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APROPIACION Y ALIENACION

Introducción
Parece contradictorio hablar de alienación en un simposium sobre el futuro de
la psiquiatría, tomando en cuenta que el término alienación, usual en el siglo XIX,
desapareció totalmente del lenguaje hablado y escrito de la psiquiatría a lo largo
del siglo XX.
No obstante, creo que más que una contradicción es una paradoja, algo
frecuente en la historia de lo humano. Las palabras alienación y su antónimo
apropiación pertenecen, por derecho propio, al futuro de la psiquiatría, que tiene
ahora que rescatar su conceptuación desde la geología subterránea de su historia,
dado que las corrientes de superficie de la historia del siglo XX han encubierto las
auténticas raíces de lo humano y de la vida, sea esta saludable o patológica.
Comienzo por el término alienación, sinónimo de enajenación, derivados
ambos del latín “alienus”: de otro, por oposición a propio. Su uso terminológico se
originó en el ámbito jurídico-comercial, sustentado por el derecho romano, basado
en el derecho de las personas a lo propio. Enajenación y alienación significaron y
significan la pérdida de lo propio, en el sentido de pérdida de la disponibilidad de
ello por parte de la persona. Lo propio se vuelve no propio, ajeno a la persona, no
disponible.
Esa alienación de lo personal, puede suceder porque deja de ser propio, de
pertenecer a uno o porque pasa a pertenecer a otro. Mi propiedad pasa a ser
propiedad de otro. En el primer caso la alienación es un problema individual, donde
el sujeto pierde su propiedad, algo que era inherente a la interioridad de su ser y de
lo suyo, se vuelve externo, se extranjeriza o se exterioriza respecto a la unidad
íntima del individuo. Esta sería una alienación personal.
En el segundo caso la alienación es producto de la apropiación por otro (otros)
de lo que pertenecía y era propio del uno. Esta alienación, fruto del juego
individuo/otros, individuo/sociedad, corresponde a la alienación social.
Históricamente, el tratamiento teórico del tema de la alienación durante el siglo
XX siguió casi exclusivamente el derrotero de la alienación social, en la saga de
Marx.
Para Marx, la alienación sería una apropiación indebida, por parte del capital,
del producto laboral del obrero, transformado en mercancía. La enajenación sería
tanto del producto laboral cuanto de la vida del obrero, quien se ve privado de un
trozo de su espacio-tiempo de acción productiva, sufriendo él mismo una
desrealización.
También señaló Marx otra alienación, la de la inautenticidad de la conciencia,
por el condicionamiento ideológico de clase, constituyendo una falsa conciencia.
En Lukács la alienación es referida al hombre mismo como totalidad, al sufrir
una “desnaturalización” de su ser, por su transformación desde ser “sujeto activo”
de su vida hasta ser “objeto pasivo” de relaciones “cosificantes”, por parte de los
otros.
Esta línea sociológica de la antropología y filosofía ha contribuido notablemente
a la marginación del problema de la alienación del ámbito de la psicopatología. El
mejor ejemplo de ello es la rotunda afirmación de Michel Foucault en su libro
Enfermedad mental y personalidad: “Al hacer de la alienación social la condición de
la enfermedad disipamos de un solo golpe el mito de la alienación psicológica”.
Esta afirmación, sostengo, es un total error, derivado precisamente del mito de
la alienación social, tan vigente en el siglo XX. Por el contrario, sólo puede haber
alienación personal y no social. Esta es parte de la tesis de la presente ponencia.
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En realidad, el tema de la alienación humana entra en la historia


contemporánea de la filosofía y antropología de la genial mano de Hegel. Para
éste, la alienación es del “espíritu”, que se exterioriza, se extraña de sí mismo, para
objetivarse frente a sí mismo y para así tomar conciencia de sí mismo y lograr su
propia plenitud en este retorno reflexivo sobre sí mismo.
Esta grandiosa visión del despliegue histórico del espíritu humano ha sido y
debe ser superada en el planteamiento idealista que le dio Hegel. Sin embargo,
tiene que ser y es rescatada, desde otras perspectivas, para la antropología y la
psicopatología. Así el concepto de Reificación, como aprehensión de algo
producido por la conciencia humana como siendo algo real por sí mismo, que
constituye el punto de partida cognitivo del ser humano, tanto en la historia de la
humanidad, cuanto en la historia individual. Reificación que ignora la participación
constructiva del propio sujeto en la configuración del objeto y cuya toma de
conciencia crítica es siempre tardía, como han mostrado con gran claridad Berger y
Luckmann en su estupendo libro de sociología fenomenológica del conocimiento,
“La construcción social de la realidad”.
Este fenómeno natural de la Reificación, en el sentido de naturalizar como
realidades en sí los productos constructivos de la aprehensión y entendimiento
humanos, la Reificación, constituye una característica nuclear de todo fenómeno
psicopatológico. Si lo que piensa e imagina el fóbico, el obsesivo o el delirante no
tuviese calidad de realidad para el propio sujeto, no lo afectaría realmente.
Ahora bien, la Reificación es indudablemente una alienación; una enajenación,
una extranjerización (ent-fremden), por un desprenderse o deshacerse de (ent-
täusserung), un abandono fuera de uno de lo que proviene de dentro de uno. Esos
dos términos son los que usó Hegel , en relación al término “ent-stehen”,
desplegarse fuera, surgir, cobrar forma.
Lo cierto es que la alienación, como fenómeno humano, ha desaparecido del
ámbito de la psicopatología, por lo dicho y porque el concepto cobró una
nebulosidad y una relativa indefinición, como señala Domenach, tal vez por ser
“infinitamente complejo”, como lo tildaba Lefèbvre. Pero también porque en ella ha
ido desapareciendo el sujeto a lo largo del siglo XX, como bien nos lo señala Rafael
Parada en este mismo symposium.
En efecto, el concepto de alienación, de enajenación no es comprensible sino
desde lo propio, desde un proprium, desde un sí mismo. Israel inaugura su estudio
sobre la alienación con la pregunta ¿Respecto de qué resulta alienado el hombre?
Alienación es un concepto de respectividad, un concepto relacional. Sólo lo propio
puede tornarse ajeno, extraño. Sólo lo inherente al propio interior, puede tornarse
exterior y extranjero.
Esta constatación nos abre otros interrogantes. ¿Sólo se puede enajenar lo
propio respecto del “proprium”, del poseedor de lo propio? O...¿también puede
enajenarse la propia mismidad, la propia identidad del hombre, como totalidad
unitaria? ¿Se alienan las cosas que pertenecen al individuo humano o éste mismo
individuo puede alienarse respecto de sí mismo?. Y en este último caso, ¿esa
mismidad identitaria constituye un sujeto? ¿Y el sujeto se puede alienar
totalmente?
Veamos estas cuestiones partiendo desde la psicopatología. En primer lugar:
todo fenómeno psicopatológico implica alguna alienación.
-En el grafoespasmo la mano se ha vuelto ajena, extraña al amanuense, al
escribiente manual. Ya no es mi mano respondiendo a mis intenciones; se ha
independizado de mí y de mi organismo. Ha perdido su carácter orgánico y ha
devenido cosa.
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-En la hipocondría es la totalidad del organismo el que pierde su carácter de


corporalidad trascendida como encarnación de mi intencionalidad al mundo. El
organismo se torna enemigo de mi supervivencia a la cual amenaza. Ya no es
fuente de mi vida, de mi vivir, sino territorio enemigo en que yo
vivo....amenazadoramente. Mi organismo, como biología se ha alienado. Todo
enemigo es un “alien”...aunque esté dentro.
- En la anorexia no es el organismo (y su posible gordura), sino el cuerpo
material como volumen espacial, el que se enajena. La simple ex-sistencia de una
ex-tructura corpórea amenaza y destruye a la persona anoréxica.
- En las fobias (en todas) está enajenado, alienado el espacio de acción. La
persona, en una vivencia fóbica, se siente al alcance de la acción amenazadora de
lo fóbico. Ella está dentro del espacio de amenaza del objeto fóbico, quien es el
sujeto amenazador y él mismo, la persona, el objeto amenazado. El espacio de
relación es del objeto fóbico y el fóbico se encuentra -vivencialmente- al alcance
inmediato de lo amenazador. El fóbico ha perdido su propia distancia respecto al
objeto, se ha enajenado la tercera dimensión.
- En las crisis de angustia mi espacio vital tiende a desaparecer, se torna tan
angosto que me oprime el pecho y me dificulta la respiración. Pierdo la libre
disponibilidad de la atmósfera, que ya no es mía.
- En la ansiedad está alienado el tiempo, ya que en ella no tengo tiempo propio,
ni me doy tiempo para realizar los actos de mi propia vida, sino que me desvivo por
alcanzar instantáneamente aquello que vivo como meta que me dará el ser.
- En la depresión es el mundo entero el que está alienado, como inaccesibilidad
y, por lo tanto, imposibilidad de disponer de él. El mundo está alienado de mí y yo
me he vuelto un radical extranjero respecto de él. La inaccesibilidad si es plena,
configura un mundo plano, sin relieve y sin distancias vividas como posibles de
recorrer, como posibilidades asequibles. El mundo ya no es un paraje de vida, es
un mero paisaje del otro lado del abismo infranqueable. Aquí no solo desaparece la
tercera dimensión, desaparece la espacialidad fundante de todo espacio concreto
de vida, desaparece el ámbito de la vida. Y con él desaparece la temporalidad
propia. El depresivo está instalado en la intemporalidad personal.
- En las sociofobias y dismorfofobias está alienada la manifestación y expresión
personal. Estas ya no son exteriorizaciones mías que me sigan perteneciendo, las
manifestaciones de mí, me hacen manifiesto en un exterior que no es mío, sino que
es propiedad judicativa de los otros, quienes se apoderan axiológicamente de mis
expresiones y de mí mismo.
- En todos los “fetichismos”, que están presentes en todas las filias y
adicciones, el poder de realizar mi vida personal no es mío, el poder de realización
es del fetiche. Es la alienación del poder personal.
- En los cuadros psicasténicos severos está alienado el poder ejecutivo, el
poder hacer, como energía y fuerza de realización meramente impersonal.
En todas estas estructuras psicopatológicas mencionadas, sólo mencionadas,
constatamos la alienación de lo mío. Es lo personal en el grado del <<mi>> lo que
está alienado. Está enajenado mi cuerpo, mi organismo, mi corporalidad, mi
espacio de acción, mi espacio de supervivencia, mi ámbito de vida, mi mundo, mi
tiempo de acción transcurrente, mi temporalidad, mi expresión, mi poder realizador
o mi simple poder hacer.
Pero la psicopatología nos presenta otros cuadros, cuya fenomenología implica
la alienación “yoica” en la que soy <<yo>> quien está alienado, no solo lo mío.
- En los cuadros delirantes esquizofrénicos suele presentarse una alienación
del yo ejecutivo: alguien piensa en mi conciencia y/o piensa mis pensamientos o
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habla en mi cabeza y me obligan a hacer lo que yo no quiero; me invaden el


cuerpo, me hacen sentir sensaciones extrañas y, por último, aparecen la
inmovilidad o los movimientos automáticos en la catatonía, en la que ha
desaparecido el yo ejecutivo (flexibilidad cera, por ejemplo).
- En las estructuras anancásticas y de ordenalidad extrema, está alienado el yo
normativo: la disposición valórica personal del mundo y de la propia conducta no
las configura la persona como organización que despliega desde las preferencias
del yo estimativo, sino que se ordenan desde los mandatos nómicos exteriores, que
prescriben el deber ser desde el deseo de los otros o desde las normativas
sociales, sean directas o internalizadas como metadiscurso ideológico.
- En las neurosis obsesivas nucleares, el yo estimativo está totalmente
alienado. El paciente no vive la más mínima libertad de conferir valor a las cosas de
su mundo de vida desde sí mismo. Aquí se extrema la alienación axiológica y el yo
no es autónomo, es plenamente heterónomo.
- En las estructuras pasivo-dependientes transparece una cierta alienación del
yo perceptivo del mundo. Yo no percibo lo otro como siendo distinto que yo, como
diferenciado y distante, como siendo allí mientras yo estoy aquí; percibo lo otro
como estando aquí, invadiéndome o me percibo a mi mismo allí, en poder de lo
otro. Algo de esto sucede en todo fenómeno fóbico y de modo paradigmático en las
fobias psicasténicas severas como el caso de Julie Weber estudiado por von
Gebsattel, en que los estímulos perceptivos invaden brutal y dolorosamente el
sensorio del paciente.
- En la angustia aguda, prototipo de la vivencia de amenaza yoica, donde el
sujeto está experimentando su propia desaparición inminente, surgen,
precisamente, tres tipos de ideas que encarnan la amenaza yoica: las ideas de
volverse loco, de morirse o de perder la conciencia. La primera, volverse loco, es
vivida como la inminente pérdida de la coherencia propia de la ejecución
conductual. Sería ésta la enajenación de los actos respecto al sujeto identitario
ejecutor. La segunda, morirse, es vivida como la inminencia de la pérdida de toda
posibilidad vital, de desaparición del campo de vida propio, en cuanto campo de
sentido y valoración de todo cuanto me afecta. Sería la total enajenación de todo lo
que estimo. La tercera, perder la conciencia, es vivida como la inminente
desaparición de la propia identidad perceptiva del mundo. Sería estar vivo sin datos
del mundo percibidos por mí. Aquí tenemos la amenaza de alienación del yo en
sus tres dimensiones: ejecutiva, estimativa y perceptiva, que vemos consumadas
-en distintos grados- como alienaciones del yo en los cuadros antes señalados.
De modo esbozado hemos visto que la psicopatología nos muestra la
alienación, la enajenación de lo propio en dos niveles de explicitación de la
persona: el mí (lo mío) y el yo. ¿Se aliena también el <<me>>, el grado más básico
de presencia explícita de la persona en la vida?
No, si hablamos de vida personal, esto es, vida vivenciada por alguien. Sí, si
sólo hablamos de la vida vivida por un organismo del cual se ha retirado todo
vestigio de lo personal vivencial. Sería el caso de la neuropsicopatología y más aún
en la neuropatología, donde puede faltar toda referencia al me vivencial. Algo
sucede en el organismo sin que me afecte a mí, a mi persona.
Pero en el caso de la psicopatología estricta, toda ella de carácter vivencial,
que por lo tanto afecta al sujeto personal, el nivel del <<me>> está siempre
presente, experimentando -precisamente- la alienación: no me obedece la mano;
me amenaza la biología de mi cuerpo; me agreden las cosas o los otros; me ahogo;
me desasosiega la falta de tiempo; me siento muerto y paralizado fuera del mundo
y de la vida; me da vergüenza mi aspecto; me siento excluido; me siento impotente,
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me roban los pensamientos o me hablan en la cabeza; me hacen sentir


sensaciones extrañas; me siento culpable obligado y en deuda; me siento
impotente, inerme e invadido. Siento que me vuelvo loco, me muero o me
desvanezco.
Como vemos en este apunte sumarísimo, en la psicopatología constatamos
todo tipo de alienaciones referidas a lo mío y/o al yo, en sus tres formas de
aparecer en la vida explícita, esto es, vivenciada. En alemán vivir es “leben” y
vivenciar es “er-leben”. Lo que indica ese “Er”, correspondiente al “ex” del
castellano (como en ex-presión), es que la vida se hace automanifestativa, como ya
nos lo indicó el propio Dilthey.
La vida, vivenciada por alguien, se hace automanifestativa, se manifiesta a sí
misma, a la propia mismidad o “Selbigkeit”, como señaló Dilthey. Pues bien, la
mismidad propia es la persona, quien en su nivel primario de presencia expresa en
la vida -el me- constituye la vida en vivencia. Esto me gusta, aquello me desagrada,
me duele aquí, me siento mal, etc.
De aquí que ese me nunca falte en la vivencia, pues entonces ya no sería
vivencia sino algo meramente vivido sin que me percate o me afecte.
La alienación como vivencia de enajenación de lo propio, está referida al
“proprium”, a ese me afectado en la propia vivencia por la pérdida de lo propio, de
lo que me es inherente.
No es posible la alienación si no es la pérdida de lo propio de alguien, de un
sujeto propietario de lo enajenado o enajenable. Como dice Gurmendez, “la
alienación no puede ser nunca universal, sino particular y propia”. Lo particular y
propio es, justamente, lo que señala lo personal. Hay alienación personal, de
ningún modo social. Otra cosa es que la sociedad condicione y a veces determine
a las personas a alienarse. La alienación es reflexiva, no transitiva.
La persona se aliena, aunque sea empujada por lo circundante. La alienación
es siempre autoalienación, alienación propia y de lo propio. Esto por dos razones
fundamentales. Primero porque la persona es una mismidad propia, una mismidad
consciente de su propia realidad, que es lo que la hace ser la particular persona
que es. Una persona no es persona por su pertenencia a un colectivo como
individuo, es persona porque se pertenece a sí misma.
La segunda razón fundamental es que la persona es persona sólo porque
personaliza su vida, personaliza su cuerpo, su espacio, su tiempo, sus acciones, su
mundo y su propio yo, transformándolo en “Yo mismo”.
Alguien llega a ser persona porque se apropia de sus posibilidades y de las
posibilidades de la realidad entorno para realizar su vida personal. La no
apropiación personal de lo imprescindible para ser esa particular persona, lleva a
ese individuo a la desrealización y a la despersonalización, esto es, a la alienación,
a la psicopatología.
Se es persona sólo ejecutivamente por apropiación, que es el segundo tema de
la ponencia, en cuya presentación seré breve.
La apropiación
Difícilmente podía este término antónimo de alienación y su concepto estar
muy presente en la antropología filosófica del siglo XX, dominada inicialmente por
el positivismo lógico, para el cuál el sujeto directamente no existe, una vez
eliminado el sujeto trascendental del idealismo.
Luego vino la filosofía analítica con su “giro lingüístico” y todo se volvió
discurso, y el significado algo sólo intradiscursivo. No hay realidad externa al propio
discurso y todo lo que hay pertenece al discurso, ya es propio, pero no propio de un
sujeto o de una mismidad identitaria, sino propio del discurso.
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Y aún vino Heidegger (el de Ser y Tiempo) con su filosofía de la existencia,


superando los substancialismos objetivantes del sujeto, del objeto y de la
conciencia, con todas las dualidades insuperables de la previa gnoseología. Pero, a
su vez, esta doctrina alejó también la consideración de la apropiación de la realidad
por parte de la persona. Primero porque el existente no es ya ni un sujeto ni una
mismidad propia, preexistente a su vivir. Por el contrario, el humano es un “Dasein”,
un ser-ahí, cuya esencia es su existencia, consiste en su ser-en-el-mundo. Levinás
señaló tempranamente la falta de existente en la existencia heideggeriana.
La otra razón para el desconocimiento de la apropiación en esta saga
heideggeriana lo constituye su “giro hermenéutico”. El hombre vive en el sentido,
en el mundo de sentido ya precomprendido. No hay aquí ni realidad que incorporar
a la vida, ni realidad propia. De aquí que el cuerpo es un gran ausente en la obra
de Heidegger. Claro está que él no se ocupaba de la antropología de la vida
cotidiana y ni siquiera de la antropología filosófica. El se ocupó, magistralmente, de
la ontología fundamental, radicalizando los fundamentos de la filosofía y de toda
aprehensión del ser. El problema está en la aplicación de su pensamiento a la vida
cotidiana y a la psicopatología. Sus conceptos de existencia auténtica e inauténtica
no son aplicables directamente a la psicopatología. (No puedo entrar en ello por
falta de tiempo).
Lo que no tenemos en la antropología del siglo veinte -salvo en la de Zubiri- es
una conceptuación de la persona como alguien que siendo una mismidad tenga
que apropiarse realmente de lo otro y reapropiarse de la propia realidad, para
construir su propia vida personal y construir su mismidad personal, su “sí mismo”.
Sin esta estructura, de una persona que es origen libre de asignación y
que al tiempo tenga necesariamente que adueñarse de su vida para construirse a
sí mismo de modo personal, sin esta estructura de un “propium” que se apropia de
lo apropiable de modo apropiado, no habría ni alienación, ni desrealización. No
habría psicopatología.
En el seno de la psicopatología del siglo XX casi no hay menciones al tema de
la apropiación, lo cual está en consonancia con la desaparición del tema de la
alienación y acorde con el posicionamiento epistemológico de base en las distintas
escuelas psicopatológicas.
- El conductismo, de raíz positivista, directamente desestima la posible
existencia del sujeto y de lo subjetivo, así como desestima el ámbito de la realidad.
- El psicoanálisis, que hizo un crítica genealógica del sujeto, no realizó la crítica
del objeto ni de lo real. Opera, epistemológicamente, con un realismo ingenuo, al
tiempo que mantiene el substancialismo de la conciencia y crea el inconsciente
como otra entidad sustancialista. Ambas entidades, que son intrapsíquicas,
intraindividuales, contienen re-presentaciones del mundo exterior. Estas
representaciones simbólicas están dentro de la conciencia o del inconsciente y son
siempre ya propias y apropiadas al sujeto. Por otro lado “Freud personifica las
instancias del aparato psíquico (Ello-Yo-Superyo) no sin antes despersonalizar al
Hombre mismo”, en palabras de Victor Frankl.
- La psicopatología objetivista, cuyo máximo exponente sería Kurt Schneider,
opera desde un neokantismo, donde el sujeto es sujeto en su conciencia. Y es
sujeto de objetos de conciencia como meras representaciones de la realidad. Esta
escuela, como el psicoanálisis, sigue instalada en la psicología de la
representación intrapsíquica, sin trascendencia a la realidad y le caben las mismas
críticas.
A esta psicopatología objetivista pertenece en gran parte la obra de Jaspers, al
menos en lo atingente a su consideración de las vivencias como “hechos de
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conciencia”, siguiendo a Husserl. Su fenomenología meramente descriptiva


mantiene la naturalización de la conciencia y sus contenidos, al tiempo que impide
la trascendencia al mundo, lo cual hace incomparables los distintos campos de
exploración psicopatológica, imposibilitando la captación unitaria de los cuadros
psicopatológicos, e impidiendo la distinción de lo apropiado y lo desapropiado, ya
que todo es propio. Desde la psicopatología de Jaspers no podemos diferenciar
realmente entre una percepción y una alucinación.
Esta psicopatología objetivista, ha sido la más frecuente en la psiquiatría
ecléctica del siglo XX, infiltrándose en muchos de sus edificios teóricos.
Ejemplifico con Castilla del Pino, en cuyo tratado del año 79 nos dice:
“Nosotros no sabemos qué cosa es la realidad, por cuanto operamos con una
imagen de ella y no con ella directamente”.
- La psicopatología fenomenológico existencial o antropológico hermenéutica,
heredera del Heidegger de Ser y Tiempo, supera la falta de trascendencia de la
psicología de la conciencia y sus representaciones. El ser humano no es que
acceda al mundo, sino que está siempre ya en él. Esto ha permitido la captación
comprensiva de la unidad de los cuadros psicopatológicos como estructuras de
existencia, correlativas a estructuras de mundo, al tiempo que comprende la
existencia como estructura subjetivo-objetiva.
Pero para nuestro tema, esta escuela presenta dos aporías insalvables.
Primero la ya señalada falta de existente, la falta de una estructura identitaria
consistente y persistente que permita entender la apropiación y alienación. En
psicopatología, dicho con palabras de Zubiri, “no se trata de hacerme a mí, sino
qué estoy haciendo de mí”. En última instancia, toda psicopatología es una
alteración de la identidad. Se entiende que hablo de la identidad psíquica personal.
Tengamos en cuenta que toda patología, toda enfermedad somática es una
alteración de la identidad biológica, una pérdida de la unidad coherente
morfológico-funcional respecto de la estructura autopoiética del organismo. De aquí
que la enfermedad haya sido magistralmente definida por Diego Gracia como una
ex-propiación.
La psicopatología es una des-apropiación personal, una des-personalización.
La otra aporía de la hermenéutica existencial para nuestro tema, deriva de su
visión exclusiva de la dimensión de sentido como ámbito de la existencia. Qué
duda cabe que el ser humano organiza su comportamiento en éste ámbito de
sentido. Organiza su conducta desde el sentido, con el sentido y para el sentido.
Pero esto no excluye la dimensión fáctica con la que realiza su conducta y realiza
sus intenciones.
Lo aclaro con un ejemplo heideggeriano: El ser humano, el “Dasein” (ser ahí),
percibe el martillo por su sentido de “martillar para clavar” respecto del mundo de
los utensilios. Pero ningún ser humano realiza su intención de clavar el clavo en la
pared con el sentido martilleante, sino con la fuerza (“macht”) de la energía
dinámica de la maza del martillo, movido apropiada y apropiativamente con la
propia mano.
Un supuesto fóbico al martillo está claro que vivencia otro sentido que el de
martilleante, vivencia el de amenazante, por lo tanto huye de él, en lugar de usarlo.
Esta es la estructura de sentido del síntoma y es muy importante captarlo así. Pero
esto sólo no configura destructividad alguna para la persona y su vida,....salvo que
utilizar el martillo como utensilio realizador le sea imprescindible en su vida
personal. Yo vivo a los leones y tigres como verdaderamente amenazantes y no
podría encerrarme en una jaula con ellos, lo cuál no me ocasiona ningún trastorno,
ni me siento enfermo por ello. Si en vez de psiquiatra fuese domador de fieras y
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viviese de ello y en ello, sí estaría en una situación patológica desrealizadora de mi


vida y de mi persona.
Dentro de mi conocimiento bibliográfico, la única clara alusión al tema de la
apropiación en psicopatología la constato en el lúcido Minkowsky, quien, al tratar de
los sentimientos de destrucción del depresivo, nos dice que son expresión de la
“deformación del fenómeno de posesión, del fenómeno de lo que es nuestro. Ese
sentido de propiedad (que) es parte integrante de nuestra personalidad”. Yo ni diría
que es tan sólo parte de ella, sino fundamento de nuestra personalidad. En todo
caso Minkowsky no desarrolló esta intuición.

Conclusiones:
Un ser vivo sigue siéndolo gracias a la incorporación material, energética
e informacional que continuamente realiza desde el medio. Y sigue siendo el
mismo viviente gracias a que esa incorporación es una asimilación integrativa
coherente con su propia unidad estructural.
La pérdida de lo propio, la expropiación, constituye una enfermedad somática.
Un viviente humano llega a ser humano porque incorpora logos y cultura a su
modo de ser vivo, esto es, un ser cognitivo que discrimina eficazmente las
realidades de los símbolos y que organiza bien las estructuras simbólicas. Si pierde
sus propiedades psíquicas humanas, si se deteriora su aprehensión de lo real y su
estructuración simbólica, presenta enfermedades típicamente humanas, como
todas las que originan fenómenos neuropsicopatológicos, que son trastornos de su
relación simbólica apropiada a la realidad, que le perturba su apoderamiento del
poder de lo real. Surgen las impotencias funcionales psíquicas.
Una persona, para llegar a ser persona, tiene que re-apropiarse de su propio
cuerpo, de su propia intimidad y de sus manifestaciones expresivas y conductuales.
A la vez, para vivir una vida personal, tiene que apropiarse de la realidad con
que realiza su propia conducta y apropiarse del en donde la realiza, apropiarse de
su espacio personal; así como también tiene que apropiarse de la duración de su
propia conducta, apropiarse de su tiempo personal. Realidades particulares y
estructura espacio-temporal propiamente personales, configuran el Mundo personal
de la existencia de la persona.
Pero aún más, una persona que pretende vivir personalmente, esto es, desde
sí misma, tiene que darse a sí misma su propia identidad, su identidad personal, a
través de la libre elección de valores y sentidos de las cosas de su mundo, que le
permite seleccionar y preferir, para la realización de su vida, aquello que sea
apropiado a su propia identidad personal. Esta elección de valores y sentidos, para
que puedan ser realizadores de la vida personal, tiene que co-fundar sentido y
valor tanto en la propia realidad personal, cuanto en la estructura propia de lo real
con lo que realiza su libertad. La libertad personal realizadora respeta tanto lo otro
y al otro cuanto respeta la propia mismidad.
En el fallo, distorsión o perversión de estos complejos procesos apropiativos;
en los procesos desapropiativos se basan los fenómenos de alienación personal
que configuran toda la psicopatología.

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