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Sensibilidad como estrategia narrativa

Luz Marina Vélez Jiménez1

Existen, en el mismo ser humano,


varias y tan distintas percepciones
unas de otras del mismo y único objeto,
que no queda más que deducir la existencia
de diferentes sujetos en el mismo ser humano.
Franz Kafka

El presente texto es producto de la reflexión sobre la exploración de la


sensibilidad como ruta de sentido en clave narrativa; cartografía de
reconocimiento, revaloración, resignificación y recreación del sí mismo, su relación
con los otros y lo otro, y su proyección al nosotros como acontecimiento;
experiencia creativa entendida como gesto de autoinvención, participación
deliberada y transformación.

Este ejercicio implica, según Deleuze y Guattari (2002), “una experiencia de


intervención interna (sujeto), una experiencia de intervención externa (contexto) y
una experiencia de intervención en espiral (flujo)” (p. 89). En términos de Foucault
(1982), “un desplazamiento sobre el que es propicio interrogarse, pues a través de
lo que un sujeto narra, también va hacia sí mismo” (p. 118). Desde estas ópticas
emerge la interacción como un ir y venir entre la fuente de la narración (deseo,
intención), el escenario (tiempo, espacio y fenomenología), la modalidad y el
resultado.

Pensar en la sensibilidad como posibilidad narrativa autobiográfica implica


un proceso racional-sensible, formas de invención del yo, representaciones de la
memoria, estrategias discursivas… estilo. Como dicen Olson y Torrance (2013),
1
Magíster de la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín-Colombia. Antropóloga de la
Universidad de Antioquia, Medellín-Colombia. Docente investigadora de temas socioculturales. Jefe
del Programa de Especialización en Intervención Creativa de la Colegiatura Colombia.
“en el acto de narrarse, todo autobiógrafo reflexivo separa al yo que está contando
del yo o ‘los yo’ pasados acerca de quienes se cuenta” (p. 181). Parafraseando a
Emile Benveniste (1971), el yo que habla o escribe vive en la instancia del
discurso, procura personificar a un yo creado a partir del recuerdo del pasado. En
esta línea argumentativa, el narrador y su objeto comparten el mismo nombre,
pero no el mismo tiempo y espacio, en una suerte de reivindicación estética,
imaginaria y concreta “del espacio como el ‘aquí’ de un cuerpo y el tiempo como el
‘ahora’ de la conciencia al momento de la percepción o sensación que se tiene”
(Mandoki, 2006, p. 82).

En la escritura de sí, un sujeto hace de su experiencia un juego de verdad,


se subjetiva a través de la pluralidad de voces y la variedad de tonos con los que
se cuestiona, se escribe, se lee y se transforma. Narrarse es por tanto mostrarse,
aparecer ante sí, entregarse a la mirada y a la escucha del otro, atestiguar, más
que la importancia de la actividad que se describe, la cualidad de un modo de ser,
de sentir. El relato de sí entraña una inquietud y una práctica de sí que revela
maneras de estesis (sensibilidad del sujeto al contexto en el que está inmerso), de
autoconocimiento y cuidado. Un texto abierto a múltiples interpretaciones.

El narrarse puede entenderse como una autopoiesis, que Maturana y Varela


(1984) definen como:

Tipo de organización –sistema– cuyos componentes están dinámicamente


relacionados en una red continua de interacciones, de manera tal que se producen
en ella, establecen los límites dentro de los cuales se dan esas interacciones y, en
un mismo y unitario proceso, se distinguen, constituyéndose así como unidades
autónomas que especifican un dominio de existencia y, a la vez, son específicas
de éste (p. 24).

La autopoiesis desborda los imaginarios íntimos de la percepción. Allí se


crean gestos afectivos, tejidos de relación, tramas del vivir y comprensiones
temporales del mundo, entre otras impresiones. Desde esta concepción, una
narración es un devenir sensible, un artilugio gramatical transformador… una
morada creativa. En tanto asunto estético, la narración es fuente de creación,
unidad espaciotemporal, corporeidad, contacto y huella; una cartografía delineada
por coordenadas auto y sociobiográficas; una sumatoria de mismidades en busca
de otredades de imaginación y sentido; un constructo subjetivo revelador de
identidad.

En la dialéctica entre lo consolidado y lo posible de una narración


autobiográfica, se imponen formas de realidad que modelan la experiencia de
mundo creando mundos alternativos. En ella se mantiene, viva y en movimiento, la
subjetividad. En palabras de Mandoki (2006), “se constituyen, por objetivación,
identidades propias y, por subjetivación, se aprecian o validan identidades ajenas,
a la vez que se recrea la propia” (p. 77).

La tarea de la subjetividad contemporánea impone al sujeto la necesidad de


definirse con respecto a sí mismo, al hecho de que saberse es sentirse y en ello
quedan comprometidos consciencia, sentido y sensación. Como lo subraya
Pedraza (2004):

El saber sobre sí mismo que constituye la consciencia no es racional, sino


sensorial. Frente a la tarea de definirse con respecto a su naturaleza ―su
sensibilidad―, el sujeto moderno debe ser fiel a sí mismo, lo cual se logra
siempre y cuando sea consciente de sí. Enfrentado al agotamiento de
sistemas trinitarios o duales para comprenderse, se vuelca sobre sí mismo
y en esa tarea lo afectan fuerzas sociales y políticas, saberes y prácticas
que intervienen en su tarea autorreferencial (p. 65).

Ante la pregunta, ¿será que dentro de sí existe un cierto yo esencial que


siente la necesidad de ponerse en palabras?, Bruner (1997) plantea que, más allá
de la explicación psicoanalítica ―de que es lo que nos permite interactuar con los
aspectos inconscientes de nosotros mismos―, “el Yo es un producto de nuestros
relatos y no una cierta esencia por descubrir cavando en los confines de la
subjetividad” (Bruner, 1997, p.122). Afirma que una narración creadora del Yo es
una suerte de ´acto de balance´, que busca un equilibrio entre nuestra convicción
de autonomía y nuestra conexión con los demás: “Alimentamos nuestra identidad
con nuestras conexiones y, sin embargo, afirmamos que también somos otra cosa:
nosotros mismos” (Bruner, 1997, p. 139). Nuestra irrepetible identidad deriva en
gran medida de las historias que nos contamos para juntar esos fragmentos.
Desde esta óptica, la forma narrativa es inherente a la vida en la cultura y, pudiera
decirse, sirve para “convencionalizar” las desigualdades que esta genera al ofrecer
un repertorio de significados para otorgar lo inesperado en el relato.

Narrarse es cartografiar los sentidos (canales de percepción), el sentido


(deber ser) y lo sentido (estética); las lógicas del ser, el saber y el hacer en
términos de bios (vida), thymos (ánimo), kynesis (movimiento), metabolé (cambio),
téchne (entendimiento) y copertenencia dinámica. En su ritmo de contracción y
expansión, afirmación, negación y duda de sí, una narración autobiográfica es una
perpetua transformación dialógica y dialéctica que engendra sucesivas
interpretaciones; al cumplir la doble función del lenguaje ―del diálogo y del
monólogo―, funda, según Octavio Paz (1999), desde “el primero, la pluralidad; y
desde el segundo, la identidad” (p. 316)

Liberando la imaginación, encarnando mitologías, enfrentándose con el


mundo desde su sensibilidad, el autobiógrafo inaugura mundos poéticos para
inventarse, realizarse y acabarse, sin acabarse del todo nunca; al explorarse se
descubre abarcador, inmerso en un entramado más amplio que el “sí mismo” que
había comenzado a narrarse, configura imágenes de otredad dando presencia a
otros en sí y fuera de sí; da vida a la idea de que su historia no es un todo, no es
propiedad privada, es producción colectiva.

Si el ser humano es trascendencia ―ir más allá de sí―, su autonarrar es


signo de ese permanente imaginarse, expresión de su lógica sensible. A través de
su creación narrativa, entre el decir y el callar, este busca ser mundo, recuperar la
memoria, recobrar una porción viva del pasado. Y, al oírse en lo que dice, le es
revelado aquello que calla. Dice Paz en El arco y la lira que en la poesía (y, por
extensión, en la narrativa) dejamos que el lenguaje nos hable, que se desenvuelva
a través de nosotros.

En tanto técnicas de producción de sí, la sensibilidad, el subjetivismo


biográfico y la narrativa que las recoge, son una ininterrumpida producción de
realidades. Así se constituye en urgencia y, a la vez, emergencia en la educación
contemporánea. “La atención a los matices de la vida, a los estados del alma, al
acto de escribir y a la lectura intensifica y profundiza la experiencia sensible de sí.
Abre un campo de experiencias que no existía con anterioridad” (Foucault, 1999,
p. 454). Un estrato de historia, significación y comunicación que va más allá de la
modalidad narrativa del pensamiento, es presencia, rodeo, desplazamiento y
retorno a sí, esfumación de quien narra y búsqueda de un afuera irreductible a la
linealidad. Un vaivén entre recuerdo (pasado) ―memoria― y sueño (porvenir)
―imaginación―. Nuevos casos de la vieja búsqueda de alma.

Según Coccia (2011):

Lo sensible constituye la materia de todo lo que creamos y producimos: no


sólo de las palabras, sino de todo el tejido de las cosas en las que se
objetivan nuestra voluntad, nuestra inteligencia, los deseos más violentos,
las imaginaciones más diversas (p. 10).

Como escenario de reflexión e intervención de lo sensible, la educación es


un lugar para producir ininterrumpidamente realidades de Ser-en-el-mundo. Una
posibilidad biopoética de cultivar la humanidad más allá del evento gnoseológico.
En un mundo que se plantea educar con alma y realidad de mismidad como
ejercicio de Reconocimiento, Revaloración, Resignificación y Recreación de sí, la
narrativa abre horizontes insospechados para verse a sí mismo; dice Gadamer
(1993) que la poesía (y, por extensión, la narrativa) es “una palabra pensante en el
horizonte de lo no dicho” (p.152), cultiva tanto el raciocinio lógico como la
imaginación discursiva; y desentraña potencias y competencias de lo sensible
para cuidar la vida, la libertad y la diversidad como asuntos pedagógicos ―el
devenir del aprendizaje―, ontológicos ―el devenir del ser― y éticos ―el devenir
de la acción―. Una posibilidad de reidentificación del sí mismo donde la
consciencia sea la voz de lo Otro en el sentido del otro.

“La idea de mí mismo aparece profundamente transformada


por el solo hecho del reconocimiento de ese Otro
que causa la presencia en mí de su propia representación.”
Ricoeur.
Referencias bibliográficas

Bruner, J. (1997). La fábrica de historias. Derecho, literatura, vida. México: Fondo


de Cultura Económica.

Benveniste, E. (1971). Problems in general linguistics. Coral Gables. Florida:


University Miami Press.

Coccia, E. (2011). La vida sensible. Buenos Aires: Marea.

Deleuze, G. y Guatari, F. (2002). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia.


Valencia: Pretextos.

Foucault, M. (1982). La hermenéutica del sujeto. Buenos Aires: Fondo de Cultura


Económica.

Foucault, M. (1999). Estética, ética y hermenéutica. Barcelona; Paidós.

Gadamer, H. (1993). Poema y diálogo. Barcelona: Gedisa.

Mandoki, K. (2006). Estética cotidiana y juegos de la cultura. México: Siglo XXI


Editores.

Maturana, H. y Varela, F. (1984). El árbol del conocimiento. Santiago de Chile;


Editorial Universitaria.

Nussbaum, M. (2016). El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la


reforma en la educación liberal. Bogotá: Planeta.

Olson, D. y Torrance, N. (2013). Cultura escrita y oralidad. Barcelona: Gedisa.


Paz, O. (1999). La casa de la presencia. Poesía e historia. Barcelona: Galaxia
Gutemberg. Barcelona.

Pedraza, Z. (2004). Debates sobre el sujeto. Perspectivas contemporáneas.


Bogotá: Siglo del Hombre Editores.

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