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En los primeros acercamientos críticos a la obra de Gardea era recurrente incluirlo dentro de
una generación o grupo llamado “Literatura del desierto”, compartiendo lugar con Daniel
Sada, Ricardo Elizondo Elizondo, Gerardo Cornejo, entre otros autores. Tal denominación
no tardó en mostrar sus limitaciones críticas. De alguna forma, la recepción inicial de dichos
autores valoraba el advenimiento —en algunos casos con mayor o menor presencia
literaria— de una serie de voces narrativas procedentes del amplio territorio del norte del
país. Fue una designación que sólo permitió la ubicación geográfica, de origen y de temas, y
por lo tanto, una homogeneización de su literatura. En todo caso, tanto el grupo como el
ímpetu inicial de la crítica han caído en desuso a la par del desarrollo de los diversos
proyectos literarios de cada uno de sus participantes. (17)
La narrativa de este autor, por el contrario, crea un espacio sin límites; un desierto cuya
amplitud es imposible de trascender. Frente a la inmensidad del espacio, los personajes se
salvaguardan no sólo del clima —el sol, la nieve, la luz— sino de sí mismos. Reducidos a
convivir lo meramente necesario, el grueso de sus personajes se destina a un encierro
memorioso; la soledad, entonces, se convierte en un estado perenne; paradójicamente no
anhelado, pero buscado. (27)
Espacio y su relación con los personajes: lo que sucede en relación con el entorno.
Cierta caracterización de los personajes a través del espacio.
Lo externo y los efectos en los personajes.
Lo interno, donde se condensas las tensiones y emociones de los personajes. Lo oscuro e
íntimo en relación con el secreto.
Lo externo, la luz, donde todo es visible. (82)
Araceli Hernández, “Trato de cascar las palabras como las nueces: Jesús Gardea”, La
Jornada, 5 de septiembre de 1989, p. 20.
Según los críticos, formo parte de la llamada “literatura del desierto” — mejor dicho del
semidesierto—; ellos lo han dicho, ésa es mi respuesta, pero es posible que en el mosaico de
la literatura mexicana esté dándole voz a cierta zona del país sin proponérmelo. Vivo en
Chihuahua y allí escribo lo que escribo. De la literatura del Norte sé muy poco, y no hay gran
cosa publicada. Es cierto que hay una especie de hervor, que se están generando cosas, pero
estamos a la espera de resultados. En general, la orientación de esa literatura, lo puedo decir,
es un rescate de este mundo tan distinto del Distrito Federal, al del centro del país o al
chiapaneco; ello tendrá, no obstante, que probarse con cierta cantidad de novela, poesía,
cuento y ensayo.
Núria Vilanova, “El espacio textual de Jesús Gardea”, Literatura Mexicana, vol. XI.2, 2000,
p. 150.
La frontera está presente sólo implícitamente en obras como la de Jesús Gardea, donde ésta
no adquiere una presencia específica, sino que es el espacio del desierto el que la remite. La
de la narrativa gardeana es la frontera rural, paisajística, de la soledad y el aislamiento, y, a
la vez, de una cierta movilidad humana, de gente de paso, de transeúntes.
“pertenecía a ese tipo de escritores que no se “imponen” sobre el texto sino al contrario, como
en las escrituras de Juan Rulfo, José María Arguedas o Juan Carlos Onetti: “Recuerdo que
Onetti decía que él no escogía los temas, los temas se le imponían. Así sucede conmigo, no
por afán de compararme con Onetti, pero la verdad es que es una compulsión, incluso el
tema, la mayoría de las veces no lo tengo” (1994a: 5). Con partir de una palabra o de una
frase, Gardea no estaba buscando, precisamente, hacer funcionar el texto en términos de
argumento, pero sí de lenguaje, de igual manera en que un poeta (no tanto un narrador)
trabajaría la palabra”.