ager sanguinis”. Véase Enciclopedia de la Biblia, cit., nota 92, t. IV,
pp. 742-751; y Comentario Bíblico San Jerónimo, cit., nota 92, t. III, pp. 143 y ss. Es
destacable que la imagen, positiva o negativa, de Judas Iscariote no procede del Nuevo
270 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

posibilidades de salvación eran ínfimas, por no decir nulas. Por ese mo-
tivo, Judas y los que le acompañan pasan a morar en un infierno inferior,
algunas veces revestido de aditamentos que recuerdan a la cultura grie-
ga.247 Ese castigo, ese suplicio superior lo expone Alfonso VII en el Fuero
de Lara, del año 1135:
Ego Alfonsus tocius Hispanie Imperator, et rex aut comes, aut aliqua per-
sona hominis qui hunc testamentum auso temerario dirumpere voluerit,
repentinus judicius incurrat dagnavilis, ab utroque privetur, et sit anate-
matus in conspectu Dei patris et santorum eius, neque infirmi visitentur,
neque mortui sepelliantur, et non habeant partem cum Christo redemptore,
sed cum Juda traditore baratri qui inferni inferiore selaria insuper damna
ad partem inferat, rex qui terram obtinuerit, centum libras auri exolvat, et
ista carta permaneat.248

Testamento, sino de la tradición eclesiástica y de los escritores modernos, así como en la


literatura apócrifa. Algunos documentos se refieren a su final como en Privilegios Toledo,
núm. 1, 1101, p. 90: “Et cum Iuda, Domini traditore, qui laqueo se suspendit et sic vi-
tam cum viscetibus fudit”, y núm. 2, 1101, p. 91 (versión romanceada del anterior): “E
con Iudas traydor de Dios que se colgo del lazo et derramo su vida con sus entrannas”;
Concejo Burgos, núm. 4, 1103, p. 59: “Sit excomunicatus et ab omni christianorum
consorcio separatus, et cum Datan et Abiron quos terra uiuos deglutauerit, et cum Iuda
Domini nostri Ihesu Christi traditore, qui laqueo se suspendit et uitam cum uisceribus
fudit, in profundo inferni eternas penas luiturus demergatur”. La ausencia de testimonios
bíblicos directos sobre el destino final de Judas no es obstáculo para que se presuponga
que sufriría terribles suplicios infernales, como se dice en Arlanza, núm. 118, 1170, p.
218: “Et in supliciis infernalibus Jude Domini proditoris consors fiat” y núm. 119, 1172,
p. 219: “Et in suppliciis infernalibus Jude Domini proditoris consors fiat”. Sorprende
la inclusión en algunos textos, junto a Judas o, en su lugar, de Zabulón: Irache, núm.
4, 1024, p. 8: “Et cum zabulo in inferno inferiori consolationem non habeat”; núm. 10,
1047, p. 15: “A diabolo uinculatus, regnet cum illo zabulo de suis stipatus sociis in Ereui
antro, amen”; y núm. 21, 1061, p. 30: “Et excommunicatus ab ecclesia christianorum
maneat in antro zabuli et hic reddat principi libram auri”; Fernando I, núm. 39, 1047,
p. 112: “Et penas eternas cum Iuda Domini proditore terribiliter lugeat cum Zabulo in
inferni baratro”; León III, núm. 737, 1021, p. 362: “Deinde cum Iuda et zabulo in baratro
dimersus”; León IV, núm. 1.083, 1052, p. 278: “Set in die illa tremenda sit pars eius ad
sinistris cum zabule, in penas tartareas dimersurus in profundum penis inferni”; y núm.
1.150, 1067, p. 380: “Sed penas eternas cum Iuda Domini traditore orribiliter semper
lugeat cum zabulo in inferni baratro”.
247 Fernando I, núm. 25, 1045, pp. 92 y 93: “Qui hoc supra scriptum uoluerit resecare,
Iudam habeat sodalem et eumenides infernales, Tricerberus eum sorbeat et Pluto illo
anguibus corrigat; qui umquam subduxerint a manibus francorum, consortium habeant
demoniorum et fodiantur occuli eorum rostris coruorum, anathematizentur choro angelo-
rum ac apostolorum, martiurm atque confessorum”.
248 Muñoz Romero, Colección, pp. 522 y 523. También en los más antiguos documen-
tos navarros: Siresa, núm. 3 (segunda mitad del siglo IX), pp. 16 y 17; núm. 6, 922, p. 24;
núm. 7, 933, p. 26; núm. 9, 971, p. 31 y núm. 10, 978, p. 34.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 271

Hallamos un primer modelo en el que se considera el documento más


antiguo de la época astur, el diploma del rey Silo, datado en el año 775 y
conservado en el Archivo de la catedral de León. Es una donación efec-
tuada por el citado monarca asturiano a varios religiosos para la funda-
ción de una comunidad monástica y concluye empleando aquellos térmi-
nos que devendrán clásicos y usuales en la documentación subsiguiente,
es decir, la excomunión, la separación de la comunidad y la equiparación
en su mísero destino a Judas: “…et si post odie aliquis eos inquietare
uoluerit pro ipso loco uel pro omnia quod scritum est. In primis sit sepa-
ratus ad communione sancta, et a conuentu cristianorum et eclesie sancte
permaneat extraneus et cum Iuda traditore deputetur danandus talisque
illum ultio consequatur diuina que omnes uidentes terreant et audientes
contremescant ”.249
En los más antiguos documentos del área navarra, se encuentran invo-
caciones similares. El ambiente religioso era común; los resursos figurati-
vos también. En el cartulario de Leire, podemos leer en sus primeros testi-
monios textuales las conocidas referencias a la ira divina y de los mártires,
la maldición, la excomunión y la comparación con Satán y con Judas.250
Pero lo dicho aparece como el reverso oscuro, tenebroso y oculto de
aquellas regiones donde el derecho no va a regir. De la misma manera, el
respeto o cumplimiento estricto de las disposiciones provoca los máxi-
mos beneficios espirituales, la bendición como reverso favorable a las
maldiciones bíblicas. Leemos así en los Fueros de Melgar de Suso conce-
cidos por el señor Fernán Armentales y ratificadas por Garci Fernández,
conde de Castilla, en el año 950, los dos aspectos, positivo y negativo, de
la adecuación de las conductas a lo impuesto por la autoridad:
E todos aquellos que estos fueros mantovieren sean benditos de Dios, é de
Santa Maria, et de todos los Santos. Et si alguno destos fueros que yo dó,
quisier quebrantar asi los presentes, como los que han de venir, sean daña-

249 Diplomática astur, vol. I, núm. 9, 775, p. 68.


250 Leire, núm. 1, 842, p. 12: “Qui uero quandoque hacn scriptionis cartam regalis et
episcopalis oblationis temptauerit uiolare et eam Sancto Saluatori et martiribus uoluerit
tollere, ex parte sancte et inseparabilis Trinitatis maledictus et condempnatus et omnium
sanctorum societate excomunicatus et separatus, habeat partem cum satana et Iuda tradi-
tore sine fine in inferno”, y núm. 4, 901, p. 17: “Et quicumque temptauerit illam uiolare et
aliquid quod ibi est scriptum, Sancto Saluatori et martiribus et monachis seruientibus illis
uoluerit tollere, a Deo et omnibus eius sit maledictus et excomunicatus et condempnatus
omnibus diebus uite sue, et post mortem maneat in inferno cum diabolo et satellitibus
suis sine fine, amen”.
272 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

dos con Judas el traidor en infierno, é con Datan é Abiron que los sorbió
la tierra, é vengales ira de Santa María con las Virgenes, et de Sant Miguel
con todos los ángeles, é de San Pedro con todos los Santos, amen.251

La presencia de Judas en los cartularios y regestas medievales es sim-


plemente abrumadora, mayoritaria, constante,252 si bien llama la atención
251 Muñoz Romero, Colección. Fueros de Melgar de Suso, 950, pp. 29 y 30.
252 A modo de ejemplo y en un abanico temporal que abarca documentos desde el siglo
X hasta el siglo XIII, dentro de los principales catálogos documentales manejados, con
ese Judas que sufre o recibe las penas infernales, véase Eslonza, núms. 3, 4, 6, 7, 8, 10,
11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 20, 24, 25, 26, 27, 30, 32, 33, 36, 39, 40, 47, 48, 53, 56, 64,
65, 70, 71, 72, 73, 77, 79, 80, 81, 82, 83, 84, 85, 86, 87, 88, 91, 92, 95, 100, 101, 103,
106, 107, 109, 110, 111, 112, 118, 119, 121, 123, 124, 125, 126, 128, 130, 131, 133,
142, 143, 207, 210, 212, 213, 214, 218, 221, y 224, con las expresiones conocidas de
“Judas traditor” o “Judas proditor”, o bien en forma perifrástica “qui tradidit” u otras
varias análogas, reproducidas hasta la saciedad; Documentos lingüísticos, núms. 15, 119,
138, 170, 173, 179, 181, 183, 194, 209, 213, 215 y 253; San Vicente Oviedo, núms. 11,
17, 20, 25, 29, 33, 45, 80, 125, 172, 173, 177, 179, 194, 196, 206, 224, 229, 232, 246,
249, 253, 254, 278 y 292; San Millán, núms. 4, 5, 8, 11, 13, 14, 16, 17, 18, 19, 21, 22,
23, 25, 27, 29, 30, 32, 33, 34, 35, 36, 38, 40, 42, 43, 44, 45, 49, 50, 51, 52, 56, 57, 58,
59, 60, 61, 65, 68, 71, 72, 77, 79. 83, 84, 85, 89, 97, 100, 106, 126, 129, 130, 135, 146,
151, 163, 174, 213, 296, 298, 307, 308, 310 y 311; Fernando II, núms. 13, 14, 15, 16,
17, 18, 19, 20, 21, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 39, 41, 42, 43,
44, 45, 48, 49, 56, 58, 59 y 60; Alfonso IX, núms. 4, 5, 30, 33, 37, 39, 47, 49, 52, 65, 82,
93, 102, 105, 114, 115, 120, 126, 150, 152, 163, 172, 176, 182, 183, 185, 186, 187, 193,
194, 195, 196, 198, 204, 206, 231, 234, 248, 251, 278, 282, 290, 291, 295, 297, 298, 299,
308, 311, 312, 314, 315, 316, 319, 321, 325, 326, 332, 334, 342, 346, 347, 353, 354, 352,
362, 363, 364, 369, 371, 372, 376, 385, 386, 394, 406, 414, 417, 421, 425, 436, 441, 443,
448, 473, 523 y 600; San Cugat I, núms. 22, 24, 26, 28, 32, 35, 39, 41, 52, 55, 62, 76,
92, 94, 107, 111, 112, 130, 153, 164, 192, 250, 287 y 313; San Cugat II, núms. 355, 363,
406, 424, 429, 434, 454, 462, 476, 488, 545, 603, 636, 685 y 772; San Cugat III, núms.
802, 836, 840, 867 y 887; Liébana, núms. 6, 7, 33, 69, 77, 82, 84, 104, 115, 120 y 129;
presencia apabulladoramente dominante en los documentos de Sancho III, Alfonso VIII
y Enrique I de Castilla, donde se contabilizan cerca de doscientos documentos con estas
imprecaciones, en Alfonso VIII; lo mismo acontece con los textos del Rey Santo, donde
las fórmulas finales adoptan una estructura tripartita: ira de Dios, equiparación a Judas y
sanción pecuniaria para la parte regia con restitución simple, doblada o triple de lo que se
hubiese conculcado a la parte afectada, hasta que Judas desaparece de la documentación
en torno al año 1230, en Fernando III, núm. 272, p. 315, cuando deja de citarse, aunque
reaparece esporádicamente, por ejemplo, núms. 487, 491, 500, 502, 521, 548, 586, 620,
649, 672, 677, 686, 692, 700, 777, 850 y 851; Irache, núms. 1, 3, 6, 11, 15, 16, 17, 18, 19,
20, 22, 24, 25, 27, 30, 31, 32, 33, 35, 37, 38, 39, 40, 41, 44, 47, 48, 51, 52, 53, 56, 57, 60,
61, 66, 68, 69, 73, 74, 124, 139, 171, 175, 194, 265, 267, 268, 269, 276 y 326; Obarra,
núms. 3, 5, 14, 19, 20, 22, 30, 35, 102, 111, 134, 141, 144, 145, 165, 166, 169, 170, 172
y 173; Fitero, núms. 1, 7, 13, 27, 42, 92, 106, 136 y 206; Leire, núms. 3, 5, 6, 9, 10, 11,
12, 13, 15, 16, 17, 18, 20, 21, 23, 24, 26, 27, 30, 31, 32, 33, 36, 39, 41, 42, 48, 50, 51, 58,
59, 60, 65, 66, 68, 69, 70, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 82, 83, 84, 89, 90, 91, 93, 94,
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 273

la escasez de referencia al apóstol traidor en particular, y a las sanciones

99, 100, 102, 105, 106, 108, 109, 112, 113, 114, 115, 121, 122, 127, 130, 132, 140, 141,
144, 149, 151, 152, 154, 156, 158, 160, 161, 164, 170, 172, 174, 181, 188, 190, 192, 193,
197, 200, 201, 203, 204, 206, 207, 211, 216, 218, 219, 226, 227, 231, 232, 233, 234, 235,
240, 241, 244, 247, 250, 254, 258, 261, 263, 271, 274, 276, 277, 286, 296, 307, 310, 321
y 330; Santa María Huerta, núms. 1, 3, 4, 7, 14, 16, 24, 26, 35, 36, 38, 52, 59, 62 y 67;
Fernando I, núms. 1, 3, 16, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 26, 28, 35, 38, 39, 41, 47, 48, 55, 59,
62, 66, 69, 72, 74 y 76; León I, núms. 1, 5, 10, 20, 27, 38, 41, 42, 45, 49, 50, 54, 55, 56,
57, 63, 66, 68, 72, 73, 80, 81, 109, 110, 121, 150, 168, 175, 177, 180, 201, 231, 236, 248,
251 y 253; León III, núms. 512, 518, 521, 526, 527, 530, 534, 535, 536, 538, 539, 540,
541, 543, 545, 548, 555, 558, 568, 571, 574, 575, 576, 577, 582, 592, 599, 606, 611, 617,
618, 619, 620, 621, 631, 643, 656, 658, 660, 664, 677, 679, 698, 700, 701, 702, 706, 708,
710, 711, 712, 718, 723, 732, 733, 746, 747, 752, 759, 776, 777, 796, 800, 801, 806, 815,
818, 826, 830, 842, 848, 849, 852, 857, 862, 865, 871, 873 y 894; León IV, núms. 901,
904, 911, 916, 924, 926, 934, 939, 952, 974, 975, 983, 987, 991, 992, 997, 1.002, 1.003,
1.005, 1.010, 1.028, 1.046, 1.047, 1.048, 1.050, 1.058, 1.082, 1.094, 1.099, 1.123, 1.124,
1.126, 1.131, 1.135, 1.136, 1.137, 1.139, 1.141, 1.142, 1.146, 1.149, 1.153, 1.154, 1.155,
1.156, 1.163, 1.165, 1.166, 1.172, 1.178, 1.179, 1.185, 1.196, 1.211, 1.213, 1.214, 1.221,
1.222, 1.123, 1.1226, 1.235, 1.238, 1.240, 1.241, 1.244, 1.246, 1.247, 1.248, 1.253,
1.261, 1.262, 1.266, 1.267, 1.268, 1.270, 1.271, 1.276, 1.277, 1.280, 1.281, 1.282, 1.284,
1.285, 1.286, 1.287, 1.293, 1.295, 1.296, 1.297, 1.298, 1.299, 1.300, 1.301, 1.304, 1.305,
1.310, 1.313, 1.319, 1.320, 1.321 y 1.323; Tumbo A Santiago, núms. 17, 20, 21, 23, 24,
25, 34, 44, 45, 52, 55, 78 y 79; Astorga I, núms. 8, 10, 17, 20, 29, 39, 40, 47, 48, 55, 86,
93, 128, 129, 135, 140, 145, 171, 202, 214, 256, 268, 278, 333, 357, 359, 379, 388, 435,
586, 613 y 629; Astorga II, núms. 646, 648, 676, 714, 716, 731, 751, 755, 760, 769, 797,
798, 813, 815, 830, 835, 839, 878, 1.050, 1.104. 1.118, 1.153 y 1.417; Carbajal, núms.
11, 19, 24, 26, 27, 29, 31, 35, 39, 40, 41, 42, 45, 46, 48, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 58, 64,
66, 68, 71, 73, 74, 76, 82, 88, 89, 90, 91, 93, 96, 97, 98, 99, 100, 101, 104, 106, 107, 117,
118, 124, 132, 133, 141, 142, 143, 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 154, 155,
156, 157, 158, 159, 160, 163 y 166; Urraca, núms. 3, 5, 7, 9, 10, 16, 18, 19, 20, 23, 26,
28, 31, 32, 34, 35, 37, 38, 39, 42, 43, 45, 47, 49, 51, 52, 54, 57, 58, 60, 63, 64, 66, 67,
71, 73, 75, 76, 78, 79, 80, 84, 85, 86, 89, 91, 92, 94, 95, 96, 97, 98, 99, 101, 102, 103,
104, 105, 106, 107, 110, 111, 112, 114, 115, 116, 117, 118, 121, 124, 125, 126, 127, 128,
133, 135, 138, 139, 140, 141, 142, 146, 147 y 148. Otros cartularios donde la presencia
es inmensa, y cuya cita omitimos al lector, son los de Ribagorza, San Juan de la Peña, S.
Pedro Montes, Ramiro II, Castañeda, Jaca, Prieto, A., “Documentos referentes al orden
judicial del Monasterio de Sahagún”, AHDE, núm. 45, 1975, pp. 489-541; La Rioja, So-
brado I, Sobrado II, Sahagún I, Martínez Díez, G., “Fueros locales en el territorio de la
provincia de Santander”, AHDE, núm. 46 1976, pp. 576-608; Ubieto, San Millán, Santo
Domingo de la Calzada, Martínez Díez, G., “Fueros de La Rioja”, AHDE, núm. 49, 1979,
pp. 388-454; Albelda-Logroño, Ávila, Documentos León, Ordoño III, Carrizo I, Carrizo
II, Oña, Burgos II, López Ferreiro, Historia, ts. I-V, Alfonso V, Huelgas, Palencia, Silos,
Sahagún II, León V, Alfonso I Aragón, León VI, Santa María La Real Nájera, Sahagún
V, Celanova I, Carracedo, Cardeña, Condes de Castilla, Alfonso VI, Entrepeñas / Esca-
lada, Trianos, Nogales, Celanova II, S. Victorián Sobrarbe, Aguilar de Campoo, entre las
numerosas manejadas.
274 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

divinas en general, en toda la documentación procedente de los condados


catalanes.253

253 Sorprende no hallarlo con tanta frecuencia en las cartas de población de los con-
dados catalanes, ni en general en los documentos procedentes de esta región, a pesar
de que los encabezamientos religiosos sí existen como en otras zonas de la Península
(incluso más barrocos que sus coetáneos peninsulares), lo mismo que otras invocaciones
espirituales, juramentos, menciones a la gracia de Dios por la que gobiernan los condes y
demás cargos públicos, etcétera. Predomina el componente sancionador económico, sín-
toma de la pujanza del poder político, que no se veía compelido a emplear los recursos re-
ligiosos para condicionar los comportamientos de los destinatarios de la documentación.
Probablemente ayuda a ello la configuración de todo un sistema de fidelidades feudales
de tipo vario, con juramentos sobre la Biblia y con sanciones económicas aparejadas, que
contribuían a constituir una cierta estabilidad en las relaciones jurídicas y ciertos visos de
cumplimiento de las mismas. El derecho se cumplía sin necesidad de recurrir a elementos
metajurídicos. La religión queda aparcada en provecho de la feudalidad y de sus compo-
nentes. Poder político, completado con un eficaz sistema privado de lealtades, que marca
la senda recta del cumplimiento jurídico. El perfeccionamiento por parte del derecho de
los propios mecanismos que marcan su realización fue probablemente el motivo que lle-
va al apartamiento del componente religioso. Así, en Font Ríus, Cartas, núm. 7, 974, p.
12: “Cum Iudas Scharioth participet in eternum et in super componat libram auri unam”;
y núm. 41, 1088, p. 70: “Et cum Iuda traditore sciat se concremandum ignibus eternis”.
No aparece en Valls Taberner, F., “Un Formulari Juridic del segle XII”, AHDE, núm. 3,
1926, pp. 508-517. Pocas menciones asimismo en Poblet, núms. 1, 2, 4, 6, 23, 92 y 198.
Referencias a la ira de Dios se recogen en S. Creus, núms. 86, 87, 97, 100, 115, 128, 160,
161 y 240, con escasa presencia de Judas ( núms. 89, 122 y 265); en Roca Rossa (para
Judas, núms. 19, 53, 144 y 156; para la ira divina, documentos núms. 44, 45, 51 y 52); en
Lavaix (Judas, núms. 1, 40, 69 y 74; ira de Dios, núms. 1, 4, 6, 8, 12, 20, 28, 33, 51, 62,
64 y 74; excepcional la cita de Datán y Abirón, núm. 62 [1167], 107). Mayor abundancia,
sin alcanzar el modelo castellano, en Besalú, núms. 9, 25, 112, 314, 351, 489, 514, 573,
2.016, 2.032, 2.036, 2.051, 2.056, 2.057, 2.077, 2.081, 2.084, 2.085, 2.100, 2.110, 2.113.,
2.116, 2.122, 2.124, 2.125, 2.130, 2.140, 2.142, 2.143, 2.144, 2.149, 2.155, 2.159, 2.164
y 2.211; en Santa Anna Barcelona, núms. 21, 191, 204, 222, 228, 233, 251, 266, 299,
360, 420 y 598; y en Archivo Condal Barcelona, núms. 3, 4, 29, 33, 50, 52, 54, 57, 74,
87, 88, 108, 116, 119, 122, 127, 133, 134, 137, 141, 153, 156, 157, 177, 180, 197, 201,
204, 210, 225 y 231, con las figuras clásicas de la ira de Dios, Judas, Datán y Abirón.
Escasa es asimismo la presencia aragonesa por los motivos apuntados, y solamente la ira
del rey parece paliar ese vacío de religiosidad, como sucede en Zaragoza, núm. 40, 1210,
p. 131; y núm. 45, 1214, p. 135. En la documentación de Jaime I, solamente hemos hal-
lado dos menciones de carácter bíblico, en Jaime I, núm. 32, 1221, p. 75: “Quicumque,
autem, contra hec scripta in aliquo venire presumpserit, iran Dei omnipotentis et omnium
sanctorum eius incurrat, et extorres a corpore et sanguine Christi cum Iuda proditore et
Datan et Abiron intereant, et eant, nisi resipuerint, ad Tartara, non redituri. Et ne aliqua
pena eis desit, hic indignacionem nostram perpetuam cum corpore et avere se noverint
sine aliquo remedio incursuros”; y núm. 182, 1233, p. 314: “Quicumque, autem, contra
hanc cartam venire in aliquo attemptaverit, iram Dei omnipotentis et gloriose virginis
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 275

Un texto capital en la historia del derecho hispánico, como son los


Fueros de León, nacidos por la acuciante necesidad de repoblar la ciudad
más relevante del reino tras los desastres en las poblaciones debidos al
genio bélico de Almanzor, insiste en su sanción final en esta línea, si bien
antepone los castigos físicos, de tipo corporal, para concluir con la refe-
rencia al diablo y a su corte. Las consecuencias materiales cobran aquí
una relevante importancia, motivo por el cual son colocados en un primer
plano, castigos previstos de un modo acaso exagerado que obedecen a la
exigencia sentida de que se cumpla en todos sus extremos lo que se ha
sancionado. La amenaza física toma la delantera frente a los castigos es-
pirituales o ultraterrenos: “Quisquis ex nostra progenie vel extranea hanc
nostram constitutionem sciens frangere tentaverit, fracta manu, pede et
cervice, et vulssis oculis, fussis intestinis, percussus lepra, una cum gla-
dio anathematis in aeterna damnatione cum diabolo et angelis eius luat
penas”.254
La reina Urraca, por ejemplo, establece, casi cuatro siglos después al
confirmar los derechos de los habitantes de León y de Carrión que en
caso de que se actuase contra ese derecho compilado y confirmado (rey o
reino, conde o condesa, hombre o mujer), el infractor sea juzgado como
Judas, condenado como Datán y Abirón, añadiendo además que no tenga
participación alguna en la resurrección y que no le aprovechen, ni bene-
ficien ayuno, limosna u oración.255

Marie omniumque sanctorum incurrat et se comunione corporis et sanguinis Christi sciat


penitus alienum. Et ne pena corporalis ei desit, nostri et successorum nostrorum se sciat
perpetuum inimicum et post amissionem rerum suarum a nobis tamquam traditorem sine
aliquo remedio puniendum”. Con el paso del tiempo, la ausencia se acentúa e incluso la
ira regia se evade, como se puede observar en Usón y Sesé, M., Un formulario latino
de la Cancillería Real aragonesa (siglo XIV), Madrid, Tipografía de Archivos Olózaga,
1935, 2, p. 5 (Forma concessionis nundinarum), único que hace una mención expresa a la
“iram et indignationem nostram”. El triunfo de una visión economicista o sancionadora
del derecho se ha producido con carácter general desde el siglo XIII y esta documenta-
ción se ha limitado a certificar el mismo.
254 Muñoz Romero, Colección. Fueros de León, 1017-1020, p. 72. Capítulo XLVIII.
Versión en castellano, en p. 88: “Quien quier que atentar quisiese, de crebantar esta nues-
tra constitucion, tambien de nuestra progenia como destraña, polle manos crebantadas é
con na cerbiz, é con nos ollos fuera, é con nas entrañas fuera é esparcidas por la tierra.
Sea ferido de gafez, é escomulgado, é padezca las penas del ynfierno per dannacion per-
durable con no diablo, é con todos los sos angeles per enfenita seculorum secula amen”.
255 Documentos, 30, 1109, p. 49: “Quisquis ille hoc ad irrumpendum venerit rex aut
regina, comes aut comitiva, cum Iuda traditore exeat iudicatus et cum Datan et Abiron
276 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Con este aserto, se ve cómo la condenación cobra tintes irreversibles.


No es posible redimirse, ni aun empleando los instrumentos de piedad
más pura y devoción más significativa, los recursos por excelencia que
permitían purgar toda clase de penas espirtuales de un modo habitual.
Hay algunos casos que van más allá y es el Nuevo Testamento el que
aporta el material humano. El protagonismo del Apocalipsis, en un mo-
mento como el medieval tan afecto a las leyendas milenaristas, a la expli-
cación de las diferentes catástrofes en clave de revelación, con arreglo a
los moldes que proporcionaba la obra redactada por San Juan en Patmos,
esa revelación de los últimos días trágicos de una humanidad que se en-
caminaba hacia la destrucción. Todo ello hace que la equiparación ahora
sea con el Anticristo, personaje que es distinto del diablo, mas que actúa
impulsado por él, el cual será el que va a venir para instaurar el reino del
Satán, la encarnación humana de la maldad absoluta de la misma manera
(emulación constante en el campo del mal) que Cristo había sido la bon-
dad personificada. De nuevo, el dualismo, puesto que ese Anticristo es
un anti-Dios y un anti-Hijo de Dios, que presenta en muchas ocasiones
sus atributos, pero que está encaminado no a la salvación, sino a la per-
dición:

Homo qui talia comiserit in primis descendat super illum ira Dei et rufea
celestis, et a corpore et sanguine Domini nostro Ihesu Christi fiat segrega-
tus, et veniat super illum ira Dei, sicut descendit super Sodoma et Gomo-
rra, et sicut descendit super Datam et Abiron viros sceleratissimos quos
uiuos terra obsoruit, et non habeat parte cum Christo, sed cum Antichristo,
et cum Iuda proditoris Domini lugeat penas in eterna damnatione. 256

Un dualismo en el que figura de manera esporádica, de nuevo la Biblia


y su caudal incesante de imágenes, la figura del Leviatán:257 “Si quis ta-
men, quod non fieri prorsus credimus, an nos, an filiis, an neptis, seu ali-

exeat condempnatus, et non habeas partem in resurrectione prima, et ieiunium aut elemo-
sinam aut orationem non proficiat ei”.
256 Diplomática astur, vol. I, núm. 54, 852, p. 246.
257 Monstruo que aparece en Job 3, 8: “Maledicant ei qui maledicunt diei, qui parati
sunt suscitare Leviathan”; e ibidem 40, 20: “An extrahere poteris Leviathan hamo, et fune
ligabis linguam ejus?”. Tanto Leviatán como Behemot, el otro monstruo que ilustra este
libro bíblico, son los símbolos de las fuerzas incapaces de ser dominadas por el hombre,
pero que, sin embargo, se pliegan a la voluntad de Dios. Otras referencias figuran en
Isaías 51, 9-10, y, con un carácter descriptivo más suave, en los Salmos.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 277

quis ex succesoribus nostris, vel posterioribus, hunc nostrum pretextum,


seu confirmationem, nisus fuerit violare, aut disrumpere: fiat á Domino
nequiter punitus, et á corpus eius maneat seclusus, et cum Leviatan deti-
neatur fundo baratri arsurus, eternasque penas sit lugiturus”.258
Acompañan a Dios normalmente otros aditamentos. En primer lugar,
por orden de importancia, la ira regia, dado que la identificación entre
Dios y el rey, que lo es por su gracia, tienen este presupuesto conse-
cuencial lógico.259 Esta ira regia presenta ya unos caracteres definidos
que han sido estudiados por Hilda Grassotti.260 Su materialización, por
tanto, es ya conocida: destierro y salida del reino, pérdida de honores,

258 Muñoz Romero, Colección. Fueros de los lugares de la jurisdicción del monasterio
de Cardeña concedidos por Fernando I, 1039, p. 188. Otros ejemplos documentales en
Arlanza, núm. 2, 912, p. 8: “Et consorcium cum Leviatan possessor inferni”; núm. 5, 923,
p. 19: “Et cum Leviatan detineatur fundo baratri assurus eternasque penas legituras”;
núm. 6, 929, p. 23: “Et cum Leviatan detineatur fundo varatrici assurus, eternasque penas
luituras”; y núms. 29, 30, 32, 37 y 46; Fernando I, núms. 7, 10, 11, 18, 32, 36, 37, 42,
43, 44, 49, 52, 63, 64 y 65; Leire, núm. 53, 1057, p. 90: “Et cum Leuiatan detineatur in
profundo baratri arsurus eternasque penas ibi lugiturus, amen”; Cardeña, núms. 42, 235,
247, 250, 252, 260, 265, 266, 267 y 285; Urraca, núm. 77, 1116, p. 476; y núm. 93, 1118,
p. 501; y Alfonso VIII, núm. 4, 1151, p. 14: “Et cum Leuiatam detineatur fundo baratri
assurus, eternasque penas lugituras”.
259 Documentos, núm. 41, 1157, p. 67: “Si quis de nostris quam de extraneis hoc nos-
trum factum spontaneum rumpere temptaverit, iram Dei omnipotentes et regiam indigna-
tionem incurrat”; núm. 45, 1169, p. 73: “Si quis autem hoc sriptum aliquatenus infringere
temptaverit, ira omnipotens Dei cum regia indignatione incurrat et cum Iuda traditore
penas luat eternas insuper”. Abundantes referencias a esa incursión en la ira de Dios
omnipotente y la ira o indignación regia, se pueden hallar en Fernando II, núms. 1 y ss.
Esta modalidad formularia será la que acaba por triunfar y por imponerse a las restan-
tes menciones bíblicas. No deja de ser paradójico que el mayor protagonismo de esta
cita se origine con aquellos monarcas que pueden ser calificados como poderosos o,
al menos, como dominadores de los dispersos poderes existentes en su reino. Cuando
el fortalecimiento de esa autoridad regia llegue a su culminación (sobre todo, a partir
de Alfonso X), el abandono del recurso bíblico será ya un hecho incontestable. No
harán falta los modelos de las Sagradas Escrituras, sino que el poder regio bastará para
constreñir los deseos criminales de los posibles incumplidores del derecho escriturado,
como se verá más adelante.
260 Véase Grassotti, H., “La ira regia en León y Castilla”, op. cit., nota 135, pp. 5-135;
y Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla, Spoleto, Centro Italiano di
Studi sull’Alto Medioevo, 1969, t. II, pp. 927-1.081. Acaso la ira regia era la única parte
de estas sanciones que tenían visos de aplicación dado que los castigos infernales sólo se
darían tras la muerte, no existían pruebas que verificasen la realización de las maldicio-
nes y las penas pecuniarias previstas eran de cuantías inalcanzables que hacía imposible
el percibirlas.
278 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

condados y mandaciones recibidos de manos del rey, pérdida de todos


los premios y concesiones debidos a la munificencia regia, confiscacio-
nes, etcétera.261 La ira es tanto como perder el amor o la simple predi-
lección del monarca.262
Las alturas celestes proporcionan otros ejemplos de iras, atribuidas
a personajes que en principio debía jugar un papel mediador entre
el hombre y la divinidad. Se pierde así cualquier forma de interce-
sión. Así, la ira de la Virgen, 263 personaje que bajo diferentes advo-

261 Consecuencias detalladas en Grassotti, H., “La ira regia en León y Castilla”, op.
cit., nota 135, pp. 32 y ss.
262 Zaragoza, núm. 19, 1176, p. 105: “Ita quod de cetero nunquam magis episcopus
Cesarausguste nec canonici nec nullus alius homo sit ausus disrumpere nec inquietare
neque mutare illa convenientia; qui, quod non credo, fecerit perdet amorem meum et pei-
tabit mihi mille morabetinos”, y núm. 66, 1242, p. 169: “Mandamos itaque vicariis, baiu-
lis, curiis et nostris subditis et officialibus universis presentibus et futuris quod predicta
omnia suprascripta ubique teneri et observari inviolabiliter faciant, si de nostri confidunt
gratie et amore”.
263 Muñoz Romero, Colección. Fueros y privilegios de la ciudad de Burgos, 1073,
p. 258: “In primis iram atque maledictionem omnipotentis Dei incurrat, et sanctae Dei
genitricis virginis Mariae intercessione atque omnium sanctorum Dei… demergatur in
infernum”; Irache, núm. 67, 1087, p. 88: “Et sanctam Mariam matrem domini omnesque
sanctos Dei dum uixerit semper iratos habeat in uita et in morte nisi iuste emendauerit,
amen, amen, amen”; núm. 101, 1119, p. 124: “In hoc seculo et in futuro iram Dei incurrat
et Sanctam Mariam, matrem Domini, omnesque sanctos contra se iratos habeat in uita et
in morte et in die iudicii nisi legitime emendauerit, amen”; núm. 131, 1137, pp. 153 y
154: “Iram Dei omnipotentis et beate Marie et omnium sanctorum incurrat, et cum Iuda
traditore inferni penas sustineat, amen”; núm. 189, 1176, p. 207: “Et ad sanctam Mariam
matrem Dei omnisque sanctos Dei dum uixerit semper iratos habeat in uita et in morte
nisi iuste emendauerit”; y núm. 244, 1208, p. 261: “Nuil omne de nostra natura ni fem-
ma quiera corromper ni desdezir, sia maledicto del nostro seinor Dios et de la gloriosa
so madre et nos ambos, en aquest siglo et en otro, et al dia del iudicio”; Alfonso VIII,
núm. 221, 1175, p. 369: “Si quis autem huius rei temerator aut contemptor existere uo-
luerit, excommunicatus et anathematizatus eterne dampnationi subiaceat condempnatus
et amara morte percussus Sanctam Mariam et omnes Dei electos hic et in futuro sentiat
sibi contrarios atque in inferno inferiori Iudam traditorem habeat consortem et diabolum
consolatorem, inceptum suum irritum maneat”; Carbajal, núm. 18, 1148, p. 77: “Sit ex-
comunicatus a Deo et Beata Maria Uirgine et omnibus Sanctus Dei”; núm. 59, 1185, p.
126: “Iram Dei Omnipotentis et Beate Marie semper Uirginis et omnium Sanctorum Dei
incurrat”; núm. 80, 1201, p. 150: “Et si aliquis nostrorum uel extraneorum hoc scrip-
tum infringere temptauerit, a Deo et beate Marie semper Uirginis et omnibus sanctis sit
maledictus et excomunicatus in perpetuum, amen”; Sandoval, núm. 17, 1182, p. 70: “Si
qui uero, de nostro genere uel de extraneo, hanc cartam irrumpere uoluerit, iram Dei
omnipotentis et Beate Marie semper Uirginis cum regia indignatione incurrat”; Trianos,
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 279

caciones siempre ha jugado ese papel de intercesora, de mediadora


de los evangelistas, de los apóstoles, de todos los Santos,264 los ángeles y
los arcángeles,265 o de algunos especialmente significados, sobre todo
cuando se trata del patrón bajo cuya protección es colocado un mo-
nasterio o una iglesia,266 o se sustituye esa individualización por una

núm. 24, 1186, p. 70: “Iram Dei omnipotentis et beate Marie semper uirginis, cum regia
indignatione incurrat”; Gradefes, núm. 197, 1187, p. 249: “Et habeat iram Dei et beata
Marie Uirginis et omnium sanctorum”; Fernando III, núm. 42, 1218, p. 52: “Quicumque
uero huius mee concessionis paginam infringere uel ausu temerario uiolare presumpserit,
iram Dei omnipotentis et beate Virginis incurrat”, y núm. 43, 1218, pp. 53 y 54: “Iram
omnipotentis Dei et beate Virginis incurrat”.
264 Muñoz Romero, Colección. Donación de varias heredades hecha por el conde San-
cho de Castilla, 1011, p. 57: “Et iram Omnipotentis Dei et de omnibus Sanctis tan ipse
quam omnes qui consenserint, plenarie incurrant”; idem. Fuero de Logroño, 1095, p. 341:
“… ex parte domini omnipotentis, et beata Dei genitricis virgo semper Maria, et ex parte
beatorum Apostolorum et omnium Sanctorum eius, sit maledictius et confusus cum iis
qui dixerunt Domino Deo: recede á nobis…”; idem. Privilegio de Alfonso VII eximiendo
a mozárabes, castellanos y francos de la ciudad de Toledo del derecho de portazgo, 1157,
p. 376: “Sit á Deo maledictus et Sanctis ejus, et in Inferno cum Iuda, christi proditore,
sine fine damnatus, et cum Datam et Abiron, quos vivos terra absorvit variis crutiatibus
apud inferos tormentetur”; Documentos, núm. 52, 1187, p. 88: “Ex parte Dei omnipoten-
tis et omnium sanctorum sit maledictus et excomunicatus et cum Iuda Domini proditore
in inferno inferiori in perpetuum condempnatus, amen”; Entrepeñas / Escalada, núm. 7,
1087, p. 55: “Et pro damnato tempora non habeat partem in Domini uiuum, neque cum
angelis et archangelis, neque cum sanctas et sanctis, sed cum Iuda traditore lugeat penas
in eterna dampnatione”.
265 Entrepeñas / Escalada, núm. 4, 1055, p. 51: “Non abeat parte cum angelis neque
cum arcagelis neque cum profetas neque cum apostolis nec Deum protectorem, nisi cum
Iudas traditorem in eternam porcione”; Arlanza, núm. 89, 1119, p. 169: “Et quomodo non
habeat portionem cum Deo, neque cum angelis neque cum archangelis, sed cum Juda
traditore sit anathematizatus et extra ecclesia excomunicatus”.
266 Burgos I, núm. 3, 929, p. 12: “Et descendat super eum ira et furor Domini et Sancti
Quirici et Sancti Michaelis et Sancti Iuliani omniumque sanctorum”; y núm. 11, 1024, p.
30: “Sit anatemate marenate proculsus in cospectu Dei Patris omnipotentis et Sanctorum
Cosmas et Damianus uel eius martirum”; La Rioja, núm. 4, 1044, p. 28: “Condempnatus
anathema sit maranata, et sanctum Iulianum et sanctam Mariam et omnes electos Dei
hic et in futuro sentiat sibi contrarios, atque in inferno inferiori Iudam traditorem habeat
consortem et diabolum consolatorem”; y núm. 80, 1125, p. 139: “Ex parte Dei omnipoten-
tis, Patris, Filii et Spiritus Sancti et beate Marie semper uirginis et beatorum apostolorum
Petri et Pauli et sanctorum martirum Emeterii et Celedonii, excommunicatus et anathe-
matizatus in perpetuum habeatur et post uite obitum pena perfruatur eterna. Amen”; San
Cugat III, núm. 915, 1131, p. 103: “Iram omnipotentis Dei et sancti martiris Cucuphatis
anatematizatus incurrat”; Astorga II, núm. 791, 1163, p. 144: “Si quis igitur meae volun-
tarii facti violator contra hunc meae donationis paginam venire presumpserit iram Dei et
280 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

intervención colectiva de todos los mencionados conjuntamente, 267 o

Sancti Iacobi et omnium sanctorum cum indignatione mea incurrat”; Tumbo A Santiago,
núm. 117, 1168, p. 283: “Quod quicumque infringere uel perturbare temptauerit iram et
indignationem Dei et Beati Iacobi cum excommunicatione incurrat et regie maiestatis
reus teneatur in perpetuum exilium et suorum omnium amissionem patiatur et hec carta
semper robur obtineat”; Documentos, núm. 83, 1221-1229, p. 139: “Si quis autem contra
statutum nostrum ausu temerario contraire presumpserit, iram omnipotentis Dei et bea-
torum apostolorum Petri et Pauli se noverit incursurum”; Muñoz Romero, Colección.
Privilegios de los pobladores del monasterio de San Andrés (sin fecha), p. 232: “Quod
si aliter vobis impedire voluerit, super hiis quae ad nos pertinent, impediatur judicio Dei
et Sancti Andreae Apostoli, et omnium Sanctorum Apostolorum”; Alfonso IX, núm. 619,
1230, p. 716: “Maledictionem Dei omnipotentis et beati Jacobi apostoli et beate Eolalie
uirginis et martiris et regiam indignationem incurrat”; Liébana, núm. 155, 1249, p. 181:
“Et sea malditu de Dios et de todos los santos, et vengale la ira de Sancte Turibio et la su
alma nunqua aya part en paradiso”; y núm. 169, 1259, p. 194: “Iram Dei omnipotentis et
confessoris Christi Turibii plenarie incurrat”; Albelda-Logroño, núm. 114, 1307, p. 167:
“Nulli ergo omnino hominum liceat hanc paginam presentis ordinationis, constitutionis,
statuti et salubris prouissionis infringere uel ei ausu temerario contra ire. Si quis autem
hoc attenptare pressumpserit indignationem, iram et maledictionem omnipotentis Dei et
Beati Martini conffessoris incurrat et cum Datan et Abiron quos terra uiuos abssorbuit et cum
Satana in profundum malorum per superbiam descendente percipiat portionem”.
267 Eslonza, núm. 1, 912, p. 2: “Sit anathema in conspetu Dei patris et sanctorum apos-
tolorum uel omnium martirum eius”; Lacarra, J. M., “Documentos para la historia de las
instituciones navarras”, AHDE, núm. 11, 1934. Sancho III concede libertad para comprar
a los moradores de Abárzuza. Núm. 1, 1028, pp. 487 y 488: “Sit maledictus a consortio
Dei et cetu sanctorum et a consortio omnium fidelium christianorum per infinta secu-
la, amen”; Alfonso VI, núm. 81, 1085, p. 210: “Et abeat iram sanctae Mariae uirginis,
matris Domini nostri Ihesu Christi, cum coro uirginum; et abeat iram Sancti Micaelis
arcangili cum coro angelorum; et abeat iram sancti Petri apostoli, qui habeat potestatem
ligandi atque soluendi, cum coro apostolorum; et abeat iram sancti Stefani protomartiris
cum coro martirum; et abeat iram Sancti Martini cum coro confessorum; et non abeat
partem in prima resurrectionis, sed semper partem habeat in inferno inferiori cum Iuda
traditori. Fiat, fiat. Amen”; Astorga I, núm. 473, 1095, p. 367: “Sit ipse excomunicatus et
anatematicatus et a Deo omnipotenti Patri et Filii et Spiritu Sanctu et sancti Verissimi
et Santae Mariae omniumque sanctorum et sanctarum segregatum hic et in ebum amem
fiat”; Documentos, núm. 40, 1148, p. 64: “Qui istam cartam disrumpere voluerit, anatema
sit; non abeat partem cum Deo omnipotente; ira Dei et sancte Marie Virginis et omnium
Sanctorum veniat super eum, et cum Iuda traditore inferni penas lugeat”; núm. 46, 1170,
p. 77: “Maledictus et excomunicatus ex parte omnipotentes Dei et ex parte Beate Marie
matris eius et omnium sanctorum Dei et pereat cum Datam et Abiron cum impiis in
inferno inferiori per secula cuncta amen”; Muñoz Romero, Colección. Fueros de Santa
María del Puerto, 1042, pp. 189 y 190: “Excommunicatis á corporis et sanguinis Domini
et habeant iram Dei et Sanctae Mariae matris ejus Domini nostri Jesu-Christi et de suis
Apostolis et Prophetis, atque de omnium Sanctorum Martirum, Virginum et Confesso-
rum, et careant á fronte lucernas oculorum duorum, et sit pars illorum cum Juda traditore
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 281

de los trescientos ocho padres,268 dejan al particular delincuente en una


situación de abandono, de desvalimiento absolutos. 269 Así acontece con
la sentencia que pone fin al pleito entre Velasco Núñez y Nausti Díaz,
donde aparecen estas referencias ya continuadas, junto a las clásicas
menciones a Datán, Abirón y Judas:

Qui post nos ad ipso mandamento venerint ad imperandum, et Islam scrip-


turam infringere voluerit, sit anatematus in conspectu Dei Patris omnipo-
tens et sanctorum Apostolorum eius, sit condemnatus et perpetua ultione
percussus, sit et in conspectu sanctorum Martirum et Sancti Spirictus et
Christi perpetua anethema marenata, id est duplici perdiccione damnatus,

habeat filii maledictionis in aeterna damnatione in saeculis perpetuis… et habeant iram


Sancta Maria matris ejus, deinde Domini nostri Jesu-Christi”; idem. Carta de población
de Belchite, 1116, p. 414: “Et si nullus homo, vel de posteritas mea, voluerit hoc donativo
suprascripta disrrumpere sedeat maledictus de Domino nostro Jesuchristo et de su madre
Beatae Mariae et de duodecim Apostolis et de omnibus Sanctis suis, et habeant partem
cum Sodoma et Gomorra, et cum Datam et Abiron, et cum Judam traditorem”; San Cugat
III, núm. 1.382, 1244, p. 498: “Sed indignationem Dei et Virginis matris eius Marie ac s.
Cucuphatis omniumque Sanctorum incurrat et cum diabolo et angelis eius sua anima in
inferno perpetuo crucietur”. En la documentación de procedencia pontificia, es usual que
la ira de Dios se acompañe con la de San Pedro y San Pablo, por motivos obvios debido al
protagonismo de esos dos santos en la construcción inicial de las primeras comunidades
cristianas sobre las que se sustentará el obispo de Roma y luego el propio Pontificado.
Véase, por ejemplo, Palencia, núms. 165, 166, 177 y 202; León V, núm. 1.524, 1163, p.
349; Sobrado II, núm. 3, 1186 y 1187, p. 17; y núm. 4, 1184-1185, p. 18; Leire, núm. 347,
1188, p. 453; Huesca II, núm. 431, 1188, p. 421; núm. 634, 1203, p. 610; núm. 652, 1205,
p. 627; y núm. 711, 1210, p. 686; Santa María Huerta, núm. 53, 1191, p. 85; y núm. 64,
1199, p. 105; León VI, núm. 1.795, 1207, p. 185; y núm. 1.920, 1224, p. 422; y Albelda-
Logroño, núm. 25, 1228, p. 49.
268 Archivo Condal Barcelona, núm. 201, 984, p. 384: “Sed iram Dei incurrat et de
trescentos et de octo Patres malediccionem accipiat et cum Iuda partem accipiat et ista
scriptura firmis permaneat”
269 Incluso se extiende a otros personajes bíblicos como Jesucristo, los doce apóstoles
y los dos profetas, los cuatro evangelistas, los veinticuatro ancianos de Apocalipsis y las
nueve órdenes de los ángeles, como en Muñoz Romero, Colección. Fueros de San Zador-
nín, Berbeja y Barrio, 955, pp. 31 y 32: “Si quis tamen aliquis homo de parte rex, aut de
comite, vel de potestate, vel de infanzonibus, aut villano in aliquo super hoc maligno iudi-
cium impulsaverit aut contemptus fuerit vel adversarium steterit, im primis fiat maledictus
et excommunicatus de domini nostri Iesu Christi et de duodecim appostolis et duodecim
prophetis, et de quatuor evangelistas Marcus et Matheus, Lucas et Iohannes, et de viginti
quatuor seniores et de novem ordines angelorum, et sit sortitus cum Sodoma et Gomorra, et
cum diabolus et Iudas traditore irritatus et submersus in inferno inferiori per in seculum
seculi paenas luiturus, amen; et haec scriptura permaneat firma”.
282 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ut de hoc seculo sicut Datam et Abiron quipus continuo absorbeatur iatu et


Tartareo penas cum Iude Christi traditore perhenniter cruciatas, et insuper
inferta vel inferamus ad domno, ciuis fuerint, pisos homines duplatos et
post partem regis mille solidos de auro et ipse monasterio firmiter habeas
roborem.270

En ocasiones, el escribano o copista ofrece un repertorio de personajes


malvados, que no guardan entre sí ninguna suerte de conexión, mucho
menos cronológica. En la confirmación de privilegios de la catedral de
Oviedo, a modo de ejemplo, el rey Ordoño I se refiere a aquellos que
incumplan identificándolos con Judas, por supuesto, pero se añaden más
personajes, modelo de maldad contra la religión en diferentes aspectos,
caso de Simón el Mago,271 frustrado comprador de la gracia sacramental
y Nerón,272 emperador que desencadena una cruel persecución contra los
cristianos y a quien se identifica con la bestia del Apocalipsis. Pueden
obedecer estas variantes a la propia cultura del escribano de turno que
decide apartarse de los modelos clásicos ya conocidos y adentrarse a su
propia cuenta y riesgo en el mundo imaginario de aquellos sujetos que
suponían un daño frontal al cristianismo desde el punto de vista espiritual
(Simón) como desde la propia supervivencia física (Nerón y sus perse-
cuciones). Se impone, pues, el particularismo desarrollado por alguno de
las manos que intervienen en la redacción documental:
270 Documentos, núm. 8, 1007, p. 12.
271 Hechos de los Apóstoles 8, 20. Sobre la significación de esta figura, véase Wiken-
hauser, A., Los Hechos de los Apóstoles, Barcelona, Herder, 1973, pp. 140 y ss.
272 La enigmática referencia que figura en el Apocalipsis 13, 18 al pretendido “núme-
ro de la bestia” (“Hic sapientia est. Qui habet intellectum, computet numerum bestiae.
Numerus enim hominis est: et numerus ejus sexcenti sexaginta sex”) parece referirse al
emperador Nerón. Cada letra parece tener, de conformidad con saberes de tipo cabalís-
tico, un valor numérico de acuerdo con su puesto en el alfabeto y la cifra de un nombre
es el total de sus letras. La proximidad en el tiempo de Nerón y el recuerdo entre la co-
munidad cristiana de sus persecuciones pueden contribuir a avalar esta interpretación, lo
que explicaría la inserción de su nombre todavía en los documentos medievales. Véase
Comentario Bíblico San Jerónimo, cit., nota 92, t. IV, p. 571. Tanto es así que en algún
documento el nombre de Nerón reemplaza al del diablo, como acontece en Archivo Con-
dal Barcelona, núm. 138, 957, p. 300: “Et sub anathemate maranatha innodatus in exem-
plum inpiissimi Neronis ab hominibus deiciatur Christus Dominus, qui est caput tocius
ecclesie sue et cunctorum virorum in se credencium dignetur respicere ad inquoacionem
huius nostre channonice restauracionis, ut pro nostre humilitatis obediencia dignetur con-
cedere nobis bonam perseveranciam, ut simul grex cum pastore diu bene valeamus vivere
et post excessum seculi huius conscendere valeamus regna beata poli”.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 283

Si quis tamen quo de fieri minime credimus tam nos quam aliquis ex nos-
tra progenie uel extranea, hanc kartulam testamenti infringere temptauerit,
quisquis ille fuerit qui talia commiserit, in primis auferat dominus memo-
riam illius de terra cum diaboloo et angelis eius, cum Iuda domini prodito-
re, cum Simone Mago et Nerone et Datam et Auirone in profundum inferni
luat penas in eterna dampnatione. Sit maledictus et excommunicatus usque
in septimam generationem et pro temporali dampno quantum de predic-
tis monasteriis in contemptione miserit, tantum aliud in duplo simili loco
cum mille libras purissimi auri cultores Ouetensi eclesie persoluat et hanc
scripturam plenum obtineat.273

273 Diplomática astur, vol. I, núm. 65, 857, p. 285. Otros ejemplos en que aparecen
estos extraños personajes en Catedral Oviedo, núm. 79, 1076, p. 233; núm. 120, 1101-
1109, p. 326; núm. 137, 1117, p. 356; núm. 155, 1143, p. 394; núm. 159, 1145, p. 398;
núm. 160, 1150, p. 405; núm. 163, 1154, p. 414; núm. 172, 1161, p. 431; núm. 192, 1177,
p. 467; núm. 213, 1192, p. 504; y núm. 214, 1197, p. 506; Leon IV, núm. 1.239, 1086, p.
523: “Et abeat partem et societatem cum Symone mago, cum Iuda quoque atque Nero-
ne, cum diabolo et angelis eius”; núms. 1.291, 1.292, 1.312 y 1.316; Carbajal, núm. 1,
1093, p. 60: “Et abeat partem cum Datan et Abiron et Simone mago, et pereat in eternum,
amen”; y núm. 2, 1096, p. 61: “Et abeat partem cum Datam et Abiron, cum Simone mago,
cum Iuda quoque adque Nerone, cum diabolo et angelis eius, et pereat in eternum, amen”;
Urraca, núm. 1, 1109, p. 354: “Et habeat partem et societatem cum Datan et Abiron, cum
Simone Mago, cum Iuda quoque atque Nerone, cum diabolo et angelis eius, et pereat in
eternum, amen”; y núm. 36, 1112, p. 419: “Inprimis sit maledictus et excomunicatus a
fide catholica, cum Datan et Abirone, cum Simone Mago et Nerone, et cum Iuda, Domini
proditore, cum diabolo et angelis eius par penas luat in eterna dampnatione”; León V,
núm. 1.336, 1112, p. 26: “In primis sit maledictus et excomunicatus a fide catholica, cum
Datan et Abirone, cum Simone Mago et Nerone, et cum Iuda Domini proditore”; núm.
1.342, 1113, p. 35: “Et habeat societatem cum Iuda proditore, cum Datan et Abiron, cum
Simone Mago, et habeat partem cum diabolis”; núm. 1.405, 1133, p. 160: “Et habeat
partem et societatem cum Datan et Abiron, cum Simone Mago, cum Iuda quoque atque
Nerone, cum diabolo et angelis eius, et pereat in eternum, amen”; y núm. 1.441, 1143, p.
217: “Sit maledictus, et exconmunicatus, et cum impio Nerone, seu mago Simone, atque
cum Iuda Domini traditore, crucietur assidue in eterna dampnatione”; Gradefes, núm. 24,
1127, p. 38: “Si quis tamen presenti uiolauerit scripture perpetua damnetur excomunatio-
ne et habeat societate cum Dathan et Abiron cum Simne Mago cum Iuda quoque atque
Nerone cum diabolo et angelis eius et pereat in eternum, amen”; Eslonza, núm. 67, 1142,
p. 111: “Et cum Datham et Abiron habeat partem et cum Simone malefico sustineat penas
et cum Juda Domini traditore luat penas in inferno inferiori et careat a fronte luminibus
amen”; y núm. 89, 1157, p. 143: “Et non habeat parte in regno Dei sed cum Datam et
Abiron et cum Simone mago rege atque Nerone et angeli eius in eterna dampnatione in
secula seculorum amen”.
284 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

A los ya conocidos Simón, se incorporan eventualemente otros perso-


najes presuntamente malvados. Así acontece con Pilatos y con Holofer-
nes.274 Otra referencia plena de actores bíblicos la podemos hallar en un
texto procedente de San Cugat. Insistimos en que es la propia formación
del copista o del escribano que dicta el documento lo que permite aportar
notas propias que se apartan de los modelos usualmente utilizados. La
cascada de citas bíblicas arranca con Judas, sigue con Datán y Abiron, y
se les añaden Zaroen y Arfaxat, de nuevo Simón el Mago (con referencia
especial a su castigo auspiciado por Pedro y Pablo), Sodoma y Gomorra,
y Galerio:275

Quicumque contra ista donacione venerit pro inrumpendum, in primis ira


Dei omnipotentis incurrat, et ad liminibus sancta Dei Ecclesia extraneus
fiat, et ad corpus et sanguinem Domini nostri Iesuchristi non fiat dignum
accipere, et cum Iuda traditore participationem accipiat die noctuque vel
ora, et sic fiat maledictus sicut fuit Datan et Abiron, qui terram absoruit,
et sic fiat sicut Zaroen et Arfaxat cultores idolo, qui in carbone conversi
fuerunt in passione apostolorum Simonis et Iude, et submergat illum Deus,
sicut submersit Sodomam et Gomorram, et sicut submersit Simon magus
propter orationem apostolorum Petri et Pauli, et sic fiat maledictus et con-
sumptus, sicut fuit Galerius cum suis idolis.276

274 Catedral Oviedo, núm. 155, 1143, p. 394: “Sit maledictus et excommunicatus usque
in septimam generationem et cum Datan et Abiron Simone Mago et Nerone cum Pilato
et Oloferne cum Iuda Domini proditore et cum Diabolo et angelis eius uoracis gehenne
incendiis trucidatur, luat penas in eterna dampnatione”. Poncio Pilato es el procurador
romano de Judea que entrega a Jesucristo a la muerte segura, querida por el sanedrín. Su
figura aparece distorsionada en los Evangelios Apócrifos. Holofernes es el general asirio
encargado de tomar venganza de los pueblos occidentales, concretamente de los judíos.
El sitio de Betulia y sus relaciones con la viuda Judit constituyen la temática principal del
libro bíblico que toma el nombre de aquélla. Véase AA. VV., Manual Bíblico. II. Antiguo
Testamento, op. cit., nota 189, pp. 171 y ss.
275 Zaroen, Arfaxat y Galerio son personajes de dudosa ubicación, probablemente in-
sertados en virtud de tradiciones apócrifas. Así se explicaría la participación de los mis-
mos en los martirios de los apóstoles Simón y Judas. En todo caso, se busca nuevamente
la ejemplaridad: se pone de relieve el pecado de idolatría por ellos cometido, pero no
aparecen en los textos bíblicos, salvo Arfaxat en Judith, 1, 1, 5, 6, rey de los medos, de
cuya existencia histórica también hay dudas.
276 San Cugat I, núm. 61, 959, p. 53.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 285

Otro ejemplo completo lo hallamos en la colección de San Pedro de


Cardeña. Las citas abarcan ahora al juez Elí,277 a la maldición de David
—ya citada supra—, y a Doeg el edomita,278 a Caín,279 a los profetas
Jeremías280 e Isaías,281 referencias implícitas a Datán y Abirón,282 a las
desgracias sufridas por los cananeos,283 a episodios del Éxodo284 y del
Eclesiastés,285 entre otras cuestiones, que conforman el espejo de los su-
frimientos que van a padecer todos aquellos que intenten infringir el con-
tenido de la escritura, en este caso una donación al monasterio:

Si uero, quod absit, an nobis aut filiis seu neptis nostris uel aliquis homo,
hoc nostro dato disrumpere uoluerit, in primis ut eueniat ei contrictio Heli
sacerdos et ramorum eius, maledictio Dauid, quam inprecatus est Dohec,

277 Elí o Helí, juez de Israel, muere de forma inmediata y fulminante al ser informado
que los filisteos se habían apoderado del Arca de la Alianza, en 1 Samuel 4, 4-18. Se
emula, pues, su muerte veloz; no se considera su conducta que parece moverse dentro de
la más estricta ortodoxia.
278 Doeg es el encargado de ajusticiar a Abimelec, sus familiares y los sacerdotes de
Nob por orden de Saúl bajo la acusación de traición, dado que aquellos habían ocultado
al rey noticias acerca de David, en 1 Samuel 22, 9-23; éste manifiesta su dolor en Salmos
52, 2.
279 Concretamente, a la señal que Dios le impone para evitar ser muerto por cualquier
otra persona, en Génesis 4, 15.
280 El asno del que habla Jeremías se refiere a la imprecación que el profeta dirige al
rey Joaquím, afirmando que su sepultura será como la sepultura de un asno: “Sepultura
asini sepelietur, putrefactus et projectus extra portas Jerusalem”, en Jeremías 22, 19.
281 Yahvé, en su inmenso poder, rompe la vara de los impíos y el cetro de los tiranos,
dice Isaías 14, 5: “Contrivit Dominus baculum impiorum, virgam dominantium”.
282 Tomada de Deuteronomio 11, 6: “Et Dathan atque Abiron filiis Eliah, qui fuit fi-
lius Ruben, quos aperto ore suo terra absoruit, cum domibus et tabernaculis, et universa
substantia eorum, quam habebant in medio Israel”. El castigo de la ceguera al que se
alude es una de las maldiciones que recoge también Deuteronomio 28, 29: “Et palpes in
meridie sicut palpare solet caecus in tenebris, et non dirigas vias tuas”. El texto de las
Costumbres de Tortosa, verbigracia, recoge ese catálogo de maldiciones. Véase Código
de las Costumbres escritas de Tortosa, Foguet, R. (ed.), Tortosa, Imprenta Querol, 1912,
libro IX, “Hoc est sacramentum Judeorum”, pp. 505 y ss., con influencias nuevamente de
la antigua legislación visigoda.
283 Tomas violentas de Jericó, Hai, territorios del Mediodía, territorios del Norte y
Caleb, en Josué 6, 20; 8, 24-25; 10, 28-39; 11 y 14.
284 El texto se refiere al episodio del Mar Rojo, descrito en Éxodo 14, 26.
285 La reflexión sobre la vejez en Eclesiastés 12, 6: “Antequam rumpatur funiculus
argenteus, et recurrat vitta aurea, et contentatur hydria super fontem, et confringatur rota
super cisternam”.
286 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sygnum quod enotatus est Kayn, sepultura asyni de quo loquitur Iheremias,
perdictio qua precatores terre latus absorbuit, et interitus Cananeorum, et
contrictio Idrie ad fontem, et arenarum cominatio in litoribus que salis
fluctibus uerberantur, et confractio uirge gloriose de Esaye ut sit quasi
cecus palpans pariete; hec omnia euenient ei qui hoc scriptum frangere
conaberit.286

A los personajes anteriormente citados, incorporan ciertos documen-


tos de San Juan de la Peña, nuevos protagonistas: el profeta Daniel y sus
reprobaciones,287 la ruina de Esaú,288 la dureza o sufrimiento de Moab289
y el abandono de Ismael:290

286 Cardeña, núm. 110, 963, pp. 141 y 142. Fronilde con sus hijos Oveco y Álvaro y
con sus sobrinos Romano y Vermudo, donan al monasterio de San Pedro de Cardeña y a
su abad Esteban una dehesa. Con variantes en Pedro I Aragón, núm. 16, 1094, p. 228. “Si
quis autem hoc donativum meum disrumpere voluerit habeat sortes cum Iuda traditore,
qui tradidit Dominum Salvatorem, veniat ei contrictio Eli et Raomorum eius maledictio
David quam imprecatus est do hec Idumueus, signum quod enotatus est Chain sepultura
asini de quod loquitur Hieremias et perditio qua peccatores terre ratus obsorbit, amen,
amen”.
287 Puede aludir al tono eminentemente combativo que el profeta Daniel manifiesta en
sus relaciones con Babilonia y con sus reyes (Nabucodonosor, Baltasar, Darío y parte del
reinado de Ciro), a los que está de continuo criticando por su soberbia e idolatría y a los
que vaticina la pérdida de su poder. Se ocupa de ello a lo largo de la primera parte de su
libro, la parte plenamente histórica, no profética. Véase Enciclopedia de la Biblia, cit.,
nota 92, t. II, pp. 768 y ss. Daniel simboliza la justicia de Dios frente a la justicia de los
hombres, la fidelidad absoluta a la ley divina, aun habiendo alcanzado altos cargos en el
gobierno babilónico, la lealtad a Dios en todos sus manifestaciones públicas y privadas.
La historia de Daniel no es una biografía, ni un relato de su época: es, sobre todo, una
teología de la historia y una visión del mundo esencialmente optimista porque lo que
aguarda al hombre es el triunfo de Dios finalmente.
288 Ruina derivada de la pérdida voluntaria de los derechos de primogenitura, en Géne-
sis 27, 1-46. Las tradiciones hebraicas colocan a Esaú frente a Jacob en una situación de
desventaja que en algunas ocasiones termina de modo trágico y violento. Véase Graves,
R. y Patai, R., Los mitos hebreos, cit., nota 107, pp. 244 y ss.
289 Desde la época de Moisés, Moab era el enemigo tradicional de Israel, aunque tras
las victorias de David rara vez consiguió sojuzgar al pueblo elegido o constituir una
amenaza real. Se siguió considerando, sobre todo en la literatura profética, como la per-
sonificación de todos los enemigos de los judíos, como en el caso de Isaías y sus libros.
Véase Asimov, I., Guía de la Biblia. Antiguo Testamento, 10a. ed., Barcelona, Plaza y
Janés, 1993, pp. 113, 149-176, 215 y 493, respectivamente.
290 Realizado por Abraham cuando éste logra tener descedencia de su esposa legítima.
La concubina Agar como su hijo Ismael son abandonados en el desierto de Berseba, en
Génesis 21, 14-21. Ese abandono físico y espiritual es a lo que parece aludir el texto.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 287

Si quis autem hanc meam donacionem disrumpere voluerit, anatema sit, et


cum Iuda traditore qui Dominum et Salvatorem nostrum tradidit, partem
habeat in inferno inferiori, et veniat ei contrictio Heli, maledictio David,
quam imprecatus est super Dohec ydumeus et cum omnibus impiis, amen.
Signum quod enotatus est Cayn, sepultura asini de quo loquitur Yeremias,
perdicio qua peccatores terre yacus absorbuit, interitus cananeorum, con-
triccio ydrie ad fontem, arenarum cominacio in litoribus, qua falsis fluctibus
verberantur, confractio virge gloriose Dei Ysaya, increpacionem Danielis,
ruynam Esau, duriciam Moab et defectionem Ismahelis, ut sit quasi cecus
palpans manum ad parietem, et distillet super eum pluvia ignea et sulfurea,
sicut in Sodoma et Gomorra. Amen, amen, amen.291

En otros casos aislados, se toma el modelo bíblico para designar el


tipo de castigo o de muerte que se quiere sufra el infractor, sin tratarse
aquél de un ser de comportamiento reprobable o maligno. Es el caso del
rey Acab, muerto en batalla, cuyo padecimiento se toma como símil para
significar el sufrimiento que se quiere infligir a los incumplidores de los
mandatos jurídicos: “Si quis hanc nostram legitimam atque canonicam
vidare presumpserit largitionem, anathematis perpetui gladio cum Achar
feriatu et donc digne satisfaciat suppliciis depertatus eternis, requisimis
tradatur tortoribus, penas prephate presumptionis seu violationis luituras
eternas”.292
Esporádicamente, surge otro personaje bastante maltratado por la tra-
dición, aunque su cita y su empleo no son usuales. Nos referimos a Ba-
rrabás, cuyo recuerdo negativo tampoco parece desprenderse de modo
directo de los documentos evangélicos.293 En los pocos textos en que se

291 San Juan de la Peña, núm. 3, 828, pp. 23 y 24; núm. 13, 905-925, pp. 46 y 47;
núm. 32 (siglo X), p. 95, con cita a Achab: “Et fiat ruina domui eius, sicut domui Acham,
filium Carmi, qui contradixit preceptolo sue filii nun et turbabit Israhel, et sit interitum
eius, sicut interitum Datan et Abiron, quos vivos terra devoravit”; y núm. 34, 1005, pp.
98 y 99.
292 San Cugat III, núm. 1.020, 1158, p. 190. Así lo recoge 1 Reyes 22, 34: “Vir autem
quidam tetendit arcum, in incertum sagittam dirigens, et casu percussit regem Israel inter
pulmonem et stomachum. At ille dixit auriga suo: Verte manum tuam, et ejice me de
exercitu, qui graviter vulneratus sum”.
293 Aparece en Mateo 27, 26; Marcos 15, 15; Lucas 23, 25 y Juan 18, 40. También
en los Hechos de los Apóstoles 3, 14, implícitamente. Probablemente, son los crímenes
previos que él comete y por los que estaba en prisión, los que llevan a identificarlo con la
maldad, porque él no tuvo nada que ver en la elección que supuso su liberación, efectuada
por la turba congregada y ratificada por Poncio Pilato.
288 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

utiliza su nombre, aparece sometido a los penosos castigos que todo el


elenco de protagonistas, ya mencionados anterioremente, van a sufrir o
llevan sufriendo desde su condenación.294
En otros casos, la ira divina se traduce en una cascada de consecuen-
cias: el infierno en primer lugar, donde coexistirá con el apóstol traidor.
Pero mientras no llegue la muerte, se le condena al silencio y a la oscuri-
dad (expresada por medio de la ceguera), la prohibición de sepultura con
los demás cristianos, ni siquiera la posibilidad de que su espíritu llegue a
convivir con los elegidos, la erradicación de la comunidad y su destino al
pozo de los condenados, pero con ejemplos bíblicos al uso, acompañado
finalmente de un multa y de la reivindicación de la firmeza, de la validez
del documento conculcado, como sucede en el Fuero de Fresnillo conce-
dido por el conde García Ordóñez:

Quod si aliquis ex nobis aut filiis nostris vel neptis aut aliquis ex consan-
guinibus nostris seu aliquis homo ex parte imperatoris aut rex aut pontifex
sivi comes vel potestas aut quislibet homo istum nostrum factum disrum-
pere conaverit vel turbare voluerit, in primis cum Iudas Scarioht in infer-
num abitet per secula seculorum, amen. ��������������������������������
Et adhuc vivens in corpore duos-
bus luminibus careat ad fronte et proibeatur a sancta communione et post
discessum non sepelietur corpus eius cum ceteris nec spiritus eius societur
cum electis, sed cum Datan et Abiron et Sodoma et Gomorra sit pars eius
in eterna dampnacione, inferantque ad pars inperii X libras aureas, et Islam
paginas in cunctis roborem firmiter obtineat, amen.295

La situación en la que queda el que ha incurrido en la ira de Dios es


análoga a la de aquellas personas que no comparten la verdadera religión.

294 Liébana, núm. 91, 1064, p. 109: “Et si quis aliquis homo uel de alia parte aliquam
molestiam fecerit aut istum pactum disrumpere quesierit non habeat partem cum angelis
neque cum arcangelis neque cum uirgines, confessores, set cum Barrabas damnationes in
penas excommunicatus et segregatus sit a fide Christi”; núm. 94, 1065, pp. 113 y 114: “Et
si quis tamen aliquis homo ex propinquis meis uel heredibus meis aut alia subrogata per-
sona hoc titulo disrumpere quesierit uel potestas, non habeat partem cum angelis neque
cum uirginis, confesores, set cum Bulburas (=Barrabás) damnationes in penas escumu-
nigatus et segregatus a fide Christi, et cum Datan et Abiron et Canamura que illos bibos
terra obsoruit”; y núm. 95, 1066, p. 115: “Non habeat partem cum angelis neque cum
archangelis neque cum uirgines, confessores, set cum Bulburas damnationes in penas
excomunicatus et segregatus sit a fide Christi, et cum Datan et Abiron, quod biuos terra
obsoruit”.
295 Documentos, núm. 29, 1104, p. 48.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 289

Así se alude en alguna documentación a la situación de los judíos, de


los paganos o de los herejes.296 En este sentido, se expresa Alfonso VI
en el Fuero de Logroño cuando identifica a los infractores del mandato
regio, que han incurrido además en iras celestiales varias: “Sit maledictus
et confusus cum iis qui dixerunt Domino Deo: recede á nobis, et quasi
judeus haereticus ab omni getu Christianorum anathematizatus sit, atque
post mortem cum diabolo et Juda traditore in inferno deputatus in secula
seculorum”.297 Idéntica comparación se reitera en el Fuero de Miranda de
Ebro, del año 1099, concedido por el mismo Alfonso VI: “Sit cum illis
quibus Deus dixerit: discedite á me; et sit sicut judaeus, et haereticus, et
á tota communione Christianorum separatus”.298 Nuevamente la idea de
la cristiandad como comunidad ideal y única, el pueblo cristiano como
único realmente existente. Judíos y herejes formarán parte adyacente de
la misma, pero no la integran como elementos basilares.
El repertorio de tópicos bíblicos no se agota simplemente con la pre-
sencia de estos dos terribles ejemplos a evitar, esos modelos de com-
portamiento desleal, plenamente traidor, que han constituido el diablo
y Judas. En el Antiguo Testamento, se refiere otra conocida historia que
se reproducirá hasta la saciedad en los textos medievales. Nos referimos
al episodio de Datán y Abirón, miembros de la tribu de Rubén, prota-
gonistas de un incidente de marcado cariz político, que es relatado en
Números.
Conforme a lo que relata el texto bíblico, la estancia en Cades cons-
tituyó uno de los momentos más difíciles del caudillaje de Moisés. Los
años de inactividad allí pasados, con la cercanía de Canán en cuanto que
expresión material de esa tierra prometida, provocaron de inmediato una
suerte de rechazo del mandato político mosaico al considerarse que la

296 San Cugat II, núm. 449, 1012, p. 95: “Qui vero hanc nostram conlationem maligni-
ter contempserint et non eam anathema, ut mali periurii et fidem Christi negatores exis-
tant et animas eorum, cum de hoc seculo exierint, cum paganis et iudeis permaneant”;
Font Ríus, Cartas, núm. 11, 1012, p. 22: “Anathema, ut mali periurii et fidem Christi
negatores existant et animas eorum, cum de hoc seculo exierintm cum paganis et iudeis
permaneant”; Otero de Dueñas, núm. 122, 1019, p. 198: “In primis, sit excomunicatum
ad christianis et condematum cum pacanis”; Leire, núm. 29, 1040, p. 60: “Qui enim de
fliis aut de tribu nostra uel quacumque hominis persona uobis ac succesoribus uestris
contumeliam inferre super eum conaberit, separatus a consorcio sanctorum participetur
cum aduersariis christianorum in tenebris inferorum”.
297 Muñoz Romero, Colección, p. 341.
298 Ibidem, p. 352.
290 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

actuación desarrollada hasta ese momento (el éxodo) parecía frustarse.


Se había abandonado una tierra próspera y de relativa paz, por la com-
pañía de la arena y las piedras que ahora rodeaban a los judíos. Fueron
probablemente dos las sediciones producidas: la de Coré, que tuvo un
matiz más religioso que político, y la de los hermanos rubenitas Datán y
Abirón.299
Respecto a la primera, que ya hemos visto citada en algún texto de la
época visigoda, es de destacar ese matiz religioso que condiciona su suerte
posterior. Coré era hijo de Amram, como Moisés y como Aarón, pero fue
preterido por el primero para desempeñar el cargo sacerdotal. La rebelión
de Coré pudo finalizar (la Biblia lo silencia) tras un compromiso. Prueba de
ello es que se hace referencia a que los hijos de Coré no perecieron.300 La
segunda revuelta, sin embargo, tuvo carácter marcadamente político. Da-
tán y Abirón, descendientes de la tribu de Rubén, reivindican un primado
de poder que parece haber tenido su ascendiente en la antigüedad. Se dice
que Rubén debió hacerse con la jefatura de las tribus israelitas porque se
consideraba el primogénito de Jacob. El tránsito del poder durante la pere-
grinación dirigida por Moisés a favor de las tribus de Leví (poder religioso
en manos de Moisés y de Aarón) y de Efraim (jefatura militar de Josué)
pudo provocar esa revuelta que fue inmediatamente sofocada con un cas-
tigo ejemplar: fueron tragados vivos por la tierra, fueron engullidos por el
abismo, por el seol,301 mundo subterráneo donde habitaban las almas de
los muertos, de acuerdo con la mitología hebrea:
Et ait Dominus ad Moysen: Praecipe universo populo ut separetur á taber-
naculis Core, et Dathan et Abiron. Surrexitque Moyses, et abiit ad Dathan
299 Números 16, 1-2: “Ecce autem Core filius Isaar, filii Caath, filii Levi, et Dathan
atque Abiron filii Eliab, Hon quoque filius Pheleth de filiis Ruben, surrexerunt contra
Moysen, aliique filiorum Isael ducenti quinquaginta viri proceres synagogae, et qui tem-
pore concilii per nomina vocabantur”. Es expresivo el versículo 3 que expresa la rebe-
lión por ellos desencadenada: “Cumque stetissent adversum Moysen et Aaron, dixerunt:
Sufficiat vobis, quia omnis multitudo sanctorum est, et in ipsis est Dominus: Cur eleva-
mini super populum Domini?”. Véase Enciclopedia de la Biblia, cit., nota 92, t. II, p.
789; y Comentario Bíblico San Jerónimo, cit., nota 92, t. I, pp. 271 y 272.
300 Números 26, 11: “Ut, Core perennte, filii illius non perirent”.
301 La Vulgata traduce seol por inferno, si bien estos dos conceptos no pueden ser
identificados. El primero aparece en la mitología judaíca como una suerte de mansión
de los muertos, sin connotaciones negativas, donde viven en pie de igualdad. La idea del
infierno cristiano se aproximaría a lo que los judíos denominaban gehenna, lugar de cas-
tigo, morada de los impíos. Véase supra la referencia a la gehenna, el verdadero infierno
hebraico.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 291

et Abiron; et sequentibus eum senioribus Israel dixit ad turbam: Recedite á


tabernaculis hominum impiorum, et nolite tangere queae ad eos pertinent,
ne involvamini in peccatis eorum. Cumque recessissent á tentoriis eorum
per circuitum, Dathan et Abiron egressi stabant in introitu papilionum suo-
rum, cum uxoribus et liberis, omnique frequentia. Et ait Moyses: In hoc
scietis, quod Dominus miserit me ut facerem universa quae cernitis, et non
ex proprio ea corde protulerim: Si consueta hominum morte interierint, et
visitaverit eos plaga, qua et caeteri visitari solent, non misit me Dominues:
sin autem novam rem fecerit Dominus, ut aperiens terra os suum deglutiat
eos et omnia quae ad illos pertinent, descenderintque viventes in infernum,
scietis quod blasphemaverint Dominum. Confestim igitur ut cessavit loqui,
dirupta est terra sub pedibus eorum: et aperiens os suum, devoravit illos
cum tabernaculis suis et universa substantia eorum, descenderuntque vivi
in infernum operti humo, et perierunt de medio multitudinis. 302

También los doscientos cincuenta hombres que habían ofrecido in-


cienso fueron devorados por el fuego de Yahvéh.303 El castigo es de tal
calibre que la tribu rubenita no vuelve a ser mencionada en adelante en la
Biblia. Desaparece de la faz de la tierra y de la faz de los libros. El olvido
se cierne sobre ella. Se castigó de nuevo la infidelidad, mezclada con la
impaciencia, el incumplimiento del pacto esencial constitutivo de la co-
munidad política, dando origen al desconocimiento tanto de la autoridad
religiosa como de la política, o, como señala algún documento, porque
Datán y Abirón “contradixerunt mandatis Dei et Moisi serui eius”,304 se
rebelaron contra Moisés, o fueron condenados “pro sua facinora”305 o
por su soberbia,306 que los lleva a la violación de la sacrosantidad, en una
cierta impureza en la realización de los sacrificios debidos a Dios que
provocan la mancha, el oprobio del nombre divino.307
302 Números 16, 23-33.
303 Ibidem, 16, 35: “Sed et ignis egressus á Domino, interfecit ducentos quinquaginta
viros, qui offerebant incensum”.
304 Burgos I, núm. 64, 1099, p. 126; Sahagún III, núm. 1.045, 1100, p. 385; Alfonso
VI, núm. 160, 1100, p. 415: “Et cum Dathan et Abiron, quos terra deglutiuit uiuos quia
rebelles extiterunt mandatis Dei et contradixerunt Moysi, seruo eius”.
305 Otero de Dueñas, núm. 21, 976, p. 72.
306 Privilegios Catedral Toledo, núm. 1, 1086, 18: “Quod si quis quod absit, aliquan-
do uiolare suadente diabolo pertemptauerit fiat particeps maledictionis Datan et Abiron,
quos ob excrandam superuiam uiuos terra degluciens ad inferos transmisit”.
307 Así, se dice que fueron los infectadores del santuario del Señor, en Alfonso IX,
núm. 4, 1188, p. 11: “Et excomunicatus cum Datam et Abiron, sanctuarii Domini infes-
292 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

El precedente bíblico vuelve a insistir en esta idea que fue trasladada


de la documentación goda los cartularios medievales. Lo destacable no
es solamente la ejemplaridad del castigo, sino también, acaso, su celeri-
dad, dado que el juicio de Dios se manifiesta de forma inmediata, directa,
sumarísima, y cae sobre los posibles infractores de la misma manera que
aconteció en el pasaje bíblico. La desobediencia se paga y se paga de
forma instantánea: es una nueva manifestación de la ira de Dios, de las
fuerzas celestiales que caen sobre los hombres para combatir sus peca-
dos, en este caso nuevamente, la soberbia, la impiedad, encarnación de
lo malvado, lo nocivo, lo pernicioso, lo profanado, expresiones todas
ellas que se acomodan a la voz latina sceleratus o sceleratissimus.308 Si-

tatotibus”; o que fueron absorbidos por la tierra a causa de las conductas deplorables que
infectaron el santuario divino, en Alfonso IX, núm. 5, 1188, p. 14: “Et Datan et Abiron,
quos pro infestatione presumptuosa qua infestabant sanctuarium Dei terra uiuos obsor-
buit”. En la versión romanceada de la carta de seguridad concedida por Alfonso VI a los
mozárabes de Toledo se puede leer, en Privilegios Toledo, núm. 2, 1101, p. 91: “Et sea
sumido lloradero en las penas perdurables en la fondura del infierno con Datan et Abiron
los quales la tierra sorbio bivos por que fueron rebeldes a los mandamientos de Dios”.
308 Por ejemplo, en los más antiguos documentos recogidos en la Diplomática astur,
vol. ��������������������������������������������������������������������������������������
I, núm. 25, 816, p. 143: “Descendat super illum repentinus Dei iuditius, sicut descen-
dit super Datan et Abiron, viros sceleratissimos, quos vivos terra absoruit”; núm. 35, 828,
p. 170: “Descendat super illum iram Dei sicut descendit super Datam et Abiron, quos
terra obsoruit pro suo scelere”; núm. 52, 847, p. 240: “Descendat super illum rumphea
celestis sicut descendit super Datam et Abiron, quos bibos terra obsoruit”; núm. 53, 852,
p. 241: “Et insuper decendat super eum ira dei sicut descendit super Datam et Abiron,
quos terra uiuos obsoruit, ut merear inuenire indulgenti Domini”; núm. 62, 856, p. 269:
“Descendat super illos ira Dei et runfeam celi, sicut descendit super Datran et Habiron
uiros sceleratissimos quem pro suo scelere uiuos terra obsoruit”; núm. 80, 864, p. 323:
“Descendat super eum iram Domini nostri Ihesu Christi, et cum Datan et Abiron habeat
portione in inferno inferiori et absorbeat terra sicut absoruit Sodoma et Gamorra, amen”;
Diplomática astur, vol. II, núm. 95, 870, p. 54: “Et descendat super illud qui italia com-
miserit quod descendit super Datan et Abiron; et Sodoma et Gomorra uiuos terra illos
absoruit, et qui talia comiserit non resurgat cum iustus sed cum impiis et sceleratos”;
núm. 101, 871, p. 72: “Ut de hoc seculo sicut Datan et Abiron uiuos continuo obsorueat
terra et tartareas penas cum Iuda Christi traditore perhenniter perferat cruciatum”; núm.
106, 873, p. 86: “Et si quis de ipsa nostra quinta fraudare quisierit descendat super eum
runfea celestis sicut descendit super Datam et Abiron uiros celeratisimos, quos propter
sua scelera uiuos terra consobuit”; núm. 160, 899, p. 256: “Iram Dei excelsi incurrat, et
canonicali sententia damnatus, cum Iuda, Datan, et Abiron infernale sustineat cruciatus”.
Sobre el significado de las voces latinas apuntadas, véase Diccionario latino-español
formado sobre el de don Manuel Valbuena, 14a. ed., París, Garnier Hermanos, 1865, p.
759; Du Cange, Glossarium Mediae et Infimae Latinitatis, París-Niort, L. Favre, 1886,
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 293

guiendo el modelo bíblico, Coré consigue salir bien parado y las citas
expresas al mismo son reducidas, si bien existen.309 Datán y Abirón son
los condenados por excelencia: “Quos uiuos terra conglutanauit particeps
cum sibi consentientibus atque fauentibus fiat si bis tercioue commonitus
datagere contepserit”.310
Los documentos que aluden a este castigo para los infractores son nu-
merosísimos, puesto que en muchas ocasiones la referencia a Judas lleva
aparejada la mención, anterior o posterior, de Datán y de Abirón, nueva-
mente para significar lo execrable de ese comportamiento rebelde no sólo
contra la legítima autoridad, sino también contra los designios divinos
que la habían puesto al frente del pueblo correspondiente. Algunos textos
callan la mención bíblica, pero se acogen a los efectos que la maldición
divina provocará para los infractores. Dice una donación hecha por el rey
García al monasterio de Eslonza que los que atenten contra el contenido
de la donación regia sufrirán la ira de Dios, la confusión del Espíritu San-
to y “uiuens terra obsorbeat illum”,311 como sucede en el episodio bíblico
referido. La formulación de esta referencia se estabiliza en los siglos
centrales del Medievo. Lo hallamos en su versión latina, por ejemplo, en
el Fuero de Caseda concecido por Alfonso I el Batallador en el año 1129,
donde se proclama que el incumplidor del texto foral “habeat mansionem
cum Datan, et Abiron, et cum Juda traditore, in inferno inferiori hic et in
perpetum”;312 en el Fuero de Escalona de 1130, donde se especifica ya
en qué consiste esa condenación: “sit maledictus á Deo omnipotente et

t. VII, p. 344; y Ernout, A. y Meillet, A., Dictionnaire etymologique de la langue latine.


Histoire des mots, 3a. ed., París, Klincksieck, 1951, t. II, p. 1.060.
309 Su presencia es muy limitada, aunque hay ejempos puntuales, como en San Juan
de la Peña, núm. 169, 1062, p. 216: “Fiat super eis damnatio vel maledictio Datan, Core
et Abiron, et cum Iuda traditore abeat portionem”; Leire, núm. 109, 1080, p. 160: “Et
cum Dathan et Horem et Abiron et cum Iuda traditore perpetue suiaceat damnacioni”;
Sahagún IV, núm. 1.358, 1166, p. 318: “Si aliquis de nostro uel de extraneis hanc kar-
tam irrumpere temptauerit, anathema sit et cum Datan et Abiron et Core et Iuda Domini
traditore luat penas in eterna damnatione”; y núm. 1.365, 1169, p. 327: “Si quis, autem,
de nostris uel de alienis, hanc cartam quam ego Gomez facio irrumpere temptauerit et ad
nichilum redigere uoluerit, anethema sit et cum Dathan et Abiron et Chore lua penas in
eterna damnatione”; Aguilar de Campoo, núm. 40, 1175, p. 143: “Anathema sit et cum
Dathan et Abiron et Chore et Iuda, Domini proditore, patiatur penas in eterna dampna-
tione”; Carbajal, núm. 70, 1193, p. 136: “Sit maledictus et excomunicatus, et cum Core
et Datan et Abiron in inferno dampnatus”.
310 Privilegios Catedral Toledo, núm. 8, 1123, p. 36.
311 Eslonza, núm. 2, 913, p. 4.
312 Muñoz Romero, Colección, p. 477.
294 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

excommunicatus, sive anathematizatus cum Datan et Abiron, quos terra


vivos absoruit et habeat in inferno porcione cum Iuda traditore”. 313 En su
versión romance, lo recogen los Fueros de Guadalajara del año 1133: “Si
alguien por aventura quisiere menospreciar aquesto que nos creemos y
aqueste mio testamento quisiere quebrantar, ó de romper quiera, de la ira
de Dios poderoso sea encorrido, y del Santo cuerpo y Sangra del nostro
señor sea mal dicho, y enegado y con Datan y Abiron, y con Judas, que
traio al nostro señor, con el diablo que las penas infernales dentro en el
infierno sotenga”;314 o los Fueros de Colmenar de Oreja, del año 1139:
“Sea ferido de cuchillo de descomunicacion con Judas el traydor é con
Datan é Abiron los cuales sorvió la tierra vivos, é sean tormentados por
maneras de graves penas”.315 O bien se alude al lugar donde fueron a
parar los rebeldes condenados, como sucede en el Fuero de Balbás, del
año 1135: “et obsorbeat eos Tartarus sicut obsoruit Dathán et Abiron, qui
Deum negaverunt”.316 El volumen de documentos que se refieren a estos
hermanos es asimismo numerosísimo, con una cantidad que se llega a
aproximar a Judas, protagonista principal de las maldiciones, a quien
acompañan en muchos casos para efectos de reforzar la idea de temor que
implicaría el incumplimiento de los mandatos de la autoridad, mandatos
divinos a fin de cuentas.317 El suplicio es reemplazado en momentos pun-

313 Ibidem, p. 489.


314 Ibidem, p. 511.
315 Ibidem, p. 527.
316 Ibidem, p. 517.
317 Solos o en compañía de Judas, traidor del Señor, en Eslonza, núms. 6, 7, 12, 14, 15,
20, 41, 42, 60, 63, 67, 68, 76, 78, 96, 97, 98, 99, 104, 115, 120, 127, 129, 132, 135, 136,
137, 138, 139, 140, 141 y 217; Fernando II, núms. 14, 15, 19, 23, 26, 30, 34, 35, 36, 41,
42, 43, 44, 45, 47, 48, 49, 58 y 59; Alfonso IX, núms. 4, 5, 30, 33, 37, 39, 49, 52, 65, 78,
82, 93, 100, 102, 105, 114, 115, 120, 150, 152, 163, 172, 176, 182, 183, 185, 186, 187,
189, 193, 194, 195, 196, 198, 204, 231, 234, 237, 248, 250, 253, 258, 267, 271, 275, 277,
281, 282, 290, 291, 298, 308, 316, 321, 325, 326, 332, 334, 342, 346, 347, 353, 354, 357,
363, 364, 369, 371, 372, 376, 382, 384, 390, 393, 394, 402, 406, 410, 414, 417, 421, 431,
436, 441, 443, 448, 473, 591, 600 y 619; San Cugat I, núms. 2, 25, 46 y 79; Liébana,
núms. 5, 9, 10, 12, 29, 49 y 92; Sancho el Mayor. Apéndice II, 6, 12, 13, 22, 23, 56, 73
y 74; Apéndice III, 105; Pedro I Aragón, núms. 15, 19, 27, 56, 73, 86, 106, 125 y 140;
Priorato San Juan, núms. 12, 15, 54, 140, 169, 232, 233 y 238; Alfonso VIII, núms. 53,
56, 63, 64, 72, 74, 75, 76, 81, 89, 90, 95, 96, 102, 103, 106, 116, 118, 123, 124, 132, 136,
211, 227, 242, 248, 315, 551, 854 y 910; Catedral Oviedo, núms. 3, 41, 46, 49, 79, 108,
110, 111, 120, 126, 147, 148, 150, 155, 157, 159, 168, 170, 172, 173, 179, 180, 181, 186,
188, 190, 191, 192, 194, 198, 199, 200, 201, 204, 206 y 209; San Juan de la Peña, núms.
16, 20, 32, 46, 47, 56, 57, 58, 59, 64, 71, 72, 81, 82, 84, 85, 94, 96, 105, 110, 111, 112,
120, 122, 146, 147, 152, 164, 166, 168, 169, 170 y 175; Obarra, núms. 19, 35, 102, 144,
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 295

tuales por la idea de los amargos tormentos que dichos rebeldes debieron

145, 165, 166, 169, 170, 172 y 173; Serós, núms. 2, 4, 6, 7, 15, 27, 28, 39 y 48; Huesca II,
núms. 488, 543 y 546; S. Pedro Montes, núms. 2, 4, 6, 12, 21, 98, 104, 107, 110, 116, 121,
123, 125, 126, 130, 135, 137, 138, 153, 160, 162, 164, 165, 171, 180, 181, 183, 210, 216,
240, 256 y 385; Ramiro II, núms. 7, 11, 56, 59 y 60; Castañeda, núms. 15, 25, 29, 33, 34,
40, 41, 42, 47, 52, 60, 61, 96, 103, 111, 166 y 187; Jaca, núms. 2, 3, 6 y 12; Sobrado I,
núms. 51, 120, 146, 162, 164, 166, 174, 244, 247, 248, 250, 260, 261, 265, 413, 442, 466,
468, 478 y 489; Sobrado II, núms. 27, 31, 33, 34, 53, 55, 57, 59, 72, 73, 85, 138, 160, 161,
176, 224, 304 y 341; Sahagún I, núms. 22, 70, 105, 196, 197 y 307; Privilegios Catedral
Toledo, núms. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 15, 16, 21, 22, 42, 55 y 56; Ordoño III, núms. 5 y 9;
Leire, núms. 9, 10, 12, 15, 16, 17, 18, 20, 21, 23, 24, 36, 41, 42, 51, 90, 99, 109, 121, 130,
132, 140, 141, 144, 149, 151, 152, 156, 158, 160, 170, 181, 188, 190, 192, 197, 203, 204,
206, 207, 216, 226, 227, 231, 232, 233, 234, 235, 240, 244, 250, 254, 258, 263, 271, 274,
286, 307, 310 y 321; López Ferreiro, Historia. I. Apéndices, núms. 36, 46 y 48; Concejo
Burgos, núms. 4, 5, 6 y 11; Fernando I, núms. 8, 10, 11, 12, 16, 20, 26, 27, 35, 54, 58, 59
y 61; Burgos I, núms. 3, 11, 15, 23, 45, 54, 60, 63, 64, 70, 91, 98, 100, 109, 110, 120, 141,
142, 153, 159 y 162; Palencia, núms. 2, 3, 9, 14, 15, 17, 20, 23, 24, 28, 33, 34, 35, 36, 42,
45 y 75; León I, núms. 83, 93, 137, 192 y 220; Silos, núms. 19, 27, 29, 30, 33, 37, 38, 39,
47, 48, 49, 59 y 120; Sahagún II, núms. 418, 435, 458, 500, 505, 512, 593, 611, 619, 702
y 727; Sahagún III, núms. 795, 814, 820, 852, 858, 873, 876, 887, 891, 897, 985, 1.022,
1.034, 1.038, 1.045, 1.069, 1.087 y 1.148; León IV, núms. 946, 951, 952, 954, 971, 973,
1.007, 1.020, 1.074, 1.082, 1.104, 1.135, 1.149, 1.153, 1.154, 1.155, 1.165, 1.166, 1.178,
1.186, 1.243, 1.259, 1.269, 1.273, 1.282, 1.293, 1.301, 1.304, 1.305, 1.310 y 1.320; León
V, núms. 1.327, 1.328, 1.329, 1.333, 1.336, 1.337, 1.338, 1.343, 1.354, 1.360, 1.365,
1.367, 1.381, 1.396, 1.437, 1.440, 1.444, 1.471, 1.474, 1.499, 1.565, 1.574, 1.593, 1.594,
1.603, 1.641, 1.653, 1.664, 1.666, 1.668, 1.669 y 1.675; Privilegios Toledo, núms. 1, 2,
6, 7 y 8; Alfonso I Aragón, núms. 27, 74, 75, 79, 95, 112, 157, 191, 262 y 279; León VI,
núms. 1.725, 1.731, 1.735, 1.740, 1.763, 1.767, 1.783, 1.875, 1.898 y 1.932; Sahagún
IV, núms. 1.179, 1.187, 1.195, 1.197, 1.200, 1.201, 1.216, 1.219, 1.223, 1.226, 1.227,
1.237, 1.239, 1.257, 1.262, 1.266, 1.269, 1.277, 1.280, 1.282, 1.284, 1.291, 1.298, 1.313,
1.326, 1.333, 1.337, 1.358, 1.365, 1.384, 1.395 y 1.402; Santa María La Real Nájera,
núms. 16, 32, 41, 46, 50, 51, 69 y 70; Sahagún V, núms. 1.538, 1.547 y 1.614; Tumbo A
Santiago, núms. 33, 34, 38, 39, 40, 43, 46, 48, 56, 70, 71, 72, 80, 92, 99, 103, 104, 110,
112, 114, 119, 120, 122, 123, 124, 126, 128, 130, 141 y 145; Carracedo, núms. 1, 15 y
16; Gradefes, 20, 43, 49, 58, 60, 65, 75, 84, 111, 116, 138, 139, 149, 214, 281 y 391;
Condes de Castilla, 1, 4, 55, 57, 64, 74 y 79; Alfonso VI, núms. 11, 21, 26, 34, 38, 60,
74, 75, 86, 87, 91, 108, 113, 122, 131, 132, 136, 137, 140, 141, 144, 146, 148, 149, 151,
152, 153, 154, 155, 156, 159, 160, 163, 164, 166, 170, 171, 173, 175, 176, 177, 178, 180,
185, 187, 188, 189 y 192; Astorga I, núms. 11, 12, 32, 35, 64, 65, 84, 103, 111, 121, 143,
183, 200, 215, 230, 233, 241, 264, 279, 297, 298, 299, 328, 329, 341, 354, 378, 407, 428,
430, 448, 462, 507, 532, 534, 571, 576, 602 y 611; Astorga II, núms. 703, 757, 806, 818,
837, 848, 849, 889, 916, 921, 924, 985, 988, 991, 994, 997, 1.019, 1.021, 1.108, 1.262 y
1.293; Carbajal, núms. 4, 38, 86 y 102; Entrepeñas / Escalada, núms. 9, 12, 14, 25 y 28;
Nogales, núms. 2, 3, 5, 28, 30 y 56; Urraca, núms. 2, 3, 10, 11, 13, 27, 42, 45, 51, 54, 57,
58, 60, 63, 64, 66, 71, 76, 79, 80, 86, 89, 94, 98, 99, 102, 103, 104, 105, 106, 107, 110,
111, 116, 118, 124, 133, 135, 136, 138, 140, 146, 147 y 148; Sandoval, núms. 12, 21, 24,
25, 58, 62 y 73; S. Victorián Sobrarbe, núms. 12, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 23, 25, 26,
27, 31, 34, 54, 62, 63, 66, 72, 73, 74, 137, 140, 163, 172, 173, 218, 219, 251, 262, 276,
300, 302 y 307; y Aguilar de Campoo, núms. 1, 2, 9, 9 bis, 11, 40, 99 y 270.
296 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sufrir en su condenación: “Et cum Dathan et Abiron, quos terras vivos


deglutivit, amarissimis tormentetur cruciatibus”.318 O con una referencia
al infierno hebreo,319 modalidad ésta que será estudiada a continuación.
En algunos documentos se contiene una mención a un episodio aná-
logo al aludido. Se trata en este caso de Joroboam y Jonatan, personajes
del Antiguo Testamento, a quienes el copista del monasterio de Arlanza
coloca en la misma tesitura y con el mismo destino que los ya conocidos
Datán y Abirón. Se lee en una donación del año 981 lo que sigue: “Si quis
tamen aliquis homo hoc factum nostrum disrumpere voluerit, in primir
ira Dei Patris omnipotentis super eum descendat et faciat illis Deus sicut
super Joroboam et Jonatan quos terra vivos obsoruit, et cum Judas, qui
Dominum tradidit, partem abeat in inferno inferiori”.320
Sin embargo, la mención es incorrecta porque en la Biblia ninguno
de los varios personajes allí citados bajo esos nombres sufre en ningún
instante el castigo apuntado. La confusión del copista o del redactor del
documento es evidente y no diferencia a los personajes de sus hechos. 321
Otro modelo de comportamiento pecaminoso, rompedor de las reglas
elementales de conducta en la sociedad es el que proporciona el relato
de Ananías y Safira, en los Hechos de los Apóstoles 5, 1-11, de espe-
cial importancia por tratarse de los albores de las primeras comunidades
cristianas y proceder a la indicación de cánones y pautas de actuación,
que alumbran lo que se denominará la tradición. La conducta castigada
guarda una relación directa con el universo jurídico y concretamente con
la defensa que en los primeros años del cristianismo se hizo de la propie-
dad comunitaria. Sabido es que en dichas comunidades, los que querían
tenían los bienes en común y todos ellos entregaban sus propiedades o

318 Arlanza, núm. 97, 1135, p. 186.


319 Fernando II, núm. 44, 1182, p. 312: “Si quis igitur tam de meo quam de aliorum
genere istud factum meum spontaneum infringere presumpserit iram Dei omnipotentis ac
regiam indignationem incurrat, et cum Iuda Domini proditore Datan et Abiron quos uiuos
terra absoruit gehenam paciatur eternam”.
320 Arlanza, núm. 22, 981, pp. 55 y 56.
321 Véase voz “Jonatán”, en Enciclopedia de la Biblia, cit., nota 92, t. IV, pp. 589-599;
y voz “Joram”, en ibidem, t. IV, pp. 602-608. Este último puede referirse al impío rey de
Israel, hijo de Acab y de Jezabel, reinante entre el 851 y el 841 a. C., adherido a la secta
de los pecadores de Jeroboam y defensor del culto a Baal. En todo caso, no hay conoci-
miento de un final trágico al modo de Datán y de Abirón. Otro ejemplo bíblico puede ser
el proporcionado por Jeroboam, rey que erigió un becerro de oro en Dan, pero sin que
figure un castigo análogo al de Datán y Abirón, en 1 Reyes, 12, 25-33.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 297

el producto de su venta a la comunidad, para una ulterior distribución de


acuerdo con las necesidades individuales. Ananías y Safira vendieron un
campo y se reservaron para sí mismos parte del precio obtenido, mientras
que entregaron a San Pedro lo restante como si fuera todo el beneficio. La
actuación de los esposos supone un primer quebrantamiento de las reglas
jurídicas básicas, dado que la vida comunitaria exigía la reciprocidad de
derechos y deberes, compartir los bienes pero también ceder los propios
para el disfrute de los demás. Atentado al pilar elemental de la vida tal
y como se había diseñado, que oculta otra segunda conducta reprobable:
la mentira tanto a la colectividad como a sus dirigentes (los apóstoles)
y a Dios mismo. La sanción no se hizo esperar: tanto él como su esposa
fallecieron en el acto. Y ello provocó un gran temor en toda la iglesia y de
todos cuantos este suceso oyeron, según sigue contando la Biblia.322
La razón que permite la aparición de este matrimonio en los textos
medievales es clara. Se trata de una conducta que implica la dualidad de
infraccion, al nivel espiritual y al nivel terrenal. Se ha actuado de modo
torticero en el sentido de violar lo establecido para sufragar las necesida-
des de cada uno de los integrantes de la iglesia. Se ha disfrutado de los
bienes, pero sin contrapartida, sin contraprestación, sin deberes, ni car-
gas. En consecuencia, se ha abusado de la confianza, de la fe nuevamente
de los integrantes de la propia comunidad. El nivel terrenal ha quedado
mancillado por este incumplimiento de la más elemental de las formas
jurídicas, la que se refiere al uso y a la explotación de los bienes. Pero
junto al plano terrestre aflora el elemento espiritual: el comportamiento
no sólo es reprobable por cuanto que supone la violación de la fidelidad
y de la confianza, que se deben a los demás, el surgimiento de un per-
juicio económico por el ocultamiento del valor real de la finca. El com-
portamiento ha implicado la mentira y esa mentira afecta hasta la más
elevada de las instancias, a Dios mismo, quien se ha visto traicionado por
sus criaturas. La respuesta ha de ser asimismo ejemplar, drástica y con-
cluyente: la muerte fulminante. El ejemplo, conocido, aparece de forma
esporádica en algunos textos medievales. Se puede leer en una donación
del conde Galindo Aznar la siguiente cláusula final que añade este último
elemento junto a las imprecaciones al uso: “Si vero aliquis rerum vel
comes de genero meo aut quilibet alio successorum meorum contra hoc
meum donativum ire voluerit aut temerario ausu infregerit, habeat por-

322 Comentario Bíblico San Jerónimo, cit., nota 92, t. III, pp. 458-460.
298 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tionem cum Iuda Scarioth et cum Anania et Safira, qui ceciderunt mortui
ante pedes apostolorum propter fraudem quam fecerat”.323
Ejemplos de otras citas ya esporádicas y residuales (desde un punto de
vista cuantitativo), nuevamente empleadas como modelos de conducta,
se hallan en la documentación para referirse a comportamientos variados,
tales como la desobediencia primera de Adán,324 la pérdida de la condi-
ción regia, como sucedió a Saúl o a Herodes,325 y con ello la pérdida de la
gracia divina y de la posibilidad de la contemplación de Dios; la infamia
a la que estarán sometidos perpetuamente los sacerdotes que condenaron a
Jesucristo, personificados en Anás y Caifás, sumos sacerdotes, ambos per-
sonas de existencia histórica comprobada, aunque desempeñaron el cargo
con un diferencia temporal de quince años;326 la combinación factible de
323 Siresa, núm. 4, 867, p. 20. Otros ejemplos en León I, núm. 109, 936, p. 178: “Quos
siquis , ausu temeritatis aut calide ingeniosque, hanc deuocionem usurpare aut infrin-
gere conauerit, sit inprimis a Deo maledictus et anathema marenata dampnatus, in die
aduentus Christi; lepra Iezi percussus, Ananie et Saffire fraudibus mortique socius, cum
Datan et Abiron et ceteris transgesoribus superbia dampnatus, ereati uiuis profundis terre
iatibus; atque cum Iuda traditore dampnatione socios; consorcio sanctorum exclusus et a
comunione sancte ecclesie; se iunctus cum reprobis a sinistris sistentibus; iudicii diem in-
ferno deditus, obiurgationis uoce punitus, igni perpetuo diem arsurus”; Fernando I, núm.
54, 1059, p. 152: “Quod si quis dirumpere destruens hoc meum decretum uoluerit, cum
Anania et Saphira periculum maledictionis patiatur et cum Datan et Abiron absorbeatur
in profundum abissi”; San Juan de la Peña, núm. 152, 1059, p. 187: “Et cum Anania et
Safira, qui de propria substantia sua fraudaberunt”; Alfonso I Aragón, núm. 112, 1122, p.
172: “Quisquis uero ex posteritate mea vellet ingenitatem istam disrumpere, maledicatur
ab Omnipotenti Deo, qui cuncta creauit et a Genitrice eius omnibusque sanctis eius et sit
particeps cum Datan et Abiron, quos terra viuos absoruit, et cum Anania et Saphira, qui
ante pedes Apostolorum extincti ceciderunt, et cum Iuda traditore in inferno inferiori,
amen”; y núm. 154, 1125, p. 229: “Si quis superstes uel successor hoc meum donatiuum
euellere, extraere uel impedire uoluerit, Ananie et Saphire exemplo subiaceat, amen”.
324 Pedro I Aragón, núm. 92, 1100, p. 338: “Et si venerit quod ego non possum implere
preceptum patris mei, mando et rogo filiis vel fratri vel nepotibus et omni posteritati ut
impleant iussu si Deus amplificaverit eis in regnum thesaurizate vobis thesauros in celo,
tamen prevideat quisquis nutu Dei fuerit successor ne sit inobediens patris quia Adam per
inobedientia egeptus est de paradisi deliciis”.
325 La Rioja, núm. 6, 1045, p. 31: “Sicut Saul, Datan et Abiron a facie Dei miserabiliter
proiectus, cum Iuda Domini traditore atque principe demoniorum, Satana, in profundum
inferni inter orrentes flammas perpetuo ardeat”; Alfonso VIII, núm. 1, 1145, p. 10. Dona-
ción efectuada por Sancho III de un solar a la iglesia de Calahorra: “Quecumque igitur
persona cuiuscumque ordinis uel dignitatis hoc meum donatiuum prefate aecclesie auferre
temptauerit uel in modico deprauauerit, nisi plenarie emendauerit, cum Saule et Herode,
perditis regibus, a facie Dei proiectus, non habeat requiem, nec in hoc seculo nec in futuro”.
326 Quienes sufren el castigo de las llamas perpetuas, donde no hay posible redención,
en Alfonso VIII, núm. 612, 1193, p. 89: “Maledicionem perpetuam omnipotentis Dei se
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 299

Herodes y Pilato,327 quienes directamente participan en todo el proceso


que conduce a la muerte de Jesús y a los que se vincula con Satanás, su
príncipe,328 entre otros. Apenas se puede extender ese catálogo de seres
a otros personajes bíblicos más que los ya citados, los ya explicados, los
ya descritos. Los modelos por antonomasia de aquella rebeldía contra
los mandatos jurídicos de Dios, cuyo horrendo destino final tiene como
finalidad ilustrar a los posibles destinatarios de los textos jurídicos acerca
de los riesgos del incumplimiento y, a sensu contrario, de todas las vir-
tudes, ventajes y beneficios derivados de respetar el perfecto plan divino.

VI

Hemos examinado un parte sustancial e importante, en lo cuantitativo


y en lo cualitativo, de los documentos jurídicos de todo signo corres-
pondientes a los primeros siglos medievales. Testamentos, ventas, dona-
ciones, pactos varios, fidelidades entrecruzadas, encomiendas, cartas de
población, fueros, confirmaciones y refrendos, privilegios y demás, han
desfilado por estas líneas con un común denominador: la religiosidad
exagerada que se proyectaba tanto en el inicio como en la conclusión,
violenta, amenazante, de aquéllos. La procedencia eclesiástica de la ma-
yor parte de los escritos (catedrales y monasterios) no quita un ápice de
fidelidad a la descripción que se ha tratado de efectuar porque los últimos

nouerit incursurum, tot et tantum preterea sub Anna et Cayfa cruciatibus laceretur quod
inde calamitati inuidens penis infernalibus ubi nula restat redemptio torqueatur”; núm.
616, 1193, p. 96: “Tot et tantos pretera apud inferos sub Anna et Caypha cruciatibus la-
cerentur, quod, Iude, penis inuidens, solus inter unda renatos baptismatis tantalicet”; doc.
núm. 618, 1193, p. 99, en idénticos términos; y núm. 840, 1209, p. 473: “Tot et tantis
peccata sub Anna et Caipha apud inferos cruciatibus laceretur, quod Iude penis inuidens,
solus inter catholicos tantalicet, ueruntamen qui plures sunt homines qui presentia magis
horrent supplicia quam futura, iccirco huius mei facti uiolator nequissimo penam iniungo
irremisibiliter ut in redemptione sceleris mille morabetinos regie parte soluat, dupplicato
damno eis quie irrationabiliter passi fuerint detrimentum”.
327 Lucas 23, 1-12, que añade tras la comparencia de Jesús ante el rey: “Et facti sunt
amici Herodes et Pilatus in ipsa die: nam antea inimici erant ad invicem”. La amistad que
nace precisamente puede determinar el castigo común para ambos, algo sobre lo que se
pronuncia los Evangelios Apócrifos.
328 San Juan de la Peña, núm. 6, 860, p. 30: “Sit separatus a consortio sanctorum et de-
leat Deus nominem eius libro vite, et cum Iuda traditore et cum Herode et Pilato et principe
eorum Sathan abeat partem per infinita secula seculorum, amen”. También se menciona
en Serós, núm. 29, 1131, p. 54: “Quiquis hanc cartam disrumpere volueris, sit dampnatus,
cum Pilato et Iuda traditore abeat partem in inferno inferiori, amen”.
300 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

protagonistas de los textos eran los individuos de a pie, no solamente los


religiosos, sino gente de toda condición. El muestreo efectuado es, pues,
válido porque son precisamente los archivos eclesiásticos los únicos que
han superado los diversos azares que la memoria tiene a bien padecer
en estas tierras. No fue, sin embargo, ese molde bíblico un modelo in-
mutable ni perenne. El paso del tiempo y la llegada de los nuevos aires
romano-canónicos determinaron la aceptación de una nueva visión del
derecho que se apartaba de la divinidad sin renegar de ella, sin desco-
nocerla. El derecho común no solamente contribuyó a una modificación
interna de los diversos ordenamientos tradicionales existentes en la Pe-
nínsula Ibérica: también cambió el modo de acercamiento a un derecho
que ya no precisaba de Dios para su realización. Se vuelve autosuficiente.
En consecuencia, el orden jurídico, ese nuevo orden jurídico, no olvida
la existencia de Dios, pero se entiende que la realización y salvaguardia
del mismo van a depender de los hombres y de los instrumentos que
éstos creen para verificar su cumplimiento. Las menciones religiosas o
bíblicas se vuelven lacónicas e incluso extrañas. Estamos a mediados
del siglo XIII, época del derecho común recibido, época de triunfo de
un derecho de perfiles divinos, pero cuyos orígenes reconducen a los
hombres, creadores, ya inteligentes.329 Se alude de forma sencilla, breve,
elemental: que sea maldito y excomulgado, o bien se cita simplemente a
Judas el traidor.330 Pero desaparece todo el imaginario bíblico de antaño.

329 Un cambio advertido y apuntado en sus perfiles más genéricos en su día por Ferrari,
A., “La secularización de la teoría del Estado en las Partidas”, AHDE, núm. 11, 1934, pp.
449-456.
330 Huelgas, núm. 212, 1227, p. 311: “Ego, don Rodrigo Teiero, en uno con mie mugier
dona Illana, que esta uendida façemos e esta carta mandamos façer, ossi coteamos e ro-
bramos que si alguno de nuestra natura o dotra aliena est nuestro fecho quisiere demandar
o dessatar, en la primera aya la ira de Dios omnipotente, de Sancta Maria, cum omnibus
Sanctis, sit maledictus et excomunicatus, et cum Iudas traditore in inferno dampnatus, e
peche en coto al rey CCC solidos, e a uso, don Garcia, uuestra heredat doblada uel me-
liorata in tali loco uel meliori”; Carbajal, núm. 128, 1237, p. 208: “Se por auentura dal-
quien de mía parte o de estranna, o yo mismo, contra este mío fecho uinier, sea maleyto
et escomungado”; núm. 129, 1237, pp. 209 y 210: “Et se por auentura de mía parte ho de
extranna, ho yo meismo, contra este mío fecho uinier, que sea maldictu et excomungado,
ya cum Iudas in inferno danado”; y núms. 130, 161, 162, 167, 168, 171, 175, 179, 181,
183, 188, 191, 198 y 201; Documentos lingüísticos, núm. 188, 1235, p. 242: “Qui estos
cambios quisiere temptar ho crebantar, primera mient aya la ira de Dios et peche en coto
al rey de la tierra mil moorauedis, et istos cambios finquen firmes et estables por sempre
iamas a amas las partes”; núm. 223, 1223, p. 293: “E tod aquel qui esta carta quebrantar,
seia maldicto et descomungado et aia la ira de Dios et peche al rey mill morabedis, et a
uso otra tanta heredad doblada et meiorada en otro tal logar”; núm. 284, 1256, p. 385: “Et
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 301

El ser humano, desprendido de los efluvios trascendentales de ese pasado

qui quier que contra esta mi ffranqueza et contra este mio ffecho quisiere uenir o minguar
lo en alguna cosa, aya la yra de Dios llenera mientre et peche en coto a mi et a los que
regnaren despues de mi mill morauedis en oro”; núm. 338, 1248, p. 454: “Et esta mi carta
desta donation sea estable et ualedera pora todos tienpos, et nenguno non sea osado de
quebrantar la nin de hyr contra ella nin menguar la en nenguna cosa, ca el que lo fiziesse
aurie la yra de Dios et la mia, et pechar mie en coto mill morabedies, et auos, maestro,
et a la orden todo el danno dupplado”; Eslonza, núm. 149, 1243, p. 234: “Sea maleito e
descomungado”; núm. 152, 1252, p. 241: “Sea mallito e descomungado et con Iudas
in inferno danado”; núm. 154, 1260, p. 242: “Sea maldicto et descomungado et con Iu-
das en enferno dampnado”; núm. 155, 1260, p. 243: “Sea maldicto e descumengado”; y
expresiones análogas en núm. 156, 157, 158, 160, 162, 164, 165, 168 y 169, 1260-1276;
Carrizo I, núms. 360 y siguientes, 1260: “E con Iudas traydor in infierno damnado”;
Oña, núm. 209, 1276, p. 208: “Qualquiera que esta vendida e esta robra quisiere temptar
o quebrantar, primeramientre aya la ira de Dios e de Sancta Maria, e peche en coto al rey
de la tierra mill maravedis de la moneda sobredicha, e a uso, don Pero Garcia, abbat de
Onna, e al conuento dese mismo logar esta vendida sobredicha sea doblada e meiorada
en otro atal o en semeiable logar”; Lacarra, J. M., “Documentos para la historia de las
instituciones navarras”, AHDE, núm. 11, 1934. Confirmación del Fuero de Mendavia por
el infante Fernando de Castilla, núm. 6, 1274, p. 494: “Sea destruido et coffondido et aya
parte en el infierno con Judas traydor, amén”; Albelda-Logroño, núm. 82, 1285, p. 113:
“E si alguno contra esto que nos mandamos uiniere sea maldicho de Dios e de Sancta
Maria e de la corte celestial e sea condempnado con Datan e Abiron los quales soruio la
tierra biuos e sea echado en los infierno con Judas traydor e aya la mia yra e demas peche
a nos en coto diez mill morauedis de la buena moneda e al obispo don Martin o a qui su
boz touiesse todo el danno doblado”; y núm. 118, 1311, p. 173, en ese mismo sentido;
Sahagún V, núm. 1.857, 1290, p. 487: “Et si alguno de nuestros o destranos que esta carta
de nos a uso ffecja e roblada quisiesse mudar o quebrantar, o pasare contra algunas destas
cosas, sea maldito e descomungado e con Iudas traydor en enffierno danado”. Algunas
veces se traduce al romance el texto originario, cuando se trata de confirmaciones, como
sucede en S. Pedro Montes, núm. 385, 1294, p. 499. Sancho IV confirma un privilegio
de Ordoño I a favor del monasterio: “Por ende, se alguno de aquí endelante, tan de los
obispos de la Eglesia, como Conde o Juyz o principe, o abbat, o monge, o clérigo o laygo,
o omme de qualquier estado que sea, quisier con osadío e con sobervia ir quebrantar este
nostro estrumento e desondrar ela orden o el lugar e dese nostra eglesia tirar ela vida de
los monges e el estabelecemientos de los apóstolos e contra elos mandamientos de los
Padres sanctos, que en este nostro estrumento son dichos, quir fur aquel sea maldito ante
la faz de nostro Sennor e de los sous angeles santos, e sea condempnado, e sea ferido
de convengancia perdurable ante nostro Jhesu Chrispo e ante los sous apostolos, e sea
maldicho e escomungado del Spiritu Sancto, e sea damnado del cuerpo e de la alma, e
vivo sea sorvido de la tierra assí como Datan e Abirón, e sofra elas penas del infierno
perdurablemiente con Judas el traedor. E sobre esto torne el danno dobrado a mi e tres
tanto al monesterio”. O en la confirmación del Fuero de Palencia, mandada redactar por
Alfonso X para poner fin a las querellas entre obispo y concejo, en Caamaño, M., “El
Fuero romanceado de Palencia”, AHDE, núm. 11, 1934, p. 517: “Si alguno aquesta carta
de donacion et de otorgamiento et de confirmamiento quesiere quebrantar en alguna cosa
et trabaiar el concejo de Palencia sobre aquesta cosa por alguna ocasión et ossare que-
brantar los nombrados fueros sea maldicho et descomulgado et aya la lleneramente de
Dios todopoderoso et sufra las persurables con Judas el traydor de nuestro sennor”.
302 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

inmediato, es el que cobra protagonismo: la ira regia, las sanciones pe-


cuniarias, los castigos físicos, son ahora los garantes indispensables de la
normativa estricta, de la dura lex. A lo sumo se puede recurrir, más que
nada como argumento retórico, a la ira de Dios, pero lo realmente im-
portante en ese preciso instante es la inmanencia, no la trascendencia.331
El derecho es ahora labor de los hombres, mientras que la justicia, ese
ideal al que se aspira, queda ya recluido en manos de Dios. Comienza una
tímida secularización, al menos en lo que se refiere a la materialización
práctica del derecho, no en su fundamentación que sigue siendo divina.
Los lazos del derecho común —ese derecho casi perfecto y pleno que se
nutre de su propia lógica y argumentación—, empezaron a dominar la
casi totalidad de Europa occidental. El papel de Dios pasó a un segundo
plano y fue el derecho creado por los hombres el que acabó por extender-
se a lo largo y ancho de la antigua cristiandad. La religiosidad se disipó
y el lenguaje bíblico dio paso a un lenguaje más humano, más atento a

331 Así, en Fernando III, núms. 753, 754, 755, 756, 761, 762, 763, 764, 789, 812, 820,
821, 825 y 827, donde solamente se invoca la ira de Dios y la del rey; o núms. 813, 816,
822, 824, 839, 841 y 843. Su hijo, Alfonso X, apenas modifica el panorama: entre los
años 1250 y 1255, su documentación va ocultado la estela sacra, presente por medio de
invocaciones a la ira de Dios, maldiciones divinas, excomuniones y Judas, como se puede
ver en Alfonso X Murcia, núm. 1, 1241, p. 1; núm. 2, 1243, p. 3; núm. 3, 1243, p. 4; núm.
7, 1245, p. 8; núm. 8, 1245, p. 10; núm 9, 1246, p. 13; y núm. 14, 1252, pp. 22 y 23; y Al-
fonso X Andalucía, núm. 1, 1243, p. 3; y núm. 2, 1248, p. 4, documentación que va dando
paso a sanciones más terrenales, en el sentido que se expresa, verbigracia, un privilegio
dado a Cartagena: “Et mandamos et deffendemos que ninguno non sea osado de ir contra
este priuilegio pora crebrantarlo nin pora minguarlo en ninguna cosa, ca qualquier que
lo fiziesse aurie la nuestra ira et pecharnos y e en coto dos mil morauedis et al conceio
de Cartagena o a qui en su uoz touiesse todo el danno doblado”, en Alfonso X Murcia,
núm. 79, 1267, pp. 94 y 95. Lo mismo sucede en la mayor parte de los documentos de
Jaime I, otro monarca igualmente poderoso e igualmente amparado en el derecho común
para profundizar en el contenido del poder regio: la ira e indignación regias pueblan sus
textos, en Jaime I, núms. 4, 8, 16, 18, 22, 29, 34, 40, 60, 61, 80, 83, 84, 86, 89, 100, 104,
106, 115, 130, 144, 145, 182 y 223. Poco más añade Huici, Jaime I, vol. I, núm. 40, 1224,
pp. 84 y 85: “Quicunque autem vestrum in hoc inventus fuerit tepidus vel remissus iram
et indignacionem Dei omnipotentis et nostram et penam aliam, secundum motum animi
nostri, se noverit incursurum”; y núm. 64, 1228, p. 131: “Sciant autem huius irrevocabilis
concessionis atque largicionis violatores, se iram et indignacionem omnipotentis Dei in-
cursuros et a nobis in rebus et corporibus absque remedio aliquo ferituros”. Colecciones
diplomáticas de procedencia municipal certifican, mejor que cualquier otra cosa, este
tránsito a otra religiosidad, como los casos de Sepúlveda, Riaza y Cuéllar, en cuyos do-
cumentos desde mediados del siglo XIII, desaparece cualquier referencia bíblica, salvo
alguna esporádica presencia de la ira de Dios.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 303

otro tipo de castigos que permitían asegurar el cumplimiento del orden


establecido.332 Nos referimos, obviamente, al papel decisivo que juegan
en exclusiva ya los componentes económicos, la penalidad total derivada
de la impugnación o alteración del texto, por el incumplimiento en último
grado de todo el orden jurídico.333
Lo que se ha intentado mostrar a través del recurso constante a la do-
cumentación más representativa del momento medieval es la capacidad
simbólica del lenguaje humano, el armario donde se hallaban las prendas
conceptuales y los modelos conductuales que los hombres deberían se-
guir y en los cuales se deberían reflejar. Lo que desde siempre ha diferen-
ciado al hombre del resto de los animales es precisamente su capacidad
simbólica, porque justamente el hombre es, antes que nada, manejando

332 La religiosidad atenuada en la Corona de Aragón, donde la ausencia de menciones


bíblicas contrasta con Castilla, ha plasmado a la perfección ese tránsito. El traidor y el
perjuro lo son no con arreglo a modelos bíblicos, sino al derecho propio del reino. Véanse
los pactos de ayuda mutua que conciertan en 1226 nobles franceses y concejos aragone-
ses en Zaragoza, núm. 54, 1226, p. 150: “Addicientes quod si aliquis nostrorum contra
supradicta vel singula venire presumpserit sit periurus et proditor ad forum Aragonis, ita
quod non possit se in curia vel extra curiam, cum armis vel sine armis defendere vel sal-
vare”; núm. 55, 1226, p. 152, en idéntico sentido; y núm. 56, 1226, p. 154: “Addicentes
quod si aliquis nostrorum contra supradicta vel singula venire presumpserit sit perjurus
et proditor ad forum Aragoniae et bauzator secundum consuetudinem Cataloniae ita ut
non possit se in curia vel extra curiam cum armis vel sine armis defendere vel salvare”.
También desaparece la religiosidad de la órbita navarra, como se puede inferir de Idoate,
F., “Un formulario de la Cancillería navarra del siglo XV”, AHDE, núm. 26, 1956, pp.
517-646, formulario que probablemente confirma la práctica desarrollada desde los ini-
cios de la Baja Edad Media, fecha en la que hemos situado con carácter general el punto
de inflexión, al mismo tiempo que de arranque, de esta tendencia secularizadora.
333 Aun refiriéndose a una sola colección documental, la de Hinojosa, Mateu Llopis
destacó la coexistencia durante largo tiempo de dos tipos de cláusulas pecuniarias: las
que consignan la cantidad estipulada en los contratos o las tasas de tributos, donaciones,
legados, etcétera, y las conminatorias, exigibles a los violadores de ese derecho pactado
y escrito, tanto la totalidad del documento jurídico o alguno de sus preceptos puntuales.
Cuando la infracción era parcial, su valor solía ser semejante al documentado en el texto
o negocio jurídico recopilado, usando unidades monetarias actuales, corrientes; sin em-
bargo, cuando la infracción era total, se acudía a unidades tradicionales de mayor cuantía
y alcance, indicando así la mayor responsabilidad derivada de esos actos. Este segundo
modelo es el que se acaba imponiendo en la práctica y el que reemplaza al texto biblico
y las condenas de allí copiadas. Cfr. Mateu Llopis, F., “Las cláusulas penales pecuniarias
de los Documentos para la Historia de las Instituciones de León y Castilla (Siglos X-
XIII)”, AHDE, núm. 23, 1953, pp. 579 y 580.
304 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

la conocida expresión de Ernst Cassirer, un “animal simbólico”,334 un


animal que habla, que vive en un universo no solamente físico, sino tam-
bién espiritual, con la lengua, el arte, la religión, el mito, que conforman
ese tejido plural de ideas e imágenes que contribuyen asimismo a for-
jar toda su existencia. Por medio del lenguaje, oral o escrito, el hombre
habla, nos habla de sí mismo, habla de su ser, de sus aspiraciones, de
sus miedos y fantasmas. El derecho —como expresión de esa poderosa
vida cultural, en un tiempo dominado por la presencia total de ese Dios
omnisciente—, fue también simbólico, tuvo una profunda carga de re-
presentaciones ideales, de ejemplos modélicos, de arquetipos por todos
conocidos. Así, por eso mismo, recurrió a la pléyade de símbolos co-
nocidos, proporcionados por las Sagradas Escrituras, mediante los per-
sonajes allí recopilados, para actuar como modelo en un doble sentido:
como recordatorio de la propia historia bíblica, en voz pretérita, modo
de aprendizaje rudimentario, pero efectivo; y, en segundo lugar, como
amenaza del castigo ejemplar que Dios impuso en su momento a los su-
jetos que se rebelaron contra Él, en voz actual, presente. Creencias, si se
quiere, absurdas, que daban pie a la formación de un hombre crédulo e
inocente, que pensaba en Dios como una suerte de panacea, que todo lo
tocaba y en todo intervenía, pero creencias que estaban perfectamente
imbricadas en la concepción coherente del mundo que correspondía a esa
mentalidad, que creía porque existían plurales razones para creer. Y esa
fe traspasó, como hemos demostrado en el caso del aparato jurídico, el
ámbito reducido de la Iglesia (el ámbito de los hombres consagrados a la
religión, de los templos, catedrales y monasterios) para inundar la totali-
dad de las actuaciones del hombre medieval, desde las más nimias a las
más osadas o avanzadas. Cuando la religiosidad ciertamente agónica y
patética se atenúa, el protagonismo pasa a descansar ya en solitario sobre
la persona del rey y su regia indignación. Es ésta una constante en los
sucesivos momentos medievales: se han ido evaporando las referencias
bíblicas precisamente desde el instante preciso en que el rey no necesita
de esos aditamentos religiosos para la afirmación de su poder y le basta
(y le sobra) el derecho en sí mismo considerado, su sola autoridad, su
solo poder secularizado o en vías de secularización. La ira del rey reem-
plaza la ira divina de la misma manera que al frente del reino se ubica
un monarca por la gracia de Dios, pero no Dios mismo. Ese cambio es
esencial. La mentalidad política lo traslada al campo jurídico. Unos mo-

334 Cfr. Cassirer, E., Saggio sull’uomo, Milán, Armando Editore, 1948, pp. 47-49.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 305

narcas poderosos, combativos y autoritarios como Alfonso XI y Pedro I


de Castilla lo expresan claramente en su documentación. El primero lo
expone de una forma que se reproducirá en toda su producción diplomá-
tica: “E defendemos firmemente, que ninguno non sea osado de yr contra
este priuillegio pora quebrantarlo nin pora menguarlo en ninguna cosa.
Ca qualquier que lo ficiese aurie nuestra yra, e pecharnos ya en coto los
mill marauedis sobredichos. E a la orden sobredicha o a quien su bos
touiere todo el daño doblado”.335
Su hijo, el Cruel o el Justiciero, según la perspectiva, lo continúa en
esa línea secularizado, plenamente congruente con el poder regio afirma-
do e incontestado:
Et sobresto mando a todos los conçeios, alcalles, jurados, jueces, justiçias,
merinos alguasiles, maestres de las ordenes, priores, comendadores, sos-
comendadores, alcaydes de los castiellos e casas fuertes, e a todos los otros
ofiçiales, aportellados de las çibdades e villas e lugares de mios regnos, asi
a los que agora son como a los que seran de aquí adelante, o a qualquier o
qualesquier dellos a quien esta mi carta fuere mostrada o el traslado della
signado de escriuano publico, que prendan por la dicha pena a los que en
ella cayeren, e la guarden para faser della lo que yo touiere por bien e la
mi merçed fuere.
Et los unos nin los otros non fagan ende al por ninguna manera, so
pena de la mi merçed e de seysçientos marauedis desta moneda a cada
uno, si no por qualquier o qualesquier por quien fincare de lo asi faser
e conplir, mando al ome que esta mi carta mostrare, que los enplase que
parescan ante mi, los conçeios por sus procuradores e uno de los ofiçiales
de cada lugar con personeria de los otros, e las otras personas singulares
personalmente, del dia que los enplasare a quinse dias, so la dicha pena
de los dichos seysçientos maravedis a cada uno a desir por qual rason non
quieren conplir mio mandado. Et de como esta mi carta les fuere mostrada
e los unos e los otros la conplieren, mando, so la dicha pena, a qualquier
escriuano publico que para esto fuere llamado, que de ende al ome que
vos la mostrare, traslado signado con su signo porque yo sepa en como se
cunple mio mandado.336

335 González Crespo, E., Colección diplomática de Alfonso XI. Diplomas reales con-
servados en el Archivo Histórico Naciona. Sección de Clero. Pergaminos, Madrid, Uni-
versidad Complutense, 1985, núm. 47, 1315, p. 89. Privilegio rodado de Alfonso XI
confirmando el privilegio de Sancho IV dado a la orden de predicadores para que no
paguen portazgo.
336 Díaz Martín, L. V., Colección documental de Pedro I de Castilla. 1350.1369, Sala-
manca, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura, 1997, t. I, núm. 25, 1350, pp. 80
y 81. Carta de privilegio de Pedro I confirmando a la Iglesia de Santa María de Guadalupe
la de Alfonso XI.
306 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Estamos a mediados del siglo XIV. Los tiempos ya habían cambiado lo


suficiente para que la Biblia dejase de ser fuente manante y pasase a ser
fuente estancada. Su lugar, amenazante, tonante, salvaguardia del cum-
plimiento del derecho, había sido ocupado por el rey y por sus oficiales,
por su ira, envuelta bajo el ropaje más dulcificado de la merced, ahora
eje sobre el que basculaba la creación y la aplicación, el nacimiento y la
subsistencia del orden jurídico en su totalidad. La vinculación del dere-
cho con la divinidad ha quedado demostrada a partir de este catálogo ex-
haustivo, pero no total, de los documentos medievales. Se ha proyectado
desde otro prisma ese vínculo, prisma paradigmático también, en la ex-
presión textual de ese sentir del hombre medieval. El orden jurídico, de-
cíamos, busca su realización particular, esto es, su cumplimiento y acude
a los resortes más íntimos del ser humano, buscando esa materialización
conforme a la mentalidad de la época. Al hombre de la Alta Edad Media,
la vida ultraterrena y el Más Allá parecían pesarle y condicionarle más
que la vida inmediata, que ese Más Acá. Solamente así se podía reforzar
la garantía del cumplimiento y el júbilo que ello implicaba: acudiendo a
lo íntimo de la creencia de cada ser y golpeando sobre ella. Amenazar la
vida terrena podía no tener éxito; la vida eterna era otra cosa y con eso
no se jugaba, no obstante la distancia, no obstante el desconocimiento de
su esencia y de su futuro. El cumplimiento del derecho tendría todos los
parabienes; el incumplimiento se ubicaría en un lugar vacío, en una nada
material, espiritual y jurídica, en esa nada que precedió a la creación y a
la que se vuelve al incumplir el plan ordenado por Dios.
Toda norma jurídica nace con vocación de materializarse en la reali-
dad práctica, cotidiana. Busca aprehender esa realidad entre sus lazos.
Su mandato intenta consolidarse como prueba de su realización intrín-
sea y extrínseca, esto es, como prueba de que esa realidad quiere mol-
dearse con arreglo a lo que la propia norma dispone, quiere dirigirse esa
realidad hacia un determinado fin, y como prueba del poder último de
aquel o aquellos que crean la norma, exteriorizando así una autoridad
superior o suprema. La norma busca realizarse y busca realizar al poder
que está detrás de ella. Siendos dos los fines que cada norma persigue y
admitidas pacíficamente esas tendencias coexistentes en toda disposición
de carácter jurídico, si se entiende que toda norma es mandato, orden,
y es, al mismo tiempo, satisfacción de aquel que manda u ordena, es
necesaria la identificación de ese sujeto creador a los fines de compren-
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 307

der en su totalidad el mundo jurídico que dicha norma pretende crear:


solamente con referencia a dicha entidad suprema puede estudiarse esa
doble finalidad apuntada, una entidad que rige a aquella masa humana a
la que se dirige el derecho y que proporciona el aparato por medio del
que se hace efectivo dicho cumplimiento. Es esa referencia el centro de
imputación al que se tiene que responsabilizar de lo que la norma manda
y del por qué esa norma lo manda. Ese sujeto actuante es el único que
puede permitir la explicación de la realización plena del orden jurídico,
es el único que nos puede dar la explicación o justificación del mandato
y del interés que se protege o se persigue. En el Medievo y a resultas de
esa visión teocéntrica imperante, exclusiva, dominante, solamente en el
interior del estamento eclesiástico, a modo de contrafuerte arquitectónico
de todo el edificio divino, era posible edificar la vida jurídica: sólo se
podía realizar el derecho, ese derecho de generación celestial, en el seno
de la comunidad cristiana y exclusivamente allí. El imaginario cristiano
suministró los modelos que se considerabn arquetípicos, ideales, únicos,
para que triunfase, en última instancia, el poder de Dios. Fue la Biblia la
que permitió explicar no tanto el modo en que se realizaban los diferentes
negocios jurídicos, sino la causa última que explica la razón de esa mane-
ra puntual de actuar, de redactar, de plasmar por escrito lo que se quería
concluir y realizar hasta sus últimas consecuencias. Fue la Biblia el texto
que aglutinó en su seno la totalidad del saber humano, teórico y práctico,
y, dentro de este último, el derecho no escapó a su poderoso influjo y así,
cumplidamente, los textos, nuestros únicos instrumentos válidos en esa
época muda para la generación de otro instrumental jurídico operativo, se
hacen eco constante de esa influencia.

VII. Colecciones documentales manejadas

Abajo Martín, T., Documentación de la Catedral de Palencia (1035-


1247), Burgos, J. M. Garrido Garrido, 1986 = Palencia.
Barrios García, A., Documentación medieval de la Catedral de Ávila, Sa-
lamanca, Universidad de Salamanca, Biblioteca de la Caja de Ahorros y
Monte de Piedad de Salamanca, 1981 = Ávila.
Blanco Lozano, P., Colección diplomática de Fernando I (1037-1065),
León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1987 = Fernando I.
308 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Burón Castro, T., Colección documental del monasterio de Gradefes


(1054-1299), León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro,
1998 = Gradefes.
Cantera Montenegro, M., Colección documental de Santa María La Real
de Nájera. Tomo I (Siglos X-XIV), San Sebastián, Eusko Ikaskuntza,
1991 = Santa María La Real Nájera.
Cartulario del Monasterio de Eslonza, Madrid, Imprenta de la Viuda de
Hernando y Ca., 1884 = Eslonza.
Cartulario de San Cugat del Vallés, Rius Serra, José (ed.), Barcelona,
Escuela de Estudios Medievales, 1945, vol. I = San Cugat I.
Cartulario de San Cugat del Vallés, Rius Serra, José (ed.), Barcelona,
Escuela de Estudios Medievales, 1946, vol. III = San Cugat II.
Cartulario de San Cugat del Vallés, Rius Serra, José (ed.), Barcelona,
Escuela de Estudios Medievales, 1947, vol. III = San Cugat III.
Cartulario de Santo Toribio de Liébana, Sánchez Belda, Luis (ed.), Ma-
drid, Patronato de Archivos Históricos, 1948 = Liébana.
Cartulario de San Juan de la Peña, 2 ts., Ubieto Arteta, Antonio (ed.),
Valencia, Anúbar, 1962-1963 = San Juan de la Peña.
Cartulario de Santa Cruz de la Serós, Ubieto Arteta, Antonio (ed.), Va-
lencia, Anúbar, 1966 = Serós.
Cartularios (I, II y III) de Santo Domingo de la Calzada, Ubieto Arteta,
Agustín (ed. e índices), Zaragoza, Anúbar, 1978 = Santo Domingo de
la Calzada.
Cartulario de Santa María de Carracedeo. 992-1500. Volumen I, Ponfe-
rrada-León, Instituto de Estudios Bercianos, 1997 = Carracedo.
Cartulario de Siresa, Ubieto Arteta, Antonio (ed.), Valencia, Anúbar,
1960 = Siresa.
Cartulario del Monasterio de Santa María de Huerta, García Luján, J. A.
(ed.), Monasterio de Santa María de Huerta, Monasterio de Santa María
de Huerta, 1981 = Santa María Huerta.
Casado Lobato, M. C., Colección diplomática del monasterio de Carrizo.
I (969-1260), León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro,
1983 = Carrizo I.
————, Colección diplomática del monasterio de Carrizo. II (1260-
1299), León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1983
= Carrizo II.
ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 309

Cavero Domínguez, G., Colección documental del monasterio de San Es-


teban de Nogales (1149-1498), León, Centro de Estudios e Investiga-
ción San Isidoro, 2001 = Nogales.
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Astorga (646-1126), León, Centro de Estudios e Investigación San Isi-
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León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 2000 = Astorga II.
Colección diplomática de la Catedral de Huesca, Durán Gudiol, Antonio
(ed.), Zaragoza, Escuela de Estudios Medievales, Instituto de Estudios
Pirenaicos, 1969, vol. II = Huesca II.
Colección diplomática del concejo de Zaragoza. I (1119-1276), Canellas
López, Ángel (ed.), Zaragoza, Cátedra Zaragoza, 1972 = Zaragoza.
Colección diplomática del condado de Besalú, Monsalvatje y Fossas,
Francisco (ed.), Olot, Imprenta y Librería de Juan Bonet, 1901-1907,
ts. XI, XII y XV = Besalú.
Colección diplomática de Cuellar, Ubieto Arteta, Antonio (ed.), Segovia,
Publicaciones Históricas de la Diputación Provincial de Segovia, 1961
= Cuéllar.
Colección diplomática de Riaza (1258-1457), Ubieto Arteta, Antonio
(ed.), Segovia, Publicaciones Históricas de la Diputación Provincial de
Segovia, 1959 = Riaza.
Colección diplomática de Sepúlveda, Sáez, Emilio (ed.), Segovia, Publi-
caciones Históricas de la Diputación Provincial de Segovia, 1956 = Se-
púlveda.
Documentos lingüísticos de España. I. Reino de Castilla, Menéndez Pi-
dal, Ramón (ed.), Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1919 = Do-
cumentos lingüísticos.
Documentos de Jaime I de Aragón (1216-1236), Huici Miranda, Ambro-
sio y Cabanés Pecourt, María de los Desamparados (ed.), Valencia,
Anúbar, 1976 = Jaime I.
Domínguez Sánchez, S., Colección documental del monasterio de Santa
María de Carbajal (1093-1461), León, Centro de Estudios e Investiga-
ción San Isidoro, 2000 = Carbajal.
El Cartoral de Santa María de Roca Rossa. A cura de Josep Maria Pons
Hurí, Barcelona, Fundació Noguera, 1984 = Roca Rossa.
310 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

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Fernández Catón, J. M., Colección documental del Archivo de la Catedral
de León. Tomo VI (1188-1230), León, Centro de Estudios e Investiga-
ción San Isidoro, 1991 = León VI.
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Apéndice Documental. Colección diplomática de Alfonso V, 163-262 =
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reino astur a través de los diplomas (718-910)”, AHDE, núm. 35, 1965,
pp. 59-167.
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Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto
de Geografía, Etnografía e Historia, Unidad de Investigación en Histo-
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del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 1983, ts. II y III =
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González Díez, E., Colección diplomática del concejo de Burgos (884-
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González Jiménez, M. (ed.), Diplomatario andaluz de Alfonso X, Sevilla,
El Monte. Caja de Huelva y Sevilla, 1991 = Alfonso X Andalucía.
Herrero de la Fuente, M., Colección diplomática del monasterio de Sa-
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312 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

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de de Sandoval (1132-1500), León, Centro de Estudios e Investigación
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sulas penales pecuniarias en los Documentos para la Historia de las
Instituciones de León y Castilla (siglos X-XIII)”, AHDE, núm. 23, 1953,
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Huici Miranda, A., Colección diplomática de Jaime I, el Conquistador,
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Burgos (1116-1230), Burgos, J. M. Garrido Garrido, 1985 = Huelgas.
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Compostela, ed. facsimilar, Santiago de Compostela, Sálvora, 1983, ts.
I-V = López Ferreiro, Historia.
Loscertales G. de Valdeavellano, P., Tumbos del monasterio de Sobrado
de los Monjes. Volumen I. Tumbo Primero, Madrid, Dirección General
del Patrimonio Artístico y Cultural, Archivo Histórico Nacional, 1976
= Sobrado I.
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Tumbo Segundo e índices, Madrid, Dirección General del Patrimonio
Artístico y Cultural, Archivo Histórico Nacional, 1976 = Sobrado II.
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Santiago de Compostela, León, Centro de Estudios e Investigación San
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Martín Duque, A. J., Colección diplomática de Obarra, Zaragoza, Con-
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de Cultura y Turismo, 2004 = S. Victorián Sobrarbe.
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Diputación Foral de Navarra, 1983 = Leire.
Martínez Díez, G., Colección documental del monasterio de San Pedro
de Cardeña, Burgos, Caja de Ahorros y Monte de Piedad del Círculo
Católico de Obreros de Burgos, 1998 = Cardeña.
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gún (Siglos IX-X), León, Centro de Estudios e Investigación San Isido-
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(1140-1210), Zaragoza, Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y La
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los reinos de Castilla, León, Corona de Aragón y Navarra, Madrid, Im-
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Oña (1032-1284), Burgos, Ediciones J. M. Garrido Garrido, 1983 =
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rant els segles XI-XII, La Seu d’Urgell, Societat Cultural Urgel.litana,
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Rodríguez Diego, J. L., Colección diplomática de Santa María de Aguilar
de Campoo (852-1230), Salamanca, Junta de Castilla y León-Conseje-
ría de Cultura y Turismo, 2004 = Aguilar de Campoo.
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314 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

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Castañeda, León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro,
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Ruíz Albi, I., La reina doña Urraca (1109-1126). Cancillería y colección
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Ruíz Asencio, J., Colección documental del Archivo de la Catedral de
León. Tomo III (986-1031), León, Centro de Estudios e Investigación
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Tomo IV (1032-1109), León, Centro de Estudios e Investigación San
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Entrepeñas (940-1608) / Colección documental del monasterio de San
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gación San Isidoro, 2000 = Entrepeñas / Escalada.
Sáez, E., Colección documental del Archivo de la Catedral de León. Tomo
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Sainz Ripa, E., Colección diplomática de las Colegiatas de Albelda y Lo-
groño (tomo I: 924-1399), Logroño, Universidad de Alcalá de Henares,
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Serrano, L., Cartulario de San Pedro de Arlanza, antiguo monasterio be-
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nes Científicas, Centro de Estudios Históricos, 1925 = Arlanza.
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ta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, Centro
de Estudios Históricos, 1929 = San Vicente Oviedo.
————, Cartulario de San Millán de la Cogolla, Madrid, Junta para la
Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, Centro de Estu-
dios Históricos, 1930 = San Millán.
Serrano y Sanz, M., Noticias y documentos históricos del Condado de
Ribagorza hasta la muerte de Sancho Garcés III, Madrid, Junta para la
Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, Centro de Estu-
dios Históricos, 1912 = Ribagorza.
Tumbo Viejo de San Pedro de Montes, Quintana Prieto, Augusto (ed.),
León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1971 = S. Pedro
Montes.
Ubieto Arteta, A., Colección diplomática de Pedro I de Aragón y Nava-
rra, Zaragoza, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escue-
la de Estudios Medievales, 1951 = Pedro I Aragón.
————, Cartulario de San Millán de la Cogolla (759-1076), Valencia,
Anúbar, 1976 = Ubieto, San Millán.
Udina Martorell, F., El Archivo Condal de Barcelona en los siglos IX-X,
Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1951 = Ar-
chivo Condal Barcelona.
Vivancos Gómez, A. C., Documentación del monasterio de Santo Domin-
go de Silos (954-1254), Burgos, J. M. Garrido Garrido, 1988 = Silos.
Zabalza Duque, M., Colección diplomática de los Condes de Castilla, Sa-
lamanca, Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura,
1998 = Condes de Castilla.

VIII. Abreviaturas de las revistas empleadas

AEM: Anuario de Estudios Medievales.


AHDE: Anuario de Historia del Derecho Español.
BRAH: Boletín de la Real Academia de la Historia.
CHD: Cuadernos de Historia del Derecho.
CHE: Cuadernos de Historia de España.
HDR: Handwörterbuch zur deutschen Rechtsgeschichte.
HID: Historia, Instituciones, Documentos.
HQL: Handbuch der Quellen und Literatur der neueren europäischen Pri-
vatrechtsgeschichte, hg. H. Coiné.
HZ: Historische Zeitschrift.
316 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

IC: Ius Commune.


MGH: Monumenta Germaniae Historica.
QFi: Quaderni Fiorenti per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno.
RDC: Revue de Droit Canonique.
REDC: Revista Española de Derecho Canónico.
RHDF: Revue Historique de Droit Français et Étranger.
SZ.GA: Zeitschrift der Savigny-Stiftung für Rechtsgeschichte. Germanis-
tische Abteilung.
SZ.KA: Zeitschrift der Savigny-Stiftung für Rechtsgeschichte. Kanonis-
tische Abteilung.
TR: Tijdschrift voor Rechtsgeschiedenis.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO:
UNA CRÍTICA DECIMONÓNICA A UN ORDEN JURÍDICO
TODAVÍA NO FENECIDO

Nuestro siglo XIX, en todos los ámbitos y campos, se mueve entre aque-
llas coordenadas que, de modo concatenado, Octavio Paz empleó para ca-
lificar el romanticismo español: epidérmico y declamatorio, patriótico y
sentimental. Epidérmico por superficial, por quedarse en la mera aparien-
cia de las cosas, sin penetrar en su esencia más íntima; lo que llevaba a un
predominio de lo formal, de lo meramente expositivo. Por eso, declamato-
rio, por su afición desmedida a la oratoria; patriótico por su nacionalismo
a ultranza, en sus diferentes versiones y territorios; y sentimental como
contrapuesto a racional, cerrando el círculo apuntado. ¿Fue la realidad ju-
rídica, legal y doctrinal, de esa centuria merecedora de tales notas en cierto
modo peyorativas? Comencemos con una cita.

La veneración, sin embargo, que debemos dar al derecho romano no care-


ce de límites. Admiradores de su sabiduría desde nuestra juventud, hemos
encontrado en la experiencia y en el estudio de la legislación motivos para
apreciar más su profunda filosofía, y conocer que no eran exagerados los
encomios de los que dirigieron nuestros primeros pasos en la vasta ca-
rrera que estamos recorriendo; pero también hemos observado que este
respeto religioso había extraviado frecuentemente a nuestros intérpretes.
En el funesto abandono que por siglos enteros ha prevalecido de no darse
a la parte teórica del derecho español la importancia que reclamaba, los
intérpretes del romano, nacionales y extranjeros, eran casi el estudio ex-
clusivo de nuestras escuelas. Su influjo se extendía ilimitadamente, y los
mismo que se proponían comentar nuestras leyes, arrastrados del conta-
gio, no acertaban a hacerlo si no las concordaban con las romanas. Así es
que con mucha frecuencia vemos a jurisconsultos españoles desatender
nuestras venerables leyes, nuestras costumbres seculares, y hasta olvidar
317
318 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

códigos enteros, al mismo tiempo que se empeñan en conciliar textos que


tienen opuesto origen, distintos motivos y tendencia diferente. Concluya-
mos, pues, manifestando que no andan acertados los que, prescindiendo
del estudio del derecho romano, esperan llegar a ser jurisconsultos, porque
en las ciencias formadas por la experiencia de los siglos no se condena
impunemente su literatura y su filosofía, su historia y sus orígenes; y por
el contrario, que los que ciegos idólatras de él, olvidan las leyes propias de
su país, prescinden del movimiento de los siglos y no se acuerdan de que
el derecho está sujeto a la acción continua y vivificadora de los progresos
del género humano.1

Quien así habla, desde la atalaya que proporciona la mitad del siglo
XIX, ese siglo en donde la codificación es la gran empresa político-
legislativa (Cultural con mayúsculas) y con ella la exaltación de la tra-
dición jurídica propia (o, más bien, la exaltación y la lucha de las tradi-
ciones jurídicas propias), es Pedro Gómez de la Serna, acaso uno de los
juristas más sabios, reputados y exitosos de la citada centuria. La radio-
grafía que efectúa de las prácticas universitarias es sumamente gráfica
y clarificadora, a la par que equilibrada o, cuando menos, buscadora del
equilibrio. Ha llegado la época de un derecho propio, español, nacional o
patrio, términos que se emplean y que emplearemos indistintamente, un
derecho que sea el objeto principal de enseñanza y de investigación en
las universidades. El derecho romano, reconociendo su valía, su carácter
fundamental y basilar, sin embargo, ha de pasar a un segundo plano por-
que la evolución, el progreso, imponen indefectiblemente la adaptación
de todas las acciones humanas y de todas sus creaciones al signo que
marcan los tiempos. Ha sepultado el estudio del derecho nacional durante
siglos y es preciso un cambio sustancial y formal, pero sin prescindir de
él de forma absoluta. Lo que está denunciando y anunciando Gómez de la
Serna es la expresión del estado en que ha caminado la universidad espa-
ñola, en lo que se refiere al estudio del derecho, desde el siglo XVIII. Se
reivindica, pues, el giro total hacia lo propio. Pero, ¿cómo se ha llegado
a ese pronunciamiento tan expresivo, violento si se quiere, de aquel ex-
1 Cfr. Gómez de la Serna, P., Prolegómenos del derecho, Madrid, Imprenta de Lala-
ma, 1845, cap. XIII, pp. 123 y 124. Esta obra se publica tras el plan de estudios aprobado
por Real Orden de 1 de octubre de 1842, y se adapta al contenido del mismo con esta
nueva disciplina orientada a, dice al autor siguiendo las prescripciones legales, “dar a
los jóvenes legistas una idea general de la ciencia a que se dedican, hacerles conocer las
partes en que se divide, e inspirarles el sentimiento de la dignidad del abogado”, p. 5.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 319

celente jurista, ejemplo de moderación en otros campos? ¿Qué es lo que


ha provocado su indignación? ¿Por qué esa reivindicación del derecho
patrio? ¿Acaso no era ya objeto de estudio? Retrocedamos en el tiempo y
situémonos en la España del siglo XVIII.
El predominio del sistema jurídico del derecho común ha marcado el
devenir histórico de los ordenamientos europeos y, en particular, de los
plurales ordenamientos hispánicos.2 Desde ese hecho fundacional que se
sitúa alrededor del siglo XII, con el redescubrimiento de las versiones
completas y auténticas del corpus iuris civilis, y la seminal labor de Irne-
rio y de los primeros glosadores, la difusión del estilo, prácticas, usos y
desarrollos, vinculados a los textos romano-justinianeos y canónicos, se
ha producido por doquier, sin excepciones, en un claro proceso de conso-
lidación de un nuevo orden jurídico que utiliza como base lógica, como
sustento formal, ese derecho antiguo concebido como encarnación de la
razón natural, como ratio scripta, y, en tal sentido, infalible y universal.
Su ubicación (progresiva y nunca pacífica) en el seno de los que pode-
mos denominar “derechos nacionales” (o iura propria, si empleamos la
expresión clásica de glosadores y comentaristas), es decir, aquellos orde-
namientos que han surgido al margen o en virtud de tradiciones jurídicas
separadas de la justinianea, se efectúa merced a la combinación de ele-
mentos, causas e influencias plurales. La oposición inicial entre ambos

2 Literatura muy abundante y prácticamente inabarcable sobre el particular. Remiti-


mos por su carácter clásico sobre la expansión europea del derecho común a las siguien-
tes obras: Vinogradoff, P., Diritto romano nell’Europa medioevale, Milán, Giuffrè, 1950;
Koschaker, P., Europa y el derecho romano, Madrid, Revista de Derecho Privado, 1955;
Calasso, F., Medio Evo del Diritto. I. Le fonti, Milán, Giuffrè, 1954, pp. 607 y ss., e “In
orbem terrarum”, Introduzione al Diritto Comune, Milán, Giuffrè, 1970, pp. 303-340;
Gilissen, J., Introduction historique au droit, Bruselas, Bruylant, 1979, pp. 314 y ss.; Ca-
vanna, A., Storia del Diritto Moderno in Europa. I. Le fonti e il pensiero giuridico, Milán,
Giuffrè, 1979, pp. 21 y ss.; Piano Mortari, V., Gli inizi del Diritto moderno in Europa,
2a. ed., Nápoles, Liguori, 1982; Fernández Barreiro, A. y Paricio, J., Historia del dere-
cho romano y su recepción europea, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, 1991,
pp. 211-244; Merryman, J. H., La tradición jurídica romano-canónica, 2a. ed., México,
Fondo de Cultura Económica, 1993; Bellomo, M., La Europa del derecho común, Roma,
Il Cigno Galileo Galilei, 1996; Trusen, W., “Römisches und partikuläres Recht in der Re-
zeptionszeit”, Gelehrtes Recht iim Mittelalter und in der frühen Neuzeit, Goldbach, Keip
Verlag, 1997, pp. 737-760; Wieacker, F., Historia del derecho privado de la Edad Mo-
derna, Granada, Comares, 2000; Berman, H. J., La formación de la tradición jurídica de
Occidente, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, y Stein, P. G., El derecho roma-
no en la historia de Europa. Historia de una cultura jurídica, Madrid, Siglo XXI, 2001.
320 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

da paso a una armonía más o menos forzada, más o menos necesaria, más
o menos forzosa. Porque el orden en última instancia requiere y busca la
tranquilidad para poder construirse.3 Y en relación a ese orden, el dere-
cho juega un papel capital, como aglutinador de intereses contrapuestos,
como cemento que sirve de unión a lo plural, a lo diverso, a través de
cesiones y concesiones. Entre ellos, entre esos factores que apuntábamos
como determinantes, destaca, como cabeza de lanza, la propia decisión
política de un rey o príncipe que impulsa positivamente, o tolera sin obs-
taculizar de modo directo, el empleo de un derecho ajeno en principio
al cuerpo político que tiene encomendado dirigir, un derecho ajeno que
paulatinamente va convirtiéndose en derecho propio, que deviene tradi-
ción, suplantando a aquella antigua normativa consuetudinaria con la que
había combatido. Esa nota de extranjería se pierde para ser naturalizado,
asumido dentro de las órbitas territoriales y jurídicas respectivas. Allí,
en la persona de ese rey, que emplea el derecho romano como un arma
arrojadiza, se halla todo el armazón ideológico que le permite consolidar
un poder de cara al exterior (contra el Papado y contra el Imperio) y de
cara al interior (contra la nobleza, los prelados o las ciudades), todo ello
envuelto en un discurso cultural que auxilia y coadyuva a la propagación
de este nuevo orden jurídico racional, en el que tienen cabida las uni-
versidades, la formación de un nuevo estamento culto al servicio de ese
poder (los juristas o letrados), la exigencia de superación y renovación
de las tradiciones jurídicas altomedievales (que son contrapuestas a un
nuevo derecho racional, escrito, casi eterno, perfecto, total y completo,
legal, seguro, cierto), o la difusión de un primera literatura notarial y pro-
cesal, que ayuda a su aplicación práctica en oposición a los modelos jurí-
dicos antiguos. El derecho común sólo es explicable, para narrar su éxito,
desde esta perspectiva política: solamente el poder que se hallaba detrás
permite llegar a la raíz de este fenómeno europeo, general, del que nacen
después como frutos y efectos, aquellos procesos intelectuales expresa-
dos, y que contribuyen a aferrar aquella dinámica político-jurídica, en
un claro ejemplo de retroalimentación o de justificación última por parte

3 Como recordaba el recientemente desaparecido Carlos Otero Díaz, “los fenómenos


jurídicos (el derecho, decimos nosotros) miran a la igualdad; los fenómenos económicos
fomentan el predominio; los primeros son módulos de compatibilización, de pacificación
y de concierto… El fin del derecho es instaurar la paz, mediante recíprocas limitaciones
de libertad”, en Otero Díaz, C., Una investigación sobre la influencia de la economía en
el derecho, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1966, pp. 125 y 126.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 321

de aquellas potestades que rigen la comunidad política. Hay un derecho


que se extiende gracias a todo lo apuntado, pero que encuentra en su base
más íntima las proclamas de monarcas que admiten, impulsan, modifi-
can, alteran o simplemente no impiden la inserción del mundo jurídico
romano-canónico dentro del marco geográfico-territorial que constituye
cada uno de los reinos. No hay interrupciones tras ese hecho fundacional
boloñés: con la rapidez de las revoluciones —pues, de una revolución se
trataba—, el proceso es lineal y ascendente, hasta alcanzar su cima en los
siglos XVI y XVII, época del auge y esplendor, de dominio incontestado,
de una Europa teñida de la romanidad jurídica reconstruida o adaptada a
las circunstancias de cada uno de los territorios que acogen ese derecho.
Todo está dispuesto para ello. El poder regio ha sido consolidado y prác-
ticamente se desarrolla sin oposición estamental alguna. Y las resisten-
cias que hay son poco a poco arrinconadas o modificadas, de modo que
emana de su seno un poder cada vez más absolutista, más tendente a la
desvinculación de lo jurídico en el sentido de freno institucional externo
a la sola voluntad del rey. Del derecho se parte hacia una estación final al
margen del derecho, como veremos.
El siglo XVIII supone el triunfo sin paliativos ni anestesias de esa ten-
dencia detectada desde la primera centuria de la modernidad, el apogeo
de ese monarca omnisciente y omnipotente. Ese mismo rey que se ha
servido del derecho romano se da cuenta de que ahora, en esos tiempos
azarosos que asisten a la proclamación de un identidad entre la persona
física del rey y la persona artificial del Estado (la frase es de Luis XIV),
no es preciso el recurso al caudal jurídico que proporcionaba ese orde-
namiento jurídico recuperado de antaño. O más bien, que como ejerci-
cio de auto-superación, ese monarca izado desde las propias categorías
jurídicas romanas puede actuar, si así lo estima oportuno, precisamente
contra ese cuerpo jurídico que lo ha ensalzado, en una prueba clara de
su poder ejercido sin cortapisas, sin límites. La criatura ha devorado a su
creador e inspirador. La remoción del mismo derecho romano-canónico
era una cuestión de estrategia política, de depuración interna de cualquier
apoyo exterior de esa potestad suprema incontestada. Hay otros pilares
que auxilian ahora procedentes del recién reformulado derecho natural o
desde el campo de la teología. Si el derecho romano implicaba textos, los
textos implicaban certeza y claridad a la hora de su exégesis, y con ello la
limitación expresa de la vía interpretativa que al monarca correspondía,
322 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

el derecho natural era un campo jurídico abierto a la voluntad exclusiva


del monarca, que se convertía así en el sujeto legitimado único para decir
lo que la naturaleza nos quería transmitir, partiendo del supuesto de que
ese derecho natural fundado en la razón, universalmente aceptada, debía
ser seguido por el sencillo motivo de que perseguiría siempre y en todo
lugar el bienestar del pueblo gobernado, a la par que callado. Por eso se
debe insistir en esa imbricación total entre poder político y derecho, bino-
mio desigual, dado que quien marca la pauta es el primero, mientras que
el segundo actúa como comparsa necesaria en ciertos momentos, pero
perfectamente prescindible como se podrá observar en el caso hispánico
que ahora nos ocupará. El modelo de soberanía como poder ilimitado,
irrefrenable, se ha consolidado también en la Península Ibérica, gracias
a los nuevos aires de reforma sentidos desde dentro y desde fuera de ese
territorio, en esa centuria indicada, ese “Siglo de las Luces”, también de
las sombras. El cambio impulsado por la nueva dinastía borbónica afec-
tará a todos los campos: la erradicación paulatina de las peculiaridades
institucionales de los reinos de la Corona aragonesa se verá acompañada
por todo un caudal de modificaciones en aras de una mayor racionalidad,
centralidad y homogeneidad en la toma de decisiones. El cuerpo enfermo
que se hereda de la monarquía austriaca es poco a poco sometido a un
examen minucioso para dictaminar sus males y proponer los remedios
más adecuados para su curación. Ese derecho común, poderoso, incon-
testado, único en el panorama práctico y teórico, en los tribunales y en
las aulas universitarias, también iba a sufrir los embates de ese cambio
que transportaría o que intentaría transportar a España hacia el lugar que
verdaderamente le correspondía dentro del concierto de las potencias eu-
ropeas. La lucha no iba a ser sencilla. El arraigo, doctrinal y práctico, del
derecho común impedía un inmediato e instantáneo desplazamiento y/o
eliminación, motivado por el papel decisivo que jugaban las universida-
des y los diferentes operadores jurídicos en el seno de ese mecanismo de
retroalimentación ya referido: se estudia el derecho común romano-canó-
nico, puesto que no se contemplan concesiones a las leyes patrias,4 ergo

4 Enseñanza del derecho que presenta un carácter universal en toda Europa, como
puso de manifiesto Coing, H., “L’insegnamento del Diritto nell’Europa dell’Ancien
Régime”, Studi Senesi, vol. LXXXII, serie III, XIX, fasc. 2, 1970, pp. 179-193; más
desarrollado en “Die juristische Fakultät und ihr Lehrprogramm”, en Coing, H. (dir.),
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 323

los estudiantes aplican luego en sus respectivas profesiones ese derecho


común, construyendo interpretaciones forzadas de la prelación de fuen-
tes que reconducen en exclusiva a una dictadura de aquel orden jurídico
perfecto y racional, tanto en su vertiente legal como en la doctrinal. Se
aplica ese derecho o se interpreta el otro derecho, propio o nacional, a la
luz de los conceptos que emanan del primero. El resultado es el mismo.
Las citas de leyes romano-canónicas y de las opiniones de los varios

Handbuch der Quellen und Literatur der neueren eurpäischen Privatrechtsgeschichte,


Munich, C. H. Beck, 1973, t. I, pp. 39-128 (en adelante, Handbuch); y “Die juristische
Fakultät und ihr Lehrprogramm”, en Coing, H. (dir.), Handbuch, cit., nota 4, 1977, t. II,
1, pp. 3-102 y Brockliss, L., “Los planes de estudio”, cap. 14, en Ridder-Symoens, H.
de (ed.), Historia de la universidad en Europa, vol. II: Las universidades en la Europa
moderna temprana (1500-1800), Bilbao, Universidad del País Vasco, 1999, pp. 644-654.
Para el caso hispánico, prueba de la preocupación existente por la formación de los juri-
stas son la Pragmática de Barcelona (1493) —reiterada en la Instrucción para corregido-
res de 1500 y en petición de las Cortes de Valladolid de 1548 e incorporada a la Nueva
Recopilación 3, 9, 2, y a la Novísima 9, 1, 6— y la Ley 2a. de Toro (1505). La Pragmática
de 6 de julio de 1493 disponía que ningún letrado pudiera tener cargo de justicia, pesqui-
sidor, relator o receptor sin haber estudiado diez años como mínimo derecho canónico
y derecho civil. El texto en Libro de las bulas y pragmáticas de los reyes católicos, ed.
facsímil, Madrid, Instituto de España, 1973, t. I, ff. 118 y 119. Por su parte, la Ley 2 de
Toro sancionaba lo que sigue: “Porque nuestra intencion y voluntad es que los letrados de
estos nuestros Reynos sean principalmente instructos é informados de las dichas leyes
de nuestros Reynos, pues por ellas y no por otras han de juzgar. Y á nos es echa relación
que algunos letrados nos sirven, y otros nos vienen á servir en algunos cargos de justicia
sin haber pasado ni estudiado las dichas leyes y ordenamientos y pragmaticas y partidas:
de lo qual resulta que en la decisión de los pleitos y causas, algunas veces no se guardan,
ni platican las dichas leyes como se debe guardar y platicar, lo qual es contra nuestro ser-
vicio. Y porque nuestra intencion y voluntad es de mandar recoger y enmendar los dichos
ordenamientos para que se hayan de imprimir y cada uno se pueda aprovechar dellos.
Porende por la presente ordenamos y mandamos que dentro de un año primero siguiente
y dende adelante contado desde la data dellas nuestras leyes todos los letrados que oy
son, ó fueren, asi del nuestro consejo, ó Oydores de las nuestras audiencias, y Alcaldes
de la nuestra casa y corte y chancillerías do tienen, ó tuvieren otro cualquier cargo y ad-
ministración de justicia ansi en lo realengo, como en lo abadengo, como en las ordenes
y behedrias como en otro cualquier Señorio de estos nuestros Reynos, no pueda usar de
los dichos cargos de justicia, ni tenerlos sin que primeramente hayan pasado ordinaria-
mente las dichas leyes de ordenamientos y pragmaticas, partidas y fuero real” (citamos
por Los códigos españoles concordados y anotados, Madrid, Imprenta de la Publicidad,
1849, t. VI, p. 558). Ambos preceptos son, a primera vista, antitéticos, pero que pueden
ser reconducidos a una lectura uniforme, en el sentido de insertar ese conocimiento del
derecho patrio en el periodo de diez años durante el que se extienden los estudios de leyes
y cánones.
324 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

doctores pueblan la práctica jurídica y la realidad de los constructores de


teorías, conceptos, categorías. Sentencias, dictámenes, formularios y de-
más instrumental quirúrgico del derecho se someten a los dictados de los
textos romanos y, en menor medida, de los canónicos. Y así, con este ca-
mino tergiversado, llevando más allá la voluntad de los reyes expresada
en los Ordenamientos de Alcalá y de Toro, este derecho común se acaba
convirtiendo así en el protagonista principal de la vida de todo el derecho
dentro de la Península Ibérica, la pieza clave del engranaje, la clave de
bóveda del arco jurídico construido y sólidamente consolidado.5 Y ello
porque, como recientemente ha manifestado Zagrebelsky, las normas son
mudas, no hablan solas, sino que somos nosotros, juristas de formaciones
dispares, los que las hacemos hablar.6 El ejemplo histórico del derecho
común así lo permite acreditar. Ahí fueron las leyes las que callaron y los
juristas los que se convirtieron en la boca que modificaba las palabras de
la ley a su antojo y de acuerdo con sus propios intereses.
¿Cómo resolver ese callejón sin salida? ¿Cómo prescindir de un dere-
cho tan arraigado en los sectores cultos y que había servido para sustentar
la suprema autoridad real? ¿Cómo dar cabida en este sistema al derecho
nacional? Únicamente por la vía del decisionismo, de la voluntad incon-
testada. El poder político toma cartas en el asunto. De la misma manera

5 En este proceso que coincide con la Edad Moderna, es esencial el papel desarrolla-
do por los juristas que, al interpretar, recrean realmente la voluntad regia para conducir a
la solución apuntada. Véase el magnífico trabajo de Petit, C., “Derecho común y derecho
castellano. Notas de literatura jurídica para su estudio (siglos XV-XVII)”, Tijdschrift
voor Rechtsgeschiedenis, núm. 50, 1982, pp. 157-195. En Castilla, no existe un pronun-
ciamiento expreso acerca del derecho común; antes bien, las disposiciones normativas
tienden a restringir su empleo en los tribunales y juzgados. La jurisprudencia hace lo
opuesto amparándose en varios argumentos. El caso de la Corona de Aragón es menos
paradigmático dado que sus cuerpos normativos hacían referencia expresa, directamente
o empleando subterfugios conocidos por todos los juristas (el arbitrio, la razón natural,
la equidad, expresiones que inequívocamente reconducían al derecho justinianeo y al
derecho canónico), a ese derecho común, sólidamente instalado en su condición de dere-
cho supletorio, condición ésta que no se pierde con la Nueva Planta borbónica. La con-
tinuidad universitaria en el estudio del derecho común era, pues, una cuestión referida al
derecho propio, al sistema jurídico tradicional en el que aquél estaba incardinado. Sobre
estos territorios, véase Iglesia Ferreirós, A., La creación del derecho. Manual. Una his-
toria de la formación de un derecho estatal español, 2a. ed. corregida, Madrid, Marcial
Pons, 1996, t. II, pp. 67 y ss.
6 Cfr. Zagrebelsky, G., Historia y Constitución, Madrid, Trotta, 2005, p. 88, con
referencias a la Constitución, extrapolables a todas las normas del orden jurídico.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 325

que antes había impulsado o simplemente tolerado esas prácticas desvia-


das de la letra de la legislación, ahora tratará de combatirlas porque lo
que está en juego es la propia superioridad de ese poder, su absolutismo, la
preeminencia del derecho generado por ese Estado (utilicemos el término
con reservas) frente al derecho de tradición jurisprudencial representado
por los dos cuerpos, del derecho civil y del derecho canónico. Ese Esta-
do había conseguido uno de sus primeros objetivos (matizado), cual era
la unificación político-institucional, conforme al modelo castellano, en
los territorios de la Corona de Aragón. Seguían al margen de ese mo-
delo uniforme Navarra y las Provincias Vascongadas. El golpe de gra-
cia al sistema propio aragonés tuvo un efecto decisivo en el orden de
creación del derecho, puesto que, aunque se conservó el ordenamiento
jurídico de los citados territorios —con la sola excepción de Valencia—,
la desaparición de los instrumentos por medio de los cuales se elaboraba,
conservaba e integraba el derecho propio, hería de muerte a aquél, con-
denado a una renovación que sería producida exclusivamente mediante
la voluntad del rey o el siempre peligroso recurso a la interpretación. Hay
un único centro creador del derecho, por tanto, y han desaparecido los
frenos institucionales para que esa voluntad creadora sea obstaculizada
por la tradición, por el pasado. El rey es presente y futuro de la legisla-
ción. El pasado ha desaparecido y sólo tiene valor en la medida en que la
decisión del monarca se lo concede, se lo otorga y lo convierte, por tanto,
en derecho vivo y actual. El monopolio normativo se había fraguado y
consolidado, sin excepciones. El rey y, por delegación suya, el Consejo
Real, cuyas competencias se extendían ahora a todos los territorios de
la monarquía, son los únicos responsables de la potestas condendi le-
ges. Ello implica que la noción de derecho nacional se puede equiparar
prácticamente con la del derecho castellano, entendido como el derecho
generado desde Castilla y por un rey que lo es de ese territorio y además
de todos los demás. No todo derecho de la nación es derecho nacional.
Solamente el castellano (ahora, ya hispánico) merece en puridad ese cali-
ficativo porque es Castilla la única patria, la patria triunfante. Es aquél el
único derecho vivo, en crecimiento y en renovación permanente. Nada de
eso sucede en los antiguos territorios aragoneses, que conservan monu-
mentos legislativos susceptibles de cambios, alteraciones, abrogaciones.
Consagrado ese poder y eliminados los posibles óbices al mismo, el ene-
migo a batir era el derecho común, en cuanto que derecho que ponía en
manos de los juristas doctores la peligrosa labor de interpretación de las
normas, interpretación que podía dar origen a consecuencias totalmente
326 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

inversas y diferentes a las que tenía en mente el creador de aquéllas. Era,


pues, su actividad glosadora una forma velada de creación. Lo que se
estaba discutiendo, en el fondo, era un derecho de legisladores frente a
un derecho de juristas y jueces. Los reyes querían el primero. La inercia
se decantaba por el segundo, y ello llevaba aparejada una función que
Mario Ascheri ha descrito como de “buscadores, creadores y manipula-
dores”, esto es, aquellos que determinan cuál es el derecho, que lo hacen
crear y que finalmente lo distorsionan.7 Si se quería que el nuevo sistema
plenamente imbuido de atributos absolutistas operase con garantías de
éxito, era precisa la dominación no sólo del proceso conducente a la ge-
neración de la norma, sino del subsiguiente proceso de interpretación y
adaptación de la misma a las variables condiciones que se podían dar en
la vida cotidiana. La lógica de la dominación no implicaba únicamente
crear normas: era preciso controlar todo el momento posterior de desa-
rrollo vital de la norma para evitar injerencias e interferencias que obs-
taculizasen ese proceso lógico que estaba en manos del Estado, esto es,
del soberano rey. Para que esa voluntad se realizase del modo más puro
y fiel a su sentido originario. Cuantas menos intervenciones en el camino
a su aplicación, mejor para el rey. Cuanto menos se dejase la actuación
jurídica al arbitrio de jueces y juristas, también mejor para el rey. Prueba
de ese poderío incontestable, que llamamos soberanía, lo hallamos en
un Auto Acordado, de 4 de diciembre de 1713, que inaugura el libro 2
donde se recopilan los mismos, del cual se desprende todo este discurso
que venimos pergeñando. Inspirado por el pensamiento del ministro re-
galista Melchor de Macanaz, protagonista de los primeros momentos de
la renovación jurídica, el rey fija el sistema de prelación de las fuentes
(el derecho y el orden del derecho, al que se ha de acudir, con el recurso
indispensable a Alcalá y a Toro), reivindica el papel de lo propio frente a
lo común, y, para cerrar el círculo, reclama de nuevo la suprema potestad
interpretativa. Proclamas que tienen un trasfondo claro: si eso se recla-
ma, es porque eso mismo no se tiene. Síntoma de que la vida práctica
había venido discurriendo por otros derroteros desde hacia varios siglos
y que los vanos intentos de reconducción habían fracasado anteriormen-
te (Leyes de Citas incluidas y en el propio texto mencionadas). Prueba

7 Cfr. Ascheri, M. en su “Presentazione” a Van Caenegem, R. C., I signori del diritto.


Giudici, legislatori e professori nella storia europea, Milán, Giuffrè, 2001, p. V, añadien-
do que los jueces desempeñan, por su parte, un papel de “creatori-custodi-esecutori del
diritto”, fácilmente intercambiable con el de los propios juristas por el tránsito de uno a
otro estamento y por la proximidad de funciones desarrolladas.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 327

concluyente de ese deseo que se va materializando de modo paulatino.


Ahora es el rey el eje de todo lo jurídico. Al menos, ésa era su intención, a
tenor de lo que refleja la mencionada disposición del Consejo en acuerdo
con él.8 Ya no puede haber ningún otro operador que se mueva al margen

8 Tomo Tercero de Autos Acordados que contiene Nueve Libros por el orden de ti-
tulos de las Leyes de Recopilación, i van en él las Pragmaticas, que se imprimiero en
el año de 1723 al fin del Tomo tercero todos los Autos acordados del Tomo quarto de
ella, i otras muchas Pragmaticas, Consultas resueltas, Cedulas, Reales Decretos, i Autos
Acordados, que han aumentado, Madrid, Juan Antonio Pimentel, 1745 (edición facsí-
mil, Valladolid, 1982, pp. 67 y 68), lib. 2, 1, Auto 1, Las Chancillerías, i Audiencias, i
los demás Tribunales guarden las leyes del Reino. El Consejo pleno en Madrid a 4 de
diciembre de 1713: tras referirse a Alfonso IX, Reyes Católicos, Leyes de Toro y las
disposiciones de Felipe II y Felipe III, de 1567 y 1610, respectivamente, se dice que
aquellos “… establecieron entre otras leyes las que se hallan recopiladas en la primera de
Toro, en la Pragmatica, que está al principio de la Nueva Recopilac. i en la lei 3 tit. 1 lib.
1 de ella, por las quales se dispone que assi para actuar, como para determinar los pleitos,
i causas, que se ofrecieren, se guarden integramente las leyes de Recopilación de estos
Reinos, los Ordenamientos, i Pragmaticas, leyes de la Partida, i los otros Fueros (en lo
que estuvieren en uso) no obstante que de ellas se diga no son usadas, ni guardadas; i que
en caso que en todas ellas no aya lei, que decida la duda, ù en el de que la aya, estando
dudosa, se recurra precisamente à su Mag. para que la explique; i en contravención de lo
dispuesto, se substancian, i determinan muchos pleitos en los Tribunales de estos Reinos,
valiendose para ello de doctrinas de libros, i Autores Estrangeros, siendo mucho el daño,
que se experimenta de ver despreciada la doctrina de nuestros propios Autores, que con
larga experiencia explicaron, interpretaron, i glosaron las referidas Leyes, Ordenanzas,
Fueros, usos, i costumbres de estos Reinos; añadiendose à esto que con ignorancia, ò
malicia de lo dispuesto en ellas sucede regularmente que, quando ay lei clara, i determi-
nante, si no está en las nuevamente recopiladas, se persuaden muchos, sin fundamento,
à que no está en observancia, ni debe ser guardada; i si en la Recopilación se encuentra
alguna lei, ò Pragmatica, suspendida, ò revocada, aunque no aya lei clara, que decida la
duda, i la revocada, ò suspendida pueda decidirla, i aclararla, tampoco se usa de ellas; i
lo que es mas intolerable, creen en los Tribunales Reales se debe dar mas estimacion à
las Civiles, i Canonicas, que à las Leyes, Ordenanzas, Pragmaticas, Estatutos, i Fueros
de estos Reinos, siendo assi que las Civiles no son en España leyes; ni deven llamarse
assi, sino sentencias de Sabios, que solo pueden seguirse en defecto de lei, i en quanto
se ayuden por el Derecho Natural, i confirman el Real, que propriamente es el Derecho
Comun, i no el de los Romanos, cuyas leyes, ni las demas estrañas no deven ser usadas
ni guardadas, según dice expresamente la lei 8, tit. 1 lib. 2, del Fuero Juzgo; i la glossa
de su Comentador Alfonso de Villadiego refier uvo lei en España, que prohibia con pena de
la vida alegar en Juicio alguna lei de los Romanos… aver avido la lei, que queda dicha,
por la qual se prohibia con pena de la vida, el que ninguno pudiesse alegar en Juicio lei
alguna de los Emperadores Romanos: con lo qual concurre que, siendo a si que en los
casos dudosos toca solo al Rei, como Legislador, la interpretación, i declaracion; por huir
de este medio, se recurre las mas veces à las leyes, i Autores Estrangeros, de que se ha
seguido el abandono, i ruina de las principales Regalias: i para evitar tan graves incon-
venientes, i perjudicialisimas consecuencias al servicio de Dios, i del Rei, i de la causa
328 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

de lo que el rey quiere. La frontera entre lo legal y lo ilegal ha quedado


delimitada nuevamente. El rey y su voluntad constituyen el filo delgado
que separa lo uno de lo otro.
La reforma, que se tenía en mente en este azaroso siglo XVIII recién
iniciado, pasaba por una racionalización del derecho, acudiendo a nuevas
fundamentaciones diferentes de las tradicionalmente empleadas,9 la cual
permitiría, sobre esas renovadas bases, la uniformidad del mismo y la
final exaltación del poder del soberano.10 La cuestión simplificada es una
cuestión interpretativa. Quien crea es el que debe interpretar. Frente a la
pluralidad de visiones del derecho, ligadas al derecho común, debe surgir
ahora una sola voluntad que se encargue de tales misiones. Es el rey
quien cumple ambas funciones. Ya no sirve el derecho romano porque
ese mismo derecho se dibujaba como un auténtico valladar para la volun-
tad regia, por cuanto sus textos escritos eran fronteras inatacables. Se
prefiguran muchos perfiles del pensamiento codificador en algunos as-
pectos. La idea de orden. La idea de refacción del aparato institucional.
La renovación jurídica era algo sentido en todos los campos. Debía evi-
tarse, pues, ese anciano derecho de juristas, de múltiples perfiles, suge-
rencias e interpretaciones, y dejar el puesto a un derecho del poder, del
rey, del único que estaba dotado de un título superior en virtud del cual
podía legislar e interpretar la consiguiente legislación, quien operaba ins-

publica, ha acordado el Consejo encargar mucho a las Chancillerías, Audiencias, i à los


demas Tribunales de estos Reinos el cuidado, i atención de observar las leyes Patrias con
la mayor exactitud; pues de lo contrario procederá el Consejo irremisiblemente contra los
inobedientes”. Pasa a Novísima Recopilación 3, 2, 11.
9 Así es como sintetizaba Paul Hazard la esencia del pensamiento jurídico del siglo
XVIII: “Manos a la obra para explotar las conquistas de Grocio, de Pufendorf, de Cum-
berland, de Leibniz, de Gravina; para que toda Europa y toda la tierra comprendan al
fin que no existe más que un solo derecho del que derivan todos los demás: el derecho
natural… Y serán ensayos, investigaciones, largas explicaciones verbosas; en apariencia,
un oscuro juego de especialistas. Y será en realidad un poderoso esfuerzo, que se sitúa en
el corazón mismo de la vida; un esfuerzo que concuerda con todos los que se intentaron
entonces, y que con frecuencia los domina; un esfuerzo para arrebatar a la divinidad la
ley, organizadora del mundo; la divinidad no conservará el derecho entre sus atributos,
sino en la medida en que no será ya otra cosa que la razón”, en Hazard, P., El pensamiento
europeo en el siglo XVIII, Madrid, Revista de Occidente, 1946, p. 142.
10 Lo que implica asimismo una nueva forma de redacción y presentación del derecho,
así como la justificación de ese nuevo derecho creado, tal como ha expuesto Pacheco Ca-
ballero, F. L., “Retórica, tópica y legislación en el siglo XVIII”, en Iglesia Ferreirós, A.
(ed.), Estat, Dret i Societat al segle XVIII. Homenatge al Prof. Josep M. Gay i Escoda, Bar-
celona, Associació Catalana d’Història del Dret Jaume de Montjuïch, 1996, pp. 479-503.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 329

pirado por una razón superior que no podía errar. Pero tampoco podía
hacerse una anulación global del derecho pretérito. Como en toda época
de transición, se buscó el difícil y precario equilibrio entre aquello que
servía y podía ser todavía de utilidad (instituciones así pensadas y conce-
bidas) y aquello otro que merecía el desprecio más absoluto y la conse-
cuente eliminación del panorama normativo.11 Conservar los cimientos
del edificio, dice el profesor Tomás y Valiente, pero derribar con orden
gran parte de sus paredes.12 Ésa era la finalidad perseguida. Ése era el
destino. El reto era inmenso y no se puede decir que se consiguiese de
una manera triunfal absoluta. Como en toda reforma, hay compromisos
entre lo que se va y lo que se queda o, mejor, entre lo que se quiere sea
expulsado y lo que se quiere permanezca. Realmente fueron más los pro-
yectos que las realizaciones, pero se debe a la mente de los ilustrados las
radiografías más perfectas de los males que aquejaban a la Península
desde épocas anteriores. El derecho antiguo en muy buena medida fue
conservado, pero en estado grave de supervivencia, de permanente enfer-
medad o debilidad, con unas críticas demoledoras y continuadas, ya ini-
ciadas en el siglo XVII,13 si bien no había conseguido la unanimidad
doctrinal, el mismo pronunciamiento en todos los pensadores y juristas
del momento respecto a su papel.14 Y es que ese derecho común era man-
11 Véase Puy Muñoz, F., Las ideas jurídicas en la España del siglo XVIII (1700-
1760), Granada, Universidad de Granada, 1962; y El pensamiento tradicional en la Es-
paña del siglo XVIII (1700-1760), Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1966. Para el
contexto, véase Herr, R., España y la revolución del siglo XVIII, Madrid, Aguilar, 1973 y
Sánchez Agesta, L., El pensamiento político del despotismo ilustrado, Madrid, Instituto
de Estudios Políticos, 1979.
12 Cfr. Tomás y Valiente, F., Manual de historia del derecho español, 4a. ed., Madrid,
Tecnos, 1987, p. 384.
13 Los ejemplos de Saavedra Fajardo, Fernández de Navarrete, Pedro Simón Abril y
Juan de Madariaga, mencionados por Petit, C., op. cit., nota 5, pp. 190-194.
14 Esa pervivencia en ciertos sectores del derecho romano llega por dos vías. Pri-
meramente, en los reinos de la antigua Corona de Aragón, cuyo derecho se conserva
(aunque sin órganos que lo actualicen o revisen), el cuerpo del derecho justinianeo fue
un elemento imprescindible y decisivo para suplir el fosilizado y estéril derecho propio
por la vía interpretativa (con la universidad de Cervera como centro intelectual o los
ejemplos personales de los eruditos José Finestres o Gregorio Mayáns). Por otra parte,
el segundo apoyo al romanismo radica en la tradicional identificación de aquél con el
derecho natural y de gentes, línea que seguirán, entre otros, el citado Mayáns, Fernández
de Mesa, Pérez y López, Berní o Vizcaíno Pérez. Véanse Mayáns y Sicar, G., Epistolario.
IV. Mayáns y Nebot (1735-1742). Un jurista teórico y un práctico, transcripción, notas
y estudio preliminar de Mariano Peset, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1975, pp. IX-
XCVIII; Tomás y Valiente, F., op. cit., nota 12, pp. 386 y 387; Clavero, B., “Leyes de la
330 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tenido por rutina, por tradición y por respeto, pero multitud de aconteci-

China: orígenes y ficciones de una historia del derecho español”, AHDE, núm. 52, 1982,
pp. 209-213, sobre Mayáns y Jovellanos; y Tormo Camallonga, C., “Berní y Catalá, el
derecho común y las universidades”, Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija de es-
tudio sobre la universidad, núm. 3, 2000, pp. 279-316. Son, sin embargo, mayoritarias
las voces críticas, aupadas por el predominio del pensamiento europeo racionalista, que
se enfrentan a la inercia del sistema. Desde los que combaten el derecho romano desde
una perspectiva regalista, en cuanto que aquél aparece como negación del poder del rey
o restricción-limitación del mismo, hasta aquellos otros que, partiendo de la ecuación
derecho romano = derecho natural, entendían que podía prescindirse de su estudio y
que bastaba simplemente emplear las luces de la razón para la consecución del objetivo
último del conocimiento jurídico y mejorarlo en la medida de lo posible. No obstante, el
objeto principal de las críticas vino determinado por las prácticas perniciosas a las que se
había vinculado el derecho común (citas de autores, nulidad de la construcción jurídica,
repetición de argumentos, vacío del intelecto de cada jurista, etcétera), esos defectos de
la jurisprudencia que habían hecho sonar la alarma mental de autores coetáneos, como
Muratori, Filangieri, Verney o Beccaria, entre otros. Es línea secundada por los pensa-
dores más relevantes del s. XVIII, de nuestra Ilustración jurídica, tales como Macanaz
(auténtico azote del derecho común), Feijoo, Medina y Flores, Cabarrús, Lardizábal,
Foronda, de nuevo Fernández de Mesa, Mora y Jaraba, Meléndez Valdés, Jovellanos (en
menor medida) y Juan Francisco de Castro, autor de la más completa crítica al orden
jurídico de los siglos anteriores. Sobre estos autores, defensores de un derecho “nuevo”,
en lo formal y en lo material, véanse Torres Campos, M., Nociones de bibliografía y
literatura jurídicas de España, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Góngora, 1884,
pp. 259-287; Riaza, R., Historia de la literatura jurídica española, Madrid, Litografía
E. Nieto, 1930, pp. 220 y ss.; Peset, M., “Una propuesta de Código romano-hispano
inspirada en Ludovico Antonio Muratori”, Estudios jurídicos en homenaje al profesor
Santa Cruz Teijeiro, Valencia, Universidad de Valencia, Facultad de Derecho, 1974, t. II,
pp. 217-260; y “Derecho romano y derecho real en las universidades del siglo XVIII”,
AHDE, núm. 45, 1975, pp. 273-339; Clavero, B., “La disputa del método en las postri-
merías de una sociedad, 1789-1808”, AHDE, núm. 48, 1978, pp. 307-334; y “La idea de
Código en la Ilustración jurídica”, Historia, instituciones, documentos, núm. 6, 1979, pp.
49-88; Scholz, J. M., “De camino hacia el templo de la verdad. La crítica de la justicia
en el siglo XVIII español”, Mayáns y la Ilustración. Simposio Internacional en el Bicen-
tenario de la muerte de Gregorio Mayáns, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1981, t. II,
pp. 573-609; y “Aufklärerischer Kodificationsdiskurs”, en Coing, H. (dir.), Handbuch,
cit., nota 4, t. III, 1, pp. 428-438; Truyol y Serra, A., Historia de la filosofía del derecho
y del Estado, t. II: Del Renacimiento a Kant, 3a. ed., Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp.
320-324; Molas Ribalta, P., “Política, economía y derecho”, en Aguilar Piñal, F. (ed.), Hi-
storia literaria de España en el siglo XVIII, Madrid, Trotta, 1996, pp. 915-963; Coronas
González, S. M., “La literatura jurídica española en el siglo XVIII”, en Alvarado Planas,
J. (ed.), Historia de la literatura jurídica en la España del Antiguo Régimen, Madrid,
Marcial Pons, 2000, vol. I, pp. 527-574, con abundantes datos bibliográficos y biográ-
ficos sobre los principales juristas del XVIII; y Peces-Barba Martínez, G., Fernández
García, E. y De Asís Roig, R. (dirs.), Historia de los derechos fundamentales, t. II: Siglo
XVIII, 3 vols., Madrid, Dykinson, 2001, en concreto la colaboración de Martínez Neira,
M., “La Ilustración (jurídica) española”, en ibidem, t. II, vol. I, pp. 381-437.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 331

mientos habían determinado su decadencia. Frente a la renovación que


campaba por Europa, primero con el Humanismo de raíz francesa, luego
con el derecho natural de sesgo racionalista y el pensamiento axiomático-
sistemático de Leibniz y de Wolff, los juristas hispánicos seguían aferra-
dos a estilos propios del Medievo, sin innovaciones, sin cambios, mane-
jando los mismos modos de actuar que sus predecesores medievales, con
una ortodoxia tal en el método que no era sino trasunto de la ortodoxia
intelectual que aprisionaba el solar hispánico.15 El vendaval del pensa-
miento racionalista apenas había logrado soplar en una España dominada
desde el punto de vista intelectual por la Inquisición y, con ella, por el
dogma. La continuidad era garantía de la pervivencia de toda una orde-
nación política y social, en el derecho como en otros campos. Continui-
dad que parece pasar por un mal momento, dada la separación abismal
15 Hay excepciones, como la universidad de Salamanca, en donde algunos profesores
aislados comenzaron a manifestar y expresar su preocupación docente por el derecho real
o nacional, de suerte tal que, además de las exposiciones del cuerpo justinianeo, realizaban
en sus clases lecturas extraordinarias que versarían acerca de instituciones jurídicas bási-
cas con eventual participación de jueces y abogados. Ejemplo de esa tradición salmantina
que se servía del Corpus como plataforma de una doctrina, el derecho regio como norma
y la decisión judicial como práctica y realidad del derecho, véase sobre estas cuestiones,
Peset, M., “Método y arte de enseñar leyes”, Doctores y escolares. II Congreso Interna-
cional de Historia de las Universidades Hispánicas. Valencia, 1995, Valencia, Universi-
tat de València, 1998, t. II, pp. 253-265; y, sobre todo, Alonso Romero, M. P., “Theoria y
praxis en la enseñanza del derecho: tratados y prácticas procesales en la universidad de
Salamanca a mediados del siglo XVI”, AHDE, núm. 60, 1991, pp. 447-551; “Del amor
a las leyes patrias y su verdadera inteligencia: a propósito del trato con el derecho regio
en la universidad de Salamanca durante los siglos modernos”, AHDE, vol. 67, núm. I,
1997, pp. 529-549; “Lectura de Juan Gutiérrez (c.1535/1540-1618), un jurista formado
en Salamanca”, Initium. Revista Catalana d’Història del Dret, núm. 2, 1997, pp. 447-
484; “A propósito de lecturae, quaestiones y repeticiones. Más sobre la enseñanza del
derecho en Salamanca durante los siglos XVI y XVII”, Las universidades hispánicas:
de la Monarquía de los Austrias al centralismo liberal. V Congreso Internacional de
Historia de las Universidades Hispánicas. Salamanca, 1998, Salamanca, Universidad
de Salamanca, Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Turismo, 2000, t.
I, pp. 61-73; y “Ius commune y derecho patrio en la Universidad de Salamanca durante
los siglos modernos. Trayectoria docente y métodos de enseñanza de Antonio Pichardo
Vinuesa, Juan de Solórzano Pereira, Francisco Ramos del Manzano y José Fernández de
Retes”, en Salustiano de Dios, Javier Infante y Torijano, Eugenia (coords.), El derecho y
los juristas en Salamanca (siglos XVI-XX). En memoria de Francisco Tomás y Valiente,
Salamanca, Ediciones Universidad, 2004, pp. 43-148. La propia autora apunta, no obs-
tante, el declive de esta práctica en el siglo XVII por la propia dificultad del método y la
ausencia de los catedráticos de antaño, perfectos conocedores del derecho común y del
derecho propio, que había hecho posible esa fusión de estilos.
332 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

que se está abriendo entre el derecho formalmente considerado y la prác-


tica materialmente realizada. Los “estilos” de ciertos órganos han dado
paso a una ubicación secundaria del derecho común. Hay una práctica
que se separa, por tanto, del derecho dominante. Aparecen así algunos
escritores que se apartan del recto camino romano-canónico, que aportan
ciertas tímidas innovaciones a la construcción de un nuevo edificio jurí-
dico. Se trata de aquellos autores de “prácticas procesales”, cuyo público
no estaba compuesto por los eruditos profesores de las aulas universita-
rias, ni por los estudiantes deseosos de cargos en la complicada burocra-
cia de la época, sino por toda una pléyade de operadores jurídicos (desde
escribanos a jueces legos, pasando por consejeros, oidores, alcaldes y
corregidores), que carecían de formación universitaria y cuyos conoci-
mientos del derecho se limitaban a la práctica que conocían y desarrolla-
ban los órganos del Estado y los diferentes tribunales. Si bien pudieron
continuar empleándose las clásicas obras de Suárez de Paz, Villadiego o
Hevia Bolaños, autores dependientes de la doctrina y de las construccio-
nes del derecho común, lo cierto es que en la segunda mitad del XVIII
surgen una nuevas “prácticas” en las que se detecta una independencia de
criterio frente al derecho común que ya no es mencionado con la proliji-
dad de antaño.16 Lo que se cuenta, lo que se narra, lo que se expone es ya
16 Las prácticas y curias son, en ocasiones, simples formularios desprovistos del
aparato de citas del derecho común (aquí una de sus principales notas características),
movidas esencialmente por una finalidad informativa y de elemental sistematización,
centradas en el derecho procesal y en su universo de acciones, excepciones y fórmu-
las tomadas de la actuación de los diferentes tribunales de la Monarquía hispánica. Su
meta: completar y aclarar el panorama procesal de jueces, abogados, procuradores y
escribanos, aportando un poco de claridad o de luz sobre una práctica que los años de
estudio no habían conseguido siquiera mínimamente abordar. Son los casos de Elizondo,
F. A., Practica universal forense de los tribunales superiores de España y de las Indias,
Madrid, Imprenta de Don Pedro Marín, 1770-1789; Vizcaíno Pérez, V., Tratado de la
jurisdicción ordinaria para direccion, y guia de los alcaldes de los pueblos de España,
Madrid, Joachin Ibarra, 1781; Álvarez Posadilla, J., Práctica criminal por principios o
modo y forma de instruir los procesos criminales en sumario y plenario de las causas
del oficio de justicia, Madrid, Imprenta de la viuda de Ibarra, 1796; Marcos Gutiérrez,
J., Práctica criminal de España, Madrid, Oficina de Don Benito García y Compañía,
1804-1806; y Vilanova y Mañés, S., Materia criminal forense o tratado universal teórico
y práctico de los delitos y delincuentes en género y especie, para la segura y conforme
expedición de las causas de esta naturaleza, Madrid, Imprenta de Tomás Alban, 1807.
A estas “prácticas”, hay que sumar las grandes colecciones normativas que ponían de
manifiesto el carácter incompleto de las recopilaciones existentes ante la fugacidad del
derecho, enciclopedias debidas, entre otros, a José Febrero (Librería de escribanos o ins-
trucción jurídica teórico-práctica de principiantes, entre 1769 y 1790), Antonio Xavier
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 333

el modo de actuar de los tribunales, juzgados y jueces actuales, desde una


perspectiva realista y cotidiana, despojada del ropaje jurídico antiguo,
desnuda de derecho común. Los libros describen ahora la verdadera vida
del derecho, sin concesiones a ordenamientos ajenos al nacional. Se bus-
ca lo que es realmente práctico, útil para la formación y adiestramiento
de los cuadros jurisdiccionales y burocráticos, lo que se viene aplicando,
y se elude aquello que no aportará sino mayor confusión al obrar de aque-
llos operadores del derecho. Libros, por otro lado, elementales, de escaso
nivel intelectual, pensados para un público especializado de bajo perfil
educativo. Libros vulgares, si se permite la expresión, pero libros nece-
sarios. Falta la libertad creadora, las ideas se empobrecen y corrompen,
se escribe de un modo periodístico para informar de lo que se practicaba
y no para formar: descripciones de modos de actuar, transcripciones de
escritos plurales. Poco más. La formación teórica, la que proporcionan
las universidades, y la formación práctica, aquella que es suministrada
por los órganos erigidos en “señores del derecho”,17 trasuntos del poder
jurisdiccional del rey, divergían absolutamente y ese divorcio se ve acom-

Pérez y López (Teatro de la legislación universal de España e Indias, entre 1791 y 1798),
Marcos Gutiérrez (Librería para abogados y jueces, de nuevo reformada, en 1801), Az-
nar y Notario (Febrero Reformado, en 1817 y 1825), o Eugenio Tapia (Febrero Novísimo,
en 1828). Sobre esta literatura, véase Coing, H. (dir.), Handbuch, cit., nota 4, 1976, t. II,
2, pp. 228 y ss. y pp. 1.271 y ss. (= con traducción en Pérez Martín, A. y Scholz, J. M.,
Legislación y jurisprudencia en la España del Antiguo Régimen, Valencia, Universidad
de Valencia, Secretariado de Publicaciones, 1978); Montanos Ferrín, E., “Notas sobre la
práctica jurídica gallega en el siglo XVIII”, AHDE, núm. 52, 1982, pp. 711-731; Gibert, R.,
Historia general del derecho español, Madrid, M. Huerta, 1981, pp. 256 y ss.; y Ciencia
jurídica española, Granada, Imprenta de Francisco Román, 1983, pp. 24 ss.; Molas Ribal-
ta, P., “Política, economía y derecho”, op. cit., nota 14, pp. 955-958; Coronas González,
S. M., “La literatura jurídica española en el siglo XVIII”, op. cit., nota 14, pp. 534 y ss.,
y Martínez Neira, M., “La Ilustración (jurídica) española”, cit., pp. 390 ss.
17 Tomamos la expresión de A. Paterson a través de R. C. Van Caenegem, I signori
del diriito. Giudici, legislatori e professori nella storia europea, Ascheri, Mario (ed.),
Milán, 1991. Partiendo de una premisa básica, p. 62 (“Chi controlla il diritto controlla
la società”), tres son los ejemplos dibujados por el historiador europeo, encarnación de
ese señorío o dominio sobre el derecho: el legislador, el juez y el jurista. El predominio
del primero corresponde al Estado liberal decimonónico, mientras que la dualidad juez-
jurista obedece a motivos de corte político, en p. 82: un poder fuerte y unido, centralizado
y homogéneo, crea las condiciones para que se forme un legislador nacional y potentes
tribunales centrales, mientras que si ese poder es débil o goza de escaso prestigio, la
ausencia de órganos legislativos y judiciales, su papel irrelevante e incapaz de dominar
el mundo jurídico, genera un vacío que es rellenado por los juristas, por la doctrina y por
los profesores. Es éste el diagnóstico del derecho común.
334 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

pañado de otra serie de obras que se centrarán en la práctica de los prin-


cipales instrumentos de gobierno de la monarquía.18 La separación entre
las aulas y el foro se hacía inminente, y, precisamente por inminente, in-
sondable e irrecuperable. No había posibilidad alguna de salvar la aplica-
ción práctica del derecho común. En consecuencia, el cambio vendría
asimismo requerido desde el foro por la exigencia de concordar y hacer
uno solo los dos caminos antitéticos referidos: una docencia enquistada
en los textos romano-canónicos, de los cuales partían sutilezas y disqui-
siciones absurdas, complejas y complicadas que conducían a ninguna
parte, frente a una práctica, cultivada por autores con la formación ante-
rior, más conscientes de que la vida de los tribunales y de los consejos
caminaba por otros derroteros, ajenos al universitario. Una primera labor
docente e intelectual, transmisora de saberes antiguos, vinculada al dere-
cho común; una segunda dirección, eminentemente práctica, ligada al
derecho real y a los estilos, usos y modos plurales de actuación de la
justicia y del gobierno. Un mundo ideal frente a un oscuro y proceloso
mundo real que extendía sus efectos nocivos hacia los nuevos operadores
del derecho que salían de las universidades, bastante numerosos, los cua-
les se hallarían de inmediato perdidos y despistados ante el panorama que
se encontraban de frente: un mundo jurídico que nada tenía que ver con
el mundo estudiado. No olvidemos que muchos títulos de la literatura
jurídica aluden precisamente a esa idea de guía, de consuelo o de orien-
tación (obras que reclaman para sí la condición de “laberintos” o “nor-
tes”, metáforas de la complejidad del derecho que los autores tratan de
simplificar por medio de una planificación lógica en toda la maraña nor-

18 No se enseñaba el derecho práctico, ni se indicaba cómo operar ante los órganos


jurisdiccionales, ignorancia que afectaba a los sujetos pasivos de los procesos y a las pro-
pias autoridades. Se trataba de descripciones, más o menos realistas, de papeles y modos
de presentarlos, con un formalismo a ultranza, formas de relación con las autoridades
más que de impetración de su conducta. A modo de ejemplo, entre otros, Santayana y
Bustillo, L., Gobierno político de los pueblos de España, y el corregidor, alcalde y juez
en ellos, Zaragoza, Imprenta de Francisco Moreno, 1742; Guardiola y Sáez, L., El co-
rregidor perfecto y juez dotado de las calidades necesarias y convenientes para la recta
administración de justicia, Madrid, Imprenta y Librería de A. López, 1785; y Escolano
de Arrieta, P., Práctica del Consejo Real en el despacho de los negocios consultivos,
instructivos y contenciosos: con distinción de los que pertenecen al Consejo pleno, o a
cada sala en particular: y las fórmulas de las cédulas, provisiones y certificaciones res-
pectivas, Madrid, Imprenta de la viuda e hijo de Marín, 1796. Sobre estos trabajos, véase
Baena del Alcázar, M., Los estudios sobre administración en la España del siglo XVIII,
Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1968.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 335

mativa y doctrinal existente para acabar con la selva jurídica). Ello pro-
vocaría otro efecto colateral, cual sería la desconfianza, el recelo y la
crítica, velada o abierta, de los posibles clientes ante esa ignorancia que
los abogados mostraban, que acentúa la sátira aguda y afilada hacia la
labor de los juritas prácticos. Se origina toda una retahíla de poemas, le-
trillas y demás ingenios literarios, cuya continuidad en el siglo XIX hará
nacer el ejemplo aquí estudiado. El desfase entre ambas tendencias era
evidente y trata de ser paliado mediante el empleo de varios recursos, de
entre los cuales merece destacarse la pasantía, ya realizada en los despa-
chos de los abogados, ya en las famosas academias prácticas, dependientes
de la propia universidad o externas a la misma.19 Allí los jóvenes estudian-
tes leerían los tratados prácticos, las leyes y ordenamientos patrios, las or-
denanzas de las audiencias más próximas o donde podrían desempeñar
sus funciones, examinarían conjuntos armónicos de pleitos, fórmulas,
provisiones y escritos, que los convirtiesen en verdaderos adalides del
derecho realmente empleado, esto es, en conocedores de formularios por
los cuales encauzar el derecho vivo. El vacío entre el derecho enseñado y
el derecho practicado se supera en la vida real con la interposición de un
nuevo eslabón burocrático, pseudo-universitario, cuya función primor-
dial estribaba en hacer que los juristas ya formados abandonasen la nor-
mativa romano-canónica de la que partían y se sumergiesen en las com-
plejidades del derecho regio, creado por el monarca y modulado e
interpretado por los diferentes niveles o aparatos aplicativos del derecho,
desde los consejos hasta las audiencias y chancillerías, pasando por todas
las autoridades inferiores. Se buscaba así estudiar, conocer aunque fuese
en forma mínima, el derecho verdaderamente aplicado con sus formula-
rios procesales, sus escritos, la preparación de intervenciones orales, et-
cétera. Estaba claro que el sistema universitario hacía aguas, no servía

19 Como ha destacado Bermejo, las academias nacen impulsadas unas veces por la pro-
pia universidad (caso de Salamanca) y otras, las más, por la iniciativa individual “a base
de juntarse un grupo de profesionales y formar una especie de asociación que, cuando la
ocasión lo permitiera, sería elevada la categoría de Academia, formalmente reconocida,
tras cumplir una serie de trámites ante el Consejo de Castilla, que daría su aprobación
final”, en Bermejo Cabrero, J. L., “La Academia de derecho civil y canónico en el siglo
XVIII”, AHDE, núm. 52, 1982, p. 649. Más en profundidad, del mismo, “La enseñanza
del derecho español en el siglo XVIII”, Derecho y administración pública en la España
del Antiguo Régimen, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Centro
de Estudios Históricos, 1985, pp. 143-187. Las academias destacan por su variedad: las
hay estivales, prácticas, disertadoras, especializadas en derecho privado o en derecho
público, en latín o en castellano, etcétera.
336 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

para la vida práctica, ni estaba dotado de las fuerzas suficientes para en-
cauzarlo hacia sus propios intereses como había sucedido en el Medievo
(donde el papel de los juristas prácticos para la inserción del derecho
común había sido decisivo). El cambio era una exigencia y el protector
supremo de los intereses del Estado, el rey debía actuar en este sentido,
como modo de tutelar los intereses de todos y de cada uno de sus súbdi-
tos, pero también como modo de afirmar su creciente poderío. La crisis
del derecho común había venido provocada no sólo por el egocentrismo
de los reyes, un factor externo, en suma, quienes veían en aquel orden
jurídico a un rival que hay que batir y suplantar, sino también por un
factor interno, el cual responde a los postulados esenciales a los que debe
servir todo orden jurídico: un alejamiento de la sociedad y de sus necesi-
dades, demandas y circunstancias, fruto de la cada vez mayor compleji-
dad que adquiría la vida colectiva, y la consolidación de una sólida má-
quina de poder estatal, para cuyo funcionamiento no servía la regulación
clásica, convencional, sino que era precisa la forja de todo un aparato
alternativo basado en la experiencia y no en la pretendida ciencia que el
derecho romano traía consigo. La respuesta para hacer frente a esta dua-
lidad de intenciones se halla en la reivindicación del derecho propio, des-
de una postura ciertamente nacionalista, en su posicionamiento como
elemento indiscutible y esencial de toda la vida jurídica, desde el nivel
docente hasta la superior aplicación práctica del mismo, por entenderse
que solamente desde el conocimiento concreto de las necesidades era
posible establecer el derecho que la sociedad precisaba exactamente. En
esa dirección van a caminar los intereses de los monarcas y de sus minis-
tros reformistas.
La voluntad regia, centro del nuevo universo jurídico, sin embargo,
no contaba con el placet favorable de todas las instancias implicadas.
Sus deseos se podían ver entorpecidos precisamente en la base de todo
el edificio jurídico: en las instancias educativas y formativas. Se quería el
cambio, pero no todos estaban por la labor. De entre esas instituciones
mencionadas, las universidades (y su tradicional autonomía por depender
del papado o de la Iglesia, con numerosos ejemplos peninsulares) y el
partido colegial (perfectamente imbricado en la estructura burocrática
que proporcionaba de inmediato trabajo a los estudiantes, recién fina-
lizadas sus carreras respectivas), constituían el escollo más dificultoso.
No todo eran oposiciones, pues el aire de reforma era sentido cada vez
con una mayor intensidad. La vida práctica forense había ido dando paso
a un mayor reflejo y aceptación del derecho nacional o patrio y de otras
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 337

nuevas disciplinas jurídicas de difícil encaje como el derecho natural y


de gentes. El terreno del reformismo estaba, pues, abonado. La lucha no
era tanto entre órdenes jurídicos, con sus ventajas e inconvenientes, sino
entre tendencias intelectuales a favor y en contra de la innovación.20 Y
20 Véase Sempere y Guarinos, J., Historia del derecho español, Madrid, Imprenta de
González y Vicente, 1847, pp. 541 y ss.; De la Fuente, V., Historia de las universidades,
colegios y demás establecimientos de enseñanza en España, 2 ts., Madrid, Imprenta de la
viuda e hija de Fuentenebro, 1884; Riaza, R., “El derecho romano y el derecho nacional
en Castilla durante el siglo XVIII”, Revista de ciencias jurídicas y sociales, núm. 12,
1929, pp. 104-124; García-Gallo, A., Curso de historia del derecho español, 5a. ed.,
Madrid, Graf. Administrativa, 1950, t. I, pp. 347 y ss.; Manual de historia del derecho
español, 9a. ed., Madrid, AGESA, 1984, t. I, pp. 105 y ss. y pp. 316 y ss.; y “Las fuentes
legales vigentes a comienzos del siglo XIX”, Anales de la Real Academia de Jurispru-
dencia y Legislación, núm. 19, 1988, pp. 10-34; Puy Muñoz, F., Las ideas jurídicas en
la España del siglo XVIII (1700-1760), Granada, 1962, pp. 139 y ss.; Jiménez, A., La
Universidad española, Madrid, Alianza Editorial, 1971, pp. 253 y ss.; Peset, M. y Peset,
J. L., La Universidad española (siglos XVIII-XIX). Despotismo ilustrado y revolución
liberal, Madrid, Taurus, 1974, pp. 283-309; Peset, M., “La formación de los juristas y su
acceso al foro en el tránsito de los siglos XVIII a XIX”, Revista General de Legislación
y Jurisprudencia, vol. LXII, núm. 5, mayo de 1971, pp. 605-672; “Derecho romano y
derecho real en las universidades del siglo XVIII”, AHDE, vol. XLV, 1975, pp. 273-339;
y “Spanische Universität und Rechtswissenschaft zwischen aufgeklärtem Absolutismus
und liberaler Revolution”, Ius Commune, vol. VI, 1977, pp. 172-201; Clavero, B., “Leyes
de la China: orígenes y ficciones de una historia del derecho español”, AHDE, núm. 52,
1982, pp. 193-221; Álvarez de Morales, A., La Ilustración y la reforma de la Universi-
dad en la España del siglo XVIII, Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública,
1988; Coronas González, S. M., Ilustración y derecho. Los fiscales del Consejo de Cas-
tilla en el siglo XVIII, Madrid, Ministerio para las Administraciones Públicas, 1992, pp.
63 y ss.; y “Las leyes fundamentales del Antiguo Régimen (notas sobre la Constitución
histórica española)”, AHDE, núm. 65, 1995, pp. 127-218 (ahora en Estudios de Historia
del Derecho Público, Valencia, Tirant lo Blanch, 1998, pp. 177 y ss.); Rodríguez Ennes,
L., “A loita entre a tradición e a innovación nas Facultades de Dereito no século XVIII”,
Dereito. Revista Xurídica da Universidade de Santiago de Compostela, vol. 3, núm. 2,
1994, pp. 47-78; Gil de Zárate, A., De la instrucción pública en España, ed. facsímil,
Oviedo, Pentalfa, 1995, t. I, pp. 52 y ss.; Martínez Neira, M., “Despotismo o Ilustración.
Una reflexión sobre la recepción del Almici en la España carolina”, AHDE, núm. 66,
1996, pp. 951-966; Bouzada Gil, M. T., “Aportaciones acerca de la práctica procesal
gallega en el siglo XVIII. El manuscrito 147 de la Biblioteca Universitaria de Santiago”,
Dereito. Revista Xurídida da Universidade de Santiago de Compostela, vol. 10, núm.
2, 2001, pp. 7-52; Vallejo, J., “De sagrado arcano a constitución esencial. Identificación
histórica del derecho patrio”, en Fernández Albadalejo, P. (ed.), Los Borbones. Dinastía
y memoria de nación en la España del siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons, Casa de Ve-
lázquez, 2002, pp. 423-484; y Pérez-Prendes, J. M., Historia del derecho español, 9a. ed.
revisada, Madrid, Universidad Complutense, Facultad de Derecho, Servicio de Publica-
ciones, 2004, t. II, pp. 1.452 y ss.
338 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

la universidad era la principal enemiga. Así lo puso de relieve en su día


Richard L. Kagan: más que frenos externos, la resistencia procedía del
propio entramado educativo, reacio al pecado de la innovación. 21 Falta-
ba remover ese componente para que la tendencia viciosa de los siglos
anteriores se invirtiera a favor, claro está, del poder regio y del derecho
que lo acompañaba. Como ha destacado Mariano Peset, a modo de jus-
tificación de esa tolerancia hacia los supremos entes de educación del
antiguo régimen,

las universidades están fuera del poder real en buena parte y su tradi-
ción las muestra seguras y afincadas en el derecho romano. Conservan
sus viejos saberes. Los colegiales las dominan, al menos las más impor-
tantes, y nutren los puestos más altos de la burocracia. De otro lado, no
afectan radicalmente al poder real; no existe —hasta épocas más tardías—
un enfrentamiento entre el romanismo y la legislación propia; aquellos
mismos colegiales que suben a los consejos, a pesar de su primera inex-
periencia, aplican la ley regia, aun cuando se envuelva en romanismo para
completarla. Y, en todo caso, las zonas del derecho público y administra-
tivo —podríamos decir con terminología más reciente— se resuelven en
normas patrias, en el arbitrio del rey y sus consejos, en unas fidelidades
ineludibles al monarca. El núcleo del poder no se ve nunca afectado por la
aplicación del derecho romano.22

La situación es grave, pero no preocupante desde la óptica del poder


regio que puede tolerar esas desviaciones, esos extremismos a los que se
ha llegado. Pero el deseo de cambio auspiciado desde lo alto por un re-
formismo y un antirromanismo que parecen ser elementos esenciales del
programa ilustrado, van pergeñando la ruta que se iniciará por medio de
varias tentativas sucesivas. Las presiones en las alturas acaban por con-

21 Cfr. Kagan, R. L., Universidad y sociedad en la España moderna, Madrid, Tecnos,


1981, p. 206: “No están claras las causas del estancamiento del plan de estudios univer-
sitario tras el periodo de cambio e innovación del siglo XVI. La Inquisición, temerosa de
las influencias heréticas, tuvo parte de culpa, pero fue más significativo el espíritu gene-
ral de los tiempos: la innovación en todos los caminos de la vida era reprobada y difícil
de introducir cualesquiera que fuesen las ventajas del cambio… La naturaleza inmutable
del plan de estudios universitario en los siglos XVII y XVIII puede, por tanto, atribuirse
mejor que a cualquier fuerza externa tal como la Inquisición o al supuesto aislamiento
intelectual de España con respecto al resto de Europa, a las ideas y aspiraciones de los
propios profesores universitarios”.
22 Cfr. Peset, M., “Derecho romano y derecho real”, cit., nota 14, p. 327.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 339

vencer al monarca de que la solución absolutista pasa por una necesaria


intervención en todos los campos, ninguno de los cuales puede quedar al
margen del sólido poder de un Estado en su máxima expresión. Pero aquí
se hallaban los principales escollos: sectores hostiles al cambio, perso-
najes y grupos reaccionarios, rigidez escolástica, escasa sensibilidad de
numerosos claustros a la innovación y a disciplinas de tipo experimental,
combinado con el abigarrado conjunto de privilegios (pontificios, epis-
copales, regios, municipales, etcétera) que presentaba la institución uni-
versitaria, determinaron el fracaso en primera instancia de los intentos de
modificar el panorama de los estudios. Fracaso que se gestó y que vino
motivado precisamente por el propio estamento de los docentes, los más
refractarios a la modificación de un estilo de trabajo convencional. Fra-
caso que, sin embargo, no implicó ni la rendición, ni la claudicación del
poder real y de los pensadores reformistas.
La reforma no podía ser radical y tampoco revolucionaria. El camino
a recorrer para la exaltación final del derecho regio pasaba por tres fa-
ses o etapas ineludibles, si se quería que el salto en el espacio no fuese
mortal: una primera, de cohabitación para eludir la ruptura traumática, es
decir, el estudio de ambos derechos, tratando de fijar las concordancias y
diferencias entre el romano y el nacional; una segunda etapa, en la cual
se pasaría al estudio directo de los textos legales patrios y, una tercera,
implicaría ya la elaboración de manuales en los que se realizasen exposi-
ciones de conjunto, globales, de las leyes nacionales.23 La misma reivin-
dicación, en una medida menos intensa, se va a predicar en relación con
el derecho canónico y la búsqueda de una cierta coexistencia pacífica
con un pretendido derecho nacional canónico-hispánico, tema que no nos
ocupa porque la virulencia de tal enfrentamiento no fue parangonable a
la lucha con Roma. El proceso se iniciará siguiendo este esquema ideal
trazado en tres momentos sucesivos, aunque un problema surgía a la hora
de proceder a la clara identificación de ese derecho patrio que se debatía
en el positivo y el histórico, es decir, entre un derecho que pugnaba por
hacerse un hueco dentro de los compendios legislativos al uso, por ser
aplicado y un derecho que, al mismo tiempo, no podía negar, ni ocultar su
procedencia medieval en muchos casos. Lo primero que había que hacer,
una vez obtenido el triunfo, era recuperar, reformular y sistematizar ese
derecho de tradición histórica porque nada se había hecho al respecto. No
se había cultivado como tal, salvo contadas excepciones, el conocimiento

23 Ibidem, p. 325.
340 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

científico de lo histórico-jurídico, precisamente porque ambos elementos


eran indisociables, esto es, todo lo histórico era jurídico y viceversa, sin
cortes, ni cesuras. La historia se mostraba aquí como elemento preciso
para contribuir al conocimiento del propio derecho presente a través de
una mirada inquisitiva hacia el pasado, que aún no lo era absolutamente.
Se ha admitido el derecho nacional, por lo que se impone investigar cuál
es aquél. Siguen las fases del proceso expuesto que atravesarán tres eta-
pas como ya mencionamos.
En el mismo año de gracia de 1713, de nuevo merced a los impulsos
de Macanaz, se intentó que las universidades introdujeran en sus planes de
estudios la enseñanza del derecho regio, pero el deseo de inmovilidad
de aquéllas provocó la falta de efectos prácticos de la drástica medida. 24
Habrá que esperar nuevos tiempos, más calmados, dotados de un mayor
sosiego y de una mayor paz académica. La intención, sin embargo, no
se paraliza: en el año 1741, es Felipe V el que da el paso. A través de un
Auto Acordado de 29 de mayo, disponía la posibilidad de que se compa-
tibilizasen los estudios de ambos derechos, sin que ninguno de ellos, por
24 “Informe sobre que se enseñen y lean en las universidades las Leyes del Reino”,
27 de noviembre de 1713, tomado de Aguilar Piñal, F., Los comienzos de la crisis uni-
versitaria en España, Madrid, El Magisterio Español, 1967, pp. 167 y 168: “Porque
en las universidades de estos reinos se atiende sólo a enseñar el derecho común de los
romanos y habiéndose en otros tiempos leído en ellas las leyes de estos reinos, se ven
ahora con desprecio, y criándose la juventud con esta educación, aun cuando se hallan
en ministerio es poco el amor y cariño que les tienen, de que resulta que del fuero juzgo
apenas hay quien haga memoria; el Fuero Real de España rara o ninguna vez se ve ni
estudia, y las leyes de las Partidas están en la mayor parte olvidadas y casi del todo des-
preciadas; el Ordenamiento Real y Leyes de Toro se hallan casi en el mismo desprecio; la
Nueva Recopilación, Ordenanzas de las Chancillerías y Audiencias, Autos acordados del
Consejo, Alcabalatorio, condiciones de millones, leyes de la Mesta, Pragmáticas y otras
innumerables leyes de la recopilación de Indias, Estatutos de Ordenes militares y fueros
particulares de los Reinos y provincias, se estudian sólo en el caso y la necesidad, y no
según los principios y con las reflexiones que en ellas deben hacerse… Propone el Fiscal
General, en nombre de S. M., que se vote en el Consejo que las cátedras establecidas
en las universidades y en que sólo hay permiso por la ley para leer en ellas el derecho
común, se asignen principalmente de aquí en adelante para leer en ellas aquellas leyes
por las cuales se deben determinar los pleitos en estos reinos, a fin de que la juventud
se instruya en ellas”. También en Coronas González, S. M., Ilustración y derecho. Los
fiscales del Consejo de Castilla en el siglo XVIII, cit., nota 20, pp. 113 y 114. Un ejemplo
de esa enconada resistencia al cambio lo hallamos en Campos y Fernández-Sevilla, F. J.,
“Memorial a Felipe V. La universidad de Alcalá solicita, a principios del siglo XVIII, se
mantenga la enseñanza del derecho común (Real Biblioteca del Monasterio del Escorial,
Ms. J-II-3, 163-169 v.”, Estudios en recuerdo de la profesora Sylvia Romeo Alfaro, Va-
lencia, Universitat de València, 1989, t. I, pp. 211-223.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 341

tanto, fuese eliminado de la vida universitaria. El derecho regio sería ex-


plicado, pues, en función, a la luz o como apéndice del derecho romano.
El monarca fijaba ese criterio de transacción en los términos siguientes:

En diferentes tiempos, i en especial desde el año de 1713, se ha tratado,


assi por ordenes de su Mag. como del Consejo, en razon de que en las
Escuelas de las Universidades mayores de España, i tambien en las me-
nores, en lugar del Derecho de los Romanos, se restableciesse la lectura,
i la explicación de las leyes Reales, assignando Cátedras, en que precisa-
mente se uviesse de dictar el Derecho Patrio, pues por él, i no por el de
los Romanos deven substanciarse, i juzgarse los pleitos; i considerando el
Consejo la suma utilidad, que producirá à la juventud aplicada al estudio
de los Canones, i Leyes, se dicte, i explique tambien, sin faltar al Estatu-
to, i assignacion en sus Cátedras los que las regentaren, el Derecho Real,
exponiendo las leyes Patrias pertenecientes al titulo, materia, ù parágrafo
de la lectura diaria, tanto las concordantes, como las contrarias, modificati-
vas, ù derogatorias; ha resuelto ahora que los Catedráticos, i profesores en
ambos derechos tengan cuidado de leer con el derecho de los Romanos las
leyes del Reino, correspondientes à la materia, que explicaron; lo que se
haga saber à todos los profesores, i explicantes de extraordinario, juntando
el Claustro à este fin, i remitiendo Testimonio de ello.25

De inmediato, una literatura especializada, nacida para cumplimentar


el deseo regio, hace su aparición. Textos que compatibilizan los ordena-
mientos jurídicos referidos, el romano y el patrio, que buscan sus con-
cordancias y sus separaciones.26 Parece haberse logrado un equilibrio.
Pero el poder regio no ceja en su empeño y se quiere algo más. Se perfilan
en el panorama las reformas universitarias de Carlos III.27 En el año 1771,
25 Autos Acordados, cit., nota 8, lib. 2, 1, Auto 3. También en Novísima Recopilación
3, 2, 11, núm. 3.
26 Sobre esta literatura, véase infra.
27 Sobre la labor de Carlos III, véase Peset, M. y Peset, J. L., El reformismo de Carlos
III y la Universidad de Salamanca. Plan General de Estudios dirigido a la Universidad
de Salamanca por el Real y Supremo Consejo de Castilla en 1771, Salamanca, Univer-
sidad de Salamanca, 1969, pp. 55-66; La Universidad española…, cit., nota 20, pp. 85 y
ss.; Álvarez de Morales, A., La Ilustración y la reforma de las universidades en la Espa-
ña del siglo XVIII, cit., nota 20, pp. 131 y ss.; y Peset, M. y Mancebo, P., “Carlos III y la
legislación sobre universidades”, Documentación Jurídica, t. XV, núm. 57, Ministerio de
Justicia. Secretaría General Técnica, enero-marzo de 1988, pp. 7 y ss., en especial, sobre
los planes de las facultades de leyes, pp. 110-120; y, como casos particulares, Pérez-
Estévez, R. M. y González, R. M., “Aspectos de la reforma de la Universidad de Valla-
342 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

el monarca otorga nuevos planes de estudio a las universidades de Va-


lladolid, Salamanca y Alcalá de Henares, a las cuales seguirán en años
sucesivos las de Santiago de Compostela (1772), Oviedo (1774), Gra-
nada (1776) y Valencia (1786), muy similares entre sí, si bien en estas
dos últimas, junto al Seminario de Nobles y los Estudios Reales de San
Isidro de Madrid, se dotan, por vez primera, cátedras de derecho natural.
El carácter de todos ellos es análogo por lo que ahora nos interesa. Hay
uniformidad tras la dispersión de las épocas anteriores: se impone el estu-
dio del derecho real y se procede a la dotación de las correspondientes cá-
tedras, a la vez que se acompaña el sistema educativo de un mayor control
de la colación de grados para elevar la calidad de los estudios tanto desde la
perspectiva docente como discente. Ese derecho nacional, sin embargo,
no se expondrá o se explicará con relación al derecho romano (disciplina
ésta que subsiste en los planes), sino siguiendo el esquema expositivo
que suministran los nueve libros de la Recopilación castellana de 1567.
Se ha hallado una independencia, siquiera en las explicaciones, en la
presentación. A partir de ese instante, por tanto, la enseñanza del derecho
patrio se efectúa de forma directa e inmediata, mediante exposición des-
carnada y en bruto de las propias leyes, sin proceso de depuración con-
ceptual o de sistematización por parte de los mismos juristas. El derecho
tal y como existe, tal y como ha sido compilado. Faltaba el tercer peldaño

dolid. Los gimnasios de Cánones y Leyes”; y González Navarro, R., “Las academias de
jurisprudencia en la reforma de la Universidad Complutense del siglo XVIII”, ambos en
Coloquio Internacional Carlos III y su siglo. Actas, Madrid, Universidad Complutense,
Departamento de Historia Moderna, 1990, t. I, pp. 713-732 y pp. 747-764, respectiva-
mente. El protagonismo reformista corresponde a cuatro grandes políticos del momento:
Olavide, Floridablanca, Jovellanos y, sobre todo, Campomanes. Sobre este último, véase
Risco, A., “L’enseignement du droit en Espagne au XVIIIe siècle: signification de la bi-
bliotèque idéale de Campomanes”, en VV. AA., De l’alphabétisation aux circuits du livre
en Espagne (XVI-XIX siècles). Ouvrage Collectif, París, Éditions du Centre National de
la Recherche Scientifique, 1987, pp. 267-307; y Vallejo García-Hevia, J. M., “Campoma-
nes, la reforma universitaria y el control de la enseñanza en la España de la segunda mitad
del siglo XVIII”, Revista Galega de Administración Pública, núm. 16, mayo-agosto de
1997, pp. 45-148, en especial sobre planes de estudio, pp. 113-148. Sobre el protagonista
de este impulso reformador, véase del mismo autor, los trabajos terriblemente descripti-
vos y faltos de conceptualizaciones jurídicas elementales, La monarquía y un ministro,
Campomanes, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997; y Campo-
manes y la acción administrativa de la Corona (1762-1802), Oviedo, Real Instituto de
Estudios Asturianos, 1998, meros acarreos de datos que, al menos, pueden proporcionar
un fondo sobre el que trabajar.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 343

de la escalera que conduce a la suplantación del orden clásico romano


por el orden nuevo hispánico: la idea de exposición, de sistema, es decir,
la conformación de ese derecho real con arreglo a una cierta ordenación,
elemental, primitiva y rudimentaria, si se quiere, que le otorgase senci-
llez y que facilitase así su estudio por profesores y por alumnos, cosa que
hasta entonces no se había estilado. Era necesaria una cierta “nacionali-
zación” de los manuales para que se centrasen en el propio derecho patrio
y abandonasen referencias exógenas.28 Y ese salto hacia delante lo tienen

28 Hasta ese preciso instante de 1771, la manualística al uso estaba compuesta por
pequeños tratados que comentaban las Instituciones de Justiniano, como los de Toman,
Galtier, Heineccio (los Elementa Iuris Civiles secundum ordinem Pandectarum, Amster-
dam 1731) y, sobre todo, Vinnio (In quatuor libros Institutiones Imperalium comentarius
academicus et forenses, Amsterdam, 1641, con ediciones posteriores en los años 1665,
1726, 1755, 1761, 1767 y 1786, esta última en Valencia; y sus Selectarum iuris quaes-
tionum libri duo, del año 1624) , quien efectuaba en su texto unas concordancias entre
el derecho romano y el derecho holandés que marcaba la senda que debía seguirse en la
Península Ibérica. Bajo la inspiración de esta última obra y con la inserción de referen-
cias al derecho patrio, surgen los comentarios de Tomás Martínez Galindo (Phoenix ju-
risprudentiae hispanicae, sive Instituta hispana, Madrid, Franciscum de Leefdael, 1715),
Antonio de Torres y Velasco (Institutiones Hispaniae practica-theorico Commentatae,
Madrid, Haeredes Joannis Garcia Infanzon, 1735), Berní y Catalá (Instituta Civil y Real:
en donde con la mayor brevedad se explican los SS. de Justiniano y en su seguida los ca-
sos prácticos, según Leyes Reales de España, Valencia, Cosme Grancha, 1745), Fernán-
dez de Mesa (Arte histórica y legal de conocer la fuerza y uso de los derechos nacional y
romano en España. Y de interpretar aquél por éste, y por el propio origen, Valencia, Im-
prenta de la viuda de Jerónimo Conejos, 1747) y la de Maymó y Ribes (Romani et hispani
juris Institutiones ad usum scholae et fori, Joachinum Ibarra, 1777), obras elementales
con un derecho romano, estructurador y dominante, con citas y comparaciones al derecho
real, partidas, diversas recopilaciones y pasajes de autores castellanos. El predominio
de Heineccio y Vinnio, no obstante estos intentos patrios, sigue siendo abrumador y
no pasan de ser saludables intentos de cumplir el mandato regio de 1741, dando tímida
entrada, por vía de comparación y concordancia, al derecho nacional. La persistencia de
los autores alemán y holandés citados en el siglo XIX sigue siendo destacada. Así la obra
de Vinnio es objeto de varias ediciones posteriores: en la edición de 1794 de sus Selecta-
rum iuris quaestionum, se añaden comentarios anteriores para volver a ser reeditadas en
Barcelona en 1835, en 1846-1847 y en 1867, traducido al castellano y “adicionado con
las variantes del derecho español y las diferencias más notables del derecho municipal de
Cataluña”. En el caso de Heineccio, véase García-Gallo, A., “La fuentes legales vigentes
a comienzos del siglo XIX”, cit., nota 20, p. 19, nota 12, con la trayectoria hispánica de
sus obras. Sobre esas “instituciones” que no rompen totalmente con el pasado hispánico
y común, véase Luig, K., “Institutionenlehrbücher des nationalen Rechts im 17. und 18.
Jahrhundert”, Ius Commune, vol. III, 1970, pp. 64-97; “The Institutes of National Law
in the Seventeenth and Eighteenth Centuries”, The Juridical Review, 1972, pp. 193-226;
344 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

que proporcionar los propios juristas nacionales. Con este fin, nacen las
obras más exitosas por el apoyo del poder político que se traduce en su
posterior obligatoriedad como libro de texto: la de los doctores arago-
neses Ignacio Jordán de Asso y Miguel de Manuel Rodríguez, en el año
1771,29 y la del valenciano Juan Sala, en 1803.30 El triunfo del derecho
regio es ahora evidente puesto que se estudia de forma independiente y se
estudia con arreglo a exposiciones asimismo patrias, pero la ruptura no es

Scholz, J. M., “Penser les institutes hispano-romaines”, Quaderni Fiorentini per la Sto-
ria del Pensiero Giuridico Moderno, núm. 8, 1979, pp. 157-178; Peset, M., “L’intro-
duction des manuels d’enseignement dans les Universités espagnoles au XVIIIe siècle”,
en VV. AA., De l’alphabétisation aux circuits du livre en Espagne (XVI-XIX siècles).
Ouvrage Collectif, París, 1987, pp. 163-185; Buigues Oliver, G., “Algunas anotaciones
a la Instituta de Juan Sala y su relación con Vinnio”, Claustros y Estudiantes, Valencia,
Universidad de Valencia, Facultad de Derecho, 1989, t. I, pp. 75-89; Martínez Neira,
M., “Lecturas antiguas y lecturas ilustradas. Una aproximación a los primeros manuales
jurídicos”, Cuadernos del Instituto Antonio de Lebrija de estudio sobre la universidad,
núm. 1, 1998, pp. 143-209; y Álvarez de Morales, A., “La enseñanza del derecho en la
Edad Moderna en España: los libros de texto”, Las universidades hispánicas..., cit., nota
15, t. I, pp. 75-86. Acerca de la difusión de otras ramas del nuevo orden jurídico, sobre
todo, el derecho natural, véase Rus Rufino, S., Historia de la cátedra de derecho natural
y de gentes de los Reales Estudios de San Isidoro (1770-1794). Sobre el problema del
origen de la disciplina derecho natural en España, León, Universidad de León, Secreta-
riado de Publicaciones, 1993; Álvarez de Morales, A., “La difusión del derecho natural y
de gentes europeo en las universidades españolas de los siglos XVIII y XIX”, Doctores y
escolares…, cit., nota 15, t. I, pp. 49-59; y “La enseñanza del derecho natural y de gentes:
el libro de Heineccio”, en Bermejo Castrillo, M. A. (ed.), Manuales y textos de enseñanza
en la universidad liberal. VII Congreso Internacional sobre la Historia de las Universi-
dades Hispánicas, Madrid, Dykinson, 2004, pp. 365-381.
29 Las Instituciones del derecho civil de Castilla aparecen divididas en tres libros
(personas, cosas y acciones), siguiendo la sistemática de las Instituciones de Justiniano
y de Gayo, con amplitud e independencia. El libro primero se dedica al estado civil y
natural de las personas, tutela, curaduría, desposorios, matrimonio, y, más brevemente,
filiación y patria potestad. El libro segundo se ocupa de las cosas, división, dominio y su
adquisición, más donaciones, derechos reales y derecho criminal. El libro tercero es un
compendio de derecho procesal. Además del derecho castellano, eje del trabajo, dedican
algunas páginas al derecho aragonés a modo de contrapunto. Véase Peset, M., “Derecho
romano y derecho real”, cit, nota 14, pp. 332-334.
30 Sala pública inicialmente, en 1779, el Vinnius Castigatus, obra que nace desfasada,
pues la concordancia había dado paso ya en la época de aparición al estudio directo del
derecho patrio; en 1788-1789 aparecen sus Institutiones romano-hispanae ad usum Tiro-
num hispanorum ordinata (sobre las Instituciones de Justiniano) y en 1794 su Digestum
romano-hispanum ad usum Tironum (sobre los Digestos). Su gran obra será la Ilustra-
ción, ya aludida. Véase Peset, M., “Derecho romano y derecho real”, cit., nota 14, pp.
334-338.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 345

absoluta. Hay conciencia histórica (que impide rechazar radicalmente la


tradición), hay conciencia científica (que da cuenta de la importancia del
derecho romano), y hay conciencia de clase (por parte de los estamentos
letrados para impedir un giro copernicano revolucionario en el estado de
cosas, universitario y forense). La combinación de los tres factores que
golpean el interior de los hombres impide tanto la sepultura definitiva
del derecho romano como la elevación de los altares de la única verdad
jurídica del derecho real. Hay armonía, que no es poco. Hay alternativa,
lo cual es bastante. Hay dualidad, a fin de cuentas.
Los planes de estudios ulteriores certifican esta tendencia de exalta-
ción del derecho nacional —nunca exagerada—, sin olvido del derecho
romano —simplemente preterido, marginado, mas nunca desconocido—.
Carlos IV consolida con sus modificaciones a los estudios de Leyes esa
nueva tendencia.31 La reforma del ministro Caballero en 1802, por Reales
Órdenes de 29 de agosto y de 5 de octubre (ésta dirigida a la universidad
de Salamanca, pero instando al Consejo para que se adaptase en todas las
demás), establece la división de los estudios de las facultades de leyes en
diez años: cuatro dedicados al derecho civil romano, cuatro al derecho
real (permitiendo sustituir dos de ellos por el estudio del derecho canóni-
co), y dos de pasantía. El examen del derecho real se efectuaría sobre la
base de las obras de Asso y de Manuel, los nueve libros de la Recopila-
ción y otros histórico-jurídicos, como los de Fernández Prieto y Sotelo,
Lucas Cortés, Fernández de Mesa o el padre Burriel en su conocida carta
a Amaya. El plan de estudios de 1807 reduce esa carrera de leyes a ocho
años: los dos primeros años son formativos e incluyen el estudio de ru-
dimentos del derecho civil romano, con remisión a las obras de Vinnio
y Heineccio, más unas nociones de derecho canónico. Los cuatro años
siguientes se destinaban al derecho real, tomando como referencia las
obras de Asso y de Manuel, las Partidas y la Recopilación. Finalmente,
dos años de formación eminentemente práctica concluían el plan trazado,
con concesiones a la economía política (evidentemente con A. Smith y
J. B. Say, a la cabeza) y a textos jurídicos eminentemente prácticos, caso

31 Véase Peset, M. y Peset, J. L., La Universidad española…, cit., nota 20, pp. 117 y
ss.; y Carlos IV y la Universidad de Salamanca, Madrid, Consejo Superior de Investiga-
ciones Científicas, Instituto Arnau de Vilanova, 1983, pp. 222-224 y pp. 259-268; Álva-
rez de Morales, A., La Ilustración y la reforma…, cit., nota 20, pp. 292 y ss.; y Martínez
Neira, M., “¿Una supresión ficticia? Notas sobre la enseñanza del derecho en el reinado
de Carlos IV”, AHDE, núm. 68, 1998, pp. 523-544.
346 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

de la Curia Philippica de Hevia Bolaños, tratado procesal por antono-


masia.32 Las tornas habían cambiado y era ahora el derecho real el que
tenía la primacía. De la igualación se ha pasado a la preponderancia y
supremacía de las realizaciones jurídicas patrias, pero siempre con mo-
deración. Nuestras leyes y las obras de nuestros juristas reemplazan tras
dura batalla al universo del derecho común consolidado hasta la centuria
anterior.
Pero ¿supuso eso el desplazamiento del mundo romano tanto de la
docencia como de la práctica?, ¿o fue un mero ejercicio de retórica prac-
ticado desde el poder? Sobre el papel sí se produce el destierro de la
romanidad, no obstante ese carácter esencial en la formación del jurista
que le reconocerá Gómez de la Serna a mediados del XIX. La realidad
social, siempre más compleja y alejada de la vida jurídica, demostró lo
contrario, sin estridencias. Aquella cultura jurídica romana denostada,
combatida y criticada logró persistir, en una muestra de encomiable ca-
pacidad de adaptación. Probablemente porque la tradición no se puede
romper de un modo tan sencillo como la simple reforma de los planes de
estudios y, por otro lado, por la necesidad de ese cuerpo jurídico agluti-
nador en una centuria, no lo olvidemos, que careció de un Código Civil
hasta el año 1889 (y sin él, el marasmo normativo carecía de dirección
y de unidad), así como por una cierta legitimación intelectual que viene
dada por la usual equiparación entre el derecho romano y el derecho na-
tural, que facilitaría las cosas. En todo caso, no hay una derrota de Roma,
ni una victoria de la nación y de sus productos jurídicos. Se produce una
continuidad más o menos velada de las antiguas prácticas universitarias.
Será el desarrollo jurídico del siglo XIX el que de forma pausada proceda
a fijar un estado de cosas del que somos herederos hoy en día. Sin estri-
dencias. Una cultura jurídica, la liberal, que se va construyendo de modo
paulatino sobre la base del verbo, de la palabra pronunciada en el foro
(discurso solemne, retórica judicial y extrajudicial, debate parlamentario y
demás), acaso porque la misma era el único medio de afrontar la maraña
legislativa del XIX, la única forma rápida, ágil y eficaz de hallar el hilo y la
salida del laberinto normativo. Un verbo que ha dejado progresivamente de
ser latino y volverse romance, al mismo tiempo que el derecho deja de ser

32 Sobre estas últimas reformas que nos introducen en el periodo estudiado, véase
Peset, M., “La enseñanza del derecho y la legislación sobre universidades durante el rei-
nado de Fernando VII (1808-1833)”, AHDE, núm. 38, 1968, pp. 229-375. Para la reforma
de 1802, pp. 232-234. Para la de 1807, pp. 238-248.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 347

romano y deviene nacional,33 si bien nacional sin códigos, que aparecen


de forma paulatina y así se van sumando a la vida universitaria, ausencia
codificadora (sobre todo, civil) que implica una ordenación precaria del
material jurídico que prácticos y teóricos tratarían de superar.34
Los convulsos años que siguen a la labor de las Cortes de Cádiz y
del incipiente liberalismo,35 así como la restauración del absolutismo
en dos momentos (1814 y 1823) impiden la consolidación de un nuevo
modelo educativo superior para las facultades de leyes. Hay que espe-

33 Sobre el papel de esa palabra echada al aire, selecto y exclusivo, del foro, véase
Petit, C., Discurso sobre el discurso. Oralidad y escritura en la cultura jurídica de la
España liberal. Lección inaugural. Curso académico 2000-2001, Huelva, Universidad
de Huelva, 2000.
34 Una panorámica general de la cultura jurídica de siglo XIX en Álvarez Alonso, C.,
“La legitimación del sistema. Legisladores, jueces y juristas en España (1810-1870 c.
a.) (I)”, Historia Constitucional. Revista Electrónica de Historia Constitucional, núm.
4, junio de 2003, dirección en Internet: http://hc.rediris.es/cuatro/indice.html; y (II), en
ibidem, núm. 5, junio de 2004, dirección en Internet: http://hc.rediris.es/05/indice.html.
Para cuestiones propiamente relacionadas con la codificación, véase Tomás y Valiente,
F., “Aspectos generales del proceso de codificación en España”, Anales de la Real Acade-
mia de Jurisprudencia y Legislación, núm. 19, 1988, pp. 37-60; Clavero, B., “El método
entre infieles o el Código en España”, Quaderni Fiorentini per la Storia del Pensiero
Giuridico Moderno, núm. 20, 1991, pp. 271-317; Petit, C., “El Código inexistente (I).
Por una historia conceptual de la cultura jurídica en la España del siglo XIX (1)”, Anua-
rio de Derecho Civil, octubre-diciembre de 1995, t. XLVIII, fasc. IV, pp. 1.429-1.465; y
“El Código inexistente (II). Por una arqueología de la civilística española (1)”, Anuario
de Derecho Civil, octubre-diciembre de 1996, t. XLIX, fasc. IV pp. 1.415-1.450. A lo
que se suma el problema de la publicación de las normas y la coexistencia normativa de
órdenes plurales, con los esfuerzos y equilibrios trazados por los juristas para conseguir
la apariencia de unidad y la idea de cohesión y armonía, inherentes a todo sistema jurí-
dico. Véase Lorente Sariñena, M., “De la revista al diccionario: Martínez Alcubilla y el
orden de prelación de fuentes en la España decimonónica”, en Tau Anzoátegui, V. (ed.),
La revista jurídica en la cultura contemporánea, Buenos Aires, Ciudad Argentina. Edito-
rial de Ciencia y Cultura, 1997, pp. 243-287; y La voz del Estado. La publicación de las
normas (1810-1889), Madrid, Boletín Oficial del Estado, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 2001, pp. 167 y ss.
35 Época esta que, en expresión de Peset, “da entrada a ideas, ciencias y estructuras
diferentes, se inicia la demolición de la universidad tradicional española, su autonomía,
su variedad. Oponen —los liberales— un esquema racional y uniforme a las constitucio-
nes y estatutos arrastrados durante siglos. En materias jurídicas, declina el derecho civil
romano, desaparece toda una facultad de cánones; surge la añoranza de enseñar por có-
digos, se restaura el derecho natural y de gentes, emergen ya asignaturas más modernas.
Pero, de momento, Fernando VII detendrá esta línea de evolución por algún tiempo”, en
Peset, M., “La enseñanza del derecho…”, cit., nota 32, p. 294.
348 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

rar de nuevo la calma, aunque fuese absolutista. La reforma de 1824,


a caballo entre los planes de Carlos III y el arreglo de 1818, el llamado
plan Calomarde,36 vigente en muchas de sus partes hasta el año 1845,37
ha dado pie a una cierta concordancia de los intereses contrapuestos de
absolutistas y liberales, quienes estaban de acuerdo en la necesidad de
uniformización (un mismo plan de estudios para todos los centros uni-
versitarios) y de centralización (dependencia del ministerio del ramo),

36 Tras las propuestas gaditanas, que no se llegan a materializar, se llega a un Arreglo


en 1818, de sólo un año de vigencia, y a una nueva reforma en 1824, en Peset, M., “La
formación de los juristas…”, cit., nota 20, p. 640; y “La enseñanza del derecho…”, cit.,
nota 32, pp. 341 y ss. En aquélla, se preveía una carrera de leyes en siete cursos. En el
primero de ellos, según disponía el artículo 56 del Decreto fernandino, en ibidem, pp.
346 y 347, se estudiaría “Historia y elementos de derecho romano; aquélla por Heineccio
en el primer tercio del curso, y éstos por los títulos de la Instituta de Justiniano, con los
Comentarios de Arnoldo Vinnio, compendiados e ilustrados con notas relativas al dere-
cho español por el Pavorde D. Juan de Sala en la obra titulada: Institutiones Romano-
Hispanae ad usum Tyronum Hispanorum, 2a. ed.”. En el segundo curso, artículo 57, “se
continuará ese mismo estudio de Instituciones de derecho civil romano en la forma di-
cha”. “El tercero, artículo 58, se dedicará al estudio de las Instituciones de derecho patrio,
sirviendo de texto la obra del mismo Sala, titulada: Ilustración del derecho real de Espa-
ña, que deberá traducirse al latín”. En esencia, el plan implicaba dos primeros años de
estudio de Historia y Elementos de derecho romano; un tercer curso para las Instituciones
de derecho patrio y un cuarto para las canónicas, lo cual confería el grado de bachiller. El
quinto curso se centraba en el derecho romano no contenido en las instituciones, mientras
que el sexto y el séptimo estaban dedicados a la Recopilación, otorgándose así el grado
de licenciado. En el quinto curso además se frecuentaba la Academia de Oratoria y entre
sexto y séptimo la de Práctica Forense.
37 Marco general en Peset, M. y Peset, J. L., La Universidad española…, cit., nota 20,
pp. 461 y ss., para la ley Moyano, y con detalle para los estudios jurídicos, pp. 679 y ss. A
mayor abundamiento, véase Peset, M., “Universidades y enseñanza del derecho durante
las regencias de Isabel II (1833-1843)”, AHDE, núm. 39, 1969, pp. 481-544; “El Plan
Pidal y la enseñanza en las facultades de derecho”, AHDE, núm. 40, 1970, pp. 613-651;
“Cuestiones sobre la investigación de las facultades de derecho durante la segunda mitad
del siglo XIX”, en Cerdá Ruiz-Funes, J. y Salvador Coderch, P. (eds.), I. Seminario de
Historia del derecho y derecho privado. Nuevas técnicas de investigación, Bellaterra,
Universidad Autónoma de Barcelona, 1985, pp. 327-396; y “Estudios de derecho y pro-
fesiones jurídicas (siglos XIX-XX)”, en Scholz, J. M. (ed.), El Tercer Poder. Hacia una
comprensión histórica de la justicia contemporánea en España, Frankfurt am Main, V.
Klostermann, 1992, pp. 349-380; y Clavero, B., “La gran dificultad. Frustración de una
ciencia del derecho en la España del siglo XIX”, Ius Commune, vol. XII, 1984, pp. 91-
115; y “Arqueología constitucional: empleo de universidad y desempleo de derecho”,
Quaderni Fiorentini per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno, núm. 21, 1992, pp.
37-87.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 349

lo que supone abandonar paulatinamente la idea de una universidad vol-


cada sobre sí misma, celosa guardiana de sus estatutos y constituciones,
tal y como había acontecido en el pasado.38 El intervencionismo se ha
iniciado. Es el Estado el que ahora marca las pautas y las direcciones de
los estudios en toda su extensión, porque lo que aúna a las dos facciones
políticas, absolutistas y liberales, primero, a moderados y progresistas,
después, es la conciencia de que es precisa, urgente, necesaria la reforma,
caminando hacia una institución universitaria que se ajuste a los princi-
pios aludidos: más centralizada o dependiente del poder político, y más
uniforme a lo largo del territorio. Cada uno de los bandos en conflicto va
aportando sus sesgos particulares: los liberales, nos dice Peset, propugnan
la desaparición de los estudios canónicos, la implantación del castella-
no como lengua de cultura única, y de enseñanzas realmente modernas,
como la Constitución, el derecho natural y de gentes, bajo el signo de la
libertad de pensamiento y de expresión, ajena al dogmatismo del antiguo
régimen. El romano va desapareciendo en beneficio del derecho nacional
(nunca absolutamente, como se ha podido ver); la práctica se suma asi-
mismo a los estudios universitarios.39 En ese contexto de limpieza acadé-
mica, de superación de un modelo fenecido de universidad, se inserta la
pequeña obra que constituye el objeto de este trabajo: la Sátira contra la
predileccion del derecho romano en nuestras aulas y tribunales, elabora-
da por el jurista cubano Prudencio Hecheverría y O’Gavan, y publicada
originariamente en el año 1826 en la ciudad de La Habana,40 obra que con
38 Proceso que concluye, la reflexión es del profesor Sosa Wagner, del siguiente modo:
“El poder político ocupa la universidad con maneras resueltas, las viejas potestades ecle-
siásticas son un recuerdo, el catedrático es un burócrata, los claustros y las juntas son ten-
táculos alargados del ministerio, los planes vienen impuestos y lo mismo las clases, los
horarios y los libros (que conocerían la corruptela posterior de los apuntes). Un periodo
en el que, como han defendido Mariano y José Luis Peset, el proceso de reforma laica
y dirigida llegaba a su término final, henchido ya de sus mismas contradicciones”. Cfr.
Sosa Wagner, F., El mito de la autonomía universitaria, 2a. ed., Madrid, Civitas, 2005,
p. 39.
39 Cfr. Peset, M., “La enseñanza del derecho…”, cit., nota 32, pp. 373 y 374.
40 A tenor de los datos proporcionados por Calcagno, F., Diccionario biográfico cu-
bano, Nueva York, Imprenta Ponce de León, 1878, p. 335, la sátira, de sabor sumamente
clásico, se elabora, según confesión del autor, a los veintitrés años, esto es, en el año 1819
“para combatir el lastimoso desorden que mantiene en nuestras aulas el estudio predilec-
to de la jurisprudencia romana, con descuido y con desprecio de la nacional”. Impresa a
finales del año 1819, será reimpresa en 1826. La primera edición es dedicada al general
Cajigal. Dos años después fue objeto de nueva impresión en Francia, en la imprenta de
350 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

un estilo poético rudimentario y elemental, ataca con dureza el sistema


jurídico vigente, ese sistema jurídico en que la presencia del derecho ro-
mano seguía siendo esencial y basilar, no obstante su postergación en los
sucesivos planes de estudio, que lo habían reducido a una sola asignatura.
Pasemos ahora a la literatura.

II

La ampliación de los márgenes investigadores conduce a una mayor


seguridad del conocimiento, a una mayor certeza —que es lo que se
persigue en toda ciencia en última instancia—. Las advertencias que
recientemente el profesor Nieto formula son claras en este sentido: no
hay una verdad, ni una razón, sino múltiples que se combinan y armoni-
zan entre sí.41 El acceso al derecho no tiene que producirse necesaria y

Julio Didot, con dedicatoria a Vives. La reimpresión que manejamos y que empleamos
para la trascripción es realizada por la Revista General de Legislación y Jurisprudencia,
con introducción y notas de Fermín Canellas Secades, catedrático de derecho civil de la
Universidad de Oviedo, luego rector de la misma. Imprenta de la Revista de Legislación,
Madrid, 1879. Así figura en Torres Campos, M., Bibliografía española contemporánea
del derecho y de la política, 1800-1880: con tres apéndices relativos a la bibliografía
extrajera sobre el derecho español, a la hispanoamericana y a la portuguesa-brasileña,
Madrid, Librería de Fernando Fe, 1883-1897, p. 44, en el Apartado VI “Historia del De-
recho”; C) Derecho español. 1. Derecho general y castellano; b) Obras doctrinales. Desde
aquí quiero manifestar mi más profundo y sincero agradecimiento al profesor José María
Coma Fort, de la Universidad Complutense de Madrid, quien me proporcionó el ejemplar
indicado que ha servido de base para la construcción de este trabajo, hallado en una de
sus múltiples pesquisas por las librerías de viejo, pasión ésta que compartimos.
41 Cfr. Nieto García, A., Las limitaciones del conocimiento jurídico. Lección jubilar
pronunciada en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense el 12 de marzo
de 2001, Madrid, Universidad Complutense, Facultad de Derecho, Servicio de Publica-
ciones, 2001, pp. 49 y 50: “El peor de los pecados profesorales es, consecuentemente, el
fundamentalismo. Las teorías fundamentalistas —nacidas en la soberbia del poder— no
admiten su contingencialidad, su relatividad, la aparición de una crisis ni la posibilidad
de su fin. A todo intento de reforma oponen su contrarreforma. No tienen interlocutores
sino enemigos. No reconocen disidencias sino herejías. No se valen de jueces sino de
alguaciles y verdugos. Yo entiendo, por el contrario, que en la Universidad cabemos
todos y que la amicitia sapientiae a todos nos hermana. Esto no significa, sin embargo,
admitir la cómoda doctrina del todo vale. No creo ciertamente que valga todo. En la
doctrina jurídica hay grano y hay paja, hay profetas y falsos profetas, hay sabios y hay
necios. Pero ¿quién puede arrogarse la suprema potestad de separar el grano de la paja, de
arrancar las malas yerbas, de desenmascarar a los falsos profetas y de arrojar del templo
a los mercaderes? ¿Es que puede establecerse una policía científica para censurar libros
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 351

únicamente desde el mirador de las normas o de los diversos enunciados


normativos (sentencias, comentarios, reflexiones, escritos académicos
varios), sino que hay otras vías que permiten, sin descuidar el objeto
último de nuestros desvelos, esa aproximación para conocer ese derecho
histórico, ese derecho del pasado que nos interesa. El derecho es el eje
de la reflexión, de nuestra reflexión. Pero, ¿cómo llegar a ese objeto?
Una de esas vías de acceso la constituye la literatura, entendiendo por
tal la no jurídica. La preocupación por este elemento auxiliar no es re-
ciente en nuestra historiografía jurídica. Hay toda una tradición que se
remonta al maestro Hinojosa que así lo permite certificar. Dentro de la
literatura, acaso el género que mejor se aviene a la censura del derecho
es la poesía por la naturalidad, rapidez y belleza a ella inherentes. No es
de extrañar, pues, que nuestro protagonista eligiese la vía poética para
censurar la vida jurídica. Desde el Cancionero de Baena hasta Quevedo,
pasando por el canciller Ayala, Cervantes, Lope de Vega, Calderón y
multitud de autores intermedios, anónimos y conocidos, se ha producido
una línea lírica hispánica de crítica despiadada al universo jurídico, con
conocimiento de causa en algunos casos, en otros, con el simple afán
de denuncia humorística. La línea no se ha interrumpido. Nuestro autor
continúa, salvando las distancias con las egregias figuras referidas, una
práctica típicamente peninsular: la crítica, cuanto más destructiva, para
con los demás y para con nosotros mismos, mejor. Prudencio Hecheva-
rría y O’Gavan se educa en el seno de una tradición compleja ya descri-
ta, aquella que renuncia, sin renunciar, al derecho romano como alma de
la realidad jurídica,42 dentro de una universidad, la de La Habana, que

ignorantes y profesores irresponsables, hueros y nocivos? En verdad que no me siento


con fuerzas ni con autoridad para responder a esta pregunta. Yo sólo sé cuál es mi verdad
y como tal la explico; yo critico —con respeto— a quienes no piensan como yo pero ja-
más afirmaré que mi razón es la razón”. Todo ello trata, como añade en p. 65, “de perder
la arrogancia de la verdad, de desprenderse del orgullo del dogmatismo y de aceptar sin
disgusto la humilde naturaleza del conocimiento jurídico: impuro, contaminado por el yo
y por influencias sociales, ancilar de otros intereses y con frecuencia mercenario; pero
un conocimiento socialmente útil y aun necesario, irrenunciablemente humano y, pese
a todo, generosamente gratificante”. Ése es el camino que desde la historia del derecho
pensamos perseguir, alejándonos de simples visiones históricas que emplean lo jurídico
como anécdota a pie de página.
42 El autor nace en Santiago de Cuba en 1796 y fallece en La Habana en 1846. Estudió
filosofía y jurisprudencia en el Colegio-Seminario de San Carlos y en la Universidad de la
Gran Antilla. Bachiller en Leyes en 1815 y abogado ante la Audiencia dos años después,
352 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

compartiría con sus hermanas hispánicas los mismos planes, las mismas
preocupaciones e idénticos defectos ya descritos.43
El estudio de las relaciones e imbricaciones entre el mundo jurídico
y el mundo literario no es tema novedoso, decíamos. Desde los inicios
de la historia del derecho se procuró observar la conexión fuerte y firme
que había entre estos dos universos aparentemente separados. No es este
el lugar para enumerar todos los trabajos que sobre el particular se han
redactado, numerosos por lo demás.44 Lo relevante es poner de relieve el
por qué de esta unión. ¿De dónde procede esta conexión entre derecho y
literatura? ¿Por qué es necesaria esta relación desde el punto de vista del
estudio de ambas disciplinas? La respuesta es siempre la búsqueda del
conocimiento más perfecto y profundo de una cultura, entendida como
las respuestas intelectuales que una sociedad da a los problemas que le
son presentados o con los que se enfrenta, con los que se tiene que
enfrentar. A modo de un prisma caleidoscópico que refleja las varia-
das facetas en que se puede expresar el acontecer, aquélla se proyecta
de distintas formas en su intento de expresar los valores, los principios,

fue nombrado catedrático de Prima de Derecho Real y de Constitución en el año 1820.


Eminentemente, fue un jurista práctico como lo prueban los numerosos cargos ocupados
a lo largo de su vida: secretario de la Junta de Temporalidades (hasta 1825), auditor ho-
norario de la Marina (desde 1826); juez de Aforados de la Real Casa y Patrimonio (en
1828); asesor general de Guerra y teniente-gobernador de Cuba; representante de esta
provincia en el Estamento de Procuradores del Reino; magistrado de la Audiencia de
Barcelona en 1835; auditor general del Ejército del Centro y de las Capitanías Generales
de Aragón, Valencia y Murcia. Su visión del derecho, esencialmente pragmática, puede
explicar a la perfección las críticas vertidas hacia la enseñanza en las universidades:
él mismo fue comisionado para la reforma de la Universidad de La Habana. Los datos
biográficos pueden consultarse en Pezuela, J. de la, Diccionario geográfico, estadístico,
histórico de la Isla de Cuba, Madrid, Imprenta del Establecimiento de Mellado, a cargo
de Don Joaquín Bernat, 1863, t. III, pp. 396 y 397; y Calcagno, F., op. cit., nota 40, pp.
335 y 336.
43 Impulsado por los dominicos, la Universidad es confirmada por Inocencio XIII
en 1721 y por el rey en 1728. Véase Pezuela, J. de la, op. cit., nota 42, t. III, pp. 259-
265; Rodríguez Cruz, A. M., Historia de las universidades hispanoamericanas. Periodo
hispánico, Bogotá, Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, 1973, t. II, pp. 9 y ss.; y
Hernández Sandoica, E., “La Universidad de La Habana (1728-1898)”, Historia de la
educación. Revista Interdisciplinaria, núm. 11, 1992, pp. 73-90.
44 Una síntesis bibliográfica en Celemín Santos, V., El derecho en la literatura medie-
val, Barcelona, Bosch, 1996, pp. 193-195; y en mi trabajo “Derecho común y literatura:
dos ejemplos de los siglos XVI y XVII”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, vol.
XV, 2005, pp. 113-210, en especial, pp. 126-140.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 353

los deseos y todo el componente ético-sentimental de una comunidad.


El hecho de compartir una serie de caracteres comunes y un conjunto
de vehículos asimismo comunes de expresión permite forjar esa idea de
comunidad cultural, la cual aparece integrada por varias manifestaciones
o facetas. Todos y cada uno de esos rostros no pueden ser estudiados de
manera aislada porque su conocimiento completo y global exige mostrar
las relaciones, las influencias, las conexiones que se producen entre todas
ellas. A partir, pues, de esos modos plurales que reflejan la vida misma
en su inmensidad, se pueden rastrear las huellas que describen y explican
la naturaleza, el origen y el destino de ese orden jurídico, su manera de
plasmarse en la práctica, las formas de realización, su fundamentación
última, y demás cuestiones colaterales que acaban incidiendo en ese pre-
cipitado final que es el derecho.
La historia del derecho, en su afán de conocimiento del derecho en el
tiempo, en la línea histórica que lo ha conducido hacia el presente, ha
de acudir a todo este conjunto de disciplinas auxiliares para proporcio-
nar la visión más ajustada, certera y verídica que se pueda acerca de la
propia evolución del ordenamiento jurídico en su sucesión y realización
temporales. Es preciso, en la medida de nuestras posibilidades y siempre
que las fuentes lo permitan, completar la visión exclusivamente jurídica,
con la que se proporciona desde otros ámbitos, desde otros lugares, que
evidentemente presentan conexiones con el mundo del derecho, aunque
no a primera vista. No solamente se debe buscar cómo ha sido el derecho,
sino también cómo ha sido visto ese derecho por sus coetáneos. Aquí
es donde entra en juego la literatura por ser una forma de testimonio de
excepcional valor sobre los tiempos pasados. La literatura, esa literatura
alejada de los tecnicismos y fórmulas propios del lenguaje jurídico, pro-
porciona la visión lega, diletante, suministra la perspectiva del aficiona-
do, diferente en suma, sobre ciertas instituciones de las cuales solamente
poseemos la visión fría y seca de los textos jurídicos o de los mismos
juristas, la visión exclusivamente normativa y práctica expresada con el
lenguaje propio de aquellos. Al mismo tiempo, el derecho nos sirve para
la comprensión de esa literatura, al remitirnos al entramado jurídico en
el que se movía el autor concreto. Ambas se necesitan y dependen de sí
mismas para explicarse, para justificarse. Muestra el sentir del pueblo o
de una parte del pueblo representativa, elitista, si se quiere, pero siempre
con un marcado eco popular que se proyecta sobre lo jurídico y sobre lo
literario a partes iguales e interdependientes. Toda literatura es siempre
testimonio de un tiempo, de un lugar, de una mentalidad, de un pueblo.
354 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Cierto es que las fuentes legales y jurisprudenciales nos enseñan de una


manera amplia el panorama jurídico del momento histórico concreto que
se ha acotado. Pero no debemos olvidar que esas fuentes nos sitúan en un
nivel elevado socialmente hablando, en las altas esferas de las sociedad,
en el mundo elitista, especializado de los reyes, consejeros, legisladores,
jueces, oidores, juristas, catedráticos y demás personajes, desconociendo
qué es lo que realmente sucedía en la calle, en las plazas, en los barrios
bajos, entre aquellas personas que, como decía Miguel de Unamuno, no
hacían la historia, sino que la padecían. Y este acercamiento al nivel po-
pular, constituido por el universo que crean los literatos, gente culta por
lo general —mas no necesariamente perita en el mundo de lo jurídico—,
puede servirnos para completar la visión de un ordenamiento jurídico, la
sensación de la gente común respecto al mismo, las trampas y trucos
que se seguían en su aplicación, la realidad a flor de piel de un derecho que
ha de ser, por su propia esencia, necesariamente vivo, cómplice de esa
sociedad en la que aparece insertado. Se busca, buscamos, saber cómo
se sentía ese derecho. Tenemos un punto de partida que es esa realidad
compleja, apasionante, plural, ante nuestros ojos. La forma de mirar, las
lentes de aumento o los microscopios que empleemos para percibir ese
entramado, determinan el resultado de nuestra investigación. Hay que
elegir, pues, el elemento que nos acerque a esa realidad de la manera más
fidedigna posible, a lo que realmente ha acontecido sin ánimo de recons-
trucción (sólo nos sirve la comprensión cabal). Se trata, por tanto, de
seleccionar una de las ventanas desde las que se puede contemplar el pai-
saje: es una visión, no la única, especializada, que debe combinarse con
las aportadas desde otras perspectivas, para adquirir así una dimensión
global, general y completa de ese paisaje que es la realidad. Solamente
así es factible adquirir lo que Heidegger denominaba el “rigor del saber
científico”: habrá ciencias más o menos exactas, pero lo que configura
un conocimiento como científico no es la exactitud del resultado, sino
el rigor del método que se emplee en sus construcciones. El adoptar una
perspectiva concreta requiere dosis de congruencia para llevar esos pos-
tulados hasta sus últimas consecuencias y hasta sus últimas conclusiones,
a través del encadenamiento lógico de las proposiciones que empleamos
en el razonamiento y en la reconstrucción del mundo histórico, creación
de nuestra propia mente. La norma jurídica y los diferentes textos jurídi-
cos (en un sentido lato) son el reflejo de las tensiones, las luchas, los con-
flictos sociales, económicos, religiosos o políticos subyacentes, los preca-
rios equilibrios que se obtienen, las evoluciones y revoluciones, avances
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 355

y retrocesos, hechos todos estos que finalmente acaban reflejándose en el


campo jurídico por cuanto que éste es espejo de la realidad social, de ese
conglomerado variado de intereses y de valores, que no solamente hace
nacer el derecho, sino que marcan su existencia, su éxito o su fracaso,
su actuación positiva o negativa, su madurez y su decadencia según los
tiempos. La validez formal da paso después a la eficacia práctica de la
norma y de las instituciones que contiene. La primera puede verificar-
se desde un punto de vista exclusivamente formal, externo; la segunda
requiere salir del círculo jurídico y sumergirse en la vida social. Para la
primera sirve sólo el derecho: basta la dogmática. Para la segunda, el
derecho es claramente insuficiente.
Cada lector es lector de sí mismo y, por ende y extensión, cada obra li-
teraria es, en suma, una lectura o relectura de la sociedad en la que emer-
ge, que se lee e interpreta a sí misma por medio de sus creaciones cultu-
rales. El derecho no puede captar o aprehender toda la realidad. Siempre
hay aspectos invisibles, aquellos puntos decisivos e incisivos que no se
ven, cegados como estamos por las luces de la razón, pero que son, que
están, que se sienten, aunque no se perciban de un modo sutil. El dere-
cho se hace muchas veces con estos trazos invisibles e ininteligibles. El
sentimiento acerca de lo jurídico se percibe por vías y cauces diferentes
a los de la propia vida del foro. Los lazos jurídicos que quieren dominar
y sojuzgar la realidad no son los únicos que sirven para el conocimiento
del mundo jurídico. A la pluralidad de enfoques y de visiones, sigue una
mayor riqueza, un mayor rigor, mayor acercamiento a una verdad que,
en la historia, nunca puede ser absoluta, sino suma de perspectivas, de
verdades y certezas relativas.
La interrelación entre ambos mundos parece más que evidente, a tenor
de lo ya expuesto. Esto es así porque la literatura siempre ha cumplido
un papel de espejo de la sociedad, de reflejo del mundo en el que apa-
rece insertada, con ánimo descriptivo, crítico o satírico. Pero siempre
con intención de plasmar todo lo que la sociedad vive, padece, sufre.
La interacción es total. Por eso, la literatura es un buen termómetro para
el conocimiento del grado de formación de una sociedad y, en función
de ese grado de desarrollo, proceder a una compresión completa de la
misma. Los autores se erigen así en los interlocutores válidos —no los
únicos— que empleamos nosotros como historiadores para conocer el
modo de pensar, las mentalidades y las proyecciones que las mismas tie-
nen en su vertiente práctica ordenadora de la sociedad. En este sentido,
dependemos de la formación del literato y de su capacidad e inteligencia
356 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

para captar el mundo en el que se mueve. Los habrá realistas, los habrá
idealistas, los habrá naturalistas, pero siempre se podrá encontrar un poso
mínimo de verdad: el escritor es una de las voces más autorizadas de su
tiempo por la sensibilidad que demuestra para captarlo y para legarlo a
la posteridad. Derecho y literatura son caminos conducentes a un mismo
destino, decía Rafael de Ureña: el bien. En el primer caso, personificado
en la justicia; en el segundo, en la belleza.45
El poema que ahora presentamos nace como crítica, como denuncia
de una situación que aparentemente no debería estarse produciendo, si
tomamos como exclusiva referencia y como marco único la sola legisla-
ción de la época. Hemos visto como se ha producido el paulatino cambio
de una educación universitaria que descansaba sobre el derecho romano
a una nueva modalidad en la que se ha erguido con fuerza un derecho
nacional. Si las universidades, como ya hemos visto, habían procedido a
postergar, sin eliminarlo, el derecho romano de la docencia, si el derecho
nacional campaba ahora a sus anchas por las aulas y era el pretendido eje
de la reflexión y del estudio jurídico, ¿cómo explicar entonces esa res-
puesta del autor?, ¿por qué esa querella contra la praxis universitaria y la
praxis judicial? La respuesta es sencilla. La vida del derecho no gusta de
controles estrictos, ni de desvíos que vayan contra la senda marcada por
la tradición histórica. En una sociedad indecisa, que aún no había dado
el paso definitivo para sumergirse en la dinámica liberal decimonónica, el
cambio era muchas veces una palabra hueca y un temor oculto que trata-
ba de eludirse por medio de los argumentos más peregrinos. La sociedad
era estática y, dentro de ella, también la universidad compartía esas dosis
de inmovilidad. Una cosa era el deseo y otra la realidad. Porque la diná-
mica hispánica iba por otros derroteros, seguía la inercia de los tiempos
anteriores, y la práctica docente continuaba inundada de textos y glosas
romano-canónicas, de escolasticismo, de debates bizantinos vacuos, in-
suficientes y completamente inútiles para la formación del jurista y para
el posterior ejercicio profesional en el foro. Nuestro autor lo sabe y por
eso habla, actúa, denuncia. Compuesto de ciento cincuenta tercetos y un
cuarteto final, el escritor (y el jurista), víctima él mismo del sistema des-
crito y parodiado, práctico que sabe de lo que está hablando, nos brinda
una crítica demoledora tomando como punto de partida un argumento
45 Véase Ureña y Smenjaud, R. de, “Introducción”, Sumario de las lecciones de his-
toria crítica de la literatura jurídica española, Madrid, Establecimiento Tipográfico de
Idamor Moreno, 1897-1898, pp. 30-60.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 357

a primera vista banal. Andrés, joven estudiante de leyes, se dirige a la


universidad para presenciar un debate en el cual se dilucida una cuestión
referida a los legados de cosa cierta. Con ciertas dosis de agonía en sus
palabras por el retraso (indicación velada de la importancia del tiempo en
el derecho) y cargado con un inmenso libro, carga que implica no sólo un
posible perjuicio físico, sino también psíquico (el libro equivocado puede
dañar el cuerpo, pero, sobre todo, la mente), camina hacia el templo del
saber, hacia esas aulas centenarias donde se halla la respuesta a cualquier
pregunta. Antonio, el narrador crítico y renovador, decide acompañarlo
y queda realmente sorprendido, asustado de lo que en las aulas presen-
cia. Un debate superfluo sobre pasajes y glosas del derecho romano, con
invocaciones a alguna doctrina procedente de la canonística: con cien
mil leyes citadas, opiniones de variado signo, “sutiles enredos” de los
juristas, razones pueriles “que las juzgaras dichas de juguete”. Panorama
desolador porque la charla y el ruido solamente han provocado “quedar
en más tiniebla y desconfianza, / perder el tiempo, lastimar pulmones, /
y excitar en la bilis destemplanza”. En definitiva, no avanzar nada en la
resolución del problema planteado. Tras muchas alegaciones, los alum-
nos, afónicos, callan y emerge, en el mejor estilo medieval, la figura del
profesor que dicta la solución o, mejor, la no solución porque él mismo
se embarca en el debate sin fin, en la aporía jurídica que se ha venido
construyendo: “Diré por fin de la disputa / que la opinión es varia en el
derecho”, para añadirse a continuación el carácter vacío de sus palabras:
“Dijo el gran Catedrático, y dijera / diez mil lindezas por tan sabio esti-
lo / sin que nada de cierto estableciera”. Se ha presentado el problema:
escolasticismo abusivo y absurdo, debates inútiles, “enredo en que el
menor concierto no se observa”. El problema no está tanto en el derecho
romano como en el método que tradicionalmente se ha venido emplean-
do para trabajar con y sobre él. La universidad ha sido el santuario que
perpetuó este modo de trabajo intelectual y ese modo apenas sirve en la
sociedad del momento puesto que no contribuye a formar al jurista, sino
a deformarlo.
Con la finalidad de cambiar el modo de pensar del joven Andrés, quien
sigue defendiendo ese uso escolar, dominado por ese escolasticismo va-
cío y meramente formal (“¿En el derecho habrá mayor encanto / que
tales controversias exquisitas, / y en el aire coger un pelo de canto?”),
se gesta la sátira, un discurso en el que sucesivamente y en cascada apa-
358 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

recen menciones a textos romanos46 y a textos hispánicos,47 a juristas


romanos,48 a juristas del derecho común,49 a autores nacionales,50 a es-

46 Con la presencia lógica de Justiniano y de su obra magna. Terceto núm. 10: “Cien
mil leyes allí vieras cruzando / del latino Digesto, y los sutiles / enredos de los Bártulos
campeando”. Terceto núm. 31: “Sé que algunos osaron con orgullo / las leyes proscribir
de Justiniano / debiendo a ellas el progreso suyo”. Terceto núm. 45: “¡Cuánto más nos
hubiera interesado / haber seguido el Juzgo primitivo, / que al latino Digesto prohija-
do!”. Terceto núm. 103: “Antes juzgo preciso que envolvieran / contrariedades las de las
Pandectas / que todas las antiguas refundieran”. Terceto núm. 121: “Llenando su carrera
literaria / la Instituta y Digestos, por fin salen / aun los de aplicación extraordinaria”.
Terceto núm. 136: “Del volumen inmenso que en su era / al imperio caduco que regía /
dio Justiniano para que muriera”.
47 Únicamente hay una referencia expresa al Fuero Juzgo, en Terceto núm. 45: “…
haber seguido el Juzgo primitivo”. Hay otras referencias genéricas a nuestras “leyes” o
a nuestros “códigos”, llenas de adjetivos positivos, sin identificación puntual de los mis-
mos, aunque el autor se referiría a los principales cuerpos de la legislación del momento
(desde Partidas hasta la Novísima Recopilación).
48 Juristas romanos de distintas épocas. El rey Numa Pompilio, al que se atribuyen
las primeras normas religiosas de Roma, es el único personaje de la Antigüedad citado.
El clasicismo está representado por Celso y Javoleno Prisco (siglo II). Del momento epi-
gonal del clasicismo (siglos II y III), aparecen las cuatro grandes figuras de Papiniano,
Paulo, Ulpiano y Gayo. De los autores de la compilación justinianea, Doroteo es el único
mencionado. Terceto núm. 19: “Mas con la sutileza acostumbrada / defiende Papiniano
que sí vale, / por ser una verdad acreditada”. Terceto núm. 57: “Según su juicio desvarían
los reyes / si alguna nueva al expedir, no tienen / a Papiniano o Doroteo por fuelles”.
Terceto núm. 72: “Cayo, y Ulpiano, y Menna, y mucha extraña / autoridad en el derecho
oida / no convendré que el esplendor empaña”. Terceto núm. 90: “Ya de años han corrido
largas sumas / que el Consejo real había tentado / del fuero proscribir a tantos Numas”.
Terceto núm. 107: “De ella nace ostentarse civilistas / aquellos que de Paulo o Doroteo /
son con tanto fervor panegiristas”. Terceto núm. 139: “Y más firme en tus luces apoyarte,
/ que no siguiendo el rancio magisterio, / en Javoleno o Celso asegurarte”. Los datos cro-
nológicos de los juristas romanos son tomados de Arangio-Ruiz, V., Historia del derecho
romano, 5a. ed., Madrid, Reus, 1994.
49 Se trata de Bártolo de Sassoferrato, el mejor exponente del estilo jurídico italiano,
y de Nicolás Tudeschi, llamado el Abad Panormitano, canonista, para más señas. Terceto
núm. 10: “… y los sutiles / enredos de los Bártulos campeando”; Terceto núm. 17: “Con
otros muchos el Abad reputa / inútil el legado, si no existe / la cosa cuando a alguno se
tributa”.
50 De acuerdo con esa idea nacionalista o patriótica que expresa claramente el Terceto
núm. 71: “¡Fanatismo oprobioso y lamentable! / Regnícolas tan sabios cuenta España /
cual los de Roma en su época loable”. Concretamente son citados Covarrubias, Molina y
Sala, en Terceto núm. 73: “De tan nuestra que hay esclarecida / como Molina, Covarru-
bias, Sala, / y otra suma infinita conocida”. Los mencionados son Diego de Covarrubias,
Luis de Molina (autor de un conocido tratado sobre mayorazgos, al que se alude a ren-
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 359

critores reformistas del siglo XVIII, despreciados por la tradición de las


universidades,51 entre otros aditamentos intelectuales que se separan del
campo meramente poético, construyendo una digresión ácida marcada
por dos coordenadas, por dos idearios político-jurídicos, ambos llevados
a un alto grado de exaltación: el antirromanismo, como reacción de las
prácticas usuales, y el nacionalismo o patriotismo, como respuesta a lo
anterior. Lo primero implica lo segundo. Se afirma, se reitera hasta la
extenuación la obligación (legal y moral) del estudio del derecho patrio,
no del derecho romano, y se recuerda la posibilidad y conveniencia de
estudiar éste último a modo ilustrativo, ejemplarizante y concordante con
el patrio que es la base de todo conocimiento. Discurso antirromanista
atenuado o matizado, ya que no se reniega del derecho romano, pero
ciertamente discurso nacionalista a ultranza. Solamente un derecho me-
rece ser estudiado y ése es el derecho hispánico. Pero se mantiene abierta
la puerta al beneficio intelectual que proporciona el derecho de raigam-
bre latina. No se cierra totalmente el camino al mismo. Donde viene la
reacción profunda es en el componente externo. El rechazo es también
formal y alcanza a los modos tradicionales de estudio universitario, acaso
la sede donde se residenciaban la mayor parte de los problemas y abu-
sos denunciadas por toda la literatura no especializada. El escolasticismo
hasta ahora practicado es objeto de superación o, cuando menos, a eso se
debe tender. Los debates tienen que presentar una cierta lógica y unos vi-
sos de realización práctica, lo que implica cierto tono utilitarista. Fondo
y forma son combatidos hasta la saciedad. Lo que se expone y cómo se
expone. La inanidad, la banalidad, el carácter farragoso de los escritos, la
complejidad de las líneas de argumentación, conducen en última instan-
cia a certificar lo inútil de la mayor parte de los asuntos que se debatían
en las universidades. Bajo este ropaje tradicional, se vierte una cascada
de argumentaciones no solamente jurídicas, sino también políticas, entre
las cuales se deben citar las menciones a Alfonso XI o el ejemplo del

glón seguido en el poema) y el ya mencionado Juan Sala, autor del principal manual del
“Derecho real” del primer XIX.
51 Así se dice que el jurista adopta la postura de un petulante abogado francés “que
huele a rosa y se compone el rizo”, y que critica los aires reformistas impulsados por
ciertos autores del siglo XVIII, en Tercetos núms. 116 y 117: “Montesquieu calentoles
la cabeza, / Filangieri, Bentam, y otros ateos / que arden en el infierno con certeza. / Tal
piensan, y lo dicen sin rodeos / las pelucas forenses que retrato, / siempre obstinados
como los hebreos”.
360 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mayorazgo, que da pie a manifestar la incapacidad y falta de plenitud del


derecho romano para regular una institución que es típicamente hispáni-
ca, no gozando de parangón en ningún otro sistema jurídico de nuestro
entorno. La justificación de la reforma se efectúa a partir de un símil ar-
quitectónico, con referencia a las edificaciones góticas. La renovación no
tiene porque ser necesariamente maligna, sino que implica un progreso,
un proceso, un avance.
Pero el estudiante no ceja en su empeño y reivindica lo tradicional.
Andrés expone que la prohibición de alegar las leyes justinianeas fue
injusta e irracional, dado que son leyes que se identifican con el progreso.
Una vez que regresan a casa los protagonistas, tranquilizados, a salvo del
fragor de las aulas, el autor desgrana su argumentación con arreglo a las
dos líneas apuntadas: el motivo que lleva a estudiar leyes es el conoci-
miento del derecho patrio, no del romano, por el cual se han de sustanciar
los pleitos.52 La superioridad de Roma no debe conducir al ocultamien-
to del derecho de España, porque el derecho romano no es tan perfecto
como se supone. Retrotrayendo a tiempos godos esta problemática, el
nacionalismo se explaya a sus anchas: la legislación de los visigodos
fue la transposición de las corruptas leyes romanas a la nación gótica,
un error que recuerda la turbulenta relación entre ancianos y jóvenes,
que para conseguir la madurez de éstos acudían al único argumento de la
decadencia física: “Tal desacierto mucho semejaba / al del anciano que a
un gentil mancebo para hacerlo maduro encorcobaba”. Este primer error
histórico no es, de todas formas, eje de la reflexión. Lo verdaderamente
criticable es el predominio del derecho romano en la universidad y en
la práctica, con ocultación del derecho nacional, la fidelidad a ultranza
hacia el derecho romano sin el menor espíritu crítico y sin el menor espí-
ritu histórico. Aquí viene el símil arquitectónico referido: el derecho de
Roma es la base de la legislación, pero como bien se advierte “ignoran
que aunque Roma dio la base, / fueron los materiales agregados”, de ma-
nera que del primigenio orden romano poco o nada puede ser salvado. El
derecho cambia, evoluciona, muda, y eso no es visto por los implicados
en el problema. Artes y ciencias toman vuelos y deben ser mejorados:
52 Tercetos núms. 36-38: “Dame atención que mi discurso empieza: / al emprender tu
estudio del derecho / ¿tuviste la intención (di con franqueza) / del romano o del patrio ha-
berlo hecho? / Sin duda del segundo; pues la idea / no es otra que saber en caso estrecho
/ lo que la ley de la nación desea, / porque por ella y no por las latinas / se ha de juzgar la
judicial pelea”.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 361

las leyes deben seguir al tiempo. Lo contrario provoca las consecuencias


referidas:

Igual es tan ridículo prurito


Al del fatuo que ahora pretendiera
Apoyado en algún gótico escrito,
Que así la arquitectura prosiguiera,
Porque de fabricar la antigua usanza
Fue nuestra escuela en fábricas primera.

Con Roma y su derecho, toda la doctrina medieval y moderna goza


de esa sensación de eternidad intelectual, con el silencio para los auto-
res hispánicos. Los juristas patrios, sin embargo, son tan respetables y
sabios como los de allende nuestras fronteras, e incluso más para ciertas
materias, como los mayorazgos, “que desconocieron los togados de Italia
enteramente”. El “fanatismo oprobioso y lamentable”, la veneración sin
fisuras ni restricciones al derecho romano, provoca esa práctica que omite
lo propio en provecho de lo extranjero, y origina nuevos males como es
la distorsión interpretativa de los textos (“torcer con vanas sutilezas / de
nuestra ley los fines manifiestos”), así como extender o restringir la apli-
cación de las leyes latinas y de las leyes patrias. Es el caso mencionado de
esas “doctrinas en España, que chocantes / a su derecho primitivo creo”,
como sucedió con la constitución medieval de los señoríos y la actitud de
los reyes (en concreto, Alfonso XI) que admitieron esas tendencias feuda-
les.53 El mal estaba ya hecho “y ni el gobierno ni las doctas plumas / des-
arraigar pudieron la cizaña”. A pesar de ello, las reacciones del Consejo
Real, reivindicando el derecho propio como ya pudimos ver, contó con la
oposición de Salamanca y las otras dos grandes universidades, Valladolid
y Alcalá: “Mas la gran academia ergotizante / Con sus dos compañeras,

53 Se refiera al precepto del Ordenamiento de Alcalá, título 27, ley 2 (Como se deben
entender las palabras de las Leyes, e Fueros, e Ordenamientos que fablan en como la
justicia, o juredicion, o Sennorio de los logares, o de otras cosas del Rey, si se pueden
ganar por tiempo, o non), en el que se permite la enajenación de jurisdicciones y su ad-
quisición por prescripción, a salvo siempre la “mayoría de justicia” del monarca. Se dice,
en Tercetos núms. 84-86: “Entre las infinitas repugnantes, / la alienación de tanto señorío
/ que daños nos causó tan agravantes, / efecto fue del sumo poderío / que de Alfonso el
Undécimo en la era / de los legistas tuvo el desvarío. / El yugo señoril de allí viniera, / de
allí el valor que en la española Corte / al servil feudalismo se le diera”.
362 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Salamanca / Fue en su sostén un invencible atlante”, de suerte tal que la


reforma quedó manca “y la que fomentarla más debiera / es la que más su
ejecución estanca”, esto es, la universidad fue el mayor enemigo frente a
esa tendencia reformista. El derecho de Justiniano operó, pues, como un
dogma inmutable e indiscutible. En el siglo XVIII, la crítica de numerosos
autores (se cita a Mora, Asso, De Manuel y al Conde de la Cañada) pro-
voca un cambio de actitud, con el que se solidariza el autor plenamente:
la imperfección del orden jurídico romano, formado por autores diver-
sos y plurales, a lo largo de amplio espectro temporal, sus antinomias y
contradicciones, las opiniones varias de los juristas del derecho común,
entre otros factores, hacen imposible la unidad (“En laberintos caen los
legistas / do van errantes y sin luz perdidos”), y, sin ella, la pluralidad de
interpretaciones, inútiles en la mayor parte de los casos, extensas, incom-
prensibles para el común de los mortales. El papel del jurista ha devenido
cada vez más oscuro (“délfico oráculo”), más misterioso (“Como si sus
sentencias o albedríos / por tener las tinieblas de misterio / debiesen en-
contrar creyentes píos”), más complejo (el jurista dicta escritos “a usanza
de la escuela, / con ergos y latines y mil citas”), retóricos y desprovis-
tos de contenido material (“¿Qué dijeron sus frases infinitas? / Nada de
la cuestión, o cuando menos, / de patrias leyes, como nunca escritas”).
Y esa imperfección inunda el sistema que se vuelve caótico, arbitrario e
injusto, falto de cualquier conexión con la realidad tanto por parte de los
operadores jurídicos como por parte de los particulares. El jurista, tan
sabio e intocable él, nunca reconocerá sus errores, sino que los imputará
a la existencia de venalidad o de compromiso. Las causas y sus defensas
están perfectamente fundadas y sustentadas ¿La única solución posible?
Acabar con el dominio imperante. El camino es la vuelta al derecho patrio
que traerá claridad, sencillez, facilidad, reivindicación del idioma nacio-
nal frente al latín, en suma, un nuevo panorama optimista y simple. Fuera
la corrupción y la complejidad, ante las virtudes opuestas que pueden ser
alegadas en defensa de la normativa nacional que las encarna. Nada más y
nada menos que Fernando VII aparece como abanderado de esa situación
nueva, reformista. Es “el augusto Fernando que ha ofrecido / estirpar tanto
abuso que nos daña”. Él fue quien comisionó a don Francisco Arango y
Parreño,54 docto magistrado cubano, para “preparar la reforma necesaria

54 Figura clave del primer liberalismo cubano, vive entre los años 1765 y 1837. Estu-
diante del Real Seminario, donde cursa Humanidades, y Leyes en La Habana, donde fue
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 363

/ del sistema escolar tan corrompido”, quien prohibirá “la enseñanza te-
meraria” del derecho romano (una reforma que no se había materializado
al tiempo de este escrito). A partir de ese instante, cuando la reforma se
materialice y se estudie el derecho nacional, los estudiantes podrán escu-
char dignísimas lecciones “con fruto tuyo y de la patria un día”, se evita-
rán los enredos de antaño, se primará la capacidad deductiva, a partir de
principios, de los mismos estudiantes, con confianza en la razón y en su
poder.55 La proclama final vuelve a insistir en las notas referidas que guían
la crítica: nacionalismo y antirromanismo. Se debe silenciar “el romanis-
mo y sus secuaces”, para que los códigos nacionales salgan del olvido y
sean los únicos enseñados en las aulas. Ello permitirá conocer ese genio
nacional hasta ahora callado y oculto, ese monumento magnífico que han
construido las leyes primordiales y las costumbres patrias, cuyo abandono
“nos trajo duros males”. ¿Significa eso abandonar el derecho romano? Ni
mucho menos. Lo que sucede es que ese orden antiguo debe ser consulta-
do “por gala” y “no con preferencia”, erradicando la práctica de antaño,
mezcla de error y de capricho. Todo lo cual conducirá a la creación de un
alumnado más ilustrado, más sabio y más libre. Concluido el discurso y
ante el desengaño que el joven Andrés ha sufrido, éste pide un poco de
silencio y de tiempo para la reflexión. Tras un plazo prudente, acepta el
consejo y pregunta dónde se explica ese derecho nacional. El autor lo
lleva hasta la clase “en que se estudia con gran provecho”, la cátedra de
Jurisprudencia del Real Colegio Seminario de San Carlos y de San Am-

lector de la cátedra de Prima de Cánones, continuó sus estudios en España. Los cargos
que desempeñó son innumerables: fundador de la Real Sociedad Patriótica, diputado en
las Cortes, síndico perpetuo del Real Consulado de Agricultura y Comercio, consejero de
Indias, miembro de la Junta para la Pacificación de las Américas, académico de la Real
Academia de Derecho Patrio y Común de Madrid, marqués de la Gratitud, cruz de Isabel
La Católica, entre otros muchos. Véase Pezuela, J. de la, op. cit., nota 42, t. I, pp. 32-36;
y Calcagno, F., op. cit., nota 40, pp. 49-57. Sobre el mismo, véase el magnífico trabajo de
Beatriz Bernal, Cuba: fundamentos de la democracia. Antología del pensamiento liberal
cubano desde fines del siglo XVIII hasta fines del siglo XX, compilación y estudio intro-
ductorio de Beatriz Bernal, Madrid, Fundación Liberal José Martí, 1994, 1994, pp. 23-42
y pp. 45 y ss., para el mencionado Arango.
55 Tercetos núms. 137-140: “Entonces sí, que sin tan falsa guía / de Astrea oirás dig-
nísimas lecciones / con fruto tuyo y de la patria un día: / Entonces desearás, no en los
centones / que el pedantismo compiló, enredarte, / sino hacer de principios deducciones,
/ y más firme en tus luces apoyarte, / que no siguiendo el rancio magisterio, / en Javoleno
o Celso asegurarte. / Hoy goza libre la razón su imperio, / y no las sutilezas con sus bases,
/ sino el estudio de las ciencias serio”.
364 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

brosio, creada por el obispo Juan José Díaz de Espada y Landa,56 en la


cual a “prodigar las luces se desvela / a la fiel grey cuyas delicias hace”.
Allí, en ese reducto ajeno a los impulsos del romanismo decadente, se
explica el derecho patrio “y en lugar de las frívolas cuestiones, / su juicio
maestro activo cela / de darle las más útiles lecciones”. Con estos versos
concluye la sátira comentada.
Transcribimos a continuación el texto de acuerdo con la versión publi-
cada en 1879, adaptando la grafía (acentos y conjunciones, sobre todo)
a la gramática moderna para facilitar la lectura. Desde un punto de vista
estrictamente literario, los epítetos que Octavio Paz aplicaba al romanti-
cismo nacional son perfectamente extrapolables a esta creación poética
tendente al ripio sencillo, a la rima fácil, a la búsqueda de la armonía
forzando en ocasiones la transparencia de los conceptos que se tratan
de volcar, de defender o de criticar, según los casos. En suma, un texto
más sentimental que racional, pues tampoco la alternativa aparece clara,
esencialmente patriótico, un poco superficial y abundantemente decla-
matorio, fiel al estilo de la época.

SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO


EN NUESTRAS AULAS Y TRIBUNALES

Salud, Andrés, ¿a dónde sofocado


Ese librote colosal conduces
A paso tan ligero y empeñado?

56 Obispo de La Habana (1757-1832). Véase Pezuela, J. de la, op. cit., nota 42, t. III,
p. 300; y Calcagno, F., op. cit., nota 40, pp. 261-263. Como ha destacado la profesora
Bernal, una de las mayores y mejores investigadoras sobre la historia del pensamiento
cubano, ese Real Seminario fue realmente el semillero de la innovación educativa en
Cuba. Mientras que la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo, a pesar de su tardía
fundación, había quedado anclada en los métodos tradicionales de enseñanza, el Real
Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, nacido en 1773, se integró a la Mo-
dernidad, esto es, a “la orientación ilustrada de signo liberal propia de la época”. Ese am-
biente se debió, sobre todo, a la obra de dos pedagogos cubanos: José Agustín Caballero
y Félix Varela, su discípulo. Allí fue donde se enseñó por primera vez economía política,
derecho político (con una cátedra de Constitución) o derecho nacional. Véase Bernal, B.,
“Estudio introductorio: dos siglos de pensamiento liberal cubano”, Cuba: fundamentos
de la democracia…, cit., nota 54, pp. 24-26.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 365

A la carga de un asno te reduces,


Y temo yo que de tu fuerte brazo
Con tanto peso en tu perjuicio abuses.

Por Dios, no me detengas: llegó el plazo


(Me contestó con lengua presurosa)
De acreditar que no es un embarazo

El que no exista la legada cosa


Para que haya legado con efecto,
Según consta del texto y de la glosa.

Huyó cual rayo, y como soy afecto


A saber desde tierno muchachito,
Ver la disputa hasta su fin proyecto.

Mis pasos tras los suyos precipito,


Entra en el aula, y yo desde la puerta
El certamen oí más exquisito.

Ojea el Digesto hasta que al fin acierta


Con la ley y la glosa concordante
Que califican su aserción de cierta.

El contrario con tono retumbante


Recita el texto, y exponer su idea
Promete hinchado como buen pedante.

No fue de Troya la feroz pelea


Como la que se traba averiguando
La oscura solución que se desea.

Cien mil leyes allí vieras cruzando


Del latino Digesto, y los sutiles
Enredos de los Bártulos campeando;

Vieras triunfar razones tan pueriles


Que las juzgaras dichas de juguete,
Si no las respetasen tan serviles;
366 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Y vieras que, en lugar que se interprete


La ley, clara por sí, sólo alcanza,
Según la charla y ruido que se mete,

Quedar en más tiniebla y desconfianza,


Perder el tiempo, lastimar pulmones,
Y excitar en la bilis destemplanza.

Después de mil y mil agitaciones,


Se sientan roncas, de altercar cansados,
Cada cual de vencer con presunciones.

Sus labios se callaron cual sellados,


Despliega el preceptor muy satisfecho
De sus dos escolares afamados.

En mitad de la raya lo habéis hecho;


Pero diré por fin de la disputa
Que la opinión es varia en el derecho.

Con otros muchos el Abad reputa


Inútil el legado, si no existe
La cosa cuando a alguno se tributa:

Y a la verdad, que la razón resiste


El creer valedero lo que es nada,
Y que de nada donación subsiste.

Mas con la sutileza acostumbrada


Defiende Papiniano que sí vale,
Por ser una verdad acreditada.

Que en el caso es lo mismo o equivale


El legar una cosa venidera,
Que sí pura esperanza se regale.

Dijo el gran Catedrático, y dijera


Diez mil lindezas por tan sabio estilo
Sin que nada de cierto estableciera,
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 367

Si no cortaran de su arenga el hilo


La bulla y los relojes que sacaban
Para que no siguiese tan tranquilo.

Cerró la clase, y ya se preparaban


Nuevas disputas sobre el mismo caso
En los corrillos que al salir formaban,

Cuando encamino para Andrés el paso,


Le separé de la escolar caterva,
Y así explicóse mi discurso escaso:

Amigo ¿y bien? ¿Qué utilidad conserva


Tu razón de esa tesis, o sea enredo,
En que el menor concierto no se observa?

Es gran mengua escolástica hablar quedo,


Y del asunto de tan gran disputa,
El sainete mejor componer puedo.

¿Qué utilidad (al punto me refuta


El muchacho gritando) ¡qué! podría
De sutiles cuestiones en la ruta

Otra encontrarse que a la fantasía


Dé más a cavilar, ni atice tanto
Cual la que en clase se trató ese día?

¿En el derecho habrá mayor encanto


Que tales controversias exquisitas,
Y en el aire coger de un pelo el canto?

Tu extravagancia, Antonio, no repitas,


Que a un talento ilustrado como el tuyo
Con ella, a la verdad, desacreditas.

Sé que algunos osaron con orgullo


Las leyes proscribir de Justiniano
Debiendo a ellas el progreso suyo:
368 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Pero deshonra entendimiento sano


Sentencias condenar que estableciese
Fuesen gobierno del linaje humano.

Calló Andrés, porque tanto fatigóse


Que creyeras su rostro de candela,
Y a su casa llegamos, y sentóse.

Ahora sin los gritos de la escuela


(respondí entonces) averiguaremos
Si el Digesto con fruto nos desvela;

O si las insulseces de que vemos


La juventud henchirse la cabeza,
Producen, más que bien, daños supremos.

Dame atención que mi discurso empieza:


Al emprender tu estudio de derecho
¿tuviste la intención (di con franqueza)

del romano o del patrio haberlo hecho?


Sin duda del segundo; pues la idea
No es otra que saber en caso estrecho

Lo que la ley de la nación desea,


Porque por ella y no por las latinas
Se ha de juzgar la judicial pelea.

Por replicarme ya te desatinas


Con la chusma de intérpretes, que Roma
Al orbe dio sus leyes cual divinas,

Y que jamás compilación asoma


Sobre todas, la nuestra, que su cuna
No mereciese a la que al mundo doma.

No pongo en ello resistencia alguna;


Mas no por tanto se debió en España
Seguir a ciegas contra su fortuna
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 369

Jurisprudencia que era tan extraña,


Y que aunque gran saber en sí llevase,
Se fue forjando a forastera maña.

En buena hora con ella se ilustrase


Como lo hicieran las demás naciones,
Mas no que para propia la copiase;

Y que sin ver costumbres y opiniones,


De que las leyes son el resultado,
Nos mandase imperiales decisiones.

¡Cuánto más nos hubiera interesado


Haber seguido el Juzgo primitivo,
Que al latino Digesto prohijado!

Que de enmendarlo si existió motivo,


Al paso de los siglos detenido
Se le hubiera aplicado el correctivo,

Cuanto mejor se hubiesen convencido


Los yerros de su ley; mas no del todo
Dar las de un pueblo ya tan corrompido

Al que empezaba, inculto, cual el godo,


Y que aún aquella crisis ignoraba
Que a la legislación dan norte y modo.

Tal desacierto mucho semejaba


Al del anciano que a un gentil mancebo
Para hacerle maduro encorcobaba.

Pero no tanto exasperarme debo


Contra ese yerro en su fatal origen,
Tiempo más tenebroso que el Erebo:

Hoy que otras luces superiores rigen,


Y con llanto de todos los sensatos
Defectos mil nuestro derecho afligen,
370 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Hoy es contra los necios literatos


Que por viejo respetan error tanto,
Y que los enseñan y practican gratos,

Cuando la vara de censor levanto,


Y con severidad, que harto merecen,
Los extravíos de su juicio canto.

Sus doctrinas y ejemplos entorpecen


La reforma anhelada por los sabios
Que en la nación con gloria resplandecen

Infiriéndola máximos agravios


Por sostener los timbres de la ajena
Y seguir de rutina los resabios.

Hay doctor in utroque que da pena


Oírle hablar sobre las patrias leyes,
Y cual con la de Roma se enajena.

Según su juicio desvarían los reyes


Si alguna nueva al expedir, no tienen
A Papiniano o Doroteo por fuelles,

Pues en el craso yerro se mantienen


Que del Lacio los célebres togados
En sus escritos todo lo contienen.

¡Pobres necios! Están alucinados.


Ignoran que aunque Roma dio la base,
Fueron los materiales agregados,

Y que poco en el día satisface


Saber lo que mandaba un plebiscito
U ordenaba el Senado a la alta clase.

Igual es tan ridículo prurito


Al del fatuo que ahora pretendiera
Apoyado en algún gótico escrito,
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 371

Que así la arquitectura prosiguiera


Porque de fabricar la antigua usanza
Fue nuestra escuela en fábricas primera.

Esa grave caterva que se afianza


Tenaz en cuanto fue de sus abuelos,
No ve de la razón en la balanza

Que las artes y ciencias toman vuelos,


Y que más el derecho que ninguna
Se debe mejorar con más anhelos:

Porque ¿quién puede tener duda alguna


Que las leyes seguir al tiempo deben,
Si del reino se busca la fortuna?

Tan rígidos borlados no se atreven


A reclamar nuestros antiguos usos;
Y se desviven para que se lleven

A efecto en nuestra era los confusos


Romanos cuerpos de jurisprudencia,
Que veneran y juran tan ilusos.

Parece que tener gran prepotencia


Hado es de Roma, pues su imperio muerto,
Rige aún las aulas su enredada ciencia.

Vinculado imaginan el acierto,


Si algún jurisperito ultramontano
Apoya su dictamen como cierto;

Y aunque le ayude un escritor hispano,


Nunca su cita fue tan respetable
Como lo fuera la de autor romano.

¡Fanatismo oprobioso y lamentable!


Regnícolas tan sabios cuenta España
Cual los de Roma en su época loable:
372 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Cayo, y Ulpiano, y Menna, y mucha extraña


Autoridad en el derecho oída
No convendré que el esplendor empaña

De tanta nuestra que hay esclarecida


Como Molina, Covarrubias, Sala,
Y otra suma infinita conocida,

De los cuales con gloria se señala


Cada uno en materia diferente
De que escribió con magisterio y gala.

Es la preocupación tan vehemente,


Que en mayorazgos que desconocieron
Los togados de Italia enteramente,

Muchos rancios doctores prefirieron


Argüir por paridad con su doctrina,
A seguir a los nuestros que escribieron

Con propiedad y gracia peregrina,


Y cuyos pensamientos observados
Dieran al juicio más feliz rutina.

En el fuero ¡Ay, Andrés! de estos letrados


Vieras libelos en romanos textos,
Como en délfico oráculo, fundados.

¡Cuál cavilan ridículos pretextos


Para torcer con vanas sutilezas
De nuestra ley los fines manifiestos!

Así con ellas, todas las torpezas


Y mayores absurdos consiguieron
Haber pasado plaza de certezas;

Y con latinas leyes que extendieron,


O que acortaron, de telar a guisa,
La soberana autoridad les dieron:
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 373

Y tanto la opinión los autoriza,


Que necio y temerario, y aún ateo
Llaman al pobre que los analiza.

Bajo esta sombra descansando veo


Doctrinas en España, que chocantes
A su derecho primitivo creo.

Entre las infinitas repugnantes,


La alienación de tanto señorío
Que daños nos causó tan agravantes,

Efecto fue del sumo poderío


Que de Alonso el Undécimo en la era
De los legistas tuvo el desvarío.

El yugo señoril de allí viniera,


De allí el valor que en la española Corte
Al servil feudalismo se le diera.

¿Y podrá contemplarse sin trasporte


De admiración y rabia juntamente
Que siga dando a nuestras aulas norte

Sistema tan fatal, tan imprudente,


Que sólo adquiere a la infeliz España
Muy mal legista y embrollona gente?

Tanto mal internose hasta la entraña


Y ni el gobierno ni las doctas plumas
Desarraigar pudieron la cizaña.

Ya de años han corrido largas sumas


Que el Consejo real había tentado
Del fuero proscribir a tantos Numas,

Y al Código imperial tan decantado


Quitar el despotismo degradante
Que había en el hispano radicado:
374 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Mas la gran academia ergotizante


Con sus dos compañeras, Salamanca
Fue en su sostén un invencible atlante.

Entonces la reforma quedó manca,


Y la que fomentarla más debiera
Es la que más su ejecución estanca.

Tan honda y fuerte la raíz tuviera


El Derecho imperial de Justiniano,
Que a ciegas como dogma se creyera.

¿Y será extraño que saliese vano


El arreglo que tantas ocasiones
El Gobierno emprendió con juicio sano?

¿Ni menos que de célebres varones


Cual Mora, de Manuel, Asso, y Cañada
Se olvidasen las sabias reflexiones,

En donde vivamente retratada


Está de la romana algarabía
La estéril enseñanza complicada?

Cuerdamente el primero nos decía


Que en conciliar palpables discordancias
El calor de las aulas se impedía,

Y que podría echar más arrogancias


De gran jurisperito, el que supiese
Amigar más chocantes repugnancias.

Hasta ahora no vi que conviniese


En qué se pueden contrariar dos textos
Quien la civil legislación profese:

Y aunque los yerros salten manifiestos,


Los verás con el ergo y las patadas
A fuego y sangre defenderlos prestos;
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 375

Como si leyes tantas, y formadas


Por manos tan diversas, estuvieran
Del descuido humanal privilegiadas.

Antes juzgo preciso que envolvieran


Contrariedades las de las Pandectas
Que todas las antiguas refundieran.

¿Ignoras tú las infinitas sectas


De juristas antiguos? ¿Y así quieres
Que sus leyes no fuesen imperfectas?

Y si discordes son sus pareceres,


¿Cómo, Andrés, al mirarlos reunidos,
Reinar en ellos la unidad infieres?

De lógica tan necia conducidos


En laberintos caen los legistas
Do van errantes y sin luz perdidos.

De ella nace ostentarse civilistas


Aquellos que de Paulo o Doroteo
Son con tanto fervor panegiristas,

Que tienen por saber y gran recreo


Deslindar mil sutiles desvaríos,
Y gastar una resma en su careo.

Como si sus sentencias o albedríos


Por tener las tinieblas de misterio
Debiesen encontrar creyentes píos.

Conozco yo más de un borlado serio,


De gran concepto para su clientela,
Que con pausas y voz de magisterio

Escritos dicta a usanza de la escuela,


Con ergos y latines y mil citas,
Y su comento a la imperial novela.
376 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

¿Qué dijeron sus frases infinitas?


Nada de la cuestión, o cuando menos,
De patrias leyes, como nunca escritas.

Haga sermones de Digesto llenos,


Con algún santo padre por ayuda,
Y lo enriquecerán los hombres buenos;

Y si el pleito se pierde, no haya duda


Que hubo venalidad o compromiso,
Pues la defensa fue la más sesuda.

¿Cómo oponerle la de algún Narciso,


Novel abogadillo a la francesa,
Que huele a rosa y se compone el rizo?

Montesquieu calentoles la cabeza,


Filangieri, Bentam, y otros ateos
Que arden en el infierno con certeza.

Tal piensan, y lo dicen sin rodeos


Los pelucas forenses que retrato,
Siempre obstinados como los hebreos.

No es dable, pues, que a la razón ingrato


Sostengas su mal método y errores
Con tanto ardor a fuer de Peripato.

Ve la frivolidad de los autores


Que las aulas veneran, afanados
En fútiles cuestiones los mejores;

Y en distinguir especies de legados,


De testamentos y su fuerza varia,
Sus enormes infolios ocupados

Llenando su carrera literaria


La Instituta y Digestos, por fin salen
Aun los de aplicación extraordinaria,
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 377

Ignorando las nuestras; y ¿qué valen


Breves estudios que tendrán en ellas
Cuando los casos al saber no igualen?

Bien del tirón las aptitudes bellas


En los códigos nuestros han de emplearse,
Que nos enseñan del deber las huellas;

Y contempla que si han de sentenciarse


Por ley hispana las contiendas nuestras
¿Qué puede interesar el fatigarse

Con obras mil, de oscuridad maestras,


En donde ves cavilaciones tantas
Que a nuestro reino han sido tan siniestras?

Tan sólo confusiones adelantas


Con un derecho extraño, envejecido,
Si en sus misterios tu salud quebrantas:

Su lenguaje ya es muerto, y no entendido


Sino de algunos pocos eruditos
Que el dialecto de Tulio han aprendido;

Y es jerigonza la de los escritos


Con que al mundo apestaron en errores
Después los glosadores infinitos.

¡Desprecio eterno a tales corruptores!


Y corre a donde enseñan puramente
Hispana ley hispanos preceptores.

Esperamos que venga prontamente


Tiempo feliz que en nuestras aulas suene
Solo, o al menos, predilectamente.

Patria legislación tu estudio llene,


Y busca auxilios en los patrios sabios
Aunque sus faltas evitar conviene;
378 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Y más en los que azotan los resabios


Que a la tribuna de la noble España
Ha siglos ocasionan mil agravios.

Desaparecerá tan vil cizaña,


Y el augusto Fernando que ha ofrecido
Extirpar tanto abuso que nos daña

Y a un docto magistrado cometido


Preparar la reforma necesaria
Del sistema escolar tan corrompido;

Conociendo la influencia extraordinaria


Que el fuero ejerce en la nación entera,
Vedará la enseñanza temeraria

Del volumen inmenso que en su era


Al imperio caduco que regía
Dio Justiniano para que muriera.

Entonces sí, que sin tan falsa guía


De Astrea oirás dignísimas lecciones
Con fruto tuyo y de la patria un día:

Entonces desearás, no en los centones


Que el pedantismo compiló, enredarte,
Sino hacer de principios deducciones,

Y más firme en tus luces apoyarte,


Que no siguiendo el rancio magisterio,
En Javoleno o Celso asegurarte.

Hoy goza libre la razón su imperio,


Y no las sutilezas con sus bases,
Sino el estudio de las ciencias serio.

Callen el romanismo y sus secuaces;


Nuestros códigos salgan del olvido,
Y enséñese mejor en nuestras clases.
SÁTIRA CONTRA LA PREDILECCIÓN DEL DERECHO ROMANO 379

El genio nacional allí embebido,


Admiremos sus leyes primordiales,
Y las costumbres con que se ha regido.

Su abandono nos trajo duros males,


Y la toga española por su oficio
Debe tener ideas tan cabales.

Y si tú, Andrés, con delicado juicio


Quieres saber la gran jurisprudencia,
De nuestras leyes bajo el solo auspicio,

Y de los sabios de más pura ciencia,


Empréndela estudioso, y al romano
Por gala ocurre, y no con preferencia.

Ya el acierto lo tienes en tu mano


Si antes sólo un error te conducía,
Y no acaso un capricho poco sano;

Y tú agradecerás alegre un día


Reflexiones de tanto fundamento
Que a los alumnos inspirar querría.

Dije; y el joven, algo descontento


Del triste desengaño, me suplica
Que diese treguas al razonamiento.

Algunos días la lección mastica,


Y me inquiere después ¿dónde el derecho
De la nación el escolar se explica?

De mi victoria entonces satisfecho,


Le conduje en persona hasta la clase
En que se estudia con mayor provecho:

Gracias al gran pastor que se complace


Y en prodigar las luces se desvela
A la fiel grey cuyas delicias hace.
380 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Allí se aplica y su adelanto anhela,


Y en lugar de las frívolas cuestiones,
Su juicioso maestro activo cela
De darle las más útiles lecciones.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL: ORÍGENES,
FORMULACIONES. PERVIVENCIAS1

La preocupación por el lenguaje, por su origen, su esencia y su evolución,


en tanto que medio que sirve para la expresión de nuestros pensamientos,
es larga en la historia de la filosofía, y, en general, en la historia de la
humanidad. Lenguaje significa tanto como reflexionar sobre el mismo ser
humano y el más importante de sus atributos, la mayor de sus capacida-
des, su elemento caracterizador por antonomasia.2 El hombre no sola-
mente vive y siente, piensa y actúa, sino que es capaz de expresar aquello
que vive y aquello que siente, lo pensado y lo actuado, la realidad toda que
lo circunda, a través de un artificio que él mismo crea y desarrolla. Incluso
se puede afirmar que las cosas existen desde el mismo instante en que pode-

1 Es de justicia citar las bibliotecas en las que hemos desarrollado las consultas de las
fuentes constitutivas del esqueleto conceptual de este trabajo: la Biblioteca del Departa-
mento de Historia del Derecho y de las instituciones de la Universidad Complutense de
Madrid, con la magnífica labor omnipotente de su responsable, Isabel de Grandes Pas-
cual; la Biblioteca del Departamento de Filosofía del Derecho de la misma Universidad;
la Biblioteca del Departamento de Filología Clásica, también en nuestra Ciudad Univer-
sitaria Complutense; la Biblioteca de la Universidad Pontificia de Comillas; la Biblioteca
del Seminario Conciliar de la Inmaculada y San Dámaso de Madrid; y la Biblioteca del
Max Planck Institut für europäische Rechtsgeschichte, en Frankfurt am Main, frecuenta-
da en enero y febrero de 2006. A todos los encargados y trabajadores, de diferente rango,
que prestan sus servicios en las mencionadas bibliotecas, queremos hacerlos destinata-
rios de nuestro más sincero agradecimiento por haber hecho posible, con su atención,
dedicación y paciencia, la confección de este modesto trabajo. La abundantes citas a J.–P.
Migne se entienden realizadas a las varias ediciones, reediciones y reimpresiones de su
Patrologia Latina y de su Patrologia Graeca, de uso cotidiano entre los estudiosos, por
lo que no son precisas indicaciones de lugar o de editorial, más que la referida al tomo
correspondiente donde se encuentra la obra empleada.
2 Véase Vendryes, J., El lenguaje. Introducción lingüística a la Historia, México,
Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, 1979, pp. 80 y ss.

381
382 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mos nombrarlas, esto es, cuando nuestra capacidad intelectiva ha conse-


guido aprehender el mundo exterior, captarlo, identificarlo, comprenderlo,
explicarlo y así reformularlo, darle un nombre, bautizarlo. Todo ello gra-
cias a las palabras, escritas o pronunciadas, en ese camino interminable
que va desde el mundo exterior hacia nuestro cerebro y finalmente hacia
nuestra boca. Una penumbra de significación, algo ignoto que no es feno-
ménico, a modo de velo invisible, parece alzarse entre el hombre que de-
nomina y el objeto que recibe esa denominación. Así se crea el nexo entre
la realidad y su representación, mediante conjunto de signos. La relación
con los textos persigue una análoga continuidad a la que tenemos con las
cosas, con aquellos signos como elementos importantes de exteriorización
para conformar un juego de semejanzas orientado al conocimiento de lo
similar, en palabras ya conocidas de Michel Foucault. Según el pensador
francés, no hay diferencia entre observación y autoridad aceptada, entre lo
verficable y la tradición, sino que existe un mismo juego, el del signo y el
de lo similar.3 Por medio del lenguaje tratamos de conseguir esa similitud,
hacer cercano lo que no lo es, lo que a primera vista parece desconocido,
y de ahí arranca el conocimiento, todo conocimiento. El lenguaje, por su
complejidad y sus ricos matices, nos diferencia de los otros seres vivientes
y es expresión precisamente de esa racionalidad con la que se suele califi-
car al ser humano. Sin aquél, sería imposible la fijación externa de concep-
tos, de ideas, de creaciones exclusivamente incorpóreas, a las que tenemos
que acceder necesariamente por la vía de aquellos cauces expresivos que
nosotros mismos hemos generado acudiendo a convencionalismos, al
acuerdo sobre el significado y el significante de todos aquellos signos que
usamos para que dicha comunicación sea viable, fluida, exitosa. Por esa
razón, se dice que el lenguaje es relativo, en el sentido de que siempre se
relaciona con algo y ese algo es la comunidad de sus hablantes. Pero, al
mismo tiempo, es elemento clave para expresar la realidad, para depurarla,
organizarla y así, al fin, dominarla. La importancia de ese elemento lingüís-
tico, código de expresión y de comunicación, que yuxtapone lo individual
y lo comunitario, es capital e indiscutible. Lo relevante no es tanto lo histó-
ricamente exacto como lo simbólicamente verdadero, aquello por lo que
realmente debemos interesarnos, en cuanto que es lo que ha dejado huella
en mentalidades y en realizaciones. La autenticidad histórica no garantiza

3 Véase Foucault, M., Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias
humanas, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, pp. 41 y ss.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 383

sin más la eficacia poética de nuestras construcciones. Al símbolo hay que


añadirle el sentimiento que va detrás de cada uno de ellos. Pero sin olvidar
eso: la simbología que subyace en todo lenguaje, el componente mágico
en cierta medida que posee la comunicación como el cauce más apto que
permite superar el egoísmo y el individualismo. No en vano, Ludwig Witt-
genstein, acaso el filósofo que mejor y más intensamente reflexionó sobre
el valor del lenguaje en el pasado siglo XX, dejaba para la posteridad dos
tremendas y definitivas frases con las que se iniciaba y concluía, respecti-
vamente, una de su obras más conocidas. Leemos así en su Tractatus logi-
co-philosophicus, concretamente en el prólogo, que “lo que siquiera puede
ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay
que callar”,4 frase esta última que conforma el punto 7, conclusión de todo
el proceso de razonamiento enrevesado, sumamente complejo, difícil, que el
filósofo austriaco trataba de mostrar.5 Así termina un libro decisivo y defi-
nitivo en el pensamiento occidental que trata de desarrollar una idea nu-
clear: el problema filosófico por excelencia es un problema de lenguaje y,
por ende, de símbolos, signos y significados. Función de la filosofía más
que superar los límites de lo pensable, es precisamente el deber de contri-
buir a la fijación de esos límites, a la separación de lo que se puede y de lo
que no se puede pensar, toda vez que el medio por el que se hace esa ex-
presión filosófica es el lenguaje y éste no permite decir lo inefable, lo ina-
sible, lo innombrable. Fuera de aquellos límites, nada podemos alcanzar
con seguridad porque nada puede ser nombrado y, por lo tanto, expresado,
captado o comprendido.6 La importancia del lenguaje se traduce en su
utilidad extrínseca, pero asimismo en su utilidad intrínseca, en la impor-
tancia del recipiente que lo expresa, esto es, su forma, la totalidad de aquel
conjunto encadenado, reglado y convencional de signos que empleamos
casi inconscientemente para manifestar nuestros deseos, sentimientos,
4 Cfr. Wittgenstein, L., Tractatus logico-philosophicus, Muñoz, Jacobo e Reguera,
Isidoro (versión e introd.), Madrid, Alianza Editorial, 2002, pp. 10 y 11: “Was sich über-
haupt sagen lässt, lässt sich klar sagen; und wovon man nicho reden kann, darüber muss
man schweigen”. Una breve síntesis de la evolución de este pensador puede consultarse
en Fernández Brezmes, D. V., “La implicación pragmática del lenguaje: Wittgenstein”,
Nexo. Revista de Filosofía, núm. 1, 2002, pp. 9-26.
5 Cfr. Wittgenstein, L., Tractatus…, cit., nota 4, § 7, pp. 182 y 183.
6 Como bien dice Wittgenstein, a los objetos solamente se les puede nombrar y los
signos, en suma, hacen las veces de ellos. Solamente se puede hablar de ellos, no expre-
sarlos. Una proposición nos dirá cómo es un objeto, no lo que realmente es. Cfr. ibidem,
§. 3. 221, pp. 34 y 35.
384 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

odios y pasiones, los momentos álgidos y los momentos más sufridos y


dolorosos de nuestras existencias. Es cauce que permite la superación de
lo individual, porque a través del mismo el hombre sale de su solipsismo y
acaba desembocando en el contacto con los demás, con lo cual la inicial
expresión de un algo propio, peculiar, individual, acaba por convertirse en
comunicación, en intercambio de varias de esas expresiones y experien-
cias, en algo colectivo de perfiles comunitarios. La comunicación es, sobre
todo, fenómeno social y no una simple transacción privada entre indivi-
duos. De ahí se sigue que no son posibles los lenguajes privados (sí, en
cambio, el uso de un lenguaje en privado), por que aquél se singulariza por
ser público, intersubjetivo, inserto en una forma de vida, en un contexto
social, dentro del cual cobra y tiene sentido. Lenguaje es expresión, pero,
sobre todo, comunicación nunca neutral, discurso determinado, conoci-
miento que impone formas o sistemas precarios de poder: una forma de
expresión del saber que se traduce en una forma concreta del poder.7 Am-
bas se entrelazan. La puntual expresión solamente cobra pleno sentido
para el individuo particular en la medida en que dicha expresión sea com-
partida por el entramado colectivo en el que se mueve, aun cuando no se
dirija a los miembros de esa comunidad. El lenguaje es elemento de alma-
cenamiento para la conservación, donde se condensa la riqueza de una
comunidad, donde se articula la memoria y la historia de aquélla. La pala-
bra y su compendio, el libro, oralidad y escritura, se dan la mano y apare-
cen así como los complementos necesarios de esa visión del lenguaje como
cauce esencial de comunicación, como instrumento que nos diferencia de
los otros animales. Junto a la palabra y el papel indispensable del maestro

7 Se entiende, con Michel Foucault, que el discurso no es solamente un conjunto


de hechos lingüísticos ligados entre sí por reglas sintácticas de construcción, sino que
implica la posibilidad de saber y ese saber oculta en su seno una determinada concepción
del poder (que no de la opresión). La formación de ciertos dominios de saber se gestan
precisamente mediante relaciones de fuerza y relaciones políticas en la sociedad. Sola-
mente puede haber ciertos tipos de sujetos de conocimiento, órdenes de verdad, dominios
de saber, que emanan de condiciones políticas que juegan un papel análogo al suelo en el
que se forma el sujeto, los dominios del saber y las relaciones con la verdad. Así, a través
de la Historia, se produce la constitución de un sujeto que no está dado definitivamente,
que no es aquéllo a partir de lo cual la verdad se da en la Historia, sino que es sujeto
constituido en el interior mismo de ésta, fundado y vuelto a fundar en cada instante por
ella. Véase Foucault, M., La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1998, pp.
13 y ss.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 385

o del profesor,8 la letra escrita o impresa, condensación de esa pléyade


ciertamente arbitraria de signos y más signos que constituyen el lenguaje,
es el complemento indispensable de ese deseo de expresión y de interac-
ción. La transición de una sociedad carente de escritura a otra en la que
toda o prácticamente toda manifestación lingüística relevante se efectúa
por medio de escritos implica una radical transformación de todos los as-
pectos de la vida social y del pensamiento. Sin la escritura, sin el lenguaje,
nuestra noción de nosotros mismos, de la historia, lo que pertenece al cam-
po de la naturaleza, las relaciones sociales, la religión o la literatura, serían
de otro modo. Precisamente con la escritura emergen aquellas nociones,
hoy cotidianas, de razón, lógica, pensamiento, voluntad, sujeto, objeto,
moralidad o eticidad, y, con estos mimbres, todas las consecuencias inte-
lectuales que van desde la filosofía al derecho, de la retórica a la política.
Solamente con el lenguaje, oral primero, escrito después, cabe el dominio
de uno mismo y de la sociedad, el intercambio de ideas, el debate y nuestro
enriquecimiento intelectual. Fuera del mismo, lejos de sus respectivos te-
rritorios, sólo hay lugar para la incomunicación, el silencio, la soledad y la
barbarie más absoluta.9

8 Citando a G. Steiner, el maestro —por su sabiduría y capacidad de transmisión—,


es “sencillamente, alguien que goza de un aura casi física y en quien resulta casi tangible
la pasión que desprende. Alguien de quien se puede decir: nunca llegaré a ser como él,
pero me gustaría que, algún día, llegase a tomarme en serio… Eso es lo que entiendo por
maestro, aquel en quien hasta la ironía nos produce una sensación de amor”. Sobre la
docencia, vinculada a la misma sabiduría, dice el mismo: “Ser profesor es una vocación
absoluta. No hay que olvidar que pertenezco a un pasado, a una cultura en la que el vo-
cablo rabino, rabonim, no significa sacerdote ni hombre consagrado, sino que es la más
humilde de todas las palabras para designar a un profesor. Un rabonim es, sencillamente,
un profesor, quizá la profesión más enorgullecedora y, al mismo tiempo, la más humilde
que existe”. Cfr. Steiner, G. y Ladjali, C., Elogio de la transmisión. Maestro y alumno,
Madrid, Siruela, 2005, pp. 129, 130 y 161, respectivamente.
9 La escritura frente a la oralidad supone la transición de un acto de audición para
comunicar, para recordar y para almacenar la comunicación, hacia un acto de visión con
idénticas finalidades. Para el protagonismo de la escritura, véase Havelock, E. A., La
musa aprende a escribir. Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad has-
ta el presente, Barcelona, Paidós, 1996, passim. Más en profundidad sobre las relaciones
entre oralidad y escritura, véanse Ong, W. J., Orality and Literacy. The Technologizing
of the World, Londres, Nueva York, Methuen, 1982; Goody, J., La raison graphique. La
domestication de la pensée sauvage, París, Les Éditions de Minuit, 1979; The Logic of
the Writting and the Organization of Society, Cambridge, Cambridge University Press,
1986, y su traducción francesa, con algunos aditamentos, La logique de l’écriture. Aux
386 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

II

Tras la filosofía demos paso, sin solución de continuidad e insistiendo


en el lenguaje como eje, a la forma más compleja, a la par que bella, de
presentación de éste: la literatura. Y nada mejor que comenzar por y con
Borges, el tímido escritor argentino que escondía en sus manos y en su
mente, finalmente en sus palabras, algo más que una obra literaria: un
auténtico y peculiar mundo y, con el mismo, una explicación del ser hu-
mano. En uno de sus relatos más celebrados, nos habla Borges de la exis-
tencia de un mito referido a la Biblioteca de Babel,10 que compartía remi-
niscencias míticas de aquella otra antigua de Alejandría, con el añadido
de la confusión y de la mezcla que el nombre babélico comportaba. En
ella estaban contenidos, recopilados, ordenados, la totalidad de los libros
que en la historia de la humanidad habían sido, es decir, la totalidad del
saber que el hombre había conseguido descubrir, describir y finalmente
plasmar por escrito. La biblioteca era el mismo universo, una biblioteca
infinita e interminable, ordenada de manera armónica con sus galerías,
corredores, gabinetes, barandillas, estanterías, anaqueles y demás ense-
res dirigidos a la conservación y sistematización del saber: “El universo
(que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y
tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación
en el medio, cerrados por barandas bajísimas”.
La biblioteca tiene sus propios axiomas: existe ab aeterno, descansa
sobre la base de un número de símbolos ortográficos que son veinticinco,
no hay en su seno dos libros idénticos, de lo cual se deduce que la biblio-
teca es total y sus anaqueles contienen todas las posibles combinaciones
de los símbolos referidos, “o sea todo lo que es dable expresar: en todos
los idiomas. Todo”, concluye Borges de una manera radical. La totali-
dad escrita. Ahora bien, ese contenido no siempre ha traído bendiciones.
Surgen de inmediato los heterodoxos, si bien la primera impresión fue
de una felicidad absoluta porque allí hallaría el ser humano todas las
respuestas. Pero también dio pie para el recelo y el miedo, una cierta
desazón por la renuncia a sentimientos típicamente humanos como es el
caso de esperanza misma, que se ahogaba entre las letras escritas:

origines des sociétés humaines, París, A. Colin, 1986; y The Interface between the Writ-
ten and the Oral, Cambridge, Cambridge University Press, 1987.
10 Véase Borges, J. L., “La Biblioteca de Babel”, publicado inicialmente en el vo-
lumen El jardín de los senderos que se bifurcan, 1941 (ahora recogido en Ficciones,
Madrid, Alianza Editorial, 2005, pp. 86-99, por donde citamos).
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 387

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera


impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron
señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mun-
dial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo
estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimi-
tadas de la esperanza.

En esa situación, dentro de la complejidad inmarcesible de la bibliote-


ca, tienen su lugar las leyendas. El terreno es fértil para que las mismas
aparezcan. Nacen como respuestas a lo inexplicable, a aquello que no
puede ser respondido de acuerdo con los esquemas que proporcionan los
libros. Entre ellas, destaca el protagonismo de un mito, el Hombre del Li-
bro, con el que se alude a uno de esos recipientes de la sabiduría, un libro
que es, a su vez, compendio de la propia Biblioteca, el libro que contiene
todos los demás libros, que recopila todo lo que los demás muestran dis-
perso. Un libro que lo es todo y en cuyas páginas todo se puede hallar:
toda pregunta, toda respuesta, toda inquietud. Un libro que representa,
pues, la aspiración del hombre al conocimiento absoluto y, con ello, a la
verdad asimismo absoluta:

También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre


del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres)
debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los
demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el
lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario
remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron
en vano los más diversos rumbos… No me parece inverosímil que en al-
gún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados
que un hombre —¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!— lo haya
examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí,
que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno.
Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, tu
enorme Biblioteca se justifique.

Borges, conocedor de los más recónditos deseos intelectuales de los


hombres, nos brinda una fábula compleja en donde el problema es el co-
nocimiento y la formulación de ese conocimiento. En ese leyenda queda,
pues, codificada la aspiración del ser humano hacia esa sabiduría com-
pleta de la totalidad del universo, y también hacia la perfecta, compren-
sible y razonada formulación de esa sabiduría, es decir, la expresión del
388 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mismo, su determinación por medio de palabras pronunciadas y escritas,


su comunicación, su transmisión o traslación de una mente a otra u otras.
De nuevo, el lenguaje en sus múltiples funciones. El deseo de totalidad y
de certidumbre preside esa ruta del conocimiento. Aquí en su versión ge-
neral, pero también en otros campos parciales del conocimiento humano,
se persiguen desde tiempos inmemoriales anhelos parecidos: condensar
en un solo libro todo el saber que el hombre atesora en los diferentes ám-
bitos en que se desarrolla la cultura, unir por medio de simples, claras y
sencillas palabras, todo aquello que el hombre quiere decir, saber, pensar,
comprender. El derecho no puede ser excepción y también en el seno del
mismo se ha producido análogo movimiento, similar deseo, idéntica in-
quietud. Recoger, condensar, formular los mandatos de una manera sen-
cilla, fácilmente comprensible, de una manera usual, normal, cotidiana,
reflejando los valores que subyacen en el lenguaje imperativo empleado
que normalmente se usa para rodear todo lo que se refiere a lo jurídico.11
He aquí el objeto de estos apuntamientos: la citada búsqueda de la
esencia del derecho acaba en una formulación, por medio de la cual se
acabó expresando aquélla bajo el nombre de “regla de oro”, la regula
aurea.12 Hallará fortuna en el pensamiento tardoantiguo y medieval como
vehículo de comunicación completo del sentido íntimo que el derecho
debe tener y ha de tener imperativamente, como definición descriptiva
del marco formal que preside lo jurídico y finalidad hacia la cual se de-
ben proyectar las diferentes normas que articulan el cumplimiento de
ese mandato capital, sumo, definitivo. Su explicitación más depurada la
hallaremos en las palabras que siguen al famoso Sermón de la Montaña
y en consonancia con la idea de amor que subyace en todo el mencio-

11 Véase Engisch, K., Introducción al pensamiento jurídico, Madrid, Guadarrama,


1967, pp. 223 y ss.
12 Es preciso destacar que la expresión “regla de oro” es empleada desde hace dos
siglos aproximadamente, más en el ambiente anglosajón que en el europeo continental.
Sólo en el siglo XX, ha recibido plenamente este modo feliz de designar la antigua máxi-
ma de sabiduría. A lo que parece, el primero que emplea esta expresión es Gibbon, E., en
su obra clásica sobre el declive y la caída del Imperio romano, obra aparecida originaria-
mente entre los años 1776 y 1788. Citamos por The History of the Decline and Fall onf
the Roman Empire, 7 vols., Bury, J. B. (introd., notas, apéndices e índice), Londres, Peter
Fenellon Collier & Son, 1898, cap. LIV, nota 43, p. 127: “3. A Catholic inquisitor yields
the same obedience which he requires, but Calvin violated the golden rule of doing as he
would be done by, a rule which I read in a moral treatise of Isocrates (en Nicole, t. I, edit.
Battie, p. 93) four hundreds years before the publication of the Gospel”.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 389

nado discurso, cuando Jesucristo pronuncia unas breves y sustanciosas


frases, que tan hondamente calarán en la conciencia de los principales
pensadores cristianos de la Antigüedad tardía y del Medievo, una ley
de la caridad que se expresa en los siguientes términos, definitoria de la
esencia de ese modelo cristiano de vida: “Por eso, cuanto quisiereis que
os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta
es la ley y los profetas”.13

III

He aquí el modelo occidental, eminente y predominantemente cristia-


no, de esa regla de oro. Haz a los demás lo que quieres que ellos te hagan
a ti. He aquí la ley moral por antonomasia, que es principio religioso y,
finalmente, norma jurídica, la regla de oro por ser la más preciada. Ella
muestra, sobre todo, el tránsito de una justicia basada en la retribución
hacia una justicia basada en el amor al prójimo: de una antigua justicia
fundada en el derecho se consigue transitar a una nueva justicia fundada
en la salvación del hombre, esto es, en la realización de todos los esfuer-
zos posibles para que el hombre alcance la más alta aspiración, cual es
la felicidad en la tierra como paso previo a la felicidad ultraterrena.
De la regla retribuir el mal con el mal y el bien con el bien, pasamos a
un fundamento ético diverso: amar al enemigo y retribuir el mal con el
bien, siempre y en todo lugar. El amor a Dios, dado por Dios a los hom-
bres y recibido por Aquél de éstos, ha de implicar una nueva manera de
regulación de las relaciones interpersonales, ahora presididas además por
esa idea novedosa de amor o caridad, que rompe con el pasado del pen-
samiento religioso judío más inmediato.14 La regla de oro es una especie
de melodía que todo lo contiene, que se basta y se sobra por sí misma,
evidente, clara, cristalina, superflua incluso, pero a la que no se puede
renunciar jamás. Es decir, es el primer pilar sobre el que se comienza a
edificar la totalidad de la arquitectura jurídica, la base de todo cuanto se
llamará con el tiempo el derecho, así como sus múltiples implicaciones
13 Mateo 7, 12. Las citas bíblicas proceden de la Sagrada Biblia, 12a. ed., versión
directa de las lenguas originales por E. Nácar Fuster y A. Colunga, O. P., Madrid, BAC,
1962.
14 Véase Kelsen, H., “La idea de justicia en las Sagradas Escrituras”, Ensayos sobre
jurisprudencia y teología, México, Fontamara, 2003, pp. 109 y ss. En contra, véase Vi-
lley, M., Compendio de filosofía del derecho. I. Definiciones y fines del derecho, Pamplo-
na, EUNSA, 1979, pp. 111-123.
390 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

y ramificaciones. De donde todo arranca y todo emana. A esa melodía


occidental, se le sumarán nuevas voces e instrumentos, nuevas asonan-
cias, melodías, contrapuntos, rimas, compases, acordes y arpegios, pero
como sucedía en la música barroca, su función es la del bajo continuo,
el sustento emocional evidente y primario de toda la composición. Así,
siguiendo con el símil, sucede en el derecho: aparecerán leyes, cánones,
decretales, reglamentos, constituciones, códigos, expresiones plurales y
diversas, varias, distintas, formas geométricas de una geometría cuya res-
puesta se encuentra más allá de las normas mismas; mas en la base, en el
pilar, en el sustrato de todo el engranaje de lo jurídico, se encuentra este
principio capital que debe ser contemplado como el más elemental átomo
de la vida jurídica, y, por lo mismo, el más imprescindible, por cuanto
es la chispa que sirve para insuflar vida al derecho y para inculcarle una
concreta dirección.
La búsqueda del conocimiento universal, completo, es lo que mueve
la conservación de aquella Biblioteca de Babel borgiana y del libro más
preciado que la misma conservara. El libro que es, en sus líneas, en sus
sencillas palabras, el compendio de la totalidad de los libros. Una intención
similar —condensar la totalidad del saber en una regla de formulación sen-
cilla, fácil y evidente, definir la totalidad de lo complejo en y con una
sencilla frase— parece ser la que inspira la denominada regula aurea, la
regla de oro, en la cual se quería agrupar la plenitud del derecho en este
caso, la expresión más descarnada, depurada, elemental de lo jurídico y
sus correspondientes ramificaciones, consecuencias e implicaciones.
La regula aurea no persigue definir qué es el derecho —de hecho, no
lo hace—, sino cómo debe ser el principio que presida la interacción en
el campo de lo jurídico, y, lo que es más relevante, cómo debemos ser
nosotros hacia el derecho, entendido éste como alteridad, cómo caminar
de su mano en la dirección que el mismo nos marca hacia los demás.
Establece las fronteras entre lo lícito y lo ilícito, nos señala el camino
que hemos de recorrer precisamente para alcanzar lo primero, fija una
pauta de conducta en sentido positivo o negativo, de acuerdo con sus
dos más conocidas formulaciones. Se dice cómo hay que actuar, cuál es
el horizonte remoto de nuestras conductas, mas no se indica nunca posi-
tivamente en qué han de consistir concretamente las mismas, cuál es su
específica determinación, su resultado explícito. 15 Se da el recipiente;

15 Lo que justifica las críticas de Kelsen dado que no se da una respuesta a la pregunta
clave: ¿Cómo debe comportarse el ser humano? ¿Qué debe hacer? Véase Kelsen, H., Il
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 391

no hay contenido o una concepción lo suficientemente amplia del conte-


nido para que el hombre según los tiempos y las latitudes, longitudes y
culturas, proceda a rellenarla. La regla de oro no concibe el derecho, ni
lo define, ni lo conceptúa, acaso reconociendo una incapacidad del hom-
bre para llegar a tal fin. Lo describe, teleológicamente hablando. Fija sus
finalidades decisivas, los destinos de las actuaciones humanas en relación
precisamente a los demás. Dice cómo se ha de hacer en la práctica ese
derecho y cuál ha de ser la actitud del hombre frente al mismo, en cuanto
que puente que permite las relaciones intersubjetivas con los demás hom-
bres. La definición del derecho ha sido y es cuestión compleja, probable-
mente irresoluble. Ni siquiera en las Sagradas Escrituras, ni en los más
reputados textos profanos que afectan al mundo del derecho, se atisba una
clara definición o concepción de lo jurídico. ¿Por qué sucede esto? Porque
el derecho se vincula a la justicia y la estimación de lo que sea ésta depende
de la conjunción de toda una gama de valores, principios y axiomas, esen-
cialmente evolutivos, cambiantes. No existe un fin para el derecho, en el
sentido de una consumación absoluta del mismo, una conclusión defini-
tiva, porque estará en continuo movimiento en tanto el hombre se halle
detrás del mismo. La historicidad lo caracteriza, lo define, lo hace estar
siempre en movimiento e impide, precisamente por ese motivo, su para-
lización y su terminación.16 Los enfoques y perspectivas aportados desde
diversos puntos de vista hacen la tarea de definición casi una misión im-
posible y suicida. Una cierta modestia científica nos hace volver la vista
hacia labores más sencillas, labores que busquen no conocer la esencia
del derecho, sino describirlo, al menos, como paso previo para una poste-
rior comprensión de aquél, y describirlo tratando de hallar cuáles son los
componentes determinantes del mismo, sus elementos condicionantes,
los que permiten hablar de derecho en todos y cada uno de los momentos
históricos. Una descripción, no un simple juego de palabras, que además
nos sea de utilidad para saber cómo hemos de comportarnos y por qué
hemos de hacerlo así, o viceversa, cómo no comportarnos y por qué no
conducirnos en nuestras relaciones con los demás en tal o cual sentido.
A esta finalidad responde la regla de oro, al intento de condensar en una
simple combinación de palabras la descripción más exacta, precisa y
certera de lo que debe ser el derecho, de su esencia más íntima, de su
aspecto más desnudo. No de sus componentes o elementos integrantes,

problema della giustizia, G. Losano, Mario (ed.), Turín, Einaudi, 1975, pp. 18-20; Teoría
pura del derecho, 4a. ed., Buenos Aires, Eudeba, 2000, pp. 45 y ss.; y ¿Qué es la justi-
cia?, 13a. ed., México, Fontamara, 2001, pp. 56-58.
16 Véase Anderson, P., Los fines de la historia, Barcelona, Anagrama, 1996.
392 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sino de su teleología, de su camino hacia ciertos fines que solamente


por medio de lo jurídico pueden ser planteados y resueltos. Se responde,
pues, a la pregunta cómo ha de ser el derecho, en su sentido formal (don-
de se deposita ese derecho) y en su sentido material (contenido último
que han de presentar las mismas normas jurídicas), antes que replicar a la
cuestión sobre qué es, en esencia, el mismo derecho.
La expresión decisiva de esta regla es evidentemente, por lo que a
nuestra cultura jurídica respecta, judeo-cristiana y su recepción posterior
obedece a la herencia religiosa apuntada, transmitida en el seno del Im-
perio romano y convertida en elemento de la cultura oficial de alcance
general en todo el Medievo cristiano. Un elenco de posibles fuentes e
influencias permite acreditar lo anterior. Desde la primitiva formulación
bíblica hasta su posterior conversión afirmativa en el texto evangélico,
los primeros pesandores cristianos adoptan esta regla como la expresión
suma del amor al prójimo, fundamento último del mensaje cristiano, pilar
insustituible de la realidad de la cristiandad. Conforme a la mentalidad
religiosa que está en la base de este esencial precepto jurídico (en un
momento en que lo religioso lo absorbe todo y todo se debe referir a ese
elemento espiritual), se busca un ley universal basada en el amor y en la
caridad, que sepulte los mandamientos de la vieja Alianza mosaica y ca-
mine de modo decisivo hacia una nueva forma de entender las relaciones,
primero, entre los hombres y Dios, y, más adelante, entre los hombres
mismos, guiada por los principios anteriormente aludidos. El amor, la
caridad, el sacrificio por los otros, contemplados como prójimos, esto es,
próximos y no como enemigos ni extranjeros a los que hay que comba-
tir. La base de la vida religiosa que judaísmo y cristianismo nos ofrecen
descansa no en el derecho, sino en la gracia de Dios, es decir, en su amor,
manifestado de un modo violento o de un modo pleno de misericordia.
Esa misma relación es la que se tiene que dar entre nosotros, de modo
que el derecho, formulado al modo romano o al modo del Antiguo Testa-
mento, no tiene cabida en el nuevo mundo cristiano. La ley, la nueva ley,
no es una ley que implique imposición, sanción, dureza, represión, sino
que es más bien, significadamente, enseñanza, en el sentido de revelación,
de descubrimiento al que el hombre accede con la ayuda inestimable de
Dios y de sus testimonios. No se persigue una regla objetiva que fije
todos los extremos de nuestras conductas: se fija un mandamiento (algo
que una persona dirige a otra), nunca algo neutral, para la observación de
determinadas conductas. Fija los límites internos y externos con arreglo
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 393

a los cuales un judío o un cristiano proceden a situarse para actuar con la


correspondiente asunción de sus responsabilidades. Más allá de la mis-
ma, más allá de la regla determinada, en el exterior de sus fronteras se
encuentra el vacío, la ausencia de cualquier referencia ética, de cualquier
compromiso moral, es decir, la muerte espiritual. La regla, por tanto,
nace sobre una fundamentación diferente a la estrictamente jurídica: no
nace como mandato del derecho, sino como exigencia del amor, de la
caridad, aunque luego devenga construcción operativa para el derecho,
esto es, aunque luego se juridifique.17 Desde el instante mismo de la crea-
ción, el hombre, el ser humano, aparece marcado por la absoluta relación
de dependencia respecto a su Creador, dependencia de perfiles absolutos
que comporta el dominio total del autor sobre su obra maestra. La gran-
deza de Dios tiene como reverso la humildad del hombre (frente al estoi-
cismo), que se traduce en la proclamación por aquél de su indignidad y
su miseria. Falta una cierta autonomía, una amplia autosuficiencia, que
se va a traducir en la dependencia clara respecto de Dios y respecto de
su gracia, pero sin una absoluta subordinación que aniquile la capacidad
de actuación del hombre. Consecuencia lógica de esto es la imperiosa
necesidad de cumplir, siempre, la voluntad divina, contando para ello con
el auxilio divino. El Dios cristiano no quiere evidentemente la muerte
de sus fieles. En prueba de ese amor infinito que nos profesa indica las
condiciones en que tiene que darse su vida. Marca el camino que tiene
que seguirse para que la salvación se materialice y se haga realidad. Es
éste el contexto religioso en el que se forjará la regla de oro, sin perjuicio
de otros antecedentes procedentes de culturas dispares en lo geográfico
y en lo temporal.18
Sabemos que la reglas jurídicas, las reglas de derecho, cumplen una
función mnemotécnica de capital importancia para sintetizar la esencia
de las instituciones sobre las cuales los juristas, historiadores o no, ope-
ramos.19 La idea de unas regulae iuris surge en Roma, debido al espíritu

17 Véase Ellul, J., Le fondament théologique du droit, Neuchatel-París, Delachaux et


Niestlé, 1946, pp. 60 y ss.
18 Véase del mismo, “Recherches sur le droit et l’Évangile”, Cristianesimo, Seco-
larizzazione e Diritto Moderno a cura di Luigi Lombardi Vallauri e Gerhard Dilcher,
Milán, Biblioteca per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno 11-12, 1981, t. I, pp.
115-139.
19 Es interesante destacar, con D’Ors, que “norma” y “regla” presentan diferencias,
puesto que la primera implica la existencia de una potestad que la impone, mientras que
394 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

pragmático que iluminaba a los juristas del foro, en un intento de cons-


trucción de una ciencia del derecho. Pero ciencia, en el sentido primitivo,
era esencialmente el modo de organización sistemática de una disciplina
concreta, a través de la división en géneros y en partes, sobre la cual iba a
operar una forma concreta de fundamento y constitución del conocimien-
to, empleando dos métodos procedentes de la lógica y de la geometría: la
observación de lo singular en la experiencia que conduce a la obtención
de principios, y el mecanismo de inducción a partir de esos principios
para la obtención de nuevos enunciados. El jurista romano construye,
pues, esa ciencia jurídica a partir de la selección y búsqueda del material
jurídico, y, una vez hallado éste, procede a continuar con la búsqueda y
establecimiento de los principios esenciales, ya bajo la forma de axio-
mas, de postulados, de definiciones, en suma, como reglas de derecho
que condensaban en breves palabras o líneas, lo que constituía el nervio
de una institución determinada. Una cosa sí parece clara: la regla nace
siempre de la experiencia sensible, por inducción a partir de la misma.
Por ello, no son nunca principios abstractos, desligados de lo cotidiano,
sino extraídos del derecho positivo y solamente predicables del mismo,
máxime en un derecho como el romano que se construye sobre la reali-
dad indiscutible que conforman los diferentes casos a los que tiene que
hacer frente el jurista profesional. Por ese mismo motivo, Paulo define la
regla como aquella construcción que describe brevemente cómo es una
cosa: el derecho no deriva de la regla, sino que ésta emana del derecho
existente, se abstrae del mismo, trasmitiendo una breve descripción de los

la segunda carece de esa referencia a la imperatividad: “Norma —en latín escuadra para
trazar ángulos rectos— es otra metáfora para indicar los criterios impuestos por aquella
potestad imperativa, en tanto los criterios en general, aunque no sean oficialmente im-
perativos, se llaman reglas, es decir, por metáfora del instrumento que sirve para trazar
líneas rectas (regula en latín). La palabra norma aparece en el siglo IV después de Cristo
para designar los reglamentos de los tributos, pero se ha generalizado y difundido mucho
en nuestro siglo por influencia alemana (die Norm). Regla, en cambio, es una palabra más
usada desde antiguo, sobre todo por los autores de libros para la enseñanza del derecho,
que debían extraer principios generales por razón de economía del esfuerzo y equivalía
a la palabra griega canon, que se utiliza para designar los preceptos del derecho de la
Iglesia, el derecho canónico; el término regla se utiliza muy comúnmente entre los an-
glosajones (rule of law); norma, entre los alemanes”. Cfr. D’Ors, A., Una introducción
al estudio del derecho, 8a. ed., Madrid, Rialp, 1989, p. 24. Sin olvidar, con Dworkin, que
las reglas obligan, mientras que los principios pueden inclinar, pesar más o menos a favor
una u otra tesis, pero carecen de obligatoriedad final, de intensidad imperativa.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 395

objetos, a modo de resumen, tratando de compendiar o de reunir todos los


elementos indispensables, bajo pena de inutilidad de todo lo realizado.20
No obstante lo cual, no debe olvidarse, también con los propios juristas
romanos, que toda definición es peligrosa dado que no es difícil que la
misma tenga que ser alterada en el futuro inmediato, a la par que cambia
la realidad que el derecho trata de regular y encauza.21
Los romanos, concretamente Ulpiano, brindan a la posteridad los co-
nocidos como tres preceptos del derecho,22 a través de los cuales se efec-
túa una perfecta radiografía de la realidad jurídica, de comportamientos
concretos y de finalidades determinadas que están en la base de lo ju-
rídico y sirven para que se haga efectiva la justicia, entendida al modo
conceptuado por los propios juristas romanos.23 El vivir honestamente
es el resultado de la relación inescindible entre derecho y moral como
presupuesto de la vida social; el no hacer daño al otro sirve de limitación
del uso del derecho propio y la responsabilidad en el ejercicio del mismo,
teniendo como referencia la posición jurídica de los otros; el dar a cada
uno lo suyo implica el respeto pleno a los derechos de los otros. Con
ellos, se alude antes que nada a la forma de ejercitar, realizar o practicar
ese derecho que se ha recibido o que se ha creado. Un derecho dado y
existente. No dañar a los otros, pero no porque así lo mande el derecho
positivo, sino porque la esencia del derecho mismo exige que no se haga
a los demás aquello que no queremos que nos sea hecho: es el canon
supremo de la conducta humana encaminada a lo justo.24 Aunque no se
20 Digesto 50, 17, 1 (Paulus Libro XVI ad Plautium): “Regula est, quae rem, quae est,
breviter enarrat, non ut ex regula ius sumatur, sed ut ex iure, quod est, regula fiat. Per
regulam igitur brevis rerum narratio traditur, et, ut ait Sabinus, quasi causae coniectio,
quae simul quum in aliquo vitiata est, perdit officium suum”. Las citas del Digesto por
Corpus Iuris Civilis, Leipzig, Editio Stereotypa Ex Officina Caroli Tauchnitii, D. Ioannis
Ludovici Guilielmi Beck, 1829, t. I.
21 Ibidem, 50, 17, 202 (Iavolenus Libro XI Epistolarum): “Omnis definitio in iure
civili periculosa est; parum est enim, ut non subverti possit”.
22 Ibidem, 1, 1, 10, 1 (Ulpianus Libro I Regularum): “Iuris preacepta sunt haec: ho-
neste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere”; y también en Instituciones 1,
1, 3.
23 Ibidem, 1, 1, 10, pr. (Ulpianus Libro I Regularum): “Iustitia est constans et perpetua
voluntas ius suum cuique tribuendi”.
24 Véase Calasso, F. y Cesarini Sforza, W., “Alterum non laedere”, Enciclopedia del
diritto, Milán, Giuffrè, 1958, t. II, pp. 93-96 (Esperienza storica) y pp. 96-98 (Problema
filosofico). Villey entiende que esas tres reglas se acaban resumiendo exclusivamente
en la última de ellas, como concreción de una justicia particular en sentido aristotélico.
396 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

dice expresamente, la regla de oro parece sobrevolar esta construcción


ulpianea. Influjos cristianos pudieran perfectamente dejar sus huellas en
el jurista de un siglo II que ve la fuerza naciente de la nueva religión.
Pero Ulpiano se mueve en otras coordenadas, en otras realidades, que no
se refieren para nada al prójimo, ni al amor, como es propio del mandato
cristiano. Sus recomendaciones conforman un modelo formal orientado
no a la construcción de un nuevo orden jurídico, sino al desarrollo ar-
mónico de un orden jurídico ya dado, ya constituido: el orden jurídico
que el propio jurista romano apoya en su edificación clásica epigonal. El
pragmatismo romano impide pensar más allá de la realidad concreta que
el jurista tiene frente a sí, dar soluciones globales, generales. Parte de
lo concreto hacia la posterior generalización por vía interpretativa, mas
no se plantea inicialmente la solución como una solución para todos los
modelos equivalentes, dado que cada realidad es un mundo. El egoísmo
de un sistema jurídico basado en el individuo y en su sola voluntad, ajeno
a toda suerte de colectivismo, tiene como consecuencia lógica la inca-
pacidad de pensar en el otro. Por ese motivo, las reglas ulpianeas están
reflexionadas para provecho del individuo actuante, en su exclusivo be-
neficio, y no, nunca, para el posible receptor de esas conductas jurídicas,
el otro, el ajeno. Nadie, dice nuevamente el Digesto, puede enriquecerse
con perjuicio y en lesión de otro. Lo que mueve esta regla es la justicia;
ningún otro componente aparece prefigurado en el mismo. Solamente el
derecho, en el derecho, por el derecho.25 Las reglas del derecho romano
son preceptos comunes a la totalidad de las normas de convivencia hu-
manas, a todos los derechos. Reglas que acaso pueden ser consideradas
las más esenciales de toda convivencia, y las más imperativas dentro de
la sociedad, y, por lo mismo, las más exigibles a todos los seres humanos
que viven en comunidad. Cuando el renacimiento del derecho romano se
produzca en la Europa medieval, aquellos oscuros y laboriosos juristas
boloñeses procederán a convertir estas reglas en una suerte de máximas
jurídicas intemporales y de valor universal. En el caudal romano hallaron
elementos que permiten sintetizar el orden jurídico existente, resumirlo,
epitomarlo, combinarlo con consideraciones procedentes del ámbito ca-

Véase Villey, M., op. cit., nota 14, pp. 100 y ss., dado que es el último elemento de la
definición el que hay que retener, el que establece la diferencia específica.
25 Digesto 50, 17, 206 (Pomponius Libro IX Ex Variis Lectionibus): “Iure naturae
aequum est, neminem cum alterius detrimento et iniuria fieri locupletionem”.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 397

nónico y no solamente romano, pero también de la religión y del campo


teológico. El pensamiento jurídico medieval toma de Roma el manda-
miento de no hacer daño a nadie, pero alterando la consideración del
daño en el sentido jurídico de lesión. Así asumirá como propia la regla
áurea, tal y como demuestra Graciano al inicio de su Decretum o Accur-
sio en su glosa al Corpus, como veremos, de forma tal que el mencio-
nado principio se erige en el elemento fundacional del derecho natural,
pero también de la totalidad del derecho humano, secular o canónico.
Sin embargo, aquellos tres preceptos se predican de un ordenamiento
ya construido, ya formulado, que busca los fines determinantes de todo
orden jurídico, garantizando la paz social e individual o reparando las
violaciones y rupturas que se han producido en la misma. Su base última
es el derecho y la defensa de ese mismo derecho. No aparece para nada
el hombre detrás. Lo que opera es la justicia como finalidad en sí mis-
ma, y los atributos que de ella dimanan. Ello, porque como ha señalado
Paul Ricœur, el tema obsesivo de la filosofía del derecho es la paz, de la
misma manera que la guerra lo es de la filosofía política.26 Y a la paz se
llega por el camino que marcan esas reglas esenciales e íntimas por las
que se debe regir el derecho en su formulación y la conducta material de
los hombres. A través y sólo a través de ellas, se puede llegar a alcanzar la
justicia, lo justo en el sentido de lo equitativo,27 elemento básico de toda
institución social, de la misma manera que la verdad lo es en los sistemas
de pensamiento.

IV

Dentro del conjunto de reglas que tratan de aprehender, explicar y sin-


tetizar el derecho, acaso la más relevante e importante la constituye la ya
tantas veces citada “regla de oro”,28 por cuanto trata de expresar la funda-

26 Cfr. Ricœur, P., Lo Justo, Madrid, Caparrós, 1999, p. 21.


27 Pues, como bien dice Paul Ricœur, “lo justo no es entonces ni lo bueno ni lo legal,
es lo equitativo. Lo equitativo es la figura que revela la idea de lo justo en las situaciones
de incertidumbre y de conflicto o, para decirlo todo, bajo el régimen ordinario o extraor-
dinario de lo trágico de la acción”, en ibidem, p. 37.
28 Como síntesis bibliográfica, véase Hoche, H. U., “Die Goldene Regel. Neue ��������
As-
pekte eines alten Moralprinzips”, Zeitschrift für philosophische Forschung, vol. XXXII,
1978, pp. 355-375. Una breve referencia a la misma, a modo de introducción, puede
consultarse en Weiss, P., “The Golden Rule”, The Journal of Philosophy, núm. 38, 1941,
398 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mentación más radical, en el sentido de primigenia, remota y profunda,


de todo orden jurídico, que evidentemente va más allá del campo estricto de
lo jurídico. La historia de esta regla es bien conocida, así como sus dos
formulaciones, positiva y negativa, más características: en sentido positi-
vo, hay que hacer a los demás lo que deseamos que los demás nos hagan
a nosotros; en sentido negativo, no hacer lo que no queramos que nos
hagan. La regla presenta los perfiles típicos del derecho y de las normas
que lo integran. Es, en primer lugar y por encima de todo, una regla o una
norma, es decir, un mandato que trata de imponerse a los demás mediante
la coacción material y ética que aquél impone. No se trata de una simple
recomendación o sugerencia, sino de un auténtica “ley”, tal y como dirá
el Evangelio de Mateo, por lo que rebasa los márgenes de la dulzura, con-
descendencia y suavidad que inicialmente su formulación puede darnos a
entender. Pero no es una regla cualquiera. Es regla general, por lo tanto,
universal, dado que en su formulación no hay excepciones, ni se admiten
a primera vista: su alcance es global, sin recovecos, ni segundas lecturas

pp. 421-430; Reiner, H., “Die Goldene Regel. Die Bedeutung einer sittlichen Grund-
formel der Menschheit”, Zeitschrift für philosophische Forschung, vol. III, 1948-1949,
pp. 74-105; Hein, N. J. y Jeremias, J., voz “Goldene Regel”, Die Religión in Geschichte
und Gegenwart. Handwörterbuch für Theologie und Religionwissenschaft, 3a. ed., Her-
ausgegeben von Kurt Galling, Tubinga, J. C. B. Mohr, 1958, t. II, cols. 1.687-1.689;
“Goldene Regel”, Biblisch-historisches Handwörterbuch, Reicke, Bo y Rost, Leonhard
(eds.), Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1962, t. I, col. 583; Dihle, A., Die Goldene
Regel. Eine Einführung in die Geschichte der antiken und frühchritslichen Vulgärethik,
Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1962; y voz “Goldene Regel”, Reallexikon für Antike
und Christentum. Sachwörterbuch zur Auseinandersetzung des Christentums mit der an-
tiken Welt, Stuttgart, Anton Hiersemann, 1981, t. XI, cols. 930-940; Singer, M. G., “The
Golden Rule”, Philosophy, núm. 38, 1963, pp. 293-314; y voz “Golden Rule”, The En-
cyclopedia of Philosophy, Edwards, Paul (ed.), Nueva York, Macmillan, 1967, t. III, pp.
365-367; Lutz, A., “Die goldene Regel”, Zeitschrift für philosophische Forschung, vol.
XVIII, 1964, pp. 467-475; Schmid, J., voz “Goldene Regel”, Lexikon für Theologie und
Kirche, Friburgo, Verlag Herder, 1957-1966, t. IV, cols. 1.040-1.041 (con nueva edición
en Friburgo, 1995, t. IV, cols. 821-823); VV. AA., voz “Goldene Regel”, Theologische
Realenzyclopädie, Berlín, Nueva York, Walter de Gruyter, 1984, t. XIII, pp. 570-583;
Kaufmann, E., “Was ist und gibt es Gerechtigkeit?”, Juristische Arbeitsblätter, vol. 17,
núm. 4, abril de 1985, pp. 202-207; Erler, A., voz “Regula Aurea”, Handwörterbuch zur
deutschen Rechtsgeschichte, Berlín, Erich Schmidt Verlag, 1986, fasc. 26, cols. 502 y
503; “Goldene Regel”, Evangelisches Kirchenlexikon, Gotinga, Vandenhoeck & Rupre-
cht, 1989, t. II, col. 247; “Règle d’Or”, Catholicisme. Hier. Aujourd’hui. Demain, París,
Letouzey, 1990, t. XII, cols. 727-731; Hoche, H. U., voz “Goldene Regel”, Historisches
Wörterbuch der Philosophie, Ritter J. y Gründer, K. (eds.), Basilea, Schwabe Verlag,
1992, t. VIII, pp. 450-463; y Burchard, Ch., voz “Golden Rule”, The Encyclopedia of
Christianity, Eerdmann y Brill (coeds.), Michigan, 2001, t. II, pp. 444 y 445.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 399

o intenciones. Es regla que implica alteridad, esto es, que rebasa los már-
genes de la conducta individual para encauzarla en las relaciones con los
otros, amigos o enemigos, nacionales o extranjeros, familiares o ajenos
a la familia. Sale del mundo moral para introducirse en el mundo jurídi-
co. Es predica de uno, como pauta de conducta, pero en relación al otro,
como criterio para determinar su viabilidad. Su esencia es la reciproci-
dad, entendida a modo de sinalagma. La pauta de conducta viene dada no
por una descripción minuciosa de cómo han de ser nuestras actuaciones,
sino que se vinculan las mismas al comportamiento de los demás: nuestra
conducta habrá de ser la misma que queremos que tengan los demás para
con nosotros. Sin implicar egoísmo, ni tampoco una absoluta depen-
dencia con el actuar ajeno. No hay materialidad en su configuración,
sino simple formalidad. Es precepto formal porque indica una dirección
concreta, dando libertad para los caminos que conducen a la misma. La
conducta no es examinada individualmente en relación a los efectos que
en los otros pudiera provocar, sino en la repercusión directa que los efec-
tos de la misma tendrían en la persona del actuante si se invirtiesen las
tornas, si fuesen los demás los operadores y no los sufridos destinatarios
de las conductas examinadas, valoradas, a la luz de esos efectos concre-
tos. Precisamente, se trata de hallar su justificación, su explicación y su
legitimación en el examen concreto que esa misma conducta, invertida,
tendría en nosotros mismos. Ofrece otra perspectiva, otro punto de vista,
en el cual el sujeto, autor y actor, pasa a ser sujeto receptor y paciente
de su misma conducta ahora ejercitada por los demás. Eso supone que
la valoración del comportamiento se inserta en una dinámica de cruce de
responsabilidades, deberes y facultades. El sujeto actúa sobre los demás,
pero la valoración depende del supuesto contrario, de que esa misma
conducta fuese ejercitada por los demás sobre el sujeto ahora actuante.
Lo que supone que los criterios para examinar dicha conducta resultan
de la fusión de los valores de ambas entidades intervinientes, del sujeto
y del receptor. El sujeto actuante se convierte eventual e imaginariamente
en receptor de la misma conducta que desarrolla sobre los demás y es pre-
cisamente en función de esa misma conducta desde la que se examina la
moralidad practicada o la ausencia de moralidad de la conducta propia. El
individualismo es reemplazado por los efectos del comportamiento colec-
tivo sobre el sujeto individual. No se obra para obtener algo de los demás,
sino que se persigue el convencimiento de que la actuación para con ellos
sería idéntica a aquella que ellos tendrían para con nosotros.
Los orígenes de esta regla de conducta son inciertos y no se puede
dar una fecha de nacimiento de la misma, ni tampoco adscribirla a una
400 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

determinada confesión religiosa o corriente de pensamiento. Lo que real-


mente sorprende es que podamos hallar formulaciones parecidas en di-
ferentes culturas y en diferentes épocas históricas, lo que es muestra de
su concordancia con el espíritu humano, con la tendencia del hombre
hacia una cierta estabilidad y hacia un amplio respeto para con los de-
más, independientemente de credos, confesiones, reflexiones, ideologías
y pensamientos, con un cierto deseo de paz recíproca que alienta la vida
en comunidad bajo los parámetros del orden más perfecto posible.29 Así
la hallamos expresada, dentro del pensamiento griego, en la Odisea, en
Tales de Mileto, Pitacos de Lesbos, Herodoto, Isócrates, Jenofonte, y,
ya en Roma, en las obras de Dión Casio, Séneca y de Alejandro Seve-
ro. Es significativo el silencio de Sócrates, Platón y, en menor medida,
Aristóteles,30 respecto a este principio que volvemos a hallar en la li-
teratura judía ortodoxa y apócrifa,31 en el pensamiento islámico, en el
chino (Confucio, pero probablemente ya anterior al mismo), en el hin-
dú (aquí en sus dos formulaciones, positiva y negativa, como figura en
el Mahabharata) y en otros muchos de procedencia asiática. Es desde
ese judaísmo helenizante de donde surge la corriente cristiana que hará
desembocar esta regla finalmente en el Nuevo Testamento cristiano. Sin
embargo, se ha destacado la existencia de dos líneas de expresión:32 en
su vertiente negativa (no hacer a los demás lo que no quieres que te sea
hecho), se respira la influencia pagana y hebraica, configurando sobre
todo un regla de inteligencia o perspicacia, que pertenece al mundo del
derecho. El modelo de su formulación negativa lo hallaríamos en el Libro
de Tobías 4, 15, en los consejos que el anciano profeta da al hijo: “Lo
que no quieras para ti, no lo hagas a nadie”, junto a otros fragmentos

29 Así lo acredita Spendel, G., “Die Goldene Regel als Rechtsprinzip”, Festschrift für
Fritz Von Hippel zum 70. Geburtstag, Tubinga, Mohr-Siebeck, 1967, pp. 491-516.
30 Algunos pasajes en “La República” o en “Las Leyes”, de Platón, así como en la “Re-
tórica” y en la Ética a Nicómaco, del Estagirita, cuando se abordan temas como la justicia,
la equidad, etcétera, constituyen el escaso bagaje que ambos pensadores dedican a este
tema, sin que realicen una afirmación concluyente de este principio, ni por supuesto lo
asuman como propio dentro de su pensamiento. Véase Dihle, A., Die Goldene Regel, cit.,
nota 28, pp. 31 y ss., y pp. 85 y ss.
31 Cfr. Ibidem, pp. 82-84.
32 Lo hace J. Jeremias en su voz “Goldene Regel”, Die Religion in Geschichte und
Gegenwart, cit., nota 28, t. II, col. 1.688, quien conceptúa la formulación negativa de
la regla como “Klugheitsregel”, mientras que la positiva es una “Anleitung für die Lie-
besübung”.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 401

vetero-testamentarios a los que nos referiremos a continuación. Por el


contrario, la formulación positiva (haz a los demás lo que quieres que
ellos te hagan) es, antes que nada, una orden de amar, de actuar, de rai-
gambre evangélica cristiana, que se mueve preferentemente en el campo
de lo ético, mejor que de lo jurídico, sin olvidar este ámbito, confundido
con él. Jesucristo incorpora la vertiente positiva de la formulación que
no deroga la anterior, sino que la complementa: se suma a la misma para
perfeccionarla y conformar un todo armónico que disciplina la conducta
del buen cristiano en todos los supuestos posibles, positivos y negativos,
en todo lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer. Se corresponde
con el sentido contemplado en el Antiguo Testamento dentro del campo
moral. No hay una abrogación de ninguna ley, sino que se procede a darle
cumplimiento por medio de una nueva manera de entender el mensaje
del amor. La ley antigua permanece, si bien con un espíritu nuevo. Es,
en suma, una nueva elaboración de la regla para convertirse en consejo
de prudencia y en consejo que indica la forma concreta de actuación que
ha de seguirse en su sentido afirmativo, lo que no empece para que en
otros fragmentos del Nuevo Testamento aparezca la antigua formulación
negativa, como en Hechos de los Apóstoles 15, 20-29,33 obra atribuida a
Lucas, o en la Epístola a los Romanos 13, 10,34 de Pablo de Tarso. Mas
son complementos —nunca oposiciones— de una renovación intelectual
de alcances infinitos. La suma de ambos preceptos, su posibilidad de ser
empleadas de modo conjunto, no excluyente, su utilización indiscrimi-
nada, serán generales en todo el pensamiento cristiano. Ambos acaban
conduciendo al fin de la salvación de las almas, a través de la expresión
mediante las conductas del más excelso amor a Dios y al prójimo. Ese
amor se actúa bien de modo pasivo, no haciendo el mal al otro, bien de
modo activo, haciendo el bien. Aquí se halla el contenido de los dos man-
damientos superiores que deben regir la vida del buen cristiano. Todo

33 Hechos de los Apóstoles 15, 28-29: “Porque ha parecido al Espíritu Santo y a noso-
tros no imponeros ninguna otra carga más que estas necesarias: que os abstengáis de las
carnes inmoladas a los ídolos, de la sangre y de los ahogados y de la fornicación, de lo
cual haréis bien en guardaros. Pasadlo bien”.
34 Romanos 13, 8-10: “No estéis en deuda con nadie, sino amaos los unos a los otros,
porque quien ama al prójimo ha cumplido la Ley. Pues no adulterarás, no matarás, no
robarás, no codiciarás y cualquier otro precepto, en esta sentencia se resume: Amarás al
prójimo como a ti mismo. El amor no obra el mal del prójimo, pues el amor es el cumpli-
miento de la ley”.
402 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ello supervisado por el supremo amor a Dios, comienzo y fin de todas las
cosas, del cual el amor al prójimo es reflejo.
Desde ese instante bíblico, su presencia en los textos cristianos me-
dievales se repetirá hasta la saciedad, como eje de la reflexión moral y
así lo acreditan las obras de los principales teóricos de la llamada patrís-
tica. De ahí, pasará, vía traslaticia, a los pensadores medievales que se
levantan sobre la sabiduría de los santos padres: Anselmo de Canterbury,
Pedro Abelardo, Buenaventura, Alberto Magno o Tomás de Aquino. Fi-
nalmente, seguirá su ruta hacia la modernidad, en las palabras usadas por
Martín Lutero, Hobbes, Berkeley, Shaftesbury, Pufendorf, Thomasius o
Leibniz.35 Voltaire dirá en una de sus más conocidas obras que todos los
pueblos asiáticos, en concreto la India, se dominan por las pasiones y por
la razón universal que hace de contrapeso a esas pasiones, la cual impri-
me en todos los corazones la conocida regla de oro en su formulación y
sentido evangélicos. Son los dos caracteres que la naturaleza imprime en
el ser humano con independencia de su raza y los dos vínculos, hacerse a
uno mismo y hacer a los demás, que los une, por encima de todo aquello
que los divide. El resto, el resto de normas, dirá Voltaire, nacen del suelo,
de la tierra y de la costumbre, pero no oscurecen ese mandato prime-
ro, original, tremendamente humano.36 Immanuel Kant, se suele afirmar,
procede a la secularización de este principio que se verá sustituido por su
“imperativo categórico”, a modo de regla áurea secularizada.37 Lo afir-
mará el filósofo de Königsberg en varios de sus más conocidos textos en

35 Sobre estos autores, véase Verdross, A., La filosofía del derecho del mundo occi-
dental. Visión panorámica de sus fundamentos y principales problemas, trad. de Mario
de la Cueva, México, UNAM, Centro de Estudios Filosóficos, 1962, pp. 141 y ss.
36 Voltaire, Essai sur les mœurs et l’esprit des Nations et sur les principaux faits de
l’Histoire, depuis Charlemagne jusqu’à Louis XIII, vol. II, cap. CXLIII: “Tous ces peu-
ples ne nous ressemblent que par les passions, et par la raison universelle qui contraba-
lance les passions, et qui imprime cette loi dans tous les cœurs: Ne fais pas ce que tu ne
voudrais pas qu’on te fit. Ce sont là les deux caractères que la nature empreint dans tant
des races d’hommes différents, et les deux liens éternels dont elle les unit, malgré tout ce
qui les divise. Tout le reste est le fruit du sol de la terre, et de la coutume”. Citamos por
la edición electrónica de las œuvres complètes de Voltaire. Dirección en Internet: http://
www.voltaire-integral.com.
37 Véase D’Agostino, F., “La Regola Aurea e la Logica della Secolarizzazione”, Cris-
tianesimo, Secolarizzazione e Diritto Moderno, Lombardi Vallauri, Luigi y Dilcher, Ger-
hard (eds.), Milán, Biblioteca per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno 11-12, 1981,
t. II, pp. 941-955.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 403

dos fórmulas complementarias,38 además de efectuar una acerada crítica


a la regla áurea.39 Pero esa materia rebasa los límites modestos que nos
hemos impuesto. Nuestro campo de acción será la Edad Media hasta la
titánica construcción de Tomás de Aquino que inaugura una nueva era de
racionalidad dentro de la fe.
La difusión de esta regla aparece acreditada en diferentes culturas,
como se ha podido observar. India, China, Grecia, Roma, autores cultos,
autores menos cultos, filósofos, pensadores, poetas, politólogos e histo-
riadores se refieren a ese elemento esencial de la humana convivencia.
Nos interesa su formulación en el ámbito judeo-cristiano, de donde se
nutrirá el mundo intelectual medieval que conforma nuestra civilización.
El pensamiento teológico primero, filosófico después, lo considera pilar
imprescindible para la construcción ética del orden jurídico, como sólida
columna donde aquél se va a apoyar y sostener, norma fundamental que
inspira todo aquello que el derecho tiene que ser y tiende a ser. El caudal
intelectual que alude a esta norma básica es ingente, empleando de forma
indeterminada sus dos formulaciones. Y sucede lo mismo con los textos
jurídicos, entendiendo por tales no solamente las compilaciones de dere-
cho, en las cuales no se va a hallar traza alguna que se refiera o aluda mí-
nimamente a este precepto, sino en cualquier reflexión sobre lo jurídico
en su más remota esencia natural. Los compiladores a los que aludimos,

38 Citamos cronológicamente por orden de aparición de las obras referidas (La Crítica
se publica en 1788 y la Metafísica en 1797). Véase Kant, I., Crítica de la razón práctica,
R. Aramayo, Roberto (ed. y trad.), Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 97, parte I, lib. I,
cap. I, § 7. Ley básica de la razón pura práctica: “Obra de tal modo que la máxima de
tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación uni-
versal”; y La metafísica de las costumbres, 2a. ed., estudio preliminar de Adela Cortina
Orts, Madrid, Tecnos, 1994, pp. 39 y 40. Introducción a la doctrina del derecho § C Prin-
cipio universal del derecho: “Una acción es conforme a derecho cuando permite, o cuya
máxima permite a la libertad del arbitrio de cada uno coexistir con la libertad de todos
según una ley universal… Por tanto, la ley universal del derecho: obra externamente de
tal modo que el uso libre de tu arbitrio pueda coexistir con la libertad de cada uno según
una ley universal”.
39 Kant estima que la regla áurea no puede ser una ley universal porque no contiene el
principio del deber hacia uno mismo, ni el deber de caridad hacia los otros (dado que ha-
bría personas que consentirían fácilmente que los otros no fuesen obligados a beneficiarle
para ser dispensados así de la benevolencia de otros), ni el principio del deber estrecho
de los hombres los unos contra los otros, porque el criminal podría argumentar contra el
juez que lo condena. Véase Kant, I., Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, Vorländer,
Kart (ed.), Hamburgo, Feliz Meiner, 1957, § 430, p. 53.
404 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

manos anónimas o conocidas, siempre clérigos, aparecen preocupados


por otras finalidades más prácticas que teóricas. La mayor parte de las
compilaciones están pensadas desde una óptica no doctrinal, sino orien-
tada a la aplicación del derecho y a facilitar esa misma aplicación. Falta
el componente teorético, la reflexión sobre la esencia del derecho, por lo
que la presencia de esta regla no debe sorprender: la finalidad de estas
agrupaciones de cánones y decretales estaban alejadas de cualquier atis-
bo de reflexión y solamente se preocupaban por la acumulación textual.
La reflexión sobre la base del derecho y de la moral correspondía a otros
sujetos. Desde una postura maximalista que hacemos nuestra, texto jurí-
dico (por extensión, pensamiento jurídico) es cualquier tratado en el que
se ventilasen, discutiesen o se polemizase sobre cuestiones de derecho,
es decir, toda suerte de libro que se refiriese al hombre en su relación
con Dios o con los otros hombres, los dos elementos bajo los cuales era
estructurado el derecho natural en el pensamiento del momento antiguo
y medieval, lo que era tanto como afirmar la estrecha e íntima conexión
entre moral, religión y derecho, sin fronteras nítidas entre todas estas
disciplinas, antes bien configuradas como expresiones paralelas del mis-
mo plan divino. La Biblia, principal libro religioso, lo era también mo-
ral, y asimismo operaba como libro jurídico y como libro político. Las
construcciones jurídicas eran inseparables de cualquier otra construcción
referida a Dios y al hombre como criatura por excelencia. De ahí que
cuando se traten esos temas, el derecho aparezca como lugar común, bien
por su creación divina, bien por la iluminación que de esa creación divina
se ha trasladado a todos los hombres. Cuando hablamos de pensamiento
jurídico queremos decir precisamente eso: pensar el derecho, desde la
óptica de la divinidad y del prójimo, cualquier reflexión sobre el derecho,
independientemente del valor, normativo o no, que haya tenido el texto
que contiene aquélla. Es significativo, a modo de ejemplo, que ni en la
compilación justinianea, ni en los fragmentos escasos de la misma que
se conocen en la Europa anterior al siglo XII, se mencione la regla áurea,
mientras que sí parece ser lugar común en las colecciones canónicas an-
tiguas, más que en las medievales,40 con el Decretum de Graciano como
40 Así,aparecerá mencionada en los primeros libros canónicos (Didascalia, Didaché,
Constituciones y Cánones Apostólicos), citados infra, y en algunas colecciones canóni-
cas intermedias, previas a Graciano. Por ejemplo, en la Hispana, se compila el Concilio
VIII de Toledo, en cuyo canon II, se alude a la regla en el sentido del perdón y del amor
al enemigo: “Ioannes idem: Qui odit fratrem suum homicida est, et scitis quia omnis
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 405

punto de llegada. La vinculación de este orden jurídico, el de la Iglesia,


con la teología y todo el caudal de conocimientos que bajo esa denomina-
ción se agrupaba en el Medievo, permiten explicar perfectamente aquella
inserción que figura en el inicio de la magna obra compilatoria del monje
boloñés. Mientras tanto, ¿qué sucedió con esta regla áurea? ¿Cuál fue su
destino? ¿Cómo fue empleada para fundamentar reflexiones o levantar
nuevos edificios jurídicos?

Pretendemos simplemente ofrecer aquí un catálogo de las aparicio-


nes más relevantes de la misma en el pensamiento de los autores de
la patrística, los edificadores del más profundo pensamiento dogmático
cristiano por contraposición a las variantes heréticas,41 a los que seguirán,
como fieles émulos, los pensadores del primer Medievo, enanos subidos
en hombros de gigantes, hasta llegar al entorno de los siglos XII y XIII,

homicida non habet vitam aeternam in se manentem? Et per semetipsam Veritas: Diligite
inimicos vestros, benefacite his qui vos oderunt; et iterum: Dimittite et dimittetur vobi; si
autem non demiseritis, nec Pater vester coelestis dimittet vobis peccata vestra”, en Con-
cilios visigóticos e hispano-romanos, Vives, José (ed.), Barcelona, Madrid, Consejo Su-
perior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1963, pp. 270 y 271 (aho-
ra en La Colección Canónica Hispana. V. Concilios hispanos: segunda parte, Martínez
Díez, Gonzalo y Rodríguez, Félix (eds.), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 1992, pp. 393 y 394). En idéntico sentido, ya en el siglo X, Regino de Prüm,
De Ecclesiasticis Disciplinis et Religione Christiana Collectus, lib. I, cap. CCVII, para
la hospitalidad; y capítulo CCC, para el perdón, en Migne, J. P. (ed.), Patrologia latina,
t. CXXXII; a comienzos del siglo XI, Burchardo de Worms, Decretorum Libri Viginti,
en varios pasajes de los libros III, XVI y XIX. El texto en Migne, J.P. (ed.), Patrologia
latina, t. CXL. En la segunda mitad del siglo XI y casi arribando al siglo XII, emplean
como norma jurídica esta regla de un modo expreso, basándose en dos falsas decretales
atribuidas a los pontífices Gregorio IV y Melquíades, ambas dictadas en sede procesal,
con invocaciones a la necesidad de juzgar conforme a la verdad probada y a la caridad de
todo cristiano exigible. Así, Anselmo de Lucca, Collectio Canonum una cum Collectione
Minore, Thaner, Friedrich (ed.), Neudruck der Ausgabe Innsbruck, Librariea Academicae
Wagnerianae, 1906-1915, Aalen, 1965, lib. II, cap. 17; y lib. II, cap. 41; e Ivo de Char-
tres, Decretum, Pars V, cap. XVIII; y Pars XVII, caps. CXXIV-CXXXI; y, sobre todo, en
Panormia, lib. IV, cap. CXII y cap. CXVI. Ambas compilaciones en Migne, J.-P. (ed.),
Patrologia latina, t. CLXI.
41 A modo de ejemplo, véase Polémica entre cristianos y paganos a través de los
textos. Problemas existenciales y problemas vivenciales, Sánchez Salor, Eustaquio (ed.),
Madrid, Akal, 1986.
406 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

en que las direcciones intelectuales cambian de rumbo, por la influen-


cia, en el campo jurídico, de la recuperación del derecho romano y, en
el filosófico-teológico, de la práctica totalidad de la obra aristotélica y su
versión cristianizada en la magna conversión que opera en ese sentido
Tomás de Aquino. Partamos, pues, desde las bases bíblicas, pasemos a la
patrística y sumerjámonos posteriormente en las aguas medievales para
hallar el rastro de esa regla de oro, fundamento último de la misma cris-
tiandad, en cuanto que mandato supremo moral, religioso y jurídico de
sus dos sujetos más relevantes: Dios, ser supremo inaprensible, y el otro,
el prójimo, que aparece realmente como otro no alienado, sino fagocitado
por el ego de quien actúa, puesto que a partir de ese ajeno se debe cons-
truir el modelo de actuación propio. La formulación que acaba triunfando
en el Medievo, erigiéndose en modelo de conducta, es evidentemente la
formulación cristiana, negativa o afirmativa, aquella por medio de la cual
Jesucristo da un nuevo sesgo a la regla, pero que no excluye la otra an-
terior. El mandato de hacer, de obrar, implica dentro de sus componentes
asimismo el no hacer, que también es respuesta, conducta, comportamien-
to. Se instituye una orientación positiva a la misma, según se ha visto en
Mateo 7, 12, forjándose así como expresión de la ley y de los profetas,
mas ello no implica que se excluya el mandato anterior. Ambas reglas,
en realidad una sola, coexisten en el nuevo mensaje que se contiene en
los Evangelios, puesto que acaban conformando una unidad de dirección
de conducta. Se complementan, forman un conjunto de indicaciones que
aluden a lo que se debe y a lo que no se debe hacer. Sin embargo, ¿es un
mensaje totalmente nuevo, remozado? ¿Hallamos en las fuentes bíblicas
anteriores algunas indicaciones al mandato cristiano? ¿Por qué ley y por
qué profetas? ¿En qué sentido se debe entender ese carácter legal y ese
carácter profético? ¿Qué dice la Biblia antes de la llegada de la “buena
nueva”? Algunas referencias aisladas sí se pueden encontrar, pero no en
el sentido que Cristo le dará posteriormente. Hay un mandato de protec-
ción del extranjero, de respeto al que viene de fuera, de tutela de aquellos
desfavorecidos, pero no se llega a formular nunca un expreso mandato de
amor al prójimo. Se predica una atención coyuntural al otro, provocado
por excepcionales circunstancias (comercio, nomadismo, viajes, etcéte-
ra), que implican una especial situación de necesidad transitoria, que no
debe forzar la conducta más allá de los límites de esa precisa situación. A
ellas debemos dedicar unas breves referencias porque conforman el cami-
no que desembocará finalmente en el nuevo mensaje evangélico. Varios
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 407

fragmentos del Antiguo Testamento aluden a esta regla de conducta me-


diante la vía de las prohibiciones, en su constitución negativa, por tanto,
sin olvidar que nos movemos en esa Justicia de la retribución de la que
hablaba Kelsen como característica de la religión judía, o, en poderosa
expresión del Deuteronomio, de la venganza y la retribución.42 El Dios
poderoso, omnipotente, supremo legislador, supremo juez y comandante
en jefe de su pueblo, elabora unas pautas de conducta que se traducen en
un derecho humano esencialmente justo, perfecto, sagrado y eterno. La
totalidad de la labor jurídica se refiere a un Dios, Yahvé, que a diferencia
de otros pueblos ha manifestado y se ha manifestado a su propio pueblo
elegido. El derecho no es un orden oculto, dependiente de oráculos y
adivinos —aunque sí es eterno e inmutable—, cuyo contenido se deduce
del orden cósmico y de la propia naturaleza del hombre; más bien, aquél
es algo presentado por el mismo Dios, quien aparece en la historia para
celebrar una alianza con el pueblo, alianza en la que Él es la parte pode-
rosa, la que impone y dispone, la que marca cómo ha de desarrollarse ese
contrato y las consecuencias de su incumplimiento. El punto de partida,
la ley que se dice antigua, es el Decálogo, que pone de relieve también la
incapacidad e inutilidad de diferenciar entre derecho divino, derecho natu-
ral y derecho positivo (ley), dado que todo es uno y lo mismo. Ese dere-
cho en cuanto que orden es el que indica el camino para una purificación
individual y colectiva de ese pueblo.
Ahí se halla la justicia en su vertiente divina y humana.43 Sin embargo,
este Dios de venganza, que impone la ley del talión a su pueblo,44 este

42 Deuteronomio 32, 35.


43 La justicia es propiedad de Yahvé, ligada a sus deseos, pero, al mismo tiempo, se
proyecta sobre los hombres por cuanto implica acatamiento de esos deseos como vía
indispensable para conseguir esa purificación moral que haga a cada uno de los hombres
digno a los ojos de Dios. Cfr. Truyol y Serra, A., Historia de la filosofía del derecho y
del Estado, t. 1: De los orígenes a la Baja Edad Media, 11a. ed., Madrid, Alianza Edi-
torial, 1992, p. 47: “Pero el sentido del vocablo rebasaba, para el israelita, el ámbito de
lo que hoy constituye la moral y el derecho, abarcando también la esfera religiosa. Con
esta amplitud, ofrece el concepto una doble dimensión, divina y humana. Por una parte,
la justicia es referida a Dios como unos de sus atributos, y significa, en frase de G. del
Vecchio, la infalible proporción y armonía intrínseca de sus deseos. Estos deseos son
para el hombre norma suprema de conducta. Referida al hombre, la justicia consiste en la
observancia integral de los mandamientos de Dios. En este sentido, la justicia equivale a
la santidad, a la perfección religiosa y moral”.
44 A modo de ejemplo y sin agotar los casos, véase Génesis 4, 23; Éxodo 20, 5; 21, 23; Le-
vítico 24, 17; 24, 19; Números 14, 35; Deuteronomio 19, 19; I Jueces 9, 56 y Salmos 139, 21.
408 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Dios, más juez que padre, un Dios, como dice Números, que es tardo en
la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebeldía,
sin dejarla impune,45 que busca la justicia plena,46 no impide la aflora-
ción excepcional y esporádica de ciertos preceptos en los que se predica
la venganza y, al mismo tiempo, el amor a ese prójimo, ese reclamo de la
mansedumbre.47 Porque esa justicia, divina en su concepción y humana
en su realización, es, en palabras del profeta Isaías, el camino para la paz
y el orden.48
Veamos algunos ejemplos separados de esa tendencia a la retribución,
de esa tendencia a amar al prójimo que es, decimos, excepcional y espo-
rádica en el Antiguo Testamento. Comencemos con la vieja ley mosaica,
la primera formulación jurídica del pueblo elegido. En Éxodo 23, versí-
culos 1 y siguientes, se pueden atisbar algunas indicaciones en tal sentido
a través del enunciado sucesivo de ciertas prohibiciones concretas que
van fraguando el modelo de conducta ideal que Yahvé quiere para con

45 Números 14, 18.


46 Una justicia que acabará premiando al buen hombre y castigando al impío, como
se puede colegir de Salmos 7, 10: “Acabe de una vez la malicia del impío, y confirma
al justo. Dios, justo, escudriñador del corazón y de los riñones”; 103, 8 y 10: “Es Yahvé
piadoso y benigno, tardo a la ira, clementísimo… No nos castiga a la medida de nuestros
pecados, no nos paga conforme a nuestras iniquidades”; 116, 5: “Yahvé es misericordioso
y justo; sí, nuestro Dios es piadoso”; o en Proverbios 11, 21: “Más pronto o más tarde no
quedará impune el malvado, pero la prole del justo escapará”; 12, 10: “El justo provee
las necesidades de sus bestias, pero el corazón del impío es despiadado”. En Sabiduría 5,
15-16 se dice expresamente: “Pero los justos viven para siempre, y su recompensa está
en el Señor y el cuidado de ellos en el Altísimo. Por eso recibirán un glorioso reino, una
hermosa corona de mano del Señor, que con su diestra los protege y los defiende con su
brazo”.
47 La aparente contradicción se puede salvar con la interpretación dada por Kelsen,
H., “La idea de justicia en las Sagradas Escrituras”, cit., nota 14, pp. 133 y 134. El deber
de amar al prójimo como a uno del pueblo elegido implica un mandamiento de solida-
ridad nacional, compatible con la justicia de retribución. La prohibición de la venganza
está en oposición a la venganza de sangre, pero es compatible con la ley del talión, si
es ejercitada no por la misma persona agraviada, sino por los tribunales: “Que un judío
deba amar a su prójimo como a sí mismo y que deba tratar a los forasteros como a los
naturales, son principios políticos que nada tiene que ver con la regla de justicia: Igual
por igual, mal por mal, bien por bien… Pero estas manifestaciones esporádicas de una
moralidad de indulgencia no son sintomáticas del Antiguo Testamento, el cual está domi-
nado por la justicia de igual por igual”.
48 Isaías 32, 17-18: “La paz será obra de la justicia; y el fruto de la justicia, el reposo
y la seguridad para siempre. Mi pueblo habitará en morada de paz, en habitación de se-
guridad, en asilo de reposo”.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 409

su pueblo, que exigirá a cada uno de los miembros del pueblo elegido.
Dichas prescripciones presentan una aspecto marcado por una clara alte-
ridad, una referencia constante a la participación del otro, del ajeno, no
del enemigo, sino de un prójimo cercano, al que se denomina extranjero,
en un intento de superación de las luchas tribales que protagonizan los
primeros años de la dominación judía en la Tierra Prometida: no mentir,
no testificar en falso, no dejarse arrastrar al mal, devolver los animales
perdidos a los enemigos, no torcer el derecho de los pobres, no hacer
daño al extranjero.49
En Levítico 19, 17-18, se insiste en las mismas líneas de conducta
que había fijado el libro anterior del Pentateuco. Ahora el protagonista
es el odio: no odies a tu hermano, mas repréndelo de modo fraternal para
que no haya posibilidad alguna de llegar al pecado, porque la dirección
perseguida es la ausencia de venganza y de rencor contra los “hijos de
tu pueblo”, para concluir con el mandato de amor al prójimo que será
usual en el Nuevo Testamento.50 El mismo Levítico 19,33-34 predica el
amor hacia el extranjero, ya no enemigo, para que se le trate como a un
indígena de entre el pueblo escogido, como a uno propio, recordando la
misma situación de extranjería que el pueblo elegido vivió en Egipto.51
Saúl reconoce que David es mejor que él mismo pues “tú me has hecho
bien y yo te pago con mal”,52 y el hijo de aquél, Salomón, habla de Dios
que ha de obrar con cada uno según sus caminos.53 El libro de Job 31,
29-30 o los Proverbios 20, 22 y 24, 17, 24, 29 y 25, 21, también insisten
en esa misma línea, el primero en una presentación interrogativa de la
cuestión,54 los segundos en la consagración de una claro deber de asis-
tencia al prójimo, ahora enemigo, y de prohibición de delectación en su

49 Éxodo 23, 1-19.


50 Levítico 19, 17-18: “No odies en tu corazón a tu hermano, pero repréndele para no
cargarte tú por él con un pecado. No te vengues y no guardes rencor contra los hijos de
tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahvé”.
51 Ibidem, 19, 33-34: “Si viene un extranjero para habitar en vuestra tierra, no le
oprimáis; tratad al extranjero que habita en medio de vosotros como al indígena de entre
vosotros; ámale como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de
Egipto. Yo, Yahvé, vuestro Dios”.
52 I Samuel 24, 18.
53 I Reyes 8, 39: “Obra con cada uno según sus caminos, y según ellos retribúyelos tú,
que escudriñas el corazón de todos los hijos de los hombres”.
54 Job 31, 29 y 30: “Si me alegré del mal de mi enemigo y me gocé en que le so-
breviniera la desgracia, pues no di mi lengua al pecado ni conjuré al sepulcro contra su
vida”.
410 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sufrimiento y en su desgracia.55 El Eclesiástico proclama, no obstante, la


moderación de la ira, con unos perfiles claramente proto-evangélicos:

El que se venga será víctima de la venganza del Señor, que le pedirá exacta
cuenta de sus pecados. Perdona a tu prójimo la injuria, y tus pecados, a tus
ruegos, te serán perdonados. ¿Guarda el hombre rencor contra el hombre
e irá a pedir perdón al Señor? ¿No tiene misericordia de su semejante y va
a suplicar por sus pecados? Siendo carne, guarda rencor. ¿Quién va a te-
ner piedad de sus delitos? Acuérdate de tus postrimerías y no tengas odio.
Y guárdate de la corrupción y de la muerte y cumple los mandamientos.
Acuérdate de la alianza del Altísimo. Y no aborrezcas a tu prójimo y per-
dona las ofensas.56

Algunos profetas predican esta misma línea de conducta.57 Estas re-


ferencias, de todos modos, son excepciones a los criterios generales que
inspiran la actuación de Yahvé y de su pueblo. En principio, la regla
general que preside esas actuaciones jurisdiccionales es siempre la re-
tribución, la dinámica de la recompensa y del castigo. Solamente en
contadas ocasiones, como las expuestas, se predica un comportamiento
excepcional para con el extranjero y para con el enemigo. La expresión
más depurada de esa regla negativa, no obstante, se remite al profeta
Tobías, catálogo de consejos que el buen padre, ya anciano, dirige al
hijo para encauzar su conducta hacia la rectitud moral que implica el
respeto a la ley divina en toda su extensión, que se condensa en la frase
final que manda no hacer a los demás lo que no se quiere que los demás
hagan a uno mismo:

Guárdate, hijo, de toda fornicación y ante todo toma esposa del linaje de
tus padres; no tomes mujer extranjera que no sea del linaje de tu padre, que

55 Proverbios 20, 22: “No digas: Devolveré mal por mal; confía en Yahvé, que Él te
salvará”; 24, 17: “No te goces en la ruina de tu enemigo, no se alegre tu corazón al verle
sucumbir”; 24, 29: “No digas: Como me ha tratado a mí le trataré yo a él y le daré lo que
se merece”; y 25, 21: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de
beber”.
56 Eclesiástico 28, 1-9.
57 Miqueas 7, 18: “¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad y olvidas el pecado
del resto de tu heredad? No persiste por siempre su enojo, porque ama la misericordia”;
Oseas 6, 1: “Venid y volvamos a Yahvé: Él desgarró, Él nos curará; Él hirió, Él nos ven-
dará”; y Joel 2, 13: “Rasgad vuestros corazones, no vuestras vestiduras, y convertíos a
Yahvé, vuestro Dios, que es clemente y misericordioso, tardo a la ira, grande en miseri-
cordia y se arrepiente de castigar”.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 411

hijos somos de profetas, Noé, Abraham, Isaac y Jacob, nuestros antiguos


padres. Recuerda, hijo, que estos tomaron mujeres de entre sus hermanos,
y fueron bendecidos en hijos, y heredó su descendencia la tierra. Y ahora,
hijo mío, ama a tus hermanos y no te ensoberbezcas en tu corazón ni des-
precies a los hijos e hijas de tu pueblo, rehusando tomar de ellas mujer,
porque en el orgullo está la perdición y el desorden, y en la ruindad la
penuria y el hambre, pues la madre del hambre es la ruindad. No reten-
gas una noche el salario de un obrero que trabajare para ti: entrégaselo
luego. Si sirvieres a Dios, Él te recompensará. Atiende, hijo, a todas tus
obras y muéstrate prudente en tu conversación. Lo que no quieras para ti,
no lo hagas a nadie. No bebas vino hasta embriagarte, no vaya contigo la
embriaguez. Da de tu pan al hambriento, y de tus vestiduras al desnudo.
Todo cuanto te sobrare dalo en limosnas, y no se te vayan los ojos tras lo
que dieres.58

Todo cambia en el Nuevo Testamento. La nueva alianza entre Dios y


los hombres que propugna Cristo es absolutamente diferente de la retri-
bución que se respira en los libros bíblicos del Antiguo Testamento. Pa-
blo de Tarso habla del pasado israelita como una revelación incompleta
e imperfecta, de valor pedagógico, que preparaba al niño para (en este
caso, la humanidad) la madurez moral, que provoca asimismo la eman-
cipación de aquél. Fue una suerte de pedagogo que se impone al infante
para que pueda educarse. Completada esa educación, aquél procede a
actuar con plena libertad de acuerdo con las enseñanzas recibidas.59 El
Antiguo Testamento prepara el Nuevo y éste lo perfecciona, sin derogar-
lo, ni omitirlo, sino presuponiéndolo y mejorándolo. Pero en el Nuevo
Testamento, el mensaje principal es un mensaje de amor y de fraternidad,
que traspasa fronteras, pueblos, imperios y naciones: es un mensaje diri-
gido al hombre en su totalidad, no a un solo pueblo elegido. Universal, en
suma, porque su fundamento no es una posibilidad étnica, sino una posi-
bilidad ética, humana y personal, a la que todo el mundo puede acceder
para su perfeccionamiento y para el perfeccionamiento de los demás: el
amor. El prójimo es ahora todo hombre, incluso el enemigo.60

58 Tobías 4, 12-16.
59 Gálatas 3, 24-25: “De suerte que la Ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo,
para que fuéramos justificados por la fe. Pero, llegada la fe, ya no estamos bajo el ayo”.
60 Cfr. León-Dufour, X., Diccionario del Nuevo Testamento, Madrid, Cristiandad,
1977, pp. 365 y 366.
412 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

El cambio se advierte, sobre todo, en la propia formulación de la regla.


Del no hacer que inspira la regla en su vertiente negativa, que coloca al
ser humano en una posición de pasividad, se pasa a la situación inversa,
a la necesidad de actuar, de obrar pensando en los demás, sin excluir lo
anterior, sin olvidar, por tanto, aquellas conductas que deben ser evitadas
por las repercusiones individuales y colectivas de todo punto negativas.
Jesucristo propone una nueva lectura de la idea de justicia que consiste,
más que en una solución del problema de las relaciones sociales, conce-
bida como contraposición de intereses antitéticos, en una disolución del
mismo, en una desaparición de esa conflictividad de los opuestos: exige
el abandono del deseo de la justicia como forma de imposición y su con-
versión en virtud. Esto es, abandonar la justicia tal y como la concibe el
ser humano para tratar de acercarse a la visión que de la misma posee
Dios. Se busca reemplazar la justicia humana por aquélla otra que se
aproxime, emule o se acerque a la divina. La justicia cambia en cuanto
a su conformación y en cuanto a su realización específica. Importan e
interesan las motivaciones, las intenciones relevantes para Dios. No sólo
cumplir en el fuero externo, como hacían los fariseos y los escribas, for-
malmente, sino aceptar de modo gozoso, en el fuero interno, lo que Dios
ha mandado, asumirlo como propio, inapelable, indiscutible, necesario.
Lo que Dios manda es intrínsecamente bueno y el hombre lo llega a sa-
ber. Por eso, lo celebra, lo goza, no lo sufre, no lo padece. Se evapora así
el miedo a la acción divina, puesto que el hombre sabrá en todo instante
que aquélla será benéfica para con él. La justicia aparece como un me-
canismo que conduce a la santidad, a la perfección moral y religiosa. El
camino exclusivo es el amor —más amplio y complejo que la amistad
de los antiguos— en una doble dirección, en dos mandamientos que
sepultan la ley antigua: el amor a Dios sobre todas las cosas y con todas
las potencias de las que dispone el ser humano, y, derivado del anterior,
el amor al prójimo como a uno mismo, que ha de ser semejante al anterior
amor profesado de modo absoluto hacia Dios.61
No es una justicia de normas, positiva, legalista, ni siquiera una jus-
ticia natural; es una justicia que da consejos para el buen actuar, para
seguir el discurrir de una vía compleja, heroica, minoritaria, destinada

61 Para estos aspectos, véase Meinertz, M., Teología del Nuevo Testamento, 2a. ed.
revisada, Madrid, Fax, 1966, pp. 89 y ss., y Schelkle, K. H., Teología del Nuevo Testa-
mento. II. Dios estaba en Cristo, Barcelona, Herder, 1977.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 413

a la perfección espiritual, por encima de los preceptos ordinarios que se


le pueden exigir a una simple persona. Las bienaventuranzas y exhor-
taciones del conocido Sermón de la Montaña son prueba clara de esta
exigencia suprema, este sacrificio consciente y deliberado de uno mismo,
de esa renuncia a cualquier elemento material. Los faltos de todo serán
finalmente lo que queden colmados, saciados. Lo relevante será el ser
íntimo de cada uno, nunca el tener. El cristiano será, sobre todo, un héroe
en lo ético y la heroicidad no se puede predicar, ni exigir a todo el mun-
do. Habrá, pues, niveles de exigencia y de cumplimiento, conformando
un mínimo común no sujeto a negociaciones, ni a restricciones o condi-
ciones. La realización de esos imperativos divinos permite cumplir con
Dios, con el prójimo y, finalmente, con uno mismo. El hombre, creado a
imagen y semejanza de Dios, comparte siquiera brevemente el resplan-
dor de las perfecciones y atributos divinos. El amor de Dios ilumina el
corazón del hombre y lo proyecta como nuevo amor a Dios y a todos los
demás seres humanos. Todos los hombres son hijos de esa nueva divini-
dad, que se construye sobre bases diferentes a las del Antiguo Testamen-
to. La humanidad, el conjunto de los hombres, aparece así como una rea-
lidad, con conciencia plena en su destino único dentro de una historia que
es universal. Y es consciente de sus posibilidades de redención y de sus
capacidades propias para ganar o perder el amor de Dios. Además de la
clara presentación y formulación positiva de actuar en ese sentido, no de
rechazar esa conducta, que figura en el Evangelio de Mateo 7, 12, según
la cual “por eso, cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres,
hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la ley y los profetas”, la refe-
rencia al amor al prójimo, a su tratamiento conforme a lo que uno espera
de los demás, se atisba en el mismo texto evangélico (en 5, 44 y en 22,
37), predicando el amor a los enemigos, al próximo, amigo o no, confor-
me a preceptos de los que se conforman, nuevamente, como aquello que
quiere la ley y como aquellos que quieren los profetas, que realmente es
ya mensaje legal y mensaje profético. No hay ya una refutación expresa
de los antiguos mandatos; aparece una suerte de sobreimposición a los
mismos, de lo que se sigue una más sólida y completa construcción de
una nueva legalidad.62
62 Mateo 5, 43 y 44: “Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a
tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen”;
414 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

El del Evangelio de Mateo no es el único caso, ni es caso aislado, aun-


que su presencia es constante en el discurso evangélico como base fun-
dacional de esa buena noticia a la que remite la etimología de los cuatro
libros. También se recoge sumariamente en Marcos 12, 31,63 y, con una
formulación más completa, en Lucas 6, 27-38:

Pero yo os digo a vosotros que me escucháis: amad a vuestros enemigos, ha-


ced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por
los que os calumnian. Al que te hiere en una mejilla ofrécele la otra, y a quien
te tome el manto no le estorbes tomar la túnica; da a todo el que te pida y no
reclames de quien toma lo tuyo. Tratad a los hombres de la manera en que vo-
sotros queréis ser de ellos tratados. Si amáis a los que os aman, ¿qué gracia ten-
dréis? Porque los pecadores aman también a quienes los aman. Y si hacéis el
bien a los que os lo hacen, ¿qué gracia tendréis? También los pecadores hacen
lo mismo. Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gracia ten-
dréis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos igual
favor. Pero amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperanza de
remuneración, y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo,
porque Él es bondadoso para con los ingratos y los malos. Sed misericordio-
sos, como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados;
no condenéis y no seréis condenados; absolved y seréis absueltos. Da y se os
dará; una medida buena, apretada, colmada, rebosante será derramada en vues-
tro seno. La medida que con otros usareis, ésa se usará con vosotros.64

y Mateo 22, 37-40: “Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo,
semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos, penden
toda la Ley y los Profetas”. Para una comprensión general, sirvan como apoyo Schmid,
J., El Evangelio según San Mateo, Barcelona, Herder, 1967, pp. 109 y ss., en especial,
pp. 216 y 217; Schiwy, G., Iniciación al Nuevo Testamento. 1, Salamanca, Sígueme,
1969, pp. 121 y ss.; VV. AA., Comentario bíblico San Jerónimo, t. II. Nuevo Testamento I,
Madrid, Cristiandad, 1972, pp. 196 y 197; Bonard, P., Evangelio según San Mateo, Madrid,
Cristiandad, 1975, pp. 159 y ss., y Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, Barcelona,
Herder, 1976, t. I, pp. 170 y ss, colección El Nuevo Testamento y su mensaje. Comentario
para la lectura espiritual.
63 Marcos 12, 28-31: “Se le acercó uno de los escribas que había escuchado la disputa,
el cual, viendo cuán bien había respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos? Jesús contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios,
es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. Mayor que estos no hay mandamiento alguno”.
64 Lucas 6, 27-38. Véase Schmid, J., El Evangelio según San Lucas, Barcelona, 1968,
pp. 186 y ss., en especial pp. 195-198; Schiwy, G., op. cit., nota 62, pp. 432 ss.; VV. AA.,
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 415

El mismo evangelista además añade el ejemplo concreto del sama-


ritano, en respuesta a la pregunta quién es mi prójimo que formula un
rabino, especializado en ese derecho judío que se pretende superar éti-
camente, en su fundamentación.65 Es moral revolucionaria que se opo-
ne agónicamente a la que se ha heredado del Antiguo Testamento y esa
confrontación no es eludida por Jesús en el momento de su presentación
a los diversos tesoreros de la ortodoxia del pasado. Ése será el elemento
diferenciador de la nueva construcción moral en contraposición a los ju-
díos y a todos los gentiles,66 lo que separa a los cristianos de las demás
religiones existentes: un amor y una caridad ilimitadas, que ni siquiera
se frenan o se detienen ante el enemigo, ahora ya inexistente pues se ha
convertido a todos los efectos en el prójimo amado. Un amor y una ca-
ridad que no buscan la satisfacción personal del creyente, sino la de los
demás, no la autocomplacencia, sino el sacrificio por el otro, sin aguar-
dar recompensa alguna.67 Amor y caridad son espejo para la conducta
humana y divina, una conducta basada en el perdón absoluto, aun de los
más terribles pecados, perdón reclamado tanto de Dios como de los hom-
bres.68 El perdón aparece directamente inspirado en ese amor al prójimo

Comentario bíblico San Jerónimo, cit., nota 62, pp. 347-350; y Stöger, A., El Evangelio
según San Lucas, Barcelona, Herder, 1975, t. I, pp. 181 y ss, colección El Nuevo Testa-
mento y su mensaje. Comentario para la lectura espiritual.
65 Lucas 10, 25-29: “Levantóse un doctor de la Ley para tentarle, y le dijo: Maestro,
¿qué haré para alcanzar la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo
lees? Le contestó diciendo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. Y le dijo.
Bien has respondido. Haz esto y vivirás. Él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
¿Y quién es mi prójimo?”. De ahí arranca la parábola del samaritano (Lucas 10, 30-37),
aplicación práctica de esa regla general de amor: ni el sacerdote, ni el levita se ocupan
del herido, pasando de largo, sino el despreciado samaritano que se ocupa de su salud
presente y futura: “¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo de aquel que cayó
en poder de ladrones? Él contestó: El que hizo con él misericordia. Contestóle Jesús: Vete
y haz tú lo mismo”.
66 Mateo 5, 47: “Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más?
¿No hacen eso también los gentiles?”.
67 Ibidem, 6, 3: “Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace la derecha”.
68 Así se pide a la divinidad que nos perdone, de la misma manera que el hombre per-
dona a quien le ha ofendido, en Mateo 6, 12: “Y perdónanos nuestras deudas, así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Nuevamente, en el campo exclusivamente
humano, Mateo 18, 21: “Entonces se le acercó Pedro y le preguntó: Señor, ¿cuántas veces
416 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

como a uno mismo.69 La nueva religión reemplaza el pacto antiguo, fun-


dado en la ley, por un nuevo pacto que se basa en el amor, que, al mismo
tiempo, se presenta y se califica como una ley, en el sentido que contiene
las directrices esenciales del comportamiento humano en sus relaciones
con la divinidad y en sus relaciones entre sí mismos. Es ley completa de
vida, orden absoluto y superior, en sus relaciones con las leyes humanas.
Dios es creador del mundo, supremo legislador, juez de todas las accio-
nes de los seres humanos, trasponiendo los valores humanos del tiempo
concreto a la eternidad sin tiempo de la que solamente Él disfruta y puede
disfrutar.
El testigo evangélico lo recibirá Pablo de Tarso, quien se identifica ple-
namente con la nueva ley del amor.70 Por ese motivo, Pablo no diferencia
entre diversos pueblos, sino que la totalidad de la humanidad se entiende
subsumida en la cristiandad sobre la cual se debe practicar el apostolado.71
La vida nueva, en lo moral, en lo religioso y, por extensión, en lo jurídico,
exige una transformación, esbozada por Cristo y completada por Pablo en
sus epístolas, complemento que implica la reproducción de muchos de los
llamamientos que figuran en los Evangelios: rechazo de la venganza, de
la retribución, del talión como principio informante de las relaciones con
los otros;72 elevación de la caridad a la condición de piedra angular de la

he de perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: No
digo ya hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, esto es, de forma indefinida.
69 Mateo 19, 16-19: “Acercósele uno y le dijo: Maestro, ¿qué de bueno haré yo para
alcanzar la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es
bueno; si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Dijole él: ¿Cuáles? Jesús
respondió: No matarás, no adulterarás, no hurtarás, no levantarás falso testimonio; honra
a tu padre y a tu madre y ama al prójimo como a ti mismo”.
70 El eje lo constituye la epístola a los Romanos, sobre todo. Véanse Zedda, S., Para
leer a San Pablo, Salamanca, Sígueme, 1965, pp. 297 y ss.; Wikenbauser, A., Introduc-
ción al Nuevo Testamento, Barcelona, Herder, 1966, pp. 291 y ss.; VV. AA., Comentario
bíblico San Jerónimo, Madrid, Cristiandad, 1972, t. IV: Nuevo Testamento II, pp. 101 y
ss.; Kertelge, K. Carta a los Romanos, Barcelona, Herder, 1973, colección El Nuevo Tes-
tamento y su mensaje. Comentario para la lectura espiritual, y Eichholz, G., El Evangelio
de Pablo. Esbozo de teología paulina, Salamanca, Sígueme, 1977.
71 Romanos 1, 14: “Me debo tanto a los griegos como a los bárbaros, tanto a los sabios
como a los ignorantes”.
72 Ibidem, 12, 17: “No volváis mal por mal; procurad el bien a los ojos de todos los
hombres”.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 417

nueva religión, a la condición de nueva ley,73 que conlleva la protección


del débil en todos los sentidos;74 y asunción del amor como motor del
mundo, en un sentido total, dado que sin él, aquél acabaría por destruir-
se.75 Pablo insiste en esta dirección, en una final imitación de Cristo por
parte de todos los creyentes y en la consonancia de su vida con el ideal
que aquél defendió,76 hasta llegar al olvido de uno mismo.77 También se
pronuncia en el mismo sentido el apóstol Juan en sus cartas.78 Se ha acep-
tado la nueva legalidad universal y el cristianismo puede proclamar ya,
desde una perspectiva católica, esa regla de conducta uniforme, válida para
todos, regla que deviene presupuesto de la moral, esencia de la religión, y,
por ambos contenidos, también del derecho que debe seguir el cristiano.
La antigua ley se ha superado, se ha producido la escisión con el pasado, y
el antiguo Dios de la venganza se ha convertido ya en un Dios padre, por
ello, pleno de amor y pleno de caridad, con lo que la idea de retribución ha
dado paso a una ley nueva que se mueve en otro ámbito, en otras coorde-
nadas. La suprema explicación del derecho se halla en las propias raíces
del ser. Los valores se afirman como aspectos del Ser Divino, capaces
ya de consolidarse en elementos jurídicos, entrando plenamente en la
historia. Dios será el principio último de la normatividad, fuente de toda
justicia. Es el legislador supremo que permite que el hombre acceda a sus
designios, a través de la ley natural, concebida como participación en la
ley eterna de la criatura racional, de toda criatura racional, sobre la cual
se exige tanto el conocimiento como su observancia. El gentil de Pablo
de Tarso es hombre que, antes de cualquier ley escrita, tiene la ley moral
73 Ibidem, 13, 8: “No estéis en deuda con nadie, sino amaos los unos a los otros, por-
que quien ama al prójimo ha cumplido la Ley”.
74 Ibidem, 14, 1: “Acoged al flaco en la fe, sin entrar en disputas sobre opiniones”.
75 Gálatas 5, 14-15: “Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cui-
dado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne, antes servíos unos a otros
por la caridad. Porque toda la Ley se resume en este solo precepto: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. Pero si mutuamente os mordéis y os devoráis, mirad que acabaréis por
consumiros unos a otros”.
76 Efesios 5, 1-2: “Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados, y vivid en
caridad, como Cristo, nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios
en olor suave”.
77 Filipenses 2, 4-5: “No atendiendo cada uno a su propio interés, sino al de los otros.
Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
78 Epístola I de San Juan 2, 4-5: “El que dice que le conoce y no guarda sus manda-
mientos, miente y la verdad no está en él. Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad
de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él”.
418 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

esculpida en el corazón, accesible a la razón y testimoniada por medio de


la conciencia. Por medio de esa ley de implicaciones morales puede lle-
gar a conocer a Dios como legislador supremo y como garante de la ley
natural misma, de la que Dios es causa primera mediante el espectáculo
de la creación, si bien este conocimiento es oscuro e imperfecto. Es es-
crita por Dios en el corazón del hombre, no según las fórmulas gramati-
cales de las dos tablas del Decálogo, sino según el contenido de las leyes
mismas. El pagano tiene una ley moral en sí y su corazón es como una
tabla, una piedra viviente, en la cual está expresada la voluntad de Dios.
El hombre descubre esta ley natural en la medida en que se reconoce por
aquello que es y actúa en conformidad con ésta su humanidad. La con-
ciencia da testimonio de todo esto, leyendo aquello que lleva el corazón,
describiendo los principios morales básicos, pero aquélla está obnubilada
por el pecado. Por ese motivo, lo que para nosotros es pecado no implica
la existencia de un precepto moral explícito, como aconteció con Adán
o con Moisés. Simplemente, basta el conocimiento de los principios que
regulan el actuar humano, que todos los hombres poseen de forma ade-
cuada, aunque en ellos se da el terrible dilema entre el recto conocimien-
to y la imposibilidad de su total cumplimiento.79 El precepto evangélico
implica la exigencia de que el hombre, todo hombre, reconozca en el otro
a alguien similar, a un hermano, criterio que se acaba imponiendo por el
peso específico de la idea de responsabilidad en el individuo, en la comu-
nidad. Desaparece la diferenciación entre amigo-enemigo, entre indígena,
nacional o extranjero. Todos son hijos de un mismo Dios, susceptibles,
por tanto, de la mayor bondad posible, sometidos genéricamente a los
imperativos de la ley divina. Entre ellos, es predicable aquel mismo amor
que el Creador ha manifestado por todos. Se trata de respetar a los demás,
a partir de un primer respeto a nosotros mismos, o a causa precisamente
de ese respeto propio. Respetar, proteger nuestra humanidad en los de-
más. La conciencia de cada individuo, valorando el mal y el bien propio,
es capaz de juzgar el mal y el bien de los otros que se identifican prác-
ticamente con el propio, con él mismo. Eso lo lleva a salir de su círculo
íntimo y relacionar su conducta con el efecto que la misma produciría en
los demás. El criterio que se acaba imponiendo es ciertamente subjetivo,
pero no egoísta, ni individualista, porque aquél procede de una entidad

79 Véase Pizzorni, R., Il Diritto Naturale. Dalle origini a S. Tommaso d’Aquino, 3a.
ed., Bolonia, Edizione Studio Domenicano, 2000, pp. 167 y ss.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 419

trascendente y se aplica al mismo tiempo al sujeto actuante protagonista


y a todos los demás que pueden resultar afectados por dicha conducta in-
dividual, lo que trae aparejado un reconocimiento general de su absoluta
validez. La intersección del yo con el otro marca las pautas, orienta los
comportamientos, fija prioridades y establece la recta vía para el amor y
la concordia, con un llamamiento claro a la superación del egoísmo.

VI

Un orden de amor se acaba imponiendo y los primeros forjadores in-


telectuales de ese cristianismo todavía balbuciente proceden a considerar
ese elemento como el primero de todo el orden general sobre el que la
nueva religión reposa.80 Este precepto es base de la ley divina y, por
extensión, base asimismo de la ley natural, con la incidencia que direc-
tamente repercute en la ley humana positiva, destinataria final de todos
los mandatos que se derivan de las dos anteriores. El momento cristiano
va poco a poco llegando hasta erigirse en un factor de transformación en
todos los campos. Esto permite hablar de una Antigüedad pagana que va
a dar paso a una Antigüedad cristiana, casi rayana en el Medievo, donde
el protagonismo lo van a tener los escritores de la patrística, aquellos
primeros pensadores cristianos que tuvieron que defender la pureza de
su fe frente a los desvíos heréticos y, al mismo tiempo, luchar contra la
oposición política que suponía una Roma en decadencia y que finalmente
se iba a apoyar en esa religión para superar su agonía. La Edad Media y
su pensamiento se presentan como una época inmensa y oceánica, pre-
sidida por una clara unidad de los saberes, articulados en torno a tres
fuentes principales: el legado cristiano, la tradición jurídica romana y
el pensamiento griego.81 A pesar de su procedencia geográfica dispar, el
80 Como marco de referencia, Véase Laporte, J., Los Padres de la Iglesia. Padres
griegos y latinos en sus textos, Madrid, Ediciones San Pablo, 2004. Sobre la construcción
de la idea de un derecho natural en la patrística, véase Pizzorni, R., “Il Diritto Naturale
nel pensiero dei Padri”, Angelicum, vol. LIII, 1976, pp. 495-565.
81 Una buena introducción a ese tránsito hacia el Medievo puede consultarse en Jaeger,
W., Cristianismo primitivo y paideia griega, México, Fondo de Cultura Económica, 2004.
El mismo Jaeger afirma (pp. 12 y 13), que “desde luego, el proceso de cristianización del
mundo de habla griega dentro del Imperio romano no fue de ningún modo unilateral, pues
significó, a la vez, la helenización del cristianismo”, entendiendo por “helenización” la
asunción plena del lenguaje y del universo intelectual (conceptos, ideas, razonamientos),
procedentes del área griega. Para la herencia jurídica grecorromana en sede de dere-
420 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ensamblaje entre todos estos componentes del mosaico cultural occiden-


tal nace de una confluencia de factores que provocan contaminaciones
y transmisiones de ideas, de reflexiones, de conceptos, con un flujo in-
cesante. Influencias directas en el dominio de la expresión, imitaciones
paralelas de realidades sociológicas comunes, sumisión idéntica a los es-
quemas mentales que constituían los átomos del nuevo pensamiento, pro-
vocan esa interacción de todos los factores aludidos. En el trasfondo de
cualquier reflexión que tuviese como protagonista al hombre, su espíritu
moral y religioso, forma una fusión infalible. Cualquier cuestión jurídica
o política tiene, pues, que ser referida a tales elementos.82 Así lo hace la
patrística, lo continúa y magnifica el pensamiento intermedio y, final-
mente, lo matiza, aclara y delimita la escolástica, con Tomás de Aquino
a la cabeza. Para el pensamiento que aquél encarna a su perfección, con
todas sus virtudes y con todos sus defectos, la regula aurea aparece re-
ferida a los primeros hábitos que el hombre adquiere como consecuencia
de la experiencia. El principio esencial, natural si se quiere, de hacer
el bien y evitar el mal, llega a nosotros a través de la sindéresis, es de-
cir, la primera ley ética práctica, el hábito racional por medio del cual
conocemos rectamente los primeros principios del obrar. Ésta ilumina
la razón, tanto la especulativa como la práctica, incluso insinuando que
dicho hábito es superior a ambas. La sindéresis contiene los principios
de la ley natural que pueden recibir diferentes tratamientos por parte de
la razón. Esto se debe combinar con la prudencia, la cual se halla tanto
en la razón práctica como en su sujeto. El sujeto propio es el intelecto,
aunque también se encuentra en la razón práctica y en los sentimientos
internos, puesto que en todos ellos opera. Sindéresis, voluntad, razón e
incluso apetitos inferiores, por influencia de todo lo demás nombrado,
por costumbre o por don, están orientados cada uno a su modo hacia el

cho natural, véase Pizzorni, R., “La naturalità del Diritto Naturale nel pensiero greco-
romano”, Aquinas. Rivista Internazionale di Filosofia, año XVIII, núm. 2, 1975, pp.
149-181.
82 Como visión general, véanse Châtelet, F. (dir.), Historia de la filosofía. Ideas, doc-
trinas, Madrid, Espasa-Calpe, 1976, t. I, pp. 225 y ss.; Gilson, E., La filosofía en la Edad
Media: desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV, 2a. ed., Madrid, Gredos,
1985; Vignaux, P., El pensamiento en la Edad Media, México, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1995; Fassò, G., Storia della Filosofia del Diritto. I. Antichità e medioevo, Roma-
Bari, Laterza, 2001, pp. 165 y ss.; Barcala Muñoz, A., “La Edad Media”, en Vallespín, F.
(ed.), Historia de la teoría política, Madrid, Alianza Editorial, 2002, t. 1, cap. 3, pp. 227
y ss., y Flasch, K., Introduzione alla filosofia medievale, Turín, Einaudi, 2002.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 421

fin. Es la prudencia la que se encarga de negociar, a través de todos ellos,


el modo de alcanzarlo. Nos extenderemos, por ende, hasta mediados del
siglo XIII, cuando el aquinatense consigue forjar una construcción ideo-
lógica plenamente exitosa, exenta de objeciones dentro de la ortodoxia,
que la convertirá en piedra de toque intelectual de todo el pensamiento
cristiano hasta la actualidad.83
Los primeros años del cristianismo son años de construcción, años
que tienen como punto de referencia el eje dogmático donde se halla
condensado el pensamiento del nuevo credo: las Sagradas Escrituras. 84
Allí encuentra el cristiano la totalidad de creencias y de instrumentos
para fundamentar racionalmente esas creencias. Buscando en los Evan-
gelios, los primeros pensadores cristianos encuentran ese primer princi-
pio que inspira la política, la moral, la religión y el derecho, si es que es
posible elaborar distinciones entre todos estos campos en esta época a la
que nos referimos. A diferencia de lo que había acontecido en la época
grecorromana, el pensamiento cristiano procede al sometimiento de la
moral al derecho, a la absorción de aquélla por éste, de suerte tal que
la moral adquiere una forma de marcado carácter jurídico, la moral se
legaliza, en suma. Por ese motivo, la Biblia es fuente de conocimiento
primaria y fuente directa en cada uno de esos ámbitos señalados, tam-
bién en el del derecho. Esta situación, además, se prolonga durante todo
el Medievo ante la insuficiencia de las compilaciones jurídicas parti-
culares con las que se trata de ordenar o, al menos, agrupar, el derecho
de la Iglesia. Lo único que servía de nexo de unión era la misma pala-
bra de Dios, aquello que conformaba el núcleo central e indisponible
del credo cristiano. Y eso se podía encontrar fácilmente en la Biblia
que operaba así no sólo como texto religioso, sino como compendio de
conductas, modelo de comportamientos, auténtica ley viva y aplicable.
El Nuevo Testamento, con los Evangelios, las cartas paulinas y de los
apóstoles, conformaban un motivo continuado e ineludible, dado que la
misma Iglesia, como orden jurídico, había nacido y se desarrollaba para
concretar, desentrañar y coordinar aquello que se leía en los textos neo-

83 Influencia que se puede hallar, a modo de ejemplo, en un teólogo actual como


Rhonheimer, M., La perspectiva de la moral. Fundamentos de la ética filosófica, Madrid,
Rialp, 2000 y, más intensamente, Natural Law and Practical Reason. A Thomist View of
Moral Autonomy, trad. del alemán por Gerald Malsbury�����������������������������
, Nueva York, ���������������
Fordham Univer-
sity Press, 2000.
84 Véase Pizzorni, R., Il Diritto Naturale, cit., nota 79, pp. 174 y ss.
422 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

testamentarios. El Antiguo Testamento era ley, pero ley ya realizada, ya


cumplida; su invocación en cuanto que texto jurídico será menor, si bien
no es inexistente y puede justificarse aún por lo que de ejemplo o mo-
delo histórico allí aparecía contenido.85 La nueva ley es la ley de Dios,
que identifican con el derecho natural. Es evidente que la patrística hará
suya esta regla de oro, recogida en los fragmentos ya mencionados de
las Sagradas Escrituras, convirtiéndolo en el elemento primario del de-
recho emanado de la naturaleza, que afecta al hombre. 86 Pues, es cierto
e indudable que esa patrística tuvo la virtud, en expresión de W. Jaeger,
de ofrecer una imagen del cristianismo que iba más allá del carácter de
secta religiosa: el cristianismo dejó de estar “a la defensiva” y ofreció su
propia construcción intelectual como elemento de reconcialiación entre
el viejo y el nuevo mundo. La patrística madura defintivamente el em-
brionario pensamiento cristiano y le da su perfil propio, característico. 87
En ese laboratorio donde se forja la primera cristiandad, los Padres la-
tinos y griegos construyen la religión. En su primer peldaño, la regla de
oro es el elemento del que se parte, calificándola, como hace Lactancio
(siglo IV), como la expresión más elevada de la justicia.88 Clemente de
Alejandría (circa 215) defenderá que la finalidad de su obra, El pedago-
go, ese magnífico compendio de moral práctica, es establecer una base
de verdad, un fundamento inquebrantable de conocimiento del sagrado
templo de Dios,89 para lo cual es preciso enumerar las reglas de conducta
que el hombre debe seguir: una de ellas, que es precepto capital y conse-

85 Véase Mor, C. G., “La Bibbia e il Diritto canonico”, La Bibbia nell’Alto Medioevo.
Settimane di Studio del Centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, Spoleto, Centro
Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, 1963, pp. 163-179. Son expresivas las palabras
finales: con el desarrollo de la vida hacia nuevas exigencias prácticas, con los primeros
gestos de una reforma, con la más decidida orientación jurídica de la vida organizativa
y disciplinaria, separado del mundo de la teología moral, el canonista mirará con intento
interés solamente la norma legislativa, mientras que la Biblia, fundamento e insustituible
presupuesto del eterno e inmutable derecho divino, se convertirá en la razón de la me-
ditación del moralista y del dogmático. Más en profundidad, véase Lobrichon, G., “Gli
usi della Bibbia”, Lo spazio letterario del Medioevo. 1. Il Medioevo Latino, vol. I: La
produzione del testo, Guglielmo Cavallo, Claudio Leonardo y Menestò, Enrico (dirs.),
Roma, Salerno, 1992, t. I, pp. 523-562.
86 Véase Dihle, A., Die Goldene Regel, cit., nota 28, pp. 103 y ss.
87 Cfr. Jaeger, W., op. cit., nota 81, p. 101.
88 Lactancio, Instituciones divinas, 6, 23, 32, Madrid, Gredos, 1990.
89 Clemente de Alejandría, El pedagogo, lib. I, 1, 1, Madrid, Gredos, 1998.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 423

jo práctico, a la vez, que todo lo abarca, es precisamente la regla áurea. 90


Y ello es así porque, en dicho tratado, Clemente de Alejandría convierte
a Jesucristo en el nuevo pedagogo general de la misma humanidad y al
cristianismo como único modelo cultural válido, respetado, católico. El
Verbo es pues educador de la totalidad de la humanidad. Aparece así una
civilización, en lo físico y en lo mental. Idéntico pronunciamiento halla-
mos en Jerónimo (347-420) tanto en sus epístolas91 como en su comen-
tario al Evangelio de Mateo, aquí en diversos párrafos, quien insiste en
que la ley, antigua, se basa en la retribución, mientras que el Evangelio,
la nueva ley, se fundamenta en la gracia.92
Más profunda y original es la reflexión que formula Tertuliano (cir-
ca 160-220), primeramente en su Apologético, donde reflexiona en el
90 Ibidem, lib. III, 88, 1.
91 Jerónimo, Epístola ad Algasiam, CXXI, 8, en Migne, J.-P. (ed.), Opera Omnia.
Patrologia latina, t. XXII.
92 Jerónimo, Commentarium in Matheum. Libri IV, libro I, 5, 38, en Corpus Chris-
tianorum. Serie latina, Turnholt, Brepols, 1969, t. LXXVII: “Audistis qui dictum est:
Oculum pro oculo, dentem pro dente; ego autem dico uobis nos resistere malo. Qui
dicit Oculum pro oculo, non et alterum uult auferre, sed utrumque seruare. Dominus
noster uicissitudinem tollens, truncat initia peccatorum. Et in lege retributio est, in evan-
gelio gratia; ibi culpa emendatur, hic peccatorum auferuntur exordia”; libro I, 5, 44: “Ego
autem dico uobis: Diligite inimicos uestros, benefacite his qui oderunt uos. Multi prae-
cepta Dei inbecillitate sua non sanctorum uiribus aestimantes, putant esse inpossibilia
quae praecepta sunt et dicunt sufficere uirtutibus non odisse inimicos; ceterum diligere
plus praecipi quam humana natura patiatur. Sciendum est ergo Christum non inpossibilia
praecipere sed perfecta quae fecit Dauid in Saul et Abessalon. Stephanus quoque martyr
pro inimicis lapidantibus deprecatus est, et Paulus anathema cupit esse pro persecutori-
bus suis. Haec autem Iesus et docuit et fecit dicens: Pater ignosce eis; quod enim faciunt
nesciunt”, lib. III, 22, 37: “Pharisaei audito quod silentium inposuisset Sadducaeis co-
nuenerunt in unum; et interrogauit eum unus ex eis legis doctor temptans eum: Magister,
quod est mandatum magnum in lege? Ait illi Iesus: Diliges Dominum Deum tuum ex toto
corde tuo, et reliqua. Quod de Herode et Pontio Pilato legimus in Domini nece eos fecisse
concordiam, hoc etiam nunc de Pharisaeis cernimus et Sadducaeis. Inter se contrarii sunt
sed ad temptandum Iesum pari mente consentiunt. Qui ergo iam supra in ostensione de-
narii fuerant confutati et aduersae partis factionem uiderant subrutam debuerant exemplo
moneri ne ultra molirentur insidias; sed maliuolentia et liuor nutrit inpudentiam. Inter-
rogat unus ex legis doctoribus non scire desiderans sed temptans an interrogatus nosset
quod interrogabatur quod sit maius mandatum, non de mandatis interrogans sed quod sit
primum magnumque mandatum, ut cum omnia quae Deus mandauerit magna sint, quic-
quid ille responderit occasionem habeat calumniandi, aliud adserens magnum esse de
pluribus. Quicumque igitur nouit et interrogat non uoto discendi sed studio cognoscendi
an nouerit ille qui responsurus est, in similitudinem Pharisaeorum non quasi discipulus
sed quasi temptator accedit”.
424 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sentido de que el bien no se hace con acepción de personas, porque nos


lo hacemos a nosotros mismos, que no recibimos el pago del primero o
la alabanza de parte de los hombres, sino de Dios, que acepta y valora la
bondad sin distinciones.93 En su tratado contra Marción, abiertamente
polémico, Tertuliano alude de forma expresa a la regla de oro: se refiere
el apologeta cristiano a la problemática de auxiliar a los extraños, que se
considera como una caridad mayor, aunque no primera, que la que se debe
a los próximos.94 Es Cristo quien ha traido esa nueva regla, que Tertuliano
glosa, dividiéndola en dos partes. Una primera que se refiere a la acción
del sujeto respecto a los demás y una segunda que se refiere a la acción
de los demás respecto de uno mismo. Ambas se rigen por idéntica regla de
conducta, de comportamiento:

Et sicut uobis fieri uultis ab hominibus, ita et uos facite illis. In isto prae-
cepto utique alia pars eius sudauditur: et sicut uobis fieri non uultis ab
hominibus, ita et uos ne faciatis illis. Hoc si nouus deus et ignotus retro
et nondum plane editus praecepit, qui me nulla antehac institutione for-
mauerit, qua prius scirem, quid deberem mihi uelle uel nolle atque ita et
aliis facere quae et mihi uellem, non facere quae et mihi nollem, passiui-
tatem sententiae meae permisit nec adstrinxit me ad conuenientiam uo-
luntatis et facti, ut id aliis faciam, quod mihi uelim, et id nec aliis faciam,
quod mihi nolim.95

Advierte el propio Tertuliano que en el contenido de la regla no apare-


ce definido lo que se debe o no se debe hacer, lo que no implica el triunfo
sin paliativos de la voluntad. Otra voluntad auxilia ante este aparente
vacío. Es ahí donde aparece la voluntad de Dios para marcar el camino
recto al hombre hacia su salvación, por medio de la naturaleza de la reve-
lación que instruye a los hombres:

Non enim definiit, quid mihi atque aliis debeam uelle uel nolle, ut ad le-
gem uoluntatis parem factum, et possum iam alii non praestare quod ab
alio mihi uelim praestitum, amorem obsequium solatium praesidium et
eiusmodi bona, proinde et alii facere quod ab alio fieri mihi nolim, uim

93 Tertuliano, Apologético, lib. XXXVI, 1-3, Madrid, Gredos, 2001.


94 Tertuliano, Adversus Marcionem, lib. IV, 16, 10, en Opera. Pars I. Opera Catho-
lica. Adversus Marcionem, Turnholt, Brepols, 1954: “Nam etsi maior est bonitas, quae
operatur in extraneos, sed non prior ea, quae ante debetur in proximos”.
95 Ibidem, lib. IV, 16, 13.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 425

iniuriam contumeliam fraudem et eiusmodi mala. Denique hac inconue-


nientia uoluntatis et facti agunt ethnici nondum a deo instructi.
Nam etsi natura bonum et malum notum est, non tamen dei discipli-
na, qua cognita tunc demum conuenientia uoluntatis et facti ex fide, ut
sub metu dei, agitur. Itaque deus Marcionis cum maxime reuelatus, si
tamen reuelatus, non potuit huius praecepti, de quo agitur, tam strictum
et obscurum et caecum adhuc et facilius pro meo potius arbitrio inter-
pretandum compendium emittere, cuius nullam praestruxerat distinci-
tionem.96

Se advierten así huellas de la revelación interior que esa ley divina


proyecta en cada uno de los seres humanos. Y en esa revelación, es evi-
dente el papel capital que corresponde a esa primera ley esencial de la
convivencia humana. Tertuliano se apoya ahora, para concluir su razo-
namiento, en los profetas y en mandatos específicos de protección a los
seres especialmente desvalidos:

At enim creator meus olim et ubique praecepit indigentes pauperes et pu-


pillos et uiduas protegi iuuari refrigerari, sicut et per Esaiam: infringito
panem tuum mendicis, et qui sine tecto sunt in domum tuam inducito, et
nudum si uideris tegito; item per Ezechielem de uiro iusto: panem suum
dabit esurienti et nudum conteget. Satis ergo iam tunc me docuit ea facere
aliis, quae mihi uelim fieri.
Proinde denuntians: non occides, non adulterabis, non furaberis, non
falsum testimonium dices, docuit, ne faciam aliis quae fieri mihi nolim.
Et ideo ipsius erit praeceptum in euangelio, qui illud retro et praestruxit
et distinxit et ad arbitrium disciplinae suae disposuit et merito iam com-
pendio substrinxit, quoniam et alias recisum sermonem facturus in terris
dominus, id est Christus, praedicabatur.97

Las obras de otros autores, de los siglos II y III, como Justino (muerto ha-
cia el 165),98 Ireneo de Lyon (muerto alrededor del año 202-203),99 el ya cita-

96 Ibidem, lib. IV, 16, 14-15.


97 Ibidem, lib. IV, 16, 16-17.
98 Justino, Dialogus cum Tryphone Judaeo, § 93, Eadem justitiae ratio omnibus tra-
dita. Hanc Christus duobus praeceptis comprehendit, en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia
Graeca, t. VI.
99 Ireneo de Lyon, Adversus Haereses Libri Quinque, lib. III, cap. XII; lib. IV, cap.
XIII y ss., en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia Graeca, t. VII.
426 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

do Clemente de Alejandría (muerto circa 215),100 Orígenes (muerto en torno


al año 254),101 Eusebio de Cesárea (265-340),102 Basilio Magno (330-379),103
Ambrosio de Milán (339-397)104 o Juan Crisóstomo (345-407),105 muestran
la plena aceptación en el debate intelectual de esta regla como punto de parti-
da en la construcción de todo un universo moral, jurídico, religioso y político
(si bien todas estas facetas acaban viéndose desde una única perspectiva,
desde la unidad divina del amor). No se agota este filón intelectual. Perdura
en la época crepuscular de los siglos V y VI, en ese momento de desmorona-
miento del esplendor romano y la aparición de nuevas realidades bárbaras.
Lo recoge Salviano de Marsella106 y hace lo propio Rufino de Aquileya en
su traducción al latín de las Sentencias de Sexto el Pitagórico, admitiendo el
juego de las dos versiones como pauta óptima de conducta.107 Para Evagrio,
el cristianismo supone una suerte de circuncisión no de la carne, sino del co-
razón, expresión tomada de Pablo de Tarso.108 Martín de Braga, para corregir

100 Además de su referencia en El pedagogo, Clemente de Alejandría, Stromata, lib.


III, cap. VI, en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia Graeca, t. VIII.
101 Orígenes, In Epistulam ad Romanos, lib. II, 6, en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia
Graeca, t. XIV. La ley natural se reduce a los contenidos del Decálogo y todos conocen
sus contenidos, salvo los referidos a las leyes ceremoniales y las de los sacrificios. La
regla de oro se considera expresión de la equidad natural: “Magis tamen mihi videtur
haec, quae in corde scripta dicuntur, cum evangelicis legibus convenire, ubi cuncta ad
naturalem referuntur aequitatem. Quid enim ita naturalibus sensibus proximum, quam ut
quae nolunt sibi fieri homines, haec ne faciant aliis?”.
102 Eusebio de Cesarea, “Die Praeparatio Evangelica”, libro VIII, 7, 6, Eusebius Wer-
ke, trad. de Kart Mras, Berlín, Akademie, 1982, t. VIII, primera parte, p. 430 (en el origi-
nal griego).
103 Basilio Magno, “Homiliae in Hexaemeron”, homilía IX, 3, en Migne, J.-P. (ed.),
Patrologia Graeca, t. XXIX.
104 Ambrosio de Milán, “De Officiis Ministrorum”, lib. I, 24, en Migne, J.-P. (ed.),
Opera Omnia, Patrologia Latina, t. XVI.
105 Juan Crisóstomo, “Homiliae XC in Mathaeum”, homilía XXIII, 5, en Migne, J.-P.
(ed.), Patrologia Graeca, t. LVII.
106 Salviano de Marsella, “De gubernatione Dei / Du gouvernement de Dieu”, libro III,
25, œuvres. Sources Chrétiennes, París, 1975, t. II.
107 The Sentences of Sextus, Chadwick, Henry (ed.), Cambridge, 1959, núm. 89, en la
positiva, lo que quieras que sea hecho a ti por los demás, hazlo tú a tu prójimo: “Qualem
vis esse tibi proximum tuum, talis et tu esto proximis tuis”; y núm. 179, en la negativa, no
hagas lo que tú no quieras padecer: “Ea quae pati non vis, neque facias”.
108 Evagrio, “Altercatio legis inter Simonem Iudaeum et Theophilum Christianum”,
lib. V, 43 y 44, Corpus Christianorum. Series Latina, Turnholt, Brepols, 1985, t. LXIV.
Es Teófilo, el cristiano, quien afirma, en lib. V, 70-78: “Omnis concupiscentia libidinis
de corde concipitur. Proinde circuncisio noui testamenti talis est, quam Deus Christus,
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 427

a los campesinos apegados a sus creencias plenas de supersticiones, por su


parte, afirma que en esa máxima (junto con la del amor a Dios) está conte-
nido el mandato divino por antonomasia.109 Todos ellos caminan en idéntica
dirección, con un idéntico fundamento, y ven en la regla áurea el principio
elemental sobre el que se construye todo el juego de derechos y de deberes,
de facultades y de obligaciones, que comporta un régimen ético y un régimen
jurídico (ahora, fundidos e identificados, sin fronteras).
Así acontece igualmente con los primeros textos jurídicos de un dere-
cho canónico todavía en formación.110 La regla áurea inaugura, a modo
de ejemplo, el Didaché o Doctrina de los doce apóstoles,111 pero figura
asimismo en la Didascalia112 y en los Cánones apostólicos.113 Prueba de
la indeterminación sustancial de la regla y de una indiferencia que lleva
a usarla en todos los campos que implicaba valoraciones morales o éticas
para los cristianos. Esas primeras recopilaciones normativas, cuya fuente
más numerosa eran las Sagradas Escrituras, dan cuenta de esa importan-
cia. Son textos eminentemente disciplinarios, con uso amplio del Decá-
logo y de los evangelios de Marcos y Mateo. Es decir, el componente
bíblico es el más acentuado.114 Hasta que en el siglo IV, la formación de

Filius Dei, ostendit, ut circumcidamus nons libidinem, auaritiam, malitiam, cupiditatem,


furta, fraudes, fornicationem, et omne quod tibi non uis fieri, alio ne feceris. Haec est cir-
cumcisio Christianorum, quam et primi sanctorum habuerunt, scilicet Enoch, Noe, Iob,
Melchisedec, qui non carnis sed circumcisionem cordis habuerunt. Potuerat autem Deus,
si uellet, Adam circumcisum formare”.
109 Martín de Braga, Sermón contra las supersticiones rurales, Barcelona, El Albir,
1981, § 17.
110 Sobre estos textos primigenios, véase Fantappiè, C., Introduzione storica al Diritto
Canonico, Bolonia, Il Mulino, 1999, pp. 17 y ss.
111 “The Didaché or Teaching of the Twelve Apostols”, lib. I, 2, Apostolic Fathers.,
Cambridge, Harvard University Press-London, William Heinemann, 1985, t. I.
112 Didascalia Apostolorum, cap. I, § 4, 5 y 7, Hugh Connelly, R. (ed.), Oxford, Cla-
rendon Press, 1929.
113 Constituciones apostólicas, V. Citamos por “Fragmentum Veronense Codicis Bi-
bliothecae Capitularis LI (49), foll. 139-156. Canonum qui dicuntur Apostoloroum.
Constitutiones et Canones Apostolorum”, Ecclesiae Occidentalis Monumenta Iuris Anti-
quissima. Canonum et Conciliorum Graecorum Interpretationes Latinae, t. I, Fasciculi
Alterius. Pars Prima, Oxford, Clarendon Press, 1913; y “Cánones Apostolorum”, XX-
VII, Ecclesiae Occidentalis Monumenta Iuris Antiquissima. Fasciculi Primi. Pars Prior,
Oxford, Clarendon Press, 1899, al prohibir con argumentos evangélicos el ejercicio de la
venganza directa, del talión.
114 Ha destacado Carlo Fantappiè que aquellas primeras colecciones canónicas a las
que nos hemos referido tienen dos rasgos diferenciadores: predominio del aspecto litúr-
428 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

un derecho propiamente dicho, al margen de los textos bíblicos, comien-


za a ser ya una realidad, bien por la vía de los concilios, bien por la de
las decretales pontificias. Pero esto no siginificará en ningún instante el
abandono de la Biblia, cuyos preceptos, modelos y ejemplos se insertan
en numerosas compilaciones canónicas de la época intermedia.115
La formulación más general, poderosa e influyente de todo el primer
momento medieval corresponde a una mentalidad enciclopédica, a un ser
que hace de puente entre la Antigüedad y el Medievo, que recopila la sa-
biduría anterior y la adapta al ideario cristiano, con una mezcla llamada a
tener una exitosa perduración en el tiempo. Agustín de Hipona (354-430)
emplea la regla de oro como argumento para concordar con la esencia del
mandato bíblico el comportamiento individual que corresponde a cada
persona. Las obras en las que Agustín hace uso de la regla de oro son
numerosas. La importancia reside no en la simple utilización a modo de
apoyo para construir un coherente y combativo discurso cristiano, sino
en la dictadura intelectual que estas obras juegan en todo el Medievo,
como expresión de ese “agustinismo político”, que es, a la vez, agustinis-
mo en lo moral y en lo jurídico.116 La cita y empleo que el obispo de Hipona
hace de la regla áurea es abundante. Al comentar los salmos y reconducir la
totalidad de los diez mandamientos al amor a Dios y al prójimo —resumi-
dos asimismo a uno solo: no hagas a los demás, lo que no al redactar sus

gico y pastoral frente a los campos eminentemente jurídicos, y la estrecha conexión entre
los diversos ámbitos de la vida eclesiástica comunitaria (liturgia, catequesis, predicación)
y las prescripcioines (costumbres litúrgicas, preceptos morales, disposiciones disciplina-
res, normas y procedimientos). De la interrelación entre ambos elementos, comenzará
a nuclearse el aspecto propiamente jurídico del derecho de la Iglesia, en Introduzione
storica al Diritto Canonico, cit., nota 110, p. 40.
115 Hay otra forma de penetración de la Biblia en el campo del derecho canónico: la
vía que conforman los exégetas y comentadores de los textos sagrados (sobre todo, la pa-
trística). Véase Le Bras, G., “Les Écritures dans le Décret de Gratien”, Zeitschrift der Sa-
vigny-Stiftung für Rechtsgeschichte (Kanonistische Abteilung), XXVII, 1938, pp. 47-80.
116 Entendiendo por tal, aquella tendencia política que conduce a diluir el orden natural
dentro del orden espiritual, el derecho natural en la justicia sobrenatural, el derecho del
Estado en el de la Iglesia, tendencia que fue más construcción a partir de la interpreta-
ción de los textos de Agustín de Hipona que teoría propia derivada inmediatamente del
mismo. Véase el clásico, ahora traducido, de Arquillière, H.-X., El agustinismo político.
Ensayo sobre la formación de las teorías políticas en la Edad Media, trad de Ignacio
Massot Puey, Granada, Universidad de Granada, 2005.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 429

sermones,117 al examinar los elementos de la verdadera religión,118 al glo-


sar los siete grados del alma,119 o al comentar el Evangelio de Juan—,120
se introduce como un elemento decisivo esa regla como punto de arran-
que, con predominio de su versión negativa: una regla que es calificada
como ley, como verdad, y que, siguiendo las enseñanzas paulinas, está
plenamente grabada en el corazón de todos los hombres. Dice así Agustín
que “quandoquidem manu formationis nostri in ipsis cordibus nostris ve-
ritas scripsit: Quod tibi non vis fieri, ne facias alteri”,121 calificándola en
otros casos de auténtica ley natural, inserta en el corazón de cada ser hu-
mano: “Ut legem sapiat naturalem, quam omnes habent in corde fixam:
Quod tibi non vis fieri, alii ne feceris… Ecce lex in corde tuo: Quod non
vis pati, facere noli”.122 Este empleo debe ser relacionado con la propia
concepción que el obispo de Hipona defiende respecto al derecho y a

117 Agustín de Hipona, Sermorum Classes Quatuor, Sermón IX, cap. �������������
X, 14: “… De-
cem enim preacepta ad duo illa refereuntur, sicuti audivimus, ut diligamus Deum et prox-
imum: et duo illa ad unum illud. Unum est autem, Quod tibi fieri non vis, alii ne feceris
(Tob. IV, 16). Ibi continentur decem, ibi continentur duo”; (continúa en Sermón IX, X,
15; y Sermón IX, X, 16: “; y Sermón CCLX, 1, con ejemplos concretos de conducta: “Ne
moras faciamus, acturi multa, regeneratis in Bautismo, qui hodie miscendi sunt populo,
brevis sed gravis sermo reddendus est… cavete ne imitemini malos fideles, imo falsos
fideles; quasi confitendo fideles, sed male viviendo infideles. Videte, quia testificor vobis
coram Deo et Angelis ejus: castitatem servate, sive conjugalem, sive omnimodae conti-
nentiae. Quisque quod vovit reddat. Qui non habetis uxores, licet vobis ducere uxores,
sed quorum mariti, non vivunt. Feminae quae non habent viros, licet eis nubere, sed eis
viris quorum uxores non vivunt. Qui habetis uxores, nihil mali faciatis praeter uxores.
Reddite quod exigitis. Fides vobis debetur, fidem debitis. Fidem debet maritus uxori,
uxor marito; ambo Deo. Quicumque continentiam vovistis, reddite quod vovistis; qui
non exigeretur, si non vovissetis. Quod potuit licere, non licet: non quia nuptiae dam-
nantur, sed qui retro respicito damnatur. Cavete a fraudibus in negotiis vestris. Cavete a
mendaciis et perjuriis. Cavete a verbositate et lujuria. Quaecumque non vultis fieri vobis,
nolite facere aliis, et hominibus et Deo. Quid vos onerem? Haec agite, et Deus pacis ertis
vobiscum (Philipp. IV, 9)”. Ambos sermones en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia latina, t.
XXXVIII.
118 Agustín de Hipona, “De la verdadera religión”, cap. XLVI, 87, Obras de San Agus-
tín, Madrid, BAC, 1956, t. IV.
119 Agustín de Hipona, “De la cuantidad del alma”, cap. XXXIII, 73, Obras de San
Agustín, Madrid, BAC, 1951, t. III.
120 Agustín de Hipona, “In Iohannis Evangelium Tractatus”, XLIX, 12, Corpus Chris-
tianorum. Series Latina, Turnholt, Brepols, 1990, t. XXXVI.
121 Agustín de Hipona, “Enarrationes in Psalmos”, en idem, supra.
122 Agustín de Hipona, “In Iohannis Evangelium Tractatus”, en idem, supra.
430 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sus realizaciones concretas.123 Como se sabe, Agustín parte de la exis-


tencia de tres órdenes jurídicos sucesivos: hay una primera ley eterna,
identificada con la voluntad y/o la sabiduría de Dios mismo, ley cósmica
universal, que fija un orden natural, preceptúa respetarlo y prohíbe su
perturbación. La ley eterna está situada en Dios, no en la naturaleza. Es
preciso dar un paso más allá en dicho camino y es ahora cuando hace
su aparición la ley natural. Ésta se muestra como la participación de la
criatura racional en el orden divino del universo. La ley eterna se refleja
en la conciencia humana como ley ética natural, es fruto de una ilumina-
ción interior de Dios, que no puede ser borrada por ninguna perversidad,
ni maldad alguna, ni por alguna iniquidad. Está grabada, aunque no es
idéntica al original, sino que lo reproduce parcialmente como el sello y
la matriz. No hay alma racional en cuya conciencia no deja Dios oír su
voz, pues es Dios mismo quien ha escrito en sus corazones la ley natural:
nace con nosotros y llegamos a ella a través de la naturaleza misma, no
por medio del estudio. Esa ley existe en la medida en que el ser humano
existe y se remite siempre a Dios, no a un cosmos ordenado, sino inma-
terial. Su fundamento es ahora teocéntrico y no cosmológico, con lo que
se supera nuevamente la herencia helénica. Siguiendo a Pablo de Tarso,
Agustín ve en la ley natural de los gentiles la norma equivalente a la ley
divina positiva de los judíos. Todos los hombres, aunque hayan caído y
pecado, conservan siempre la facultad de distinguir el bien del mal, lo
bueno de lo malo, lo justo de lo injusto. Y ello porque aquella primera
ley natural aparece grabada en su corazón de modo indeleble y perma-
nente. Desde esa condición proyecta su influencia sobre todas las leyes
humanas positivas, condicionando su validez última. La ley natural es la
del hombre en cuanto tal, la del hombre en su estado natural, que está lla-
mada a culminarse y perfeccionarse en la ley de la verdad que implica la
revelación cristiana, de la que aquélla era simplemente un esbozo. La ley
natural prepara y sustenta a la par la ley cristiana, tanto en lo histórico de
su proceso como en lo ontológico de su fundamentación ¿Cuál es el ele-
mento esencial que acaba mostrando de forma desnuda esa ley natural?
¿Cuál es el primer elemento de esa ley natural, el primer llamamiento que
se hace al hombre en cuanto que hombre para conservar la existencia or-

123 Véase como síntesis Truyol Serra, A., “San Agustín”, en Domingo, Rafael (ed.),
Juristas universales. 1. Juristas antiguos, Madrid, Barcelona, Marcial Pons, 2004, vol. I,
pp. 219-226.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 431

denada en la comunidad? La regla áurea aparece como la única respuesta


a estas diversas cuestiones.
Pero acaso los tres textos en donde su empleo es más decisivo, más ne-
cesario, más apologético, serán tres escritos de una decisiva importancia
en el pensamiento agustinista. Esa regla es la base del orden eterno, natu-
ral, por extensión divino, en todas sus ramificaciones: es la ley de Dios,
fija, constante, siempre presente. Es el fundamento del orden cósmico.
Así figura en su “De Ordine”, donde se vuelve con la formulación negati-
va: ilumina a todos los hombres, de forma que ninguno de ellos será juez
por sí mismo, que se convierte en proverbio común, de suerte tal que ne-
mini faciant, quod pati nolunt.124 En el duro ataque a Fausto, le reprocha
Agustín que aquél combata los mandamientos de Dios, tan justos ellos,
opuestos al error en el que vive el maniqueo. Tanto el amor a Dios, re-
presentado por los tres primeros del Decálogo, como el amor al prójimo
y a la sociedad con él constituida, contenido en los siete restantes, no son
cumplidos, ni conocidos, ni observados, y en caso de que respete esos
siete últimos, lo hace de pura casualidad, sin convencimiento: cohibido
por el pudor, por el temor a la vergüenza antes los demás, por el miedo al
castigo, por el peso de alguna buena costumbre, o bien, dice Agustín, por
la advertencia que hace la misma ley natural de que no se puede injusta-
mente hacer a otro lo que no quieres que te hagan a ti, incorporando el
elemento del injusto, que tanto éxito tendrá en el Medievo para comentar
y completar esta regla áurea.125 Fausto dividía el derecho en tres ramas:
la ley de los hebreos, ley del pecado y de la muerte; la ley de los gentiles,
ley natural; y la ley de los cristianos, que es ley de verdad, que merced a
Cristo hace que la antigua ley mosaica se convierta en gracia y en verdad.
Esta ley está contenida en los Evangelios y se condensa en los dos man-
damientos: amar a Dios por encima de todas las cosas y amar al prójimo
como a uno mismo, en el sentido de desear para ellos todo aquello que
ellos mismos desearían para nosotros. Es guía para los cristianos y es ali-

124 Agustín de Hipona, “De Ordine”, lib. II, VIII, 25, Stromata Patristica et Mediae-
valia. Fasciculus II. Aurelii Augustini Contra Academicos. De Beata Vita necnon De
Ordine Libri, Amberes, In Aedibus Spectrum, 1956.
125 Agustín de Hipona, “Escritos antimaniqueos. Contra Fausto”, libro XV, 7, Obras
de San Agustín, Madrid, BAC, 1993, t. XXI, concluyendo que “adviertes, sin embargo,
cómo tu error te impulsa a ir en contra, y, tanto si lo sigues como si no lo sigues, lo expe-
rimentas, ya hagas lo que no quieres que te hagan, ya no lo hagas porque no quieres que
te lo hagan”.
432 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mentada por el Espíritu Santo. Y debe servir como pedagogo que señala
el camino hacia la gracia. Todas derivan, en última instancia, de Dios, de
su voluntad o de su razón, en tanto ley eterna como orden del universo
al que todos y todo se pliegan. En su tratado político más relevante, De
civitate Dei, la regla áurea vuelve a cobrar protagonismo en tanto esa
ciudad de Dios se fundamenta en la misma regla como elemento de co-
hesión de todas las estructuras mentales del ser humano. Como se sabe,
esta obra, esencial para explicar el pensamiento político medieval, debe
ser leída en clave simbólica, porque ni la ciudad de Dios, ni la ciudad del
diablo, existen o existieron realmente: son comportamientos, conductas,
reflexiones, sobre modelos míticos de organización política que prefigu-
ran los que serán los dos grandes poderes medievales, Papado e Imperio,
simplemente esbozados aquí por el sabio de Hipona. El ataque, que le
lleva a invocar la regla de oro en su vertiente positiva, se dirige contra
el pensamiento estoico y su doctrina sobre las buenas pasiones.126 Según
éstos, el sabio solamente puede tener tres pasiones y está vedada para él
la tristeza o dolor, que es incapaz de sentirla:

De las que los griegos llaman eupathias, y nosotros podemos decir pasio-
nes buenas, y Cicerón en el idioma latino llamó constancias, los estoicos
no quisieron que hubiese en el ánimo del sabio más que tres en lugar de
tres pasiones, por el deseo, voluntad; por la alegría, gozo; por el temor,
cautela; pero en lugar del dolor (al que nosotros, por huir de la ambigüe-
dad, quisimos llamar tristeza) dicen que no puede haber objeto alguno en
el ánimo del sabio; porque la voluntad apetece y desea lo bueno, lo que
hace el sabio; el gozo es del bien conseguido, lo cual dondequiera alcanza
el sabio; la cautela evitar el mal, lo que debe obviar el sabio.
Pero la tristeza, porque es del mal que ya sucedió, son de opinión los
estoicos que ningún mal puede traer al sabio, y dicen que en lugar de
ella no puede haber otra igual en su ánimo; así les parece que, fuera del
sabio, no hay quien quiera, goce y se guarde, y que el necio no hace sino
desear, alegrarse, temer y entristecerse; y que aquellas tres son constancias
y estas cuatro perturbaciones, según Cicerón, y según muchos, pasiones.
En griego, aquellas tres, como insinué, se llaman eupathias y, estas cuatro,
pathias.

126 Agustín de Hipona, “La ciudad de Dios”, lib. XIV, cap. 8: “De las tres perturbacio-
nes o pasiones que quieren los estoicos que se hallen en el ánimo del sabio, excepto del
dolor o la tristeza, lo cual no debe admitir o sentir la virtud del ánimo”, Obras de San
Agustín, Madrid, BAC, 1965, t. XVII.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 433

La cita del Evangelio de Mateo 7, 12, ya conocida, acude en su ayuda


para refutar esa tendencia al dolor o a la tristeza, con la insistencia puesta
en el hecho de que el hombre tiende naturalmente hacia el bien y tiende
a apetecer aquello que es bueno, como se infiere del empleo de ciertos
vocablos (querer frente a gozar):

Buscando yo con la mayor diligencia que pude si este lenguaje cuadraba


con el de la Sagrada Escritura, hallé lo que dice el profeta: No se gozan
los impíos, dice el Señor, como que los impíos pueden más alegrarse de
que gozarse de los males, porque el gozo propiamente es de los buenos
y piadosos. Asimismo en el Evangelio se lee: Todo lo que queréis que os
hagan los hombres, eso mismo haréis vosotros con ellos, y parece que lo
dice porque ninguno puede querer algún objeto mal o torpemente, sino
desearlo. Finalmente, algunos intérpretes por el estilo común de hablar
añadieron que todo lo bueno, y así interpretaron: Todo el bien que queréis
que os hagan a vosotros los hombres; porque les pareció que era necesario
excusar que ninguno quiera que los hombres hagan acciones inhonestas
e indebidas, y por callar las torpes, a los menos los banquetes excesivos
y superfluos, en los cuales, haciendo el hombre lo mismo, le parezca que
cumplirá con este precepto. Pero en el Evangelio citado en idioma griego,
de donde se tradujo al latino, no se lee lo bueno, sino: Todo lo que queréis
que hagan con vosotros los hombres, eso mismo haréis vosotros con ellos;
imagino que lo dice así, porque cuando dijo queréis, ya quiso entender lo
bueno, porque no dice cupitis, lo que deseáis; sin embargo, no siempre de-
bemos estrechar nuestro lenguaje con estas propiedades, aunque algunas
veces debemos usar de ellas; y cuando las leemos en aquellos de cuya au-
toridad no es lícito desviarnos, entonces se deben entender, cuando el buen
sentido no puede hallar otro significado, cómo son las autoridades que
hemos alegado, así de los profetas como del Evangelio. Porque, ¿quién
ignora que los impíos se regocijan y alegran? Sin embargo, dice el Señor,
que no se gozan los impíos; ¿y por qué, sino porque cuando este verbo
gaudere o gozarse se pone propiamente y en su peculiar sentido significa
otra cosa?

Agustín considera que ese es el precepto clave, el precepto verdadero,


con una voluntad que indefectiblemente siempre tiende hacia lo bueno en
sentido cristiano, es decir, hacia aquello que es verdadero:

Asimismo, ¿quién puede negar que está bien mandado que lo que desea-
mos que otros hagan a nosotros, eso mismo hagamos nosotros con ellos,
434 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

para que no nos demos unos a otros deleites y gustos torpes? Y, con todo,
es precepto muy saludable y verdadero: Todo lo que queréis que hagan los
hombres con vosotros, eso mismo haréis vosotros con ellos. Y esto, ¿por
qué, sino porque en este lugar la voluntad se usa en sentido propio, sin que
se pueda tomar en mala parte? Pero, ¿no diríamos en el lenguaje más co-
mún que usamos: No queráis mentir todo mentira, si no hubiese también
voluntad mala, de cuya malicia se diferencia aquella voluntad que nos
anunciaron y predicaron los ángeles diciendo Paz en la tierra a los hom-
bres de buena voluntad, porque inútilmente se dice de buena, si no puede
ser sino buena? ¿Y qué alabanza hubiera hecho el apóstol de la caridad al
decir: No se alegra del pecado, si no se alegra con él la malicia?

En su apoyo, textos clásicos de autores que presuponían hallar la vo-


luntad y la bondad identificadas plenamente. Cicerón, Terencio o Virgi-
lio argumentan desde el paganismo lo que se puede identificar como la
conclusión final. La necesidad de la tristeza o del dolor se configura como
elemento de purificación, de modestia, de antídoto contra la soberbia:

Por lo tanto, los buenos y los malos quieren, se guardan, temen y gozan;
y, por decir lo mismo con otras palabras, los buenos y los malos desean,
temen y se alegran; pero los unos bien y los otros mal, según que es buena
o mala su voluntad. Y aun la tristeza, en cuyo lugar dicen los estoicos que
no se puede hallar cosa alguna en el alma del sabio, se halla usada en bue-
na parte, y principalmente entre los nuestros; porque el apóstol elogia a los
corintios de que se hubiesen entristecido según Dios…
Y conforme a esta doctrina pueden los estoicos responder por su parte
que la tristeza parece muy útil para que se duelan y arrepientan de su pe-
cado, y que en el ánimo del sabio no puede haber causa, porque no hay
pecado cuyo arrepentimiento le cause tristeza, ni puede existir algún otro
mal cuya pasión y dolor le contriste; porque aun de Alcibíades refieren (si
no me engaña la memoria en el nombre de la persona) que creyendo era
bienaventurado oyendo los discursos e instrucciones de Sócrates, que le
manifestaron era miserable por ser necio e ignorante, se cuenta que lloró.
Así que la necedad fue aquí la causa propia de esta inútil e importante
tristeza con que el hombre se duele de no ser lo que debe ser; mas los es-
toicos dicen que no el necio, sino el sabio es incapaz de tristeza.

Culminemos la reflexión agustinista con otro pasaje de una obra no


doctrinal, sino biográfica, pero no por ello exenta de consideraciones y
reflexiones sobre los lugares comunes del pensamiento de su autor: en la
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 435

descripción de su periplo espiritual, las Confesiones, Agustín de Hipona


inserta en las primeras páginas elementos de su ideario. El texto tiene
valor biográfico, de eso no cabe duda, pero no es menos cierto que los
avatares de su formación espiritual, su constante formación, los diferen-
tes credos y variantes heréticas que abraza permiten observar algo que
va más allá de la simple enumeración de acontemientos vitales. Se trata
de una indicación de los caminos que conducen a Dios, de las vías que
llevan a la única creencia verdadera. Al referirse a la comparación entre
la ley gramatical y la ley moral, ésta escrita en la propia conciencia direc-
tamente por la mano de Dios, podemos leer lo siguiente:

Fíjate, Señor Dios, y contempla con esa paciencia tuya en observar cómo
los hijos de los hombres se esmeran meticulosamente en cumplir con los
cánones y normas sobre letras y sílabas que recibieron de sus antepasados,
mientas, por otra parte, descuidan las reglas eternas de la vida perdurable
recibidas de ti. Y esto lo hacen de tal modo que quien profesa o enseña
las fórmulas clásicamente convenidas, y, en contra de las normas grama-
ticales, escribe la palabra ombre sin hache, desagrada más a los hombres
que si, en contra de su tus mandamientos, oda al género humano, siendo
él mismo hombre. Como si fuera posible que el hombre tuviera un enemi-
go más peligroso que el mismo odio con que se irrita contra él, o como si
presiguiéndole pudieran hacerle mayor daño que el que causa a su cora-
zón, odiando. Indiscutiblemente, no hay conocimiento de letras más ínti-
mo que el de las escritas en la propia conciencia: Lo que no quieras para
ti, no se lo hagas a otro.127

Junto a la labor intelectual titánica del obispo de Hipona, otro pensa-


dor reformista ha de ser mencionado de forma inevitable por la indudable
trascendencia de su creación jurídica. Si el cristianismo había demostrado
su eficacia como camino de salvación individual, no era lejana la posibi-
lidad de pensar que ese mismo cristianismo fuese vivido de modo colec-
tivo y que así proporcionase los mecanismos de salvación de un grupo
de personas aliadas bajo el manto protector de una regla jurídica que
dispusiese los trabajos, sacrificios y oraciones para pavimentar esa ruta
salvífica. Benito de Nursia y la Regla Benedictina que él mismo elabora
son también tributarias, ahora en el ambiente reducido de cada uno de los
claustros, de esa misma regla de oro, en tanto las comunidades monásti-

127 Agustin de Hipona, Confesiones, Madrid, BAC, 2005, lib. I, 18, 29, p. 52.
436 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

cas se presentan como pequeñas sociedades, pequeñas cristiandades, que


han de regirse en sus perfiles generales por las mismas normas básicas
que afectan a la totalidad del mundo cristiano.128 Por eso, no extraña que
veamos la referencia a nuestra regla áurea en la misma regla benedictina
o en la regla dirigida a los maestros. Si Agustín asume esa regla como
base teórica del cristianismo, como la regla primera que impulsa el pri-
migenio mandato de la moral y del derecho, Benito de Nursia (480-550
ca) hace lo propio en el campo práctico y la lleva a su máxima expre-
sión material, a su realización específica en las múltiples comunidades
que a lo largo y ancho de Europa serán fundadas. Como no podía ser de
otra manera, la regla benedictina es aplicación al concreto reducto de los
conventos benedictinos del elemento principal de la doctrina cristiana,
ese amor al prójimo, que se traduce en dos preceptos muy claros dentro
de la Regla Benedictina. En primer lugar, el deber de acogimiento de
todos los monjes peregrinos: el abad de un monasterio tiene la absoluta
obligación de acoger a cuanto monje le solicite allí asilo o protección. Se
excepciona esta regla exclusivamente para el caso de que dicho monje
llegue sin un carta de recomendación o sin el consentimiento de su abad
respectivo, dado que está escrito “quod tibi non vis fieri, alio ne feceris”,
es decir, trata al otro abad y a los suyos como éste te trataría a ti mismo
y a los tuyos. Un regla de solidaridad y reciprocidad inspira la relación
entre comunidades hermanas.129 En el apartado de los castigos, se reitera
idéntica regla: en caso de que algún monje castigase a otro o a un novi-
cio, sin el permiso del abad, volverá hacia él el castigo de acuerdo con la
regla porque está escrito “quod tibi …”, en un sentido análogo al anterior,
ahora predicado respecto de los miembros internos de la comunidad.130
Para los maestros aparecen unas instrucciones educativas similares. La
función de aquellos que merecen tal calificativo, como sucede con el
abad para con sus discípulos, dentro de la comunidad de instrucción que
conforman los monasterios benedictinos, es enseñar los mandamientos
y expresamente enseñar la creencia, reverencia y temor a Dios, el amor
al prójimo, los diez mandamientos, y el no querer hacer a los demás lo
128 Véase el estudio de Guyon, G. D., “Un grand juriste européen: Saint Benoît de
Nursie”, Cuadernos de Historia del Derecho, núm. 10, 2003, pp. 49-70.
129 Benito de Nursia, Regla, lib. LXI, “De monachis peregrinis qualiter suscipiantur”,
13 y 14, La Règle de Saint Benoit. II (CH VIII-LXXIII). Sources Chrétiennes, París, Édi-
tions du Cerf, 1972.
130 Ibidem, lib. LXX, “Ut non praesumat passim aliquis caedere”, 7, en ibid.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 437

que no quieras que los demás te hagan a ti. De nuevo, la regla áurea,
ya no como presupuesto ético de vida comunitaria, sino como elemento
decisivo de instrucción, de educación, de formación cristiana.131 La Vida
de los Padres, a medio camino entre una regla y narración histórica con
fines ejemplarizantes, aporta preceptos similares con miras educativas,
destinadas a la formación de eremitas y monjes, hermanos en la fe y en
la vida comunitaria, cuya educación es expuesta siguiendo el modelo que
proporcionan las biografías plurales de aquellos sujetos mencionados en
su interior, que aparecen como espejos en los que reflejar todas las virtu-
des de sus conductas cotidianas.132

VII

El texto de la regla de oro es tomado de la Biblia directamente en


sus dos versiones, usadas de modo indistinto puesto que entre ellas no
existía contradicción. La Biblia es considerada como elemento primario
de referencia, como depósito intelectual de sabiduría, de donde arrancan
todos los saberes, incluido el jurídico. A medida que se forja el derecho
canónico propiamente dicho y la Biblia, hasta entonces invocada como

131 Ibidem, Reg. Mag., lib. III, “Quae est ars sancta, quam docere debet abbas discipu-
los in monasterio?”, 9, La Règle du Maître. I. Sources Chrétiennes, París, Éditions du
Cerf, 1964.
132 “Vitae Patrum sive Historiae Eremiticae Libri Decem”, lib. VII, cap. VI, 2, Contra
iram, et de origine irae: “Quidam fratres venientes ad abbatem Antonium, postulabant
ab eo audire, sermonem per quem salvarentur (Joan. libel. IV, núm. 11). Quibus ille
ait: Scripturas audivistis, et scitis quae vobis a Christo sufficiant. At illi, ut ipse quoque
aliquid eis dicere dignaretur, instabant. Tunc dicit eis: Evangelium dicit: Si quis te per-
cusserit in maxillam dexteram, praebe illi et alteram (Matth. V). At illi se facere hoc non
posse dixerunt. Respondi senex: Praebere alteram non potestis? Vel in illam iterum si
voluerit ferire sustinete. Sed cum neque hoc se posse facere testarentur, dicit eis senex:
ergo si hoc non potestis, ne reddatis malum pro eo quod accepistis. Et cum idem verbum,
quod superius dixerant, repeterent, dixit abbas Antonius discipulo suo: Vade, fac illis
escas, ut comedant, vides enim quod valde infirmi sunt. Et aid ad illos: Si enim hoc non
potestis, et alterum non vultis, quid a me requiritis? Ut video, necessaria est vobis oratio,
per quam infirmitas vestra sanetur”; y caps. VII y VIII, De retribuendo malum pro malo,
y De non retribuendo inimicis. Asimismo, se responde en op. cit., lib. VII, cap. XVII, 1,
a la pregunta qué es la fe, afirmando que es la la vida humilde y caritativa, y el hacer el
bien siempre al prójimo: “Frater quidam requisivit abbatem Pimenion, dicens: Quid est
fides? Cui senex: In charitate et humilitate semper viviere et facere bonum proximo suo”.
Los textos en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia latina, t. LXXIII.
438 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

texto también en el campo del derecho, va quedando relegada a un lugar


eminentemente moral, religioso, ya no jurídico, puesto que el derecho ha
comenzado a elevarse como un muro propio y separado, las invocaciones
a los textos escasean y lo que antes era sagrado, queda ahora relegado a
esa condición, mas sin interferir en lo humano. Se suele señalar como
momento final de esta evolución el Decretum de Graciano, momento en
el cual se procede a la separación entre fuero interno y fuero externo, cada
uno de los cuales quedará vinculado a un campo, ya el de la moral, ya el
del derecho. Los textos bíblicos son el fundamento de la ley moral, pero
la ley en sentido jurídico ha quedado ahora plasmada en la abundante
creación normativa que concilios y Papas han venido fraguando desde
casi un milenio de existencia eclesiástica. Pero eso no impide presencias
de la regla de oro, como base de todo el edificio de las creencias y de las
actuaciones. La misma no desaparece. Persiste. Cobra nueva forma. ¿En
qué consiste esa mutación? De fundamento de todo el edificio moral y
jurídico de la cristiandad, ahora va a ser conceptuada y pensada como la
forma más clara de encarnación de aquella ley natural con la que Dios
trata de iluminar a los hombres. Ya no es la base de todo lo que se puede
calificar como jurídico; ahora se aparta de esa generalidad y pasa a ser
predicado exclusivamente de uno de los campos en los que opera el de-
recho: aquél que se corresponde con el derecho natural, entendiendo la
naturaleza en una dimensión casi panteística (Natura, id est Deus, di-
rán los glosadores). Todo lo creado reconduce a Dios y a su derecho. El
contenido primario de éste se reduce a dos principios básicos. El derecho
se acaba expresando en dos mandatos de amor: al mismo Dios que los
crea, y al prójimo, hermano o semejante, amor éste que ha de ser idéntico
al primero puesto que es a imagen y semejanza divinas como se ha pro-
ducido la creación del ser humano, que comparte los caracteres que Dios
posee por su propia esencia.
El elenco de pensadores medievales que incorporan esta regla al edi-
ficio teológico-jurídico que están pergeñando no se ve interrumpido, si
bien hemos de esperar los momentos de mayor esplendor de esa teología
moral que absorbe la totalidad del conocimiento humano. La escolás-
tica irrumpe con fuerza y trae una profunda renovación. La patrística
había aceptado la idea griega del derecho natural. Mediante esa idea, se
introdujo en la ética cristiana, volcada en la trascendencia y negadora
de toda suerte de legalismo, un elemento mundano, social, sustancial-
mente jurídico. La perfección, religiosa y moral, se consideraba como
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 439

un elemento capital en el diseño del ideario cristiano, pero debía mostrar


su conformidad con una ley objetiva. La ética escolástica acentúa esta
dependencia: es una ética esencialmente legalista, fundada en lo jurídico,
no separada de ese mundo. Veremos que la regla de oro aparece en las re-
flexiones que la mayor parte de los autores invocados dedican al derecho
o ley natural. Por tanto, la cita nunca se produce por motivos ajenos a lo
jurídico, sino perfectamente imbricada en ese mundo. La ética cristiana
es una forma del derecho.133 Por tal motivo, hay una estrecha vinculación
entre el precepto que venimos estudiando, la moral y el derecho, una
unión inescindible que sigue sin romperse, ni amenaza ruptura. Continúa
el entrelazamiento de todas estas figuras de la inteligencia. Ahora la regla
de oro se considera como expresión de la ley natural, como algo que está
ínsito en el propio ser humano, que no conoce de límites cronológicos, es
imborrable e indeleble, por tanto, forma parte de la propia esencia del ser,
por vía de la indispensable comunicación directa divina, de conformidad
con Agustín y el pensamiento platónico que se halla en su base.134 El es-
fuerzo de conciliación abarca ahora Antiguo y Nuevo Testamento, vieja y
nueva ley, para tratar de limar las posibles antítesis que entre ellas se pu-
dieran establecer. La visión agustinista prevalece en el sentido de que no
hay empleo o uso de la razón para llegar a aquélla, sino que es el mismo
ser humano, mediante su corazón (lo que presupone inspiración o ilumi-
nación divinas, pasividad de la criatura, nunca acción de la misma), quien
procede a descubrir el contenido de esa primera normativa, que ahora,
indistintamente, se pronuncia en su acepción positiva o negativa. Am-
bas sirven. Ambas han de cumplirse. Ambas son naturales, pertenecen a
aquella naturaleza edificada por Dios y respetada por el ser humano. Am-
bas marcan el camino de perfección del ser humano. Muchos ejemplos
pueden ser mencionados dentro del pensamiento medieval. Citaremos los
más relevantes por orden cronológico, que han tomado como base para

133 Dando origen a dos direcciones. La visión antiintelectual es, en cuestiones éticas,
voluntarista y entiende esa ley moral como una manifestación de la voluntad de Dios,
identificada con la ley mosaica o con el Evangelio. La tendencia intelectual, sin embargo,
acepta como ley moral las Sagradas Escrituras, entendiendo el Antiguo Testamento como
dictado por la naturaleza, y el Nuevo Testamento por la razón. En el pensamiento esco-
lástico, la ley moral siempre es designada con el nombre de “ley natural”. Cfr. Fassò, G.,
Storia della Filosofia del Diritto. I. Antichità e medioevo, cit., nota 82, pp. 196 y 197.
134 Véase Villey, M., Compendio de filosofía del derecho. II. Los medios del derecho,
Pamplona, EUNSA, 1981, pp. 95 y ss.
440 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sus elaboraciones tanto el Evangelio de Mateo como las cartas paulinas,


sobre todo la dirigida a los miembros de la Iglesia de Roma.135
Atón de Vercelli (muerto en el año 961) es quien se pronuncia en ese
sentido indicado previamente: cuando el apóstol Pablo habla de la ley
escrita en el corazón de los hombres, entiende que es aquella que Dios
ha escrito con sus propios dedos en el interior de cada uno de los hom-
bres y esa ley es la que contiene ciertos preceptos, la que hace conocer las
existencia de un solo Dios, la que está próxima a la gracia del Evangelio
y que se materializa en la normatividad ya conocida:
Sequitur: Cum enim gentes, quae legem non habent, naturaliter, quae legis
sunt faciunt, etc. His verbis ostendit, quia gentes, naturaliter, praecepta le-
gis faciendo, non privabuntur illa promissione, qua per prophetam Domin-
us loquitur, dicens: Hoc est testamentum, quod statuam domui Jacob: post
dies illos, dabo leges meas in corda eorum, et in visceribus eorum supers-
cribam illas (Jer. XXI, 33; Hebr. VIII, 10). Hinc et idem Apostolus alibi
dicit: Tu autem, cum esses oleaster, insertur es in bonam olivam (Rom. XI,
17). Multum quippe conveniunt verba prophetae dictis apostolicis. Illic
enim dicitur: In visceribus eorum superscribum eas: et hic Apostolus: Qui
ostendunt, inquit, opus legis scriptum in cordibus suis. Hic namque Apos-
tolus de lege naturali loquitur, quam Deus unicuique digito suo scribit in
corde. Haec est lex, quae scriptae legis praecepta in se continet, scilicet,
non occides, etc. Haec est lex, quae unius Dei habet notitiam, et quae pro-
pinqua est gratiae Evangelii. Scilicet, quod tibi non vis, alii non facias. Et
Dominus in Evangelio dicit: Quaecumque vultis ut faciant vobis homines,
eadem et vos facite iliis (Matth. VII, 12).136

135 Además de R. Pizzorni, ya citado, son esenciales como marco ideológico del Me-
dievo para esta particular construcción del derecho natural, los siguientes trabajos: Lot-
tin, O., Psychologie et morale aux XIIe et XIIIe siècles, Lovaina, Abbaye de Mont Cesar,
Gembloux-Duculot, 1942-1960; Weigang, R., Die Naturrechtslehre des Legisten und De-
kretisten von Irnerius bis Accursius und von Gratina bis Iohannes Teutonicus, Munich,
Hueber, 1967; Pizzorni, R., “Il Diritto Naturale nelle prime scuole teologiche del secoli
XI e XII”, Apollinaris, XLIX, 1 y 2, 1976, pp. 51-78; “Il Diritto Naturale nella Scolastica
del sec. XIII prima di Tommaso d’Aquino”, Apollinaris, XLIX, 3 y 4, 1976, pp. 363-417;
e “Il Diritto Naturale nell’Alto Medioevo e nei Decretisti”, Aquinas. Rivista Internazio-
nale di Filosofia, año XIX, núm. 2, 1976, pp. 237-272 y Hervada, J., “Notas sobre la
noción de derecho natural en los juristas y teólogos desde Anselmo de Laón hasta San
Alberto Magno”, Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, vol. V, 1980, pp. 349-374. El
juego se desarrolló a cuatro bandas para integrar la revelación, la razón, lo natural y los
instintos.
136 Atón de Vercelli, Expositio Epistolarum S. Pauli. Epistola ad Romanos, en Migne,
J.-P. (ed.), Patrologia latina, t. CXXXIV. Se refiere más adelante a la inscripción de esa
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 441

Anselmo de Canterbury (1033-1109) cita la visión negativa de Tobías


al afirmar que la ley natural es la que está inscrita en el alma de cada ser y
consiste en no hacer a los demás lo que no queremos que ellos nos hagan
a nosotros, ni tampoco se puede exigir a los demás lo que uno mismo no
está dispuesto a hacer. La ley natural se resume en la regla áurea, a la que
denomina Lex mentis, pues, por medio de la mente, aquélla será conoci-
da.137 Es ley dada por Dios y es una fuerza de la razón del alma, una vis
rationis animae.138 Su voluntarismo se deja ver en otros fragmentos de

ley en el corazón de todos los hombres: “Hic quaerendum est, de quibus cogitationibus
dicat Apostolus: utrum de illis, quae nunc sunt, aut de his, quae futurae sunt. Et revera
de his, quea nunc sunt, loquitur: quoniam non solum quae agimus, sed etiam quae
cogitamus, sictu notae et characteres in ceris, ita in tabulis cordis nostri scribuntur, et
manent occulta usque ad diem judicii: tunc enim omnia manifestaerunt, et judicaban-
tur…”. Insiste en esta dirección en su “Capitulare”, cap. XXXIII, De presbyteris qui
pro alterius ecclesia munera promittunt, col. 35, también en Migne, J.-P. (ed.), Patro-
logia latina, t. CXXXIV.
137 Anselmo de Canterbury, “Liber de Voluntate Dei”, cap. II, Voluntas Dei multipli-
citer dicitur: “Dicendum est igitur voluntatem Dei multipliciter accipi: ut quidquid pos-
tea opponatur, sine omni difficultate opulentius aperiatur. Voluntas itaque Dei accipitur
aliquando in Scripturis, aequipollens omnipotentis suae praescientiae et ordinationi sa-
gaciter omnia disponenti. Unde dicitur: Omnia quaecumque voluit Dominus fecit (Psal.
CXIII, 3), hoc est, quidquid Deus ab aeterno facturum se ordinavit, nihil inexpletum
reliquit. Accipitur etiam Dei voluntas (al. nomen rerum), secundum quemdam affectum
misericordiae Dei: ut ibi: Vult Deus omnes salvos fieri (I Tim. II, 4), quod est dicere,
facit sanctos velle ut omnes salvi fiant, quod ipse tamen vult, hoc est ipse disposuit; sed
sanctos fecit velle Dei et proximi inspirando dilectionem, qua dilectione non inconve-
nienter fiunt in Ecclesia orationes a sanctis pro schismaticis et haereticis, Judaeis quoque
et gentilibus. Institutio divina, Dei voluntas non improprie appellatur. Dei autem insti-
tutio in duo dividi potest, in praecepta divinarum Scripturarum, et in legem naturalem:
quaecumque homini insita est naturalis, quae est: Quod tibi fieri nolueris, alteri ne feceris
(Tob. IV, 16), etcétera. Cui quicumque obviat, Dei voluntatem non serva. Praecepta etiam
divinarum Scripturarum, et rectae observationes Ecclesiarum, voluntas Dei non immerito
appellantur quibus quicumque observanter non acquiescit, a Dei voluntate deviare peni-
tus dicitur; cum tamen ab ordine praescientiae ejus nullatenus valeat exorbitare”. El texto
en “Opera Omnia”, en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia latina, t. CLVIII.
138 Anselmo de Canterbury, “Liber de Voluntate Dei”, cap. III: “Ecce voluntas Dei
quaturo modis accipitur a doctoribus magistris, scilicet pro scientia Dei; pro volunta-
te sanctorum, qui volunt et injustos charitative salvari; pro ratione humana; quarto pro
praeceptis divinis. Si quis vero oculo mentis hos modos considerat, non ulterius in Dei
voluntate determinanda impeditus laborabit: sed vocis acceptione fideli intendens in-
genio, de verbis facile dijudicabit. Itaque cum dicitur, adulterium vel homicidium vult,
vel non vult Deus fieri: hae propositiones non repugnant sibi, nec contradicunt; ambae
enim verae sunt et indubitabiles, si quis ejus vocis aequivocationem multiplicem, quae
442 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

su obra, como en el tratado sobre el pecado original, en donde insiste en


la idea de que la ley natural es aprehendida a través de la mente, a modo
de una idea innata que no precisa de ningún componente empírico. 139 En
esa misma línea, se halla el pronunciamiento de Anselmo de Laon (circa
1060-117), que tampoco añade novedad a los discursos planteados hasta
aquí: la Ley Natural es una luz de la razón, una pequeña chispa, una ra-
tionis scintillula, a través de cuyo seguimiento incondicional el hombre
conserva en sí mismo la imagen incorrupta de Dios y recupera el libre ar-
bitrio, corrompido por el pecado original. La ley es enseñada a través de
la razón natural y su expresión cumplida es la regla áurea en su vertiente
negativa.140 Así, expresa que contra el pecado original fue articulada una
serie de remedios que proceden de la naturaleza y que son conocidos
por medio de la razón, junto a aquellos que proceden de la ley escrita y
los que tienen su origen en la gracia divina.141 La ley natural es una ley

est, vult, fideliter attendat. Nam, Deus vult adulterium, hoc est praescit, praevidet. Unde
nullus dubitat, quia omnia videt et omnia praescit. Item, non vult, hoc est non praecipit,
vel mentibus fidelium inspirando non facit velle. Vel non vult Deus adulterium, id est ex
vi rationis animae, ex naturali scilicet, lege data a Deo, non habemus quod quis in hoc
nec etiam in alio debeat offendere proximum. Juxta has autem determinationes, potest
quilibet has Dei voluntates determinare aperte”.
139 Anselmo de Canterbury, “Liber de Conceptu Virginali et Originali Peccato”, cap.
IV, Quod nihil per se sit justum aut injustum, nisi ipsa justitia, vel injustitia, et quod nihil
puniatur nisi voluntas: “Quare non est in eorum essentia ulla injustitia; sed in voluntate
rationali illos inordinate sequente. Cum enim illis resistit voluntas, condelectando legi
Dei secundum interiorem hominem; tunc est justa voluntas. Justitiam enim, quam lex
jubet, et legem Dei dicitur, quia a Deo est; et legem mentis, quia per mentem intelligitur:
sicut lex vetus lex Dei dicitur, quia a Deo est; et lex Moysi, quia per Moysen ministrata
est”. El texto en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia latina, t. CLVIII.
140 Véase Bliemetzrieder, Franz (ed.), Anselms de Laon: Systematische Sentenzen, Be-
iträge zur Geschichte der Philosophie des Mittelalters, Band XVIII, Heft, 2 y 3, Münster,
Verlag der Aschendorffschen Verlagsbuchhandlung, 1919, pp. 78 y 79: “Modus ergo et
tempus regenerationis et reparationis hominum consideranda sunt. Tempus ������������������
ab Adam in-
cipit. Ex quo enim homo se ipsum perdidit, deus hominem reparare non cessauit. Modus
uero fuit lex, prius naturalis; postea uero, ea sopita, lex per Moysem scripta; tempore
autem gratie spiritus scribens in corde, id est, fides iperans ex dliectiones. Lex naturalis
hec est: quod tibi non uis fieri, alii ne feceris. Quam qui custodiret, penitus legis mandata
compleret, et creatoris sui imaginem in se incorruptam conseruaret, sicque liberum arbi-
trium in se restauraret. Lex mandatorum est: non adulterabis, nec concupisces rem proxi-
mi tui, et cetera. Quod legem naturalem fideliter obseruantem non facturum, constanter
iudico; hec enim sibi fieri non uult”.
141 Ibidem, pp. 35 y 36: “Contra originale peccatum sunt inuenta remedia et in natu-
rali et in scripta lege et in tempore gratie. Naturalem autem legem naturalis ratio tenere
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 443

común a todos los hombres, si bien la maldad y la bondad, diversamente


distribuidas entre ellos, provocan diferentes formas de acercamiento a
su contenido.142 La fe, obrante desde al amor a Dios, se convierte en el
elemento definidor de esa actuación humana, al lado de las otras dos vir-
tudes teologales, la esperanza y la caridad. Tanto es así que los antiguos
Padres hallaron en la fe el elemento que les permitía agradar a Dios y
evitar los nocivos efectos del pecado original.143
Las mismas ideas propugna Hugo de San Víctor (1097-1141). Para
este autor, conviene diferenciar los preceptos naturales de los preceptos
disciplinae o positivos. Los primeros son enseñados o inspirados dentro
del hombre por Naturaleza, mientras que los segundos se imponen por
la fuerza de la autoridad. Defiende que todas aquellas normas sociales
que se pueden extractar del Decálogo tienen como fundamento último el
amor al prójimo y la idea de buscar el bien evitando, al mismo tiempo,
todo mal:

De operibus restat nunc ut quae dicenda sunt aperias. M. Tria genera fac-
torum sunt: quaedam sunt omnino bona quae nunquam licite praeteriri

persuadet, ut, quod homo non occidatur; hanc enim sua naturalis ratio unumquemque
docet. Scriptam ueterem, qui data fuit a principio Moysi in tabulis lapideis. Nouam legem
euangelia. Remedia ueteris et noue legis legimus, scilicet, circumcisionem et baptisma.
Remedia naturalis non legimus; estimamus tamen fuisse aliqua, sicut munera, oblationes.
Unde dicit genesis: Respexit deus ad Abel et ad munera eius”.
142 Ibidem, p. 37: “Naturalis enim lex fuit omnibus communis. Inter eos autem quibus
data est, quidam erant ualde boni, quidam mediocres, quidam ualde mali. Ualde bonis
data est in signum et in figuram noue legis, ut in ea scirent noua prefigurari; mediocribus
in pedagogum, ut eos instrueret et non desineret, ut male agerent, lex interdiceret dicens:
non occidens; ualde malis in perditionem, ut postquam non obedirent et qui in sordibus
erat, magis adhuc sordesceret, hoc exigente iustitia, quia, postea quam homo se subtraxit
gratie dei, iustum est, ut gratia ei subtrahatur, et ita magis sordescit”.
143 Ibidem, p. 86: “Per fidem antiqui patres, qui sub naturalis lege erant, deo placue-
runt et peccati originalis maculam in se euacuabant, remissionem accipientes, scilicet in
sustentationem, id est, ut ante datam hostiam, id est, effusum sanguinem Christi, regni
celestis ianuam nulli precedentium patrum intrarent. Per fidem ergo testimonium iustitie
consecuti sunt senes. Per fidem plurimam hostiam Abel quam cum Cain obtulit. Fide
Enoch translatus est, ne uideret mortem; ante translationem enim testimonium habebat
placuisse deo per fidem, sine qua impossibile est deo placere. In operibus ergo huius
fidei Abel et alii primitiui fideles naturalem legem implere, prout natura eorum corrupta
patiebatur, laborabant; nec ante tamen ad paradysum redire primi peccati pena impedi-
ente potuerunt, sed ad inferos ante Christi aduentum omnes descenderunt, ubi tamen sine
molestia aduentum eius fideliter expectauerunt, et per ipsum ad beatitudinis gloriam se
reuocandos sperauerunt”.
444 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

possunt; quaedam omnino mala sunt quae nunquam licite committi pos-
sunt; quaedam sunt media quea sive fiant sive non fiant nec culpa est nec
meritum. Quae sic ergo se habent ut nunquam licite fieri possint, illa tan-
tummodo lex naturalis prohibuit; illa vero quae nunquam licite possunt
praeteriri sola praecepit, media omnia ad utrumlibet relinquens. De illis au-
tem quae vel praceptum in corde hominis posuit: Quod tibi vis, id aliis fe-
ceris; quod tibi non vis, aliis ne feceris (Matth. VII, Tobiae IV), ut ex sui
videlicet consideratione homo disceret qualem se erga proximum exhibere
deberet. Sed postea, cum lex subintrasset, et disciplinam viviendi actio-
nem proponeret coepit ex iis quae media erant quaedam excipere, et ex eis
alia per praeceptionem, alia per prohibitionem in alteram partem tantum
locare, ut quemadmodum primo homini in paradiso Deus de concessione
naturali unam pro praecepto disciplinae exhibitionem exceperat, ita modo
filiis ejus non ex una veritate stantibus, sed per varios errores dissipatis,
non unum de concessione naturali praeceptum disciplinae quasi proban-
dis, sed quasi corrigendis et reparandis multa formaret, ut quanto magis se
in mediis temperare discerent, tanto levius inconcessa cavere valerent. 144

Y vuelve sobre el mismo tema. En los preceptos de la ley natural,


como en cualquier otro orden jurídico, hallaremos mandatos, prohibi-
ciones y concesiones,145 pero, en sus líneas generales, esa ley natural se

144 Hugo de San Víctor, “De Sacramentis Legis Naturalis et Scriptae. Dialogus”, en
Migne, J.-P. (ed.), Patrologia latina, t. CLXXVI.
145 Ibidem, lib. I, parte VI, cap. 7, “De duobus praeceptis naturae et disciplinae”: “Bo-
num homini a Deo vel datum vel promissum nihil profuisset, nisi et ad illud quod datum
fuerat apponeretur custodia ne amitteretur, et ad illud quod promissum fuerat aperiretur
via ut quaereretur et inveniretur. Propterea ad bonum datum posita est custodia, praecep-
tum naturae; et ad bonum promissum aperta est via, praeceptum disciplinae. Duo ista
praecepta data sunt homini: praeceptum naturae et praeceptum disciplinae. Praeceptum
naturae fuit quod intus aspiratum est per naturam; praeceptum vero disciplinae quod foris
appositum est ad disciplinam; intus per sensum, foris per verbum. In his duobus mandatis
totum continetur quidquid bonum vel faciendum vel cavendum, praecipitur. In praecepto
naturae tria sunt: praeceptio, prohibitio, concessio. Praeceptum autem naturae nos nihil
aliud intelligimus, quam ipsam discretionem naturalem quae intrinsecus inspirata est ut
per eam homo erudiretur de his quae sibi vel appetenda vel fugienda fuerunt. Quasi enim
quoddam praeceptum dare erat, discretionem et intelligentiam agendi, cordi hominis as-
pirare. Quid ergo cognitio faciendorum fuit, nisi quaedam ad cor hominis facta praecep-
tio? Et quid rursus cognitio vitandorum fuit nisi quaedam prohibitio? Quid vero cognitio
eorum quae media fuerunt existimanda est, nisi quaedam concessio? Ut illic homo suo
libero arbitrio relinqueretur ubi quamcumque partem elegisset non laederetur Deo igitur
praecepire, erat docere hominem quae sibi necessaria forent. Prohibere autem demons-
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 445

acaba resumiento en las dos formas conocidas de la regla áurea, la posi-


tiva y la negativa:

Lex scripta tria continet: Praecepta, sacramenta, promissa. In praeceptis


est meritum, in promissis est praemium, in sacramentis es adjutorium. Per
praecepta eundum fuerat ad promissa. Sed quia homo per se infirmus erat,
venerunt sacramenta media, inter praecepta et promissa quae illum adju-
varent, et ad praecepta perficienda et ad obtinenda. Sub promissa lege na-
turali pauca erant sacramenta, sub lege scripta utraque multiplicata sunt, et
praecepta scilicet et sacramenta. Nam cum primum medicus Deus ad ho-
minem aegrotum curandum accessisset, totum ocupaverat morbus, quem
totum reliquerat salus. Et apposuit in corpore generis humani in primis
pauca antidotia, et paucis membris, id est paucis personis, ut paulatim
morbus deficeret et salus cresceret. Postea sub lege scripta, remedia plu-
ra contulit, et plures reparavit. Duo praecepta fuerunt sub lege naturali
et tria sacramenta. Duo praecepta: Quod tibi non vis fieri, alii ne feceris
(Tob. IV). Et quaecunque vultis ut vobis faciant homines, eadem et vos
facite illis (Matth. VII). Tria sacramenta: decimae, oblationes, et sacrifi-
cia. Decimae in portionibus, oblationes in rebus, sacrificia in animalibus.
Sub lege scripta multa fuerunt praecepta, et multa sacramenta. Praecepta
enim legis scriptae, alis fuerunt mobilia, alia immobilia. Mobilia sunt
quae ex dispensatione ad tempus sunt ordinata. Immobilia sunt quae a na-
tura veniunt, et vel ita mala sunt, ut nullo tempore sine culpa fieri possint,
vel ita bona, ut nullo tempore possint sine culpa dimitti.146

A pesar de lo cual afirma que lo que la naturaleza manda, impone u


ordena, puede acabar resumiéndose en el mandato de lo bueno y en la
prohibición de lo malo. El propio ser humano tiende hacia lo bueno y
trata de evitar lo que es nocivo en todos los sentidos para sí mismo.147
Principio esencial, que es además inamovible e inmutable. Hugo de San
Víctor diferencia dentro de los diez mandamientos, los tres primeros,
dirigidos a consagrar el amor absoluto hacia Dios,148 y los siete restantes

trare noxia. Concedere vero insinuare ad utrumlibet se habentia”. El texto en Migne, J.-P.
(ed.), Patrologia latina, t. CLXXVI.
146 Ibidem, “De Sacramentis Christianae Fidei”, lib. I, parte XII, cap. 4.
147 ibidem, lib. I, parte XII, cap. 5: “Immobilia ergo sola lex naturalis habuit duobus
praeceptis comprehensa. In uno bona praecipendo, in altero mala prohibendo”.
148 Ibidem, lib. I, parte XII, cap. 6, “De tribus praeceptis primae tabulae”: “In quibus
praecipue dilectio Dei commendatur, et tota Trinitas unus Deus aequaliter adoranda et
colenda praecipitur”.
446 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

en los que el fundamento se encuentra precisamente en el amor hacia el


prójimo, con la formulación ya conocida, la regla de oro.149 Su base, sin
exceptuar el voluntarismo en el que nos hallamos, es de nuevo la volun-
tad divina.150
Pedro Lombardo, muerto en 1160, uno de los más poderosos y exi-
tosos tratadistas, ya en la segunda mitad del siglo XII, relaciona en sus
Sentencias los diez mandamientos con los nuevos preceptos evangélicos,
en el sentido de que estos dos últimos son los que contienen los anteriores
ya desarrollados. O lo que es lo mismo: el Decálogo mosaico se acaba
reduciendo a los dos mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo,
expresión sintetizada de lo que en el Antiguo Testamento se explicitaba
en varios preceptos. Ambas leyes, amar a Dios y amar al prójimo, están
escritas en el corazón de los hombres y cuando no se puede leer en dicho
corazón, las tablas de la ley, oportunamente promulgadas y dadas a co-
nocer a todo el mundo, se convierten en el elemento de conocimiento
necesario que induce a su cumplimiento. Por ese motivo, los infieles o
los no creyentes también pueden acceder a su conocimiento, con algunos
ejemplos puntuales, dentro de los que destaca la regla de oro, general-
mente entendida por todos los seres racionales dado su carácter evidente,
lógico naturalmente, por todos aprehensible.151 Pero Pedro Lombardo

149 Ibidem, lib. parte XII, cap. 7, “De septem aliis praeceptis quae sunt secundae ta-
bulae”: “Septem alia, secunda tabula continebat, quae hominem ad dilectionem proximi
instituunt; et propterea septennario distinguuntur, quia in praesenti vita tantum quae sep-
tem diebus volvitur: nostra charitas pietatis operibus exercetur erga proximum; postea,
consummatis operibus et finitis laboribus, per contemplationem pariter cum proximo
beatificanda in Deum. �����������������������������������������������������������������
Amor igitur proximi et temporalis est quantum pertinet ad exhibi-
tionem operis, et aeternus quantum pertinet ad effectum dilectionis”.
150 Ibidem, lib. I, parte V, cap. 1: “Prima rerum omnium causa est voluntas Creatoris
quam nulla praecedens causa movit quia aeterna est; nec subsequens aliqua confirmat, quo-
niam ex semelipsa justa est. Neque enim idcirco juste voluit, quia futurum justum fuit
quod voluit, sed quod voluit, idcirco, justum fuit, quia ipse voluit. Suum enim ac proprium
voluntatis ejus est esse justum quod est, et ex eo quod in ea justum est quo ex ea justum
est. Quoniam secundum eam justum est quod justum est quod utique justum non esset, si
secundum eam non esset. Cum ergo quaeritur quare justum est quod justum est, conve-
mentissime respondetur: quoniam secundum voluntatem Dei est, quae justa est. Cum vero
quaeritur quare voluntas Dei justa est, hoc sanius respondetur: quoniam primae causae
causa nulla est cui ex se est esse quod est. Haec autem sola est unde ortum est quidquid
est; et ipsa non est orta, sed aeterna”.
151 Lombardo, Pedro, Collectanea in omnes D. Pauli Apostoli Epistolas. In Epistolam
ad Romanos, versos 14-16: “Dixerat supra gentilem, si male operaretur, damnari, et sal-
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 447

añade un elemento interesante, tomado de Agustín de Hipona y silencia-


do por los pensadores intermedios: el injuste, la referencia a la conducta
antijurídica en el sentido de conducta desarrollada al margen del derecho.
De esta manera, lo que no quieres que te hagan a ti mismo, no lo hagas
a nadie injustamente, es decir, sin la existencia de un título jurídico que
ampare, legitime o justifique la actuación concreta de la que se trate, lo
que significa que no siempre se puede evitar la posibilidad de cometer
acciones malas o nocivas, necesarias por otro lado, pero las mismas apa-
recen amparadas por la existencia de un título jurídico que da cobertura
a dichos comportamientos, por esa misma razón, insertados dentro del

vari, si bene operaretur [Remigius]: sed cum legem non habeta, quasi nesciat quid sit bo-
num, quidve malum, videretur sibi neutrum debere imputari [Hilarius, August.]. Contra
quod Apostolus ait: Etsi non habeat scriptam legem, habet tamen naturalem, qua intelli-
git, et sibi conscius est quid sit bonum, quidve malum. Lex enim naturalis est, injuriam
nemini inferre, nihil alie num praeripere, a fraude et perjurio abstinere, alieno conjugio
non insidiari, et caetera talia; et ut breviter dicatur, nolle aliis facere quod tibi non vis
fieri: quod evangelicae concordat doctrinae. Proinde non videtur hic alios significasse
sub nomine gentium quam eos qui ad Evangelium pertinent. Ne moveat quod naturaliter
dixit quae legis sunt facere, non spiritu Dei, non fide, non gratia. Hoc enim agit spiritus
gratiae, ut imaginem Dei in qua naturaliter facti sumus instauret in nobis. Vitium quippe
contra naturam est quod utique sanat gratia. Non ergo usque adeo in anima humana ima-
go Dei terrenorum affectuum labe detrita est, ut nulla in ea lineamenta remanserint. Non
omnino deletum est quod ibi per imaginem Dei, cum crearetur, impressum est. Proinde
vitio sanato per gratiam naturaliter fiunt ea quae legis sunt: non quod per naturae nomen,
ut dictum est, negata sit gratia, sed potius per gratiam reparata natura, qua gratia inferiori
homine innovato lex justitiae scribitur quame deleverat culpa. Hoc enim illic scribitur per
renovationem quod deletum erat per vetustatem. Et ideo talis, etsi legem Mosi scrpitam
non habeat, credendum est bene vel male operari, et merito salvari sive damnari: bene op-
erari dico, et salvari quod tamen non est nisi per gratiam et fidem quae renovat naturalem
imaginem Dei in homine sopitam, sine que renovatione male operatur quis et damnatur,
accusante cum conscientia [Orig., Ambros.]. Quasi dicat: Vere factores justificabuntur,
quia etiam gentes. Et hoc est: Cum enim gentes quae legem, scriptam Mosi, non habent,
naturaliter faciunt ea quae legis sunt, id est naturali ratione illuminata per gratiam discer-
nunt facienda et vitanda, quae faceret lex; vel faciunt ea quae legis sunt, id est credere
in Christum et Deum, quamvis ejusmodi legem non habentes, id est in scriptam ipsi sibi,
sunt lex id est valent sibi legem, qui ostendunt, indiciis operum, opus legis scriptum in
cordibus suis, id est firmiter infixum rationi eorum, dum illa opera laudant, quae lex ju-
bet, illa damnant, quae lex prohibet [Ambros.]. Vel, opus legis est fides quam ultro habent
in cordibus, id est in intimo affectu, ubi fides per dilectionem operatur, quam cum quis
exhibet Deo, naturali indicio ostendit semetipsum legem sibi esse, quia quod mandat lex,
facit, scilicet ut credat in Christum”. El texto en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia latina, t.
CXCI.
448 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ámbito jurídico, plenamente respetuosos con los fundamentos morales y


éticos de la cristiandad:

In secunda vero tabula erant septem mandata, ad dilectionem proximi per-


tinentia, quorum primum ad patrem carnalem refertur, sicut primum pri-
mae tabulae ad Patrem coelestem… Hic opponitur, quod etiam boni in isto
opere peccaverunt, quia naturalem legem cui concordat Evangelium et lex
moralis praeceptionis, transgressi sunt, quae est: Quod tibi non vis fieri,
alii ne feceris. Quam Veritas scripsit in corde hominis; et quia non lege-
batur in corde, iteravit in tabulis, ut voce forinsecus admota rediret ad cor,
et ibi inveniret quod extra legeret. Hanc ergo illi praevaricari videntur in
illo facto, aliis facientes quod nolebant sibi fieri. Sed ibi intelligendum est
injuste, ut non alii, scilicet, injuste, facias quod tibi non vis fieri; alioquin
hujus praevaricator est judex, dum punit reum nolens aliquid tale sibi fieri.
Ita etiam et illud Domini verbum Matth. 7: Omnia quaecumque vultis ut
faciant vobis homines, etc., de bonis recipiendum est, quae nobis invicem
exhibere debemus. Quintum praeceptum est, Luc. 6: Non loqueris contra
proximum tuum falsum testimonium; ubi crimen mendacii et perjurii pro-
hibetur. Solet etiam quaeri utrum prohibitum sit omne mendacium. Qui-
dam dicunt illud tantum prohiberi quod obest et non prodest ei cui dicitur.
Tale enim non est adversus proximum…152

Pedro Abelardo (1079-1142) dedicará a esta regla una interesante re-


flexión en su comentario de la Epístola a los Romanos de Pablo de Tarso.
Abelardo comienza afirmando que la ley natural, aquello que la razón
persuade, debe ser hecho, se compone de dos preceptos, que no son sino
las dos formulaciones que ha presentado tradicionalmente la regla de oro
y así se explica que por motivos de caridad alguien reciba honores y
premios, pero también que por razón de justicia se castigue a la gente.153

152 Lombardo, Pedro, “Sententiarum Libri Quatuor”, lib. III, dist. 37, núm. 3, “De
mandatis secundae tabulae”, en Migne, J.-P. (ed.), Opera Omnia, Patrologia latina,
t. CXCII.
153 Abelardo, Pedro, “Commentaria in Epistolam Pauli ad Romanos”, lib. IV, XIII,
10, § 176-184, Opera Theologica. Corpus Christianorum. Continuatio Mediaevalis, XI,
Turnholt, 1969: “Ad hanc autem proximi dilectionem illa duo naturalis legis praecepta
pertinent: Quod tibi non uis fieri, alteri ne fecers, et Quae uultis ut faciant uobis homines,
et uso eadem facite illis. Quorum quidem praeceptorum intelligentia quae sit habenda,
non fortassis omnibus patet. Saepe enim ex caritate aliis honorem aut beneficium impen-
dimus quod ab aliis suscipere recusamus, uel saepe alios pro iustitita punimus uel etiam
interficimus, cum hoc ab aliis nullatenus pati uelimus”.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 449

Ahora bien, ¿cómo se articula la posible compatibilidad de esa regla con


el deseo que puede presentar alguien de hacer el mal y de soportarlo? ¿O
cómo disciplinar las relaciones entre los ricos y los pobres?154 En esencia,
la regla de oro acaba reconduciendo al mandato de amar a Dios y a ese
amor de Dios que todo lo toca, y, mediante esa relación directa, todo lo
cura y todo lo recompone.155 Acoge nuevamente esta reflexión sobre la
regla áurea en su diálogo en el filósofo, el judío y el cristiano.156 Su rival,
154 Ibidem, § 184-195: “Quis etiam nesciat nonnumquam non uelle ipsa nobis fieri
quae non conuenit? Nec tamen ideo nos aliis ea facere debere. Vt si uelim mihi assentire
in malo, numquid aliis similiter assentire debeo ad peccandum? Saepe etiam praelato
de subiectis exigunt talia obsequia quae nequaquam conuenit eos subiectis reddere; et
pauperes a diuitibus multa sibi fieri uolunt quae minime ipsi aliis facere possunt, ut uide-
licet hoc implere queant: Quae uultis ut faciant uobis etc., nisi forte dicatur hoc non esse
generale praecptum sed his tantum hoc praecipi qui uicem beneficiorum referre possunt,
sicut et cum dicitur: Date eleemosynam uel Frange esurienti panem tuum, his tantum qui
hoc possunt iniungitur”.
155 Ibidem, § 196-213: “Vt autem breuiter obiectis respondeamus, cum dicitur Quod
tibi non uis etc., et Quae ultis ut faciant etc., sic accipi debent ut illud de iniuriis cauendis,
istud de beneficiis impendendis intelligas, ac si dicatur: Sicut te iniuriari non uis, sic ab
alienis abstine offensis; et sicut tibi in necessitatibus tuis uis misericorditer subueniri,
ita et aliis subueni, si possis, in suis. Nemo autem bonus se id posse fatetur quod sui
iuris non esse uel sibi minime conuenire credit. Cum autem Deus propter se tantum sit
diligendus, proximus autem propter Deum constat in dilectione proximi dilectionem Dei
includi, cum ipsa uidelicet sine dilectione Dei esse non possit. Vnde et cum eam descri-
beremus, prouide propter Deum adiecimus. Dilectio uero Dei, cum naturaliter prior sit
dilectione proximi sicut et Deus naturaliter prior est proximo, non ita e conuerso dilec-
tionem proximi necessario comprehendit, cum sine proximo Deus diligi sicut etiam esse
potest. Vnde bene dilectionem proximi potius quam dilectionem Dei legem adimplere
uidetur Apostolus dixisse”.
156 Reivindicando el papel del amor a Dios y al prójimo, una vez más. Cfr. Abelardo,
Pedro, Dialogus inter Philosophus, Judaeum et Christianum, col. 1.627: “Intantum vero
dilectionem Dei, ut perfecta sit diligenter lex exprimit atque amplificat, ut Deum dili-
gendum ex toto corde et ex tota anima et ex tota fortitudine nostra praecipiat. Proximum
vero tanquam non diligere jubemur, ut videlicet amor Dei supra nos etiam extensus nulla
mensura concludatur? Ipsos quoque advenas apud nos commorantes quasi nosmetipsos
amare praecipimur, in tantumque dilectionis sinum lex ipsa laxat ut nec ipsis inimicis
vel injuriosis desint ipsius beneficia”; y contraponiendo la Justicia natural y la positiva,
cols. 1.656-1.657. “Oportet autem in his quae ad justitiam pertinent, non solum naturalis,
verum etiam positivae justitiae tramitem non excedi. Jus quippe aliud naturale, aliud
positivum dicitur. Naturalem quidem jus est quod opere complendum esse ipsa quae om-
nibus naturaliter inest ratio, persuadet et idcirco apud omnes permanet, ut Deum colere,
parentes amare, perversos punire, et quorumcunque observantia omnibus est necessaria,
ut nulla unquam sine illis merita sufficiant. Positivae autem justitiae illud est, quod ad
hominibus institutum, ad utilitatem scilicet vel honestatem tutius muniendam vel ampli-
450 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Bernardo de Claraval (1091-1153), afirmará asimismo que hay una ley


natural estable, inviolable, incommutable, que no ha sido promulgada ni
sancionada; no obstante lo cual, no puede ser ignorada por los hombres,
de ninguna clase, condición o credo. Su ejemplo máximo es la regla de
oro en su vertiente negativa.157 He aquí un nuevo ejemplo de esa identifi-
cación entre naturaleza y regla de oro, dentro del campo jurídico, a pesar
del diferente peso que Bernardo y Abelardo concedían a la razón humana,
subyugada en el primero por la titánica dominación de la fe, amiga en el
segundo de una capacidad discursiva un poco más autónoma.
Sigamos con más autores y autores relevantes por su profundidad in-
telectual. Toca el turno al más original de los pensadores políticos del

ficandam, aut sola consuetudine aut scripti nititur auctoritate, utpote poenae vindictarum
vel in examinandis accusationibus sententiae judiciorum, cum apud alios ritus sit due-
lorum vel igniti ferri; apud alios autem omnis controversiae finis sit juratum, et testibus
omnis discussio circumferatur. Unde ����������������������������������������������������
fit ut cum quibuscumque vivendum est, nobis eo-
rum quoque instituta, quae diximus, sicut et naturalia jura teneamus. Ipsae quoque leges
quas divinas dicitis. Vetus scilicet ac Novum Testamentum, quaedam naturalia tradunt
praecepta, quae moralia dicitis, ut diligere Deum vel proximum, non adulterari, non fu-
rari, non homicidam fieri, quaedam vero quasi positivae justitiae sint, quae quibusdam
ex tempore sun accommodata, ut circumcisio Judaeis et baptismus vobis et pleraque alia
quorum figuralia vocatis praecepta. Romani quoque pontifices vel synodales conventus,
quotidie nova condunt decreta, vel dispensationes aliquias indulgent, quibus licita pris
jam illicita, vel e converso fieri autumatis, quasi in eorum potestate Deus posuerit vel per-
missionibusm ut bona vel mala esse faciant, quae prius non erant et legis nostrae possit
eorum auctoritas praejudicare. Superest autem nunca ut post considerationem justitiae ad
reliquas duas virtutis species stylum convertamus”. El texto en Migne, J.-P. (ed.), Patro-
logia latina, t. CLXXVIII.
157 Claraval, Bernardo de, S. Bernardi Abbatis ad Hugonem de Sancto Victore Epistola
seu Tractatus, de Baptismo aliisque Quaestinionibus ab ipso propositis, capítulo I, 2:
“Quanti namque interim toto orbe non baptizati moriuntur, profecto ignorantes, quid cum
Nicodemo Jesus noctu secretoque confabuletur? Quid ergo? Necdum lex promulgatur, et
jam praevaricantes tenentur? Et quomodo, inquit, credent in eum quem non audierunt?
Quomodo vero audient sine praedicante? Quomodo autem praedicabunt nisi mittantur?
(Rom. X, 14, 15). Necdum injuncta, necdum vulgata, necdum audita praedicatio est:
et juxta pigri ac nequam servi sententiam tam durus est Dominus, ut necdum sata jam
metere velit, et non sparsa colligere? Absit. Sed audi magis hujus rei veritatem. Qui unus
est Magister in coelo et in terra, ei qui magister tantum in Israel erat, familiari privatoque
colloquio tradebat quod traderet; docebat quod doceret, non quod exigeret et ab absenti-
bus, non unde praescriberet et his qui non audierant. Valde quippe injuste exigitur obe-
ditio, ubi non praecessit auditio. Neque enim tal est hoc, quod et absque promulgatione
naturalis lex ignorare non sincret, quale, verbi gratia, illud est: Quod tibi non vis fieri, alii
ne feceris (Tob. IV, 16)”. El texto en Migne, J.-P. (ed.), Patrologia latina, t. CXXXII.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 451

primer Medievo. El británico Juan de Salisbury (1110-1180 circa) nos


describe el ideario del perfecto príncipe cristiano en su conocidísimo Po-
licraticus, obra que se redacta alrededor del año 1159, al señalar cómo
aquél ha de temer a Dios y ser, sobre todo, humilde. El respeto a las
palabras de la ley determinan su conducta, pero, ¿cuál es esta ley de la
que se habla en abstracto?, ¿cuáles sus palabras precisas? Tanto la ley
antigua como la ley nueva, dentro de las cuales se encuentran preceptos
que no pueden ser nunca derogados u obviados, conforman el modelo
de conducta al que ha de acogerse el príncipe gobernante tanto en su
vertiente positiva como en la negativa. Esos preceptos, en sus dos formu-
laciones ya citadas, son el mínimo irreductible al que tiene que plegarse
la conducta del rey y la de sus súbditos. ¿De qué ley habla Salisbury? Así
responde el sabio británico:

Pero, ¿cuáles son las palabras que debe observar el príncipe con tanta di-
ligencia? Ciertamente los preceptos de la ley, de modo que a través de él
ni una tilde o ápice de la ley caiga en tierra, porque no la recibe con sus
propias manos o con las de sus súbditos. Hay algunos preceptos que obli-
gan perpetuamente, que son legítimos entre todos los pueblos y que en
ningún caso pueden derogarse impunemente. Antes de la antigua ley, en el
tiempo de esa ley y en el de la gracia hay una ley que obliga a todos: No
hagas a otro lo que no quieres para ti. Y: Haz a otro lo que quieres que se
haga contigo.158

Guillermo de Auxerre, muerto en 1231, quien puede ser calificado en


propiedad como el primer abanderado de la razón frente a la exclusiva
voluntad o al peso decisivo de la fe, remite asimismo a esta regla de oro en
su clasificación de las acepciones del derecho natural. Para él, se trata de
algo escrito en el corazón de los hombres, en su alma, en tanto en cuanto
ésta es creada a imagen y semejanza de Dios, por lo cual siente en sí la
bondad, la primera justicia y, en consecuencia, los primeros principios
del derecho. Ese orden natural puede ser referido a todas las criaturas en
general, a todas las criaturas sensibles, o solamente a la criatura racional,
al hombre. En sentido amplio, derecho natural reconduce a la ordenación
que hace la naturaleza para todos los animales. En un sentido estricto, es
la ordenación establecida espontáneamente por la razón natural, sin al-

158 Juan de Salisbury, Policraticus, Ladero Quesada, M. A. (ed.), Madrid, Editora Na-
cional, 1984, lib. IV, cap. 7, pp. 326 y 327.
452 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

guna previa o gran reflexión. Se trata de un derecho impreso por Dios en


el hombre, tendente tanto al bien de Dios como al bien del prójimo. Esa
razón natural impondrá tres grandes normas de moralidad por las que se
deberá guiar la conducta del ser humano: amar a Dios con todo el cora-
zón, de donde arrancan todos los deberes del hombre para con Dios; no
hacer a los otros aquello que no se quiere sea hecho a uno mismo y hacer
a los otros todo aquello que se quiere sea hecho a uno mismo, preceptos
estos dos que conforman los deberes para con el prójimo.159 Se aproxi-
man a la regla de oro de un modo natural los pensadores franciscanos,160
comenzando por Giovanni de la Rochelle,161 y, sobre todo, Alejandro de
Hales (circa 1170-1245), quien se sirve de la regla áurea para explicar
159 Auxerre, Guillermo de, “Summa Aurea in Quattuor Libros Sententiarum”, tractatus
IV, De Sacramentis Conservativis Gratiae, III, tr. VII, c. I, q. 3: “Sunt autem due regule
de iure naturali, sub quibus continentur omnia precepta iuris naturalis que pertinent
ad proximum, scilicet iste: ne facias alii quod tibi non vis fieri —omnia quecumque
vultis ut faciant vobis homines, etcetera—. Ea vero que pertinent ad Deum continentur
sub hoc: diliges Deum tuum ex toto corde tuo, etcetera. Hec enim sunt precepta iuris
naturalis quia hec dictat ratio naturalis quamvis ad illud non potest per se”. Citado por
Pizzorni, R., “Il Diritto Naturale nella Scolastica del sec. XIII prima di S. Tommaso
d’Aquino”, cit., p. 367.
160 Para esta “Escolástica Franciscana”, defensora de la tradición agustiniana, en la
que veían mejor preservados los valores propios de la espiritualidad cristiana, véase Tru-
yol y Serra, A., Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado. 1. De los orígenes a
la baja Edad Media. 11ª edición, Madrid, Alianza Editorial, 1992, pp. 380 ss. De ahí
arrancará el pensamiento de Juan Duns Scoto y de Guillermo de Ockham.
161 Los denominados preceptos innatos conforman modelos de derecho o ley natural,
imprimidos en el corazón de los hombres. Dicta así a cada uno lo que debe hacer y lo que
no debe hacer. Al ser innato, esos preceptos manifiestan el conjunto de derechos y de debe-
res respecto de Dios y respecto del prójimo. A Dios se le debe amar por encima de todas
las cosas, obecederlo en todo y para todo. El precepto que alude al prójimo adopta las dos
versiones, positiva y negativa, de la regla áurea. El Decálogo contiene de modo explícito
aquello que la ley natural, ínsita en la conciencia de cada uno, dice o señala implícita-
mente. Cfr. Giovanni de la Rochelle, Summa de Preceptis: “Si est innatum ut Rom. 2:
Si gentes ea quae lgis naturalis sunt faciunt etc., usque ibi in cordibus suis, hec scriptura
indita est cuilibet conscientie. Preceptum ergo innatum insitum est conscientie cuilibet
secundum dictamen rationis de faciendo et non faciendo. Hoc vero recipit differentiam.
Nam aliud est manifestativum ordinis in Deum ut diligere creatorem super omnia et
obedire ei in omnibus et super omnia, quod innatum est cuilibet conscientie; aliud est
manifestativum ordinis in proximum, et hoc duobus modis, secundum viam innocentie,
ut illud Thobie 4: Quod ab alio, etc., vel secundum viam beneficientie, ut illud Mt. 7:
Quecumque vultis, etc. Hec est igitur differentia legis naturalis sive legis nature”. Citado
por Pizzorni, R., “Il Diritto Naturale nella Scolastica del sec. XIII prima di S. Tommaso
d’Aquino”, cit., nota 160, p. 377.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 453

el matrimonio y sus efectos: la naturaleza racional del hombre le lleva a


caminar en tres direcciones, esto es, dentro de la propia naturaleza, de na-
tura ut natura, como sucede con el movimiento que impulsa la unión del
hombre con la mujer para la reproducción de la especie; de la naturaleza
hacia la razón (naturae ut ratio), que perfila que aquella unión se deba
producir entre dos solas personas; y el movimiento típicamente racional,
rationis ut ratio, que precisa que esa misma unión sea indisoluble e inse-
parable. Según el mismo, siguiendo a Agustín de Hipona y a Hugo de San
Víctor, hay dos normas fundamentales dentro del derecho natural que se
identifican con lo expuesto por el profeta Tobías (regla negativa) y por
el evangelista Mateo (regla positiva), de suerte tal que esa ley nos orienta
y ordena hacia Dios y hacia el prójimo, conforme a la regla de inocencia o
conforme a la regla de la beneficencia.162 A esta reflexión se incorpora otra
sobre el matrimonio. El maestro franciscano añade un fundamento a esta
unión sacramental del hombre y de la mujer, basado en las dos manifes-
taciones de la regla áurea: no hacer a los otros lo que no se quiere que
se haga a uno mismo, conlleva que una mujer se una a un solo hombre,
dado que nadie quiere que la propia esposa se pueda unir a otros;163 y la
vertiente positiva del precepto, el hacer a los otros lo que se quiere sea
hecha a uno mismo, en cuya virtud la unión matrimonial goza de esa per-
manencia, en cuanto que el hombre quiere que el afecto de la mujer sea
imperecedero y, de ahí, el vínculo inseparable e indisoluble, porque recí-
procamente se ha de obrar así.164 Giovanni di Fidanza, conocido como
Buenaventura (1221-1274), discípulo del anterior, proclama que la ley
natural contiene tres clases de normas: las que valen universalmente, en
todo tiempo y lugar, las que solamente tienen validez y son obligatorias
con anterioridad al pecado original, y las que gozan de obligatoriedad

162 Hales, Alejandro de, Summa Theologica seu sic ab origini dicta Summa fratris
Alexandri. Tomus IV. Liber Tertius, Quaracchi, 1948. Libro III, Pars II, Inquisitio II,
Quaestio IV, Quorum sit Lex Naturalis, Membrum I, Capítulo I, ff. 349-351.
163 Ibidem, III, II, II, IV, Membrum III, cap. I, art. III, ff. 360 y 361: “Tertio quaeritur
utrum de dictamine legis natualis sit quod una sit unius. ��������������������������������
Quod sic videtur… b. Secunda ra-
tio. Rom. 2, 14. Cum gentes, etcetera, dicti Glossa: Lex naturalis est nolle alii facere quod
sibi non vult fieri. Sed constat quod vir nollet quod mulier divideret carnem suam cum
pluribus; ergo vir tenetur ex lege non dividere suam; ergo et non habere plures uxores”.
164 Ibidem, III, II, II, IV, Membrum III, cap. I, art. IV, ff. 361 y 362: “Secundum legem
naturae debes alii facere quod tibi vis fieri; sed nullus ratione ordinatus vult quod affectus
uxoris separaretur a se; ergo tenetur secundum illud praeceptum ad adhaerendum uxori
inseparabiliter secundum affectum, sicut vult se diligi inseparabiliter, non ad tempus”.
454 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

con posterioridad al mismo pecado, señalando como ejemplos respec-


tivos el amor a Dios, la comunidad de bienes y la propiedad privada.
Las finalidades de las dos últimas clases son esencialmente el evitar los
conflictos entre los hombres. La convivencia pacífica es el apoyo de toda
su construcción jurídica. La ley natural unitaria debe aplicarse, por tanto,
conforme a las circunstancias, de ahí su extraordinaria ductilidad. Vuelve
al modelo bíblico del Decálogo, distinguiendo en el mismo los primeros
tres preceptos, que se refieren al amor que el hombre debe profesar a
Dios,165 y los siete preceptos restantes que aluden al amor al prójimo, el
cual se puede resumir en las dos variantes de la regla de oro, dos expre-
siones del la misma ley natural. A esas dos formas de conducta, positiva y
negativa, corresponden dos clases o formas de justicia, una de inocencia
que implica la abstención de cualquier ofensa al prójimo, y otra de bene-
ficencia, la cual conlleva el obsequio, la reverencia, la preocupación y el
beneficio por aquel mismo prójimo, siendo esta beneficencia preferente.
El catálogo lo completa justificando las prohibiciones recogidas en los
mandamientos, cuyo sustento último es el amor fraternal al otro:

In secunda tabula continentur septem mandata ordinantia nos ad proxi-


mum quae significantur per duo praecepta legis naturae, scilicet: hoc fa-
cias alii, quod tibi vis fieri; non facias alii, quod tibi non vis fieri. Et secun-
dum haec duo praecepta legis naturae accipitur duplex iustitia quarum una
est innocentiae, altera beneficentiae; et secudum istam duplicem iustitiam
duplex est mandatum: primum beneficentiae, alterum innocentiae. Man-
datum beneficentiae est: Honora patrem tuum et matrem tuam. Hoc autem
mandatum non solum est reverentiae, sed est etiam beneficii et obsequii; et
non solum est in patre, immo in omnibus, qui a patre procedunt.
Mandatum autem, quod est innocentiae necesse est multiplicari, quia

165 Buenaventura, Collationes de Decem Praceptis, collatio I, núm. 22: “In prima,
dico, tabula continentur mandata ordinantia nos ad Deum; Deus autem est Trinitas, Pater,
et Filius et Spiritus sanctus. Patri attribuitur maiestas, Filio veritas et Spiritui sancto bo-
nitas. In Patre est summa maiestas humiliter adoranda; in Filio est summa veritas fideliter
asserenda; in Spiritu sancto est summa bonitas sincere amanda. Sed si ista tria ex aeterna
ordinatione debemus facere, tunc necesse est, in prima tabula esse tria mandata secun-
dum ista tria appropiata tribus personis divinis. In primo quidem mandato praecipitur
humilis adoratio divinae maiestatis, cum dicitur: non habebis deos alienos. In secundo
mandato praecipitur fidelis assertio divinae veritatis, cum dicitur: Non assumes nomen
Dei tui in vanum. In tertio praecipitur divinae bonitatis sincera dilection, cum dicitur:
Memento, ut diem sabbati sanctifices. Ista sunt tria mandata primae tabulae”. El texto en
Obras de San Buenaventura, ed. bilingüe, Madrid, BAC, 1948, pp. 626-628.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 455

consistit in hoc, ut homo caveat ab offensa proximi sui. Tripliciter auten


contingit offendere proximum, scilicet in animo, verbo et facto. Offensa
autem in facto est tribus modis, quia potest homo offendere proximum
per factum aut in persona propria, aut in persona sibi coniuncta, aut in
possessione terrena. Et secundum hoc sunt tria mandata: Non occides; non
moechaberis; non furtum facies. Deinde sequitur offensa in verbo, contra
quam est unum mandatum, scilicet: Non falsum testimonium dices. Per
falsum autem testimonium significantur omnia quae homo potest dicere
contra proximum suum. Offensa autem in animo duas habet radices secun-
dum duplicem concupiscentiam, scilicet carnis et oculorum. Contra concu-
piscentiam carnis est unum mandatum: Non concupisces uxorem proximi
tui. Contra concupiscentiam oculorum est aliud mandatum: Non agrum
neque aliquam aliam rem. Patet modo in generali, quae sint decem prae-
cepta et penes quid accipiantur.166

Reitera la misma idea un poco más avanzada la obra y antes de proceder


a la minuciosa disección del sentido y alcance que presenta cada uno de los
preceptos del Decálogo. En todo caso, la idea subyacente es clara: amor
a Dios, basado en la adoración, la verdad y la absoluta bondad; amor al
prójimo estructurado sobre la base de la beneficencia, primero, y la ino-
cencia, después:
Honora patrem tuum etc. Dicebam vobis, quod secundum quod anima ra-
tionalis habet ordinari ad Creatorem et ad creaturam, secundum hoc est
duplex tabula, in qua lex Dei est scripta. In prima tabula continentur tria
mandata ordinantia nos ad Deum, secundum tria appropriata tribus perso-
nis divinis et secundum triplicem operationem animae. In primo mandato
praecipitur humilis adoratio summae veritatis, in secundo fidelis confessio
summae veritatis, in tertio sincera dilectio divinae bonitatis. Ista tria man-
data sunt fundamentum omnium praeceptorum Legis. Propter hoc quilibet
timoratus, verax et Deo devotus tenetur ista principaliter custodire.
Modo dico, quod in secunda tabula continentur septem praecepta; unum
est affimativum, et alia sex sunt negativa. Ratio distinctionis est haec: quia
omnia mandata reducuntur ad duo; hoc facias alii, quod tibi vis fieri; non
facias alii quod tibi non vis fieri. Et iuxta hoc accipiuntur duo praecepta.
Primum est innocentiae, secundum est beneficentiae, quae sunt duae par-
tes iustitiae.167

166 Ibidem, collatio I, núm. 23, pp. 628 y 629. Para desarrollos explicativos de los
mandamientos, véase collatio V y ss.
167 Ibidem, collatio V, núms. 2 y 3, pp. 682 y 683.
456 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Antes de la titánica figura del Aquinate, dejemos hablar de su maes-


tro, Alberto Magno (1200-1280), que anuncia muchas de sus ideas. La
defensa de un derecho natural plenamente racionalista, no voluntarista,
comienza a perfilarse en el horizonte intelectual europeo. Para el sabio
alemán, el derecho natural, específicamente humano, no es más que el
derecho de la razón, lo que se debe hacer en cuanto la misma natura-
leza es razón. Se trata de un derecho fundado en la naturaleza y en la
razón que puede combinarse en varios modos, según predomine uno u
otro de los componentes citados, o bien se dé armonía entre los mis-
mos. En esta dirección, Alberto Magno habla de unos primeros princi-
pios esenciales. Una ordenación puede pertenencer a ese derecho natural
essentialiter, el derecho esencial que consiste en los primeros principios
prácticos.168 Cuando una norma jurídica es universal, de inmediato se
puede predicar su carácter natural, como sucede con los preceptos que
conforman la regla de oro, o los contenidos en el Decálogo, que no es
más que un desarrollo pormenorizado de los principios de la regla áu-
rea, esencia del derecho natural, de alcance universal y aprehensible me-
diante la sola razón.169 No sorprende en este contexto cultural medieval,
donde el protagonismo de la cristiandad es indiscutible, que la base de

168 Magno, Alberto, De Bono, tractatus V, De Iustitia, Quaestio I, De Iure et de Lege


Naturalis, § 16 (con cita de Graciano) y 17, f. 261, en Opera Omnia. Monasterii Westfa-
lorum in Aedibus Aschendorff, 1951.
169 Ibidem, V, I, Solutio, f. 263: “Unde quanto regulae iuris humani communis sunt
magis universales, tanto sunt magis substantialiter iuris naturalis, sicut illae duae quae
dantur in comparatione ad alterum, quarum una accipitur in Evangelio, scilicet: Omnia
quaecumque vultis, ut faciant vobis homines, et vos aedem facite illis, et alia quqe acci-
pitur Tobia, scilicet: Quod tibi non vis fieri, alii ne feceris. Et sic est accipere universalia
in omnibus mandatis decalogi, scilicet quod uni deo credendum, quod non peierandum,
quod servilibus non debeat cor retrahi ad posthabendum deum in cordis quiete, quod ho-
norandi parentes, quod non occidendum, etcetera. Omnia enim haec universaliter accepta
sunt de iure naturali et scripta in homine per hoc quod accipit rationem. Unde sicut est
in perfectione speculativi intellectus, quod est in duplici potentia, antequam accipiat ac-
tuam scientiae, ut dictum est in quaestionibus De anima, scilicet in potentia cognoscendi
instrumenta, quae sunt prima principia scientiae, sicut in scientia scribendi primo infans
est in potentia ad cognoscendum pennam et incaustum et pergamentum, et cum hace
cognoscit, tunc adhuc est in potentia ad cognitionem scribendi: ita dicimus quod est in
habitu practici intellectus, qui dirigit in opere, sicut est scientia iuris, quod prima potentia
est ad universalia iuris. In quibus non exigitur, nisi ut termini mandati cognoscantur, sicut
quid sit furtum et quid moechia. Et tunc sciet per seipsum, quod non est furandum vel
moechandum. Unde notitia horum principiorum non acquiritur nisi per accidens, scilicet
per notitia terminorum, et non per aliquid prius ipsis, sicut acquiritur scientia conclusio-
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 457

los plurales órdenes jurídicos sea precisamente el mandato evangélico y,


entre sus líneas más conocidas, la que ordena hacer lo que queremos que
nos hagan a nosotros y evitar aquello que queremos los demás eviten en
nuestras personas, honores o patrimonios. Más presente en la canonística
que en el pensamiento secular, aquélla completa las reflexiones acerca del
derecho natural que en los segundos está ausente por motivos obvios: son
juristas, pragmáticos, ausente en ellos cualquier preocupación de corte
teórico, que suelen solventar de una manera expeditiva al inicio de sus
obras. No son filósofos, ni teólogos, pensadores preocupados por ayu-
dar en el parto de una nueva ciencia jurídica aún balbuciente, que los
lleva, sobre todo, a operar como filólogos antes que como creadores de
conceptos. Pero el mundo canónico es diferente porque allí la presencia
del mensaje divino es constante. No sorprende que así, con invocaciones
a la regla de oro, comience la obra de Graciano, a mediados del siglo
XII, quien, antes de desbrozar los diferentes elementos que componen el
derecho humano, efectúa una primera distinción entre un derecho natural
y un derecho humano. Éste se contiene en las costumbres. El derecho
natural se halla en las Sagradas Escrituras, en el Antiguo Testamento y
en los Evangelios, y allí se manda hacer a los otros lo que se quiere sea
hecho a uno mismo y se prohíbe hacer a los demás lo que no se quiere
que se haga a uno mismo. Nuevamente se dan la mano las dos versiones
de la regla, la manifestación afirmativa y negativa de la conocida formu-
lación de la esencia del derecho natural. La cita del Evangelio no puede
faltar y se menciona como texto ejemplificador de la reflexión jurídica,
expresamente, el pasaje de Mateo ya conocido. El derecho natural se
compondrá de dos reglas fundamentales, las ya examinadas, proclama-
das en la Biblia, si bien el propio Graciano se apresta a proclamar que no
todas las leyes allí contenidas pertenecen al derecho natural, sino sola-
mente los preceptos calificados como morales: “Humanum genus duobus
regitur, naturali videlicet iure et moribus. Ius naturae est, quod in lege et
evangelio continetur, quo quisque iubetur alii facer, quod sibi vult fieri,
et prohibetur alii inferre, quod sibi nolit fieri. Unde Christus in evangelio:
Omnia quecunque vultis ut faciant vobis homines, et vos eadem fecite
illis. Haec est enim lex et prophetae”.170

num. Et ideo talium principiorum notitia est inserta per naturam simpliciter, et acquiritur
per accidens notitia terminorum”.
170 Decretum 1, 1, 1, Dictum Ante, en Richter, E. L. y Friedberg, E. (eds.), Corpus Iuris
Canonici.Pars Prior. Decretum Magistri Gratiani, 2a. ed., Graz, Akademische Druck,
458 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Aunque no hay una clara determinación de qué sea ese derecho na-
tural, por la herencia plural que en relación al concepto se ha venido
forjando a resultas de la combinación de varias tradiciones intelectuales,
sí se tiene conciencia de que la regla de oro puede formar parte de la
misma, de alguna de sus múltiples acepciones, de alguno de sus senti-
dos. Algunos textos anónimos permiten probarlo.171 En sus comentarios
a Graciano, Paucapalea, el primer gran glosador canónico, y Rufino de
Bolonia, otro de los grandes iniciadores de esa práctica más lingüística
que jurídica, coinciden en sus reflexiones. El primero de ellos, discípulo
del propio Graciano, se detiene en el inicio del Decretum, para reiterar
que el derecho natural es el contenido en la legislación mosaica y en el
Evangelio, cuyo presupuesto lo conforma la regla áurea en sus dos for-
mulaciones, pero añade algo más: su origen hay que retrotraerlo al origen
de la misma criatura racional. Es ley superior a cualquier otra forma o
manifestación de derecho, no admitiendo ninguna clase de variación en
el tiempo, es decir, es inmutable:

De origine vero iuris restat dicendum. Sed quia ecclesiasticorum iurium


aliud naturale, aliud scriptum, aliud consuetudinarium dicitur, quo tempo-
re horum quodque coeperit, merito queritur. Naturale ius, quod in lege et
Evangelio, continetur, quo prohibitur quisque alii inferre, quod sibi nolit
fieri, et iubetur alii facer, quod vult sibi fieri, ab exordio rationalis creatu-
rae coepit et inter omnia primatum obtinet; nullo enim variatur tempore,
sed immutabile permanet.172

1959. En relación con el mismo, para la matización respecto al alcance del derecho natu-
ral, véase Decretum 1, 6, 3.
171 Así, en la Summa Lipsiensis, en la Summa Coloniensis, en la Summa Oxoniensis y
en la Summa de Iure Canonico tractaturus, textos todos ellos del área anglonormanda en
la segunda mitad del siglo XII, uno de los significados que se confiere al derecho natural
es la versión negativa de la regla aurea. Cfr. Padovani, A, Perchè chiedi il mio nome?
Dio, natura e diritto nel secolo XII, ristampa emendata, Turín, G. Giappichelli, 1997, pp.
107 y 108.
172 Paucapalea, Summa Paucapaleaei, § Introductio. El texto citado por Die Summa
des Paucapalea über das Decretum Gratiani, �������������������������������������������
Hrsg. von Joh. Friedrich von Schulte, Gies-
sen, E. Roth, 1890, pp. 1 y 2. El resto del derecho arranca posteriormente a partir de este
derecho natural: “Consuetudinis autem ius post naturalem legem exordium habuit, ex
quo homines in unum convenientes coeperunt simul habitare, quod ex eo factum creditur
tempora, ex quo Cain aedificasse civitatem legitur… Ostenso constitutionum divinarum
ac consuetudinis, naturales quoque iuris exordio, nunc de decretis illud videndum est,
quod primo sanctorum patrum decreta, inde conciliorum statuta condi coeperunt. Post
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 459

Rufino, por su parte, destacaba que solamente se puede aspirar al bien


que se está dispuesto a hacer, pero nadie puede exigir, ni tolerar que otro
sufra un mal, amparándose en que él mismo esté dispuesto a sufrirlo:

Notandum est quod sicut concupiscentia proprie semper in mala signifi-


catione ponitur —unde dicitur non concupisces—, ita et voluntas proprie
in bono semper accipitur, ut hic; unde dicitur quicumque volens observare
istud mandatum alii vult facere quod sibi vult fieri. Videat ut, si bonum
vult fieri, scil. ut, sicut vult sibi a proximo bene fieri et subveniri, ita et ipse
benefaciat proximo subveniatque ei. Non autem si vult sibi adulationes vel
huiusmodi illicita a proximo fieri, ideo et aduletur vel huic simile faciat ei;
hoc enim non proprie est velle sed concupiscere, nec vero tunc sibi aliquid
vult; quia non ad utilitatem suam vult, quia in odium anime sue vult: quie
enime diligit iniquitatem, odit animam suam.173

Idéntico a Graciano es el pronunciamiento de Accursio, casi un siglo


después de la compilación canónica, esta vez en el campo del derecho
civil, en su glosa al libro I del Digesto. Al tratar de los preceptos del de-
recho ya aludidos, la glosa Laedere se refiere expresamente a esta regla
conocida, aunque esta vez sin hacer mención expresa al Evangelio. ¿Qué
significa lesionar? Así responde el jurista florentino: “Ledere. Et hoc ad
primum unde illud quod tibi non vis fieri alii ne feceris c. placuit de ma.
et obc”.174
Ya en el siglo XIII, en un texto jurídico, donde el componente en-
ciclopédico es acentuado, como es el caso de las Partidas redactadas
por inspiración del rey de Castilla y León, Alfonso X, no podía faltar
esta referencia a la regla de oro, cuando se aborda la cuestión normativa
en manos del monarca. El título de la Partida Primera se pregunta qué
ventajas traen consigo las leyes y la respuesta que se da, en forma de
ley, abunda en las cuestiones evangélicas ya referidas. Por medio de las
leyes, los hombres podrán conocer a Dios y, de esa manera, saber cómo

apostolos namque summi pontifices et sancti patres, penes quos condendi canonum era
auctoritas, continuo sibi succeserunt”.
173 Rufino de Bolonia, Summa Decretorum, prima pars, distinctio 1, Quo quisq. iubet.
alii fac. quod sibi vult fieri, (Neudruck des Ausgabe Padenborn 1902), Aalen, Scientia,
1963, pp. 7 y 8.
174 Glosa Ledere a Dig. 1, 1, 1, De iustitia et iure, f. 5, en Corpus Glossatorum Juris
Civiles. VII. Acursii. Glossa in Digestum Vetus, Turín, Juris Italici Historiae Instituto
Taurinensis Universitatisa, 1969.
460 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

se le ha de amar y de temer. A través de las leyes, el hombre común podrá


hallar muestras que le permitan asimismo conocer a su señor natural, al
que debe obediencia y lealtad. Pero, y aquí el mensaje bíblico se acredita
como una clara fuente de inspiración de este texto, las leyes también ex-
plican cómo los hombres se han de amar los unos a los otros, defendiendo
su derecho y no queriendo para los otros lo que no quiere para sí. Venta-
jas no pueden faltar a la adopción de esta conducta: vivir rectamente, la
holgura y la paz, el provecho individual y el colectivo, se enriquecen las
gentes, el pueblo se multiplica y crece el señorío:

Muy grand es a marauilla el pro que aduzen las leyes a los omes, ca ellas
les muestran connoscer a Dios, e connosciéndol, en qué manera le deuen
amar e temer. E otrossí les muestran connoscer su sennor natural, en qué
guisal deuen seer obedientes e leales. E otrossí muestran cuemo los omnes
se amen unos a otros, queriendo cada uno poral otro su derecho, guardán-
dose de nol fazer lo que no querríe que a él fiziessen. E guardando bien
estas cosas uiuen derechamientre e han folgura e paz, e aprouechasse cada
uno de los suyo e a sabor dello, e enriquecen las gentes, e amochiguasse el
pueblo e acrescientase el sennorío.175

175 Partida 1, 1, 6, A qué tienen pro las leyes. El texto en Alfonso X el Sabio. Primera
partida según el manuscrito ADD 20.787 del British Museum, Arias Bonet, Juan Antonio
(ed.), Valladolid, Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones, 1975, p. 6.
En términos similares, se recoge en otra obra previa del Rey Sabio, el llamado Espéculo,
cuyos materiales fueron empleados en la redacción posterior de Partidas. En concreto,
Espéculo 1, 1, 6, A que tiene pro las leyes: “Muy grande es a marauilla el pro que aduzen
las leys a los omnes, ca ellas les amuestran conosçer Dios, et, connosçiendol, ssabran en
que manera le deuen amar et temer. Otrossi, les muestran connosçer ssu ssennor natural
en que guisa le deuen sser obedientes et leales. Otrossi muestran como los omnes sse
amen vnos a otros, queriendo el vno para el otro ssu derecho, guardando sse del non
ffazer lo que non querie quel ffeziessen. Et guardando bien estas cosas biuen derecha-
mjente, et an ffolgura et paz, et aprouecha sse cada vno de lo ssuyo, et an ssabor dellos
las gientes, et amuchigua sse el pueblo, et acreçenta sse el ssennorio et enrriqueze”. El
texto en Espéculo. Texto jurídico atribuido al Rey de Castilla Don Alfonso X, el Sabio,
introducción y aparato crítico de Robert A, MacDonald, Madison, Hispanic Seminary of
Medieval Studies, 1990, pp. 6 y 7. Además de la tradición cristiana, es factible pensar
que el pensamiento musulmán, por la vía de traducciones de libros sapienciales, como el
Calila et Dimma, usuales por otro lado en la corte alfonsina, pudiese incidir directamente
en la recepción de esta regla de oro, que asimismo era conocida en la tradición islámica.
Véase Gómez Redondo, F., Historia de la prosa medieval castellana. I. La creación del
discurso prosístico: el entramado cortesano, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 180 y ss.
LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 461

Dios se ha convertido en la equidad por obra y gracia de los juristas


y canonistas. De ahí que esa equidad, que lucha para su constitución en
norma, se debata entre la estricta rigidez de un derecho humano en ex-
ceso formalista, con una fuerza extremamente restrictiva y coercible, y la
elasticidad que es consustancial a la misma. Manifestación clara precisa-
mente de esa elasticidad es la regla de oro, que opera de un modo dúctil
y de una manera sencilla por su vecindad con el origen divino que a la
misma se atribuye.
Tomás de Aquino, en la segunda mitad de la misma centuria, adver-
tirá que la justicia es virtud consistente en el perfeccionamiento de la
voluntad en lo que respecta al bien para los demás. No es todo educa-
ción de esa voluntad, formación de la misma, creación de hábitos, sino
que aquélla, la justicia, consta de principios racionales naturales, que el
hombre puede captar y hacia los cuales puede tender sin que razón y vo-
luntad necesiten virtud alguna. Uno de esos principios es precisamente
la regula áurea. Pero el Aquinate estaba inaugurando un nuevo periodo,
superador del primer Medievo, plena y decididamente racionalista,176 que
se sintetiza en ese nuevo primer principio de la ley natural, expuesto en
la Summa Theologica: Bonum est prosequendum et faciendum, malum
vitandum.177
Ya no hay dependencia de la voluntad subjetiva del individuo, ni de
sus efectos en el prójimo contrario, sino que el bien, lo bueno, tiene y

176 Véase Rhonheimer, M., op. cit., nota 83, pp. 246-248 y pp. 272 y ss., y Natural Law
and Practical Reason, cit., nota 83, pp. 58 y ss.
177 Tomás de Aquino, Suma de Teología, parte I, II, cuestión 94, art. 2: “Ahora bien,
entre las cosas que son conocidas de todos hay un cierto orden. Porque lo primero que
alcanza nuestra aprehensión es el ente, cuya noción va incluida en todo lo que el hombre
aprehende. Por eso, el primer principio indemostrable es que no se puede afirmar y ne-
gar a la vez una misma cosa, principio que se funda en las nociones de ente y no-ente y
sobre la cual se asientan todos los demás principios, según se dice en IV Metaphys. Mas
así como el ente es la noción absolutamente primera del conocimiento, así el bien es lo
primero que se alcanza por la aprehensión de la razón práctica, ordenada a la poeración;
porque todo agente obra por un fin, y el fin tiene razón de bien. De ahí que el primer
principio de la razón práctica es el que se funda sobre la noción de bien, y se formula así:
el bien es lo que todos apetecen. En consecuencia, el primer precepto de la ley es éste:
El bien ha de hacerse y buscarse; el mal ha de evitarse. Y sobre éste se fundan todos los
demás preceptos de la ley natural, de suerte que, cuanto se ha de hacer o evitar caerá bajo
los preceptos de esta ley en la medida en que la razón práctica lo capte naturalmente como
bien humano”. Citamos por Suma de Teología, ed. dirigida por los Regentes de Estudios
de las Provincias Dominicanas en España, Madrid, BAC, 1989, t. II, pp. 732 y 733.
462 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

adquiere entidad en sí mismo. Es aquello hacia lo que se debe tender,


sin esperar a los efectos que nuestra conducta o la de nuestros prójimos
podrían provocar en nosotros. Un subjetivismo que da paso a un cierto
objetivismo en los fines, ahora ya situados dentro de la órbita de la razón,
potencia de la que emanan (y no simplemente se reciben de modo pasivo)
los dictados del derecho natural.
El bien, la bondad, ha conseguido objetivarse y el actuar ahora se for-
mula desde la perspectiva de un medio que permita al hombre hallar el
fin, que no se encuentra en el otro, sino en el recorrido de un camino
perfecto, recto éticamente hablando, que sirve para alcanzar las virtudes
y con ellas la felicidad absoluta a la que tiende el ser humano. 178

178 Véase Hervada, J., Lecciones propedéuticas de filosofía del derecho, 3a. ed., Pam-
plona, EUNSA, 2000, pp. 471 y ss.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA
DEL CANCIONEIRO DA AJUDA

Justicia es una de las cosas por la que


mejor e más derechamente se man-
tiene el mundo. E es así como fuente
de donde manan todos los derechos.
Partida 3, 1, Proemio

Empleamos en el lenguaje usual el calificativo de justo o injusto para en-


cuadrar hechos y la valoración que de los mismos efectuamos. Como si de
un científico naturalista se tratase, el jurista procede a una operación de di-
sección de la realidad en la cual coloca en uno de los platos de la balanza lo
que considera no nocivo, útil, provechoso, bueno en suma, para la vida y
la convivencia social pacífica, mientras que en el otro figurarán los antóni-
mos, la contrariedad que se opone a la totalidad de los valores referidos. En
ocasiones, el planteamiento de problemas se articula precisamente desde
la óptica de la solución justa que a los mismos se quiere dar. El orden jurí-
dico se pone en movimiento. No tanto el inicio del conflicto —sus causas
u orígenes más o menos remotos— como la solución del mismo es lo que
preside el debate que conduce a ese veredicto final en aras de la justicia.
Aparece así una idea capital, la de justicia, entendida como aquel cúmulo
de principios que han de regir para determinar la calificación, primero, y la
clasificación, después, de unos acontecimientos que nos circundan. La ela-
boración del concepto es decisiva, pues, eso somos: creadores de concep-
tos antes que narradores de procesos. Aquélla, la justicia, no aparece como
un simple sentimiento, una valoración de corte subjetivo y emocional,
algo voluble y etéreo, depositado en el corazón de cada ser humano, sino
que, estimamos y deseamos, es y puede ser susceptible de una análisis de

463
464 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tipo racional. Esa justicia lleva aparejada algunas notas complementarias,


pues la misma incorpora una serie de suplementos indispensables para su
construcción. La igualdad (los casos iguales han de ser valorados de igual
modo; los desiguales de manera desigual), la seguridad (establecimiento
de la paz, del orden, de la convivencia pacífica y garantía a los ciudadanos
para que puedan calcular las consecuencias jurídicas de sus actos) y la pro-
porcionalidad (la diferencia de trato ha de ser coherente con la disparidad
de circunstancias), insertadas en la idea misma de justicia,1 acaban dando
pie a esa definición puramente formal, que arranca de Aristóteles, según
la cual la esencia de la idea manejada es el deber de dar a cada uno lo que
es suyo, aquello que merece por sus méritos, defectos, actos virtuosos o
actos reprobables, por su sola conducta o incluso por su personalidad. De-
finición formal que no empece para considerar el éxito que en el tiempo
ha presentado la formulación del estagirita. Materialmente, sin embargo,
la justicia se enfrenta a un problema mucho mayor, no tanto a la hora
de calificar los elementos que deben integrar ese cúmulo de valores (qué
valores), sino, sobre todo, a la hora de hallar un método de investigación
que permita con certeza encontrar la verdad, llegar a ella, poseerla (cómo
alcanzar el conocimiento de esos valores). La justicia es, como nos recor-
daba Ángel Latorre, muchas veces un proyecto, más que una realidad, un
camino dibujado más que una carretera ya ejecutada. No un ente metafí-
sico cuya esencia debe ser desentrañada filosóficamente, sino un conjunto
de ideas dinámicas, en pugna, que luchan por imponerse en el seno de una
sociedad concreta, que luchan finalmente por hacerse.2 Al servicio de esa
justicia operativa o axiomática, se pone el derecho, como lenguaje y técni-
ca del poder, pero no es éste un mero instrumento, un simple mecanismo
de resolución de conflictos, sino camino que conduce a la encarnación de
aquellos valores ideados que deben plasmarse y realizarse dentro de la
sociedad concreta. No es un recipiente colmado, sino vacío y es precisa-
mente con el empleo de los valores existentes en esa comunidad como se
procede a llenar el universo jurídico. Por ese motivo, el derecho es parte
integrante de la cultura, cuando no la cultura misma, su expresión más
depurada, elemento inescindible de aquélla, inseparable, nervio central de

1 Como aproximación al marco histórico y teórico, véase VV. AA., “La justicia en
el derecho privado y en el derecho público”, Anuario de la Facultad de Derecho de la
Universidad Autónoma de Madrid, núm. 2, 1998.
2 Cfr. Latorre, A., Justicia y derecho, Barcelona, Salvat, 1974, pp. 30-33.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 465

la convivencia humana. Rob Riemen señala en una reciente introducción


al trabajo de uno de los más grandes historiadores de la cultura de la ac-
tualidad, George Steiner, que la cultura (europea) se acaba sintetizando
y resumiendo en las grandes ideas humanas, en esos grandes valores que
forjan la civilización en la que vivimos. Así se busca o se pretende buscar
la “aristocracia” del talento, la nobleza del espíritu, la de todos aquellos
saberes que existen por y para ennoblecer el alma del ser humano, para
que la misma humanidad descubra la forma más elevada de dignidad, se
conozca a sí misma y pueda caminar hacia una perfección que cada día
parece más lejana. Aquel conjunto de saberes, artes y técnicas que con-
forman un legado cultural del que debemos valernos para cultivar el alma
y ser algo más de lo que somos también: simples animales bípedos. Una
educación, concluye Riemen citando al propio Steiner, que “conduce a la
dignitas que hay en el ser humano, a su regreso a su mejor yo”.3 Ahí nace
el Humanismo y, con él, la recuperación de la cultura como un instrumento
por medio del cual encumbrar al hombre. Concebida la cultura como la
realización, expresión y descubrimiento de esa dignidad humana a través
del catálogo de respuestas que el hombre se da frente a las interrogantes
que le plantea su existencia (física y espiritual), aquélla implica siempre
un proceso de perfeccionamiento constante en el desarrollo humano. Por
ende, hablamos de una realidad histórica. Es un logro que va avanzando
poco a poco a lo largo del tiempo en un proceso inacabado e inacabable,
que debe siempre conducir a alcanzar las más amplias cotas de superación
en la vía que caminamos de cara a esa dignidad recuperada. Ahora bien,
el derecho no se puede mantener al margen. Como parte de todo ese en-
tramado cultural, el derecho se configura así como un diálogo colectivo y
constante, sostenido por un consenso social impreciso, cambiante, como

3 Cfr. Riemen, R., “La cultura como invitación”, en Steiner, G., La idea de Europa,
Madrid, Siruela, 2005, pp. 24 y 25. Para concluir brillantemente que “la cultura no es
más que una invitación, una invitación a cultivar la nobleza del espíritu. La cultura habla
en voz baja: Du sollst dein Leben ändern. La sabiduría que ofrece se revela no solamen-
te en palabras, sino también en hechos. Ser culto requiere mucho más que erudición y
elocuencia. Más que ninguna otra cosa, significa cortesía y respeto. La cultura, como
el amor, no posee la capacidad de exigir. No ofrece garantías. Y, sin embargo, la única
oportunidad para conquistar y proteger nuestra dignidad humana nos la ofrece la cultura,
la educación liberal. Los artistas y los intelectuales no deben ser monarcas, no deben ni
siquiera esforzarse en ser rey ni parte de una élite de poder. Pero una sociedad que ignore
el ennoblecimiento del espíritu, una sociedad que no cultive las grandes ideas humanas,
acabará, una vez más, en la violencia y en la autodestrucción”.
466 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

arte o como práctica que, más que la justicia o con ocasión y pretexto de
la misma, pretende asegurar una convivencia razonable, una cierta paz so-
cial, a través del intercambio y de la cesión recíprocos de razones, dotados
de una cierta capacidad de persuasión de los otros y ante los otros. En este
sentido, el derecho es elemento de la cultura. El derecho es trasunto de la
idea de justicia que es defendida por una determinada comunidad política.
De lo que se sigue, que ese concepto de justicia forma parte asimismo del
universo cultural en el que se halla inserto el sujeto. La historicidad del de-
recho no es más que el cambio o la dinámica resultante de las variaciones
que experimenta la idea de justicia a lo largo de su peregrinar de siglos.
Una visión errónea del derecho perjudicial y socialmente equivocada es la
que configura el mismo como una simple suma de textos y éstos como ins-
trumento maleable al servicio de intereses particulares, aunque se disfrace
con una pretendida capa legal. El derecho no consiste solamente en normas
y no es solamente instrumento del poder político. Son normas que refle-
jan unos axiomas previos y es empleado asimismo por un poder que ha
de plegarse en muchas ocasiones a tales axiomas de modo ineludible. El
derecho cambia la sociedad o trata de cambiarla en ocasiones, pero no es
menos cierto que en otros casos actúa como un rígido corsé que solidifica,
consolida y estatiza una realidad social dada e impide su alteración. Este
doble juego es consustancial al fenómeno jurídico y permite observar esa
dialéctica del cambio y de la mutación.
Una de las bases del derecho son ciertamente las normas, mas para
penetrar en el sentido de éstas hay que salir de los textos y entrar en la
sociedad. Las leyes son como los alimentos y las medicinas, que sólo al-
canzan valor cuando han entrado en el cuerpo. Y ese cuerpo es más com-
plejo. No es simple receptáculo de normas, sino que a su lado emergen
los jueces, los tribunales, la administración, los oficiales públicos, los
propios juristas, todo un cúmulo de sujetos actuantes que contribuyen,
dentro de sus respectivas posibilidades, a construir ese universo jurídico.
El derecho se hace al razonar, al pensarse, al reflexionar empleando el
texto como punto de partida, nunca como punto de llegada. Lo propio y
específico de éste es exigir y ofrecer razones capaces de justificar con-
ductas. La búsqueda de su esencia, de su integridad exige el conocimien-
to del mundo global en el que se inserta. Esta búsqueda tiene como objeto
establecer una correcta delimitación de los caracteres que presenta la ma-
teria que se va a conocer y a estudiar. Se habla de objetos “egológicos”,
conformados por la propia conducta del ser humano de la que puede
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 467

predicarse un determinado sentido, tal como su bondad o su malicia, su


carácter justo o injusto, etcétera. El derecho es precisamente un elemento
egológico, pues se ocupa de la conducta humana, no aisladamente, sino
en sus concretas relaciones con los demás.4
En ese camino hacia la obtención de mayores cotas de dignidad y de
progreso, hacia la consecución de una mayor utilidad y felicidad, de ma-
yor justicia en suma, el derecho aparece como el instrumento clave. El
progreso de la cultura supone además el progreso jurídico, pues el hom-
bre siempre tiende hacia un perfeccionamiento y una mejora de la vida y
de sus condiciones. Uno de nuestros más célebres filósofos del derecho,
Luis Recaséns Siches, situaba, con toda propiedad, el derecho dentro del
mundo de las realizaciones humanas, de la cultura en un sentido am-
plio y totalizador, a la que concibe desde un punto de vista sociológico,
como aquello que los miembros de una determinada sociedad aprenden
de sus antecesores y contemporáneos, y lo que ellos mismos añaden a
ese legado, así como las modificaciones operadas en aquella plétora de
ideas y creencias. Cultura es herencia social. Es la línea invisible que nos
comunica con los ancestros. No es idea novedosa. Desde Vico hasta Co-
llingwood, pasando por Ortega y Zuviri, se ha insistido hasta la saciedad
en esta dimensión. Como elemento perteneciente al universo cultural,
el derecho posee un sustrato real, corpóreo, si bien su ser esencial se
pone de manifiesto precisamente en la posesión de un sentido, de una
finalidad, de un significado o de un propósito. Tales objetos culturales no
constituyen vida auténtica, real, palpable, sino que conforman una serie
de huellas, de rastros o de resultados de vidas humanas. Es vida humana
objetivada, al mismo tiempo que vida humana revivida o re-actualizada.
El derecho, como los productos de otras actividades creativas humanas,
tiene una base fáctica o material, pero lo que lo caracteriza es su peculiar
sentido o significación, el constituir la expresión de unas intencionalida-
des humanas. De lo tangible se pasa a lo intangible.5 Los hallazgos y las
creaciones culturales se acumulan a la masa de invenciones cuyo depo-
sitario es el propio grupo social, la propia colectividad. Pero la cultura
goza de independencia respecto de cada uno de los miembros de la co-
4 Véase Cossío, C., La teoría egológica del derecho y el concepto jurídico de la
libertad, Buenos Aires, Losada, 1944, pp. 28 y ss.
5 Cfr. Recaséns Siches, L., Tratado general de filosofía del derecho, 16a. ed., Méxi-
co, Porrúa, 2002, pp. 97-116 e Introducción al estudio del derecho, 14a. ed., México,
Porrúa, 2003, pp. 25-28.
468 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

munidad que participan de ella: es una realidad que existe fuera de cada
hombre concreto, una realidad que éste halla al nacer y que le sobrevive
cuando muere. La cultura sobrevuela la existencia humana, se pega a la
misma, pero siempre con un ánimo de provisionalidad. El derecho forma
parte de ese acervo cultural de un pueblo, de un país, de una nación o de
un Estado, como la objetivización de la vida humana que queda en la so-
ciedad a disposición de los seres humanos, con la finalidad intrínseca de
enriquecerse, transformarse y transmitirse, tal y como sucede con el resto
de los elementos que componen esa herencia. Como los individuos, todo
conglomerado cultural está sujeto a la acción de ciertos procesos natura-
les. Nacen, se desarrollan, llegan a la madurez, envejecen y, finalmente,
mueren. Los hombres tienen el poder de construir una cultura conforme a
sus ideales y de prolongar su existencia y duración, por medio de un uso
racional de sus facultades de cooperación. La vida de la cultura puede
ser conservada, pero nunca eternamente. La institución del derecho está
profundamente afectada por el destino de la cultura en general. Sigue las
curvas ascendentes y descendentes de su desarrollo. El derecho se integra
con los mismos y se enmarca en el proceso diferenciador de los varios
sectores de la civilización. Se independiza totalmente de muchos de ellos,
mientras que con otros sigue manteniendo unas relaciones estrechas (la
moral, la religión, ciertos usos sociales, etcétera). De la misma manera
que la cultura, el derecho existe antes que nada por causa del hombre y
para el servicio del hombre. En su desarrollo progresivo, el derecho im-
plica un avance que va acompañado de la consecución de cotas más altas
de libertad política. Se presenta como producto de la evolución cultural y
participa de la fluctuación general que experimentan todas las creaciones
humanas. Los factores que operan en el moldeamiento de las civilizacio-
nes afectan generalmente al derecho porque éste es, lo reiteramos y lo
compartimos, producto histórico.
El derecho se presenta como un elemento integrante y civilizador de
la cultura, de naturaleza indispensable para que aquélla sea completa.
Arma poderosa y bifronte que se mueve entre la simple coerción social,
la coacción en su estado más puro, y la pacífica y normada resolución de
los conflictos, en una balanza que se inclinará por una o por otra solución
a lo largo del tiempo. Hasta la más rudimentaria y primitiva civilización,
no es concebible sin la presencia ordenadora, correctora o reparadora del
derecho, conjunto de normas y de sus interpretaciones, recreaciones y
ensoñaciones, configurado a lo largo del tiempo que permite fijar cuáles
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 469

son las conductas permitidas y cuáles las prohibidas, que delimita el ám-
bito de obligaciones y facultades de los miembros de la colectividad, al
mismo tiempo que señala los cauces existentes para la resolución de los
conflictos que inevitablemente han de surgir en el seno de cada sociedad.
Que busca, en suma, la justicia como prevención o como reparación. Ese
derecho, parte integrante de la cultura de cada grupo humano, indispen-
sable para él, se encuentra imbricado con el resto de las manifestaciones
culturales de la misma sociedad. El derecho de un pueblo responde siem-
pre al modo de ser del mismo pueblo, a sus exigencias concretas, a sus
necesidades, circunstancias y demandas puntuales. Nace, se desarrolla y
muere a la par que nace, se desarrolla y muere el grupo social al que sir-
ve. Es parte integrante de la cultura de un pueblo, pero es también parte
determinante de la misma.6
Es cultura, lo cual parece evidente y lógico, en cuanto expresión de
un sentir y de una cierta capacidad intelectual de respuesta, pero es una
modalidad particular de cultura, una subespecie, que viene configura-
da precisamente por el empleo de unos rudimentos científicos propios.
Johannes-Michael Scholz propuso en su día reorientar el conocimiento
histórico del derecho hacia una dimensión sociopolítica de los procesos
culturales, en donde se tenga en consideración la atención a las diversas
técnicas que han sido empleadas para la modernización del derecho, usa-
das por los juristas y adscritas a la ciencia jurídica moderna, a la visión
del campo jurídico como un campo de fuerzas doblemente determinado
(en lo exterior y en lo interior), dado que lo jurídico es un microcosmos
social y depende del reconocimiento otorgado por sus rivales dentro del
grupo, y, finalmente, el estudio de las fuerzas de dominación, en una
simbiosis acertada que permite compatibilizar las relaciones dimanantes
de los procesos jurídicos y de los procesos culturales.7 En este sentido, el
elemento cultural derecho se singulariza por la existencia de un conglo-
merado intelectual a su servicio: un aparato conceptual, una técnica y una
lógica propias, una sistemática u ordenación y, sobre todo, un lenguaje,

6 Cfr. Clavero, B., Institución histórica del derecho, Madrid, Marcial Pons, 1992,
p. 15: “El derecho comienza por ser cultura, cultura meramente social y otras que pueden
sumarse, la cultura política y la cultura docta, cultura de la ley y cultura de la ciencia, cul-
turas más o menos encontradas, pero que habrán de estar en relación para que el sistema
funcione”.
7 Véase Scholz, J. M., “La historia del derecho como sociología histórica de la cultu-
ra”, AHDE, vol. LVIII, 1988, pp. 499-507.
470 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

en tanto el derecho es siempre texto organizativo y regulativo, lenguaje


escrito o susceptible de escribirse.8 Interesa, pues, saber de dónde arranca
ese lenguaje, cómo es, por qué se manifiesta externamente con tales o
cuales caracteres. Desentrañar el sentido del mismo servirá para la com-
prensión del derecho y, por su medio, de la cultura.

II

E asi se prueba que no es una cosa amistad e


amor, porque amor puede venir de una par-
te tan solamente, mas la amistad conviene
en todas guisas que venga de ambos a dos.
Partida 4, 27, 1

Integrados en una misma línea de pensamiento el derecho y la cultura,


aquél como parte integrante de aquélla, avancemos sobre el propósito
de nuestro trabajo, un propósito que nos llevará desde la literatura lírica
hasta las instituciones feudales, pasando por el lenguaje jurídico como
cemento que aglutina campos, a primera vista tan separados y tan aleja-
dos como los que separan el lenguaje del amor y el lenguaje de la coac-
ción. O más bien al revés. El segundo conduce al primero. En este caso,
la literatura no es el simple reflejo del derecho, sino que el derecho es el
que suministra el vocablo preciso para ilustrar otras realidades no jurí-
dicas inicialmente, pero sí en cuanto a sus resultados finales. El derecho
es cultura y ésta no se puede explicar e integrar sin aquel componente.
La unión férrea entre el continente general y sus variados contenidos
conduce irremisiblemente a la existencia de relaciones entre todos éstos,
es decir, que las diferentes manifestaciones culturales del ser humano no
pueden ser concebidas o estudiadas de una forma aislada, como compar-
timentos estancos, sino como vasos comunicantes, en perpetua interde-
pendencia. Si el derecho es, sobre todo, norma ya escrita o susceptible
de ser escrita, es a partir de la norma desde donde se debe comenzar a
construir lo jurídico, con su lenguaje, método, terminología y aparato
conceptual propio. Pero no es el único camino, no es el único reflejo. El
derecho se proyecta en la práctica totalidad de los ámbitos de la sociedad
8 Véase Robles, G., El derecho como texto (cuatro estudios de teoría comunicacional
del derecho), Madrid, Civitas, 1998, pp. 15 y ss.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 471

hasta el punto de poder afirmar que no hay reducto que quede al margen
de lo jurídico, que esté separado de lo jurídico, exento de lo jurídico. El
derecho lo cubre todo y lo inunda todo por cuanto el hombre impregna
todas sus actividades con las dos notas esenciales que lo definen: sociabi-
lidad e historicidad. En consecuencia, el derecho todo lo permea, incluso
los sentimientos más íntimos, porque también tiene cabida lo no racional
en su seno.9 Esta omnipresencia, que es resultado de una omnipotencia,
se traduce en la existencia de varias fuentes, no exclusivamente jurídicas
por medio de las cuales llegar a conocer la esencia del mundo jurídico,
la experiencia de ese derecho en formación, consolidado y finalmente
aplicado, rechazado, traicionado o excusado, la vida toda de la realidad
jurídica desde el instante mismo de su concepción hasta su éxito o fraca-
so final, cual es su aplicación, momento que persigue cualquier precepto
en su normal desarrollo vital. La literatura es, se nos antoja, uno de los
elementos más decisivos de cara a la interpretación final de una deter-
minada experiencia jurídica, una realidad del derecho vivido, sufrido o
combatido. Esa literatura clásica que ha superado el paso del tiempo, que
ha devenido esencial, que se ha convertido en receptáculo de sabiduría.10
Una literatura que comprenda los tres grandes rasgos que Harold Bloom
considera necesarios para su inserción en el templo de lo clásico, lo per-
durable, lo inmortal: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría. 11
Porque la literatura es, en cierta forma, arqueología de nuestras propias
vidas.12

9 Véase Grossi, P., “La fantasia nel Diritto”, Quaderni Fiorentini per la Storia del
Pensiero Giuridico Moderno, núm. 15, 1986, pp. 589-592.
10 Se trata de una línea de investigación que venimos siguiendo en los últimos años. A
modo de estado de la cuestión y con la bibliografía allí citada, nos remitimos a mis traba-
jos: “La crítica al sistema jurídico del derecho común en el Cancionero de Juan Alfonso
de Baena. Siglo XV”, Prologus Baenensis, núm. 2, 2003. Revista Digital del Centro de
Documentación Juan Alfonso de Baena. M. I. Ayuntamiento de Baena. Disponible en:
http://www.juanalfonsodebaena.org; “Derecho y literatura: Rabelais o la formulación
literaria de un nuevo camino jurídico”, Quaderni Fiorentini per la Storia del Pensiero
Giuridico Moderno, núm. 32, 2003, pp. 703-729; “Derecho común y literatura: dos ejem-
plos de los siglos XVI y XVII”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, vol. XVII,
2005, pp. 113-210, y “El derecho común en la obra de Lope de Vega: unos breves apun-
tamientos”, Opinión Jurídica. Publicación de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Medellín, vol. 4, núm. 8, 2005, pp. 131-141, entre otros.
11 Cfr. Bloom, H., ¿Dónde está la sabiduría?, Madrid, Santillana, 2005, p. 13.
12 Cfr. Magris, C., El Danubio, 6a. ed., Barcelona, Anagrama, 2004, p. 234.
472 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Precisamente, ésta es la línea de investigación que pretendemos seguir


a través del estudio no tanto del “amor cortés”, con Lanzarote, Ginebra,
Tristán e Isolda como modelos arquetípicos,13 que nos servirá de todas for-
mas como telón de fondo, sino de aquel empleo por parte de trovadores,
juglares y poetas rasos del lenguaje feudal y de sus implicaciones como
modelo lingüístico, por medio del cual se encauzaban sus sentimientos
y se expresaba finalmente el dicho amor cortesano. Esto es, para de-
cirlo en pocas palabras, el examen de un tránsito, de cómo el lenguaje
feudal pasa a ser lenguaje amoroso (que no erótico), fase previa del
amor consumado, y el señor, el vasallo, el feudo, el servicio, el “bien

13 La expresión “amor cortés” es acuñada por G. Paris, “Études sur les romans de la
Table Ronde. Lancelot du Lac. II: Le Conte de la Charrette”, Romania, núm. 12, 1883,
pp. 459-534. El término es aceptado por la mayoría de los autores, entendiéndose que
forma un concepto medieval perfectamente válido, como expone Ferrante, J. M., “Cor-
tes’ Amor in Medieval Texts”, Speculum. A Journal of Medieval Studies, vol. 55, núm.
4, octubre de 1980, pp. 686-695, y Reiss, E., “Fin’ Amors: its History and Meaning in
Medieval Literatur”, Medieval and Renaissance Studies, núm. 8, 1979, pp. 74-99. Sobre
este modelo de amor medieval, véase Wechssler, E., Das Kulturproblem des Minnesangs,
Halle, Niemeyer, 1909; Frappier, J., “Vues sur les conceptions courtoises dans les litté-
ratures d’oc et d’oil au XII siècle”, Cahiers de Civilisation Médiévale, vol. II, 1959, pp.
135-156; Dronke, P., Medieval Latin and the Rise of European Love-Lyric, 2a. ed., Oxford,
Clarendon Press, 1968, t. I, pp. 1 y ss.; Lewis, C. S., La alegoría del amor. Estudio de la
tradición medieval, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1969, pp. 1-36;
Imbs, P., “De la fin’amor”, Cahiers de Civilisation Médiévale, vol. XII, 1969, pp. 265-285;
Green, O. H., España y la tradición occidental. El espíritu castellano en la literatura desde
el Cid hasta Calderón, Madrid, Biblioteca Románica Hispánica, 1969, t. I, pp. 94 y ss.;
Newman, F. X. (ed.), The Meaning of Courtly Love. Papers of the first annual Conference
of the Center for Medieval and Early Renaissance Studies. State University of New York
at Binghamton, Albany, State University of New York Press, 1968, con bibliografía deta-
llada en pp. 97-102; Marchello-Nizia, Ch., “Amour courtois, société masculine et figures
du pouvoir”, Annales. Économies. Sociétés. Civilisations, vol. 36, núm. 6, noviembre-
diciembre de 1981, pp. 969-982; Bornstein, D., voz “Courtly Love”, Dictionary of the
Middle Ages, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1983, t. III, pp. 667-674; Duby, G.,
“A propósito del llamado amor cortés”, El amor en la Edad Media y otros ensayos,
Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp. 66-73; y “El modelo cortés”, en Duby, G. y Perrot,
M. (dirs.), Historia de las mujeres en Occidente, t. 2: La Edad Media, Klapisch-Zuber,
Ch. (dir.) Madrid, Taurus, 1992, pp. 300-319; y La mujer, el caballero y el cura. El ma-
trimonio en la Francia feudal, Madrid, Taurus, 1999; Bonnassie, P., Vocabulario básico
de historia medieval, 4a. ed., Barcelona, Crítica, 1994, pp. 21-26; Regnier-Bohler, D.,
voz “Amor Cortés”, en Le Goff, J. y Schmitt, J. C. (eds.), Diccionario razonado del
Occidente medieval, Madrid, 2003, pp. 23-29, y Wilson, K. M. y Margolis, N. (eds.),
Women in the Middle Ages. An Encyclopedia, Westport, Londres, 2004, con varias voces
referidas a esta temática.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 473

facer”, la fidelidad y la buena fe, los amparos, las varias protecciones y


las lealtades entrecruzadas, entre otros vocablos, pasan a formar parte
del universo de la expresión poética y de ahí a discurrir plácidamente
hacia el campo amoroso. El recorrido, por tanto, parte del derecho y su
lenguaje, comúnmente aceptado por la sociedad del momento, pasa por
el laboratorio del vate medieval, un vate que emplea los recursos métri-
cos usuales dentro de la cosmovisión de la lírica galaico-portuguesa. Este
sujeto llena esos recursos con un lenguaje elevado, alto, un dialecto ro-
mance ya formado y ya forjado, que quiere ser lengua de reino, embrión
de una identidad cultural. El poeta, sobre todo a partir del Romanticismo,
siempre ha sido considerado como un ser especialmente vinculado a la
totalidad del universo cultural, y, cómo no, a lo jurídico. No en vano no
se debe olvidar que la forma más sencilla de transmisión de los conoci-
mientos jurídicos se produce por medio de la poesía y su memorización,
y que en la Antigüedad era estrecha la conexión entre el poeta y el jurista,
como seres que eran capaces de ver más allá de la simple apariencia de
las cosas, dotados de un don cual era el dominio de la lengua con unos
registros superiores a los de la media de la población, generalmente anal-
fabeta, amén de dominar ese lenguaje en su versión oral y en su versión
escrita, lo cual no estaba al alcance de la mayoría de los individuos. Y
de ese vate medieval nace el recurso de comparar y asimilar la realidad
feudal con la realidad amorosa.14 El amor cortesano es un feudalismo del
14 Nuestro texto de referencia es Pichel Lorenzo, A., Ficción poética e vocabularo
feudal na lírica trobadoresca galego-portuguesa, La Coruña, Diputación Provincial-
Publicacioness, 1987, pp. 29 y ss. La literatura es abundante sobre el entronque feu-
dalismo-amor cortés. Véase Wechssler, “Frauendienst und Vassallität”, Zeitschrfit für
französische Sprache und Literatur, núm. 24, 1902, pp. 159-190; Pellegrini, S., “Intorno
al vassallaggio d’amore nei primi trovatori”, Cultura Neolatina. Revista di Filologia
Romanza, núms. 4-5, 1944-1945, pp. 20-36; Koehler, E., “Observations historiques et so-
ciologiques sur la poésie des troubadours”, Cahiers de Civilisation Médiévale, vol. VII,
1964, pp. 27-51; Bezzola, R. R., Les origines et la formation de la littérature courtoise
en Occident (500-1200). Déuxieme Partie. La société féodale et la transformation de la
littérature de cour, París, Champion, 1966, t. II, pp. 211 y ss.; Cropp. G. M., Le vocabu-
laire courtois des troubadours de l’époque classique, Ginebra, Librairie Droz, 1975; De
Riquer, M., Los trovadores. Historia literaria y textos, Barcelona, Planeta, 1975, t. I, pp.
77 y ss.; Dragonetti, R., La technique poétique des trouvères dans la chanson courtoise.
Contribution à l’étude de la rhétorique médiévale, reimp., Ginebra-París, Slatkine, 1979,
pp. 61 y ss.; Mattoso, J., “La difusión de la mentalidad vasallática en el lenguaje coti-
diano”, Studia Historica. Historia Medieval, vol. IV, núm. 2, 1986, pp. 171-183; y, ara el
concreto caso gallego-portugués, Beltrán, V., A cantiga de amor, Vigo, Edición Xerais,
1995, pp. 185-189.
474 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

amor, es el amor expresado en términos feudales, constituyendo aquél el


molde lingüístico en donde se volcará la pasión romántica.15 Si aquélla se
articula como relación político-personal entre un señor y un vasallo, fun-
dado en una fidelidad recíproca a ultranza, con un marcado componente
militar de protección en todos los campos, personalísima e intransferi-
ble, intuitu personae, el mismo esquema es trasladado al campo amoroso
donde la señora amada es, en realidad, el señor feudal, real o idealmente,
y el sufriente amado es el vasallo absolutamente sometido, con un pacto
que implica compromisos para la defensa recíproca, la tutela de ambos
sujetos por parte de ellos mismos en perfecto sinalagma, en el que uno, el
vasallo, da lo mejor de sí, todos sus buenos servicios, y el otro, el señor,
ha de entregar a cambio el amor que se le reclama.16 Pero en todo caso,
hay que resaltar que el carácter artificial del vínculo vasallático implica
el reconocimiento subrepticio de una verdadera realidad amorosa natural,
que sería la divina. Es decir, si la relación señor-vasallo es una relación

15 Cfr. Lewis, C. S., op. cit., nota 13, p. 11, añadiendo las cuatro notas que singulari-
zan ese amor: humildad, cortesía, adulterio y religiosidad opuesta a la religión positiva
dominante.
16 El juego de fidelidades es más complejo de lo que a primera vista puede parecer,
porque la relación “vasallático- amorosa” suele superponerse a otra relación ya trabada,
de ahí que la dominación afectiva tenga por base una dominación política previamente
constituida. Así, la señora lo será doblemente: por decisión voluntaria y por tradición his-
tórica. Por otro lado, el vasallaje no es nunca unilateral: el hecho de la aceptación de ese
vasallaje crea asimismo deberes para la señora, de modo que su condición de parte fuerte
en la relación no es tan clara como se ha pretendido ver. Su aceptación crea un vínculo
y crea una obligación de recompensar al vasallo por los servicios recibidos, recompensa
que no puede tener otra forma de satisfacerse plenamente que la entrega física a aquél:
“La dama es la esposa de un señor, y a menudo de su propio señor. En todo caso, es dueña
de la casa que él frecuenta. En virtud de las jerarquías que gobernaban entonces las re-
laciones sociales, ella estaba efectivamente por encima de él, quien enfatiza la situación
con sus gestos de vasallaje. Se arrodilla en la postura del vasallo, habla, compromete su
fe, y promete, como un hombre sometido a vínculo de vasallaje, no llevar su servicio a
ningún otro sitio. Y va más allá aún: a la manera de un siervo, hace entrega de sí mismo.
A partir de ese momento, deja de ser libre. La mujer sí lo es de aceptar o rechazar la
ofrenda. En ese instante se descubre el poder femenino. Para una mujer, para esta mujer,
el hombre está a prueba, conminado a mostrar lo que vale. Sin embargo, si, al final de
este examen, la dama acepta, si escucha, si se deja envolver por las palabras, también
ella queda prisionera, pues en esta sociedad está establecido que todo don merece un
don a cambio. Calcadas de las estipulaciones del contrato vasallático, las cuales obligan
al señor a devolver al buen vasallo todo cuanto reciba de él, las reglas del amor cortés
obligan a la elegida, como precio de un servicio leal, a entregarse finalmente por entero.
Cfr. Duby, G., “A propósito del llamado amor cortés”, op. cit., nota 13, pp. 301 y 302.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 475

artificial, dado que la relación política natural es la que se tiene y se sos-


tiene con el rey, vicario de Dios y con Éste de forma mediata, idéntica
conclusión se puede predicar en el campo amoroso: existe una primera
relación amorosa que podemos calificar como natural (la que se tiene con
Dios), es decir, originaria, necesaria, plena, y un pléyade de relaciones
sucesivas, todas las demás, incluida esta “amoroso-vasallática”, en este
“servicio de amor”, a la que nos estamos refiriendo, merecen el califica-
tivo de derivadas, contingentes, incompletas. Esto implica que no todo
amor tiene la misma jerarquía, que hay grados, lo cual es congruente con
el lenguaje jurídico medieval y con la propia noción del derecho que en
los siglos centrales del Medievo se sostiene y se defiende. El derecho no
es uniforme, idéntico en territorios y personas: es jerarquía tanto en su
creación como en su aplicación.17 Amor y justicia parecen complementa-
rios en un sistema jurídico diseñado por y para la mayor gloria de Dios,
que lo preside y convierte en un teatro natural donde su orden tiende a
realizarse, alumbrando una serie de perfiles de todos conocidos: antigüe-
dad, bondad, identificación con lo justo, manifestación y expresión de
lo ya existente antes que creación novedosa, predominio de todo aque-
llo jurídico que haya sido bautizado con el marchamo de lo inveterado:
tradición frente a razón, pasado frente a presente, Dios como orden y el
derecho, siempre justo, como expresión de ese orden.18
Ese amor cortés es amor humano, profano, pero no desconectado de
la divinidad. La inferioridad del vasallo y la superioridad de la mujer,
dama o señora, en todos los campos —cúmulo de perfecciones, virtudes

17 El amor y su relación con la justicia forman la interesante, a la par que sugeren-


te, visión que proporciona Hespanha, A. M., “La senda amorosa del derecho. Amor y
Iustitia en el discurso jurídico moderno”, en Petit, C. (ed.), Pasiones del jurista. Amor,
memoria, melancolía, imaginación, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1997,
pp. 25-56. El peso del amor, factor meta-jurídico en sus inicios que se convierte en
jurídico, en la propia configuración de un derecho, que ya no tendrá en cuenta sensibi-
lidades y sentimientos desde su formulación positiva, es glosada en dos obras indispen-
sables: Clavero, B., Antidora. Antropología católica de la economía moderna, Milán,
Giuffrè, 1991, colección Biblioteca per la Storia del Pensiero Giuridico Moderno 39 y
Hespanha, A. M., La gracia del derecho: economía de la cultura en la Edad Moderna,
Madrid, 1993. El amor marca, precisa y delimita tanto el desarrollo y ejercicio de la
propia función del poder (Estado), como de las relaciones económicas que surgen en su
seno (mercado).
18 Para una visión del derecho medieval, véase la excelente síntesis de Iglesia Ferrei-
rós, A., “El derecho del año mil”, La Península Ibérica en torno al año 1000. VII Con-
greso de Estudios Medievales, Ávila, Fundación Sánchez-Albornoz, 2001, pp. 105-130.
476 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

y cualidades, moralmente por encima del hombre, dotada de atributos


que la hacen la mejor criatura—19 procede precisamente del acto mismo
de la creación, de una decisión divina a fin de cuentas, con lo que tras-
gresión se ve reducida o eliminada. No es igual a las restantes criaturas.
Es un bien al que hay que tender. Un barniz de naturalidad (es decir, de
Dios) tiñe esa relación. Es, por tanto, también y a su manera un amor di-
vino, siquiera indirectamente. En él se halla también ese plan, ese orden.
El orden requiere derechos y requiere deberes, una alteridad que también
se da en el campo amatorio. Pero el aspecto jurídico, con ser relevante,
no lo es todo. No acaba de perfilar totalmente el canon. La literatura del
amor cortés refleja probablemente el agotamiento de unos modelos so-
ciales, de una juventud, la cortesana, que se siente aprisionada entre los
estrechos márgenes de una moral, la cristiana, que ve en el matrimonio la
única forma de dar salida a los deseos de la juventud, a pactos familiares
en los que la voluntad de los mismos jóvenes es obviada, en donde se
recorta gratuitamente su alma concupiscente, su sexualidad.20 Muestra
que el modelo del matrimonio canónico ha fracasado o no ha correspon-
dido, a la totalidad de la población, beneficiarse del éxito de esa fórmula
monogámica.21
Al margen de los modelos oficiales se produce una explosión, un deseo
intenso de goce y ello lleva a la angustia y a la tristeza. Porque el amor,
divino o humano, a fin de cuentas, implica siempre un alto nivel de de-

19 Elemento constante en el pensamiento y en la literatura, esa señora que no es una


criatura más, sino algo generado directamente por Dios o por la misma naturaleza. Véase
Lida de Malkiel, M. R., “La dama como obra maestra de Dios (esbozo de un estudio de
topología histórica y estructural)”, Romance Philology, vol. 28, núm. 3, febrero de 1975,
pp. 267-324.
20 El esquema de ese “amor cortesano”, dice G. Duby, sigue una serie de pautas, sin
poder evitar deslizamientos y corrupciones a lo largo del siglo XII: un hombre joven, es
decir, soltero y todavía en proceso de formación, asedia con intención de tomar a una
dama, mujer casada, inaccesible, inexpugnable, “una mujer rodeada, protegida por las
prohibiciones más estrictas erigidas por una sociedad de linajes cuyos cimientos eran
las herencias que se transmitían por línea masculina, y que, en consecuencia, conside-
raba el adulterio de la esposa como la peor de las subversiones, amenazando con terribles
castigos a su cómplice”. El peligro y el carácter de prueba de la relación cierran esta
breve descripción de su esencia, en Duby, G., “A propósito del llamado amor cortés”, op.
cit., nota 13, p. 67.
21 Sobre la moralidad sexual dominante y también la juridicidad de allí derivada, véa-
se Brundage, J. A., La ley, el sexo y la sociedad cristiana en la Europa medieval, México,
Fondo de Cultura Económica, 2000.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 477

pendencia en lo físico y en lo espiritual.22 Incluso un genio como Shakes-


peare comparó y fundió la relación amorosa con una relación jurídica en
uno de sus más conocidos Sonetos de amor, el número CXXXIV, donde
el vínculo de los amantes se equipara a una obligación, un deber, de don-
de emanan intereses y moras, donde surgen hipotecas y prendas, donde lo
puramente personal (el sentimiento) y lo estrictamente interpersonal (la
relación) se confunden y conmixtionan.23 Hablamos de relación jurídica,
de cargas y de facultades, que han de cumplirse o han de emplearse, dado
que el amor es un medio, no un fin en sí mismo: es el camino que va a
conducir a un ennoblecimiento del vasallo, a su misma superación. Es
una ruta hacia la perfección.
El recipiente donde se recoge ese amor feudal, de tipo cortés y que
vamos a tomar como modelo es el Cancioneiro de Ajuda, una de las obras
cumbres recopilatorias de esta lírica,24 cuyos textos están situados entre

22 Así, Ortega y Gasset, J., “Amor en Stendhal”, Estudios sobre el amor, 12a. ed.,
Madrid, Revista de Occidente, Alianza Editorial, 2002, pp. 43-45, quien lo califica como
“atención anómalamente detenida en otra persona”. El ensayo referido figura como pró-
logo a la edición española de uno de los mejores libros que teorizan precisamente sobre
ese sentimiento; me refiero a la obra de Stendhal, Del amor, Madrid, Alianza Editorial,
2003, pp. 7 y ss.
23 Un comentario al mismo, en nuestro trabajo “Derecho común y literatura: dos
ejemplos de los siglos XVI y XVII”, op. cit., nota 10, pp. 116-118.
24 Citaremos por la siguiente edición del Cancioneiro de Ajuda, Michaelis de Vas-
concelos, Carolina (ed.), 2 vols., reimp. de la ed. de Halle, Lisboa, Imprensa Nacional,
Casa da Moeda, 1990 (en adelante, Cancionero, referido al tomo I, donde se recogen las
cantigas. El tomo II es sumamente recomendable por las noticias históricas y biográficas
que proporciona sobre nuestros protagonistas, los trovadores). El Cancionero de Ajuda
está datado alrededor del año 1275 y fue concebido como tal en una corte, real o señorial,
gallega o castellana, próxima al círculo de Alfonso X. Este cancionero constituye la más
antigua compilación de esta lírica, luego completada por otros dos: el llamado Colocci-
Brancuti y el de la Biblioteca Vaticana. Acerca de la lírica galaico-portuguesa, véase
Filgueira Valverde, J., “Lírica medieval gallega y portuguesa”, en Díaz-Plaja, Guillermo
(dir.), Historia General de las Literaturas Hispánicas, vol. 1: Desde los orígenes hasta
1400, Barcelona, Vergara, 1969, pp. 545-642; Rodríguez Lapa, M., Lições de Literatura
portuguesa. Época Medieval, 7a. ed., Coimbra, Coimbra Editora, 1970; Fernández del
Riego, F., Historia da Literatura galega, 4a. ed., Vigo, Galaxia, 1978, pp. 29-57; Saraiva,
A. J. y Lopes, O., História da Literatura portuguesa, 11a. ed., Oporto, Porto Editora,
1979, pp. 35 y ss.; Braga, T., Histórica da Literatura portuguesa. Idade Média, Lisboa,
Europa-América, 1984; Antología de la poesía gallego-portuguesa, Alvar, Carlos y Bel-
trán, Vicente (selección, estudio y notas), Madrid, Alhambra, 1985, pp. 3 y ss.; Tavani,
G., “La poesia lirica galego-portoghese”, en Köhler, E. (dir.), Grundriss der romanischen
Literaturen des Mittelalters, Heidelberg, Carl Winter, 1980, vol. II, t. 1, fasc. 6; A poesía
478 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

los siglos XII y XIII (la recopilación se efectúa a finales de esta última
centuria). Es el primer gran cancionero, con predominio de las llamadas
“cantigas de amor”,25 y el que cronológicamente coincide con el apogeo
de la edad feudal, una época en la que el cúmulo de fidelidades y pactos de
antaño sigue persistiendo, sigue inexorable rigiendo la vida política, no
obstante una monarquía en construcción que trata de suplantar la estrecha
vinculación feudal por una nueva, inspirada en el derecho romano ahora
felizmente recuperado, basada en la vinculación general, uniforme e in-
contestada a un poder real ya consolidado desde el punto de vista teórico
y desde el punto de vista práctico. Se busca, se buscará ahora suplantar
el amor artificial feudal por un amor natural real, que llevará finalmente
a la identificación en la Baja Edad Media de los conceptos, inicialmente
diferenciados, de vasallo y de natural.26

lírica galego-portuguesa, Vigo, Galaxia, 1986; y Tra Galizia e Provenza. Saggi sulla
poesia medievale galego-portoghese, Roma, Carocci Editori, 2002; Pena, X. R., Litera-
tura galega medieval. I. A Historia, Barcelona, Sotelo Blanco, 1986; Tarrío Varela, A.,
Literatura galega. Aportacións a unha Historia crítica, Vigo, Edición Xerais, 1994, pp.
17 y ss.; Dronke, P., La lírica en la Edad Media, Barcelona, Ariel, 1995, pp. 137 y ss.;
Marcos, A. y Serra, P., Historia de la literatura portuguesa, Salamanca, Luso-Española
de Editores, 1999, pp. 12 y ss.; Machado, A. M., “La poesía trovadoresca gallego-portu-
guesa”, en Gavilanes, J. L. y Apolinário, A. (eds.), Historia de la literatura portuguesa,
Madrid, Cátedra, 2000, pp. 47-83; VV. AA., História da Literatura portuguesa, Lisboa,
Alfa, 2001, t. I, pp. 101-161, y Rodríguez Alonso, M., Historia de la literatura gallega,
Madrid, Acento, 2002, pp. 16-30.
25 Véase bibliografía citada supra. El material lírico se presenta usualmente bajo tres
formas: la cantiga de amigo (confesión que hace la dama a un “amigo” confidente, cuyo
motivo suele ser la ausencia de su amado, embarcado en acciones militares o de servi-
cio al rey), la de amor (el poeta es ahora el enamorado que habla en primera persona y
presenta a la amada como auténtica señora), y la de “escarnio e maldizer”, forma ésta de
tipo satírico y mordaz, una sátira que, como narra D. Schwanitz, servía para representar
a rufianes, monstruos, criminales y canallas, situaciones infernales y ridículas, con un
estilo grotesco y sucio: “Desde el punto de vista del género, la sátira estaba relacionada
con la épica, es decir, no era realista, y subrayaba lo aberrante, lo abyecto, lo vulgar y lo
feo, y por lo tanto también la falta de dignidad del cuerpo, las excreciones, la suciedad, la
sexualidad y todo aquello que la vergüenza tenía a bien ocultar. Expresaba las transgre-
siones del orden moral de la sociedad mediante la descomposición de las formas bellas.
Por eso se convirtió en el estilo dominante de la literatura moderna del siglo XX que
subraya la alienación, el aislamiento y el dolor del cuerpo torturado. Esto es lo que vuelve
a la literatura moderna tan deprimente”. Cfr. Schwanitz, D., La cultura. Todo lo que hay
que saber. La literatura europea, Madrid, Taurus, 2005, p. 9. Nos interesa esencialmente
la de amor, para la cual es clave el trabajo de Beltrán, V., A cantiga de amor, cit. supra.
26 La vinculación del individuo a la tierra podría determinarse por el lugar de naci-
miento y por la sangre, conjuntamente. Se era “natural” de una tierra por vía parental, es
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 479

El amor cortés, el amor de cancionero, el fine amour que dirán los pri-
meros poetas provenzales, pugna por encauzar la relación sensible a tra-
vés de un dispositivo ético que permita la reflexión acerca de la propia
esencia del amor y de sus profundas razones. Es un amor que trata de ser
racionalizado y, por ende, regularizado. No es amor en bruto, sino amor
depurado, canalizado por medio de todo el ritual de signos y de símbolos
que el feudalismo impone como forma usual de concertar cualquier tipo
de relación: el beso, la genuflexión, el colocar las manos del vasallo entre
las del señor, todo evoca el mundo feudal y reconduce a las reglas por las
que aquél se regía inexorablemente. Es un amor idéntico al feudal. Ahora
la mujer no es simplemente la encargada de la reproducción: es un ser
merecedor de respeto, de admiración e incluso de adoración. El amor cor-
tesano implica asimismo un proceso de dominación para el propio caba-
llero del momento, en el sentido de que debe seguir todo un cúmulo de
pautas y cánones de conducta, generándose un intervalo entre el naci-
miento de su propio deseo y la satisfacción final del mismo. Es un manan-
tial de sentimientos, una explosión afectiva la que se origina en Provenza,27
y se dirige mediante la palabra y los sentidos. Es en la “cantiga de amor”
donde la influencia occitana se observa con mayor claridad, aunque con
matices que conviene resaltar: el modelo peninsular presenta un tono y

decir, por ser hijo de padres naturales que hubiera nacido en ella, mientras que el mero
nacimiento en la tierra, sin el requisito de la sangre, no permitía sin más la adquisición
de la naturaleza. Ésta aparecía como algo consustancial al sujeto del que se tratase. En
todo caso, era vínculo diferente del vasallaje, dado que éste procedía del derecho que el
rey poseía sobre la tierra y sobre los que en ella vivían. La relación era aquí directa y
personal con el monarca. Sin embargo, desde la Baja Edad Media, vasallo y natural serán
ya términos sinónimos e intercambiables. Cfr. Sánchez-Arcilla Bernal, J., Materiales
didácticos para el estudio de las instituciones político-administrativas. Siglos XV-XIX,
Madrid, Editorial Dykinson, 2004, t. I, pp. 92 y 93.
27 La Provenza es el lugar donde explosiona el amor cortesano, pero al norte del Loira
existía ya toda una tradición que preparaba o abonaba un terreno de cara a la recepción de
los temas trovadorescos. A finales del siglo XII, aparecerán las grandes cortes principes-
cas en Normadía, Turena, Champagne y Flandes, desde donde se desplegó y fortaleció
el modelo literario para finalmente expandirse por todas partes, en su expresión francesa
o en su expresión provenzal. Cfr. Duby, G., “A propósito del llamado amor cortés”, cit.,
nota 13, p. 304. Por su parte, Bonnasie destaca el hecho de que en esa región y en los
condados catalanes, la persistencia de la legislación visigoda, mucho más favorable a
la mujer y a su personalidad jurídica que el derecho consuetudinario franco, permitió
aquélla conservar una cierta independencia material y su personalidad jurídica. Cfr. Bon-
nassie, P., op. cit., nota 14, p. 22. Sobre los orígenes de la lírica y las diferentes teorías
expuestas, véase Rodríguez Lapa, M., op. cit., nota 24, pp. 29 y ss.
480 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

una forma más aristocráticos que su precedente provenzal, más simples y


menos complicados, pero pleno de emoción y de sinceridad,28 al mismo
tiempo, y esto es importante resaltarlo, que se observa una cierta relaja-
ción y simplificación en el empleo del lenguaje feudal y de los grados del
vasallaje amoroso.29 Pero el amor de cancionero se mueve todavía en los
parámetros de una relación vasallática en sentido estricto, como se verá,
una relación artificial a la que se accede voluntariamente por decisión
propia, personal e indelegable, lo cual debe tener otra lectura precisa: es
amor volitivo y libre, es amor decidido por uno mismo, es algo que se
desea y cuyas consecuencias son asumidas por ese vasallo. No es el amor
impuesto (que finalmente se quiere y se acepta) a Dios, al rey o al prínci-
pe, a la tierra o al linaje. Es un amor opcional, decidido por los sujetos
implicados. Es ese “servicio de amor” al que se compromete el vasallo la
clave de bóveda del edificio institucional pergeñado. Sorprende además
hallar ahora la exaltación amorosa como base de todas las relaciones, lo
cual obedece a un cambio esencial en las posiciones vitales que se habían
manifestado en tiempos anteriores. Acostumbrados a una Edad Media
sombría, violenta y vengativa, plena de fuerzas casi incontroladas, a las
que ni siquiera el cristianismo podía domeñar, no deja de llamar la aten-
ción el surgimiento de un “amor cortés” que todo lo va a teñir con sus
perfiles, dado que la guerra ya no lo era todo.30 El feudalismo es acaso la
manifestación política de ese amor, la traslación al campo jurídico de esa

28 Véase bibliografía citada supra. La cantiga de amor gallego-portuguesa no llega


a alcanzar el grado de artificiosidad de su hermana francesa (la cansó), ni tampoco su
belleza. En ésta, se detecta la presencia de una auténtica corte con su sociedad detrás,
mientras que en el caso galaico lo único que se destaca es un juego de abstracciones
dedicado a una dama fuertemente idealizada, objeto y destino de sentimientos tópicos,
fijados, convencionales. La incorporeidad de la dama gallega implica la inexistencia de
un localismo espacial y temporal. Finalmente, el motivo esencial del cancionero de amor
gallego-portugués no es el goce del amor, sino el sufrimiento que por él viene causado.
29 Cfr. Akehurst, F. R. P., “Les étapes de l’amour chez Bernard de Ventadour”, Ca-
hiers de Civilisation Médiévale, vol. XVI, 1973, pp. 133-147; Cropp, G. M., op. cit., nota
14, pp. 49 y ss.; y Antología de la poesía gallego-portuguesa, cit., nota 24, p. 30. Los
grados del vasallaje, que no llegamos a encontrar en el Cancionero de Ajuda, son los de
aspirante (fenhedor) dedicado a aspirar y a suspirar, adorando a la dama en silencio; el
precador o pretendiente es el que ya se ha hecho escuchar; el enamorado o entendedor,
puede ser admitido dentro del círculo íntimo, sin carnalidad y dominando su deseo; y,
finalmente, el amante (drut, en la terminología provenzal), culminación de este ascenso
que supone por parte de la dama y señora la aceptación del vasallaje y del homenaje, y la
investidura por medio de la entrega de un anillo u otro símbolo parecido.
30 Véase Bloch, M., La sociedad feudal, Madrid, Akal, 1986, pp. 313 y ss.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 481

relación de intensa y agónica dependencia entre los sujetos implicados, de


un amor viril y masculino, que se presenta como pugna, lucha, torneo,
juego de hombres con una dama como destino. Eso es también el amor
cortés: amalgama de sentimientos y de sentidos, de influencias y de cami-
nos que proceden de campos tan diversos y dispersos como la literatura
erótica latina, el amor platónico, el culto a la Virgen María, el propio feu-
dalismo, o los ejemplos que suministran desviaciones intelectuales como
las pretendidas influencias cátaras o las musulmanas.31 Un sentimiento
moderno invade Europa, por cuanto es sentimiento general que demuestra
que no todo es bélico, sino que hay tiempo y espacio para la sensibilidad
y para la ternura, sentimientos que no tienen por qué aparecer necesaria-
mente como divinos, ni seguir los cauces jurídicos trazados por Dios y por
los hombres. Acaso como reflejo de Dios —o precisamente, por eso mis-
mo—, a los hombres les ha sido dado ese instrumento para poblar la tierra
y cumplir con los cometidos éticos que el plan divino ha impuesto. La
amistad entre caballeros, entre hombres solos (pues solamente aquella so-
ciedad viril y guerrera parecía tener ojos para vínculos de tal cariz emi-
nentemente masculinos) da paso a relaciones entre diferentes sexos, con
una finalidad no solamente reproductiva, una amistad que deviene amor,
adornada con una serie de adjetivos: delicado, galante, cortés, atento, fino
y sutil, pleno de gracia y de distinción, una amor limpio, correcto, no vio-
lento, muchas veces asexuado pero las más orientado al goce erótico, sen-
sual y físico (pasión innata que se consumaba con la simple percepción de
lo hermoso), que demostraba que podía existir esa unión de dos criaturas
al margen del matrimonio canónico (extramarital), ese amor profano y
sacrílego por exceso en parte, pero con los caracteres de un amor feudal,
a fin de cuentas, porque halla en el feudalismo el espejo literario en el cual
reflejarse, porque las actuaciones de las partes seguirán miméticamente
el diseño de aquel contrato feudal: de ahí el predominio de la fidelidad en el
seno de una relación monogámica, que lleva a la constancia y a la conser-
vación del propio negocio jurídico.32 Pero hay más. La literatura aparece

31 Cfr. Rodríguez Lapa, M., op. cit., nota 24, pp. 19-25.
32 Frente a esta vinculación al mundo feudal, Jacques Le Goff se cuestionaba hasta
qué punto la poesía y la civilización musulmanas o los lazos con el catarismo había
coadyuvado a la génesis del amor cortés, y añadía asimismo: “Mientras que muchos
insisten sobre el carácter feudal de esta concepción del amor, inspirado en apariencia por
las relaciones entre el señor y el vasallo (el señor es en este caso la dama, en un desquite
del bello sexo), otros, a los que yo sigo con mayor gusto, ven en él una rebeldía contra
la moral sexual de ese mismo mundo feudal. Que el amor cortés ha sido antimatrimonial
482 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

como espejo de la realidad y el diseño de ese amor cortés muestra más


cosas. Por un lado, puede jugar un papel moral, enseñando a la juventud
los riesgos, sufrimientos, dolores y padecimientos de ese amor fuera
de los cauces canónicos. Es modelo literario de conducta para la educa-
ción perfecta de los jóvenes. Pero también sirve al propio poder cortesano,
porque observa en su desarrollo todo un proceso de realización de los
valores caballerescos, de construcción de toda una distinción social sobre
la base de algo tan elemental y humano como el amor, y, al mismo tiempo,
permite una educación en la mesura, en el orden, en el auto-control, pre-
sentando el largo conflicto amatorio como un proceso en el que finalmen-
te hay un juez que decide de modo inapelable.33 También es aceptación del
destino, de esa decisión de la señora que podía conducir al éxito o al fra-
caso. Es descripción de conductas con la finalidad de moralizar a los
oyentes o a los lectores. Nunca deja indiferente porque esa dualidad es
intrínseca: la relación cantada es modelo de fidelidad, pero también mode-
lo de infelicidad, y sobre estos dos pilares juega la literatura: educar, pre-
venir, auto-dominarse, parecen ser la finalidades que se derivan entre lí-
neas de todo este cúmulo de cancioneros y lamentos. De cualquier forma,
el éxito de la fórmula es incuestionable. De la Provenza a finales del siglo
XI, comienza a manar una fuente que se extenderá por toda Europa y el
rincón noroccidental no constituirá, a pesar de su aislamiento geográfico,
una excepción en este campo.34 No hay todavía base para la conformación
de una “sociedad cortesana”, donde existe un cúmulo de jerarquías y de

resulta evidente. Y el matrimonio era, sin duda, campo privilegiado para un combate que
tendía a revolucionar no solamente las costumbres, sino asimismo la sensibilidad. Recla-
mar la autonomía del sentimiento, pretender que podían existir otras relaciones entre los
sexos, aparte de las del instinto, de la fuerza, del interés y del conformismo, había en ello
algo verdaderamente nuevo”. Cfr. Le Goff, J., La civilización del Occidente medieval,
Barcelona, Juventud, 1969, pp. 472 y 473.
33 Idea de unos tribunales y juicios del amor que alcanza un desarrollo literario re-
levante en la Francia medieval. Véase Goodrich, P., “Law in the Court of Love: Andres
Capellanus and the Judgments of Love”, Stanford Law Review, vol. 48, núm. 3, febrero
de 1996, pp. 633-675.
34 ¿Por qué la Provenza es la tierra de nacimiento de esta tendencia poética y ética? Se
ha hablado de varias causas que pueden resumir esa construcción: el florecimiento de la
vida en las poderosas cortes laicas del sur de Francia; el refinamiento que allí adquieren
los nobles; la difusión y el acceso a la cultura, más amplio que en épocas anteriores; la
ausencia de funciones de unos caballeros que ya no tienen dónde guerrear, así como el
ascenso social de los menestrales, que han de dedicarse a otras ocupaciones; el mismo
deseo de crear un lenguaje y una mitología propios para establecer así una separación
estamental con los demás cuerpos sociales. Una síntesis se puede consultar en Van der
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 483

etiquetas, más o menos estrictas,35 pero sí hay un nexo de unión común a


todos los seres que pululan alrededor de las cortes laicas, regias o princi-
pescas, cual es ese nuevo amor elegante que demuestra la humanidad del
hombre medieval. La corte de los príncipes se convierte en un nuevo es-
cenario donde cada personaje tiene su papel perfectamente delimitado: el
señor es el hombre que muestra la liberalidad, organizando reuniones y
festejos para premiar a sus fieles; sus hombres, los que le prestaron home-
naje, asistían forzados a esas diversiones obligatorias y únicas del momen-
to; las mujeres, como destinatarias últimas de los juegos, la sutilezas, que
aquellos caballeros, ya no tan belicosos como antaño, se esforzaban en
practicar con ellas.36 Torneos y justas, ya no físicos, aunque física era la
recompensa ansiada, sino fundamentados en caricias e ingenios mentales.
Sentimiento personal. Sentimiento de carácter amoroso, pero inspirado o
reflejado en el cúmulo de fidelidades y de sensibilidades que en esa época
son capaces de prolongar sus efectos a lo largo de toda suerte de relaciones.
Por ende, sentimiento, a la vez y también, político. Un sentimiento que no
se proyecta directamente en relación al monarca, como sucederá desde la
Baja Edad Media en adelante, sino que sigue presentado esos perfiles de
artificiosidad, de elemento no natural, de personas interpuestas que modu-
lan el poder de un rey que no es todavía absoluto. Porque hasta ese instan-
te el feudalismo preside el panorama constitucional.

Walde Moheno, L., “El Amor Cortés”, Espacio Académico de Cemanáhuac, vol. III,
núm. 35, junio de 1997, pp. 1-40.
35 En la conocida expresión de Elias, N., La sociedad cortesana, México, Fondo de
Cultura Económica, 1996.
36 Pues, como señala Duby, la corte fue “lugar de creación, pero seguramente lugar
de difusión… era la encrucijada de todos los caminos y tuvo como función propagar
aquellos modelos propiamente cortesanos hasta los límites más extremos de la sociedad
aristocrática, para extenderlos luego, por último, de una manera muy amplia, hacia abajo,
entre todos los hombres que no eran nobles pero que estaban fascinados por el esplendor
de la corte. El príncipe, es decir, el rey, cerca de él el clérigo y el caballero; abajo la masa
que admira aquellos modelos de perfección humana: tal es el esquema más simple de la
sociedad feudal. Tal es también el marco de los movimientos de vulgarización, de los
complejos fenómenos de imitación, de intercambios a todos los niveles que podemos
llamar, a falta de otra palabra, cultura”. Cfr. Duby, G., “La vulgarización de los modelos
culturales en la sociedad feudal”, Hombres y estructuras de la Edad Media, 3a. ed., Ma-
drid, Siglo XXI, 1989, p. 208.
484 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

III. Feudalismo37

Feudos es una manera de bien fecho que dan los


señores a los vasallos por razón de vasallaje.
Partida 4, 26, Proemio

He aquí un nombre complejo, polémico y polisémico, pleno de pro-


blemática ideológica y metodológica. Acaso porque el feudalismo fue un
poco todo aquello que desde visiones diferentes se ha tratado de reflejar a
modo de compartimentos estancos. Fue modelo político constitucional, 38
sistema económico,39 conglomerado social.40 Y fue asimismo régimen ju-
rídico, palabras, lenguaje del poder y de la sumisión, y de su reverso, la
protección, el amparo, la defensa. De ese lenguaje es del que ahora nos
valemos para reconstruir su empleo poético, pero no es un simple lengua-
je cualquiera; es el lenguaje desde el cual nos habla el poder, el lenguaje
de la dominación, el que sirve de vocabulario para integrar y articular las
complejas relaciones entre los protectores y los protegidos. El feudalis-
mo nace con el feudo, es decir, con aquellas concesiones que los grandes
propietarios comienzan a ceder, sin transferencia de la plena propiedad,
a aquellos hombres libres que se han convertido en sus propios hombres,
renunciando a los escasos márgenes de libertad o libertades que podían
tener, si bien la protección no tiene necesariamente que encarnarse bajo
la forma y figura de aquél. Hay otras variaciones igualmente válidas para
los fines últimos que se persiguen. La entrega no se realizaba a cambio de
nada, sin contraprestación, sino que tenía como finalidad última el “be-
37 El lector puede hallar un catálogo de la mejor bibliografía (por otra parte, inabar-
cable) sobre el particular en nuestro trabajo: “Un libro de feudos gallegos de los siglos
XIV y XV (I)”, Dereito. Revista Xurídica da Universidade de Santiago de Compostela,
vol. 10, núm. 1, 2001, pp. 98-117. Las citas que siguen son de autores encuadrados en
las diferentes corrientes en que hemos clasificado la visión feudal, para lo cual remitimos
nuevamente al artículo citado.
38 Como postularon, entre otros muchos, Pollok y Maitland, Von Below, Mitteis, Gan-
shof, Olivier-Martin, Sánchez-Albornoz, García de Valdeavellano o Hilda Grassotti.
39 El modo de producción feudal, etapa intemedia entre el esclavismo de la Antigüe-
dad y el capitalismo de la Modernidad, en la línea defendida por Marx, Engels, Kula,
Parain, Udaltzova, Gutnova, Dobb, Hilton, Bois, Anderson o Haldon.
40 Bajo el nombre de “sociedad feudal”, suma de todos los anteriores planteamientos,
en una corriente que inician Hintze, Guizot y Esmein, y continúan Bloch, Calmette, Fé-
dou, Boutruche, Dossier, Poly, Bournazel y, con matices, Georges Duby y Alain Guerreau.
Entre nosotros, Salvador de Moxó es quien mejor ha seguido estos planteamientos.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 485

neficio” de aquellos hombres libres que pasan a ser considerados como


“vasallos”. Desde el siglo X, aproximadamente, en la Francia carolingia
y postcarolingia, se comienza a usar el vocablo “feudo”, derivado del
antiguo germánico, y su reflejo institucional, ahora generalizado, el con-
trato feudal, para aludir a una nueva realidad institucional, vertebradora
de la vida política, social y económica, cuyo eje central será la tierra y las
formas varias de disposición de la misma. Ningún hombre libre sin señor,
proclamaban los capitulares carolingios a modo de incitación a todo hom-
bre a convertirse en vasallo de su correspondiente dominador, invitación
a una suerte de orgía del poder y de la tutela. El feudo, en esa nueva acep-
ción, reflejaba el producto resultante de la fusión de dos elementos que,
hasta ese preciso momento, habían gozado de una autonomía en sus res-
pectivas realizaciones prácticas, unión que, por otra parte, parecía lógica
y esperada. Por un lado, el vasallaje, como componente personal, pacto
en cuya virtud un hombre libre renunciaba a sus estrechos márgenes de
libertad para convertirse en hombre dependiente de un señor: se conver-
tía en su servidor, le juraba fidelidad y se obligaba a la prestación de una
gama de servicios, dentro de los que destacan los de naturaleza militar
(pero no únicamente: a su lado, aparece una amplia gama de actividades
a desarrollar en la corte: el consejo, el consilium), acompañado todo ello
de los componentes religiosos ineludibles en el contexto medieval y ple-
namente realizados en el campo del derecho (juramentos de corte vario y
sobre objetos varios: Sagradas Escrituras, reliquias) con ocasión de refor-
zar aquello que es jurídico a partir del empleo de elementos metajurídicos
que complementan y daban razón de ser a lo anterior. Por otro lado, junto
al pacto personal y derivado del mismo, surgía de inmediato un segundo
componente consecuencial. Si se quería que el vasallo, ese nuevo hombre,
pudiese cumplimentar las obligaciones que había contraído, si se quería
que ese auxilio militar y ese consejo cortesano pudiesen realizarse en la
vida cotidiana de modo regular, se precisaba una dotación económica por
parte del señor, único capacitado para hacer efectivo ese complemento
material necesario que habilitase al primero para dar buen fin a aquellos
deberes más íntimos de la relación jurídica concertada. A modo de don, de
premio o de recompensa por esa nueva fidelidad recibida, pero teniendo
en cuenta el desarrollo futuro y exitoso de la relación, el señor entrega-
ba generalmente tierras, en plena propiedad o bajo fórmulas variadas de
precario, las más de las veces, para que ese vasallo pudiese satisfacer sus
necesidades básicas y pudiese así cumplir los cometidos que tenía enco-
486 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

mendados. El hecho detonante de esta nueva y esencial, por sus múltiples


implicaciones, relación jurídica radica, pues, en la fusión, en el surgi-
miento de una nueva figura con rostro antiguo, cuyo elemento capital es
la causa feudal, el hecho de que la prestación del vasallaje y la entrada al
servicio del señor llevasen aparejadas indisolublemente la concesión de
aquel beneficio o feudo por medio de la investidura.41 Una regla de oro
parece regir este nuevo universo feudal: todo vasallo tiene un derecho a
ser premiado con el feudo y, en sentido inverso, la concesión de feudos
exclusivamente podía tener como destinatarios a aquellas personas que
previamente hubiesen efectuado ese homenaje, ese acto formal de con-
versión en hombre de otro. Fidelidad y beneficio se unían para la crea-
ción o refacción de esas antiguas instituciones, lo cual se vio acompaña-
do por un paulatino proceso de “patrimonialización”, esto es, el vasallo
prácticamente devenía propietario de los bienes conferidos, aun cuando
se tratase de cargos, funciones u oficios vinculados a la persona del mo-
narca, conectado con lo anterior, que determinó la primacía del elemento
real sobre el elemento personal. La simbiosis, provocada por la propia
naturaleza de las cosas, había finalmente triunfado y no cabía ya concebir
estas instituciones de una forma escindida una de otra.
Hallamos, pues, en la Europa carolingia un entramado institucional
consolidado al que se denomina “régimen feudal”. En la clásica defini-
ción de García de Valdeavellano, aquél se nos muestra con sistema social
y como sistema político, a la par, cuyo origen hay que situarlo en esa
generalización en las altas esferas de la comunidad de los contratos de
feudo en el sentido ya reseñado, es decir, ese pacto concertado por el rey
o por los señores con aquellos hombres libres que deciden convertirse en
hombre sujetos a los marcos que fija la relación de dependencia trabada.
Mediante los mismos, se materializa la entrega de una tierra o de un
dominio, de unos derechos de marcado componente económico o de
alguna potestad de carácter público, con las salvedades que puede tener
este adjetivo en el momento medieval, potestad que lleva aparejada por
41 Para Pérez-Prendes, la causa, el motivo de la celebración del contrato feudal no es
el vasallaje propiamente dicho, sino el carácter de intensidad y de estabilidad querido
para la dicha relación, que se instrumenta por medio del vasallaje aplicado al beneficio,
originando un contrato sinalagmático, de donde dimanan derechos y deberes para ambas
partes. Jurídicamente, pues, debe rechazarse la idea de una parte débil y un aparte fuerte,
que sí puede ser admitida con carácter previo a la relación feudal, pero no a la disciplina
jurídica de la misma. Cfr. Pérez-Prendes, J. M., Instituciones medievales, Madrid, Sínte-
sis, 1997, pp. 53 y 54.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 487

encima de cualquier otra el ejercicio de las funciones jurisdiccionales.


Poder y jurisdicción se identifican. A cambio, en respeto de la política
de dones y de recompensas, inherente al sistema feudal, se introduce
la concertación de una fidelidad y la posibilidad de exigencia de una
gama de servicios que podrían ser o bien militares, o bien cortesanos.42
El ensamblaje de los elementos es total y perfecto. La tierra y el poder,
por un lado, la palabra y la espada por el otro. Porque la tierra es com-
ponente decisivo de todo el entramado diseñado y a ella se ve vinculada
todo lo demás. Desde el rey hasta el más miserable siervo de la gleba,
la estructuración sociológica del Medievo se efectúa a partir de un ele-
mento indispensable que es la tierra y la relación de dominio que con la
misma se crea. A partir de ahí, las consecuencias en todos los órdenes
de la vida son evidentes. El binomio propietario-no propietario marca
el encuadramiento de todos y cada uno de los individuos, desde los más
altos hasta los más bajos. Y esa tierra, que lleva aparejada la supremacía
económica, pero no sólo ésa, se convierte en el parámetro que sirve para
calificar a los individuos y para establecer el estatuto jurídico particular
que a cada uno le corresponde. La tierra trae consigo el poder. Quien más
propiedades tiene, más probabilidades tiene de dominación en un sentido
político, más probabilidades de crear su propia corte particularizada, su
propio reducto político autárquico. Un poder que se reviste de los ropa-
jes de lo jurídico. Por su parte, el otro componente, consecuencia de esa
entrega, radica en la lealtad a la palabra que se ha dado (reforzada por
los aditamentos necesarios de la religiosidad de la época) conlleva la
espada, dado que lo militar será el aspecto externo más destacable de los
deberes que se asumen por parte de señores y de vasallos. El feudo es el
elemento que aglutina esos componentes dispersos, el que los disciplina
y se erige en principio articulador de la realidad política, por cuanto todo
el sistema de sujeciones al poder regio (que sigue siendo el más relevante
poder dentro de ese archipiélago de potestades) y a los demás poderes
menores se articula precisamente bajo la idea de fidelidad y la idea de
su recompensa. Ninguna otra consideración interesa. El más poderoso
será el que tenga mayor número de fidelidades concertadas, por disponer
de una cantidad de bienes que le permita precisamente el aseguramiento de
todas aquellas lealtades. Las consecuencias son de todos conocidas. Los
42 Cfr.García de Valdeavellano, L., Curso de historia de las instituciones españolas.
De los orígenes al final de la Edad Media, 2a. ed. corregida y aumentada, Madrid, Revis-
ta de Occidente, 1970, p. 365.
488 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

sujetos intermedios provocarán un fraccionamiento de la noción romana


de autoridad, la creación de elementos políticos que juegan el rol de ar-
tífices particulares de la sujeción, limitada a sus respectivos territorios.
La refracción del poder a la que aludía Von Below. La Europa occidental
se cubre con este manto de feudalidad, con este complejo sistema, con
intensidades y desarrollos diversos. Pero la dependencia entre todos ellos
existe, porque existe la comunicación entre reinos, principados y cor-
tes. El debilitamiento del poder regio, la desvinculación inmediata a ese
poder, la generación de una telaraña de relaciones de lealtad privadas,
provocan directamente la decadencia de la noción clásica de autoridad,
la de raigambre romana, vinculada estrechamente a un gobernante único,
rector de todo y de todos. La idea de la necesidad de un gobernante fuerte
no desaparece, pero sí se muta, se cambia cómo ha de actuar aquél. La
pluralidad de vínculos trae otra nota aparejada. La misma idea de poder,
los medios de acción de ese poder, pasan a ser considerados como algo
perteneciente o incorporable a los patrimonios de los vasallos. El oficio
y las prerrogativas que comporta se desdibujan. Ahora hay una forma
más difusa y compleja de insertar la dominación entre el monarca y sus
antiguos súbditos, el señor feudal aparece como instancia mediadora que
se debe al primero y, al mismo tiempo, a los segundos. Ese señor feudal,
ese nuevo eje, es el que modula, endurece o flexibiliza, según los casos,
el ejercicio de las potestades y los derechos inherentes a su posición de
poder respecto a los vasallos. Un nuevo estadio de las relaciones políticas
ha hecho su aparición para quedarse durante varias centurias.43
La expansión de aquella forma pedagógica de sumisión por Europa es
incuestionable, si bien el modelo más puro, concentrado y perfecto del
feudalismo tuvo su lugar natural de expansión en aquellos territorios más
vinculados a la monarquía carolingia, misma que los crea. Los ríos Loira
y Rin marcan esas fronteras de un feudalismo químicamente puro en opo-
sición a los demás feudalismos contaminados o, más gráficamente, bastar-
43 Cfr. Poly, J. P. y Bournazel, E., El cambio feudal (siglos X al XIII), Barcelona,
Labor, 1986, pp. 401 y 402: “El feudalismo, en el exacto sentido del término, tal vez no
sea más que una etapa esencial en la progresión de una ideología del servicio, de una
pedagogía de la sumisión. En todo caso, nos guste o no, es la base durable, en Europa
occidental, de una sólida y completa jerarquía política. El Estado, que niega los cuerpos
intermedios para utilizarlos mejor, puede actualmente despreciar o fingir que desprecia la
sumisión de un hombre a otro, ficción ritual de una paternidad todopoderosa. No es nada
seguro que, aún hoy en día, pueda mantenerse con ella. ¿El Estado contra el feudalismo?
Mejor, el Estado a través del feudalismo”.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 489

dos, aquellos que sobre la base del modelo clásico procedieron a adaptarlo
al peculiar equilibrio de fuerzas existentes en las diversas regiones. Un
modelo que se exporta, que llega y que se adapta, nunca fielmente, sino
fundiéndose, mezclándose, con las fuerzas imperantes. Con el feudalismo
llega también su lenguaje. Es un dato evidente que la Península Ibérica
recibe buena parte del influjo feudal, dadas las conexiones políticas inme-
diatas (el caso de los condados catalanes) e intelectuales (como en el reino
asturiano), que se mantienen con la corte franca. Pero que ese feudalismo
no se transplante de una forma pura, pues incluso en la Marca Hispánica,
territorio abonado para seguir con absoluta fidelidad el patrón dominante,
hubo adaptaciones y modificaciones derivadas de la propia naturaleza de
las cosas allí existentes. Hubo, eso sí, reflejos tímidos, continuaciones
de ciertas prácticas del periodo gótico, alteraciones de las mismas, nuevas
formas o vestimentas de pactos, instituciones vasalláticas por un lado,
beneficiales por otro, sin proceder a su mezcla jurídica, diferenciación
respecto del ya mentado modelo clásico. No se produce un feudalismo
europeo, sino un singular feudalismo hispánico, feudalismo sin feudos
curiosamente, feudalismo en proceso de desarrollo, inmaduro, pero con
posibilidad de crecimiento en algunos de sus elementos. Hubo destellos,
no un foco continuado de luz; hubo estrellas del feudalismo, mas no se
constituyó la galaxia feudal. La singularidad hispánica también lo fue en
el campo feudal y así no hubo pie a la constitución de un sistema político
regido por dichos principios. Las páginas escritas sobre el particular son
abundantísimas y los estudios de Sánchez-Albornoz, el ya citado Vale-
deavellano o Hilda Grassotti, son concluyentes en este aspecto.44 Pero la

44 Se dice que todos pasamos la vida escribiendo el mismo libro y esto es claro en la
trayectoria de los citados tres investigadores, quienes centraron en ese “feudalismo his-
pánico” lo mejor de su estudios. Me limito a destacar lo más preciado de esa producción
científica. Véanse Sánchez-Albornoz, C., “España y Francia en la Edad Media. Causas
de su diferenciación política”, Revista de Occidente, núm. 4, diciembre de 1923, pp. 294-
316; “El juicio del Libro en León y un feudo castellano del siglo XIII”, AHDE, núm. 1,
1924, pp. 387-390; En torno a los orígenes del feudalismo, 3 ts., Mendoza, Buenos Aires,
Universidad Nacional de Cuyo, 1942; El stipendium hispano-godo y los orígenes del be-
neficio prefeudal, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones Históricas, Departamento de
Historia de España, 1947; España, un enigma histórico, Buenos Aires, Editorial Sudame-
ricana, 1956, t. II, pp. 6-105; “Conséquences de la reconquête et du repeuplement sur les
institutions féodo-vasalliques en Leon et Castille”, Les structures sociales de l’Aquitaine,
du Languedoc et de l’Espagne au premier âge féodal, París, Éditions du Centre National
de la Recherche Scientiphique, 1969, pp. 17-40; Investigaciones y documentos sobre las
490 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ausencia de un modelo perfecto no implicó la ausencia de bocetos que im-


plicaban reminiscencias feudales, de algunos reflejos, motivados en buena
medida por la difusión de los textos legales y de la mejor literatura jurídica
del momento.45 Ello se pudo ver, antes que nada, en el campo lingüístico,
que es el que ahora nos interesa y precisamente la vía lingüística pudo ser
la que más rápidamente tuviese difusión en los siglos XII y XIII en que
aparece la mayor parte de los poetas que integran el cancionero que ahora
estudiamos. Con ello apuntamos una hipótesis: la posible introducción
del vocabulario feudal pudo tener, además de las circunstancias clásicas
y ya conocidas que ahora referiremos, otra vía de penetración más clara:
nos referimos al papel difusor de la lírica provenzal que perfectamente ha
podido coadyuvar a que unos recursos estilísticos, unos temas comunes
y unos vocablos asimismo generalizados se difundiesen a los vecinos te-
rritorios hispánicos. Entre los siglos XI y XII, la terminología feudal más
clásica llega a la Península como resultado del incesante influjo franco,
flujo que no tiene porque darse necesariamente por un conducto político,
formal, oficial, de rey a rey, de cancillería a cancillería.46 El reinado de
Sancho III el Mayor, rey de Navarra, es el que ha abierto las puertas a una
mayor y más frecuente comunicación con la Europa de los reinos hispáni-
cos. Sus sucesores en los diversos reinos conformados a su muerte no ha-
rán sino continuar esta misma dinámica de aperturismo, que llevará a una
inundación de la cultura de procedencia gálica en el solar peninsular y a
una adaptación de aquélla a sus necesidades propias. Las relaciones de las
monarquías hispánicas con las cortes francesas, con el más claro ejemplo
de Alfonso VI, que se casa en sucesivos momentos con nobles galas, y que
da en matrimonio a sus hijas, Urraca y Teresa, a dos nobles borgoñones,
Raimundo y Enrique, dan buena prueba de este fluido intercambio, que
trae aparejado el desplazamiento de séquitos y personajes que jugarán un

instituciones hispanas, Santiago de Chile, Editorial Jurídica de Chile, 1970; Viejos y nue-
vos estudios sobre las instituciones medievales españolas, 2a. ed., Madrid, Espasa-Calpe,
1976 y “Une société d’exception dans l’Europe féodale”, AHDE, núm. 50, 1980, pp.
1.249-1.276; Grassotti, H., Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla, 2 ts.,
Spoleto, centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, 1969 y, García de Valdeavellano, L.,
El feudalismo hispánico y otros estudios de historia medieval, Barcelona, Ariel, 1981.
45 Influencia en Partidas puesta de manifiesto por Riaza, R., “Las Partidas y los Libri
Feudorum”, AHDE, núm. 10, 1933, pp. 5-18.
46 Los factores que siguen, todos ellos enumerados por García de Valdeavellano, L.,
“Las instituciones feudales en España”, El feudalismo hispánico y otros estudios de his-
toria medieval, cit., nota 44, pp. 85 y 86.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 491

papel clave en el nuevo escenario hispánico;47 el decisivo rol del camino


de Santiago como vehículo de difusión cultural,48 creador y receptor, al
mismo tiempo, de todas aquellas influencias procedentes de allende los
Pirineos, con la generación de un espíritu lírico que servía para “despertar
y estimular las aptitudes artísticas de un pueblo meridional, cuyo carácter
mágico, sensibilidad delicada, emotividad intensa e imaginación soñado-
ra, pronto se volverán proverbiales”, como ha expresado tan gráficamente
Carolina Michaelis de Vasconcelos;49 y el no menos relevante papel de
la Orden de Cluny, también de raíces galas, que se convierte en adalid de la
reforma gregoriana,50 crean el ambiente cultural óptimo para que ese len-
guaje feudal pudiese aterrizar sin problemas, ni complicaciones en el reino
castellano-leonés y, más en concreto, en el cuadrante noroccidental, donde
comenzaba a aflorar una impresionante generación de poetas, aunque cu-

47 De los cinco matrimonios de Alfonso VI, tres se celebran con nobles de proce-
dencia gala: Inés de Aquitania, Constanza de Borgoña y Beatriz de Aquitania. Por su
parte, Urraca y Raimundo reciben el gobierno de Galicia, mientras que Teresa y Enrique
regirán el condado de Portugal. Véanse Linaje Conde, A., Alfonso VI. El rey hispano y
europeo de las tres religiones (1065-1109), Burgos, La Olmeda, 1994, y Martínez Díez,
G., Alfonso VI. Señor del Cid, conquistador de Toledo, Madrid, Temas de Hoy, 2003, con
abundantes datos biográficos.
48 Véase Vázquez de Parga, L. et al., Las peregrinaciones a Santiago de Compos-
tela, ed. facsímil de la realizada en 1948 por el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, Pamplona, Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura,
1998, t. I, pp. 499 y ss., en especial, pp. 515-517. Una combinación de elementos francos
procedentes de la vía de peregrinación y el emporio cultural que se forja en Santiago de
Compostela, importante señorío de la mitra, junto al desarrollo de una lírica vinculada al
culto jacobeo, pudieron servir de lanzamiento para todo el aparato poético profano. Así
lo consideró en su día Carolina Michaelis de Vasconcelos en su trabajo “A Galliza, centro
de cultura peninsular de 800 a 1135. Santiago de Compostella, foco onde desabrochou o
lirismo gallego-português”, en su edición del Cancioneiro de Ajuda, cit., nota 24, t. II, pp.
769 y ss. Himnos a Santiago y a las peregrinaciones, invocaciones bélicas en los campos
de batalla y en la peligrosa travesía que constituía el camino, los votos, las recopilacio-
nes de milagros, las aventuras multicolores cuyo escenario eran las vías conducentes a
Compostela, las obras de arte de la misma ciudad, las fiestas conmemorativas, se reflejan
en el resultado final.
49 Cfr. Michaelis de Vasconcelos, C., “A Galliza, centro de cultura peninsular de 800
a 1135”, Cancionerio de Ajuda, cit., nota 24, t. II, p. 772.
50 Merced al apoyo que le prestan Fernando I y Alfonso VI, nunca desinteresadamen-
te. �����������������������������������������������������������������������������������
Véase Bishko, Ch. J., “The Clunic Priories of Galicia and Portugal: their Acquisti-
tion and Administration (1075-ca. 1230)”, Studia Monastica, vol. VII, 1965, pp. 305-356
(recogido en el volumen Spanish and Portuguese Monastic History, 600-1300, Londres,
Variorum Reprints, 1984, XI).
492 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

riosamente la voz “feudo” no aparecerá, probablemente por la continua-


ción en el empleo de los términos hispánicos que se referían a realidades
semejantes (beneficio o prestimonio, por ejemplo), con idéntico resultado
en el campo poético examinado. Tampoco los trovadores usarán la palabra
“feudo”, acaso porque no se estilaba en la corte su empleo y ellos eran los
fieles testigos, los fieles escribanos de una realidad social que les tocaba
de cerca. Todos los factores aludidos apuntan a la creación de una cultura
y de un lenguaje a su servicio, con una corte que aglutina esos elementos
dispersos: no debe sorprender que monarcas como Alfonso X de Castilla o
Denís de Portugal, o nobles vinculados a la casa real, como Pedro, conde
de Barcelos, fuesen ellos mismos promotores y cultivadores de esta lírica,
usando la misma lengua de los poetas.51
Así, por estos caminos, se introduce la cultura románica, con su arqui-
tectura y su escultura, pero, sobre todo, con su sensibilidad, tomando el
modelo franco pero pasándolo por el tamiz hispánico.52 Una cultura, unos
libros jurídicos, unos libros no jurídicos y, en suma, un lenguaje que res-
ponde a lo exactos moldes del feudalismo. Hombres cultos que vieron en
la corte y en la lengua allí empleada un excepcional modelo de relaciones
que más adelante trasladarían a sus propias composiciones, con el afán de
equiparar la relación amorosa con el modelo más cercano, de tipo feudal,
que a su alrededor podían contemplar. El ejemplo imitador se efectúa sin
concesiones. Los centros intelectuales (corte, catedrales, monasterios)
conocen y dominan los recursos del sistema feudal y la terminología del
mismo; actúan como vehículos de creación, difusión y vulgarización.53
No es de extrañar que los pocos letrados de la época, en el sentido de gen-
tes capacitadas para enfrentarse con éxito a un texto escrito, acepten esa
pléyade de términos para sus propias creaciones artísticas como fuente
inagotable de giros y términos. Los usufructúan en aras de la expresivi-

51 Ese papel de la corte es destacado por D’Heur, J. M., Troubadours d’oc et trou-
badours galiciens-portugais: recherches sur quelques échanges dans la littérature de
l’Europe au Moyen Âge, París, Funda�����������������������������������������������
ção Calouste Gulbenkian, Centro Cultural Portu-
gués, 1973, pp. 265 y ss.
52 También literariamente hablando, véase Rodríguez Puértolas, J. (coord.), Histo-
ria social de la literatura española (en lengua castellana), 2a. ed., Madrid, 1981, pp.
53 y ss.
53 Véase Duby, G., “La vulgarización de los modelos culturales en la sociedad feu-
dal”, Hombres y estructuras de la Edad Media, 3a. ed., Madrid, 1989, pp. 198-208.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 493

dad, la rima y demás recursos líricos.54 Es el momento ahora de los tro-


vadores. Oigamos el empleo de las poderosas palabras feudales en la voz
de aquellos que pretendían seducir a través de las mismas palabras, pero
cambiándolas de registro, es decir, aplicándolas no a una sucia, guerrera
y varonil dinámica feudal, sino trasplantándolas al terreno de las relacio-
nes personales que se concertaban, con arreglo al esquema anterior, entre
trovadores, guerreros y damas en tiempos de ocio y de paz.

IV

Coitado vivo d’amor,


E da mort’ ei gran pavor,
Desejando mia senhor,
A que eu muito servi:
A mia senhor, que eu vi,
Mui mui fremosa en si.
Vasco Rodríguez de Calvelo,
Cancioneiro de Ajuda, I, 466

Si se admite, como hemos venido haciendo hasta aquí, que el feudalis-


mo se puede concebir como el motor espiritual y sentimental de la Edad
Media en sus primeros siglos, en aquellos tiempos en que la debilidad de
un poder central y absorbente impedía hablar de uniformidad pública,55
es lógico deducir la proyección de todo el caudal lingüístico y conceptual
de aquél en las plurales manifestaciones de la cultura. Su pervivencia es
asimismo una pervivencia que rebasa los márgenes de lo estrictamente
político y desemboca en las aguas de lo cultural. El predominio de esa vi-
sión feudal en la mayor parte de las cantigas de amor que compone nues-
tro cancionero se puede poner de relieve en una primera consideración de
54 Evidentemente, llega con todo eso la poesía provenzal, que ya había dejado influen-
ciarse por el propio lenguaje feudal, y los propios poetas feudales que recorren las cortes
regias. Véase Alvar, C., La poesía trovadoresca en España y Portugal, Madrid, Cupsa,
1977 y Menéndez Pidal, R., Poesía juglaresca y juglares. Orígenes de las literaturas
románicas, 9a. ed., Madrid, Espasa-Calpe, 1991. Desde la perspectiva jurídica, véase
Ourliac, P., “Troubadours et juristes”, Cahiers de Civilisation Médiévale, vol. VIII, 1965,
pp. 159-177.
55 Expresión de Pichel, A., Ficción poética e vocabulario feudal na lírica trobadores-
ca galego-portuguesa, cit., nota 14, p. 72.
494 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tipo terminológico, pero también conceptual. No sólo las palabras, sino


los conceptos son empleados de un modo natural y respetuoso por los
trovadores del momento, con estrecha sujeción a su significado natural.
Comencemos con el elemento fuerte, poderoso, dominante, de la re-
lación jurídica establecida. La referencia a la señora amada se efectúa
siempre manejando la terminología típicamente feudal. Es llamada siem-
pre, prácticamente sin excepciones, “señor”, forma unívoca que en el
lenguaje de la época servía para englobar lo masculino y lo femenino,
forma general e indistinta (no se había procedido a la gramaticalización
de las voces femeninas en –ora), si bien ello no empece para que en cier-
tos momentos aparezca adornado dicho sustantivo con adjetivos o pose-
sivos femeninos.56 Señor es término que se emplea, pues, para varones (el
56 Así, a modo de ejemplo, en Cancionero, cit., nota 24, I, 2: “Senhor fremosa,
grand’enveja ei”; I, 3: “Senhor fremosa par Deus, gran razon… mia senhor… mais, mia
senhor, direi-vus una ren”; I, 6: “Como vos sodes, mia senhor”; I, 7: “Vos que mi-assi cui-
tades, mia senhor… Mais se mi-o Deus desse ora, mia senhor… E quitou-me por sempre,
mia senhor”; I, 8: “Se Deus me valha, mia senhor”; I, 9: “E vedes, senhor, por que non”; I,
10: “Quen sen conselho que vos, mia senhor… senhor fremosa, porque e por quen”; I, 14:
“Por Deus, que vus fez, mia senhor”; I, 15: “De quant’eu sempre desejei / de mia senhor,
non end’ei ren”; I, 21: “Punhei eu muit’en me guardar, / quant’eu pude, de mia senhor”;
I, 22: “E se vos avedes razon, / senhor, de m’este mal fazer”; I, 24: “Senhor fremosa, fui
buscar / conselh’, e non-no pud’aver”; I, 26: “A Deus, a quen faz ben querer / senhor, con
que pode falar”; I, 27: “Desenjand’eu vos, mia senhor”; I, 36: “Senhor, os que me queren
mal”; I, 40: “Ay mia Senhor, se eu non merecesse… E mia senhor, se m’eu d’esto temes-
se”; I, 41: “E essa me ten en poder, / e essa est a mia senhor”; I, 42: “Maravilho-m’eu, mia
senhor”; I, 43: “E ¡mal-pecado! Moir’og’eu assi, / de mia senhor longe e desemparado”;
I, 45: “Ja, mia senhor, niun prazer”; I, 46: “Senhor fremosa, pois me non queredes”; I, 50:
“En tal poder, fremosa mia senhor, / soo de vos qual vus ora direi”; I, 56: “Non ouso dizer
nulha ren / a mia senhor”; I, 68: “En gran coita vivo, senhor”; I, 70: “Ir-vus queredes, mia
senhor”; I, 98: “Par Deus, senhor, ja eu non ei poder”; I, 108: “Se m’eu de vos partir, ay
mia senhor”; I, 111: “De vos, senhor, querria eu saber”; I, 112: “Non me queredes, mia
senhor, / fazer ben, enquant’eu viver”; I, 114: “Que grave cousa, senhor, d’endurar”; I,
129: “Nostros Senhor Deus, ¿e por que neguei / a mia senhor quando a eu veer / podia e
lhe podera dizer / muitas coitas que por ela levei?”; I, 131: “Senhor, que Deus mui melhor
parecer / fez de quantas outras donas eu vi”; I, 147: “Senhor fremosa, no ei og’eu quen”;
I, 151: “Senhor fremosa, pois pesar avedes (…) E mia senhor, pois que vus pesa én”; I,
152: “En vus amar, mia senhor, mas ca mi”; I, 153: “Senhor fremosa, pois m’og’eu mo-
rrer”; I, 181: “Que sen meu grado m’og’eu partirei / de vos, senhor, u me vus espedir”; I,
189: “Quando vus vi, fremosa mia senhor”; I, 199: “A mia senhor, que me foi amostrar”;
I, 200: “Quend’eu podia mia senhor”; I, 201: “Ando coitado por veer / un ome que aquí
chegou, / que dizen que viu mia senhor”; I, 204: “juro-vus eu, fremosa mia senhor”. Los
ejemplos son meramente indicativos. La unanimidad del lenguaje y del sentido es total
en este caso.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 495

señor feudal típico y prototípico) y para féminas (la señora que sojuzga el
corazón del vasallo). Este “señor” puede ser Dios en algunas ocasiones,
el señor de señores como se puede leer en varios pasajes bíblicos,57 al
que se le reprocha haber otorgado al vasallo ese otro señor terrenal que
tanto dolor causa,58 pero lo usual es que cuando se habla en las cantigas
de “señor” tengamos que tener presente la referencia prácticamente glo-
bal a una mujer, a una “señora” dominante que se impone a la voluntad
del trovador-servidor. La feminización del nombre es tardía, pero lo que
subyace en el empleo constante y reiterado de la voz “señor” no es la
vinculación a un universo masculino, sino a la realidad inmediata de feu-
dos y vasallos, al poder que la mujer tiene sobre el hombre por razón del
amor que aquél le profesa. Es un señor, da igual que sea varón o mujer,
al que todo se debe y al que se está sometido de una forma prácticamente
absoluta. A partir del siglo XIII, la palabra halla su femenino de modo
analógico y vulgar para generalizarse en la prosa a partir de la siguiente
centuria.59 Ejemplos de ese uso en donde “señor” es usado para referirse
a la amada se pueden encontrar en abundantes cantigas cuando se habla
de “señor”, “mi señor”, “señor hermoso”, o eventualmente “señor de mi
corazón”,60 “buena señor” 61 o “mi señor y mi bien”,62 pero con exiguos
57 Cancionero, cit., nota 24, I, 1: “Deus, meu senhor, se vus prouguer, / vos me tolhe-
de este poder / que eu ei de muito viver; / ca, mentr’eu tal poder ouver’ / de viver, nunca
perderei esta coita que og’eu ei / d’amor en meu coraçon”; I, 69: “¡Nostro Senhor! En
que vus mereci / por que me fostes tal senhor mostrar”; I, 157: “Nostro Senhor, que mi-a
min faz amar / a melhor dona de quantas el fez”; I, 203: “Nostro Senhor que me fez tanto
mal, / ainde me podera fazer ben, / se mia senhor, per que este mal ven”.
58 Amor torturado cuya responsabilidad corresponde a Dios, porque ha enamorado al
poeta, pero no le permite ni la simple contemplación de la amada señora. Cancionero,
cit., nota 24, I, 82: “De quantos mui coitados son, / a que Deus coita faz aver, / min faz
mas coitado viver. / E direi-vus per qual razon: / faz-me queren ben tal senhor, / a mais
fremosa nen melhor / do mund’, e non mi-a faz ver”. Pero no siempre: Cancionero, cit.,
nota 24, I, 192: “Que, pois me Deus tan boa senhor deu, / non querria das outras a melhor
/ eu quere ben por aver seu amor”. Hay todavía un pequeño resquicio a la esperanza, en
Cancionero, cit., nota 24, I, 203: “Nostro Senhor que me fez tanto mal, / ainda me podera
fazer ben, / se mia senhor, per que este mal ven, / eu visse ced’; e non lhe peço al”.
59 Frente a la citada evolución lingüística, se propuso en su día una evolución semán-
tica. Véase Álvarez Blázquez, J. M., “Sobre la voz señor en los trovadores (concepto de
amor servil)”, Cuadernos de Estudios Gallegos, 1950, t. V, fasc. 15, pp. 87-104.
60 Cancionero, cit., nota 24, I, 156: “Punhar quer’ora de fazer / a meus olhos mui
gran prazer / que lhes non fiz, á gran sazon, / ca lhes quero fazer veer /a senhor do meu
coraçon”.
61 Ibidem, I, 192: “Que, pois me Deus tan boa senhor deu”.
62 Ibidem, I, 443.: “Que sen meu grado me parti / de mia senhor e do meu ben”.
496 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

resultados si lo comparamos con el empleo descarnado y solitario de


“señor”: de las cerca de 725 cantigas de amor conservadas, 572 usan
el vocablo aludido y solamente en las restantes se refieren al objeto del
deseo amoroso como “mujer”,63 “dona”,64 excepcionalmente “donzela”,65
pero son voces éstas que se presentan incapaces de simbolizar la totali-
dad, el poder absorbente, la fuerza, el grado de sujeción que la primera
de ellas tiene dentro de sí, precisamente por su contenido feudalizante,
señorial valga la redundancia. La mujer es el señor en todos los sentidos
y acepciones. Su expresividad, leída en clave político-jurídica, es lo que
hace que triunfe sobre cualquier otra denominación.66
“Señor” es en realidad “señora”, pero es compendio de los adornos y
atributos del hombre feudal. Ello obedece con toda probabilidad al em-
peño en identificar las virtudes del señor con todas aquellas virtudes ca-
racterísticas de los caballeros, ligadas indefectiblemente a la condición
masculina por cuanto las cuestiones feudales eran, por llamarlas de algún
modo, cuestiones a resolver entre varones, nunca entre mujeres, dado el
contenido eminentemente militar que aquéllas presentaban en la realidad
práctica. Lo bélico era masculino y la mujer quedaba apartada de ese
campo. El señor es siempre hombre y la forma de referirse al mismo ha
de ser, al mismo tiempo, siempre masculina; sus atributos han de ser va-
roniles, sus virtudes, derivadas de conductas de hombres en armas. Son
pocos los casos que se pueden contar en que se haga una concesión a la
feminidad, prácticamente muy restringidos, por no decir nulos en la com-
pilación de Ajuda. La evolución de los propios vocablos en el naciente
romance, tanto galaico-portugués como castellano, permite observar el
predominio de la fórmula senior frente a la fórmula dominus,67 si bien

63 Ibidem, I, 253: “Por tal molher que que’-na vir’, dirá”.


64 Ibidem, I, 88: “Tan fremosa dona com’ela vi”; I, 107: “Pois me tan boa dona fez
morrer”; I, 232: “A boa dona, por que eu trobava”.
65 En los epígrafes de ciertas cantigas figura esta voz para referirse a las mujeres sol-
teras de noble estirpe, en ibidem, I, 312; I, 315 y I, 394.
66 Véase Brea, M., “Dona e Senhor nas cantigas de amor”, Estudios Románicos. Ho-
menaje al profesor Luis Rubio. I. Murcia, universidad de Murcia, 1987-1989, vol. 4, pp.
149-170.
67 Estimamos que la expresión camina, sobre todo, sobre una base económica que
remontaría sus orígenes al derecho romano. “Dominus” sería el principal de la casa, de
la domus, el que ejerce un poder paternal que paulatinamente se va extendiendo sobre
otros elementos personales no vinculados necesariamente por lazos de parentesco, te-
niendo como elemento decisivo de ese poder la propiedad de la tierra. Ese elemento es
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 497

el significado de fondo en ambos casos acabará coincidiendo. Ambos


vocablos terminan refiriéndose a una serie de realidades comunes, acaso
incidiendo la segunda de estas voces en un contenido de mayor cala-
do económico y el primero político. Señor como rector, frente a señor
como propietario, parecen ser los términos de una contraposición que
no impide el empleo indiscriminado de ambas palabras. Pero fue la voz
senior la que acabó por triunfar en el campo de las relaciones feudales,
vasalláticas o beneficiales, en el sentido de que fue término empleado
para designar el elemento fuerte o preponderante de dichas relaciones:
el que recibía la fidelidad, el que entregaba las recompensas, aquél que
no era titular de dominio, sino titular de señorío, lo que cualitativamente
implicaba un rango mayor, una mayor consideración social, y, por ende,
una mayor fuerza e influencia. Puesto que fue precisamente en la Francia
carolingia donde se comenzó a emplear y acabó imponiéndose la idea de
señor como una de las partes de la relación feudo-vasallática, su recep-
ción en la documentación de Castilla y León es temprana y plenamente
exitosa, si bien con matices: Galicia conserva la voz patronus, en León,
erudito y cortesano, típicamente latino, prevalece dominus, mientras
que es la innovadora Castilla la que adapta con naturalidad la voz se-
nior que iba a triunfar en los siglos centrales del Medievo. 68 Así, Par-

preponderante. La expresión “dominus” se va a referir, en la vasta documentación alto y


centro medieval, a Dios, a los seres celestiales, a las dignidades eclesiásticas, al rey y a
los infantes, a los condes, magnates y personajes diversos, a los señores de siervos y a los
propietarios de bienes, a los señores de vasallos, al de caballeros villanos y al de quienes
habían contraído relaciones de protección y de dependencia, como las behetrías o el caso
de los júniores. Véase Grassotti, H., “Dominus y Dominum en la terminología jurídica de
Asturias, León y Castilla (Siglos IX-XIII)”, AHDE, núm. 50, 1980, pp. 653-682.
68 Véase Grassotti, H., Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla, cit.,
nota 44, t. I, pp. 268-270, y “Senior y Seniorium en la terminología jurídica de Castilla
y León (siglos X-XIII)”, Cuadernos de Historia de España, núms. 65-66, 1981, pp. 31-
58. La acepción que ahora nos interesa es recogida en la mayor parte de los diccionarios
y repertorios lingüísticos medievales, tanto latinos como romances. Véanse Du Cange,
D., Glossarium Mediae et Infimae Latinitatis, París, Niort, L. Favre, 1886, t. VII, pp.
421-423; Rodón Binué, E., El lenguaje técnico del feudalismo en el siglo XI en Cataluña
(contribución al estudio del latín medieval), Barcelona, Escuela de Filología, 1957, pp.
231-234; Santa Rosa de Viterbo, J., Elucidário das palavras, termos e frases que em Por-
tugal antigamente se usaram e que hoje regularmente se ignoram, Mário Fiúza, Mario
(ed.), Oporto, Lisboa, Livraria Civilização, 1966, t. II, p. 555; Niermeyer, J. F., Mediae
Latinitatis Lexicon Minus, ed. fotomecánica, Leiden, E. J. Brill, 1984, pp. 956-959;
Alonso, M., Diccionario medieval español. De las glosas emilianenses y silentes (s. X)
498 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tida 4, 25, 1, texto coetáneo al Cancionero de Ajuda, nos dirá que señor
es aquel que “a mandamiento e poderío sobre todos aquellos que biuen
en su tierra”. Como señor, dominante, adornado con todas las virtudes,
no es precisa ninguna adjetivación posterior. La simple voz es sinónimo
de todo lo bueno, lo perfecto, lo bello y lo hermoso. No es precisa con-
creción ulterior. Eso explica que ni en el aspecto físico ni en el espiritual
o psicológico, se acumulen elementos descriptivos de la mujer, porque
el solo sustantivo se basta y se sobra para designar la realidad a la que
se quiere aludir. Una especie de abstracción rodea a la señora amada,
de la que no se sabe el nombre regularmente, ni su aspecto externo, ni
siquiera el ámbito geográfico en el que se mueve. No hay enumeración
de antropónimos, ni de rasgos físicos, ni de lugares, ciudades, villas o
aldeas donde aquélla pudiese vivir. Un ambiente de cierta evanescencia e
irrealidad lo rodea todo, como si la realidad física no tuviese existencia y,
lo que es más, importancia, con una mujer que no se describe y un paisaje
que también está ausente.
El señor es el ser perfecto, la totalidad del bien a la que se tiene que
tender para alcanzar la perfección y con ella la felicidad, si bien este
objetivo se va a ver frustrado de modo sucesivo. Es compendio de todo
aquello a lo que tiende el vasallo. Ninguna otra palabra puede aproximar-
se a describirla,69 o bien se emplean palabras de una significación general
que aluden a su buen aspecto, buen semblante o bello rostro.70
La mujer es la suma de todas las virtudes, es el ser perfecto e irrepetible,
la mejor creación que Dios ha efectuado, quien aparece así como respon-
sable último de la creación y del amor que ha nacido:71 la que mejor habla,

hasta el siglo XV, Salamanca,Universidad Pontificia, 1986, t. II, p. 1.580, y Léxico his-
pánico primitivo (siglos VIII al XII), Seco, Manuel (ed.), Madrid, 2004, pp. 584 y 585.
69 Cuando existe esa descripción, es esencialmente anímica, referida no a elementos
externos, sino a rasgos psicológicos o internos, como se puede ver infra. A modo de
ilustración, véase D’Heur, J. M., Recherches internes sur la lyrique amoureuse des trou-
badours galiciens-portugais (XII-XIV siècles), París, FNRS, 1975, pp. 435 y ss.
70 Cancionero, cit., nota 24, I, 5: “U veja o bon semelhar / da mia senhora, se lhe Deus
der’, / que a tal fez, end’o poder”; I, 49: “Ca se el vir’ o seu bon semelhar / d’esta senhor,
por que mi-a mal ven”; I, 55: “Nen a perderá, mia senhor, / quen vir’ vosso bon parecer”;
y I, 380: “Non poder vosso, nen veer / o vosso mui bon semellar”. “Bon semelhar”, “bon
parecer”, “fremoso parecer” y concordantes, se emplean en ibidem, I, 5, 7, 40, 43, 47, 49,
55, 70, 76, 84, 85, 88, 97, 98, 107, 113, 128, 130, 139, 141, 163, 166, 246, 248, 280, 287,
335, 351, 369, 382, entre otros muchos ejemplos.
71 Cancionero, cit., nota 24, I, p. 94: “En vos, que fez Deus a melhor / dona de quantas
donas vi”; I, 102: “Ca tan fremosa dona nunca fez / Nostro Senhor de quantas donas fez,
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 499

la más mansa, la más hermosa, la que mejor aspecto presenta, la que me-
jor regalo es para la vista.72 El trovador Pero Mafaldo concluye, de forma
definitiva, que “a fezo Deus de muito ben senhor / e das melhores donas
a melhor”.73 Joan Soares Somesso la califica, sin rubor, como la “melhor
dona do mundo”,74 y Pero García Burgalés la define de igual manera.75 La
adoración se ha apoderado de los vates medievales. La fidelidad tiene una
primera manifestación en esta exaltación sin límites de la señora amada. La
palabra se pone al servicio, valga la redundancia, del propio servicio feudal.
El señor tiene un poder prácticamente ilimitado sobre el vasallo,
incluso si se quiere arbitrario, totalizador, absoluto, no sujeto a res-

/ nen tan comprida de tod’outro ben!”; I, 118: “E a que Deus fez melhor parecer, / mia
senhor est, e senhor das que vi, / de mui bon preço e de mui bon sen, / per boa fe, e de
tod’outro ben / de quant’eu nunca d’outra don’oí”; I, 127: “Vi una dona melhor parecer
/ de quantas outras eno mundo vi”; I, 129: “U a podia eu mui ben veer, / e u a vi mui
melhor parecer / de quantas donas vi nen veerei!”; I, 131: “Senhor, que Deus mui melhor
parecer / fez de quantas outras donas eu vi”; I, 133: “Sab’oge Deus e sancta Maria, / que
a fezeron melhor parecer / de quantas donas vi e mais valer / en todo ben; e ben veeria”; I,
150: “Que vos parecedes melhor / de quantas eu vi, mia senhor”; I, 152: “Por aquel Deus
que vus feze nacer / e mui melhor das outras parecer / donas que el en este mundo fez, /
e mui mansa e de mui melhor prez”; I, 157: “Nostro Senhor, que mi-a min faz amar / a
melhor dona de quantas el fez, / e mais fremosa e de melhor prez, / e a que fez mais fre-
moso falar”; I, 179: “Por Deus Senhor, que vos tanto ben fez / que vus fezo parecer e falar
/ melhor, senhor, e melhor semelhar / das outras donas, e de melhor prez”; I, 186: “Por
Deus vus quero rogar, mia senhor, / que vus fezo de quantas donas fez / a mais fremosa,
nen de melhor prez: / pois todo ben entendedes, senhor”; I, 244: “Deus, que lhe mui bon
parecer foi dar (…) Nostro Senhor que lhe deu mui bon prez, / melhor de quantas outras
donas vi / viver no mund’; e, de pran, est assi: / Deus que lh’a ela tod’este ben fez”.
72 Ibidem, I, 41: “Por ben-prez e por ben-falar, / por bon-sen e per parecer”; I, 88: “Ca
non / vi nunca dona tan ben parecer / nen tan flemoso, nen tan ben falar”; I, 101: “Ay, mia
senhor e meu lum’ e meu ben, / per boa fe, verdade vus direi”; I, 107: “Tanto a vi fremoso
parecer / e fremoso falar que sol mester”; I, 140: “Tan mansa vus quis Deus Senhor fazer
/ e tan fremosa, e tan ben falar”; I, 141: “Cuidando en quanto vus Deus fez de ben / en
parecer e en mui ben falar”; I, 161: “Tanto a vi fremoso parecer, / e falar mans’, e fremos’
e tan ben, / e de tan bon prez, e tan de bon sen / que nunca d’ela mal cuidei prender”; I,
252: “Ca desejos non ei eu de perder / da mansedume e do bon parecer / e da bondade,
se eu ben fazer”; I, 254: “Por quan mansa e por quan de bon prez / e por quan aposto vus
fez falar”; I, 364: “Per boa fe, fremosa mia senhor, / sei eu ca mais fremoso parecer / vus
fez Deus, e mais fremoso falar / de quantas outras donas quis fazer. / E al vus fez que vus
ora direi: / fez-vus mais mansa e de mui melhor / doair’ e melhor talhada seer”.
73 Ibidem, I, 431.
74 Ibidem, I, 21.
75 Ibidem, I, 93: “Por que digo que sodes a melhor / dona do mund’; e verdade direi”.
500 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

tricciones ni a códigos: es “senhor de mi e do meu coraçon”, dueño


de alma y cuerpo,76 como se reitera en las palabras de Rodrigo Eanes de
Vasconcelos,77 luz con la que se iluminan los ojos del poeta, 78 todo luz
y todo bien.79 Es el señor que domina total y absolutamente, sin reco-
vecos, al vasallo,80 el cual solamente puede afirmar esa idea: “Ca soo
tan en seu poder”, dice Osorio Eanes,81 prueba de ese sometimiento
razonado, voluntario, imparable, hasta el punto de que un mundo cruel,
injusto, donde no hay mesura, ni grandeza, ni amistad, aquél, el mundo
imperfecto es redimido precisamente por la presencia del señor. 82 El
poeta lo ha perdido todo, todo lo anterior a su vasallaje amoroso, se
entiende, y ha renunciado al pasado por someterse al poder ilimitado
de la señora: ha perdido, dice Pero García Burgalés, “Deus e amigos e
esforç’ e sen”, Dios, amigos, esfuerzo y el sentido.83 Nuño Rodríguez
de Candarey lo expresa con suma claridad y angustia. El poeta morirá
porque así lo quiere su señora, que tiene todo en su poder, la vida y la
muerte, y es ésa su voluntad inapelable en el caso de que hubiese mere-
cimiento para dicha sentencia:

... e ben sei,


Senhor, que assi morrerei,
Pois assi é vosso prazer,

76 Ibidem, I, 156; I, 169; I, 257; I, 279.


77 Ibidem, I, 427: “Senhor de mi e do meu coraçon, / dizedes que non avedes poder
/ per nulha guisa de mi ben fazer”, preguntándose por qué no puede hacerle bien de la
misma manera que le hace mal: “Mais, mia senhor, dizede-mi una ren: / como mi vos
podedes fazer mal, / ¿non mi podedes assi fazer ben?”.
78 Ibidem, I, 421: “Ay mia senhor, lume dos olhos meus”.
79 Ibidem, I, 101; I, 185.
80 Diferentes fragmentos ponen de manifiesto esta sumisión total, en ibidem, I, 2, 21,
22, 40, 41, 54, 55, 68, 156, 213, 250, 285, 296, 297, 305, 306, 346, 361, 386, 427, 440.
81 Ibidem, I, 320.
82 Ibidem, I, 305: “Viv’eu en tal mund’, e faz m’i viver / una dona que quero mui
grande ben; / e muit’á ja que m’en seu poder ten, / ben de-lo temp’u soían amar”.
83 Ibidem, I, 101: “E fez-vus Deus nacer por mal de mi, / senhor fremosa, ca per vos
perdi / Deus e amigos e esforç’ e sen”. Con otras palabras lo expresa Joan Coelho, ibidem,
I, 158: “E direi-vus quanto por vos perdi: / perdo o mund’, e perdi-me con Deus, / e perdi-
me con estes olhos meus; / e meus amigos perden, senhor, mi”. Junto a la pérdida del
sentido, el otro elemento que tipifica el amor llevado hasta sus máximos extremos es la
pérdida del sueño, como Vasco Rodríguez de Calvelo, en ibidem, I, 297: “Nen seu amor
que me forçado ten, / que me tolheu o dormir e o sen”.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 501

E ben o podedes fazer


Se vus eu morte mereci;
Mais, por Deus, guardade-vus i,
Ca tod’é en vosso poder.
E senhor preguntar-vus ei:
Por serviço que vus busquei
¿Se ei por en mort’a prender?84

Roy Queimado dirá que la relación es vitalicia: “Servir-vus ei ja,


mentr’eu viver”, otro indicio más para resaltar esa capacidad de vincula-
ción a ultranza, prácticamente absoluta, si bien el silencio generalizado
de los poetas determina que podamos pensar que dicho vasallaje amato-
rio siempre presentará esos rasgos desde el momento de la primera visión
del señor, momento que implica el inicio de la relación, el comienzo del
suplicio, al que solamente la muerte, querida o no querida, parece puede
poner fin.85
Si el feudo y su relación jurídica es, como señalamos arriba, una rela-
ción de protección, fidelidad y dependencia artificial, que se superpone
a una relación política natural, trabada con el rey, no deja de sorprender
la inclusión en algunos versos de la referencia al señor como “natural”.
Aunque Partida 4, 24, 2 califica el vasallaje como un tipo de relación
natural, o un tipo de naturaleza, en el sentido de deber que unos hombres
tienen con otros “por alguna derecha razon en se amar e en se querer
bien”,86 no debe olvidarse el componente de artificiosidad que aquél pre-
senta por la necesidad de un expreso pronunciamiento para que nazca, se
constituya y se consolide. Esa referencia al señor natural lo hallamos en
dos cantigas de Martín Soares. En la primera composición, el lamento del
poeta procede de la amargura de amar sin ser correspondido, sentimiento
que se dirige a su señora como si fuese precisamente su señor natural,
el lógico destinatario de ese amor humano. La elevación de la mujer es
aquí incontestable, puesto que desplaza a cualquier otra instancia divina

84 Ibidem, I, 68.
85 Ibidem, I, 131.
86 Partida 4, 25, 1, para el concepto de naturaleza. Se enumeran, a renglón seguido,
diez tipos o modos de naturaleza, de las que destacamos las dos primeras: “La primera, e
la mejor, es la que han los omes a su señor natural por que tan bien ellos, como aquellos
de cuyo linaje descienden, nascieron e fueron raygados, e son en la tierra onde es el Se-
ñor. La segunda es la que auiene por vasallaje”, en Partida 4, 24, 2.
502 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

o humana de esa pirámide política, obstaculizada precisamente por el


fenómeno feudal:
De tal guisa me ven gran mal
Que nunca de tal guisa vi
Viir a outro, pois nasci.
E direi-vus ora de qual
Guisa, se vus prouguer, me ven:
Ven-me mal, porque quero ben
Mia senhor e mia natural.87

Es esa relación natural la que justifica en versos posteriores que el


poeta se encuentre pleno de derecho para amarla por encima de todas las
cosas, empezando por uno mismo (“Que am’eu mais ca min nen al, / e
tenho que ei dereit’i / d’amar tal senhor mais ca mi”), aunque en cues-
tiones amatorias, el derecho no tiene nada que decir (“Mais a min dereito
non val”). ¿Qué hacer, pues, si “dereito nen senhor / non me val’i”? Un
nuevo recurso feudal es la solución. Buscar el consejo, el consilium, al
que también se debe el señor, sin temor a la respuesta, pues cualquiera
será buena para el vasallo:

Quen me conselho der’, terrei


Que muit’ é bon conselhador.
Ca ela non mi-o quer i dar,
Nen mi-ar poss’eu d’ela quitar.
¿E qual conselh’é qui melhor?
Esforzar-m’en soffrer pavor
O melhor conselh’é que sei,
E en lhe dizer qual tort’ei
E non lh’o negar, pois i for.
E ela faça como vir,
De me matar e me guarir:
E averei de qual quer sabor.

En otra cantiga, el mismo poeta reflexiona sobre lo que se considera


elemental en el cosmos político medieval, es decir, que no es errado, ni
malo, amar al señor natural (en este caso, la señora) y que así lo debe

87 Cancionero, cit., nota 24, t. I, 53.


DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 503

comprender la destinataria de los versos, pues ella misma es la que es


destinataria de aquel calificativo, aunque le pese o le moleste ese amor:
“E non tenh’eu que é torto nen mal / D’amar ome sa senhor natural; /
Ant’é dereit’, e vos vo-l’entendedes”.88
Pero pasemos al verdadero señor de todos los seres humanos habi-
tantes en el reino. El señor natural, es decir, el rey, aparece de modo
esporádico en algunas composiciones que tienen como destinatarios a los
monarcas del tiempo del cancionero (hablamos del siglo XIII). La pro-
paganda política, teñida de un amor desmedido al monarca, sustituye los
recuerdos evocadores de las amadas que han sido y que no han podido ser
conquistadas. Hablemos de otro tipo de conquistas. Fernando III, “o mui
bon rei, que conquis a fronteira”, con ocasión de la toma de Sevilla, es
el protagonista de una cantiga de Pero da Ponte. Es el rey que actúa con
“razon verdadeira / en todo o mundo temer e mar, este bon rei de prez,
valent’ e fis”, de poder incomparable (“Non foi no mund’ emperador nen
rei / que tal conquista podesse fazer… E mais vus digu: en todas tres las
leis / quantas conquistas foron d’outros reis, / apos Sevilla todo non foi
ren”), guiado por Dios (“Que Deus manten e guia, / e quer que sempre
faça o melhor”), hasta el punto que la conquista de Sevilla es el mejor y
mayor presente con que se ha obsequiado a Dios desde su nacimiento: “E
des aquel dia que Deus naceu, / Nunca tan bel presente recebeu / Como
del recebeu aquel dia”.89
Su esposa, Beatriz de Suabia, recibe ahora el llanto del mismo poeta,
en una cantiga que evoca el paso del tiempo y la generalidad de la muer-
te, que se ha llevado a la querida y virtuosa reina, anticipando la sensibi-
lidad del otoño medieval de las centurias siguientes:
En forte ponto et en forte ora
Fez Deus o mundo, pois non leixou i
Nenhun conorto e levou d’aquí
A boa rainha, que end’é fóra:
Dona Beatriz. Direi-vus eu qual:
Non fez Deus outra melhor, nen tal;
Nen de bondade para non lh’acharia
Ome no mundo, par sancta Maria.90
88 Ibidem, I, 59.
89 Ibidem, I, 460.
90 Ibidem, I, 461.
504 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Lo mismo sucederá con el fallecimiento de Fernando, “que tan ben


no mundo fez”, suavizado por el hecho de que Dios ha dejado al frente
del reino a un dignísimo continuador de la política del padre. El infante
Alfonso, futuro Alfonso X, gran señor (natural) que viene a reemplazar a
su padre, otro gran señor:

Mais u Deus pera si levar


Quis o bon rei, i logu’ enton
Se nembrou de nos, poi’-lo bon
Rei don Affonso nus foi dar
Por senhor; e ben nus cobrou,
Ca se nus bon senhor levou,
Mui bon senhor nus foi leixar

E Deus bon senhor nus levou!


Mais, pois nus tan bon rei leixou.
Non nus devemos a queixar

Mais façamus tal oraçon


Que Deus, que pres mort’ e paixon,
O mande muito ben reinar!
Amen! Alleluya!91

Incluso un monarca alejado geográficamente del entorno castellano-


leonés, mas vinculado al mismo por lazos parentales, como sucede con
Jaime I, es el protagonista de la última cantiga de Pero da Ponte.92 Mere-
ce citarse, a título anecdótico, la comparación entre el rey de Castilla y el
mar, debida a la pluma de Payo Gómez Chariño, marino él mismo, quien
se basa para tal equiparación laudatoria en lo mucho que el mar propor-
ciona, su importancia estratégica, su poder, lo inaprensible de su corazón
91 Ibidem, I, 462.
92 Ibidem, I, 465: “O que Valença conquereu / por sempre mais valenç’aver, / Valença
se quer manteer, / e sempr’ en Valença entendeu. / E de Valença é senhor, / poir el manten
prez e valor / e pres VAlença por valer. / E per valença sempre obrou / por aver Valença,
de pran; / e por valença lhi diran / que ben Valença gaanhou. / E o bon rei Valença ten; /
que, pois prez e valor manten, / rei de Valença lhi diran. / Ca Deus lhi dei esforç’ e sen
/ por sobre Valença reinar, / e lhi fez valença acabar / con quanta valença conven. / El
rei que Valença conquis, / que de valença en ben fiz! / e per valença quer obrar. / Rei
d’Aragon, rei do bon sen, / rei de prez, rei de todo ben / est, e rei d’Aragon, de pran”.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 505

y de sus secretos, su capacidad para infundir temor a todos, su riqueza


o su mansedumbre, atributos perfectamente extrapolables al monarca,
nuevamente Fernando el Santo.93
Esas composiciones panegíricas no pueden evitar el ocultamiento de
un fenómeno que sería usual en el Medievo, a causa del cruce de fideli-
dades. Hay una natural, innata, debida al supremo rector del reino; hay
plurales fidelidades de tipo artificial que se conciertan libremente con
otros señores. En ocasiones, se producía el choque de estos deberes, la
confluencia conflictiva entre el servicio natural al rey y al señor concreto
del que se dependía de modo inmediato. El cancionero hace eco de esto,
en el sentido de contraponer la obediencia general a los designios del mo-
narca y el cumplimiento exacto de los deberes para con su señora. Airas
Corpancho proclama que él desearía servir al rey en su casa (deseo que
aparece muchas veces como el remedio para el mal de amor que aqueja
al trovador), pero motivos mayores (motivos de amor, en este caso) le
retienen junto a su amada: “Deu-lo sabe que me quisera ir / De coraçon
morar a cas del rei”.94
En otros casos, como el de Joan Coelho, el bien que se espera de la se-
ñora es tal que a su lado ninguno es mensurable. El poeta renuncia aquí a
ser rey, infante o emperador a cambio de que “ela fazer / quisesse ben”.95
Pero cuando el rey llama a sus filas, ningún obstáculo puede interponerse
en esa voluntad regia, aun cuando cause las mayores penas y afliciones.
El llanto es ahora de Pedro Eanes Solaz, quien marcha a la corte, pero con
un ánimo cabizbajo que le llevará a arrastrar su pena por dondequiera que
vaya:

Vou-m’eu, fremosa, pera’l rey:


Por vos, u for’, penad’ irei

Vou-m’eu a la corte morar:
Por vos, u for’, ei a penar.96

93 Ibidem, I, 256: “Estas manhas, segundo é meu sen, / que o mar á, á el rei. E por en
/ se semelhan, que’-no ben entender”.
94 Ibidem, I, 64: “Mais direi-vus por que o leixei: / por amor que mi-o non quis con-
sentir. / E pois amor non me leixa partir / da mia senhor, nen d’aqueste logar, / quen me
quiser’, venha m’aquí buscar”.
95 Ibidem, I, 171.
96 Ibidem, I, 284.
506 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Fernán Paes de Talamancos no duda en calificar de “gran mal” la lla-


mada del monarca, no obstante reiterarle su fidelidad y su voluntad de
servicio. Se deja entrever la pérdida del amor del monarca y un lamento
más paisajístico que personal, acaso fruto de la afición adquirida en el
cumplimiento de los deberes del buen vasallo:

Gran mal me faz agora ‘l rei


Que sempre servi e amei,
Porque me parte d’u eu ei
Prazer e sabor de guarir
Se m’eu da Marinha partir,
Non poderei alhur guarir.

Muit’é contra mi, pecador,


El rei, forte e sen amor,
Porque me quita do sabor
E grande prazer de guarir.
Se m’eu da Marinha partir,
Non poderei alhur guarir.97

Pero dejemos al señor, feudal o natural, para observar la otra parte


de la relación, la parte débil, la parte sometida, cuya voluntad libre se
ha sometido a un proceso de autodestrucción. El poeta enamorado se ha
transformado en “vasallo”, en servidor, voz asimismo de procedencia
franca generalizada en la Península Ibérica desde el siglo X en adelante,
con amplia pluralidad de acepciones, más allá del significado originario:
vasallo será no sólo el que ha concertado el pacto vasallático, el fiel y
leal servidor del señor, sino también una amplia gama de sujetos a los
que se extiende el mismo calificativo.98 Interesa retener, de todos modos,

97 Ibidem, I, 362.
98 Véase Grassotti, H., Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla, cit.,
nota 44, t. I, pp. 33 y ss. Vasallos serán los que reciban prestimonios no gratuitos, laicos o
eclesiásticos, los súbditos o naturales del rey, algunos concejos de realengo o sus habitan-
tes, los moradores de ciudades y villas de señorío laico y eclesiástico, así como las gentes
de condición inferior en situación de dependencia dominical. Para la voz “vassallus” o
“vassus”, véase Du Cange, D., Glossarium Mediae et Infimae Latinitatis, París, Niort, L.
Favre, 1887, t. VIII, pp. 249-252; Rodón Minué, E., op. cit., nota 68, p. 254; Santa Rosa
de Viterbo, J., op. cit., nota 68, t. II, pp. 625 y 626; Niermeyer, J. F., op. cit., nota 68, pp.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 507

el significado primigenio: vasallo es el fiel, el que se haya ligado con el


señor a través del pacto de fidelidad, sin indicaciones ulteriores acerca de
la condición social concreta que le corresponde, ya noble, ya caballero, ya
villano. Partida 4, 25, 1, define a los vasallos como aquellos que reciben
“honrra o bien fecho” de los señores, en forma de caballería, de tierra
o de dinero por servicio señalado, insistiendo en la idea de investidura,
de recepción de bienes y servicios de la parte del señor, obviando lo que
es el compromiso previo que aquél concierta, clave en la configuración
institucional de la relación.99 Es esta acepción la que ahora interesa, la
que ahora se destaca. Es indiferente el grupo social puesto que la relación
vasallático-amorosa no conoce de diferenciaciones estamentales.100 El va-
sallo nace a una nueva vida en el instante mismo en que declara su amor,
acto en el cual se produce la entrega personal al señor siguiendo los rituales
típicos del feudalismo, aunque el cancionero guarda silencio respecto a
estos extremos. Basta la simple contemplación de la mujer amada, de
ese ser que devendrá señora para que en el alma del poeta nazca el deseo
inextinguible de convertirse en su perpetuo servidor: las formalidades
y las solemnidades del feudalismo (besamanos, homenaje, juramento)
son reemplazadas por una declaración unilateral de voluntad que acaba
vinculando a los dos sujetos implicados. Los poetas pasan por alto este
componente formal (si bien en algunos casos se referirán, como se verá,
al pleito o al pleito-homenaje) porque lo que realmente les interesa es la
conclusión de esa nueva relación, sus puntuales consecuencias derivadas,
las nuevas realidades que se han alumbrado con la entrega a favor de la
señora. Se ha producido ya el cambio. Muchos pasajes reflejan este mo-
mento de transformación jurídica, en que la voluntad del primero queda
anulada y se inicia una nueva relación de sujeción, de dependencia, de
protección. Vasco Praga de Sandín nos introduce en esa nueva dinámica

1.061-1.064; Alonso, M., Diccionario medieval español, cit., nota 68, t. II, p. 1.616, y
Léxico hispánico primitivo, cit., nota 68, pp. 642 y 643.
99 Partida 4, 25, 1: “Señor es llamado propriamente aquel que a mandamiento e po-
derio sobre todos aquellos que biuen en su tierra… E vassallos son aquellos que reciben
honrra o bien fecho de los señores assi como caualleria, o tierra, o dineros por seruicio
señalado que les ayan de fazer”. Citamos por la edición anastática del Boletín Oficial del
Estado, Madrid, 1976.
100 Solamente en un pasaje se habla de “cavaleiro” para indicar esa diferenciación, en
Cancionero, cit., nota 24, I, 317. Fuera de ese ejemplo no hay alusiones a la vida anterior
del enamorado, ya vasallo con plenos efectos y con cancelación de la vida anterior.
508 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

en la que el trovador queda. Inicia su cantiga con un “Como vos sodes,


mia señor, / mui quite de me ben fazer”, refiriéndose así a los beneficios
que aguarda recibir del señor, basándose en la buena fe recíproca que entre
ellos se establece, que le lleva a “aver vosso ben”, procurar el bien de la
señora, para concluir definiendo el vasallaje irremisible que se acaba de
construir, que anula la libertad del nuevo servidor, pero también la de la
señora que se haya atada por ese “preito”: “Mais vos en preito sodes én, /
Ca me vus non quit’eu por én / De vosso vassalo seer”.101
Joan Soaires Somesso no habla de vasallo, sino que se refiere a otro
término más expresivo e igual de contundente, que en el siglo XIII forma-
ba parte del vocabulario feudal en el mismo sentido que el anteriormente
referido: se trata de la voz “hombre”.102 El poeta ha devenido hombre con
mayúsculas, servidor y servidor además militar. Pero en el caso concreto
del poema que nos ocupa la relación se ha roto, se ha partido y el vasallo
debe marchar (sin indicación de los motivos, aunque de nuevo puede ser
el sufrimiento amoroso). Por esa razón, el trovador tiene que marchar de
su tierra y estar dispuesto a combatir a su antiguo señor, porque aunque
le pese, ha de partir, ha de abandonar a aquel señor que tan mal se ha por-
tado con él, no obstante su deseo de morir por la misma señora:

101 Cancionero, cit., nota 24, I, p. 6. Otras, escasas, referencias a vasallo, en ibidem, I,
342: “Ora faz a min mia senhor, / como senhor pode fazer / a vassalo, que defender / non
se pode, nen á u lh’ir”; I, 402: “E a min faz og’ el mayor pesar / de quantos outros seus
vassalos son”; I, 428: “D’eu por vassalo, e vos por senhor”.
102 Cfr. Grassotti, H., Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla, cit., nota
44, t. I, p. 66: “A diferencia de lo que ocurría en la Europa feudal donde el término homo
se jerarquizó despaciosamente y llegó a significar vasallo —hacia el siglo XIII homines
se llamó por antonomasia a quienes habían prestado el homenaje vasallático— en León
y Castilla el vocablo no sufrió el mismo proceso ascensional”. En Cataluña, por ejemplo,
era sinónimo de vasallo, pero si este término implicaba necesaria e implícitamente la
dependencia para con un señor, la voz “homo” se acompañaba de una construcción: “esse
homo alicuius”, ser hombre de alguien. Cfr. Rodón Binué, E., op. cit., nota 68, pp. 138-
141. Además de las que se citan adelante, referencias a hombre como sinónimo de ser-
vidor en Cancionero, cit., nota 24, I, 42: “Voss’om’ en tal cuita viver”; I, 45: “Com’om’
a que, senhor, non val”; I, 49: “Nen outr’ome que tal senhor amar”; I, 52: “En guarirdes
voss’ome que matades”; I, 58: “E se me quiserdes guardar / de morte, guardaredes i
/ voss’ome, se guardardes mi”; I, 187: “Nunc’assi ome de senhor / esteve com og’eu
estou”; I, 303: “Mais ambos i paredes o melhor, / ca pois omen ben serv’a bon senhor,
/ bon galardon debe d’ess’a levar”; I, 363: “Que m’eu por en non possa creer / sempre
voss’omen’e al non”; I, 396: “Venho-vus rogar / por un meu omen que non quer servir”;
I, 398: “Pois boas donas son desamparadas / e nulho omen no’-nas quer defender”; I, 445:
“E vosso fui, senhor, des que vus vi; / e fora mias, se non morress’ assi”.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 509

E ja que m’end’a partir ei,


Esto pod’ela veer ben,
Que muita guerra lhe farei,
Porque me faz partir d’aquen,
Ond’eu son mui natural;
E sei lh’eu un seu ome atal
Qual averá morrer por én.103

Lo mismo hace un poeta anónimo unos fragmentos más adelante, rei-


terando el significado de hombre como servidor y recordando la exigen-
cia de que el buen servicio del vasallo se debe ver acompañado por el
correspondiente premio del señor para con él: “Mais ambos i faredes
o melhor, / Ca pois omen ben serv’a bon senhor, / Bon galardon debe
d’ess’a levar”.104
El hombre, como sinónimo de vasallo, aparece esporádicamente en
otra serie de versos. Martín Soares, uno de los más tristes y pesimistas de
entre todos los trovadores, se lamenta de que la señora haya dejado “assi
voss’om’ en tal cuita viver”.105 Otro trovador desconocido afirma lleno de
orgullo que servirá hasta la muerte a su señora, que “sempr’andarei por
voss’om, e servir-vos-ei”, reiterando su fidelidad servicial: “Ca mentr’
eu no mundo viver, / Non quer’ outra senhor filhar / Se non vos, se vos
non pesar”.106
Hombre o vasallo se omiten con el posesivo vuestro. Así, el poeta anó-
nimo reconoce que ama y sirve todo cuanto puede y se complace de ser
vasallo de su señora, a pesar de que ésta no le valora lo suficiente:

Am’ e sirvo quanto posso,


E praz-me de seer vosso;
E sol que a mia senhor
Non pesasse meu serviço,
Deus non me dess’ outro viço!
Mais fazend’eu o melhor.

103 Cancionero, cit., nota 24, I, 15.


104 Ibidem, I, 303.
105 Ibidem, I, 42.
106 Ibidem, I, 276.
510 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

La arbitrariedad de la señora le lleva al lamento que actúa como es-


tribillo:
Contra mia desaventura
Non val amar, nen servir;
Non val razon, nen mesura;
Nen val calar, nen pedir.107
Idéntica referencia aparece en unos versos de Nuño Rodríguez de
Candarey, quién se pregunta cómo ha podido ser tan injusta la señora
en su comportamiento para con el poeta, que es su hombre, su vasallo:
“Pero d’al vus preguntarei: / ¿Cómo podedes desamar / Quen s’assi por
voss’ome ten?”.108
Eventualmente, surgen otras calificaciones como “servidor”109 o como
“trovador”,110 en cuanto que servir y trovar son elementos indisociables
de la realidad servil que se ha constituido, son las modalidades exteriores
más señaladas por medio de las cuales se hace presente el servicio al que
se ha comprometido el vasallo.
Fernán González de Seara se lamenta asimismo de que su muerte,
debida al sufrimiento amoroso causado desde el instante en que con-
templó a la señora, impedirá seguir realizando el servicio amoroso al
que se debía: “E vosso fui, senhor, des que vus vi; / E fora mais, se non
moress’assi!”.111
El ya referido Somesso alude al dolido y sufriente amante ahora como
vasallo, que ve en su horizonte único la cercanía de la muerte por los
amargos tragos que la señora le hace pasar:

…E por én,
Un vassalo soo que á,
De pran, de morte perde-l-á
Por esta cuita en que me ten.112

107 Ibidem, I, 307.


108 Ibidem, I, 400.
109 Ibidem, I, 253: “Ela, pero sei que lhe prazerá / de mia morte; ca non quis, nen que-
rrá, / nen quer que eu seja seu servidor”.
110 Ibidem, I, 279: “Pero eu vejo aquí trobadores, / senhor e lume d’estes olhos
meus, / que troban d’amor por sas senhores / non vej’eu aquí trobador, par Deus, / que
m’og’entenda o por que digo: / al é Alfanx’ e al Seserigo”.
111 Ibidem, I, 445.
112 Ibidem, I, 18.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 511

También ese vasallo sufriente, cuyo dolor no admite comparación con


el de ningún otro vasallo. Es aquél el vasallo que más amargura recibe,
sin defensa alguna, como dice Nuño Fernández Torneol, pidiéndole a
Dios la muerte para evitar las duras cuitas de amor en las que está ence-
rrado:

E a min faz og’el mayor pesar


De quantos outros seus vassalos son;
E a este mal non lh’ei defensor:
U me ten en poder, quer me matar.
Nostro Senhor, non me leixes viver,
Se estas coitas non ei a perder.113

Nuevamente las cuitas amorosas sirven de preludio para emplear los


términos feudales apropiados. Rodrigo Eanes de Vasconcelos lo hace en
una cantiga de amor en que la amada aparece primero como amigo y
luego como señora. El sinalagma que implica el contrato feudal se ma-
nifiesta de forma extrema hasta el punto que, como dice el estribillo, no
se llega a saber quién de los dos, si el vasallo o el señor, es el que más
sufre por la relación, pues tal es la igualdad de deberes dolorosos que se
ha forjado entre las partes:

Aquestas coitas que de sofrer ei,


Meu amigo, muitas e graves son;
E vos mui graves —á i gran sazon—
Coitas sofredes; e por én non sei,
D’eu por vassalo, e vos por senhor,
De nos qual sofre mais coita d’amor!114

La influencia feudal franca se puede ver no sólo en la terminología,


sino incluso en el empleo del mismo romance provenzal para sancionar
la condición de “hombre-ligio”,115 que adquiere el poeta frente a su se-

113 Ibidem, I, 402.


114 Ibidem, I, 428.
115 “Hombre ligio” es aquel vasallo que ha concertado pacto con varios señores, pero,
dentro de esa maraña, especialmente con uno de ellos, pacto éste que adquiere prepon-
derancia. Esta fidelidad especial le lleva a colocar esa relación por encima de cualquiera
de las otras en caso de que se produzcan conflictos entre los diferentes señores. Véase
512 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

ñora. Lo expresa así Fernán García Esgaravunha, en el estribillo de su


cantiga:
Dizer-vus quer’eu uha ren,
Senhor que sempre ben quige:
Or sachiez veroyamen
Que je soy votr’ome-lige.116

En otras ocasiones, se emplea alguna construcción que de modo indi-


recto, a través de perífrasis, alude a esta relación trabada entre el señor y
su hombre, recalcando su carácter único, original, exclusivo: “Nunc’assi
ome de señor / Esteve com og’eu estou”.117
Se citan algunas instituciones características, como el conocido pleito-
homenaje, singular de la región galaico-portuguesa, pacto que se concer-
taba en el sentido de una promesa nobiliaria de cumplimiento de compro-
misos que se veían reforzados por la entrada en homenaje de los nobles
que realizaban tales pactos. Promesa y fidelidad se daban la mano en esta
peculiar forma de reforzamiento de alianzas señoriales con la grave con-
secuencia de incurrir en traición en el caso de incumplimiento: “O meu
amig’, amiga, que me gran ben fazia / Fez-me preit’ e menage que ante
me veria”.118
Porque, no obstante la dureza, el sufrimiento, la extrema sujeción, nin-
guno de nuestros trovadores es capaz de separarse de su respectivo señor.
Ahora es Pero Mafaldo el que habla para decirnos que, a pesar de los

García-Gallo, A., Manual de historia del derecho español. I. El origen y la evolución del
derecho, 8a. ed., 10a. reimp., Madrid, AGESA, 1984, pp. 599 y 600: “Cuando esto ocu-
rre, y ante la posibilidad de que los distintos señores tengan intereses encontrados y todos
ellos reclamen al vasallo su ayuda, se llega a distinguir dos clases de homenaje. Uno de
ellos es integrum o solidum, pleno, y cualquier otro es planum, llano, simple. Por el pri-
mero el vasallo se convierte, según se dice en Cataluña, en homo solidus et alecris (del
latín alacer, alicer, alegre, pronto, dispuesto) u homen soliu et alegre, hombre completo
y dispuesto —fuera de España se le llama ligio (del alemán ledig, libre de otro lazo)—,
y en realidad lo es, pues sirve al señor contra todos los hombres, mientras que el vasallo
simple exceptúa de su servicio el actuar contra su senior solidus”.
116 Cancionero, cit., nota 24, I, 126.
117 Ibidem, I, 187.
118 Ibidem, I, 444. También en I, 290: “E non me val i preito nen menage, / e ides-vus
e me desamparades, / desampare vos Deus, a que o eu digo”. Sobre el pleito-homenaje,
véase Grassotti, H., Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla, cit., nota 44,
t. I, pp. 216 y ss.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 513

consejos recibidos de sus amigos y a pesar de la falta de reciprocidad,


el vínculo debe mantenerse, el servicio debe continuar, y los nombres
deben seguir utilizándose en su sentido jurídico primitivo, porque sigue
existiendo una confianza ciega en que el señor siempre obrará del mejor
modo posible para con su vasallo:

Ay mia senhor! Veen-me conselhar


Meus amigos, como vus eu disser:
Que vus non servia, ca non m’é mester,
Ca nunca ren por mi quisestes dar!
Pero, senhor, non m’én quer’eu quitar
De vus servir e vus chamar senhor;
E vos paredes depoi’lo melhor!119

La construcción y la descripción de la relación vasallática se articula


de forma negativa, en forma de queja en la que el vasallo expone lo que la
señora no ha hecho y de ella se esperaba de haberse comportado de forma
leal, noble, justa.120 Roi Queimado expresa abiertamente esa queja,121 ese
incumplimiento claro del sinalagma, por parte de la señora:

Senhor fremosa, vejo-vus queixar


Porque vus am’e amei, pois vus vi;
E pois vos d’esto queixades de mi,
Se en dereito queredes filhar,
Aque-m’aquí eno vosso poder!
Pois vos de min non queixades por al,
Se non porque vus quero mui gran ben,
119 Cancionero, cit., nota 24, I, 430.
120 Ibidem, I, 46: “¿Qué farei eu, pois mi-a vos non creedes? / ¿Qué farei ei, cativo
pecador? / ¿Qué farei eu, vivendo sempre assi? / ¿Qué farei eu, que mal-dia naci? / ¿Qué
farei eu, pois me vos non valedes? / E pois que Deus non quer que me valhades, / nen me
queirades mia coita creer, / ¿Qué farei eu? Por Deus, que mi-o digades, / ¿Qué farei eu,
se logo non morrer? / ¿Qué farei eu, se mais a viver ei? / ¿Qué farei eu, que conselho non
sei? / ¿Qué farei eu, que vos desamparades?”.
121 Es éste uno de los más celebrados trovadores, obsesionado con la muerte que pu-
diera causar la cuita de amor. Véase Manero Sorolla, M. P., “Aproximaciones a la lírica
de Roy Queimado: en torno a las cantigas paródicas”, Anuario de Estudios Medievales,
núm. 13, 1983, pp. 279-290; y “Técnicas poéticas en las cantigas de amor de Roy Quei-
mado”, en ibidem, núm. 17, 1987, pp. 149-169.
514 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

E vejo que vos queixades por en,


Senhor de min, e meu ben e meu mal,
Aque-m’aquí eno vosso poder!
Senhor, se vos teedes por razon
D’eu por aquesto ja morte prender,
Non ei eu quen me de vos defender:
E por en, coita do meu coraçon,
Aque-m’aquí eno vosso poder,
En que foi sempr’e ei ja de seer.122
No hay, sin embargo, una enumeración taxativa de aquellos componen-
tes que se exigían a ambas las partes de la relación, de ese auxilio y de ese
consejo recíprocos, de esa actitud ante la vida que llevase a rodearse de
aquellos adjetivos que, de acuerdo con Fulberto de Chartres, calificarían
a todo buen vasallo: “sain et sauf, sûr, honnête, utile, facile, possible”.123
También Partida 4, 25, 6, se refería a la relación entre vasallo y señor en
términos jurídicos que acentuaban la humanidad de la relación: deben,
ambas partes, amarse, honrarse, “e guardar, e adelantar su pro, e des-
viarles su daño en todas maneras que pudiere. E debenlos servir bien e
lealmente por el bien hecho que de ellos reciben”.124 Solamente cuando
122 Cancionero, cit., nota 24, I, 138.
123 Carta de Fulberto de Chartres al duque de Aquitania (1020): “Al Muy Glorioso
duque de Aquitania Guillermo, Fulbert, obispo. Invitado a escribir sobre el tenor de la
fidelidad, he anotado rápidamente lo que sigue, consultado los libros que dictan auto-
ridad. Aquel que jura fidelidad a su señor debe tener siempre presente las seis palabras
siguientes: sano y salvo, seguro, honrado, útil, fácil, posible. Sano y salvo a fin que no
cause daño corporal alguno al señor. Seguro, a fin que no divulgue sus secretos, ni afecte
a las obras fortificadas que le procuran seguridad. Honesto, a fin que no atente contra
sus derechos de justicia, ni a otros elementos que comprometan su honor. Útil, a fin que
no dañe sus posesiones. Fácil y posible, a fin que el bien que su señor pueda hacer con
holgura no lo torne difícil, y lo posible devenga imposible. Es justo que el fiel evite actos
perniciosos. Pero con esto no merece aún su radiación. Pues no es suficiente abstenerse
de hacer mal, es necesario también hacer bien”. El ���������������������������������������
texto original en francés en Boutru-
che, R., Seigneurie et féodalité. La premier âge. Des liens d’homme à homme, 2a. ed.
revisada y aumentada, París, Aubier, 1968, p. 405. Documento número 54. La traducción
en Valdeón Baruque, J., El feudalismo, Madrid, Historia 16, 1992, p. 164. Esa carta se
incorporó a los Libri Feudorum 2, 6, 1, De forma fidelitatis.
124 Partida 4, 25, 6: “Debdos muy grandes son los que han los vassallos con los Se-
ñores. Ca deuen los amar e honrar e guardar e adelantar su pro, e desuiarles su daño en
todas maneras que pudieren. E deuenlos seruir bien e lealmente por el bien fecho que
dellos resciben. Otrosi dezimos que el señor deue amar e honrrar e guardar sus vassallos
e fazerles bien e merced e desuiarles daño e desonrra. E quando estos debdos son bien
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 515

se da esa reciprocidad nace, crece y dura el amor verdadero entre ellos.


No es así en la lírica. Hay quien cumple, el vasallo; hay quien incumple,
el señor, que no va a dar el paso decisivo hacia la investidura feudal, no
va a hacer efectivos sus propios compromisos, a entregar el amor que
es el único beneficio que el vasallo ansía. Acaso por tal razón, esto es,
la inexistencia del beneficio, la palabra “feudo” está ausente de nuestro
vocabulario literario, además de por la causa apuntada: la inexistencia
realmente de una institución de tales perfiles en nuestro Medievo. Por
eso, el amor perfecto, pleno, completo, correspondido, recíproco, no lle-
ga a asomar, no aparece por ningún lado, porque no llega a existir. Falta
la culminación de esa relación. Los incumplimientos de la señora amada
sirven para que el vasallo trovador reivindique el exacto cumplimiento
de los servicios, de la buena fe y de las obligaciones esenciales de todo
buen señor, lo que de ella se busca conforme a los usos, estilos, prácticas
y costumbre feudales.
Por ese motivo, afirmamos que se llega a la esencia de la relación por
la vía de la negación de la relación, no mediante su afirmación. Se descri-
be lo que falta, no lo que existe. Dibujamos la relación precisamente por
lo que denuncia el vasallo, por aquello que está ausente. Éste es el dilema
que se vislumbra en todo el cancionero: la reivindicación de un exacto
cumplimiento que dé al vasallo aquello que le corresponde precisamente
por haber sido fiel, sumiso, leal, estrictamente cumplidor de aquellos ser-
vicios que debía a su señora. He aquí el drama, porque el amor le ciega
tan poderosamente que ni siquiera está dispuesto a exigirle ese cumpli-
miento, aunque lo desea, aunque tiene todo el derecho del mundo a ello,
aunque posee toda la razón para la exigencia.
Los poetas galaico-portugueses no cesan de afirmar su servicio, su bue-
na fe,125 la confianza que inspira y rige la relación,126 su lealtad127 (con su

guardados faze cada uno lo que deue e cresce e dura el amor verdadero entre ellos. Otros
debdos y ha de muchas maneras entre los vassallos e los Señores, que son tenudos de
guardar los unos a los otros, en tiempo de guerra e de paz e de que diximos en la segunda
partida deste libro, en las leyes que fablan en esta razon”.
125 Las referencias a la buena fe tanto del señor como, sobre todo, del vasallo, son nu-
merosísimas, en Cancionero, cit., nota 24, t. I, 2, 4, 7, 10, 11, 12, 24, 52, 74, 85, 87, 94,
101, 115, entre otras.
126 Presentada en sentido negativo, en ibidem, I, 9: “E creo que fará mal-sen / quen
nunca gran fiuz’ouver’ / en mesura d’outra molher”.
127 Ibidem, I, 304: “Pero quero m’esforçar / con sen e con lealdade / d’amar e seer
leal”; I, 307: “Porque sol dizer a gente / do que ama lealmente”; I, 313: “E ben me pode
516 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

corolario capital: no tener otro señor al que servir de igual manera),128 su


mesura en la conducta como expresión de una comedida actitud palaciega
y cortesana,129 el valor y respeto al pacto concertado,130 la exigencia de
un premio,131 o galardón132 (incluso bajo la forma de merced, de petición
al margen del derecho y de sus exigencias),133 como recompensa a ese cú-
mulo de servicios. Se presenta a sí mismo como el modelo perfecto de
vasallo lo que requiere ahora idéntico modelo de señor. Y ese modelo
de señor solamente se puede materializar mediante la entrega del amor
que el vasallo pide. Si no es así, no habrá cumplimiento. Todos ellos
ponen de relieve un dato evidente: su amor se configura como servicio,
de suerte tal que amar y servir son sinónimos, intercambiables, idéntica
idea para la mentalidad del momento.134

chamar desleal / de querer eu, nen por ben nen por mal / viver com’ora sen ela vivi”; I,
352: “A quen Deus quisesse o poder dar / de lhi fogir, muit’estaria ben, / ca de mil coitas,
en que omen ten, / se guardaria, d’aquel desleal / ond’omen non poder aver ergo mal”.
128 Ibidem, I, 275. “Todos dizen que filh’outra senhor, / e que me punhe ben de me
quitar / de vos amar, pois non ei voss’amor”; I, 276: “Enquant’ eu vivo for’, / non quer’
outra senhor filhar / se non vos, se vos non pesar”; I, 309: “Mais lo poder ja non é meu: /
ca o dem’ agora d’amor / me fez filhar outra senhor”.
129 Reclamada y predicada de ambas partes, en ibidem, I, 9, 31, 117, 230, 250, 254,
307, 313, 325, 365, 383, 387, 434, 445. Para Carolina Michaelis de Vasconcelos, en
“Glossario do Cancioneiro da Ajuda”, Revista Lusitana, vol. XXIII, núms. 1-4, 1920, p.
55, “Mesura” se identifica con comedimiento, moderación, justa medida, cortesía o ma-
neras palaciegas, cualidades reclamadas y reclamables de ambas partes intervinientes.
130 Ibidem, I, 6: “Mais vos en preito sodes en”; I, 10: “Per meu preito mal embaraza-
do”; I, 63: “En me de seu preito e de si quitar”; I, 210: “Pois me levo, sol non é en preito”;
I, 291: “Preito me trage de me fazer ben”; I, 367: “Mais Deus, que preito tan desaguisado
/ de poderdes vos teer negado / tan muito ben como vus quis Deus dar”.
131 Premio en el sentido de valor, mérito, gloria, buenas cualidades, en ibidem, I, 11,
85, 86, 232, 255, 257, 269.
132 Es la lógica que se impone: el buen vasallo recibe del buen señor buen galardón, en
ibidem, I, 303: “Ca pois omen ben serv’ a bon senhor, / bon galardon deve d’ess’ a levar”;
I, 307: “Porque sol dizer a gente / do que ama lealmente: / se s’én non quer enfadar, / na
cima gualardon prende”.
133 Ibidem, I, 254: “Por mercê é que vus venho pedir / e porque soo vosso, e porque non
/ cato por al, nen seria razon”.
134 Ejemplos múltiples en ibidem, I, 3: “Ben-no creede, mais por vus buscar / muito
serviç’enquant’eu vivo for”; I, 37: “E sempre serviç’e amor”; I, 65: “Pola veer moiro e
pola servir”; I, 71: “Que meu serviço non me quer”; I, 83: “Pois contra vos non me val,
mia senhor, / de vus servir, nen de vus querer ben”; I, 95: “Que seu serviço non lhe quer /
per nulha guisa gradecer”; I, 121: “Senhor fremosa, que sempre servi”; I, 137: “Nunca fiz
cousa de que me tan ben / achasse come de quanto servi / sempr’una dona , des quando
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 517

La relación entre la señora y el poeta vasallo se articula siguiendo los


cauces de la normalidad feudal. El amor es el servicio principal, pero no el
único. El amor del poeta contiene la esencia de aquello que éste está dis-
puesto a brindar a su amada. El servicio se resume en el amor, un amor uni-
direccional, porque no implica de modo necesario la reciprocidad, como
ya se ha visto.135 Pero el amar adopta diferentes formas, pautas, códigos y
conductas. Servir es amar, es desear siempre el bien, es cantar a la mujer
amada, pero es también el elenco de las prestaciones típicamente feudales:
aconsejar y ser aconsejado por la señora;136 ayudar y ser ayudado; proteger
y ser protegido; amparar y ser amparado;137 obtener su perdón, caso de ha-
berle sido desleal;138 es estar sometido a peleas,139 a menguas de la propia

a vi”; I, 204: “Nen quitarei, enquant’eu vivo for’, / de vus servir, senhor, e vus amar”;
I, 232: “Trobei eu tanto, e tanto a servi”; I, 253: “Nen quer que eu seja seu servidor”; I,
254: “E porque soo vosso servidor”; I, 260: “Que m’el dá por mia senhor, que servir”;
I, 268: “Pois se non dol Deus de mi, nen Amor, / nen vos, senhor, que eu sempre servi”;
I, 272: “Senhor fremosa, queria saber / de vos que sempre punhei de servir”; I, 291: “A
mia senhor, que eu mais d’outra ren / desejei sempr’e amei e servi”; I, 307: “Non pe-
sasse meu serviço”; I, 334: “Pois me non val / contra vos serviço, nen al / que vus faça”;
I, 418: “De min podedes vos, senhor, seer servida”; I, 467: “A que eu muito servi”.
135 Ibidem, I, 291: “A mia senhor, que eu mais d’outra ren / desejei sempr’e amei e servi”.
136 Una suerte de consejo universal es el que se busca, pues se pide a los cercanos,
y amigos, a la señora, todo ello para acabar con las dolorosas cuitas de amor, si bien la
señora muchas veces no responde, sumiendo al poeta en una mayor tristeza (otro incum-
plimiento más de sus deberes), en ibidem, I, 10: “Que sen conselho que vos, mia senhor, /
me en este mundo fazedes viver”; I, 24: “Senhor fremosa, fui buscar / conselh’, e non-no
pud’aver”; I, 30: “E pois que lh’esto feit’ouver, / outro conselho á i d’aver”; I, 51: “Mal
conselhado que fui, mia senhor”; I, 52: “Que non acho que / me dê conselho, nen vos
non mi-o dades”; I, 53: “Quen me conselho der’, terrei / que muit’ é bon conselhador”; I,
68: “En gran coita vivo, senhor, / a que me Deus nunca quis dar / conselho”; I, 134: “E
por en non / me sei conselho, nen sei ora ben / se prove d’ir, se non; e meu sen / e meus
conselhos todos aqui son”; I, 154: “Ay eu cativo, que non poderei / prender conselho,
pois sen vos ficar”; I, 253: “Mais eu que me faço conselhador / d’outros, devera pera min
prender / tal conselho”; I, 275: “Este conselho non poss’eu filhar”.
137 Se pide defensa, entre otras cosas, frente a los designios del Amor, en ibidem, I,
80: “Que mi-amostr’ aquel matador / ou que m’ampare d’el melhor”; I, 263: “Ca non me
Deus de vos ben, senhor, / que me pod’amparar de seu avor, / se og’eu sei al por que o
temer”; I, 264: “Pois mi-a min Deus non quis, nen mia senhor, / a que roguei de me d’el
amparar”.
138 Ibidem, I, 29: “Pero lhe nunca mal busquei, / ei lh’ora de buscar perdon, / ca me
quer mal de coraçon”.
139 Peleas incluso contra Dios, a quien se acusa de causar ese mal de amores, en ibi-
dem, I, 146: “E des osmais non pod’ el saber ren / de mia fazenda, se non devinhar’, / pois
el assi quer migo guerrejar”.
518 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

hacienda,140 a los celos,141 en aras de la misma felicidad de la señora a la


que se sirve incondicionalmente.
Servir, en sus líneas generales, implica desear siempre el bien de su
señor142 y someterse a sus designios en todo caso y lugar.143 Es el “fazer
ben” que se reclama de ambas partes.144 El poder es exclusivamente de
la señora, la que es llamada señora poderosa,145 y al vasallo solamente le
queda plegarse al mismo, aceptarlo todo, sin posibilidad de liberación.146
Servirla y para ella trabajar, sumergirse en los caprichos y deseos de la
misma, de una manera absoluta, ilimitada,147 con la responsabilidad de
Dios subyaciendo en el discurso amoroso,148 al que se pide auxilio.149
Ella es, dice Nuño Eanes Cerceo, la muerte, todo mal y todo bien,150 la

140 Ibidem, I, 160: “A coita que eu prendo, non sei quen atal prenda, / que me faz fazer
sempre dano de mia fazenda”.
141 Ibidem, I, 165: “E tenho que faço dereit’ e sen / en querer mal quen vus quer mal e
ben”.
142 Como hace Pero da Ponte, en ibidem, I, 288: “E o dia que vos eu vi, / senhor, en
tal ora vus vi / que nunca dormi nada, / nen desejei al nada / se non vosso ben, pois vos
vi!”.
143 Ibidem, I, 68: “Senhor, que assi morrerei, / pois assi é vosso prazer”.
144 El “fazer ben” y su consecuencia, el beneficio, son sinónimos del verbo amar, tanto
para el vasallo como para el señor. El vasallo ha servido bien a la señora amándola; lo que
espera ahora es la misma conducta para con él, el bien hacer es aspiración a ser amado.
Véase Spina, S., “O fazer ben dos cantares trovadorescos”, Revista Brasileira de Filolo-
gia, vol. II, núm. 2, 1956, pp. 179-186.
145 Cancionero, cit., nota 24, I, 361: “Senhor fremosa, / de mi poderosa”.
146 Ibidem, I, 7: “Vos que mi-assi cuitades, mia senhor, / que eu me quite de vus ben
querer, / de pran ¿cuidades que algun poder / ei eu, senhor, de me vus en quitar? / ca vos
por al non o ides fazer. / Mais a verdade vus quer’eu dizer: / este poder nunca mi-o Deu
quis dar”.
147 El señor aprisiona al vasallo, en ibidem, I, 41: “E essa me ten en poder, / e essa est a
mia senhor, / e essa me faz o mayor / ben d’este mundo desejar”; I, 250: “En que me ben
mostrass’ o seu poder”; I, 285: “Sen vos, que me teedes en poder”; I, 296: “Una dona que
me ten en poder”; I, p. 305: “Una dona que quero mui gran bem; / e muit’ á ja que m’en
seu poder ten”; I,306: “Ca senhor ei que me ten en poder”; I, 440: “Nen saben qual coita
mi faz sofrer / esta senhor que me ten en poder”.
148 Ibidem, I, 40: “Ay mia Senhor, se eu non merecesse / a Deus quan muito mal lh’eu
mereci, / d’outra guisa pensara el de mi / ca non que m’en vosso poder metesse. / Mais
soube-lh’eu muito mal merecer / e meteu-m’el en o vosso poder / u eu jamias nunca coita
perdesse”; I, 427: “E mia senhor, mui gran poder vus deu / Deus sobre min”.
149 Ibidem, I, 54: “E Deus, se vus for’ en prazer, / sacade-me de seu poder”.
150 Ibidem, I, 386: “Vos sodes mia morte, e meu mal, e meu ben”.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 519

totalidad para lo bueno y para lo malo. Servir, en última instancia, esa


sujeción plena que lleva a cumplir todos los mandatos derivados de la
sola voluntad de la señora. Es la aniquilación de una voluntad propia que
ha sido enajenada a favor del ser amado.151
Como forma última de mostrar ese amor, ese servicio, y de plasmar
en la realidad cotidiana el mismo, hallaríamos el propio arte de trovar,
es decir, la escritura y la canción como arma al servicio del propio amor
feudal, dado que esa exaltación es también una forma de servicio en su
máxima expresión.152 La pena viene causada precisamente por aquellos
casos en los cuales la señora no acepta los servicios del vasallo. Cobra
tintes de inmensa amargura y de dolor prácticamente infinito. La muerte
del vasallo parece ser la conclusión necesaria, de la cual no está excluida
la voluntad del señor, es decir, que éste pudo bien decidir de modo volun-
tario ese estado previo e inevitable a la muerte al que se ve avocado el
servidor.
Pero la relación feudo-amorosa implica más detalles. Otro de los ele-
mentos que tipifican aquélla, y que es reiterado por el poeta, consiste en
el silencio respecto a la denominación de la mujer amada. Ninguna de las
composiciones, salvo contadas excepciones, se refiere nunca a la amada
empleando su propio nombre. Acaso es otro de los deberes que se impo-
nen al vasallo y que éste debe cumplir escrupulosamente. El silencio es

151 Mandado como aviso, anuncio, recado de la señora, pero siempre con ese compo-
nente de ordenación, de coactividad, que deriva de la relación feudal, en ibidem, I, 8: “Ca
ja eu sempre guardar-m’ei / d’aver mais ben do que og’ei, / se por vosso mandado non”;
I, 304: “Ca sempr’eu serei pagado / de quanto s’ela pagar’, / e de fazer seu mandado, /
se m’ela quiser’ mandar”; I, 332: “Digas-me mandado de mia senhor”; I, p. 343: “E mui
longi d’oir vosso mandado”; I, 347: “Poi-la que non fosse nada / por mi é tan alongada /
de min, que non sei mandado / d’ela, nen de mia fazenda”; I, 355: “Nenhun conselho boo
que filhar, / porque non fiz seu mandado enton”; I, 414. “Pois minha senhor me manda”.
152 Ibidem, I, 232: “A boa dona, por que eu trobava”; I, 247: “Que mui grad’ eu querria
fazer / una tal cantiga por mia senhor / qual a devia fazer trobador / que atal senhor fosse
ben querer… Tan muit’avia mester de saber / trobar mui ben quen por atal senhor / trobar
quisesse”; I, 279: “Pero eu vejo aquí trobadores , / senhor e lume d’este olhos meus, / que
troban d’amor por sas senhores / non vej’eu aquí trobador, par Deus”; I, 306: “E porque
m’ora quitei de trobar, / muitos me teen por quite d’amor”; I, 346: “Pero que mia senhor
non quer / que por ela trobe per ren, / nen que lhi diga quan gran ben / lhi quero, vel en
meu cantar”; I, 352: “Ja m’eu quisera leixa de trobar, / se me leixass’ a que mi-o faz fa-
zer”; I, 372: “Muitos teen oje por meu trobar / ca mi-o non faz nulha dona fazer; / e be-no
poder pora si teer”; I, 446: “Muitos me preguntan, per boa fe, / preguntas que non devian
fazer, / que lhes diga por quen trob’, ou qual é”.
520 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

una medida de precaución para evitar que se descubra esta infidelidad en


ciernes, que sea comentada por los demás y descubierta por el marido,
caso de existir aquél. Fernán González de Seara es el trovador que hace
una aproximación más certera a este deber previo, cuyo incumplimiento
podría provocar la demolición del edificio en construcción, de esa rela-
ción que se está fraguando entre las partes. El poeta se niega a revelar el
nombre de la señora amada mientras esté vivo porque de ello no se deri-
varía ningún beneficio para ambos, sino todo lo contrario. Aunque se lo
pregunten de buena fe, él responde con el silencio o con alguna mentira
piadosa en este caso.153 En otro ejemplo, el mismo González de Seara
reitera esa negativa a revelar el nombre de la amada ante la pléyade de
personas que le preguntan “qual est a dona que eu quero ben”, pero él
no lo dirá bajo ningún concepto ni bajo ningún ofrecimiento (“Mais mia
senhor non saberan por ren”):

E mui ben vej’eu que perden seu sen


Aqueles que me van a demandar
Quen é mia senhor; mais eu a negar
A averei sempre ¡assi me venha ben!
Eu ben falar ei da sa fremosura,
E de sabor; mais non ajan en cura,
Ca ja per min non saberan mais en.154

Es éste el primero de los deberes del poeta porque la ocultación de


aquellos protagonistas (en este caso, de la protagonista) determinará el
éxito o el fracaso final del proyecto conjunto que está creando. Su em-
pleo es común, frecuente, reiterado. 155 De la discreción depende que se
materialice o no ese amor. Esto no es obstáculo para que en algunos ca-

153 Ibidem, I, 446: “Muitos me preguntan, per boa fé, / preguntas que non devian fazer,
/ que lhes diga por que trob’, ou qual é. / E por en ei a todos a dizer / ca non saberan quen
é mia senhor, / per mi, entanto com’eu vivo for’. / En lh’o dizer non seria mia prol; / et
eles, pois, mi-o terrian per mal, / se lh’o dissesse; e des i per fol / me terriam; e digo-lhes
eu al: / ca non saberan quen é mia senhor, / per mi, entanto com’eu vivo for’. / ¿E que an
consigo de mi aficar / que lhes diga, qual é a senhor que ei? / E en al deverian a falar, / que
seria mais sap rol; e direi / ca non saberan quen é mia senhor, / per mí, entando com’eu
vivo for”.
154 Ibidem, I, 447.
155 Ibidem, I, 30, 48, 184, 220, 228, 245, 246, 405, 446, 447.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 521

sos muy puntuales se den indicaciones de parentesco 156 o nominales,157


que bien pudieran ser falsos para evitar cualquier suerte de peligros.
Pero lo usual es el silencio: aunque el dolor sea inmenso, no se pronun-
cia nunca el nombre de la señora. 158
Servir y callar. Mas no hay una total indefensión, dado que ese vasallo
trovador tiene algún recurso para actuar en su propio provecho y erradi-
car ese sufrimiento generalizado. Partir de la señora, abandonarla, es el
recurso superior y último al que accede el vasallo, porque, como ya se
ha visto, soportando como soporta la total infelicidad, queda siempre el
rescoldo de una aspiración, un deseo o una pequeña esperanza de que la
señora cambie de actitud. El vasallo podía, siguiendo el mismo procedi-
miento que se había establecido para el homenaje, separarse de su señor
por su sola voluntad desde el siglo XII, sin necesidad de que concurriese
causa justificada alguna.159 Las Partidas hablan de “partir” o “despedir”
al vasallo.160 Es el recurso último al que acuden algunos trovadores: sola-
mente cabe la posibilidad de prolongar la angustia hasta la muerte o bien
conservar la vida, lo que exige un alto sacrificio cual es el abandono, la
renuncia, el intento de olvidar a su señora. La solución, el partir (antóni-
mo de “ficar”, permanecer, o de “quitar”, liberarse), el desnaturalizarse
es solución contemplada y practicada por algunos poetas como única vía
156 O bien se refiere a su madre, como en ibidem, I, 238: “Mais pois que ja non posso
guarecer, / a por que moiro vus quero dizer: / diz alguen: est’é filha de Maria”. O bien se
indica un grado de parentesco con el poeta o con otra persona, en ibidem, I, 38: “E vos,
fiha de don Paay / Moniz”; I, 426: ante la pregunta de quién le hizo perder el sentido, el
poeta Fernán Fernández Cogomiho responde: “A mia sobrinha mi tolheu / o sen, por que
ando sandeu”; I, 398: “Netas de Conde, viuvas nen donzelas”: I, 426: “A mia sobrinha mi
tolheu / o sen, por que ando sandeu”. Incluso una mujer perteneciente a la clerecía como
la monja que no es de Nogueira, en ibidem, I, 282: “Non est a de Nogueira / a freira que
m’en poder ten”.
157 Ibidem, I, 62: “Pois non ei de dona ‘lvira / seu amor e ei sa ira”; I, 89: “Joana est
… ou Sancha … ou Maria”; I, 104: “Joana, dix’eu, Sancha e Maria”; I, 105: “Joan’ou
Sancha, que dix’, ou Maria”; I, 106: “¿Se é Joana? Se Sancha? Se quen? / Se Maria?”; I,
142: “A morte d’esto se mata: / Guiomar Affonso Gata / est a dona que me mata”; I, 143:
“Eu soo Guiomar Affonso!”; I, 198: “Par Deus, ay dona Leonor, / gran ben vus fez Nostro
Senhor!”; I, 301: “Se eu ousass’ a Mayor Gil dizer”; I, 375: “Viv’ en mui gran tormenta /
dona Orrac’ Abril”; I, 392: “Par Deus, dona Maria, mia senhor ben-talhada”; I, 455: “Foi
Oordia Gil e foi Guiomar”.
158 El poeta jamás dirá el nombre de la señora, como en ibidem, I, 28; I, 48; y I, 45.
159 Véase García de Valdeavellano, L., Curso de historia de las instituciones españo-
las, cit., nota 42, pp. 384 y 385.
160 Partida 4, 25, 7.
522 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

de aliviar el sufrimiento.161 Claramente, ese dolor mezcla de alivio y de


nostalgia, lo expone Nuño Eanes Cerceo, que renuncia a su tierra y a sus
amigos para olvidar a su señora:

Agora me quer’ eu ja espedir


Da terra, e das gentes que i son,
U mi Deus tanto de pesar mostrou,
E esforçar mui ben meu coraçon,
E ar pensar de m’ir alhur guarir.
E a Deus gradesco porque m’en vou.

Ca meu grad’, u m’eu d’aquí partir,


Con seus desejos non me veeran
Chorar, nen ir triste, por ben que eu
Nunca presesse; nen me poderan
Dizer que eu torto faç’ en fogir
D’aquí u me Deus tanto pesar deu.162

En algunos de ellos, aun con todo el dolor, la solución no aparece ní-


tidamente y las reservas son numerosas porque están acaso convencidos
de que esa separación no pondrá fin al dolor, sino que originará otro más
fuerte.163 Incluso es imposible como afirma el poeta: “de non poder d’ela

161 Cancionero, cit., nota 24, I, 18: “Agora m’ei eu a partir / de mia senhor, e d’aver
ben / me partirei poi-la non vir”; I, 21: “E pero no direi por quen; / mais per muitas terras
irei / servir outra, se poderei / negar esta que quero ben”; I, 126: “Punhei eu muit’en me
quitar / de vos, fremosa mia senhor”; I, 424: “E quando m’eu da mia senhor parti”.
162 Ibidem, I, 389.
163 Ibidem, I, p. 15: “Ca sempre eu desejei mais d’al / de viver con ela e, mal / que me
pes, a partir-m’ei en”; I, 23: “E se m’ela por Deus mandasse / o que me nunca quis man-
dar / que me non fosse, e que ficasse / ali u ela ouvess’estar”; I, 103: “De que m’eu trist’
e chorado parti / e muit’ anvidos e mui sen sabor, / porque me disse que me partiss’en /
a mia senhor e meu lum’ e meu ben, / mais fremosa das donas que eu vi”; I, 135: “Nos-
tro Senhor, ¿e ora que será / de min, que moiro, porque me parti / de mia senhor mui
fremosa”; I, 174: “Noutro dia, quando m’eu espedi / de mia senhor, e quando mi-ouv’a
ir”; I, 290: “Agora me part’eu mui sen meu grado / de quanto ben oge no mund’avia”;
I, 294: “Veed’, amigos, como m’en parti: / Leixei-lh’a terra, por lhe non fazer / pesar, e
viv’u non posso viver”; I, 357: “Grave dia naceu, senhor, / quen se de vos ouv’a partir,
/ e se teve por devedor / de se a outra terra ir / como m’eu de vos partirei. / Ora quando
m’alongarei / de vos, viverei sen sabor”; I, 360: “Vedes, senhor, u m’eu parti / de vos, e
vus despois non vi, / ali tenh’eu o coraçon”; I, 391. “Con gran coita de vos direi-vo’-lo
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 523

partir / os meus olhos”,164 debido al miedo que ha inculcado en el alma de


aquél.165 En ocasiones, el dolor lo causa la marcha de la propia señora166
o es ésta la que fuerza al poeta al abandono del amor, lo cual implicaría
un abandono también físico.167 Un trovador desconocido nos cuenta que
desde la separación no ha habido tranquilidad, ni reposo, ni alegría en su
vida:
Amigos, des que me parti
De mia senhor e a non vi,
Nunca fui ledo, nen dormi,
Nen me paguei de nulha ren.168

Una consecuencia que se sugiere en algunos textos es la posible ven-


ganza que la señora ejercita sobre el vasallo. Aparece en Nuño Rodríguez
de Candarey, quien afirma que vive en gran dolor pues Dios no le ha dado
consejo alguno y aboga por la muerte como única salida lógica a su sufri-
miento. Esa solución puede actuar como motor de la venganza, traducida
en el mal hacer de la señora, que sobre el vasallo se proyecta en caso de
que ejecute su amenaza que provocará un menoscabo en las espectativas
de la señora claramente: “E por meu mal se me deten, / Por vingar-vus,
mia senhor, ben / De min, se vus faço pesar”.169
La venganza pertenece en otros casos a Dios, quien la proyecta sobre el
infeliz poeta vasallo, quien ignora los motivos últimos de aquélla, el por
qué íntimo de esa actuación contra él. Es ahora Pedro García Burgalés:

que farei: / leixar quer’ a terra u vos sodes, senhor… E se me Deus quisess’oir, alá mo-
rrerei”; I, 397: “Cuidava-m’eu, quando non entendia / que mal-sen era de vus ben querer,
/ senhor fremosa, que m’en partiria… pero non me part’en”.
164 Ibidem, I, 28.
165 Ibidem, I, 61: “Ca eu, ¿como vus fogirei, / pois estes, de que tal med’ei, / me non
leixan de vos partir? / E pois m’alhur non leixan ir, / estar-lhis-ei mentr’eu poder”.
166 Ibidem, I, 70: “Ir-vus queredes, mia senhor, / e fiqu’end’eu con gran pesar… E
rogu’eu a Nostro Señor / que, se vos vus fordes d’aquen, / que me dê mia morte por en, /
ca muito me será mester”; I, 199: “E pois me queria desemparar, / quando a vi, mandasse
me partir / logo de si¡ e mandasse-m’end ir”
167 Ibidem, I, 73: “Ora veg’eu que me non fará ben / a mia senhor, pois me mandou
dizer / que me partisse de a ben querer”.
168 Ibidem, I, 280.
169 Ibidem, I, 68.
524 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Se eu a Deus algun mal mereci,


Gran vingança soub’ el de min prender,
Ca me fez mui boa dona veer
E mui fremos’, e ar fez-me des i
Que lhe quis sempre d’outra ren melhor.170

Y en idéntico sentido canta Joan de Aboin sus cuitas de amor:

Be’-no sei eu, fez mi-o por se vengar


De mi, per esto e non per outra ren;
Se lh’algun tempo fiz pesar por en
Me leix’assi desempard’andar
E non me quer contra ela valer.
Por me fazer mayor coita soffrer
Me faz tod’ est’, e non me quer matar.171

Otras veces, es el propio poeta quien ejercita la venganza contra sus


propios ojos, instrumentos que le servían para percibir a la señora amada
y con ello incrementar sus dolores espirituales para hacer “seu mal e do
meu coraçon / por me vengar d’eles, e por al non”, aunque el resultado
final es que: “Na vengança que d’eles prendi, / Gran mal per fiz a eles e
a mi”.172
Pocas son, por el contrario, las duras palabras de traición que figuran
en el texto, en cuanto que extremo máximo de la infidelidad. Parece ser
éste el recurso último que solamente se emplea en contadas ocasiones
para designar el comportamiento del señor o del vasallo. Como suce-
día en la realidad cotidiana, la traición es suceso excepcional, dentro del
edificio de fidelidades que sostenían el aparato político y pocas veces
se realizaba una conducta tal. El respeto a la palabra dada y el haz de
consecuencias jurídicas que el incumplimiento imponía hacían difícil ese
paso hacia dichos comportamientos que rebasaban los márgenes de las
lealtades conocidas.173 Lo mismo en el campo amoroso. Es el compor-
tamiento más despreciable porque supone la violación de toda idea de
170 Ibidem, I, 100.
171 Ibidem, I, 157.
172 Ibidem, I, 164.
173 Véase Iglesia Ferreirós, A., Historia de la traición. La traición regia en León y
Castilla, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1971, espe-
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 525

lealtad existente, y de lo que ella comporta, esencialmente, la seguridad


en cuanto que orden y paz. Y ese comportamiento es el que fundamen-
talmente en la época del cancionero se debía al monarca, no a ningún
otro ser. De modo que se asiste así a una cierta vulgarización de la idea
de traición, puesto que los sujetos que traicionan o a los que se puede
traicionar son innúmeros. Veamos ejemplos de esa pluralidad subjetiva.
Lo expone Joan Coelho en un sentido trágico e irresoluble, dado que si el
vasallo muere por la señora o ella muere a manos del vasallo, la solución
es la misma, en el sentido de ser calificado de violador de esa fidelidad,
por tanto, de traidor:

Quen me vus assi vir’desamparar


E morrer por vos, pois eu morto for’,
Tan ben vus dirá por mi traedor
Come a min por vos, se vus matar.174

La traición es vista, sobre todo, como un incumplimiento de los de-


beres fundamentales, tanto jurídicos como emocionales. Es traición la
no protección del bien que se tiene puesto que hace gran daño aquel que
tiene un bien, siempre que su corazón no lo guarde o proteja en toda
ocasión:

E faz gran traicion


O que ben á, se o seu coraçon
En al pon nunca se non en guardar
Sempr’ aquel ben.175

Pero también es traición no agradecer el sacrificio del vasallo, enten-


diendo por tal la ausencia de recompensa o de galardón por sus servicios,
incluso la muerte a favor o en beneficio del señor:

Mais por Deus, que vus foi dar o mayor


Ben que eu d’outra dona oí dizer,

cialmente, pp. 147 y ss., para la obra alfonsina, donde acaba cuajando una idea de traición
como violación de la lealtad debida al monarca (sobre todo, en Espéculo y Partidas).
174 Cancionero, cit., nota 24, I, 158.
175 Ibidem, I, 248.
526 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Que me non leixedes escaecer


En me lhe non deffenderdes, senhor!
Ca ben coido, de com’é traedor,
Que me mate ced’, e pois non querer
Gracir-vo’-lo, pois que eu morto for.176

En otros supuestos, el calificativo de traidor se aplica al propio Amor,


al mismo sentimiento que con tan mala fortuna ha irrumpido en la vida
de los protagonistas:

Mais esso pouco que eu vivo for’,


Pois assi é,no’-me queiro queixar
D’eles; mais el seja seu traedor,
Se me non mata, ois non poss’achar
Quen me lh’ampar, e se me d’el queixar,
Deus non-me valha! Que eu mester ei.177

Ningún hombre ha sido leal al Amor, en sentido inverso, y muchos se


quejan junto al trovador de las injusticias que aquél comete y de cómo la
posibilidad de huida sería bien empleada en la mayor parte de los casos:

A quen Deus quisesse o poder dar


De lhi fogir, muit’estaria ben,
Ca de mil coitas, en que omen ten,
Se guardaria, d’aquel desleal
Ond’omen non poder aver ergo mal.
Ed Amor nunc’a ome leal vi,
E vejo eu muitos queixar con mi.178

La señora no se escapa a la calificación de traidora. Fernán Paes de


Talamancos denuncia a su amada sin miedo a las represalias. Anuncia su
despedida precisamente porque ella lo ha traicionado, lo ha querido mal:

Con vossa graça, mia senhor


Fremosa, ca me quer’eu ir,
176 Ibidem, I, 263.
177 Ibidem, I, 264.
178 Ibidem, I, 352.
DE AMOR Y DE FEUDOS: LECTURA JURÍDICA 527

E venho-me vus espedir,


Porque mi fostes traedor;
Ca avendo-mi vos desamor,
U vus amei sempr’a servir,
Des que vus vi, e des enton
M’ouvestes mal no coraçon.179

En algunas cantigas, el traidor es el corazón que no se aviene a razo-


nes concretas para justificar los desvaríos cometidos, un corazón que da
malos consejos e incrementa el dolor:

E des que a vi o primeiro dia,


Non me guardei, nen fui en sabedor,
Nen me quis Deus guardar, nen mia folia,
Nen este meu coraçon traedor
Que mi-a depois conselhou a veer.180

Finalmente, el calificativo de traidor se emplea para referirse al propio


mundo, el estado de las cosas, que ha impedido que aquéllas discurrieran
por los cauces de la normalidad y que el Amor se consumase: “E por esto
quer’eu por seu amor / Leixa’-lo mundo falso, traedor, / Desemparado,
que me foi falir”.181
Con estas líneas he tratado de mostrar la comunicación e interde-
pendencia, la relación nítida y el intercambio fluido, entre lenguajes, el
jurídico, vasallático o feudal, y el amoroso, así como la transposición de
los esquemas de esa relación señor-vasallo al campo amoroso. Se han
examinado vocablos referidos a las partes (señores, vasallos, hombres,
servidores), a las modalidades del servicio, al amparo y al desamparo,
al cautiverio, a los pactos, homenajes y demás parafernalia usada con
regularidad en la concertación de esas relaciones de fidelidad extremas y
especiales. Falta, y es ausencia cualificada, la mención al feudo, pero las
mismas razones que explican su presencia contada en no más de cinco ca-
sos dentro de la prosa cortesana o cancilleresca, en la documentación ofi-
cial, pueden servir de explicación y de justificación de la misma ausencia

179 Ibidem, I, 358.


180 Ibidem, I, 406.
181 Ibidem, I, 438.
528 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

en el campo de la lírica, tan próximo a los sentimientos y realidades que


aquél pretendía regularizar. Quedan muchas etapas todavía que recorrer
en este camino que conduzcan paulatinamente a examinar y desnudar los
cancioneros restantes, a leerlos con la vista puesta en una perfecta aus-
cultación de la vida que debajo de su apariencia late, una vida que está
llena de múltiples rostros, como el de la poesía o como el del derecho,
con el fin de examinar que esa realidad feudal circundante constituía una
atmósfera que lo impregnaba todo, incluso los sentimientos más íntimos
y más alejados, a primera vista, del mundo del derecho.
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS
(A propósito de M. Stolleis, Das Augen des Gesetzes.
Geschichte einer Metapher)

Es algo asumido que el conocimiento del derecho no procede solamente


mediante los textos que lo conforman con intensidad obligatoria variable,
aunque tales textos sean su necesario punto de partida. Si el derecho es
textos, la construcción de un conocimiento científico de lo jurídico no pro-
cede exclusivamente de los mismos. O lo que se antoja análogo: las vías
para llegar a conocer lo que llamamos orden jurídico son infinitas y no es-
tán supeditadas al mismo orden escrito que lo integra. Hay un universo de
documentos que tratan de agotar la totalidad de lo jurídico: leyes orgánicas
y ordinarias, decretos, reales o simples, instrucciones, ordenanzas, regla-
mentos, constituciones, tratados, contratos, pactos, transacciones, actos
administrativos, sentencias, autos, providencias, órdenes, convocatorias y
un largo etcétera. El derecho va más allá de las simples o de las complejas
normas. Es más que norma. Es vida y, por ello, experiencia que adopta las
más plurales formas de expresión. Parece como si el mundo del derecho
estableciese una unión definitiva con la escritura y a ella se vincula.
Esto es cierto en parte: la escritura aporta el orden que el derecho lleva
implícito en su seno. El orden que implica la certeza y la seguridad del
contenido, aplicación y realización de las normas. Ese orden que implica
la regularidad de su cumplimiento, y que implica la posibilidad últi-
ma de su conocimiento riguroso. Como juristas y como historiadores,
debemos admitir que todo conocimiento es conocimiento histórico y
que toda manifestación del derecho, que es obviamente histórica, tiene que
ser reconducida a su plasmación escrita. Una cosa es el derecho como
esencia, que es texto, y otra distinta el conocimiento de ese derecho,
que no se ciñe a escritura alguna y no halla en los estrechos límites de lo
escrito frontera cognoscitiva de ninguna clase. Ahí, por la vía del cono-
cimiento, sí se puede producir una cierta apertura más allá de lo escrito,

529
530 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

lejos de acentos y tildes, letras, palabras, frases, líneas, páginas y demás


elementos impresos, con la colaboración, sin embargo, de otros lenguajes
que también comunican a su uso y manera. Las fuentes para aprehender
ese derecho histórico (el que realmente conforma nuestra labor como
historiadores) no se agotan dentro de las que podemos calificar como ex-
clusivas y clásicas fuentes de conocimiento, las fuentes jurídicas o nor-
mativas propiamente dichas, las escritas, las documentadas. El acceso a
ese derecho pretérito puede efectuarse por otras vías, por otros caminos,
con otros instrumentos más allá de la letra de los textos. Si la historia
del derecho persigue el conocimiento del derecho del pasado, el cómo
fue en ese pasado y el cómo es en el presente la manifestación de ese
derecho del pasado, es inútil reducir aquél solamente a lo escrito, porque
el derecho como la realidad es mucho más que aquello que se conserva
explícitamente, textualmente. El acceso está abierto a otros lenguajes, a
otras representaciones, a otros mundos que simbolizan la cultura en sus
diversas manifestaciones.
También interesa conocer la representación o visión que la propia so-
ciedad tiene de sí misma y de cada uno de sus componentes culturales.
La escritura será una parte de ese orden jurídico, de aquella cultura como
capacidad de respuesta a los problemas de todo signo que se le plantean
al hombre, mas no la englobará en su plenitud. Habrá otras escrituras
ocupadas de cuestiones jurídicas desde una órbita, digámoslo así, no cul-
ta, formada o erudita, sino popular. Otros lenguajes permitirán el acceso
al mundo del derecho desde el conocimiento menos refinado, menos re-
tórico, menos respetuoso con lo que es el puro y estricto lenguaje técni-
co-científico, propio del derecho. Fuera de lo escrito también podemos
hallar huellas y testimonios que nos hablan de este derecho omnipresen-
te, que nos lo cuenten, con intención de dejarnos seducir por el mismo,
aceptar su cumplimiento, someternos a su imperio e introducirnos en la
dinámica derecho-deber, facultad-obligación, que aquél implica. Habrá
otras manifestaciones artísticas del ser humano en las cuales tenga cabida
la imagen que la sociedad tiene, real, satírica o exagerada, del derecho.
En definitiva: habrá accesos al derecho sin necesidad del mismo derecho
a su lado. Bastará una imagen o un reflejo que toma algo de la sustancia,
sin identificarse totalmente con ella. Así, la imagen, la percepción visual,
con sus gestos, metáforas, alegorías y construcciones, puede desempeñar
ese lugar de conocimiento y acceso a un mundo que no es tan lejano
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS 531

como se supone, sino que nos rodea a cada paso que damos. Al mismo
tiempo, la imagen juega un rol decisivo en aquellas sociedades donde la
escritura es patrimonio de unos pocos y el reconocimiento de las normas
básicas de convivencia solamente se puede producir por medio de imáge-
nes que todo el mundo comprende, entiende e interioriza. La iconografía
jurídica desempeña una misión didáctica y educativa.
El derecho es también una estética, puede llegar a ser goce o placer
visual, recreación de la visión y de los otros sentidos con afán comunica-
tivo, que se sirve de lo percibido por ese medio para ilustrar, ilustrarse e
ilustrarnos. ¿No hablamos de una “jurisprudencia elegante” para desig-
nar a la escuela holandesa del siglo XVII? ¿No es la elegancia virtud es-
tética predicada del derecho? ¿Puede ser elegante el derecho? ¿Puede ser
bello, feo, indiferente? ¿Posee el derecho la capacidad de conmocionar y
conmocionarnos por medio de la simple contemplación de sus imágenes?
¿Tiene el derecho una indiscutible dimensión plena de esteticismo?1 La
manifestación de ese derecho como obra artística, al servicio del poder
establecido, se puede percibir en numerosos ejemplos, a medio camino
entre la educación y la coacción, que van desde la escultura medieval,
que magnifica a Dios como centro del universo, hasta la pintura cortesana
de la Edad Moderna, compendio mudo de reglas, juegos de influencias,
intereses, prerrogativas, protocolos, exaltaciones y casi divinizaciones, o
las sátiras de Honoré Daumier de todas y cada una de las profesiones ju-
rídicas, pasando por las condecoraciones, los emblemas y los escudos, a
modo de compendios de derecho (y de derechos) portátiles.
La contemplación de esas obras de arte, además del goce estético pri-
mero que conlleva, trae aparejada y exige al investigador una segunda
lectura interpretativa que vaya más allá de las solas imágenes y llegue al
sentido profundo, querido o no por el autor. Si esa lectura se hace en clave
jurídica, nos permite una cumplida interpretación de la idea de derecho
que se manejaba y de sus efectos, negativos o positivos, una lectura de
todo aquello que de ese derecho se desprendía. El orden jurídico se repre-
sentaba para ilustrarse a sí mismo y para ilustrar a sus potenciales desti-
natarios sobre los efectos, con el convencimiento de que debían seguirlo
o debían evitarlo, de acuerdo con la perspectiva adoptada por el autor.

1 Véase, a modo de ejemplo, Radbruch, Gustav, Introducción a la filosofía del dere-


cho, trad. de Wenceslao Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 134 y
ss, con indicación bibliográfica en p. 144.
532 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Esa representación de lo jurídico y sus correlatos (sobre todo, la idea de


la justicia) parte de los clásicos trabajos de Hans Fehr, quien investigó
hasta la saciedad las relaciones continuas entre derecho y cultura (sus
decisivas contribuciones que muestran las formas de representación del de-
recho en las diferentes artes: el derecho en sus imágenes, en la poesía o la
misma poesía introducida en los textos jurídicos conforman el volumen
llamado genéricamente Arte y derecho.2 Hasta llegar a algunas recientes
e importantes aportaciones, como la que nos brindó el prematuramente
desaparecido Mario Sbriccoli.3 Se dice que una imagen puede valer más
que mil palabras. El derecho es también imagen, una imagen que se crea
por el artista para representar el concepto, ilustrarlo, criticarlo y, sobre
todo, mostrarlo, eludiendo acudir a las mil palabras inútiles que juegan
a experimentar con su definición. A través de esa publicidad se persigue
recalcar ese deber de acatamiento y de sometimiento a la norma: mostrar
la esencia del derecho, sus lados fuertes y sus lados débiles, los aspectos
mejorables y los más criticables. El derecho aparece como una imagen
de la misma dominación que lleva implícita. Es poder controlado y ese
poder necesita comunicarse de todas las formas posibles para su afirma-
ción, consolidación e imperio. Muchas son las imágenes que el mundo
jurídico presenta. De entre todas ellas, la ley es la que más ha buscado
ver reforzada su capacidad de sugestión. La ley se va a representar como
un ojo, el cual, como en el poema de Friedrich Schiller, Das Lied von der
Glocke, que inaugura el libro del profesor Michael Stolleis, todo lo ve,
todo lo controla, todo lo vigila: es el tutor de ese nuevo orden burgués y
estatal que se anuncia en 1800, cuando aparece el poema que contiene
la imagen referida. Cuando la oscuridad cae sobre la tierra y la noche se
apodera de todo, la tranquila existencia del burgués puede mantenerse
por el hecho indiscutible de que su vida es segura, plácida, tranquila, cal-
mada, merced al ojo de la ley que todo lo vigila. La ley es sinónimo aquí
de Estado, de certeza jurídica, de combate objetivo contra la criminalidad
que socava los pilares de esa nueva realidad institucional conformada por
el orden burgués ya nada revolucionario. El ojo es policía y ésta es, sobre

2 Véase Fehr, Hans, Kunst und Recht (I. Das Recht im Bilde. II. Das Recht in der
Dichtung. III. Die Dichtung im Recht), Berna, Rentsch, Francke, 1931.
3 Sbriccoli, Mario, “La benda della Giustizia. Iconografia, diritto e leggi penali dal
medioevo all’età moderna”, en AA. VV., Ordo Iuris. Storia e forme dell’esperienza giu-
ridica, Milán, Giuffrè, 2003, pp. 41-95.
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS 533

todo, seguridad. No hay cuidado: el ciudadano medio, común, el honrado


cultivador de las virtudes de la clase antaño revolucionaria, duerme tran-
quilo, aunque no sucede lo propio con el malvado, quien, ni siquiera bajo
la cobertura que le proporciona la oscuridad, puede cometer fechorías
por la vigilancia que impone ese ojo omnisciente y omnipotente.
La obra del antiguo director del Instituto Max Planck de Frankfurt am
Main, catedrático de la Universidad J. W. Goethe de la misma ciudad
y uno de los más prestigiosos historiadores del derecho contemporáneo
que ha dado Alemania, aparece como un pequeño tratado de iconografía
jurídica cuyo tema viene sugerido por la abundancia de imágenes que
se refieren al objeto específicamente acotado. Un tratado de iconografía
que partiendo de la representación concreta del “ojo que todo lo ve”, de
raíces divinas, acaba trazando una completa radiografía del tránsito que
se produce desde el pensamiento teológico-jurídico hasta la construcción
del Estado constitucional. La metáfora, de primigenia construcción reli-
giosa, deviene posteriormente política y, en el final de su recorrido secu-
lar, se convierte en un elemento definidor del derecho y del Estado que
está sometido al mismo. Será, pues, jurídica en su última manifestación.
Una evolución nos conduce a la descripción, desde la perspectiva que el
mismo ojo nos proporciona, de un proceso secularizador o de reemplazo
de la divinidad en cuanto mito, por otro mito en cuanto orden. De Dios
hacia el derecho parece ser el lema inspirador del cuidadoso trabajo del
A. El “ojo que todo lo ve” es también el ojo que contempla esta evolu-
ción del orden jurídico sumamente interesante y compleja. Breve obra
que no llega a la centena de páginas, su organización interna es lineal.
Una tímida estructura en siete partes, que no capítulos, se abstiene de
conformar rígidas divisiones; más bien son etapas de un razonamiento
perfectamente estructurado que nos narra, con la palabra y con la imagen,
ese tránsito desde Dios como poder a la ley como su sustituta, dentro
siempre de la idea de ordenación. Las diversas ilustraciones que recorren
la obra sirven de refuerzo gráfico al indudable esfuerzo intelectual que el
trabajo culmina.
Partiendo del poema de Schiller, una primera parte (I, pp. 7-14), ex-
plica el sentido del ojo de la ley en el siglo XIX, como equivalente a
control absoluto y pleno que los textos legales proporcionan a la nueva
sociedad. La ley, esa ley que consolida la dominación política y social
de la nueva clase ascendente, es insomne, omnisciente y omnipresente, y
534 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

cabe incluso la posibilidad de que pueda acceder a todos los fenómenos


y supuestos prácticos que la realidad presenta: absorbe todo en su seno y
nada queda fuera de su perspectiva, de su ángulo de visión. La idea del
ojo legal aparece, sin embargo, vinculada a la policía, al poder material
que ejecuta los designios de un Estado poco propicio a ser considerado
aún como Estado de derecho. La ley es vista como instrumento de domi-
nación y de pacificación, orientada sobre todo a conservar. El siglo XIX
se muestra ayuno en el empleo de esta metáfora, curiosamente cuando en
otros campos se usa de un modo abusivo y exagerado. Pero hay excep-
ciones que anticipan cierta idea de movimiento constitucional, justicia
independiente o de Estado de derecho en plenitud de valores, esperanzas
liberales en una nueva forma de revestimiento jurídico del poder estatal,
que no tardaría en llegar así, el Juristische Zeitung del reino de Hanno-
ver en 1826 (p. 10), muestra el ojo, rodeado de atributos como un cetro,
un código, una rama de olivo y una balanza, como una representación
conjunta del derecho y de la justicia. Robert Von Mohls publica una obra
en 1832-1833 (Die Polizei-Wissenschaft nach den Grundsätzen des Re-
chtsstaates, primera, jurídicamente hablando, que usa la idea de asocia-
ción entre derecho y Estado en su título mismo) en la cual habla de un ojo
de la ley como garantía de la objetividad frente a la doble subjetividad
del poder y de la indulgencia, bajo forma de clemencia o de misericordia.
En ese mismo sentido, el movimiento conducente a la monarquía cons-
titucional germánica, desde los Siete de Gotingen en 1837 hasta los con-
flictos y avances constitucionales posteriores, hablan el mismo idioma y
emplean esa metáfora en la dirección de objetividad apuntada.
Sin embargo este predominio, el pensamiento historicista del siglo
XIX, apoyándose en elementos arquitectónicos recuperados, procede a
vincular las Bellas Artes con el derecho, a culminar un intento de mostrar
la estética del orden jurídico, su permanencia en el tiempo, su vincu-
lación a las esencias de cada pueblo, a sus metas y a sus exigencias de
libertad, a la formación de su bagaje histórico o a las realizaciones, mí-
ticas o reales, de sus dinastías gobernantes: las sedes de los parlamentos
evocan los templos griegos; los palacios de la justicia buscan inspiración
en el Renacimiento o en el mismo Barroco; los ayuntamientos hallan mo-
delos en ese mismo Renacimiento, mientras que las iglesias encuentran
luz inspiradora en el Medievo. Agotados los modelos mitológicos de la
Antigüedad y del cristianismo por el efecto demoledor del Barroco, las
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS 535

fuentes de los siglos XIX y XX tornan a aquellos estilos neos, recupera-


dores de lo anciano. El pensamiento histórico-jurídico apenas da cabida
a nuestra metáfora. Poco espacio hay para el ojo de la ley como símbolo,
icono o construcción oral, aunque la visión se considera como actividad
vinculada a lo jurídico, sobre todo a la función de policía, que es de con-
trol y de preservación del orden a través de una actuación preventiva que
exigía saber, por cualquier medio, qué hacían determinados ciudadanos
poco afectos al régimen establecido. De ahí que ese ojo, unido a la idea
de vigilancia del ciudadano medio, sea tratado de un modo subversivo,
irónico, satírico y humorístico, como acontece en la prensa o con las
representaciones de Daumier o de Spitzweg (ambas en p. 13). Emplea-
do el ojo, a secas, como figura sumamente simbólica, lo hallamos en el
Dadaísmo y en el Surrealismo, si bien los componentes que los inspiran
son diferentes y su conexión con la ley se han perdido en el camino. Lo
mismo en las críticas a los sistemas políticos dictatoriales o en caricatu-
ras: el ojo ha olvidado a la ley, a la cual servía como visión. La ley, por
tanto, ya no ve todo.
En la segunda parte hallamos la genealogía, el nacimiento del ojo como
símbolo (II, pp. 15-21), que nos reconduce al texto por antonomasia, la
Biblia, y a un ojo concreto: el ojo de Dios, que comparte aquellos carac-
teres que, anteriormente vimos, pasarían a ser descriptivos de la idea de
una cierta clase de ley. El inicio de la metáfora se encuentra en la Biblia,
ese libro donde está todo contenido. El ojo de Dios o de Yahvé aparece
como un elemento metafórico, a la par que metafísico u ontológico, de
primer orden que simboliza parte de los atributos y potestades de Aquél
a quien no se puede nombrar. El ojo es para el hombre un sentido pri-
mordial, esencial, raíz de la percepción por medio de la vista, que le sirve
para conocer y hallar lo conocido, relacionarse con el mundo y poner
en juego la noción de espacio, del aquí (y del ahora, aunque en menor
medida). Es la vista el sentido determinante porque la percepción, que
precede al conocimiento y a la verdad, se produce por vía ocular antes
que por cualquier otra vía sensitiva. El ojo, la visión, son así elementos
decisivos para el conocimiento. La ceguera, como reverso, está con-
siderada en muchas de las antiguas tradiciones el cierre de esa puerta
abierta a la posibilidad de acceso al saber, el mal mayor, el destino más
aciago, el perfecto castigo para los más peligrosos criminales, pues con
el mismo se veda el mundo al castigado. Si la visión es atributo decisivo
536 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

para el hombre, también debe serlo para Dios, máxime si tenemos en


cuenta que el primero fue creado a imagen y semejanza del segundo.
El ojo de Dios es una constante en los textos bíblicos, sobre todo en el
Antiguo Testamento más que en el Nuevo, por la simple razón de que en
el primero el componente metafórico es mayor, como sucede en el caso
de los libros sapienciales, poblado de numerosas imágenes y alegorías.
El ojo de Dios simboliza su sabiduría, la vía mediante la cual Dios pue-
de conocer todo cuanto ha pasado, pasa o pasará, el compendio de su
eternidad. Primero es, pues, la sabiduría. Sin detenerse ahí. El ojo es el
camino para la omnisciencia. De la sabiduría se pasa al poder. Si todo
se sabe, todo se puede. El ojo se erige en el instrumento del que Dios se
vale en un doble sentido: para obtener y proporcionarle saber, dado que
con él todo se contempla; y para obtener y proporcionarle el poder, por lo
anterior. Mediante la sabiduría eterna, todo se conoce y todo se puede así
controlar, especialmente la conducta de su pueblo elegido. No es exclu-
siva solución judeo-cristiana: el Islam también recurre a esta imagen del
ojo de la divinidad, en idéntico sentido de expresión de la omnisciencia
y de la omnipotencia divinas. Es en las religiones monoteístas donde co-
bra todo su sentido ese símbolo que se identifica con la divinidad: allí es
donde aparece un Dios sumamente protector, tutor hasta la extenuación
de los pasos que han de dar sus creyentes, hijos o súbditos, vigilante de
todo y de todos, constantemente preocupado por ese rebaño de fieles,
al que ningún fenómeno distrae de su cometido, que todo lo observa, por-
que, como dice uno de los Salmos, todo ve, aunque esté oculto, y nunca
duerme. El ojo de Dios permanece, fijo e inmutable, velando. Esa labor
de totalidad cognitiva y esa constancia en el uso de sus atributos permiten
superar la dualidad humana entre fuero interno y fuero externo, entre lo
interior y lo exterior, la derecha (unida a lo bueno y verdadero) y la iz-
quierda (símbolo del error y la falsedad), dado que para Dios ninguna de
esas diferencias puede existir. Dios se coloca así por encima de distingos
debidos a la sola voluntad de los hombres. Dios está por encima de sus
criaturas y de las creaciones que éstas han elaborado. El pensamiento
místico barroco, temeroso de Dios y de la muerte, hablaba de los dos ojos
del alma (de nuevo, el ojo), uno para el tiempo y lo efímero, otro para la
eternidad toda, que se convertía así en el vínculo que unía directamente
al ser con Dios. La literatura cabalística, recuperada en las mismas cen-
turias barrocas, sigue esa misma senda.
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS 537

Un nuevo elemento se suma al panorama iconográfico: el ojo permite


representar, por medio de un triángulo que lo rodea, la idea de la Tri-
nidad. Así los atributos de Dios se ven circundados por su sustancia y
personas. El ojo se ve acompañado por un triángulo. La construcción no
es medieval, sino moderna, del siglo XVII, aunque hay algunos prece-
dentes que ponen de manifiesto el vínculo entre el ojo y la luz, en la
línea mística de un maestro Eckhardt, por ejemplo. La representación
con todo el significado que el ojo lleva tras de sí resulta, en suma, de la
combinación de varios factores, que van desde el redescubrimiento de
la cábala, la singularidad de la mística barroca, que recupera una acentua-
da espiritualidad en tiempos de ostentación, recargamiento y abundancia
de decoraciones, junto a la influencia de unos jesuitas en el apogeo de su
poder y a la iconografía política del Absolutismo. Un primer ejemplo lo
hallamos en Jacob Böhmer en el año 1688 (ilustración en p. 18, portada
de sus obras teosóficas completas: el misterio terreno y celestial se dan la
mano, con el ojo presidiendo, Irdisch und Himmlisch Mysterium, en Alle
Theosophischen Werke, Amsterdam, 1682). Desde finales de esa centu-
ria, el escenario iconográfico Dios-Triángulo-Trinidad inunda toda suerte
de decoración religiosa, en catedrales, iglesias, órganos, libros, folletos,
papeles varios, altares, esculturas, bajorrelieves, joyas y exvotos, confor-
mando una línea que no se ve interrumpida hasta el siglo XX. La tradi-
ción judeo-cristiana no es la única que ha construido esa metáfora. Aquí,
en esa suma de tradiciones, se puede observar una muestra del éxito de la
metáfora en el tiempo y del autor en la obra, que no puede ser acusada de
eurocéntrica, ni mucho menos.
Otras tradiciones culturales de la Antigüedad han hallado metáforas,
imágenes, símbolos o modelos para todo lo anterior en el ojo (III, pp.
21-34): Grecia, mediante Jenófanes de Colofón, quien habla de un Dios
que es en sí mismo ojo, espíritu y oído, el propio Platón, distinguiendo
entre un ojo del cuerpo y un ojo del espíritu, o Aristóteles; Roma, con los
estoicos Lucrecio y Marco Aurelio, o finalmente la escuela neoplatónica,
con Plotino a la cabeza, usan el ojo con los significados conocidos, vin-
culándolo a una divinidad que ven y conciben de una forma diferente a
la religión finalmente triunfante en el seno del Imperio. Pero al lado de
esta presencia científica, sabia, filosófica, el ojo es una constante en la
sabiduría popular: los amuletos en forma de ojo son numerosos en las
plurales culturas mediterráneas, lo que demuestra la importancia adqui-
538 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

rida por aquél como símbolo, ahora, de la fortuna, de la buena suerte. El


ojo atrae lo positivo. El amuleto se usará precisamente para consolidar
la suerte y eludir cualquier interferencia que se produzca en el normal
desarrollo de la vida a través precisamente de otros ojos que portan la
maldad. El ojo es, como señala el A. en p. 23, una metáfora variable de
la dicotomía entre el ser y el existir, lo interior y lo exterior, Dios y el
hombre, el ahora y el siempre, lo terreno y lo del más allá, lo empírico y
lo teórico, metáfora general ahora para designar la percepción-observa-
ción y el conocimiento-comprensión. Hemos hallado hasta ahora el ojo
en contextos religiosos, empíricos, místicos o científicos, pero también
cabe el empleo de ese ojo en el campo jurídico. El lógico desembarco
en el campo del derecho se manifiesta desde la Antigüedad en una de
las imágenes más explotadas: el ojo de la justicia, que recoge Amiano
Marcelino. La justicia precisa, para cumplir los cometidos superiores que
tiene encomendados, de una serie de atributos y conocimientos que son
transmitidos y percibidos finalmente por el ojo que también la representa.
El ojo de la justicia indica la vigilancia general de aquellas realidades que
inciden en el proceso y que sirven de fundamento de la decisión final a
adoptar por los juzgadores. Aulo Gelio confirma este sentido: el ojo de
la justicia todo lo vigila y a todo presta atención. La justicia juega así un
papel análogo al de Dios, lo que permite atisbar una primera manifesta-
ción de secularización o, al menos, de traslación de componentes divinos
a una de las creaciones de Dios. La justicia misma es una diosa. Ese ojo,
sin embargo, debe permanecer cerrado de cara a las partes intervinientes
para eludir cualquier forma de parcialidad. Si la justicia no ve a las partes
que actúan, sus condiciones personales, la decisión, su decisión, será más
objetiva. Ilustran esta distinción las imágenes de las páginas 26 y 27, que
muestran, respectivamente, la ciega (y, por ello, imparcial) justicia y la
parcialidad, que levanta tímidamente la venda y muestra su ojo que con-
templa la realidad, desbaratando así los fines supremos de su cometido:
esa percepción interfiere en su normal actuación, en la búsqueda de lo
justo sin hacer referencia a las personas. El buen juez ha de ser una espe-
cie de Dios: debe saberlo todo, contemplarlo todo, pero sin inmiscuirse
en cuestiones subjetivas que incidan en su decisión posterior, pasiones
que desvirtúen su equilibrada decisión. Debe seguir los pasos correctos
que le conduzcan a una final determinación justa. Por medio de la justicia
se inicia el tránsito a la secularización. Si la justicia actúa mediante el
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS 539

ojo que se atribuía inicialmente a Dios, el representante de esa justicia en


la tierra, que es al mismo tiempo vicario de Dios entre los hombres, se
apropiará de aquellos atributos determinantes de la primera y predicables
del segundo. ¿Quién juega ese papel como justiciero, como realizador en la
tierra de una primera justicia querida por Dios? El príncipe es ahora, en
los siglos XVII y XVIII, el protagonista político de excepción porque es
una suerte de Dios en la tierra. No es extraño que haga su eclosión el “ojo
del príncipe” para referirse al poder del mismo sobre la tierra y las gentes
que la habitan. El príncipe juega el papel de representante de Dios (pocos
son los casos de identificación total y se prefiere siempre esta imagen
vicarial) y en este sentido se trasladan a su persona aquellos atributos,
símbolos y metáforas que identifican su contacto con la divinidad, que
son los de la divinidad misma. El ojo de Dios da paso al ojo del príncipe:
es reemplazado por este segundo, sin eliminarlo, puesto que se diseña
esencialmente como una suerte de ojo local, para el reino o principado,
donde va a actuar los cometidos que Dios le ha establecido. El poder in-
mediato ahora ya no es Dios, sino el príncipe. Pero la referencia al ojo de
Dios sigue presente aún, por lo menos en el campo del saber. La mezcla
de conocimientos teológicos, científicos y políticos que caracterizan la
época del Barroco provoca los estrechos lazos entre teología y ciencias
naturales. La mayor parte de los grandes científicos inician su caminar
intelectual en el campo teológico: Copérnico, Kepler, Brahe, Newton. En
suma, todo el orden, incluido el jurídico, es fruto del orden divino, por lo
que el derecho y la ley natural acaban referidos a Dios. La unidad del co-
nocimiento se traduce en una unidad final de las fuentes. Todo es Dios y
todo lo que se conoce es referido a Dios. Los árboles de las ciencias (el de
Lulio o el que recupera Athanasius Kircher sobre la base del anterior, en la
ilustración de la p. 30 —Arbor Philosophica des Raymundus Lullus, en
Athanasius Kircher, S. J., Ars Magna Sciendi, libro V, Ámsterdam, 1669—
así como la representación de la madre de las ciencias, en p. 32, que
preside la obra del mismo jesuita alemán, el arte de la gran ciencia que
contiene a todas las demás), muestran todos los conocimientos posibles
para el hombre, a modo de ramas que se desprenden del tronco de un ár-
bol, en cuyo centro se encuentra el ojo de Dios con el triángulo que sim-
boliza el supremo misterio de la Trinidad, misterio que se sitúa al margen
del saber científico ordinario. Es el centro del saber esa combinación de
imágenes y es el nudo de donde arrancan todos los saberes posibles y
540 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

al hombre accesibles. La influencia de otras culturas y de otros lugares


se deja ver asimismo en la incorporación de otras figuras pictóricas. Es
ahora el turno del antiguo Egipto y la representación del dios Osiris, cuyo
símbolo es precisamente un ojo (imágenes, las egipcias, que serán em-
pleadas hasta la saciedad por las sociedades masónicas posteriormente),
ojo al que se incorpora otro elemento: el cetro, situado debajo del mismo.
Éste, el ojo, sigue siendo el icono de la vigilancia, del control, del saber;
el cetro representa por su parte el poder que conduce a la justicia, el po-
der establecido, ordenado y ordenante. Ojo y cetro serán emblemas para
el Absolutismo Ilustrado unos años después. Justicia como sabiduría y
poder como fuerza ordenada se condensan en ambos objetos.
Pero lo relevante de la construcción aludida es el tránsito político que
conduce de Dios al príncipe como poderes superiores (IV, pp. 34-45).
Los siglos XVII y XVIII marcan el apogeo de un Absolutismo, nunca en
estado puro, que ha colocado a un solo sujeto como centro político de la
comunidad. La simbología de la justicia y del poder de los siglos XVII
y XVIII había bebido, lo hemos ya reseñado, de tres tradiciones: la cris-
tiana, la egipcia y la grecorromana. La superación del poder concebido al
modo medieval, la poliarquía de los poderes que integraban a ciudades,
aristocracias, a la misma Iglesia, dan paso a una figura central que acaba
expropiando los poderes que antaño correspondían a los sujetos aludidos
(p. 35). Con ello se da el desplazamiento asimismo de los símbolos. El
príncipe asume paulatinamente los poderes varios dispersos y los coloca
a su propio servicio. Junto a él, emerge la figura de la soberanía, la anti-
gua majestad romana. Dios se vuelve príncipe. La secularización de la
representación de Dios se produce en la persona y figura de aquel nuevo
rector de la comunidad. El ojo del príncipe cobra carta de naturaleza: ese
ojo es ahora el que mira, contempla y supervisa lo que sucede en el reino.
La titularidad del ojo reconduce a la titularidad del poder. Quien observa
es el que manda, es el que se acaba imponiendo. Antes era Dios; ahora el
príncipe desempeña esa función. Incluso Luis XIV se hace llamar rey-sol
y así se hace representar (ilustración de la p. 26, con un sol colocado por
encima del mundo). Pero Dios no se evapora: el ojo de Dios se colocará
por encima de aquellos atributos regios, como la corona, el orbe, el solio
o el trono (ilustraciones de las páginas 38 y 39). Ese ojo de Dios o el
monograma de Cristo con la cruz se superponen al poder del príncipe.
Esta imagen documenta que solamente Dios está por encima del prín-
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS 541

cipe, quien, desde el punto de vista terrenal, no tiene igual en su reino,


que no tiene poder que lo controle ni lo limite en el aspecto temporal,
al mismo tiempo que indica la procedencia divina de ese poder. Se da
asimismo la reflexión jurídica en el sentido apuntado: Dios aparece como
fuente de todo el derecho y su derecho mismo está situado por encima
o como origen del derecho humano (así en el Syntagma Iuris de G. A.
Struves, en la ilustración de p. 43). Antes de 1789, fecha de la Revolución
francesa que dará el paso definitivo en el avance y culminación de esa
secularización del poder (de Dios al hombre y del hombre a la ley), por
tanto, el ojo supone la confluencia de las tres tradiciones ya citadas que
convergen en una explicación de la omnisciencia y omnipotencia, ya de
Dios, ya del príncipe, manifestación de la suprema justicia procedente
de un ser superior que une en sí providencia y vigilancia, comportándose
como un señor bueno, justo y preocupado, cuya labor, aunque dura y es-
tricta, siempre es sana y necesaria. El proceso de secularización no se ve
interrumpido y es la nueva tradición liberal, que hace eclosión en el siglo
XVIII, la que agota otra etapa dentro de esta dinámica de los tiempos, y
sustituye en el dominio de la perspectiva al sujeto político del Antiguo
Régimen, el rey soberano único y absoluto en todos los campos, por un
nuevo sujeto-objeto abstracto e impersonal, general y generalizador: la
ley, que no surge de la nada, sino que expresa la supuesta voluntad de un
pueblo-nación, verdadero titular de la antigua soberanía (V, pp. 45-51).
El camino que conduce al diseño objetivo del poder recorre dos sendas
alternativas (la objetivización de la dominación por medio del gobierno
de las leyes; y la concepción de una justicia que abandona ropajes teoló-
gicos y se convierte en algo puramente formal: el poder, la voluntad de
la autoridad, que es la que, en expresión de Hobbes, hace la ley, nunca la
verdad), dispersos caminos que, sin embargo, acaban coincidiendo en
lo esencial: la despersonalización de un príncipe vigilante y protector,
cuyas funciones son asumidas ahora por una creación normativa, por la
creación arquetípica del nuevo Estado construido. Desaparecida o ami-
norada la sacralidad del derecho, tal y como sucedía en el Medievo, aquél
ha de fundarse en otras construcciones intelectuales. Por eso, dice el A.,
el Estado moderno es, sobre todo, Estado legislador y, por ende, la ley
cobra un protagonismo de excepción como la forma de fijación y ejer-
citación del poder, el elemento físico que dice cómo ha de ser ese poder
y cómo puede actuar. Indica asimismo la forma de disciplinar todo el
542 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

aparato institucional. Esa ley es la verdad, o más bien, ésta halla su punto
de apoyo en el mundo jurídico. La ley es, como se dice ahora en p. 47,
no sólo un medio del poder, sino también una técnica del poder mismo.
Así, el elemento legal es el que pasa a ocupar un lugar central dentro del
elenco de instrumentos empleados por el poder, sin que ningún otro sea
capaz de hacerle sombra.
El paroxismo de esta concepción sacral del orden legal llega con la
época de las revoluciones (VI, pp. 51-67): el gran sello de los Estados
Unidos (ilustración de la p. 52) muestra eso ojo (de una ley especial: la
constitución), compendio de las antiguas tradiciones referidas, que pre-
side el nuevo orden secular del gobierno y del poder. La vida de la ley,
bajo la forma propiamente de ley o de constitución, es la vida de un
personaje de primer orden en el nivel jurídico e institucional, sin ningún
tipo de restricción, ni competencia capaz de ocultar su dimensión axial
en la construcción de un nuevo orden, perfeccionador del anterior como en
el caso norteamericano, o superador y destructor del mismo para la in-
mediata edificación de uno nuevo, como en el modelo francés. Es, sobre
todo, la Francia revolucionaria la que lleva el culto a la ley a su más alta
consideración. Si esa ley es el poder por excelencia o la expresión del
poder por antonomasia (la nación o el pueblo), lógico es que se produzca
un nuevo transvase de las insignias de aquél hacia el nuevo titular de esa
potestad: el ojo de la ley hace su aparición. La antigua trinidad católica
es sustituida por esa nueva trinidad de los tiempos laicos que tocan vivir.
El pueblo-nación (dividido, a su vez, en tres estamentos), el rey y la ley
forman esa tríada mágica sobre la que se sustenta el edificio político,
arquitectónicamente dependiente del poder de la ley (así, la viñeta de la
Asamblea Constituyente de 1791, en p. 53, refleja a esos tres personajes).
El ojo asoma en la Convención, como eje de lo público, acompañado de
los símbolos republicanos, subordinado a ellos (ilustración en p. 54). Ya
no hay ojo de Dios u ojo de rey, sino que la función de vigilancia ahora
está encomendada a la ley. La época del Terror lleva a su máxima expre-
sión este ideario (acción, pureza, vigilancia; eso es el Comité de Salud
Pública, en ilustración de la p. 56, con un ojo que auxilia en esos tres
cometidos). Monedas, panfletos, textos, dibujos, cuadros con los sím-
bolos de la revolución y sus inspiradores, el ojo de la ley provoca una
maximización de los esfuerzos conducentes a reemplazar a los antiguos
dioses políticos por uno nuevo. El resultado es, paradójicamente, una
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS 543

nueva divinización, esta vez de la ley (p. 59), empleada en una triple
dirección: la ley es el nuevo poder que reemplaza a la monarquía; es el
pastor que protege al pueblo-nación contra los excesos que pudieran pro-
ceder del aparato administrativo de la monarquía; y es el medio perfecto,
la voz, que va a llevar a la práctica el ideario codificador, puesto que su
generalidad y abstracción le permite pasar por encima de lo particular,
de lo local, de lo privilegiado, caracteres todos ellos del Antiguo Régi-
men abolido (p. 59). Pero esa función no es exclusivamente de control
y límite, de garantía y defensa. Hay más: en el diseño constitucional, la
ley (y su ojo) adquieren una decisiva dimensión en el sentido de conver-
tirse en los instrumentos precisos por medio de los cuales se desarrolla
el catálogo de los derechos y de las libertades del pueblo-nación, la to-
talidad de derechos del ciudadano, derechos fundamentales o libertades
asimismo fundamentales, que solamente se pueden materializar a través
de una ley que fije sus precisos contornos. El legislativo es, por tanto,
parte esencial en la construcción de ese modelo de Estado decimonóni-
co. El reparto de los papeles es claro: la ley es la bondad, la libertad en
todas sus manifestaciones. En cambio, el lobo que ataca lo más valioso
es el aparato monárquico, el nuevo poder ejecutivo que es el resultado
de una monarquía pasada por el tamiz de las nuevas constituciones y de
las limitaciones allí obrantes (p. 63). Actúa como poder que personifica
la voluntad popular, como frontera a los abusos del poder, como garante
último de la unidad (p. 64). El Estado mismo acaba siendo representado
como un ojo (ilustración de Ledoux, en p. 65, que muestra un boceto de
un teatro de la Revolución, con un globo ocular en el que se refleja un
parlamento; es la ilustración también de la portada). Ese ojo es el ojo de
la ley, ojo donde todo está contenido, por lo menos, en lo que respecta a la
organización del poder. Esa idea de omnipotencia y omnisciencia que se
predica del ojo y que de ahí pasa a la ley, tiene su reflejo, por ejemplo, en
el diseño que hace Bentham, de su modélica prisión (el panóptico), cuya
razón de ser última es precisamente la que proporciona la etimología
de la palabra, esa visión de todo, la construcción de un edificio de vigi-
lancia cuyo fundamento sea la posibilidad de ser un ojo casi divino que
controle la totalidad de la vida de los reclusos, en donde ya no hay lugar
para la intimidad. La línea inaugurada por Bentham ha sido estudiada
por Foucault, novelada por Huxley u Orwell, plasmada en la práctica
con cámaras en las calles, satélites, sistemas electrónicos que permiten
544 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

saber todo cuanto hacemos. El ojo sigue existiendo, ¿es ahora el Estado
quien vigila sin ningún tipo de restricción?, ¿es ahora la vigilancia más
agresiva que antaño, más plena de riesgos contra derechos y libertades?,
¿el ojo de la ley ha sido ya capaz de proceder a cegar cualquier otra forma
de visión que no sea la estatal?, ¿qué hay de los ojos particulares a los
que esa ley antaño protegía? Ya no aparece como ese ojo tutor del poe-
ma de Schiller, que no era sino manifestación de una ley actuante como
defensora del orden y de la tranquilidad, de la paz burguesa conseguida
tras encauzar las riadas revolucionarias. La paz de los ciudadanos era la
primera de las obligaciones y cuidados del Estado, pero también aquellos
debían ser respetuosos con la ley como expresión de ese orden y de esa
tranquilidad. Nada hay fuera de ese esquema. El papel del ciudadano es
la obediencia; el del Estado también. Sin interferencias. Sin reformas.
Sin juegos al margen de los esquemas que fija el orden jurídico, al que se
quiere dar una suerte de eternidad. Como sucedía con Dios.
Finalmente, el ojo desaparece y la metáfora acaba falleciendo (VII, pp.
67-72): en el siglo XIX vemos presente el ojo, pero alejado de la simbo-
logía jurídica de antaño. Ciertamente la desaparición no es inocente. La
ley ha dejado de ser ese mito, ese ojo que todo lo controlaba, todo lo veía
y todo lo regulaba. La moderna sociedad es más rápida que la lenta le-
gislación producida. Ello ha provocado un vaciamiento del contenido de
la ley que es resultado de ese dinamismo incesante en el que vivimos. El
derecho va detrás de la sociedad y ésta impone muchas veces sus pecu-
liares puntos de vista, de suerte tal que la capacidad de transformación de
lo jurídico ha dado paso a una cierta capacidad dirigida eminentemente a
la conservación de lo establecido. El derecho simplemente consolida lo
que la sociedad ha demando, probado y sentenciado. La crisis del sistema
parlamentario, del papel mismo del legislativo, la vulgarización de sus
actuaciones (el compromiso de todos los días, atrapado por la más pro-
funda de todas las mediocridades, dice expresivamente el A. en p. 69),
entre otros factores, han provocado que ese ojo de la ley se haya cerrado,
a lo que se suma, sobre todo, la ceguera para cuestiones jurídicas que
supusieron las dictaduras del siglo XX (ellas mismas responsables de un
intento de revitalizar la metáfora), ciegas a toda exigencia de legislación
y de justicia, y, al mismo tiempo, responsables ellas mismas de que la jus-
ticia y la ley, como valores materiales y no simples recipientes formales,
fuesen cegadas. Ruptura de la igualdad, ruptura del pensamiento plural,
DE METÁFORAS Y DE DERECHOS 545

aparición del caudillo y de un Partido-Estado que siempre tiene razón,


provocaron una suerte de aparición efímera (por suerte) de un ojo, ahora
el ojo del Partido, identificado con el aparato estatal, la administración, la
burocracia, los órganos de la seguridad pública, que controlaban la vida,
obra y milagros de todos y cada uno de los ciudadanos sometidos, una nue-
va divinización que trae como consecuencia el reverso: el desprecio por el
hombre en cuanto tal, el sacrificio indiscriminado de su dignidad, el olvido
de los valores más elementales de la convivencia, la deshumanización. Un
breve epílogo con las notas bibliográficas y la procedencia de las ilustra-
ciones (pp. 73-88) culminan este breve, pero intenso y brillante viaje en el
que el profesor Stolleis, con su maestría habitual, nos ha transportado a lo
largo de varias épocas y de varias culturas, siempre con la metáfora del ojo
como guía de ese esfuerzo intelectual, que es, en suma, la peregrinación
seguida desde Dios hasta su sustitución por otra divinidad menor huma-
nizada, el príncipe, y finalmente por un tercero de carácter objetivo, la
ley. Una vía sumamente recomendable y atractiva para explicar el dere-
cho, fuera de los arduos y, a menudo, complejos caminos de la filosofía o
del puro y simple derecho positivo.
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS
(A PROPÓSITO DE M. T. FÖGEN, STORIE DI DIRITTO ROMANO.
ORIGINE ED EVOLUZIONE DI UN SISTEMA SOCIALE)

El papel del derecho histórico, concebido al estilo de los romanistas o


al de los historiadores, se halla en la encrucijada, en una suerte de tierra
de nadie, en el doloroso dilema en el que nos han situado los inciertos
tiempos que vivimos, por obra y gracia de ministros, políticos, asesores
de todo tipo, rectores y demás cuadrilla, que acaso otros saberes acredi-
tarán en sus respectivas formaciones, pero no precisamente el histórico
como el más granado y el más cuidado, ni siquiera a modo de sensibilidad.
La recuperación de aquella antigua unidad jurídica perdida, en forma de
poderosa alianza de juristas, pero incrementada hacia la necesaria y sana
colaboración con otros campos del saber, puede servir de instrumento para
insertar, de nuevo y para siempre, a nuestras moribundas disciplinas histó-
rico-jurídicas en una dinámica de combate, de lucha abierta, que conduzca
a la supervivencia y, finalmente, al éxito, de donde será difícil desalojarlas
en el futuro.
La apertura de miras, de método o métodos, de temas, de planteamien-
tos e hipótesis, de paradigmas científicos, de modos de trabajo, de fuentes
a emplear, el auxilio de otras disciplinas en terminología o en capacidad
de análisis-síntesis, parece ser el único camino, ya no sólo legítimo, sino
además garante de la subsistencia de esos saberes traslaticios y necesarios
que conforman las disciplinas históricas. El “renovarse o morir” cobra
cuerpo ante nuestros ojos y semeja que es la primera opción la más con-
veniente por simple cuestión metafísica: el principio de no contradicción
exige defender aquello que constituye nuestra esencia y no ir en contra
de nuestros propios actos. En esta situación de angustia y de agonía, re-
conforta la aparición de libros que tratan de trazar sendas nuevas en todos

547
548 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

esos aspectos aludidos, que buscan indicar hacia dónde se puede ir en el


desarrollo de la investigación y en la construcción de nuevos modelos
de análisis para el examen del pasado jurídico y, más concretamente, de
nuestro común pasado jurídico europeo, aquél que se encarna en el dere-
cho romano concebido como insuperable monumento de la sabiduría jurí-
dica, garante de un orden natural, alma de un tradición que se orientaba al
problema esencial de la naturaleza de las cosas y de los seres, paradigma
de la racionalidad en el campo jurídico,1 que debe ser leído, a los efectos
que ahora son demandados en nuestra comunidad educativa, más en clave
de una tradición que de un derecho romano histórico, más como un saber
eterno que como una realidad histórica concreta.
Con estas armas, estamos en condiciones de proceder a superar el lastre
de nuestra propia o nuestras propias historias como disciplinas científicas, de
historiografías particulares, y encajonarnos en un solo modo de trabajo
que conduce al examen cada vez más minucioso y cada vez más inútil de
fuentes varias, de leyes generales y particulares, compilaciones públicas
y privadas, oficiales y oficiosas, interpolaciones, sentencias y otros textos
jurídicos, que a nada nuevo conducen, salvo a una revivificación del pasado
que a nadie interesa, y que, como manantial, parece definitivamente seco
y agotado. El combate contra el viejo dogmatismo, ahora encarnado en
una suerte de retórica vacua, consistente en hablar siempre con los mis-
mos términos de las mismas materias, de nuevo está comenzando y la
reivindicación de la historicidad del derecho es algo que suena novedoso
por inaplicado, a pesar de que se demanda desde hace tiempo. Nuestra
función, nuestro cometido, la tarea o tema de nuestro tiempo, que diría
Ortega y Gasset, es formar juristas, gente que sea capaz de discernir lo justo
de lo injusto, con noticias de las cosas divinas y humanas conforme a la clá-
sica definición romana, gente entregada y volcada en la interpretatio iuris,
a moverse con solvencia y prestancia en los entresijos del material jurídico,
y no meros exégetas volcados en una simple acumulación de datos sin sen-
tido, descontextualizados, de un pasado cada vez más remoto y que nunca
es maestro de nada, ni de nadie, gente que abandone la notitia rerum prea-
teritarum para buscar la comprensión de esas cosas antiguas del pasado, ir
más allá de su simple anotación y erigirse en un sujeto que opine, que diga,
1 Así caracterizado por Mazzacane, A., “Il leone fuggito dal circo: pandettistica e
diritto comune europeo”, Index. Quaderni Camerti di Studi Romanistici. Internatione
Survey of Roman Law, núm. 29, 2001, pp. 97-111.
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 549

que valore, que enjuicie esos hechos en su contexto histórico y que trate
de desentrañarlos en su proyección presente.2
Pero ello requiere unos presupuestos de partida y una serie de pregun-
tas con las que golpear nuestras conciencias: ¿es el derecho solamente
norma o normas?, ¿es el derecho exclusivamente un conjunto de textos
con una intensidad obligatoria variable?, ¿el conocimiento del derecho se
produce por el manejo único de escritos donde se recogen aquéllas?, ¿pue-
de conocerse el derecho, históricamente hablando, sin necesidad del dere-
cho mismo, sin acudir a las fuentes jurídicas?, ¿es posible reconstruir un
sistema desde fuera del sistema mismo? De preguntas parecidas arranca el
atractivo (y polémico) punto de partida que propone la profesora Fögen,
directora del prestigioso Instituto Max Planck para la Historia del Dere-
cho Europeo de Frankfurt am Main, para el acceso completo a la Historia
del derecho romano,3 no mediante textos, juristas, compilaciones, normas,
leyes, rescriptos, respuestas, senadoconsultos, edictos pretorios y demás
categorías conocidas, ni tampoco manualística o literatura especializada,
sino a partir de las “historias”, esto es, de ciertas ficciones que sirven de
excusa para reclamar y examinar el lado más fantasioso del ser humano y,
al mismo tiempo, su lado más puro, más descarnado, más tremendamen-
te vital, poderoso y fuerte. La leyenda, el mito, lo históricamente creído
antes que lo empíricamente verificado, constituyen el arranque de este
trabajo que ha sido recibido con cierto escepticismo, notoria crítica e in-
dudable asombro dentro de la más clásica romanística, aun reconociendo
sus indudables méritos,4 debido a lo revolucionario de sus planteamientos
y a lo osado de su método de trabajo, al colocar en el mismo plano el mito
y el logos, lo pasado y lo presente, el derecho romano y la actualidad, lo
jurídico y lo artístico, realidades que en principio parecen incompatibles,
lejanas, distantes, diversas. Se parte de la leyenda, de las creencias antes
que de las ideas, pero con la finalidad de explicar las segundas mediante
las primeras. Creencias que no son simples errores, exageraciones, distor-

2 Véase Petit, C., “El romano de Pompeyo o hic sunt leones”, Anuario de Historia
del Derecho Español, núm. 69, 1990, pp. 563-606.
3 El libro que comentamos es la versión italiana del original alemán publicado bajo el
título Römische Rechtsgeschichten. Über Ursprung und Evolution eines sozialen System,
Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 2002 y en segunda edición en 2003.
4 Así, Jakobs, H. H. en su reseña crítica a la original versión alemana de esta obra, en
la Zeitschrift der Savigny-Stiftung für Rechtsgeschichte. Romanistische Abteilung, núm.
120, 2003, pp. 200-209.
550 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

siones o mentiras, sino que son guías que conducen hasta lo más profundo
del ser humano. Ya lo afirmaba en su momento J. L. Borges, al preferir
siempre lo simbólico a lo realmente existente, lo poéticamente configu-
rado a lo materialmente constatable, porque los símbolos son en ocasio-
nes las formas más puras de plasmar la realidad y de llegar a su esencia
misma: representar la realidad por medio de signos que la ocultan, pero,
a su vez, la advierten. Sueños, palabras y letras, representaciones, imáge-
nes, figuraciones, ensoñaciones de los hombres, traducidos en mitología
plural, son lecturas de la realidad misma que acogen en su seno la verdad
más íntima, que ha de ser glosada con el microscopio y las lentes de un
científico empeñado en desentrañar la verdad. El punto de partida son le-
yendas, con base en la historiografía romana, cinco “historias” varias que
conducen a una sola Historia oficial.
Porque lo que el curioso lector encontrará es una singular aproxima-
ción al mundo del derecho romano, tal y como el propio título lo define,
sin que pueda conducir a errores o equívocos. No es una sola Historia,
uniforme y unidireccional, con mayúsculas, sino varias “historias”, que
confluyen en esa Roma, en la que acaban desembocando todos los cami-
nos. No se centra en el derecho romano como algo estático, como algo
dado y recibido, sino en el proceso de formación del mismo, en su naci-
miento y evolución, en su dinamismo, en su cambio. No es solamente el
derecho en abstracto, la sucesión de normas, su interpretación o su glo-
sa, sino algo más profundo: el desarrollo del mismo orden jurídico como
punto de partida para la conformación de todo un sistema social, en el
cual el derecho tiene un papel decisivo y determinante, pero no único. Así
ese sistema jurídico, social, político y económico pasa a ser contemplado
desde la óptica peculiar de su evolución y desde el marco genérico de las
mutaciones que en el conjunto social el derecho va introduciendo, sancio-
nando, imponiendo o ratificando. La conexión continua entre el derecho
y la sociedad es perfectamente visible y la interacción de ambos campos
que se transmiten modelos y experiencias. Así visto, el título nos remite
a derecho romano y no al derecho romano, a un derecho en su globali-
dad, en su capacidad para penetrar hasta lo más recóndito del entramado
constituido, con una permeabilidad absoluta. Esto sucede así porque la
identificación entre Roma y su derecho es total. La comunidad política
romana va unida indisolublemente a la idea del derecho y no hay otro
pueblo que haya vivido su realidad jurídica de una manera más plena,
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 551

intensa y perfecta que el romano, de un modo tan sentido y patético. Esa


es la experiencia que Roma nos ha transmitido por encima de cualquier
otra de sus creaciones. Y no es historia de la totalidad del derecho romano,
sino del derecho clásico, el derecho que se forja, madura y triunfa duran-
te la época republicana, desde la instauración del régimen tras la caída de
la monarquía (comienzos del siglo VI a. C.) hasta los decisivos cambios
que introduce Octavio Augusto para dar pie a la renovación de todo el
aparato político del poder y, consecuen- temente, al derecho que se va a
generar, formular, plantear e interpretar desde el siglo I de nuestra era.
Allí la ingerencia del poder político, encarnado ahora en la persona del
príncipe, única voluntad de donde manan las fuentes del universo jurídico
y a la que se subordinan la totalidad de las plurales fuentes hasta entonces
conocidas, será continuada y decisiva. Es ésta la historia de lo clásico, la
historia de la pureza normativa que acompaña la peripecia vital de lo más
selecto del derecho romano, la historia de un derecho en el que comparten
protagonismo la oralidad y la escritura, lo religioso y lo profano, el pueblo
y sus dirigentes, los juristas y los pretores, los aspectos generativos y téc-
nicos de todo un derecho, que deviene inmortal desde el instante mismo
de su producción por su capacidad para erigirse en modelo de modelos,
en canon clásico de perfección al estilo de lo que hicieron los griegos en
el campo artístico, pero ahora trasladado a la dimensión social, que no
estética, del ser humano.
“La Antigüedad que no se conoce y que no nos conoce” es el título del
primero de los capítulos (“L’antichità non ci conoce”, pp. 9-17), en donde
se introduce al lector en las premisas metodológicas de partida, aceptadas
por la autora como diseño previo para la construcción de su propio edifi-
cio conceptual. El ejemplo a seguir lo proporciona la arqueología: ¿cómo
es posible reconstruir el pasado a partir de elementos deslavazados que
nos suministran excavaciones, ruinas y restos, surgidos ante nuestros ojos
sin apenas unidad, orden, medida?, ¿qué es lo que diferencia la imagen de
la p. 9, un jardín de piedras, correspondiente a una iglesia de los inicios
del siglo VI d. C., hallado en unas excavaciones en Siria, de la obra de R.
Rheinsberg que figura en la primera lámina de las ilustraciones?, ¿son lo
mismo o hay algún punto de lectura diverso?, ¿se llega a la misma conclu-
sión contemplando una y otra?, ¿cuál es el sustrato que fundamenta una
composición y otra, si, finalmente son piedras colocadas de un modo que
nos puede parecer arbitrario, irracional, ilógico? Y, sin embargo, hay un
552 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

plan humano detrás, de exaltación de la divinidad en el primer caso, de


exaltación de la capacidad artística del hombre en el segundo. La Historia
es una forma de lectura de nosotros mismos. Algo debe tener el historia-
dor en la cabeza porque saber es, sobre todo, ordenar, y a ese orden debe
tender toda su actuación. La mera recepción de los testimonios no sirve
sin más para fundar un conocimiento histórico, sino que es precisa la
clasificación de los mismos para dotarlos de sentido, de coherencia, para
imbricarlos en una sucesión de momentos temporales lógicamente traba-
dos y entrelazados en su discurrir. La autora advierte de sus finalidades y
lo dice claramente en p. 14, para no llamar a engaño, ni equívoco: escribir
y describir la historia del derecho de Roma como historia de su evolución,
es decir, la conformación del derecho como algo más que normas, como
algo más que lo simplemente jurídico. Le interesa ver cómo se conforma
el sistema social y éste es más que el derecho, pero no puede configurarse
sin ese derecho propio. Ése es el destino y se añaden los acompañantes por
exclusión: no serán objeto de discusión la evolución de los actores y de los
autores de ese derecho romano, ni de su conformación biológico-genética,
ni de su constitución psíquica e intelectual, sus actitudes y aptitudes, sus
opciones y elecciones a lo largo de sus carreras. Nada de personalismos,
nada de biografías, nada de héroes. Lo que interesa, sobremanera, es el
conjunto de comunicaciones, discursos, palabras e historias que ayudaron
a condensarse en ese sistema social plenamente armónico, totalizante y
aglutinador (p. 15). La historia del derecho abandona así la pura norma,
el puro texto jurídico o jurídicamente fundado, para convertirse en obser-
vador de los procesos de variación, selección y estabilización, en la diná-
mica de la propia sociedad para examinar las condiciones de posibilidad
por medio de las cuales ese derecho romano, en su gestación y aplicación,
trasciende su marco estrictamente jurídico para plasmarse en la totalidad
de la estructura social. N. Luhman estará presente en toda la obra, en cada
una de sus páginas.
No puede hablarse del derecho romano sin que, paralela y paulatina-
mente, se nos ilustre acerca del modo específico en que fue conformándose
la misma sociedad romana. Si el derecho implica sociedad, si el derecho
no puede construir en el vacío, necesariamente a su lado debe aparecer de
inmediato el entramado social, en una relación de dependencia casi total
con ese derecho que es expresión de las demandas sociales y que atiende
las necesidades sociales con mayor o menor éxito, pero siempre forman-
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 553

do ese tándem inescindible, inseparable, ese matrimonio de conveniencia


perpetuo. Allí donde está el derecho, está la sociedad. Allí donde está la
sociedad, está el derecho. Con el marido y por medio del marido, podemos
conocer a la esposa. Y viceversa. Para ello, los materiales que servirán en
el intento de fraguar esa labor titánica de hablar de derecho, recurriendo
lo menos posible al derecho mismo, son fragmentos de los más célebres
historiadores romanos (con Tito Livio al frente) y precisamente una frase
del mismo Livio (“lo que no puede explicarse, tiene que ser contado”)
es el paso previo para que de la narración surja la interpretación (p. 16).
Ahí figura una de sus grandes novedades: los textos jurídicos empleados
son mínimos. La base del trabajo es otra idea, otro desarrollo, otra con-
cepción.5 El derecho romano no se observa solamente como fenómeno
jurídico, sino como fenómeno social completo, como sociedad en su tota-
lidad, dentro de la cual el derecho no es más que la punta de lanza de todo
el complejo que se fragua en Roma por los propios operadores jurídicos
principales, la jurisprudencia. Es éste el protagonista, pero sin recurrir
a sus fuentes típicas y tópicas. Juristas propiamente juristas comparecen
muy pocos y los que lo hacen, como es el caso de Pomponio, surgen más
en su calidad de historiadores que de jurisperitos. Ahí están los instrumen-
tos para forjar la Historia: poco texto jurídico, pero muchos textos de otro
signo. Siempre textos, que no normas. La amplitud de las fuentes sobre las
que se construye el relato histórico parece necesaria.
Pasemos, ahora armados con ellos, a las plurales “historias”, particulares,
legendarias, a las “historias” simbólicas, míticas, como medio para llegar al
destino final de una Historia global, real, verídica. Pasemos a examinar el
contenido con la advertencia que el propio título nos proporciona: no es
un libro de Historia, sino de “historias”; no es tanto de derecho romano
como de la representación de ese derecho romano; y no es libro de la to-
talidad de ese derecho, sino del momento histórico preciso en que fija sus
componentes, categorías, principios e instituciones más relevantes y tras-
cendentales, de su momento histórico fundacional. La ilustración número
5 Basta para ello remitir al lector a los Riferimenti Bibliografici, donde además de la
literatura crítica empleada (pp. 217-230), aparece el catálogo de fuentes históricas toma-
das de Roma y prolíficamente usadas en la obra, en pp. 215 y 216: Apiano Alejandrino,
Agustín de Hipona, Octavio Augusto, Julio César, Cicerón (varias obras), fragmentos
presocráticos, Diodoro Sículo, Dionisio de Halicarnaso, Aulo Gelio, Tito Livio, Ovidio,
Plinio el Viejo, Plutarco, Tácito, Valerio Máximo y Varrón, además del Corpus justinia-
neo, las Instituciones de Gayo y la edición de R. Düll de la Ley de las XII Tablas.
554 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

14, el trabajo de Floriane Tissières que figura en las láminas centrales, es


acaso el compendio de lo que el libro pretende: un rostro clásico, barbado,
antiguo, con unos ojos que evocan el futuro, la modernidad, la capacidad
de percibir la realidad histórica con instrumentos modernos. Eso es lo
que la profesora Fögen ha realizado: una visión del material pretérito con
lentes contemporáneos.
La primera “historia” que comparece es la referida a la leyenda de Lu-
crecia y de Bruto (Lucrezia e Brutto. Le origini della repubblica romana,
pp. 19-52), con apoyo en Dionisio de Halicarnaso y de Tito Livio, donde
se narra e interpreta el inicio de la República romana (comienzos del si-
glo VI a. C.) con el mito de la supuesta violación de Lucrecia por parte
del Sexto Tarquinio, que origina el espontáneo movimiento de repulsa,
rechazo y castigo de tal actuación, superando las barreras de la mera ven-
ganza privada hasta alcanzar la categoría de revolución contra el orden
existente. No es esa conducta individualizada lo que provoca la reacción:
es la condensación en dicha conducta de todo lo que tiene de abusivo y de
arbitrario el régimen monárquico. El acto violento es la suma de todos los
actos violentos del pasado. Lucrecia es más que la simple doncella ultra-
jada: es la República misma que ha sido mancillada por las bajas pasiones,
dominada por los instintos, corrompida por las veleidades del hijo del rey.
Esa República ha sido violada, no por su propia culpa (las eximentes que
se alegan para ello son abundantes), sino por el predominio de un sistema
político amparado en el vicio y no en la virtud cívica. La violación es la
manifestación del triunfo sin paliativos de lo irracional frente a lo racio-
nal, del componente animal frente al componente lógico, de lo privado
frente a lo público. Esa virtud, que encarna Lucrecia, es una virtud ya con-
taminada, impura, cuya única salida es el suplicio, la muerte: la muerte de
la antigua res publica regia, la muerte de la matrona manchada, para dar el
testigo al amanecer de un nuevo sistema político, de una nueva República
que supere los defectos de la anterior.
La Lucrecia histórica acompaña a esta Lucrecia romana, de suerte que
la misma tiene en representaciones varias procedentes de todos los cam-
pos artísticos, donde se muestra como heroína de la virtud, pero también
como seductora seducida, como diosa desnuda e, incluso, como repre-
sentación de la justicia, desde portadas de obras de Lutero, pinturas de
Rembrandt, Cranach, Goltzius y Raimondi y otras figuraciones plurales,
sobre todo, en el campo literario (ilustraciones en pp. 38, 40, 43 y láminas
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 555

centrales del libro, números 2-8, con el singular ejemplo del laúd del ar-
chiduque Fernando del Tirol, labrado por Girolamo de Virchi en la ciudad
de Brescia el año 1574). Lucrecia, dice la profesora Fögen en p. 51, debía
sufrir la violencia sexual y morir de muerte trágica porque solamente así
podía tener comienzo el nuevo sistema político. Es un sacrificio expurga-
torio que sirve para purificar el sistema mismo y darle un nuevo sentido,
un nuevo origen, una nueva fundamentación. Se limpia toda corrupción
y toda suciedad para que amanezca la nueva realidad política impoluta. A
la República sucia, viciada, corresponde la nueva República libre de todo
pecado, de todo mal, de toda corrupción. En el instante preciso que sucede
a la expulsión de los reyes y tras la auto-inmolación femenina, matriarcal,
la nueva República, acaso para superar la debilidad de antaño, adopta de
inmediato la forma patriarcal, masculina, con dos hombres, los cónsules,
Bruto y Colatino, y un carácter electivo que permite superar los riesgos
de las transmisiones hereditarias de virtudes y de vicios y la consecuente
degeneración del poder, con rechazo para todo lo que signifique la monar-
quía (incluso el nombre mismo es eliminado de la vida política romana).
El episodio de los hijos de Bruto, uno de esos cónsules primeros, cam-
peón de la libertad, que pactan con el antiguo rey etrusco para asesinar
a su padre con ánimo de restablecer la monarquía y que son castigados
con la muerte por tal intento de manchar de nuevo la República limpia
de pecado, sanciona la eclosión definitiva del nuevo espíritu republicano:
el sistema ya no es paternalístico, puesto que el propio cónsul permite el
castigo de sus vástagos; es ahora una República igualitaria y fraterna. El
sacrificio de Lucrecia, con todo lo trágico que literaria y artísticamente
representa, habría valido la pena por su significación política futura.
Sentadas las bases políticas sobre fuertes cimientos que desdibujan la
misericordia paterna y de donde arranca un Estado concebido como poder
que no conoce de sentimientos de ninguna clase, salvo los que afectan a su
propia consolidación, defensa y protección, la segunda de las “historias”
nos remite ya al derecho propiamente dicho, al proceso conducente a la
formulación de un derecho de y para Roma, y, concretamente, al episodio
de Virginia y Apio Claudio (Virginia e il decemviro Appio Claudio. Le
origini del diritto, pp. 53-117). Sabido es que en sus orígenes el derecho
romano descansaba sobre esas etéreas costumbres de los antepasados, mo-
res maiorum, sobre las cuales se desarrollaba toda la subsiguiente activi-
dad interpretativa. El carácter sacral de aquellos usos, prácticas y estilos
556 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

se traducía en el predominio de los pontífices como máximos intérpretes


de todo el magma consuetudinario subyacente, y en la lógica preeminen-
cia de los intereses del patriciado a los efectos de configurar un derecho
que era trasunto de sus propios deseos. La cada vez más importante clase
plebeya comienza a cobrar cuerpo, empieza a organizarse y empieza a rei-
vindicar una cierta participación en el orden jurídico. La exigencia capital,
por encima de cualquier otra consideración, radicaba en la necesidad de
poner por escrito, cuando menos, los aspectos más básicos de dicha regu-
lación jurídica para su general conocimiento. El nacimiento de un derecho
que se pretendía general y de todos conocido requiere un momento de
excepcionalidad para lo cual se procede al nombramiento de diez hom-
bres con poderes especiales, cuyo cometido principal será la redacción
en un soporte definitivo de las normas fundamentales de la convivencia.
Dicha compilación tiene lugar entre los años 451 y 450 a. C. Poco tiempo
después, en el año 449 a. C., se produce el episodio de Virginia: Marco
Claudio, ejercitando la manus iniectio, la reclama como de su propiedad,
por ser hija de una de sus esclavas, y amenaza con raptarla; la reacción de
la muchacha y de otros viandantes provoca la necesidad de un juicio en
el que interviene como juez Apio Claudio, el hombre más poderoso de la
ciudad de Roma en aquel entonces, pero también el más malvado y tirá-
nico, que deseaba a Virginia con fuerte concupiscencia, para lo cual había
tramado toda la urdimbre que hemos visto con la sola finalidad de poder
disfrutar de la doncella. Omitiendo las formas esenciales del proceso, ad-
judica la esclava a Marco Claudio en clara violación de todas las normas
jurídicas conocidas. En ese punto del proceso, Virginio, el padre, viendo
lo irreparable de la desgracia, solicita al juez poder hablar con ella. En ese
instante preciso le clava un cuchillo y termina con la vida de su amada
hija reivindicando de esa forma, de la única forma que realmente podía, la
libertad, según nos narra Tito Livio.
Se unen en esta leyenda dos procesos históricos, en relación a los cuales
se suscita el dilema entre lo auténticamente histórico o lo completamente
poético. Por un lado, el de redacción escrita del derecho romano más bási-
co y esencial, conservado luego en la memoria de los romanos a través de
su sistema educativo, como narra Cicerón: las leyes se acaban plasmando
en tablas de bronce, las cuales difícilmente pueden corromperse o alterarse;
a lo sumo, pueden perderse, como sucede tras las invasión de los galos
cien años después de su redacción. La inscripción en tablas de bronce
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 557

para que todo romano pudiese conocerlas no fue suficiente para asegurar
su persistencia, pero en su lugar entró la memoria como mecanismo de
conservación y transmisión subsidiario. El derecho de los hombres ya no
depende de los dioses y son los hombres mismos capaces de colocarlo en
un formato que permita su difusión y conocimiento, su comprensión y dis-
cusión, su debate y enriquecimiento, su cumplimiento por medio de cau-
ces ordinarios (los procesales). La autora se explaya con las reflexiones
acerca de la propia significación de los números de la leyenda (el número
es el nombre, reflexiona en pp. 82 y ss.): las leyes no personalizadas, con
el nombre del promotor como era práctica común, sino remitidas a una
comisión colectiva, en cierto punto anónima, doce tablas, diez hombres
poderosos que las escriben, raíces pitagóricas de todo este empleo y tam-
bién bíblicas, el número cuaternario (reflejos en el arte moderno de esta fi-
guración, pero también en el antiguo, láminas centrales, números 9-11), la
conexión entre los números y la música, evocaciones literarias de Virginia
con el Roman de la Rose, Boccaccio y Chaucer a la cabeza, hasta piezas
teatrales de los siglos XVIII y XIX. El derecho es finalmente la palabra,
una vez que ha reemplazado al número.
Pero, al lado de todo ese proceso de escritura del derecho, hay otro
acontecimiento decisivo y es el que viene proporcionado por la propia
conducta de Apio Claudio: para que se produjese el nacimiento pleno del
derecho, de ese derecho que se había escrito, se exigía como complemento
lógico el no derecho, la injusticia y la arbitrariedad, siendo Apio Claudio
quien desarrolla esta faceta anti-jurídica precisamente para la consolida-
ción de todo lo jurídico, para afirmar el valor del derecho mismo frente
a aquellos territorios limítrofes donde no existe ese derecho, donde es
violado o ignorado. Dice así la profesora Fögen, en p. 99, que en Apio
Claudio los romanos han representado el entero y largo acto de naci-
miento del sistema jurídico, con todo tipo de detalles y de precisiones: la
comunicación compuesta de información, con la escritura del derecho,
la transmisión de ese derecho por medio del proceso y su comprensión,
a través del debate, el público y la discusión, y, sobre todo, el recurso últi-
mo del que precisa el derecho para su existencia, que es el no derecho, para
su afirmación y para darle todo su sentido. Ese Apio Claudio es el mons-
truo cuyo único camino era la iniquidad. Frente a ello, el derecho romano
emana con la fuerza total que impone la ruptura de ese orden arbitrario,
para dotar al sistema social de toda la seguridad y toda la certeza de sus
contenidos.
558 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Relacionada con todo ese proceso de formación del derecho, es la si-


guiente “historia”, la que corresponde a Gneo Flavio y Apio Claudio el
Ciego (Gneo Flavio e Appio Claudio Cieco. Ordinamento giuridico chiu-
so e aperto, pp. 119-160), donde se narra la apertura del ordenamien-
to jurídico romano a la Roma entera y a su población secular, laica, no
vinculada a cometidos religiosos de ningún tipo. A finales del siglo IV
a. C. y comienzos del siglo III a. C., se pone fin al dominio pontifical
en la formulación del derecho, que hasta entonces había sido absoluto, no
obstante la presencia del pretor como oficio específico para cuestiones
jurisdiccionales y no obstante la publicidad dada a las XII Tablas. Los
colegios sacerdotales habían tomado una posición principal en la vida po-
lítica romana y comenzaron a operar como consejeros de magistrados y
senadores. De entre esos colegios, destacan los pontífices cuyo número
era bastante reducido: eran estos los únicos que conocían calendario y
fórmulas con arreglo a las cuales actuar en derecho, vedando su acceso
a cualquier otro habitante de la ciudad. Su labor de determinación del
culto justo acabó haciéndolos recalar en la vida jurídica. El saber lo que
era justo en temas religiosos (en una religión doméstica y politeísta como
la romana) les proporcionó prestigio y, sobre todo, el conocimiento de las
fórmulas propiamente jurídicas. Con ello, acabó la publicidad del derecho,
porque la escritura del mismo significó restringir el acceso a la mayor parte
de la población. En ellos, en los pontífices, estaba depositado el tiempo del
derecho (los días fastos y los días nefastos, lo que placen a los dioses y
los que no, el calendario que marca los días en los que se puede ejercitar
y reclamar el derecho) y las palabras con las cuales actuar ese derecho de
modo tan exacto como escrupuloso: las legis actiones o acciones de la ley.
De suerte tal que todo el derecho, desde su interpretación a su puesta en
funcionamiento, había quedado custodiado por los pontífices debido a una
simple cuestión de seguridad procedente de su dominio de la escritura, de
su oficio vitalicio y de la clase social a la que pertenecían. Esto permi-
tió que naciese esa clase especial de “juristas pontífices”, pues solamente
cuando el derecho no es público y su ocultamiento es efectivo, puede
nacer ese grupo de profesionales sabedores que excluyen a cualquier otra
persona de su círculo. Y solamente así con un derecho reducido en su
conocimiento, formulado e interpretado por un selecto conjunto de per-
sonajes preparados para ello, se puede alcanzar un cierta estabilidad del
material normativo: el derecho, dice la autora en p. 136, se sustrae así a la
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 559

discusión y a la interpretación, con una reducida disponibilidad de fórmu-


las que provocan asimismo que el derecho aplicable sea también reducido.
A más derecho, más conflictos: el derecho fue solamente aquello que pudo
convertirse en derecho por medio de la interpretación del venerado texto
de las XII Tablas, filtrado y reducido a fórmulas. No se hace opinable, sino
que el rito, el secreto y la autoridad, consolidaron un estado de cosas que
se mantuvo, en tanto se pudo conservar la estructura social subyacente.
Cuando ésta cambia, tiene que cambiar la formulación del derecho: Apio
Claudio el Ciego habría procedido, siempre según Pomponio, a regular las
acciones y darles forma, probablemente condensando su saber en un libro.
Este libro sería el que Gneo Flavio entregaría al pueblo en la versión más
dulcificada de la “historia”.
Diferentes fuentes (Tito Livio, Cicerón, Valerio Máximo, Plinio, Pom-
ponio) cuentan este periplo liberador de Gneo Flavio, hijo de un liberto,
escribano al servicio de Apio Claudio el Ciego (del que se habla porme-
norizadamente, en una detallada reconstrucción de su “vida paralela” con
el antepasado ya visto, del mismo nombre, con especial referencia a su
papel como público administrador y público realizador —acueductos, la
vía Apia, etcétera—, en pp. 142 y ss., y con las ilustraciones números 12
y 13 como complemento metafórico de su labor). Es el liberto escriba un
“señor del archivo”, pero no un siervo del poder, como una suerte de “Pro-
meteo jurídico” que roba el fuego del derecho y del tiempo a los dioses,
tutelado por sus sacerdotes, para transmitirlo a la totalidad de los hombres:
divulga los secretos mejor guardados de todo lo que reconduce a lo jurídi-
co. Nombrado edil curul en el año 304 a. C., debe renunciar a su oficio de
escribano para poder cumplir con su nuevo cometido público y realmente
lo cumplió porque la renuncia que formula a la escritura es la renuncia
a volver a colocar el derecho en los estrechos y lejanos márgenes de lo
secreto, de lo oculto, de lo escrito. Ha abierto el archivo y promete solem-
nemente no volver a cerrarlo con la escritura. No fue su único acto tras-
gresor. Dedicó un templo a la Concordia en tiempos en que solamente los
grandes magistrados podían realizar tales actuaciones, con el consiguiente
recelo de los sacerdotes. Publicar el calendario supuso en su momento
romper el monopolio sacerdotal sobre el tiempo, la visión del pasado y
del futuro, porque ese recurso al pasado es el que constituye y estructura
el pasado mismo, le da forma y lo comunica. La Historia se hace carne,
se vuelve recurso general de la población a la que todos tienen acceso.
560 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

No debe olvidarse, como hace la autora en p. 124, que uno de los princi-
pales fines del derecho es precisamente planificar el futuro por medio de
contratos, amenazas de sanciones, o la regla del pacta sunt servanda: el
derecho no puede asumir la totalidad de los riesgos y los acontecimientos
imponderables de la vida, no puede eludir desastres naturales y guerras,
ni garantizar la salud o las relaciones afectivas, pero sí puede tutelar de-
terminadas actitudes y posiciones, dar estabilidad a las mismas. No puede
garantizar la realización de todo lo que el hombre quiere, pero sí aquello
a lo que el hombre se compromete. Con el calendario en sus manos y su
publicidad, no solamente se hizo luz para conocer los días en que se podía
actuar judicialmente; se consiguió además disponer de un futuro estructu-
rado por medio del derecho (p. 125). Pasado, presente y futuro se dan la
mano en la labor de Gneo Flavio.
Pero, además, nuestro escriba procede a la difusión de las fórmulas, de
aquellas palabras, precisas y exactas, que los litigantes, so pena de nuli-
dad, debían pronunciar para el desarrollo normal del proceso, fórmulas
que junto con las interpretaciones y las respuestas eran también custo-
diadas por los pontífices, como depósito general del derecho todo. Ese
secretismo, que se traduce en la propia simbología de las edificaciones
(el templo israelí que custodia el Arca de la Alianza o el edificio donde
se desarrolla la vida del proceso, reproducido mucho tiempo después por
Kafka y Welles, pp. 130-131, historias que muestran un gran paralelismo
con nuestra “historia”: el derecho se publica y luego se procede a su oculta-
ción), obedecía a una razón profunda, cual era evitar que el pueblo litigase
de un modo gratuito, a su sola voluntad y placer, y que el derecho también
controlase aquí el uso indiscriminado que podía hacerse del mismo. Con
la fórmula, se reduce tal situación y se reduce lo jurídico al formalismo
lingüístico: se habla en fórmulas, pero no sobre las fórmulas; se dice el
derecho, no se habla del derecho, como expresamente señala la autora en
p. 135. Con ello, se asumen unas cuotas de publicidad de las que hasta
entonces carecía la vida jurídica.
Las mutaciones no cesan con estas dos actividades anteriores. La Lex
Ogulnia, en el año 300 a. C., eleva a ocho los miembros del colegio ponti-
fical, de los cuales cuatro serán plebeyos, síntoma inequívoco del cambio
social introducido, y del conflicto entre patricios y plebeyos que está en
su base misma: el cambio estructural de la sociedad implica un cambio
radical en el mundo jurídico y un apertura a las clases sociales en lucha.
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 561

El derecho es ahora ya un derecho conocido por todo el mundo que pueda


acceder a la inteligencia de lo escrito, un derecho en el que todos pueden
participar. Es un derecho que necesita del aire y de la luz, liberado del
dominio del que lo escribe y de los muros del archivo donde se guarda,
que precisa empaparse de oralidad, que promueve un orden más libre,
paritario e inclusivo, que no conoce ni de dominios, ni de archivos, ni de
restricciones. El derecho se abre a todos los que quieran escucharlo, con
base en las fórmulas, pero suavizadas, substrayendo toda su rigidez (p.
141). Nace un nuevo derecho. Y lo ampara un Apio Claudio (¿realmente
ciego?), que, a diferencia de su antepasado el infractor del derecho na-
ciente, es amante de toda suerte de movilidad social, económica y política,
en el exterior y en el interior. A él se deben caminos, aguas, construccio-
nes cívicas, empleo útil del dinero de la República en beneficio de la mis-
ma, política internacional expansiva (discurso contra Pirro), dominio de
la Península Itálica, expansión comercial y monetaria, entre otros logros.
Abre asimismo con la colaboración de Gneo Flavio (o bien dirigiéndolo,
animándolo, impulsándolo) el secreto de los sacerdotes: abre el derecho
del pasado para abrir el derecho al futuro (p. 149). Lo que ambos actores
encarnaban era el cambio social profundo que Roma vivía en el siglo III a.
C. y su radical influencia en el campo del derecho que no podía sustraer-
se a todas estas mutaciones. No es extraño que la figura de Gneo Flavio
reaparezca tiempo después en forma de mito, para simbolizar la idea de
conocimiento, difusión y publicidad del derecho, como en el larguísimo
léxico de Hommel o en la obra de Kantorowicz (quien usa el nombre lati-
no como pseudónimo para luchar por la ciencia del derecho que se quería
cada vez más libre).
A partir de ese instante, se inicia la cuarta de las “historias”, la que
compete al desarrollo del ordenamiento jurídico romano (Coruncanio,
Catone, & Co. Lo sviluppo del diritto, pp. 161-194). Desde el siglo III a.
C. y con los logros hasta aquí descritos, el derecho depende ya de sí mis-
mo, se autonomiza, construye sus propias residencias y habitaciones. Son
sus gestores los profesionales del material jurídico, los propios juristas.
Cicerón lo narra a la perfección como testigo coetáneo de ese tiempo de
esplendor. Hay un material escrito básico, normativamente hablando, que
se ve acompañado de una mayor libertad en la utilización de dicho mate-
rial, no restringido por motivos religiosos, ni de otro cariz. Pero tampoco
se convierte en un saber cotidiano, popular, vulgarizado. Mantiene cierto
562 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

elitismo. El jurista empieza a ser considerado un elemento imprescindible,


un ser que combina en su persona las condiciones de buen ciudadano,
buen político y buen orador, es decir, un sabio que todo lo sabe y que do-
mina todo lo que interesa a la República, lo divino y lo humano, hombres
de conocimientos universales y hombres de referencia para toda la comu-
nidad. Auténticos modelos de conducta en lo privado y en lo público, a los
que siempre se debe escuchar.
Pomponio cuenta estos precedentes con Sempronio el Sabio, Gayo Es-
cipión Nasica y, sobre todo, Tiberio Coruncanio, el primero que se encar-
ga de enseñar el derecho de forma usual, que no deja escritos, pero sí no-
ticia de numerosas respuestas donde expresa su inteligencia, su sagacidad
y su elevado sentido de ponderación de todo lo que es justo. Al mismo le
acompañarán otros varios, nombrados magistrados en numerosas ocasio-
nes, a pesar de no ser ése su principal cometido vital. Política y derecho,
prudencia y saber, forman un todo conjunto. Son los Quinto Mucio Escé-
vola, Servio Sulpicio Rufo, Sexto Elio Peto, Publio Elio y Publio Atilio,
Catón el Censor, y otros citados en pp. 170 y ss., reclutados ahora en su
mayor parte del estrato social de los caballeros, sin dignidad senatorial, ni
manifiestas ambiciones políticas, con un hondo sentido del deber: son ciu-
dadanos privados, apartados de las soterradas luchas del cursus honorum,
que no siguen de modo obsesivo (desde el siglo II a. C., prácticamente se
retiran de la vida pública), inmersos en la reflexión sobre lo justo, cuya
autoridad y éxito público aparecen fundados en sus conocimientos, en su
prudencia y en sus escritos. El estamento de los juristas se conforma por
adición y suma de miembros de procedencias dispares, y, en principio, no
está cerrado a nadie, no se convierte en una casta. No se cumple el temor
vulgarizador ciceroniano: nada hay de caótico en su comportamiento para
con el derecho. Antes bien, al contrario, de sus escritos emerge una activi-
dad dinámica y constructiva.
Lo relevante es que, además de sus lecciones, de sus dictámenes y de
sus defensas procesales, estos juristas todos comienzan a producir una
primaria literatura doctrinal, unos primeros manuales, textos, casos, que
alimentan la vida jurídica romana. Crean una auténtica “República de las
letras”, donde el derecho está presente de modo cotidiano en cada una de
sus actividades, incluyendo los paseos por el foro o la visita a la casa del
maestro para pedir su consejo siempre sabio, siempre prudente. Nacen
asimismo las escuelas, la agrupación de los juristas por sensibilidades,
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 563

modernas o tradicionalistas. Crece la producción literaria y con ella, el


estudio, la reflexión (el ejemplo de las ilustraciones de la p. 173 es suma-
mente expresivo: el muro, sólido, sobre el que se van situando las matas,
o la geometría de las plantas con su tronco central y las plurales ramas
que lo desarrollan y lo hace diverso, sin renunciar a los orígenes, en p.
177). Al lado de los juristas y relacionado con ellos, va a aparecer un
elemento decisivo en la evolución del orden jurídico en su totalidad, que
va a hacer propios muchos de los pareceres y construcciones de aquello
que le asesoran: el pretor (el urbano data del año 367 a. C., para litigios
en que intervengan los ciudadanos romanos; y el peregrino, del 242 a. C.,
para asuntos que afecten a no ciudadanos o a pleitos entre estos y cives
con plenitud de derechos) y su gran creación jurídica, que es el edicto, ese
mensaje inicialmente oral y luego escrito, que mantiene la apariencia de la
oralidad (el pretor “dice” o “ha dicho”, será el modo habitual de comenzar
dicho prontuario del derecho honorario), un mensaje efímero, fungible,
anualmente modificable, pero siempre vinculante, poderoso y renovador
que ofrecía un completo programa jurídico de acciones y excepciones, si-
tuaciones jurídicas tuteladas al margen, como complemento o como alter-
nativa al viejo derecho de los Quirites. La idea de la buena fe es una (pero
no la única) de esas máximas creaciones, dulcificadoras del nuevo sistema
jurídico resultante (así, otros ejemplos en pp. 181 y ss.), por medio de
la cual hace su aparición en el escenario del derecho la vida, la moral, la
justicia misma, y se inserta en estos ámbitos por medio de las nuevas for-
mulaciones jurídicas. Dirá así la autora que son dos las grandes creaciones
del pretor, el edicto y las fórmulas que reemplazan las viejas acciones de
ley y consolidan el procedimiento formulario tras la Lex Aebutia (en el
siglo II a. C.). Con esos instrumentos, el pretor habla, dice, concede, re-
chaza, y con ese manto público que le confiere su imperium y su potestas,
el pretor lo que está haciendo en realidad es convertir en nuevo derecho
todas las creaciones de los juristas, que son sus asesores áulicos. Éstos
acaban hablando por boca del pretor mismo. En un arriesgado ejercicio
metafórico, el pretor es calificado como un “termostato del derecho”, un
regulador de la temperatura del ordenamiento jurídico, que detecta los
abusos y los defectos, que se mueve entre la aplicación del derecho estric-
to en unos casos, mientras que en otros da paso a ciertas medidas novedo-
sas que lo apartan del anterior sin derogarlo: protegía el derecho del riesgo
de sobrecalentamiento por exceso de vida o de la hiperrefrigeración y la
564 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

congelación por falta de movimiento (p. 184), todo ello imbricado en un


sistema político como el romano, cuya pujanza se basaba en el juego de
las magistraturas anuales y colegiadas, y en un fuerte aparato senatorial,
sin que tal poder pueda ser calificado propiamente como una adminis-
tración, ni la fuerza de sus actuaciones en una real burocracia, creando
secciones y oficios competentes y plurales (p. 193). He ahí la razón del
éxito: el equilibrio entre el viejo derecho y el nuevo derecho, entre todas
las autoridades, el control social inherente al sistema mismo que impedía
desviaciones, salvo en casos extraordinarios, con el reconocimiento del
peso específico intelectual de los juristas como auténticos responsables
del desarrollo pausado, no revolucionario, del orden jurídico construido
sobre las sólidas bases del pasado, al que nunca se renuncia y que nunca es
derogado por el tradicionalismo que singulariza la vida de Roma.
Con textos de juristas y con poderes en manos de los pretores, el siste-
ma camina hacia su consolidación y culminación, pero también hacia su
mutación. Es el clasicismo en todo su esplendor. Pero los nuevos tiempos
políticos, que inaugura Octavio Augusto en el año 27 a. C., con aque-
llos nuevos poderes conferidos por el Senado, detectan las razones de
un nuevo cambio, en donde la anualidad da paso a la duración ilimitada,
la colegialidad a la acumulación de oficios, y la igualdad a la jerarquía:
Labeone e Augusto. L’autonomia del diritto, pp. 195-211, es la última de
las “historias” tratadas, donde se intenta aprehender el conjunto de razo-
nes del cambio en la Constitución política y en la consecuente vida del
derecho, en su creación. Son Tácito, Dión Casio, Aulo Gelio, Suetonio y
otros historiadores, los que suministran el material sobre el cual construir
el desarrollo de los acontecimientos. Aparentemente, como dice la pro-
fesora Fögen, en el campo del derecho se sigue con lo clásico, mientras
en la vida política aparece la revolución. Viejo derecho frente a política
nueva. No era extraño que la segunda afectase al primero en toda su di-
námica y en toda su estructura. Los juristas comienzan a cambiar su rol.
Capitón y Labeón son muestras de extremas posturas en su relación con
el poder mismo del príncipe, sumiso en el caso del primero, fiel a su ética
profesional y alejado de los cantos de sirenas, honores y distinciones, que
el príncipe ofrece a cambio de una fidelidad ilimitada. Este nuevo magis-
trado excepcional no solamente reclamará para sí la totalidad del poder
normativo, por vía directa o indirecta, manteniendo la apariencia del edi-
ficio republicano y de sus instituciones (que usará con frecuencia en su
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 565

propio interés), sino que irá directamente a la raíz misma del derecho, a
los juristas en un intento claro de controlar todo el proceso jurídico, desde
la inicial creación normativa hasta su final interpretación decisiva. Los
testimonios de Pomponio, de Gayo y de las Instituciones de Justiniano,
posteriores en el tiempo, pero recopiladores del saber del pasado, respecto
al valor de los pareceres doctrinales, nos conducen a la introducción de
un elemento distorsionador, que ya no tendrá como punto de partida el
saber particular del jurista: es el ius publice respondendi ex auctoritate
Principis, el privilegio de responder públicamente con la misma fuerza
imperial, como si el propio príncipe hubiera dictado la correspondiente
respuesta, una suerte de control de calidad y de autoridad. Ahora prima-
rá la concesión del privilegio imperial como elemento de diferenciación
de los saberes y de jerarquización de los mismos. Medida centralizadora
que pretende romper con la multiplicidad, pero que acaba también con
la riqueza creativa que aquélla implicaba. La antigua autoridad del dere-
cho daba paso a una nueva autoridad política que se proyectaba sobre el
mismo y tenían que entrelazarse por las ventajas que para ambos signi-
ficaba tal medida. Sin perjuicio de ello, el efecto parece ser débil o nulo,
conforme a los testimonios de la obra justinianea, donde los juristas no
comparecen por la autoridad del Príncipe, sino que siguen haciéndolo por
su propia autoridad (pp. 202 y 203): el derecho no oye la llamada del
poder y se estabiliza con arreglo a las formas clásicas. Tardará todavía un
tiempo en consolidarse la nueva realidad con la legislación imperial y el
encuadramiento de los juristas dentro de la burocracia. Esta estación de
término devino inevitable.
De todos modos, en la lectura que elabora la autora, el derecho conti-
núa alimentándose de sí mismo, de textos auto-referenciales que hacen
alusión a ese ars boni et aequi, esa técnica que delimita lo bueno y lo
justo, en el sentido de equitativo. Fuera del discurso jurídico, quedan los
otros campos de la vida, que no se insertan en aquél: el jurista romano
hablará de la relación entre el esclavo y el patrón, hablará de la propie-
dad y de las concesiones en precario a los campesinos, pero no halla-
remos en los mismos una sola referencia a la estructura social, política
o económica, que lo sustenta, ni un solo juicio, ni una sola crítica. Es
un sistema cerrado, operativamente hablando, puesto que se basa en la
distinción entre derecho y no derecho, y autopoyético, pues se produce y
reproduce a sí mismo, casi perpetuamente. Los textos hablan solamente
566 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

de derecho y del derecho; en ese estrecho círculo no tienen cabida otras


consideraciones asimismo sociales. El derecho, dice la profesora Fögen
en p. 206, solamente conoce ciudadanos romanos y después peregrinos,
sin status particular, sin origen, sin historia, sin rostro, sin nombre (quis,
qui, quae, el que, quienquiera que, la que, cualquier que, son las formas de
referirse al sujeto jurídico abstracto). Los juristas proporcionan el arsenal
documental sobre el que se trabaja y nada importa fuera de esas fuentes
que se han construido secularmente de maestro a discípulo, dentro de
la misma escuela ortodoxa, de forma paulatina. Y, sin embargo, desde
el siglo I d. C., la vida sale al encuentro de lo jurídico y choca con ello: el
derecho abandona así la pura reflexión o especulación, para sumergirse en
el campo de la vida misma, en un elenco de nuevas preocupaciones que
hasta entonces no habían golpeado la conciencia del jurista (acaso es esto
la “vulgarización”, sin ánimo peyorativo: apertura del universo jurídico a
temáticas, mundos, realidades y situaciones que iban más allá del derecho
mismo, pero a las cuales el derecho debía proporcionar un mecanismo
de identificación y de resolución de eventuales conflictos). Hasta ese ins-
tante, el discurso jurídico apenas se había ocupado de aspectos políticos,
militares, referidos a las guerras externas o civiles, al arte, a la técnica, al
culto y tampoco los textos jurídicos habían condensado tales preocupacio-
nes, ausentes por decisión propia de los juristas. La familia, la religión, la
economía o el comercio se habían ido construyendo al margen del dere-
cho, en sus contenidos esenciales.
El derecho, dice la autora en pp. 206-207, apenas había tomado en con-
sideración el arte de gobernar, el conocimiento filosófico, el arte militar,
todo aquello que Cicerón decía que era relevante para una completa for-
mación y que también lo era para los juristas. De todas las tensiones de la
vida, el discurso jurídico tomó nota y aceptó solamente aquello que era un
problema de derecho o que así era considerado con la valoración hecha
por los juristas mismos. A partir de ese instante, cuando el poder político
mete las manos en el discurrir de las operaciones intelectuales de los pe-
ritos del derecho y de la justicia, la independencia del jurista desaparece;
su libertad creativa también: se convierte en burócrata, para quien la fina-
lidad no es ya la justicia, sino agradar a la voluntad del emperador, dar a
éste lo que quiere. La máquina del poder acaba colocando a la totalidad de
los siervos del emperador a sus pies, cada uno cumplimentando la misión
específica para la que había sido llamado. Su misión cambia y con ella se
PORQUE UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS 567

inicia una nueva etapa, ni mejor, ni peor, en la historia de Roma, que im-
plica asimismo un nuevo cambio en la forma de entender, concebir y crear
el derecho. El poder ahora es quien crea, guía, turba, usa, ocupa el mundo
jurídico, se inserta en los deberes del gobierno. Resultado inmediato es la
abundancia normativa que hasta Augusto se había limitado a lo indispen-
sable. No hubo hasta entonces un derecho público romano, propiamen-
te dicho (administrativo, fiscal, de policía), sino solamente un derecho
privado, destinado a resolver conflictos entre particulares. Cambio en la
temática y cambio en la cantidad de ese derecho que ahora comienza a
manar por cauces diferentes a los clásicos y que tiene al emperador al úni-
co protagonista, con todos los demás operadores jurídicos subordinados a
su voluntad. Pero ese nuevo momento, posterior al clásico, queda ya fuera
de las páginas de este magnífico trabajo.
Aquí concluye el recorrido trazado por la profesora Fögen, de un modo
tan atrevido como lleno de matices, sugerencias e ideas nuevas. El dere-
cho se comienza a edificar cuando se conforma un régimen político que se
reputa más justo y virtuoso, en contraposición a los abusos monárquicos.
Las fases subsiguientes han sido delineadas siguiendo el esquema de las
“historias” descritas: la idea de constituir, en primer lugar, un texto escrito
originario (la Ley de las XII Tablas), que es ocultado para evitar su uso
indiscriminado por todo el mundo; la celosa y paulatina separación del
derecho respecto del archivo donde estaba depositado y respecto a otros
campos reguladores asimismo de las relaciones sociales, sobre todo, la
religión; la apertura de ese derecho a la población en el momento mismo
en que se producen profundos cambios sociales del ambiente; la ampliación
de las fuentes sociales y comunicativas, los juristas y sus textos, así como la
formación de especialistas en este nuevo saber; y la final autoalimentación
con textos propios y autorizados por el poder.
Un derecho, el romano, que no tuvo una pretensión totalizadora, sino
que se basó en un escrupuloso respeto de la propiedad privada y de la
libertad del querer, como señaló F. Schutz en su momento, que no incidió
en todas las materias sociales y económicas, sino que las respetó. Libre
de interacciones e influencias laboriosas, que lo pudieran desestabilizar,
habitó ese derecho romano en un lugar seguro respecto de las críticas,
hostilidades y ataques, donde poder nutrirse de casos y textos que el mis-
mo derecho generaba, producía, alimentaba e interpretaba, de forma so-
lipsista, aislada, casi autística (p. 209). Lo que vino después, tanto en el
568 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Imperio como fuera de él, fueron variaciones sobre esos temas centrales
que la leyenda había creado, que los juristas habían desarrollado y que
los historiadores recogieron en sus crónicas y en sus escritos. Ya no habrá
Roma, pero la idea de Roma subsiste durante todo el Medievo con una
fuerza tremenda. Roma y su derecho estarán presentes en las discusio-
nes medievales todas, desde la lucha entre señorío y soberanía, la pugna
Imperio-Papado, hasta los argumentos de representación política con la
idea de un pacto o contrato social, construido según el modelo del contra-
to consensual romano. Hubo una República romana y un derecho romano;
después, numerosos otros derechos a los que Roma sirvió como Historia
fundacional, en cuanto que tradición, y como base conceptual,1 derecho
que también tendrán sus leyendas y sus “historias” sensacionales e ines-
peradas (hallazgo de manuscritos de la obra justinianea, robo de la littera
fiorentina, pacto entre Federico Barbarroja y los juristas en Roncaglia,
nuevas constituciones de los emperadores medievales, etcétera). Llegar a
ese derecho primigenio puede hacerse de muchas maneras. La profesora
Fögen nos ha guiado por una de ellas, en este paseo por el derecho, la
literatura y el arte, de una forma realmente magistral.

1 Un exquisito y didáctico resumen de esa historia posterior en: Serrano, Paricio, J.,
El legado jurídico de Roma, Madrid, El Faro, 2007.

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