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Houellebecq-Serotonina

Extracto
Llegados a este punto, quizá sea necesario que haga algunas aclaraciones sobre el amor,
destinadas sobre todo a las mujeres, porque ellas comprenden mal lo que es amor a los hombres,
están siempre desoncertadas por la actitud y el comportamiento masculinos y a veces llegan a
la conclusión errónea de que los hombres son incapaces de amar, rara vez perciben que esta
misma palabra, El amor en la mujer es un poder, un poder generador, tectónico, cuando el amor
se manifiesta en la mujer es uno de los fenómenos naturales más imponentes que la naturaleza
pueda ofrecernos comtemplar, hay que considerarlo con temor, es un poder creativo del mismo
tipo que un temblor de tierra o un trastorno climático, el origen de otro ecosistema, otro entorno,
otro universo, con su amor la mujer crea un mundo nuevo, pequeñas criaturas aisladas
chapoteaban en un una existencia incierta y de pronto la mujer crea las condiciones de existencia
de una pareja, de una nueva entidad social, sentimental y genética, cuya vocación es
efectivamente elimiar todo rastro de los individuos preexistentes, la esencia de una nueva entidad
es ya perfecta como lo había advertido Platón, en ocasiones puede adquirir la complejidad de
una familia pero es casi un detalle, al contrario de lo que pensaba Schopenhauer, la mujer de
todos modos se entrega por completo a esa tarea, se abisma en ella, se consagra en cuerpo y
alma, como suele decirse, y por otra parte no hace en realidad la diferencia, esa diferencia entre
cuerpo y alma no es para ella más que una disputa masculina intrascendente. Sacrificaría sin
vacilar su vida a esta tarea que en realidad no lo es, porque es manifestació pura de un instinto
vital.
El hombre, en principio, es más reservado, admira y respeta ese desenfreno emocional sin
comprenderlo plenamente, le parece extraño complicar tanto las cosas. Pero poco a poco se
transforma, poco a poco es absorbido por el vórtice de pasión y de placer creado por una mujer,
más exactamente reconoce la voluntad de la mujer, su voluntad incondicional y pura, y
comprende que esta voluntad, aunque la mujer exige el homenaje de las penetraciones vaginales
frecuentes y de preferencia cotidiana, pues son la condición normal para que se manifiesten, es
una voluntad en sí absolutamente buena en la que el falo, centro de su ser, cambia de estatuto
porque se convierte asimismo en la condición de que sea posible manifestar el amor, ya que el
hombre apenas dispone de otros medios, y merced a este curioso desvío la felicidad del falo
pasa a ser un fin en sí mismo para la mujer, un fin que no tolera casi restricciones en cuanto a
los medios empleados. Poco a poco el inmenso placer que procura la mujer modifica al hombre,
que le otorga agradecimiento y admiración, su visión del mundo se ve transformada, de manera
imprevista accede a la dimensión kantiana del respeto, y poco a poco llega a contemplar el
mundo de otra forma, la vida sin una mujer (e incluso precisamente, sin esa mujer que le
proporciona tanto placer) se vuelve realmente imposible y se asemeja a la caricatura de una vida;
en este momento, el hombre empieza en verdad a amar. El amor en el hombre es, por tanto un
fin, una realización y no, como en la mujer, un comienzo, un nacimiento; he aquí lo que se debe
considerar.
Sin embargo, aunque rara vez, sucede que en los hombres más sensible e imaginativos el amor
s eproduce desde el primer instante, el love at first sight no es, pues, en absoluto un mito; pero
es entonces cuando el hombre, gracias a un prodigioso movimiento mental de anticipación, ya
ha imaginado el conjunto de placeres que la mujer podría prodigarle en el curso de los años (y
hasta que la muerte, como se dice, los separe), cuando ya (siempre ya como habría dicho
Heidegger en sus día de buen humor) ha previsto el fin glorioso, y era ya esta infinidad, esta
gloriosa infinidad de placeres compartidos, lo que yo había previsto en la mirada de Camille.
(...)
Se me reprochará quizá que concedo excesiva importancia al sexo; no lo creo. Aunque no ignoro
que otras alegrías ocupan poco a poco su lugar, en el curso del desarrollo normal de una vida el
sexo sigue siendo el único momento en que involucras personal y directamente tus órganos, por
lo cual el paso por el sexo, y por un sexo intenso, sigue siendo obligado para que se produzca la
fusión amorosa, nada puede realizarse sin él, y todo lo demás, normalmente, dimana de él
suavemente. Hay algo más, por añadidura, y es que el sexo constituye un momento peligroso, el
momento por excelencia en que uno se la juega. No hablo específicamente del sida, aunque el
riesgo de muerte pueda representar un auténtico escollo, sino más bien de la procreación, peligro
mucho más grave en sí mismo, por mi parte yo había renunciado, siempre que fuera posible, a
usar preservativos en cada una de mis relaciones, a decir verdad la ausencia de preservativo se
había convertido en condición necesaria de mi deseo, donde el miedo de engendrar existía en
una proporción considerable, y sabía bien que si por desgracia la humanidad occidental llegaba
a separar efectivamente la procreación del sexo (como a veces proyectaba hacer), condenaría a
la vez no solo la procreación, sino también el sexo, y se condenaría a sí misma mediante un
movimiento idéntico, cosa que los católicos identitarios habían captado muy bien, incluso cuando
sus posiciones entrañaban, por otra parte, extrañas aberraciones éticas, como sus reticencias
ante prácticas tan inocentes como los trìos o la sodomía...

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