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ELABORACIÓN DE UN RESUMEN – PRÁCTICAS

TEXTO 1

Cuando el chaval dice que quiere comprarse un pantalón, no es un pantalón lo que se quiere
comprar, sino una etiqueta.
El buen padre y la buena madre acuden con el chaval a las tiendas de juventud y no salen de
su asombro. Observan detenidamente los géneros, los sopesan, los palpan y jurarían que aquellas
telas son las mismas que se ponían los labradores veinte años atrás para regar sus huertas y los
pastores para cuidar las cabras en el monte.
Sin embargo, a los chavales eso les trae sin cuidado. El pantalón que quieren comprarse los
chavales no tiene nada que ver con texturas ni con urdimbres ni con aprestos. Lo importante es la
etiqueta. No una etiqueta cualquiera, sino la que debe ser; que luzca destacada sobre las posaderas,
pues constituye el signo distintivo de su cabal integración en el grupo.
Que luego el pantalón sea un trapo o tenga agujeros, es igual. Mejor dicho: debe tener
agujeros y ser un trapo. Los chavales modernos repudian toda manifestación de elitismo, abominan
de aquella sociedad hipócrita y caduca en la que sus padres, entonces jóvenes (si es que a los padres
se les concede la merced de haber sido jóvenes alguna vez), disfrazaban su verdadera naturaleza y
condición vistiendo ropas bien confeccionadas, planchadas y limpias, si había con qué comprarlas
(que no solía haber, por cierto).
Los chavales, que desprecian aquellos prejuicios burgueses, se han rebelado contra la
dictadura de la pulcritud y el aseo, y desarrollan su personalidad vistiendo de mendigos. En realidad
visten todos iguales y parece el uniforme; por el precio de ese uniforme, los mendigos verdaderos
comerían una semana, y encima van anunciando gratis al fabricante con la etiqueta pegada al culo.
Pero es así como se sienten libres, ¡libres! Angelicos míos.

Joaquín Vidal, El País, 16 de junio de 1992

TEXTO 2

[…] Por primera vez desde que existe Internet, el género femenino ha ganado primacía entre
los usuarios. Hasta el momento, hasta el año pasado, se había teorizado sobre el retraso femenino
respecto a la cibercultura, pero las cosas han cambiado en meses. Desde mediados de 2001 hay más
mujeres que hombres navegando por el ciberespacio tanto en Estados Unidos como en Canadá, y la
tendencia se ha extendido por Europa, donde en Suecia, en Finlandia o en Irlanda las internautas
están rozando la frontera del 50%. En España, hace un par de años eran un 35%, y en la actualidad
rondan el 40%. En Asia, el 44% está en Hong Kong; el 42%, en Singapur; el 45%, en Corea del
Sur.
La revista española La Guía de los Contenidos de Internet dedica la portada de su último
número trimestral a recoger este fenómeno sexual que cambia el rostro del ciberespacio. Todavía
los varones permanecen más tiempo ante la pantalla y emplean más rato desplazándose a través de
los links, pero es, en buena parte, porque las mujeres se centran en lo que les interesa. Aquello que
más usan las internautas es el e-mail (83,5%), la navegación (78,5%) y el chateo (32,3%), pero cada
uno de estos renglones está ganando amplitud. Por el momento, las mujeres se interesan
especialmente en información y noticias de actualidad, buscan más datos sobre oportunidades de
trabajo y dedican más tiempo a las carteleras. […]
Vicente Verdú, El País, 3 de marzo de 2002
TEXTO 3

Nótese que lo decisivo en la historia de un pueblo es el hombre medio. De lo que él sea


depende el tono del cuerpo nacional. Con ello no quiero, ni mucho menos, negar a los individuos
egregios, a las figuras excelsas, una intervención poderosa en los destinos de una raza. Sin ellos no
habrá nada que merezca la pena. Pero, cualquiera que sea su excelsitud y su perfección, no actuarán
históricamente sino en la medida que su ejemplo e influjo impregnen al hombre medio. ¡Qué le
vamos a hacer! La historia es, sin remisión, el reino de lo mediocre. La Humanidad sólo tiene de
mayúscula la hache con que la decoramos tipográficamente. La genialidad mayor se estrella contra
la fuerza ilimitada de lo vulgar. El planeta está, al parecer, fabricado para que el hombre medio
reine siempre. Por eso lo importante es que el nivel medio sea lo más elevado posible. Y lo que
hace magníficos a los pueblos no es primariamente sus grandes hombres, sino la altura de los
innumerables mediocres. Claro es que, a mi juicio, el nivel medio no se elevará nunca sin la
existencia de ejemplares superiores, modelos que atraigan hacia lo alto la inercia de las
muchedumbres. Por tanto, la intervención del grande hombre es sólo secundaria e indirecta. No son
ellos la realidad histórica, y puede ocurrir que un pueblo posea geniales individuos, sin que por ello
la nación valga históricamente más. Esto acontece siempre que la masa es indócil a esos ejemplares,
no les sigue, no se perfecciona.

José Ortega Y Gasset, Estudios sobre el amor, Espasa Calpe

TEXTO 4

El niño no protesta de la mentira, sino de lo mal contado. O de lo contado con fines espurios,
con un propósito moralista. Cuando empiezan a saber que los Reyes Magos no existen, lo que les
duele es la mentira social, no protestan del engaño, sino de la finalidad embaucadora que llevaba.
Ellos habían visto bajar a los Reyes Magos por la chimenea, qué importa que fuera increíble a la luz
de la lógica, habían llegado a verlos, era verdad. Los obstáculos para admitir que en una misma
noche recorrieran a lomos de camello toda la ciudad era capaz de subsanarlos la fantasía de la
madre o la criada que les fuera contando un cuento para responder a cada una de sus preguntas
suspicaces. Ven que es mentira, no porque ahora les parezca más increíble que antes, sino porque
ahora descubren agazapadas tras la voluntad del engaño motivaciones oscuras que tratan de mezclar
el reino de la ficción con el de la componenda, la pureza del cuento con su añagaza educativa. “Si
sois buenos, os traerán juguetes”. Doraban la píldora de la alevosa lección con aquel invento
fascinante de la caravana exótica y cautelosa de camellos, de pajes subiendo los balcones
fugazmente por escalas de cuerda bajo las estrellas de enero. La decepción no viene tanto de decir:
“¡Ah!, entonces ha dejado de ser verdad aquello”, como de decir: “¡Ah!, ¿entonces es que me lo
contaban para que fuera bueno?”, ahí se asesta la primera puñalada trapera a la inocencia del niño, a
su presunta candidez. Que no es tal, sino más bien un deseo de coherencia. El niño se resiste a
mezclar el mundo cotidiano de los avisos, obligaciones y recados con el mundo ficticio de la
narración. Preferiría que si ha sido malo le castigaran con una bronca o un azote y no
subrepticiamente por medio de esos cuentos y fantasías que ha aprendido a amar en sí. La leyenda
de los Reyes Magos es la fórmula más refinada y maliciosa de estrago en el concepto de ficción.
Una vez descubierta su falacia, el niño ha ingresado rencorosamente en el mundo de la
componenda. Es como si le hubieran entregado un salvoconducto para que él, a su vez, pueda decir
mentiras que le acarreen algún provecho.

Carmen Martín Gaite, El cuento de nunca acabar, Ed. Trieste.

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