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William Shakespeare

Soneto 1

Queremos que propaguen, las más bellas criaturas,


su especie, porque nunca, pueda morir la rosa
y cuando el ser maduro, decaiga por el tiempo
perpetúe su memoria, su joven heredero.

Pero tú, dedicado a tus brillantes ojos,


alimentas la llama, de tu luz con tu esencia,
creando carestía, donde existe abundancia.
Tú, tu propio enemigo, eres cruel con tu alma.

Tú, que eres el fragante, adorno de este mundo,


la única bandera, que anuncia primaveras,
en tu propio capullo, sepultas tu alegría
y haces, dulce tacaño, derroche en la avaricia.

Apiádate del mundo, o entre la tumba y tú,


devoraréis el bien que a este mundo se debe.

Soneto 2

Cuando cuarenta inviernos pongan cerco a tu frente


y caven hondos surcos, en tu bello sembrado,
tu altiva juventud, que admira este presente,
será una prenda rota, con escaso valor.

Y cuando te pregunten: ¿dónde está tu belleza?


¿Dónde todo el tesoro de tus mejores días?
El decir que en el fondo, de tus hundidos ojos,
será venganza amarga y elogio innecesario.

¡Qué halago más valdría, al usar tu belleza,


si responder pudieras: «Este hermoso hijo mío,
ha de saldar mi cuenta y excusará mi estado»,
mostrándose heredero, de tu propia belleza!

Será cual renovarte, cuando te encuentres viejo


y ver tu sangre ardiente, cuando la sientas fría.
Soneto 3

Dile al rostro que ves al mirarte al espejo


que es tiempo para él, de que modele a otro,
pues si su fresco estado, ahora no renuevas,
le negarás al mundo y a una madre su gloria.

¿Dónde hay una hermosura, de vientre virginal,


que desdeñe el cultivo de tu acción marital?
¿O dónde existe el loco, que quiera ser la tumba,
del amor de sí mismo y evitar descendencia?

Espejo de tu madre, que sólo con mirarte


evoca el dulce abril, que hubo en su primavera.
Así, por las ventanas de tu edad podrás ver,
tu presente dorado, pese a tus mil arrugas.

Mas si vives tan solo, por no dejar recuerdo,


muere célibe y muera contigo tu figura.

Soneto 4

¿Dinos por qué desgastas la pródiga hermosura,


en tu propia persona, sin legar tu belleza?
Natura no regala su herencia, que la presta
y siendo libre fía a aquellos que son libres.

Entonces, bello avaro, ¿por qué abusas de aquellos


generosos regalos, que te dan para darlos?
Tacaño y usurero, ¿porqué tan mal empleas,
esta suma de sumas, si no logras vivir?

Traficante de ti, sólo contigo mismo,


tu dulce ser defraudas, con tu propia persona.
Cuando Natura llame y tengas que partir:
¿Cómo podrás dejar, un aceptable saldo?

Inútil tu belleza, se enterrará contigo.


Que usada hubiera sido, tu notario más fiel.
Soneto 5

Las horas que en su afán gentiles modelaron,


el adorable cuerpo que atrae a las miradas,
han de hacer para él, el papel de tiranos
y afearán aquello que excedía en beldad.

El tiempo que no para, lleva el dulce verano,


hasta el odioso invierno y allí acaba con él.
La savia entre los hielos. Hojas frescas perdidas.
La beldad bajo nieve y ruina en todas partes.

Luego si no quedara, destilando el estío


el líquido cautivo en paredes de vidrio,
la Belleza y su efecto, con ella moriría,
sin dejar ningún rastro de lo que fue su tiempo.

Mas la flor destilada, padecerá el invierno


y aunque pierda su aspecto, persiste en su sustancia.

Soneto 6

No dejes que la mano, del invierno malogre,


tu verano sin antes, ver cómo te destilas.
Endulza un recipiente y atesora un lugar
con tu dulce belleza, antes de que marchite.

Nunca es prohibida usura, cobrar el interés,


que alegra a quien contrajo, de buen ánimo el préstamo.
Esa es tu obligación, crear un semejante
y si creas a diez, diez veces más feliz.

Diez veces más feliz, serás de lo que eres,


si los diez que has creado, a ti se te parecen.
¿Qué podrá hacer la muerte, cuando tengas que irte,
si tú sigues viviendo en esa descendencia?

No seas egoísta, por tener la belleza,


ni que herede la muerte, tu alma entre gusanos.
Soneto 7

Mira por el Oriente, cuando la luz graciosa,


arde y brilla en su testa. Ante esto los ojos,
rinden sus homenajes a la visión reciente,
loando con miradas, su majestad sagrada.

Y cuando ya ha escalado, la cima celestial,


muestra su juventud y edad adolescente.
Aún la mortal mirada, adora su belleza,
siguiendo su rodado, caminar de romero.

Mas al llegar al cénit, con su cansado carro,


como un viejo achacoso, del día se retira.
Los ojos más devotos, desvían su mirada
de su cálido rumbo y miran a otra parte.

Así, cuando te alejes de ti en tu mediodía,


nadie querrá mirarte, si no has tenido un hijo.

Soneto 8

Si oírte es una música, ¿por qué la escuchas triste?


Alegría y dulzura en nada rivalizan.
¿Por qué amas lo que luego no acoges con agrado
y sin embargo acoges la causa de tu enojo?

El verdadero acorde de sones entonados,


aún siendo matrimonio, te ofenden el oído
cuando tan sólo tratan con suave reprimenda,
al confundir las voces que tú debes cantar.

Mira como una cuerda, esposo de la otra,


vibran al mismo tiempo, en recíproco orden,
igual que lo hace un padre, niño o madre dichosa,
cantando al mismo tiempo la placentera nota.

Su canción sin palabras, siendo, una, es de todos


y a ti te están diciendo: «Solo no serás nadie.»
Soneto 9

¿Tienes miedo a mojar, el ojo de una viuda,


cuando así te consumes, en vida de soltero?
¡Ah! Si ocurre que mueras, sin dejar descendencia,
te llorará este mundo, como a una esposa sola.

Será el mundo tu viuda, mas siempre lamentando,


que no has dejado huella de ti sobre tu espalda,
cuando la más humilde, puede tener si quiere,
los ojos de su esposo con mirarse en sus hijos.

Lo que un derrochador, por él gasta en el mundo,


en un lugar distinto, el mundo lo disfruta,
mas la beldad tirada, tiene un fin en el mundo
y tenerla y no usarla, la destruye en sí mismo.

No existe amor al prójimo, en el seno de aquellos,


que sobre sí, cometen, el vergonzoso crimen.

Soneto 10

¡Por pudor! Reconoce, que a nadie das afecto,


tú, que para contigo, eres tan previsor.
No obstante, reconozco, que hay muchos que te aman,
pero es más evidente, que tú no amas a nadie.

Pues estás poseído, por un odio asesino,


que conspira en tu contra, sin pensarlo dos veces,
tratando de arruinar, esa hermosa morada,
que en tu celo debía, ser tu mayor deseo.

¡Cambia tu pensamiento, porque yo cambie el mío!


¿Debe el odio hospedarse, mejor que el dulce amor?
Sé cómo es tu apariencia: gracioso y afectivo
o al menos muéstrate, tierno contigo mismo.

Haz de ti otra persona, por amor hacia mí,


porque en ti la belleza, sobreviva a los tuyos.
Soneto 11

Tan raudo como mermes, volverás a crecer,


en lo que vas dejando en uno de los tuyos
y aquella sangre fresca, que lozana entregaste,
podrás llamarla tuya, cuando te sientas viejo.

Esto es sabiduría, belleza y difusión;


lo demás es locura, vejez y triste ocaso
y negarlo es hacer, que el tiempo se concluya
y en sólo doce lustros, acabar con el mundo.

Que aquellos que Natura, no quiere conservar


por informes y rudos, mueran estérilmente,
repara en que te dio, más que a los más dotados
y este don generoso, debes dar con largueza.

Te labró con su sello y a querido con esto,


que tú labres a otros sin que muera el modelo.

Soneto 12

Cuando cuento los toques, que marcan cada hora


y veo hundirse el día, entre la odiosa noche.
Veo la primavera cumplirse en la violeta
y los oscuros rizos, cubiertos por el blanco

y los frondosos árboles desnudos de las hojas


que fueran del rebaño, amparo del calor,
atado en mil gavillas el verdor del verano,
con barba blanca y dura, llevado en su ataúd,

entonces me pregunto: ¿qué será tu belleza?


ya que también te irás, con los restos del tiempo,
pues dulzura y belleza entre sí rivalizan
y raudamente mueren, viendo a otras crecer.

Nada contra ese tiempo, puede tener defensa,


salvo una descendencia que rete tu partida.
Soneto 13

¡Oh! ¡Si vos fuerais vuestro! Pero, amor, vos seréis,


de vos tan solamente, mientras viváis aquí.
Contra el final cercano ya debéis prepararos,
plasmando en algún otro, vuestro dulce semblante.

Así, aquella belleza, que vos gozáis a préstamo


no hallaría final. Entonces volveríais,
a ser vos, aún después, de vuestra propia muerte,
ya que la dulce prole, tendrá tus mismas formas.

¿Quién deja derrumbarse, un hogar tan hermoso,


que un regente viril, con honor mantendría,
contra los elementos de un cruel día de invierno,
y el estéril rencor del frío de la muerte?

Solo un derrochador y tú, amor, bien lo sabes:


Vos tuvisteis un padre, que a ti, te nombre un hijo.

Soneto 14

Yo no tomo mi juicio, mirando las estrellas,


sin embargo, me creo un buen maestro astrólogo,
mas no para decir, la mala o buena suerte,
las plagas o las muertes o el clima de un periodo.

Tampoco predecir en breve la fortuna,


diciendo a cada uno, su trueno, lluvia o viento,
o predecir al príncipe si todo saldrá bien,
con frecuentes presagios que yo encuentro en el cielo.

Tan sólo de tus ojos dimana mi saber


y en esas dos estrellas, siempre leo tal arte,
que verdad y belleza, florecerán a un tiempo
el día que tú quieras, ser guardián de ti mismo.

Si no, de ti, con pena, esto te pronostico:


Tu fin será también, el fin de la Belleza.

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