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El asesinato de Alfonso Tirado, el 10 de junio de 1938

La década de los treintas vino a consolidar al naciente Partido


Nacional Revolucionario, fundado por el expresidente
Plutarco Elías Calles, quien había promovido la extinción de
los caudillos revolucionarios, para pasar a la etapa de las
instituciones. En realidad él era el Jefe Máximo de la
Revolución y concentraba el poder metapresidencial,
disponiendo de las posiciones políticas en todo el país,
poniendo y quitando presidentes como Emilio Portes Gil,
Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez.

Acostumbrado a pasar largas temporadas en Culiacán,


visitaba asiduamente las playas del Tambor, donde se sabe, le
comunicó al Gral. Lázaro Cárdenas, que el sería el candidato
de la Revolución. Cárdenas
fue quien inauguró el primer sexenio de gobierno y su política
fue apegada a los postulados de la revolución, plasmados en
la Constitución Política de México. Ello molestó al Gral. Calles,
quien le criticó por el caos en que se estaba convirtiendo el
país. Finalmente el Presidente Cárdenas no toleró las críticas
y menos compartir el poder y ordenó el exilio del Gral.
Plutarco Elías Calles.

En Sinaloa habían sido gobernadores, el Gral. Macario


Gaxiola de 1929 a 1932. Luego le sucedió Don Manuel Páez
quien ocupó la gubernatura de 1932 a 1934. Después, vendría
el gobierno por dos años del entonces Coronel Gabriel Leyva
Velázquez de 1935 a 1936. Al caer Leyva Velásquez, fue
sustituido por Don Guillermo Vidales en 1936 y finalmente el
Gobernador y Coronel Alfredo M. Delgado, quien gobernó al
estado de Sinaloa, hasta 1940. Para suceder a Delgado,
habían surgido ya los preparativos y para ello estaba
apuntado desde ya, el senador y Coronel Rodolfo T. Loaiza y
un hombre venido del sur de Sinaloa, Alfonso Tirado,
originario de la Palma Sola, municipio de Mazatlán, donde
había sido presidente municipal, tras una aplastante victoria
sobre su contrincante, Jesús I. Escobar.
Su desempeño como presidente municipal tuvo una gran
aceptación entre las familias de Mazatlán, pues siempre actuó
con honradez en el gasto público, haciendo pequeñas obras
en el puerto. Se sabe que nunca cobró sueldos de la nómina.
También implementó un sistema de becas para los hijos de las
familias más pobres. Cuando el gobernador Manuel Páez
había autorizado la instalación de un casino en el puerto, el
alcalde Alfonso Tirado, le manifestó su desacuerdo, poniendo
por delante su renuncia y la de sus regidores integrantes del
Cabildo.

Contrario a las prácticas políticas de la época, Alfonso Tirado


se negó a cubrir los gastos de facturación de un gran
banquete ofrecido al Gral. Calles, en el comedor del Hotel
Belmar, argumentando que el “dinero del pueblo no era para
eso; a cambio le propuso al diputado Ignacio Lizárraga, que la
cuenta se pagara entre los dos, cosas que no aceptó el
diputado por Mazatlán”. Al término de su administración
municipal, ya poseía una fuerte dosis de popularidad,
principalmente en sur del estado y estaba dispuesto a
jugársela por la candidatura del PNR al Gobierno del Estado.

Se sabe que el Coronel Loaiza le envió un informe al


gobernador Alfredo Delgado, sobre las actividades que
realizaba Alfonso Tirado. En dicho informe se hace hincapié
que “Y ahora, al igual que otros hacendados de Mazatlán, está
inmiscuido en negocios relacionados con la siembra de la
goma, incluso se hace acompañar de Rodolfo Valdez, alias “El
Gitano” y de Manuel Sandoval, alias “el Culichi”, dos
conocidos gatilleros al servicio de los antiagraristas y del
traficante Pedro Avilés Pérez”. Después de que el gobernador
Delgado terminó de leer el informe sobre Alfonso Tirado,
recibió en su despacho de Palacio de Gobierno, ubicado
entonces por la calle Antonio Rosales, al Mayor Alfonso
Leyzaola Salazar, quien era el Jefe de la Policía Judicial del
Estado.

El Gobernador fue enfático al darle las instrucciones a


Leyzaola sobre Tirado, pues le dijo “ Quiero que usted
nuevamente hable con él. Dígale que el día 10 de junio, lo
espero aquí, en la oficina. Pero también dígale que estamos
recabando informes de los negocios que él y sus amigos
hacen con los gomeros. Y qué entienda: el candidato será el
coronel Loaiza. En fin, actúe usted como debe ser. Es todo”.
Antes de salir Leyzaola del despacho del gobernador, este le
ordenó “¡Ah, Mayor, y respóndale a Poncho en el mismo tono
que él le hable! ¿Me entendió?”

Leyzaola pronto se puso en contacto con el mazatleco Alfonso


Tirado y le comunicó la cita para el 10 de junio de 1938, con el
gobernador, en Palacio de Gobierno en horas de la mañana.
Ya en la reunión, el gobernador trató de convencer a Tirado de
que renunciara a sus aspiraciones, pues ya el Gral. Lázaro
Cárdenas, había dado su beneplácito para que el Coronel
Rodolfo T. Loaiza, hiciera recorridos por Sinaloa en
actividades de precampaña, para sumar adeptos a su causa.
La reunión fue muy agria y sin poder convencer a Tirado, este
se retiró y caminó cerca de dos cuadras, hasta llegar a la
esquina de Rosales y Juan Carrasco, donde estaba el Hotel
Rosales, propiedad de una señora Cohen y que era
administrado por Don Miguel D. Crisantes, un inmigrante de
origen griego que se avecindó en las tierras del hermoso valle
de Culiacán.

Ese día, Don Miguel Crisantes, se encontraba en la barra del


bar y Alfonso Tirado, estaba sentado en una de las mesas,
departiendo con su primo Alberto Tirado y un par de amigos
más. Se mostraba ausente y en cierta forma preocupado por
lo que le dijo el gobernador, cuando en ese momento hizo su
entrada al bar, Alfonso Leyzaola. “Poncho se sobresaltó
ligeramente al ver entrar a Leyzaola, el jefe de la Judicial del
estado, quien después de localizarlo con la mirada llegó hasta
su mesa. Instintivamente, Poncho se llevó la mano a la cintura
y comprobó que llevaba su revólver treinta y ocho”. Leyzaola,
estando de pie, le alargó la mano, y Alfonso Tirado se la
estrechó. “Me da gusto poder verle, ingeniero, dijo Leyzaola.
Espero que podamos arreglarlo todo. Lo sucedido no es más
que un mal entendido, y no es lo que el señor gobernador
desea. ¿Me permite acompañarlo, sólo un momento?”
Desde luego, Mayor, “respondió Poncho Tirado, indicando una
silla vacía, frente a él. También yo espero que todo quede
arreglado. No quiero que mis aspiraciones políticas sean
causa de más fricciones con el gobernador Delgado agregó,
firmemente”. En ese momento, Don Miguel Crisantes, le
ordenó a uno de los meseros que atendiera la mesa donde
estaban sentados Alfonso Leyzaola y Alfonso Tirado. Luego, el
mesero les sirvió una bebida a cada uno. La conversación
continuó y Leyzaola le dijo a Tirado, “Le voy a hablar al grano,
y usted comprenderá que me interesa convencerlo de que mis
intenciones son buenas, de que quiero lo mejor para todos. No
lo tome a mal, por favor. Le repito que soy un hombre
institucional que sólo acata órdenes”.
Leyzaola insistió y le dijo a Tirado que su tiempo aún no había
llegado y que su empeño por llegar a la gubernatura, era tratar
de imponer su voluntad, sobre los designios del Presidente
Lázaro Cárdenas y del Gobernador Alfredo M. Delgado y
luego le lanzó una advertencia: “Si usted continúa con su
trabajo proselitista, tendrá que vérselas con enemigos
insospechados”. Al observar que Poncho le iba a interrumpir, a
protestar o proferir algo, Leyzaola se adelantó: “Permítame,
ingeniero, permítame terminar, y le ruego que no tome mis
palabras como insolencia alguna. Además, “sus amigos
antiagraristas y los gomeros también tendrán que
disciplinarse. En consecuencia, el senador Loaiza le propone
que cuando se acerque el final de su gobierno, el partido lo
destapará a usted como su candidato para sucederlo.
Mientras podrá seguirse dedicando a su negocio, con la gente
de Pedro Avilés. Esto es de lo que quería hablar con usted,
ingeniero”.
En ese momento, el rostro de Alfonso Tirado se endureció y se
echó para atrás, buscando su pistola, pero Leyzaola le disparó
con su arma reglamentaria, tres tiros de 45. Herido de muerte
Alfonso Tirado quedó tirado en el piso, mientras Leyzaola se
pegó un tiro en la mano, luego la envolvió en su pañuelo y
después se dirigió hacia la barra, donde se encontraba Don
Miguel Crisantes y le dijo, “ Mira Miguelito, este cabrón me
quería matar, pero yo le gané el jalón”. Luego de cometido el
crimen, Leyzaola abandonó el bar, mientras Alfonso tirado era
auxiliado por Silvano Pérez Ramos, quien lo llevó a un
sanatorio particular, donde murió. Afuera del Hotel Rosales, un
auto esperaba a Leyzaola, quien rápidamente se fue al
despacho del Gobernador Alfredo M. Delgado, para darle la
noticia que se habían cumplido las órdenes.

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