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Mi madre no sabía leer ni escribir; mi padre sí, y tan orgulloso estaba de ello que se lo echaba en cara

cada lunes y cada martes, y con frecuencia, y aunque no viniera a cuento, solía llamarla ignorante,
ofensa gravísima para mi madre, que se ponía como un basilisco.

El sol se estaba poniendo. Para darse más confianza el viejo recordó aquella vez, cuando, en la taberna
de Casablanca, había pulseado con el gran negro de Cienfuegos que era el hombre más fuerte de los
muelles. Habían estado un día y una noche con sus codos sobre una raya de tiza en la mesa, y los
antebrazos verticales, y las manos agarradas. Cada uno trataba de bajar la mano del otro hasta la mesa

Y por la noche, al acostarme, termino mis rezos con las palabras: “Gracias, Dios mío, por todo lo que es
bueno, amable y hermoso”, y mi corazón se regocija. Lo bueno es la seguridad de nuestro escondite, mi
buna salud y todo mi ser.

Carlos Argentino fingió asombrarse de no sé qué primores de la instalación de la luz (que, sin duda, ya
conocía) y me dijo con cierta severidad:
- Mal de tu grado habrás de reconocer que este local se parangona con los más encopetados de Flores

Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su explicación,que las relacioné con la
literatura; le dije que por qué no las escribía.Previsiblemente respondió que ya lo había hecho.

No estaba tan borracho como para no sentir que había hecho pedazos su casa,que dentro de él nada
estaba en su sitio pero que al mismo tiempo ²era cierto,era maravillosamente cierto-, en el suelo o el
techo, debajo de la cama oflotando en una palangana había estrellas y pedazos de eternidad,
poemascomo soles y enormes caras de mujeres y de gatos donde ardía la furia de susespecies.

Dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y sepuso a leer los últimos
capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y lasimágenes de los protagonistas; la ilusión
novelesca lo ganó casi en seguida. Gozabadel placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo
que lo rodeaba, y sentir ala vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto
respaldo, quelos cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzabael aire
del atardecer bajo los robles.

VictoriaGuzmán, por su parte, fue terminante en la respuesta de que ni ella ni su hija sabían que a
Santiago Nasar lo estaban esperando para matarlo. Pero en el curso de sus años admitió que ambas lo
sabían cuando él entró en la cocina para tomar el café. Se lo había dicho una mujer que pasó después
de las cinco a pedir un poco de leche por caridad, y les reveló además los motivos y el lugar donde lo
estaban esperando."

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