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“La relación del pensamiento con la palabra no es una cosa, sino un proceso, un movimiento
continuo, del pensamiento a la palabra y de la palabra al pensamiento. En dicho proceso, la
relación del pensamiento con la palabra sufre cambios que se pueden considerar desarrollo
en el sentido funcional. El pensamiento no se expresa simplemente con palabras; llega a la
existencia a través de ellas. […] Cada pensamiento se mueve, crece y se desarrolla,
desempeña una función, resuelve un problema.”
En lo que se refiere al origen de las palabras, hemos de puntualizar que no se derivan de las
cosas, sino que son una materialización del pensamiento. De hecho, sin ideas no hay palabras.
Ahí está la verdadera relación entre el lenguaje y el pensamiento, precisamente el lenguaje
es la expresión articulada de aquél. El pensamiento, por su parte, es inmaterial, el lenguaje
es material; el pensamiento es individual, el lenguaje es social.
No podemos desconocer que el pensamiento influye sobre el lenguaje porque este es el signo
del lenguaje; no hay lenguaje sin pensamiento como no hay verdadera palabra si carece de
sentido, es decir, de pensamiento. En cambio, muchas veces no hallamos la palabra que
exprese nuestras ideas. El pensamiento preside la formación del lenguaje, no solo en cuanto
al vocabulario, sino también en cuanto a la sintaxis, cuyas leyes son expresión de leyes del
pensamiento. A un pensamiento rico en ideas y en matices, corresponde un lenguaje rico y
preciso.
Adam Schaff en su libro “Lenguaje y Conocimiento” hace una aproximación a esta tesis
partiendo de la necesidad de observar sus fundamentos desde la filosofía, así como hace un
reconocimiento del papel que las ciencias particulares como etnolingüística, antropología y
psicolingüística han jugado para la comprobación empírica (o rechazo) de dicha tesis.
La idea central de esta tesis fue formulada por Edward Sapir partiendo de observaciones
hechas en tribus indígenas americanas para llegar en última instancia a generalizaciones
sobre el papel que juega el lenguaje como configurador de la realidad y la dificultad de
significar la realidad de una cultura en términos del lenguaje de otra.
Whorf propone una teoría que relaciona pensamiento y lenguaje pero que destaca la
dependencia del pensamiento respecto al lenguaje. Esta postura, denominada determinismo
lingüístico, afirma que todos los procesos superiores de pensamiento dependen del lenguaje,
ya que el lenguaje determina el pensamiento. Cuanto más amplio y rico sea un lenguaje,
mejor será el desarrollo cognitivo de sus hablantes. Junto al determinismo lingüístico, Whorf
propuso también la existencia de un relativismo lingüístico: si el lenguaje determina el
pensamiento, entonces los hablantes de diferentes lenguas también interpretarán el mundo de
manera diferente. En otras palabras, los hablantes interpretamos nuestras experiencias según
el nombre que podemos ponerles. Whorf sugirió que el uso continuado de una particular
categorización lingüística puede, en algún punto, afectar también en el modo en que los
hablantes categorizan el mundo incluso cuando no están hablando.
No cabe la menor duda sobre la existencia de una estrecha relación entre el pensamiento y el
lenguaje, a pesar de que los distintos autores discrepen en cuanto al momento de aparición
de cada uno de ellos y la influencia que uno ejerce sobre el otro. Para Piaget sería primero el
pensamiento y después el lenguaje, y para Vigotsky pensamiento y lenguaje tienen un origen
y desarrollo diferente, aunque desde el momento en que se unen ya son inseparables y siguen
un camino común.
Por otra parte, el lenguaje no es sólo una herramienta que nos permite comunicarnos, sino
que es, sobre todo, el vehículo que nos socializa, si se quiere, que nos humaniza. A través de
él nos llega la cultura de nuestro entorno, y con ella los principios y valores que rigen nuestras
vidas; de ahí que Whorf defienda que hablantes de diferentes lenguas interpretan el mundo
de manera diferente. No podemos ignorar el hecho de que el lenguaje o, lo que es lo mismo,
las palabras que usamos están cargadas de ideología y de valores sociales, que son los que
determinan nuestro pensamiento y nuestra forma de interpretar el mundo.