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Economía ambiental y
costes ambientales
externos
Protocolo de Kyoto y mercado de derechos
de emisión de CO2
Marta Cobo Villa
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN……………………………………………..…...……………. 2
DEFINICIÓN DE EXTERNALIDAD……………………………….……..…….7
EN TÉRMINOS DE BIENESTAR…………………………………………..…19
1
INTRODUCCIÓN
Cada vez más los países consideran el medio ambiente un capital a proteger, en este
sentido se han desarrollado leyes, convenios y reglamentos de obligado cumplimiento
que encauzan las actividades de desarrollo económico e industrial hacia situaciones
poco imaginables hace unos años.
En esta etapa primó el desarrollo a ultranza y se tuvieron poc en cuenta los aspectos
ecológicos y la alteración del medio ambiente, con lo que la contaminación de
atmósfera, aguas continentales y marinas y suelo aumentaron sin freno.
España no escapó a estos daños, incluso sufrió alguno más para poder ponerse más o
menos a la altura de otros países desarrollados.
El primer frenazo llegó con el cálculo de las limitaciones de los recursos energéticos
de los que se comenzaba a apreciar un agotamiento a plazo. (1972:informe Meadows
“the limits to growth”)
A esta advertencia se unieron las primeras crisis energéticas, así nos encontramos
ante la primera reacción real de defensa, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
medio ambiente celebrada en Estocolmo en 1973, de la que surgió en PNUMA.
De esta manera van apareciendo los primeros organismos responsables del medio
ambiente, los primeros programas empresariales de política medioambiental y
principios como “quien contamina paga”.
2
Pero en este periodo aparte de nuevas obligaciones legales aparecieron nuevas
actividades industriales y nuevos productos: productos verdes, materiales no
contaminantes, producto biodegradables, mejoras en el paisaje industrial,…
Pero por otra parte la falta de información para las industrias es importante ¿ a quién
acudir?¿cómo preocuparme por esto si mi problema es la suspensión de pagos? ¿de
dónde obtener ayudas financieras? ¿ y cobertura legal? Todas estas preguntas son
muy frecuentes en la industria española, y van surgiendo a medida que las normativas
comunitarias, estatales, autonómicas y municipales se van desarrollando.
Se aprecia que en áreas con una economía sana y próspera en países desarrollados
la industria las empresas ponen en marcha programas de protección medioambiental y
se observa una interacción entre prosperidad y alta calidad del medio ambiente.
3
La empresa puede obtener importantes ventajas al adoptar una actitud positiva
respecto al medio ambiente:
- Reducción de costes
- Adelantos tecnológicos
- Ventajas frente a la competencia
- Mejora de la imagen
- Mejora en la seguridad
- Mejora en la calidad de vida de los operarios
- Garantía de la continuidad empresarial.
El medio ambiente cada vez va adquiriendo mayor estatus de bien económico porque
muchos recursos naturales, como el agua y algunas fuentes de energía no renovables,
comienzan a escasear y presentan horizontes de agotamiento previsibles. Al mismo
tiempo, estos bienes naturales, aun cuando sean insumos indispensables del proceso
productivo, presentan características de bienes no económicos, por no poseer ni
precio ni dueño. Por esta razón, el medio ambiente se encuentra externo al mercado.
La incorporación del medio ambiente al mercado se daría mediante el procedimiento
de internalización de esas externalidades, adjudicándoles un precio. Por eso, la
economía ambiental se ocupa principalmente de la valoración monetaria del medio
ambiente. Una vez internalizado, el medio ambiente pasa a tener las características de
un bien económico, o sea, pasa a tener precio y/o derecho de propiedad.
Hay otras escuelas económicas que también trabajan la cuestión ambiental, basadas
en otras filosofías, y buscando comprender las diversas dimensiones del medio
ambiente. Lato sensu, y a los efectos de políticas de acción, medio ambiente no es
sólo la biosfera, sino también la sociedad y su economía, donde las dinámicas y las
lógicas intrínsecas de cada esfera se presentan, en parte, convergentes y, en parte,
excluyentes.
4
LA EVOLUCIÓN DE LA PROBLEMÁTICA AMBIENTAL EN EL PENSAMIENTO
ECONÓMICO
Francis Bacon, uno de los mayores exponentes del positivismo moderno del siglo XVII,
argumentaba que la naturaleza debía ser subyugada, dominada, y puesta al servicio
del hombre. En concordancia con la tradición cristiana, la naturaleza se hizo para el
usufructo del hombre. Las prácticas agrícolas con las cuales la población se esforzaba
en obtener comida, abrigo, y otros medios de sobrevivencia eran más explotadas que
preservadas. Según Laslett
(2001), hasta el siglo XVIII los intelectuales europeos veían lo agreste con cierto horror
y la limpieza con satisfacción. No obstante el carácter explotador de dichas prácticas,
no eran y tampoco lo son hoy en día, consideradas como insustentables, ya que la
escala de la producción era localizada y su intensidad restricta, lo que daba un margen
a la naturaleza para su resiliencia.
A mediados del siglo XVIII, los formuladores de la historia natural (Linneo y Humboldt,
1758) reconocían que, aunque el hombre domine sobre el orden natural, pertenece al
mismo. El hombre tiene su lugar en la gran cadena de los seres vivos, y también se
somete a las leyes de la naturaleza. De esa forma, la economía humana tiene la
posibilidad de desarrollarse y enriquecerse, pero también debe permanecer
sintonizada con la economía natural. En otras palabras, la naturaleza pasa a ser digna
de atención del hombre, justamente porque le es útil. Los fisiócratas (primera escuela
del pensamiento económico, contemporánea con los historiadores naturales)
compartían esa misma visión con relación a la naturaleza (Vivien, 2000).
Los fisiócratas (Quesnay, 1758) consideraban que la fuente de todas las riquezas del
Estado y de los ciudadanos era la agricultura, porque sólo ella restituía al hombre más
valor del que fue invertido.3 La fisiocracia, que significa “el poder de la tierra”, concibe
a la economía humana dentro de la natural, y que el hombre debe respetar los ciclos y
equilibrios, si desea continuar aprovechando la gratuidad de sus dones. Según Vivien
(2000), la teoría fisiocrática, en el contexto de su época, era menos un anuncio del
nuevo tiempo, representado por la industrialización, y más una racionalización del
orden antiguo, el de la aristocracia de la tierra. La concepción de la naturaleza de los
fisiócratas presentaba un cierto carácter idílico, así como una tradición teológica, que
influenció a la historia natural. Del encuentro de la fisiocracia, el saber natural, la
teología y el romanticismo, nacieron las primeras manifestaciones de protección al
medio ambiente.
A finales del siglo XVIII, por primera vez en forma explícita, los economistas clásicos
inauguraron la época del “mundo finito”. Tanto la teoría de la dinámica demográfica de
Malthus, como la teoría de los rendimientos decrecientes de la tierra de Ricardo,5
apuntan al límite ambiental que significaría la insuficiente oferta de tierras de buena
calidad. Atribuyen un papel relativo a la tecnología, reconociendo que ayuda, pero que
5
no resuelve el problema de la tendencia a los rendimientos decrecientes. De allí que
propongan el “estado estacionario” como algo inevitable. John Stuart Mill, también
economista clásico, al contrario que los anteriores, exalta este estado, como siendo
deseable y más humano que el que existía, pues permitiría que la sociedad se
desprendiera de las ataduras materiales, y se dedicara al arte de vivir, dejando en paz
a la naturaleza.
Con todos los alardes y previsiones de los “ingenieros economistas” a lo largo del siglo
XIX, la discusión de la problemática ambiental no ganó prioridad, ya que hasta los
años sesenta-setenta del siglo XX, aunque los problemas ambientales eran visibles
hasta para los no especialistas (como contaminaciones o derrames de petróleo), aún
eran locales o regionales
.
La discusión sobre la cuestión ambiental toma fuerza después de la “edad de oro”, y
particularmente en los años ochenta-noventa, en los que se vuelve cada vez más
evidente que el aumento de la producción va acompañado de una intensificación de la
degradación ambiental, que pasa a adquirir dimensiones globales. Al mismo tiempo,
algunos de los problemas ambientales más graves se vuelven cada vez menos
perceptibles a los ojos humanos, como lo son la pérdida de la biodiversidad, el agujero
de la capa de ozono, o los cambios climáticos.
La economía ambiental se constituye como disciplina en los años setenta, como una
respuesta de los economistas neoclásicos a la problemática ambiental
contemporánea. Esta disciplina se basa en las teorías de la internalización de las
externalidades de Pigou (1920) y Coase (1960), ambos de la escuela neoclásica.
Como contrapunto crítico a la economía ambiental, surge simultáneamente la
economía ecológica, basada en las leyes de la termodinámica y los grandes ciclos
biogeoquímicos de los ecosistemas de la biosfera. Esta escuela vuelve a enfatizar la
finitud de los recursos naturales en las propuestas de política de gestión ambiental
Tal como fue dicho en la introducción, la economía ambiental trata de la forma como la
economía neoclásica pasó a incorporar el medio ambiente en su objeto de análisis.
Veamos, primero, los fundamentos básicos sobre los cuales se apoya y, enseguida,
las adaptaciones para incorporar el medio ambiente.
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La economía neoclásica privilegia el análisis del mercado y no el del proceso
productivo. Un mercado sólo se forma cuando los bienes son escasos. Se presupone
que el comportamiento de los agentes económicos –productores y consumidores–
está guiado por una racionalidad que los lleva, siempre, a maximizar la satisfacción
individual, dentro de sus preferencias, y frente a sus estructuras restrictivas como, por
ejemplo, el ingreso.
DEFINICIÓN DE EXTERNALIDAD
7
Mientras el coste marginal sea inferior al precio la sociedad estará mejor si se asignan
más recursos a la producción del bien en cuestión, si el coste marginal es superior el
bien estará siendo producido en demasía y los recursos que se consumen para dicho
bien deberían ser consumidos para otros productos. La eficiencia se dará para la
cantidad de producto en que se igualen precio y coste marginal.
En este escenario los precios han perdido relevancia para juzgar la eficiencia social ya
que los precios relativos no se corresponden con los costes marginales relativos.
8
Existen externalidades cuando los costes privados no igualan a los costes sociales,
generando niveles de producción que no son socialmente óptimos y generando así
una ineficiencia económica.
9
Del anterior análisis gráfico podemos extraer varias conclusiones:
10
ciclos naturales. Además dependerá de otros factores como las condiciones
meteorológicas o de la presencia de otros elementos contaminantes.
Una vez que se ha especificado el perjuicio físico producido por una sustancia
contaminante se procede a calcular el valor monetario de dicho daño. Cuando en
economía se trata de medir el valor de algo nos remitimos a la disposición de la gente
a pagar por ello. En este caso tendríamos que medir la disposición marginal que tiene
la gente a pagar por que se elimine la contaminación, la disposición a pagar por un
entorno no contaminado. Este supuesto nos plantea un problema, las personas no
pueden ser conscientes del daño que la contaminación puede causarles y pueden
subestimar el valor de reducirla.
Pigou
Arthur Cecil Pigou escribió en 1920 The Economics of Welfare (La economía del
bienestar). Definía, por primera vez, el concepto de internalización de las
externalidades.
Pero es recién en 1970 que la economía ambiental se constituye como disciplina
interesada, específicamente, en las externalidades ambientales. Pigou, profesor de
Keynes, fue el precursor de la teoría sobre la necesidad de la presencia del Estado7
en la economía para reglamentar y disciplinar los efectos externos. Reconoce que,
salvo bajo competencia perfecta –situación rarísima– hay muchas fallas en el
mercado. Son estas fallas las que hacen que la maximización del bienestar privado no
coincida con la maximización del bienestar social.
Todos los efectos involuntarios en el bienestar de las personas y empresas son
denominados “externalidades”: positivas, cuando benefician a otros, y negativas
cuando los perjudican.8 Como las externalidades positivas no generan problemas, al
contrario, ayudan, lo que importa son las negativas. Externalidades son, entonces,
costos privados pasados a la sociedad que indican una falta de adecuación con los
11
sociales. Es necesario, por lo tanto, internalizar estos costos individuales que
quedaron fuera del mercado.
Coase
Coase procuró desmontar la teoría pigouviana con su artículo “The Problem of the
Social Cost” (“El problema del costo social”, 1960). En ese artículo
Coase muestra que un efecto externo no enfrenta un interés privado a un interés
público, sino un interés privado frente a otro interés privado.
Con esta propuesta se revierte el sentido moral de que el contaminador es el que hace
el mal y que, por tanto, tiene que pagar. Según Coase, para la sociedad como un todo
no interesa quién paga: al final de cuentas, sea el contaminador o el contaminado,
resulta igual. Hay una neutralidad en la solución. Si el contaminado es el propietario
del recurso, quien paga es el contaminador, para compensar la contaminación
causada. Si el contaminador es el propietario, quien paga es el contaminado, para que
el contaminador acepte reducir sus beneficios, con la reducción o interrupción de la
producción.
Coase reduce la cuestión del costo social a una cuestión de negociación privada entre
las partes en disputa, el contaminador y el contaminado. Para él, las partes pueden ser
12
un individuo o una colectividad. Lo importante es tener claro el derecho de propiedad
sobre el recurso en cuestión; después, siempre se llega a una solución negociada.
Garret Hardin, en la línea de Coase, publicó en 1968 “The Tragedy of the Commons”
(“La tragedia de los bienes públicos”) en la revista Science. Dice allí que los recursos
que pertenecen a todos en realidad no pertenecen a nadie.
Por eso los bienes públicos son una “tragedia”, porque nadie los cuida. Por ejemplo, el
bosque público es frágil y defectuoso como propiedad, por lo que no es bien cuidado;
mientras, cuando los elefantes fueron dados a las comunidades locales en Zimbawe
pasaron a ser efectivamente cuidados. Coase defiende, entonces, la propiedad, pero
no cualquiera, sino la propiedad privada, ya que solamente ésta es exclusiva y
transmisible, lo que acaba con los impasses, volviéndose pasible de negociación. En
realidad, la escuela coasiana sugiere la privatización extrema del medio ambiente,
dando lugar a una “ecología de mercado”.
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liberales de Coase habilitan, por ejemplo, mercados de derechos de contaminar, lo
que, en lugar de reducir la contaminación, la legitima y refuerza.
• Es muy difícil definir el costo social de las externalidades, y hasta dónde van sus
impactos. Hay pocas informaciones sobre las repercusiones sociales y alteraciones en
el medio ambiente.
• Para poder entrar en una negociación, los contaminados tienen que estar
conscientes de que están sufriendo de contaminación; aún más, se entiende que no
hay externalidad sin la conciencia del efecto negativo.
• Las informaciones técnicas para comprobar una externalidad son muy caras:
requieren la constitución de equipos de especialistas, principalmente en las áreas
naturales, como físicos, químicos, geólogos, ingenieros y biólogos.
• Cuando las partes en juego presentan una correlación de fuerzas muy desigual, la
negociación directa es ineficaz para proteger los derechos de los perjudicados.
• Aun después de identificar el costo social, es muy difícil darle un valor monetario.
14
- Impuestos: la empresa es ineficiente porque el precio de los insumos no
refleja esl coste social. Una solución puede ser cobrar un impuesto a la
empresa que contamina por cada unidad producida. El impuesto irá en
proporción a la magnitud del daño que causa la empresa a un nivel de
producción socialmente eficiente.
En este caso el empresario ve que pierde subsidio con cada unidad más de
producción y esto se consideraría como mayor coste de producir cada
unidad.
La ineficiencia puede ser corregida tanto con un impuesto como con un subsidio pero
las consecuencias sobre la distribución del ingreso difieren mucho según el método.
Si optamos por el subsidio se nos plantea el problema del establecimiento de otro
impuesto para poder recaudarlo y será necesario que estos impuestos no distorsionen
la economía más de lo que lo hace la propia externalidad.
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Por lo general la idea de mayor aceptación es la del impuesto, ya que puede no
parecer muy equitativo que los contaminadores sean subsidiados para no contamina.
Por otra parte el Estado podría regalarle el río a la empresa que contamina,
ahora el pescador estará dispuesto a pagar para evitar la contaminación
mientras el pago no sea mayor que el daño marginal que recibe. La
empresa estará dispuesta a no producir esa unidad mientras el pago del
pescador sea superior a la diferencia entre ingreso y coste marginal.
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El establecimiento de impuestos implica una coordinación con el resto de la política
impositiva. En algunos países se eliminaron otros impuestos para introducir estos
últimos con una carga fiscal importante, sin embargo, no es la mejor idea ya que
pueden aparecer nuevas tecnologías que disminuyan el efecto contaminante del
actividad de forma que las empresas disminuyen la base imponible y por consiguiente
se reduce la recaudación. Así que se opta por tasas impositivas más bajas que no
incentiven grandes cambios tecnológicos y permitan generar un ingreso sostenible.
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desarrollado una importante capacidad de análisis y numerosos instrumentos para
contribuir a optimizar los procesos de toma de decisión colectiva. En algunos ámbitos
de la política ambiental el progreso ha sido notable (el mercado de permisos
negociables de emisiones de gases de efecto invernadero en la Unión Europea); sin
embargo, en otros, los avances son escasos cuando y en ocasiones
contraproducentes.
El economista, por supuesto, es sólo una parte de un proceso más amplio de toma de
decisiones. Una revisión rigurosa de algunas experiencias pone de manifiesto que la
eficiencia económica y la equidad no son necesariamente un objetivo clave en el
diseño de una política. Habitualmente, los impuestos sobre combustibles estén
diseñados para aumentar la recaudación fiscal y no para introducir incentivos o reflejar
los daños que la contaminación atmosférica ocasiona sobre la salud humana, las
explotaciones agrarias, los activos inmobiliarios de las ciudades o los ecosistemas. Es
común, al mismo tiempo, que las decisiones sobre la generación optima de
electricidad de un país determinen un uso excesivo de fuentes no renovables e
intensivas en emisiones.
Podemos encontrar diversas situaciones en las que un buen uso del análisis
económico podría haber inducido a tomar mejores decisiones. Por ejemplo las
primeras consideraciones tenidas en cuenta a la hora de tala un bosque tropical
primario no son económicas, sino estrictamente financieras si se tuviese en cuenta el
coste de oportunidad de la tala (pérdida de valores de preservación de la diversidad
biológica, la captura de carbono o la prevención de riesgos naturales), hubiese
conducido previsiblemente a la decisión opuesta.
En la mayor parte de los casos, no es sólo una concepción restrictiva del análisis
económico lo que conduce a decisiones equivocadas, sino su empleo menor o tardío.
Éste es, quizás, uno de los problemas esenciales: el análisis económico entra tarde en
el ciclo de vida de un proyecto, un programa o una política.
Normalmente parece que existe la opción de decidir entre valorar o no, ya que se
suele desconfiar de la valoración monetaria de las externalidades (costes externos)
debido a la complejidad técnica que entraña su valoración.
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de energía eléctrica o apuesta por la agricultura de regadío frente al abastecimiento
doméstico, está valorando cada uno de esos usos.
Entonces, teniendo en cuenta que esta valoración se da, mejor será conocerla.
Es el caso, por ejemplo, del agua de riego, que aumenta la rentabilidad del propietario
de una explotación agrícola, al incrementar los rendimientos netos de la tierra.
Alternativamente, también sería el caso de una empresa municipal de abastecimiento
de agua potable y saneamiento básico: el acceso a una fuente de agua de calidad le
supone un ahorro de costes de tratamiento que repercute positivamente en su cuenta
de resultados. Ello hace que el recurso, si es susceptible de apropiación privada,
adquiera un precio de mercado que refleja el valor presente neto de este flujo de
rentabilidad y, si es de dominio público pero explotable en régimen de concesión,
también alcance un precio de equilibrio
EN TÉRMINOS DE BIENESTAR
Desde el punto de vista del bienestar el objetivo es alcanzar situaciones en las que
nadie pueda mejorar sin que otro empeore. La existencia de externalidades implica
una ruptura en este equilibrio social: alguien gana a costa de que otro pierda. El
objetivo prioritario en la toma de decisiones es alcanzar soluciones eficientes.
Encontrarse ante un proceso de toma de decisiones implica una serie de renuncias,
por ejemplo, al elegir un medio de transporte público colectivo frente a uno privado y
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particular se ganará en términos de reducción de contaminación pero se perderá en
términos de confort y autonomía, la renuncia forma parte de la decisión.
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externos de diferente índole (positivos y negativos; ambientales, económicos y
sociales). Las actividades de quien transporta no están adecuadamente reflejadas en
los precios de mercado de dicho bien (que paga el consumidor). El coste real de
trasladar a una persona o una mercancía no es únicamente el que se deriva del gasto
en que ha de incurrir quien transporta (el vehículo, el combustible, el tiempo), sino
también el gasto adicional que debe sufragar la sociedad en su conjunto o, cuando
menos, individuos diferentes a quien realiza la actividad o se beneficia de ella. Alguien
tendrá que arreglar la vía de transporte para que éste sea más rápido, barato y eficaz;
es posible que el sistema de salud observe un aumento del ingreso hospitalario de
niños con dolencias de carácter asmático como resultado de la contaminación; etc.
¿Quién va a pagar por ello?
Como consecuencia de esta falla de mercado (que se manifiesta en la diferencia entre
coste privado y coste social), es probable que los precios que se cobran por la energía
eléctrica o por el agua potable o por los servicios de transporte sean más bajos de lo
que, en realidad, serían si el valor de dichas externalidades fuese internalizado (es
decir, reflejado en el precio al consumo). De ese modo, se incentiva por omisión el
consumo de energía eléctrica y el uso de los automóviles (es decir, el consumo de
combustible), y el uso de agua. La consecuencia final es una asignación ineficiente de
recursos (que no se dedican a su mejor uso posible), así como una pérdida de
bienestar de la sociedad. ¿Qué hacer ante la evidencia de una externalidad? La
sugerencia del análisis económico parece clara: en primer lugar, reconocer su
existencia. Sólo entonces puede uno plantearse el sentido de estimarla por
procedimientos más o menos sofisticados, según el caso. Esta observación no es
menor: el análisis de externalidades arroja beneficios en el proceso. Se introduce
transparencia en la gestión, se enriquece la información sobre las actividades
económicas objeto de análisis, se reduce la discrecionalidad de algunas decisiones.
Aunque uno no fuese capaz de estimarlas, por desconocimiento técnico o por escasez
de medios, reflexionar sobre ellas le ayudará en cualquier caso.
El análisis económico proporciona una serie de métodos para valorar intangibles que,
por estar suficientemente aceptados tanto en el mundo de la economía como en el
judicial. Con estos métodos se pretende valorar económicamente las externalidades
de diferentes actividades económicas. Una vez determinado el impacto sobre los
distintos receptores (personas, animales, cultivos, edificios, ecosistemas, etc.), estos
21
métodos modelizan el cambio en la función de bienestar individual que dicho impacto
supone para los afectados: función de producción en el caso de las empresas
(obteniendo, en este caso, una medida del excedente del productor) y función de
producción de utilidad en el de las economías domésticas (excedente del consumidor).
Basándose en las relaciones de complementariedad existentes en dichas funciones de
producción entre el bien ambiental afectado (aire, agua, suelo, paisaje) y los bienes de
mercado, estos métodos tratan de descubrir la disposición a pagar de los afectados
por evitar un cambio ambiental que les perjudica o por asegurar uno que les beneficia.
El valor de los impactos será el cambio en el bienestar individual que cada uno de
ellos supone.
El excedente del consumidor es una medida (monetaria) del bienestar que representa
la diferencia entre lo que uno hubiese estado dispuesto a pagar por disfrutar de un
bien (por ejemplo, desplazarse desde su casa al trabajo) y lo que realmente paga (el
precio efectivo del trayecto). El primer elemento (lo que uno estaría dispuesto a pagar),
se refleja en la demanda que uno tiene por ese bien. Por ejemplo: no será la misma si
uno dispone de vehículo propio, si tiene un compañero de trabajo que se ofrece a
llevarle, si vive cerca del trabajo y podría incluso ir caminando, etc. El segundo (lo que
realmente paga), es el precio de mercado, la tarifa que se resulta de conciliar la
demanda de ese medio de transporte y las características de
su oferta. La distancia entre ambos es el bienestar que uno disfruta cuando, habiendo
estado dispuesto a pagar más, se ve enfrentado a un precio menor. Y esa distancia
está expresada en unidades monetarias, lo cual supone una ventaja para el análisis de
externalidades.
22
contaminantes. Esto ocurre porque la contaminación no se distribuye
homogéneamente sobre el área de estudio y, en consecuencia, los daños económicos
que resulten de ella dependerán de la localización de las fuentes (fijas o móviles), de
las que provienen las emisiones que sean relevantes y de la proximidad a la misma de
los distintos sistemas receptores que puedan resultar afectados negativamente por las
mismas.
Para poder asumir este reto, es preciso disponer, cuando menos, de cuatro fuentes
de información:
· Un inventario de emisiones o cargas ambientales, obtenido para el ciclo de vida
completo, siempre que esto sea posible.
· Bases de datos (e, idealmente, información cartográfica asociada), para la
caracterización de los medios receptores y su localización en el espacio.
· Datos sobre el aumento en la concentración de contaminantes en el medio receptor.
· Información sobre el comportamiento de dichos contaminantes (por ejemplo, en el
caso de contaminantes atmosféricos, éstos podrán depositarse por gravedad –
deposición seca – o como resultado de la lluvia o el vapor de agua – deposición
húmeda –, o quizás transformarse químicamente en la atmósfera, bien para ser
asimilados naturalmente por la misma o para convertirse en contaminantes
secundarios.
De este modo, se obtendrá una serie de datos intermedios de mucho interés: más allá
del aumento en la concentración atmosférica de determinados contaminantes, será
posible estimar el grado de exposición de un medio receptor concreto (persona,
animal, cultivo, ecosistema, etc.), a cada una de esas sustancias y, así, aproximarse al
impacto que dicha exposición implica. Este procedimiento permite destacar una
observación crucial, que no debiera ignorarse: el daño económico (la pérdida de
bienestar), asociada a la contaminación, es mayor a medida que crece la densidad de
población o de cualquier otro medio receptor, especialmente en las proximidades de
la fuente de emisiones. Para poder estimar en esta fase de la ruta de impacto, se debe
resolver adecuadamente un primer paso crítico: el paso de la emisión de
contaminantes a la inmisión a la que están expuestos los medios receptores. Ese paso
sólo puede darse en presencia de un modelo de dispersión, una representación
simplificada del comportamiento de las sustancias contaminantes en la atmósfera.
23
Además será conveniente que el modelo de dispersión permita capturar algunos
rasgos específicos de las externalidades ambientales que tienen su origen en el
ámbito espacial de referencia (una ciudad, una región, un país). Esta última
observación es clave: la configuración de los vientos, los niveles de precipitación
atmosférica, o la longitud de la zona costera, harán que la contaminación, incluso de
fuentes similares, tenga un comportamiento diferente y un impacto sustancialmente
distinto.
EL PROTOCOLO DE KYOTO
.
El mercado de derechos de emisión consiste en un mecanismo de mercado diseñado
y organizado por los poderes públicos, en el marco de un acuerdo internacional, como
pieza central de la regulación económica y medio-ambiental de actividades que
generan una externalidad negativa concretamente emisión de cantidades importantes
de dióxido de carbono ( principal gas responsable del efecto invernadero).
Emisiones de CO como externalidad negativa
2
No se da una premisa básica para que la externalidad negativa sea tenida en cuenta
por los poderes públicos de un país (gobierno y parlamento): que los ciudadanos de
25
ese país sufran las molestias y perciban la relación causa-efecto entre tal o cual
actividad productiva –o de consumo- y esas molestias. En el caso habitual, cuando si
se dan esas circunstancias, el gobierno se considerará obligado o legitimado para –o
es empujado por la presión ciudadana a- tener en cuenta la correspondiente
externalidad negativa o coste social indirecto. Como hemos visto antes, tener en
cuenta en este sentido una externalidad negativa significa que el gobierno, o bien
obliga legalmente a que las empresas que generan la contaminación la eliminen -
mediante filtros o instalaciones depuradoras, por ejemplo-, o bien les impone un
impuesto equivalente al valor del coste social indirecto generado; es decir, al
equivalente monetario de las molestias percibidas por los ciudadanos.
Todo esto no ha ocurrido con la contaminación por CO porque no se han dado ni las
2
molestias a los ciudadanos ni la percepción de estos de la relación causa (procesos de
combustión) – efecto (calentamiento global). Sin embargo, con el tiempo y las fuertes
evidencias científicas acumuladas sobre la relación directa entre aumento del CO en
2
las capas altas de la atmósfera y calentamiento global, ese coste social indirecto -en
este caso, planetario- asociado a las emisiones de CO ha sido (afortunadamente)
2
reconocido y expresado, también a nivel planetario, por la mayor parte de países
mediante la firma del protocolo de Kyoto1. Las autoridades políticas de un país
signatario del protocolo, como es el caso de España, asumen la obligación de tomar
medidas para alcanzar los ‘compromisos y calendario de Kyoto en cuanto a reducción
de emisiones. Es decir, deciden tener en cuenta la externalidad negativa, en el sentido
de establecer una regulación orientada a la reducción de las emisiones de efecto
invernadero en el país.
La medida reguladora estándar que hemos visto para las externalidades negativas –
por ejemplo, la contaminación de las aguas de un rio por parte de una industria
papelera- es la internalización del coste social indirecto en las cuentas de la empresa
causante. Esto puede hacerlo la Administración imponiendo una tasa (impuesto) por
26
unidad de contaminación emitida, o bien ordenando legalmente a la industria en
cuestión que se elimine la contaminación que venía generando, tomando las medidas
técnicas adecuadas disponibles: sistemas de filtros, de depuración, o de
neutralización.
En el caso de las emisiones de CO la vía del impuesto es prácticamente inviable,
2
porque debería ser una especie de impuesto administrado a escala universal. Y en
cuanto a eliminar o neutralizar la contaminación en origen no siempre es un objetivo
técnicamente posible de cumplir. Y no lo es prácticamente para el caso del CO , pues
2
implicaría prohibir el uso de los combustibles fósiles habituales, en los que por ahora
descansan nuestras economías. Solo en cierta (limitada) medida pueden reducirse las
emisiones; mejorando la eficiencia energética de los procesos de combustión, por
ejemplo.
Los Estados signatarios de Kyoto a lo que se comprometen es a establecer legalmente
no la obligación de eliminar sino la de reducir en una determinada cuantía las
emisiones de CO en su territorio. El objetivo asumido se concreta en no sobrepasar
2
determinados volúmenes anuales de emisiones, según un calendario determinado. Un
plan de reducciones anuales que se supone debe llevar a cumplir con los objetivos
fijados en el protocolo para el país signatario considerado, en un primer horizonte
2008-12. Lo que implica que la Administración debe establecer un esquema de control
que haga que a su vez cada empresa de las industrias con más emisiones de ese
país pase a estar obligada a no sobrepasar un volumen determinado anual en cuanto
TN de emisiones; un límite individual que le fijará legalmente el gobierno cada año.
27
de manera que resulten ser equitativamente costosos para cada
empresa/industria, es inevitable que esos objetivos de reducción individualizados
resulten ser fáciles o muy fáciles de cumplir para unas empresas, y lo contrario
para otras. Como con cualquier decisión pública de este tipo, la Administración no
tiene información perfecta respecto a cada empresa, sus posibilidades y sus
alternativas en cuanto hasta donde podrían bajar sus emisiones de CO , y a qué
2
coste; (existe asimetría de información: las empresas afectadas sí que lo saben; o
pueden saberlo). En consecuencia, si se les permite ‘compensarse’ entre ellas,
comprándose-vendiéndose derechos de emisión, un posible trato
involuntariamente discriminatorio por parte de la Administración se suaviza.
- Que las industrias-empresas a las que les cueste menos reducir emisiones de CO ,
2
estén incentivadas a hacerlo. Así si una empresa ve que introduciendo
determinados cambios tecnológicos en sus procesos puede reducir
considerablemente su volumen de emisiones, a cambio de asumir un incremento
modesto en sus costes, estará interesada en llevar adelante la operación, pues
podrá vender los derechos de emisión que le queden sin utilizar. E incluso puede
que así incremente sus beneficios.
Se trata de mecanismos basados en proyectos (inversiones) encaminados a reducir
las emisiones en las fuentes, o a incrementar la absorción por los ‘sumideros’
(bosques, p. e.) de los gases de efecto invernadero. A un proyecto se le asignan
unas determinadas Unidades de Reducción de Emisiones (URE, = DE), las cuales
los inversores del proyecto pueden vender en el mercado mundial de DE.
28
cumplir con los objetivos de reducción de emisiones allí establecidos, sino también 2)a
poner en marcha, mediante normas legales internas, el funcionamiento del mercado
mundial de DE en lo que respecta a las industrias y demás agentes económicos del
propio país, así como 3) a utilizar los instrumentos jurídicos de ‘reducción activa’ de
emisiones que acompañan al PK: El Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) y el
Mecanismo de Aplicación Conjunta .
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Este mecanismo de ‘mercado diseñado’ persigue –siguiendo las directrices acordadas
por los gobiernos en la CMNUCC- introducir en el proceso de toma de decisión de las
empresas el coste (el precio de mercado) del CO emitido, al obligar a que cada
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instalación afectada cubra (justifique) sus emisiones mediante la entrega de DE que
tienen un coste en el mercado. La idea de fondo es, pues, que las empresas tengan un
incentivo económico para reducir sus emisiones.
En el caso concreto de España, la responsabilidad de implementar el compromiso de
Kyoto según lo previsto en el marco de la UE corresponde al Ministerio de Medio
Ambiente (MMA). Es el Ministerio, junto y a través de las Administraciones
Autonómicas, quienes fijan a cada empresa /instalación /industria el límite anual de Tn.
de emisiones de CO (c Tn.), al tiempo que les asignan unos DE por esas Tn. Esta
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asignación ha sido en principio (desde 2005 a 2008) gratuita. La Administración
verifica después, al finalizar el año, las emisiones reales de cada empresa (e Tn),
teniendo entonces la empresa que entregar (devolver) DE por esas e Tn. Eso significa
que si una empresa/instalación ha emitido más Tn. de los DE que recibió gratis,
deberá comprar DE por la diferencia (e-c), para entregarlos a la Administración. En
caso contrario deberá pagar el impuesto, que jurídicamente adopta en España la
forma de una multa proporcional a las Tn. de exceso. Y 9 De hecho, a lo largo de
2005-2008 el total anual de DE asignados al conjunto de empresas afectadas ha sido
inferior al total de emisiones registradas, por lo que la simple compensación entre
empresas españolas hubiese sido insuficiente.
Al nivel mundial el Comité de Cumplimiento de la CMNUCC. Al nivel Europeo,
European Emissions Trading Scheme (ETS), dentro de la Agencia Europea del
Medio Ambiente / European Evironment Agency.
al revés, si una empresa demuestra haber emitido menos Tn. que los DE que recibió
gratis, puede venderse la diferencia (c-e) y obtener así un beneficio.
Como respecto a cualquier país firmante del PK, nada garantiza que aquellas
empresas/industrias españolas que emiten más Tn. que los DE que se le asignaron
puedan comprar en el ‘mercado español’ los DE para cubrir la diferencia9. Existe por
tanto la posibilidad de ‘importar’ DE. De cualquier país, en el marco de los
procedimientos establecidos por la CMNUCC. Esto puede significar compra de DE
‘pasivos’ –los que le ‘sobren’ a, pongamos por caso, una empresa Polaca- o DE
‘activos’: los que se le asignan, por ejemplo, a un proyecto MDL de generación
eléctrica mediante energía renovable en un país subdesarrollado. El quid técnico y
político de la cuestión está en quien asigna estos DE a un ‘proyecto limpio’
(Certificados de Reducción de Emisiones, CRE, se denominan en este caso los DE),
de manera que sean DE válidos, reconocidos en el mercado mundial de emisiones,
como para que una empresa de otro país se decida a comprarlos. Esto es
precisamente lo que resuelven los mecanismos complementarios al comercio de DE
(los MDL y MAC mencionados antes; ver nota pp. 14) diseñados por la CMNUCC y
administrados por su Comité de Cumplimiento.
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En consecuencia, el país –y más concretamente las industrias/empresas afectadas-
serán, cæteris paribus, algo menos competitivas; (si es que lo que producen es
susceptible de comercio exterior). Este es precisamente el motivo de que EE UU (el
país con mayores emisiones de CO ) se haya negado durante los dos mandatos de
2
Bush a firmar el protocolo de Kyoto. Una de las resultantes del comercio de DE es
que, para las industrias obligadas a reducir sus emisiones, es como un impuesto; solo
que: 1) pueden tratar de reducirlo comprando DE a quien los ofrezca más baratos; y 2)
la recaudación del ‘impuesto’ no va a parar a un sistema fiscal –ni estatal, ni de la UE,
ni de la ONU- sino a la empresa o entidad que consigue una reducción de emisiones
de CO mayor de la que le han exigido; o a quien consigue que las agencias
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internacionales que administran el cumplimiento del PK10 le reconozcan permisos de
emisión transferibles al haber invertido en un proyecto MDL o MAC. (El ‘precio’ de los
DE (permiso para emitir 1 Tn.) es, lógicamente, muy variable. Entre 2005 y 2008 ha
osciló entre 5 y 30 €. )
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DE de esta procedencia por muchas más Tn. de las que la empresa en
cuestión necesita. Y el exceso es entonces revendido a otras empresas,
obteniendo así unos importantes beneficios, sin que esto signifique que la
empresa ha contribuido a un efecto positivo sobre el medio ambiente. Una
consecuencia que se supone no pretendía precisamente el sistema del
comercio de emisiones derivado del PK
Hasta 2008 al menos, la mayor parte del comercio mundial de DE no parece estar
relacionado con reducciones reales de emisiones. Esto es lo que se desprende del
informe anual del Banco Mundial State and Trends of the Carbon Market 2009 (The
Wold Bank, Washington, May 2009). Según concluyó uno de sus autores, Karan
Capoor, durante la presentación del Informe en la Carbo Expo de Barcelona el 27-5-
2009, de los 4.800 millones de Tn. de emisiones que se comercializaron en 2008 en el
mundo, gran parte (4.400) corresponden a lo que denomina mercado secundario (el
realizado entre empresas, tanto las que reciben asignaciones de DE de sus gobiernos
como las puramente comercializadoras de DE), “por lo que no representó una
reducción de emisiones de efecto invernadero”.
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universidad, los organizadores de un evento, o cualquier persona a título particular,
pueden estar en tanto que consumidores de energía (y/o bienes –como el papel- cuya
producción requiere gran cantidad de energía)12. Y pueden estar dispuestas a
comprar en el mercado mundial, a las empresas ‘productoras de DE’, los
correspondientes DE para compensar esas emisiones de las que indirectamente se
consideran responsables.
Ha surgido así, como derivado del sistema de comercio de CO y los mecanismos
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públicos de compensación obligatoria, el fenómeno de la compensación voluntaria.
Por ejemplo, La FIFA compró en 2006 DE para compensar parte de las emisiones
asociadas a la celebración del Campeonato Mundial de futbol. En EE UU, Nike,
Motorola, DuPont y Ford dicen compensar sus emisiones. British Airways ofrece a sus
clientes la posibilidad de pagar algo más por el billete para compensar las emisiones-
por-pasajero asociadas al vuelo; (la aerolínea compra en tal caso los correspondientes
DE a una empresa asociada). El exvicepresidente de EE UU, Al Gore, compensa el
equivalente a sus emisiones domésticas; y las emisiones de CO2 asociadas a la
producción de su film ‘Una verdad incómoda’ fueron asimismo compensadas por la
Paramount. Y el propio Ministerio español de Medio Ambiente compró en 2007 DE a la
Fundación Ecología y Desarrollo para compensar las emisiones equivalentes a las
generadas por el viaje de 40 personas que se desplazaron a la cumbre del clima de
Balí.
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