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El calendario litúrgico general del rito romano celebra una serie de fiestas del Señor Jesús con grado de solemnidad:
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Sagrado Corazón de Jesús y Jesucristo Rey del Universo. El calendario de la Iglesia
en España aporta una fiesta propia: Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote (jueves posterior a Pentecostés).
Los orígenes de esta fiesta se remontan a principios del siglo XX, pues en algunos misales de la época
encontramos la misa votiva de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Sin embargo, en España adquirió
el rango de Fiesta el 22 de agosto de 1973 gracias a los esfuerzos del santo arzobispo de Valencia Don
Jose María García Lahiguera. Los primeros pasos de este acontecimiento se remontan a 1950, en que
con motivo de un viaje a Roma, él, junto con la Madre Fundadora de las Oblatas de Cristo Sacerdote,
Madre María del Carmen Hidalgo de Caviedes y Gómez solicitaron a S. S. el Papa Pio XII la gracia de
poder celebrar todos los años, el día 25 de abril, aniversario de la fundación de la Congregación, en
todos los monasterios la liturgia propia de la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. La Santa
Sede concedió este privilegio a la Congregación en un rescripto de fecha 25 de junio de 1952.
El interés por la fiesta se iba propagando y extendiendo entre muchos sacerdotes. En noviembre de
1954, Don José María García Lahiguera propuso a la Congregación de San Pedro Apóstol de Madrid
que se adhiriera para elevar a la Santa Sede la petición de la institución de la fiesta litúrgica y el 31 de
mayo de 1956 se envió toda la documentación a la Sagrada Congregación de Ritos. Aunque el asunto
parece que entonces se paraliza Don José María no pierde ocasión para insistir en su propósito y al
abrirse el Concilio Vaticano II en el que él mismo participó como Padre Conciliar, se dirige por escrito
a la Comisión Conciliar de Liturgia e, incluso en la intervención que tuvo en el Aula Conciliar del
esquema sobre los sacerdotes el 25 de octubre de 1965 –en la que habló de la responsabilidad de los
obispos, de la dirección espiritual de los sacerdotes, de los ejercicios espirituales–, llegó a proponer
‘como monumento litúrgico del Concilio la institución de la Fiesta de Cristo Sacerdote’. Esta
propuesta fue rubricada por 194 Padres Conciliares, de los cuales cinco eran Cardenales.
Como sabemos, el Nuevo Testamento no utiliza el término sacerdote para referirse a los ministros de
la comunidad. Lo reserva para denominar a Cristo y al pueblo de Dios, todo él sacerdotal.
Lectura de la carta a los Hebreos (10,12-23).
Hermanos: Cristo ofreció un solo sacrificio por los pecadores y se sentó para siempre a la derecha
de Dios; no le queda sino aguardar a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies. Así, con una sola
ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado. Lo mismo atestigua el Espíritu Santo,
que dice en un pasaje de la Escritura: La alianza que yo estableceré con ellos, cuando lleguen esos
días, palabra del Señor, es ésta: Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a
grabarla en sus corazones. Y prosigue después: Yo les perdonaré sus culpas y olvidaré para siempre
sus pecados. Ahora bien, cuando los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más ofrendas
por ellos. Hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en
el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio
cuerpo. Asimismo, en Cristo tenemos un sacerdote incomparable al frente de la casa de Dios.
Acerquémonos, pues, con sinceridad de corazón, con una fe total, limpia la conciencia de toda
mancha y purificado el cuerpo por el agua saludable. Mantengámonos inconmovibles en la
profesión de nuestra esperanza, porque el que nos hizo las promesas es fiel a su palabra.
Palabra de Dios.
En relación con Cristo, la carta a los Hebreos interpreta su sacrificio, en oposición a los sacrificios de
los sacerdotes de la antigua alianza, como el nuevo, único y definitivo sacerdocio: «Así también Cristo
no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote, sino que Dios mismo le había dicho: Tú eres mi hijo, yo
te he engendrado hoy. O como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre igual que
Melquisedec» (Hb 5,5-6). La misma carta añade: «Cristo ha venido como sumo sacerdote de los
bienes definitivos» (Hb 9,11).
Mediante el bautismo, todos hemos sido configurados con Cristo Profeta, Sacerdote y Rey. Nuestra
vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la suya, se convierte en una completa oblación al
Padre.
Hoy es también un día adecuado para meditar lo que nos dicen las Constituciones al hablar de los
misioneros presbíteros: «Configurados por medio del Sacramento del Orden con Cristo Sacerdote,
cuya persona representan principalmente en la celebración de la Eucaristía, compartan su muerte y su
vida, de modo que conviviendo con los hombres susciten en los demás el recuerdo de la presencia del
Señor» (CC 83).
Durante la octava de Pentecostés se prolonga la alegría de la Iglesia por el don del Espíritu Santo.
La misa de hoy vuelve a repetir los cánticos y las oraciones de domingo.
CRISTO SACERDOTE. Se celebra también en España y en otros lugares una fiesta instituida el 6
de junio de 1974: la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. La rúbricas del misal de 1962 no
permiten celebrar esta fiesta con los textos de la misa votiva que Pio XI mando insertar en el misal
en el año 1935. Pero ello, no obsta a que en este jueves meditemos sobre el sacerdocio de Nuestro
Señor Jesucristo.
Desde el primer instante de la Encarnación, el Hijo de Dios, por la unción del Espíritu Santo, es
consagrado Mesías: Sacerdote, Profeta y Rey en su humanidad. Toda su existencia terrena y
especialmente en el momento de su ofrenda en la cruz, Nuestro Señor Jesucristo mediante la unción
del Espíritu Santo realiza el sacrificio único, perfecto y definitivo que nos posibilita la vida de
comunión con Dios. Él es en verdad sacerdote, víctima y altar. Sacerdote porque él ofrece el
sacrificio. Víctima porque se ofrece a sí mismo. Altar porque lo ofrecen el altar de su humanidad, de
su cuerpo. Tras su ascensión, sigue ejerciendo su sacerdocio intercediendo incesantemente ante el
Padre en favor nuestro, ofreciendo los méritos de su Pasión, el culto de toda la creación que alaba a
su Creador, el amor de la Virgen Santísima, de los ángeles y de todos los santos y la ofrenda de su
cuerpo, la Iglesia
SACERDOCIO COMÚN. La misión del Espíritu Santo es unirnos a Cristo y hacernos vivir en él. Esto
comienza a realizarse en el Bautismo por el que somos incorporados a Cristo Sacerdote, Profeta y
Rey. Todos los bautizados –al ser cuerpo de Cristo- participan de aquello que es su Cabeza y están
llamados también a ofrecer el culto en espíritu y verdad que agrada al Padre. Ha hecho de nosotros
un pueblo sacerdotal. Una ofrenda que es agradable al Padre no por el valor de nuestros méritos
sino porque es culto en su Hijo: Cristo acoge nuestra ofrenda y la hace suya. Es así como hemos de
entender la expresión “completar lo que falta a la Pasión de Cristo”.
La existencia cristiana es pues una existencia sacerdotal para ofrecernos junto con él acogiendo
aquellas palabras del apóstol: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os
ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será vuestro culto
espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de
vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo
perfecto. Rom 12, 1-2.
El modelo perfecto de la acción del Espíritu Santo en el ser humano se nos presenta también como
modelo de sacerdocio bautismal es la Virgen María: «La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de
la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente
con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a
la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio
como madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27)» (LG 58). Por eso, la llamamos
Corredentora.
sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común de todos los fieles, "aunque
su diferencia es esencial y no sólo en grado, están ordenados el uno al otro; [...] ambos, en efecto, participan (LG 10),
cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo" (LG 10). ¿En qué sentido? Mientras el sacerdocio común de los
fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de caridad, vida según el Espíritu), el
sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los
cristianos. Es uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto es
transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden. (CEC 1547)
Origen de la fiesta
La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, fue introducida
en España en 1973. Posteriormente fue solicitada por numerosos
Episcopados de todo el mundo.
“Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús,
el Hijo de Dios- mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues
no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros,
excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al
trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia
para una ayuda oportuna” (Hebreos 4,14-16)
Todos los cristianos, debemos de tomar este día como una gran
jornada de oración por la santidad de todos los
Sacerdotes, unirnos con fe y esperanza, en comunión con todos
los Santos, sintiéndonos verdaderamente parte del Cuerpo místico
de Cristo, para así pedir, al Dueño de la mies, para que envíen y
hayan muchos y santos Sacerdotes.
Que su trato con las almas sea siempre para dejar en ellas el amor
y el valor que Tú nos entregas.
¡Y que nunca falte quien de la vida por ellos, así como Tú la diste
por nosotros. Amén