Está en la página 1de 2

Creer que se cree

Credere di credere

JOSÉ M. GALVÁN | 26 FEBRERO 1997

Autor: GIANNI VATTIMO


Paidós. Barcelona (1996). 127 págs. 1.100 ptas.

Gianni Vattimo (Turín, 1936), profesor de Filosofía teorética en la Universidad de su ciudad natal, es famoso por su
propuesta del pensiero debole (pensamiento débil), notable exponente de la postmodernidad. Seguidor de la
hermenéutica de Gadamer, próximo a Foucault o Derrida, postula una "ontología débil", que no se compromete sobre la
existencia de realidades o verdades objetivas. Así se expresa en obras como Las aventuras de la diferencia (1980), El
pensamiento débil (1983; ver servicio 66/88), El fin de la modernidad (1985; ver servicio 89/86) o La sociedad
transparente (1989).

Según Vattimo, no se puede ir más allá del lenguaje, de la cultura: todo lo que podemos hacer es formular
interpretaciones. Admitir esto conduce a la tolerancia universal, sostiene. En cambio, "la ilusión de eliminar todas las
barreras ideológicas alcanzando un punto de vista verdaderamente objetivo está peligrosamente orientada al
totalitarismo", dice en Filosofía, política, religión (Ed. Nobel, 1996).

Vuelta al cristianismo

Con estas premisas, no es de esperar que Vattimo simpatice con ninguna religión que suponga un credo "fuerte".
Originalmente católico, se apartó luego del cristianismo, pero ahora, explica en Creer que se cree, ha regresado a él.
Pero ¿a qué cristianismo ha "vuelto"?

Aunque la primera edición vio la luz a principios de 1996, Creer que se cree refleja un proceso interior de Vattimo que
es muy anterior. En el tiempo transcurrido desde la publicación han quedado delimitados con mayor claridad los
términos en los que el autor enmarca su pretendido acercamiento al cristianismo.

La obra no se presta fácilmente a un juicio de valor: su estilo marcadamente personal, casi de desahogo, unido al
hecho -confesado varias veces por el autor- de no concluir la línea argumental, la hacen tremendamente sugerente
pero poco propositiva. No se quiere decir con esto que no se deje ver a lo largo de todo el texto el rigor analítico y la
competencia filosófica del autor. Quedan sin duda como resultado positivo de la lectura dos elementos que son
subrayados al principio: por una parte, el hecho de que no es posible interpretar la cultura occidental sin una referencia
precisa al cristianismo; por otra, la afirmación radical del fin del ateísmo: ya no hay motivos válidos para declararse
ateo.

Si esto es así, entonces la civilización contemporánea ha creado una especie de gran motivo de credibilidad, que
empuja al hombre actual nuevamente hacia la fe. Los principios del pensiero debole desembocan naturalmente en esta
apertura.

El desencanto ante la moderna civilización de la técnica -incapaz de responder a las cuestiones últimas del ser del
hombre-, que en cierto modo está al inicio de la ontología "debolista", supone también una ulterior y más insistente
demanda de sentido.

Fe igual a nihilismo postmoderno

En este punto se manifiesta ya una primera discordancia, que conviene subrayar, entre la doctrina de Vattimo y la línea
mantenida por el reciente magisterio de la Iglesia (al que Vattimo, especialmente en la figura del actual Pontífice,
manifiesta una notable hostilidad). A primera vista, las tesis de estas dos instancias, por lo dicho anteriormente, parecen
coincidir: desde el Vaticano II la Iglesia insiste en la imperiosa necesidad de Dios presente en el hombre
contemporáneo (cfr., por ejemplo, Gaudium et spes, n. 19a). ¿Dónde está, entonces, la discordancia? El magisterio
indica un camino que requiere una elección radical: la demanda del hombre es una encrucijada con dos vías opuestas,
que son el abandono absoluto a un don de redención y la cerrazón nihilista en sí mismo. La vía justa comporta un acto
de fe que, en último término, viene totalmente de fuera.

En la doctrina "debolista" de Vattimo, sin embargo, se da una absoluta identidad de las dos vías: respuesta de fe y
nihilismo postmoderno son una sola cosa. La fe del creyente imperfecto, como inadecuadamente llama a quien cree
que cree, no se infiere de una instancia externa y por encima de uno mismo: viene a ser la expresión conceptual de su
ser limitado, de la que busca una "razonable interpretación sin pretensiones de universalidad".

En este sentido, Vattimo afirma que la Encarnación, expresión fundamental del don divino al que se abre el creyente,
comporta la "disolución de lo sacro en cuanto violento" y el rechazo de toda pretensión de norma definitiva de la fe o de
la moral que no sea el principio de la caridad. El elemento central de la Encarnación es reducido a la kenosis radical de
la divinidad: como si Dios al encarnarse hubiese sumido su trascendencia en la inmanencia de la historia. La tradición
cristiana, en cambio, ha visto siempre en la Persona de Jesucristo una misteriosa simultaneidad de trascendencia e
inmanencia: verdadero Dios y verdadero Hombre. La composición del puzzle entre fe y razón no se da en un solo
plano. En cambio, en el sistema de Vattimo todo se recompone en un solo plano: no es necesario un acto de fe
sobrenatural.

El desarrollo de este núcleo se realiza a través de la secularización, que es el despliegue en la historia de la kenosis de
la Encarnación. El problema es que la secularización que entiende Vattimo no acaba de ser compatible con la idea
cristiana de secularización: en parte es verdad, pero no es toda la verdad. No se puede afirmar, dice el autor, que la
kenosis histórica de la divinidad conlleve una indefinida negación de Dios al estilo de las recientes teologías de la
secularización: es necesario un principio hermenéutico de interpretación, y este principio es la caridad.

La débil fe del creyente débil

Pero ocurre que el principio de la caridad que propone Vattimo no tiene nada que ver con el que es propio de la
revelación cristiana. Para ésta, el principio de la caridad es el Espíritu Santo, que hace posible la unión real de cada
instante de la historia con Cristo. Gracias a la misión del Espíritu Santo como nexo dentro y fuera de la Trinidad
podemos decir los hombres que somos "amigos de Dios".

Ser y sentirse "amigo de Dios" para Vattimo, sin embargo, consiste únicamente en rechazar cualquier instancia en la
que la voluntad divina pretenda imponerse a la voluntad humana, considerando ésta, en definitiva, como única norma.
Por no hacer referencia al ámbito de la justificación "cristiana" del comportamiento homosexual del autor, resulta
significativo el argumento dado a favor de la ordenación sacerdotal de mujeres: iría contra la caridad -y por tanto no
sería cristiano- no concederla a aquellas que sienten un vivo deseo de recibirla.

Consecuentemente con esto, hay que interpretar en clave "debolista" la doctrina sobre el pecado: la tarea moral queda
reducida a respetar -como tiene que hacer Dios- la voluntad de los otros. El problema es que, como muestra la
experiencia universal, la voluntad humana no está en su situación ideal... En definitiva, sin el obrar trascendente y
definitivo del Espíritu Santo la salvación que procede del "Dios amigo" acaba por ser una autoproducción del hombre -lo
que es un contrasentido-, y el supuesto "amor de Dios" no pasa de ser una autoconsolación de las propias necesidades
afectivas. Una salvación y un Dios como los que propone Vattimo casi no vale la pena que existan.

José M. Galván

© ACEPRENSA S.A. Prohibida la reproducción íntegra o parcial. Aviso legal.


Puede leer este artículo on line aquí: http://www.aceprensa.com/articles/creer-que-se-cree/

También podría gustarte