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COLECCIÓN HISTORIA Y CULTURA

Dirigida por Luís Alberto Romero


JAMES R BRENNAN

Pü m
El Cordobazo
Las guerras obreras en Córdoba, 1955-1976

Traducción de
HORACIO PONS

EDITORIAL SUD A M E R ICA NA


BUENOS AIRES
Diseño de tapa: M aría L. de Chimondeguy f Isabel Rodrigué

IM PR E SO E N LA A R G E N T IN A

Queda hecho el depósito que


previene ta ley 11,723.
© 1996, Editorial Sudamericana S.A.,
Humberto I o.531, Buenos Aires.

IS B N 950-07-1X84-2

Título del original en inglés


The Labor Wars in
Cordoba, 1955-1976

© 1994 by the President and


Fellows of Harvard Coliege
A li rights reserved

Published by arrangement
with Harvard University Press
Para mi madre y mi padre
Prefacio para la edición argentina

El oficio de investigar y escribir sobre la historia de un país ajeno


tiene algo de extraño. Es una vocación, permitida a personas como
yo por la universidad norteamericana de la época de la posguerra,
por entonces opulenta y ahora en un estado de lento ocaso. Pero a
pesar de las satisfacciones personales que le brinda al investigador
la posibilidad de conocer a fondo otro país, deja a veces un cierto
malestar: uno se pregunta por qué y para quién se está escribiendo.
Escribí este libro pensando en un público académico anglo-
parlante. Nunca creí que sería de real interés para un público
argentino, cuyos historiadores están explicando y explicarán esta
historia mucho mejor que yo. Seguramente hay errores de interpre­
tación que se deben a mi condición de extranjero. Pero si algo tiene
de valor e interés para los lectores argentinos, quizá sea justamente
por la perspectiva de un espectador de afuera. A veces, es intere­
sante ver cómo nos ven.
Si mi propósito original no fue escribir un libro para un público
argentino, menos aún pensé que tendría hoy una relevancia políti­
ca. Pero las circunstancias de la historia reciente le han dado una
cierta actualidad: el largo dilema argentino una vez más se mani­
fiesta de una forma especialmente dramática en Córdoba. La actual
crisis política de la provincia, los serios problemas económicos que
la afligen, los brotes de protesta social y sindical han demostrado de
nuevo que Córdoba tiene un protagonismo central en la historia
argentina.
¿Los sindicatos honestos, democráticos, combativos y fuertemen­
te politizados de la Córdoba de antaño podrían servir como un mo­
delo para el sindicalismo argentino de fines del siglo XX? Debo decir
que, básicamente, me parece que no. El contexto nacional e inter­
nacional ha cambiado radicalmente en los últimos veinte años. En
lo nacional, el actual contexto democrático, con todas sus fallas, está
muy lejos de los gobiernos militares en los cuales floreció el sindica­
lismo cordobés. Los cambios ideológicos dentro del peronismo y en
el mundo en general también parecen poco apropiados para una
simple reencarnación del sindicalismo cordobés de los años sesen­
ta y setenta. En rigor de verdad, la transnacionalización de la pro­
10 El Cordobazo

ducción, el poder ascendente de las grandes concentraciones de


poder económico y la desarticulación de un Estado que cuenta cada
vez menos como árbitro de las relaciones sociales van a hacer que
cualquier sindicalismo sea, en el mejor de los casos, simplemente
defensivo (aunque, en este sentido, hay elementos de la experiencia
de Córdoba — dejo al lector hacer su propio análisis— que quizá
tengan afinidad con el nuevo orden mundial).
La “actualidad” de esta historia tiene más que ver con la morale­
ja que con el modelo. En primer lugar, muestra cómo un complejo
abanico de factores contribuyó — en palabras de Tulio Halperin
Donghi— a “la larga agonía de la Argentina peronista*1. Muestra tam­
bién cómo cada pueblo tiene la capacidad de desarrollar respuestas
acordes con el tiempo que le toca vivir; explica que, por difícil que
pueda parecer una cierta coyuntura, los seres humanos tienen una
admirable capacidad de respuesta. Los sindicatos cordobeses re­
presentaron valores más perdurables que los de la simple coyuntura,
valores de la verdadera democracia y de la dignidad humana.
Es por eso que la historia de esos argentinos, de estos cordobe­
ses, merece ser recordada.

JAMES P. BRENNAN
Córdoba, julio de 1996
Prefacio

Éste es un estudio histórico de la política obrera en la ciudad


industrial argentina de Córdoba entre 1955 y 1976. En esos años,
Córdoba fue el centro de la industria automotriz argentina y el esce­
nario de una clase obrera inusualmente activa y militante. La ciu­
dad experimentó un rápido crecimiento industrial en la década pos­
terior al derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón en
1955. La llegada y expansión de empresas automotrices extranje­
ras, principalmente IKA-Renault y Fiat, promovieron un tipo parti­
cular de desarrollo industrial y crearon un “nuevo trabajador in­
dustrial” de orígenes predominantemente rurales, jóvenes ex
chacareros y habitantes de pequeñas ciudades que fueron súbita­
mente empujados al mundo de la fábrica moderna y los sistemas de
relaciones industriales de la corporación multinacional.
El dominio de la economía local por una sola industria, la fabri­
cación de automóviles, y el papel prominente desempeñado por los
sindicatos de los trabajadores de esa industria en el poderoso movi­
miento obrero local, que culminó en la más grande protesta obrera
en la historia latinoamericana de la posguerra, el Cordobazo de
1969, son analizados en este volumen en el contexto de los recien­
tes debates sobre la política obrera en América Latina, especialmente
la de los trabajadores de los sectores industriales modernos. Espe­
ro demostrar que la pronunciada militancia e incluso la radica-
lización política de la clase obrera cordobesa se debieron no sólo a
los cambios ocurridos en la cultura política de la Argentina, sino
también a la dinámica relación entre la fábrica y la sociedad duran­
te esos años y a las condiciones específicas de la base fabril y la
cultura del lugar de trabajo que crea la producción automotriz en
un país semiindustrializado como la Argentina.
El libro tiene una estructura alternativamente analítica y narra­
tiva, dado que no me parece que ambos sean modos incompatibles
del análisis histórico. La Parte I se refiere principalmente a la for­
mación de la clase obrera y analiza los factores que contribuyeron
al desarrollo de un movimiento sindical militante en la ciudad. Las
12 El Cordobazo

Partes II y III estudian la política de poder del movimiento sindical


argentino y específicamente del cordobés entre 1966 y 1976. La Parte
IV brinda un estudio detallado en el nivel de la base fabril de las
plantas automotrices locales y expone mi argumentación principal
con respecto a la primacía de la fábrica como el crisol y el ámbito de
la política obrera cordobesa.
Es posible que los historiadores adviertan que se presta relativa­
mente poca atención a la relación entre el Estado y los sindicatos
locales. Los estudios de la política obrera en América Latina han
tendido a concentrarse en la historia pública de los gremios, en la
interacción entre gobiernos, ministerios de Trabajo y conducción
sindical. Por motivos que tienen que ver con la historia de Córdoba,
tal preocupación casi exclusiva —cuestionable, creo, para las histo­
rias de la política obrera en general— es claramente inapropiada
para este movimiento sindical. Los sindicatos cordobeses fueron en
gran medida independientes del Estado, estuvieron, en realidad, en
abierta oposición a él durante la mayor parte de este periodo, y se
encontraban aislados del centro del poder político, económico y sin­
dical del país, Buenos Aires. Las historias internas de los sindica­
tos, su interacción recíproca y con otros grupos y clases, y en espe­
cial la política obrera tal como se forjó y desarrolló en el lugar de
trabajo son, en consecuencia, mis preocupaciones principales.
Estoy en deuda, como invariablemente lo está cualquier historia­
dor académico, con todas las personas que me ayudaron a recons­
truir una historia en la que personalmente no desempeñé ningún
papel. Los muchos trabajadores que compartieron sus recuerdos
conmigo y, en algunos casos, me prestaron materiales que habían
ocultado durante los años de dictadura militar entre 1976 y 1983,
son por cierto los primeros a quienes me gustaría expresar mi grati­
tud. La asistencia del personal de los archivos de la empresa Renault
en Boulogne-Billancourt, Francia, y en especial el inteligente aseso-
ramiento y la guía brindados por el doctor Patrick Fridenson y Gilíes
Gleyze, dos historiadores de Renault, durante mi investigación en
Francia, contribuyeron grandemente a dar a este libro el valor que
pueda pretender. De manera similar, el doctor Cristiano Bufia, del
archivo de Fiat en Turín, me prestó generosamente su tiempo y sus
consejos y me ayudó en sumo grado en mi investigación en Italia. En
la Argentina, la colaboración de Héctor Luti y Hernán Avendaño del
Departamento de Relaciones Industriales de Renault en Santa Isa­
bel, y su asistencia en la acumulación del material estadístico de las
fábricas IKA-Renault entre 1966y 1976, fueron una ayuda invalorable
para iluminar la política de base fabril en esos años. Naturalmente,
los argumentos presentados en este libro son míos y no reflejan nece­
sariamente las opiniones de ninguna de estas personas. De igual
Prefacio 13

mocb- ^rabien son mías las traducciones del castellano, francés e


italiano al inglés. Tengo una deuda enorme con el personal de la Bi­
blioteca Mayor y de la Biblioteca de la Legislatura de Córdoba (en
especial con Javier Troilo en esta última), lo mismo que con el de las
seccionales cordobesas de los Sindicatos de Mecánicos y Afines del
Transporte Automotor y de Luz y Fuerza. El apoyo financiero brinda­
do por el Departamento de Historia de Harvard, el Comité de Estu­
dios Latinoamericanos e Ibéricos de la Universidad de Harvard, la
Fundación Tinker, el programa Fullbright-Hays y el Consejo de In­
vestigación en Ciencias Sociales (SSRC) me permitió darme el lujo de
dedicar gran cantidad de tiempo a investigar y escribir. Espero que
este libro sea digno de la confianza que mostraron en mí.
Durante mis años de investigación sobre este tema, tuve la suer­
te de conocer y trabar amistad con algunas personas excepcional­
mente generosas e inteligentes, cuya ayuda también me gustaría
agradecer. Ofelia Pianetto y Susana Fiorito, que vivieron en Córdo­
ba durante los años que abarca el estudio y que son eruditas en la
historia de la clase obrera argentina, me explicaron cosas que de
otra manera no habría entendido y, lo que es más importante, me
brindaron su amistad. De igual modo, Mónica Gordillo se convirtió
tanto en una buena amiga como en un crítico inteligente, y compar­
tió conmigo sus ideas sobre esta historia así como su tiempo, ayu­
dándome en la investigación para el capítulo sobre el Cordobazo.
Los primeros capítulos de este libro aprovecharon en gran medida
nuestras abundantes discusiones y su importante trabajo sobre los
sindicatos cordobeses en la década de 1960. Daniel James y Juan
Carlos Torre me brindaron aliento a lo largo de los años e hicieron
inteligentes y útiles críticas del manuscrito, que aprecio muchísi­
mo. Hay tres maestros a los que necesito agradecer especialmente.
John Finan fue el primero que me enseñó sobre América Latina, y
Orlando Letelier, asesinado por la policía secreta chilena en Was­
hington, D.C., en septiembre de 1976, me abrió los ojos acerca de
muchas cosas mientras yo era estudiante. John Womack, Jr., mi
consejero graduado en Harvard, se desempeñó durante muchos
años como un crítico atento y paciente de mi obra, incluyendo este
libro, y es la persona que más me enseñó acerca de la historia y lo
que significa ser un historiador.
Mis mayores agradecimientos son para mi madre y mi padre, que
siempre me alentaron a hacer lo que yo quería y soportaron mis
largas ausencias durante los años en que trabajé en el manuscrito,
lo mismo que mi hermano y mis hermanas. Espero que ellos y mi
esposa, Olga Ventura, me perdonen por haber sido a véces tan hos­
co mientras escribía este libro, y que sepan que los amo mucho y
siempre agradecí su apoyo.
¿Quién puede negar el papel esencial que el peronismo ha des­
empeñado en la “homogeneización* de una identidad de clase entre
los trabajadores argentinos...? ¿Quién puede cerrar los ojos a esta
realidad, al hecho de que la dinámica de la política argentina pre­
sente una identificación casi absoluta de la clase obrera con el
peronismo... que exhibe una solidez inconmovible y considerable
resistencia a los intentos de integración política emprendidos por
las clases dominantes de la Argentina?... Ésta, entonces, es la tra­
gedia de la izquierda argentina; si la acción no puede comenzar allí
donde terminan las relaciones de producción, salvo que se corra el
riesgo de aislarse completamente de la clase obrera, no es posible
extraer sino una conclusión: la necesidad de reconsiderar el lugar
de trabajo, la fábrica.

José Aricó, Pasado y Presente


Abreviaturas

AAA Alianza Anticomunista Argentina


ATE Asociación de Trabajadores del Estado
CGE Confederación General Económica
CGT Confederación General del Trabajo
CGTA Confederación General del Trabajo de los Argentinos
EPEC Empresa Provincial de Energía de Córdoba
ERP Ejército Revolucionario del Pueblo
FAL Fuerzas Armadas de Liberación
FAP Fuerzas Armadas Peronistas
FAR Fuerzas Armadas Revolucionarias
FATLYF Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza
FREJUL1 Frente Justicialista de Liberación
FUC Federación Universitaria de Córdoba
GAN Gran Acuerdo Nacional
GOCOM Grupo Organizador de Comisiones Obreras Metalúrgi­
cas
LAME Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado
IKA Industrias Kaiser Argentina
IME Industrias Mecánicas del Estado
JTP Juventud Trabajadora Peronista
MÁS Movimiento de Acción Sindical
MRS Movimiento de Recuperación Sindical
MSC Movimiento Sindical Combativo
MUCS Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical
PC Partido Comunista
PCR Partido Comunista Revolucionario
PRT Partido Revolucionario de los Trabajadores
PST Partido Socialista de los Trabajadores
SITRAC Sindicato de Trabajadores de Concord
SITRAGMD Sindicato de Trabajadores de Grandes Motores Diesel
SITRAM Sindicato de Trabajadores de Materfer
SMATA Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Auto­
motor
16 El Cordobazo

UIA Unión industrial Argentina


UOM Unión Obrera Metalúrgica
UTA Unión Tranviarios Automotor
VC Vanguardia Comunista
Introducción

A principios de 1944» Agustín Tosco dejó la chacra propiedad de


su familia en Coronel Moldes, una pequeña ciudad en la mediterrá­
nea provincia argentina de Córdoba, y viajó hacia el norte, a la ciu­
dad capital de la provincia. Los orígenes rústicos del larguirucho y
apocado chacarero saltaban a la vista en su castellano rural, un
castellano entrelazado con el dialecto italiano hablado en su hogar,
así como en la dentadura manchada, producto de años de beber
agua de pozo*, agua intensamente caliza que dejaba manchas par­
das y huellas en las sonrisas de los agricultores cordobeses y sus
familias. La migración de Tosco fue una odisea personal, pero no
notable en lo que respecta a su familia o su generación. Por su cuen­
ta, su padre y su madre habían hecho antaño un viaje similar, des­
de las montañas del norte de Italia, en el Piamonte y a través del
mar hasta la Argentina. Ésos eran también los años de las grandes
migraciones rurales desde el campo argentino a los centros urba­
nos, en especial a Buenos Aires pero también a ciudades más pe­
queñas como Córdoba. Lo mismo que a Tosco, a muchos emigran­
tes los sedujo un sentimiento juvenil de aventura, así como la espe­
ranza de encontrar trabajo en una de las industrias de la ciudad, tal
vez incluso en una de las fábricas militares más grandes de muni­
ciones o aviones, que habían iniciado la transición de Córdoba de
una economía agraria a una industrial moderna.
Muy lejos de las profundidades australes de la Argentina de Tos­
co, en lo que los argentinos aún consideran los centros de la civili­
zación y la cultura occidentales, en esos comienzos de 1944 esta­
ban produciéndose acontecimientos que más tarde afectarían la vida
de Córdoba y aun la del propio Tosco. En un invierno de guerra, los
países industriales de Europa y América del Norte vislumbraban los

* En castellano en el original. Lo mismo vale para todas las palabras en


itálica en el resto del iibro, incluidos los títulos de los capítulos (n. del t.).
18 El Cordobazo

cambios que seguirían a la probable derrota de las potencias fascis­


tas. En los Estados Unidos, Henry J. Kaiser, un incansable empre­
sario decidido a expandir su ya formidable imperio industrial, se
proponía construir una empresa automotriz que, tenía la esperan­
za, se ganaría un lugar junto a Ford, General Motors y Chrysler
como fabricante en lo que se había convertido en la industria más
prestigiosa, lucrativa y representativa del siglo. Como otros em­
presarios automotores de la época de la guerra, Kaiser esperaba que
sus fábricas de Willow Run, cerca de Detroit, fueran capaces de
explotar la escasez interna de vehículos y obtuvieran una pequeña
porción del mercado. No obstante, resultaba evidente que, con la
conclusión de la guerra, la competencia volvería a favorecer a los
gigantes automotores. Las máquinas herramienta automáticas y las
de transferencia que sus departamentos de ingeniería estaban dise­
ñando y con las que ya experimentaban, amenazaban transformar
el proceso manufacturero y generar demandas de capital que em­
presas más pequeñas como la de Kaiser tendrían dificultades para
afrontar.1
En la Francia ocupada, el imperio de otro industrial estaba al
borde de la ruina. El distinguido parisino Louis Renault, mediante
la combinación de ambición y optimismo sincero que diferencia al
empresario del hombre de negocios corriente, había desarrollado
años antes su otrora pequeño taller casero hasta convertirlo en un
gran complejo industrial automotor en Boulogne-Billancourt, en los
suburbios del sudoeste de París. A diferencia de los fabricantes ame­
ricanos, Renault había destinado sus autos primordialmente a un
mercado de lujo, y sus plantas sólo habían utilizado métodos modi­
ficados de producción de Ford. No obstante, hacia la década de 1930,
las fábricas Renault eran comparables a las de las empresas esta­
dounidenses y habían hecho de Louis Renault uno de los fabrican­
tes de automóviles más exitosos de Europa. Renault había decidido
proseguir con la producción bajo la ocupación alemana y, además,
permitir el uso de algunas de sus plantas para el mantenimiento y
fabricación de vehículos militares, evitando con ello las amenazas
de expropiación formuladas por los ocupantes. En 1944, éste pare­
ció ser un primer y fatal desacierto. Después de la liberación de París,
la culpa colectiva de Francia por su papel en la guerra fue parcial­
mente mitigada por la detención de los colaboracionistas más nota­
bles, entre ellos Louis Renault. En 1944, mientras aguardaba ser
juzgado como prisionero del gobierno francés, Renault murió, en el
mismo momento en que su compañía, recientemente nacionaliza.-
da, atravesaba la transición de empresa privada a estatal.2
Entretanto, en las plantas de Fiat enTurín, la derrota inminente
de los fascistas provocaba confusión y temor en muchos y esperan­
Introducción

zas en unos pocos. Como corazón industrial del Estado fascista ita­
liano, Turín tenía muchos vínculos, emocionales y prácticos, con el
agonizante régimen de Mussolini. La familia Agnelli, fundadora y
propietaria de la Fiat, había sido uno de los primeros respaldos de
Mussolini y beneficiaría principal de su programa económico. La
clase obrera turinesa había abandonado parcialmente su identidad
socialista y comunista en favor de una fascista, hipnotizada por la
imaginería revolucionaria y cultural que, hábilmente, ofrecía el fas­
cismo, así como por los beneficios económicos de un régimen com­
prometido con el pleno empleo y la prosperidad económica a través
de programas de rearmamento industrial y expansión imperial.3Con
sus fábricas gravemente dañadas por los bombardeos aliados, Fiat
apenas sobrevivió al colapso del fascismo, y la década siguiente sería
testigo de crisis y conflictos incesantes, con la compañía continua­
mente amenazada por la bancarrota y los trabajadores ajustando
cuentas por los engaños del fascismo a través del renacimiento de
sindicatos socialistas y comunistas militantes. La hostilidad de Fiat
a la representación sindical de sus trabajadores, sin embargo, se
mantendría inconmovible» y la dirección aprovecharía plenamente
la derrota de comunistas y socialistas en las elecciones sindicales
de 1955 para barrer con todos los vestigios de poder gremial que
habían vuelto a Insinuarse en la empresa después de la guerra.4
A pesar del cambio evidente de los hados de la guerra, el fascis­
mo no estaba en modo alguno desacreditado en la Argentina en
1944, año en que Tosco llegó a Córdoba. Los militares argentinos
conservaban gran simpatía por las potencias fascistas, seguían cre­
yendo en su victoria inminente y procuraban imitar sus métodos y
programas allí donde fuera posible. En las fábricas de armas dé
Córdoba, la disciplina militar y los sentimientos militaristas impreg­
naban todas sus operaciones. En la década de 1930, la ecuación de
las fuerzas armadas que asimilaba grandeza nacional con una po­
derosa industria armamentística les había permitido obtener la
aprobación gubernamental para expandir la producción de armas y
suscribir convenios de licencias con las potencias fascistas para la
fabricación de tecnología militar de avanzada.5 Varios años más
tarde, el gobierno de Ramón Castillo (1940-1943) cedió a las presio­
nes de los sectores castrenses nacionalistas creando en 1941 una
junta de planeamiento industrial militar, la Dirección General de
Fabricaciones Militares, con lo que reconocía un papel industrial
permanente a las fuerzas armadas. De ese grupo de militares nacio­
nalistas surgió una logia secreta con indisimuladas simpatías pro
fascistas, el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que tomó el poder en
1943. Uno de los miembros de ese grupo, Juan Domingo Perón,
había estudiado en Turín en la década de 1930 y cumplido funcio­
20 El Cordobazo

nes de observador militar en la División Alpina, grupo de eitre de


Mussolini. La admiración de Perón por las reformas fascistas en­
contraría expresión en su cargo de secretario de Trabajo de la Ar­
gentina y especialmente luego, al ser elegido presidente en 1946.
En los años en que el joven Tosco luchaba por abrirse paso en su
ciudad de adopción, Perón llegaba por primera vez a la prominencia
nacional a través de su sorprendentemente eficaz e innovador des­
empeño en la Secretaría de Trabajo, A pesar de la profunda impre­
sión personal que le provocó su experiencia italiana, como secreta­
rio de Trabajo y como presidente Perón fue incapaz de recrear un
Estado fascista en la Argentina, en parte debido a las muy diferen­
tes circunstancias históricas que existían en el país y en parte al
descrédito internacional del fascismo como resultado de su derrota
en la guerra.
Más que como fascistas, es necesario entender y ubicar decidi­
damente a Perón y al peronismo dentro de la historia de otros mo­
vimientos políticos populistas de América Latina durante esos años.
Lo mismo que éstos, la revolución de Perón sería esencialmente
política y cultural, no económica y ni siquiera social. Al margen de
la nacionalización de los ferrocarriles y las empresas de servicios
públicos, las políticas económicas peronistas no afectaron los inte­
reses de los grupos económicos dominantes del país, y tampoco se
apartaron significativamente de las seguidas por los gobiernos con­
servadores de la década de 1930 y principios de la de 1940, cuando
una tambaleante alianza de la elite terrateniente y los militares di­
rigió el país y restableció el gobierno de los poderosos, dando fin a
más de una década y media de una pendenciera política de parti­
dos. Los proyectos de obras públicas, el aumento de la inversión en
la industria, cierta expansión arancelaria y la manipulación de los
tipos de cambio para desalentarlas importaciones, así como un tra­
tamiento diferencial de la elite terrateniente —esta última política
sólo ligeramente modificada por Perón con el establecimiento de un
monopolio estatal para la comercialización de las exportaciones
agrícolas— , eran tanto las políticas del ex presidente Agustín P. Jus­
to (1932-1938) como las de Perón. De manera similar, y lo mismo
sucedió con Justo, los grandiosos planes para utilizar al Estado
como una herramienta del desarrollo económico rara vez se tradu­
jeron en una política efectiva. Si bien Perón emprendió un amplio
programa de nacionalizaciones en sectores tan importantes de la
economía como los ferrocarriles, las obras portuarias, los teléfonos
y la mayor parte de la industria de la energía eléctrica, el período
peronista (1946-1955) se caracterizó por un volumen de producción
relativamente consistente, una modesta inversión en infraestructu­
ra y escasa.innovación tecnológica en la industria. En realidad,
Introducción 21

Perón demostró ser mucho más eficaz como distribuidor de la ri­


queza del país que como promotor del desarrollo económico^
Sólo en un aspecto las políticas industriales peronistas se apar­
taron de manera significativa de las de la elite tradicional, y aun en
este caso se trató de una cuestión de grado más que de un cambio
cualitativo. A medida que crecía la presión militar en favor de pro­
gramas industriales, Perón involucró más directamente a las fuer­
zas armadas en los modestos proyectos de desarrollo emprendidos
en industrias “estratégicas” seleccionadas durante su presidencia.
Mientras la industria liviana se promovió primordialmente a través
de la expansión del mercado interno, la industria pesada pareció
requerir una significativa participación estatal. Los militares fueron
los defensores principales de ese papel del gobierno, exigiendo me­
joras en los métodos de producción y una tecnología más avanzada
para sus fábricas de armas y municiones ya instaladas, pero tam­
bién presionaron al Estado para que creara una industria metalúr­
gica pesada, en especial una fundición de cobre y una planta side­
rúrgica.7 En respuesta a esas presiones, Perón expandió las activi­
dades de la Dirección General de Fabricaciones Militares, y bajo los
auspicios de ésta se hicieron algunos progresos en la industria quí­
mica. Más típicos fueron algunos proyectos ostentosos, como la crea­
ción de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA) en 1947,
para promover la muy rezagada industria del acero, y la expansión
y consolidación de las fábricas militares cordobesas en las Indus­
trias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (LAME) en 1951, para la
producción de aviones y vehículos. Los temerarios planes de los
militares para industrializar la Argentina nunca fueron realizados
por Perón, Incluso en la industria siderúrgica, de alta prioridad, la
planificación peronista produjo escasos resultados. La primera y
principal planta siderúrgica del país, en San Nicolás, no estuvo en
funcionamiento hasta 1960, y la naturaleza misma del Estado pe­
ronista hacía que fuera más probable que prosperaran las indus­
trias livianas y no las pesadas y de capital intensivo.8 La pérdida
de apoyo de Perón entre las fuerzas armadas en su segunda admi­
nistración tuvo mucho que ver con la desilusión militar con las
políticas industriales peronistas y con su fracaso en la promoción
de esas industrias, que los militares asimilaban a la economía mo­
derna y veían como esenciales para sus propios intereses institu­
cionales.9
El crecimiento industrial producido durante los años peronistas
fue más el resultado de cambios en la sociedad argentina y de la
incorporación política de la clase obrera por parte de Perón que de
una efectiva planificación estatal. El crecimiento sostenido de la
clase obrera urbana en las décadas de 1930 y 1940 alentó un tipo
22
particular de desarrollo industrial. La urbanización y la concentra­
ción de un mercado considerable para un conjunto amplio de bie­
nes industriales estimularon la expansión de industrias privadas,
livianas y de mediano tamaño. Eí crecimiento alcanzó su mayor ve­
locidad durante la Segunda Guerra Mundial, los años cruciales para
la formación de la burguesía industrial peronista, pero continuó a
lo largo de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta.10 Esta
nueva clase de industriales, en lo sucesivo conocida como burgue­
sía nacional, se caracterizaba por tener pocos vínculos con el capi­
tal internacional y una dependencia casi completa de los mercados
internos, actuando en gran medida como fabricantes y proveedores
en las industrias de bienes de consumo. Agrupados desde 1952 en
la Confederación General Económica (CGE), sus rivales se reunían
en la Unión Industrial Argentina (U1A), una organización de
exportadores e industriales con lazos con el comercio y las finanzas
internacionales que incrementaron su peso económico y político a
fines de la década de 1950 y a lo largo de la de 1960, dando a la
burguesía argentina un carácter aún más dual que el que puede
encontrarse en otros países latinoamericanos.11
Las orientaciones económicas de Perón eran predominantemen­
te una extensión de su política, herramientas usadas para acumu­
lar y cimentar lealtades y alianzas. La vulnerabilidad de una econo­
mía agraria y un empequeñecido desarrollo industrial eran motivo
de poca preocupación, en la medida en que las condiciones excep­
cionalmente favorables para las exportaciones tradicionales argen­
tinas y los gruesos excedentes comerciales permitieron a Perón fi­
nanciar su Estado de bienestar y comprar lealtades políticas. El de­
terioro de los términos del intercambio para esas exportaciones y el
agravamiento de los problemas fiscales que se hicieron evidentes
hacia principios de la década de 1950 obligaron a un cambio a rega­
ñadientes. Durante su segunda presidencia (1952-1955), Perón
cortejó a los inversores del exterior y finalmente impulsó una legis­
lación que aligeró en gran medida las restricciones al capital extran­
jero, reconociendo tardíamente que sus anteriores políticas econó­
micas habían sido ineficaces. Por ejemplo, poco después de su re­
elección estableció contactos con una serie de fabricantes automo­
tores europeos, entre ellos la Fiat, buscando posibles inversiones
en la Argentina. Por entonces, las medidas nacionalistas tomadas
durante su primera administración habían fracasado completamen­
te en su intento de crear una industria automotriz nacional. Las
restricciones, que equivalían prácticamente a una prohibición de
efectuar remesas de beneficios, y las dificultades para obtener los
permisos de cambio obligatorios para las importaciones habían for­
zado a Ford y otras compañías estadounidenses a cerrar sus plan­
introducción 23

tas argentinas de ensamblado a fines de la década de 1940. El poco


entusiasta intento de Perón de crear una industria automotriz na­
cional con el establecimiento de Automotores Argentinos S.A. en
1949 y la conversión de algunas de las fábricas militares cordobe­
sas a la producción de vehículos motorizados habían halagado las
sensibilidades nacionalistas, pero produjeron escasos resultados.!2
En 1952, en los mismos días en que Agustín Tosco terminaba su
primer año como delegado gremial en la compañía de energía eléc­
trica donde había encontrado trabajo, Perón y las empresas auto­
motrices extranjeras discutían términos que fueran aceptables para
ambas partes para la inversión en la Argentina.
Las negociaciones con las compañías fueron arduas, y su resul­
tado se mantuvo incierto durante varios años. Pero, si bien la polí­
tica económica peronista no había logrado crear una economía in­
dustrial moderna en la época en que aquéllas comenzaron, los otros
efectos del régimen sobre el país eran más claros. Apenas transcu­
rridos unos pocos años en el poder, Perón había dado origen a un
complejo conjunto de lealtades y alianzas a lo largo y lo ancho de la
sociedad argentina. En general, se favorecían los intereses de la cla­
se obrera y, en una menor medida, los de los nuevos industriales a
expensas de otros. El apoyo y la oposición al régimen no siempre se
ordenaban a lo largo de simples líneas de clase. Incluso en la clase
media, presentada en general como un bastión del antiperonismo,
podían encontrarse el pequeño rentista, el aspirante a industrial o
el funcionario gubernamental que de algún modo se beneficiaban
con el peronismo. La relación entre éste y la clase obrera, aunque
compleja y no sin tensiones, era sencillamente menos ambigua que
la existente entre otras clases y el régimen. La base social del
peronismo eran incuestionablemente las clases trabajadoras del
país. El carácter único del peronismo en la historia moderna de
América Latina, su genio peculiar, fue su aptitud para unir a la cla­
se obrera a un régimen político decidido a transformar gran parte
de la cultura política y las formas de asociación establecidas de los
trabajadores en favor de sus propios fines, socavando con ello su
aptitud para tomar medidas colectivas e independientes. La
cooptación estatal del movimiento obrero organizado es, desde lue­
go, un leitmotiv en la historia de América Latina en este siglo, pero
el peronismo difirió tanto en escala como en carácter de otros ejem­
plos de incorporación de las clases obreras urbanas latinoamerica­
nas, por su naturaleza masiva y completa. Dadas las ambiciones
políticas de Perón y la estructura de clases del país, con la ausencia
de un gran campesinado o de una subclase sin propiedades y a la
deriva, el cortejo de la clase obrera por parte del peronismo era tal
vez inevitable. El crecimiento del proletariado urbano en los años
24 E l Cordobazo

treinta y cuarenta implicaba que cualquier régimen que no deseara


meramente apuntalar los intereses conservadores tendría que to­
marlo en cuenta. Sin embargo, el poder de las clases trabajadoras
aún era sólo latente, el resultado de los números más que de la
conciencia de clase o la robustez de las organizaciones. La perspica­
cia política de Perón le permitió reconocer su potencial antes que lo
hicieran sus rivales. Su ambición y sus considerables dotes le per­
mitieron traducir ese potencial en poder.
Oficial de carrera, Perón fue fundamentalmente un conservador
durante toda su vida. Lo mismo que en los líderes fascistas euro­
peos y los populistas latinoamericanos, su visión de la clase obrera,
al margen de la estricta utilidad política de ésta para su movimien­
to, era esencialmente corporativista. Perón intentó incluirla en una
alianza con las otras clases del país, hacer que tuviera interés en
una Argentina capitalista y explotar su poder político latente. Por
encima de todo, esperaba reemplazar la incipiente lealtad de clase
del proletariado urbano por una clara identificación con el Estado
—un Estado que era cada vez más un sinónimo del movimiento
peronista— . Para lograrlo, tuvo que hacer concesiones reales a los
trabajadores. Tal como sucedió en el caso de los nuevos industria­
les, las lealtades y el apoyo de la clase obrera al régimen se vincula­
ron con su propio interés. Las necesidades de ambos grupos eran
satisfechas mediante la expansión del mercado interno, la redistri­
bución más equitativa de la riqueza del país y el crecimiento del
poder adquisitivo de la floreciente clase obrera.
Los mercados para las exportaciones agrícolas argentinas cre­
cieron explosivamente en los años de la inmediata posguerra, y
Perón usó la riqueza, en parte, para crear los rudimentos de un
Estado de los trabajadores. La clase obrera experimentó un creci­
miento del 20% en sus salarios reales entre 1945 y 1948, una cifra
que se tradujo en un ascenso de su participación en el ingreso na­
cional del 40,1% en 1946 al 49% en 1949 y un aumento promedio
anual de los consumos personales de 7,5%.,3El deterioro de la eco­
nomía después de 1949, cuando los trabajadores experimentaron
una caída significativa de los salarios reales, tampoco indicó una
inversión de las políticas redistributivas peronistas en favor de las
clases propietarias. La clase obrera tal vez se vio menos afectada
que la mayoría por los problemas económicos del país, y a decir
verdad no hubo una redistribución significativa del ingreso nacio­
nal que la perjudicara.'4 El apoyo profundo, aunque menos bulli­
cioso, de los trabajadores al régimen en los años de vacas flacas de
la década de 1950 reflejó su reconocimiento de que el Estado pero­
nista había tendido a satisfacer sus necesidades materiales como
ningún otro gobierno lo había hecho antes.
Introducción

Los mejores salarios y una mayor participación en el ingrese


nacional, sin embargo, sólo explican parcialmente la lealtad de ia
clase obrera a Perón y su creciente identidad peronista. El tipo mis­
mo de identificación personal que los trabajadores argentinos sen­
tían por el régimen se debía a ía capacidad del peronismo para ar­
ticular sus frustraciones, rencores y esperanzas como ciase en un
idioma que les llegara emocionalmente.15 En parte, su capacidad
para hacerlo se debía a su novedad, al hecho de que el peronismo
representara simplemente un nuevo estilo político. El mejor repre­
sentante del cambio fue el propio Perón. Su ingenio, su lenguaje
vulgar y su vestimenta informal, su reputación entre los vivillos de
la calle y su preferencia por las diversiones del hombre común,
ostentada en bien publicitadas amistades con boxeadores y jugado­
res de fútbol, en contraste con las pretensiones aristocráticas de la
elite política elegante y asidua del Teatro Colón, contribuyeron a
crear su imagen de político de los trabajadores.
La atracción del peronismo se debió en parte, sin duda, a la per­
sonalidad única y muy fuerte de Perón. Otros aspectos de su ima­
gen política eran más premeditados, aunque no menos eficaces. Los
peronistas procuraban cultivar un estilo político familiar. Utiliza­
ban un nuevo vocabulario político, menos formal y rígidamente
retórico que el de los partidos tradicionales del país. De manera si­
milar, se apropiaron deí término compañero, despojándolo de sus
connotaciones marxistas y particularmente comunistas, y en gene­
ral adaptaron expresiones y fragmentos del lunfardo de la clase
obrera a su propio argot político. Como lo señala Daniel James, el
vocabulario político personal de Perón, sus a veces empalagosos y
grandilocuentes himnos a los descamisados y los muchachos pero­
nistas, era sorprendentemente diferente de las despreciativas refe­
rencias de la oligarquía a la chusma, e incluso del discreto y a veces
pedante lenguaje político de los partidos radical y Socialista. A decir
verdad, ninguno de los partidos políticos del país había advertido el
poder del lenguaje; todos imitaban el estilo político establecido por
la elite y dejaban en manos de Perón el uso de un vocabulario más
popular que lo ayudaba a hacer acopio del apoyo de la clase obrera.
Aunque a menudo fuera pomposo y sensiblero, elevó la autoestima
de ésta y fortaleció los lazos emocionales de los trabajadores con el
régimen.
Las lealtades de los trabajadores también eran cortejadas por
medios menos sutiles, a través de la creación de una cultura políti­
ca peronista. Si bien el Estado peronista no intentó establecer un
control absoluto sobre la vida argentina, como el ejercido por los
regímenes totalitarios europeos en la década de 1930, instauró, no
obstante, una versión modificada del mismo. La difusión de la doctri­
26 El Cordobazo

na justicialista en libros de texto primarios y secundarios, el sub­


sidio y exhibición del “arte” peronista, el uso de símbolos e
imaginería política —el ubicuo escudo peronista y los obligatorios
retratos de Perón y Evita en todos los edificios públicos— repre­
sentaron colectivamente un intento por parte del Estado peronista
de imbuir a la nación argentina del espíritu y las enseñanzas de la
revolución justicialista.'6 Los elaborados programas de bienestar
social creados por Perón también tenían su valor propagandístico.
La caridad se convirtió en un pilar del Estado peronista y tal vez en
su institución obrera más representativa. La beneficencia estatal se
utilizó para reducir las tensiones de clase y cimentar las lealtades
de los trabajadores de una manera en que no podían hacerlo los
incrementos de salarios o de la participación en el ingreso nacio­
nal. Este impulso paternalista del peronismo se expresó también a
través del vasto cuerpo de una legislación social extensa e in­
dudablemente elogiable y bienvenida. Seguros médicos, planes de
jubilación, leyes de derecho al trabajo, viviendas subsidiadas para
las personas de bajos ingresos, vacaciones pagas, leyes sobre el ira-
bajo infantil, un sistema de aguinaldo anual y otras medidas datan
de esos años.
El otro lado del paternalismo peronista fue menos ambiguamen­
te filantrópico y calculador. El Ministerio de Bienestar Social y la
Fundación Eva Perón tenían acceso a la vida de los trabajadores de
un modo directo, que no podía igualar ni siquiera la legislación de
acción social del gobierno. Evita inspeccionaba personalmente gran
parte de las obras de caridad del régimen y, junto con sus favoritos
de la burocracia de acción social, escuchaba comprensivamente las
pequeñas tragedias, otorgaba favores y resolvía los problemas indi­
viduales de miles de trabajadores. Sus campañas de recolección de
alimentos y ropa para las familias obreras, la incansable supervi­
sión de los trabajos para aliviar la situación de las víctimas de terre­
motos e inundaciones, incluso sus planes más excéntricos y recar­
gados, como la erección de una “ciudad peronista” en miniatura
como parque de recreo para los niños de clase obrera en las afueras
de La Plata, tocaban todos una cuerda emocional que, cualesquiera
fueran sus ideales personales, tenía una clara intención política. A
decir verdad, los generosos recursos a su disposición, obtenidos
gracias al sometimiento de los trabajadores a “contribuciones” obli­
gatorias a sus obras de caridad a través de deducciones mensuales
en sus salarios, no sólo le dieron a Evita el monopolio de la distribu­
ción de la caridad estatal, sino que también le permitieron explotar
su popularidad y el profundo y sin duda merecido afecto popular
que la rodeaba; con ello estableció también un monopolio emocio­
nal, apresurando la peronización de la clase obrera, en especial de
27

la gran cantidad de trabajadores que permanecían sin organizar y


al margen del movimiento sindical oficial.
El mayor legado de Perón a la clase obrera, el único que sobrevi­
vió a la política económica justícialista, los elaborados programas
de bienestar social y todas las campañas de propaganda del movi­
miento, fue la creación de un movimiento obrero unificado y pode­
roso, La organización de los trabajadores en sindicatos industriales
nacionales unidos en una sola confederación del trabajo aseguró la
supervivencia del movimiento obrero en la vida política del país
mucho después de que la coalición peronista originaria se hubiera
desintegrado. Perón tomó una ciase obrera naciente, en gran medi­
da apolítica y desorganizada, y en pocos años hizo de ella un formi­
dable factor de poder dentro de la nación.
La creación de un movimiento obrero tan poderoso no careció de
un elemento de coerción; cuando era necesario, se recurría a la
domesticación gremial y a las tácticas intimidatorias. También en
este aspecto el peronismo representó una continuación de las polí­
ticas laborales de los gobiernos militares y civiles de la década del
treinta y comienzos de la del cuarenta. Esos gobiernos habían se­
guido una política de diálogo y compromiso con los gremios más
poderosos del movimiento obrero. También habían hostigado a los
sindicatos más militantes, como.los de los trabajadores de la cons­
trucción y los frigoríficos, controlados por los comunistas, al mismo
tiempo que alentaban la división en la confederación nacional, la
CGT (Confederación General del Trabajo), que había surgido en
1930. Pero, a diferencia de esos gobiernos, el Estado peronista eli­
gió reprimir para volver a construir, eliminar a los elementos enva­
necidos del movimiento obrero y reemplazarlos por una conducción
dócil y agradecida, pero también fortalecer la maquinaria gremial y
dar al movimiento obrero un poder nuiicá antes alcanzado, hacien­
do así de él un formidable aliado político.17Además de ser ayudado
por la división dentro del movimiento obrero y el bajo nivel de
sindicalización, la tarea de Perón resultó más sencilla por el hecho
de que muchos de los sindicatos que tenían una historia de militan-
cia e independencia pertenecían a industrias en crisis y habían
sufrido una grave pérdida de afiliados en años recientes. De este
modo, Perón descubrió que era relativamente fácil establecer orga­
nizaciones laborales rivales, colmarlas de concesiones salariales y
beneficios y ganar el apoyo de las bases. Ya en su actuación como
secretario de Trabajo había recurrido a estas tácticas para eliminar
a rivales comunistas en los gremios textil y del calzado.18
Los efectos combinados del patronazgo estatal, la creciente
sindicalización bajo los auspicios de la Secretaría de Trabajo, la eli­
minación de los aguerridos líderes sindicales anarquistas, socialis­
tas y especialmente comunistas, y ia atractiva personalidad del
mismo Perón ya le habían valido a éste un número considerable de
partidarios hacia 1946. No obstante, su influencia en el movimiento
obrero aún era tenue, y una serie de gremios no vacilaban en pro­
clamar su oposición a la interferencia de la secretaría en algunas
esferas de las cuestiones sindicales. El equilibrio de poder, sin em­
bargo, había pasado definitivamente del movimiento obrero organi­
zado hacia el Estado. La tradición sindical independiente de la Ar­
gentina y sus recelos históricos y a menudo abierta hostilidad al
Estado estaban llegando a su fin. La estrategia de Perón para elimi­
nar los restos de esa tradición fue desde entonces doble: siguió uti­
lizando los poderes del Estado para promover la sindicalización y
convenios colectivos favorables, al mismo tiempo que aislaba a los
gremialistas remisos que se negaban a reconocer la tutela peronista.
Los así llamados laboristas, que deseaban brindarle un apoyo con­
dicional y a la vez conservar la autonomía necesaria para crear un
partido laborista independiente, iban a cargar con lo más arduo de
los ataques, pero casi todos los sindicatos del país se verían afecta­
dos de una u otra manera.
Perón prefería evitar las confrontaciones y sólo recurría al com­
bate contra los líderes sindicales que no cooperaban una vez que
todo lo demás había fracasado. En esos casos, las opciones a su
disposición eran muchas: podía cancelar el status legal del sindica­
to, su personería gremial; negar el apoyo de la Secretaría de Trabajo
en la discusión de un convenio colectivo, asegurando con ello un
resultado desfavorable para la conducción establecida; formar lis­
tas rivales para las elecciones sindicales; y, como último recurso,
suspender la afiliación del sindicato a la CGT. Como presidente,
Perón demostró que seguía estando dispuesto a emplear tácticas de
fuerza cuando fuera necesario, y desde su origen el sindicalismo
peronista contuvo un elemento de patoterismo por el cual se em­
pleaba la intimidación, y en raras ocasiones incluso la violencia, para
mantener a remolque al movimiento obrero organizado. Pero no fue
ésta la tendencia dominante durante las presidencias peronistas de
las décadas de 1940 y 1950. Perón alcanzó su mayor eficacia en el
papel de benefactor y protector y no en el de destructor de sindica­
tos, al socavar la antigua conducción gremial e instalar a una nue­
va generación de peronistas leales en el movimiento obrero.
En su mayor parte, los sindicatos se arrebañaron voluntariamen­
te a su lado. También lo hicieron con rapidez. Transcurridos dos
años de su primera presidencia, Perón se las había arreglado para
obtener el control de prácticamente todos los gremios que habían
mantenido su independencia durante su desempeño como secreta­
rio de Trabajo. Sindicatos antiguamente comunistas, como los de
Introducción 29

los trabajadores de la construcción y los frigoríficos, estaban sólida­


mente integrados a su campo, en tanto otros que habían sido histó­
ricamente socialistas o anarcosindicalistas tenían, hacia 1948, una
conducción peronista o una relación fluida con el gobierno. Como
presidente, Perón pudo ofrecer a los gremios una serie de beneficios
que habían estado más allá de los medios de ía más circunscripta
Secretaría de Trabajo, También estaba dispuesto a utilizar las ins­
tituciones del Estado para respaldar a los sindicatos. Por ejemplo,
dio a los trabajadores de base un poder más grande que el que nun­
ca habían tenido hasta entonces. La creación de un poderoso movi­
miento de delegados sindicales, las comisiones internas fabriles,
proporcionó a los trabajadores defensores eficaces en todas las cues­
tiones relativas al trabajo y la producción y garantizó que la legisla­
ción laboral peronista fuera observada por la patronal, un hecho
que explica la casi uniforme hostilidad de ésta a la misma. De ma­
nera similar, los delegados dieron a los trabajadores vínculos orgá­
nicos con sus sindicatos nacionales y la confederación del trabajo,
y fueron un medio de inculcar en ellos una identificación con los
gremios y un creciente interés en los asuntos sindicales. De este
modo, los beneficios de cooperar con el régimen eran muchos. Des­
pués de 1946, casi todos los sindicatos del país informaban que sus
miembros presionaban para que se afiliaran a la CGT reunificada y
aceptaran un lugar en las filas del movimiento obrero peronista.19
La oposición esporádica con que Perón se topó en lo sucesivo, la
más célebre de todas la de la áspera y vieja conducción socialista
del gremio de trabajadores ferroviarios, La Fraternidad, se limitó casi
completamente a su primera presidencia. La intransigencia de ese
sindicato, que fue quebrada en mayo de 1951 cuando su conduc­
ción socialista fue reemplazada por peronistas leales, fue excepcio­
nal durante la primera presidencia y habría sido impensable en la
segunda. Después de 1952, Perón estuvo en una posición inexpug­
nable con respecto al movimiento obrero organizado, y a pesar de
huelgas esporádicas en esos años, la peronización del movimiento
obrero se consumó plenamente. A medida que aumentaba la depen­
dencia de éste con respecto a Perón, lo mismo sucedía con la recí­
proca. La influencia obrera creció cuando la coalición peronista ori­
ginal se desintegró y los militares, la Iglesia Católica y los industria­
les, cada uno por motivos diferentes, se apartaron del régimen. El
movimiento obrero se convirtió cada vez más en la institución
sustentadora de Perón, y se confió más que nunca a los sindicatos
el trabajo de propaganda y las campañas de afiliación a la miríada
de organizaciones peronistas existentes. La participación directa de
los líderes sindicales en la política también se incrementó. Durante
su primera presidencia, Perón había desalentado la búsqueda de
30 El Cordobazo

cargos políticos por parte de los dirigentes obreros. En 1951, sin


embargo, con su bendición, numerosos sindicalistas fueron candi­
datos, tanto en el plano provincial como en el nacional. El Estado
peronista asumió cada vez más un carácter sindicalista, a medida
que los otros miembros de la alianza que había llevado a Perón al
poder se pasaban a la oposición.20
Obviamente, esto representó la consolidación de un movimiento
político que desde el principio había sido en gran medida improvi­
sado, Perón siempre había sabido que la base política de su régimen
era débil. Las lealtades de la Iglesia y los militares eran impredeci-
bles y provisionales y, de todos modos, tampoco podían proporcio­
nar una masa de partidarios similar a la del movimiento obrero.
Como la clase obrera era la base social del peronismo, era necesario
aliar más estrechamente ios intereses de ésta a los del Estado, in­
corporarla institucionalmente. Ello fue posible gracias a las gran­
des campañas de agremiación de la primera presidencia. Los
peronistas proclamaban la existencia de cinco millones de trabaja­
dores sindicalizados hacia 1951, aunque cálculos más creíbles
mostraban un incremento de la afiliación sindical de 434,814 en
1946 a 2.334.000 en 1951, lo que aun era destacable. Los incre­
mentos eran más notables en los sindicatos que iban a convertirse
en los baluartes de la otase frp»haiaHr>ra
íes lúe z . o u miembros en 1946 a 123.000 en 1951), los trabajado­
res estatales (de 41.471 a 472.000} y los metalúrgicos (de 5.992 a
120.000).21 La estructura jerárquica y altamente centralizada del
movimiento peronista, el verticalismo, tal como llegó a llamársela,
se vio facilitada por el fortalecimiento del principio de un sindicato
por industria ( “sindicatos de rama”), lo que permitió a Perón esta­
blecer una rígida cadena de mandos y desalentar el desarrollo de
movimientos disidentes dentro de la clase obrera. No obstante, el
auspicio del régimen al sindicalismo industrial, cualesquiera fue­
ran los abusos futuros del verticalismo, también hizo posible la
unidad del movimiento obrero y le aseguró una influencia en la vida
política nacional que en el pasado le había sido esquiva.
A pesar de todas sus contribuciones a la clase obrera organizada
y la sensación de autoridad y dignidad que inculcó en ella, en últi­
ma instancia el peronismo tenía prioridades profundamente con­
servadoras y en muchos aspectos finalmente abandonó al movimien­
to de los trabajadores. Al predicar la armonía de clases, procuró
consolidar el respaldo a un régimen político no dispuesto a quebrar
las relaciones de propiedad existentes y ni siquiera a llevar a cabo
una genuina reforma económica y por lo tanto a dirigir un cambio
social y político significativo en el país. La posición extraordinaria­
mente favorable y excepcional de la Argentina en el mercado mun­
Introducción 31

dial durante el período de la inmediata posguerra permitió que, por


corto tiempo. Perón realizara el hábil juego de manos con el que
parecía subvertir el orden establecido del país cuando, en realidad,
apoyaba gran parte de él. En este sentido, el peronismo tuvo un éxito
único en la puesta en práctica de ideas que habían Estado en boga
en los círculos conservadores e incluso fascistas de América Lati­
na desde la década de 1930. Fue significativo que los más grandes
imitadores de Perón en América Latina, el general Marcos Pérez
Jiménez en Venezuela y el general Carlos Ibáñez en Chile, fueran
ambos presidentes militares que obtuvieron su respaldo de la de­
recha.
En no pequeña medida, Perón tuvo éxito al aparentar ser más de
lo que realmente era, empleando el lenguaje del nacionalista belico­
so para convencer a los sectores de la sociedad argentina de cuyo
respaldo dependía, principalmente la clase obrera, de que el país
estaba en camino a la independencia económica y la justicia social.
Su régimen no cayó a causa del desencanto de la clase obrera con
él, sino por no lograr dar forma a un programa económico que se
ajustara a sus necesidades políticas. El mismo Perón se negó obsti­
nadamente a reconocer las realidades económicas internacional e
interna existentes y trató de obligar al mundo capitalista a vivir de
acuerdo con sus propios términos, de dejar que las bravatas y las
cantinelas resolvieran 1a aeomuau esLiuciuiau uci ptus. j-.ua
engreimientos del peronismo fueron su ruina, y el tardío reconoci­
miento de sus fracasos, tal como se expresó en el cambio de políti­
cas de la segunda presidencia, fue incapaz de enmendar pasados
errores. No obstante, el peronismo fue siempre mucho más grande
que el propio Perón, y el movimiento sobrevivió a proscripciones y
persecuciones precisamente porque se había enraizado en la histo­
ria vivida de la clase obrera argentinay porque expresó sus necesi­
dades como clase en un momento histórico determinado mejor que
cualquiera de los partidos de izquierda del país.
Perón cayó bajo el peso de sus propias contradicciones, lo mismo
que por las conspiraciones de la oligarquía, los militares, la Iglesia
y la oposición política. Los gobiernos militares y civiles que siguie­
ron a su derrocamiento en 1955 se movilizaron al principio para
fortalecer el papel tradicional del país como exportador agrícola, y
luego se inclinaron hacia una esperanza casi desesperada de que el
nuevo positivismo latinoamericano, el desarrollismo, sacaría al país
de sus cenagales social y político. La popularidad inicial de las ideas
desarrollistas fue amplia en la Argentina, y reflejó una preocupa­
ción profunda por el malestar económico de la nación, pero también
puso al descubierto la naturaleza conservadora de la sociedad ar­
gentina y su limitado espectro de opciones políticas. Las ideas de
32 El Cordobazo

Raúl Prebisch y los economistas de la Comisión Económica para


América Latina (CEPAL), comisión que influyó en el desarrollismo,
hicieron hincapié en la necesidad de economías capitalistas eficien­
tes y la industrialización para evitar el deterioro de los términos del
intercambio que afligía a las economías latinoamericanas. El Esta­
do debía trabajar para eliminar los cuellos de botella que obstacu­
lizaban la acumulación y la inversión, desempeñando tres funcio­
nes básicas; actuar como intermediario financiero entre las nacio­
nes desarrolladas acreedoras y los prestatarios locales; proveer un
mecanismo para llevar a cabo una redistribución del ingreso míni­
mo y con ello estimular la demanda; y servir como una fuente de
inversión pública.22
El programa desarrollista estableció en la Argentina ciertas prio­
ridades que representaban una ruptura con el Estado peronista,
comenzando asi un asalto a los intereses de las clases y grupos ali­
mentados por el régimen de Perón. Desde luego, cualquier buen
peronista podía estar de acuerdo con gran parte de la teoría desa­
rrollista, y el uso del Estado como herramienta para el desarrollo
según lincamientos capitalistas había sido durante mucho tiempo
parte del dogma peronista, si bien se había aplicado ineficazmente.
En la práctica real, las implicaciones de la teoría eran más inquie­
tantes. Los intereses que habían surgido durante los años peronis­
tas, específicamente los de la clase obrera pero también los de los
industriales más protegidos y no competitivos y en genera! los deí
sector público, eran amenazados por planes para atraer al capital
extranjero, reducir los subsidios estatales de todo tipo, anular los
aranceles proteccionistas e incrementar la productividad obrera.
Arturo Frondizi llegó al poder en 1958 con la promesa de poner fin
a la prohibición de la participación peronista en la vida política del
país; levantó las intervenciones sindicales y derogó las medidas que
agobiaban pesadamente al movimiento obrero, pero en última ins­
tancia el programa general del gobierno y los intereses de la clase
obrera, tal como se habían desarrollado bajo el peronismo, demos-
trarian ser inconciliables.
La influencia de las ideas de la CEPAL y la estrategia desarrollis­
ta para eliminar los legados del peronismo y modernizar la econo­
mía argentina impregnaron no sólo el gobierno de Frondizi (1958-
1962) sino también a casi todos los que lo siguieron. Como era ob­
vio que las elites no tenían la intención, y apenas la tenían las otras
clases, de socializar la propiedad privada o propugnar una política
económica anticapitalista— siendo la ausencia de partidos socialis­
tas y comunistas de poderío nacional uno de los signos distintivos
de la política argentina—, las ideas desarrollistas fueron inicialmente
recibidas con enorme simpatía en el país. A pesar de su resentimien­
Introducción 33

to por la permanente proscripción política del movimiento peronis­


ta, incluso los sindicatos fueron al principio renuentes a criticar tal
política o a recurrir a argumentos de autarquía económica, que el
propio Perón había abandonado en los años finales de su régimen.
El área en que se produjo el mayor cambio político fue la de la
inversión extranjera. El capital extranjero, en especial estadouni­
dense, entró arrasando en el sector manufacturero con el mismo
entusiasmo con que los británicos habían intervenido anteriormen­
te en las actividades de transporte, bancaria y de seguros. Hacia
1969, las inversiones estadounidenses en la industria argentina
ascendían a 789 millones de dólares, de un total de inversiones
extranjeras de aproximadamente 2,000 millones en la actividad
manufacturera. Esto significaba que el aporte estadounidense a la
industria argentina se había triplicado en menos de 15 años, a par­
tir de los 230 millones de dólares invertidos en 1955.23 Las mayores
inversiones extranjeras se produjeron en las industrias de capital
intensivo, más particularmente en la fabricación de automóviles y
material de transporte, mientras las industrias livianas tradiciona­
les permanecían en manos argentinas. El crecimiento industrial
superó los modestos logros de la década peronista y puso a la Ar ­
gentina en un pie de igualdad con las otras principales economías
industriales de América Latina. Sólo en la industria automotriz, la
producción trepó de un total de 13.901 vehículos fabricados entre
1951 y 1955 a una producción anual de 136.188 ya en 1961.24
La abrupta incorporación de ía Argentina a la era del capitalis­
mo multinacional puso en tensión al país que había creado Perón.
El proyecto desarrollista de Frondizi se centró en una obsesión casi
personal por eliminar los obstáculos al desarrollo capitalista deja­
dos por Perón. La devaluación del peso establecida por su gobier­
no, los grandes cortes en el gasto público, incluyendo la elimina­
ción de todos los controles de precios y subsidios, el abandono de
lincamientos salariales rígidos y otras medidas apuntaron a ata­
car los restos del Estado peronista y a restaurar la reputación del
país entre los acreedores extranjeros. Frondizi y su asesor Rogelio
Frigerio procuraron escapar a las bases agrarias de la economía
argentina mediante el diseño de un programa económico en el cual
algunas industrias claves, con el apoyo del capital extranjero, se­
rían abiertamente estimuladas. En este aspecto, la industria au­
tomotriz füe particularmente estimada por su presunta aptitud
para establecer “afinidades” industriales. Entre sus beneficios es­
perados se contaban la creación de una vigorosa industria side­
rúrgica, el crecimiento de la industria autopartista y una mayor
producción de petróleo, asi como su presunta capacidad para de­
sarrollar la experiencia gerencial asociada con una economía in~
34 E l Cordobazo

dustrial moderna.25A decir verdad, todos los gobiernos del período


consideraron a la automotriz como la industria clave en la transi­
ción de la Argentina hacia una economía industrial moderna. Entre
1958 y 1969, el 20% de la inversión extranjera aprobada por el go­
bierno argentino se destinó a la producción automotriz, y en 1970
la industria efectuaba el 37% de los pagos de regalías de la indus­
tria argentina correspondientes a la tecnología extranjera, habitual­
mente en la forma de acuerdos de licénciamiento.26
Sin embargo, el programa desarrollista no produjo los resultados
esperados, y se estancó gravemente a principios de la década de
1960. Las ganancias de las exportaciones agrícolas y las inversio­
nes extranjeras no habían podido mantenerse a la par con las cre­
cientes importaciones de bienes de capital, creando con ello graves
problemas en la balanza de pagos, lo que provocó que Frondizi acu­
diera al financiamiento exterior. Los problemas económicos del go­
bierno pronto ahuyentaron a los bancos extranjeros, lo mismo que
la insinuación de incertidumbre política que siguió a las inespera­
das victorias peronistas en las elecciones de 1962. A medida que se
aproximaba la fecha de reembolso de los préstamos originales, la
mayoría de los cuales habían sido de corto plazo — cinco años— , el
programa desarrollista perdía vigor; a esto le siguieron una recesión
y la caída del gobierno de Frondizi. No obstante, el programa de éste
había comprometido al país con cierto tipo de desarrollo, con una
visión concreta del papel de la Argentina en el orden capitalista de
posguerra. En lo sucesivo, todos los gobiernos civiles y militares,
incluso los efímeros y desafortunados intentos del gobierno radical
de Arturo Illia (1963-1966) por revivir algunas de las consignas
nacionalistas de Perón, aceptarían ciertos supuestos desarroílistas
acerca de la política económica, el papel del Estado y una visión
global del lugar de la Argentina en la economía mundial.
Con posterioridad a la caída del gobierno de Illia a causa de un
golpe militar en 1966, la Argentina ingresó en un período excepcio­
nalmente tempestuoso de su historia. Los gobiernos militares que
rigieron en el país desde 1966 hasta comienzos de 1973 procuraron
profundizar la estrategia desarrollista, pero sólo se las arreglaron
para precipitar una polarización aún más honda de la sociedad,
polarización que también fue el producto de complejos cambios en
la vida intelectual y la cultura política que habían germinado en la
Argentina desde la caída de Perón. Estas nuevas fuerzas dieron ori­
gen a una oposición ideológica y política que amenazó ir más allá
del reformismo y el extremismo retórico. Los gobiernos peronistas
que llegaron al poder entre 1973 y 1976 se enfrentaron al legado de
estos cambios cuando el país exhibía todos los signos de un pasaje
ineluctable hacia un prolongado período de violencia civil, si no a la
¿producción 35

guerra civil misma. En medio de los levantamientos de fines de la


década de 1960 y comienzos de la de 1970, el movimiento obrero
organizado y los militares fueron las instituciones que determina­
ron el curso de la vida política nacional. Con la proscripción de los
partidos políticos entre 1966 y 1972, el movimiento obrero organi­
zado siguió desempeñando el papel dual de interlocutor institucional
de clase con el Estado y también con el empresariado, como voz del
proscripto partido peronista. La política del movimiento obrero des­
de 1955 había sido algo más que la de la clase obrera exclusivamen­
te: la de la sociedad en su conjunto, en la medida en que la oposi­
ción a los regímenes y a las políticas gubernamentales se expresó
con más eficacia en el movimiento obrero que en cualquier otra ins­
titución del país. Con el comienzo del gobierno militar en 1966, la
política interna del movimiento obrero, así como sus relaciones con
la sociedad civil, se convirtieron tal vez en los elementos más deci­
sivos de la vida política nacional.
El papel de la conducción obrera en la política nacional conti­
nuó después de 1966, pero luego de ese año también reflejó más
profundamente las divisiones de la sociedad. Tanto el apoyo como
la oposición a los programas y políticas de los gobiernos del período
tuvieron su base institucional más fuerte en la clase obrera. La
oposición de otras clases y grupos siguió siendo dispersa y contra­
dictoria, y en los otros poderes corporativos de la sociedad argenti­
na, la Iglesia y los militares, no logró transformarse en algo más que
ruidos sordos de menor importancia dentro de las filas. Aunque los
militares estaban divididos ideológicamente entre liberales y
nacionalistas, y en la práctica en rivalidades por el poder y la in­
fluencia, como institución gobernante y principal arquitecto de los
programas económicos del país después de 1966 fueron en general
hostiles a las soluciones reformistas o revolucionarias. La Iglesia
podría haber ofrecido algún apoyo institucional a los descontentos
con los gobiernos militares del período, pero su ruptura histórica
con el peronismo durante la primera presidencia de Perón, así como
un conservadorismo innato producto de su propia historia, frustra­
ron todo alineamiento político, como no fuera el respaldo a las fuerzas
del orden y la estabilidad. Dentro de la Iglesia surgirían corrientes
disidentes, pero como institución ésta se mantuvo como leal defen­
sora del orden establecido y el statu quo.
Así, una parte importante de la historia política del pais entre
1966 y 1976 se jugó dentro del movimiento obrero y en la relación
de esta clase con el resto de la sociedad civil. Después de la toma del
poder por el general Juan Carlos Onganía en 1966, sectores del mo­
vimiento obrero organizado se convirtieron alternativamente en de­
fensores del régimen, blancos de los programas de modernización
36 Z^rdobazo

gubernamental y fuentes de su oposición más eficaz. De manera


similar, después de 1973 los sindicatos fueron tanto partidarios
como los principales adversarios de los gobiernos peronistas, en la
medida en que surgieron corrientes disidentes que desafiaron la
hegemonía peronista sobre las lealtades de la clase obrera y en es­
pecial su manejo cotidiano de los asuntos gremiales.
Los años de violencia y disenso desde 1966 a 1976 — cuando
hubo fuertes corrientes revolucionarlas en acción bajo la superficie,
que nunca llegaron a dominar pero siempre influyeron en el clima
político— tuvieron tal vez su representación más reveladora en el
movimiento obrero. Los acontecimientos tuvieron su epicentro en
Córdoba, pronta a convertirse en la segunda ciudad industrial de la
Argentina. La división del movimiento obrero organizado que se hizo
evidente inmediatamente después del golpe de Onganía, entre los
caciques gremiales de la vieja guardia peronista y los más militan­
tes sindicatos cordobeses, y la subsiguiente confrontación entre el
movimiento obrero peronista y los movimientos clasistas, algunos
de cuyos partidarios se identificaban abiertamente con programas
revolucionarios y anticapitalistas, tipificaron las luchas que se es­
taban produciendo en otros niveles de la sociedad argentina, A fines
de la década de 1960, la Argentina ingresó en una era de política
revolucionaria, y dada la configuración de su estructura de clases y
el poder del movimiento obrero organizado en la ciudad, era natural
que Córdoba desempeñara un papel decisivo. Obviamente, el movi­
miento obrero organizado no fue el único actor institucional del
período, y la historia de la clase trabajadora según se expresa en el
movimiento obrero es inseparable de su interacción con las otras
clases e instituciones del país* No obstante, la polarización de la vida
política en Córdoba fue más aguda, las luchas más elocuentes y
probablemente más significativas para el historiador, y su resulta­
do, ciertamente, más claro.27
Los sucesos de esos diez años serían particularmente trascen­
dentales para Agustín Tosco. En 1955, sin embargo, cuando termi­
nó su primer período como delegado gremial, lo que más le interesa­
ba era la discusión de otras políticas y otras revoluciones. La caída
de Perón en septiembre lo llenó de aprensión, lo mismo que a los
trabajadores de toda la ciudad, en la medida en que esperaban una
reacción contra el movimiento obrero que había apoyado al régimen
peronista.
La vida en la antiguamente soporífera Córdoba se vio pronto per­
turbada por la súbita aparición de extranjeros que hablaban en in­
glés e italiano: los consultores, ingenieros y gerentes de las plantas
de Kaiser y Fiat que estaban en construcción en las afueras de la
ciudad. Los años de regateos entre Perón y los fabricantes extranje­
Introducción 37

ros de automotores finalmente habían producido resultados en 1954


y 1955, y Fiat y la empresa americana Kaiser-Frazier Automobile
Company habían convenido invertir en la Argentina. De la noche a
la mañana, Córdoba se convirtió en el asiento de la nueva industria
automotriz del país. Hacia fines del año, comenzó a llegar la maqui­
naria; empezaban a contratarse trabajadores y Kaiser consideraba
potenciales licenciatarios, entre ellos Renault, a fin de que le pro­
porcionaran modelos adicionales para la limitada línea de autos de
la empresa. Pero el pleno significado de todos estos cambios, sin
embargo, no era visible para Tosco. Más reales le resultaban su em­
pleo en la empresa local de energía eléctrica, sus responsabilidades
en el sindicato y las penurias y los placeres cotidianos de la vida en
la ciudad a la cual había apostado su futuro más de diez años an­
tes.

NOTAS

1Norbert MacDonald, “Henry J. Kaiser and the Establishment of an


Automobile índustry in Argentina”, Business History, vol. 30, n° 3 (Julio de
1988), pp. 329-345; Stephen Meyer, “The Persistence of Fordism: Workers
and Technology ín the American Automobile Industry, 1900-1960”, en Nelson
Lichtenstein y Stephen Meyer, comps., On the Ltne: Essays in the History of
Auto Work (Urbana y Chicago: Universiiy of Illinois Press, 1989), p. 91.
2Anthony Rhodes, Louis Renault: A Biography (Nueva York: Harcourt
Brace, 1969), pp. 174-202.
3Palmiro Togliatti, Lectures on Fascism (Nueva York: International
Publishers, 1976), pp. 59-86; Luisa Passerini, Fascismpnd Popular Memory:
The Cultural Experience of the Turín Working Class (Cambridge: Cambridge
Universiiy Press, 1988), pp. 129-149.
4Emilio Pugno y Sergio Garavini, Gli anni duri alia Fiat: La resistema
sindícale e la ripresa (Turín: Giulio Einaudi Editore, 1974), pp. 5-14; Gio-
vanni Contini, "The Rise and Fall of Shop Floor Bargainíng at Fiat, 1945-
80”, en Stephen Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., The Automobile
Industry and íts Workers (Cambridge: Polity Press, 1986), pp. 144-146.
5Por ejemplo, la fábrica de aviones de Córdoba, administrada por los
militares, suscribió muchos acuerdos de licencias para fabricar aviones de
modelo alemán, y al parecer la presencia de consejeros industriales alema­
nes no era insólita en las fábricas de armamento cordobesas durante la
década del treinta. Informes Militares de los Estados Unidos desde la Ar­
gentina, 1918-41. Lamont Libraiy, Harvard University: Informe n° 5812,
“Current Events, May”, 31 de mayo de 1938; n° 5867, “Miliiary Avíation-
General: Germán Company Offers to Operate Córdoba Army Factory", de
Lester Baker, agregado militar, Embajada de los Estados Unidos, Buenos
El Cordobazo

Aires. 29 de agosto de 1938; n° 2048-195, '‘Comments on Current Events",


de M. A. Devine, Jr., agregado militar, Embajada de los Estados Unidos,
Buenos Aires, 16 de octubre de 1939.
s Carlos F. Díaz Alejandro, Essays on the Economic History of the
Argentine Republic {New Haven, Conn.: Yale University Press, 1970), pp.
166, 256-262 [Ensayos sobre la historia económica argentina, Buenos Ai­
res: Amorrortu Editores, 1975|; PeterWaldmann, El peronismo, 1943-1955
(Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1981), pp. 193-200.
7Departamento de Estado de los Estados Unidos, Correspondencia Re­
lacionada con los Asuntos Internos dé la Argentina, Embajada de los Esta­
dos Unidos en Buenos Aires, "Wíth Reference to the Plans of the Argentine
Government for Industrial Projects and for Increased Industrialization of
the Country”, carta del embajador George S. Messersmith a Wiliiam L. Clay-
ton, subsecretario de Estado de Asuntos Económicos, 835.60/8-2146, 21
de agosto de 1946.
8Wiliiam C. Smith, Authoritarianism and the Crisis of the Argentine
PoliticalÉconomy (Stanford, Calif.: S tan ford University Press, 1989), pp- 26-
30; Paul H. Lewis, The Crisis of Argentine Capitalism (Chapel Hill: The Uni­
versity of North Carolina Press, 1990), pp. 184-188.
9Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, 1943*
1973, vol. 2 (Buenos Aires: Emecé Editores, 1978), p. 81.
10Díaz Alejandro, Essays on the Economic History o f the Argentine
Republic, pp. 166, 256-262.
11Eduardo F. Jorge, Industria y concentración económica (Buenos Aires:
Siglo XXI, 1970); Jorge Niosi, Los empresarios y elEstado argentino (1955-1969)
(Buenos Aires: Siglo XXI, 1974); Jorge Schvarzer, Empresarios del pasado; la
Unión Industrial Argentina (Buenos Aires: CÍSEA/Imago Mundi, 1991).
12María Beatriz Nofal, Absentee Entrepreneurship and the Dynamics of
the Motor Vehicle Industry in Argentina (Nueva York: Praeger Publíshers,
1989). pp. 14-16.
13David Rock, "The Survival and Restoration of Peronism", en David
Rock, comp., Argentina in the Twentieth Century (Pittsburgh: University of
Pittsburgh Press, 1975), p. 187.
14Rock, “The Survival and Restoration of Peronism", p. 191.
15Daniel James, Resistcmce and Integratton: Peronism and the Argentine
Working Class, 1946-1976 (Cambridge: Cambridge University Press, 1989).
[Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina,
1946-1976, Buenos Aires: Sudamericana, 1990). El capítulo introductorio
de James, y particularmente su discusión sobre la generalización del con­
cepto de ciudadanía por parte del peronismo, es la descripción más percep­
tiva de los apuntalamientos culturales de este complejo movimiento.
16Alberto Ciria, Política y cultura popular: la Argentina peronista, 1946-
55 (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1983), pp. 273-318.
i7Hiroshi Matushita, El mouimiento obrero argentino, 1930-1945: sus
proyecciones en los orígenes del peronismo (Buenos Aires: Siglo XXÍ, 1983).
Éste es sólo uno de una serie de estudios que plantean el hoy ampliamente
aceptado argumento de la existencia de ciertas afinidades entre las políti­
cas laborales de Perón y las de los gobiernos de las décadas de 1930 y 1940.
Introducción 39

No obstante, la estrategia de cooptación de los gobiernos anteriores, la vo­


luntad de negociar y comprometerse con el movimiento obrero, especial­
mente con los sindicatos claves y estratégicos, carecieron de la profundi­
dad de las reformas de Perón, que indudablemente tuvieron el efecto de
fortalecer las instituciones del movimiento obrero y establecer vínculos or­
gánicos entre el Estado y los sindicatos. Colectivamente, las políticas de
Perón representan un cambio significativo en la historia del movimiento
obrero organizado de la Argentina,
16 Walter Little, "La organización obrera y el Estado peronista”. Desarro­
llo Económico, vol. 19, n° 75 (octubre-diciembre de 1979), pp. 338-339.
19Louise Doyon, “La organización del movimiento sindical peronista”,
Desarrollo Económico, vol. 24, n° 94 (julio-septiembre de 1984), pp. 210-
212. Por la misma razón, fue la degradación de la organización de delega­
dos peronistas en los años sesenta lo que fomentó los movimientos clasis­
tas y las rebeliones de base de los setenta.
20WaIdmann, El peronismo, 1943-1955, pp. 149-178.
21 Little, “La organización obrera y el Estado peronista”, p. 370.
22Clarence Zuvekas, “Argéntiñe Economic Policy, 1958-62: The Frondizi
Govemment’s Development Plan*’, Inter-American Economic Affairs, vol. 22.
n° 1 (1968), pp. 45-75.
23 Gary Wynia, Argentina in the Postwar Era (Albuquerque: University of
New México Press, 1978), pp. 209-210.
24Nofal, Absentee Entrepreneurship and the Dynamics ofthe Motor Vehicle
Industry in Argentina, pp. 16-30.
25Zuvekas, “Argentme Economic Policy, 1958-62”, pp. 45-75; Nofal,
Absentee Entrepeneurship and the Dynamics of the Motor Vehicle Industry
in Argentina, pp. 18-34.
26Rhys Owen Jenkíns, Dependent Industrialization in Latín America: The
Automobile Industry in Argentina, Chile and México (Nueva York: Praeger
Publishers, 1977), p. 10.
27Un distinguido historiador estadounidense del trabajo, David Brody,
señaló que los sindicatos y el sindicalismo sólo abarcaron una parte relati­
vamente pequeña dé la experiencia de la clase obrera estadounidense; que
las influencias de la etnicldad, el género, la religión, la familia y ia comuni­
dad, entre otras, han sido al menos tan importantes para los trabajadores
como sus sindicatos. Si bien es probable que esto pueda decirse de la his­
toria de cualquier clase obrera, tal vez haya sido menos cierto en la clase
obrera argentina de esos años. El peronismo creó una cultura obrera que
echó por tierra toda diferencia étnica y religiosa — en la Argentina nunca
tan fuertes como en muchos otros países— que anteriormente hubiera divi­
dido a los trabajadores. De manera similar, en éste país las mujeres nunca
representaron un porcentaje de la clase obrera tan grande como en los
Estados Unidos, y esto fue especialmente cierto en la era de la industria
pesada posterior a 1955. La comunidad obrera, incluso en las nuevas ciu­
dades industriales del interior, también era más débil. Yo sostengo que si
los sindicatos y el lugar de trabajo no fueron el universo exclusivo de la
experiencia de la clase obrera argentina y específicamente de la cordobesa,
sí constituyeron, no obstante, sus influencias más importantes.
Primera parte

CÓRDOBA

A sí como los trabajadores se form an en una fábrica — ordenándo­


se de acuerdo con la producción de un objeto determinado que une y
organiza a trabajadores del metal y la madera, albañiles, electricis­
tas, etc.—, del mismo modo en la ciudad se form a la clase proletaria
de acuerdo con la industria predominante, que a través de su exis­
tencia ordena y gobierna todo el complejo urbano.

Antonio Gramsci, Programa de L ’Ordine Nuovo


i
1

I
1. Industria, sociedad y clase

La a menudo citada caracterización de Domingo Faustino Sar­


miento acerca de la paradoja de la historia argentina, del conflicto
entre civilización y barbarie, el puerto y las provincias, no fue un
retrato meramente literario del antagonismo entre Buenos Aires y el
resto del país. La naturaleza despareja del desarrollo capitalista de
la Argentina había implicado el monopolio del comercio, los nego­
cios y la cultura por parte de Buenos Aires y establecido una grieta
histórica entre la ciudad y el hinterland, o el interior, como solían
llamarlo los argentinos. Algunas provincias fueron más afortuna­
das que otras en esta división de la riqueza y el poder. Entre ellas,
Córdoba, con sus ricas tierras agrícolas del sur, se las arregló para
obtener una parte de los mercados de exportación e imitar algunos
de los cambios que, a fines del siglo XIX, transformaban a la pro­
vincia de Buenos Aires y en especial a la ciudad portuaria en el
centro económico del Atlántico Sur. La capital provincial de Cór­
doba, afarnada por su catedral, su universidad y su severa mora­
lidad hispánica, una ciudad de abogados eruditos y amantes de la
retórica, eclesiásticos censores y orgullosos catedráticos universi­
tarios, todos salidos de las antiguas familias aristocráticas y es­
trechamente entrelazados por vínculos de sangre y parentesco en
lo que la más mundana elite porteño, calificaba un poco despecti­
vamente como "aristocracia doctoral”, cambió a regañadientes su
ambiente medieval por las maneras cosmopolitas aportadas por la
prosperidad.
Así como Buenos Aires había atraído a inmigrantes, del mismo
modo la riqueza agrícola de Córdoba atrajo a campesinos y trabaja­
dores de la Europa del Mediterráneo, algunos de los cuales abando­
naron la más dura vida de campo y encontraron trabajo en el co­
mercio y la industria de la ciudad. Si bien en 1914 aún era un cen­
tro urbano de tamaño medio, con aproximadamente 135.000 habi­
tantes, sus talleres e industrias, en especial la cervecería Anglo-
Argentina y la fábrica de zapatos de Farga Hermanos, habían crea­
do una clase obrera que se estimaba en 11.708 personas hacia el
44 El Cordobazo

comienzo de la Primera Guerra Mundial.1También igual que en


Buenos Aires, en ese momento el mayor desafío al gobierno de la
elite provenía no de los trabajadores sino de los agricultores flore­
cientes y en especial de la clase media urbana. Su asalto al símbolo
del privilegio y la exclusividad de la elite en Córdoba, la universidad,
culminó en el movimiento de !a Reforma Universitaria de 1918. Los
comités de la Unión Cívica Radical en los cuales se congregaban
también fueron, en su momento, centros sediciosos que expresa­
ban los resentimientos de los excluidos y humillados de la sociedad
cordobesa. Como las elites porteños, la aristocracia cordobesa res­
pondió al reto de la clase media mediante la adaptación más que
por la represión. Las elites se aliaron con los partidarios de Marcelo
T. de Alvear, líder del ala patricia y alvearísta de la Unión Cívica
Radical, los azules, contra el sector yrigoyenísíu local, los rojos. Se
reclutó gente de talento político y los resentimientos de clase fueron
aplacados permitiendo que se incorporara sangre nueva a las viejas
familias. La aristocracia cordobesa abandonó algunas de sus tradi­
cionales lealtades familiares y reconoció la idoneidad para el matri­
monio de hombres de clase media capaces y con grados universita­
rios, siempre y cuando la educación universitaria del aspirante se
completara con la evidencia de piadosos sentimientos católicos y no
estuviera manchada por ninguna asociación anarquista o socialista
de sus días de estudiante.2
La historia de Córdoba, con las mutaciones determinadas por el
carácter especial de su sociedad, reflejó así muchos de los cambios
producidos en Buenos Aires durante el medio siglo de gobierno libe­
ral (1880-1929). Sólo hacia fines de ese período se introdujo un ele­
mento que se apartaba del ejemplo de Buenos Aires. En 1927, el
gobierno radical de Alvear, respondiendo a presiones militares, con­
cedió fondos nacionales para el establecimiento de una fábrica de
aviones en Córdoba. La decisión de ubicarla allí había sido sencilla­
mente una devolución de favores para los aliados políticos de Alvear
en la provincia, pero su determinación casual tendría inmensas im­
plicaciones para el futuro de la ciudad. Hacia 1929, la fábrica era
uno de los mayores emprendimientos industriales del país, emplean­
do unos 600 trabajadores, si bien tenía una precaria existencia y
sufría suspensiones periódicas de la producción debido a la mez­
quindad del gobierno con los fondos nacionales necesarios para
mantenerla en funcionamiento.3 La fábrica de aviones, que pronto
construiría aeroplanos Focke-Wulff y planeadores Rhoen-Bussard
alemanes, era la primera experiencia en el país de producción ma­
siva de flujo continuo en las industrias mecánicas. Hacia 1932 era
un complejo industrial de gran tamaño, con una superficie de 65
hectáreas en las que se levantaban 23 edificios y procesos de pro­
Industria, sociedad y clase 45

ducción que utilizaban maquinarias especializadas y laboratorios


de pruebas modernos.4
La fábrica de aviones sentó un precedente para el establecimien­
to de otras fábricas de armamentos y municiones en la provincia.
En la década de 1930 se construyeron otras plantas militares como
la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos en Villa María, la Fábrica
de Armas Portátiles en San Francisco y una de municiones para
artillería en Río Tercero. Estas fábricas de armamentos y municio­
nes sentaron las bases de la experiencia técnica de la región y crea­
ron en los militares un interés consumado por asegurar la viabili­
dad permanente de Córdoba como centro industrial de las indus­
trias mecánicas, al mismo tiempo que los planificadores industria­
les castrenses esperaban que sus fábricas se beneficiaran como
proveedoras y compradoras de otras plantas de la ciudad. La inter­
vención estatal y el apoyo gubernamental acompañaron a la indus­
trialización de Córdoba desde el principio. La fábrica de municiones
de Río Tercero debió su establecimiento a la existencia de electrici­
dad barata provista por la cercana represa de Río Tercero, por en­
tonces el mayor emprendimiento hidroeléctrico de Sudamérica.5La
represa fue sólo uno de los muchos proyectos de obras públicas
iniciados por el gobernador Amadeo Sabattini (1934-1940). Éste,
hijo de inmigrantes italianos, reanimó la aparentemente moribun­
da tradición yrigoyenista de la Unión Cívica Radical y forjó una efi­
caz organización partidaria local con un programa vagamente na­
cionalista, reñido con la filosofía y las políticas de los gobiernos con­
servadores de la década del treinta. La depresión en el campo cor­
dobés fue más grave que la enfrentada por los estancieros de Bue­
nos Aires que apoyaban la restauración conservadora, y el
sabattinismo impulsó un papel más activo del Estado en la promo­
ción de la recuperación económica.6
Entre las medidas adoptadas durante los años de la gobernación
de Sabattini se encontraban una serie de proyectos de obras públi­
cas que permitieron que Córdoba llevara a cabo el sistema más
amplio de construcción de caminos, desarrollo hidroeléctrico e in­
dustrialización liviana de todo el interior del país. El éxito de los
programas de Sabattini no siempre estuvo a la altura de lo ambicio­
nado, pero los resultados fueron un paso significativo hacia el pos­
terior desarrollo industrial de Córdoba. Los programas de construc­
ción de caminos, por ejemplo, fueron inmensamente exitosos, y las
cuadrillas camineras puestas a trabajar a lo largo y lo ancho de la
provincia dieron a Córdoba una de las más extensas redes camine­
ras provinciales del país. Los programas de indústrialización tuvie­
ron resultados menos espectaculares pero todavía dignos de respe­
to, y las industrias textil, cementera y armamentística, en especial,
46 El Corciobazo

exhibieron un crecimiento destacable. La cantidad de establecimien­


tos industriales de la provincia en su conjunto aumentó de 2.839
en 1935 a 5.319 en 1940, y la clase obrera industrial creció de
20.189 a 37.649 miembros.7
Si bien Córdoba conservó su carácter agrario y la participación
provincial en la producción industrial representaba una modesta
fracción de los 43.613 establecimientos existentes en la nación en
1940, dado el estado deprimido de su campo los resultados de los
programas industriales fueron significativos. Los más importantes
fueron sin duda los proyectos hidroeléctricos de Sabattini. Los di­
ques y represas construidos en la sierra cordobesa en la década de
1930 aseguraron que la generación de energía eléctrica, al menos
en el futuro inmediato, iría al mismo paso que las necesidades in­
dustriales. El establecimiento de tarifas reducidas para la industria
fue uno de los motivos principales del crecimiento industrial de
Córdoba durante los años de Sabattini y ulteriormente. Más tarde,
las ásperas y continuas discusiones de Perón con las empresas de
energía eléctrica impulsarían su nacionalización gradual en las dé­
cadas de 1940 y 1950, y la industria energética cordobesa sería una
de las más afectadas. En 1946, la provincia asumiría el control de
toda la generación de energía eléctrica y creada la EPEC (Empresa
Pública de Energía de Córdoba), donde Agustín Tosco encontraría
trabajo en 1948.
Así, la Córdoba que Tosco descubrió a su llegada en 1944 era
algo intermedio entre la pequeña ciudad comercial y burocrática que
había sido durante la década del treinta y el gran centro industrial
en que se convertiría en la del cincuenta. El crecimiento industrial
de esta última década sería una herencia de los proyectos de obras
públicas de Sabattini y también de las políticas peronistas.

Córdoba fue una excepción en la ineficacia general de los progra­


mas, industriales peronistas, debida no tanto a la planificación de
Perón como a las intensas presiones militares, que éste no podía ig­
norar. Su ministro de Aeronáutica, el general de brigada Ignacio San
Martín, se desempeñó como vocero de los intereses castrenses en la
provincia y se las arregló para convencer a Perón de que aumentara
la inversión estatal en las fábricas militares de las afueras de la ciu­
dad. En 1951, el gobierno creó la Fábrica de Motores y Automotores,
que construiría los motores que antes se importaban y ensamblaban
en las fábricas de aviones. Un año más tarde, el gobierno justicialista
acordó fusionar las fábricas de Córdoba y crear un gran complejo
industrial militar, las Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Esta­
do, IAME, rebautizadas como Dirección Nacional de Fabricaciones e
Industria, sociedad y clase 47

Investigaciones Aeronáuticas (DINFÍA) en 1957, y por último simple­


mente como Industrias Mecánicas del Estado (íME). lo que convirtió
a Córdoba en el primer centro industrial del interior, dando fin a su
reputación como provincia preponderantemente agraria y a su de­
pendencia de las exportaciones agrícolas para su sostenimiento eco­
nómico. Las fábricas mecánicas del complejo LAME transformaron
profundamente la cultura industrial local, introduciendo nuevas tec­
nologías y procesos laborales y las prácticas gerenciales modernas de
la producción fabril. Sus efectos en el mercado laboral e incluso en el
tradicionalismo y el conservadorismo social notoriamente obstinados
de Córdoba fueron también considerables. Las nuevas industrias
afirmaron la demanda de ingenieros capacitados, lo que a su vez
impulsó una reforma de la venerable y ligeramente desactualizada
educación clásica de sus universidades y la mejora de sus departa­
mentos de Ingeniería.8 De manera reveladora, en la década de 1950
el ingeniero se convertiría en una figura de prestigio en la ciudad, en
competencia con los profesionales liberales del derecho y la medicina
como paradigma de la respetabilidad y los logros de las clases media
y alta.
Las operaciones de LAME se concentraron en el complejo indus­
trial de las afueras, pero los militares tenían fábricas y talleres dise­
minados por toda la ciudad y sus alrededores. Uno de sus
emprendimientos, por ejemplo, era una fábrica de tractores en
Ferreyra, un barrio escasamente poblado en el rincón sudeste de la
ciudad, en el que aún pastaban las vacas (véase Figura 1). La fábri­
ca de Ferreyra se erigiría más adelante en uno de los centros de la
industria automotriz cordobesa, pero a principios de la década de
1950 era sólo uno de los aproximadamente 55 establecimientos
industriales de IAME, que en conjunto empleaban a 10.000 traba­
jadores.9El mayor ámbito de producción de IAME y la principal fuen­
te de empleo fabril de la ciudad seguía siendo el parque industrial
del rincón sudoeste, donde se concentraban casi 9.000 trabajado­
res y un personal administrativo de varios cientos de personas. En
la época del derrocamiento de Perón en 1955, las fábricas de LAME
producían una amplia gama de vehículos de transporte: aviones
comerciales y militares, el auto Graciela —apodado el Justicialista,
apenas se lo producía y sus ventas eran escasas, pero era impor­
tante por su valor simbólico— , jeeps y camiones para el ejército y la
motocicleta Puma. Hacia mediados de los años cincuenta, Córdoba
era el segundo mayor productor de motocicletas del mundo, des­
pués de Milán, y las calles de la ciudad hervían con las zumbantes
Pumas construidas en las fábricas de IAME, hasta que el boom auto­
movilístico de fines de la década hizo accesibles a la clase media, y
por corto tiempo a la clase obrera, los autos producidos interna-
48 El Cordobazo

mente. Dentro del complejo ÍAM B existía u na escuela técnica con


personal y administración militar p ara capacitar a los trabajadores
requeridos en las tareas m ás especializadas de las plantas. Para los
gerentes militares de las plantas de ÍAME, las fábricas eran una
extensión de los cuarteles, y la estricta disciplina militar que siem ­
pre h a b ía caracterizado los emprendimientos del complejo continuó
a lo largo de los años de gobierno peronista. La sindicalización esta­
b a prohibida, la autoridad de la dirección sobre la base era absoluta
y las fábricas de IAM E cobraron reputación como u n a de las pocas
ind ustrias m odernas y eficientes del país, aunque en la clase obrera
local se las conocía por la dureza con que trataban a su m ano de
o b r a .10

Transporte Automotor)
5 Gráficos
6 UTA {Unión Tranviarios Automotor}
7 Petroleros Privados
8 UOM (Unión Obrera Metalúrgica)
9 ATE {Asociación ele Trabajadores de! Estado)

Figura 2. La ciudad de Córdoba.


Industria, sociedad y clase 49

IAME tuvo muchos efectos sobre el ulterior desarrollo económico


de Córdoba. En primer lugar, fortaleció la consideración de ésta
como un ámbito atractivo para las inversiones industriales, que en
algunas áreas podía competir exitosamente con Buenos Aires. El
desarrollo de una experiencia local en ingeniería y del núcleo de
trabajadores calificados necesarios para las fábricas mecánicas de
ñujo continuo explicaba parte de esta atracción; lo mismo el papel
preponderante desempeñado por los militares en la industrializa­
ción de la ciudad. La formación de una mano de obra experimenta­
da, sometida a los rigores de la disciplina castrense y renombrada
por su docilidad, fue un gran aliciente para las empresas que de­
seaban evitar las disputas laborales y los problemas personales que
habían llegado a asociar con la Argentina de Perón. Contribuyó
además al desarrollo industrial la experiencia que los líderes políti­
cos cordobeses habían obtenido en lo que podría llamarse la políti­
ca de industrialización. Los funcionarios gubernamentales apren­
dieron el valor del fomento y la promoción industrial, y a seducir a
los inversores a través de reducciones impositivas, subsidios y la
aplicación flexible de los códigos laborales. Aportaron beneficios, en
especial los proyectos de energía eléctrica de Sabattini, dado que
Córdoba pudo atraer la inversión industrial mediante la reducción
de tarifas posible por el amplio desarrollo de la energía hidroeléctri­
ca. La electricidad barata había sido uno de los principales argu­
mentos del general Ignacio San Martín para convencer a Perón de
que estableciera la Fábrica de Motores y Automotores, y la impor­
tancia de la energía eléctrica perduró durante la expansión de IAME
y la era de las inversiones multinacionales en las industrias mecá­
nicas. En una investigación hecha en 1964 sobre los 32 principales
establecimientos industriales de la provincia, la gran mayoría de los
cuales estaban ubicados en la capital, casi todos señalaron la dis­
ponibilidad de energía eléctrica barata como el motivo central de la
instalación de sus plantas en Córdoba antes que en otras provin­
cias o incluso en Buenos Aires.11
La energía eléctrica demostró ser la partera de la industrializa­
ción cordobesa en la posguerra. Los proyectos hidroeléctricos de
Sabattini en la década de 1930 fueron complementados en 1959
por el Plan Ansaldo del gobierno provincial, que permitió que capi­
tales italianos financiaran dos grandes plantas energéticas, Deán
Funes y Pilar, y dio a Córdoba lo que indiscutiblemente era la más
extensa industria de generación de electricidad del país, al margen
de Buenos Aires. A comienzos de los años sesenta, se aprovecharon
fuentes de energía termal y la EPEC llevó a cabo un programa de
expansión acelerada, construyendo nuevas plantas y transforman­
do subestaciones y líneas de transmisión. Si bien por entonces sus
50 ¿2 Cardob&zo

recursos ya estaban recargados de impuestos y las demandas de


las nuevas industrias mecánicas y de los consumidores pronto ame­
nazaron el fundamento económico de la provincia, Córdoba aún
tenía una ventaja relativa en la atracción de las inversiones indus­
triales a través de la reducción de las tarifas eléctricas. En 1965 fue
la segunda provincia, después de Buenos Aires, en la generación
anual de electricidad. Ese año produjo 865.086 kw de energía, mien­
tras sus competidores más cercanos, Santa Fe y Mendoza, estaban
considerablemente rezagados, con 443.865 y 667.918 kw respecti­
vamente.12
El éxito de las fábricas de LAME afirmó a Córdoba como el ámbito
preferido del país para las inversiones en las industrias mecánicas.
La ulterior transformación de la economía local se produjo con ex­
traordinaria velocidad. En 1946, el 47,9% de los empleos industria­
les de la ciudad se concentraban en las industrias livianas tradicio­
nales: mataderos, cervecerías, molinos harineros y unas pocas plan­
tas textiles. Otro 9% correspondía a lo que podría llamearse indus­
trias intermedias, primordialmente la producción de cemento. Si
bien el restante 43% correspondía a sectores "no tradicionales4*, casi
todos esos empleos se concentraban en dos empresas: la Fábrica
Militar de Aviones y los talleres del Ferrocarril del Estado, un con­
junto de establecimientos dedicados a la reparación, que no fabri­
caban nada en absoluto. Sólo siete años después, el impacto de las
fábricas de LAME era evidente en los cambios del empleo industrial.
En 1953, el 63% de la mano de obra industrial correspondía al sec­
tor no tradicional, representado de manera abrumadora por las fá­
bricas militares de la ciudad. El complejo de IAME había iniciado
un proceso luego proseguido e intensificado por las empresas auto­
motrices. Hacia 1961, el 75% de la mano de obra industrial se en­
contraba en el sector “dinámico”, sinónimo en Córdoba de las in­
dustrias mecánicas, mientras las industrias livianas e intermedias
absorbían sólo el 20% y el 5%, respectivamente, de los trabajadores
industriales. De manera similar, hacia 1961 las industrias mecáni­
cas eran responsables dél 83% del valor total de la producción in­
dustrial de la ciudad.13 :;

En la década de 1950, Córdoba se convirtió en el centro de un


nuevo tipo de desarrollo industrial en América Latina, caracteriza­
do por tasas extremadamente rápidas de crecimiento pero concen­
trado en un solo sector industrial tecnológicamente complejo y sin
la gama de cambios económicos, sociales y políticos generalmente
asociados a un proceso genuino de industrialización. Basándose en
la tradición provincial en las industrias aeronáuticas y mecánicas,
Industria, sociedad y ciase 51

los militares y los políticos peronistas cordobeses alentaron a Perón


para que atrajera a las empresas automotrices extranjeras, a fin de
conseguir que establecieran sus plantas en Córdoba. Perón, lo mis­
mo que más tarde Frondizi, apreciaba la industria automotriz tanto
por su valor simbólico como por el económico, considerando la pro­
ducción de automóviles com o el sirte qua non del ingreso a Jas filas
de las naciones desarrolladas. Además, Perón se enfrentaba al fra­
caso de sus recientes políticas industriales. Los estrictos controles
sobre las importaciones y la partida de Ford, General Motors y otras
ensambladoras de automóviles de la Argentina, habían conducido a
una grave escasez de vehículos nuevos y a! deterioro del stock exis­
tente. Así, el Presidente se vio forzado a negociar con los fabricantes
automotores extranjeros o, en caso contrario, a ver cómo se perdían
en la importación de automóviles valiosas divisas extranjeras.14
Fiat firmó un convenio con el gobierno justicialista el 24 de sep­
tiembre de 1954 para la compra de la fábrica de tractores de ÍAME
en Ferreyra, como primer paso hacia la edificación allí de un gran
complejo de vehículos automotores. En las negociaciones, Fiat ac­
tuó con habilidad sobre la vulnerabilidad del gobierno, y Perón, con
su régimen por entonces en crisis, tuvo que aceptar los términos
establecidos por la compañía italiana. En primer lugar, el gobierno
argentino facilitó la compra por parte de Fiat de la fábrica de tracto­
res otorgando a la empresa un crédito a través del Banco Industrial,
que redujo en gran medida el costo final de la operación. Además,
para elevar su capital de trabajo, Fiat fue autorizada a importar unas
2.000 unidades del Fiat 1400 a un tipo de cambio subvaluado y a
venderlas a un precio más alto que el que tenían en Italia. Con ello,
la empresa pudo sufragar un monto significativo de los costos de la
importación de maquinaria y del reequipamiento de la fábrica de
tractores, y realizó una importante operación de inversión extranje­
ra con mínimo riesgo y para una inversión de capital de sólo un
millón y medio de dólares,15
Las negociaciones de Perón con el industrial estadounidense
Heruy J. Kaiser y más tarde con su hijo, Edgar, resultaron en un
convenio similarmente ventajoso para el inversor. El acuerdo firma­
do el 19 de enero de 1955 para la construcción de un complejo au­
tomotor de Kaiser en Santa Isabel, en los suburbios del sudoeste de
Córdoba, creó una empresa conjunta estatal-privada entre Kaiser-
Frazier Industries y LAME, en la que se invertirían, respectivamen­
te, 10 y 5,7 millones de dólares, al mismo tiempo que se garantizaba
expresamente la inversión mayoritaria a los accionistas argentinos
individuales a través de suscripciones privadas vendidas en la bol­
sa de valores argentina. El reparto final de las acciones"’debía ser de
32% para las Kaiser-Frazier Industries, 20% para LAME y 48% para
52 El Cordobazo

accionistas privados. Sin embargo, el status de Kaiser como socio


menor era una mera formalidad, una artimaña concebida para pro­
teger al gobierno de las críticas de los partidarios del nacionalismo
económico al convenio. Kaiser puso como condición para la inver­
sión la promesa de que IAME apoyaría a sus candidatos, con lo que
la empresa estadounidense se aseguraría el control del directorio.!6
El arreglo funcionó mientras duró ía participación de Kaiser en
la empresa. Los estadounidenses nunca perdieron el control de las
Industrias Kaiser Argentina (IKA), y la filosofía gerencial y las prác­
ticas comerciales de Kaiser impregnaron toda la operación. Por otra
parte, como Fiat, también aquél recibió un préstamo del Banco In­
dustrial en términos favorables y forzó concesiones de Perón para
minimizar el costo de su inversión original, entre ellas el derecho a
vender 1.000 autos de su marca en el mercado argentino. La inver­
sión de Kaiser consistió, en gran medida, en la transferencia desde
sus emprendimientos estadounidenses a Córdoba de equipos y
maquinarias usados e incluso desactualizados. LAME obtuvo el de­
recho a producir algunas de las herramientas, matrices, aparejos e
instalaciones necesarios para IKA a cambio de su inversión de capi­
tal.17
Los únicos compromisos significativos de las empresas en sus
negociaciones se referían a la localización final de la inversión. Tan­
to Fiat como Kaiser manifestaron algunas reservas acerca de la con­
veniencia de Córdoba como ubicación para sus plantas. En las ne­
gociaciones con Perón, Fiat había expresado interés en instalarse
en Mendoza, para conseguir también el acceso al prometedor merca­
do chileno. Uno de los principales negociadores de Kaiser y futuro
presidente de IKA, James McCIoud, prefería que sus plantas se loca­
lizaran en Rosario, que estaba más cerca de Buenos Aires, el princi­
pal mercado del país, y no en Córdoba.18La existencia de una consi­
derable mano de obra con experiencia en las industrias mecánicas
era un aliciente para ellos, aunque menor, dado que las empresas
sabían bien que sus procesos de producción requerirían un personal
obrero predominantemente no calificado, y que incluso muchos de
los trabajadores calificados y semicalificados que necesitaban ten­
drían que volver a ser capacitados para sus nuevas tareas.19 Final­
mente se convino en que Córdoba sería el lugar de la inversión, en
gran medida a causa de dos factores: el bajo costo de la energía eléc­
trica y la insistencia de Perón, a instancias del general Ignacio San
Martín y de otros intereses militares y civiles de la ciudad, para que
ésa fuera la localización de las nuevas plantas.
Las suscripciones de acciones de IKA y las inversiones de IAME
eran en pesos, unidad que comenzó a devaluarse en una propor­
ción alarmante después de la firma del convenio. Esto obligó a IKA
Industria , sociedad y clase

a apresurarse y comenzar la producción lo más pronto posible. Hacia


fines de 1956, la empresa ya había completado la construcción de
una serie de plantas, estaba negociando licencias de fabricación con
compañías automotrices de Europa y los Estados Unidos para agre­
gar nuevos modelos y había adelantado bastante en las primeras
etapas de selección de las más de 12.000 solicitudes de empleo re­
cibidas.20 Su propia linea de jeeps y autos ya salía de las líneas de
montaje a comienzos de 1957. A fines de 1958, la empresa firmó un
convenio con la compañía italiana Alfa Romeo para fabricar el Alfa
Romeo 1900, pagando 375.000 dólares por las matrices y acor­
dando abonar regalías futuras por la licencia de fabricación, la
primera negociada por ÍKA.2! Posteriormente firmaría convenios
semejantes con Volvo, American Motors y, el más importante, con
Renault en 1959, dado que intentaba diversificar sus modelos y
adaptar la producción a los gustos del mercado local, yendo más
allá del diseño de tamaño excesivo y ligeramente extravagante de
los autos de Kaiser.
Las plantas Kaiser introdujeron concentraciones de capital, tra­
bajo y tecnología en una escala desconocida hasta entonces en la
industria argentina. En esencia, habían transferido sus operacio­
nes de Detroit a la Argentina, y dividieron el complejo de Santa Isa­
bel en unidades independientes de producción: forja, departamento
de prensas, servicio de máquinas herramienta y matrices, planta de
motores, montaje de vehículos, departamento de pintura y planta
de galvanoplastia. La gran planta de máquinas herramienta y ma­
trices producía todas las matrices de prensas utilizadas en la cons­
trucción de la línea de autos propia de Kaiser; la planta de motores
y la forja, las más grandes del país, empleaban procesos manufac­
tureros y laborales que revolucionaron la cultura industrial local, si
bien quedaban cada vez más desactualízados frente a las normas
de las industrias automotrices estadounidenses y europeas. El tra­
bajo en las plantas Kaiser tenía muchas características específicas
— en particular la ubicuidad del trabajo en tandas en oposición a la
producción en línea móvil, una alta incidencia de los retoques en
los modelos y, por último, una mezcla extrema de productos— , to­
das las cuales requerían una considerable flexibilidad de la mano
de obra.22Pero, en general, IKA estableció en Córdoba una moderna
industria de producción masiva, que estimuló el tipo de desarrollo
industrial iniciado por las fábricas de IAME y contribuyó a dar for­
ma al peculiar carácter de la vida, el trabajo y la política obrera de
la ciudad.
Las plantas de Kaiser también influyeron de muchísimas otras
maneras sobre la cultura industrial local. Como operaba en una
escala mayor que Fiat y se había levantado y puesto en marcha en
54 El Cordobazo

una fecha anterior, IKA tuvo un efecto más directo sobre ei desarro­
llo industrial ulterior de la ciudad. La combinación de la legislación
gubernamental que establecía requisitos de contenido nacional
mínimo en la producción automotriz y la falta de una empresa ma­
triz de IKA que actuara como proveedora de componentes e insu-
mos industriales condujo a la compañía a llevar a cabo un progra­
ma radical de integración vertical. Decidió no depender de los pe­
queños fabricantes de partes de la ciudad, que hacían elementos de
alto deterioro para automotores (semiejes, algunos engranajes, tam­
bores de freno, piezas forjadas y de fundición sencillas), dado que
sospechaba del origen metalúrgico de estos productos y especial­
mente de sus tolerancias mecánicas. En cambio, comenzó a levan­
tar sus propios establecimientos autopartistas, fábricas que utiliza­
ban procesos de producción “mecanizados" en oposición a los de
“talleres de trabajos por encargo", es decir, fábricas que empleaban
máquinas herramienta con los ritmos de trabajo formal y los con­
troles de calidad exigentes de las industrias de producción masi­
va.23
El resultado de esta política fue un mejoramiento en la calidad
de los autos Kaiser, pero también reforzó la naturaleza inusualmente
concentrada del desarrollo industrial de Córdoba. Cientos de peque­
ños talleres metalúrgicos surgieron a la sombra de la industria au­
tomotriz cordobesa, operando como proveedores de partes y acce­
sorios básicos (velocímetros, espejos, bujías de encendido) para IKA.
y Fiat y como autopartistas directos en el mercado de repuestos. No
obstante, los propietarios de los establecimientos metalúrgicos eran
en general empresarios de poca monta, y nunca surgió en la indus­
tria metalúrgica de la ciudad una burguesía industrial digna de ese
nombre.
Las diversas plantas de componentes de IKA —Transax (ejes),
vendida a Ford en 1967; las fábricas de ILASA (cables, componen­
tes eléctricos y carburadores); Pajas Blancas; las varias plantas de
Santa Isabel— , así como fabricantes extranjeros independientes,
como Thompson Rameo y Associated Spring, que finalmente fueron
atraídos al lucrativo mercado local e instalaron fábricas en la ciu­
dad, satisfacían la mayoría de las necesidades de producción de IKA.
Más adelante también abastecieron a Fiat y otras empresas, siendo
la interdependencia e intercambiabilidad de las partes y componen­
tes de las compañías automotrices una de las características sobre­
salientes de la industria argentina.24 Por ejemplo, durante muchos
años la planta de Transax sería la única proveedora de ejes traseros
para todas las empresas automotrices de la Argentina, y el taller de
transmisiones de IKA en el complejo de Santa Isabel fue el
abastecedor de las transmisiones usadas por todas las compañías
industria, sociedad, y dase 55

salvo Chiysler. La estrategia vertical de ÍKA llegó tan lejos que en


1961 podía afirmar que el primer Renault construido bajo licencia,
el Dauphine, tenía un contenido interno del 72%.:25
A pesar de la enorme demanda de planchas de metal de la pro­
ducción automotriz, en Córdoba nunca se instaló una planta side­
rúrgica. Como lo harían otras firmas automotrices presentes en la
Argentina, en los primeros años de producción IKA y Renault im­
portaron todas las planchas de metal para sus carrocerías. Sin
embargo, a comienzos de la década de 1960 IKA comenzó a comprar
algunas en la laminadora de la estatal Sociedad Mixta Siderúrgica
Argentina (SOMISA), de San Nicolás. Por último, su estrategia ver­
tical llegó a incluir metales forjados, y en 1965 compró la Metalúr­
gica Tandil, la fundición más grande del país, en la provincia de
Buenos Aires. Luego, con la adquisición en 1966 de la planta de
Perdriel para construir máquinas herramienta de alta precisión,
completó finalmente su estrategia vertical.26
Un efecto imprevisto de todas estas adquisiciones fue, como ya
lo mencioné, el carácter altamente fragmentado de la industria
metalúrgica local. El establecimiento metalúrgico típico de Córdoba
era un emprendimiento precario, que utilizaba tecnologías primiti­
vas y en general no empleaba más de una docena de trabajadores,
una situación que tendría más adelante importantes repercusiones
para la política de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) local.27 La
estrategia vertical de IKA, en una ciudad que ya estaba perdiendo
su diversidad industrial, limitó las perspectivas de desarrollo de una
burguesía industria! local e influyó profundamente en la política
industrial de Córdoba. Entre otros efectos, durante muchos años
las políticas de IKA negarori a la asociación de empleadores de la
actividad metalúrgica, la Cámara de Industrias Metalúrgicas, la
posibilidad de actuar como un interlocutor serio con las empresas
automotrices o con el gobierno provincial. Tales políticas ahonda­
ron la brecha entre las compañías automotrices y la industria me­
talúrgica dependiente, desencadenando ásperas confrontaciones en
la ciudad, y en el país en general, que alcanzarían su clímax duran­
te los gobiernos peronistas de 1973 a 1976.
Inicialmente, IKA había aspirado a algo más que una integración
vertical de sus operaciones industriales. Los ejecutivos y gerentes
de Kaiser habían traído con ellos un conjunto de actitudes típica­
mente estadounidenses hacia el trabajo en una cultura foránea
—viéndose a sí mismos como una mezcla de misioneros y propieta­
rios de plantaciones— , actitudes prontamente infladas por las pe­
queñas vanidades que les aportó su posición elevada en la sociedad
cordobesa. Las cifras de venta de los primeros años fueron prome­
tedoras, y su status como representantes de la empresa más gran­
56 El Cordoóazo

de y lucrativa de la ciudad alimentó una especie de paternalismo


riguroso pero benévolo entre los funcionarios de la compañía.
Independizados del control moderador que sobre los otros fabrican­
tes de automotores de la Argentina ejercían sus oficinas centrales
en el país de origen, los ejecutivos de IKA tuvieron por corto tiempo
la ilusión de transformar a Córdoba en su propia versión de ciudad
de la compañía, que tendría como centro el parque industrial de
Santa Isabel. Con este objetivo, la empresa se entregó a una amplia
variedad de asuntos comunitarios. Elaboró un extenso programa
para construir viviendas obreras de bajo costo, aunque este plan
fue una de las primeras bajas cuando los prósperos días de fines de
la década de 1950 y comienzos de la de 1960 llegaron a su fin. Sí
consiguió, en cambio, establecer sus propias clínicas médicas para
los trabajadores, así como diversas instituciones educativas abier­
tas a la comunidad en general. En 1960 fundó la Academia Argüelío
y el Instituto IKA, la primera una escuela primaria privada y el últi-
mo una institución técnica.28 El Instituto IKA fue la piedra angular
del programa de servicio comunitario de la empresa y sus activida­
des destilaron gran parte de las intenciones paternalistas de ésta.
Ofreciendo un programa de tres años de estudios y trabajo, el ins­
tituto sirvió al objetivo de formar un nuevo núcleo de trabajadores
calificados para las industrias mecánicas locales; adoctrinó a sus
estudiantes con una “filosofía IKA”, ligeramente pueril pero a ojos
de la empresa indudablemente edificante, de sobriedad, frugalidad
y lealtad a la compañía; y probablemente identificó a los indesea­
bles que no podrían emplearse en las plantas IKA. Fue también un
hábil gesto de relaciones públicas y se ganó los encomios incesan­
tes de la prensa cordobesa. Su auspicio a numerosas actividades
culturales y recreativas, en particular clubes deportivos, completó
sus programas de servicios comunitarios.29
Las ambiciones detrás del programa de servicios comunitarios
no sobrevivieron al hundimiento de las ventas y a la compra de
IKA por parte de Renault en 1967. La empresa francesa, desdeño­
sa de lo que consideraba como moralismo y paternalismo de IKA,
abandonó lo que quedaba de sus programas comunitarios, con­
servando únicamente la escuela técnica y dándole una personali­
dad más gala y profesional. Los fantasiosos planes de IKA se ha­
bían originado en el éxito incuestionable de que disfrutó como
emprendimiento puramente comercial en los primeros años de la
producción automotriz en la Argentina. IKA no sólo había domina­
do sino casi controlado la industria automotriz durante el primer
lustro de su existencia. La empresa había aumentado su volumen
de producción anual de un modesto nivel de 16.082 vehículos en
el año fiscal 1957-1958 a 36.047 unidades tres años más tarde. El
Industria , sociedad y clase 57

empleo industrial había crecido de 2.709 en junio de Í958 a más


de 9.500 en julio de 1962.30 Sus atrevidas inversiones en plantas
de partes y componentes en esos años y su intento de diver­
sificación industrial, expandiéndose de la producción de vehículos
a la de prensas hidráulicas, maquinaria para soldar y otros pro­
ductos no relacionados con el automóvil a través de la obtención
de licencias de varias empresas extranjeras, fueron un testimonio
de una vigorosa actitud empresarial. Hasta 1962 IKA había sido el
líder industrial anual en ganancias, y lo fue en ventas totales has­
ta 1967.31

Además de los complejos de ÍAME e IKA, otros establecimientos


industriales mecánicos de Córdoba eran las plantas de Fiat en
Ferreyra y una pequeña fábrica de Perkins. Éste, fabricante británi­
co de motores, instaló su fábrica a comienzos de la década de 1960
como proveedor de motores para diversos usos: tractores, autos y
compresores de aire, entre otros. Ubicada en Ferreyra, cerca del
complejo Fiat, comenzó su producción en 1963 con un personal de
280 operarios, 80 empleados administrativos y 20 supervisores.32
De este modo, la planta de Perkins ingresó al mercado justo en el
momento en que el boom automotor cordobés empezaba a vacilar,
un hecho que posiblemente desalentó la intención de la empresa de
llevar a cabo costosos planes de expansión, lo que le permitió
adaptarse mejor a las nuevas condiciones en virtud de su especia-
lización y su reputación de alta calidad. Lo mismo que en los otros
establecimientos mecánicos, su mano de obra comprendía de ma­
nera predominante trabajadores no calificados dedicados a la pro­
ducción masiva, que compartían una cultura de lugar de trabajo
común, lo que permitió su participación en la militancia obrera en
la década de 1970.
El mayor competidor de IKA y el segundo centro de poder econó­
mico en Córdoba era el complejo Fiat en Ferreyra. En los primeros
años, Fiat fue un rival más potencial que real, dado que la empresa
italiana se abstuvo de producir autos y camiones hasta 1960. Sus
dos fábricas principales, Concord y Materfer, se dedicaron inicial­
mente a la producción de tractores y equipos ferroviarios, respecti­
vamente, y una tercera planta, Grandes Motores Diesel, fabricaba
los motores Diesel pesados usados en camiones, ómnibus y loco­
motoras.33 En 1958, Fiat reequipó su planta de Concord —la anti­
gua fábrica de tractores Pampa de IAME y precursora de las inver­
siones de Fiat en Córdoba— para convertirla a la producción de au­
tos y camiones. Si bien al principio la fábrica Concord fue una uni­
dad de producción integrada, con todas las operaciones mecánicas
58 El Cordobazo

y de montaje del complejo IKA, siempre trabajó en una escala mu­


cho menor y era mucho más dependiente de proveedores exteriores
(entre ellos las propias fábricas de IKA) que Kaiser. Fiat también
causó un efecto mucho más silencioso sobre la ciudad, siendo un
poco más discreta en el papel cívico que de todos modos asumía y
más reacia que IKA a encarar el mismo tipo de planeamiento audaz
y de largo alcance.
A pesar de la timidez inicial de sus inversiones, las operaciones
de Fiat fueron un gran emprendimiento industrial y las plantas de
Ferreyra representaron la segunda mayor concentración de capaci­
dad manufacturera y mano de obra industrial de todo el interior
argentino, sólo superadas por IKA. Las cifras de producción y em­
pleo industrial de la planta de Grandes Motores Diesel (GMD) son
las más completas con anterioridad a 1960 y muestran un creci­
miento modesto pero sostenido. GMD comenzó su producción en
1956 y en enero de 1958 tenía un plantel de 133 operarios y 74
empleados administrativos, cantidades que ascenderían a 331 y
110, respectivamente, a fines de ese año.34A pesar de cifras de ven­
ta notablemente inferiores a las de IKA, el número de horas de pro­
ducción — horas directamente relacionadas con la .fabricación y
montaje de motores y máquinas— creció considerablemente. Hacia
fines de 1959, GMD tenía un personal de 432 operarios y 120 em­
pleados administrativos. Las horas de producción, que eran 60.000
en 1957 y 247.000 en 1958, saltaron a 430.000 en 1959.35
Las prensas hidráulicas en la forja, las máquinas herramienta
que fabricaban partes de motores en la planta de Concord, las gran­
des y totalmente mecanizadas secciones de montaje y los elabora­
dos procedimientos de control de calidad indicaban un proceso de
producción que, en términos de tecnología y organización, era com­
parable al de IKA. Lo que hacía que las operaciones de Fiat fueran
más humildes fueron la escala de producción, incluyendo una
mano de obra que siempre se mantuvo en aproximadamente la
mitad de la de IKA, y el grado de integración vertical. Las cifras de
producción anual fueron inicialmente más modestas, aunque igua­
larían las de IKA a fines de la década de 1960. En realidad, la di­
mensión más pequeña de Fíat demostró ser una ventaja cuando la
competencia en la industria se hizo más seria en los años sesenta.
Entre 1962 y 1976, sus ganancias anuales superaron siempre a
las de IKA salvo un año, 1965.36Su mayor elasticidad en el merca­
do se debió a múltiples factores: costos laborales más bajos a cau­
sa de la ausencia de una representación sindical eficaz en las plan­
tas; menores cargas financieras gracias a que el financiamiento se
hacía directamente a través de las oficinas centrales de la empresa
en Turín; y mayor flexibilidad debido a que producía sus propios
industria, sociedad y clase 59

modelos y no estaba sujeta a engorrosos y costosos convenios de


licencias, como lo estuvo IKA hasta su compra por parte de Re­
nault en 1967.37

La decisión de Fiat de comenzar a fabricar su línea de autos di­


minutos no fue estrictamente una respuesta a las prometedoras
cifras de ventas de IKA. El gobierno estaba promoviendo activamen­
te el desarrollo de una industria automotriz nacional. A pesar de los
contratos de IKA y Fiat, la industria siguió entorpecida durante
varios años por los vestigios de la legislación económica nacionalis­
ta del peronismo. En 1958, Frondizi impulsó en el Congreso la san­
ción de la ley 14.780. La nueva ley garantizaba un tratamiento jurí­
dico igual para el capital local y extranjero y derogaba el fundamen­
to proteccionista de la política industrial peronista al permitir que
las compañías extranjeras hicieran sus inversiones en la forma de
bienes, equipos o patentes, una política que el propio Perón ya ha­
bía aceptado en principio con el convenio con Kaiser, pero había
sido renuente a admitirlo públicamente. Lo más importante era que
autorizaba a las empresas extranjeras a remesar sus ganancias sin
restricciones, algo que Perón no había estado dispuesto a aceptar.
Otra de las medidas de Frondizi, el decreto 3.693, otorgaba reduc­
ciones impositivas a las empresas que propusieran planes de pro­
ducción para la fabricación local de autos y camiones que cumplie­
ran los porcentajes de contenido nacional.
La estrategia industrial de Frondizi contemplaba, en general, un
alto grado de especialización regional, en la cual se coordinarían las
políticas nacional y provincial para estimular la producción en cier­
tos sectores industriales favorecidos. La prioridad que dio al esta­
blecimiento de una industria automotriz nacional y las ventajas
comparativas que ofrecía Córdoba implicaron que la política federal
contribuyera inicialmente al crecimiento de la industria allí. Sin
embargo, la legislación de Frondizi también sembró las semillas de
la futura decadencia industrial de la ciudad. Las reducciones
impositivas, los liberales convenios de licencias y los incentivos ofre­
cidos a los fabricantes de automóviles no se extendieron a otras
industrias, y Córdoba quedó en lo sucesivo atada a una forma re­
gional de especialización industrial caracterizada por una base in­
dustrial moderna, tecnológicamente sofisticada y de capital intensi­
vo, pero poco diversificada. Más importante aún, la legislación ni
siquiera permitió que esa especialización prosperara, dado que las
medidas de Frondizi atrajeron prontamente a otras empresas auto­
motrices, empresas que por entonces se preocupaban menos por
los potenciales problemas laborales y por lo tanto decidieron situar
60 El Cordobazo

sus operaciones más cerca del principal mercado interno, Buenos


Aires. La industria de vehículos automotores de Córdoba crecía en
una proporción acelerada, pero ya había signos de dificultades in­
minentes. Ya en 1959 había más fabricantes estadounidenses y
europeos que planeaban el establecimiento de instalaciones fabriles
como resultado de la legislación de Frondizi.'’8 En los tres años si­
guientes, Ford, Chrysler, General Motors, Citroen y Mercedes Benz
instalarían sus plantas manufactureras en y alrededor de Buenos
Aires.
Los efectos de largo alcance de las políticas económicas del go­
bierno de Frondizi, no obstante, quedaron disimulados por la gran
explosión industrial que tuvo lugar en Córdoba a fines de la década
de 1950 y comienzos de la de 1960. La velocidad de su transforma­
ción económica se evidenció en todos los principales indicadores
económicos — consumo de electricidad, niveles de producción indus­
trial y empleo industrial— , que muestran que el crecimiento indus­
trial se concentró entre 1947 y 1965.39 Entre 1947 y 1960, sólo el
empleo industrial creció a una tasa anual del 3%, tasa que luego
disminuyó apenas levemente hasta 1963, el año que marca el pri­
mer parate serio de la economía local.'*0 Las industrias mecánicas
eran literalmente las locomotoras del crecimiento industrial de esos
años, y transformaron una somnolienta ciudad provincial en una
metrópolis industriad en menos de dos décadas. En particular du­
rante cinco años, 1957 a 1962, Córdoba fue una anomalía en la
Argentina, un floreciente centro industrial en una época de extendi­
do estancamiento en el resto del país. Fue una isla de prosperidad
y oportunidades durante los años en que gozó de su posición inex­
pugnable en la producción de automotores, en especial de autos pero
también de jeeps y camiones, así como de aviones y vehículos de
transporte militar que seguían produciendo las fábricas de IAME.
Estando el mercado temporariamente en aprietos, las empresas
pudieron reinvertir, expandir la producción y transformar sus com­
plejos industriales en el centro de la economía local. En lo sucesivo,
3a suerte de las industrias mecánicas locales afectó directamente
todos los aspectos de la ciudad, no sólo su economía y su estructu­
ra de clases sino también su política.
El fin del boom de las industrias mecánicas locales se hizo evi­
dente a mediados de la década del sesenta y fue un hecho estable­
cido hacia su final. Las empresas con base en Córdoba habían pa­
sado de un control casi total del mercado en 1958 a menos del 40%
en 1969.41 Por otra parte, cuando se produjo la crisis de las indus­
trias mecánicas, Córdoba aún era una neófita industrial, y en mu­
chos aspectos su economía había cambiado sólo superficialmente.
A decir verdad, más de una década de intensa actividad no había
industria, sociedad y ciase 61

logrado producir una revolución industrial en la ciudad, y después


de mediados de los años sesenta la economía local retomó a su andar
original, más letárgico. Sólo el aumento de la producción en las in­
dustrias tradicionales, en especial la textil y la alimentaria, sostuvo
un modesto crecimiento industrial. En 1961, las industrias tradi­
cionales habían representado entre el 17% y el 33% del valor total
de la producción industrial. Hacia 1969, su contribución volvía a
ascender a la mitad.42
El resultado último de la legislación de Frondizi para la indus­
tria automotriz en general fue la consolidación y la internaciona-
iización. A lo largo de la Argentina, las empresas automotrices
pequeñas, de propiedad local y subcapitalizadas, que habían cre­
cido como hongos durante los primeros años de la presidencia de
Frondizi, simplemente clausuraron sus operaciones, mientras
otras fueron compradas por fabricantes locales, como sucedió con
Siam Di Telia, vendida a IKA en 1965. Entre los fabricantes exclu­
sivamente argentinos de automotores, sólo el complejo estatal de
LAME seguía en funcionamiento después de 1966.43 Otras empre­
sas de propiedad total o parcialmente argentina, sobre todo IKA y
una llamada IAFA, fueron adquiridas por las multinacionales cu­
yas licencias habían estado usando (Renault y Peugeot, respecti­
vamente). En la compra de IKA, Renault rompió con su aversión
tradicional a la participación directa en la producción en el extran­
jero, que históricamente se había manifestado en su preferencia
por la concesión de licencias, más seguras y lucrativas. Con su
decisión de comprar el imperio de IKA, se afirmó en la determina­
ción de obtener el control completo de la subsidiaria cordobesa.
Entre 1967 y 1970, Renault compró las acciones públicas y priva­
das argentinas de IKA para lograr una porción mayoritaria de la
compañía, e integró sus operaciones a la organización de la multi­
nacional francesa.44 La legislación nacionalista aprobada en 1971
y 1973, que estableció unos requisitos más estrictos de contenido
interno y cupos para los miembros argentinos en los directorios y
el personal profesional y técnico de las empresas automotrices, no
pudo revertir lo que había decidido el mercado. Quiebras, adquisi­
ciones multinacionales y fusión industrial fueron las respuestas
inevitables en una industria que se había desarrollado artificial­
mente, estaba extendida en exceso y producía mucho más de lo
que podía consumir el mercado interno.
Dada la naturaleza no diversificada del desarrollo industrial de
la ciudad, Córdoba se vio tal vez más afectada por estos cambios
que ninguna otra región del país, aunque la economía local pareció
adaptarse. Las fábricas militares de LAME quedaron en gran medi­
da al margen de la declinación, dado su acceso a los fondos guber­
62 El Cordobazo

namentales y su dependencia casi total de los contratos de defensa.


Por otra parte, la declinación de las industrias mecánicas fue rela­
tiva: una adaptación a una menor participación en el mercado, no
un hundimiento absoluto. Las cifras de la desocupación en Córdo­
ba, por ejemplo, se mantuvieron relativamente bajas, y el crecimien­
to de las industrias tradicionales compensó en parte la desacelera­
ción de las contrataciones de IKA-Renault y Fiat (Cuadros 1.1 y 1.2).
Las empresas automotrices tampoco recurrieron a los despidos
masivos para compensar su declinante participación en el merca­
do. En 1970, el 35% de ia mano de obra estaba empleada en servi­
cios; el 19% en el comercio, los bancos y las compañías de seguros;
el 10% en ocupaciones diversas; y un saludable 35% en la indus­
tria, una cifra indicativa de una ciudad industrial floreciente y no
en decadencia. Lo más notable es que el 40% de esta mano de obra
industrial aún se concentraba en las industrias mecánicas y que la
desocupación disminuyó realmente en la ciudad, de un 9,5% en
1964 a 4,4% en 197L45Los planteles en las plantas de IKA-Renault
se mantuvieron relativamente estables a lo largo de los años seten­
ta, y los problemas con los despidos fueron episódicos, no parte de
una política sistemática de la empresa de emplear y echar para
adaptarse a los cambios del ciclo comercial.

Cuadro L l . Participación del sector industrial como empleador

Trabajadores empleados Trabajadores empleados


en industrias tradic. en industrias mecánicas
Año (%) (%)

1946 74,2 25,8


1953 53,2 46,8
1959 43,2 56,8
1964 34,2 65,8
1969 43,6 56,4

Fuente: Aldo A. Amaudo, “El crecimiento de la ciudad de Córdoba en el


último cuarto de siglo”, Economía de Córdoba, vol. 8, n° 2 (diciembre de
1970). pp. 8-9.
industria, sociedad y clase 63

Cuadro 1.2. Crecimiento del empleo en la industria,


mostrado como cambio porcentual

Años Industrias tradicionales (%) Industrias dinámicas {%}

1947-1960 7,3 129,8


1960-1965 76,4 84,1
1965-1970 50,4 -32,6

Fuente: Aldo A. Amaudo, “El crecimiento de la ciudad de Córdoba en el


último cuarto de siglo", Economía de Córdoba, vol. 8, n° 2 (diciembre de
1970), pp. 8-9.

Así, el crecimiento del empleo industrial en las industrias tradi­


cionales no fue el resultado de que trabajadores mecánicos desocu-.
pados buscaran trabajo en las plantas textiles, cerveceras y otras
tradicionales de la ciudad. Esas industrias parecen haber tenido
mayor propensión a absorber a trabajadores más jóvenes que re­
cién ingresaban al mercado laboral que a operarios del automóvil
desocupados, aunque no crearon empleos con la velocidad suficiente
para evitar una notable tasa de desempleo juvenil.46 Si bien des­
pués de 1966 habría despidos periódicos en la industria automotriz
cordobesa e incluso unos pocos intentos de despidos masivos, en
especial en IKA-Renault en 1970 y 1974 y en Fiat en 1971, éstos
fueron áspera y eficazmente resistidos por los sindicatos, y en gene­
ral se trató de respuestas a enfrentamientos y huelgas prolongadas
más que de intentos por parte de las empresas de corregir la caída
de las ventas o el aumento de los costos. La reducción cíclica de sus
planteles se convirtió en la política de las compañías automotrices
sólo después de 1976, cuando el gobierno militar suspendió las
negociaciones colectivas, prohibió el derecho de huelga y suprimió
los sindicatos.
El malestar de la economía local que subyace a la militancia
obrera después de 1966 no es plenamente reconocible en las ci­
fras agregadas de desocupación, y ni siquiera en las de produc­
ción industrial. Antes bien, se reveló en el deterioro de las condi­
ciones de trabajo en los dos principales complejos automotores y,
en menor medida, en la industria metalúrgica que dependía de
ellos. En el caso de docenas de pequeños talleres metalúrgicos que
proveían a las plantas automotrices de las partes y accesorios más
sencillos, que en términos de costos las compañías consideraban
64 El Cordobazo

más eficaz comprar afuera, las nuevas condiciones del mercado a


menudo significaron la quiebra. En cuanto a los pocos que se las
ingeniaron para sostenerse, el mercado los impulsó a ajustar sus
normas laborales y a asumir una actitud más dura en sus tratos
con los trabajadores. Una condición semejante pero más agrava­
da existía en las plantas de Fiat e IKA-Renault, donde las dificul­
tades económicas de la ciudad tendrían su representación más
reveladora.

Las empresas automotrices y sus trabajadores eran parte de un


ambiente social distintivo en Córdoba, y como tales estaban suje­
tos a ciertas influencias, aparentemente exógenas pero en reali­
dad estrechamente vinculadas con los acontecimientos de las plan­
tas. Entre esas influencias se contaban la rápida urbanización y
las peculiaridades de la estructura de clases resultante del súbito
desarrollo industrial de la ciudad. Después de 1955, el crecimien­
to urbano se produjo con rapidez, acelerándose en los márgenes
del sur de la ciudad, los nuevos barrios obreros que rodeaban las
fábricas de IKA-Renault y Fiat (véase Figura 1). En las zonas deí
este, localización de las plantas de procesamiento de' alimentos,
textiles y otras industrias livianas, los barrios obreros tradiciona­
les de Córdoba experimentaron poco crecimiento, y los límites de
densidad de vivienda y población parecen haberse alcanzado mu­
cho antes del boom industrial de los años cincuenta. Tampoco
cambiaron los más viejos barrios céntricos, cercanos a la Plaza San
Martín. Zonas como las del Barrio Clínicas, antaño una ciudadela
patricia y hoy el coto de la enorme comunidad estudiantil de Cór­
doba, y Alto Alberdi siguieron siendo las partes más densamente
pobladas y demográficamente inactivas de la ciudad, absorbiendo
apenas la cantidad de nuevos trabajadores suficiente para mante­
nerse a la par con las declinantes tasas de natalidad y una tasa de
mortalidad estable.47
Los incrementos en la población de la ciudad se concentraron
<en los barrios exclusivos del norte y el nordeste, y en especial en
las nuevas zonas obreras del sur. Alrededor de Fiat estaban los
barrios de Ferreyra, San Lorenzo, Deán Funes y Empalme, donde
ahora vivía el proletariado mecánico de esa fábrica. Esas barria­
das habían pasado de ser solares abiertos y pasturas de vacas en
1950 a una comunidad de 12.503 miembros en 1970. De manera
similar, la Villa El Libertador, el Barrio Comercial y Santa Isabel,
adyacentes al complejo IKA-Renault, tenían una población obrera
de 23.565 personas en 1970, comparada con las pocas familias
que habían vivido allí dos décadas antes.48 La formación de jóve­
Industria, sociedad y clase 65

nes barriadas obreras y la concentración en ellas de trabajadores


de las industrias automotrices trasladaron parcialmente el foco del
poder de la clase obrera al sur de la ciudad. Los problemas labora­
les en las plantas automotrices eran así una experiencia vivida y
compartida, y dieron a las barriadas su propia identidad. Si bien la
participación en los asuntos comunitarios era escasa y parecen
haber existido pocas organizaciones barriales en las nuevas zonas
residenciales, se crearon no obstante lazos de simpatía y solidari­
dad. Entre otros efectos, esto dio al proletariado mecánico un poder
de movilización que hizo de él un adversario mucho más formidable
de lo que lo habría sido si, como la clase obrera de Buenos Aires,
hubiera sido ocupacionalmente heterogéneo y estado disperso c.n
una amplia área geográfica.
La velocidad de la urbanización puso en tensión la disponibili­
dad habitacional de la ciudad, y el boom industrial de Córdoba tuvo
su correlato en una explosión de la construcción de viviendas de
dos y tres ambientes durante estos años. En general, la construc­
ción habitacional se mantuvo a la par de la demanda, y Córdoba se
las ingenió para absorber sus aumentos de población; si bien hubo
escasez de viviendas, ésta no tuvo la gravedad que en general carac­
terizó la urbanización latinoamericana de la posguerra. De las ca­
sas existentes en Córdoba en 1960, el 43,8%, o sea 55.389 vivien­
das familiares, se había construido entre 1947 y ese año.49
Gran parte de estas viviendas eran casas improvisadas edifica­
das por los mismos trabajadores. Gracias a los créditos baratos dis­
ponibles en los primeros años del boom automotor y, en especial, a
los bajos valores de las propiedades, lo típico era que los trabajado­
res compraran un pequeño lote en una de las nuevas barriadas,
levantaran la estructura y el techo de la casa y luego compraran
materiales y terminaran la construcción en un período de varios
años. En general, tales casas estaban superpobladas; el problema
de Córdoba era menos la escasez de vivienda que su calidad. Las
cifras de 1965 indican que el 8% de las viviendas ocupadas de la
ciudad podían clasificarse como “por debajo de las normas” y el
35,5% tenían una densidad que superaba a la recomendada de 1,3
personas por habitación, pero esas cifras estaban aún por debajo
de las de Buenos Aires.50El de la vivienda disminuyó aún más como
gran problema urbano en los años siguientes. Hacia 1970, la canti­
dad de ocupantes por unidad habitacional se había reducido de 4,62
en 1947 a 4,22, y Córdoba experimentaba sólo moderadamente el
problema de las usurpaciones urbanas tan común en Buenos Ai­
res; las villas miseria que hoy rodean la ciudad son la herencia de
los gobiernos militares de 1976 a 1983 y no de la Córdoba
industrializadora de las décadas de 1950 y 1960.51
66 El Cordobazo

Desde esté punto de vista, parecen sin duda cuestionables los


argumentos que sostienen que la anomia social y la alienación de la
clase obrera resultantes de la rápida industrialización son las expli­
caciones de la militancia obrera y las insurrecciones urbanas en
Córdoba a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta.52
Otros indicios ofrecen un poco más de terreno para tales supues­
tos, pero también son escasamente concluyentes- Los problemas de
la urbanización rápida parecen haberse sentido con mayor agudeza
en la inadecuación de ciertos servicios públicos básicos, condicio­
nes que eran particularmente graves en los nuevos barrios obreros.
Ya en 1960 hubo problemas en la ciudad debido a la falta de un
sistema de transportes urbanos apropiado que satisficiera las nece­
sidades de los trabajadores industriales que viajaban diariamente.53
Había muchas quejas por las deficiencias de servicios municipales
tales como la limpieza de las calles, la recolección de residuos, la
iluminación urbana y los pavimentos. Hacia fines de los años se­
senta, la escasez de agua se transformó en un lugar común, con
cortes frecuentes, algunos de los cuales duraban varias semanas, y
sistemas cloacales pobremente construidos que provocaban desbor­
des e inundaciones periódicos. La polución del aire y la congestión
del tránsito eran notorias, si bien se trataba de problemas que afli­
gían mayormente a quienes residían en el centro, dado que la con­
taminación producida por los caños de escape era un problema más
grande que el que provocaban los complejos automotores. De los
problemas urbanos, sin embargo, no pueden extraerse conclusio­
nes. Éstos no eran exclusivos de Córdoba. Afectaban, en mayor o
menor grado, a todas las grandes ciudades de la Argentina; los pro­
blemas de vivienda, por ejemplo, parecían ser menos graves en Cór­
doba que en otros centros urbanos. La clase obrera cordobesa sólo
hizo referencias ocasionales y al pasar a los problemas urbanos en
sus protestas de fines de la década de 1960 y comienzos de la de
1970, preocupándose mucho más por los directamente relaciona­
dos con el trabajo y la política.
El impacto de la demografía en los perfiles sociales que dieron
forma a las relaciones entre capital y trabajo en la ciudad fue más
directo y significativo para la política obrera. Entre 1947 y 1970,
Córdoba fue la ciudad de crecimiento más rápido de la Argentina.
Su reputación como la “Detroit argentina", una ciudad que ofrecía
trabajo abundante, educación técnica en las plantas y algunos de
los salarios más altos del país, atrajo a trabajadores de la campiña
cordobesa y de las provincias vecinas, así como a un número consi­
derable de inmigrantes de los países limítrofes. En realidad, las
migraciones hacia Córdoba habían comenzado en los años treinta
y principios de los cuarenta, y el viaje de Agustín Tosco desde Co­
Industria, sociedad y clase 67

ronel Moldes a la ciudad formaba parte de un flujo masivo desde el


campo cordobés hacia la capital provincial durante los años de la
depresión. Estas migraciones cobraron impulso y se diversificaron
con la expansión de las industrias mecánicas. Los incrementos de
la población en los años de posguerra fueron grandes y sólo pare­
cen haber perdido ímpetu una vez que decayó el dinamismo de las
industrias mecánicas locales como empleadores industriales. Des­
pués de 1970, Buenos Aires recuperaría su preeminencia como la
ciudad de las oportunidades, y en lo sucesivo los aumentos de
población comparativamente modestos de Córdoba dependerían en
gran medida de la tasa de natalidad de sus propios habitantes. No
obstante, entre 1947 y 1970 esta ciudad fue el escenario de una de
las grandes revoluciones demográficas de la Argentina en el siglo
XX. En esos años, Córdoba tuvo la mayor cantidad de inmigrantes
recibidos por una ciudad del interior. Sólo entre 1947 y 1966, su
población aumentó en unos 300.000 habitantes, de los cuales más
de 152.000 eran inmigrantes que habían dejado sus granjas y pe­
queñas ciudades para tener una posibilidad de trabajo y una nue­
va vida en una de las fábricas cordobesas (Cuadro 1.3).54
Cifras adicionales pormenorizan aún más las inmigraciones y
brindan un cuadro más claro del carácter del crecimiento demo­
gráfico de Córdoba. La primera y más notable tendencia, que repi­
te la experiencia previa de Buenos Aires y otras ciudades latinoa­
mericanas, es la preponderancia de las mujeres en estos flujos
migratorios. Las cifras de inmigrantes en Córdoba entre 1947 y
1966 revelan que el 48% eran hombres y el 52% mujeres, un saldo
significativo en favor de éstas (Cuadro 1.4). Sin embargo, no fue
una diferencia tan grande como la existente, en general, en otros
ejemplos de urbanización rápida en América Latina durante el si­
glo XX. Por otra parte, entre 1955 y 1959, en el punto culminante
del boom industrial, tuvo lugar una inmigración masculina consi­
derablemente más intensa. El carácter del desarrollo industrial de
Córdoba determinó su atracción especial para los inmigrantes
varones. Históricamente, en la industria automotriz la fuerza la­
boral ha sido predominantemente masculina, y Córdoba fue un
ejemplo extremo de la preferencia de las empresas automotrices
por los trabajadores hombres. Virtualmente no había mujeres en
las plantas cordobesas, así como tampoco, a decir verdad, en nin­
guno de los emprendimientos fabriles automotores de la Argenti­
na; incluso en los talleres de acabado interior, en los que en otros
países se empleaban mujeres en cantidades significativas, los hom­
bres operaban las máquinas de coser utilizadas para fabricar los
tapizados.55 La naturaleza de las oportunidades industriales de la
ciudad, específicamente la preferencia de las empresas por los
68 El Cordobazo

hombres y las escasas posibilidades que tenían las mujeres de


encontrar trabajo en las plantas, es lo que mejor explica la partici­
pación masculina desacostumbradamente alta en las migraciones
a Córdoba durante esos años. El número total mayor de inmigran­
tes mujeres revela, simplemente, las perspectivas aún más som­
brías para ellas en el campo. Aunque las mujeres encontraran
nuevos empleos en las plantas automotrices, tendrían mejor suer­
te en las burocracias gubernamentales en expansión, en el comer­
cio y en el servicio doméstico, así como en industrias como la tex­
til, donde siempre habían encontrado trabajo.
El rasgo sobresaliente de estas migraciones fue su carácter re­
gional. Las estadísticas demográficas muestran que casi todos ios
años aproximadamente la mitad de los recién llegados provenían de
la provincia de Córdoba (Cuadro 1.5). Es de presumir que la econo­
mía predominantemente agraria de la provincia alentó a muchos
jóvenes como Tosco a probar suerte en la ciudad, en la medida en
que las condiciones en el agro cordobés siguieron siendo difíciles a
1(5 largo de los años sesenta. Pero las últimas migraciones también
fueron más variadas que las de la época de Tosco. Los inmigrantes
de las décadas de 1950 y 1960 eran un grupo heterogéneo, y los
flujos migratorios de cada año dependían en gran medida de las con-
diciones económicas locales en las provincias o países de aquéllos.
En general, sin embargo, hubo una tendencia a una migración
mayor desde la provincia de Buenos Aires, el Noroeste (Catamarca,
Jujuy, La Rioja, Salta, Santiago del Estero, Tucumán) y en especial
las provincias del Litoral {Chaco, Corrientes, Entre Ríos, Formosa,
Misiones y Santa Fe), así como de los países vecinos (Paraguay,
Uruguay y Bolivia), que de Cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis) o
del escasamente poblado sur (Chubut, La Pampa, Neuquén, Río
Negro, Santa Cruz, Tierra del Fuego). El intenso flujo de inmigran­
tes de Santa Fe y Entre Ríos, en especial, representó un cambio fun­
damental de los patrones migratorios del país. Históricamente,
ambas provincias habían contribuido de manera fundamental a los
flujos de población desde el campo argentino hacia Buenos Aires, y
su atracción por Córdoba en las décadas del cincuenta y el sesenta
da testimonio de los poderosos alicientes que ofrecían por entonces
las nuevas industrias mecánicas y auxiliares. La inmigración desde
los países limítrofes, si bien relativamente modesta, fue otra inno­
vación en la historia demográfica de Córdoba. De las olas de inmi­
grantes españoles e italianos que habían llegado a la Argentina a
fines del siglo XIX y comienzos del XX, algunos habían cruzado la
pampa hasta Córdoba. No obstante, ésta fue la primera experiencia
de la ciudad con uno de los grandes movimientos de población en­
tre países latinoamericanos, y durante un breve período su fama
IncÍLisíria, sociedad y clase 69

como centro floreciente, con trabajo y buen dinero, desvió a mu­


chos de los paraguayos, uruguayos y bolivianos que, de otra forma,
podrían haber ido a los principales centros urbanos de sus países o
incluso a Buenos Aires.

Cuadro 1.3. Datos demográficos, Córdoba, 1947*1966

(a) (b) (c) (d) (e) (0

1947 386.828 6.870 2.491 2.930 6.431


1948 393.259 11.089 8.495 4.237 15.347
1949 408.606 11.711 5.842 4.305 13.248
1950 421.854 12.310 8.700 4.267 16.743
1951 438.606 12.400 8.258 4.510 16.148
1952 454.745 12.648 5.317 4.576 13.389
1953 468.134 12,687 4.647 4.555 12.779
1954 480.913 12.620 6.143 4.534 14.229
1955 495.142 12.751 8.817 4.015 17.553
1956 512.695 13.301 10.320 4.907 18.714
1957 531.409 14.787 7.078 5.640 16.225
1958 547.634 13.651 7.053 5.097 14.607
1959 563.241 13.940 5.492 4.119 14.313
1960 577.554 14.196 10.096 5.445 18.847
1961 596.401 14.319 7.970 5.437 16.852
1962 613.253 13.643 9.689 5.779 17.553
1963 630.806 14.293 8.439 5.307 17,425
1964 648.231 14.949 8.835 5.501 18.283
1965 666.514 14.873 8.372 6.131 17.114
1966 683.628 14.615 10.422 6.200 18.837

Referencias: (a) Año; (b) Población total; (c) Nacimientos; (d) Inmigran­
tes; (e) Muertes; {f) incremento neto.
Fuente: Carlos E. Sánchez y Walter F. Schulthess, Población e inmigra­
ción en la ciudad de Córdoba, 1947-1966, Facultad de Ciencias Económicas,
Universidad Nacional de Córdoba, 1967, p. 7; Dirección General de Estadís­
tica, Censos e Investigaciones, Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión
Social, “Estadísticas Demográficas y Vitales: Población, 1901-1970”.
70 El Cordabazo

Cuadro 1.4. Migraciones a Córdoba, 1947-1966

N° total de
Año inmigrantes Hombres {%} Mujeres {%)

1947 2.491 65,4 34,5


1948 8.495 51,4 48,6
1949 5.842 51,5 48,5
1950 8.700 42,5 57,5
1951 8.258 57,3 42,7
1952 5.317 41,7 58,3
1953 4.647 46,0 54,0
1954 6.143 46,7 53,3
1955 8.817 47,7 52,3
1956 10.320 50,7 49,3
1957 7.078 56,4 43,6
1958 7.053 52,8 47,2
1959 5.492 51,8 48,2
1960 10.096 43,2 56,8
1961 7.970 45,8 54,2
1962 9.689 44,5 55,5
1963 8.439 47,1 52,9
1964 8.835 47,4 52,6
1965 8.372 41,2 56,8
1966 10.422 30,6 .....69,4
Total 152.476 48,0 52,0

Fuente: Carlos E. Sánchez y Walter F. Schulthess, Población e inmigra­


ción en la ciudad de Córdoba, 1947-1966, Facultad de Ciencias Económi­
cas, Universidad Nacional de Córdoba, 1967, p. 3: Dirección General de
Estadística, Censos e Investigaciones, Ministerio de Hacienda, Economía y
Previsión Social, “Estadísticas Demográficas y Vitales: Población, 1901-
1970”.

Los patrones migratorios siguieron estrechamente la suerte de la


economía iocal y se frenaron considerablemente después de 1966.
El aumento de la población de la ciudad de 666.514 habitantes en
1965 a 798.663 en 1970 representó el crecimiento más rápido de su
historia y estuvo muy por encima del promedio nacional para esos
años, pero el estancamiento del mercado laboral local y las mayores
oportunidades de empleo ofrecidas en ese momento por Buenos
Aires indican que este crecimiento se debió primordialmente a un
Industria, sociedad y clase 71

Cuadro 1.5. Orígenes de las migraciones a Córdoba, 1947-1966

(a) (b) (c) (d) (e) (0 (g) (h)

1947 46,9 12,5 15,6 6,3 3.1 15,6


1948 43,5 7,9 10,5 17,1 1,3 2,6 17,1
1949 25,9 9,3 9,3 7,4 ----- —- 48,1
1950 60,5 3,7 8,6 11,2 1,2 6,2 8,6
1951 42,7 9,3 9,3 14,7 1,3 — 22,7
1952 62,2 6,1 8,2 2,1 _
4,0 18,4
1953 64,3 11,9 7,1 2,4 2,4 —
11,9
1954 50,0 8,6 8,6 5,2 3,5 —
24,1
1955 60,2 3,6 20,6 6,0 3,6 —
6,0
1956 47,9 9,6 20,2 3,2 1,0 2,1 16,0
1957 59,7 6,0 16,4 1,5 4,5 _ _
11,9
1958 49,2 9,2 7,7 10,8 7,7 6.2 9,2
1959 41,5 11,3 18,9 — • 9,4 —
18,9
1960 41,8 11,2 19,4 12,2 2,0 3,2 10,2
1961 34,6 12,8 16,7 25,6 1,3 1,3 7,7
1962 49,5 6,3 21,1 20,0 — —
3,1
1963 AQ A
C ) *X
j w 14,1 12,9 12,9 7,2 1,2 2,3
1964 49,4 7,9 20,2 16,9 2,2 — 3,4
1965 48,2 15,3 5,9 10,6 15,3 — 4,7
1966 39,7 4,3 22,4 24,1 4,3 0,9 4,3

Referencias: (a) Año; (b) Provincia de Córdoba (%); (c) Provincia y ciudad
de Buenos Aires (%}; (d) Provincias del Litoral (Chaco, Corrientes, Entre Ríos,
Formosa, Misiones, Santa Fe) (%); (e) Noroeste (Catamarca, Jujuy, LaRioja,
Salta, Santiago del Estero, Tucumán) (%); (f) Cuyo (Mendoza, San Juan,
San Luis) (%}; (g) Sur (Chubut, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz,
Tierra dei Fuego) (%); (h) Países extranjeros (%}.
Fuente: Carlos E. Sánchez y Walter F. Schulthess, Población e inmigra­
ción en la ciudad de Córdoba, 1947-1966, Facultad de Ciencias Económi­
cas, Universidad Nacional de Córdoba, 1967, p. 5; Dirección General de
Estadística, Censos e Investigaciones, Ministerio de Hacienda, Economía y
Previsión Social, “Estadísticas Demográficas y Vitales: Población, 1901-
1970”.
72 El Cordobazo

aumento en la tasa de natalidad. Cualquiera que sea la causa de


este último impulso del crecimiento rápido, cuando Córdoba ingre­
só en un nuevo período de su historia después de 1966 lo que im­
portó fue la herencia de los anteriores 25 años de migraciones. La
característica demográfica destacada fue la rápida creación de un
proletariado industrial, gran parte de él concentrada en una sola
industria. Córdoba se había convertido en la ciudad “más joven” de
la Argentina, con el 54% de su población por debajo de los 30 años
de edad, comparado con el 46% tanto en Buenos Aires como en
Rosario, también centros industriales que absorbían gran cantidad
de inmigrantes jóvenes.5'’ En Córdoba, la mayoría de esta población
juvenil se incluía en el grupo de edad de 18 a 30 años, y en 1970, de
una población de casi 800.000 habitantes, la sorprendente canti­
dad de 337.600 tenían trabajos de tiempo completo o parcial.57Por
otra parte, el porcentaje inusualmente alto de trabajadores emplea­
dos en el sector industrial y su concentración en las industrias me­
cánicas —en las plantas de IAME, Fiat, IKA-Renault y Perkins, así
como en los numerosos talleres de autopartes y componentes de la
ciudad— , a pesar del crecimiento pausado y sólo lentos aumentos
del empleo después de 1965, siguieron siendo una constante de la
estructura de clases de Córdoba hasta los gobiernos militares pos­
teriores a 1976.
El boom automotor cordobés había creado la mayor concentra­
ción de trabajadores industriales del país, al margen de la de Bue­
nos Aires. Desde luego, la clase obrera local no se limitaba a las
industrias mecánicas. Extendida en una amplia gama de activida­
des, incluía un núcleo de trabajadores muy calificados en los com­
plejos automotores, los talleres ferroviarios de la ciudad y la indus­
tria local de energía eléctrica; jornaleros comunes de la industria de
la construcción; trabajadores gráficos que utilizaban tecnologías que
apenas habían cambiado en medio siglo; y la gran masa de trabaja­
dores no calificados de las líneas de montaje y producción de los
planteles de IKA-Renault y Fiat. “Clase obrera” era también una
distinción un poco arbitraria en una ciudad con una clase media
pobremente remunerada en las burocracias gubernamental y uni­
versitaria y en el comercio. Obreros y oficinistas a menudo vivían
lado a lado y compartían un nivel y un estilo de vida similares. Sin
embargo, la concentración de la clase obrera industrial de Córdoba
en el sector mecánico y la ausencia casi total en la ciudad de una
cultura proletaria identificable e incluso de formas de asociación al
margen de las del lugar de trabajo y los gremios, dan testimonio de
un tipo particular de desarrollo económico en el cual las industrias
mecánicas y su mano de obra establecieron un predominio inequí­
Industria, sociedad y clase 73

voco, no sólo sobre la economía cordobesa, sino también en las are­


nas social y política.
El crecimiento industrial acelerado y concentrado de Córdoba
introdujo de manera abrupta e incompleta las operaciones del capi­
talismo industrial en una sociedad tradicional. El boom de las in­
dustrias mecánicas transformó el ritmo y el ambiente coloniales de
la ciudad, pero sus efectos fueron en realidad más superficiales que
los de la industrialización en Buenos Aires. El crecimiento indus­
trial producido en ésta en las décadas anteriores, a pesar de sus
limitaciones y la pesada dependencia del Estado, parecía un proce­
so de industrialización más genuino que el que tuvo lugar en Córdo­
ba. En Buenos Aires, la inversión en la industria, la díversificación,
la formación de una clase obrera heterogénea y una burguesía in­
dustrial nativa repitieron, en conjunto, la experiencia de anteriores
economías industrializadas. En Córdoba, el proceso fue más abrupto
y menos complejo, tal vez más cercano a los de las clásicas explosio­
nes mineras o agrícolas latinoamericanas que a un verdadero pro­
ceso de industrialización. A decir verdad, Córdoba iba a compartir
muchas de las características de uña ciudad minera industrial: la
concentración de la actividad económica esencialmente en un solo
sector; un control casi completo de ese sector por el capital extran­
jero; una mano de obra joven, mayoritaríamente masculina y no
calificada; un crecimiento rápido y una declinación repentina.
El resultado más significativo del boom industrial cordobés fue,
indiscutiblemente, la formación de un fuerte proletariado fabril. La
clase obrera cordobesa se convirtió en un actor político destacado
entre 1966 y 1976 y estuvo inmediatamente en aptitud no sólo de
afectar la política local sino también de ejercer una influencia con­
siderable en el plano nacional, debido al menos en parte a la natu­
raleza del reciente desarrollo económico de la ciudad. Mientras en
Buenos Aires la clase obrera y sus organizaciones tenían la influen­
cia rival de una burguesía poderosa, una burguesía que no carecía
de contradicciones pero que en su conjunto era hostil a los intere­
ses obreros, en Córdoba los trabajadores no tenían serios rivales de
clase. La vieja aristocracia cordobesa era poco más que una elite
social identificable. Los apellidos aristocráticos aún dominaban las
listas de los decanatos universitarios y la magistratura, y aparecían
ocasionalmente en las juntas locales de IKA-Renault, pero la pre­
sencia en política de la aristocracia como clase había disminuido en
gran medida. Además, la burguesía industrial local era débil y esta­
ba dividida; sólo los intereses metalúrgicos, agrupados en la Cáma­
ra de Industrias Metalúrgicas, tenían algún tipo de unidad, pero su
influencia empalidecía frente a las firmas automotrices. Los indus­
triales de éste y otros sectores tradicionales contaban con magros
74 El Cordobazo

recursos de capital y nunca participaron como inversores o socios


en las industrias mecánicas. La clase media exhibía una debilidad
y una división similares, incluyendo una minoría de profesionales
liberales razonablemente privilegiados y una mayoría de esforzados
maestros de escuela, funcionarios gubernamentales y universita­
rios, empleados administrativos y vendedores. En rigor de verdad,
entre todas las clases de Córdoba, sólo los estudiantes universita­
rios, cuyo número llegó a menudo al 10% de la población, tenían un
sentimiento de identidad y poder comparable al de la clase obrera.
Si bien a causa del boom industrial se crearon algunos puestos
gerenciales, el desarrollo de la industria automotriz no generó una
nueva clase de empleados administrativos de número considerable,
y tampoco favoreció el desarrollo de una burguesía financiera lo­
cal.58La índole de las empresas, entidades esencialmente extranje­
ras con una mínima participación argentina, como en el caso de IKA,
o subsidiarias multinacionales, como en el de Renault y Fiat, impli­
có que muchos puestos gerenciales fueran ocupados por sus com­
patriotas y que una gran parte de las operaciones financieras se
realizara a través de sus casas matrices o de los grandes bancos de
Buenos Aires. Las oficinas administrativas de las empresas auto­
motrices estaban en la Capital Federal, y excepto cierta participa­
ción en las fábricas locales de autopartes y componentes, los ban­
cos provinciales contemplaron cómo la mayoría de los fondos eran
manejados por forasteros. Los puestos gerenciales en las plantas
mismas ofrecían oportunidades ligeramente mejores para la clase
media local, pero apenas había suficientes empleos para satisfacer
las necesidades de todo el mundo. Én IKA-Renault, por ejemplo, era
política de la empresa reservar los principales puestos técnicos y de
toma de decisiones a nativos franceses, en tanto dejaban los de
personal y relaciones públicas en manos de argentinos.59 Fiat si­
guió una política similar y estuvo incluso más predispuesta a poner
a sus ciudadanos en posiciones de autoridad, dada la propiedad total
del complejo de Ferreyra por Turín, aunque la mayoría de su perso­
nal administrativo, hacia fines de la década de 1960, era argentino.
Los profesionales cordobeses, educados en la universidad local, en
general no podían aspirar a trabajar más que de consejeros legales
o ingenieros en los escalones gerenciales más bajos de las empresas
automotrices.
La herencia del desarrollo económico y social de Córdoba fue, así,
una clase obrera que tenía una sensación de poder — una sensa­
ción de confianza en su aptitud para enfrentar a la autoridad e in­
fluir sobre los acontecimientos políticos— que era rara en la Argen­
tina. La creación de este proletariado hizo que Córdoba estuviera
madura para la militancia obrera cuando la ciudad se enfrentó al
Industria, sociedad y clase 75

comienzo simultáneo de la dictadura militar y de problemas en la


industria automotriz local. Cuando las compañías, respaldadas por
los poderes represivos del Estado, comenzaron a suspender los con­
venios colectivos e intentaron seguir siendo competitivas e incre­
mentar la productividad laboral a través de racionalizaciones en las
plantas, aceleración de los ritmos de producción y ataques genera­
les a los costos laborales, entre los trabajadores creció el resenti­
miento. A esto se agregaron la cada vez mayor politización de la so­
ciedad cordobesa y el éxito de la izquierda al ganar para los partidos
revolucionarios a jóvenes activistas obreros.
Cuando las relaciones de las empresas automotrices con su
mano de obra empeoraron, los rencores, la animosidad y las frus­
traciones de que daban muestras los trabajadores encontraron una
articulación política, por más incipiente e incompleta que fuera,
en un nuevo tipo de sindicalismo y en una militancia más difundi­
da entre todos los operarios mecánicos. El gremialismo revolucio­
nario, el clasismo, comenzó a atraer a algunos trabajadores de la
industria que estaban desilusionados con lo que veían como un
peronismo totémico y un movimiento sindical peronista corrompi­
do, pero para la mayoría de los trabajadores que apoyaban las tác­
ticas militantes de los clasistas la cuestión no era clasismo versus
peronismo sino, más bien, representaciones sindicales honestas y
eficaces versus sindicatos deshonestos e ineficaces. No hubo un
vínculo simple entre los problemas en la industria automotriz lo­
cal o las condiciones en las plantas y la historia obrera cordobesa
en estos años. La militancia laboral era un fenómeno que abarca­
ba toda la ciudad y muchos de los activistas sindicales más com­
prometidos, como Agustín Tosco, estaban en gremios relativamente
protegidos de los caprichos de la industria del automóvil. No obs­
tante, tanto la militancia obrera como «I movimiento clasista se
centraron en las fábricas automotrices, y los problemas en esa
industria constituyeron el ámbito esencial de las herejías ideológi­
cas y políticas que medraron en el movimiento obrero cordobés
después de 1966.
El inusual desarrollo industrial de Córdoba movió el centro del
conflicto laboral de la ciudad hacia las fábricas automotrices, y sus
sindicatos adquirieron una importancia política que, sencillamen­
te, no era accesible a los trabajadores empleados en las plantas
textiles o los talleres metalúrgicos locales. El conflicto entre dos
tipos de gremialismo, parcialmente expresados en términos políti­
cos como peronismo y clasismo pero también, lo cual era más im­
portante para la mayoría de los trabajadores, como dos enfoques
distintos del manejo de los sindicatos, fue más áspero en las plan­
tas de IKA-RenauJty Fiat. Para el trabajador cordobés del automó­
76 EL Cordobazo

vil, el adversario no era el industrial de poca monta que podía uti­


lizar una panoplia de tácticas intimidatorias e incentivos para
manipular y controlar la mano de obra. Antes bien, después de
1966 los enemigos fueron las impersonales empresas automotri­
ces extranjeras, los invisibles gerentes de producción e incluso sus
colaboradores de base en los sindicatos, que en conjunto parecían
estar haciendo cada vez más gravosas las condiciones de trabajo,
así como el Estado, que respaldaba las políticas antiobreras de las
compañías. Los trabajadores mecánicos tenían una abundante
experiencia compartida a partir de su vida laboral, experiencia que
arrastró a algunos hacia el clasismo, una ideología que habría te­
nido menos peso si Córdoba hubiera experimentado un desarrollo
industrial más diversificado y si la clase obrera hubiese estado
menos concentrada en las industrias mecánicas. Sin embargo, la
identidad colectiva de la mayoría de los trabajadores los arrastra­
ba a una militancia que no requería que renegaran de sus lealta­
des peronistas.
Las explicaciones sociológicas generales de la historia obrera de
Córdoba sólo pueden sugerir la naturaleza de las relaciones entre
trabajo y capital en la ciudad, pero no su dinámica específica. Mu­
cho más reveladores y analíticamente útiles son los problemas que
se experimentaban en el plano fabril. Fue en su vida laboral donde
los jóvenes trabajadores mecánicos de la ciudad expresaron la he­
rencia del desarrollo industrial de Córdoba y las idiosincrasias de la
sociedad cordobesa. Además, los trabajadores cordobeses del auto­
móvil eran parte de un movimiento obrero regional y nacional, y de
la misma manera en que influyeron en los acontecimientos fuera de
Córdoba, se vieron afectados por factores que estaban alejados de
los problemas cotidianos de la base febril.
La relación del movimiento obrero local con el Estado, la CGT y
las centrales sindicales abrió a veces oportunidades para los gre­
mios y otras restringió su libertad de maniobra. Las rivalidades, las
ambiciones políticas y las vendettas personales también jugaron un
papel en la política obrera. La configuración única del movimiento
obrero local, la naturaleza específica de las relaciones entre capital
y trabajo en la ciudad y los individuos y el equilibrio de poder dentro
del movimiento sindical —este último en un estado de fluctuacio­
nes constantes y respondiendo a múltiples influencias—constitu­
yeron en conjunto el mundo de la política de la clase obrera cordo­
besa y durante casi una década hicieron de Córdoba el centro dél
movimiento obrero disidente del país.
Industria, sociedad y clase 77

NOTAS

1Adolfo Dorfman, Historia de la industria argentina (Buenos Aires: So-


lar/Hachette, 1971), pp. 278-279; Ofelia Pianetto, "Industria y formación
de la cíase obrera en la ciudad de Córdoba, 1880-1906", en Homenaje al
doctor Ceferino Garzón Maceda (Córdoba: Universidad Nacional de Córdo­
ba, 1973).
2Juan Carlos Aguila, Eclipse de una aristocracia: Una investigación so­
bre las elites de ía ciudadefe Córdoba (Buenos Aires: Ediciones Libera, 1968).
pp. 30-31, 37-38, 72-73.
3Informes de la Inteligencia Militar de los Estados Unidos para la Argen­
tina, 1918-1941. Edmond C. Fleming, agregado militar, Embajada de los
Estados Unidos, Informe n° 4029, "Current Events for the Month of Au-
gust”, 31 de agosto de 1929, p. 4.
4Informes de la Inteligencia Militar de los Estados Unidos para la Argen­
tina, 1918-1941. Agregado militar, Argentina, Infonne n° 4489, “Military
Supply: Government Production of Military Supplies”, 16 de enero de 1932.
Este informe de inteligencia brinda una extensa descripción de las plantas
cordobesas.
5Informes de la Inteligencia Militar de los Estados Unidos para la Ar­
gentina, 1918-1941. Lester Baker, Agregado Militar, Buenos Aires, Infor­
me n° 5663, “Current Events, Argentina”, 30 de octubre de 1937, p. 2.
6Roberto A. Ferrero, Sabattini y la decadencia del yrigoyenismo, 2 volú­
menes (Buenos Aires; Centro Editor de América Latina, 1984). Para un
nuevo e importante estudio sobre el sábattinismo, véase César Tcach,
Sabattinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba, 1943-1955 (Bue­
nos Aires: Editorial Sudamericana, 1991).
7Ferrero, Sabattini y la decadencia del yrigoyenismo, vol. 2, p. 134.
8Efraín Bischoff, Historia de Córdoba (Buenos Aires: Editorial Plus Ul­
tra, 1979), pp. 556-558.
9María del Carmen Angueira y Alicia del Carmen Tonini, Capitalismo de
Estado (1927-1956) (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1986),
pp. 72-73.
,0Ménica Gordillo, "Características de los sindicatos líderes de Córdoba
en los ’60: El ámbito del trabajo y la dimensión cultural", Consejo de Inves­
tigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba, Informe
Anual, 1991, p. 48; Rinaldo Antonio Colomé y Horacio Palmieri, “La indus­
tria manufacturera en la ciudad de Córdoba”, Instituto de Economía y Fi­
nanzas, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Córdo­
ba, pp. 4-13.
!1Femando Ferrero, "Localización industrial en la provincia de Córdo­
ba”, Revista de Economía y Estadística, Universidad Nacional de Córdoba,
n° 2 (1964), pp. 7-42.
12“La industria en la provincia de Córdoba”, mayo de 1974, pp. 4-13.
13Colomé y Palmieri, “La industria manufacturera en la ciudad de Cór­
doba”, pp. 8-10.
H María Beatriz Nofal, Absentee Entrepreneurship and the Dynamics of
78 El Cordobazo

the Motor Vehicle Industry in Argentina (Nueva York: Praeger Publishers,


1989). p. 15.
ir>María del Carmen Angueira y Alicia del Carmen Tonini, Capitalismo
de Estado (1927-1956), p. 77; Depto. de Estado de los Estados Unidos,
Documentos Relacionados con los Asuntos internos de la Argentina, Em­
bajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Installation of Fíat Plant
for Motor Car Productíon”, 835.3331/11-658, 6 de noviembre de 1958.
1(5Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados
con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos
en Buenos Aires, “Conversation with Henry J. Kaiser, February 21, 1955**,
811.05135/2-2155, 21 de febrero de 1955.
17Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados
con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos
en Buenos Aires, “Letter from Henry J. Kaiser Companíes to U.S. Dept. of
State”, 811.05135/1-2055, 20 de enero de 1955.
18Carta de James McCloud. presidente de Industrias Kaiser Argentina
entre 1956 y 1967, 24 de julio de 1989. McCloud sostiene que la instala­
ción de Kaiser en Córdoba fue exclusivamente el resultado de las presiones
de San Martín y los militares argentinos. Sus afirmaciones fueron confir­
madas en un estudio reciente sobre las negociaciones de Kaiser: Norbert
MacDonald, “Henry J. Kaiser and the Establishment of an Automobile
Industry in Argentina", Business History, vol. 30, n° 3 (julio de 1988), p.
336. A principios de los años cincuenta, ni Fiat ni Kaiser estaban interesa­
das en instalar plantas en Buenos Aires, considerada como el baluarte de
la clase obrera peronista, a causa de los problemas laborales que preveían
habría allí. Ambas empresas deseaban establecerse en el interior, pero
Córdoba era la segunda alternativa para cada una de ellas.
19Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados
con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos
en Buenos Aires, “Market Report on Electric Motors-Argentina”, 835.333/
11-2858, 28 de noviembre de 1958.
20Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados
con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos
en Buenos Aires, “Investigation of Industrias Kaiser Argentina S.A. by the
Provincial Government”, 835.3331/12-1955, 19 de diciembre de 1955.
2) Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados
con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos
en Buenos Aires, “Kaiser to Manufacture Alfa Romeo Automobiles”,
835.3331 /12-2358, 23 de diciembre de 1958.
22Joseph Geschelin, ‘‘Argentina’s Automotive Industries, Part III: The
Kaiser Empire”, Automotive Industries, vol. 132, I o de abril de 1965, p, 50.
23Carta de McCloud; Depto. de Estado de los Estados Unidos, Docu­
mentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada
de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Industrias Kaiser Argentina”,
335.3331/10-1955, 19 de octubre de 1955.
34 Joseph Geschelin, "Argentina’s Automotive Industries, Part I”,
Automotive Industries, vol. 132, 15 de febrero de 1965, p. 58.
25Industrias Kaiser Argentina S.A., Memoria y Balance General, 1961.
Industria, sociedad y clase 79

26 Gilíes Gleyze, "La Régie Nationale des Usines Renault et l’Améríque


Latine depuis 1945. Brésil, Argentine, Colombie” (tesis de Maestría en Hu­
manidades, Universidad de París X-Nanterre, 1988), pp. 48-49; Michel
Freyssenet, “Les processus d’intemationalisation de la production de Re­
nault: 1898-1979", Cahiers de l’Institut de Recherche Économique et de
Planíjication du Développernent, n° 6, 1984, pp. 15-49.
27E1 crecimiento de la industria metalúrgica cordobesa, no obstante, fue
extraordinariamente rápido. En 1954, muchas otras industrias de la ciu­
dad tenían mayor cantidad de mano de obra: ios talleres ferroviarios (3.373),
las industrias alimentarias (21.952) e incluso la del cuero (1.189) eran más
grandes. Diez años después, sólo la superarían las empresas automotrices.
Censo industrial (1954, 1964, 1974), Ministerio de Hacienda, Economía y
Previsión Social, provincia de Córdoba.
28 Industrias Kaiser Argentina S.A., Memoria y Balance General, 1961;
Delbert Miller, “Community Power Perspectives and Role Defmitions of North
American Executives in an Argentine Community”, Administrative Science
Quarterly (diciembre de 1965), pp. 364-380.
29Geschelin, “Argentina’» Automotive Industries, Part 111”, p. 47; “Insti­
tuto IKA: en abril inicia las clases", Gacetika, n° 45 (octubre de 1961), p. 1.
30Industrias Kaiser Argentina S.A., Memoria y Balance General 1962.
El informe de la empresa enumera 6.300 trabajadores directamente dedi­
cados a la producción, 2.390 empleados en el complejo de Santa Isabel y
otros 590 en la sede central de Buenos Aires. El personal ejecutivo consis­
tía de 313 personas, muchos de ellos estadounidenses (50 de los 62 “con­
sejeros técnicos*’ del plantel lo eran), si bien IKA había incorporado por
entonces un número considerable de argentinos a los puestos de nivel su­
perior.
31Juan V. Sourrouille, El complejo automotor en Argentina (México: Edi­
torial Nueva Imagen, 1980), pp. 60-61; Nofal, Absentee Entrepreneurship
and the Dynamics of the Motor Vehicle Industry in Argentina, pp. 32-34.
32La Voz del Interior, 28 de septiembre de 1963, p. 13.
33Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados
con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos
en Buenos Aires, “Fiat Proposes to Manufacture Automobiles in Argenti­
na”, 835.3331/11-2458,24 de noviembre de 1958; Grandes Motores Diesel,
Memoria y Balance General, 1958.
34Grandes Motores Diesel, Memoria y Balance General, 1958.
35Grandes Motores Diesel, Memoria y Balance General, 1959.
36Sourrouille, El complejo automotor en Argentina, pp. 60-61. Fiat tam­
bién se vio favorecida por su decisión inicial de especializarse en un sector
del mercado automotor, la fabricación de autos pequeños y económicos, y
renunciar a la producción de camiones y autos de lujo; Depto. de Estado de
los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de
la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Fiat Car
and Truck Manufacturing ínvestment Approved”, 838.3331/9-2959, 29 de
septiembre de 1959.
37Incluso después de la compra Renault se vio trabada por los acuerdos
de licencias y embarcada en un prolongado y costoso pleito judicial para
80 El Cordobazo

revocar los firmados por IKA con American Motors. Archives des Usínes
Renault:, Boulogne-Billancourt, Directíon Juridique, carpeta 3400,
“Argentine", expediente "Rachat actions AMC/KJC", y 4436, “IKA Status
Contrate Renault. KJC/AMC/WILLIS".
36 Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados
con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos
en Buenos Aires, "Investment Projects in Argentina”, 811.05135/2-259, 2
de febrero de 1959-
Colomé y Palmierí, "La industria manufacturera en la ciudad de Cór­
doba", pp. 25-38; Aldo A. Arnaudo, “El crecimiento de la ciudad de Córdoba
en el último cuarto de siglo", Economía de Córdoba, vol. 8, n° 2 (diciembre
de 1970), pp. 7-11.
40 Colomé y Palmierí, “La industria manufacturera en la ciudad de Cór­
doba”, p. 35.
4' Nofal, Absentee Entrepreneurship and the Dynamics of the Motor Vehicle
Industry in Argentina, p. 32.
42Arnaudo, “El crecimiento de la ciudad de Córdoba en el último cuarto
de siglo”, pp. 18-19.
43Nofal, Absentee Entrepreneurship and the Dynamics of the Motor Vehicle
Industry in Argentina> p. 44.
44Gleyze, “La Régie Nationale des Usines Renault et I’Amérique Latine
depuis 1945", pp. 58-60.
45Carlos E. Sánchez, “El desempleo juvenil en la ciudad de Córdoba”,
Economía de Córdoba, instituto de Economía y Finanzas, Facultad de Cien­
cias Económicas, Universidad Nacional de Córdoba (diciembre de 1971), p.
13.
4<i Sánchez, "El desempleo juvenil en la ciudad de Córdoba”, pp. 3-20.
I./OS hallazgos de la investigación de José Nun sobre la desocupación en la
industria en los dos casos estudiados en Buenos Aires en 1967 — específi­
camente su descubrimiento de la tendencia de los trabajadores del auto­
móvil despedidos a encontrar trabajo en servicios, en la industria y como
mecánicos independientes pero no en las plantas automotrices en que ha­
bían trabajado anteriormente y ni siquiera en la industria automotriz en
general— también valían para Córdoba. Véase José Nun, “Despidos en la
industria automotriz argentina: estudio de un caso de superpoblación flo­
tante”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 40, n° 1 (1978), pp. 55-106.
47Anna Segre, “La localizzazione deirindustria automobolística in
America Latina: I casi di Belo Horizonte (Brasile) e Córdoba (Argentina)",
Riuista Geograjica Italiana, vol. 80, n° 2 (junio de 1983), pp. 262-264.
45 Municipalidad de Córdoba, Dirección de Estadísticas, “Censo Nacio­
nal de Población: familias y viviendas", Departamento Capital, 1970, vol. 1.
El estudio de Mónica Gordillo sobre el Sindicato de Mecánicos y Afines del
Transporte Automotor (SMATA) de Córdoba ha demostrado que un gran
porcentaje de los trabajadores que se instalaron en los nuevos barrios in­
dustriales adyacentes a los complejos automotores eran inmigrantes a la
ciudad. Sí bien ésas fueron las zonas de crecimiento más rápido de la ciu­
dad, debería subrayarse que sólo una minoría de los trabajadores del
SMATA vivía en los nuevos barrios (38,1% para el período 1956-1960, con
industria, sociedad y clase 81

porcentajes similares para la década del sesenta), habitando la mayoría en


los barrios tradicionales del centro de la ciudad y un número considerable
en poblaciones pequeñas fuera de los límites de la misma; Gordillo, "Carac­
terísticas de los sindicatos líderes de Córdoba en los *60", pp. 10-12.
^Rinaldo A. Colomé, “Construcción y vivienda en la ciudad de Córdoba,
1947-1965", Revista de Economía y Estadística, vol, 11, n° 3 y 4 (1967), pp.
68-69.
s0Carlos E. Sánchez, “La situación de la vivienda en la ciudad de Córdo­
ba”, Economía de Córdoba, vol. 8, n° 2 (1970), pp. 2-11.
ni Arnaudo, “El crecimiento de la ciudad de Córdoba en el último cuarto
de siglo”, p. 15; Juan Carlos Aguila, “Aspectos sociales del proceso de in­
dustrialización en una comunidad urbana”, Revista Mexicana de Sociolo­
gía, vol. 15 (mayo de 1963), pp. 762-763.
“ Charles Bergquist, Labor in Latín America (Stanford, Calif.: Stanford
Universíty Press, 1986), p. 188.
53La Voz del Interior, 20 de noviembre de 1960, p. 11.
54Carlos E. Sánchez y Walter E. Schulthess, Población e inmigración en
la ciudad de Córdoba, 1947-1966, Facultad de Ciencias Económicas, Uni­
versidad Nacional de Córdoba, 1967, p. 3.
55Joseph Geschelin, “Argentina’s Automotive Industries, Part VI”,
Automotive Industries, vol. 132 (febrero-junio de 1965), p. 53.
56Sánchez, “El desempleo juvenil en la ciudad de Córdoba”, pp. 3-20.
57Edíth Aostri, “El mercado de trabajo en la ciudad de Córdoba”, Comer­
cio y Justicia, n° 87 (28 de mayo de 1971), pp. 11-12.
56Francisco J. Delích, Crisis y protesta social Córdoba, mayo de 1969
(Buenos Aires; Ediciones Signos, 1970), pp. 24-25.
59Gleyze, “La Régie Nationale des Usines Renault et rAmérique Latine
depuis 1945”, pp. 160-163.
2. Política sindical

Como en la mayoría de los movimientos obreros, la política obre­


ra en Córdoba siempre operó en dos niveles. Una arena se centraba
en la base fabril y la relación de los trabajadores con la producción,
y la otra implicaba luchas internas de poder y las interacciones ins­
titucionales de los sindicatos obreros, así como la relación de los
sindicatos con el Estado. La política de la base fabril era una espe­
cie de política laboral más casera y casi hermética en la cual los
diversos intereses de los trabajadores, representados individualmen­
te por sus delegados y colectivamente por el sindicato, se enfrenta­
ban a los intereses más uniformes del capital. Las relaciones en el
lugar de trabajo, determinadas por la naturaleza de la empresa, por
sus mercados, tecnología y prácticas gerenciales, fueron una parte
fundamental de la historia de todos los sindicatos cordobeses en
este periodo. Tuvieron más importancia, sin embargo, en las indus­
trias en que tanto el trabajo como el capital estaban presentes en
una escala tal que hacía que sus enfrentamientos tuvieran conse­
cuencias para toda la clase obrera. En Córdoba, esto quería decir la
industria automotriz. Sólo en ésta las apuestas eran tan elevadas y
las relaciones tan contenciosas como para poder influir en los otros
gremios de la ciudad. Por otra parte, sólo fue después de mediados
de los años sesenta cuando las conocidas escaramuzas entre traba­
jo y administración en esa industria evolucionaron hacia una gue­
rra abierta, cuyas ondas se difundieron más allá de ios confines de
los complejos automotores para afectar a otros sindicatos y al mo­
vimiento obrero cordobés en general.
La segunda clase de política laboral, si bien igualmente compleja,
era más pública e implicó a un mayor número de sindicatos en un
momento anterior en el tiempo. La política gremial era una presen­
cia vaga en la historia de la clase obrera local. Sólo estaba repre­
sentada de manera incompleta en los manifiestos o en las siglas ins­
titucionales que tan a menudo preocupan a los historiadores del tra­
bajo y, de hecho, las motivaciones gremiales fueron con frecuencia
apenas escasamente visibles en la evidencia escrita del investigador.
Política sindical 83

La política interna de los sindicatos y las rivalidades políticas entre


ellos respondían a muchas influencias: personales, estratégicas e
ideológicas. Era un reino político que involucraba a todos los traba­
jadores, pero que estaba representado más tangiblemente por su
conducción. El movimiento obrero cordobés se convirtió en algo tan­
to singular como significativo en la historia reciente de la clase obrera
argentina sólo una vez que las dos clases de política laboral se mez­
claron para producir un nuevo tipo de sindicalismo. Pero una larga
e intrincada historia precedió al nacimiento del movimiento sindi­
cal cordobés disidente, y conocerla es crucial para su posterior com­
prensión y explicación* La mejor manera de describirla es decir que
se trata de la política subterránea del poder en el movimiento obre­
ro cordobés.
La historia arranca en los últimos años de la presidencia de Pe­
rón. A principios de la década de 1950, cuando el Estado peronista
mostraba sus primeros signos de agotamiento, grupos de jóvenes
trabajadores empezaron a reunirse en una serie de gremios cordo­
beses y a cuestionar a la conducción de la vieja guardia peronista.
Su desafío era en parte ideológico. Un puñado de ellos, por ejemplo
Agustín Tosco, habían comenzado a observar críticamente la rela­
ción del peronismo con el movimiento obrero a través del estudio y
la reflexión. Tosco y otros como él finalmente acudieron a los in­
transigentes anarquistas, socialistas y comunistas de Córdoba, la
mayoría de los cuales eran entonces poco más que añosos especta­
dores del movimiento obrero local, a fin de conocer algunas de las
tradiciones obreras que habían precedido a Perón.1Sin embargo, en
términos generales su naciente rebelión implicaba cuestiones más
mundanas que la ideología, y se centraba en desacuerdos con el
enfoque peronista de las negociaciones colectivas o simplemente en
un desagrado generacional por la conducción sindical establecida.2
Como resultado del descontento creciente, hacia 1955 una serie
de sindicatos claves de la ciudad eran ideológica y políticamente
pluralistas en una medida mucho mayor de lo que era común en la
Argentina peronista. Sin duda, ese pluralismo fue posible gracias al
comparativo aislamiento de Córdoba con respecto a los centros de
la política obrera y el poder sindical en el movimiento obrero pero­
nista, Buenos Aires y Rosario. Ese aislamiento había permitido, por
ejemplo, que un núcleo de activistas sindicales no peronistas y de
izquierda del sindicato de Luz y Fuerza, conocidos colectivamente
en la historia del gremio como la “generación de 1953", eligieran a
su líder, Agustín Tosco, como miembro del consejo directivo en el
apogeo de la ortodoxia peronista, y en 1957 como secretario gene­
ral, a la temprana edad de 27 años.3 Situaciones similares existían
en otros sindicatos locales, como los de trabajadores gráficos y fe­
84 El Cordobazo

rroviarios. Córdoba era singular por el hecho de que los trabajado­


res que se constituirían en la columna vertebral del movimiento
obrero, los de la industria automotriz, todavía eran una clase en
formación y por lo tanto estaban desorganizados cuando en 1955
cayó el gobierno peronista. Para esos trabajadores el peronismo era
más una tradición obrera heredada que una experiencia vivida, y
su lealtad a él, si bien fuerte, a menudo tenía que competir con
apegos igualmente poderosos a su provincia y, por último, a sus
sindicatos.
A pesar de estas idiosincrasias locales, la clase obrera cordobesa
era sin duda abrumadoramente peronista en 1955. Fundada en
1949, en el apogeo de las campañas de sindicalización peronistas,
la Confederación General del Trabajo cordobesa (CGT) agrupaba una
surtida colección de los sindicatos pluralistas y en su mayor parte
no industriales, los más importantes de los cuales eran los de los
trabajadores de Luz y Fuerza, gráficos y ferroviarios, junto con otros
gremios sólidamente peronistas como los de conductores de ómni­
bus, empleados públicos, trabajadores textiles, molineros y carpin­
teros. En la campaña de resistencia del movimiento obrero contra el
gobierno antiobrero y más específicamente antiperonista del gene­
ral Pedro E. Aramburu (1955-1958), los sindicatos de Córdoba des­
empeñaron un papel particularmente prominente. La Resistencia
peronista cordobesa fue una de las más feroces del interior de la
Argentina. La delegación cordobesa redactó dos documentos que
surgieron de dos distintos congresos obreros que se realizaron en la
provincia, uno para coordinar la Resistencia y el otro para mante­
ner viva su tradición —en La Falda en 1957 y Huerta Grande en
1962, respectivamente— , que se erigieron como los programas más
radicales propuestos por cualquier sector del movimiento obrero
hasta la aparición de las corrientes revolucionarias en los sindica­
tos a comienzos de la década del setenta.4La tendencia de línea dura
dentro del sindicalismo peronista, que abogaba por una oposición
militante al Estado y los empleadores en la exigencia de que Perón
retomara del exilio y se levantara la proscripción a su movimiento,
siguió siendo fuerte en la ciudad. Resistió con eficacia intromisio­
nes de Buenos Aires en la autonomía sindical local y con ello pre­
servó una identidad distintivamente cordobesa del movimiento obre­
ro del lugar, que en lo sucesivo tanto peronistas como no peronistas
procuraron sostener.
La política sindical en Córdoba también fue influida por el carác­
ter de su reciente desarrollo industrial. En sus primeros pasos para
organizar al proletariado mecánico, el gobierno de Aramburu pro­
curó debilitar la presencia peronista en el movimiento obrero cordo­
bés, y en parte lo consiguió. La tardía llegada de las industrias
Política sindical 85

mecánicas permitió a Aramburu otorgar la jurisdicción de los tra­


bajadores de IKA al Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte
Automotor (SMATA), por entonces un gremio pequeño y de poca
importancia que representaba esencialmente a los mecánicos de las
estaciones de servicio. La decisión fue un golpe para la clase traba­
jadora peronista y en especial para la Unión Obrera Metalúrgica
(UOM), que era la conductora de la Resistencia y estaba surgiendo
como el sindicato dominante y árbitro final en el movimiento obrero
peronista. Al año siguiente, pi-oscriptos los candidatos peronistas,
una lista comunista que hacía hincapié en asuntos relacionados con
el trabajo ganó la primera elección sindical y el derecho a represen­
tar a los trabajadores de IKA. En enero de 1957, los comunistas
negociaron con la empresa el primer convenio colectivo. Éste esta­
blecía una serie de logros para el sindicato, entre ellos la extensión
a los trabajadores de IKA de la ley del “sábado inglés”, una medida
provincial que otorgaba a los trabajadores de determinadas indus­
trias una paga de 48 horas por una semana laboral de 44, al mismo
tiempo que incluía también numerosas cláusulas referidas a la se­
guridad y beneficios del trabajo.5
El efecto de la victoria de la lista comunista en 1957 fue galvanizar
a un pequeño grupo de militantes peronistas de las plantas de IKA
alrededor del apoyo a un programa que destacaba las cuestiones
del pan de cada día a expensas de los intereses políticos más gene­
rales del proscripto movimiento peronista. Durante varios meses,
los peronistas de SMATA se disputaron internamente el puesto de
conducción de su movimiento de recuperación del sindicato, hasta
que surgió un hombre, Elpidio Ángel Torres, como su vocero recono­
cido. El fornido y moreno Torres había usufructuado su notoriedad
como tipo duro en Alta Gracia, una pequeña ciudad cercana al
complejo de Santa Isabel, para iniciar su carrera en IKA e imponer
allí su control sobre los muy desorganizados peronistas. Su campa­
ña para conseguir una presencia peronista más fuerte en las plan­
tas de IKA se había visto obstaculizada tanto por la permanente
prohibición a la participación peronista en los asuntos sindicales
como por la débil tradición gremial de la joven mano de obra de IKA.
Para soslayar los impedimentos legales a la actividad sindical, To­
rres y el círculo de militantes peronistas que lo rodeaban habían
adoptado una actitud conciliatoria hacia la empresa y las autorida­
des provinciales. En medio de la Resistencia peronista, Torres man­
tenía una relación cordial pero distante con los sindicatos más ac­
tivamente implicados.
Como iba a hacerlo a lo largo de toda su carrera sindical, Torres
intentaba promover sus propios intereses y los del SMATA cordobés
al mismo tiempo que se mantenía independiente de los caciques
86 El Cordobazo

obreros de Buenos Aires, que controlaban la CGT, y de lo que se


conocía como las 62 Organizaciones, la rama política del movimien­
to obrero peronista. Los peronistas del SMATA abrazaron una posi­
ción moderada durante la Resistencia, abogando por restringir y
abandonar el sabotaje y otras tácticas militantes para no demorar
la restauración del peronismo en la vida política de la nación.6 Lo
que es más importante, al distanciarse de los elementos más mili­
tantes de la Resistencia, Torres y su círculo tenían las manos más
libres para impugnar el control del sindicato por parte de los comu­
nistas. La administración de la empresa y las autoridades provin­
ciales les ahorraron al menos parte de los aspectos más menudos
del hostigamiento al que sometían a los peronistas en otros sindica­
tos, y Torres y sus colaboradores pronto estuvieron en condiciones
de actuar con relativa libertad en las plantas de IKA, a pesar de la
proscripción de su movimiento y de las restricciones a la actividad
sindical peronista en otros lugares.
El gran problema de Torres era la apatía obrera. Pocos de los tra­
bajadores de IKA tenían una experiencia gremial anterior* Hábilmen-
te, la empresa había decidido reclutar su mano de obra en las fábri­
cas no sindicalizadas de las Industrias Aeronáuticas y Mecánicas
del Estado (IAME), entre trabajadores industriales primerizos e in­
migrantes rurales recién llegados a la ciudad.7A pesar de los logros
del sindicato en 1957, la afiliación obrera no aumentó de manera
significativa. Las campañas gremiales, e incluso la mención de los
sindicatos, eran recibidas con malhumor por el personal obrero. Si
bien los trabajadores de IAME estaban familiarizados con la vida
fabril, no ocurría lo mismo con la mayoría de la mano de obra. Los
trabajadores de IKA eran una abigarrada colección de ex jornaleros
agrícolas, changarines, mecánicos independientes, plomeros y has­
ta mozos de los recreos de la cercana sierra cordobesa.8Las habili­
dades mínimas requeridas por gran parte de la producción automo­
triz permitieron a la compañía emplear una mano de obra amplia­
mente inexperta y luego entrenar a los trabajadores en las simples
y repetitivas tareas necesarias para la producción en las líneas de
montaje. Estos trabajadores no calificados eran especialmente indi­
ferentes a las propuestas peronistas y presumiblemente también a
las de los comunistas, y muchos parecían temer que la participa­
ción en el gremio amenazara de alguna forma sus empleos.9
El año 1958 fue un punto de inflexión para los peronistas del
SMATA y para el sindicalismo en general en el complejo IKA. Torres
comenzó con una mordaz campaña de propaganda contra el con­
trato de 1957 y la falta de vigilancia de los comunistas en cuanto a
la obligación de la empresa de cumplir varias de sus disposiciones.
El reciente pacto Perón-Frondizi y la inminente recuperación de la
Política sindical 87

legalidad del movimiento obrero peronista a cambio de su apoyo a


la candidatura del segundo alentaron a Torres a adelantar su pro­
puesta de control del sindicato y a adoptar tácticas más agresivas.
Hizo un audaz esfuerzo para desplazar a los comunistas y ganar las
elecciones sindicales programadas para diciembre de ese mismo
año, primero desacreditando a sus rivales y luego capitalizando sus
propios lazos peronistas. En parte contaba con que una combina­
ción de la índole metódica y falta de brillo de la conducción sindical
comunista, las divisiones dentro de las filas de éstos que los obliga­
ron a presentar listas separadas, sus propias facultades de persua­
sión y carisma personal y la simpatía de los trabajadores por el más
débil ío ayudaría a derrotar a los comunistas. Confiaba, sobre todo,
en que su status de representante de un movimiento cada vez más
mitologizado por la clase obrera argentina lo pondría, junto con sus
compañeros peronistas, a la cabeza del SMATA cordobés. Las vaci­
laciones para afirmar su lealtad peronista en 1957 dejaron paso a la
comprensión de que esos vínculos podían ser una ventaja distintiva
en las diferentes circunstancias políticas de 1958.10
Torres lanzó su ataque contra los comunistas alrededor de la
cuestión de la representación sindical efectiva. Acicateándolos para
que declararan en marzo unos paros apresurados y pobremente
organizados a causa del estancamiento de las negociaciones de los
convenios colectivos, contribuyó a aumentar el desafecto de los tra­
bajadores, En la base fabril se generalizó el descontento. Hacia fi­
nes de abril, la mayoría de los trabajadores ignoraba las convocato­
rias comunistas a la huelga, y el secretario general del sindicato,
Alejandro Brízuela, había perdido gran parte de su antigua popula­
ridad entre el pequeño número de operarios activos del gremio e irri­
tado a la gran mayoría que simplemente lo había tolerado.
De Buenos Aires llegaban otras presiones para que Torres actua­
ra. A lo largo de la historia del movimiento obrero cordobés, las de­
cisiones sindicales se tomaron a menudo en respuesta a presio­
nes provenientes de las centrales gremiales y la CGT, y en especial
a las maquinaciones políticas de las principales autoridades del
movimiento obrero peronista que controlaban las centrales y domi­
naban la CGT y las 62 Organizaciones. En general, esas decisiones
procuraban mantener la independencia de los sindicatos cordobe­
ses y resistir las intromisiones de los caciques obreros peronistas
porteños en la autonomía sindical local. En el caso específico de
1958, Torres procuró atajar una campaña de la UOM que presiona­
ba a Frondizi para que permitiera que el sindicato metalúrgico afir­
mara su jurisdicción sobre los trabajadores de IKA. Recientemente
se le había otorgado la correspondiente a los trabajadores de Fiat, y
el control del segundo complejo automotor de la ciudad asegurarla
88 El Cordobazo

al gremio una posición dominante en el movimiento obrero cordo­


bés y también frustraría las aspiraciones sindicales de jóvenes cor­
dobeses como Torres, que temía con fundamento que la afiliación a
la muy centralizada UOM implicara un control absoluto de Buenos
Aires, Los rumores sobre las intenciones de la UOM se convirtieron
en un desafío abierto en la segunda mitad de 1958, cuando sus
representantes comenzaron una campaña en las puertas de las fá­
bricas para afiliar trabajadores, como primer paso para presentar
en el Ministerio de Trabajo una solicitud formal de reconocimiento
de su jurisdicción. Los trabajadores de IKA demostraron ser tan in­
diferentes a los avances de la UOM como lo habían sido a las ante­
riores campañas sindicales, pero entre los peronistas del SMATA
había la sensación generalizada de que se los hacía a un costado y
de que la creciente pérdida de prestigio de la conducción comunista
amenazaba redundar en beneficio de la UOM.u
Poco después de la primera aparición de los proselitistas de la
UOM en Santa Isabel, Torres y sus partidarios armaron la primera
lista peronista para enfrentarse a las dos agrupaciones comunistas
que competían en las elecciones de diciembre del SMATA. Los re­
sultados de éstas fueron estrechos, y también ilustrativos de hasta
qué punto aún existia apatía entre los trabajadores de las plantas.
De un plantel de más de 3.000 personas, decidieron votar poco
menos de la mitad, obteniendo la lista de Torres 588 votos y las dos
comunistas 411 y 274 respectivamente.12La elección de Torres como
secretario general puso a los peronistas por primera vez en control
del SMATA cordobés, pero el estrecho margen de la victoria y la di­
fundida indiferencia obrera hacia las elecciones y el sindicato en
general significaban que el mandato peronista era más aparente que
real. Por otra parte, varios de los departamentos de las plantas de
IKA permanecieron en manos de los comunistas y Torres se encon­
tró a la defensiva, con un núcleo resentido y capaz de activistas
comunistas dispuestos a criticar en toda ocasión su manejo del sin­
dicato.
Para consolidar su control en Santa Isabel, Torres continuó con
su enfoque independiente y se concentró en ganarse el apoyo de las
bases de IKA. Junto con otros peronistas del SMATA, comprendió
que el sindicato aún ocupaba una posición precaria. La superficial
tradición sindical y la desconfianza palpable hacia los activistas gre­
miales amenazaban convertir la indiferencia y hasta el apoyo a re­
gañadientes en hostilidad abierta ante una noticia de peso. Los di­
rigentes del SMATA necesitaban ganarse el apoyo de las bases a tra­
vés de logros concretos y no subordinar las decisiones sindicales a
los dictados de Buenos Aires. Sus demostraciones públicas de fide­
lidad a los caciques obreros porteños fueron, en consecuencia, poco
Política sindical 89

frecuentes. El mismo Torres se hizo adicto a los floridos discursos


en elogio de Perón, amenazando en un tono intimidatorio con la
participación del sindicato en movilizaciones obreras y huelgas ge­
nerales auspiciadas por los peronistas e ignorando efectivamente
las órdenes provenientes de Buenos Aires. Los dos años posterioi~es
a la victoria sindical transcurrieron tejiendo alianzas, resolviendo
problemas de la base fabril, erigiendo una sólida organización sin-
dical y exhibiendo una amplia indiferencia ante las maniobras polí­
ticas del movimiento obrero peronista.
Torres se vio estimulado a proseguir con el sindicalismo de las
cuestiones cotidianas a causa de los cambios que se estaban pro­
duciendo en las plantas. Las relaciones relativamente tranquilas
entre el directorio y la mano de obra, que habían caracterizado los
primeros años de la historia de IKA, habían comenzado a deterio­
rarse justo en el momento en que los peronistas asumían el control
del sindicato. Si bien las cifras de ventas de la empresa eran eleva­
das y había plena ocupación en las plantas, había señales de que la
joven mano de obra estaba empezando a reaccionar ante la regi-
mentación y los rigores de la vida fabril. El primer reconocimiento
empresarial de problemas laborales informaba de un creciente mal
humor de los trabajadores hacia la administración y los capataces,
e incluso de incidentes ocasionales de franca insubordinación en
las líneas, problemas que la compañía atribuía a la presencia de
agitadores gremiales en la base fabril.13En algunos de los departa­
mentos más opresivos crecía la inquietud de los trabajadores. Los
túneles de pintura ya eran notorios: para los trabajadores, a causa
de su diseño reputadamente descuidado, que provocaba persisten­
tes emanaciones de pintura, perjudiciales para los ojos y los pulmo­
nes; para el directorio, porque eran un nido de sediciosos. Cuando
los trabajadores comenzaron allí una campaña para hacer que sus
tareas fueran calificadas como insalubres y obtener con ello una
jomada de seis horas, tal como lo disponían las leyes laborales ar­
gentinas, la empresa se mantuvo firme, considerando esa actitud
como una intrusión en el control de la dirección sobre el proceso
productivo y como un precedente indeseable para otros departa­
mentos.14Sin embargo, una comisión especial del Ministerio de Tra­
bajo encontró no sólo escasa ventilación en los túneles de pintura
sino también un aumento inaceptable de los ritmos de producción,
por lo que obligó a la empresa a mejorar la ventilación, distribuir
mejores máscaras y ropa de protección y reducir tanto la jomada de
trabajo como los ritmos.15
Problemas similares enconaban a otros departamentos, y Torres
y la conducción sindical peronista los capitalizaron para establecer
el tipo de organización gremial sólida y con participación de las bases
90 EX Cordobazo

que se les había escapado a los comunistas. Los peronistas utiliza­


ron los fondos sindicales para construir la sede del gremio en el
centro de Córdoba y establecieron cursos de capacitación para los
delegados recientemente electos. También emprendieron una gran
campaña organizativa en todos los departamentos, comprometien-
do la intervención sindical para resolver los problemas de cada uno
de ellos. Comenzó a surgir una clara cadena de mandos, en la que
Torres desempeñaba el papel de caudillo obrero al mismo tiempo
que contaba con un grupo de jóvenes y duros activistas sindicales
peronistas para granjearse el apoyo de los trabajadores. El progreso
fue concienzudo. El sindicato obtuvo cierto apoyo entre los trabaja­
dores con medidas tales como la creación de un generoso programa
médico gremial para competir con los más modestos servicios de
salud de la empresa y la resolución de pequeños problemas en cada
uno de los departamentos. Pero las afiliaciones aún avanzaban con
lentitud. Lo que se necesitaba era una victoria que confiriera pres­
tigio y, en la esperanza de obtenerla, Torres y el sindicato votaron,
el 26 de febrero de 1959, rescindir unilateralmente el contrato sus­
cripto con la empresa en 1958 y declarar una huelga.
La huelga de 1959 fue un acontecimiento importante en la histo­
ria del SMATA, y estableció precedentes que influirían en la política
obrera futura. En primer lugar, esa huelga instauró lo que sería una
marca distintiva del movimiento obrero cordobés en los años venide­
ros: el paro activo.Tras la decadencia de la Resistencia y la institucio-
nalización del movimiento obrero, los principales sindicatos peronis­
tas, especialmente en Buenos Aires, solían desalentar toda participa­
ción de las bases que amenazara ir más allá de límites claramente
circunscriptos. Las huelgas tenderían cada vez más a ser asuntos
cuidadosamente orquestados y controlados, como el desganado paro
matero o paro dominguero, en el cual los trabajadores simplemente
se quedaban en sus casas mientras los caciques gremiales negocia­
ban con sus interlocutores del momento —los empleadores, el Esta­
do o, con más frecuencia, ambos—. En contraste, el paro activo era
una manifestación militante de la intransigencia obrera, un provoca­
tivo arrojar el guante, realizado de manera deliberada para incremen­
tar la participación en la interrupción del trabajo. Tales huelgas lle­
vaban a los trabajadores a las calles y siempre amenazaban con des­
embocar en enfrentamientos violentos con la policía. La tendencia de
los paros de los sindicatos cordobeses en los años siguientes a ase­
mejarse a movilizaciones populares —y frecuentamente a desatar pro­
testas a lo largo y lo ancho de toda la ciudad que a veces, como en
1969 y 1971, se desarrollaron hasta convertirse en toda una insu­
rrección urbana— nació con el paro activo y la huelga de 1959.
Los peronistas del SMATA no estaban tan interesados en estable­
Política sindical 91

cer un precedente sindica] o incluso un estilo gremial más combativo


como en superar la obstinada indiferencia y hasta antipatía de los
trabajadores de IKA hacia el sindicato.*6Torres reconocía que la huel­
ga era un formidable mecanismo de asimilación cultural y construc­
ción sindical, en gran parte como el utilizado por los organizadores
del sindicato United Auto Workers en Detroit en la década del treinta.
En el conflicto de 1959, Torres también hizo uso de lo que en lo suce­
sivo sería otra práctica del SMATA cordobés: realizó asambleas abier­
tas en un estadio de boxeo local, el Córdoba Sport Club, a fin de re­
unir a los trabajadores para que votaran en todos los llamados a la
huelga. Estas asambleas se convirtieron en importantes aconteci­
mientos socializadores y fueron un intento deliberado de inculcar una
identificación con el sindicato y una identidad de clase en trabajado­
res que anteriormente tenían poco de una y otra.17
La huelga de 1959 fracasó en el corto plazo, pero en última ins­
tancia proporcionó a Torres y a la neófita conducción peronista una
crucial victoria sindical. Como resultado de la huelga, el directorio
de IKA comprendió que tenía que negociar seriamente con el sindi­
cato, y en el siguiente contrato satisfizo casi todas las demandas de
éste. El convenio de 1960 reconoció al sindicato como único repre­
sentante legitimo de los trabajadores de IKA en todas las negocia­
ciones con el directorio y permitió que el SMATA aumentara el nú­
mero de delegados en las plantas, una herramienta invalorable para
mejorar su perfil entre los trabajadores. También se establecieron
procedimientos para las paritarias, conversaciones sóbre las nego­
ciaciones colectivas que, en la industria automotriz, eran manteni­
das directamente entre las empresas y el SMATA local y no entre
una única asociación de empleadores y un sindicato nacional, como
en el caso de las industrias metalúrgicas. En el acuerdo del 11 de
marzo de 1960, Torres obtuvo también úna gran concesión con res­
pecto a los contratos de tres años de los trabajadores: una cláusula
de ajuste de los salarios [cláusula gatillo) que establecía aumentos
cuatrimestrales automáticos de acuerdo con el incremento del cos­
to de vida. De igual modo, consiguió una serie de beneficios y un
aumento salarial significativo por encima del acuerdo de 1958.18
Sobre la base del convenio de 1960, Torres construiría su apoyo en­
tre las bases y una formidable maquinaria sindical que dominaría
los asuntos del sindicato durante más de una década.
La importancia de la huelga y de los primeros años de control del
SMATA por parte de Torres y ios peronistas radicó en que estable­
cieron el tenor de las relaciones administración-mano de obra en
las plantas de IKA y fijaron las responsabilidades y los límites'de la
relación del sindicato con los trabajadores. Hacia fines del período
formativo, los peronistas tenían un firme control del aparato sindi­
92 El Cordobazo

cal, con líneas abiertas hacia los ejecutivos y gerentes de IKA. El


sindicato también había establecido ciertas prácticas democráticas
en una época en que el movimiento obrero peronista se movía hacia
un estilo sindical más burocrático y deliberativo, el uandorismo,
según llegó a conocérselo en honor al líder metalúrgico Augusto
Vandor, que inspiró muchas de sus prácticas.19La huelga de 1959
también contribuyó al nacimiento de una identidad SMATA — una
mezcla de orgullo provinciano, recelos hacia Buenos Aires y valores
compartidos originados en una experiencia de trabajo en común y,
en menor medida, una familiaridad barrial— que dio a la clase obrera
de IKA un carácter especial. Por último, estaba la presencia de un
crítico y vigilante grupo de activistas sindicales de izquierda en las
plantas. Todos estos factores se combinaron para impedir la conso­
lidación de una pétrea burocracia gremial en el sindicato. Si bien
Torres comenzó a adoptar todas las características de un arquetípi-
co cacique obrero peronista, alternativamente componedor de pro­
blemas y dispensador de favores, y aunque el comité ejecutivo del
sindicato asumió de manera gradual un carácter administrativo en
oposición a uno de clase, el SMATA cordobés fue, dentro de los lími­
tes del sindicalismo peronista del momento, una organización de­
mocrática y un defensor eficaz de los intereses de los trabajadores.

De manera similar, los trabajadores de Fiat tenían una historia


previa que los erigió en actores independientes de la política del
movimiento obrero cordobés, si bien en Ferreyra esa independencia
fue un resultado de las maquinaciones empresarias más que de las
luchas sindicales. Desde el comienzo, las políticas laborales de Fiat
fueron severas e intransigentes, y los funcionarios de la empresa en
Ferreyra estudiaron una campaña meticulosamente orquestada
para anular cualquier signo de actividad gremial seria en sus plan­
tas. Fiat había comenzado sus operaciones en la Argentina justo
cuando estaba llegando a su fin una lucha de casi diez años con la
alianza comunista y socialista de la Confederazione Generale Italia­
na del Lavoro {CGIL), que representaba a sus trabajadores de Turín.
La derrota de la CGIL en las elecciones sindicales de 1955 provocó
una interrupción de la actividad gremial en esa ciudad. Los trabaja­
dores de Fiat, sometidos alternativamente a las tácticas paternalis­
tas e intimidatorias de la compañía, volvieron a la situación que
había caracterizado allí a la representación sindical desde el ascen­
so del fascismo en la década de 1920 y a lo largo de la guerra. Los
trabajadores italianos de la empresa no volvieron a participar en
ningún paro obrero de importancia hasta las grandes huelgas de
1970.20
Política sindical 93

Era predecible que Fiat no estuviera dispuesta a tolerar en Córdo­


ba lo que había considerado inaceptable en Turín. A diferencia del
caso de IKA, los primeros esfuerzos de organización sindical por par­
te de los comunistas no fueron bienvenidos por la compañía italiana,
y la actividad gremial fue virtualrnente prohibida hasta 1958. Ese año,
en respuesta a los malos vientos que soplaban desde Santa Isabel,
donde el SMATA ya había surgido como un formidable adversario
sindical, Fiat cedió brevemente a las presiones del gobierno y los tra­
bajadores y permitió la afiliación a la UOM local. Su decisión de man­
tener divididos a los trabaj adores mecánicos locales demostró ser
juiciosa, y la UOM, un sindicato cuyo poderío se concentraba en
Buenos Aires, era en 1958 una opción más atractiva de lo que lo había
sido en la época de Aramburu, cuando IKA tuvo que decidir por pri­
mera vez la cuestión de la afiliación sindical, debido a la declinación
de la Resistencia peronista y el apoyo del movimiento obrero peronis­
ta a Frondizi. Un informe de la empresa de 1959 señaló jubilosamente
la ausencia de problemas laborales en el complejo, una tranquilidad
que comparaba con las condiciones que existían “fuera” de Ferreyra,
en una referencia indirecta a Santa Isabel.21 El escaso impacto en
Ferreyra de la áspera huelga de los trabajadores metalúrgicos el año
siguiente fue la prueba de una representación sindical al menos ini-
cialmente timorata y reivindicó la decisión de Fiat de mantener a su
personal al margen de lo que consideraba la perspectiva corruptora y
más amenazante de una afiliación al SMATA.
En 1960, la empresa dio un paso más en su política laboral y
apartó a sus trabajadores de la tendencia histórica del movimiento
obrero argentino al formar sindicatos por planta. Si bien la UOM
central y el movimiento obrero peronista en general dieron todas las
señales posibles de su disposición a cooperar con el empresariado,
el renacimiento del peronismo era aún una perspectiva inquietante
para la mayoría de los empleadores, y el directorio de Fiat era cons­
ciente de la probabilidad de que la UOM cordobesa adoptara tácti­
cas más combativas para prevenir cualquier movimiento de las ba­
ses en favor de afiliarse al sindicato mecánico local. Ambas conside­
raciones convencieron a los funcionarios de la empresa de que ten­
drían que tomar medidas más drásticas si querían que en Ferreyra
la representación sindical siguiera siendo débil. Como la afiliación a
la UOM ya no era vista como la garantía de una futura paz laboral,
y siendo el SMATA un anatema para la empresa italiana, a princi­
pios de 1960 Fiat propuso a Frondizi y a su ministro de Economía,
el conservador Alvaro Alsogaray, que en el complejo de la compañía
se constituyeran sindicatos de planta. Aunque la formación de tales
sindicatos era una flagrante violación a la ley laboral argentina, el
gobierno aprobó parcialmente la solicitud de ía empresa. Bajo ios
94 El Cordobazo

auspicios de la Federación Sindical de Trabajadores Fiat, controla­


da por la compañía, se constituyeron sindicatos de planta en las
fábricas Concord (Sindicato de Trabajadores de Concord, o SíTRAC),
Materfer (SITRAM) y Grandes Motores Diesel (SITRAGMD), si bien
el reconocimiento legal, la personería gremial, no sería otorgado
hasta 1964, durante el gobierno radical de Arturo lllia.23Así, en
1960, mientras los peronistas de mentalidad independiente conso­
lidaban su control en Santa Isabel con la conducción de Torres, una
representación sindical aún más radicalmente separatista germi­
naba en el otro complejo automotor de la ciudad.

Mientras los grandes complejos automotores y mecánicos lucha­


ban con los problemas de la representación sindical, estableciendo
en las plantas de IKA y Fiat los parámetros de la relación entre
movimiento obrero y administración que perdurarían por muchos
años, otros sindicatos locales atravesaban su período de formación.
A diferencia de los trabajadores de las industrias mecánicas, los de
los otros sindicatos de la ciudad no se encontraban en industrias
concentradas y de capital intensivo, sino dispersos en la burocracia
gubernamental, las industrias de servicios y las livianas y de tecno­
logía simple. Teóricamente compartían una identidad de clase con
los trabajadores de las industrias mecánicas, pero en realidad la
naturaleza de su trabajo, el mercado de sus productos y la relación
con sus empleadores los hacía tan diferentes de los trabajadores de
IKA y Fiat como lo eran entre sí. Dentro de este grupo heterogéneo
estaban comenzando a surgir tres tendencias políticas generales.
Cada una de ellas no sólo representaba distintas posiciones ideoló­
gicas sino que también formaba parte de alianzas locales y naciona­
les en la política de poder dél movimiento obrero. Un grupo peronis­
ta renegado, una tendencia formalmente dentro del movimiento
peronista pero en la práctica independiente y una corriente explíci­
tamente no peronista constituían los bloques de poder del movimien­
to obrero cordobés al margen de los complejos de IKA y Fiat.
Los sindicatos de la vieja guardia peronista se habían deslizado
del status mayoritario de que habían disfrutado antes de 1955 y a
través de la Resistencia a una posición minoritaria hacia 1960. La
represión sufrida a manos del gobierno durante la Resistencia fue
sólo parcialmente responsable de su declinación. Más importantes
fueron los cambios que hablan tenido lugar en la economía cordo­
besa, específicamente la creación de un nuevo proletariado mecáni­
co y el correspondiente aumento del poderío estratégico del sindica­
to de trabajadores de Luz y Fuerza, que servía a la industria que era
entonces el elemento vital de la economía industrial de Córdoba. En
Política sindical 95

esta ciudad, el sindicato que heredó el derecho a representar la


posición vandorista emergente de la tendencia principal del movi­
miento obrero peronista fue la seccional de la UOM. Durante los
gobiernos peronistas de las décadas de 1940 y 1950, el sindicato
metalúrgico de Córdoba había sido en realidad un gremio pequeño
con poca influencia en un movimiento obrero local cuya expansión
sólo se produjo después de 1955.23En la época de Perón, las poten­
cias del movimiento obrero peronista en Córdoba habían estado en
las industrias textil y de procesado de alimentos (mataderos, moli­
nos de harina y semejantes}, así como en el sindicato del transporte
urbano, especialmente de los conductores de ómnibus, y los de em­
pleados públicos. Si bien en un nivel nacional el sindicato metalúr­
gico de Vandor estaba dejando su papel de principal protagonista
sindical de la Resistencia para convertirse en el sostén del nuevo
gremialismo empresario indirectamente adoptado por el v&ndorismo,
la UOM cordobesa se negaba a aliarse con esta corriente, en parte a
causa de su orgullo regionalista y la poca disposición a subordinar
los intereses locales a los dictados de la muy centralizada UOM, pero
sobre todo porque el enfoque de línea blanda que representaban los
seguidores de Vandor, los así llamados legalistas, no era útil para
las necesidades tácticas propias de la UOM cordobesa.
Ésta se encontraba en una etapa de crecimiento, no de consoli­
dación, y las tácticas conciliatorias, de línea blanda, sólo eran apro­
piadas para un sindicato que ya hubiera sido aceptado como inter­
locutor por el empresariado. Su pérdida reciente de los trabajado­
res de Fiat había sido la última demostración de que las tácticas
que privilegiaban la negociación con respecto a la militancia, si bien
podían ser apropiadas para Buenos Aires, aún no podían ser acep­
tadas por los bisoños sindicatos industriales de Córdoba. A partir
de ese momento, la UOM representó una facción dentro del movi­
miento obrero cordobés, denominada inicialmente auténticay luego
ortodoxa, facción que profesaba una fidelidad incondicional a Perón
pero que en realidad ~y esto es lo más importante- era un poder
rival y contrapuesto a Vandor. Los ortodoxos se aliaron con los sindi­
catos peronistas de José Alonso, principal rival de Vandor en el mo­
vimiento obrero, y pusieron de relieve sus credenciales de línea dura
a través de su insistencia en el retomo de Perón como prerrequisito
de la paz laboral y por su adopción de posiciones más intransigentes
y combativas con respecto al Estado y los empleadores.
Además de la UOM, muchos de los otros sindicatos alineados en
las filas ortodoxas cordobesas eran meramente caducas organiza­
ciones locales que deseaban vehementemente recuperar el control
de lo que se había convertido en un movimiento sindical repentina
y desconcertantemente transformado, tanto en Córdoba como en el
96 El Cordobazo

plano nacional. Un buen número estaba controlado por una gene­


ración más vieja de dirigentes sindicales peronistas, los mismos que
habían ejercido el poder bajo los gobiernos de Perón de los años
cuarenta y cincuenta, que estaban resentidos con los advenedizos,
la generación más joven de peronistas — cuyo mejor representante
era el mismo Vandor— surgida durante la Resistencia y que a la
finalización de ésta propugnaba calladamente un pragmático “pero­
nismo sin Perón” que asegurara la continuidad de sus carreras sin­
dicales recientemente conquistadas. Los líderes gremiales ortodoxos
cordobeses también salían en gran medida de los sectores naciona­
listas y pro clericales del peronismo de Córdoba y entre ellos se con­
taban, irónicamente, muchos de los dirigentes laborales que en rea­
lidad se habían vuelto contra Perón en los años finales de su gobier­
no, como resultado de su abandono parcial de un programa econó­
mico nacionalista y en especial a causa de su disputa y su ruptura
histórica con la Iglesia.24La UOM cordobesa se alió con esta corrien­
te y asumió sin duda la conducción de los rivales locales de Vandor,
no debido a una afinidad ideológica sino porque esto servía a las
necesidades estratégicas del sindicato y preservaba su independen­
cia con respecto a Buenos Aires. La ideología no era el problema y,
a decir verdad, nunca le importaría mucho al sindicato metalúrgico
cordobés. La UOM local procuraba aumentar su poder, por lo que,
entonces y en el futuro, siguió alternativamente políticas que ga­
rantizaran su fortaleza como sindicato y promovieran la influencia
de su liderazgo en el movimiento peronista. Su conducta no era atri-
buible, como lo afirmó repetidamente la conducción sindical, a una
adhesión más fiel a la tradición obrera combativa de la Resistencia,
sino que se debía más bien a una aguda percepción dei interés pro­
pio del sindicato y a consideraciones tácticas.
En realidad, los combativos sindicatos cordobeses de la Resis­
tencia no habían salido de las filas ortodoxas sino que pertenecían
principalmente a su rival en el movimiento obrero peronista de Cór­
doba, los legalistas. Esta facción estaba compuesta por los sindica­
tos que nominalmente eran partidarios de las prioridades negocia­
doras de Vandor, pero que en la práctica también procuraban man­
tener cierta distancia cón respecto a éste, a fin de evitar cualquier
interferencia de Buenos Aires que entorpeciera su aptitud para
manejar con eficacia los asuntos sindicales. Un sindicato legalista
típico era el de trabajadores del transporte, la Unión Tranviarios
Automotor (UTA), bajo la conducción de Atilio López. Éste, que ha­
bía sido un dirigente agitador en la Resistencia cordobesa, era un
sindicalista leal al peronismo y a Perón pero receloso de Vandor y
escéptico de un movimiento obrero peronista que promoviera la
negociación por parte de unos pocos elegidos y desalentara la mili-
Política sindical 97

tancia de las bases. Como el SMATA, un sindicato que no había te­


nido una participación destacada en la Resistencia pero que final­
mente asumiría la conducción de los legalistas cordobeses, la UTA
y otros gremios de esa corriente eran más sensibles a las condicio­
nes de sus industrias y durante esos años se preocuparon menos
por los planes institucionales y políticos más vastos o las luchas de
poder dentro del movimiento obrero peronista. Algunos, como el
SMATA, estaban empeñados en esfuerzos para construir su apara­
to sindical, una empresa que hacía esencial la independencia de
acción. Otros estaban atravesando crisis que requerían el tipo de
tácticas que Vandor parecía a punto de abandonar.
El sindicato de trabajadores del transporte de López, uno de los
más grandes de la ciudad, con más de 1.000 afiliados, se concen­
traba en la compañía de ómnibus municipales y desde 1957 había
enfrentado un plan de privatización que amenazaba los empleos de
cientos de sus miembros.25 El sistema de transporte urbano de pro­
piedad pública, la Compañía Argentina de Transporte Automotor
(CATA), era un producto de las nacionalizaciones de la primera pre­
sidencia peronista y se convirtió en un blanco natural de las
privatizaciones bajo el gobierno de Frondizi, debido a que hasta los
choferes de ómnibus consideraban que estaba deplorablemente mal
administrado. El sindicato resistió los planes de privatización y con­
traatacó con una propuesta propia para establecer una cooperativa
obrera que administrara la compañía. A fines de 1962, sin embar­
go, un gobernador militar finalmente llevó a cabo la largamente ame­
nazada privatización de la empresa. La CATA fue disuelta, las líneas
de ómnibus se vendieron a inversores privados, y López, la UTA y la
posición de línea dura dentro de los legalistas se eclipsaron momen­
táneamente, aunque el gremio reaparecería varios años después,
una vez más con la conducción de López, en los acontecimientos
que rodearon al Cordobazo, y a principios de la década del setenta
serviría como refugio a los militantes izquierdistas y peronistas.26
Como había ocurrido con la UOM, López y los sindicatos
legalistas habían sido empujados a posiciones independientes con
respecto a Vandor por consideraciones tácticas más realistas que
vagamente ideológicas. Al tratarse de sindicatos ubicados de mane­
ra predominante en industrias no estratégicas que tenían poco peso
nacional en el movimiento obrero peronista, los legalistas compren­
dieron que tenían escasas posibilidades de obtener apoyo de Bue­
nos Aires en sus luchas con los empleadores y el gobierno provin­
cial. Ni Vandor ñi la CGT estarían dispuestos a enredarse en dispu­
tas que, para ellos, eran cuestiones menores en lo profundo del in­
terior argentino. Por otro lado, una integración plena en el redil
vandorista podía significar una subordinación de las necesidades
98 El Cordobazo

gremiales locales a las de Vandor y los otros caciques sindicales


porteños. Así, los legalistas insistieron en su independencia y resis­
tieron los solapados avances del varidorísmo. Aunque no deseaban
aliarse con la vieja guardia, que incluía a la mayoría de los sindica­
tos ortodoxos (tampoco habrían sido bienvenidos), podían cooperar
con éstos en pro de la autonomía sindical cordobesa. Su peronismo
era un poderoso vínculo emocional, pero estaba subordinado a sus
necesidades estratégicas. Las alianzas tácticas se anudaban para
garantizar cierta protección contra la intervención a los sindicatos,
prevenir el congelamiento de los fondos sindicales y oponerse a la
panoplia de tácticas intimidatorias que Vandor tenía a su disposi­
ción.
A lo largo de su historia, lo que más distinguió a todos los pero­
nistas cordobeses fue la preocupación por mantener su indepen­
dencia y maximizar su poder de negociación sin verse obligados a
abandonar completamente el peronismo. Penetrando en el SMATA,
Vandor obtendría lentamente el control de los sindicatos legalistas,
los domesticaría y haría de ellos una corriente vandorista genuina
dentro de la CGT cordobesa durante varios años. Pero la posterior
aparición de los legalistas como la voz principal en Córdoba en fa­
vor de un movimiento obrero peronista militante no sería fortuita, y
la victoria de Vandor resultaría efímera. Por consiguiente, ambas
alas del movimiento obrero peronista en Córdoba procuraron mini­
mizar las interferencias exteriores. La UOM se unió a los ortodoxos
y el SMATA a los legalistas precisamente porque sus centrales sin­
dicales pertenecían a la facción opuesta. Así, los intentos de Vandor
de integrar el movimiento obrero peronista y transformarlo en un
partido laborista independiente del control de Perón pero subordi­
nado a él mismo fueron rechazados tanto por los legalistas como
por los ortodoxos.
Que semejante movimiento obrero peronista disidente fuera po­
sible en Córdoba se debía en no poca medida a la presencia de otros
sindicatos que estaban más allá del alcance del verticalismo sindi­
cal que tanto Alonso como Vandor querían restablecer. Los "inde­
pendientes” conducidos por Tosco eran en la ciudad los defensores
más coherentes y vocingleros de la autonomía sindical cordobesa.
En su bloque se contaban unos veinte sindicatos, entre ellos los tra­
bajadores gráficos, los de correos y telecomunicaciones, los de la
sanidad y otros gremios pequeños. Alentaba su insubordinación el
hecho de que casi todos fueran sindicatos federales, una de las dos
formas de organización del sindicalismo argentino. A diferencia de
gremios como la UOM, el SMATA y casi todos los grandes sindicatos
industriales del país, los minoritarios federales disfrutaban del con­
trol de sus fondos, manejaban sus propias elecciones y eran menos
vulnerables a la intimidación que los que pertenecían a estructuras
centralistas. La presencia de un sindicato federal determinado en
sus filas, Luz y Fuerza, hacía de los independientes una potencia en
la política obrera local. Luz y Fuerza era importante en parte debido
a su tamaño —era el más grande y rico de la ciudad después del
SMATA, la UOM y los sindicatos de Fiat— , pero sobre todo a causa
de su energía, tanto literal como figurada. A través de su aptitud
para controlar los cortes y apagones de energía, el sindicato de los
electricistas era el único de Córdoba capaz de paralizar de inmedia­
to la ciudad y desencadenar una crisis provincial e incluso nacio­
nal. Era un sindicato estratégico en una industria estratégica de la
Córdoba industrial, un hecho que quedaría demostrado de manera
reveladora en las dos grandes protestas obreras, el Cordobazo de
1969 y el Viborazo de 1971.
Sin embargo, la mayoría de los independientes se concentraban
en industrias sin importancia estratégica que debían obediencia al
bloque a causa de su larga tradición de lealtad radical, socialista o
comunista con anterioridad á los años peronistas. Unos cuantos de
ellos se habían convertido a regañadientes al peronismo. De varios,
en especial de los sindicatos de trabajadores gráficos y de la sani­
dad, se había apoderado el gobierno peronista a causa de su
intratabilidad. Casi todos tenían un núcleo de sentimientos
visceralmente antiperonistas que alimentaba una compleja red de
inquinas y vendettas personales, así como de genuinas diferencias
ideológicas y políticas.
El sindicato de traba jadores gráficos y su secretario general, Juan
Malvar, eran tan representativos de los independientes como Atiíio
López y la UTA lo eran de los legalistas. Los gráficos, diseminados
en docenas de pequeñas imprentas a lo largo y lo ancho de la ciu­
dad, tuvieron entre 1955 y 1976 una cantidad de afiliados que nun­
ca bajó de 800 ni rebasó los 1.200. Malvar, fumador empedernido
cuyos bigote cuidadosamente recortado y aire melancólico le daban
la apariencia de un cantor de tangos más que de un dirigente gre­
mial, llevó a una lista radical al poder en las elecciones sindicales de
1958 y siguió siendo uno de los líderes laborales no peronistas más
activos de la ciudad hasta el golpe de 1976. Malvar y otros indepen­
dientes observaban con absorta satisfacción los altercados dé los
peronistas locales. En sus alianzas tácticas preferían a ios legalistas
por lo que se consideraba la mayor lealtad de éstos a la clase obrera
por encima de intereses meramente personales, pero sólo se aliaron
con ellos cuando esto pareció mejorar las posibilidades de mante­
ner un movimiento obrero cordobés políticamente pluralista.
Sindicatos como el de los gráficos nunca cuestionaron el lideraz­
go de Luz y Fuerza entre los independientes, en parte porque la
100 El Cordobazo

importancia estratégica de sus trabajadores dejaba pocas dudas


acerca de la justicia de su pretensión de autoridad en la alianza,
pero sobre todo a causa del prestigio de Agustín Tosco en los círcu­
los obreros locales. Tras ser sólo uno entre varios activistas sindica­
les no peronistas de Luz y Fuerza a principios de los años cincuen­
ta, Tosco, hacia fines de esa década, se había convertido en uno de
los portavoces principales de un movimiento obrero pluralista en la
ciudad. Sería la figura dominante del movimiento obrero cordobés
en los siguientes quince años y dirigiría la evolución ideológica de
los independientes cuando éstos pasaron de una perspectiva va­
gamente antiimperialista a una posición más genuinamente socia­
lista en cuestiones de planificación económica nacional y reforma
política.
De naturaleza solitaria y austera, después de su llegada a Córdo­
ba Tosco había dedicado el tiempo libre que le dejaba su empleo en
el taller electromecánico de la Empresa Pública de Energía de Cór­
doba (EPEC) a sumergirse en la literatura socialista, exhibiendo un
ascetismo y una autodisciplina que sin duda formaban parte de la
tradición obrera argentina, pero que en su tiempo chocaban con el
desprecio general en que los peronistas tenían a los trabajadores
intelectuales y lectores. Lo que impedía sus burlas tal vez fuera su
imponente presencia física, al haberse convertido el adolescente
larguirucho en un hombre de hombros anchos y poderosos ante­
brazos, cuya fortaleza revelaba los primeros años pasados en el
campo. Es más probable, sin embargo, que las desalentara su indi­
ferencia ante las aprobaciones y su evidente inteligencia. El gringo
Tosco se ganó con rapidez una reputación como uno de los voceros
más capaces e inteligibles del movimiento obrero, y mereció gran
respeto y afecto en los círculos sindicales cordobeses, lo mismo
peronistas que no peronistas. Con la certeza y algo de la obstina­
ción del autodidacta, Tosco nunca vaciló en los supuestos morales
y la ideología política de su tempranamente adquirida cultura
marxista. El movimiento independiente fue en gran medida su crea­
ción personal, y él y sus colaboradores más cercanos supervisaron
cuidadosamente su evolución política.
No obstante, las indudables dotes de Tosco podrían haber que­
dado en la nada de no haber pertenecido al sindicato de Luz y Fuer­
za. Los trabajadores de éste eran por entonces los únicos realmente
capaces de encabezar una corriente antíuertícalista en el movimien­
to obrero cordobés. Luz y Fuerza había comenzado a distanciarse
de la jerarquía gremial peronista poco después de la elección de
Tosco como secretario general en 1957. Esto fue posible porque el
sindicato estaba en una posición favorable en comparación con la
mayoría de las organizaciones obreras de la ciudad. Sus energías
Política sindical 101
no se malgastaban en agotadores programas de construcción gre­
mial ni se preocupaba por problemas laborales destacados. El sin­
dicato y su relación con la EPEC eran cuestiones que habían sido
decididas durante los años peronistas. Como empresa estatal dedi­
cada a un servicio público que dependía de los presupuestos nacio­
nal y provincial y no de las ganancias anuales, la EPEC tenía por
esa razón menos que temer de su mano de obra que IKA, Fiat, los
propietarios de los talleres metalúrgicos y todas las otras industrias
privadas de la ciudad.
Los trabajadores de Luz y Fuerza disfrutaron de un status relati­
vamente privilegiado en la clase obrera local durante esos años. Los
despidos eran raros, y la rápida expansión producida desde la déca­
da de 1930 se tradujo en mayores oportunidades de trabajo, movili­
dad dentro de la empresa y algunos de los salarios más altos del país.
En 1960, los lucifuercistas constituían la cuarta categoría mejor pa­
gada de los trabajadores argentinos, y finalmente llegaron a estar sólo
por debajo de los de las industrias automotriz y química.27 De este
modo, Tosco y sus más estrechos colaboradores en el sindicato te­
nían las manos más libres para ocuparse de problemas que eran
esencialmente políticos. Tales proyectos políticos podían incluir de
todo, desde oponerse a un plan gubernamental que pondría fin al
monopolio estatal de la energía eléctrica, una campaña exitosamente
montada en 1958 a la que se dio forma de cuestión antiimperialista,
hasta construir una alianza obrera pluralista en Córdoba.
Como en todos los sindicatos de la ciudad, dentro de Luz y Fuer­
za había una intensa vida política. En la historia del movimiento
obrero cordobés siempre es necesario tomar en cuenta la política
intrasindical, dado que ésta influía en la conducta gremial lo mismo
que en la relación de un sindicato con los demás, con la CGT y con
el Estado. Las características más salientes de Luz y Fuerza eran su
alto grado de afiliación sindical — que hacia principios de la década
de 1970 llegó al 98%— , su pluralismo político, el espíritu democrá­
tico que lo impregnaba y la debilidad relativa de sus activistas pero­
nistas. El monopolio peronista de los cargos sindicales había termi­
nado en 1957 con la victoria de la heterogénea lista de Tosco, que
llevó al poder al círculo que guiaría al sindicato, ya fuera desde su
sede o clandestinamente, hasta el golpe de 1976. indudablemente,
la mayoría de los lucifuercistas del sindicato se identificaban como
peronistas. No obstante, las listas apartidarlas de Tosco se impu­
sieron por amplio margen en todas las elecciones posteriores, y los
trabajadores de Luz y Fuerza fueron capaces, evidentemente, de con­
ciliar su identidad peronista con el apoyo a aquél. Por otra parte, el
núcleo de activistas peronistas que ambicionaban hacer una carre­
ra sindical propia tuvo que adaptarse a la realidad de que no podía
102 El Cordobazo

esperar ayuda desde afuera. La organización nacional de trabajado­


res de la energía eléctrica, la Federación Argentina de Trabajadores
de Luz y Fuerza (FATLYF), fue controlada por un grupo mixto de
independientes, comunistas y peronistas antiverticalistas hasta
1961. Como sindicato de estructura federal, Luz y Fuerza tuvo una
existencia relativamente autónoma, y había pocas posibilidades de
desplazar a Tosco sin un profundo apoyo de las bases.
En consecuencia, la política sindical no desencadenó una áspe­
ra lucha interna por el poder dentro de Luz y Fuerza, en donde exis­
tía una relación excepcionalmente cooperativa y en general amisto­
sa entre los activistas peronistas y no peronistas. A diferencia del
SMATA, en el que la rivalidad entre los peronistas y la izquierda era
feroz y sólo se atenuó por el gradual aislamiento al que Torres so­
metió a los sindicalistas marxistas, durante muchos años Luz y
Fuerza no tendría una vida política polarizada. No hay duda de que
el balance del poder se había inclinado tan marcadamente en favor
de Tosco, que los peronistas del sindicato decidieron aliarse con él
y ganar con ello influencia al obtener puestos en el consejo directi­
vo. El líder de los peronistas de Luz y Fuerza, Sixto Cebailos, com­
prendió que el prestigio personal de Tosco y su reputación de nego­
ciador experto sólo aconsejaban una oposición decorosa y restringi­
da. A lo largo de los años sesenta y principios de los setenta, los
peronistas a menudo ni siquiera decidieron presentar una lista pro­
pia, y nunca impugnaron seriamente la conducción de Tosco hasta
la restauración del gobierno peronista en 1973.
La aceptación por parte de Cebailos y los otros peronistas del
pluralismo en el sindicato y de su propio status como oposición
meramente formal no nacía únicamente de su pragmatismo. Lo mis­
mo que en gran parte del movimiento obrero cordobés, su identifi­
cación con el gremio y sus recelos y hostilidad hacia Buenos Aires
daban forma a gran parte de su conducta. Su postura era también
el producto de una estructura democrática interna. De todas las or­
ganizaciones obreras de la ciudad, Luz y Fuerza era la que más prac­
ticaba una democracia sindical participativa, realizando frecuentes
asambleas abiertas para debatir cuestiones de importancia y votar
los convenios colectivos, los llamados a la huelga y los asuntos gre­
miales en general. En un sindicato que nunca llegó á contar con
más de 3.000 afiliados y que tenía un delegado cada veinte trabaja­
dores, los niveles jerárquicos entre la conducción y las bases eran
pocos, una situación fortalecida por la ausencia de puestos pagos y
la necesidad de que todos los dirigentes, Tosco incluido, conserva-
ran sus empleos y trabajaran la jornada completa.28 Todos los
lucifuercistas se identificaban con esta tradición sindical y conser­
vaban celosamente la independencia de su gremio con respecto a
Política sindical 103

Vandor y otros caciques obreros porteños, muchos de los cuales tenían


credenciales peronistas que parecían sospechosas para los peronistas
combativos del sindicato, después de que Vandor y sus discípulos cam­
biaran la retórica y militancia incendiarias de la Resistencia por re­
uniones de directorio con industriales y oficiales del Ejército.

Los equilibrios de poder existentes dentro de y entre los sindica­


tos cordobeses hacia 1960 sufrieron cambios importantes en los seis
años siguientes, pero el carácter fundamental de la política del
movimiento obrero cordobés siguió siendo el mismo. Los cambios
fueron el resultado de condiciones existentes en cada una de las
industrias y de las vicisitudes de la política nacional. En el plano
nacional, Vandor y los caciques obreros peronistas de Buenos Aires
reforzaron su campaña verticalista e intensificaron el hostigamien­
to contra las opiniones disidentes y sus rivales en los sindicatos.
Vandor también procuraba construir su propia carrera política y
favoreció los preparativos para liberar al movimiento obrero de sus
amarraduras peronistas, al menos de las que se extendían desde
Madrid, donde Perón vivía exiliado. Durante los seis años siguien­
tes, el movimiento obrero peronista sería atormentado por disputas
destructivas, divisiones y ruptura de organizaciones, presentadas
por algunos como conflictos entre el peronismo colaboracionista y
el combativo, pero que en realidad eran una lucha más innoble por
el poder y la influencia ya que la conducción sindical peleaba por el
control del proscripto pero aún formidable movimiento de Perón.
Los sindicatos cordobeses fueron afectados por estas desavenen­
cias y luchas de poder, pero también permanecieron aislados de ellas
en mayor medida que cualquier otro grupo provincial. La peculiar con­
figuración del movimiento obrero cordobés, la presencia de sindicatos
izquierdistas agrupados en los independientes de Tosco, la existencia
de los sindicatos de planta de Fiat y la conducta independiente de la
conducción peronista en casi todos los otros gremios obstruyeron los
designios de Vandor. El peronismo cordobés tenía tina índole diferen­
te, e incluso dirigentes de la UOM local como Jerónimo Carrasco y Alejo
Simó seguían exhibiendo un grado de independencia que era impen­
sable en cualquier otra parte del país. El pluralismo del movimiento
obrero cordobés, en la medida en que no los amenazara en sus propios
sindicatos, beneficiaba a los peronistas locales y hacía posible su inde­
pendencia. Por un lado, la vigilancia de los independientes y la izquier­
da les impedía practicar un estilo muy burocrático —"sindicalismo de
sillones’', como lo llamaba burlonamente Tosco— y aumentaba su le­
gitimidad entre las bases. Por el otro, la coexistencia les proporcionaba
aliados locales y los protegía de Buenos Aires.
104 El Cordobazo

Para Vandor, el SMATA asomaba como el principal obstáculo a


un movimiento obrero cordobés uniñcado y obediente, plenamente
integrado en la jerarquía sindical peronista. La UOM nacional tam­
bién codiciaba los sindicatos de Fiat y comenzó una campaña a fin
de recuperar para el gremio a los trabajadores de Ferreyra, pero Fiat
no era una prioridad. La UOM cordobesa conservaba una posición
firme en el complejo, dada su juxisdicción sobre los trabajadores de
Concord, y una prematura afiliación del resto del personal de Fiat
no serviría a otro propósito que el de apuntalar la fuerza de un sin­
dicato que ya tenía una mentalidad demasiado independiente. La
UOM local no retiraría su apoyo a los ortodoxos hasta que cambios
en el equilibrio de poder dentro del movimiento obrero cordobés la
obligaran a hacerlo. El mayor problema para Vandor era el SMATA
de Torres, que hacia 1962 era claramente el sindicato más poderoso
de la ciudad. Por otra parte, Vandor no podía confiar en que una
poderosa central sindical de los trabajadores mecánicos controlara
a su díscola regional cordobesa. El SMATA central, un joven sindi­
cato de una joven industria, aún era relativamente débil a princi­
pios de los años sesenta y, de todos modos, estaba aliado con el
rival de Vandor, Alonso. Como todavía no existía una burocracia
poderosa y centralizada del SMATA y como los convenios colectivos
de la industria automotriz eran elaborados en el nivel de cada em­
presa y no en el de la industria en general, no había manera de dis­
ciplinar eficazmente al SMATA cordobés u obligarlo a seguir las di­
rectivas de Buenos Aires. Torres aprovechó la situación para con­
servar en sus manos tanto poder como le fuera posible, y evitó há­
bilmente enredos comprometedores mientras seguía en la búsque­
da de un sindicalismo independiente que era más peronista en su
vocabulario político y sus exhibiciones públicas de respeto por la
iconografía del movimiento que en su participación activa en la po­
lítica sindical peronista. Entre 1960 y 1962, los dirigentes peronis­
tas del SMATA cordobés tendieron a concentrarse en asuntos de su
propio sindicato. A pesar de los logros obtenidos en el contrato de
1960, aún se encontraban en una posición precaria. Activistas sin­
dicales de izquierda del Partido Comunista y los pocos y sueltos de
lengua miembros de la Facción Trotskista de Obreros Mecánicos,
perteneciente al pequeño Partido Obrero Trotskista, mantenían una
oposición vigilante y crítica, en especial contra el manejo que los
peronistas del sindicato hacían de la sensible cuestión del control
del trabajo, y en general estaban preparados para explotar en su
beneficio cualquier desliz de la conducción sindical.29
Después de firmar el contrato de 1960, la principal preocupa­
ción de Torres siguió siendo el fortalecimiento constante del apara­
to sindical y no la política laboral peronista. Luego de su victoria en
Política sindical 105

las elecciones gremiales de noviembre de 1960, Torres y los pero­


nistas del SMATA comenzaron a consolidar su dominio de la ma­
quinaria sindical y a ganarse la lealtad de las bases. La conducción
del sindicato necesitaba obtener concesiones del directorio para
aumentar su reputación entre los trabajadores como supervisor efi­
caz, y sin duda indispensable, de su bienestar. Con ese objetivo,
Torres comenzó a cultivar vínculos personales con funcionarios de
la empresa. Además de relacionarse con el presidente de IKA, Ja­
mes McCloud, estableció una estrecha relación de trabajo con el
director de personal, Manuel Ordóñez. La amistad de Torres con éste
le permitió consultarlo y negociar directamente los contratos del
SMATA entre 1960 y 1966. En privado, sometía las propuestas de
las comisiones paritarias (comisiones de negociación colectiva) a
Ordóñez, dándole a conocer los límites de las concesiones por parte
del sindicato y a menudo obteniendo aumentos salariales sustan­
ciales para los trabajadores de IKA de manera pacífica y sin tener
que recurrir a la acción huelguística.30
No obstante, el compromiso tenía sus limites, y Torres comenzó
a basarse más en sus propios recursos y en los del sindicato para
obtener beneficios de la empresa y aumentar con ello la reputación
del SMATA entre los trabajadores. El personalismo pasó a ser una
táctica general de la conducción gremial. Las asambleas abiertas en
el Córdoba Sport Club ya se habían convertido en una institución
del SMATA, pero después de 1960 Torres mostró una mayor incli­
nación por su convocatoria. El motivo sólo podía haber sido incre­
mentar la visibilidad de su presencia y la identificación de los traba­
jadores con el sindicato, dado que las cuestiones de real significa­
ción se decidían a través de los procedimientos formales de la deli­
beración sindical en las comisiones internas o en consultas priva­
das entre Torres y la conducción del gremio, no en asambleas abier­
tas. Sin embargo, tales gestos no carecían de efectos, y contribuye­
ron a fomentar entre los trabajadores la sensación de participación
directa en el manejo de los asuntos sindicales. Los otrora apáticos
jóvenes trabajadores identificaban cada vez más sus intereses con
el SMATA, en no pequeña medida gracias a las enormes aptitudes
de Torres como organizador sindical.
Éste y el consejo ejecutivo se habían convertido en presencias
permanentes en la base fabril de las plantas de IKA. Adoptaron una
postura solícita, camaraderil pero paternal, que estaba de acuerdo
con la verdadera tradición del movimiento obrero peronista. Culti­
var lazos personales en un plantel obrero que ya se contaba por miles
no era fácil, pero parece que durante esos años Torres estableció un
grado de familiaridad extraordinaria con los trabajadores de IKA,
ayudado por su gran energía personal y su notable memoria, que le
106 El Cordobazo

permitía recordar los nombres, la historia familiar y hasta los proble­


mas de salud de cada trabajador con una exactitud prodigiosa. Lo
que es aún más revelador, en su discurso adoptó un tono peronista
combativo que hizo aparecer cada lucha gremial como una dura ba­
talla y cada logro, ya fuese indoloramente conseguido de los funcio­
narios de la empresa en conversaciones amistosas o ganado áspera­
mente a través de huelgas, como el resultado de la vigilancia y el vigor
del SMATA. Los jóvenes agricultores, los ex trabajadores de IAME y
otros que habían entrado a las plantas sólo unos años antes, estaban
aprendiendo el valor de la representación sindical —de hecho, nunca
se les permitía olvidarlo— en la medida en que Torres y sus colabora­
dores, ahora llamados torrístas por los trabajadores con más afecto
que enemistad, comenzaban a inculcar tal vez no una conciencia de
clase, pero sin duda sí una conciencia gremial3'
Las visitas de Torres a las bases se hicieron cada vez más infre­
cuentes después de comienzos de la década de 1960, pero su tácti­
ca de hacer las cosas a tambor batiente, junto con el prestigio que le
otorgaban una afiliación peronista aun meramente formal y los sig­
nificativos logros en salarios y beneficios obtenidos bajo su admi­
nistración del sindicato, permitieron a los peronistas del SMATA no
sólo conseguir el apoyo de las bases sino también neutralizar gra­
dualmente la oposición izquierdista en las plantas de IKA. Una pur­
ga abierta no era factible; la probable reacción negativa de los otros
sindicatos de la ciudad siempre pesó mucho en los cálculos de To­
rres. No obstante, estaba consiguiendo efectivamente su aislamien­
to sin un ataque frontal, y sólo las acciones de la empresa compro­
metieron su éxito.
Torres y la conducción sindical peronista habían demostrado
destreza en la negociación y obtención de contratos favorables para
los trabajadores del SMATA, pero eran vacilantes e ineficaces para
oponerse a las prerrogativas del directorio en la base fabril. IKA re­
accionó ante las primeras señales de estrechamiento del mercado
interno de autos intentando incrementar la productividad obrera y
reduciendo en general los costos laborales. Su enfoque inicial no
consistió en realizar despidos masivos, a sabiendas de que el sindi­
cato reaccionaría con huelgas y tal vez incluso con ocupaciones fa­
briles. En cambio, decidió hacer en primer lugar pequeños recortes
en sus costos laborales y comenzar una campaña de productividad
concebida tanto para reducir su mano de obra mediante el desgaste
como para maximizar la relación costos-eficacia.
Sólo en 1961 los informes de la empresa comenzaron a quejarse
de los costos laborales inflados y a lamentarse por la mayor efica­
cia, real o imaginaria, de sus nuevos competidores en Buenos Aires.
Lo más común eran las quejas por las faltas de los operarios de las
Política sindical 107

líneas de montaje (líneas de proceso continuo}, de quienes se decía


que no lograban mantenerse a la par con los ritmos de producción
establecidos. Para aumentar la productividad de los trabajadores, a
fines de 1961 IKA comenzó a instalar una serie de señaíes lumino­
sas de advertencia a lo largo de las líneas de montaje para indicar
cualquier interrupción en el flujo de trabajo.32Estas luces de adver­
tencia y la campaña de productividad en general fueron responsa­
bles de mayores tensiones en la base fabril y plantearon nuevas
exigencias a Torres y la conducción sindical. Cuando IKA decidió, a
fines de 1962, que sus costos laborales aún eran excesivos y co­
menzó a realizar despidos masivos en las plantas de Santa Isabel,
que alcanzaron a 1.500 personas en diciembre, incitando a una
respuesta violenta de los trabajadores, Torres se vio obligado a res­
petar el voto de los operarios de los tres tumos de la empresa en
favor de una huelga.33
Envalentonada por la desaprobación popular a las tácticas vio­
lentas adoptadas por algunos trabajadores, IKA se negó a negociar
los despidos, y la perspectiva de una huelga prolongada y posible­
mente fatal convenció a Torres de aceptar la ayuda de Vandor. Más
de cinco años de trabajo en la construcción de un sindicato inde­
pendiente se vieron súbitamente en peligro por la intransigencia de
IKA. AI parecer, sería necesario el apoyo de Vandor y de otros sindi­
catos para aguijonear al gobierno a fin de que interviniera y llevara
a la empresa a la mesa de negociaciones. Vandor respondió al aprieto
en que se encontraba Torres, y bajo la amenaza de una huelga ge­
neral de la UOM en una disputa que era enteramente cosa de los
trabajadores mecánicos cordobeses, el gobierno ejerció presiones
para lograr una solución, logrando que la compañía cediera e ini­
ciara las negociaciones.34Con eí peso de Vandor y la UOM tras de sí,
Torres se las ingenió para conseguir en abril de 1963 un acuerdo
que cancelaba los despidos a cambio de una jomada laboral redu­
cida, salvando con ello a la conducción del SMATA de una derrota
potencialmente humillante. Para Torres, el costo sería un alinea­
miento más estrecho con Vandor y, al menos por un tiempo, una
pérdida de la independencia celosamente guardada del SMATA.
Mientras Torres y los peronistas del SMATA procuraban recupe­
rarse de estos acontecimientos, la UOM cordobesa intentó fortale­
cer su posición en el movimiento obrero local. Su líder, el lacónico y
metódico Alejo Simó, había logrado controlar el sindicato en víspe­
ras de la pérdida de los trabajadores de Fiat. Simó y otros miembros
de la UOM reaccionaron negativamente ante la defensa menos que
entusiasta que el secretario general del sindicato, Jerónimo Carras­
co, hizo de la jurisdicción de éste sobre los trabajadores de Fiat y
ante el cierre reciente de la fábrica de Conarg, uno de los establecí-
108 El Cordobazo

mientos metalúrgicos más grandes de la ciudad.35 Simó ganó las


elecciones gremiales de 1963, en gran medida por la cuestión de la
afiliación de Fiat, y poco después comenzó una campaña para que
se revocara la decisión gubernamental de reconocer los sindicatos
por empresa de aquella compañía, en lo que fue el inicio de uno de
sus muchos flirteos episódicos con Vandor para obtener el respal­
do del caudillo de la UOM en la campaña de afiliaciones. Simó fue
pronto la figura dominante entre los ortodoxos, y junto con Torres,
Tosco y López representarían a lo largo de los quince años siguien­
tes una tendencia distintiva del movimiento obrero local —distinti­
va en términos de tácticas, alineamientos políticos y prácticas sin­
dicales— . Sus modales flemáticos parecían fuera de lugar en el rudo
y turbulento mundo del sindicato metalúrgico, en el que las rivali­
dades a menudo terminaban en violencia y donde el patoterismo y
el pistolerismo eran parte constante de la vida gremial, no obstante
interpretaciones revisionistas del movimiento obrero peronista. El
plácido exterior de Simó ocultaba una aguda percepción de las rea­
lidades y oportunidades políticas del momento y una crueldad des­
nuda que podía emplearse cuando la situación parecía requerirla.
Agilmente, modificó sus alianzas y retuvo el poder mientras otros
personajes del movimiento obrero caían víctimas de su idealismo e
inocencia política.
El SMATA y la UOM se habían convertido en lo más parecido a
aliados locales que Vandor tenía en Córdoba. Como cada uno de
ellos conducía una de las dos corrientes del movimiento obrero pe­
ronista en la ciudad, los legalistas y los ortodoxos respectivamente,
a Vandor le parecieron factibles la unificación del peronismo cordo­
bés y su integración a la estructura verticalista. Pero dos factores
conspiraban contra el verticalismo en Córdoba: los continuos esfuer­
zos de peronistas como Torres y Simó por conservar tanta indepen­
dencia como fuera posible con respecto a Buenos Aires y la presen­
cia de Tosco y los independientes. Ni Torres ni Simó ansiaban una
confrontación con Tosco y no estaban dispuestos a participar en una
campaña para desarmar a los independientes. Como resultado,
Vandor y los caciques obreros de Buenos Aires tuvieron que confiar
en sus propios recursos y sólo pudieron contar con la neutralidad
de los peronistas locales en su intento de llevar a Córdoba al redil
verticalista. En 1963, por ejemplo, Vandor financió una campaña
de prensa para desacreditar a los dirigentes obreros independien­
tes, como Tosco y Malvar. En los diarios cordobeses se publicaron
rumores acerca de sombrías conexiones extranjeras y la pertenen­
cia a siniestras camarillas foráneas, en especial la participación en
una putativa conspiración judía internacional llamada sinarquía in­
ternacional, durante mucho tiempo un cuco peronista, e historias
Política sindical 109

similares fueron corrientes en los círculos sindicales a lo largo del


año, pero Torres y Simó se abstuvieron de unirse a los ataques.3^
Tosco respondió a ellos retirando efectivamente a Luz y Fuerza y
a los independientes de la política obrera nacional. Durante toda la
presidencia de Illia, desde fines de 1963 hasta el golpe de Onganía
en junio de 1966, los independientes cordobeses se concentraron
en una estrategia provincial para proteger la integridad y el plura­
lismo ideológico del movimiento obrero local. El 4 de noviembre de
1963, la CGT central de Buenos Aires intervino la CGT cordobesa,
como primer paso hacia el establecimiento de una central obrera
local completamente peronista. Simó fue nombrado delegado regio­
nal para supervisar su reestructuración y coordinar el plan de lu­
cha de la CGT nacional, ocupaciones fabriles en todo el país y una
huelga general contra el gobierno de Illia.37Se esperaba que Torres
cooperara desde su nuevo puesto de secretario general de la CGT
cordobesa. Sin embargo, ni él ni Simó satisficieron plenamente las
expectativas de Vandor. Tosco y los independientes reaccionaron
con hostilidad al plan de lucha de éste contra el gobierno de Illia y
sólo dieron un tibio apoyo a la huelga general del 27 de mayo de
1964, haciendo conocer con ello que los independientes cordobeses
tenían intenciones de permanecer fuera de los límites del verticalismo,
aunque estaban dispuestos a cooperar con los peronistas locales
que respetaran la diversidad del movimiento obrero cordobés-38Los
ortodoxos y los legalistas no dieron ningún paso para disciplinar a
los independientes en el momento de la huelga, a la que apoyaron
activamente con ocupaciones de fábricas, y tampoco lo hicieron en
los dos años restantes del gobierno de Illia. Tosco, Malvar y otros
dirigentes obreros no peronistas siguieron participando activamen­
te y como miembros con voto en la CGT cordobesa.
Torres y Simó, eran socios a regañadientes de la campaña
verticalista, no a causa de alguna inclinación al juego limpio y ni
siquiera por respeto al pluralismo ideológico en el movimiento obre­
ro cordobés, sino más bien como resultado de una fría evaluación
de las escasas posibilidades de éxito de la campaña y de su propio
deseo de mantenerse libres de Vandor. Esto último quedó demos­
trado de manera convincente sólo dos semanas antes de la huelga
general de mayo de 1964, cuando Tosco, postulándose con una pla­
taforma extremadamente crítica con respecto a Vandor, obtuvo la
reelección en Luz y Fuerza. Su lista Azul logró 1.114 votos contra
298 de la peronista, que sólo ofreció una oposición formal.39Por otra
parte, la Lista de Tosco era la más pluralista hasta esa fecha e in­
cluía a muchos de los hombres —Ramón Contreras, Simón Grigatis,
Felipe Alberti y Tomás Di Toffino— que serían sus más estrechos
colaboradores en los años siguientes. En lo sucesivo, cualquier cam­
110 El Cordobazo

paña verticalista debería tomar en cuenta el hecho de que los traba­


jadores de Luz y Fuerza no podrían ser domesticados simplemente
eliminando a Tosco, y que la fuerza del sentimiento pluralista den­
tro del sindicato tenía raíces profundas.
Había otros factores que también aconsejaban cautela. Hacia el
fin del gobierno de Hila, ya había señales de que Luz y Fuerza estaba
encaminándose más allá de los límites tradicionales del movimiento
obrero argentino y cobraba estatura nacional como la voz de los disi­
dentes y los descontentos del movimiento de ios trabajadores. En el
congreso obrero nacional de 1965, realizado en La Cumbre, en la
cercana sierra cordobesa, sus representantes, Tosco en especial, lan­
zaron acerbos ataques contra la burocracia porteña y, por primera
vez, hicieron referencias explícitas a su concepción del movimiento
obrero como un instrumento de la “liberación naciona!”.40Cuantó más
prominente y más franco en sus opiniones se volvía el sindicato, más
reacios se mostraban los peronistas locales a participar en cualquier
plan para aislarlo y eliminarlo como una fuerza del movimiento obre­
ro cordobés. Por otro lado, los vínculos de los peronistas cordobeses
con Vandor y el movimiento obrero peronista hacían que por el mo­
mento una alianza con Tosco y los independientes estuviera fuera de
la cuestión. El resultado fue una parálisis, una falta de disposición
para cumplir los deseos de Buenos Aires y, no obstante, una re­
nuencia a unirse a Tosco y hacer de la CGT cordobesa la fuente de
su fortaleza en los conflictos en sus respectivas industrias.

Las funestas consecuencias de la ineptitud de los sindicatos pero­


nistas locales para controlar su propia suerte se pusieron de relieve en
la controversia de la afiliación de Fiat en 1964-1965. Este incidente
demostró una vez más que Vandor estaba tan resuelto a limitar el poder
de sus rivales potenciales entre los peronistas cordobeses como a inte­
grar a Córdoba al movimiento obrero nacional. Y, como en el pasado,
el SMATA representaba una amenaza potencial. Vandor había apun­
tado a los sindicatos de Fiat como parte de su campaña verticalista,
pero había riesgos implicados en ello. Si bien Torres y el SMATA ya no
eran completamente libres con respecto a Buenos Aires, conservaban
empero una independencia considerable, y acontecimientos recientes
habían sugerido un papel aún más importante para ambos.
Una de las modificaciones fue que los peronistas del SMATA ya
no parecían tan vulnerables como sólo un año antes. La participa­
ción de las bases estaba aumentando y la posición de la conducción
se había fortalecido, haciendo del SMATA cordobés el sindicato in­
dustrial más poderoso del interior de la Argentina y un rival digno
de la UOM.41 La lista de Torres, por otra parte, había logrado una
Política sindical 111

victoria decisiva en las elecciones de abril de 1964. No obstante, por


el momento el SMATA cordobés permaneció leal a Vandor y apoyó
sin éxito la lista vandorista en las elecciones de autoridades del
SMATÁ central, realizadas ese mismo mes.42Por esa época, Torres
estaba completamente sumergido en la política del movimiento obre­
ro peronista, preparándose para desempeñar un papel en la con­
ducción nacional y siendo mencionado en la prensa obrera como el
“Vandor cordobés”. Era un consumado negociador gremial y estaba
capacitado para los regateos políticos, siendo alternativamente com­
bativo y conciliatorio en la medida necesaria para asegurar su base
sindical y propulsar sus ambiciones personales. De este modo, a
principios de 1964 había signos de que Torres y el SMATA cordobés
estaban recuperando parte del terreno perdido desde 1962 y de que
el sindicato de los trabajadores mecánicos, que experimentaba un
veloz crecimiento tanto en Buenos Aires como en Córdoba, podía
llegar a convertirse en un serio rival de la UOM.
Este nuevo estado de las cosas representaba un aprieto para
Vandor. La campaña iniciada en 1964 para eliminar los sindicatos
de planta de la empresa Fiat podría fortalecer aún más la posición
del SMATA. Al estar ahora la planta de Concord completamente
reconvertida a la producción automotriz, la decisión lógica sería la
afiliación al SMATA y no a la UOM, por lo que Torres pedía pública­
mente jurisdicción sobre Ferreyra y ya había enviado a sus hom­
bres a las puertas de Fiat con fichas de afiliación. La situación se
complicó aún más ante el deseo de la UOM cordobesa de seguir re­
presentando a los trabajadores de la planta de Concord y la exigen­
cia de Simó de que cualquier acuerdo con Fiat debía restablecer el
statu quo previo a 1960, por el cual el gremio metalúrgico tenía la
representación exclusiva de los trabajadores de la empresa. En
1964, un grupo de activistas radicales y democristianos de la plan­
ta de Concord, insatisfechos con la representación de la UOM e im­
pulsados, sin duda, por un estado de ánimo antiperonista, comen­
zaron a agitar en favor de la afiliación de los trabajadores de Concord
al sindicato de la empresa, SITRAC. Con un comprensivo gobierno
radical en el poder, la personería gremial fue otorgada a éste, y la
UOM perdió su última jurisdicción en Ferreyra.43
La controversia de la afiliación de Fiat creció en encarnizamiento
entre fines de 1964 y gran parte de 1965, en medio deí estanca­
miento de las negociaciones por los convenios colectivos y una en­
conada huelga en las plantas de Ferreyra en 1965. La ineptitud del
SÍTRAC para negociar eficazmente con el muchísimo más poderoso
directorio de la multinacional italiana desalentó hasta a los más
entusiastas defensores originales del sindicato de planta. En 1965,
el sentimiento obrero era abrumadoramente favorable a la afiliación
112 El Cordobazo

al SMATA, y el primer paso hacia esa meta se dio el Iode abril de ese
año, cuando los trabajadores de la planta de Grandes Motores Diesel
votaron casi por unanimidad en favor de la pertenencia al sindicato
de los mecánicos, una votación posteriormente refrendada por el
Ministerio de Trabajo.44
El SMATA era aún anatema para la empresa, si bien Fiat siguió
reconociendo la dificultad de mantener la paz laboral en las plantas
sin ninguna representación sindical peronista. Para evitar la larga­
mente temida perspectiva de la afiliación al SMATA, parece que Fiat
celebró un trato con Vandor y Simó, quien ahora se desempeñaba
como diputado peronista y dividía su tiempo entre Córdoba y Bue­
nos Aires. La UOM trasladó alrededor de 80 de sus activistas sindi­
cales de laS plantas de Fiat bajo su jurisdicción en Buenos Aires a
Córdoba. La empresa los dejó ingresar a las plantas de Ferreyra
como trabajadores recién contratados, y a pesar de una sospecha
inicial entre los obreros acerca de los recién llegados, éstos pronto
controlaron el bisoño SITRAC; al menos, ésta era la difundida creen­
cia entre los trabajadores de Fiat, en especial entre quienes dirigi­
rían las rebeliones fabriles en las plantas de Ferreyra varios años
más tarde.45
La inesperada conducción de la huelga de i 965 por parte de los
activistas de la UOM, una riesgosa jugada de Vandor para restable­
cer el prestigio del sindicato metalúrgico entre la mano de obra y
obligar a Fiat a reconocer formalmente su jurisdicción, tomó por
sorpresa a la compañía. La huelga terminó con una derrota ignomi­
niosa para el SITRAC, y Fiat prohibió la presencia de la UOM en sus,
plantas, aunque los convenios colectivos de ésta serian utilizados
como modelos para los propios contratos internos de la compañía
durante el resto de la década. La empresa italiana admitió que sería
necesaria al menos una representación sindical formal y de com­
promiso en las plantas para evitar la afiliación al SMATA, por lo que
decidió mantener el SITRAC y transformarlo en un apéndice de su
Departamento de Relaciones Industriales, a fin de que estuviera a
las órdenes de la compañía más que de los trabajadores. Fiat pre­
servó los dos sindicatos de la empresa, SITRAC y SITRAM, como re­
presentantes institucionales de sus trabajadores, al mismo tiempo
que se apoyaba en su combinación tradicional de políticas paterna­
listas y autoritarias más que en una genuina representación gre­
mial para manejar a su mano de obra. Su paternalismo, expresado
era sus clubes deportivos y en una bien publicitada campaña para
dar empleo a argentinos descendientes de italianos, junto con un
status simbólico de “socios”, se profundizó después de la huelga de
1965.46La compañía exigió que SITRAC-S1TRAM mantuvieran en
calma al personal y adhirieran al tradicional aislamiento de Ferreyra
Política sindical 113

con respecto a la política laboral local y nacional, una tarea que los
sindicatos de planta desempeñarían obedientemente durante el si­
guiente lustro. Torres no abandonó su campaña para incorporar a
los trabajadores de Concord y Materfer. Sin embargo, vio que en esta
cuestión la compañía no estaba dispuesta a rendirse, y él no quería
emprender una lucha prolongada y probablemente fútil que podría
poner en peligro la afiliación de los trabajadores de GMD. Tempora­
riamente, admitió la pérdida de los obreros de Fiat afiliados a sus
sindicatos de planta.47
La continuidad de la existencia de estos sindicatos de empresa
protegió a los independientes y reveló el ya peculiar carácter del sin­
dicalismo cordobés. Para los independientes de Tosco, su supervi­
vencia implicaba la preservación de un movimiento obrero inusual­
mente heterogéneo, que pusiera obstáculos a la campaña verticalista
de Vandor. Si bien Fiat preservó sus sindicatos de planta, éstos fue­
ron durante años una nulidad en la política del poder del movimiento
obrero cordobés. Vandor pudo mantener a los trabajadores de Fiat
alejados del SMATA, pero no utilizarlos para fortalecer su posición
en Córdoba o aislar a los independientes. Todo el asunto Fiat había
mostrado precisamente cuán propicias eran las condiciones locales
para un movimiento obrero pluralista y qué inapropiadas eran las
tácticas de Vandor, dada su doble preocupación de apuntalar a los
peronistas cordobeses y asegurarse de que no pudieran representar
una amenaza a su control del movimiento obrero peronista en el
plano nacional. A duras penas podía Vandor demandar verticálismo
y pureza ideológica si estaba dispuesto a prestar su conformidad al
aislamiento constante de la segunda mayor concentración de tra­
bajadores industriales de la ciudad. Tosco y los independientes cri­
ticaron la interferencia de la UOM en la controversia de la afiliación
de Fiat y más tarde denunciaron el sindicalismo “amarillo" de los
sindicatos de esa empresa, pero también eran conscientes de que el
arreglo los protegía y estorbaba a Vandor. Para los peronistas cor­
dobeses, se trataba de una prueba más de que era necesario que
sus intereses particulares fueran protegidos de Buenos Aires. En
este caso en especial, Simó, la UOM y los ortodoxos habían perdido
más que Torres, el SMATA y los legalistas, pero nadie estaba feliz
con la interferencia de Buenos Aires ni con la exigencia de sacrificar
necesidades locales a los cálculos estratégicos de Vandor, y en los
años siguientes cada uno procuraría aumentar su independencia.
En los primeros meses de 1966, cuando Vandor tuvo que enfren­
tar una serie de desafíos a su conducción por parte de su antiguo
adversario José Alonso, así como a causa del propósito de los sindi­
calistas luego apodados pariicipacionistas de llevar el “peronismo sin
Perón" un paso más adelante y buscar vínculos orgánicos con el
114 El Cordobazo

probable próximo gobierno militar, la política sindical local volvió a


una situación de menor agitación. El equilibrio del poder dentro de
y entre los sindicatos parecía ahora estar establecido; al parecer,
sólo una fuerza providencial e importante sería capaz de destruirlo.
No obstante, ios alineamientos eran menos firmes de lo que aparen­
taban y más flexibles que en ningún otro movimiento obrero del país.
Los independientes de Tosco y los sindicatos de empresa de Fiat
introdujeron elementos que estaban ausentes en otras partes. La
CGT cordobesa siguió con su rumbo más independiente, una situa­
ción que, en la ciudad, ofrecía oportunidades tanto a los sindicalis­
tas peronistas como a los no peronistas. En la elección de abril de
1966 para la conducción del SMATA nacional, la seccional cordobe­
sa fue la única del país que votó por la lista Celeste apoyada por
Vandor, indicando de este modo que la alianza de Torres con el líder
de la UOM se mantenía firme.48 Si bien era una alianza que en cier­
ta forma restringía la independencia de Córdoba, desde otro punto
de vista también fortalecía la autonomía local, dado que protegía al
sindicato de la amenaza de interferencia de una entrometida cen­
tral gremial mecánica.
Sin embargo, la autonomía del movimiento obrero cordobés y el
movimiento sindical disidente que contribuyó a crear, fueron el re­
sultado no sólo del juego de tirar y aflojar de la política gremial local
sino también del tipo particular de desarrollo industrial que había
experimentado la ciudad y de las prácticas sindicales derivadas del
mismo. En la industria automotriz, especialmente, existía una rela­
ción diferente entre la conducción y los trabajadores, una tradición
sindical alternativa modelada a partir de las influencias del trabajo
y de las filosofías gerenciales respectivas de las empresas locales.
Esa tradición sindical alternativa subyace a las grandes moviliza­
ciones cordobesas producidas entre 1966 y 1976.

NOTAS

1El tutelaje de los dirigentes sindicales cordobeses por una generación


anterior de activistas gremiales es una parte poco conocida pero interesan­
te de la historia del movimiento obrero local de estos años. Uno de esos
mentores, el legendario dirigente gremial anarcosindicalista Pedro Milesi,
tendría una gran influencia personal no sólo sobre Tosco y otros trabajado­
res de Luz y Fuerza, sino también en los clasistas de Fiat de principios de
los años setenta.
2Iris Marta Roldán, Sindicatos y protesta social en la Argentina, un estu­
dio de caso: el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, 1969-1974 (Amster-
Política sindical

dam: Center for Latín American Research and Documeniaíion, 1978), pp.
118-119.
3Jorge O. Lannot, Adriana Amanteay Eduardo Sguiglia, Agustín Tosco,
conducta de un dirigente obrero (Buenos Aires: Centro Editor de América
Latina, 1984), p. 12.
4Los programas obreros "La Falda”, ‘'Huerta Grande", “I o de mayo de
i 968”, publicación de la CGTA. mayo de 1971.
5La Voz del interior, 16 de enero de 1957, p. 5.
“Entrevista con Elpidio Torces, secretario general del SMATA-Córdoba,
1958-1971, Córdoba. 25 de julio de 1985.
7Los trabajadores de IKA contratados entre 1956 y 1960 eran predomi­
nantemente hombres jóvenes (el 67,3% tenía entre 21 y 25 años), para
quienes el empleo en las plantas automotrices de Kaiser era su primera
experiencia en la vida fabril. Un estudio sostiene que la demora en la afilia­
ción gremial (sólo el 34,8% se afiliaba al ingresar a la fábrica) indica cierta
indiferencia hacia el sindicato de esta mano de obra joven durante sus pri­
meros años de trabajo, un argumento que es respaldado por el testimonio
de Elpidio Torres. Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos li­
deres de Córdoba en los '60: eí ámbito del trabajo y la dimensión cultural*'.
Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de
Córdoba, Informe Anual, abril de 1991, pp. 6-9.
8Industrias Kaiser Argentina, Memoria y Balance General, 1959.
9Entrevista con Elpidio Torres.
10Ibíd.
! 1Ibid.
12La Voz del Interior, 16 de diciembre de 1958, p. 9.
13Industrias Kaiser Argentina, Memoria y Balance General, 1959; De­
partamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados
con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos
en Buenos Aires, “Visitto Córdoba", 835.3331/4-1858, 18 de abril de 1958.
lALa Voz del Interior, 13 de junio de 1958, p. 9.
15Ibid., 18 de agosto de 1958, p. 9.
16Entrevista con Elpidio Torres.
17Ibíd.; Mónica B. Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo: los sindi­
catos líderes de Córdoba dentro de la estructura de poder sindical", Desa­
rrollo Económico, vol. 31, n° 122 (julio-septiembre de 1991), p. 171.
18La Voz del Interior, 12 de marzo de 1960, p. 9; Mónica B. Gordillo,
“Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los ’eO”, p. 29.
Como resultado de esta cláusula de ajuste salarial, más adelante IKA afir­
mó que los trabajadores habían recibido ocho aumentos salariales gene­
rales entre 1960 y 1964. Industrias Kaiser Argentina, Memoria y Balance,
1964.
,9Daniel James, Resistance and Integraüon: Peronism and the Argentine
Working Class, 1946-1973 (Cambridge: Cambridge University Press, 1988),
pp. 161-166.
20 Emilio Pugno y Sergio Garavini, Gl¿ anni duri alia Fiat: La resistenza
sindícale e la ripresa (Turin: Giulio Einaudi Editore, 1974), p. 14; Giovanni
Contini, “The Rise and Fall of Shop Floor Bargaining at Fiat, 1945-80”, en
El Cordobazo

StevenTolliday y Jonathan ZeiÜin, comps., The Automobile Industry andlts


Workers (Cambridge: Polity Press, 1986). pp. 144-146.
21Grandes Motores Diese!, Memoria y Balance General 1959.
22Monica B. Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo”, p. 169; "Algu­
nas consideraciones preliminares sobre el conflicto de Fiat", Pasado y Pre­
sente, vol. 3, n° 9 (abril-septiembre de 1965), p. 64; Judith Evans, Paul
Hoeffel y Daniel James, "Rettecüons on Argén tiñe Auto Workers and Their
Unions”, en R. Kronísh y K. Merícle, comps., The Political Economy of the
LatinAmerican Motor VehicleIndustru (Cambridge, Mass.: M1TPress, 1984),
p. 149.
23En el plazo de una década, la UOM cordobesa se había convertido en
uno de los árbitros del movimiento obrero local y el segundo sindicato in­
dustrial de la ciudad detrás del SMATA, con más de 6.000 afiliados — aun­
que éstos estaban dispersos en unos 600 talleres y pequeñas fábricas— .
“El sindicalismo cordobés en la escalada”, Aquí y Ahora, vol. 3, n° 26 (mayo
de 1971), pp. 11-14.
24El peronismo cordobés tenía una forma decididamente conservadora.
En una provincia todavía abrumadoramente agraria con sólo una pequeña
clase obrera (en 1947, el 70% de la población era rural, en comparación
con el 32% en la provincia de Buenos Aires), había obtenido el grueso de su
fuerza de tres grupos: los caudillos políticos locales antes al servicio del
oligárquico Partido Demócrata: la facción sabattinista nacionalista y
antiliberal de la Unión Cívica Radical cordobesa; y especialmente la Iglesia
Católica, una institución al menos tan poderosa como el movimiento obre­
ro en Córdoba en los años de la primera presidencia de Perón y que movi­
lizaba a una parte considerable de la ciudadanía cordobesa a través de la
Acción Católica. Véase César Tcach, Sabatlinismo y peronismo (Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 1991), p. 82.
25La Voz del Interior, 15 de julio de 1957, p. 9.
26Francisco Delich, Crisis y protesta social: Córdoba, mayo de 1969 (Bue­
nos Aires: Ediciones Signos, 1970), p. 35.
27Carlos E. Sánchez, “Estrategias y objetivos de los sindicatos argenti­
nos”, Instituto de Economía y Finanzas, Universidad Nacional de Córdoba,
documento de trabajo n° 18, 1973, p. 19.
28Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo”, pp. 172-173; Sánchez,
“Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos”, pp. 30-37.
29Gordillo, “Características de los sindicatos líderes en Córdoba en los
*60", pp. 31, 84-94.
30En su estudio sobre Renault, Gleyze señala que la empresa francesa
conocía bien este arreglo y procuró detenerlo con la compra de 1967, con­
siderándolo uno de los factores más responsables de la incapacidad de IKA
para mantener sus costos laborales de acuerdo con sus ganancias. Gilíes
Gleyze, “La Régie Nationale des Usines Renault et l'Améilque Latine depuis
1945. Brésil, Argentine, Colombie” (tesis de Maestría en Humanidades,
Universidad de París X-Nanterre, 1988), p. 182.
31Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los
’60", pp. 41-42.
32Industrias Kaiser Argentina, Memoria y Balance, 1962.
Política sindical 117

33La Voz del Interior, 2 de diciembre de 1962, p. 11; 16 de diciembre de


1962, p. 19.
34Informe, Servicio de Documentación e información Laboral, nQ35 (ene­
ro de 1963), p. 11; n° 36 (febrero de 1963), p. 8.
35La Voz del Interior, 2 de mayo de 1964, p. 9.
3C'Ibid., 5 de julio de 1964, p. 9; 21 de septiembre de 1964, p. 11.
37Ibid., 28 de mayo de 1964, p. 13.
38Roldán, Sindicatos y protesta social en la Argentina, pp. 133-134.
3aSindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1964-65,
pp. 34-37.
40íbtd
41Ahora, el 50% de los trabajadores ingresantes se afiliaba al sindicato
en el momento de su contratación, y otro 27% lo hacía dentro del primer
año de empleo; también se profundizaba la identificación de las bases con
el gremio. Gordillo, "Características de los sindicatos líderes de Córdoba en
los '60", p. 7.
42Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 51
{mayo de 1964), pp. 51-52.
^ “Informe preliminar sobre el conflicto Fiat”, Pasado y Presente, vol. 1,
n° 4 (1964), pp. 64-65.
44En realidad, los trabajadores de GMD no se afiliarían al SMATA has­
ta el 15 de septiembre de 1966, cuando el gobierno reconoció finalmente
su jurisdicción sobre la planta de Fiat. La Voz del SMATA, Córdoba, vol. 3,
n° 20 (noviembre de 1966), pp. 2-7.
45Entrevistas con los trabajadores de Fiat Carlos Masera, Córdoba, 18
de julio de 1990; Domingo Bízzi, Córdoba, 22 de julio de 1987; José Páez,
Buenos Aíres, 11 de julio de 1989; Gregorio Flores, Buenos Aires, 12 de
noviembre de 1985. Véase también La Voz del Interior, 9 de mayo de 1965,
p. 21; 18 de mayo de 1965, p. 9.
46El intento de “rehacer” al trabajador de la producción masiva
— acuiturarlo e inculcarle una estrecha identificación personal con la em­
presa que aumentara la productividad, socavara la solidaridad obrera y re­
dujera la probabilidad de conflictos industriales— era una marca distintiva
de las políticas laborales de Fiat, pero no puede atribuirse meramente a
ninguna forma latina de paternalismo inmerso en la cultura. El pionero de
esa actitud fue el propio Heniy Ford, lo que se revela específicamente en la
intención paternalista de sus famosos “cinco dólares por día” y en las acti­
vidades del departamento sociológico de su empresa en los primeros años
de la industria automotriz estadounidense. Véase Stephen Meyer III, The
Five Dollar Day: Labor Management and Social Control in the Ford Motor Com-
pany, 1908-1921 (Albany: State University of New York Press, 1981), pp.
95-168.
47Entrevista con Elpidio Torres.
48Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 75
(mayo de 1966), p. 35.
3. La fábrica, el sindicato
y el nuevo trabajador industrial

En la primera gran oleada de investigaciones históricas que se


ocuparon de la clase obrera industrial, historiadores del trabajo
como E. P. Thompson, Herbert Gutman, David Montgomery y
Michelle Perrot argumentaron convincentemente que las tradicio­
nes culturales de campesinos y artesanos habían intervenido de
manera significativa en la formación de la clase obrera: que la in­
dustrialización, al menos en Inglaterra, los Estados Unidos y Fran­
cia, no se topó con individuos sin modos establecidos de conducta
y de pensamiento, costumbres y tradiciones, y que éstos influyeron
en gran medida en las formas de asociación y el comportamiento
político ulteriores de los trabajadores.1 Sin embargo, como estos
mismos historiadores lo reconocen a menudo explícitamente en sus
escritos, tales argumentos parecen más apropiados para la forma­
ción de la clase obrera de la primera industrialización, para la tran­
sición del mundo campesino y artesanal al del naciente capitalismo
industrial que para los trabajadores de la “segunda revolución in­
dustrial”, nacidos en la era de la producción masiva y durante la
plena madurez del capitalismo. Parecen ser menos aplicables aún a
un país recientemente industrializado como la Argentina.
La fábrica moderna, si bien nunca constituyó todo el universo de
la experiencia de los trabajadores, ni en la Argentina ni en ninguna
otra parte, modeló la conciencia de clase más directa y completa­
mente de lo que las fábricas iniciales habían afectado a los primeros
trabajadores industriales sometidos a la influencia opuesta de las
tradiciones campesinas y artesanales, lo que facilitó la resistencia a
la disciplina de la vida fabril. En Córdoba, en contraste, había sur­
gido un nuevo trabajador industrial, desarraigado de la chacra o de
la pequeña ciudad rural e introducido súbitamente en las operacio­
nes de la producción masiva y los sistemas de relaciones industria­
les de la corporación moderna. Este nuevo trabajador industrial
sentía escasamente los esfuerzos y los tironeos de tradiciones opues­
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 119

tas y sin duda fue incapaz de resistir, de manera individual, el po­


der abrumador de la fábrica.
En las plantas automotrices se modelaron un nuevo conjunto de
relaciones y una nueva visión del mundo. El boom industrial de
Córdoba introdujo a una mano de obra joven, en gran medida inex­
perta y no calificada, en un ambiente laboral particular, el ámbito y
las exigencias peculiares del trabajo en una industria de produc­
ción masiva. La vida en la fábrica se convirtió en el principal vínculo
social de los trabajadores, llegando a eclipsar la importancia de otras
instituciones obreras como la familia y la barriada. A través de su
vida laboral, los trabajadores mecánicos cordobeses adquirieron una
visión de la sociedad y de su propio lugar en ella, un complejo con­
junto de actitudes formado por la experiencia del trabajo y al que
daban significado la cultura política del país y la interpretación
política e ideológica hecha por el sindicato del status de los trabaja­
dores como productores en un país agudamente dividido según lí­
neas de clase. La relación dinámica entre fábrica y sociedad en la
Córdoba de esos años subyace a la historia del movimiento obrero
de la ciudad. El examen de esa relación hará más fructífera la bús­
queda por parte del historiador de explicaciones de la historia re­
ciente de la clase obrera cordobesa.
La emergencia gradual de los trabajadores mecánicos cordobe­
ses como un sector militante y de conducción en el movimiento
obrero argentino, y su creciente prominencia en la política nacional
después del Cordobazo de 1969, pusieron en tela de juicio lo que
había sido la sabiduría convencional entre los investigadores de
posguerra de las clases obreras latinoamericanas. En tos años se­
senta, sociólogos y especialistas en ciencias políticas habían comen­
zado a aplicar a América Latina argumentos popularizados en los
Estados Unidos por Herbert Marcuse, Seymour Lipset y Daniel Bell,
que simplemente habían reformulado las teorías de Lenin y Gramsci
sobre la aristocracia obrera en relación con el conservadorismo de,
al menos, los sectores más privilegiados de la clase obrera estado­
unidense, con su aburguesamiento creciente y su interés en la ob­
tención de salarios más elevados y movilidad social por encima de
la política. La mayoría de los estudios sobre el movimiento obrero
latinoamericano escritos antes del Cordobazo parecen sugerir, si no
afirmar abiertamente, que los trabajadores de los sectores indus­
triales modernos de América Latina, entre ellos los mecánicos, esta­
ban destinados a convertirse en una especie de aristocracia obrera
de la región, potencialmente combativa en cuestiones económicas
pero políticamente apática e indiferente a la suerte de otros sectores
menos privilegiados de su clase. Se creía que estos “nuevos trabaja­
dores industriales”, que estaban al margen de las estructuras obre­
120 El Cordobazo

ras populistas y tenían una perspectiva pragmática, estaban plena­


mente integrados en las empresas para las cuales trabajaban. Los
salarios más altos, los generosos beneficios y los sistemas de rela­
ciones industriales más autónomos y eficaces hacían que los traba­
jadores dirigieran sus aspiraciones hacia el interior de la empresa
antes que hacia una u otra forma de política, ya fuera de oposición
o de colaboración.2 A la izquierda, una minoría pequeña pero sin
pelos en la lengua sostenía que lo que sucedía era precisamente lo
contrario: que estos modernos trabajadores industriales, inserta­
dos en los sectores más adelantados del capitalismo, estaban en
mejor posición para percibir las contradicciones de ese sistema y
plantear demandas de naturaleza más avanzada y en última ins­
tancia política, actuando así como una especie de vanguardia den­
tro del movimiento obrero.3
A fines de la década de 1960, un equipo de sociólogos que traba­
jaban bajo la dirección del sociólogo francés Alain Touraine llevó a
cabo investigaciones sobre las actitudes de los trabajadores en va­
rios países de América Latina, entre ellos la Argentina. Esas inves­
tigaciones revelaron que los trabajadores de los sectores más ade~
lantados de la industria argentina, al mismo tiempo que exhibían
ciertas actitudes “integradoras” hacia sus empresas —según se ex­
presaba en la percepción de su status relativamente privilegiado y
su deseo de permanecer como empleados de las compañías, así como
en la difundida creencia de que su interés individual dependía de la
suerte de éstas y no de la conquista del poder político— , también
expresaban escepticismo acerca de la voluntad de los empleadores
de satisfacer sus demandas sin la vigilancia del Estado y sus sindi­
catos. Por otra parte, la percepción de un relativo privilegio no nece­
sariamente suavizaba las tensiones de clase; tampoco hacía que los
trabajadores abandonaran su identidad como grupo que en cierto
modo estaba en conflicto con la empresa o que percibieran que sus
intereses eran necesariamente diferentes de los de otros sectores de
la clase obrera. Así, existía una integración económica junto con una
sensación constante de distintividad social, incluso una especie de
identidad de clase.4
A decir verdad, los trabajadores de los sectores industriales mo­
dernos estaban potencialmente en situación de conducirse ya como
una aristocracia obrera, ya como una vanguardia, dependiendo de
las condiciones históricas existentes en un momento dado. Al me­
nos en la Argentina, y parecería ser que también en Brasil y México,
los sindicatos de trabajadores mecánicos satisficieron inicialmente
las expectativas de los científicos sociales y se comportaron más
como una aristocracia que como una vanguardia. Los esfuerzos sin­
dicales se encaminaron al fortalecimiento de la maquinaria gremial
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 121

a través de la elevación de los salarios y los beneficios. Las negocia­


ciones colectivas se realizaban directamente con la empresa y con
una mínima participación sindical en política, e incluso con una
limitada interferencia del Estado. La no participación del SMATA
central en la reorganización de la CGT en 1963 o en las ocupaciones
de fábricas durante el pían de lucha de 1964 y, por cierto, los prime­
ros años de la construcción del mismo SMATA local, parecían indi­
car un naciente sindicalismo de negocios en ese sector industrial
particular. Sin embargo, los elevados salarios, los elaborados pro­
gramas empresarios de bienestar social y las políticas laborales
paternalistas aplicadas por las empresas no necesariamente hicieron
imposible la militancia obrera o impidieron una ulterior participa­
ción en política. Después de 1966, cuando la dictadura de Onganía
suspendió los privilegios de la negociación colectiva, afectando con
ello adversamente los salarios y Tas condiciones de trabajo de los
mecánicos cordobeses, el roí de conducción que éstos asumieron en
la oposición del movimiento obrero al régimen no fue meramente
una reacción ante la pérdida de un status privilegiado; antes bien,
se fundamentó en gran medida en su propio sentimiento de identi­
dad de clase, algo foijado a través de una compleja mezcla de factores
industriales y culturales y que sólo fueron despertados por el ataque
gubernamental a sus ingresos y beneficios.
Los investigadores que han estudiado a los trabajadores mecáni­
cos latinoamericanos dieron prioridad a la política estatal como fac­
tor determinante en el rol de liderazgo asumido por los sindicatos
de la industria automotriz en el movimiento obrero de la región
durante los años sesenta y setenta. John Humphrey, Ian Roxbo-
rough y Kevin Middlebrook hicieron hincapié en factores tales como
las políticas salariales y laborales de los gobiernos, el colapso de las
estructuras obreras populistas-corporativas y los sistemas de re­
laciones industriales autónomos de las multinacionales automotrices
en su intento de explicar la emergencia súbita de los trabajadores
mecánicos latinoamericanos como la fuerza principal dentro de sus
movimientos sindicales y como importantes actores políticos por
derecho propio — sin duda los más importantes en las filas del mo­
vimiento obrero organizado— . Ninguno de estos investigadores, sin
embargo, ha considerado plenamente el complejo proceso de clase y
la formación de la conciencia de clase en todas sus facetas dentro
de la industria — específicamente los contextos cultural y de base
fabril precisos en los que se desarrolló y las políticas estatales con
que interactuó para dar forma a las actitudes de los trabajadores
mecánicos e influir en su conducta política— .5
La naturaleza específica del trabajo automotor en América Lati­
na y las interpretaciones ideológicas y políticas de la vida fabril da­
122 El Cordobazo

das por los sindicatos y la sociedad en general son elementos igno­


rados o considerados únicamente de pasada en estos estudios. Sin
duda, el hecho de prestar atención exclusivamente a los efectos de
las políticas estatales en este sector industrial simplificó los oríge­
nes de la mílitancia de los trabajadores mecánicos y subestimó con­
siderar cuán desorganizadora, desconcertante y formativa fue la vida
fabril para esta nueva clase obrera. Los investigadores omitieron
específicamente reconocer la importancia de influencias industria­
les tan diversas como los procesos de trabajo, las filosofías
gerenciales y las prácticas sindicales en la afirmación de los traba­
jadores mecánicos como un sector militante de la clase obrera lati­
noamericana de la posguerra.
En Córdoba, estos trabajadores de primera generación se intro­
dujeron abruptamente en los rigores únicos del trabajo en una plan­
ta automotriz. Tanto en Fiat como en IKA-Renault había tres tumos
de ocho horas, y las plantas eran centros de actividad incesante.
Para el puñado de trabajadores calificados que habían pasado por
las fábricas de LAME, los ritmos y exigencias de la producción ma­
siva eran un terreno conocido y razonablemente cómodo. Pero para
la mayoría de los mecánicos, el ruido, el apuro y las tensiones físi­
cas y mentales de ocho horas en la línea eran algo completamente
nuevo, y todas las influencias del trabajo en la fábrica los afectaron
mucho. De este modo, es necesario entender no sólo la interacción
de los sindicatos con el Estado, sino también las de los trabajadores
y sus gremios con las empresas y las particulares condiciones que
rodeaban al trabajo en las plantas automotrices cordobesas.
Én las fábricas de Fiat e IKA-Renault había esencialmente tres
clases de trabajadores. La primera era la de los altamente califica­
dos encargados de mantenimiento (electricistas y reparadores de
maquinarias) y los constructores de herramientas e instaladores que
hacían y montaban las matrices, guías, elementos fijos y herramien­
tas específicas destinados a las máquinas herramienta especializa­
das en la producción de partes. La segunda era la de los operarios:
los trabajadores semicalíficados encargados de las máquinas, que
taladraban, amolaban, perforaban y desempeñaban otras tareas en
los bloques de motor, cabezas de cilindros, cigüeñales y otros com­
ponentes mecánicos complicados. Por último estaban los trabaja­
dores no calificados —la mayoría de los empleados— , que se encar­
gaban del armado final y realizaban operaciones simples como mon­
tajes, ajustes, clasificación y demás tareas repetitivas de ese tipo.
Para los trabajadores semicalificados se establecieron rendimientos
estándar, o “índices", y se utilizaron cronómetros para tomar el tiem­
po de las actividades y determinar las cuotas de producción que se
les requerirían. En los primeros años de la industria cordobesa las
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 123

categorías, tanto de los trabajadores semicalificados como de los no


calificados, estaban vagamente definidas; sólo después de la com­
pra de IKA por parte de Renault en 1967 la empresa francesa las
estableció con mayor precisión. En lo que se refiere específicamente
a los trabajadores no calificados, las categorías dependían en últi­
ma instancia más de la naturaleza de la tarea desempeñada que de
los atributos o aptitudes del trabajador mismo. De este modo, se las
determinó por factores tales como la monotonía del trabajo, el es­
fuerzo realizado {dépense musculaire) y la destreza exigida, y por el
grado comparativo de displacer y los riesgos para la salud de los
operarios (nivel de ruido; incidencia de irritaciones respiratorias y
cutáneas provocadas por el polvo» el vapor y el gas; intensidad de la
luz y el calor) antes que por la calificación, como ocurría en las plan­
tas francesas de Renault.6
Los procesos de producción en las plantas de Fiat e IKA-Renault
compartían las características generales de la fabricación de autos
encontradas en la época en otras partes del mundo, pero con varia­
ciones importantes resultantes de la naturaleza de la tardía indus­
trialización automotriz de la ciudad y de las condiciones del merca­
do local. Como en las plantas europeas, de los Estados Unidos y el
Japón, en las operaciones de forja de las fábricas cordobesas el stock
de láminas y lingotes metálicos era utilizado en partes componen­
tes o matrices. (Una matriz es una herramienta de alta precisión
usada en el estampado de la carrocería, un molde de metal pesado
diseñado para un modelo específico de auto, que prensa la lámina
metálica para producir paneles de carrocería.) Las matrices mismas
eran diseñadas y cortadas con herramientas de alta precisión en las
plantas de Fiat e ÍKA-Renault, incluyendo todo tipo de martillos y
fraguas de recalcar y verticales. Los matriceros de éste y otros de­
partamentos de las fábricas cordobesas aún conservaban un alto
grado de calificación, a diferencia de los de los países industrializa­
dos, donde los grandes mercados de consumo y los procesos de
producción normalizados habían reducido en sumo grado la nece­
sidad de calificación y criterio propio en la tarea de fabricar matri­
ces. En Córdoba, los trabajadores que producían las matrices, guías
e Instalaciones fijas especializadas que se utilizaban en las máqui­
nas herramienta eran más calificados y conservaron un grado con­
siderable de control sobre su trabajo hasta mediados de la década
del sesenta, cuando las compañías comenzaron a aumentar la can­
tidad de modelos producidos anualmente y los procesos de produc­
ción se aproximaron más a los existentes intemacionalmente en la
industria.
Uno de los procesos típicos en la elaboración de matrices duran­
te los primeros años de la fabricación de autos en Córdoba fue el
124 El Cordobazo

utilizado para producir las empleadas en las diferentes partes de la


carrocería. Una de estas matrices comenzaba siendo un vaciado de
metal pesado al que se modelaba para darle forma, lo que. inicial­
mente hacían trabajadores que empleaban herramientas generales
de usos múltiples; sólo más adelante utilizaron máquinas de perfi­
lado, que tenían un punzón que se movía automáticamente sobre
un modelo de la parte y dirigía la fresadora que cortaba el metal a
fin de obtener la forma precisa de la matriz. Luego, las matrices eran
terminadas a mano para impedir cualquier imperfección después
de que se hubiera dado forma a la lámina de metal. Para una sola
carrocería de automóvil se utilizaban cientos de matrices.7
Después de los talleres de herramientas y matrices, la produc­
ción pasaba por varios departamentos. Las matrices de la carroce­
ría, por ejemplo, eran llevadas a las prensas mecánicas, donde se
las acoplaba y empleaba para estampar, curvar y perforar seccio­
nes de la carrocería del auto. Ésta pasaba luego a través de varios
departamentos de submontaje en los que soldadores y montadores
unían el casco de la carrocería. En los departamentos de soldadura
del complejo IKA-Renault, aparejos especiales mantenían las par­
tes en su lugar mientras los trabajadores soldaban la carrocería
utilizando soldadoras eléctricas. Luego de ello, aquélla pasaba a la
línea de montaje donde se cumplían tareas de soldadura adicional,
lijado y pulido. Los soldadores utilizaban sopletes para unir las jun­
tas y luego las alisaban con herramientas manuales. La carrocería
pasaba entonces a los túneles de pintura, donde los chasis recibían
una primera mano, se los cubría dos veces con pulverizadores ma­
nuales, se los metía en hornos y se los volvía a pintar antes que
pasaran a varias líneas en las que se efectuaban el acabado interior
y las terminaciones, luego de lo cual algunos pasarían al siguiente
departamento de producción y otros serían almacenados como stock
de reserva en caso de cualquier interrupción de la producción. Cada
departamento tenía sus propios riesgos ocupacionales. Para los
soldadores, era el caliente goteo de la soldadura que caía de cada
auto. En cuanto a los trabajadores de los túneles de pintura, un
departamento “lleno de vapores venenosos, pulmones dañados,
envenenamiento por benceno y enfermedades de la sangre”, como
lo describió Robert Linhart en su famosa descripción del trabajo
dentro de las plantas francesas de Citroen; los anteojos protectores
y las máscaras de gas no podían impedir la inhalación de emanacio­
nes nocivas, lo que condujo a algunas de las tasas más elevadas de
enfermedades industriales dentro de la actividad automotriz.
La naturaleza especial del trabajo en las plantas automotrices
cordobesas tal vez alcanzara su mejor expresión en los departamen­
tos mecánicos de producción. Hacia la época del boom automotor
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 125

cordobés, el trabajo en los talleres de maquinaria de la mayoría de


las fábricas automotrices había seguido el mismo camino que las
otras tareas, transformándose efectivamente en "no calificado”. En
efecto, las guías e instalaciones fijas utilizadas para poner en mar­
cha y posición el trabajo en las plantas de autos eran llamadas “he­
rramientas de chacareros”, dado que los obreros novatos e inexper­
tos trabajaban mejor y más rápido que los mecánicos calificados.
En las fábricas estadounidenses y europeas, este proceso había lle­
gado aún más lejos, y a fines de los años cincuenta el trabajo en los
bloques de motor era realizado en gran medida por maquinarias
automáticas, máquinas de transferencia con dispositivos de alimen­
tación de trabajo que eran controladas por los trabajadores y que
movían la producción a lo largo de la línea mediante cintas codifica­
das, perforadas o magnéticas.8En contraste, en las fábricas de Cór­
doba los bloques de motor seguían moviéndose manualmente, en
pequeños carretones, más que en cintas transportadoras o máqui­
nas de transferencia, y los operarios trabajaban en ellos utilizando
diversas máquinas herramienta de usos múltiples. En rigor de ver­
dad, una de las principales razones por las que Kaiser había trasla­
dado sus operaciones de los Estados Unidos a la Argentina era que
no podía invertir en maquinarias automatizadas.
Los trabajadores de los talleres de maquinaria de Córdoba rea­
lizaban cientos de operaciones de mandrilado, rectificado, taladra­
do, enroscado y fresado. En la planta de Fiat Concord, que a ñnes
de los años cincuenta había comenzado a experimentar con la
producción automotriz, y especialmente en las de IKA-Renault, se
realizaba una cantidad desacostumbradamente alta de tareas in­
formales y no automatizadas, lo que quedaba evidenciado por el
gran número de herramientas de usos múltiples en los departa­
mentos de maquinarias de las plantas, el progreso más lento del
trabajo, el pobre control de calidad y la incidencia de defectos más
alta que lo normal9 Estos mecánicos eran trabajadores con am­
plia experiencia que habían aprendido su oficio en las plantas de
IAME, si bien una buena cantidad de operarios nuevos e inexper­
tos lo. habían hecho en los departamentos de maquinarias y mos­
traban un nivel notablemente alto de habilidad mecánica innata,
un hecho que en el caso de muchos se debía, según testimonios
orales, a su experiencia en el uso y la reparación de la anticuada
maquinaria agrícola que aún se empleaba en muchas chacras ar­
gentinas, especialmente en Córdoba,
La mayor parte de los trabajos con máquinas se realizaba en los
bloques y cabezas de cilindros y en los cigüeñales de los automóvi­
les. En las plantas de Fiat, se utilizaban fresadoras Cincinnati para
montar el bloque de cilindros y luego para taladrar en una serie de
126 El Cordobazo

operaciones de cortes y perforaciones, después de lo cual el bloque


de cilindros solía sufrir perforaciones manuales. Luego se lo lavaba
a presión y se hacía una perforación preliminar de los agujeros para
los cojinetes y los cigüeñales. Otras operaciones mecánicas, como
el taladrado para el indicador del nivel de aceite y el distribuidor del
encendido, que se realizaban manualmente en Córdoba, en las plan­
tas italianas de Fiat eran efectuadas por taladros automáticos que
también transferían el bloque; en Italia, el operario sólo cargaba y
aseguraba en su lugar el trabajo.10 De manera similar, los taladros
automáticos se usaban en Turín para perforar los agujeros de la
bujía de encendido y para hacer los enroscados necesarios en la
cabeza de cilindros, operaciones que en la planta de Concord se efec­
tuaban manualmente. La ausencia de taladros automáticos en esta
fábrica preocupaba a los funcionarios de la empresa, a causa de la
excesiva dependencia que de operarios de mayor calificación tenía
entonces un trabajo mecánico básico.11No obstante, los bajos volú­
menes de producción en los primeros años desalentaban la inver­
sión en las máquinas y en la maquinaria en línea también empleada
en las plantas de Fiat de Turín para llevar a cabo trabajos de
torneado en los cigüeñales y alimentar y hacer cortes en el árbol de
transmisión, para lo cual había un proceso completamente auto­
mático.
En otros lugares de las plantas cordobesas, el trabajo era una
variante modificada y más informal de las prácticas de producción
fordistas. Como la producción tenía poco volumen, la maquinaria
importada de las plantas de Kaiser en Michigan para muchos de­
partamentos permanecía ociosa o subutilizada, un hecho que ele­
vaba sus costos de capital y que rápidamente estimuló a IKA a adop­
tar prácticas laborales más flexibles y eficaces para su mano de
obra.12Tanto en Fiat como en IKA, el montaje del motor se hacía a
mano, poniendo los primeros operarios pistones, cigüeñales,
pasadores de pistón, válvulas, bombas de aceite, volantes de motor,
bielas, bombas de agua y bujías de encendido, mientras ios siguien­
tes añadían los alternadores, bombas de combustible, mangueras
de agua y otras partes que permitían que el motor pasara el puesto
de inspección y se reuniera con el chasis terminado para el montaje
final. Este sólo se realizó en el complejo Fiat hasta mediados de los
años sesenta, después de lo cual las líneas de montaje se traslada­
ron a las plantas de El Palomar, en la provincia de Buenos Aires. No
obstante, tanto en Santa Isabel como en Ferreyra, durante los pri­
meros años de la industria el montaje final era un proceso similar.
Existían diferentes lineas de montaje para los diversos modelos pro­
ducidos (en IKA-Renault había tres líneas independientes; en Fiat,
dos), que se movían con bastante más lentitud que las de las plan­
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 127

tas automotrices de Europa y los Estados Unidos y en las que los


trabajadores tenían que realizar más tareas.13
El montaje final comenzaba en el taller de chasis, donde los traba­
jadores bajaban el motor hacia el bastidor con grúas elevadas y luego
enganchaban el eje motor. A medida que el chasis terminado se mo­
vía a lo largo de la línea, otros trabajadores atornillaban el motor en
su sitio con herramientas eléctricas. Este proceso de “descenso del
motor” era seguido por el “descenso de la carrocería”, en el cual ésta,
suspendida por encima de la linea y sostenida allí por enormes “ma­
nos" mecánicas, era colocada lentamente por los trabajadores sobre
el chasis. Una vez en su lugar, la carrocería avanzaba por la línea
donde se la atornillaba con firmeza y se le agregaban el volante, el aro
de la bocina y otras partes. Mientras tanto, el trabajo de submontaje
en el cercano departamento de tapicería llegaba a su fin y se agrega­
ban los asientos terminados. En la industria, tapicería era conside­
rado de manera generalizada como el departamento de “finura”, que
requería manos ágiles y gran destreza, un hecho que tal vez explica la
considerable cantidad de mujeres que trabajaban en él en otras in­
dustrias automotrices, aunque no en Córdoba. Se empleaban má­
quinas de coser industriales para coser la gruesa tela y el vinilo, mien­
tras máquinas compresoras especiales prensaban los asientos y res­
paldos a fin de que se los pudiera cubrir con el tapizado, y se utiliza­
ban planchas de vapor para sacar las arrugas y hacer que las cubier­
tas de los asientos quedaran bien ajustadas.
Simultáneamente se procedía al montaje del frente de la carroce­
ría. Allí se agregaban docenas de partes adicionales, como los faros,
las señales de giro, la bocina, la parrilla y el radiador, lo mismo que
el cableado eléctrico necesario para el funcionamiento del tablero
de instrumentos. El frente era entonces incorporado a la línea de
montaje principal, donde se lo hacía descender a su lugar en la ca­
rrocería, Comenzaba luego el proceso de “acabado”, en el que se
instalaban los asientos terminados y se añadían los adornos
cromados, junto con otros cableados eléctricos, los vidrios, los ac­
cesorios interiores, la radio, el calefactor y otros elementos. Los
operarios atornillaban el frente en su lugar, enganchaban las man­
gueras de agua y conectaban los cables de los sistemas eléctricos.
El auto terminado pasaba luego por los departamentos de prueba e
inspección finales y era llevado a las playas para su despacho.

Aunque la naturaleza precisa de los procesos de producción de


las plantas y las relaciones en la base fabril tendrían en definitiva
un gran efecto sobre la política de ios sindicatos locales de mecáni­
cos, el trabajo en la industria automotriz cordobesa en los primeros
128 El Cordobazo

años, sí bien para la mano de obra no era una experiencia de valor


neutral, sólo tenía el significado político e ideológico que le daban
los sindicatos. La prolongada militancia de la clase obrera cordobe­
sa y el papel de conducción asumido específicamente por los traba­
jadores mecánicos de la ciudad en la política obrera argentina en
las décadas de 1960 y 1970 no pueden explicarse simplemente por
condiciones particulares de la clase trabajadora. Antes bien, fueron
el producto de las múltiples influencias de la sociedad argentina, en
especial de la cordobesa de ese momento, y del carácter peculiar del
movimiento sindical local.
La proscripción del peronismo durante esos años fue sirx duda
un factor de enorme influencia en la formación de las percepciones
que los trabajadores tenían de su condición. Tras haber completado
la campaña de construcción del sindicato, Elpidio Torres habla
abandonado su indiferencia inicial y envuelto al SMATA en la polí­
tica sindical peronista de manera creciente a comienzos de los años
sesenta. La participación activa del sindicato en el plan de lucha de
1964, que culminó en una ocupación sin precedentes de las plantas
de IKA por los trabajadores, fue sólo uno de los muchos ejemplos de
su participación cada vez más intensa en la política del movimiento
sindical peronista.
La peronización del joven proletariado mecánico, su creciente
autoidentificación como una clase privada de derechos, la fortaleza
del sentimiento nacionalista y antiimperialista dentro de sus filas y
en individuos que antes pensaban escasamente en esos términos,
eran parte de un proceso de asimilación cultural que se producía
bajo la tutela del sindicato. La profundización de la identidad pero­
nista servía naturalmente para fortalecer la posición de Torres y la
conducción peronista del SMATA, pero el proceso no era simple o
cínicamente orquestado desde arriba. Por cierto, muchos de los
mismos activistas sindicales farristas eran el producto de esta
peronización, y los trabajadores se veían empujados a adoptar una
identidad peronista y finalmente a un alto grado de militancia por
factores que estaban más allá del control de Torres y la jerarquía
gremial. Uno de esos factores era, sin duda, el carácter único del
movimiento sindical cordobés, un producto de la tardía industriali­
zación de la ciudad.
Ya he mencionado la significación de la mayor autonomía que el
reciente desarrollo industrial había permitido al movimiento obrero
cordobés, específicamente en lo que se refiere a su independencia
con respecto a Buenos Aires. Sin embargo, sólo se hizo una breve
alusión a los efectos de esta autonomía sobre las prácticas internas
de los sindicatos, en especial sobre los de mecánicos, y compren­
derlos es esencial para entender la historia de los trabajadores de la
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 129

industria automotriz de Córdoba.14 El grado considerable de inde­


pendencia que fomentaba la descentralización de las negociaciones
colectivas, por ejemplo, dio a la actividad sindical en una industria
como la manufactura de automóviles un foco concreto, y en última
instancia arrastró a los trabajadores a una identificación más es­
trecha con el sindicato y los asuntos gremiales. La variable clave no
fue la estructura formal del sindicato sino la filosofía y la práctica
gerenciales específicas; eso es lo que dio expresión a la autonomía
cordobesa, que posibilitó o desalentó la actividad sindical y la par­
ticipación obrera en los asuntos gremiales. La existencia de sindi­
catos de planta, en el caso de los trabajadores de Fiat, y de sindica­
tos industriales, en el de los de IKA, no era en sí misma determinan­
te de una mayor democracia sindical interna o de una mayor mili-
tancia obrera.15
Al aceptar al sindicato como un interlocutor independiente que
representaba a su personal, IKA permitió que las características
particulares de la estructura sindical de los mecánicos —su control
en parte mayor sobre los fondos sindicales y en especial la natura­
leza descentralizada de las elecciones gremiales y las negociaciones
colectivas— tuvieran una expresión local. Específicamente, contri­
buyó a la adopción de prácticas sindicales internas más democráti­
cas y participativas. Éstas, en última instancia, contribuyeron a la
creación de un personal obrero muy militante.16 Las escaramuzas
diarias entre los trabajadores y la administración en una industria
integrada y de producción masiva incrementaron la presencia sin­
dical en las plantas y fortalecieron su influencia entre los obreros.
La existencia de instituciones gremiales como las comisiones de
delegados (comisiones internas), que se reunían semanalmente para
discutir asuntos sindicales, y los comités de negociación colectiva
(comisiones paritarias), constituidos por los delegados y que se re­
unían quincenalmente para ajustar los niveles salariales de acuer­
do con la cláusula gatillo del convenio colectivo de 1960, hizo que en
los trabajadores creciera el sentimiento de su propia aptitud para
influir en cuestiones relacionadas con sus ingresos y, en menor
medida, en las condiciones laborales. Su participación en los asun­
tos sindicales aumentó mucho, según lo evidencian los porcentajes
cada vez más altos de trabajadores que votaban en las elecciones
gremiales.17
Las elecciones mismas eran en general limpias y estaban libres
de la intimidación y el fraude que caracterizarían cada vez más al
Sindicalismo peronista. A diferencia de lo que ocurría en las
seccionales del SMATA en Buenos Aires, por ejemplo, los peronistas
de Córdoba siempre enfrentaban a listas rivales. Así, el estatuto del
sindicato que disponía que los representantes de las listas de opo­
130 El Cordobazo

sición tuvieran asientos en la comisión electoral local no éra letra


muerta corno en Buenos Aires; en la seccional cordobesa estaba
asegurado cierto grado de democracia sindical interna.
La eficacia e independencia reales de muchas de estas institu­
ciones y prácticas sindicales bajo la conducción peronista no debe­
rían exagerarse. Las objeciones al estilo negociador de trastienda de
Torres y a sus vínculos con la empresa no deben desecharse como
mera crítica de la oposición izquierdista a los peronistas en las plan­
tas de SMATA, según lo expondrían con mucha claridad los sucesos
posteriores al Cordobazo. No obstante, también está claro que las
condiciones creadas por la producción automotriz, combinadas con
la presencia de la oposición dentro del sindicato, tanto la de la iz­
quierda marxista como, finalmente, la de los peronistas disidentes,
motivaron que Torres adoptara prácticas ¡sindicales y un estilo de
conducción que, en última instancia, tuvieron el efecto de inculcar
en los mecánicos de IKA un fuerte aprecio por sus derechos y una
sensibilidad más intensa a la injusticia de su status como clase
privada de beneficios.
El intento de Tofres de cultivar una imagen sindical combativa y
crear una tradición gremial en la mano de obra implicaba tanto un
estilo como una práctica. La conducción sindical aprovechó la
imaginería y el vocabulario políticos del antiimperialismo y la difun­
dida hostilidad hacia el capitalismo que, como propiedad común del
peronismo y la izquierda marxista, eran tan potentes en la Argenti­
na de los años sesenta. Las diatribas del SMATA contra la oligar­
quía y la empresa capitalista tenían un claro y reciente precedente
—y tal vez un origen directo— en las tradiciones obreras de la Resis­
tencia peronista. Como lo señaló Mónica Gordillo, la representación
constante que en las publicaciones sindicales se hacia de IKA como
el “pulpo", el ubicuo y voraz depredador que explotaba al país y a los
trabajadores, indiferente al interés nacional, era meramente el ejem­
plo más gráfico de la relación al menos públicamente contenciosa
del sindicato con la empresa.
De manera similar, los desafíos gremiales al control absoluto de
la compañía sobre ciertas funciones gerenciales, entre ellas la
discrecionalidad unilateral de IKA en la asignación de horas extras,
tenían el efecto intencional de delimitar parámetros cada vez más
amplios de autoridad para el sindicato e incrementar su prestigio
entre los trabajadores. Con los primeros signos de estancamiento
en el mercado automotor, IKA empezó a tratar de reducir costos
mediante despidos y, en especial, la disminución de la jomada la­
boral, medidas que tenían un evidente efecto deletéreo en los ingre­
sos mensuales de los trabajadores. La vigorosa respuesta sindical
contra los despidos y la reducción de la jomada de trabajo, y tal vez
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 131

hasta los llamados más débiles, esporádicos y en cierto modo


dúplices en favor de la participación obrera en la planificación y la
administración de la empresa (cogesíión), alimentaron las animosi­
dades de clase e intensificaron la identificación de los trabajadores
con la seccional cordobesa.18
En Fiat, en contraste, el potencial existente para desarrollar una
tradición obrera similar, gracias a la independencia de las estructu­
ras burocráticas del sindicalismo peronista, no llegó a realizarse, a
causa de una filosofía gerencial y unas prácticas gremiales muy dife­
rentes. La diferencia no consistía meramente en el paternalismo de
Fiat versus las prácticas más modernas de relaciones industriales de
IKA, dado que esta última, por intermedio de sus clubes deportivos y
sus programas de servicios comunitarios también había adoptado ele­
mentos de una filosofía gerencial paternalista; Más bien, la diferencia
crucial era que Fiat confiaba exclusivamente en prácticas paternalis­
tas para manejar a su personal y enfrentar los problemas que sur­
gían en los lugares de trabajo. La distribución de delantales escolares
para los hijos de sus trabajadores, sus fiestas navideñas anuales con
el ostentoso reparto de regalos por parte de las esposas de los funcio­
narios de la empresa, la maternidad que estableció en Ferreyra en
1967 y las actividades del Centro Cultural Fiat, que auspiciaba desde
conferencias públicas hasta clubes deportivos y colonias de vacacio­
nes, se incluían dentro de una bien establecida tradición empresaria
en pro de reducir las animosidades, los rencores y el descontento crea­
dos por él trabajó éñ la línea a través del paternalismo de la compa­
ñía, ganándose con ello la lealtad del trabajador y socavando cual­
quier recurso a la solidaridad obrera o al sindicalismo. El discurso
gremial oficial de los sindicatos de planta de Fiat estaba libre de toda
insinuación de la animosidad clasista que tanto prevalecía en el
SMATA, y tendía a abogar por la cooperación, y hasta la integración,
con la empresa. Lo que es más importante, la ausencia de cualquiera
de las prácticas participativas al estilo SMATA en las plantas de Fiat,
donde los delegados no se renovaron después de 1965 y carecían
prácticamente de poder tras el fracaso de la gran huelga de ese año,
desalentó la participación sindical y minó la militancia obrera. En
plantas donde los salarios y las condiciones laborales eran decididos
de manera unilateral por la empresa y aprobados automáticamente
■por los sindicatos de planta, los trabajadores no estaban convenci­
dos de la utilidad de participar en las cuestiones gremiales, una si­
tuación que, desde luego, estimuló la apatía entre el personal.19

La mayor significación de la década formativa en la historia del


movimiento obrero cordobés desde el derrocamiento de Perón fue,
132 El Cordobazo

por lo tanto, no sólo la elasticidad de las diversas comentes ideoló­


gicas y políticas en actividad en los sindicatos de la ciudad, sino
también el desarrollo de prácticas sindicales internas que dieron a
los obreros de Córdoba características particulares dentro del mo­
vimiento obrero argentino. Un motivo para la emergencia y la su­
pervivencia de esas corrientes y prácticas sindicales fue la interac­
ción de la política laboral nacional y local en la ciudad. Otro fue el
carácter especial de ía industrialización súbita de Córdoba, que in­
trodujo nuevos y poderosos actores en su sindicalismo y estableció
cierto grado de autonomía del movimiento sindical local. Esta auto­
nomía local estimuló prácticas más democráticas y una mayor in­
clinación que en otras partes del país a emplear tácticas militantes
en varios de los sindicatos más importantes de la ciudad. El movi­
miento obrero cordobés actuaba en un ámbito muy diferente del de
otras partes del país, especialmente del de Buenos Aires. En ésta,
hacia mediados de la década de 1960 la política obrera se limitaba
en gran medida a rivalidades por el control de ia CGT y las 62 Orga­
nizaciones, así como a un interés dominante por proteger la posi­
ción negociadora del movimiento obrero peronista con el Estado, que
en última instancia arbitraba en todas las disputas industriales.
En Córdoba, la política laboral consistía en una lucha constante
por ganar fuerza en las negociaciones colectivas, la independencia
con respecto a Buenos Aires y el apoyo de las bases. Allí, los pero­
nistas eran más vulnerables y su control sobre el movimiento obre­
ro nunca fue firme. Dado su aislamiento en relación con Buenos
Aires, centro del poder económico y sindical de la Argentina, la ca­
pacidad de los sindicatos cordobeses para negociar y regatear con
el Ministerio de Trabajo y el gobierno era mínima. Esta situación
mantuvo a los dirigentes gremiales más cerca de los trabajadores e
hizo que les resultara más difícil adoptar el estilo burocrático y las
rígidas jerarquías que se estaban convirtiendo en característicos de
los más grandes sindicatos industriales peronistas de Buenos Ai­
res, incluyendo el de los mecánicos. También dio al movimiento
obrero cordobés una vitalidad sin comparación en el país. En Cór­
doba, la política obrera no era un ritual torpe y hueco sino una parte
vital de la vida urbana, en la cual tanto los dirigentes sindicales como
los trabajadores, e incluso otros grupos y clases, estaban comen­
zando a tener un interés activo y a participar con mayor frecuencia
y resolución. La tradición sindical que había cristalizado en Córdo­
ba hacia 1966 era así una combinación de un vigoroso sentido de
identidad regional y una animosidad casi visceral contra Buenos
Aires, junto con una aceptación, nacida del pragmatismo en algu­
nos sindicatos y de la independencia y la oposición en otros, de la
necesidad de defender el pluralismo ideológico del movimiento obre­
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 133

ro local. Por último, había una creciente confianza en la capacidad


de Córdoba para participar en la política obrera nacional como una
fuerza por derecho propio. Esta tradición obrera local subyace a la
siguiente década de luchas, cuando los sindicatos cordobeses in­
fluyeron no sólo en la política del movimiento obrero, sino también
en la de todo el país.

NOTAS

1E. P. Thompson, The Making of the English Working Class (Londres:


Vintage Books, 1963); Herbert G. Gutman, "Protestantism and the Ame-
riean Labor Movement”, en Gutman, Work, Culture and Society in Indus-
trializing America (Nueva York: Vintage Books, 1977), pp. 79-117; David
Montgomery, The Fall of the House of Ijibor (Cambridge: Cambridge Uni­
versity Press, 1989); Michelle Perrot, “On the Formation of the French
Working Class”, en Ira Katznelson y Aristide R. Zolberg, comps., Working
Class Formation: Nineteenth Century Patterns in Western Europe and the
United States (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1986), pp. 71-
110 .
2Una manifestación representativa de este consenso pre-Cordobazo fi­
gura en Henry A. Landsberger, “The Labor Elite: Is It Revolutionary?”, en
Seymour Martin Lipset y Aldo Salari, comps.. Elites in Latín America (Ox­
ford: Oxford University Press, 1967), pp. 256-300.
3Para una síntesis de los argumentos en favor de la aristocracia obrera
contra los de la vanguardia, véase Elizabeth Jelin y Juan Carlos Torre, “Los
nuevos trabajadores en América Latina: una reflexión sobre la tesis de la
aristocracia obrera”. Desarrollo Económico, vol. 22, n° 85 (abril-junio de
1982), pp. 4-23.
4Silvia Siga!, Altitudes ouvñéres en Argentine: Rapport d’enquéte (París:
Centre d’Études des Mouvements Sociaux, 1974).
5John Humphrey, Capitalíst Control and Workers’ Struggle in the
Brazilian AutoIndustry (Princeton, N.J.: Princeton University Press. 1983):
Ian Roxborough, Unions and Politics in México: The Case of the Automobile
Industry (Cambridge: Cambridge University Press, 1984); Kevin Middle-
brook, “The Political Economy of Mexican Organized Labor, 1940-1978”
(disertación del Doctorado en Filosofía, Universidad de Harvard, 1988).
6Daniel Labbe, ‘Travail formel et travail réel: Renault- Billancourt, 1945-
1980" (tesis de Maestría en Humanidades, École des Hautes Études en
Sciences Sociales, 1990), pp. 44-58.
7El mejor estudio general del proceso laboral en esta etapa de la fabrica­
ción automotriz sigue siendo Alain Touraine, L ’évolution du travail ouvrier
aux usines Renault (París: Centre de Recherche Scientifique, 1955). Mi aná­
lisis de los procesos de producción y relaciones de base específicos existen­
tes en las plantas de IKA-Renault y Fiat se basa primordialmente en los
134 El Cordobazo

archivos empresarios de Renault y Fiat; se les da un tratamiento más com­


pleto en el Capítulo 10.
8James J. Fink, “Mass Productíon", en George S. May, comp.,
Encyclopedia of American Business History and Biography: The Automobile
Industry, 1920-1980 (Nueva York y Oxford: BruccoK, Clark, Layman, 1989),
pp. 323-325.
9“Fiat Someca Concord” e “Industrias Kaiser Argentina”, Archivio Storico
di Fiat, “Viaggio nelia Repubblica Argentina”, 11 a 14 de junio de 1958, pp.
4-7. En contraste, en las plantas de Fiat en Turín los trabajos de produc­
ción ya eran realizados por maquinarias automatizadas como las existen­
tes en las principales fábricas estadounidenses de ese momento. “ítalian
Productíon: A Survey of the Fiat Factory Layout, Methods and Equipment”,
Automobile Engineer, vol. 40, n° 531-532 (septiembre-octubre de 1950), pp.
335-341.
10“Italian Productíon: A Survey of the Fiat Factory Layout, Methods and
Equipment”, p. 337.
11 “Fiat Someca Concord”, Archivio Storico di Fiat, “Viaggio nelia
Repubblica Argentina”, 11 a 14 de junio de 1958, p. 4.
12“Visita alia fabbrica Industrias Kaiser Argentina”, Archivio Storico di
Fiat, “Viaggio nelia Repubblica Argentina", 11 a 14 de junio de 1958, p. 5.
13William H. Form, Blue-Collar Stratijication: Auto Workers in Four
Countries (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1976), pp. 42-43.
14La importancia de la autonomía de los sindicatos de mecánicos cordo­
beses y de las prácticas gremiales internas más democráticas, resultantes
de la mayor independencia, fue señalada por primera vez por Juan Carlos
Torre en Los sindicatos en el gobierno, 1973-76 (Buenos Aires: Centro Edi­
tor de América Latina, 1983), pp. 58-60, y ha sido explorada más profunda­
mente por Judith Evans, Paul Hoeffel y Daniel James, “Reflectíons on
Argentine Auto Workers and Their Unions”, en R. Kronish y K. Mericle,
comps., The Political Economy of the Latín American Motor Vehicle Industry
(Cambridge, Mass.: MIT Press, 1984), pp. 138-146, y especialmente por
Móníca B. Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo: los sindicatos líde­
res de Córdoba dentro de la estructura de poder sindical", Desarrollo Eco­
nómico, vol. 31, n° 122 (julio-septiembre de 1991), pp, 168-172. La discu­
sión siguiente se debe mucho a la investigación de esta última. Yo me incli­
no a creer que estas diferencias quizá no fueron tan tajantes como Gordillo
señala, que la IKA también practicó su propia forma de paternalismo y que
había una cierta “integración” por parte de la mano de obra allí también,
aunque mucho menor que en el caso de los obreros de la Fiat. Donde sí
estamos de acuerdo es en el papel distinto desempeñado por el sindicato en
las dos empresas.
15 A decir verdad, la existencia de sindicatos de planta o de empresa no
define forzosamente ningún tipo de política obrera. En la industria auto­
motriz japonesa, por ejemplo, ios sindicatos de empresa en compañías como
Nissan y Toyota fueron los instrumentos mismos mediante los cuales se
suavizaron las tensiones en la industria. Los sindicatos de empresa japo­
neses no trabajaban sobre la base de un sistema de delegados, sino más
bien con uno de consejo de administración, en el que tanto los sindicatos
La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 135

como el directorio participaban aproximadamente en un pie de igualdad.


Estos sindicatos de empresa eran también un escalón a los puestos
gerenciales para los trabajadores que tenían cargos en ellos, algo que faci­
litó la filosofía de cooperación y armonía de clases después de la declina­
ción del gremialismo industrial en la industria automotriz japonesa a prin­
cipios de los años cincuenta. Véase Michael A. Cusumano, The Japanese
Automobile Industry; Technology and Management at Nissan and Toyota
(Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1985), pp. 165-171. En Cór­
doba, el régimen fabril existente en los sindicatos de planta controlados por
Fiat era muy diferente. La filosofía extremista y de exclusión de la adminis­
tración con respecto a la mano de obra dio pábulo al principio a la apatía
obrera hacia los asuntos gremiales, y más adelante condujo a furiosas re­
acciones y una postura tal vez igualmente intransigente por parte de ios
sindicatos clasistas SITRAC-SITRAM en esas plantas a comienzos de la
década del setenta,
16En este aspecto, eran significativas las diferencias entre la seccional
cordobesa y las de Buenos Aires. Aunque el SMATA, como la UOM, tenía
una estructura centralista, sus estatutos, que disponían que las seccionales
comprendidas dentro de un radio de 60 kilómetros de la Capital Federal
enviaran directamente sus cuotas gremiales al SMATA central, y que exi­
gían de manera similar que todas las medidas de huelga y trabajo a desga­
no fueran decretadas por el comité ejecutivo, no se aplicaban a Córdoba.
En consecuencia, la seccional cordobesa tenía una situación independien­
te que era única dentro de la estructura del sindicato. Véase Evans, Hoeffel
y James, “Reflections on Argentine Auto Workers and Their Unions”, pp.
145-146.
17Ibid.t p. 139; Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo", p. 175.
18Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo”, pp. 176-180.
19Gordillo documentó una serie de incidentes interesantes producidos
durante estos años, que ponen de relieve el carácter muy diferente de los
sindicatos de planta de Fiat con respecto al SMATA. Uno de ellos fue la
visita de Onganxa a Córdoba en 1967, una visita que provocó fuertes pro­
testas de los demás sindicatos de la ciudad y violentas manifestaciones, en
especial por parte del SMATA, pero que sin embargo fue cálidamente reci­
bida por la conducción de SITRAC-SITRAM. Onganía hizo una visita perso­
nal a las plantas de Materfer, donde el secretario general del SITRAM, Hugo
Cassanova, pronunció un florido discurso elogiando el programa económi­
co del gobierno, Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líde­
res de Córdoba en los '60: el ámbito deí trabajo y la dimensión cultural”,
Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de
Córdoba, Informe Anual, abril de 1991, pp. 44-45.
Segunda parte

REBELIÓN

Lajuventud cordobesa empezó, desde entonces, a encaminar sus


ideas por nuevas vías, y no tardó mucho en dejarse sentir los efec­
tos...
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo
4. Córdoba y la “Revolución Argentina”

El golpe militar que derrocó al gobierno de Illia el 28 de junio de


1966 fue concebido como el primer paso hacia la ruptura final e
irrevocable con las muchas herencias del peronismo. Los grupos
militares y civiles que hablan abogado por el golpe y encontrado una
figura convenientemente dispuesta y cándida para conducir la “Re­
volución Argentina" en el severo general Juan Carlos Onganía, pro­
ponían un programa general para detener lo que veían como la obs­
tinada declinación del país. Sus ideas estaban intensamente influi­
das por las políticas y hasta el estilo del régimen militar del vecino
Brasil, que estaba en el poder desde el derrocamiento del gobierno
civil de ese país en 1964. Como sus pares brasileños, los apóstoles
argentinos del nuevo orden sentían desprecio por las ineficiencias
de las políticas parlamentarias y la aducida venalidad de los políti­
cos civiles, que ponían los intereses individuales y partidarios por
encima de los de la nación. También como los generales brasileños,
estaban decididos a romper los obstáculos estructurales, ya fueran
económicos, sociales o políticos, que impedían un desarrollo capi­
talista exitoso. Procuraban establecer el orden y la disciplina, pior la
fuerza si era necesario, en la inconstante vida política del país.1
Pero el legado de las políticas populistas pesaba con particular
intensidad sobre la Argentina. Estas políticas eran aún más fasti­
diosas que en Brasil, debido al colapso de los mecanismos de con­
trol que siguió a la caída del gobierno peronista y al poder intacto
del movimiento obrero. En tanto el presidente brasileño Vargas y
sus sucesores habían incorporado a la clase obrera al Estado en un
grado considerable, a través de los muchos tentáculos del Ministe­
rio de Trabajo y los tribunales laborales del país, en la Argentina el
movimiento obrero tuvo después de 1955 una relación más conflic­
tiva con el Estado, y conservó un papel institucional que protegía
más fielmente que en el caso de los sindicatos brasileños los intere­
ses de la clase obrera, a través de una combinación de negociación
y militancia. Tras el colapso de la Resistencia, el movimiento obrero
argentino se había vuelto más burocrático, pero se trataba de una
140 E l Cordobazo

burocracia que en lo esencial operaba al margen del Estado, y su


aptitud para satisfacer las aspiraciones de los trabajadores mediante
el lobby y el tráfico de influencias era considerablemente menor que
la de su contraparte brasileña, que actuaba dentro de los ministe­
rios del gobierno. El resultado era un estancamiento mayor que en
Brasil entre el empresariado, el Estado y la clase obrera y una capa­
cidad y disposición más grandes de parte del movimiento obrero para
proteger y fomentar los intereses de los trabajadores, a fin de garan­
tizar que no se eliminaran en su totalidad los logros salariales y de
nivel de vida obtenidos durante los años peronistas.
Onganía tomó el poder y no fijó ningún plazo para devolverlo a
los partidos políticos. Como lo ha señalado Mónica Gordillo, la dic­
tadura habló de los "tres tiempos”— el económico, el social y el po­
lítico— con una certeza comteana en el resultado evolutivo de su
programa autoritario. De manera similar, empleó el término revolu­
ción no sólo por sus connotaciones de cambio sistémico sino tam­
bién en su sentido de proceso social sin límites temporales. Se su­
primieron todas las formas de participación popular. Se cerró el
Congreso argentino, se proscribieron los partidos políticos, las uni­
versidades fueron clausuradas y la vida intelectual y cultural del
país obligada al silencio a través de la intimidación. La pieza clave
de la Revolución Argentina fue un programa económico que procu­
raba profundizar el proyecto desarrollista e insertar a la Argentina
en el orden económico internacional de la posguerra mediante un
continuo desarrollo industrial y una estrecha asociación con el ca­
pital multinacional. El ministro de Economía de Onganía, Adalbert
Krieger Vasena, abandonó el intento de lilla de promover la indus­
trialización de acuerdo con lincamientos neoperonistas que promo­
vían el mercado interno y apoyaban a los pequeños y medianos in­
dustriales que vendían en él. En su lugar, la modernización debía
alcanzarse eliminando las trabas a la acumulación de capital, redu­
ciendo el gasto público que alimentaba las presiones inflacionarias
e incrementando la productividad laboral, nada de lo cual parecía
posible para los planificadores civiles y militares de Onganía en el
sistema político pluralista y democrático de la Argentina.2 ;
Una meta clave en el programa de Onganía era redefinir el papel
de la clase obrera en la vida económica, social y política del país. La
necesidad de crear un mercado laboral flexible y eliminar el consi­
derable poder que el movimiento obrero organizado ejercía en la
sociedad civil fue una prioridad para el nuevo régimen. En Brasil,
este objetivo se había alcanzado casi sin esfuerzo a través de la le­
gislación laboral de 1966 que había reducido aún más la indepen­
dencia de los tribunales del trabajo y abolido las leyes que compli­
caban los procedimientos de despido o disponían costosas indem­
Córdoba y la "Revolución Argentina’' 143

nizaciones para los trabajadores echados. El sine qua non de una


economía capitalista exitosa, un mercado laboral fluido, se logró en
Brasil mediante decretos gubernamentales, con poca resistencia
después de 1968 por parte del domesticado movimiento obrero bra­
sileño.3Quebrar la fortaleza del mucho más formidable movimiento
obrero argentino sería considerablemente más difícil. Virtualmente
todos los gobiernos posteriores a 1955 habían procurado domesti­
carlo, y cada uno de ellos había encallado en los bajíos de la capa­
cidad movilizadora de los sindicatos y la propia falta de legitimidad
y autoridad gubernamental en lo que era un sistema democrático
fuertemente limitado. La administración de Illia había sido la últi­
ma en comprobar los riesgos implicados en semejante política. Su
gobierno radical había intentado debilitar los lazos entre los traba­
jadores y el movimiento obrero peronista y librado escaramuzas con
los sindicatos en muchos frentes. Illia había utilizado al Ministerio
de Trabajo para vigilar estrechamente las elecciones sindicales,
mantener un estricto control del gasto de los fondos gremiales, alen­
tar a listas rivales y alimentar las rencillas internas del movimiento
obrero peronista, todo lo cual había contribuido al desequilibrio de
éste y parecía ofrecer la promesa de desacreditar a la conducción
enquistada y tal vez hasta de alejar a la clase obrera del país del
peronismo.4
Sin embargo, las políticas laborales de Illia habían tenido algu­
nos resultados inesperados para los sindicatos, entre ellos la pro­
tección brindada al disidente movimiento obrero cordobés y el
estancamiento de la campaña verticalista en esa ciudad. Pero las
disputas en curso entre Illia y Augusto Vandor y los caciques sindi­
cales habían provocado tanta animosidad que el movimiento obrero
fue uno de los más entusiastas respaldos del golpe de 1966. Alivia­
do por el hecho de que el obstinado y exasperante Illia hubiera sido
derribado, el movimiento obrero peronista, alentado por la propia
respuesta inicialmente positiva de Perón a Onganía, maniobró para
congraciarse con el nuevo régimen. Tanto la facción de Vandor como
la de José Alonso elogiaron el cambio de gobierno, y la Confedera­
ción General del Trabajo, bajo el control del primero, publicó al día
siguiente del golpe un documento con sugerencias políticas para
Onganía, una clara insinuación de su disposición para trabajar con
el régimen.5
Mientras los peronistas soñaban con la restauración de una
alianza militar-sindical, Agustín Tosco y Luz y Fuerza surgían como
la única voz disidente en el movimiento obrero dél país. En mayo,
poco antes del golpe, la lista de Tosco, con la postulación de Ramón
Contreras para presidir el sindicato, había logrado la reelección de
manera convincente. Persistentes problemas de salud y tal vez cier-
142 El Cordobazo

la curiosidad por ver el funcionamiento interno de la política del


movimiento obrero en el lugar donde más importaba alentaron a
Tosco a tomar una licencia de dos años a fin de actuar como repre­
sentante del sindicato cordobés en la central de los trabajadores de
Luz y Fuerza, la FATLYF, en Buenos Aires. Luego del golpe, regresó
brevemente a Córdoba para dar parte a los dirigentes lucifuercistas
de los recientes acontecimientos. Para sorpresa dé todos los pre­
sentes en una reunión imprevista convocada por él, Tosco urgió a.
actuar con cautela y pidió un período de gracia para ver qué tipo de
políticas iba a seguir realmente Onganía.6 El secretario general de
la FATLYF, Félix Pérez, y el de la seccional Buenos Aires del sindica­
to de los trabajadores de Luz y Fuerza, Juan José Taccone, si bien
relativamente libres de las presiones de Vandor en virtud del poder
estratégico de su gremio, también creían que el gobierno de Onganía
ofrecía nuevas posibilidades y hasta habían llegado a asumir ei li­
derazgo de los participacionistas, el sector del movimiento obrero
que más apoyaba al nuevo gobierno.
Sin embargo, ni Tosco ni el Luz y Fuerza cordobés vacilaron una
vez que se hizo evidente la verdadera intención de las políticas de
Onganía. Dos meses después del golpe, el gobierno había aprobado
la ley 16.936, que establecía el arbitraje obligatorio, una medida que
eliminaba efectivamente el derecho de huelga. Onganía también
había comenzado a poner en práctica una serie de programas de
racionalización en varias industrias estatales o subsidiadas por el
Estado, que afectaban desde los puertos del país hasta los ingenios
azucareros de Tucumán, pasando por los ferrocarriles. Despidos ma­
sivos, recategcrización de tareas y el cierre de industrias enteras
fueron en conjunto el resultado de la Revolución Argentina para los
trabajadores del sector público del país.7Poco después, mediante el
decreto 969, se suspendieron las comisiones paritarias y se eliminó
efectivamente la negociación colectiva. Krieger Vasena anunció en
seguida un plan de estabilización que incluía una devaluación del
peso del 40% y el congelamiento de todos los salarios por uñ perío-
do de veinte meses.8
El 18 de agosto de 1966, Luz y Fuerza publicó en la prensa ar­
gentina una solicitada, “Signos Negativos”, y se convirtió en el pri­
mer sindicato que criticaba públicamente al nuevo régimen. Los
aprietos de los sindicatos de trabajadores ferroviarios, azucareros y
portuarios se convirtieron en un símbolo de la índole antiobrera del
gobierno, y la cuestión en tomo a la cual comenzaba a concentrarse
un movimiento obrero disidente. Entre tanto, Vandor y los caciques
sindicales peronistas vacilaban, poco dispuestos a sacrificar una
potencial asociación con el gobierno por sindicatos como los de tra­
bajadores portuarios y ferroviarios, cuya influencia en el movimien­
Córdoba y la "Revolución Argentina” 143

to obrero menguaba desde hacía tiempo, y completamente indife­


rentes a la suerte de los cañeros mestizos e indios de una provincia
distante, tan extranjera para Vandor, Alonso y los de su ralea como
Paraguay o Bolivia. La prohibición gubernamental de las negocia­
ciones colectivas y otras medidas eran más perturbadoras, en la
medida en que golpeaban el corazón mismo del poder del movimiento
obrero. Las presiones sobre la conducción se intensificaron, pero
Vandor, Alonso y otros se aferraron durante varios meses a una
política de respaldo limitado a Onganía.
La conducción peronista de los grandes sindicatos industriales
que controlaban la CGT vaciló durante el resto de 1966. En el “Con­
greso Normalizador” del 20 de octubre, orquestado por el gobierno
para reestructurar la CGT. se eligió, en una sesión en minoría que
excluyó a todos los sindicatos militantes, una conducción dócil y
obsequiosa que sólo propuso la más moderada de las críticas al
régimen.3 De este modo, la respuesta al gobierno recayó en los sin­
dicatos que más cargaban con el peso de las medidas antiobreras.
Lorenzo Pepe, de la Unión Ferroviaria, Amado Olmos, de Obras
Sanitarias, y otros dirigentes sindicales de las industrias afectadas
constituyeron el Comité Central Confederal como comité de resis­
tencia, y finalmente cobraron el vigor suficiente para forzar a la CGT
a declarar una huelga el 14 de diciembre —una huelga que fue or­
ganizada de una manera chapucera y que sólo tuvo un éxito mo­
derado, pero que fue importante simbólicamente como la primera
protesta contra Onganía—, El gobierno respondió a la provocación
con mayor intransigencia. En efecto, se suspendió el diálogo inclu­
so con los sindicatos más pusilánimes. Mientras tanto, Vandor y
otros caciques obreros habían llegado al límite de la paciencia pru­
dente. La inquietud de los trabajadores -se cocía a fuego lento y la
CGT redactó un Plan de Acción que convocaba a dos huelgas gene­
rales que se realizarían el I o y el 21 de marzo.10
El paro del I o de marzo de 1967, a pesar de su carácter masivo,
terminó en una derrota táctica para el movimiento obrero. El régi­
men de Onganía estaba en el pináculo de su fuerza, con autoridad
para enfrentar al trabajo organizado de cualquier manera, excep­
ción hecha de la violencia abierta o la intimidación física. AI día si­
guiente de la huelga, Onganía despojó a seis sindicatos, entre ellos
la Unión Ferroviaria y la Unión Obrera Metalúrgica, de su estatuto
legal, su personería gremial, y luego suspendió todas las negociacio­
nes colectivas hasta el 31 de diciembre de 1968.n Vandor y otros
líderes obreros se refugiaron en un silencio malhumorado, mien­
tras secretamente intentaban reconstruir los puentes con el régi­
men que habían quemado con la huelga del I ode marzo. En el trans­
curso del año siguiente, los dirigentes obreros de línea dura que
144 El Cordobazo

quedaban, Pepe, Olmos y el joven y carismático líder de los trabaja­


dores gráficos de Buenos Aires, Raimundo Ongaro, incrementaron
lentamente su influencia en la CGT.

El 28 de marzo de 1968 debía realizarse en Buenos Aires una


convención laboral, el Congreso Amado Olmos (asi llamado en ho­
menaje a Olmos, que murió en un accidente automovilístico poco
antes de la reunión), con el propósito de reagrupar a los sindicatos
y la CGT, que se encontraban en un estado de confusión desde la
huelga general del año anterior, y redactar un nuevo programa para
tratar con el gobierno. El juvenil Ongaro había obtenido la conduc­
ción de su sindicato en 1966 y llegado a destacarse nacionalmente
después de dirigir en enero de 1968 una áspera huelga contra la
editorial Haynes, con la que logró impedir el despido de unos 900
trabajadores. Esa huelga o algo en el mismo Ongaro habían llama­
do la atención de Perón a principios de 1968. Buscando un herede­
ro de Olmos, el líder exiliado lo alentó en una reunión privada rea­
lizada en Madrid muy poco antes del congreso de marzo a que asu­
miera la conducción de los sindicatos militantes y estableciera el
control de éstos sobre la CGT en esa próxima asamblea.12
La relación de Vandor con Perón había sido tirante durante mucho
tiempo, y a raíz de la pérdida de prestigio y verdadero poder del líder de
la UOM como consecuencia de la huelga general de 1967, aquél casi lo
ignoró, lo mismo que a los otros caciques sindicales que aún buscaban
un diálogo con Onganía. El Ministerio de Trabajo, Vandor y los caci­
ques obreros percibían el peligro que representaba Ongaro, por lo que
utilizaron tácticas obstruccionistas en los días previos al congreso. El
ministro de Trabajo de Onganía, Rubens San Sebastián, se negó a per­
mitir la participación en él de cualquier sindicato que estuviera todavía
bajo la supervisión gubernamental. Como estos sindicatos constituían
el núcleo del apoyo a la posición de línea dura y a Ongaro, la prohibi­
ción habría asegurado efectivamente el control de la CGT por parte de
Vandor. Sin embargo, Ongaro y los partidarios de la línea dura ignora­
ron la disposición de San Sebastián y se apiñaron en la sede central de
la Unión Tranviarios Automotor en Buenos Aires el 28 de marzo para
realizar el congreso. Éntre, las CGT regionales que participaban se en­
contraba la de Córdoba, la más grande de las centrales provinciales.
Tosco asistió como representante de Luz y Fuerza y pronto tomó el
control de toda la delegación cordobesa cuando Vandor exigió el pago
de sus deudas y obligó a los sindicatos de su campo —incluyendo al
SMATA de Elpidio Torres y la UOM dé Alejo Simó— a retirarse del con­
greso sobre la base de una Infracción menor a los procedimientos co­
metida por las fuerzas de Ongaro.13
Córdoba y la "Revolución Argentina” 145

Vandor había esperado negar a éste el quorum necesario para


realizar el congreso pero se vio frustrado por una defección de últi­
mo momento del sindicato de trabajadores municipales. Los
alineamientos en este incidente fueron reveladores. Los principales
sindicatos industriales y los no industriales más privilegiados se
aliaron a Vandor y se retiraron del congreso. La UOM, el SMATA,
Luz y Fuerza (salvo la seccional cordobesa) y los sindicatos de la
construcción y de petroleros boicotearon las sesiones. No casual­
mente, eran los mismos que habían explotado su posición especial
como representantes de los trabajadores de los sectores claves y
estratégicos de la economía argentina a fin de obtener un status
favorecido. Eran los hombres de las cuestiones del pan de todos los
días, los mayores exponentes del sindicalismo de negocios, la buro­
cracia sindical que en los años venideros iba a ser el blanco de tan­
tos ataques. En condiciones normales, su posición como árbitros
finales del movimiento obrero hubiera sido inexpugnable. Pero las
condiciones excepcionales existentes en el país, la severidad del
ataque gubernamental a algunos sindicatos y la percepción de su
avasalladora hostilidad a los intereses de la clase obrera dieron
impulso a los revolucionarios y no a los conservadores.
El 29 de marzo, Ongaro fue elegido secretario general de la CGT.
Los miembros del comité ejecutivo representaban precisamente a
los sindicatos que llevaban la peor parte de las políticas del gobier­
no: Antonio Scipione (Unión Ferroviaria), Julio Guillán (trabajado­
res telefónicos), Salvador Manganaro (trabajadores de Gas del Esta­
do), Alfredo Lettis (marina mercante), Pedro Avellaneda (trabajado­
res estatales), Benito Romano (trabajadores del azúcar), Enrique
Coronel (La Fraternidad) y Ricardo de Luca (trabajadores de los
astilleros).14Excepto los azucareros de Romano, todos los sindica­
tos representados en el comité ejecutivo pertenecían al sector públi­
co con sede en Buenos Aires. Tosco rechazó un puesto en este comi­
té, una decisión que nunca explicó pero que con toda probabilidad
puede atribuirse a la renuencia a comprometerse en otra ausencia
prolongada de Córdoba. En cambio, dedicó sus energías en el con­
greso a obtener respaldo para la nueva CGT, pronto llamada CGT
de los Argentinos (CGTA), y en especial a fortalecer su posición en­
tre las delegaciones sindicales de las provincias. Sus esfuerzos tu­
vieron éxito: Córdoba, La Plata, Rosario, Santa Fe, Paraná, Corrien­
tes, Chaco, Tucumán, Salta, Mendoza y ías otras principales CGT
del interior adhirieron a la nueva CGTA.15
Esta estrategia provincial, una creencia inconmovible en la ma­
yor combatividad de los sindicatos del interior, se convertiría en la
marca distintiva de las tácticas de Tosco en los años venideros. Las
provincias parecían ser, en efecto, un área de reclutamiento prome­
146 El Cordobazo

tedora para la CGTA. Si bien las medidas de Onganía habían afec­


tado a un número mayor de trabajadores porteños que provincia­
nos, la mano muerta del sindicalismo peronista también pesaba más
gravosamente en la ciudad capital y trababa en ella el desarrollo de
nuevas tácticas para combatir a la dictadura. En el interior, el co­
lapso de la conducción de Vandor y la vieja guardia fue más absolu­
to, y permitió que nuevos individuos, muchos con lazos con la iz­
quierda pero más sencillamente peronistas renegados, aparecieran
en posiciones de autoridad. Una de las radicalizaciones más impor­
tantes fue la producida entre los trabajadores de los ingenios azu­
careros tucumanos, que pasaron a ser conducidos por peronistas
de izquierda y se convirtieron en el espíritu orientador de la CGTA
en las provincias. Había una indignación compartida —si bien no
tan desesperada como la de los trabajadores del azúcar de Tucu-
mán— en una serie de sindicatos provinciales que reivindicaban
la fe de Tosco en la necesidad de una estrategia provincial y una
unidad del interior para resistir el contraataque de Vandor y los
caciques obreros.
El crisol de la estrategia provincial era la propia Córdoba de Tos­
co. Como segunda ciudad industrial del país, su movimiento obrero
tenía una importancia tanto simbólica como estratégica que ningu­
na de las otras CGT podía equiparar. La integración imperfecta de
los peronistas cordobeses al movimiento obrero nacional y la per­
sistente fortaleza de los sindicatos no peronistas de la ciudad ofre­
cían ciertas posibilidades qüe estaban ausentes en otras p.artes. De
manera coincidente, Córdoba era también una provincia en un es­
tado de seria inquietud como resultado del programa económico del
gobierno y la posición débil en general de Vandor y el movimiento
obrero peronista. Aunque los programas de racionalización de
Onganía habían recaído con más dureza sobre los Sindicatos del
sector público, el respaldo dado al empresariado por encima del tra­
bajo, la legislación específica que prohibía las huelgas y las nego­
ciaciones colectivas y el clima general creado por tales medidas
habían animado a las empresas privadas a atacar sus costos labo­
rales. De todas las industrias privadas, la más afectada fue la auto­
motriz. Los despidos, el incremento en los ritmos de producción y
un deterioro general de las condiciones de trabajo en las plantas
fueron la chispa de grandes protestas obreras en las fábricas de IKA-
Renault, Chrysler, Ford, Citroen y Peugeot a lo largo de 1967 y
1968.16
La más seria de estas protestas tuvo lugar en el complejo IKA-
Renault. En Santa Isabel, el directorio de IKA enfrentaba el doble
problema de vérselas con una cuota declinante del mercado auto­
motor y convencer a Renault de lo atractivo de una propuesta de
Córdoba y la “Revolución Argentina" 147

compra de la empresa. En 1966, IKA había comenzado a implemen-


tar periódicamente una semana laboral reducida, para compensar
la baja súbita de las ventas. Hacia principios de 1967, ya había to­
mado la decisión de reducir los salarios de sus ejecutivos en un 20%
y despedir a unos mil obreros de un total de 7.200, como primer
paso para que una intranquila Renault estuviera segura de su in­
tención de disminuir los costos laborales y poner sus finanzas en
orden.17El estancamiento de las negociaciones colectivas había dado
a IKA el pretexto para comenzar a despedir trabajadores el 20 de
enero. Luego, como represalia a la áspera y a menudo violenta huel­
ga del SMATA que siguió a la primera ola de despidos, IKA echó a
4.000 obreros más, si bien sólo como una táctica intimidatoria y
con la plena intención de volver a contratarlos. Por entonces, el te­
nor de las relaciones trabajo-administración se había deteriorado
tanto que una misión investigadora de Renault enviada a las plan­
tas urgió a la casa central de París que retirara sus licencias y sólo
comprara la empresa una vez que la situación hubiera mejorado.18
Si bien el sindicato se lás arregló para hacer que los despidos se
anularan, a cambio tuvo que aceptar jomadas de trabajo reducidas
para toda la mano de obra. Torres y el SMATA estaban ahora a la
defensiva. Las líneas de comunicación con James McCloud y otros
funcionarios de la empresa estaban cortadas, y el cómodo arreglo
que el SMATA había elaborado con IKA a lo largo de los años, con la
estabilidad laboral garantizada y generosos aumentos salariales
otorgados en cada nuevo contrato, se derrumbó. Más contratiem­
pos siguieron a la huelga. En mayo de 1967, bajo presión guberna­
mental, el SMATA central asumió el control de la seccional cordobe­
sa, control que recién levantó en marzo del año siguiente, presunta­
mente a cambio del buen comportamiento de Córdoba en el congre­
so obrero de ese mes. Restaurada la paz laboral, Renault compró
las acciones de Kaiser en septiembre de ese mismo año e inició una
campaña para reducir aún más los costos laborales. La empresa
francesa creía que tenía que disminuir sus gastos salariales, rom­
per con la política de aumentos en la paga implementada por IKA
entre 1960 y 1966 y, en general, debilitar al sindicato así como dis­
minuir la cantidad de personal.19Congeladas las negociaciones co­
lectivas por Onganía en marzo y apoyando plenamente el gobierno
el derecho de la empresa a reducir la semana laboral de acuerdo
con las condiciones del mercado, Renault comenzó a rebajar los
salarios en todas las categorías y a eliminar puestos de trabajo en
determinados departamentos.20Los planes de la empresa sólo cam­
biaron después que la presión del gobierno obtuvo de ella la prome­
sa de no llevar a cabo despidos masivos o suspensiones prolonga­
das de la producción.21 Sin embargo, tales gestos de buena volun­
148 E l Cordobazo

tad le dieron aun mayor libertad para manejar a su antojo a su mano


de obra, incluyendo el establecimiento de un gran programa de ra­
cionalización en todas las plantas de Santa Isabel en 1968.
El deterioro de las condiciones en IKA-Renault motivó que al
menos un sector del proletariado mecánico cordobés tuviera un
campo propicio para una futura militancia obrera. El otro pilar del
movimiento obrero peronista en Córdoba, la UOM, también estaba
atravesando un período de crisis. Poco después del golpe de Onganía,
la UOM central había obtenido un favorable convenio colectivo na­
cional, arrancando de los negociadores de la industria un aumento
salarial del 25% así como la suspensión de las quitas zonales, un
sistema de remuneraciones que daba a los trabajadores metalúrgi­
cos de las provincias una escala de pagos menor que la de sus pares
porteños. El acuerdo realzó la posición de la UOM en Córdoba, y
Simó, con su carrera política aparentemente terminada a causa de
la clausura por parte de Onganía del Congreso argentino, regresó a
la ciudad para reafirmar su control sobre el sindicato. De inmediato
se enfrentó a la torva realidad de la Revolución Argentina de
Onganía. Lo mismo que en la industria automotriz, los propietarios
de las fábricas y los talleres metalúrgicos del país ignoraron los con­
venios colectivos una vez que vieron que el Estado había debilitado
la capacidad del movimiento obrero para resistir una ofensiva pa­
tronal. Simó condujo las huelgas de septiembre de 1966 contra las
fábricas de Luján Hornos y Gerardo Seel, dos de los establecimien­
tos metalúrgicos más importantes de la ciudad, pero los propieta­
rios de la industria local y de otras partes del país estaban llevando
a cabo despidos, suspensiones y cierres de instalaciones a un paso
que amenazaba la supervivencia misma de la UOM.22
La debilidad de Vandor y el movimiento obrero después de la
huelga general de 1967 puso a Simó en una posición defensiva, si­
milar a la de Torres con el SMATA. La resistencia exitosa contra los
despidos y los planes de racionalización empresarios pareció reque­
rir cada vez más algún tipo de alineamiento junto a Tosco y los in­
dependientes. Torres y Simó ya se habían encontrado en la curiosa
posición de estar al lado de Tosco cuando la CGT local declaró a
Onganía persona no grata durante su visita a Córdoba en agosto de
1967, en el momento mismo en que sus centrales gremiales inten­
taban salvar una relación operativa con el régimen. Dos semanas
más tarde, en las asambleas generales de la CGT cordobesa del 15
y el 19 de septiembre, habían apoyado el plan de movilización de los
independientes para resistir las medidas antiobreras del gobierno
mediante tácticas militantes.23 Sin embargo, su alejamiento de
Vandor tenía sus límites. No habían estado dispuestos a desafiar
abiertamente su autoridad en el Congreso Amado Olmos ni a res­
Córdoba y la "Revolución Argentina" 149

paldar a Qngaro, como lo demostraron uniéndose al boicot de


Vandor. Ambos se preocupaban también por la aparente profundi-
zación de la radicalizacián del movimiento obrero y el viraje hacia la
izquierda de la política en Córdoba, un acontecimiento particular­
mente ominoso para Torres dada la presencia constante de activis­
tas izquierdistas en las plantas de IKA-Renault. En una asamblea
general sindical que aquél convocó el 26 de abril de 1968, los parti­
darios de Ongaro, entre quienes se contaban casi todos los activis­
tas de izquierda de las plantas, habían hecho callar a gritos al se­
cretario general y amenazado físicamente a la dirigencia del SMATA
presente.24 La perspectiva de una CGT cordobesa ongarista y con­
ducida por Tosco, evidentemente, hacía que tanto Torres como Simó
se refrenaran. En sus conflictos con las empresas necesitaban el
apoyo exterior, pero existían riesgos en una prematura alianza con
Ongaro, por lo que, por el momento, permanecieron en el campo de
Vandor.
Ongaro y la CGTA habían establecido una plaza fuerte en Córdo­
ba en los primeros meses de la rebelión contra Vandor, en gran
medida gracias a los esfuerzos de Tosco y Luz y Fuerza. El sindicato
lucifuercista fue inflexible en su hostilidad hacia Onganía luego de
la publicación de la solicitada “Signos Negativos” dos meses des­
pués del golpe. Antes del congreso obrero de marzo de 1968, Luz y
Fuerza ya había roto con su sindicato nacional en la cuestión del
respaldo al gobierno. En el congreso nacional de los sindicatos de
trabajadores de Luz y Fuerza de todo el país, realizado en Río Hondo
en octubre de 1967, la delegación cordobesa había atacado la polí­
tica de diálogo y cooperación con la dictadura sostenida por la
FATLYF.25
Ésta, dominada como la mayoría de las centrales por su seccio­
nal de Buenos Aires, fue hostigada por su intimidad con Onganía y
su negativa a apoyar a los sindicatos afectados adversamente por
las políticas del régimen. La defensa que los sindicatos cordobeses
hacían de los intereses generales de la clase obrera antes que de los
estrictamente gremiales no era habitual. La unidad de la clase obre­
ra y su relación orgánica con el Estado se habían roto con el derro­
camiento de Perón. Desde 1955,-las negociaciones colectivas habían
tenido lugar en el plano de las industrias, y en algunas de éstas,
como la automotriz, empresa por empresa. Como la economía ar­
gentina se había diversificado y la clase obrera estaba dividida en
diferentes sectores, algunos con un considerable poder negociador
y otros con ninguno, se había desarrollado una jerarquía de sindi­
catos en la cual los más privilegiados rara vez pensaban en térmi­
nos de la clase obrera en general, como no fuera para respaldar su
propia posición en las negociaciones. Tal como se desarrolló en la
150 E l Cordobazo

década de 1960, la mejor manera de describir al movimiento obrero


peronista es como un intento de mantener la integridad institucio­
nal del movimiento obrero organizado como necesidad táctica y
política, al mismo tiempo que se protegían los intereses sindicales
particulares como una realidad pragmática. Una huelga general de
la CGT en apoyo a un sindicato débil y no estratégico, aunque éste
estuviera envuelto en la más áspera disputa laboral, se había con­
vertido en.un hecho extremadamente raro. Tosco y el sindicato de
Luz y Fuerza parecían estar demandando la clase de altruismo que
el movimiento obrero argentino no había mostrado desde los días
del idealismo anarquista y las huelgas generales revolucionarias de
principios de siglo.

La formación ideológica y política del sindicato de trabajadores


de Luz y Fuerza de Córdoba que explica esta postura involucraba
una compleja serie de factores personales, estructurales, industria­
les e históricos. Sin duda, no puede subestimarse la importancia de
Tosco y el núcleo de militantes sindicales estrechamente asociados
con él. La investigación más importante sobre el sindicato ha soste­
nido que, de un total de 2.500 afiliados, había aproximadamente
200 activistas tosquistas íntimamente ligados al secretario general,
y atribuyó a éstos y en especial a la influencia personal de Tosco el
papel político central que el sindicato desempeñaría en la política
laboral nacional entre 1966 y 1976.26 Sin embargo, parece inade­
cuado explicar su historia exclusivamente por los factores persona­
les. El sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba era único en una in­
dustria única. Entre otras cosas, por la naturaleza altamente califi­
cada e incluso profesional de sus afiliados, la índole de su trabajo y
la relación con su industria, su empleador y su central gremial.
En los papeles, la industria energética cordobesa parecía tener una
mano de obra excepcionalmente diversa. La Empresa Pública de
Energía de Córdoba reconocía diez categorías generales, con nume­
rosas subcategorías dentro de cada una, que incluían desde ingenie­
ros de formación universitaria que trabajaban fuera de las oficinas
de la EPEC en el centro de la ciudad hasta trabajadores no califica­
dos (peones) que ayudaban en sus tareas a los trabajadores de lí­
nea.27En realidad, sin embargo, el personal era más homogéneo de lo
que parecía, Luz y Fuerza era un sindicato que se caracterizaba por
un porcentaje estable de afiliados, en general entre el 15 y el 20%,
que realizaban trabajos no calificados.28 También lo distinguía el
hecho de que casi todos los empleados de la compañía estaban en
condiciones de solicitar la afiliación gremial. Sólo quedaban exclui­
dos los directores de la EPEC, sus secretarias privadas y los traba­
Córdoba y la "Revolución Argentina" 151

jadores contratados y de tiempo parcial.29Era excepcional entre los sin­


dicatos cordobeses por el hecho de que casi todos los ingenieros, técni­
cos y personal administrativo estaban afiliados y se contaban entre sus
miembros más activos. Si bien no existía un dominio de los asuntos gre­
miales por un ala “profesional", sus afiliados oficinistas desempeñaban
efectivamente un papel activo y tenían una considerable influencia en la
determinación de la orientación política de Luz y Fuerza.30
El tipo de trabajo realizado también influía en la política gremial.
En su mayor parte, a los trabajadores de la industria de la energía
se les ahorraban las fatigas experimentadas por quienes participa­
ban en la producción industrial. En los círculos obreros, los pues­
tos en la EPEC eran considerados la “pichincha” de la ciudad, no
sólo por los altos salarios sino también debido a la naturaleza del
trabajo implicado. Éste era a la vez más estable y menos agotador
que en otras industrias. Al pertenecer a un servicio público, su per­
sonal también sufría en menor medida los caprichos de la economía
local y nacional. Los reclamos laborales, que eran endémicos en la
industria automotriz y comunes en otras como la metalúrgica, eran
menos habituales aquí. A diferencia de lo que ocurría con los traba­
jadores mecánicos, las quejas por exigencias excesivas o condicio­
nes de trabajo insalubres están virtualmente ausentes del registro
sindical. Los trabajadores de la industria de la energía, muchos de
los cuales trabajaban en las oficinas de la EPEC mientras el resto
efectuaba reparaciones y tareas de mantenimiento en los talleres de
la empresa o en los emplazamientos de los trabajos al aire libre, no
sufrían nada comparable a los rigores de la vida fabril. La disciplina
laboral era laxa, e incluso los instaladores de líneas podían hacer
sus tareas con poca supervisión.31
Las quejas más comunes relacionadas con el trabajo se referían
a la omisión de la EPEC en proveer a los trabajadores las herra­
mientas necesarias en cantidad suficiente. La compañía no logra­
ba reponer el stock de su inventario para cubrir las pérdidas habi­
tuales debidas al exceso de uso y al aumento de la demanda resul­
tante de la expansión de las líneas. También era mezquina en su
provisión de algunos elementos y materiales como cables o fusibles
que eran necesarios para realizar las tareas. Las quejas más se­
rias se referían a equipos defectuosos directamente relacionados
.con la seguridad laboral. De vez en cuando se desechaban cintu­
rones de seguridad y guantes gastados por el peligro que repre­
sentaban para los hombres que trabajaban en las líneas de trans­
misión. De manera similar, el sindicato criticaba a la empresa por
el funcionamiento defectuoso de las grúas alzacarros utilizadas
para elevar a los trabajadores hasta las líneas y por la inadecuada
flota de camiones que los transportaba hasta el emplazamiento de
152 El Cordobazo

los trabajos.32 Tales problemas eran más irritantes que provocati­


vos. Los trabajadores lucifuercistas enfrentaban dificultades labo­
rales menores, pero las condiciones de trabajo no eran la cuestión
fundamental, como sí ocurxia en otros gremios de la ciudad, y nun­
ca ocuparon un lugar preponderante en las negociaciones colecti­
vas con la EPEC.
En la relación con su empleador, Luz y Fuerza tenía una posi­
ción única entre los sindicatos de la ciudad. Si bien había tensiones
que ocasionalmente provocaban llamaradas y las relaciones no eran
tan idílicas como lo afirmaba la empresa en sus publicaciones ofi­
ciales, el trato entre personal y administración era sin duda más
armónico que en la mayoría de las industrias cordobesas. Como
empresa estatal, lo que determinaba el bienestar de la EPEC eran
consideraciones presupuestarias y no su rentabilidad. En conse­
cuencia, la compañía estaba más interesada en gestionar el aumento
de los subsidios estatales que en preservar su control sobre los lu­
gares de trabajo, un hecho demostrado por su disposición para otor­
gar al sindicato un peso fundamental en las políticas de empleo. En
efecto, el gremio controlaba la contratación de nuevos trabajadores
a través de la bolsa de trabajo. Además, la EPEC también tenía la
política de dar preferencia a los solicitantes que ya tenían parientes
empleados en la empresa, lo que llevaba a que hubiera varias gene­
raciones de la misma familia en la compañía y a una identificación
personal más íntima de ios trabajadores con ella. La empresa se
reservaba el derecho de aprobación final de todos los solicitantes de
empleo y frecuentemente se la criticaba por su lentitud para cubrir
las vacantes, pero su delegación al sindicato de lo que en otras in­
dustrias era una prerrogativa celosamente guardada revelaba un
tipo diferente de relación con su personal. Con su control sobre las
contrataciones, el sindicato podía impedir la erosión de los salarios
y beneficios mediante la manipulación de la oferta laboral y la regu­
lación del ingreso en la empresa de una manera semejante a las cor­
poraciones. La rotación en las tareas era baja, y el sindicato llama­
ba con frecuencia al congelamiento de las vacantes y cancelaba las
solicitudes de empleo, como lo hizo de 1964 a 1967 y periódicamen­
te a comienzos de la década del setenta.33También en las negocia­
ciones salariales tenía un nivel excepcionalmente alto de influencia.
En general, la relación entre el directorio y el personal era amistosa,
casi obsequiosa, dado que los representantes de la empresa en las
juntas de arbitraje eran a menudo ejecutivos que se habían abierto
camino desde abajo y aún conservaban fuertes simpatías sindica­
les.34En términos generales, los pedidos del sindicato eran cumpli­
dos en su totalidad, y las huelgas por cuestiones salariales y de
beneficios eran raras.
C órdoba y la "Revolución Argentina'' 153

La mayoría de las veces en que las demandas sindicales no pu­


dieron ser satisfechas y las negociaciones se interrumpieron, se
debió a presiones del gobierno provincial para reducir los gastos de
la empresa más que a la intransigencia de parte de los funcionarios
de la EPEC. Esta situación brinda una primera clave sobre la polí­
tica de Luz y Fuerza, dado que los conflictos con la compañía cobra­
ron un significado inherentemente político. El sindicato atribuía los
problemas financieros de la EPEC a los regímenes políticos y a la
política gubernamental más que a una mala administración de la
empresa estatal. Como entidad, y en agudo contraste con las em­
presas automotrices, la EPEC nunca fue criticada por el sindicato.
En su carácter de empresa estatal, representaba el ideal tanto para
los afiliados peronistas como para los izquierdistas. Si bien no esta­
ba bajo control obrero, era al menos una empresa pública en la que
el sindicato tenía un papel reconocido en importantes áreas de pla­
nificación y administración, y por lo tanto se la consideraba como
más permeable a las necesidades de los trabajadores. Aunque hay
pruebas de la existencia de una opinión gremial en favor de la
cogestión, participación obrera sistematizada en la administración
empresarial, los privilegios de que disfrutaba el sindicato estable­
cieron fuertes lealtades con la EPEC.
Aunque se les rehusara la cogestión directa, los trabajadores de
Luzy Fuerza ejercían un grado extraordinario de influencia, que casi
equivalía a una responsabilidad compartida con el directorio. La
participación sindical en los planteles, las categorías laborales y las
asignaciones de trabajos decididas en los departamentos, les per­
mitieron un tipo de asociación que no existía en ninguna otra in­
dustria cordobesa. En parte por estos motivos y en parte porque el
comité ejecutivo sindical, y específicamente Tosco, se rehusaron a
impulsar lo que consideraban una exigencia prematura de control
obrero —en una economía que todavía era capitalista— , la EPEC se
mantuvo en gran medida inmune a la crítica gremial. Sin embargo,
no podía decirse lo mismo de los directores y subdirectores de la
empresa, que surgían de nombramientos políticos y a quienes se
consideraba los ejecutores de la política gubernamental. Pero, en
general, la práctica sindical consistía en evitar los ataques contra
esas personas y hacer recaer su disgusto por las políticas empresa­
riales directamente sobre el gobierno en términos políticos, primero
desde una perspectiva nacionalista y finalmente desde uná genui-
namente socialista.
Un último signo de los estrechos lazos entre la compañía y el sin­
dicato fue el apoyo financiero brindado por la EPEC a Luz y Fuerza.
En 1950 el sindicato había obtenido en su convenio colectivo una
concesión que comprometía a la empresa a aportar regularmente a
154 El Cordobazo

un fondo sindical especial, la Mutual Unión Eléctrica, que financia­


ba el plan médico de Luz y Fuerza. La EPEC también contribuía con
sumas considerables a los programas de viviendas, vacaciones y
jubilaciones del sindicato. Periódicamente surgían problemas como
consecuencia de su morosidad para efectuarlas, pero la dimensión,
y sin duda la existencia misma de tal apoyo, era inhabitual en la
industria argentina, donde los programas sindicales, en general,
dependían de las cuotas (descuentos) gremiales pagadas por los afi­
liados.35
El apoyo financiero de la empresa a la Mutual y a otros progra­
mas de beneficios sindicales contribuyó a que el sindicato asumiera
un compromiso político, al liberarlo de la dependencia de su central
gremial. Al subsidiar unos programas habitualmente financiados y
administrados a través de la central, la EPEC hizo al sindicato me­
nos vulnerable a las tácticas intimidatorias de Buenos Aires. Tam­
bién colaboró el hecho de que Luz y Fuerza, a diferencia de la UOM
y muchos otros sindicatos industriales, fuera una organización
federativa. Bajo la estructura federativa, las seccionales sindícales
controlaban su propio dinero y el reparto de los fondos. La FATLYF
podía amenazar y suspender a los sindicatos que no cooperaran,
como sucedería con la seccional cordobesa en numerosas ocasio­
nes a lo largo de la década siguiente, pero aparte de vedársele la
utilización de los hoteles y colonias de vacaciones de la central, las
consecuencias de la expulsión no eran graves y no podían obstruir
efectivamente el accionar de la seccional.
El tenor de las relaciones personal-directorio, las menores de­
mandas del sindicato para resolver problemas relacionados con el
trabajo o regatear con funcionarios hostiles de la empresa con res­
pecto a cuestiones salariales y beneficios, liberaron a los afiliados
del gremio con mayores inclinaciones políticas para que dedicaran
su tiempo a esa actividad. Los problemas laborales que surgían de
vez en cuando podían resolverse, en general, sin recurrir a la acción
huelguística. Cuando las negociaciones, se interrumpían, el sindi­
cato recurría a paros parciales que habitualmente servían para agui­
jonear a la EPEC a la acción.
El status de ésta como empresa estatal atenuaba las tensiones
financieras que eran tan manifiestas en la industria automotriz lo­
cal. Si bien periódicamente la compañía sufría la amenaza de la
insolvencia, siempre había una alternativa fiscal —una suba de las
tarifas o el aumento de los subsidios gubernamentales— que le per­
mitía evitar la riesgosa alternativa de actuar sobre sus costos labo­
rales. En las pocas ocasiones en que trató de tomar tales medidas,
por ejemplo al disponer un pequeño número de despidos en 1972,
la resuelta respuesta del sindicato puso de relieve los peligros de
Córdoba y la “Revolución Argentina” 155
semejante política. Como resultado de ello, la compañía se acomo­
daba notoriamente a las demandas del personal, y había escasos
motivos para que los representantes gremiales percibieran al sindi­
cato como una herramienta estrictamente limitada a las negocia­
ciones colectivas.
Todos estos factores contribuyeron a la creación de un sindicato
preparado para asumir la conducción del movimiento obrero disi­
dente en 1968, pero de ninguno de ellos puede decirse que fue el
determinante. El hecho de que otros sindicatos de trabajadores de
Luz y Fuerza del país, principalmente la seccional Buenos Aires de
Taccone, apoyaran el diálogo y hasta la colaboración con la dicta­
dura en el mismo momento, indica que en Córdoba había elemen­
tos peculiares que arrastraron al sindicato a la militancia y Anal­
mente radicalizaron sus posiciones políticas, Un factor crucial, como
ya se mencionó, fue la configuración inusual del movimiento obrero
local y la protección que brindaba a Tosco y otros activistas izquier­
distas del gremio, permitiendo que adoptaran posturas políticas
rebeldes sin temor a represalias dé Buenos Aires. Con ello, Tosco y
su círculo pudieron asumir posiciones independientes y dirigir una
educación política, nunca doctrinaria o coercitiva, pero sin embar­
go discernible, de los afiliados sindicales. El principal vehículo de la
misma fue la publicación semanal de Luz y Fuerza, Électrum, que se
mantendría como la expresión más coherente y eficaz del sindica­
lismo izquierdista de la ciudad hasta su clausura por el gobierno
peronista en 1974. Pero la fuerza del ejemplo personal de Tosco, la
estoica resolución con que aceptaría largos meses de prisión y la
preeminencia nacional que obtendría gradualmente, fueron al me­
nos tan importantes como Electrum en esa educación política y en el
logro dentro del sindicato de respaldo para sus posiciones disiden­
tes. La lealtad hacia él, el status casi mítico que incluso en vida al­
canzó en el movimiento obrero, explican gran parte de la disposi­
ción de los afiliados a soportar los años de confusión y persecucio­
nes que el sindicato sufriría como resultado de su compromiso po­
lítico.
Sin embargo, sería erróneo suponer que los trabajadores de Luz
y Fuerza eran pasivos recipientes de una praxis ideológica y política
concebida y ejecutada desde arriba. Antes bien, la historia del sin­
dicato fue un proceso dinámico que involucró la interacción de in­
fluencias institucionales e industriales que predispusieron a sus
trabajadores en favor de posiciones de izquierda y dieron forma a
determinado comportamiento político. La habilidad de Tosco y la
conducción para transformar a Luz y Fuerza en una organización
marcadamente política descansó en algo más que la aprobación
tácita de las bases. Una influencia fue el antes mencionado carácter
156 E l Cordobazo

democrático del sindicato. La identificación obrera con éste era fuer­


te, y la participación en los asuntos gremiales elevada. Favorecido
por su tamaño relativamente pequeño y el escrupuloso respeto de
Tosco por su aparato democrático, Luz y Fuerza practicó una ge-
nuina democracia sindical.
Era política del sindicato conseguir que en los asuntos gremiales
participara la mayor cantidad posible de afiliados. Además del con­
sejo ejecutivo, la maquinaria gremial estaba formada por el cuerpo
de delegados, dirigentes de base elegidos que, como los miembros
del primero, cumplían un mandato de dos años. Los cuerpos de
delegados existían virtualmente en todos los sindicatos cordobeses,
incluso en los más antidemocráticos, pero su influencia era mayor
en Luz y Fuerza que en cualquier otro de la ciudad. Su mayor nú­
mero allí, la frecuencia con que se convocaban sus asambleas y se
discutían asuntos de verdadera importancia y su capacidad para
tomar decisiones independientemente del comité ejecutivo les die­
ron posiciones de real poder. Los cuerpos de delegados de Luz y
Fuerza elegían a los delegados sindicales a la FATLYF y a los con­
gresos de la CGT nacional, así como nombraban a todos los repre­
sentantes del sindicato ante la CGT cordobesa. Los afiliados elegi­
dos para representar a Córdoba en la sede central de la FATLYF en
Buenos Aires rotaban para garantizar que la mayor cantidad posi­
ble de trabajadores tuvieran la oportunidad de actuar. Los delega­
dos a las dos CGT tendían a ser elegidos entre los pertenecientes al
curtido círculo de Tosco, pero la decisión correspondía en última
instancia al cuerpo de delegados y no al comité ejecutivo. Por últi­
mo, en el periodo 1962-1973 la participación en las elecciones sin­
dicales promedió el 75% de los afiliados, una cifra inusualmente alta
para los sindicatos argentinos.36
La identificación de los lucifuercistas con su sindicato era tam­
bién el resultado de la importancia de éste para sus vidas más allá
del trabajo. Las actividades gremiales se expandieron ampliamente
luego de su mudanza en 1967 a la nueva sede central en la calle
Deán Funes. De hecho, esta sede se convirtió en algo más que un
edificio sindical, hasta pasar a ser un punto focal de la vida de la
clase obrera cordobesa, en el que los afiliados de Luz y Fuerza eran
atraídos de mil maneras a sus muchas actividades. Voluntarios del
sindicato actuaban en comisiones que administraban una gama de
programas de servicios comunitarios, entre ellos una serie semanal
de películas infantiles, clases de alfabetización y un banco coopera­
tivo con préstamos de bajo interés accesibles a los afiliados de cual­
quiera de los sindicatos legalmente reconocidos de la ciudad.37 La
sensación de pertenecer a un mejor tipo de organización obrera y el
orgullo que sentían los trabajadores por su sindicato se traducían
Córdoba y la “Revolución Argentina’' 157

en respaldo para Tosco y su círculo. No fue sino a comienzos de la


década de 1970 cuando se planteó cierto descontento de las bases
por los altos costos que tenía que pagar el sindicato a causa de su
compromiso político, descontento que llegó a transformarse en una
oposición organizada a Tosco. Pero incluso entonces se trataría de
una posición minoritaria, el resultado de ías ambiciones políticas
del núcleo de peronistas conservadores dentro del sindicato y no de
una insatisfacción profunda con la conducción, como lo demostra­
ron de manera consistente las abrumadoras mayorías electorales
obtenidas por ías listas de Tosco durante esos años.
La política de cualquier sindicato también está conformada por
su industria, y el respaldo de los trabajadores lucifuercistas a las
posiciones disidentes del suyo estaba firmemente arraigado en el
carácter y los problemas de la industria de la energía eléctrica de
Córdoba. El papel de conducción que el sindicato de los trabajado­
res cordobeses de Luz y Fuerza asumió en el movimiento obrero
militante de la Argentina tenía numerosas fuentes, pero como en el
caso de los trabajadores mecánicos locales, las influencias específi­
cas del lugar de trabajo contribuyeron a dar forma a la ideología y a
crear determinado tipo de activismo político. Hacia comienzos de
los años sesenta, los otrora formidables recursos de energía eléctri­
ca de Córdoba se encontraban en un estado cercano a la crisis. La
provincia había poseído la red hidroeléctrica más extensa del país,
red que estaba tan bien desarrollada que, en una época tan tardía
como fines de la década de 1950, no había falta de capacidad gene­
radora ni restricciones al consumo. Esta situación se destacaba
absolutamente dentro del panorama de escasez energética existen­
te en otras partes del país, especialmente en el interior, donde la
demanda, en general, superaba con mucho a la oferta. Como ya se
ha mencionado, la abundancia y lo barato de la energía eléctrica de
Córdoba habían sido un incentivo fundamental para el estableci­
miento de la industria automotriz en la ciudad.
Las crecientes demandas resultantes de la gran ola de industria­
lización automotriz, mecánica y metalúrgica de fines de los años
cincuenta y comienzos de los sesenta, sin embargo, habían comen­
zado a exigir demasiado de la producción energética disponible. A
pesar de sus impresionantes recursos hidroeléctricos —los nume­
rosos arroyos, ríos y saltos correntosos con que la naturaleza había
dotado a la cercana sierray los diques y represas construidos por el
gobierno radical de Sabattini en la década de 1930— , el aislamiento
energético de la provincia amenazaba su base económica. Ya en
1960 los ingenieros advertían acerca de la vulnerabilidad de Córdo­
ba como resultado de sus limitados medios de transmisión. Líneas
de un solo circuito conectaban todas’ las subestaciones de la pro­
158 El Cordobazo

vincia a sus respectivas estaciones transformadoras, y ninguna es­


taba vinculada a una rejilla más amplia. De este modo, a lo largo de
la provincia la energía eléctrica dependía de un número limitado de
líneas de transmisión altamente vulnerables y cada vez más inade­
cuadas.38
Con su ubicación central y sus abundantes recursos hidroeléc­
tricos, Córdoba era el nexo lógico para cualquier futuro sistema
energético nacionalmente integrado. La rápida nacionalización rea­
lizada por Perón en 1946 de las dos empresas de servicios públicos
de la American Foreign Power Company que habían provisto pobre­
mente de electricidad a la provincia no había sido fortuita; tampoco
escapaba a Luz y Fuerza la importancia estratégica de la provincia.
Su trabajo exponía a los miembros del sindicato a las contradiccio­
nes entre el potencial eléctrico del país y su creciente incapacidad
para satisfacer sus necesidades. El periódico sindical, Electrum, se
convirtió en un foro en el cual trabajadores de todas las categorías
discutían, a menudo en términos caseros pero muy perspicaces, la
naturaleza particular de los problemas energéticos del país y el pa­
pel de Córdoba en su solución, así como la relación entre los mode­
los nacionales de desarrollo económico y la producción de energía
eléctrica. A lo largo de toda su historia, el sindicato cordobés des­
echó los ataques contra las deficitarias empresas públicas de ener­
gía calificándolos como inspirados políticamente. Con frecuencia
señaló que esos déficit eran en general el resultado de las tarifas
preferenciales otorgadas a la industria privada. En el caso de la
EPEC, grandes usuarios de energía como IKA-Renault, Fiat y pro­
ductores locales de autopartes la estaban recibiendo, en esencia,
subsidiada por el Estado. La asociación entre modelos de desarrollo
económico y los problemas en su industria, y los adornos ideológi­
cos con que se disfrazaba la búsqueda de intereses privados, eran
entendidos por gran parte de la altamente calificada mano de obra
de la EPEC.39
Entre los trabajadores de Luz y Fuerza de Córdoba existía la
percepción de que los problemas de su industria no eran meramen­
te presupuestarios o tecnológicos, sino que formaban parte de un
problema más amplio referido al carácter del desarrollo capitalista
de la Argentina y a los obstáculos estructurales a la independencia
energética en un país semidesarrollado. Su exposición a la política
de fijación de tarifas les dio una comprensión del verdadero funcio­
namiento de la industria y especialmente de la relación incestuosa
entre los negocios y el Estado en su país. Esta comprensión crítica,
apuntalada por las otras influencias ideológicas y políticas en ac­
ción dentro de la sociedad argentina y en especial de la cordobesa
durante esa época, hizo que en el sindicato creciera la simpatía hacia
Córdoba y la “.Reuoludón Argentina'’ 159

las posiciones socialistas. Los afiliados más capaces de hacer un


elaborado análisis de los problemas de la industria en este aspecto
eran, naturalmente, los ingenieros de la EPEC. Pero esos proble­
mas eran de conocimiento común en el sindicato, y muchos de los
críticos más claros del papel de la empresa privada en el desarrollo
de la energía eléctrica eran trabajadores como Tosco, empleados en
uno de los talleres de reparaciones de la EPEC o en las lineas.
La experiencia concreta de la dictadura de Onganía fue el factor
final que empujó a los lucifuercistas de Córdoba a la vanguardia de
la resistencia obrera. La suspensión por parte de Onganía de todas
las negociaciones colectivas fue mal tomada, desde luego, en un
sindicato que se había acostumbrado a negociaciones periódicas y
generalmente favorables de los convenios. Como presidente del co­
mité de negociaciones colectivas de la FATLYF (Comisión Paritaria
Nacional) en 1966 y comienzos de 1967, Tosco tuvo tal vez mejores
oportunidades que Taccone y los otros dirigentes gremiales que
impulsaban el diálogo con el gobierno de apreciar la verdadera in­
tención gubernamental para con la clase obrera. Luz y Fuerza tam­
bién sintió todo el peso de los planes de racionalización de Onganía
antes que otras seccionales de trabajadores de la energía. Las sus­
pensiones de personal, las semanas laborales reducidas y los pla­
nes para transferir la jurisdicción de la EPEC sobre el desarrollo de
la energía nuclear en la provincia al gobierno central, considerados
por muchos en el sindicato como un ardid para permitir la posterior
privatización de la empresa, concentraron el sentimiento sindical
de oposición al gobierno.40
El peso combinado de esos factores personales, estructurales,
industriales e históricos explica la firmeza de la construcción sindi­
cal de una tradición de participación en política después de 1966.
La tendencia hacia las huelgas políticas, en oposición a las relacio­
nadas meramente con el trabajo, se había hecho evidente en 1964.
El único gran paro de ese año fue la adhesión del sindicato a la
huelga general de la CGT del 17 y 18 de diciembre. De manera simi­
lar, la huelga más importante de 1965 fue el paro de 24 horas para
protestar por el asesinato de dos activistas gremiales en Buenos
Aires. Después de 1966, esta tendencia se incrementó marcadamen­
te, y el sindicato mostró una proclividad hacia las huelgas políticas
que era única en el movimiento obrero .cordobés y muy probable­
mente en el conjunto del país. Los principales paros de 1966, dos
huelgas de 24 horas, fueron llevados a cabo para protestar contra
las medidas antiobreras de Onganía. Las tres grandes huelgas de
1967, de manera similar, fueron de naturaleza política.41 Entre 1968
y 1972, las huelgas para repudiar las políticas económicas del go­
bierno, exigir la restauración del régimen democrático y la libera­
160 El Cordobazo

ción de presos políticos, protestar contra el desconocimiento de los


derechos de los sindicatos locales por parte de la burocracia sindi­
cal porteña —en una palabra, las huelgas políticas— dominaron el
panorama (véase Cuadro 4.1). Después de 1972, cuando el sindica­
to se unió aún más estrechamente a la izquierda y rompió con el
gobierno peronista en el poder, las huelgas fueron casi completa­
mente de naturaleza política.

Cuadro 4.1 Paros de Luz y Fuerza de Córdoba entre 1964 y 1972

Por cuestiones Por cuestiones


Año Cantidad laborales políticas

1964 5 1 4
1965 6 2 4
1966 5 2 3
1967 3 —
3
1969 8 8
1970 6 1 5
1971 24 2 22
1972 13 4 9
Total 70 12 58

Fuente: Carlos E. Sánchez, "Estrategias y objetivos de los sindicatos


argentinos”, Instituto de Economía y Finanzas, Facultad de Ciencias Eco­
nómicas, Universidad Nacional de Córdoba, p. 86.

Los trabajadores lucifuercistas cordobeses asumieron asi un


papel casi predecible en las movilizaciones de la CGTA de X968,
reuniendo apoyo no sólo en la ciudad sino en todo el interior argen­
tino. Córdoba fue incuestionablemente el epicentro de la rebelión
del movimiento obrero contra el gobierno, Vandor y los caciques
sindicales. El nombre del secretario general de la CGTA, Raimundo
Ongaro, iba de boca en boca por toda la ciudad. De la noche a la
mañana, éste emergió de una relativa oscuridad a una notoriedad
generalizada en los círculos obreros, estudiantiles y clandestinos
izquierdistas, eclipsando momentáneamente incluso a la figura di­
rigente de Tosco. Las lealtades peronistas de Ongaro eran particu­
larmente atractivas para los sectores de la izquierda que veían en la
CGTA un ejemplo más auténtico y doméstico de militancia obrera
Córdoba y la '‘Revolución Argentina" 161

que el promovido por los conocidos y ligeramente deslustrados pila­


res de la izquierda argentina, como el Partido Comunista. La bio­
grafía del secretario general de la CGTA exhibía una atractiva mez­
cla de místico cristiano y peronista combativo que estaba más a tono
con el tenor de los tiempos —en el punto culminante de las inter­
pretaciones revisionistas del movimiento peronista y el nacimiento
de la izquierda peronista— que la izquierda marxista tradicional.
Ongaro era algo genuinamente nuevo en el movimiento obrero.
Se trataba de un ex seminarista que entrelazaba sus llamados a la
lucha de clases y la liberación nacional con alusiones bíblicas y
ocasionales monólogos en que divagaba sobre el mensaje social de
Jesucristo. Tenía un rasgo mesiánico que lo distinguió de inmedia­
to de otros dirigentes del país. Joven -y puro, de modales dignos y
corteses, hacía un fuerte contraste con la arrogancia apenas oculta,
las exhibiciones de amor al poder y las pretensiones señoriales que
los trabajadores habían llegado a esperar de muchos de los caci­
ques sindicales peronistas. Para Tosco, el carisma personal de
Ongaro y el atractivo que tenía para amplios sectores del movimien­
to obrero compensaron temporariamente lo que veía como una per­
sonalidad extravagante y un poco soñadora, así como su ingenui­
dad política. Con la intención de ganar a la CGT local para la nueva
confederación laboral, Tosco permitió que Ongaro actuara como el
símbolo de la resistencia obrera a Onganía. Entre tanto, comenzó a
tejer alianzas entre sindicatos peronistas y no peronistas con el
propósito de unificar a Córdoba detrás de la rebelión de la CGTA.
La dramática victoria de Ongaro en el congreso obrero de marzo
de 1968 y la euforia subsiguiente apenas implicaban que la vieja
guardia del movimiento obrero peronista hubiera sido eliminada.
Los sindicatos de Vandor eran poderosos y se preparaban para lu­
char por el control de la CGT. La primera indicación de que resisti­
rían a Ongaro fue su negativa a entregar la sede central de la confe­
deración a los nuevos dirigentes victoriosos. Imperturbable, Ongaro
declaró que en lo sucesivo la CGTA funcionaría en el edificio del sin­
dicato gráfico de Paseo Colón, y de hecho su organización se cono­
ció alternativamente como la CGT de Paseo Colón durante los pri­
meros meses de su existencia. En ese momento, sin embargo, los
desalojados vandoristas sólo podían hostigar a Ongaro con estor­
bos menores como el forcejeo por la sede central, y la CGTA siguió
ganando nuevos adherentes a lo largo del mes de abril.
A instancias de Tosco, Ongaro nombró a Julio Guillán, secreta­
rio general del sindicato de los telefónicos, como emisario especial
de la CGTA en las provincias. La cálida recepción que le brindaron
en Rosario, Córdoba y otras ciudades provinciales indicaba que en
el interior había un respaldo fuertemente arraigado para la CGTA.
162 El Cordobazo

Aun cuando Ongaro y la organización misma demostraran ser efí­


meros, el daño infligido a la reputación de la conducción de la vieja
guardia era grave. Los activistas de la CGTA lanzaban implacables
y mordaces ataques a los vandoristas , acusándolos de tácticas
mafiosas, caza de comunistas, corrupción y colusión con la dicta­
dura. Hacia fines de abril, los llamamientos de la vieja guardia a un
nuevo congreso de la CGT para detener el avance de Ongaro eran
cada vez más frenéticos. La grieta entre los ongaristas y los
vandoristas se ensanchó aún más cuando Ongaro procuró usar las
tradicionales celebraciones del Io de mayo para lanzar un contra­
ataque y hacer inexpugnable la posición de la CGTA como represen­
tante legítima del movimiento obrero. El comité ejecutivo dispuso
una cuidadosa preparación de las manifestaciones del Día del Tra­
bajo auspiciadas por la CGTA y del discurso de Ongaro en Córdoba.
El escritor y periodista político Rodolfo Walsh y el círculo de intelec­
tuales que habían afluido a Paseo Colón en las semanas posteriores
al congreso de marzo también planeaban publicar el nuevo sema­
nario ongarista, CGT, en coincidencia con las manifestaciones del
I o de mayo.42
El 29 de abril Ongaro salió hacia Córdoba con un discurso que
había escrito con Walsh y que pretendía ser la clarinada del nacien­
te movimiento obrero disidente. Tosco y otros activistas sindicales,
pertenecientes principalmente a los independientes, habían estado
preparando el terreno durante varias semanas, y la ciudad espera­
ba algo más que otra mundana celebración del Día del Trabajo. La
importancia de las provincias, y de Córdoba en especial, para el éxito
o el fracaso de la CGTA implicaba que las palabras de Ongaro y la
recepción que se les brindara allí serían cuidadosamente observa-
das en el resto del país. El I o de mayo, unos 5.000 trabajadores se
apiñaron en el Córdoba Sport Club para escucharlo. Estaban au­
sentes el SMATA de Torres, la UOM de Simó y el puñado de sindica-
tos aún leales, aunque muchos desanimadamente, a la línea
vandorista, lo mismo que los sindicatos de empresa de Fiat.
El discurso cordobés de Ongaro, llamado más adelante "Progra­
ma del Io de mayo”, demostró a quien lo dudara que la rebelión de
la CGTA era algo distinto de una mera nueva lucha de poder interna
del peronismo, como las que habían agobiado al movimiento obrero
a lo largo de los años sesenta. El discurso mismo era revelador.
Ongaro señaló con claridad la significación de la rebelión de la CGTA,
su repudio al verticalismo y su intención de practicar un sindicalis­
mo combativo y no sectario.43Utilizando un lenguaje que se remon­
taba a los turbulentos tiempos del 17 de octubre de 1945, a los dis­
cursos incendiarios de Evita desde el balcón de la Casa Rosada y a
los escritos revolucionarios de John William Cooke y otros militan­
Córdoba y la “Revolución Argentina" 163

tes peronistas de la Resistencia, Ongaro parecía rescatar las siem­


pre minoritarias y por entonces aparentemente moribundas tenden­
cias revolucionarias del movimiento obrero peronista. El “Programa
del 10de mayo” abundaba en el vocabulario y la imaginería tradicio­
nales de la postura combativa, de íínea dura del sindicalismo pero­
nista, que vituperaba a los traidores y vendidos dentro de las filas
obreras. Sólo en la estridencia de su lenguaje anticapitalista iba más
allá de las posiciones tradicionales del peronismo sobre la econo­
mía y las relaciones de clase. No obstante, en el repudio directo y
provocador que hizo Ongaro del gobierno de Onganía, y especial­
mente en su propuesta de alianza entre el movimiento obrero, los
estudiantes universitarios del país y el clero activista, la CGTA se
apartaba claramente de la corriente principal del gremialismo pero­
nista. Ahora era incuestionable que la rebelión de la CGTA repre­
sentaba algo más que una oposición sindical faccional a Vandor y el
vandorismo. Era también una oposición ideológica y política.44
Al día siguiente, Ongaro partió para pronunciar una serie de dis­
cursos en las provincias, con la esperanza de capitalizar el entu­
siasmo desplegado por la clase obrera cordobesa en la concentra­
ción del Día del Trabajo y cimentar su respaldo en el interior. A fines
de abril, nueve regionales de la CGT habían votado su afiliación a la
CGTA. Las principales centrales del interior, Rosario, Santa Fe,
Tucumán y Salta, se encontraban entre las que habían votado a
favor de Ongaro. Las celebraciones del I o de mayo habían indicado
un profundo respaldo a éste en todos esos lugares, y la rebelión de
la CGTA pronto asumió en parte el carácter de una revuelta de las
provincias contra Buenos Aires. Pero incluso en la ciudad capital la
CGTA estaba cobrando impulso. A una concentración de la clase
obrera porteña realizada en La Matanza, un suburbio industrial de
Buenos Aires, asistieron masas de trabajadores a pesar de los lla­
mados vandoristas a boicotearla. La esperanza de éstos de que la
rebelión de la CGTA demostrara ser efímera parecía cada vez más
infundada. La posición de Ongaro se fortaleció aún más cuando a
finés de mayo Perón disolvió las 62 Organizaciones, el ala política
del movimiento obrero peronista que todavía estaba en manos de
Vandor. La decisión fue un claro gesto de apoyo a Ongaro y un re­
pudio a los planes vandoristas de realizar un congreso en minoría
para imponer su lista en una CGT reorganizada.45
Durante esos meses, fueron los ongaristas, y no Vandor, quienes
estuvieron a la ofensiva e hicieron los mayores avances. Desde las
oficinas de CGT, Walsh y su equipo iniciaron una campaña de pren­
sa concebida para desacreditar a la vieja guardia peronista y ganar
el apoyo de las bases. Walsh dedicaba una columna semanal a do­
cumentar incidentes de matonismo y corrupción en los sindicatos
164 El Cordobazo

que se oponían a la elección de Ongaro. Su investigación acerca de


la participación personal de Vandor en el asesinato de uno de sus
rivales en la UOM, ¿Quién mató a Rosendo?, que se publicó el año
siguiente, era parte de este intento de exponer el lado oscuro del
movimiento obrero peronista, según lo representaban Vandor y otros
caciques sindicales. Por lo demás» a lo largo de estos meses la CGTA
convocó a voluntarios de los círculos estudiantiles e izquierdistas
para que trabajaran en el semanario e hicieran proselitismo entre
los trabajadores. La rebelión de la CGTA, de hecho, señaló el rena­
cimiento de dos reconciliaciones importantes y estrechamente vin­
culadas, la primera entre la ciase obrera y la izquierda y la segunda
entre la clase obrera y el movimiento estudiantil.
La solidaridad demostrada y las alianzas establecidas por las
organizaciones estudiantiles y el movimiento obrero en el movimien­
to de la Reforma Universitaria de 1918 y en otros innumerables in-
cidentes durante las primeras décadas del siglo habían sido hechas
añicos por Perón. Entre las antipatías que el peronismo había ali­
mentado en la sociedad argentina se encontraba una, relativamen­
te nueva, de los trabajadores hacia los estudiantes. En un acto de
venganza política contra la previa oposición estudiantil a su candi­
datura en las elecciones de 1946, Perón describía a éstos como un
grupo de niños bien, una casta privilegiada proveniente principal­
mente de las clases media y alta del país. El grito peronista del 17
de octubre, “¡Alpargatas sí, libros no!", se había erigido en símbolo
de la ruptura de la tradición de solidaridad entre ambos grupos. Los
diez años de oposición estudiantil al régimen, su participación en la
Revolución Libertadora y el entusiasmo delirante demostrado ante
el derrocamiento de Perón en 1955, habían sembrado la sospecha y
el rencor entre la clase obrera peronista y los estudiantes universi­
tarios, sentimientos que posteriormente mantuvieron su vigencia
durante años.46
La reconciliación entre los trabajadores y los estudiantes tuvo al
menos su comienzo simbólico en Córdoba. Un estudiante de segun­
do año de Ingeniería y trabajador de tiempo parcial en IKA, Santiago
Pampillón, había sido asesinado por el fuego de la policía en el Ba­
rrio Clínicas, el 7 de septiembre de 1966, en una de las primeras
protestas estudiantiles contra Onganía. Su muerte sirvió como un
primer vínculo entre los estudiantes universitarios y el movimiento
obrero cordobés, una alianza que se fortalecería en los meses si­
guientes, cuando cayó sobre ambos sectores todo el peso de la re­
presión gubernamental. La rebelión de la CGTA, en realidad, brindó
la primera salida institucional, tanto en Córdoba como nacional­
mente, al renacimiento de la simpatía entre los trabajadores y estu­
diantes del país. En Córdoba, específicamente, Ongaro había pasa­
Córdoba y la "Revolución Argentina' 165

do a ser una especie de figura de cuito dentro de la amplia y pode­


rosa población estudiantil de la ciudad, una íigura vinculada en las
canciones folclóricas y la poesía de los estudiantes con el Che Gue­
vara, nativo de Córdoba cuya muerte en la selva boliviana el año
anterior había afectado mucho a la población estudiantil local y
contribuido a su creciente politización. Las peñas estudiantiles,
bailes semanales realizados en la universidad, se convirtieron en
instrumentos de recolección de fondos para la CGTA, y estudiantes
voluntarios hacían en la sede central de ésta fotocopias, diligencias
y gran parte de los trabajos preparatorios de la nueva organización.
Los sindicatos actuaban en reciprocidad con huelgas de solidaridad
como protesta contra las políticas universitarias de Onganía y pres­
tando los edificios sindicales para las clases de las facultades cerra­
das por el régimen, así como también para los estudiantes que se
preparaban para los nuevos exámenes de ingreso a la universidad.47
La izquierda argentina renació de manera similar con la rebelión
de la CGTA. En realidad, los grandes cambios en los partidos y or­
ganizaciones políticas marxistas del país habían sido anteriores a
1968. A comienzos de la década, la Revolución Cubana y la ruptura
chino-soviética habían desencadenado en los círculos izquierdistas
un debate que en última instancia terminó con el monopolio que los
partidos Socialista y, especialmente, Comunista ejercían dentro de
las fuerzas anticapitalistas del país. Surgieron dos grupos maoístas
contrarios al Partido Comunista pro soviético, Vanguardia Comu­
nista (VC) y el Partido Comunista Revolucionario (PCR), que rom­
pieron con la insistencia de aquél en la formación de un partido re­
volucionario, proponiendo a cambio el modelo de la Revolución
TChina, la huelga general revolucionaria y la insurrección popular.
El guevarista Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), re­
sultado de una fusión efectuada en 1963 entre el trotskista Palabra
Obrera y el Frente Revolucionario Indoamericano Popular, también
surgió de la oscuridad como grupo extremista de izquierda para
convertirse en una verdadera fuerza dentro de ésta, con un apoyo
especialmente fuerte entre los estudiantes universitarios. La izquier­
da peronista, aún naciente a mediados de los años sesenta, se pre­
sentó en la forma de las primeras organizaciones guerrilleras, como
las Fuerzas Armadas Revolucionarias (PAR) y las Fuerzas Armadas
Peronistas (FAP).48
Una izquierda revitahzada se manifestaba también en institucio­
nes al margen de los partidos marxistas y las organizaciones guerri­
lleras peronistas. Una Iglesia Católica cada vez más radicalizada
acompañó el nacimiento de la CGTA. Después de la conferencia de
1966 de los obispos latinoamericanos en Mar del Plata, el Movimien­
to de Sacerdotes del Tercer Mundo comenzó a hacer incursiones, en
166 El Cordobazo

especial en el nivel parroquial, dentro de la célebremente conserva­


dora Iglesia Católica argentina. En los mismos días en que Ongaro
se hacía presente en Córdoba para las celebraciones del Día del
Trabajo, también se efectuaba en la ciudad el primer congreso del
Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, un suceso considera­
do por muchos como el nacimiento de un movimiento de teología de
la liberación en la Argentina.49
Debido a factores del desarrollo histórico de la ciudad, todas es­
tas corrientes —el movimiento estudiantil, la izquierda mandsta y
peronista, una Iglesia radicalizada— eran más fuertes en Córdoba
que en cualquier otra parte del país, y era allí donde se estaba deci­
diendo la suerte de la CGTA. La fama de Córdoba como la “ciudad
roja” de la Argentina era en muchos aspectos justificada. El ethos
rebelde de la ciudad, que ocasionaba su venerable rivalidad con
Buenos Aires, estaba impregnado por las corrientes intelectuales
de la época y produjo la más distinguida publicación marxista del
país, la gramsciana Pasado y Presente. Córdoba tenía una vida po­
lítica de extraordinaria efervescencia y creatividad, y en general
brindaba un ambiente de comprensión en el cual podía prosperar
un movimiento obrero disidente. Después de las celebraciones del
Día del Trabajo, el respaldo a Ongaro en la ciudad progresó con
fuerza arrolladora. El 2 de mayo, una delegación presentó al secre­
tario general de la CGT cordobesa, Julio Petrucci, un petitorio fir­
mado por 33 sindicatos de la ciudad, solicitando una inmediata
asamblea general para votar la afiliación a la CGTA.50 Entre los
peticionantes se contaban no sólo los sindicatos independientes sino
también algunos como el de trabajadores de la construcción y otros
que tradicionalmente habían estado aliados con Vandor. La defec­
ción más notable era la de la UOM de Simó. Con su agudeza y opor­
tunismo político acostumbrados, Simó cambió de bando cuando se
hizo evidente que Ongaro no podría ser detenido en la ciudad, y
agregó el nombre de su sindicato a la lista de los peticionantes. El
mismo día, en una medida concebida para contribuir a la sensación
de que el ímpetu de Ongaro era imparable, Tosco convocó una se­
sión extraordinaria de Luz y Fuerza, y el sindicato votó por unani­
midad en favor de la afiliación a la CGTA.51
El último sindicato remiso de significación estratégica en Córdo­
ba era el SMATA de Torres. Si bien las presiones sobre los operarios
de IKA-Renault se incrementaron a niveles casi insoportables y su
conducción parecía vulnerable y debilitada, Torres se mantuvo
distantemente leal a Vandor, receloso de Ongaro, y por lo tanto in­
móvil. El SMATA local fue uno de los pocos sindicatos que no asistió
a la asamblea general de la CGT el 7 de mayo, cuando el movimiento
obrero cordobés votó abrumadoramente en favor de afiliarse a la
Córdoba y la “Revolución Argentina” 167

CGTA y dio a Ongaro su más importante victoria hasta esa fecha.52


En su oposición a éste, Torres estaba ahora virtualmente solo y ais­
lado en la ciudad, mientras Córdoba se encontraba en un estado de
fermento político que iba a durar más de un año y culminaría en el
Cordobazo.
La CGTA había insuflado una nueva vida al movimiento obrero y
liberado todas las frustraciones y el rencor contenidos durante dos
años de dictadura. Los alineamientos en el movimiento obrero cor­
dobés y el temperamento de éste parecían haberse transformado de
la noche a la mañana. Los sindicatos parecían dispuestos a con­
frontar directamente con Onganía, y unos pocos estaban listos para
adherir a las más ambiciosas propuestas de la CGTA en favor de
una reforma fundamental, si no de un cambio revolucionario, de la
sociedad argentina. Sin embargo, ya había señales de que la CGTA
tenía ciertas grietas fatales. Los cambios habían sido inquietantes,
especialmente para muchos de los peronistas. Miguel Ángel Correa,
cabeza del sindicato de los carpinteros locales y secretario general
electo de la CGTA cordobesa, sentía el desasosiego de muchos peronis­
tas ante la súbita aparición de estudiantes, sacerdotes radicalizados,
trotskistas y todo tipo de activistas izquierdistas en la sede central
de la CGTA.53 Elpidio Torres creía que ésta estaba sometiendo a
presiones irrazonables a la conducción sindical de toda la ciudad,
creando en las bases expectativas que no podrían ser satisfechas,
dado el debilitamiento de los sindicatos y la ofensiva general de los
empleadores contra ellos. Sin duda, este temor se agravó a causa de
la formación dentro de su propio SMATA de un movimiento de ba­
ses en respaldo de la afiliación de los trabajadores mecánicos a la
CGTA.54
Dudas como la de Torres, sin embargo, todavía no extendían la
oposición, y el entusiasmó por Ongaro seguía siendo grande en la
ciudad. Con la reelección de Tosco como secretario general de Luz y
Fuerza en el mes mismo de la afiliación de Córdoba a la CGTA,
Ongaro se aseguraba un importante aliado en un sindicato estraté­
gico e influyente, pero en los embriagadores días de mayo ni siquie­
ra era necesaria la ayuda de Tosco para sostener su rebelión. Cór­
doba se convirtió rápidamente en el centro de agitación de la CGTA
más importante del país, la capital espiritual del nuevo movimiento
obrero. A lo largo de junio y principios de julio, los vandoristas lea­
les que quedaban se dispersaron para unirse a lo que ahora parecía
ser una fuerza irresistible. De las principales organizaciones obre­
ras de la ciudad, sólo ios sindicatos de empresa de Fiat y ei SMATA
de Torres seguían vacilando. Las defecciones y el disenso dentro del
SMATA acerca de la cuestión de la CGTA tenían mucho que ver con
la percepción de que el propio Perón había jugado su suerte a la de
168 EL Cordobazo

Ongaro. En efecto, a lo largo de junio Perón dio a' conocer declara­


ciones públicas y reveló correspondencia qué indicaban un respal­
do incondicional a la rebelión de la CGTA.55
La defección más significativa del campo de Vandor había sido
indudablemente la de la UOM de Alejo Simó. La vacilación inicial y
el deseo de éste, como el de Torres, de mantenerse libre de Ongaro
quedaron superados por su acostumbrado pragmatismo. Simó ya
se había alejado de Vandor a comienzos de 1966, cuando en enero
la UOM cordobesa se puso al lado de la facción de José Alonso en
contra de la vandorista en la división de las 62 Organizaciones. No
obstante, ambas facciones habían llegado a un entendimiento y una
virtual alianza después del golpe de junio de 1966, primero en su
decisión de apoyar al gobierno de Onganía y luego en su oposición
a Ongaro y la CGTA. Pero Simó ya no podía permitirse permanecer
leal a las estratagemas tácticas de la jerarquía obrera peronista, por
lo que examinó las posibilidades que le ofrecía una afiliación a la
combativa CGTA.
Al tomar su decisión, Simó y la conducción de la UOM cordobesa
experimentaban, sin duda, la presión implacable de la crisis vigente
en su industria. En mayo, la planta de Electromecánica había inte­
rrumpido la “ producción y echado a todo su personal, un hecho que
coronó una serie de quiebras y despidos en la industria metalúrgica
local, producidos desde principios de ese año.56 La decisión de Simó
de llevar al sindicato y sus ortodoxos a la CGTA fue por lo tanto una
necesidad estratégica. El líder de la UOM sentía que la afiliación a la
más combativa CGTA era esencial para paliar los rezongos y el des­
contento entre los trabajadores del gremio, y tal vez hasta para re­
sistir con mayor eficacia los movimientos ofensivos de la patronal.
En junio, Simó se contaba entre los más importantes aliados loca­
les de Ongaro. Era una de las fuerzas impulsoras del día de protes­
ta, una huelga general de 24 horas realizada el 28 de junio para
repudiar tanto el segundo aniversario del golpe de Onganía como
las maquinaciones en curso por parte de Vandor para frustrar los
resultados del congreso de marzo. La crisis en su industria y los
cambiantes vientos de la política obrera nacional obligaron a Simó
a promover una improbable alianza entre sus ortodoxos —los
bastiones locales de las tendencias de derecha, verticalistas, nacio­
nalistas y conservadoras dentro del movimiento obrero peronista— y
la CGTA, así como a lanzarse a una militancia atípicamente osada.
En Buenos Aires, los sindicatos aún leales a Vandor fueron tes­
tigos de la defección de Simó y otros con una creciente perplejidad.
Hacia fines de junio la CGTA de Ongaro podía afirmar que tenía
650.000 afiliados, con su mayor fuerza en las provincias, en tanto
los sindicatos de Vandor, con su base de poder en los gremios in­
Córdoba y la "Revolución Argentina" 1.69

dustriales del Gran Buenos Aires que estaban sometidos a sitio pero
aun se conservaban intactos, alegaban contar con alrededor de
785.000.57Por todas partes había señales de que se difundía la ac­
titud de subirse al cairo del triunfador, especialmente en el interior,
y de una confusión progresiva en el campo vandorista. Ongaro sen­
cillamente ignoró el congreso obrero en minoría que Vandor realizó
a fines de mayo, en el que había intentado reunificar la CGT y res­
tablecer la autoridad de los vandoristas. Como crecían las perspec­
tivas de una división permanente entre dos facciones aparentemen­
te irreconciliables del movimiento obrero nacional, Vandor adoptó
una estrategia más agresiva. Las intervenciones contra determina­
dos sindicatos, una vez más con infracciones estatutarias equívo­
cas y en ocasiones fabricadas, y ías tácticas intímidatorias aún más
flagrantes se convirtieron en un lugar común. Vandor tenía la espe­
ranza de poder eliminar a la CGTA mediante la neutralización de los
sindicatos más perturbadores y lograr luego una reunificación obli­
gada y sólo tenuemente disfrazada del movimiento obrero a través
de procedimientos electorales formales. A fines de junio presidió un
congreso nacional de los sindicatos de Azopardo en Rosario para
dar aviso de que combatiría a los sindicatos ongaristas en su mis­
mísima jurisdicción, el interior.58
Córdoba, una fortaleza que ni siquiera Vandor estaba preparado
para escalar, permaneció intacta. La presencia de los independien­
tes de Tosco en la ciudad, de un poderoso bloque obrero no peronis­
ta, implicaba que el verticalismo no podría volver a establecerse por
el mero aislamiento y la eliminación de los sindicatos ongaristas
recalcitrantes. El sindicato que seguía sosteniendo tanto a los inde­
pendientes como a la CGTA era Luz y Fuerza. Dada la rebelión de
Ongaro, el sindicato lücifuercista articuló con mayor claridad que
en el pasado una estrategia ideológica y política. Ideológicamente,
se acercó más a posiciones genuinamente socialistas, en vez de las
antiimperialistas a las que había adherido antaño. Políticamente,
Tosco y el gremio adoptaron una estrategia de defensa del pluralis­
mo del movimiento obrero local y de promoción de la CGT cordobe­
sa como dirigente del cambio conducido por la clase obrera. El sin­
dicato no apuntaba ni a la conquista del poder estatal por la clase
obrera ni a la formación de un partido obrero independiente. La
convicción de Tosco de que la democratización del movimiento obre­
ro tenía que preceder a cualquier participación significativa de la
clase en un proyecto socialista implicaba una estrategia doble: pro­
teger a Córdoba como reducto de un movimiento obrero alternativo
y disidente y alentar movimientos como el de la CGTA, que procura­
ban socavar el poder de los caciques sindicales.
Ongaro confiaba ampliamente en Luz y Fuerza y en Córdoba para
170 El Cordobazo

sostener su rebelión a lo largo del invierno de 1968, pero ía CGTA ya


estaba comenzando a trastabillar. Uno de los problemas era él mis­
mo. Quijotesco e impulsivo, emprendía proyectos que revelaban una
personalidad poco práctica y que hacían que muchos se pregunta­
ran acerca de su aptitud para conducir un movimiento que repre­
sentara una alternativa realista para los trabajadores del país. La
alianza obrero-estudiantil también implicaba riesgos. La afanosa
participación de los estudiantes dio a la CGTA un mayor poder
movilizador así como un marco de voluntarios para desempeñar el
necesario trabajo proselítista y administrativo, pero también expo­
nía a los sindicatos a acusaciones de apostasía que actuaban sobre
la latente antipatía de los trabajadores para con los estudiantes. Los
vandoristas empezaron a referirse despreciativamente a la organi­
zación de Ongaro como la “CGT de los estudiantes” y a sembrar
dudas acerca de las verdaderas intenciones y lealtades de aquél.
Ongaro respondió imprudentemente a esas acusaciones, defendien­
do a la CGTA como un “frente civil”y un “movimiento de resistencia
popular”, dando con ello crédito a los rumores de manipulación por
la izquierda y las organizaciones estudiantiles. Sus estrechas rela­
ciones con el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y los teó­
logos de la liberación también eran inquietantes. En muchos sindi­
catos peronistas subsistía un anticlericalismo visceral, y los esfuer­
zos de Ongaro por obtener el respaldo de la Iglesia fueron recibidos
por muchos gremialistas con un recelo indisimulado.
Más perturbadora para los aliados de Ongaro en Córdoba era su
tendencia a distraerse en causas que desviaban su atención de la
construcción de un movimiento obrero alternativo. Por ejemplo,
gastaba mucha energía en organizar cooperativas y ligas de defen­
sa, una vez más con la participación preponderante de organizacio­
nes estudiantiles y el clero activista, en las villas miseria, las barria­
das pobres que rodeaban a Buenos Aires. En el año de la rebelión de
la CGTA, el problema de las villas miseria se había convertido, cier­
tamente, en una cuestión nacional. El fracaso del “Plan Nacional*’
de Onganía para eliminarlas a través de la construcción de vivien­
das públicas y la provisión de préstamos a bajo interés para los
villeros, un programa que básicamente no pasó de los anteproyectos
en los ministerios donde se lo redactó, hizo que se lo reemplazara
por el enfoque más expeditivo de desalojar a los intrusos y arrasar
con topadoras sus casillas y viviendas improvisadas. En julio,
Ongaro se había lanzado a una loable pero impolítica campaña por
la defensa de las villas miseria.59 La campaña pareció ocupar una
parte excesiva del tiempo de la CGTA y en un momento particular­
mente crucial, contribuyendo a alimentar la creciente fama de
Ongaro como líder bien intencionado pero soñador y la sensación
Córdoba y la “Revolución Argentina" 171

de que la CGTA era una colección de excéntricos y variados descon­


tentos políticos, en vez de una alternativa sindical seria.
A pesar de la incertidumbre en las filas obreras con respecto a
las tácticas de Ongaro e incluso a su juicio y lealtades, la CGTA si­
guió siendo una seria alternativa al vandorismo a lo largo de todo el
invierno. A principios de julio, la CGTA cordobesa fue capaz de diri­
gir una gran campaña de afiliación en las provincias, lo que le ase­
guró a Ongaro el respaldo de la mayor parte del interior. Las aguas
de la rebelión de la CGTA habían alcanzado su máximo nivel. Con
los sindicatos provinciales afianzados sólidamente en su campo y
los progresos hechos en plazas fuertes vandoristas tales como La
Plata, Berisso y Ensenada, la confianza era mucha. La organización
constituía un desafío serio para los sindicatos de Vandor en Buenos
Aires.60
La campaña para ganar los grandes sindicatos industriales por­
teños fracasó completamente. Ongaro había subestimado las facul­
tades de intimidación y coerción, y sobreestimado el grado de des­
contento de las bases con la conducción establecida en los sindica­
tos de Vandor, También Perón contribuyó al fracaso de la CGTA.
Desde fines de julio y a lo largo de agosto, llegaron desde Madrid
llamados a la reunificación del dividido movimiento obrero, llama­
dos que muchos sindicatos peronistas entendieron como una orden
para realinearse con Vandor. En Córdoba, algunos gremios pero­
nistas comenzaron a sospechar que su respaldo a Ongaro había sido
prematuro. Simó llegó al punto de tener una serie de encuentros
con Vandor que fueron ampliamente publicitados en la prensa cor­
dobesa e interpretados, en general, como negociaciones para resol­
ver sus diferencias y devolver a la UOM cordobesa al redil vando-
rista.6l
No obstante, por el momento Córdoba era segura para Ongaro.
Aunque el mismo Tosco había empezado a expresar frustración por
el carácter antojadizo de aquél, se había apostado todo a la rebelión
de la CGTA y no había camino de retomo. A principios de septiem­
bre, los partidarios cordobeses de Ongaro, incluyendo a vacilantes
como Simó, aprobaron el recientemente redactado picar de acción de
la CGTA, un programa de resistencia al gobierno que mantendría a
Córdoba en un estado casi permanente de agitación durante los
nueve meses siguientes, mientras en Buenos Aires el ongarismo
languidecía. El precio que los sindicatos cordobeses siguieron pa­
gando por su lealtad a la CGTA fue a veces el ostracismo con respec­
to a sus centrales y otras unas formas más directas de intimida­
ción. La FATLYF finalmente efectivizó una largamente anunciada
expulsión del Luz y Fuerza cordobés a principios de noviembre, junto
con la de otras seccionales como San Nicolás y Pergamino, que se­
172 El Cordobazo

guían apoyando a la CGTA.1 ’2 Otros sindicatos sufrieron similares


o peores represalias, pero Córdoba permaneció leal a Ongaro. En
los últimos meses de 1968, ios partidarios de la CGTA local se des­
plegaron por las provincias para apoyar y aconsejar a los sindicatos
en huelga, como los trabajadores azucareros de Tucumán y Salta y
los gráficos de Santa Fe, mientras Ongaro hacía caso al consejo de
Tosco de mantenerse más cerca de las cuestiones gremiales y lan­
zaba a la CGTA tras la huelga de los trabajadores petroleros de En­
senada.
El respaldo masivo demostrado en octubre por los sindicatos de
Córdoba, Rosario y Tucumán en una huelga de solidaridad con los
trabajadores petroleros reafirmó la estrategia provincial de la
CGTA.63 Ongaro llevó la huelga de Ensenada a Mendoza y otras zo­
nas petrolíferas del país y recuperó momentáneamente el ímpetu
que la CGTA había perdido en los meses anteriores. Elevó las pro­
testas de los trabajadores de Ensenada, inicialmente una disputa
puramente local referida a la oposición sindical a la concesión de
contratos de exploración y perforación a empresas extranjeras, aí
status de cuestión nacional, haciendo con ello que la CGTA apare­
ciera como la defensora del patrimonio nacional. La huelga petrole­
ra, sin embargo, demostró ser para la CGTA sólo un reanimamiento
momentáneo. En los meses siguientes, mientras la huelga se pro­
longaba morosamente y Ongaro parecía perder interés en ella,
Vandor ordenó a las centrales sindicales asumir el control de una
serie de sindicatos de la CGTA en Buenos Aires y engatusó a otros
para que desertaran, con lo que Ongaro perdió el escaso respaldo
que le quedaba allí.
Después del derrumbe de la huelga petrolera el 10 de diciembre,
las dudas de Tosco acerca de Ongaro se convirtieron en una amarga
desilusión. Para impedir más perjuicios a la CGTA, Tosco lo con­
venció de que emprendiera una gira para dar discursos en las pro­
vincias, donde su popularidad personal seguía siendo alta, a fin de
mantenerlo alejado de Buenos Aires, en donde la hemorragia de la
confederación obrera proseguía sin interrupción. Ongaro se erigía
ahora en un serio riesgo para el movimiento obrero disidente, el sím­
bolo de lo que los caciques sindicales peronistas describían enton­
ces, diestramente, como un intento más chapucero que malevolente
de dividir al movimiento obrero del país. Durante los meses siguien­
tes, Tosco trabajó para salvar lo que quedaba de la CGTA a través
de una definición más clara de sus posiciones políticas y fortale­
ciendo sus lazos con la izquierda, particularmente en el movimiento
estudiantil cordobés, a fin de compensar el debilitamiento de su base
obrera.
Vandor se reconcilió con Perón a principios de 1969, y éste orde­
C órdoba y la "Revolución A rgen tin a ” 173

nó a Ongaro que disolviera ía CGTA, eliminando las pocas esperan­


zas que quedaban del predominio de ésta en un considerable nú­
mero de sindicatos peronistas. Entre tanto, el errático comporta­
miento de Ongaro le estaba enajenando hasta a sus más sólidos
partidarios.64Perón recibió a Vandor en Madrid y le urgió que hicie­
ra mayores esfuerzos para volver a unir al movimiento obrero, os­
tensiblemente para combatir a los sindicatos participacionistas pro
gobierno, pero también para eliminar la rebelión de Ongaro, un mo­
vimiento que ya carecía de utilidad para Perón y parecía ser un re­
fugio para las tendencias más radicales del país, tanto dentro como
fuera del movimiento obrero. En realidad, lo que obstruía el resta­
blecimiento del uerticalismo, particularmente en Buenos Aires, ya
no era tanto el ongarismo como las expandidas filas del participacio-
nismo. Conducidos por dirigentes gremiales como Taccone, de Luz y
Fuerza de Buenos Aires, y Rogelio Coria, de los trabajadores de la
construcción, estos sindicatos trabajaban en estrecha vinculación
con el ministro de Trabajo de Onganía, San Sebastián, y se habían
convertido en una fuerza mayor dentro del movimiento obrero hacia
comienzos de 1969. En Buenos Aires, las deserciones de la CGTA
pasaron a ser una virtual retirada, dado que sindicatos antes
ongaristas decidieron volver a unirse a Vandor o incluso afiliarse a
los participacionistas, en la esperanza de conseguir una mejor posi­
ción para negociar con el gobierno.
En ías provincias, el colapso de la rebelión no fue tan completo,
pero la CGTA había perdido sin ninguna duda parte de su atractivo
y las deserciones se producían incluso en algunas de sus antiguas
plazas fuertes. Sólo en Córdoba permaneció intacto el núcleo del
respaldo a la CGTA. El 10 y 11 de enero de 1969, los sindicatos
cordobeses auspiciaron el Congreso del Peronismo Combativo para
mantener viva la rebelión de la CGTA en la ciudad. El estado de agi­
tación de ésta se puso de relieve varios días más tarde, cuando la
CGT cordobesa publicó su “Declaración de Córdoba”, en la cual
volvía a repudiarse el participacionismo y se convocaba a todos los
“sectores populares” a oponerse al gobierno.65 En la segunda ciu­
dad industrial de la Argentina seguía existiendo una relación ope­
rativa entre los sindicatos independientes y peronistas, que mante­
nían la promesa de cooperación, al menos en los problemas locales.
Ésta fue la verdadera significación de la rebelión de Ongaro para
Córdoba. La CGTA había movilizado a la mayoría de la clase obrera
cordobesa detrás de una bandera común. Los sindicatos que, como
el SMATA, no se habían unido a Ongaro, por lo menos no habían
apoyado activamente a Vandor sino que siguieron una política neu­
tral. El resultado fue una ruptura adicional de las barreras entre
sindicatos peronistas y no peronistas y mayores oportunidades para
174 El Cordobazo

el diálogo y la cooperación. La rebelión de Ongaro también habla for­


jado una alianza obrero-estudiantil en Córdoba que, si bien causó
disensos en algunos sindicatos» ofrecía ventajas tácticas que realza­
ron en gran medida la independencia del movimiento obrero local
Los cambios provocados por la CGTA transformaron el equilibrio de
poder en el movimiento obrero cordobés e hicieron posible la amplia
cooperación entre las organizaciones obreras de la ciudad que con­
dujo a la mayor protesta obrera en medio siglo de historia argentina.

NOTAS

1Oscar Anzorena, Tiempo de violencia y de utopía (1966-1976) (Buenos


Aires: Editorial Contrapunto, 1988); Guillermo O’Donnell, Modemizatton
and Bureaucratic Authoritarianism (Berkeley y Los Angeles: Universiiy of
California Press, 1979); Gregorio Selser, El Onganiato, 2 volúmenes (Bue­
nos Aires: Hyspamérica Ediciones Argentinas, 1986).
2William C. Smith, Authoritarianism and the Crisis o f the Argentine
PoliticalEconomy (Stanford, Calif.: Stanford Universiiy Press, 1989), pp. 74-
100; Paul H. Lewis, The Crisis of Argentine Capitalism (Chapel Hill: Univer-
sity of North Carolina Press, 1990), pp. 281-286.
3John Humphrey, “Auto Workers and the Working Class in Brazil”, Latín
American Perspectives, vol. 6, n° 4 (otoño de 1979), p. 71.
4Daniel James, Resistance and Integratioru Peronism and the Argentine
Working Class,1946-1973 (Cambridge: Cambridge Universiiy Press, 1988),
[Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina,
1946-1976, Buenos Aires: Sudamericana, 1990], pp. 174-175.
5Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 77 (julio
de 1966), pp. 6-7.
6Entrevista con Felipe Alberti, ex secretario de Asuntos Gremiales, Luz
y Fuerza de Córdoba, 22 de julio de 1985.
7Guy Bourde, “L’État-patron et les luttes des cheminots en Argentine
(1947-1967)”, Le Mouuement Social, n° 12 (octubre-diciembre de 1982), pp.
7-43; Silvia Sigal, "Crise économique et action ouvriére: Les travailleurs du
sucre de Tucumán (1966-1968)”, Le Mouuement Social, n° 12 (octubre-di­
ciembre de 1982), pp. 45-69.
8Anzorena, Tiempo de violencia y de utopía (1966-1976), p. 36.
9Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 80 (oc­
tubre de 1966), pp. 21-30.
i0Ibid„ n° 84 (febrero de 1967), pp. 17-19.
11Ibid., n° 85 (marzo de 1967), pp. 12-23.
12 Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, "Biographic Report: Raimundo José Ongaro”, A-
Córdoba y la “Revolución Argentina” 175

908, 19 de junio de 1968. También estaba presente en la reunión Rodolfo


Walsh, quien pronto sería el principal colaborador intelectual de Ongaro en
el movimiento de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos.
Perón no hizo público su apoyo a Ongaro hasta varios meses más tarde.
13Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 98 (abril
de 1968), pp. 20-35.
u Raimundo Ongaro, Sólo el pueblo salvará al pueblo (Buenos Aires:
Editorial de las Bases, 1970}, p. 15.
15Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 97 (mar­
zo de 1968), pp. 23-24.
16Ibid., n° 102 (agosto de 1968), pp. 6-7.
i7Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction Juridi-
que 0734, 3400, “Argentine", carpeta "Situation IKA”, memorándum de J.
M. Palacios a M. Maison, 16 de enero de 1967.
18Ibid., memorándum de A. Compain Mefray a M. Maison, 3 de febrero
de 1967.
19Gilíes Gleyze, “La Régie Nationaie des CJsines Renault et l’Amérique
Latine depuis 1945. Brésil, Argentine, Colombie” (tesis de Maestría en Hu­
manidades, Universidad de París X-Nanterre, 1988), pp. 181-182.
“ Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Affaires Intemationales 0200, carpeta 1071, “Personnel IKA”, documento
“Réduction des effectifs et salaires d’IKA-Renault”, 22 de abril de 1968.
Renault eliminó, por ejemplo, 262 puestos en su planta de herramientas y
matrices durante estos meses.
21Ibid., Direction des Services Financiers 0764, carpeta 113, "IKA-Re­
nault S.A.", carta de M. Lavaud, presidente de IKA-Renault, a M. Maison,
24 de junio de 1968.
22Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 89 (ju­
lio de 1967), p. 6.
23La Voz del Interior, 20 de septiembre de 1967, p. 19.
24ibid, 27 de abril de 1967, p. 13.
25Agustín Tosco, “El congreso votó no, la Historia votó si", en A. Lannot,
comp.y Agustín Tosco: presente en las luchas de la clase obrera (Buenos
Aires: Jorge Lannot y Adriana Amañtea, 1984), p. 86.
26El estudio de Iris Marta Roldán sobre el Luz y Fuerza cordobés. Sin­
dicatos y protesta social: un estudio de caso del sindicato de Luz y Fuerza
de Córdoba, 1969-1974 (Amsterdam: Center for Latin American Research
and Documentation, 1978), es un perspicaz análisis del sindicato y pro­
porciona un vistazo particularmente interesante de la política gremial
interna en un momento político de importancia crucial. La debilidad del
libro es su ahistorícidad general, por basarse las conclusiones de Roldán
en gran medida en sus observaciones personales que, empero, a menudo
son muy convincentes. Su trabajo de campo se efectuó entre septiembre
de 1973 y octubre de 1974, un período de transición para el sindicato
como resultado de la restauración del régimen peronista y cierto agota­
miento existente luego de casi siete años de lucha ininterrumpida. A cau­
sa de ello, algunas de sus conclusiones parecen excesivamente lapidarias
y subjetivas.
176 El Cordobazo

27Empresa Provincial de Energía de Córdoba (EPEC), Informe Estadísti­


co, 1966-1976.
28Carlos E. Sánchez, “Estrategias y objetivos de los sindicatos argenti­
nos”, Instituto de Economía y Finanzas, Universidad Nacional de Córdoba,
documento de trabajo n° 18, 1973, p. 31.
29Roldán, Sindicatos y protesta social pp. 110-111.
30Entrevista con Felipe Albertí.
31Estas características no fueron exclusivas de Córdoba, sino que son
representativas de la industria energética en general. Oficina Internacional
del Trabajo, Conditions of Work and Employment in Water, Gas and
Electricity Supply Services (Ginebra: ÍLO Offices, 1982).
32Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1964-65,
pp. 67-70; Memoria y Balance, 1966-67, pp. 69-71.
33Sánchez, "Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos", p. 73.
34Jbi<±, p. 67.
35Roldan, Sindicatos y protesta social pp. 110-111.
30Sánchez, “Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos”, pp, 33-
37.
37Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1966-67,
pp. 73-75.
38Tippets, Abbett, McCarthy, Stratton, Engineers and Architects; Ken­
nedy and Donkin, Consulting Engineers, “Study of Argentine Power
Problems”, Informe empresario, 2 volúmenes, Buenos Aires, 1960 (Baker
Libraiy, Harvard Business School), vol. I, p. 44.
39“La situación económico-financiera de la Empresa Provincial de Ener­
gía de Córdoba: una contribución sindical a su solución", Electrum, vol. 16,
n° 65 (agosto de 1972), pp. 6-11.
40Electrum, vol. 4, n° 109 (17 de marzo de 1967), pp. 1-4.
41Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1966-67,
pp. 69-71.
42CGT, vol. 1, n° 1 (I o de mayo de 1968), p. 1.
*3Ibid., n° 2 (3 de mayo de 1968), p. 1.
44Los programas obreros, “La Falda”, “Huerta Grande”, “I o de mayo",
publicación de la CGTA, mayo de 1971, pp. 6-12.
45 Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 99
{mayo de 1968), p. 44.
46Carlos Cebailos, Los estudiantes universitarios y la política (1955-1970)
(Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1985), pp. 19-20; Ramón
Cueyas y Osvaldo Reicz, “El movimiento estudiantil: de la Reforma al
Cordobazo”, Los libros, vol. 2, n° 1 (agosto de 1971), pp. 16-19.
47Mónica B. Gordillo, “Características y proyección nacional de los sin­
dicatos líderes de Córdoba (1966-1969)”, Consejo de Investigaciones Cien­
tíficas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba, Informe Anual, abril de
1990, p. 22.
48Anzorena, Tiempo de violendayde utopía (1966-1976), pp. 83-84.
49Gordillo, “Características y proyección nacional de los sindicatos líde­
res de Córdoba (1966-1969)”, p. 65.
30La Voz del Interior, 3 de mayo de 1968, p. 13.
Córdoba y la "Revolución Argentina" 177

51Ibid., 5 de mayo de 1968, p. 25.


52Ibid., 1 1 de mayo de 1968, p. 16.
53Entrevista con Miguel Ángel Correa, secretario general de la CGTA de
Córdoba entre 1968 y 1969, Córdoba, 3 de julio de 1985.
54Entrevista con Elpidio Torres, secretario general del SMATA de Córdo­
ba de 1958 a 1971, Córdoba, 12 de julio de 1987; Judith Evans, Paul Hoeffel
y Daniel James, “Reflections on Argentine Auto Workers and Their Unions",
en R. Kronish y K. Mericle, comps., The Political Economy of the Latín Ame­
rican Motor Vehicle Industry (Cambridge, Mass.: MÍT Press, 1984), p. 144;
Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en
los ’60: el ámbito de trabajo y la dimensión cultural". Consejo de Investiga­
ciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba, Informe Anual,
abril de 1991, p. 79.
55Un gesto público crucial de respaldo fue la ampliamente publicitada
carta de Perón a Ongaro (27 de junio de 1968), publicada por primera vez
en Cristianismo y Revolución, en la que lo declaraba el único líder legítimo
del movimiento obrero. Roberto Baschetti, Documentos de la Resistencia
Peronista (1955-1970) (Buenos Aires: Puntosur Editores, 1988), pp. 285-
286.
56La Voz del Interior, 2 de julio de 1968, p. 11.
57Review of the River Píate, vol. 143, n° 3678 (22 de junio de 1968), p.
11.
SBInforme, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 101 (ju­
lio de 1968), p. 34.
59CGT, voí. 1, n° 10 (4 de julio de 1968), p. 2.
60Ongaro declaró la guerra abierta contra Vandor: “Ahora, los trabaja­
dores tenemos que entregamos por completo a la reconquista del cinturón
industrial de Buenos Aires, donde algunos poderosos ^sindicatos, antes
combativos, siguen siendo manipulados por media docena de dirigentes
traidores. Por eso, para nosotros sólo hay un camino. Una movilización
general de cada uno de los grupos que se oponen a la «camarilla», una b a­
talla en cada comisión interna, una asamblea en cada fábrica”. CGT, vol. 1,
n° 12 (18 de julio de 1968), p. 1.
6! La Voz del Interior, 11 de septiembre de 1968, p. 18.
62Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 105
(noviembre de 1968), p. 42.
63CGT, vol. 1, n° 26 (24 de octubre de 1968), p. 2.
64Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, “Recent Activities of Trade Unionist Raimundo
Ongaro”, A-37, 3 de febrero de 1969.
65Mónica B. Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo: los sindicatos
líderes de Córdoba dentro de la estructura de poder sindical”, Desarrollo
Económico, vol. 31, n° 122 (julio-septiembre de 1991), p. 185.
5. El Cordobazo

En 1963, mientras trabajaba en la fábrica de aviones local, Pablo


se enteró de que Industrias Kaiser Argentina estaba empleando
personal y pagaba mejores salarios que el que él recibía como mecá­
nico en el complejo de las Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del
Estado. Un día que estaba libre, tomó un ómnibus hasta Santa Isa­
bel y solicitó trabajo en las plantas de Kaiser. Allí, la oficina de per­
sonal de IKA le tomó una sencilla prueba de aptitud mecánica y le
informó que tenía buenas posibilidades de conseguir empleo en una
de las fábricas. Poco después lo contrataron. Sin embargo, muy
pronto Pablo quedó desilusionado con su nuevo trabajo, al descu­
brir que los conocimientos de mecánica que había adquirido en la
fábrica de aviones eran de poca utilidad en las líneas de montaje de
Kaiser. Cuando lo transfirieron a una línea en el departamento de
pintura, una tarea para la que tenía poca experiencia y en la que se
sentía fuera de lugar, su frustración aumentó. También se dio cuen­
ta rápidamente de que los salarios más altos tenían un precio y que
estaba trabajando “tres veces más” que en la fábrica de aviones,
donde los ritmos de producción y la marcha del trabajo eran relati­
vamente lentos comparados con los que encontró en IKA-Renault.
Juan Baca también se había sentido tentado por los salarios más
altos y lo que se reputaba como mejores condiciones laborales en el
complejo IKA, donde los trabajadores disfrutaban de la protección
de un “verdadero sindicato”, que representaba sus intereses antes
que los de la empresa. Desde 1959 a 1966 había trabajado en el
complejo Fiat, pero en 1967 pudo entrar a la planta de Kaiser en
Perdriel como operario calificado de herramientas y matrices. En
general se sentía complacido con el nuevo empleo aunque, para su
sorpresa, lo intranquilizó el gran número de activistas sindicales con
los que se encontró en la planta, de muchos de los cuales sospecha­
ba que eran izquierdistas más que peronistas, el grupo con el que se
identificaba orgullosamente. En mayo de 1969 Juan Baca hacía
horas extras en casi todas las oportunidades que se le presentaban.
Las numerosas huelgas de los dos últimos años y la pérdida resul­
El Cordobazo 179

tante de días de trabajo habían disminuido su salario neto. Como


Pablo, había aprendido que, a pesar de las ventajas aparentes, el
empleo en IKA-Renault también tenía sus inconvenientes. En este
caso, un sindicato más independiente y sensible también implicaba
más huelgas, la pérdida de días de trabajo y problemas financieros
para su familia.
En 1966, Alberto dejó su casa en Villa María, una próspera ciu­
dad agrícola de la provincia de Córdoba, para comenzar sus estu­
dios universitarios de Arquitectura. El día de su llegada a la ciudad,
se vio enfrentado a un sorprendente despliegue callejero de airados
trabajadores mecánicos, siendo testigo por primera vez en su vida
de las huelgas sindicales de las que los diarios argentinos hablaban
continuamente. Se unió a la columna en marcha sin entender ple­
namente contra qué protestaban los trabajadores. Su educación
política quedó interrumpida el año siguiente por la colimba, el ser­
vicio militar obligatorio que, irónicamente, contribuyó a instilar en
él, como lo haría en müchos de los jóvenes izquierdistas de los años
setenta, el odio a los militares. Cuando volvió a Córdoba al año si­
guiente, encontró a la ciudad notablemente cambiada. El clima
político se había endurecido y, en la Facultad de Arquitectura, lo
que antes eran desacuerdos políticos amistosos se habían converti­
do ahora en acres disputas ideológicas. Los grupos de estudiantes
reformistas que dominaban la política universitaria cuando él se fue
de Córdoba habían sido eclipsados por las más recientes organiza­
ciones marxistas y peronistas de izquierda, que se interesaban no
sólo en proteger la autonomía universitaria como lo habían hecho
los grupos estudiantiles en los primeros días de la dictadura de
Onganía, sino también en abogar por una transformación completa
de la sociedad argentina, llegando algunos de ellos a propugnar una
revolución socialista.
Eduardo también esperaba empezar sus estudios de Arquitectu­
ra. A diferencia de Alberto, llegó a Córdoba después del golpe y se
encontró con el examen de ingreso que Onganía había establecido
en las universidades durante su primer año de gobierno. El presi­
dente había afirmado que ese examen era necesario para mejorar la
calidad de la educación superior en el país, si bien muchos, como
Eduardo, creían que no se trataba más que de un intento descarado
de eliminar el legado del movimiento de la Reforma Universitaria
iniciado en Córdoba en 1918, para restaurar la naturaleza elitista
de la universidad argentina y minar su carácter de principal insti­
tución promotora de la movilidad social en el país. Eduardo no apro­
bó el examen, una amarga desilusión y una fuente de orgullo heri­
do, si no exactamente vergüenza, para él y su familia. No haber
conseguido la admisión en la universidad le significó perder un año
180 El Cordobazo

con un trabajo de tiempo parcial en la empresa telefónica local y


estudiando para el examen de ingreso del año siguiente. En 1968
logró aprobarlo y entró a la Facultad de Arquitectura, pero conservó
su empleo de tiempo parcial en la compañía telefónica; las frustra­
ciones y la ira por el año perdido emponzoñarían durante mucho
tiempo su vida como una inquina personal contra un gobierno al
que consideraba elitista e ilegítimo.
Erio Vaudagna, un cura párroco de la barriada obrera de Los
Plátanos y una de las figuras más importantes del Movimiento de
Sacerdotes del Tercer Mundo local, notó cambios significativos en
su barrio hacia 1969. La población de éste se componía casi entera­
mente de trabajadores empleados en las industrias mecánicas. Él
estimaba que más de la mitad trabajaba en el complejo IAME, otra
parte considerable en las plantas de IKA-Renault y una pequeña
cantidad en las más distantes fábricas de Fiat A pesar del carácter
obrero de la barriada, en ella las barreras tradicionales entre estu­
diantes y trabajadores habían sido rotas parcialmente. Los estudian­
tes habían comenzado a actuar como voluntarios en las actividades
parroquiales, viajando desde sus propios barrios a Los Plátanos para
participar en sus programas de servicios comunitarios así como para
organizar debates, conferencias y discusiones políticas en la iglesia.
Al principio, los trabajadores los recibieron con más recelo que gra­
titud, pero su presencia había pasado a ser parte de la vida parro­
quial.
Las vidas muy diferentes de Pablo, Juan Baca, Alberto, Eduardo
y el padre Vaudagna encontraron un vínculo excepcional en su par­
ticipación en el levantamiento del 29 y 30 de mayo de 1969, que
más adelante se conocería como el Cordobazo. Todos, cada uno por
sus propias razones, se unirían a la revuelta y experimentarían gra­
dos diversos de identificación con la furiosa naturaleza de la protes­
ta de aquellos días, lo mismo que otros miles de habitantes de la
ciudad, cada uno con su propia historia personal. La complejidad
del Cordobazo y su carácter de acontecimiento distintivamente cor­
dobés quedaron revelados en esa diversidad. El levantamiento tam­
bién representaría un punto de inflexión en las vidas de todos ellos,
a causa de los profundos efectos que tendría sobre el país.
El Cordobazo se erige como uno de los acontecimientos y diviso­
rias de aguas históricos genuinamente seminales de la Argentina
del siglo XX. Su efecto político inmediato fue desacreditar a la dicta­
dura de Onganía y debilitar los fundamentos de lo que otrora pare­
cía el más fuerte de todos los regímenes posperonistas. Tanto den­
tro como fuera del gobierno, desencadenó fuerzas que obligarían a
Onganía a renunciar menos de un año después, desmantelando el
programa económico gubernamental y algunas de sus pretensiones
El Cordobazo 181

autoritarias y abriendo camino a la restauración dei régimen demo­


crático en 1973. -
No obstante, más que el de precipitante de una nueva crisis polí­
tica y otro cambio de régimen, el legado más significativo del
Cordobazo fue el de un símbolo. El efecto del levantamiento sobre la
clase obrera local y la izquierda argentina fue nada menos que revo­
lucionario. Rápidamente mitologizado por ambas, se convirtió en la
piedra de toque, el hito mediante el cual la izquierda peronista y las
organizaciones y los partidos marxistas, así como determinados sec­
tores del movimiento obrero, evaluaron todas las movilizaciones obre­
ras ulteriores en la ciudad. Finalmente, alentó a todos aquellos que,
tanto dentro como fuera del movimiento obrero, estaban desconten­
tos con el peronismo y el sindicalismo peronista a elaborar un pro­
yecto político alternativo ¿el clasismo, para la cíase obrera argentina.
La promesa incumplida del Cordobazo y el notable alcance que eí
levantamiento tuvo en las mentes de los trabajadores y los miembros
de los grupos izquierdistas, particularmente los de Córdoba, influye­
ron en los acontecimientos posteriores durante varios años. En cier­
ta medida, toda la furiosa agitación laboral de los seis años siguien­
tes se produjo a la sombra del Cordobazo. Algunos sindicatos trata­
ron conscientemente de recrear la experiencia, y otros la usaron como
un ejemplo edificante del poder latente de la clase obrera, pero de
una u otra manera todos lo tomaron como guía.
Desafortunadamente, la gran significación del suceso no ha sido
igualada por la precisión de sus descripciones, ni por la eficacia o la
plenitud de las explicaciones propuestas por quienes lo analizaron.
Con frecuencia, las investigaciones sobre el Cordobazo han sido
malogradas por interpretaciones excesivamente esquemáticas,
silogísticas y sociológicas en su mayor parte, que prestaron una
atención insuficiente a la complejidad histórica del levantamiento.
En general, tales explicaciones lo presentaron como una especie de
metáfora de las contradicciones del desarrollo capitalista de la Ar­
gentina de posguerra. Los efectos destructivos de la industrializa­
ción súbita, de capital intensivo y tecnológicamente sofisticada, tal
como la promovieron las actividades de las firmas automotrices
extranjeras, se proponen a menudo como una explicación cabal del
levantamiento. Esas interpretaciones se extendieron en la gran sen­
sación de privación y pérdida de privilegios experimentada por el
muy bien pagado proletariado automotor, cuyas aspiraciones de
movilidad se vieron crudamente frustradas por la declinación de la
industria automotriz cordobesa, y en los problemas exacerbados por
un régimen político que dejó a los sectores dinámicos de la econo-
rhía las manos libres para que atacaran sus costos laborales. Dada
la ausencia de alternativas electorales, la clase obrera cordobesa,
182 El Cordobazo

liderada por los trabajadores del automóvil, fue supuestamente


empujada a lo que, efectiva si bien inconscientemente, eran posi­
ciones revolucionarías. Se vio así el Cordobazo como una especie de
asalto obrero al poder estatal, si bien frustrado y rudimentario. En
síntesis, se describió a la protesta como encabezada por los secto­
res más privilegiados de la clase obrera, en una ciudad donde la
conciencia de clase se había desenvuelto más precozmente debido a
su desarrollo económico excéntrico.1
Las insatisfactorias interpretaciones del Cordobazo han sido el
resultado de dos enfoques: una aplicación inadecuada de teorías
sobre la aristocracia obrera, que equipara de manera simplista los
salarios más altos del proletariado automotor con un status privile­
giado y por lo tanto con una sensibilidad inusual al deterioro de la
economía local; y, a la inversa, la atribución de un status de “van­
guardia” a los trabajadores, y con ello una mayor inclinación a
emprender una crítica sistemática de las relaciones capitalistas de
producción en virtud de su empleo en una empresa industrial mo­
derna y multinacional. Á menudo ha habido también lisa y llana­
mente inexactitudes en lo que respecta a los hechos mismos del
levantamiento. Los estudios existentes sobre el Cordobazo han
omitido reconocer de manera adecuada la diversidad de la clase
obrera que participó en él, y también subestimaron la complejidád
social del acontecimiento: la importancia de la intervención de otras
clases y grupos que fue exclusiva de Córdoba y que carecían de los
objetivos específicos de los sindicatos. La destrucción y la pérdida
de vidas causadas por la protesta, por ejemplo, no pueden explicar­
se simplemente por la irá de la clase obrera. La violencia que rodeó
al suceso fue sin duda mayor que la profundidad del descontento
obrero, y los centros de destrucción y resistencia, los barrios Clíni­
cas y Alberdi, eran vecindades estudiantiles y ño cotos obreros.
Después que el ejército entró en la ciudad al anochecer del 29 de
mayo, los trabajadores, tal vez asustados por lo que habían desen­
cadenado, se retiraron en su mayoría de la protesta, mientras los
estudiantes y los francotiradores, estos últimos nunca identifica­
dos pero probablemente integrantes de la izquierda clandestina de
Córdoba, resistían el avance del ejército. El Cordobazo fue una pro­
testa popular con un carácter predominantemente obrero, pero tam­
bién contenía elementos de una rebelión popular y una insurrec­
ción urbana independientes del control de los trabajadores.
Obviamente, el Cordobazo se produjo en un ámbito económico y
social único. El tardío y repentino desarrollo industrial de Córdoba
había creado una clase y un movimiento obrero locales que eran
más independientes, democráticos y combativos que en cualquier
otra parte del país, y que tenían algunas características muy partí-
El Cordobazo 183

culares. No obstante, en sí mismo el desarrollo de la ciudad encabe­


zado por la industria automotriz ofrece una explicación insatisfac­
toria del levantamiento. El Cordobazo fue un hecho, complejo en el
cual amplios sectores de la clase obrera, así como de otras, partici­
paron bajo el peso de influencias culturales, intelectuales y políti­
cas que, en conjunto, eran probablemente más poderosas que los
problemas inmediatos de la industria automotriz o la economía lo­
cal. Los orígenes inmediatos del Cordobazo se encuentran en la
política obrera local. Los sindicatos que tomaron parte en él esta­
ban influidos por diversos factores, y la protesta se explica mejor no
como un resultado de la singularidad socioeconómica de Córdoba
sino de las condiciones existentes en determinados sindicatos.
La ciudad era ciertamente un terreno propicio para una explo­
sión popular con intensa participación obrera, pero las razones de
ello son complicadas e incluyen no sólo los problemas de la econo­
mía local y el carácter de su clase obrera sino también influencias
políticas y culturales generales que afectaban a los trabajadores lo
mismo que a muchos otros cordobeses. La participación obrera en
el levantamiento fue así el producto de una historia particular, con
todas las intrincaciones y matices que implica cualquier historia.
Más importante: fue el resultado de las frustraciones e inquinas
acumuladas en todas las clases de la ciudad a lo largo de casi tres
años de gobierno autoritario. Esa frustración encajó con la tradi­
ción de resistencia y militancia de los trabajadores locales y con las
estrategias específicas que los sindicatos cordobeses habían elabo­
rado para enfrentarse a la dictadura.

En primer lugar es importante reconocer la influencia que tuvie­


ron las movilizaciones de la CGTA para hacer posible el Cordobazo.
El fracaso de la Confederación General del Trabajo de los Argenti­
nos en cumplir su temprana promesa y proponer una alternativa
seria al conservador y cada vez más ineficaz sindicalismo de nego­
cios practicado por Augusto Vandor y la Confederación General del
Trabajo no implicó que el movimiento obrero retornara súbitamente
al statu quo. Con la bendición de Perón, Vandor pudo recuperar el
control de gran parte del movimiento sindical, pero quedaron
bolsones de resistencia, especialmente en las provincias. En Tucu­
mán y Rosario, los ongaristas eran todavía una fuerza poderosa y
obstaculizaron los intentos de integrar sus movimientos a la CGT
de Vandor. En Córdoba, los partidarios de la CGTA aún dominaban
el movimiento gremial local. A decir verdad, a pesar de las negocia­
ciones de Alejo Simó con Vandor y de los ruidos sordos provenien­
tes de otros sindicatos peronistas de la CGTA, la alianza obrera to­
184 El Cordobazo

davía estaba intacta en la ciudad. La razón misma que había lleva­


do a los sindicatos peronistas a la CGTA, la ineptitud o falta de dispo-.
sición de la comente principal del movimiento obrero peronista para
proteger los intereses sindicales locales, seguía siendo el factor deci­
sivo que mantenía unida a la alianza. Una coincidencia de intereses
y un consenso sobre las tácticas entre estos sindicatos impedían que
Vandor quebrara a Córdoba y hacían posible la militancia.
La vitalidad ininterrumpida de la alianza de la CGTA de Córdoba
se topó cón la necesidad inmediata de resolver nuevos problemas
que afectaban a ciertos sectores de la clase obrera cordobesa. Las
políticas económicas de Onganía afectaban adversamente los inte­
reses obreros en general, pero algunas industrias locales estaban
experimentando lo que podría describirse justificadamente como
una crisis. Las industrias automotriz y metalúrgica atravesaban los
peores años de su historia; las compañías intentaban aprovechar la
situación de debilidad del Sindicato de Mecánicos y Afines del Trans­
porte Automotor y la constante posición de indefensión de los tra­
bajadores de Fiat para disminuir los costos laborales mediante la
reducción de la semana de trabajo y las suspensiones temporarias
de la producción. Ante los trabajadores de los talleres de partes y
componentes pequeños dé la ciudad se levantó la perspectiva de una
pérdida permanente de los medios de vida, dado que a principios de
1969 los siempre frágiles empresarios metalúrgicos atravesaron una
serie de quiebras. Los propietarios de los talleres y las pequeñas
fábricas autopartistas que constituían la industria local eran inflexi­
bles a todas las demandas sindicales, incluyendo las referidas a la
controversia de las quitas zonales, una cuestión que se erigió en uno
de los mayores reclamos de la Unión Obrera Metalúrgica y alentó su
constante colaboración con los sindicatos de la CGTA,
La negativa de la patronal a eliminar las quitas zonales» la tasa
salarial diferencial usada sólo en su industria que otorgaba meno­
res sueldos a los trabajadores metalúrgicos del interior, obligó a
Simó a pronunciarse. Era poco lo que la UOM podía hacer para re­
sistirse a las quiebras e incluso a las suspensiones de la produc­
ción, pero la credibilidad en la conducción del sindicato descansa­
ba en sus esfuerzos para resolver exitosamente la cuestión de las
quitas zonales. La controversia sobre éstas, una práctica muy mal
tomada por los trabajadores de la UOM cordobesa a causa del tra­
tamiento privilegiado que otorgaba a sus pares porteños, en reali­
dad había comenzado en 1966. En el convenio colectivo nacional
alcanzado varios meses después del golpe de Onganía, la patronal
había acordado a regañadientes iniciar su eliminación gradual, un
compromiso que en última instancia los empresarios cordobeses no
cumplieron. Para Simó y la UOM local, el problema amenazaba su
El Cordobazo 185

liderazgo, dado que en otras provincias ios empresarios eliminaron


unilateralmente la práctica mientras sus jefes se quedaban inmóvi­
les. En marzo de 1969, como una concesión a Vandor para ayudar­
lo en su intento de recuperar la díscola UOM cordobesa, el Ministe­
rio de Trabajo eliminó las quitas zonales. Una vez más, los empresa­
rios cordobeses ignoraron alegremente la orden del ministerio.2 La
renuencia de Vandor a impulsar la cuestión en nombre de Córdoba
empujó a Simó a reanudar una estrecha relación operativa con los
sindicatos de la CGTA en el mes del Cordobazo.
Los problemas de la UOM con las quitas zonales se convirtieron
en uno de los puntos de reagrupamiento del movimiento obrero
cordobés en las semanas que culminaron en el Cordobazo. Los tra­
bajadores del SMATA también contribuyeron con un reclamo a las
frustraciones en ascenso de la clase obrera local. Incapaz de reducir
sus costos laborales a través de despidos, que habrían sido una
forma segura de provocar una respuesta sindical inmediata, IKA-
Renault se levantó como el principal partidario provincial de la re­
vocación de la ley del “sábado inglés”, una concesión especial que
en varias provincias otorgaba a los trabajadores de determinadas
industrias un jornal entero a cambio de que trabajaran medio día
los sábados. Como la ley nunca había sido aprobada en Buenos
Aires, IKA-Renault podía apuntar a ella como otro factor responsa­
ble de la incapacidad de la empresa para competir con las nuevas
firmas instaladas allí, y argumentar de manera convincente en fa­
vor de su derogación. La ley era especialmente apreciada por los
trabajadores automotores de Córdoba, que estaban sometidos a
condiciones laborales más penosas que la mayoría de la clase obre­
ra cordobesa, y la preocupación del sindicato por una posible anu­
lación era grande.
A fines de marzo, representantes de la Unión Industrial Argenti­
na presentaron a Adalbert Krieger Vasena un documento solicitan­
do la abolición de la ley en las provincias donde el sábado inglés
aún estaba en vigor: Córdoba, Mendoza, San Luis, Santiago del
Estero y Tucumán. El 12 de mayo, el gobierno la derogó. El SMATA
se preparó inmediatamente para resistir, y Elpidio Torres convocó a
una asamblea general para el 14 de mayo en el Córdoba Sport Club.
La asamblea de ese día, disuelta violentamente por la policía, termi­
nó con Torres en el papel de agitador y conductor de columnas de
trabajadores del SMATA hacia la ciudad, cuyas áreas céntricas és­
tos controlaron durante algunas horas.3
El enfrentamiento con la policía marcó el fin de la frialdad de
Torres para con los otros sindicatos de la ciudad. Las presiones a
las que había estado sometido su liderazgo durante los tres años
precedentes habían llegado a su clímax con el problema del sábado
186 El Cordobazo

inglés. Mizaei Bizzotto, un trabajador de la fábrica de IKA-Renault


en Perdriel, recordaba que la ira en la planta aumentó palpablemente
después de la concentración del 14 de mayo y que incluso los baños
de la fábrica se convirtieron en lugares de discusión política, donde
la indignación y la resolución de responder a las provocaciones del
gobierno eran los sentimientos que prevalecían de manera abruma­
dora. Torres, siempre sensible a los cambiantes humores de su sin­
dicato, comenzó a buscar a Simó, y luego a Agustín Tosco, para
coordinar una demostración en contra del gobierno. El resultado
fue un grupo de sindicatos listos para una gran protesta, no a cau­
sa de presuntas contradicciones inexorables de la industrialización
cordobesa basada en el automóvil, sino por una confluencia de fac­
tores, con una gran influencia de las vicisitudes de la política obrera
nacional y provincial, que afectaban a amplios sectores de la clase
obrera local y planteaban ciertas posibilidades de cooperación entre
sindicatos de diferentes lealtades políticas.

Las movilizaciones del movimiento obrero cordobés fueron con­


temporáneas de un repunte del activismo estudiantil, gran parte del
cual respondía a la revitalizada izquierda cordobesa. Los casi 30.000
estudiantes universitarios de la ciudad habían reaparecido como
fuerza política con su colaboración en las campañas sindicales de
la CGTA, y hacia comienzos de 1969 las facultades de la calle Obis­
po Trejo y de la cercana Ciudad Universitaria eran los centros extra­
oficiales de la oposición local al régimen. Isabel Rins, estudiante
universitaria en 1969, escuchaba con interés los infaltables deba­
tes políticos de sobremesa en el gran salón comedor universitario
donde cada noche comían más de 5.000 estudiantes. Para ella, y
para muchos otros, esos debates constituían su iniciación política y
el comienzo de un interés personal en la política. Para una minoría,
señalaron el comienzo de una vida como activistas de izquierda;
algunos incluso se convirtieron en guerrilleros. Para casi todos los
estudiantes, muchos de los cuales provenían de pequeñas ciudades
y chacras conservadoras de la provincia, se trataba de una expe­
riencia que los alentaba a cuestionar los prejuicios e ideas precon­
cebidas que habían llevado con ellos a la universidad —en el caso
de Isabel Rins, a rechazar finalmente el antiperonismo casi tribal
cultivado en su hogar radical de Río Cuarto— . En las peñas estu­
diantiles (reuniones de música folclórica y discusión política), en sus
clases y dormitorios, peruanos, bolivianos, paraguayos y estudian­
tes de otros países vecinos se mezclaban con los argentinos, con lo
que se dio forma a una cultura estudiantil izquierdista exclusiva­
mente cordobesa, nacida de una común identidad latinoamericana
E l Cordobazo 187

y de la lectura y discusión generalizadas de los textos clásicos del


pensamiento socialista.
Los estudiantes universitarios de Córdoba se habían opuesto a
Onganía casi desde los primerísímos días de la dictadura. En los
meses iniciales del régimen, la resistencia estudiantil a las purgas
que Onganía realizaba en las facultades y a sus políticas universita­
rias en general había sido viva y fogosa. Su primer clímax lo alcanzó
en septiembre de 1966 cuando, en lo que vino a ser un ensayo gene­
ral del Cordobazo, los estudiantes ocuparon el Barrio Clínicas, las
veinte cuadras de pensiones estudiantiles y centro histórico de la
vida política universitaria, como protesta contra el régimen. Onganía
respondió con la clausura de la poderosa Federación Universitaria
de Córdoba (FUC), la organización que coordinaba ia política estu­
diantil, y todas las otras organizaciones políticas de los estudiantes.
La resistencia de éstos pasó entonces a la clandestinidad, dividida
entre la Coordinadora Estudiantil en Lucha, marxista, y el peronis­
ta Frente Estudiantil Nacional, una grieta que sólo se cerró cuando
ambos encontraron una causa común en la campaña de la CGTA.4
En la clandestinidad, la política estudiantil se hizo cada vez más
radicalizada y tanto los marxistas como la izquierda peronista ga­
naron adeptos. Gonzalo Fernández, estudiante universitario que
regresó a Córdoba a fines de 1968 luego de dos años de estudios
avanzados en los Estados Unidos, descubrió lo mucho que había
cambiado la política estudiantil durante su ausencia. La simpatía
por las soluciones revolucionarias había aumentado de manera
palpable, y los grupos moderados como el Movimiento Universitario
Reformista, que coordinó la resistencia contra Onganía en los pri­
meros meses del régimen, habían sido casi completamente eclipsa­
dos por grupos más radicalizados. Muchos de sus amigos que anta­
ño habían militado en organizaciones estudiantiles católicas eran
ahora peronistas de izquierda.
El movimiento estudiantil radicalizado de Córdoba era parte de
un fenómeno internacional e indudablemente sufrió la influencia
de cierto mimetismo cultural, en especial de la política estudiantil
francesa. Lo mismo que entre sus pares de los Estados Unidos y
Europa, en el activismo de los estudiantes universitarios cordobe­
ses había un elemento de diletantismo político.
Para muchos, la militancia política se limitaba a los cuatro o
cinco años necesarios para conseguir el título universitario, y la
participación en una u otra de las organizaciones estudiantiles
era casi un rito de pasaje obligatorio para la respetabilidad de
clase media. Pero en Córdoba había también elementos que die­
ron a la rebelión generacional una significación histórica rara vez
vista en otros ejemplos de activismo estudiantil. Uno de tales ele­
188 E l C ordobazo

mentos era el peso social que la universidad tenía en la vida cordo­


besa. Tradicionalmente, las organizaciones estudiantiles habían sido
aceptadas como interlocutores políticos legítimos por las autorida­
des locales, y la política universitaria nunca se había limitado ex­
clusivamente a asuntos educacionales, como por primera vez lo
demostró elocuentemente la Reforma Universitaria de 1918. Así,
había llegado a crecer entre los estudiantes la expectativa de ejercer
una influencia política que era inaudita en el resto deí país, un he­
cho que sin duda hizo que su status subordinado bajo Onganía fuera
más difícil de aceptar y que precipitó su desafección y finalmente su
oposición al régimen. A pesar de la intervención de Onganía, que
obligó a los estudiantes universitarios a actuar clandestinamente,
sus organizaciones, de manera reveladora, conservaron una inte­
gridad y una efectividad institucionales sin paralelo en los partidos
políticos locales, que estaban proscriptos y en desorden, y a las que
sólo superaban los sindicatos.
Desde la Reforma Universitaria de 1918, la universidad estatal
cordobesa también se había convertido en una institución justifica­
damente igualitaria y en el único mecanismo significativo de movi­
lidad social en la provincia. Si bien el cuerpo estudiantil era
preponderantemente de clase media, en ésta había importantes gra­
daciones, y un estudiante universitario podía ser desde el hijo de un
comerciante próspero hasta la hija de un maestro rural pobre. Por
otra parte, en una época en que en la Argentina aún era posible
para un obrero industrial mantener a un hijo o una hija que desea­
ran estudiar en la universidad, un pequeño número de estudiantes
eran de origen obrero, un hecho que tal vez ayude a explicar la sim­
patía de muchos de ellos por las luchas de los trabajadores durante
esos años.5
Otro factor que daba un mayor significado al activismo estudian­
til era el papel que desempeñaba la Iglesia Católica en el estímulo
de la militancia y el disenso de los estudiantes. Luego de la Confe­
rencia Episcopal Latinoamericana de Medellín, en 1968, y la reunión
del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo en Córdoba, en la
Iglesia argentina creció la simpatía hacia el clero activista. Los teó­
logos de la liberación, si bien aún minoritarios, cobraron notorie­
dad y centraron su actividad en Córdoba. Como la universidad, la
Iglesia seguía siendo una fuerza poderosa en la ciudad y en la socie­
dad tradicional cordobesa. Aunque nacionalmente carecía del res­
paldo de un partido demócrata cristiano poderoso y por lo tanto su
influencia política estaba circunscripta, la Iglesia conservaba poder
como institución crítica y legitimadora. Después del derrocamiento
de Perón, los principales partidos políticos, incluyendo al Comunis­
ta, se habían afanado por cultivar relaciones amistosas con ella, y
E l Cordobazo 189

en Córdoba ei anticlericalismo estaba confinado exclusivamente a


los activistas marxistas y peronistas más aguerridos del movimien­
to obrero. Por ejemplo, durante el áspero conflicto de la Iglesia con
el gobierno de Illia en referencia a los planes que proponían termi­
nar con ciertas exenciones de impuestos para los colegios privados
católicos y eliminar algunas anacrónicas dispensas legales (fueros),
los políticos locales habían guardado silencio, y Tosco y otros diri­
gentes sindicales aparecieron como los únicos críticos públicos de
la campaña de oposición de la Iglesia.6
La influencia política de ésta fue reafirmada, si bien de una for­
ma muy diferente, por la aparición de los teólogos de la liberación.
Encabezados en especial por Milán Viscovich, los teólogos de la li­
beración locales intentaban reformular la doctrina de la Iglesia con­
virtiéndola en lo que los simpatizantes católicos del lugar comenza­
ron a llamar "socialismo cristiano". Incapaces de participar abierta­
mente en política, los estudiantes pudieron encontrar un foro para
la discusión y el debate políticos en los grupos de estudio católicos
que brotaron como hongos en diversas facultades después de 1966.
En Córdoba existía también otro movimiento, el Movimiento de Rei­
vindicación por los Derechos del Pueblo, dirigido por dos sacerdotes
parroquiales, Gustavo Ortiz y Erio Vaudagna —el mismo cura pá­
rroco de la iglesia del barrio Los Plátanos donde habían comenzado
a activar los estudiantes— . El movimiento de Ortiz y Vaudagna
adhería a la teología de la liberación, y era un inspirado intento de
canalizar las simpatías políticas estudiantiles de izquierda en orga­
nizaciones auspiciadas por la Iglesia, especialmente a nivel barrial.
La significación de una Iglesia activista radicó, en general, en que
sostuvo a los estudiantes en un momento de represión social y tam­
bién en que infundió en muchos de ellos ideas políticas que equipa­
raban el cristianismo con el socialismo. La distancia entre ser cató­
lico comprometido y socialista revolucionario se hizo más corta.
Lo que contribuyó más inmediatamente a la trascendencia polí­
tica de los estudiantes fue, sin embargo, el hecho de que su número
y su poder latente hicieron posible la alianza obrero-estudiantil que
llegaría a su apogeo en el Cordobazo. Desde el estancamiento del
progreso de la CGTA, Tosco, en particular, había procurado el apo­
yo estudiantil. El secretario general de Luz y Fuerza aparecía regu­
larmente como orador en las reuniones de estudiantes y había mo­
derado su franco anticlericalismo de antaño, elogiando a las nuevas
corrientes de la Iglesia y tranquilizando con ello a los numerosos
estudiantes católicos de Córdoba, que aún sospechaban de las re­
putadas simpatías marxistas del líder obrero. Bajo la influencia de
Tosco, los trabajadores de Luz y Fuerza convocaron a huelgas de
solidaridad en los peores momentos de la represión de Onganía
190 E l Cordobazo

contra el movimiento estudiantil, y permitieron generosamente que


su edificio sindical fuera utilizado por los estudiantes con cualquier
fin, desde cursos de preparación del examen de ingreso hasta re­
uniones políticas clandestinas.7Tosco esperaba soldar una alianza
con un grupo que, según suponía justificadamente, sería un aliado
natural en cualquier enfrentamiento futuro con el gobierno. Su lar­
ga asociación con el movimiento estudiantil se debió en parte, sin
duda, a la atracción personal que sentía por un ambiente en el cual
su inteligencia y su erudición, si bien altamente personal y no aca­
démica, eran recibidas con interés y respeto. Mayormente, sin em­
bargo, se trataba de una decisión calculada y estratégica. Tosco era
plenamente consciente de que los estudiantes eran un factor de
considerable poder en la ciudad y por lo tanto dignos de su aten­
ción.
Trabajadores y estudiantes también encontraron una causa co­
mún en su oposición al gobierno provincial de Córdoba. El goberna­
dor designado por Onganía, Carlos Caballero, procuraba sofrenar
al indócil movimiento obrero de la ciudad mediante un esquema
vagamente corporativo para permitir que representantes del traba­
jo se sentaran, junto con los de las empresas, la Iglesia y los milita­
res, en un consejo asesor meramente ceremonial, un soborno que,
con bastante ingenuidad, Caballero creía calmaría los ánimos de la
clase obrera. Tuvo exactamente el efecto opuesto. Aunque era una
cuestión que preocupaba principalmente a los dirigentes obreros
políticamente más sofisticados, como Tosco, todos los grandes sin­
dicatos de la ciudad desdeñaron públicamente la oferta del gober­
nador.
De las filas de la clase obrera surgieron acusaciones contra las
tácticas intimidatorias usadas por el gobierno provincial: brigadas
fantasmas que incluían policías fuera de servicio y matones locales
y operaban con la bendición oficial para acobardar a los sindicatos
y obligarlos a cooperar con el gobierno.8 Caballero agravó la
desafección obrera y estudiantil al encolerizar a los habitantes de
clase media de la ciudad cuando a comienzos de 1969 incrementó
los impuestos a la propiedad, enajenándose aún más a un gran
segmento de la población ya descontenta con la suspensión de las
libertades cívicas y la pérdida de toda participación política bajo el
régimen autoritario de Onganía. El carácter popular del Cordobazo,
el respaldo que obtuvo de diversas clases y grupos, debió mucho al
torpe manejo que del gobierno provincial hizo Caballero en un mo­
mento particularmente sensible.
El Cordobazo del 29 y 30 de mayo de 1969 llevó a su clímax una
campaña de una semana de duración de oposición a Onganía por
parte de los trabajadores y estudiantes de la ciudad. Durante ese
EL Cordobazo 191

mismo mes, muchos de los principales sindicatos de Córdoba en­


frentaron, de manera coincidente, graves problemas en sus respec­
tivas industrias. Además de los problemas que seguían sufriendo
los trabajadores de IKA-Renault y la UOM, los de otras industrias
eran sujetos por sus empleadores a nuevas presiones. Atilio López y
la Unión Tranviarios Automor reaparecieron luego de un distancia-
miento de casi siete años de la política sindical local para organizar
una serie de huelgas de protesta contra una propuesta de reorga­
nización del sistema de transporte urbano que habría perturbado gra­
vemente los planes de jubilación y las categorías.9 En las semanas
que culminaron en el Cordobazo, los choferes, amargados por el fra­
caso de las cooperativas obreras que se habían establecido en algu­
nas líneas luego de la privatización de la empresa municipal de óm­
nibus en 1962 e inquietos con la perspectiva de la inminente rees­
tructuración del sistema de transporte público de la ciudad, se con­
taron entre los miembros más activos de la clase obrera cordobesa.
Luz y Fuerza, un sindicato normalmente inmune a conflictos tan
ásperos con la patronal, tenía sus propios motivos para llevar su
müitancia un paso más adelante. Un nuevo plan gubernamental para
la racionalización de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba y
la privatización parcial de la energía eléctrica en la provincia eran
considerados como el primer paso hacia la disolución de la empresa
pública y finalmente la privatización completa de la industria.10
Ese mayo fue también un mes excepcionalmente tenso para los
estudiantes, en la medida en que el gobierno redobló sus esfuerzos
para sofocar cualquier signo de actividad política en las universida­
des del país. El 15 de mayo, una huelga estudiantil de la Universi­
dad del Nordeste en Corrientes fue violentamente reprimida por el
ejército, con el saldo de un estudiante muerto y varios heridos. Los
acontecimientos de Comentes fueron la chispa de una protesta es­
tudiantil nacional en la cual quienes aún eran leales a la CGTA y los
estudiantes marcharon del brazo por ciudades tales como La Plata,
Rosario y Tucumán. Como era de prever, la mayor de las protestas
fue la de Córdoba. Allí, las manifestaciones estudiantiles fueron las
de base más amplia, incluyendo la participación de los Sacerdotes
del Tercer Mundo, los independientes de Tosco y una serie de sindi­
catos peronistas. Después de enfrentamientos separados con la
policía, que culminaron con la erección por parte de los estudiantes
de barricadas en las calles del Barrio Clínicas el 23 de mayo, las
relaciones amistosas entre los movimientos obrero y estudiantil se
convirtieron en una virtual alianza, y la sede central de la CGT en
Vélez Sarsfield sirvió como lugar de reunión tanto para los sindica­
tos como para las organizaciones políticas estudiantiles. El 25 de
mayo Tosco pronunció en la universidad un discurso que cimentó
192 E l Cordobazo

públicamente la alianza entre obreros y estudiantes y preparó a unos


y otros para los sucesos del Cordobazo.M

Entre tanto, dentro del movimiento obrero se profundizaba el es­


píritu ecuménico de las últimas semanas y aumentaban las oportu­
nidades para la cooperación entre sindicatos. Hasta Torres superó
su tradicional aversión a los enredos comprometedores y trabajó en
estrecha unión con otros dirigentes como Tosco y Simó. Las presio­
nes de las provincias, especialmente de la CGT cordobesa, habían
impulsado tanto a la CGTA nacional corno a la renuente CGT de
Vandor a coordinar un paro general de 24 horas para el 30 de mayo.
En Córdoba, los sindicatos negociaron para iniciarlo el 29 y exten­
der la protesta local a 48 horas. Fernando Solís, un empleado admi­
nistrativo de la forja de IKA-Renault, fue uno de los muchos traba­
jadores de esa empresa que expresaron su respaldo a un paro acti­
vo, con abandono de las tareas y marcha por el centro de la ciudad,
en vez del paro dominguero o matero propugnado por Vandor y la
CGT vandorista. Los líderes sindicales compartían ese sentimiento
y, decidido el paro de 48 horas, se reunieron el 28 de mayo en la
sede central de Luz y Fuerza, junto con los dirigentes de las princi­
pales organizaciones estudiantiles, a fin de coordinar la protesta.
Como un gesto de apoyo a la demostración más ambiciosa de Cór­
doba, la CGTA envió a Ongaro a la ciudad para participar en los
acontecimientos.
Ongaro fue detenido a su llegada a Córdoba en la mañana del 27
de mayo. Su arresto probablemente facilitó la coordinación de la
protesta y aumentó la cooperación entre los sindicatos, contribu­
yendo a hacer de aquélla un asunto estrictamente cordobés sin
implicaciones partidistas. En la reunión del 28, Tosco, Torres, Mi­
guel Ángel Correa, López, Alfredo Martini (principal lugarteniente
de Simó en la UOM local) y varios representantes estudiantiles acor­
daron marchar al día siguiente en columnas separadas: una desde
Santa Isabel, en la que se agruparían principalmente los trabajado­
res de SMATA que subirían por Vélez Sarsñeld hasta la plaza, y la
otra dirigida por los trabajadores de Luz y Fuerza desde las oficinas
de la EPEC, que marcharía por la Avenida Colón (para un mapa de
la ciudad, véase la Figura I en el Capítulo 1). Debían encontrarse
alrededor del mediodía frente a la sede central de la CGT y organizar
allí una concentración. A los cuatro principales sindicatos partici­
pantes en la protesta —Luz y Fuerza, el SMATA, la UOM y la UTA—
se les asignaron sectores separados de la ciudad, donde cada uno
debería coordinar la resistencia en caso de que la policía disolviera
la manifestación. (Si bien la violenta represión policial y la conse­
E l Cordobazo 193

cuente confusión impedirían la pulida ejecución de este plan, en las


primeras horas del Cordobazo se harían intentos, en especial por
parte de Luz y Fuerza, para establecer una resistencia ordenada en
los distritos asignados.)12
En escritos y entrevistas posteriores, Tosco destacó los objetivos
políticos premeditados de los sindicatos; insistió en que las inter­
pretaciones que postulaban la naturaleza espontánea del Cordobazo
eran erróneas y que los sindicatos y sus aliados estudiantiles te­
nían designios tácticos bien definidos y una finalidad política de­
trás de la protesta.13 En rigor de verdad, en las primeras horas de
ésta los sucesos se desarrollaron en gran parte como se había pla­
neado. En la mañana del 29, bien temprano, Torres y sus colabora­
dores más íntimos del SMATA abandonaron la sede del centro y se
dirigieron a las puertas de la fábrica de IKA-Renault. Torres llegó
justo en ei momento en que el turno nocturno se iba del complejo;
el turno matutino ya estaba trabajando en las plantas. Durante la
siguiente hora y media, de departamento en departamento corrió la
voz de un abandono inminente de las fábricas. Francisco Cuevas
trabajaba en un taller de maquinaria y era uno de los muchos tra­
bajadores que veían a Torres como un hacedor de arreglos, un “bu­
rócrata” que negociaba con la empresa a puertas cerradas, “bajo
c u e r d a No obstante, dejó sus tareas junto con prácticamente to­
dos los miembros de su departamento para marchar detrás del líder
del SMATA cuando su delegado dio la señal. De manera similar, Niño
Chávez, que trabajaba en el departamento de pintura, vio a sus
compañeros abandonar en masa los puestos de trabajo. A medida
que se iban de las plantas, los trabajadores tomaban barras de
metal, herramientas, rodamientos, pernos y cualquier otra cosa que
hubiera a mano para defenderse a sí mismos. Fuera de las puertas
de la fábrica, Torres pronunció un breve discurso. A eso de las once
de la mañana, y seguido por cerca de 4.000 trabajadores del SMATA,
entre ellos Pablo y Juan Baca, se encaminó a la sede central de la
CGT en Vélez Sarsfield.
Oscar Álvarez, empleado administrativo de la EPEC, se reunía
entre tanto con los trabajadores de Luz y Fuerza en las oficinas de
su empresa, varias cuadras al norte de la zona céntrica. La colum­
na que debían dirigir los trabajadores de ese sindicato estaba lista
para marchar directamente a Vélez Sarsfield a través del área estu­
diantil del Barrio Clínicas. En las fábricas de Fiat, cuyos represen­
tantes sindicales controlados por la empresa no habían sido inclui­
dos en la planificación de la huelga, corrió no obstante la voz de la
manifestación en el centro, y unos pocos trabajadores abandona­
ron las plantas para marchar desde Ferreyra. Gregorio Flores se
contaba entre quienes estaban dispuestos a arriesgar una suspen­
194 E l Cordobazo

sión, y tal vez hasta el despido, para dejar sus puestos de trabajo y
marchar por la ruta 9 hasta la ciudad. Los capataces militares de
las fábricas de ÍAME, por su lado, impidieron allí cualquier abando­
no de la planta, y Manuel Cabrera, un trabajador de la fábrica de
aviones, se vio obligado a esperar hasta el fin de su turno a las dos
para marchar con el puñado de obreros de la empresa dispuestos a
caminar 14,5 km hasta el centro, que por entonces era escenario de
confusiones y tumultos.
Los trabajadores de otros sindicatos que habitualmente eran
pasivos también se movilizaron. Graciela García, una estudiante
universitaria, volvía a su casa cuando se sobresaltó a la vista de la
columna de ferroviarios que marchaba hacia el centro; era la prime­
ra vez en años que veía a trabajadores de ese gremio participar en
una protesta. Juan, metalúrgico, descubrió que el descontento de
sus compañeros con Simó, la representación sindical de la UOM
local y el repetido fracaso en resolver los problemas referidos a con­
diciones de trabajo y categorías en su fábrica autopartista no les
impedían ese día apoyar a su sindicato. Miguel Contreras y otros
que trabajaban en un pequeño taller metalúrgico de la calle La Río-
ja que proveía de autopartes a IKA-Renault también estaban des­
contentos con su representación de la UOM y habían tratado sin
éxito de afiliarse al SMATA. Pero a pesar de su oposición a Simó,
también hicieron caso al llamado del sindicato a abandonar el tra­
bajo y marchar hacia el centro. Algunos trabajadores de la UOM no
lo hicieron. El propietario de un taller autopartista del Barrio Mitre,
que era proveedor de la fábrica Grandes Motores Diesel de Fiat,
después del trabajo llevó en auto a sus, casas a sus operarios afilia­
dos a la UOM, y en su barrio cerca del complejo Fiat el día transcu­
rrió en calma. Esos trabajadores, de quienes el empresario dijo que
“no habían hecho ni un solo día de huelga” en su taller, eran no
obstante la excepción, ya que incluso los afiliados a los sindicatos
más inactivos adhirieron a la protesta.
Entre tanto, el principal contingente obrero continuaba su mar­
cha desde Santa Isabel. La columna de IKA-Renault había crecido
en varios miles de personas, al unírsele estudiantes y trabajadores
de los barrios que atravesaba, así como columnas de la UOM y otros
sindicatos. A medida que los manifestantes avanzaban hacia el cen­
tro de la ciudad, trabajadores del SMATA que se adelantaban a ex­
plorar la ruta en motocicleta llevaron a Torres la noticia de que una
enorme concentración policial, montada y con perros, estaba espe­
rándolos en la plaza para impedir el acceso a Vélez Sarsfield y la
demostración en la CGT. Al llegar a la plaza, un trabajador, Arístides
Albano, vio a estudiantes que soltaban montones de gatos vagabun­
dos y arrojaban rodamientos en las calles, tácticas que les había
E l Cordobazo 195

visto utilizar en manifestaciones anteriores para desviar la atención


de los perros de la policía y asustar a los caballos. Cuando la policía
lanzó las primeras granadas de gas lacrimógeno al acercarse las
columnas a la plaza, en represalia se les arrojaron bombas caseras
del mismo gas, de las que se decía habían sido fabricadas por estu­
diantes de Química.
Como resultado de la presencia policial, algunos trabajadores se
desplegaron por las barriadas adyacentes —Barrio Nueva Córdoba,
área estudiantil al este, y Barrio Güemes, zona obrera al oeste— ,
donde los vecinos se apresuraron a dar a los manifestantes esco­
bas, botellas y todo lo que pudieran usar como defensa. Algunos de
los manifestantes, como Pablo, el descontento trabajador del depar­
tamento de pintura de IKA-Renault, creyendo que la protesta iba a
ser otra insustancial demostración más, abandonaron la columna
cuando ésta llegó al centro, dirigiéndose a sus casas. La mayoría,
sin embargo, estaba dispuesta a contemplar su desenlace y siguió
su marcha.
Cuando el grueso de la columna bajó por Vélez Sarsfield hacia el
Boulevard San Juan, la policía se aterró y abrió fuego, matando a
un trabajador, Máximo Mena, e hiriendo a muchos otros. Después
del pánico inicial, por las filas de los miles de manifestantes que
permanecían en Vélez Sarsfield se difundió una ola de indignación
y resolución. A la vista de esos miliares de trabajadores ahora enco­
lerizados y amenazantes que marchaban resueltamente hacia ella,
al principio la policía vaciló y comenzó a retirarse, luego huyó en
desbandada. Desde ese momento, la protesta perdió su organiza­
ción y se transformó en una rebelión espontánea.
Minutos después del choque entre trabajadores y policía, aterra­
dos comerciantes se apresuraron a dar por terminada la jornada,
tapiando las vidrieras e interrumpiendo toda actividad comercial.
Los trabajadores que habían atravesado los barrios adyacentes vol­
vieron a unirse al resto de la columna y comenzaron a erigir barri­
cadas y encender hogueras en Vélez Sarsfield y las calles de los al­
rededores. A los trabajadores del SMATA pronto se les unieron los
residentes del centro, que habían observado el enfrentamiento des­
de sus ventanas y balcones y compartían ahora la expresión de in­
dignación colectiva no sólo contra la acción policial sino también
contra tres años de Intimidación y régimen autoritario. El estudian­
te universitario Luis Muhio quedó sorprendido al ver a los residen­
tes de clase media del centro aportar sus colchones, muebles y otras
pertenencias para levantar las barricadas y encender hogueras.
Innumerables gestos de esa solidaridad de todas las clases se ve­
rían durante todo el día en los barrios a lo largo y lo ancho de la
ciudad.
196 E l Cordobazo

Mientras tanto, unidades policiales habían impedido que la co­


lumna obrero-estudiantil de Tosco avanzara hacia la sede de la CGT,
por lo que ésta intentaba llegar a Vélez Sarsfield por una calle para­
lela, La Cañada. Encabezada por los trabajadores de Luz y Fuerza,
esta columna también incluía contingentes de sindicatos legalistas
como la UTA y los estatales de la Asociación de Trabajadores del
Estado (ATE) y había sido atacada por la policía con gas lacrimógeno
junto a las oficinas de la EPEC, donde se habían congregado para la
marcha. A la furia de los afiliados del SMATA se sumó la ira de estos
trabajadores a medida que se abrían paso hacia Vélez Sarsfield. Al
alcanzar allí a los trabajadores mecánicos, !a columna de Tosco se
confundió en la protesta general. Algunos permanecieron en Vélez
Sarsfield mientras otros se dirigían a los barrios de los alrededores
de las sedes centrales del SMATA y Luz y Fuerza para iniciar otro
foco de resistencia. Por doquier, a medida que corría la voz sobre el
ataque policial, la protesta se convertía en una rebelión que abarca­
ba toda la ciudad. Hacia la una de la tarde, se levantaban barrica­
das y hogueras en un área que cubría unas 150 cuadras, desde los
barrios Alberdi y Clínicas al oeste hasta la Avenida Vélez Sarsñeld al
este, y desde las barriadas a orillas del río Primero en el norte hasta
Nueva Córdoba y Güemes en el sur. En los barrios al este de Vélez
Sarsfield, bandas errantes de trabajadores y estudiantes incendia­
ban autos y se movían a voluntad mientras la policía se retiraba
hacia el cabildo y la Plaza San Martín, estremecida y confusa con
respecto a las medidas a tomar a continuación.
Como las sedes centrales del SMATA y de Luz y Fuerza se encon­
traban dentro de la zona ocupada, Tosco y Torres, éste inicialmen-
te, intentaron establecer cierto grado de organización y control so­
bre la protesta. Estudiantes y trabajadores se trasladaban en
motocicletas de una a otra barricada, reuniendo información para
coordinar la resistencia. Había mensajeros que iban y venían entre
los dos edificios sindicales, y Tosco visitó las barricadas que consi­
deraba estratégicas. No obstante, la protesta asumió un carácter
espontáneo, respondiendo a los flujos y reflujos de la lucha en las
calles y sin atender a ningún plan táctico más general. La dirigencia
sindical trabajaba en gran medida en la oscuridad, apenas capaz de
seguir el curso de los acontecimientos, y mucho menos de contro­
larlo. En las últimas horas de la tarde, la protesta se convirtió en
destrucción. En la Avenida Colón, la principal calle comercial de la
ciudad, los manifestantes habían incendiado las oficinas de Xerox
Corporation, un concesionario Citroen y otros negocios. La destruc­
ción de locales de empresas extranjeras como Xerox y Citroen no
era accidental. Así como la clase obrera porteña había dado rienda
suelta a su furia colectiva el 17 de octubre de 1945 contra el Jockey
El Cordobazo 197

Club y otros símbolos del privilegio aristocrático, los manifestantes


cordobeses hicieron blanco en representantes del gobierno y el im­
perialismo. Pero el humor general en Córdoba era más eufórico que
vengativo. Lidia Alfonsina, propietaria de una pensión estudiantil
en el Barrio Clínicas, conocida popularmente entre los estudiantes
como la tucumana, caminó hasta la Avenida Colón y la atmósfera le
pareció festiva; la destrucción se hacía con más alegría que maldad.
La tucumana no vio saqueos desenfrenados de negocios, y a decir
verdad algunas de las características distintivas de la destrucción
que rodeó al Cordobazo fueron la baja incidencia del pillaje y la pre­
ferencia por blancos con algún simbolismo político e ideológico. Si
bien hubo ejemplos de saqueos y cierta violencia gratuita, el carác­
ter de la destrucción tuvo un íin político más determinado que la
violencia ejercida en los disturbios del 17 de octubre de 1945 o en el
Bogotano y otras protestas urbanas latinoamericanas del siglo XX.
Sin embargo, cuando la destrucción se difundió a otras partes de
la ciudad, el ejército se preparó para intervenir. Se convocaron uni­
dades del Tercer Cuerpo con base en Córdoba, que se encaminaron
al límite occidental de la ciudad a eso de la una de la tarde. Osvaldo,
un estudiante de Ingeniería que estaba haciendo el servicio militar
en la época del Cordobazo, apenas sabía lo que estaba pasando en
el centro, como otros conscriptos, pero al caer la tarde estaba arma­
do y uniformado y recibía la orden de prepararse para marchar so­
bre la convulsionada ciudad. El comandante del cuerpo, general
Sánchez Lahoz, emitió a lo largo de la tarde varios comunicados
anunciando una inminente ocupación de la ciudad y exigiendo que
los manifestantes abandonaran las barricadas y regresaran a sus
hogares. Estos comunicados demostraban que los militares opera­
ban de acuerdo con la falsa suposición de que el levantamiento res­
pondía a un mando central. A pesar de los intensos esfuerzos de
Tosco por restaurar la disciplina, esto era manifiestamente imposi­
ble. El dirigente lucifuercista, por ejemplo, no había estado involu­
crado en los incendios de la Avenida Colón ni se lo había consultado
sobre la decisión de quemar el club de oficiales subalternos en su
distrito, en las calles San Luis y La Cañada, una acción que habría
desaprobado con especial énfasis, dado que no era útil a ninguna
finalidad táctica inmediata y aseguraba una dura represión por parte
de los militares.
En las últimas horas de la tarde hubo una calma pasajera. Ex­
haustos tras casi cinco horas de protesta, estudiantes y trabajado­
res descansaban en los bancos de las plazas y en las esquinas, char­
lando sobre los sucesos del día. Por esa hora, las ñlas de los mani­
festantes obreros empezaban a menguar. Si bien miles de ellos per­
manecieron en las calles a lo largo de la noche del 29, fueron más
198 E l Cordobazo

los que, como el trabajador del SMATA Juan Baca, terminaron su


protesta al anochecer. Muchos tenían familias que los esperaban
en sus casas, y la sensación de haber llegado al fin de un día de
trabajo era un freno más fuerte que cualquier interés en continuar
lo que para muchos era una protesta ya consumada. Fue recién
entonces, al emprender el regreso a sus barrios, cuando muchos
trabajadores comenzaron a percibir, algunos con remordimiento y
otros con aprensión, las consecuencias de sus actos. La destruc­
ción desencadenada había sido la peor en toda la historia de los
levantamientos cordobeses, y también en el plano nacional desde la
Semana Trágica de 1919. Edificios humeantes y esqueletos carbo­
nizados de autos, calles salpicadas con fragmentos de vidrios y ba­
rricadas y hogueras de uno a otro extremo de Córdoba daban la apa­
riencia de una ciudad en guerra. El espectáculo era tan impactante
que muchos de los organizadores obreros comenzaron a amilanar­
se, temiendo que la protesta hubiera llegado demasiado lejos. La
dirigencia de la UOM se retiró a su sede central en la más segura
zona este de la ciudad y dejó de participar por completo de! levanta­
miento. Juan Carlos Toledo, un periodista que cubría los aconteci­
mientos para un diario local, Los Principios, visitó la sede de la CGT
donde habían buscado refugio Correa y otros lideres gremiales.
Encontró allí trabajadores asustados y dirigentes aturdidos, una
visión que contrastaba con el desafío y la ira que había advertido en
los rostros de los obreros de la columna del SMATA en la Plaza Vélez
Sarsñeld sólo unas pocas horas antes. Torres había estado en su
sede sindical desde las primeras horas de la tarde y pasado de la
euforia a la petulancia y de ésta al abatimiento. Desde el comienzo
de los incendios en la Avenida Colón se había hundido en un som­
brío malhumor y cortado temporariamente las comunicaciones con
Tosco, apartándose durante un periodo de varias horas de la parti­
cipación directa en el levantamiento.
Hacia el anochecer, la protesta comenzó a asumir un carácter
diferente, a medida que la iniciativa pasaba de los trabajadores a
los estudiantes. Los dos barrios estudiantiles, Clínicas y Alberdi, se
convirtieron en los centros de la resistencia, si bien otros grupos y
clases participaban allí, en especial obreros. Jorge Sanabria, estu­
diante universitario, se sorprendió al encontrarse en su barrio, Al­
berdi, no sólo con sus compañeros sino también con vecinos que
eran amas de casa, trabajadores y comerciantes, ninguno de los
cuales había adherido antes a las protestas estudiantiles. El padre
Vaudagna también había llegado al centro de la ciudad con sus fe­
ligreses para unirse a la demostración. El Barrio Clínicas, en espe­
cial, atraía a manifestantes de toda la ciudad en un número que
Tosco estimó posteriormente en 50.000 personas, y parecía inevita­
E l Cordobazo 199

ble un enfrentamiento sangriento con el ejército. En esos momen­


tos, los francotiradores habían tomado posiciones en los techos de
los edificios del lugar y empezaban a llegar reservas de armas, de
las que se rumoreaba eran la precipitada contribución de varias or­
ganizaciones izquierdistas clandestinas, a las que al principio la pro­
testa había pescado desprevenidas.
El ejército marchaba al encuentro de esta tensa situación: las
primeras tropas llegaron a los límites del Barrio Alberdi poco antes
de las cinco. Hacia las seis, se habían trasladado a la zona de barri­
cadas de la Avenida Colón, y contestaron al fuego de los francotira­
dores de los techos con disparos de ametralladoras. A pesar de la
fuerte resistencia, las tropas avanzaban con firmeza, tomando las
calles una a una. Los francotiradores, armados principalmente con
pistolas de bajo calibre, rifles de caza y cócteles molotov, eran supe­
rados en potencia de fuego, y a medida que el ejército subía hacia el
este por las paralelas Avenida Colón y Santa Rosa, algunos mani­
festantes buscaron refugio en las pensiones y casas particulares del
barrio, mientras la mayoría abandonó decididamente la zona y se
unió a los miles que ocupaban las barricadas y encendían hogueras
en el Barrio Clínicas.
En otro extremo de la ciudad, Eduardo, el mismo estudiante de
Arquitectura al que se le había negado la entrada a la universidad
en 1966 como consecuencia del nuevo examen de ingreso de
Onganía, estaba trabajando en su empleo de tiempo parcial en la
empresa telefónica en el anochecer del 29 de mayo. Él y otros ope­
radores observaban aprensivamente la manera en que el ejército
coordinába la represión del levantamiento entrando a la compañía
de teléfonos e interviniendo las llamadas, reuniendo información a
partir de las conversaciones de ciudadanos comunes que propor­
cionaban valiosos datos logísticos y ayudaban a determinar con
precisión la localización de los francotiradores.
Como había bolsones de resistencia en otras zonas de la ciudad,
se enviaron tropas a otros barrios además del Clínicas. En barria­
das como San Martín y Nueva Córdoba, estudiantes y vecinos cons­
truyeron barricadas por su cuenta, y hubo intercambio de disparos
entre los manifestantes y el ejército en varios puntos a lo largo de
Córdoba. Pero se trataba de cuestiones menores, acciones de diver­
sión de los más importantes acontecimientos que tenían lugar en el
Barrio Clínicas.
Poco después de las once, comandos de Luz y Fuerza entraron
en la planta eléctrica de Villa Revol y produjeron un apagón en la
ciudad, exactamente como lo habían planeado la noche anterior. El
apagón desorientó temporariamente a las tropas del ejército, per­
mitiendo que los manifestantes recuperaran la iniciativa. Femando
200 E l Cordobazo

Solís, el obrero de IKA-Renault que había apoyado la idea de un paro


activo y que permaneció en las calles todo el día, estaba al anoche­
cer de vuelta en su barrio, Parque Chacabuco, escuchando la radio
de onda corta de un amigo que se las había ingeniado para sintoni­
zar las transmisiones del Tercer Cuerpo de Ejército. Solís compren­
dió entonces por primera vez la magnitud de la protesta, al escu­
char al frenético operador de la radio prometer refuerzos de Buenos
Aires y caracterizar la situación en la ciudad como crítica, al borde
de tornarse ‘'incontrolable”. En los cuarteles policiales del centro,
Héctor Maisuls, un estudiante que había sido detenido varias horas
antes, observaba a los policías ponerse cada vez más encolerizados
y ansiosos y dar rienda suelta a su frustración y humillación por ser
incapaces de suprimir el levantamiento mediante palizas a los ma­
nifestantes capturados. En la pensión de la tucumana, en el Barrio
Clínicas, las tropas del ejército entraron en busca de estudiantes,
condición que por sí sola implicaba ahora culpabilidad e invitaba a
las represalias. No obstante, por el momento la iniciativa había vuel­
to a manos de la resistencia. Durante las dos horas siguientes los
manifestantes pudieron moverse con relativa libertad, provocando
más incendios —incluyendo un intento fallido de quemar el Banco
de la Nación— mientras el ejército quedaba paralizado y sin comu­
nicaciones.
La energía se restableció a eso de la una de la mañana, y el ejér­
cito reanudó su asalto, haciendo docenas de detenciones a lo largo
de la noche e infligiendo graves pérdidas a los francotiradores. El
Barrio Alberdi y especialmente el Clínicas siguieron siendo los cen­
tros de la resistencia durante la noche, aunque los barrios al norte
y al sur de la disputada zona céntrica se convirtieron en nuevas
áreas de disturbios cuando el levantamiento se trasladó aparente­
mente a la periferia de la ciudad, donde la presencia militar era débil.
Al amanecer, Córdoba era una ciudad ocupada. Si bien podían oír­
se disparos esporádicos por doquier y los francotiradores del Barrio
Clínicas seguían ofreciendo resistencia, el ejército había apostado
tropas en puntos estratégicos a lo largo y lo ancho de la ciudad y se
movía en tanques pesados. Cuando la infantería se movilizó para el
asalto final al Barrio Clínicas, centro estratégico de la rebelión, las
marchas de protesta previamente planificadas para la huelga gene­
ral de ese día atrajeron el apoyo de gran parte del pueblo y obstru­
yeron las calles céntricas, obligando a los jefes militares a posponer
su ataque.
En las sedes del SMATA y Luz y Fuerza, los dirigentes sindicales,
principales organizadores obreros del Cordobazo —algunos asombra­
dos y otros consternados por lo que había generado su protesta—,
planificaban el paso siguiente. Tosco y los trabajadores de Luz y
E l Cordobazo 201

Fuerza que aún se encontraban en el centro de la ciudad estaban,


en general, en favor de continuar ia resistencia. Torres simplemente
esperaba que ésta terminara, convencido de que había sellado su
propio destino — la pérdida del sindicato, tal vez incluso una larga
sentencia de prisión— y de que no tenía más posibilidades de éxito.
Sin embargo, ni Tosco ni Torres se vieron obligados a tomar la deci­
sión final de resistir o rendirse. Las tropas del ejército entraron en
ambos edificios sindicales en las primeras horas de la mañana y
detuvieron a todos los dirigentes presentes. Esposados, Tosco y
Torres fueron conducidos a la comisaría central de la policía en la
Plaza San Martín. Al día siguiente, mientras se lo trasladaba en un
avión de la fuerza aérea a la penitenciaría federal de La Pampa,
Torres se enteraría de que sus peores temores se habían cumplido:
un tribunal militar lo había condenado apresuradamente a cuatro
años y ocho meses de cárcel. Sobre Tosco había recaído una sen­
tencia de ocho años y tres meses, y otros dirigentes de Luz y Fuerza,
como Felipe Alberti y Tomás Di Toffino, también recibieron duras
condenas de varios años.
Después de los arrestos de Tosco y Torres, lo que quedaba de la
participación obrera en el Cordobazo disminuyó. La resistencia se
limitaba ahora al Barrio Clínicas, pero incluso allí estaba muy debi­
litada. Alrededor de las seis de la tarde del 30 de mayo, el ejército
lanzó su ofensiva final sobre el barrio y una hora después lo había
ocupado completamente. Se informó de nuevos disturbios en las
barriadas obreras del norte de la ciudad, en especial en General
Bustos y Yofre, y en el Barrio Talleres los trabajadores ferroviarios
incendiaron los talleres de reparación del Ferrocarril General Bel-
grano. Pero se trataba de protestas aisladas y desorganizadas, los
últimos remezones del terremoto que había tenido su epicentro en
el Barrio Clínicas. Los dirigentes sindicales que seguían en libertad,
Simó y Correa de la CGTA y Miguel Godoy de la rival CGT vandorista,
acordaron realizar una sesión de emergencia de las dos centrales
para negociar la liberación de Tosco, Torres y los otros líderes obre­
ros encarcelados, pero problemas logísticos impidieron su reunión
y los militares rechazaron todas las averiguaciones de los sindica­
tos sobre la situación de los presos. Al anochecer del 30, el
Cordobazo había terminado. Los dos días previos habían dejado una
cifra oficial de doce muertos, pero la real era indudablemente mu­
cho más alta —tal vez de sesenta— . Había también cientos de heri­
dos, al menos noventa de ellos de gravedad, y más de un millar de
personas habían sido detenidas. Gran parte de la ciudad estaba
dañada, y en algunas zonas reinaba la destrucción.
Eí levantamiento había excedido en mucho las expectativas de
los organizadores. Si bien Tosco era el único de todos los dirigen­
202 E l Cordobazo

tes obreros que había imaginado algo más que una huelga general
y una demostración pacífica en ía sede central de la CGT, ni si­
quiera él previo la reacción policial o la masiva explosión popular
desencadenada por ésta. Desde el momento en que fue asesinado
Máximo Mena, el obrero de IKA-Renault, el Cordobazo no había
seguido ningún plan. A decir verdad, algunos aspectos del levanta­
miento habían sido decididos de antemano. La decisión de provocar
un apagón en la ciudad fue tomada por los trabajadores de Luz y
Fuerza independientemente de los otros sindicatos, como un plan
contingente en caso de que hubiera una dura represión de las fuer­
zas de seguridad. Luego de la retirada de la policía, la dispersión
por los barrios y ía erección de barricadas se produjo de acuerdo
con las zonas asignadas a las diversas organizaciones sindicales y
estudiantiles. No obstante, el carácter del Cordobazo fue más im­
provisado que intencional. Las organizaciones obreras y estudianti­
les que habían planeado la demostración del 29 de mayo no pudie­
ron controlar los sucesos que se produjeron cuando gran parte de
la población de la ciudad se volcó a las calles, algunos como espec­
tadores intrigados u horrorizados, pero muchos como participantes
activos en la protesta. El Cordobazo se había convertido en una re­
belión popular, un repudio colectivo al régimen de Onganía como
resultado de las múltiples frustraciones de la ciudadanía cordobe­
sa, que se expresó en el comportamiento excepcional de individuos
comunes y corrientes en otras circunstancias.
La naturaleza igualitaria de la protesta impresionó a casi todos
los que participaron en ella. Rodolfo, cura párroco de Villa Siburu
y miembro del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, había
estado en París como seminarista durante los levantamientos es­
tudiantiles de mayo de 1968 y sólo recientemente había regresado
a Córdoba. Quedó sorprendido por el carácter más popular del
Cordobazo, una protesta que parecía menos limitada a los estu­
diantes radicalizados que las que había contemplado en París, con
actos más frecuentes y genuinos de solidaridad entre diferentes
grupos y clases. Su propia parroquia obrera, Villa Siburu, estaba
constituida por “trabajadores pobres” empleados en la construc­
ción y otros que trabajaban como changarines o empleadas do­
mésticas, y sólo una minoría que se desempeñaban en los grandes
complejos automotores o en la EPEC. No obstante, esos trabajado­
res habían ido al centro de la ciudad para participar en la protes­
ta. Los ejemplos del apoyo de la clase media —amas de casa que
llevaban comida y bebida a los estudiantes y obreros de las barri­
cadas y familias respetables y aparentemente apolíticas que ocul­
taron a los manifestantes del Barrio Clínicas durante los registros
del ejército en el anochecer del 29— eran innumerables, y
E l Cordobazo 203

emblemáticos de una protesta que momentáneamente había tras­


cendido las diferencias de clase.
La clase obrera habla sido el principal protagonista del levanta­
miento, pero los intentos de los sindicatos y en especial de Tosco
por establecer algún tipo de disciplina y organización a lo largo del
29 habían fracasado ampliamente. Las detenciones de Tosco, To­
rres y los otros dirigentes sindicales en la mañana del 30 arruina­
ron toda posibilidad de preparar una resistencia obrera más coordi­
nada y sellaron la suerte del levantamiento. Lo que había provocado
el éxito inicial del Cordobazo — una explosión espontánea de furia
popular que rápidamente trascendió su marco organizativo y era
tan descentralizada que las tácticas policiales clásicas no podían
suprimirla— se había convertido en una desventaja una vez que el
ejército entró en escena. Para evitar la ocupación de la ciudad, los
manifestantes habrían necesitado una coordinación organizativa y
táctica y la aptitud y voluntad de resistir con armas propias, cosas
de las que carecían. La tardía intervención de los francotiradores,
que eran independientes de los trabajadores y que nunca entraron
verdaderamente en contacto con ellos, había sido un pobre sustitu­
to de la resistencia organizada de la clase obrera.

El carácter de la participación obrera en el Cordobazo se hace


más claro cuando se dejan de lado las explicaciones sociológicas
generales y las confusas teorías de la aristocracia laboral o la in­
dustrialización dependiente y se analizan los hechos desnudos. El
mito más grande, que según se admite pertenece más al reino del
folclore político que a la exegesis erudita, es que los así llamados
sectores privilegiados de la clase obrera local, en especial los tra­
bajadores del automóvil, dirigieron una huelga que tenía una in­
tención deliberadamente subversiva, que los sindicatos de los sec­
tores industriales modernos planificaron una especie de huelga
general revolucionaria que culminaría en el equivalente argentino
de la Comuna de París, El segundo mito, que en rigor de verdad
tiene la pátina de la respetabilidad académica, es que los trabaja­
dores de las industrias más dinámicas y de mayores salarios res­
pondían sencillamente a su pérdida de status y a las penurias
económicas impuestas por la dictadura de Onganía, que el
Cordobazo fue el resultado social del tipo peculiar y frágil de desa­
rrollo industrial experimentado por América Latina en el período
de posguerra. El inconveniente que presentan ambas interpreta­
ciones es que simplifican la naturaleza de la protesta, omitiendo
reconocer el carácter masivo de la participación de la cíase obrera
cordobesa en ella al mismo tiempo que ignoran convenientemente
204 E l Cordobazo

el hecho de que precisamente la mitad de los trabajadores de los


sectores dinámicos sólo desempeñaron un papel mínimo en los
acontecimientos del 29 y 30 de mayo. Los trabajadores de Fiat,
aún bajo el estrecho control de sus sindicatos de planta, estuvie­
ron notablemente ausentes de la protesta. Si bien un pequeño gru­
po de ellos dejó las plantas la mañana del 29, la abrumadora ma­
yoría permaneció en sus puestos y regresó a sus casas luego del
trabajo. El testimonio de Carlos Masera, futuro presidente del cla­
sista Sindicato de Trabajadores de Concord, perteneciente a Fiat,
que se enteró de la conflagración en el centro de la ciudad a última
hora del 29 mientras estaba en su casa y nunca se unió a la pro­
testa, es representativo de los relatos de otros trabajadores de Fiat.
El papel de los obreros del complejo IAME, administrado por los
militares, fue igualmente mínimo.
Lo que es más importante es que tales interpretaciones ignoran
el rol de los otros participantes obreros, distorsionando con ello la
naturaleza de la protesta. En determinado momento del Cordobazo,
casi todos los demás sindicatos cordobeses estaban en las calles.
Ambas CGT habían movilizado y preparado de antemano a los tra­
bajadores para una protesta a fin de mes, y la proximidad física de
la mayoría de ellos con el centro de la ciudad, con excepción de los
de las más distantes plantas de Fiat, facilitó la participación y adhe­
sión hasta de los sindicatos más sedentarios. El mar de fondo exis­
tente en toda la clase obrera local, avivado por ías movilizaciones de
la CGTA y las estratagemas tácticas de la jerarquía laboral, había
sido por lo tanto un factor de importancia considerable para expli­
car la naturaleza masiva del Cordobazo.
Para los principales organizadores obreros, la intención y las
metas de la protesta habían sido sin duda modestas y pragmáticas.
Problemas laborales inmediatos, como la derogación del sábado in­
glés, la disputa en curso sobre las quitas zonales y otros conflictos
con las empresas, estaban en el meollo de la participación de los
dirigentes del SMATA y la UOM. Su oposición al gobierno de Onganía
era también en parte el resultado de casi tres años de pérdida inin­
terrumpida de poder de negociación e influencia; líderes sindicales
normalmente cautelosos, como Torres y Simó, esperaban revertir la
situación a través de las tácticas militantes de la protesta aunque,
como en el pasado, habrían preferido las aguas más calmas de la
negociación y el compromiso.
Pero en el caso de los trabajadores de IKA-Renault el Cordobazo
era también la consumación de la integración del joven proletaria­
do automotor al aparato gremial, una expresión generalizada y pro­
fundamente sentida, si no de una conciencia de clase, sí de su iden­
tidad como trabajadores mecánicos, nacida de la experiencia en
El Cordobazo 205

un lugar de trabajo común, que se manifestaba en su estrecha


identificación personal con el SMATA. Realzaba este nuevo senti­
do de la identidad su percepción de si mismos como un grupo pri­
vado de derechos en la sociedad argentina debido a la proscripción
del peronismo, percepción que Torres y la dirigencia sindical ha­
bían cultivado durante más de una década. Para los trabajadores
de IKA-Renault en especial, el sindicato se había convertido en un
repositorio de los valores de solidaridad y camaradería. Su status
compartido se definía más por la pertenencia a él que a una clase
social. Si los trabajadores reaccionaron tan furiosamente en el
Cordobazo, no fue meramente a causa de una disminución sala­
rial o la reducción de las posibilidades de movilidad social, sino
para protestar contra el desprecio de la dictadura e IKA-Renault
hacia su identidad y contra las políticas concebidas para limitar el
derecho del sindicato a hablar en su nombre. La campaña de cons­
trucción sindical de Torres había tenido tal vez más éxito del que
él mismo había deseado, dado que ahora se esperaba que fuera
digno de la administración del gremio; el SMATA era ahora una
institución por encima de los intereses de su dirigencia. A pesar de
su amilanamiento en el fragor de la batalla, la participación de
Torres en la organización de la huelga del 29 de mayo, y especial­
mente su detención y encarcelamiento, persuadieron a los traba­
jadores del SMATA de que sin duda era digno de la conducción del
sindicato. Pero esa legitimidad seguía siendo provisional, una ta­
rea encomendada y por lo tanto sujeta a la aprobación de los tra­
bajadores.
Evidentemente, parte de la génesis del Cordobazo se encuentra
también en un movimiento obrero peronista en el cual las conside­
raciones del interés propio y la política de poder y no las animosi­
dades de clase o incluso la oposición política eran aún, a fines de
la década de 1960, importantes motivaciones de la militancia sin­
dical. La importancia de la contribución de la jerarquía laboral pe­
ronista al Cordobazo ha sido descuidada —tal vez de manera deli­
berada, tal vez debido a la confusión que todavía rodea al aconte­
cimiento— por la izquierda marxista, que más tarde procuró apro­
piarse del levantamiento y transformarlo en el punto de partida de
la revolución socialista en la Argentina. Quizá no haya mejor tes­
timonio de la contribución del movimiento obrero peronista al
Cordobazo que la ulterior evaluación de uno de sus principales
instigadores, el gobernador Caballero, un hombre dado a desen­
frenadas exageraciones sobre la influencia marxista y la existen­
cia de siniestras camarillas revolucionarias en la ciudad. Si bien
Caballero atribuía gran parte de la responsabilidad por el levanta­
miento a la influencia de sacerdotes radicalizados y organizado-
206 E l Cordobazo

nes políticas izquierdistas sobre la población estudiantil local,


concedió que la participación obrera había sido de inspiración
abrumadoramente peronista.54Es posible que Tosco y los sindica­
tos independientes hayan tenido intenciones más deliberadamen­
te políticas e imaginado la caída de Onganía, pero sólo constituían
una pequeña parte de la protesta obrera, una protesta que extraía
su fuerza de sindicatos sometidos a una dirigencia peronista deci­
didamente no revolucionaria.
Sin embargo, en términos de la reacción popular que siguió a la
muerte de Mena, y específicamente la masiva y entusiasta inter­
vención obrera en la resistencia callejera, había otros factores en
juego. Al explicar el Cordobazo, es importante evitar reducir la par­
ticipación de los trabajadores cordobeses a su propia experiencia
de clase, y recordar que también formaban parte de la sociedad
más amplia y que por lo tanto estaban sujetos a las influencias
sociales específicas en juego en la Argentina y en Córdoba en ese
momento determinado. En este aspecto, el Cordobazo fue muy
diferente a la otra gran protesta urbana latinoamericana del siglo
XX, el Bogotazo de 1948. La pérdida de vidas humanas y bienes,
aunque considerable en el Cordobazo, no puede compararse a la
de la revuelta colombiana. La bacanal de destrucción y terror san­
guinario del Bogotazo tenía firmes raíces en una sociedad rural en
la cual la violencia política estaba muy difundida y donde la deses­
peración de las crecientes filas de pobres urbanos había alcanza­
do niveles peligrosos. No fue éste el caso del Cordobazo. La violen­
cia no era todavía una parte integrante dé la vida cívica argentina,
aunque el Cordobazo sería el punto de partida de la que imperó en
los años setenta. Tampoco había en Córdoba un lumpenproletaria­
do creciente; no existía un barril de pólvora de miseria listo para
explotar. Los pobres urbanos de las villas miseria de las afueras,
una población relativamente pequeña en la Córdoba de esos años,
no tuvieron una participación significativa en la protesta.
Los reclamos laborales eran reales y fueron un factor de impor­
tancia considerable para explicar la participación de los trabajado­
res, pero él Cordobazo sólo puede entenderse plenamente cuando
también se toma en cuenta el carácter de la cultura políticamente
activa y políticamente letrada de la nación. La Argentina era un país
en el cual, en cierta forma, se esperaba que todas las clases partici­
paran en política, y, en ese sentido, las políticas autoritarias de los
tres años de gobierno de Onganía habían llevado la frustración a un
nivel insostenible. La política era un modo de vida, especialmente
en Córdoba, en parte debido al rol de la universidad en la vida cívica
y en parte a las pequeñas dimensiones de la ciudad y a su historia
de oposición a Buenos Aires. Así, aunque la clase obrera no respon­
El Cordobazo 207

día a un espíritu revolucionario, sí se manifestaba en ella uno no


conformista y rebelde, y ese élan obrero local era fortalecido por los
reclamos específicos de los trabajadores en sus respectivas indus­
trias. En los hechos que siguieron al ataque policial y la disolución
de la manifestación planificada, el Cordobazo se había convertido
en una protesta eminentemente política. Más allá de las estratage­
mas tácticas de dirigentes sindicales como Tosco, Torres y Simó,
sin cuya preparación es cosa admitida que el levantamiento nunca
se habría producido, había habido una explosión espontánea de
oposición, un repudio popular al régimen autoritario, una protesta
política- Esto explica la atracción del Cordobazo y el respaldo que
recibió de casi todas las clases de la ciudad.
Si bien es posible que haya sido algo muy diferente de lo que mu­
chos sostuvieron, la significación del Cordobazo no se ha exagerado.
Su mitiftcación por la izquierda y por la clase obrera cordobesa sirvió
para galvanizar a gran parte del movimiento obrero local, y fue la chis­
pa que dio origen a los casi seis años de militancia sindical que siguie­
ron. Irónicamente, el levantamiento no ingresó al panteón de la co­
rriente principal del movimiento peronista como uno de sus días sa­
grados, a pesar del papel crucial jugado por los sindicatos peronistas.
El Cordobazo llegó a ser asociado casi exclusivamente con los otros
sectores del movimiento obrero local, para simbolizar un nuevo tipo de
protesta obrera, del que se suponía era el heraldo de un nuevo rol para
esa clase en la vida política del país. La verdad detrás del mito no era
tan importante como la existencia del mito en sí y el hecho de que alen­
tara dentro del movimiento obrero cordobés tendencias que, si bien
siempre poderosas, nunca habían sido dominantes.
Como comentaron varios de los entrevistados, cada uno de los
partidos y organizaciones izquierdistas clandestinos vio el levan­
tamiento a través de su propio marco de preceptos ideológicos y
construyó sus programas revolucionarios en torno a su ejemplo.
Para la izquierda maoísta del Partido Comunista Revolucionario y
Vanguardia Comunista, fue la prueba del poder latente de las
masas y de la eficacia de la huelga general revolucionaria y la in­
surrección popular como el camino más seguro hacia el socialis­
mo. Para los marxistas-leninistas, por su lado, confirmó la necesi­
dad de construir un partido revolucionario que diera a la clase
obrera la disciplina institucional y organizativa requerida para
impedir la disipación de sus esfuerzos. Para los neotrotskistas y
guevaristas del Partido Revolucionario de los Trabajadores y las
Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), apuntó a la necesidad de
diseñar una estrategia militar paralela, un ejército revolucionario,
para enfrentarse a los poderes represivos del Estado en futuras
confrontaciones. Para la izquierda peronista, se trató de una rei­
208 El Cordobazo

vindicación de la esencia revolucionaría del peronismo y del tem­


ple innato de la clase obrera peronista, que sólo necesitaba el re­
torno de su líder histórico para luchar por el alejamiento de los
elementos corruptos y traidores deí movimiento y restaurar su
promesa revolucionaria original.
Para muchos que vivieron el Cordobazo sin intermediarios, la expe­
riencia marcó un punto de inflexión político. Esto contribuye a expli­
car la simpatía que existiría en la ciudad, particularmente entre los
estudiantes universitarios pero también en algunos trabajadores, ha­
cia una u otra de las organizaciones izquierdistas en los años siguien­
tes. Para algunos, el Cordobazo se tradujo en una convicción absoluta
respecto de la inminencia y conveniencia de la revolución socialista en
la Argentina y en una disposición a trabajar activamente por ella, a
menudo con gran riesgo personal. Para Alberto, por ejemplo, el estu­
diante de Arquitectura de Villa María, fue la confirmación de su cre­
ciente intervención en política y lo llevó a una posterior decisión de
unirse al PRT. Luis, un estudiante de Derecho, se había movido hacia
el peronismo a través de su intervención en organizaciones estudian­
tiles católicas y había participado en las campañas de la CGTA. Se
convenció de las posibilidades de la revolución en la Argentina, pero
también de la necesidad de un socialismo que se adaptara al carácter
y las condiciones nacionales del pais; su posterior decisión de unirse a
los Montoneros sería la misma que la de muchos estudiantes de la
Facultad de Derecho que tenían similares antecedentes católicos.

A pesar de la ulterior mistificación del Cordobazo, el impacto po­


lítico inmediato del levantamiento fue menos contradictorio. La gra­
vedad de los acontecimientos del 29 y 30 de mayo y el abierto desa­
fío de los manifestantes tanto al gobierno provincial como al nacio­
nal, desataron una ola de represión por parte del régimen que no
hizo sino profundizar la oposición. El gobierno de Caballero cayó
poco después del Cordobazo, pero Onganía intentó restablecer su
autoridad tratando con dureza a la ciudad. El 31 de mayo, escua­
drones policiales registraron a fondo la sede central de la CGTA y
los edificios del SMATA y Luz y Fuerza, como rencorosa represalia
contra los sindicatos a los que se consideraba los máximos respon­
sables de la insurrección.15 El mismo día, unidades policiales y del
ejército comenzaron a reunir y detener a más activistas sindicales y
estudiantiles, en registros casa por casa a lo largo y lo ancho de la
ciudad. El sindicato de trabajadores de Luz y Fuerza fue un blanco
especial del rencor gubernamental, convirtiéndose para Onganía en
el chivo expiatorio oficial de la protesta. El gran número de trabaja­
dores lucifuercistas arrestados y las duras sentencias de cárcel dic-
El Cordobazo 209

íadas a Tosco y otros dirigentes gremiales indicaban la conciencia


gubernamental acerca de la importancia estratégica del sindicato.
Cualquier valor que los gobiernos hubieran atribuido en el pasado
a la existencia de un contrapeso a los peronistas en el movimiento
obrero cordobés, terminó con la violencia del Cordobazo. De allí en
más, la eliminación de Luz y Fuerza como un puntal dentro del mo­
vimiento obrero pasó a ser una prioridad para todos los gobiernos
argentinos, militares y civiles.
El SMATA fue otro de los blancos. La preponderancia del sindi­
cato en la organización de la protesta y la alianza que había conclui­
do con Tosco y los gremios de la COTA eran un intranquilizante
recordatorio del poder que podría ejercer el movimiento obrero cor­
dobés en caso de enterrar sus divisiones sectarias y emprender una
acción coordinada. La dureza de la sentencia pronunciada contra
Torres fue el primer signo de que el SMATA sería considerado tan
responsable del levantamiento como el más militante Luz y Fuerza.
Sin embargo, la estrategia adoptada contra el sindicato no fue la de
una purga generalizada de la dirigencia sindical sino un intento de
controlar mejor sus actividades. Se pensó en una prohibición de la
actividad política en las bases, una disciplina fabril más estrecha y
una gran presencia militar en y alrededor del complejo de Santa
Isabel, para intimidar a los trabajadores y hacer que aceptaran pa­
sivamente las medidas represivas del régimen. Esta política, sin
embargo, tuvo el efecto exactamente opuesto. Los trabajadores del
SMATA tomaron las medidas como provocaciones flagrantes, y el
espíritu combativo del sindicato se mantuvo con vida allí donde
podría haberse debilitado si se hubieran resuelto algunos de sus
reclamos más destacados.
La represalia del gobierno provocó una continuada militancia de
los trabajadores de IKA-Renault, y los lugartenientes de Torres ocu­
paron la dirigencia vacante junto con otros sindicatos legalistas para
conducir la resistencia a la reacción poscordobazo. El 2 de junio,
apenas desvanecido el humo de la destrucción de dos días antes, el
SMATA convocó a un paro de 24 horas para protestar contra las
medidas del gobierno y exigir la liberación de todos los líderes gre­
miales encarcelados.16Durante las semanas siguientes, el sindica­
to pareció avanzar poco a poco hacia una ruptura con Vandor y tal
vez hacia una alianza permanente con los sindicatos más militan­
tes de la ciudad.
Casi inmediatamente, el Cordobazo tuvo el efecto de trastornar
las alianzas sindicales establecidas en la ciudad. El cambio más
importante fue el renacimiento de los sindicatos legalistas. La UTA,
la ATE (trabajadores estatales) y otros gremios peronistas que ha­
bían vivido a la sombra de Vandor desde principios de la década
210 E l Cordobazo

recuperaron su independencia y descubrieron un líder en Atilio


López, de la UTA. En ios años siguientes, López y los legalistas acer­
carían su alianza a las posiciones de la izquierda peronista y modi­
ficarían sus prioridades tácticas, pasando de la asociación con los
dirigentes del movimiento obrero peronista de Buenos Aires a una
estrategia más local, privilegiando a los independientes de Tosco y,
en menor medida, a los sindicatos clasistas. Estos movimientos
harían realidad un temor de larga data de los vandoristas e inclina­
rían el equilibrio de fuerzas en favor de los sindicatos no peronistas
de la segunda ciudad industrial del pais, lo que contribuye a expli­
car los esfuerzos especiales desplegados por el gobierno peronista
de 1973 a 1976 para disciplinar a los gremios peronistas locales y
romper el movimiento obrero cordobés.
Uno de los motivos por los que el SMATA, la UTA y otros sindi­
catos legalistas decidieron mantener la alianza que habían con­
cretado en la ciudad fue la crisis de las filas vandoristas como
consecuencia del Cordobazo. La pusilanimidad de Vandor y la
indecisión demostrada en general por la jerarquía gremial durante
la escalada de acontecimientos que culminó en el Cordobazo no
habían sido redimidas por la convocatoria de la CGT a un paro
general de 24 horas para el 30 de mayo. Golpeado vigorosamente
por los sindicatos cordobeses, Vandor estaba una vez más a la
defensiva. El levantamiento había demostrado que, al menos en
Córdoba, la iniciativa la tenían otras corrientes del movimiento
obrero y que Vandor y los caciques porteños no tenían el mono­
polio de la capacidad de movilizar a grandes sectores de la clase.
Un levantamiento similar en Rosario, aunque de escala mucho
menor, una semana después del Cordobazo, indicó que el inte­
rior permanecía aún indómito y que la alianza de la CGTA seguía
viva. El propio prestigio de Ongaro había quedado restaurado por
su impulsivo pero dramático y bien publicitado viaje a Córdoba y
su detención allí el 27 de mayo, que se consideraba un gesto deci­
sivo de solidaridad, en contraste con las tácticas dilatorias y el
matonismo de Vandor. Sindicatos como los de telefónicos, trabaja­
dores del calzado y estatales que habían abandonado a Ongaro
regresaron al redil de la CGTA en las semanas posteriores al
Cordobazo, y el movimiento obrero alternativo recibió una anda­
nada final de apoyo.
A principios de junio, liberado su secretario general de la cárcel,
la CGTA emprendió una nueva campaña de resistencia. Una vez
más, Ongaro recibió su más fuerte respaldo de Córdoba, donde las
protestas obreras seguían sin disminuir. El 17 y 18 de junio se rea­
lizaron allí paros generales para exigir la liberación de todos los
presos políticos. Poco después Onganía designó un gobernador mi­
E l Cordobazo 211

litar para la provincia, que se deslizaba lentamente a un estado de


desobediencia civil prolongada, si no de insurrección abierta. A lo
largo de todo el mes surgieron tensiones, dado que estaba en prepa­
ración una huelga general para el 1° de julio, apoyada por Ongaro
pero rechazada por Vandor. Entonces, el 30 de junio, éste fue
baleado en la sede de la UOM en Avellaneda. Su asesinato fue repu­
diado por la CGTA y nunca quedó plenamente aclarado, pero sin
duda tenía como telón de fondo las ásperas divisiones y rivalidades
peronistas que habían vuelto a la superficie en las semanas poste­
riores al Cordobazo,17El asesinato de Vandor brindó al gobierno el
pretexto exacto que necesitaba para eliminar a la rejuvenecida
CGTA. El día del crimen el gobierno declaró el estado de sitio (que
no sería levantado hasta marzo de 1973), tomó el control de varios
de los principales sindicatos afiliados a la CGTA y encarceló a gran
parte de la dirigencia de ésta.18
La huelga general del I o de julio se realizó según lo planificado,
pero durante el resto del año la inflexible represión gubernamental
mantuvo al movimiento obrero a la defensiva y redujo sus oportuni­
dades de capitalización inmediata del Cordobazo y de construcción
de una oposición obrera efectiva a la dictadura. Córdoba fue el úni­
co lugar donde la resistencia sindical no se quebró. Aunque la CGTA
era un aliado útil, el movimiento obrero cordobés tenía ahora poder
propio y era capaz de actuar de manera independiente. Los paros de
junio convocados por los trabajadores del SMATA, por ejemplo, re­
cibieron una oleada masiva de respaldo de todos los sindicatos de la
ciudad y sugirieron que el Cordobazo había establecido un movi­
miento obrero unificado, preparado para enfrentar solo al gobierno
si era necesario. Desde la cárcel, Torres apoyó las tácticas militan­
tes para incrementar la presión sobre el gobierno.19 Sin embargo,
incluso en Córdoba las perspectivas de corto plazo de la militancia
sindical tenían obstáculos, dado que el encarcelamiento de Tosco y
otros dirigentes de Luz y Fuerza debilitaba los esfuerzos para com­
batir al gobierno. La resistencia ulterior tendría que ser dirigida por
el SMATA, un sindicato acostumbrado al papel de conducción en la
oposición antigubernamental, pero ahora en manos de los inexper­
tos lugartenientes de Torres.
Los problemas de la inexperiencia de los líderes del SMATA se
agravaban por la historia reciente del sindicato: su alianza con los
agentes del poder tradicional del movimiento obrero contra los “Jó­
venes Turcos” y agitadores de la CGTA y con ello su vulnerabilidad
a las presiones provenientes de la CGT central. La inclinación natu­
ral del sindicato a aliarse con los poderes establecidos del movimien­
to obrero, sin embargo, se vio socavada por la crisis y el desorden
que siguieron al asesinato de Vandor. Durante varios meses el mo­
212 El Cordobazo

vimiento obrero peronista se encontró en un estado de confusión,


incapaz de ayudar al SMATA cordobés a resistir las tácticas repre­
sivas del gobierno. Las condiciones locales y una evaluación fría de
las limitadas posibilidades de resistir la campaña de Onganía sin el
apoyo de otros sindicatos cordobeses, antes que un presunto inte­
rés en seguir la lucha contra el gobierno, alentaron a la nueva diri­
gencia del SMATA a sostener la alianza obrera nacida en el
Cordobazo. En octubre, cuando el gobierno procuró "normalizar” la
CGT nacional con el respaldo de los vandoristas y participacionistas,
el SMATA y otros sindicatos de Córdoba convocaron a un congreso
de las CGT regionales para explorar ía posibilidad de formar otra
CGT nacional rival, ésta con una base provincial y en oposición a
Buenos Aires.20
La capacidad del movimiento obrero para mantener su resisten­
cia dependía en gran medida de la liberación de Tosco de la cárcel.
Sin el líder de Luz y Fuerza, las posibilidades de que la cooperación
de los sindicatos se transformara en una disciplinada alianza obre­
ra eran escasas. Sólo Tosco conservaba la lealtad de los sindicatos
independientes, y sólo él podía merecer el respeto de gran parte de
la clase obrera peronista local. Su papel dirigente en el Cordobazo le
había ganado un prestigio que oscurecía el de todos los otros líde­
res, Torres incluido. Se lo necesitaba como un árbitro, como el cata­
lizador que impidiera la disipación de los esfuerzos de la militancia
de base y mantuviera unido al movimiento obrero local. Durante los
largos meses de encarcelamiento en la prisión de Rawson, Tosco
intentó preservar la unidad del movimiento obrero cordobés median­
te un programa común de oposición a la dictadura. En cartas saca­
das clandestinamente de la cárcel y publicadas en Electrum y otros
periódicos locales, trataba, in absentia, de estimular lo mejor posi­
ble la cooperación, con la esperanza de recuperar su libertad antes
que el movimiento obrero cordobés se fracturara bajo el peso de su
propia diversidad.
Lo que Tosco no podía ver desde detrás de los muros de su pri­
sión, en lo profundo de la Patagonia argentina, era que en el movi­
miento obrero estaban apareciendo nuevas grietas que no podían
superarse con palabras de aliento, apelaciones al sentido común y
ni siquiera con un programa uniñcador de oposición a Onganía. En
el corazón de los conflictos que pronto surgirían no había, como en
el pasado, rivalidades personales y políticas o cálculos estratégicos
de parte de la dirigencia gremial, sino diferencias ideológicas genui-
nas. Luego del Cordobazo. la ideología se convirtió en una gran fuer­
za dentro de la política obrera local. El movimiento obrero cordobés
pronto comenzó a hablar un nuevo lenguaje, y muchos trabajado­
res demostraron interés en las nociones de revolución, lucha de cía-
E l Cordobazo 213

ses y socialismo, exhibiendo una nueva sofisticación política que


había estado ausente sólo unos pocos meses antes. Evidentemente,
esta tendencia no había nacido por milagro en el levantamiento de
mayo; expresaba influencias que actuaban desde hacía mucho tiem­
po en la ciudad. En el movimiento obrero, la presencia constante de
activistas de izquierda en Santa Isabel, incapaces desde fines de los
años cincuenta de disputar seriamente el control peronista del sin­
dicato pero que a pesar de todo aún seguían siendo una fuerza im­
portante, y la existencia de un gran bloque de sindicatos no pero­
nistas en los independientes de Tosco eran factores que preparaban
a Córdoba para el clasismo y las luchas obreras de la década si­
guiente. Intelectualmente, las interpretaciones revisionistas del pe­
ronismo como movimiento revolucionario planteadas por una gene­
ración de activistas políticos e intelectuales, alentados sobre todo
por los propios mensajes de Perón a sus partidarios dentro de la
juventud, hicieron posible una relación más estrecha entre la clase
obrera peronista y los activistas sindicales de izquierda. Políticamen­
te, la influencia de la Revolución Cubana y la inminente victoria de
la coalición de la Unidad Popular de Salvador Allende en el vecino
Chile hicieron que se despertara una profunda simpatía por el so­
cialismo y la creencia en su triunfo inevitable, no sólo entre los
ideólogos marxistas sino también en un amplio sector de la clase
obrera cordobesa.
Si el Cordobazo no fue el precursor de estos cambios, fue no
obstante un poderoso estimulante de las tendencias latentes que
encontraron expresión en la década de 1970. Fue significativo como
mito legitimizador, transformado por la izquierda de protesta po­
pular en épico suceso revolucionario, pero también tuvo importan­
cia por los cambios reales que ocasionó. Dentro de las fuerzas ar­
madas, puso en marcha un proceso de disenso y oposición contra
el régimen, provocando un debilitamiento fatal de la dictadura que
culminaría en la destitución de Onganía en junio del año siguien­
te. En términos del movimiento obrero local, también abrió posibi­
lidades que antes no existían. Uno de los cambios más significati­
vos tuvo lugar en Ferreyra, donde años de colusión sindical con la
empresa Fiat y una ignominiosa pasividad durante el Cordobazo
habían hecho a los trabajadores particularmente susceptibles a
las influencias que había desatado el levantamiento de mayo. Esta
susceptibilidad, por otra parte, coincidió con renovados esfuerzos
de la empresa italiana por reducir sus costos laborales e incremen­
tar su competitividad, alentada por el progreso que había hecho
en esos años en el mercado automotor.21 A principios de septiem­
bre de 1969, Fiat despidió a más de cien trabajadores de su planta
GMD, afiliada al SMATA. El sindicato asumió una acción resuelta
214 E l Cordobazo

en defensa de sus obreros echados, y el ulterior acuerdo de la com­


pañía para anular los despidos contrastó con la vulnerabilidad de
los trabajadores de las otras plantas de Fiat y con la ineficacia de
los que, cada vez con más frecuencia, ellos llamaban despectiva­
mente sus sindicatos amarillos, los sindicatos de planta SÍTRAC y
SITRAM.22
El Cordobazo contribuyó a una mayor politización de la totali­
dad de la clase obrera cordobesa y le dio una sensación (retrospec­
tivamente, exagerada) de su poder. A los activistas sindicales que
se identificaban con uno u otro de los programas de la izquierda,
les demostró lo que muchos de ellos habían sostenido durante
mucho tiempo pero que probablemente habían llegado a dudar:
que la clase obrera argentina aún tenía el potencial de actuar como
un protagonista político independiente del esquema corporativo pe­
ronista.23Para muchos otros fue el punto de partida de una crítica
sistemática del capitalismo argentino y la elaboración de un pro­
grama político para los sindicatos aún más radicalizado que el
propuesto por Tosco y los independientes, que siempre fueron rea­
cios a identificarse con cualquier tendencia política que pudiera
dividir todavía más al movimiento obrero. Por sobre todo, sin em­
bargo, el Cordobazo cambió la dinámica de la política obrera local.
Durante los siguientes seis años ejercería una profunda influencia
sobre la imaginación de la clase obrera de Córdoba y alentaría a
muchos trabajadores, algunos de los cuales habían estado ausen­
tes por completo del levantamiento, a apoyarse en su ejemplo como
primer paso hacia la creación de un papel revolucionario para la
clase obrera.

NOTAS

1 Ernesto Laclau, “Argentina: Imperialist Strategy and the May Crisis*’,


New Left Review, n° 62 (julio-agosto de 1970), pp. 3-21; Paul H. Lewis, The
Crisis of Argentine Capitalism {Chape! Hill: University of North Carolina
Press, 1990), pp. 371-380; Robert Massari, “Le cordobazo", Sociologie du
Travail n° 4 (1975), pp. 403-418; y James Petras, "Córdoba y la revolución
socialista en la Argentina”, Los Libros, vol. 3, n° 21 (agosto de 1971), pp. 28-
31, son representativos de estas interpretaciones excesivamente esquema-
ticas del Cordobazo. Los sociólogos argentinos se han mantenido más próxi­
mos a la crónica histórica, pero también son culpables de asociar demasia­
do íntimamente el carácter del desarrolló industrial de ía ciudad con el le­
vantamiento. Véase Francisco Delich, Crisis y protesta social mayo de 1969
(Buenos Aires: Ediciones Signos, 1970); Francisco Delich, “Córdoba: la
El Cordobazo 2L5

movilización permanente”, Los Libros, n° 21 (agosto de 1971), pp. 4-8; y


Juan Carlos Aguila, “Significado de Córdoba”, Aportes, n® 15 {enero de
1970). pp. 48-61.
2Clarín, 12 de mayo de 1969, p. 24,
3Jerónimo, vol, 10, n° 10 {20 de mayo de 3969), p. 1; archivo del SMATA,
“Volantes, comunicados y diarios del SMATA. 1969”, volante sindical "La
lucha por nuestros derechos debe proseguir”, 19 de mayo de 1969. De las
publicaciones y los comunicados sindicales de las semanas anteriores al
Cordobazo surge con claridad que el problema del sábado inglés fue una
cuestión galvanizadora para los trabajadores del SMATA. No obstante, era
la culminación de unos tres años de medidas generales antiobreras por parte
del gobierno, y en la protesta de los trabajadores estaba implícito, sin duda,
un repudio político al régimen. Véase James P. Brennan y ¡Vlónica B.
Gordillo, “Working Class Protest, Popular Revolt, and Urban Insurrection
in Argentina: the 1969 Cordobazo", Journal of Social History, vol. 27, n° 3
(primavera de 1994), pp. 477-498.
4Ramón Cuevas y Osvaldo Reicz, "El movimiento estudiantil: de la Re­
forma al Cordobazo", Los Libros, n° 21 (agosto de 1971), pp. 17-18.
5Cuevas y Reicz, "El movimiento estudiantil”, pp. 17-18; A. Pérez Lindo,
Universidad, política y sociedad (Buenos Aires: Editorial Universitaria de
Buenos Aires, 1985).
6La Voz del Interior, 27 de abril de 1964, p. 9.
7Desde 1966 en adelante, la publicación semanal de los trabajadores de
Luz y Fuerza de Córdoba, Electrum, abundó en referencias al uso de las
comodidades del sindicato por parte de los estudiantes.
3La Voz del Interior, 23 de marzo de 1969, p. 39; Agustín Tosco, “Testi­
monio del Cordobazo'’, Presente en las luchas de la clase obrera: selección
de trabajos (Buenos Aires: Jorge Lannot y Adriana Amantea, 1984), pp. 37-
55.
9La Voz del Interior, 7 de mayo de 1969, p. 21.
10Electrum, n° 213, 28 de marzo de 1969, p. 1.
11Tosco, ‘Testimonio del Cordobazo”, pp. 37-55; Agustín Tosco, testi­
monio grabado sobre el Cordobazo, sede central de Luz y Fuerza en Córdo­
ba.
12Entrevistas con Elpidio Torres, Córdoba, 25 de julio de 1985; Miguel
Ángel Correa, Córdoba, 3 de julio de 1985; Alfredo Martini, Córdoba, 20
de julio de 1987. Narraciones de variada exactitud que pretenden relatar
los sucesos del Cordobazo pueden encontrarse en Roque Alarcón,
Cordobazo (Buenos Aires: Editorial Enmarque, 1989); Jorge Bergstein, El
Cordobazo (Buenos Aires: Editorial Cartago, 1987); Beba C, Balvé y Bea­
triz S. Balvé, Lucha de calles, lucha de clases (Córdoba 1969-1971) (Bue­
nos Aires: Editorial La Rosa Blindada, 1973); M. Bravo Tedín y G. Sarria,
£1 Cordobazo: un grito de libertad (La Rioja: Editora del Nordeste, 1989); y
Daniel Villar, El Cordobazo (Buenos Aires: Centro Editor de América Lati­
na, 1971).
13Véase, por ejemplo, Agustín Tosco, “El Cordobazo: rebelión obrera y
popular", reeditado en Democracia sindical (junio de 1984), p. 6. El grado
de conocimiento que tenían los trabajadores de la estrategia planeada para
216 El Cordobazo

la protesta difería, sin duda ampliamente de sindicato a sindicato. En el


pequeño y altamente democrático de Luz y Fuerza, parece que casi todos
los trabajadores habían sido enterados de los planes. En el SMATA, en cam­
bio, la directiva gremial transmitida a los tres turnos el 28 de mayo sólo
daba instrucciones generales. A los trabajadores del turno matutino se les
dijo que esperaran las consignas de sus delegados y que abandonaran las
plantas a eso de las once, concentrándose en la entrada de las fábricas para
marchar hacia el centro poco después. Los de los turnos vespertino y noc­
turno tenían la instrucción de reunirse en la sede gremial en el centro a las
diez y avanzar directamente desde allí a Vélez Sarsfield. En ningún mo­
mento se los informó de los planes para ocupar la ciudad, y todas las indi­
caciones dadas señalaban que se trataría de una manifestación pacífica,
con posterior dispersión ante la sede de la CGT; archivo del SMATA, SMATA-
Córdoba. volumen "Volantes, comunicados y diarios dei SMATA, 1969",
directiva gremial “Paro nacionar, 28 de mayo de 1969.
14Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, "Córdoba, Ex-Govemor’s Views on May Uprising”,
A-464, 15 de septiembre de 1969.
15La Voz del Interior, 31 de mayo de 1969, p. 13; l° d e junio de 1969, p.
16; 4 de junio de 1969, p. 21.
16Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Volantes, comunica­
dos y diarios del SMATA, 1969”, directiva gremial "A los compañeros del
gremio”, 4 de junio de 1969.
‘7Departamento de Estado de los Estados Unidos, “Vandor’s Assassi-
nation and Funeral", A-366, 21 de julio de 1969. Las teorías sobre la auto­
ría del asesinato de Vandor van desde su atribución a rivales internos de la
UOM hasta considerar que se trató de la primera eliminación de un dirigen­
te sindical “traidor” llevada a cabo por la rama juvenil de la izquierda pero­
nista, una práctica que, en verdad, se haría común en la década siguiente.
18Oscar Anzorena, Tiempo de violencia y de utopía (Buenos Aires: Edito­
rial Contrapunto, 1988), p. 89.
19“Desde el encierro envía un mensaje al gremio el compañero Elpidio
Torres”, La Voz del SMATA, SMATA-Córdoba, vol. 6, n° 35 (30 de junio de
1969), p. 3.
20La Voz del Interior, I o de octubre de 1969, p. 10.
Z! En 1966, Fiat alcanzó por primera vez las cifras de ventas de IKA-Re-
nault. En 1969 era la empresa de mayores ganancias de la industria. Juan
V. Sourrouille, Transnacionales en América Latina: el complejo automotor en
Argentina (México: Editorial Nueva Imagen, 1980), pp. 60-61.
22“Conflicto GMD: el triunfo de la solidaridad y la lucha”, La Voz del
SMATA, SMATA-Córdoba, vol. 6, n° 36 (14 de octubre de 1969), p. 7.
23La importancia del levantamiento de mayo para los clasistas cordobe­
ses era muy simple: casi unánimemente se lo consideraba nada menos que
como el primer acto de la revolución socialista en la Argentina. Puede ha­
llarse esta interpretación en cualquiera de las publicaciones clasistas de la
década del setenta. Véase, por ejemplo, “I-a caída de la «Revolución Argen­
tina»: la enseñanza del Cordobazo”, SMATA, SMATA-Córdoba, n° 103 (29
E l Cordobazo 217

de mayo de 1973), p. 3. El grupo maoísta Vanguardia Comunista declaró


en su informe partidario anual de 1971 que el Cordobazo había demostra­
do el “inagotable espíritu revolucionario de nuestro pueblo, con el proleta­
riado industrial a la cabeza". Vanguardia Comunista, informe político, 1971,
archivo del SITRAC, carpeta "Vanguardia Comunista”.
El Cordobazo y la resistencia obrera que siguió inmediatamente
al levantamiento de mayo de 1969 desencadenaron cambios políti­
cos en casi todos los niveles de la sociedad argentina. El efecto más
inmediato fue un deterioro de la capacidad gubernamental de con­
trolar el disenso político, lo que otorgó una mayor libertad a todas
las formas de oposición. En especial, el Cordobazo revitaüzó a la
izquierda argentina y contribuyó a la radicalización de la vida polí­
tica del país, lo que encontraría plena y trágica expresión en la dé­
cada siguiente. El mundo subterráneo de la política revolucionaria,
perseguido y clandestino desde los primeros días del Ongardato, salió
de las sombras para ocupar un lugar central en la vida nacional.
La heterogénea izquierda argentina nunca había sido completa­
mente domesticada por el régimen. La proscripción de los partidos
políticos, sin duda, había afectado adversamente a su miembro más
venerable y cauto, el Partido Comunista (PC), pero la naturaleza
represiva del gobierno de Onganía, en realidad, había estimulado
otras tendencias. Las guevaristas Fuerzas Armadas de Liberación
(FAL), los maoístas Partido Comunista Revolucionario (PCR) y Van­
guardia Comunista (VC), el Partido Revolucionario de los Trabaja­
dores (PRT), otrora trotskista pero hacia 1969 marxista-leninista, y
numerosos partidos y facciones menores que constituían la izquier­
da marxista se hicieron más activos bajo Onganía. En reuniones
clandestinas y congresos partidarios secretos, sus miembros hablan
elaborado sus respectivos programas revolucionarios, programas
que a menudo habían sido poco más que deseos antojadizos de in­
telectuales en los años anteriores al Cordobazo, pero que en los
posteriores a éste se convirtieron en los lincamientos para la acción
política de revolucionarios decididos. La izquierda peronista, que
tenía sus raíces en la Resistencia peronista y que antes de 1969
había estado representada en organizaciones guerrilleras como las
Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), se hizo aún más poderosa cuan­
do el eje Montoneros-Juventud Peronista (JP) fue capaz de fusionar
la creciente simpatía hacia las soluciones revolucionarias de ciertos
sectores de la sociedad argentina con la exigencia de las masas pe­
ronistas de que Perón retomara del exilio y se volviera a legalizar su
movimiento.1
Los clasistas 219

El Cordobazo marcó un cambio importante en las tácticas de casi


todas las organizaciones izquierdistas del país. Se abandonó el én­
fasis en las estrategias estrictamente armadas, o se lo complementó
con otras que destacaban ía necesidad de que la Izquierda se intro­
dujera en los sindicatos y promoviera el papel revolucionario de la
clase obrera. En esto, el Cordobazo no representó tanto la génesis
como la profundización de unos cambios que ya eran perceptibles
en la izquierda argentina. La mayoría, si no todas las organizacio­
nes izquierdistas del país, había hecho una reevaluación de sus
tácticas a fines de los años sesenta, y en la época del Cordobazo
machacaban con programas que, según esperaban, les permitirían
convertirse en movimientos de masas. No obstante, sus miembros
aún tenían dudas acerca de su aptitud para ganar a una clase obre­
ra que, a sus ojos, parecía cautivada por las consignas y la demago­
gia, así como por las temibles tácticas intimidatorias del movimien­
to obrero peronista. Esas dudas se disiparon, particularmente en
Córdoba, con el levantamiento de mayo. En el primer congreso na­
cional del PCR, realizado en diciembre de 1969, sus miembros re­
dactaron un programa que presentaba al Cordobazo como el punto
de inflexión de la lucha de clases en la Argentina. La estrategia de
cualquier partido revolucionario auténtico consistía ahora en ga­
narse un apoyo en la clase obrera, especialmente en el proletariado
urbano, a través de la formación de células revolucionarias en las
fábricas y la creación de una “corriente sindical clasista”.2
Desde este momento, el término clasista sería utilizado por los
grupos de izquierda para indicar un programa de cambio revolucio­
nario en alianza con la clase obrera. Sin embargo, no toda la izquier­
da adheriría a él. La estrategia electoral del Partido Comunista y un
conservadorismo innato originado en su larga historia en la Argen­
tina lo hicieron inicialmente hostil a los movimientos clasistas. El
PC prefería alinearse localmente con los independientes de Tosco, y
en el plano nacional auspiciaba el Movimiento de Unidad y Coordi­
nación Sindical (MUCS) en su intento de ganar partidarios en la clase
obrera. Pero para otros partidos de izquierda, en particular el PCR,
Vanguardia Comunista y el PRT, el clasismo definiría en lo sucesivo
su relación con el movimiento de los trabajadores y su visión del rol
de la clase obrera en un proyecto socialista revolucionario.
Dadas la preponderancia dei proletariado automotor local y su
incuestionable importancia estratégica y simbólica en la ciudad, fue
natural que la izquierda de Córdoba diera prioridad a las fábricas
de Fiat e IKA-Renault. Sus militantes fueron enviados a Ferreyra y
Santa Isabel, algunos meramente como propagandistas que distri­
buían literatura partidaria en las puertas de las fábricas y otros como
activistas que ingresaban a éstas como trabajadores y militantes
220 E l Cordobazo

clasistas. Pero en los complejos automotores de la ciudad no fue la


simpatía por el clasismo o el cambio revolucionario lo que provocó
la primera gran rebelión de la base fabril en la década de 1970. Antes
bien, fueron la fractura de la autoridad en los planos local y nacio­
nal y la efervescencia social posterior al Cordobazo las que alenta­
ron a los trabajadores de las plantas de Fiat a preparar un movi­
miento de recuperación sindical, que al principio fue independiente
de la tutela política de la izquierda; se trataba de un movimiento
genuino de las bases que procuraba, sobre todo, establecer una
representación sindical efectiva para trabajadores que nunca la
habían conocido. Después de años de representación formal e inefi­
caz a través de sus sindicatos de planta controlados por la empresa,
SITRAC y S1TRAM, los trabajadores de Fiat se rebelaron. Iniciaron
un experimento de democracia en los lugares de trabajo que fue
improvisado desde el comienzo y muy dependiente de las cambian­
tes condiciones en las plantas. El movimiento sólo encontraría tar­
díamente una expresión política, y nunca de una manera uniforme,
ya fuera entre los dirigentes sindicales que surgieron o entre los
trabajadores que lo sostenían.
De todos los miembros de la clase obrera de la ciudad, los de Fiat
parecían los menos idóneos para preparar una rebelión de base de
tales consecuencias. La debilidad de los sindicatos de la empresa
era notoria en el movimiento obrero local. Se consideraba que
SITRAC y SITRAM estaban tan desesperadamente aliados con Fiat
que los dirigentes sindicales ni siquiera se habían tomado el trabajo
de acercarse a ellos; tal era el caso, por ejemplo, de Agustín Tosco,
que organizó la huelga del 29 de mayo que culminó en el Cordobazo.
Los sindicatos de Fiat eran conocidos, tanto por los trabajadores a
los que pretendían representar como por el resto de la clase obrera
de Córdoba, más como “sindicatos amarillos” —sindicatos en los
cuales se señalaba a los activistas y se daba aviso a la administra­
ción acerca de los indeseables en la base fabril— que como defenso­
res y protectores efectivos de los intereses obreros. Su naturaleza
cautiva se demostró no sólo en su ausencia del Cordobazo sino, de
manera más reveladora, en las pequeñas traiciones y las repetidas
omisiones de la dirigencia de SITRAC-S1TRAM para abordar los pro­
blemas de la mano de obra. Hacia 1970, una pequeña camarilla de
dirigentes con estrechos lazos con la gerencia estaba firmemente
asentada en el aparato gremial, tanto del SITRAC como del SITRAM.
Las elecciones sindicales se habían convertido en rituales sin senti­
do, en los cuales sólo se presentaba una lista y votaban pocos tra­
bajadores.
Así, la frustración colectiva por la ineficacia de los sindicatos y
por los problemas laborales fue la génesis de la rebelión de las ba~
Los clasistas 221

ses de Fiat en 1970. En diciembre del año anterior, ía conducción


deí SITRAC había firmado un convenio colectivo preliminar con la
empresa. Lo mismo que en el pasado, el nuevo contrato omitía men­
cionar aumentos salariales o proponer alguna reforma significativa
para responder a los numerosos reclamos de los trabajadores, rela­
cionados con las prácticas de producción y las condiciones labora­
les en las plantas de Concord. Cuando se conocieron los detalles del
contrato —en el que el único logro era la conformidad de la empresa
para proporcionar mensual mente un pan de jabón y un rollo de
papel higiénico en los baños de la fábrica para cada trabajador— , se
difundió por la planta el descontento al constatarse que el sindicato
no hacía ni siquiera un intento de compromiso para disimular el
hecho de que estaba a las órdenes de la empresa.3Si bien la mayo­
ría de los trabajadores estaban resignados a un nuevo convenio
humillante, un pequeño número empezó a hablar de tratar de obte­
ner el control del sindicato. En las elecciones gremiales de enero de
1970, uno de ellos, Santos Torres, se postuló como delegado y fue
elegido por su línea de producción. Días después de la elección la
compañía lo transfirió a otra sección de la fábrica en un intento de
impedir que asumiera las tareas de delegado. Cuando Torres, pos­
teriormente, asistió a la primera reunión del recientemente electo
cuerpo de delegados, el comité ejecutivo ordenó su expulsión.4
En una asamblea realizada el 23 de marzo como una mera for­
malidad para aprobar el contrato de diciembre, Torres y su compa­
ñero de trabajo Rafael Clavero atacaron públicamente a la conduc­
ción del SITRAC y desataron las frustraciones contenidas de los tra­
bajadores de Fiat. El secretario general del sindicato, Jorge Lozano,
observó perplejo que trabajadores de cada uno de los tres turnos
presentes en la asamblea exigían su renuncia y convocaban a nue­
vas elecciones. Lozano, uno de los muchos hombres antes pertene­
cientes a la Unión Obrera Metalúrgica que habían encontrado un
lugar en los sindicatos de la empresa Fiat, era especialmente odiado
por ser el representante más visible de los años de traiciones sindi­
cales e intimidaciones empresariales en la base fabril. Junto con el
comité ejecutivo del sindicato dejó la sede bajo una lluvia de insul­
tos y amenazas. El resto de la reunión se convirtió en la primera de
las grandes asambleas abiertas que tendrían lugar en el complejo
Fiat durante los siguientes 18 meses. Después de la partida de Lo­
zano, se restableció el orden y algunos trabajadores mocionaron que
se rechazaran las recientes elecciones y el convenio colectivo. La
asamblea duró toda la noche, y en ella se eligió una comisión direc­
tiva (comisión provisoria) para representar a los trabajadores hasta
que pudieran realizarse nuevas elecciones. La comisión incluía a
Torres, Clavero y otros trabajadores como Carlos Masera, mecánico
222 E l Cordobazo

y ex obrero de IKA-Renault, que desempeñaría un pape! dirigente


en la rebelión de Fiat.5
Entre el 24 de marzo y el 13 de mayo, los trabajadores elegidos
en la asamblea abierta concurrieron e hicieron peticiones aí Minis­
terio de Trabajo en repetidas ocasiones, siguiendo pacientemente
los bizantinos procedimientos notariales y legales que los funciona­
rios gubernamentales, bajo la presión de Fiat, podían idear para
impedir la formación de una lista opositora y la convocatoria a nue­
vas elecciones en la planta de Concord- Durante varias semanas no
hubo respuesta. El silencio del ministro le dio a Lozano tiempo para
contraatacar. Consciente de que sería vulnerable si intentaba en­
frentar la rebelión directamente en Ferreyra, trató de usar otros
medios. A principios de mayo pidió a la Confederación General del
Trabajó local que admitiera al SITRAC como miembro con derecho
a voto, un paso con el que, obviamente, esperaba otorgar un manto
de legitimidad a su deslucida conducción.6Su solicitud, varios días
después, para utilizar la sede central de la CGT para una conferen­
cia de prensa del SITRAC, pretendía igualmente conferirle un as­
pecto de autoridad y se dirigía más hacia el Ministerio de Trabajo y
otros sindicatos de la ciudad que a los trabajadores de Fiat, en la
esperanza de que su respaldo apuntalara su muy debilitada posi­
ción en la planta de Concord.7Entre tanto, Masera, Clavero, Torres
y otros estudiaron una campaña para mantener altos los ánimos en
la base fabril. Los primeros volantes de la nueva comisión directiva
llegaron a los trabajadores en esas semanas. Todos abordaban las
cuestiones de la representación sindical efectiva, no las políticas o
ideológicas, y prometían un sindicato honesto y democrático me­
diante elecciones libres.8
A medida que pasaban las semanas y las maquinaciones de Lo­
zano daban señales de tener cierto efecto, el Ministerio de Trabajo
se mostraba alternativamente indiferente y hostil, y los sindicatos
locales eran cautos. Los rebeldes de Fiat resolvieron encarar la ac­
ción directa antes de perder completamente la iniciativa. El 14 de
mayo, miembros de la oposición se reunieron con el subsecretario
de Trabajo Antonio Capdevila para conocer el estado de su petición.
Fueron acompañados por primera vez por su consejero legal recien­
temente designado, Alfredo Curutchet. Éste era entonces uno de los
abogados laborales más jóvenes y prometedores de la ciudad, un
brillante defensor de los intereses de los trabajadores cuyas simpa­
tías políticas por los sindicalistas disidentes ya habían quedado
demostradas por su trabajo anterior para la CGTA y para Tosco en
Luz y Fuerza. El diminuto Curutchet, cariñosamente conocido como
“Cuqui” por los trabajadores, desempeñaría un papel crucial en el
sostén de la rebelión de Fiat durante los meses siguientes. El com­
pañero abogado pronto se ganaría el respeto y la confianza de los
trabajadores gracias a sus incansables esfuerzos para detener los
múltiples vejámenes del Estado y la empresa que la ley hacía posi­
bles. En esta primera reunión, tanto Curutchet como los trabajado­
res de Fiat escucharon a Capdevila amenazar con represalias si
persistían con su petición. Al día siguiente, y por sugerencia de
Curutchet, los disidentes convocaron-a una asamblea abierta e ins­
taron a los trabajadores a que ocuparan la planta de Concord. La
toma resultante duró tres días. Funcionarios de la empresa fueron
tomados como rehenes, y los trabajadores abandonaron la planta
sólo después que Curutchet se hubo reunido con emisarios del go­
bierno y con Lozano y conseguido la renuncia escrita del comité eje­
cutivo del SITRAC. Fiat y el Ministerio de Trabajo acordaron realizar
nuevas elecciones dentro de los siguientes treinta días.9

La rebelión de Fiat había comenzado como un repudio espontá­


neo a lo que los trabajadores consideraban como una conducción
gremial traidora, dirigentes que estaban aliados con una empresa
decidida a negar a su personal incluso la más mínima protección
sindical. Los trabajadores de Fiat tenían una larga historia de amar­
gas derrotas en sus intentos por conseguir una representación sin­
dical efectiva. Así, el éxito inicial de la rebelión de Concord en 1970
tuvo mucho que ver con las condiciones específicas de la ciudad
como consecuencia del Cordobazo. El gobierno se ponía nervioso
ante cualquier signo de inquietud en la clase obrera local, por lo
que, una vez que las alternativas quedaron claras, estuvo dispuesto
a forzar concesiones de parte de Fiat con la esperanza de desactivar
una ulterior militancia obrera. La victoria se debió también a la pre­
sencia fortuita de un grupo de trabajadores excepcionalmente ca­
paces, que surgieron para conducir el renacido SITRAC. Algunos,
como Masera, Torres y Clavero, habían llegado por primera vez a los
primeros planos en la asamblea del 23 de marzo. Otros, como Do­
mingo Bizzi, José Páez y Gregorio Flores, sólo cobraron prominen­
cia en las semanas que culminaron en la toma de la planta de
Concord. Ninguno de ellos, salvo Bizzi, había tenido antes una in­
tervención especial en asuntos gremiales, y tampoco tenían ningu­
na filiación política, mucho menos una ideología política elaborada.
' Su disgusto hacia Lozano y la conducción del SÍTRAC, como el del
resto del personal, provenía de frustraciones personales por las con­
diciones en la planta y la falta de voluntad del sindicato para enca­
rarlas. Masera era especialmente consciente de la ineficacia del sin­
dicato de planta en Concord, por haber pasado varios años en las
fábricas de IKA. Había ingresado a Concord en 1963 y pronto des­
224 El Cordobazo

cubrió que las condiciones laborales eran allí muy inferiores a las
que había conocido en Kaiser, donde la maquinaria sindical de
Elpidio Torres era un interlocutor efectivo de la empresa y en la que
los salarios eran significativamente más altos que los pagados pol­
la empresa italiana. Pero para la vasta mayoría de los trabajadores
la toma fue sencillamente la culminación de años de penoso trabajo
en las plantas de Fiat. El estilo paternalista de ésta, expresado en
muchas cosas, desde su preferencia manifiesta por contratar tra­
bajadores de ascendencia italiana hasta sus campañas de relacio­
nes públicas en las que exaltaba a “lafamiglia Fiat', se consideraba
un pobre sustituto de un sindicato vigilante y salarios justos, y
cuando surgió la posibilidad de actuar, los trabajadores la aprove­
charon, sin saber cuál podría ser el resultado.10
La historia personal de Masera ofrece algunas claves acerca de la
naturaleza de los trabajadores que surgieron a la notoriedad en el
movimiento de recuperación sindical y a puestos de conducción en
ios clasistas SITRAC y SITRAM durante los meses que siguieron. Lo
mismo que él, la mayoría había comenzado su vida laboral como
peronistas. Su conocimiento del marxismo era, en el mejor de los
casos, rudimentario, y pocos, si los hubo, habían intentado criticar
su propia situación como trabajadores de una multinacional auto­
motriz en términos abstractos e ideológicos. También, como Masera,
muchos eran trabajadores industriales de primera generación que
habían emigrado del campo a la ciudad. Varios sólo sabían leer y
escribir con gran dificultad. Si bien algunos eran trabajadores califi­
cados, educados en una de las escuelas técnicas de la ciudad, mu­
chos de los 21 miembros del comité ejecutivo sindical y una mayoría
del cuerpo de delegados de 125 integrantes eran obreros no califica­
dos, provenientes en gran medida de una u otra de las líneas de pro­
ducción de la fábrica.11En síntesis, los clasistas de Fiat comenzaron
como simples trabajadores que se rebelaron contra las frustraciones
laborales acumuladas en una empresa que parecía empeñada en
negarles lo que sentían era un tratamiento justo y honorable. Si bien
muchos de ellos buscarían ulteriormente explicaciones políticas para
comprender las intensas luchas en que estaban envueltos, ninguno
se había sentido atraído a la rebelión que se desarrolló inesperada­
mente a partir de la asamblea del 23 de marzo por lo que razonable­
mente podrían llamarse razones políticas.
El éxito de la ocupación fabril de mayo de 1970 y la renuncia de
la conducción del SITRAC alentaron una rebelión similar en la fá­
brica de Fiat Materfer. La mano de obra de la planta de equipos fe­
rroviarios de Fiat también había estado representada sólo nominal­
mente por su sindicato de planta, el SITRAM, En las semanas que
siguieron a la caída de Lozano, cobró impulso una rebelión de las
Los clasistas 225

bases con una meta similar: una representación sindical honesta y


eficaz. Como lo había hecho Lozano, la dirigencia enquistada en el
SITRAM procuró apuntalar su sitiada posición atrayendo a otros
sindicatos a la controversia. A fines de mayo, su secretario general,
i lugo Cassanova, abandonó apresuradamente el tradicional aisla­
miento de los sindicatos de Fiat con respecto a la política gremial
local e informó a la CGT de Córdoba que adhería al Plan de Acción
de ía confederación y que apoyaría una huelga general el 29 de mayo
para conmemorar el aniversario del Cordobazo, en el que el SITRAM
no había estado presente debido a su dudosa reputación en el mo­
vimiento obrero local. La militancia súbitamente descubierta de
Cassanova se acompañaba de una más reveladora oferta de 500.000
pesos a la CGT como respaldo al plan huelguístico, un gesto vergon­
zosamente indecoroso que demostró cuán aislada estaba la conduc­
ción del SITRAM de un movimiento obrero local en el cual el apoyo
financiero a los sindicatos en huelga nunca se publicitaba por te­
mor a que corrompiera la solidaridad obrera. Las verdaderas moti­
vaciones del SITRAM para apoyar la huelga quedaron también ex­
puestas en sus advertencias a la CGT cordobesa acerca de los ex­
tremistas activos en ese momento en el movimiento obrero, grupos
de activistas marxistas que intentaban utilizar a los trabajadores
para sus propios fines políticos, una referencia obvia a acontecimien­
tos recientes en la planta de Concord.12A pesar de las maniobras de
Cassanova, los sindicatos locales se mantuvieron recelosos del
SITRAM, y la ocupación fabril de los trabajadores de Materfer el 3
de junio, una virtual repetición de la toma de la planta de Concord,
precipitó la renuncia del secretario general y la totalidad de la con­
ducción del sindicato.
Las dos ocupaciones fabriles de Fiat coincidieron con otra toma
de planta en la ciudad, realizada por los trabajadores de Perdriel en
Santa Isabel. El carácter de esta rebelión, que parecía similar a las
producidas en Ferreyra, era en realidad muy distinto y revelaba di­
ferencias precoces en la naturaleza de los movimientos clasistas que
pronto surgirían en ambos complejos automotores. Perdriel, una
fábrica de herramientas y matrices, había sido durante mucho tiem­
po un centro de oposición a Elpidio Torres. El caudillo sindical ha­
bía regresado a ía ciudad en diciembre de 1969, después de que
Onganía conmutara su sentencia de cárcel en la esperanza de cal­
mar las aguas en Córdoba, donde el movimiento obrero local era
ahora, incuestionablemente, el centro de la oposición al régimen. A
su regreso, Torres descubrió que su maquinaria gremial del SMATA,
otrora formidable, se había debilitado gravemente y que los candi­
datos de izquierda, organizados en un movimiento de recuperación
sindical antitorrista, eran ahora serios rivales en las próximas elec­
226 E l Cordobazo

ciones y tenían una presencia particularmente fuerte en la planta


de Perdriel. Un núcleo de militantes obreros de la fábrica tenía víncu­
los con la izquierda y había pertenecido originalmente al Grupo 1°
de mayo, el más poderoso de los agrupamientos izquierdistas de
oposición a Torres a fines de la década de 1960. En los meses pos­
teriores al Cordobazo, el PCR había identificado a Perdriel como un
eslabón débil en la maquinaria sindical del SMATA e hizo de él una
prioridad para su introducción en el proletariado automotor local,
arreglándoselas finalmente para conseguir que algunos de sus
miembros se incorporaran a la planta.13
Los activistas del PCR fueron los principales promotores de ía
ocupación fabril del 12 de mayo, que incluyó la toma de treinta re­
henes, muchos de ellos supervisores franceses empleados por la
poderosa multinacional. La ocupación se produjo después de que la
empresa trasladara a cuatro de los candidatos izquierdistas en las
siguientes elecciones de delegados a otras plantas, una medida pen­
sada para fortalecer a la más conciliatoria conducción peronista
entre los trabajadores de la fábrica.14 Como las tomas de Fiat, la
ocupación fabril de Perdriel representó una medida sindical extre­
ma, que se convertiría en una táctica característica del sindicalis­
mo clasista y que indicaba un deterioro de las relaciones entre pa­
tronal y mano de obra en las plantas automotrices de la ciudad. Las
líneas de confrontación se hicieron más agudas y las posibilidades
de compromiso más remotas.
Como resultado de la ocupación de Perdriel, IKA-Renault acordó
que los trabajadores izquierdistas regresaran a la planta y permitió
que los dos obreros elegidos conservaran sus puestos gremiales,
Pero Torres, por su parte, había manejado la cuestión con torpeza,
al no protestar por el traslado de los trabajadores de Perdriel dis­
puesto por la empresa; en rigor.de verdad, se sospechaba su com­
plicidad con el plan de la compañía. Su posición había quedado
debilitada en un sindicato donde los trabajadores, en gran paite
como resultado del estado constante de agitación de la clase obrera
local luego del Cordobazo, eran desacostumbradamente sensibles a
cualquier medida del Estado o la empresa que pudiera interpretar­
se como una provocación.
Los trabajadores de Perdriel no se apaciguaron con las concesio­
nes de la firma. Presionado por las bases. Torres convocó a princi­
pios de junio a una huelga de todas las fábricas de IKA-Renault,
para protestar por el estancamiento de las conversaciones sobre los
contratos, huelga que esperaba restableciera su credibilidad como
dirigente obrero de línea dura, pero a la que presentó como una
respuesta a la intransigencia de la empresa en las cuestiones sala­
riales y laborales. El 3 de junio, en la mayoría de las plantas se to-
Los clasistas 227

marón rehenes, y la CGT local declaró un paro general en apoyo a


los trabajadores huelguistas del SMATA. Cuando los obreros de
Concord y Materfer adhirieron a ía huelga en solidaridad y los de
Concord llevaron a cabo su segunda ocupación, ía ciudad pareció al
borde de una amenazante insurrección obrera. £1 4 de junio la po­
licía cordobesa ingresó por ía fuerza a la planta de Perdriel y detuvo
allí a unos 250 trabajadores, impulsando con ello a los ocupantes a
abandonar las otras plantas de IKA-Renault. Torres se vio obligado
a proseguir otra campaña huelguística cuyas consecuencias no
había previsto.15
Durante el resto del mes los trabajadores del SMATA siguieron
en huelga y en las plantas de IKA-Renault se suspendió ía produc­
ción. A decir verdad, la producción de toda la industria automotriz
cordobesa sufrió graves perjuicios, y las autoridades provinciales y
nacionales presionaron a Torres para negociar un arreglo. Como
Córdoba avanzaba tambaleándose hacia un estado de anarquía, las
verdaderas autoridades dentro del gobierno nacional, el general Ale­
jandro A. Lanusse y el ejército, destituyeron a Onganía, que había
quedado fatalmente debilitado desde el momento del Cordobazo y
fue liquidado definitivamente por la secuela del levantamiento en
Córdoba un año más tarde. La tarea inmediata del nuevo presiden­
te, el general Roberto M. Levingston, una figura militar relativamente
desconocida que tuvo que volver apresuradamente a Buenos Aires
desde su puesto de agregado militar en la Embajada Argentina en
Washington, era lograr lo que había-demostrado ser elusivo para
Onganía, esto es, la domesticación de Córdoba.
Torres estaba ahora ansioso por negociar el fin de una huelga
cuyo control había perdido y que era sostenida por militantes de
base, en su mayoría de izquierda. ÍKA-Renault aceptó la media­
ción gubernamental y los pedidos de un período de gracia que per­
mitieran a los trabajadores regresar a las plantas mientras la em­
presa y los funcionarios sindicales negociaban un compromiso.16
Públicamente, Torres se mantuvo en una postura beligerante, pero
en privado reconstruía sus puentes con la compañía. Hacia prin­
cipios de julio la mayoría de los trabajadores estaban de regreso
en las plantas. Los aproximadamente 1.500 despidos efectiviza-
dos por IKA-Renault durante la huelga, que habían contribuido a
hacerla más dura y prolongada, se negociaron para provecho mu­
tuo de los torristas y la empresa. Las conversaciones entre Torres
y los representantes patronales redujeron el número de trabajado­
res despedidos a unos 600, cifra que incluía a la mayoría de los
activistas de izquierda de la planta de Perdriel y del resto del com­
plejo, eliminando así una oposición envanecida que era fuente de
innumerables problemas tanto para la empresa como para el sin­
228 El Cordobazo

dicato. Para el PCR y otros partidos de izquierda, éste fue un golpe


duro, que implicó la necesidad de reconstruir sus organizaciones
en la base fabril. A pesar de su resultado negativo, la huelga estu­
vo plenamente dentro de los cálculos del partido marxista más
activo en Santa Isabel, el PCR, ya que éste consideraba a las huel­
gas como armas políticas que debían utilizarse para debilitar la
maquinaria sindical de Torres y ganar a los trabajadores para las
posiciones clasistas, a pesar de reveses ocasionales como eí sufri­
do.17
Esas estrategias partidarias no estaban presentes en la muy di­
ferente rebelión de base que aún germinaba en las plantas de Fiat.
En Ferreyra, en el momento en que terminaba la huelga del SMATA,
el grupo de trabajadores de Concord que habían surgido como diri -
gentes del movimiento para expulsar a Lozano y establecer una re­
presentación sindical efectiva ganó sin oposición las elecciones gre­
miales del 7 de julio. La rebelión generacional que constituyó una
parte tan importante de los movimientos clasistas de principios de
los años setenta se reveló inequívocamente en los resultados electo­
rales. Los miembros del comité ejecutivo y los delegados electos eran
jóvenes, la mayoría en la veintena o comienzos de la treintena.18Con
37 años, Masera, el nuevo secretario general del SITRAC, era cono­
cido como “el viejo
Durante los meses siguientes, estos jóvenes trabajadores se apre­
suraron a cambiar la vida fabril y a hacer del nuevo SITRAC el ins­
trumento de una vigorosa democracia del lugar de trabajo. Los pro-
blemas laborales se discutían abiertamente en los departamentos y
las decisiones se tomaban a través de la deliberación, a veces en
reuniones sindicales formales pero más a menudo en consultas
camaraderiles entre los trabajadores y los delegados. Capataces
hoscos y suites irrespetuosos aprendieron a tratar cuidadosamente
a los trabajadores bajo su supervisión, para no arriesgarse a una
respuesta del sindicato. La participación en los asuntos gremiales,
moribunda sólo unos pocos meses antes, comenzó a difundirse len­
tamente. Las asambleas generales abiertas realizadas en la fábrica
surgieron casi como una institución del nuevo SITRAC. Su organi­
zación se veía facilitada en gran medida por el carácter de sindicato
fabril de éste, y se efectuaban en forma rutinaria para decidir vir­
tualmente todas las cuestiones de la base fabril: problemas con la
aceleración de los ritmos de producción, negociaciones colectivas y
hasta quejas por la pobre calidad de la comida que se servía en el
bufe de la fábrica. El espíritu democrático del sindicato también fue
estimulado por el hecho de que todos sus dirigentes conservaron
sus empleos en la planta; no había puestos gremiales pagos, de
modo que los representantes del SITRAC estaban en contacto per-
Los clasistas 229

maneóte con las bases. La deslucida reputación de la representa­


ción sindical del complejo Fiat pronto quedó superada. En una en­
cuesta en la forja de Concord, por ejemplo, la respuesta obrera de­
mostró que el apoyo a la nueva conducción era profundo —casi uná ­
nime en los primeros meses del nuevo SÍTRAC— , aunque se debía
principalmente a la reputación de los dirigentes como “compañeros
honestos” y no a ninguna simpatía revolucionaria de parte de la
dirigencia o de las bases.'9
El nuevo SÍTRAC se ganó ía lealtad de los trabajadores porque
demostró ser un defensor solícito y eficaz de sus intereses, a pesar
de los muchos obstáculos que se levantaban contra él. Problemas
específicos de la planta de Concord modelaron el carácter del desa­
fío sindical allí. En esos años, la estabilidad en el empleo no era un
problema para los trabajadores de Fiat, como tampoco lo era, hay
que decirlo, para el proletariado automotor cordobés en general, y
los inconvenientes laborales giraban en tomo a la doble preocupa­
ción de los salarios y las condiciones de trabajo. En caso de haber
existido condiciones muy inestables de empleo, con una masa flo­
tante de trabajadores del automóvil entrando y saliendo de las fá­
bricas de la ciudad, la naturaleza de la rebelión de base en Ferreyra
bien podría haber sido muy diferente. En cambio, las mayores frus­
traciones de los trabajadores se originaban en sus relaciones coti­
dianas con la empresa y en las condiciones de las plan tas. La situa­
ción era igual para los trabajadores de Materfer, que eligieron a su
nueva conducción el mismo mes que los de Concord y cuyo sindica­
to siguió en muchas cuestiones el ejemplo del SÍTRAC. Sin embar­
go, los salarios eran un tema en el cual las experiencias de los dos
sindicatos eran un poco diferentes.
Desde mediados de los años sesenta, los trabajadores de Concord
no tenían un convenio colectivo propio y, en cambio, se los había
forzado a aceptar la versión modificada por Fiat de los contratos de
la UOM. Fiat utilizó estos acuerdos, que en general eran menos fa­
vorables que los del SMATA, a pesar de la aparente inaplicabilidad
de las categorías de la industria metalúrgica a la producción auto­
motriz. El SITRAM, en cambio, tenía su propio convenio, pero sus
términos eran aún peores que los obtenidos por los trabajadores de
Concord con los amañados contratos de la UOM. Los obreros de
Materfer esperaron mientras los de Concord hacían el primer inten­
to por remediar la situación. La conducción del SÍTRAC formó una
comisión especial de representantes de los trabajadores y funciona­
rios gremiales para redactar un acuerdo propio y presentarlo a la
empresa, acuerdo que modificaría significativamente las condicio­
nes de la planta de Concord. A lo largo del siguiente año los miem­
bros del sindicato consultaron convenios anteriores del SMATA y
230 El Cordobazo

armaron laboriosamente el contrato que propondrían a la compa­


ñía en enero de 1972.20
Más que un conflicto por ios salarios, la insistencia del sindicato
en redactar su propio contrato era un desafio directo al control ab­
soluto de Fiat sobre la fábrica y todas las cuestiones relacionadas
con la producción. El nuevo SITRAC provocó la hostilidad de la
empresa por esta mismísima razón. Más allá de las negociaciones
colectivas propuestas, el sindicato comenzó a preocuparse inmedia­
tamente por reclamos de larga data en la base fabril, que habían
sido ignorados durante los años de afiliación a la UOM y luego a los
sindicatos de planta controlados por la empresa. Una cuestión era
la forja, notoria por sus condiciones de trabajo insalubres pero con
respecto a la cual Fiat obstruía toda conversación para mejoraría.
En los primeros meses de administración del sindicato, los dirigen­
tes del SITRAC se pusieron en estrecho contacto con los sindicatos
italianos de la Fiat, por quienes se enteraron de que la tecnología
empleada en la foija de Ferreyra había sido prohibida por las leyes
laborales italianas a causa de sus efectos deletéreos sobre la salud
de los trabajadores; se había descubierto que causaba desde sorde­
ra prematura hasta trastornos sexuales, resultantes del incesante
golpeteo de las prensas de martillo e hidráulicas.2’ La conducción del
SITRAC eligió el problema de la forja como una de las cuestiones prin­
cipales sobre las que había que pronunciarse en favor de una efectiva
intervención sindical en los reclamos laborales más sobresalientes.
Pronto cuestionaría la panoplia de prácticas productivas y políticas
salariales de la empresa,32 Las demandas por las excesivas reclasi­
ficaciones de tareas, el respeto por las categorías y un salario fijó in­
dependiente de la productividad golpearon en el corazón del control
de Fiat sobre la fábrica, con lo que quedaron trazadas las líneas del
futuro enfrentamiento entre el sindicato y la compañía.

Mientras el sindicato daba forma a su desafío a Fiat alrededor de


problemas compartidos por todos los trabajadores, una evolución
más sorprendente acompañaba los acontecimientos en Ferreyra: la
rebelión de la base fabril se estaba transformando en un movimien­
to político disidente, el clasismo. El término clasismo y los sindica­
tos SITRAC y SITRAM se convirtieron en poco menos que sinónimos
en la reciente historia laboral argentina. Pero en realidad el clasismo
no nació en las plantas de Ferreyra; como ya se mencionó, había
estado presente en las teorizaciones partidarias de izquierda y, en
forma embrionaria, en la base fabril de las plantas de IKA-Renault
desde fines de la década de 1960. En rigor de verdad, el término
formaba parte del léxico marxista desde los años veinte, cuando los
Los clasistas 231

comunistas crearon el Comité Sindical de Unidad Clasista como una


alternativa sindical militante en el movimiento obrero del país. La
nueva izquierda lo resucitó en los sesenta, y hacia 1970 lo emplea­
ban casi todos los partidos marxistas y de manera creciente ciertos
sectores de la izquierda peronista. El hecho de que la expresión
clasismo fuera ya parte del discurso obrero en ese momento ayuda a
explicar de qué manera las rebeliones de las bases a principios de los
años setenta pudieron identificarse a sí mismas en tajes términos.
No obstante, el clasismo se expresó por primera vez fuera del
hermético mundo de los debates partidarios y las células fabriles
clandestinas, y con resonancia nacional, en ía rebelión de SITRAC y
SITRAM, y esa curiosa situación debe ser explicada. La educación
política de Masera, Bizzi y los demás trabajadores que habían llega­
do a la primera fila de la rebelión en Fiat fue un lento proceso nunca
plenamente consumado. Algunos miembros del comité ejecutivo y
del cuerpo de delegados abrazaron la ideología clasista intuitivamen­
te, en tanto otros llegaron a ella a través de la lectura y la discusión
política. Cuando la rebelión de Fiat atrajo la atención de activistas
e intelectuales de todo el país, y especialmente de la misma Córdo­
ba, la izquierda estableció contactos con muchos trabajadores, en
particular con los que ocupaban puestos de conducción. Activistas
partidarios y estudiantiles asumieron una relación tutelar con al­
gunos de los trabajadores, y el edificio sindical de SITRAC-SITRAM
en el centro de la ciudad se convirtió en una especie de salón polí­
tico para la izquierda cordobesa, un lugar de reunión donde podían
analizar ía realidad cotidiana con que los trabajadores se enfrenta­
ban en las plantas y darle una explicación política y, por último,
una expresión ideológica.
Los pasos dados hacia el clasismo eran vacilantes. El eslogan del
sindicato, adoptado más adelante durante ese mismo año, “¡Ni gol­
pe ni elección, revolución!”, fue creación de un intelectual o activista
partidario anónimo y prendió en el discurso público de los sindica­
tos de Fiat y en sus panfletos en un momento en que las posibilida­
des electorales genuinas parecían remotas. Entre los trabajadores
de Fiat, el eslogan expresaba más desconexión con el estado gene­
ral de las cosas en el país que simpatía extendida para con la revo­
lución, o incluso el socialismo. Las ideas clasistas estaban subordi­
nadas a las luchas que se libraban en las fábricas, y sólo pasaron a
ser dominantes después de fines de 1971, cuando SITRAC-SITRAM
fueron declarados ilegales por el gobierno. Entonces, los ex líderes
sindicales se encontraron en cierto modo alejados de la situación en
las plantas, por lo que pasaron a depender en gran medida de la
ayuda de los activistas partidarios para imprimir sus volantes, auxi­
liar a sus compañeros encarcelados, proporcionarles protección y,
232 El Cordobazo

en general, brindar el apoyo necesario para sostener a los ahora


proscriptos SITRAC-SITRAM. Más que como un movimiento de los
trabajadores revolucionarios, el clasismo de esos primeros meses
debe ser entendido como un movimiento de bases firmemente
enraizado en los problemas del trabajo. Propuso un mensaje políti­
co disidente como medio de combatir a los enemigos —tanto dentro
como fuera de las plantas— , de los que algunos trabajadores de Fiat
creían que estaban intentando frustrar las reformas por las que ellos
abogaban a través de sus sindicatos.
Aunque virtualmente no había participación de activistas pero­
nistas intransigentes como dirigentes dentro de los sindicatos cla­
sistas de Fiat, los nuevos SITRAC y SÍTRAM no surgieron como ex­
plícitamente antiperonistas. A decir verdad, con una mano de obra
que era casi en su totalidad peronista y una dirigencia sindical en la
que se contaban muchos trabajadores que habían pasado por el
peronismo, si bien pocos de ellos con una mílitancia activa, inicial-
mente no se contempló una confrontación con el movimiento obrero
peronista en el terreno ideológico o político. El encono entre éste y
los clasistas de Fiat fue, más bien, el resultado del aliento activo de
estos últimos a otros movimientos de recuperación sindical del país,
casi todos los cuales afectaban a conducciones peronistas estable-
cídas. Detrás de la animosidad entre clasistas y peronistas también
se encontraban los cambios en la política obrera nacional. La elec­
ción de José Rucci, de la UOM, como secretario general de la CGT el
2 de julio de 1970, presagiaba el intento de restablecer la estructu­
ra verticalista del movimiento obrero, que no había sido restaurada
desde la época de la rebelión de la CGTA. Las tensas relaciones entre
SITRAC-S1TRAM y los peronistas cordobeses eran la consecuencia
del apoyo de los sindicatos de Fiat a las listas disidentes en los gre­
mios locales y del resentimiento de los clasistas, a su tumo, por la
supuesta deferencia servil de la CGT local hacia Rucci y su falta de
voluntad para respaldar a los trabajadores de Fiat en lo que aqué­
llos consideraban como las luchas eminentemente obreras y no
partidistas que se producían en las plantas de la empresa italiana.
La oposición de los clasistas no se expresaba en términos de clasismo
versus peronismo, sino en los del combate por una dirigencia sindi­
cal honesta y democrática y la reivindicación de un papel de con­
ducción para la clase obrera en la construcción del socialismo. El
mensaje clasista podía recurrir a las propias tradiciones de la clase
obrera peronista, incluyendo a sus corrientes anticapitalistas, que
habían quedado sumergidas desde la época de la Resistencia y vuelto
a surgir después del Cordobazo. Así, el objeto del vituperio clasista
en el discurso público del movimiento no era el peronista sino el trai­
dor, el vendido, el burócrata
Los dasisÉas 233

En los meses posteriores a las elecciones sindicales de julio, los


sindicatos de Fiat ganaron confianza y por último estuvieron en
condiciones de ofrecer asistencia a otros movimientos de base de
Córdoba, particularmente en los sindicatos ortodoxos, que observa­
ban su ejemplo de creación de una representación gremial legítima
y efectiva. El ejemplo de SITRAC-SITRAM electrizó al movimiento
obrero local en ía segunda mitad de 1970. Por primera vez en su
historia, las plantas de Ferreyra se convirtieron en el epicentro de la
política obrera cordobesa. Los sindicatos habían desafiado con éxi­
to a Fiat en una serie de cuestiones y adoptado tácticas militantes
innovadoras que iban a extenderse por el movimiento obrero cordo­
bés en los años setenta. Los abandonos de planta y las ocupaciones
fabriles, la toma de ejecutivos empresariales como rehenes, las huel­
gas de hambre y ías manifestaciones callejeras eran tácticas drásti­
cas de las que no había testimonios en el movimiento obrero desde
la Resistencia peronista de fines de la década de 1950. Otros sindi­
catos de la ciudad siguieron su ejemplo en el intento de destituir a
dirigencias sindicales atrincheradas en sus puestos. Trabajadores
y rebeldes de base de las plantas de las Industrias Mecánicas del
Estado (ex LAME} y de las industrias de la construcción, láctea y
especialmente del calzado desarrollaron una estrecha relación con
SITRAC-SITRAM, que les brindaron acceso a la imprenta sindical,
los ayudaron a distribuir fichas de afiliación al sindicato y en gene­
ral les prestaron apoyo moral.23 Estas rebeliones de base presenta­
ron inicialmente a sus movimientos como más "antiburocráticos”
que clasistas. No obstante, como SITRAC-SITRAM aparecían como
los abanderados tanto de la democracia sindical como del clasismo,
gradualmente las dos causas se convirtieron en sinónimos en la
ciudad, y los movimientos de los trabajadores adoptaron de manera
creciente identidades clasistas.
La emergencia del clasismo cordobés se produjo justo en el mo­
mento en que los cambios en la política laboral nacional hacían
especialmente potentes causas como la de la democracia sindical.
La liberación de Tosco de la cárcel y su regreso a Córdoba en enero
de 1970 ya habían puesto en guardia a la conducción nacional de la
CGT. El gobierno prohibió un congreso obrero nacional el 31 de
enero, en el cual Tosco proponía elaborar un “plan de liberación
nacional”. El 4 de febrero, la sede central de Luz y Fuerza fue ataca­
da a tiros por el ejército y el sindicato fue puesto nuevamente bajo
control gubernamental, obligando a los dirigentes gremiales a rea­
lizar el congreso en la clandestinidad.24
En realidad, los caciques obreros peronistas sintieron por pri­
mera vez el verdadero sabor de la nueva cruzada antiburocrática en
febrero de 1970, cuando los trabajadores de la construcción de la
234 Eí Cordobazo

represa hidroeléctrica de El Chocón, en la provincia de Neuquén, se


negaron a aceptar la expulsión dispuesta por su central de los diri­
gentes que habían concurrido a la conferencia clandestina de Tos­
co. Como protesta, los trabajadores ocuparon la planta durante
varios días, en lo que ahora se considera la primera de las grandes
huelgas antiburocráticas de la década. El movimiento obrero pero­
nista se encontró en un estado de crisis. La feroz y a menudo violen­
ta lucha de poder por el control de la UOM y sus 220.000 afiliados,
que había comenzado después del asesinato de Augusto Vandor,
sólo se resolvió a principios de 1970, cuando afirmó su control del
gremio Ix>renzo Miguel, que había sido su tesorero durante la con­
ducción de Vandor.25 Fue Miguel quien después postuló a Rucci, ex
secretario de prensa de Vandor y dirigente metalúrgico relativamente
desconocido de Santa Fe, como secretario general de la CGT en el
Congreso de la Unidad Sindical “Augusto Timoteo Vandor” de julio.
Rucci, de quien se esperaba que actuara como títere de Miguel, pron­
to surgió como una figura poderosa por propio derecho y como con­
trapeso de Perón para las tendencias vandoristas de inclinaciones
independientes siempre latentes en la UOM.
De inmediato, Rucci, Miguel y la UOM emprendieron la res­
tauración de la rígida cadena de mandos en el movimiento obrero
— tarea considerada imperativa tanto por Perón como por los líde­
res sindicales más ambiciosos, como Miguel— para restablecer la
influencia del sindicalismo a nivel nacional. Obviamente, estas nue­
vas autoridades del movimiento obrero miraban con desaprobación
a SITF^C-SÍTRAM y, en general, al movimiento obrero cordobés,
mientras la izquierda lanzaba ataques más frecuentes e hirientes
contra la “burocracia sindical”, con la UOM como blanco especial de
sus críticas.
El clasismo no era entonces el único acontecer cordobés visto
como una amenaza por los caciques laborales peronistas. Los pero­
nistas de la provincia, divididos como siempre entre legalistas y
ortodoxos, seguían preocupando a Buenos Aires. Miguel presionó
lentamente a Alejo Simó y la UOM cordobesa, y con ello a los sindi­
catos ortodoxos bajo su dominio, a fin de que volvieran al redil
verticalista. Las lecciones de la CGTAy el Cordobazo no habían caído
en saco roto para Simó, quien finalmente se convertiría en el fiel
representante del verticalismo en la ciudad y alinearía a su sindica­
to junto con las potencias del movimiento obrero antes que con los
disidentes, que ahora le parecían impredecibles y peligrosos. Simó
condujo a la UOM en unos pocos gestos más de insubordinación, y
seguiría buscando la independencia de Buenos Aires que le garan­
tizara su propia influencia en eí sindicalismo y con ello en el movi­
miento peronista. No obstante, las nuevas corrientes del movimien­
Los clasistas 235

to obrero cordobés le parecían ahora más peligrosas que las ten­


dencias en crecimiento de los porteños. La UOM cordobesa estaba
siendo ganada progresivamente para ía causa del verticatismoy dis­
tanciándose de los elementos radicalizados del movimiento obrero
local. Más que los ortodoxos, ahora eran los legalistas quienes aso­
maban como el principal obstáculo al verticalismo entre los sindica­
tos peronistas cordobeses.
La explicación de este cambio radica en el Cordobazo y los acon­
tecimientos que lo siguieron. La participación de los legalistas en el
levantamiento y en la resistencia obrera de los meses siguientes
hizo que su alineamiento con Miguel. Rucci y la CGT, que propug­
naban el diálogo y el compromiso con el gobierno, fuera virtual-
mente imposible. Las primeras declaraciones públicas de los
legalistas luego de la victoria de Miguel en la UOM revelaban una
mezcla de desafío, posiciones peronistas de izquierda en germen,
anticapitalismo, militancia sin compromisos y la conocida oposi­
ción aí centralismo porteño; entre otras cosas, apoyaban una ley
nacional para impedir el establecimiento de nuevas industrias en
la Capital Federal y una ley complementaria de promoción indus­
trial para las provincias.26Atilio López surgía gradualmente como
el principal vocero de los legalistas y su propio sindicato, la Unión
Tranviarios Automotor, servía como lugar de encuentro de intelec­
tuales peronistas de izquierda, activistas políticos y sindicatos
peronistas de la ciudad, que combinaban las exigencias históricas
del movimiento obrero de esa tendencia en favor del retorno de
Perón y la relegalización del Partido Justicialista con una ideología
de liberación nacíonaly un proyecto socialista para la Argentina.27
La lucha de poder entre ías dos facciones del movimiento obrero
peronista por el control de la CGT no se decidiría, en realidad, hasta
el año siguiente, pero tanto legalistas como ortodoxos estaban ad­
quiriendo a lo largo de 1970 un perfil político más claro, y encar­
naban en sus propias filas la polarización creciente de su movi­
miento entre izquierda y derecha.
La relación entre SITRAC-SITRAM y sindicatos locales como los
legalistas de López y los independientes de Tosco fue al principio
cordial pero nunca pasó de un respaldo formal. Si bien tanto López
como Tosco sintieron inicialmente simpatía hacía el movimiento de
recuperación sindical de Fiat y apoyaban la causa antiburocrática,
que en los hechos era también una reivindicación de la autonomía
cordobesa contra el centralismo porteño, ninguno estaba complaci­
do con las posiciones clasistas con las que SITRAC-SITRAM se iden­
tificaban cada vez más. Los recelos de Tosco provenían más de su
escasa comprensión de lo que estaba sucediendo en Ferreyra que
de genuinas diferencias políticas. Desde el momento en que el go­
236 El Cordobazo

bierno asumió el control de Luz y Fuerza a principios de febrero


hasta el restablecimiento de su personería gremial en septiembre
de 1971, Tosco y la conducción sindical trabajaron ocultos. En con­
secuencia, en lo que se refiere al grueso de la experiencia clasista de,
Fiat, Tosco sólo recibía informaciones por intermediarios, cuyos re­
latos parciales de la rebelión de los trabajadores de aquella empresa
predisponían sus ulteriores interpretaciones del movimiento. Los
recelos de López y los legalistas, por su lado, eran en gran medida
políticos. Objetaban la aparente indiferencia de los sindicatos de Fiat
ante la legalización del movimiento peronista.
El 11 de noviembre de 1970, los principales partidos políticos,
incluyendo al Jusücialista, emitieron una declaración pública exi­
giendo elecciones directas inmediatas y el fin del régimen militar,
con plena participación del movimiento peronista. Este frente de­
mocrático, bautizado La Hora del Pueblo, recibió el apoyo de casi
todos los sindicatos de la ciudad salvo los clasistas de Fiat SITRAC-
SITRAM eran escépticos acerca de la disposición militar a entregar
el control a los partidos civiles, pero también comenzaban a surgir
diferencias ideológicas y políticas genuinas. La lucha nacida en las
fábricas y el tutelaje político que algunos trabajadores recibían aho­
ra de la izquierda comenzaron a acercar a los obreros de Fiat a po­
siciones adversas a las soluciones electorales peronistas apoyadas
por los legalistas, posiciones a las que podía describirse justifica­
damente como revolucionarias.
En los últimos meses de 1970 la rebelión de Fiat creció, y los
sindicatos descubrieron que la empresa actuaba con vacilación e
ineficacia en los intentos de desbaratar su movimiento. Trabajado­
res que antaño habían sido sumisos y temerosos ahora se mostra­
ban desafiantes. Los sindicatos que anteriormente habían sido ins­
trumentos del departamento de personal de Fiat ahora cuestiona­
ban en toda ocasión la política empresarial. Los paros y el trabajo a
desgano no eran cosa cotidiana, como aducían los detractores de
los sindicatos, pero sí muy frecuentes. Una campaña huelguística
librada por los sindicatos llevó a Fiat a la mesa de las negociaciones
y obtuvo de ella, a regañadientes, que los reclamos gremiales sobre
salarios y prácticas laborales se incluyeran en futuras negociacio­
nes colectivas. El 26 de noviembre, SITRAC-S1TRAM comenzaron
un plan de lucha exigiendo una serie de reformas inmediatas en la
base fabril — entre ellas la reducción de la jomada en la forja de la
empresa y la eliminación de cláusulas de productividad— , que en
negociaciones previas habían sido obstinadamente rechazadas por
la compañía. Las huelgas de hambre del comité ejecutivo del SITRAC
y Curutchet para protestar por el despido de dos delegados sindica­
les se convirtieron en una cause célebre local, con marchas y maní-
Los clasisLas 237

Testaciones por él centro de la ciudad y el apoyo de varias organiza-


clones eclesiásticas, estudiantiles y políticas del lugar.:38
Fiat era ahora una empresa sitiada, y estaba pagando por el fra­
caso de sus políticas laborales anteriores y las duplicidades del
pasado en los tratos con sus trabajadores. A principios de 1971, la
compañía decidió actuar, con la esperanza de eliminar la rebelión
sindical y regresar a las pacíficas relaciones laborales, coercitivas
pero eficaces, que había conocido hasta pocos meses antes. El 14
de enero, como táctica intimídatoria, despidió a siete trabajadores,
entre ellos los miembros del comité ejecutivo del SITRAC José Páez,
Domingo Bizzi y Santos Torres y a un delegado y miembro del re­
cientemente formado comité sindical para reevaluar las categorías
de la compañía, Gregorio Flores.29 SÍTRAC respondió con una ocu­
pación fabril que incluía la toma de funcionarios de la empresa como
rehenes. Levingston ordenó a los trabajadores que abandonaran la
planta en un plazo de tres horas y amenazó con que, si no lo hacían,
Córdoba sería declarada zona de emergencia, lo que le daba al pre­
sidente plenos poderes para ordenar ía intervención militar en la
provincia; el sindicato ignoró la orden.30
La crisis de Fiat se extendió por toda ía ciudad cuando la totali­
dad de los trabajadores mecánicos convocaron a una huelga de so­
lidaridad para el día siguiente. Además de los operarios de Materfer,
adhirieron a la protesta los de IKA-Renault y Grandes Motores
Diesel, afiliados al SMATA, y los de la vecina fábrica Perkins (que,
como los de Fiat, estaban organizados en un sindicato de planta).
Para Torres, éste fue un último y desesperado esfuerzo tanto para
descabezar a la oposición interna de su propio gremio como para
adoptar las tácticas militantes que le permitieran asumir el control
de los peronistas de "línea dura”, haciendo posiblemente de Córdo­
ba y del SMATA el asiento del poder de las 62 Organizaciones, que
nacionalmente estaban muy divididas entre quienes apoyaban el
diálogo con el gobierno y quienes se oponían a él. La pérdida de
prestigio de Torres, producto especialmente de las huelgas de mayo
a julio de 1970, lo había inducido a volver a adoptar una postura
militante. Llegó incluso a exhortar públicamente a la CGT local a
que convocara un congreso sindical para elaborar un plan de lucha
contra Levíngston, y exigió que Rucci adoptara tácticas militantes
que colocaran al movimiento obrero en franca oposición al gobierno
militar; mientras tanto, planeó secretamente, junto con Simó y el
dirigente ortodoxo Mauricio Labat, del sindicato de choferes de taxi,
el respaldo a la posición moderada de la CGT central y la búsqueda
de diálogo con el gobierno.31 No obstante sus ulteriores motivos, su
apoyo público a la huelga tuvo el efecto de intensificar la crisis. El
gobierno ordenó de inmediato a Fiat que reincorporara a los traba­
238 E l Cordobazo

jadores despedidos mientras durara su arbitraje. Los huelguistas


abandonaron la planta de Concord en la medianoche del 15.32
Más que el fin de un conflicto, la huelga de enero fue el primero
de una serie de hechos que culminarían en la segunda gran protes­
ta obrera y levantamiento popular de Córdoba en menos de dos años.
SITRAC - SITRAM y Fiat estaban ahora encerrados en una escalada
de confrontaciones; las posibilidades de compromiso eran remotas
y los puntos de conflicto se magnificaban a causa de los recelos
mutuos y las animosidades del pasado. Después de seis meses de
representación gremial, cuestiones tales como la forja y las catego­
rías todavía no habían sido abordadas por la empresa. En vez de
negociar, Fiat había reaccionado mediante el hostigamiento de los
delegados, el intento de restringir las actividades sindicales en las
plantas y finalmente con el despido de los miembros más beligeraiv
tes de la nueva conducción del sindicato. Eí 29 de enero, SITRAC y
SITRAM respondieron al levantamiento por parte del gobierno de
Levingston de la prohibición de negociaciones colectivas presentan­
do al Ministerio de Trabajo su propuesta de convenio, un contrato
modelado según los acuerdos establecidos por el SMATA y que in­
cluía incrementos salariales que llevarían a los trabajadores de Fiat
a las escalas pagadas en otras firmas automotrices.33
A lo largo de febrero, SITRAC, SITRAM y otros sindicatos locales
aguardaron el resultado de las primeras negociaciones colectivas rea­
lizadas en más de tres años. En marzo, todos los trabajadores de las
industrias mecánicas de Córdoba y los de otros gremios, como los
empleados públicos y los profesores universitarios, estaban embar­
cados en acciones huelguísticas, ya que enfrentaban la hostilidad de
empleadores que, una vez más, se veían ante la desagradable pers­
pectiva de negociar convenios con su personal. Fiat reaccionó ante la
propuesta de SITRAC-SITRAM insistiendo en que las negociaciones
debían realizarse en Buenos Aires, un requisito de cumplimiento
imposible para trabajadores que ocupaban puestos sindicales no re­
munerados y cuya única fuente de ingresos era la paga recibida por
sus empleos en las plantas de la empresa. Tal vez como reprimenda
a la intransigencia de la compañía italiana, el arbitraje firmado el 11
de marzo por el Ministerio de Trabajo en relación con la disputa de
enero revocó los despidos y rechazó las afirmaciones de Fiat de que
los representantes sindicales habían abusado de sus responsabilida­
des y promovido conflictos innecesarios en las fábricas de Ferreyra.34

El conflicto en curso entre SITRAC-SITRAM y la empresa sobre el


establecimiento de una representación sindical efectiva y las negó-
daciones colectivas en el complejo de Ferreyra coincidió con un
Los clasistas 239

momento político particularmente sensible. El I o de marzo,


Levingston designó a José Camilo Uriburu, vastago de una renom­
brada familia aristocrática, como nuevo gobernador de Córdoba. La
elección del intolerante e intemperante Uriburu para la gobernación
de una provincia como Córdoba era un disparate político de estupi­
dez casi premeditada. Su nombramiento llegó justo cuando ios sin­
dicatos se movilizaban en toda la ciudad y estaba en preparación
una nueva protesta obrera.
Las primeras dos semanas de marzo abundaron en estremeci­
mientos políticos cotidianos. Eí 2, una huelga general de 1a CGT
cordobesa paralizó la ciudad. El 5, Tosco propuso la creación de un
comité de huelga, que incluiría a los díscolos sindicatos de Fiat, a
fin de preparar la ocupación obrera de todas los talleres y fábricas
de la ciudad el 12 de marzo como protesta por los diversos reclamos
sindicales, entre ellos la suspensión de la personería gremial de su
propio Luz y Fuerza, y para exigir el fin de la dictadura. El 6, Elpidio
Torres, desacreditado desde la huelga de 1970 y sitiado por la opo­
sición en el sindicato que antaño había gobernado de manera abso­
luta, renunció finalmente a la secretaría general del SMATA, dejan­
do al gremio más importante de la ciudad en manos de lugarte­
nientes asustadizos y menos capaces. Al día siguiente, 7 de marzo,
Uriburu pronunció su infame discurso público ante la oligarquía
cordobesa en la Fiesta del Trigo de Leones, en el cual se comprome­
tió a “cortarle la cabeza a la víbora venenosa que anida” en Córdoba.
Eí blanco de la amenaza no fue pasado por alto en los sindicatos de
ía ciudad, y el comité de huelga propuso un encuentro para el día 9
a fin de planificar su respuesta.
En este momento, la relación de SITRAC-SITRAM con los demás
sindicatos de la ciudad y con la CGT cordobesa pasó a ser crucial.
Los sindicatos de Fiat habían rechazado anteriores invitaciones a
unirse a la CGT local. Siempre habían defendido su postura aducien­
do que no estaban dispuestos a subordinar la lucha de los trabajado­
res de Fiat a los dictados de una organización obrera en la cual los
sindicatos ortodoxos, antidemocráticos y en muchos casos derechis­
tas, aún conservaban la mayoría. La distante relación se había vuelto
más tirante, casi acre, cuando la CGT cordobesa no prestó apoyo con
medidas huelguísticas a los trabajadores de Fiat en medio del con­
flicto por los despidos de enero. De todos los principales dirigentes
gremiales de la ciudad, Tosco era el único que había hecho una de­
claración pública en favor del SÍTRAC. Los sindicatos de Fiat habían
respondido increpando públicamente a la CGT cordobesa, y en lo
sucesivo SITRAC-SITRAM incluyeron rutinariamente a ésta en sus
diatribas contra la “burocracia sindical’’.35
La presencia de representantes de ambos sindicatos en el encuen­
240 El Cordobazo

tro del 9 de marzo, en consecuencia, provocó desasosiego en varios


sindicatos y un disgusto apenas disfrazado en otros. Bizzi y Masera
criticaron los planes del comité para la ocupación de los lugares de
trabajo por estar mal concebidos, ya que dar noticia de los mismos
a las autoridades públicas minaba cualquier posibilidad de éxito.
Las ocupaciones de plantas también aseguraban una represión efi­
caz de la policía, represión que con toda probabilidad recaería con
dureza particular sobre el complejo de Ferreyra, dado que éste era
ahora el centro reconocido de la rnilitancia obrera en la ciudad. Lo
que proponían a cambio era una marcha de columnas separadas de
trabajadores y una manifestación pública en el centro, en otras
palabras un retorno a la estrategia general que había conducido al
Cordobazo. Cuando su moción fue vencida en la votación, los repre­
sentantes de Fiat se negaron a comprometer a sus sindicatos con el
plan de la CGT, pero acordaron participar en la protesta después de
que se llegara a un compromiso para encarar dos acciones conse­
cutivas: primero se llevarían a cabo los planes de la CGT para las
ocupaciones de plantas y luego habría una huelga general, con la
marcha de columnas obreras que se encontrarían en la Plaza Vélez
Sarsfield para hacer una demostración pública en contra del gobier­
no y la patronal.36
El 12 de marzo, día de las tomas propuestas, los trabajadores de
Fiat, en vez de ocupar el complejo, decidieron abandonar las plan­
tas de Concord y Materfer y realizar una manifestación ante las
puertas de esta última. Desde el complejo Fiat, marcharon hacia los
barrios de las cercanías, donde estaban esperando unidades poli­
ciales enviadas para disolver la demostración. La policía disparó
sobre los manifestantes, matando a un obrero y dando a los demás,
exactamente como lo había hecho la represión policial del Cordo­
bazo, el mártir que necesitaban para galvanizar la ira colectiva en
una protesta de masas. La policía y los trabajadores chocaron repe­
tidamente en Ferreyra a lo largo de la tarde y el anochecer, hasta
que se ordenó a las fuerzas de seguridad que se retiraran de la zona.
Este conflicto, el Ferreyrazo, como lo llamaron posteriormente los
trabajadores de Fiat, señaló el comienzo de una insurrección obrera
que abarcó toda la ciudad. El 14 de marzo, unos diez mil cordobe­
ses acompañaron, en un repudio silencioso a la represión policial,
el cortejo fúnebre de Alfredo Cepeda, el trabajador de Fiat que había
sido muerto dos días antes. Entre tanto, la CGT local amplió su pro­
testa y criticó públicamente a Rucci y la CGT central por su “com­
plicidad pasiva" y su negativa a declarar una huelga general nacio­
nal en respaldo de Córdoba.37
Miles de airados trabajadores de Fiat abandonaron las plantas el
lunes 15 de marzo a la mañana. Las columnas de SITRAC-SITRAM
Los clasistas 241

marcharon como se había planificado desde Ferreyra hasta el cen­


tro de la ciudad, esperando encontrar allí a miles de compañeros
para la demostración. En ruta, recibieron la primera de las muchas
sorpresas que experimentarían ese día. Al pasar cerca de la planta
de energía de Villa Revol, la principal fuente de electricidad de la
ciudad, las columnas de SITRAC-SITRAM notaron la presencia de
trabajadores de Luz y Fuerza apostados dentro y alrededor de ella,
signo de que su sindicato había emprendido una ocupación en vez
de encaminarse a la Plaza Vélez Sarsfield, una medida, que provocó
el escarnio de los trabajadores de Fiat, que la consideraron como
una traición al compromiso del 9 de marzo.™ Cuando las columnas
llegaron a la plaza, descubrieron también que la CGT no había ins­
talado ni la tribuna ni los altoparlantes que se habían convenido.
En realidad, hacía varios días que los dirigentes de SITRAC-
SITRAM no se ponían en comunicación con Tosco y los demás líde­
res sindicales, y los sindicatos de la CGT habían tomado de manera
independiente algunas decisiones para la concentración propuesta.
La mayoría de los gremios ortodoxos se había negado a participar, y
los legalistas e independientes lo hicieron individualmente, toman­
do decisiones estratégicas, en especial la de Tosco de ocupar Villa
Revol, que nunca comunicaron a los sindicatos de Fiat. El resultado
fue una desorganizada protesta que, si bien masiva, careció incluso
de las preparaciones tácticas y organizativas mínimas del Cordo­
bazo.
La concentración, no obstante, siguió adelante, y los trabajado­
res de Fiat e ÍME, históricamente aislados del movimiento obrero
cordobés y ampliamente ausentes en las protestas de mayo de 1969,
constituyeron los dos contingentes obreros más grandes en el cen­
tro de la ciudad. Después de discursos de Masera y Florencio Díaz,
secretario general del SITRAM, y al correr la voz de la ocupación de
Villa Revol por parte de Tosco, estallaron las discusiones y los deba­
tes acerca dé qué paso dar a continuación. Ignorando las exhorta­
ciones de los sindicatos de Fiat a quedarse en la plaza, un contin­
gente, dirigido principalmente por los trabajadores de Luz y Fuerza
y el SMATA que estaban presentes, marchó hacia Villa Revol para
apoyar a Tosco. Pronto otros sindicatos dejaron la plaza para ocu­
par los barrios cercanos, como Alberdi y Clínicas, centros de la pro­
testa durante el Cordobazo. Poco después se unieron a ellos estu­
diantes y ciudadanos comunes, y en las primeras horas de la tarde
la ciudad estaba una vez más sumergida en una ola de destrucción,
mayor incluso que la del Cordobazo en términos de daños a la pro­
piedad, si no en pérdida de vidas humanas. Los ataques a las em­
presas se difundieron, y hacia la media tarde el Banco del Interior,
el Banco de Galicia, el Jockey Club y una gran cantidad de super­
242 El C ordobazo

mercados estaban en llamas, convirtiéndose en las primeras de unas


cien empresas que serían incendiadas y saqueadas ese día. Entre
tanto, algunos trabajadores de SITRAC-SITRAM habían ocupado el
cercano Barrio Güemes mientras otros volvían a Ferreyra, donde se
levantaron barricadas y se cortó la ruta 9 de entrada a la ciudad. A
diferencia del levantamiento de 1969, el distrito céntrico cercano no
fue ocupado; los manifestantes, en cambio, eligieron una estrategia
de retirada y fortificación en los barrios adyacentes. Los trabajado­
res de Fiat construyeron barricadas en Güemes, así como en otros
barrios como Colón y San Vicente, y hacia el anochecer las zonas
del oeste de la ciudad habían sido abandonadas una vez más por la
policía y las fuerzas de seguridad y entregadas al control de los
manifestantes. Sólo en el Barrio Clínicas se habían levantado unas
200 barricadas.39
El fracaso de los sindicatos en la coordinación de su protesta
aseguró una veloz represión. Al día siguiente, 16 de marzo, llegó de
Buenos Aires una brigada antiguerrillera especialmente entrenada,
que se topó con poca de la dura resistencia callejera encontrada por
las tropas del ejército en el Cordobazo. Varias horas después la ciu­
dad estaba ocupada y las barricadas callejeras abandonadas. Ese
mismo día el Ministerio de Trabajo anunció que una serie de sindi­
catos, entre ellos SITRAC-SITRAM, habían sido colocados bajo la
supervisión gubernamental, y el ejército libró órdenes de captura y
detención de Tosco, Masera y el resto de los principales dirigentes
gremiales de la ciudad, que planificaban ahora la resistencia a tra­
vés de la CGT. El 17 de marzo, el gobierno de Levingston solicitó la
renuncia del gobernador Uriburu, puso a la provincia bajo control
militar y reinstauró apresuradamente la pena de muerte en el códi­
go penal argentino. Tras una huelga general de la CGT cordobesa el
día 18, Córdoba fue declarada zona de emergencia; se desplegaron
tropas en casi todos los barrios de la ciudad así como en los comple­
jos de Fiat e IKA-Renault. No obstante, la resistencia prosiguió, y el
19 los trabajadores de Fiat abandonaron las plantas de Concord y
Materfer para protestar contra la presencia de las tropas en el com­
plejo. Los días siguientes trajeron incesantes patrullas nocturnas
del ejército por las calles de Córdoba, allanamientos de los princi­
pales edificios gremiales y cientos de arrestos de trabajadores y ac­
tivistas sindicales. Las súplicas de apoyo hechas por la delegación
cordobesa a Rucci y la CGT nacional fueron ignoradas en el congre­
so obrero nacional realizado en Rosario el 19 y 20 de marzo.40
Los dirigentes de SITRAC-SITRAM que aún estaban en libertad
prometieron continuar la resistencia clandestina. Esa promesa y la
consideración del humor intranquilo e insurreccional que aún rei­
naba en Córdoba convencieron al comandante del ejército, general
Los clasistas 243

La ñus se, de la necesidad de destituir a Levingston y asumir el con­


trol del gobierno el 23 de marzo. Por segunda vez en menos de dos
años, los acontecimientos en Córdoba habían sido decisivos en el
derrumbe del gobierno central.41

A pesar de algunas semejanzas aparentes, la serie de moviliza­


ciones y protestas producidas entre el 12 y el 16 de marzo, poste­
riormente bautizadas Viborazo en alusión a la insolente observa­
ción de Uriburu, exhibieron unas cuantas diferencias significativas
con respecto al Cordobazo. Una fue el carácter predominantemente
obrero del Viborazo; la participación de los estudiantes universita­
rios y ía población en general de la ciudad fue un factor mucho
menos importante, y los intereses estrictamente obreros fueron más
determinantes que en el levantamiento de 1969. Otra diferencia con­
sistió en la presencia más visible de la izquierda argentina, que había
sido pequeña y clandestina en 1969 pero creciente y desafiante en
1971. La presencia de las ondeantes banderas de! PRT en las co­
lumnas en marcha de SITRAC-SITRAM, así como las del PCR, los
Montoneros y otros en la manifestación de la Plaza Vélez Sarsfield
del 15 de marzo indicaban que desde el Cordobazo había tenido lugar
un cambio político significativo. La confianza y las aptitudes de la
izquierda revolucionaria habían crecido notablemente desde el le­
vantamiento de mayo de .1969, y ahora se aliaba abiertamente con
el movimiento obrero disidente. Otra diferencia relacionada fue la
ubicuidad en la clase obrera local de lo que puede denominarse el
clasista vernáculo. La presencia de animosidades de clase, e inclu­
so la sensación de guerra de clases, fue mayor en el Viborazo. La
destrucción de empresas fue más extendida y desenfrenada; los
saqueos, más pronunciados. Los discursos de Masera y otros líde­
res sindicales en la manifestación del centro fueron de tono más
anticapitalista, más críticos del sistema que del régimen. El blanco
de la ira de la dase obrera en 1971 no fue tanto Levingston, que al
menos había mostrado algunos signos de moderar los aspectos más
represivos del gobierno militar, ni los empresarios y su negativa a
satisfacer lo que los sindicatos consideraban las justas demandas
de los trabajadores; el que se convertía en el enemigo era eí capita­
lismo mismo. Si el Cordobazo había articulado las peculiaridades
de la sociedad cordobesa y una cultura política local en un momen­
to histórico determinado, el Viborazo expuso las nuevas corrientes
ideológicas y alianzas políticas que aparecían en la vida nacional
argentina, muchas de las cuales habían recibido su inspiración y
su impulso de la protesta anterior.
inmediatamente después del Viborazo, la patronal volvió a gol­
pear. Fiat, en especial, procuró restablecer el equilibrio de poder en
244 El Cordobazo

sus plantas. A pesar del paro del 19 de marzo, la presencia de tro­


pas del ejército en el complejo de Ferreyra y en las fábricas mismas
impidió gran parte de la antes animosa actividad en la base fabril.
La empresa comenzó también a presionar al gobierno para que éste
adoptara medidas legales contra e! SITRAC y el SITRAM, afirmando
que sufría una grave caída de la producción y una. pérdida de ga­
nancias como resultado de los problemas laborales/42 Como otra
táctica intimidatoria, Fiat contrató a un escribano público para que
documentara las condiciones en !a planta, a fin de usar esa certifi­
cación como prueba en la demanda judicial que preparaba contra
los dirigentes sindicales.'13
A pesar del establecimiento de la ley marcial, la proscripción de
sus sindicatos y la ofensiva empresarial, los trabajadores de Fiat
prosiguieron con sus movilizaciones y protestas, y la militancia del
movimiento obrero cordobés se mantuvo en general incólume. La
CGT cordobesa realizó paros generales el 2 y el 15 de abril y progra­
mó un tercero para el 29, a fin de protestar contra las medidas re­
presivas del gobierno. El 13, después de un áspero debate en el cual
los sindicatos ortodoxos y legalistas intercambiaron insultos, una
alianza entre los legalistas y los independientes eligió a López y Tosco
como secretario y subsecretario general, respectivamente, de la CGT
local, dando a Córdoba el cuerpo regional más pluralista y militante
de todo el movimiento obrero y neutralizando eficazmente a los re­
presentantes locales más conservadores y verücalistas del moví-'
miento obrero peronista, los ortodoxos.^
Para impedir la huelga del 29 de abril, y en especial como reac­
ción contra la conformación de la nueva CGT, el 28 el general
Lanusse visitó personalmente Córdoba. Se emitieron de inmediato
órdenes para la detención de Tosco, y el dirigente de los trabajado­
res de Luz y Fuerza fue capturado y trasladado en avión a la peni­
tenciaría federal de Villa Devoto, en Buenos Aires, donde compar­
tiría una celda con Raimundo Ongaro durante varios meses. Pero
la presencia de Lanusse y el arresto de Tosco sólo sirvieron para
elevar las tensiones en la ciudad. La huelga del 29 de abril se llevó
adelante según lo planificado; ni siquiera gestos tan conciliatorios
como el levantamiento por parte del Ministerio de Trabajo de las
proscripciones gremiales consiguieron disuadir a los sindicatos
cordobeses, cuyas movilizaciones se habían convertido en un pro­
blema de importancia nacional.45 El estado insurreccional del mo­
vimiento obrero cordobés estaba muy presente en el pensamien­
to de Lanusse cuando el I o de mayo anunció desde la provincia el
auspicio por parte del gobierno militar del Gran Acuerdo Nacional,
una propuesta de transición al régimen civil pero también una
retirada estratégica de los militares del poder, para combatir la
Los clasistas 245

creciente amenaza de la violencia laboral y la insurgencia guerri­


llera en eí país/i(i
El Gran Acuerdo no tuvo un efecto inmediato en Córdoba, donde
los legalistas, clasistas e independientes lanzaron un nuevo desafío
al gobierno al organizar un congreso obrero nacional de sindicatos
combativos que se realizaría el 22 y 23 de mayo. Alrededor de 117
sindicatos participaron en él, y a pesar de las desavenencias entre
los gremios peronistas y clasistas presentes, se llegó a un acuerdo
en un programa de oposición al gobierno. La resolución final del
congreso convocaba a la nacionalización de todos los grandes sec­
tores de la economía, defendía la planificación central y la partici­
pación obrera en ia administración de ías empresas y representaba
un rechazo ilimitado de los programas económicos promovidos por
los militares desde 1966.47Su verdadera significación, sin embargo,
radicaba en que advertía al gobierno que el movimiento obrero cor­
dobés continuaría con su oposición y, más ominosamente, que in­
tentaría congregar bajo su ala a todas las corrientes disidentes y
combativas del movimiento obrero argentino.
SITRAC-SITRAM habían sometido a la aprobación del congreso
un programa propio, pero la propuesta más radicalizada de los cla­
sistas de Fiat había sido derrotada en la votación, en favor de la
auspiciada por los peronistas, que tenía un lenguaje menos marxis­
ta e incluía la exigencia perentoria de devolver la legalidad al movi­
miento peronista. No obstante, el programa de SITRAC-SITRAM in­
dicaba exactamente cuánto se había desarrollado ideológica y polí­
ticamente el movimiento de recuperación sindical. Si bien contenía
elementos utópicos, entre ellos la propuesta de formación de una
“asamblea popular” en vez del restablecimiento de un desacredita­
do “sistema parlamentario burgués”, también proclamaba con ma­
yor claridad sus posiciones socialistas, citando al Cordobazo (como
solían hacerlo todos los movimientos clasistas de principios de los
años setenta) como el acontecimiento que había inaugurado un
nuevo capítulo en la lucha final de la clase obrera argentina por ei
socialismo, y convocando a la abolición de la propiedad privada.48
A pesar de su participación en el congreso, para SITRAC-SITRAM
éste marcó un punto de inflexión en sus deterioradas relaciones con
la CGT cordobesa. Los sindicatos de Fiat criticaron la organiza­
ción misma de la reunión, porque la CGT sólo había hecho llegar
invitaciones a las conducciones establecidas y no a todos los gru­
pos opositores o listas disidentes que ahora podían encontrarse en
muchos sindicatos de todo el país. SITRAC-SITRAM criticaron el
programa final por no presentar ningún plan de lucha claro y por
no ir más allá que los de La Falda y Huerta Grande auspiciados
por la CGT cordobesa combativa en el punto culminante de la Re­
246 El Cordobazo

sistencia peronista de fines de los años cincuenta y principios de los


sesenta.49
El Viborazo había tenido el efecto de politizar aún más a las fá­
bricas Fiat, y el componente ideológico y político del clasismo se
entrelazó más con las luchas de la base fabril que habían sosteni­
do la rebelión de masas en Ferreyra. En especial, el Viborazo había
convencido a los grupos de izquierda del otro lado de las paredes
de las fábricas de la importancia del proletariado industrial cordo­
bés en cualquier proyecto revolucionario futuro. Muchos partidos
marxistas competían por ejercer influencia en las plantas de Fiat,
pero el más exitoso fue el PRT. A fines de 1970, poco después del
quinto congreso nacional del partido, su líder Mario Roberto
Santucho se había trasladado a Córdoba para hacer de la. rebelde
ciudad argentina el cuartel general de las operaciones nacionales
del PRT. Allí, particularmente con posterioridad al Viborazo,
Santucho y el partido hicieron una reevaluación de su anterior
énfasis en las estrategias militares, demostrado muy recientemen­
te en la formación del ala militar partidaria, el Ejército Revolucio­
nario del Pueblo (ERP), y comenzaron a prestar mayor atención a
la posibilidad de inculcar en el proletariado industrial un rol revo­
lucionario, es decir, a la interpretación del clasismo por parte de la
izquierda revolucionaria,50
Santucho asumió un interés personal en las células del PRT es­
tablecidas en IKA-Renault, pero el partido parece haber tenido más
éxito en ganar adherentes en el complejo de Fiat, aunque más a nivel
del joven cuerpo de delegados que en el comité ejecutivo de SITRAC-
SITRAM. Sin embargo, es imposible saber con precisión cuántos
militantes fueron ganados para el partido, y es importante recordar
que para los sindicatos clasistas de Fiat la principal preocupación y
fuente del respaldo y la participación de los trabajadores seguía sien­
do su conducción honesta y eficaz en cuestiones laborales. Sin duda,
la creciente identificación del clasismo de Fiat con un programa
político distintivamente anticapitalista no puede atribuirse simple­
mente al desarrollo precoz de los trabajadores que surgieron de la
rebelión de la base fabril en 1970. La tutela política de la izquierda
marxista fue un factor, pero el movimiento clasista de Fiat siguió
siendo, de manera preponderante, un movimiento de bases con
arraigo en las fábricas.55
A raíz del Viborazo y de la campaña de Fiat para eliminar los
sindicatos, es incuestionable que fue la lucha en las fábricas, y no
la ideología o la política, lo que permaneció como motivación deci­
siva de los trabajadores. La campaña de la empresa para quebrar­
los funcionaba en múltiples niveles, y provocó una resuelta acción
sindical para impedir su éxito. Así como lo había hecho durante
Los clasistas 247

un proceso de radiealización similar en sus plantas italianas a fi­


nes de la década de 1960, Fiat combinó la intimidación con gestos
aparentemente conciliatorios. La intimidación se expresaba de la
manera más cruda en la presencia constante de tropas del ejército
en el complejo y en la linea dura adoptada por los capataces en la
base fabril. Fiat equilibraba esos despliegues de autoridad con una
concesión para permitir la reaparición gradual de la actividad gre­
mial en las plantas, pero incluso esto formaba parte de una estra­
tegia calculada para socavar a SITRAC-SITRAM. Al ver que había
terminado la época de los sindicatos dóciles, Fiat solicitó al gobier
no que revocara su personería gremial, como preparación para la
afiliación a un sindicato industrial peronista más tratable: la UOM,
esperaba la empresa, aunque ahora estaba dispuesta a aceptar
incluso al SMATA. Fiat confiaba en que la afiliación a un sindicato
peronista eliminara el problema clasista y volviera a las plantas a
una situación de calma.52Si bien el gobierno rechazó su solicitud,
inseguro de la reacción que podría provocar en este momento po­
lítico todavía sensible, sí convino en mantener las detenciones
de los clasistas de Fiat que estaban en la cárcel desde el levanta­
miento de marzo. Así, después del congreso de mayo, SITRAC-
SITRAM se enfrentaban al intento de la empresa de restablecer su
autoridad absoluta sobre su mano de obra, y tenían en el movi­
miento obrero pocos aliados dignos de confianza que respaldaran
su causa.
En junio, los dirigentes sindicales de Fiat que seguían en liber­
tad se prepararon para lo que prometían ser arduas negociaciones
con la compañía sobre su propuesta en las comisiones paritarias.
Por SITRAC, los negociadores fueron Masera y Curutchet: SITRAM
fue representado por su secretario general, Florencio Díaz. Entre
las demandas presentadas por los trabajadores estaba un incremen­
to salarial del 60% para equiparar los sueldos con las escalas paga­
das por otras empresas automotrices, una jomada reducida en la
forja y la eliminación de todas las cláusulas de productividad.53
Durante las semanas de negociaciones se libró una campaña de
terror contra los trabajadores, incluyendo una bomba en la casa de
Curutchet, y la empresa se opuso a todas las demandas sindica­
les.54 Fiat rehusó comprometerse porque se daba cuenta de que los
poderes del Estado la respaldarían antes que otorgar una victoria a
los sindicatos, que ahora asomaban como la principal oposición
laboral al régimen y los críticos más vociferantes del Gran Acuerdo
Nacional de Lanusse. De hecho, el arbitraje obligatorio del gobierno
en la discusión del contrato produjo exactamente el tipo de conve­
nio que Fiat esperaba y los sindicatos temían. Se otorgaron aumen­
tos salariales mínimos, y las demandas gremiales referidas a la eli­
248 El Cordobazo

minación de las cláusulas de productividad y a la mejora de las


condiciones laborales fueron ignoradas. SITRAC y SITRAM reaccio­
naron airadamente ante el arbitraje, calificándolo como una mera
reproducción de la oferta empresaria, y prepararon una serie de
huelgas como protesta.55
Las huelgas, el trabajo a desgano y otras formas de resistencia
sindical dieron pocos resultados en julio y agosto. Además del dis­
gusto de los sindicatos con el convenio colectivo, seguían vigentes
los problemas de los dirigentes encarcelados, el hostigamiento y
despido de activistas y los ataques terroristas cada vez más frecuen­
tes contra ellos. La bomba en la casa de Curutchet fue sólo la pri­
mera de muchas de tales represalias contra los sindicatos. Sus ten­
sas relaciones con la CGT local motivaron que hubiera poco apoyo
para los trabajadores de Fiat de parte del combativo movimiento
obrero cordobés, y SITRAC y SITRAM se vieron obligados a buscar
aliados fuera de la ciudad.
El 28 y 29 de agosto, los sindicatos de Fiat realizaron un Congre­
so de Sindicatos Combativos y Agrupaciones Clasistas en Córdoba,
una concentración nacional de sindicalistas clasistas de todo el país.
Desde la rebelión de 1970 en Fiat y especialmente después del
Viborazo, otros grupos sindicales disidentes, particularmente en las
provincias, habían adoptado posiciones clasistas en oposición a las
conducciones gremiales establecidas y en favor de programas so­
cialistas. En Tucumán, Rosario y especialmente en el cinturón in­
dustrial del Paraná, que era el centro de la industria siderúrgica del
país y, como Córdoba, una región de desarrollo industrial reciente,
habían surgido en muchos sindicatos minorías influyentes de sin­
dicalistas clasistas. Masera y Díaz convocaron el congreso en nom­
bre de SITRAC-SITRAM por dos razones: para brindar un foro don­
de se debatieran y depuraran las posiciones ideológicas y políticas
clasistas, y para comenzar a establecer una alianza nacional que
proporcionara respaldo y protección mutuos y compensara en par­
te la falta de apoyo de la CGT peronista.56
La reunión congregó no sólo a sindicalistas sino también a re­
presentantes de la mayoría de los partidos marxistas del país, un
hecho que la expuso a las críticas peronistas de manipulación por
la izquierda. En rigor de verdad, los sucesos del congreso dieron
cierto crédito a esas críticas, dado que los trabajadores presentes se
vieron sometidos a debates interminables de los activistas izquier-
distas sobre la praxis revolucionaria y la economía socialista. En
gran medida fueron los partidos y no los sindicatos quienes domi­
naron las sesiones. No obstante, el congreso terminó con la aproba­
ción del programa clasista que había sido presentado y rechazado
en el congreso obrero previo de marzo controlado por los peronis­
Los clasistas 249

tas, y que incluía un plan de lucha específico a llevar adelante con­


tra la patronal y el Estado.S7

A la luz de los graves problemas que enfrentaban, los sindicatos


de Fiat reaccionaron ante ía pasividad de ios sindicatos cordobeses
con particular aspereza. Sin embargo, SITRAC y SITRAM no tenían
una comprensión completamente justa de ías realidades de la polí­
tica laboral local, un hecho que .sin duda tenía mucho que ver con
ios largos años de aislamiento del complejo Fiat con respecto al
movimiento obrero cordobés. La posición de Atilio López y los
legalistas en la CGT local seguía siendo vulnerable, debilitada por el
encarcelamiento de Tosco y las constantes presiones de los ortodoxos
y Buenos Aires para que rompieran la alianza con los independien­
tes y reformaran la CGT con una participación estrictamente pero­
nista. La retirada de los ortodoxos de la central regional precipitó
intensas presiones de José Rucci y la jerarquía gremial peronista
para hacer que López cumpliera la purga de los elementos no pero­
nistas del movimiento obrero cordobés. López respondió con su re­
nuncia al cargo de secretario general de la CGT, que fue más tarde
rechazada por los sindicatos en una asamblea abierta, pero el he­
cho era que peronistas como él, que procuraban hacer que la cen­
tral fuera más representativa y que estaban aliados con los inde­
pendientes de Tosco contra los caciques obreros y en la oposición al
gobierno militar, no estaban en condiciones de asociarse demasia­
do estrechamente con las corrientes más radicalizadas que actua­
ban en Ferreyra.58 Pero había culpas en ambos lados. López y otros
legalistas, y en rigor de verdad hasta el propio Tosco, nunca habían
ocultado sus dudas acerca del clasismo de Fiat, y no habían logrado
responder constructivamente en los momentos en que, como du­
rante la planificación de las huelgas de marzo, SITRAC y SITRAM
procuraron cooperar con los otros sindicatos de Córdoba. En decla­
raciones públicas, los dirigentes de SITRAC-SITRAM también ha­
bían hecho últimamente mayores esfuerzos para distinguir entre los
legalistas y los independientes, a los que se reconocía como sindi­
catos democráticos con líderes honestos, y los que consideraban
como cotos reservados y corruptos de la burocracia sindical, local-
mente los ortodoxos y nacionalmente Rucci, la UOM y los caciques
peronistas que controlaban la CGT y las 62 Organizaciones.59
El aislamiento de los sindicatos de Fiat se comprobó desastroso
cuando el Estado decidió finalmente eliminar al movimiento dosis-
ta cordobés. La primera víctima fue el sindicato de trabajadores del
calzado, donde activistas clasistas, con el apoyo de SITRAC-SITRAM,
habían dirigido una rebelión de las bases que parecía cernerse so­
250 E l C ordobazo

bre la conducción peronista establecida en el gremio para arrancar­


le el poder. El gobierno clausuró el sindicato en vísperas del congre­
so clasista de agosto, y dio el aviso de que era inminente una reac­
ción contra el clasismo cordobés en su conjunto. En Ferreyra, a lo
largo de septiembre y octubre reinó en las plantas de Fiat una sen­
sación de expectativa. El 26 de octubre, los tumos matutinos de
Concord y Mateifer observaron que las tropas del ejército ocupaban
una vez más las fábricas. En Concord, los delegados interrumpie­
ron de inmediato las líneas de producción en sus departamentos, y
los trabajadores abandonaron en masa sus puestos para asistir a
una asamblea general en la fábrica, pero las tropas los dispersaron
rápidamente con gas lacrimógeno y perros entrenados para atacar.60
A esa hora, los trabajadores de Materfer también habían interrum­
pido la producción. Poco después de las diez de la mañana, los diri ­
gentes de SITRAC-SITRAM se enteraron de que el Ministerio de Tra­
bajo había cancelado su personería gremial la noche anterior.*1
La represión de los sindicatos de Fiat fue rápida y decisiva. El
gobierno congeló los fondos de SITRAC-SITRAM y unidades del ejér­
cito y la policía ocuparon sus sedes de la zona céntrica. El consejero
legal de SITRAC, Curutchet, fue arrestado justo cuando estaba en­
trando a los tribunales provinciales para presentar una demanda
contra la empresa por el constante encarcelamiento de dirigentes
sindicales y la campaña de intimidación presuntamente lanzada por
ella.62La compañía terminó luego lo que había empezado el Estado.
El 30 de octubre echó a 259 trabajadores, incluyendo a casi todos
los miembros de los comités ejecutivos y cuerpos de delegados de
SITRAC y SITRAM. Fiat justificó los despidos de representantes sin­
dicales, ilegales según la ley argentina, con un artificiojurídico: como
SITRAC y SITRAM ya no tenían personería grem ial los despedidos
ya no eran funcionarios del sindicato.63
Cuando los trabajadores despedidos entablaron más adelante jui­
cio contra la empresa, Fiat les ofreció una indemnización a cambio de
sus renuncias por escrito. La oferta demostraba que la compañía no
estaba segura en modo alguno de una decisión judicial favorable,
incluso bajo un gobierno militar.64 SITRAC y SITRAM procuraron re­
sistir la campaña gubernamental y empresaria de medidas para que­
brar a los sindicatos, pero se encontraron ante el obstáculo de su
aislamiento con respecto a los demás sindicatos cordobeses. Si bien
los trabajadores del SMATA habían convocado a una huelga y aban­
donado sus plantas la mañana en que el ejército ocupó el complejo
de Ferreyra, los sindicatos de Fiat hallaron escaso apoyo en el movi­
miento obrero local durante las semanas siguientes. López había
acordado incluir las intervenciones a SITRAC y SITRAM en la lista de
reclamos que acompañaría al paro general de catorce horas de la CGT
Los clasistas 251

local el 29 de octubre, pero se trataba de un ineficaz gesto de solida­


ridad; el dirigente legalista, en particular, hizo poco para apoyarlos
en un momento crítico. En una asamblea abierta de la CGT local el 3
de noviembre, la moción de SITRAC-SITRAM en favor de una huelga
general específicamente en apoyo a los sindicatos de Fiat fue derrota­
da en la votación, y la cuestión quedó a resolución de ía escasamente
predispuesta CGT central.ñr’ Después de que la CG7' cordobesa publi­
cara un documento crítico para con el movimiento clasista, de Fiat,
SÍTRAC redactó una carta abierta a la organización, que finalmente
nunca se envió, acusándola de una pasividad que bordeaba la com­
plicidad con la represión del movimiento clasista en Fiat, la fábrica
Perkins y el sindicato de trabajadores del calzado.®3En privado, la
conducción sindical reaccionó amargamente ante la ‘'traición” de los
otros sindicatos cordobeses y la decisión de los legalistas y los inde­
pendientes de someter la controversia de Fiat a Buenos Aires, lo que
interpretó justificadamente como un virtual abandono de SÍTRAC -
SITRAM por los sindicatos locales.67
Aislados dentro del movimiento obrero cordobés, denostados por
Rucci y la CGT central controlada por los peronistas, con todos
sus dirigentes en la cárcel o despedidos y con las tropas y los tan­
ques tíel ejército ocupando las fábricas de Ferreyra, quedaban
pocas posibilidades de resistencia sindical. Una huelga convocada
el 3 de noviembre por la conducción de los sindicatos fracasó mi­
serablemente. A pesar de que su apoyo a la conducción se mante­
nía incólume, los trabajadores de las plantas estaban asustados,
desmoralizados y eran incapaces de actuar con resolución. La vis­
ta de miles de postulantes ante las puertas de las fábricas luego que
Fiat anunció que tomaría unas 400 personas para ocupar los pues­
tos dejados por los activistas encarcelados o despedidos los desalen­
tó aún más. La empresa también incrementó los ritmos de produc­
ción en las plantas y volvió a su odiado sistema de remuneración
por trabajo a destajo como un medio de reducir el contacto de los
trabajadores en la base fabril y minar la resistencia masiva.68Si bien
los comités ejecutivos de SÍTRAC y SITRAM se mantenían firmes,
incluso algunos de los dirigentes se descorazonaron frente a una
oposición tan abrumadora. Varios aceptaron la indemnización ofre­
cida por la empresa, un hecho que provocó la mayor desesperación
entre los demás.69
Sin embargo, sólo fue una pequeña minoría de la conducción
sindical la que sucumbió a la tentación de abandonar SITRAC-
SITRAM. El 30 de diciembre, el subsecretario de SITRAC, Domingo
Bizzi, entabló juicio contra la empresa por despido ilegal. Los nom­
bres de otros veinte despedidos de SITRAC-SITRAM se agregaron a
la demanda, y durante ios tres meses siguientes los trabajadores
252 El Cordobazo

expulsados de Fiat optaron por una estrategia legai a fin de recupe­


rar sus sindicatos.70 Tomaron esta medida a pesar de la precaria
situación en que ahora se encontraban casi todos los despedidos.
Listas negras, de las que se decía habían sido elaboradas por Fiat y
distribuidas por ios militares y las agencias de inteligencia, habían
llegado no sólo a las fábricas de IKA-Renault e IME sino también a
cientos de pequeños talleres metalúrgicos de la ciudad. A pesar de
sus numerosos antecedentes laborales y en algunos casos de sus
aptitudes altamente codiciadas, ninguno de los trabajadores despe­
didos pudo encontrar empleo ni en los complejos mecánicos ni en
los talleres metalúrgicos, y nunca pudieron volver a trabajar en la
industria automotriz local.71 Mientras tanto, la represión de Fiat en
las plantas proseguía. Los sindicatos protestaron por los despidos
graduales (despidos hormigas) de trabajadores de los que se sospe­
chaban simpatías sindicales y acusaron a la empresa de idear una
nueva estrategia para contratar operarios de Santiago del Estero,
Jujuy, Formosa y Corrientes con la esperanza de hacer de los traba­
jadores agrícolas de las provincias más pobres y atrasadas del país
una mano de obra sumisa.72
La posibilidad de una resolución exitosa a su conflicto con la com­
pañía a través del Poder Judicial siempre había sido remota, pero aun
la más pequeña que pudiera haber existido desapareció con el se­
cuestro por parte del ERP del presidente italiano de Fiat, Oberdan
Sailustro, el 21 de marzo de 1972. El secuestro fue una medida que la
organización guerrillera tomó por su cuenta. Cualquiera haya sido la
impresión silenciosa de castigo justo que puedan haber tenido algu­
nos trabajadores ante una represalia hecha en su nombre, la conduc­
ción sindical admitió que petjudicaba irremediablemente su causa. Fiat
trató de inmediato de implicar a SITRAC-SITRAM en el acto terrorista
y solicitó que los sindicatos y su encarcelado consejero legal interce­
dieran y negociaran la liberación de Sailustro directamente con el
ERP.73Cualquier acuerdo de los dirigentes despedidos habría compro­
metido a SITRAC-SITRAM, ensuciado su reputación y dado crédito a
las acusaciones de la empresa acerca de vínculos con la izquierda
guerrillera. Los dirigentes sindicales y Curutchet condenaron y recha­
zaron la solicitud de la compañía e insistieron en que era una cuestión
limitada estrictamente a Fiat, el gobierno y el ERP. Sin embargo, la
naturaleza pública de la disputa y luego la muerte de Sailustro en
Buenos Aires en un tiroteo entre sus captores y la policía, arrojaron
una sombra sobre los sindicatos de Fiat y terminaron efectivamente
con sus posibilidades de recuperar la personería gremial.

La solicitud de Fiat había tenido una clara intención estratégica


Los clasistas 253

y política en sus conflictos por entonces no resueltos con los funcio­


narios sindicales despedidos. Pero el intento de utilizar a SÍTRAC y
SITRAM corno intermediarios también puede haberse basado en la
genuina pero errónea creencia de la empresa de que había vínculos
orgánicos entre el PRT-ERP y los sindicatos de Fiat. Como ya se
mencionó, desde el surgimiento de la rebelión de los trabajadores
de la compañía en marzo de 1970, era indudablemente cierto que
militantes de casi todos los partidos izquierdistas de la Argentina
habían concentrado sus esfuerzos en Córdoba. De la noche a ía
mañana los trabajadores de Fiat, se habían convertido en la espe­
ranza de la izquierda argentina, y en ía ciudad se había desarrolla­
do una especie de culto del trabajador centrado en SITRAC-SITRAM.
A los ojos de los militantes izquierdistas, el status obrero conno­
taba de inmediato una superioridad moral y una predisposición
revolucionaria innata. En la sede de los sindicatos habían apareci­
do voluntarios, ofreciéndose a mecanografiar los volantes y comu­
nicados de SITRAC-SITRAM, editar sus periódicos, hacer diligen­
cias y cumplir cualquiera de las demás tareas necesarias para ad­
ministrar los sindicatos industriales, cuya cantidad de afiliados se
contaba por miles. De manera más significativa, había comenzado
el lento y dificultoso proceso de politizar a ías bases, obteniéndose
logros importantes. Entre los partidos izquierdistas representados
en las bases y la dirigencia sindical hacia principios de 1972 se
encontraba el PRT.74A pesar de la opinión generalizada de que éste
había dominado el movimiento clasista de Fiat, hoy está claro que el
partido fue sólo una, si bien la más importante, de una serie de
agrupaciones marxistas que competían por ganar influencia en
Ferreyra, y que sus mayores logros en la incorporación de activistas
sindicales como militantes partidarios se produjeron después de la
prohibición de SITRAC-SITRAM. El movimiento clasista de Fiat, por
otra parte, nunca defendió la lucha armada como estrategia para la
construcción del socialismo, y su mensaje “revolucionario”, nunca
plenamente elaborado por los sindicatos, era en última instancia
más un llamamiento en favor de un movimiento democrático y so­
cialista de los trabajadores que de una toma violenta del poder por
la clase obrera.75
.En general, la rebelión de.los trabajadores de Fiat ha sido inter­
pretada tanto por los académicos como por los activistas sindicales
y políticos como un elogiable experimento de democracia sindical
que en última instancia fracasó a causa de la intransigencia políti­
ca de SITRAC-SITRAM. Supuestamente, el clasismo de Fiat se debi­
litó debido a la insistencia de los sindicatos en postulados revolu­
cionarios y a su desprecio por las soluciones electorales en vísperas
de la vuelta a la legalidad del movimiento peronista, así como por su
254 E i Cordobazo

falta, de disposición para cooperar con los sectores más combativos


del movimiento obrero cordobés, los legalistas de López y los inde­
pendientes de Tosco.™ Según se reputaba, la inteligencia con que
los sindicatos de Fiat pusieron en tela de juicio las relaciones de
producción en las plantas no era equiparada por su juicio político,
y su insistencia en un purismo revolucionario supuestamente los
aisló incluso dentro del muy militante movimiento obrero cordobés.
La inexperiencia de los diligentes clasistas, sin duda, los llevó a
cometer muchos errores. Sus críticas a los legalistas y especialmente
a Tosco y los independientes fueron a veces innecesariamente
provocadoras, a pesar de la insatisfacción legitima que los dirigen­
tes de SITRAC-SITRAM sentían por la falta de apoyo de parte del
movimiento obrero local. Tampoco lograron apreciarla significación
del Gran Acuerdo Nacional de Lanusse y el hecho de que las cam­
biantes circunstancias políticas que siguieron al Viborazo exigían
tácticas diferentes y tal vez, al mismo tiempo, un diferente progra­
ma político.77Sin embargo, prever la apertura política resultante del
evidente intento de Lanusse por conceder una participación política
mínima en la esperanza de desactivar la creciente oposición popu­
lar desencadenada por el Cordobazo habría requerido una prescien­
cia política que pocos grupos o individuos exhibieron entonces.
También es necesario poner las acusaciones de que el sindicato
obrero se había confundido con el partido político en eí contexto en
el cual surgió por primera vez eí clasismo de Fiat. Después de años
de régimen autoritario, y sin duda por la falta de un partido autén­
tico de los trabajadores que representara estrictamente las posicio­
nes obreras, para no hablar de las socialistas, es probable que fuera
inevitable cierta confusión de los roles sindical y partidario. SITRAC
y SITRAM se enfrentaron a la tarea amilanante de encarar los pro­
blemas laborales de larga data en las plantas de Fiat y reconstruir
una tradición obrera que virtualmente había desaparecido tras el
ascenso del peronismo, una tradición que los mismos trabajadores
de esa empresa sólo entendieron imperfectamente, lo que los llevó,
sin duda, a muchos errores políticos, ideológicos y tácticos. No obs­
tante, las equivocaciones fueron también producto de la reacción
desatada contra los sindicatos. Con los poderes del Estado, la em­
presa y la burocracia sindical peronista plenamente alineados con­
tra ellos, la impresión de verse sitiados endureció sus posiciones,
socavó su disposición para el compromiso e hizo más truculento su
lenguaje. Sin embargo, si las decisiones tácticas y políticas del
clasismo de Fiat están abiertas al debate, la insistencia de los sindi­
catos en una inevitable participación en la política, no puede estar­
lo. SITRAC y SITRAM criticaban agudamente a los detractores que
apuntaban a su intromisión en política como la causa de su caída.
Los clasistas 255

Señalaban que la abstención política no sólo era una postura impo­


sible sino también deshonrosa frente a un régimen represivo que
llevaba a cabo un asalto sistemático a los intereses de la clase Obre­
CU 7
rí a 8
La rebelión de los trabajadores de Fiat no fracasó a causa de una
justificada participación en política — casi todos los sindicatos del
país lo hacían de una u otra manera— , sino porque desafió seria­
mente a una de las empresas extranjeras más poderosas e influyen­
tes del país, y porque los sindicatos surgieron brevemente como la
más grave amenaza obrera ai Estado en eí plano nacional. Esa ame­
naza se hizo tanto más real cuando los sindicatos de Fiat cobraron
prominencia nacional tras el Viborazo. SITRAC-SITRAM asomaron
como un precedente perturbador, y otros movimientos clasistas, ins­
pirados en el ejemplo de los trabajadores de Fiat, habían comenzado
a aparecer en todo el país, especialmente en las provincias.
Eí legado más duradero del clasismo de Fiat, sin embargo, y la
fuente del respaldo constante a SITRAC-SITRAM en las bases de la
empresa en los años siguientes, no fue su mensaje político sino la
sensación de poder que la rebelión sindical había instilado en los
trabajadores. Por primera vez en su historia, la compañía se había
visto forzada a aceptar una representación sindical legítima de su
mano de obra. A lo largo de los meses de existencia de SITRAC y
SITRAM, las publicaciones gremiales abundaron en términos como
dignidad, respeto y conciencia de la propia valía. El ejemplo de una
conducción sindical honesta y una democracia en funcionamiento
en los lugares de trabajo fueron aspectos importantes del clasismo
de Fiat, pero tal vez fue en los cambios más sutiles —precisamente
en su sentido de la dignidad y el respeto a regañadientes que se ga­
naron de la antes intransigente empresa— donde SITRAC y SITRAM
alcanzaron sus logros más significativos y proporcionaron al movi­
miento obrero, especialmente en Córdoba, un ejemplo sobre el cual
basarse. Con posterioridad a la clausura de sus sindicatos, los tra­
bajadores que habían desafiado a Lozano, Cassanova y la empresa
en las rebeliones de base de 1970 y llegado al poder en las primeras
elecciones sindicales limpias de la historia del complejo de Ferreyra,
consideraron que esos mismos cambios eran las realizaciones más
perdurables de SITRAC y SITRAM: “Nuestro mayor logro fue que
nadie pudiera, como en el pasado, multamos, despedimos o hacer­
nos cualquier otra cosa simplemente porque le daba la gana. Du­
rante todo ese tiempo, nos levantamos ante quienquiera que tuvié­
ramos que enfrentar, desde el ejecutivo más importante de la em­
presa al menor capataz con ínfulas de patrón”.79
256 El Cordobazo

NOTAS

1Además de Oscar Anzorena, Tiempo de violencia y de utopía (Buenos


Aires: Editorial Contrapunto, 1988), otras fuentes valiosas para la historia
de la izquierda marxista y peronista durante estos años son, respectiva­
mente, Luís Mattíni, Hombres y mujeres del PRT-ERP {Buenos Aires: Edito­
rial Contrapunto, 1990} y Richard Gillespie, Soldiers of Perón: Argentina1s
Montoneros (Oxford: Oxford Universiiy Press, 1984) \Los Montoneros. Sol­
dados de Perón, Buenos Aires: Editorial Gríjalbo].
-Archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta “PCR", documento “Progra­
ma del primer congreso del Partido Comunista Revolucionario". La palabra
clasista aparece por primera vez en las publicaciones partidarias a fines de
1968, en "Los comunistas revolucionarios ante la actual situación política
nacional e internacional", informe del comité nacional, noviembre de 1968,
pp. 19-20. Gordillo descubrió que el término ya era utilizado por activistas
del PRT en el SMATA en 1967; Mónica B. Gordillo, “Características de ios
sindicatos líderes de Córdoba en los ’60: el ámbito del trabajo y la dimen­
sión cultural”, Informe Anual, Consejo de Investigaciones Científicas y Tec­
nológicas de la Provincia de Córdoba, abril de 1991, pp. 87-88.
3Archivo del SITRAC, carpeta “Desgrabaciones: Rafael Clavero/Santos
Torres", transcripción de una serie de entrevistas con dos ex trabajadores
de Fiat, Córdoba, 15 de julio de 1984.
4Ibid.
BI b i d L a Voz del Interior, 5 de abril de 1970. p. 32; 30 de abril de 1970,
p. 18.
eArchivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Confederación Gene­
ral del Trabajo: notas enviadas y recibidas, 1970-71", carta de Jorge Emilio
Lozano, secretario general del SITRAC, a Elpidio Torres, secretario general
de la CGT de Córdoba, 5 de mayo de 1970,
7Ibid., carta de Jorge Emilio Lozano, secretario general del SITRAC, al
comité ejecutivo de la CGT de Córdoba, 8 de mayo de 1970.
8Archivo del SITRAC, carpeta AI, “Volantes, impresos o mimeos”, volan­
tes “A los compañeros de Fiat Concord” y “Expulsemos a Lozano: ni un paso
atrás".
3 Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 123
(mayo de 1970), pp. 40-41; La Voz del interior, 15 de mayo de 1970, p. 19;
17 de mayo de 1970, p. 14.
10Entrevistas con Carlos Masera,- secretario general del SITRAC entre
1970 y 1971, Córdoba, 18 de julio de 1990; Domingo Bizzi, subsecretario
general del SITRAC entre 1970 y 1971, Córdoba, 22 de julio de 1987; José
Páez, miembro del comité ejecutivo del SITRAC entre 1970 y 1971, Buenos
Aires, 11 de julio de 1989; Gregorio Flores, delegado gremial del SITRAC,
Buenos Aíres, 12 de noviembre de 1985.
1‘ Entrevista con José Páez.
12 Archivo del SMATA, “Confederación General del Trabajo”, comunica­
do del SITRAM, 26 de mayo de 1970; La Voz del Inteñor, 28 de mayo de
1970, p. 20.
Los clasistas 257

13Entrevista con Antonio Marimón, ex secretario de prensa del SMATA


clasista (1972-1974), Buenos Aires, 30 de junio de 1990. Los partidos de la
"nueva izquierda” habían incrementado sus esfuerzos para ganar influen­
cia en el SMATA, y estaban ubicando activistas en las plantas de IKA-Re-
nault desde fines de los años sesenta, una política que sólo pasó a ser prio­
ritaria después de los sucesos de mayo de 1969. El PCR, por ejemplo, sólo
elaboró plenamente su estrategia de inserción en la clase obi-era local en
los meses siguientes al Cordobazo. Se ubicarían militantes en las diversas
plantas de IKA-Renault, donde establecerían “comisiones de lucha”, células
de militantes de base, que politizarían a los trabajadores mediante la vincu­
lación de las discusiones políticas con los problemas laborales cotidianos.
El objetivo era, en general, establecer unos pocos delegados en fábricas
estratégicas y luego vincular el clasismo con los movimientos en favor de la
democracia sindical. Esta estrategia se expuso por primera vez en el ma­
nual partidario de 1969 del PCR (Capítulo 8, “Desarrollar una poderosa
corriente sindical clasista”) y más tarde fue depurada por dos teóricos del
partido, Jorge Zapata y Alberto Troncoso, poco después de la toma de
Perdriel; “El partido y la lucha sindical", Teoría y Política, n° 4 (marzo-abril
de 1970), pp. 1-8.
14Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 123
(mayo de 1970), pp. 39-40; La Voz del Interior, 13 de mayo de 1970, p. 20;
14 de mayo de 1970, p. 20; memorándum de IKA-Renault, “Resumen de los
hechos que culminaron con las tomas de planta", 6 de junio de 1971,
Departamento de Relaciones Industriales de Renault, Santa Isabel. Los cla­
sistas dieron su versión de los sucesos de Perdriel en “Cómo fue y qué en­
seña la lucha de PerdrieHKA”, informe de las Agrupaciones Io de Mayo, I o
de junio de 1970, archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes
y comunicados 1970".
15Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 124 (ju­
nio de 1970), pp. 53-59.
16ibid., n° 125 (julio de 1970), pp. 61-71.
17“IKA-Perdriel: un camino y un método”, Nueva Hora, n° 46 (junio de
1970), p. 4.
18Archivo del SITRAC, carpeta “Elecciones: comisión directiva y delega­
dos”, fotocopia de la lista Azul y Blanca, Ministerio de Trabajo y Seguridad
Social.
,9Archivo del SITRAC, Francisco Delich, “Condición obrera y sindicato
clasista”, documento presentado al Seminario sobre Movimientos Obre­
ros en América Latina, San José, Costa Rica, 12 a 18 de noviembre de
1972, p. 5.
“ Archivo del SÍTRAC, carpeta Al, “Volantes, impresos o mímeos”, docu­
mento “Situación de las paritarias - pían de lucha”, 18 de mayo de 1971.
21 Archivo del SITRAC, “Esto pasa en Forja”, Boletín del Sindicato de Tra­
bajadores Conéord, n° 1 (13 de enero de 1971), p. 2. Los contactos gremia­
les con los sindicatos de Fiat en Turín siguieron siendo intensos a lo largo
de toda la experiencia clasista de SITRAC-SITRAM; entrevista con José Páez.
22Archivo del SÍTRAC, carpeta "Juicios de reincorporación”, documento
“Bizzi, Domingo Valentín, y sus acumulados c/Fiat Concord", carta de Ar­
258 El Cordobazo

turo Curutchet, asesor legal del SITRAC, y Domingo Valentín Bizzi, subse­
cretario del SITRAC, a la Secretaria de Trabajo, 24 de noviembre de 1970.
2SSITRAC-SITRAM apoyaron en varias ocasiones con paros a estos sin­
dicatos. Archivo del SITRAC, carpeta A1I-37, "Comunicado de prensa de
SITRAC: abandono de planta y manifestación en las calles de San Vicente”,
13 de agosto de 1971.
24Anzorena, Tiempo de violencia y de utopía, p. 101; Departamento de
Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos
Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Ai­
res, ‘‘Government Caneéis Córdoba Opposition Meeting Sponsored by Some
Labor Elements”, telegrama 376.41356Z, 4 de febrero de 1970.
25Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, "Labor Developments in January”, A-57, 15 de
febrero de 1970. Un “tiroteo at estilo de Chicago", como lo calificó la Emba­
jada de los Estados Unidos, dejó dos muertos y diecinueve detenidos en la
lucha por el poder en la UOM, y por último dio como resultado el control del
gremio por parte de Miguel.
26Archivo del SMATA, “Confederación General del Trabajo”, documento
“Declaración y resolución del plenario de gremios confederados de Córdo­
ba, normalizador de la CGT regional”, Córdoba, 3 de marzo de 1970.
27La revista de la UTA, UTA, fue la publicación gremial más importante
de la ciudad entre 1970 y 1974, donde se destilaban las posiciones de la
izquierda peronista. Es posible que su lenguaje político, el apoyo a la “libe­
ración nacional” y la “lucha antiimperialista”, no haya sido muy diferente
del de los ortodoxos, pero sin duda si lo eran sus alianzas políticas y el gra­
do en que el discurso reflejaba la verdadera conducta del sindicato. En
cualquier número de la revista durante esos años pueden encontrarse ar­
tículos sobre Tosco y los independientes, la Revolución Cubana, entrevis­
tas con teólogos de la liberación y criticas fulminantes a Miguel, Rucci y la
dirigencia gremial porteña, expresando todos ellos ideas que por entonces
eran anatemas para los ortodoxos. Véase, por ejemplo, el número de mayo
de 1971, UTA: revista mensual de la Unión Tranviarios Automotor, y tam­
bién el programa político del sindicato publicado en La Voz del Interiore 1 13
de septiembre de 1970, p. 25.
28Natalia Duval, Los sindicatos clasistas: SITRAC (1970-71) (Buenos Ai­
res: Centro Editor de América Latina, 1988), pp. 32-38. La huelga de ham­
bre de fines de diciembre también provocó el primer apoyo público a los
clasistas de Fiat de parte de organizaciones guerrilleras como el Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP) y las FAL; “Una Navidad combatiente”,
Cristianismo y Revolución 4, n° 27 (enero-febrero de 1971), p. 14.
29Archivo del SÍTRAC, carpeta AI, “Volantes, impresos o mímeos”, docu­
mento “A la clase obrera y al pueblo de Córdoba”, Córdoba, 14 de enero de
1971.
30 Informe, Servicio de Documentación e información Laboral, n° 131
(enero de 1971), p. 9.
31Archivo del SMATA, volumen “Confederación General del Trabajo”,
carta de Elpidio Torres, secretario general del SMATA-Córdoba, a la Dele­
Los clasistas 259

gación Regional Córdoba de la Confederación General deí Trabajo, 8 de enero


de 1971; carta de Elpidio Torres a José Rucci, secretarlo general de la Con­
federación General del Traba.]o, 14 de diciembre de 1970; Departamento de
Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos
Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Ai ­
res, “Labor Developments in Rosarlo and Córdoba”, A-561, 3 de diciembre
de 1970; “The Argentine Labor Movement - 1970”, A -111, 23 de marzo de
1970.
32Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral. n° 131
(enero de 1971), pp. 9-11.
33Una fuente de considerable animosidad obrera hacia la empresa fue el
conocimiento de que Fiat pagaba los salarios más bajos de la industria. En
el segundo boletín del sindicato, el SÍTRAC comparó las escalas salariales
de Fiat con las pagadas por Ford, a las que justificadamente se mostraba
como significativamente más altas en todas las categorías. SITRAC,
“Paritarias: no nos van a doblegar", Boletín del Sindicato de Trabajadores
de Concord, n° 2 (junio de 1971), p. 8.
34Archivo deí SÍTRAC, carpeta. 2 “Pruebas”, Ministerio de Economía y
Trabajo, laudo arbitral, Secretaría de Estado de Trabajo, Delegación Regio­
nal Córdoba, 11 de marzo de 1971.
35Archivo del SITRAC, carpeta AI, "Volantes, impresos o mímeos”, vo­
lante “Llaman a luchar contra la dictadura entreguista, la patronal explo­
tadora, la burocracia sindical cómplice”, Córdoba, 27 de enero de 1971.
Aquí, SITRAC-SITRAM acusaban a la CGT cordobesa de estar “completa­
mente sometida a José Rucci y su pandilla".
36La Voz del Interior, 14 de marzo de 1971, p. 26; Panorama, 8, n° 206 (6
a 12 de abríí de 1971), p. 13.
37Duval, Los sindicatos clasistas, p. 47.
38B. Balvé y B. Balvé, Lucha de calles, lucha de clases; elementos para su
análisis (Córdoba, 1969-1971) {Buenos Aires: Ediciones La Rosa Blindada,
1973), p. 62. La versión posterior de Luz y Fuerza sobre el levantamiento lo
interpretó como una respuesta ampliamente espontánea de parte de los
sindicatos de la ciudad a su ocupación de la planta de energía de Villa Revol.
No se hace mención al plan alternativo de SITRAC-SITRAM; Sindicato de
Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1971, p. 93.
39Clarín, 13 de marzo de 1971, p. 21; La Voz del Interior, 17 de marzo de
1971, pp. 20-22.
40La Voz del Interior, 20 de marzo de 1971, p. 15. Los representantes
cordobeses al congreso, Ramón Contreras, de Luz y Fuerza, y Manuel Ca­
brera, de la UTA, habían sido abucheados durante las sesiones con gritos
de "¡Ni yanquis ni marxistas, peronistasí” y a su vez habían censurado a los
“matones armados" ( “matones a sueldo”) de la UOM. La relación entre Rucci
y Córdoba fue en lo sucesivo de desprecio recíproco y abierta hostilidad; la
áspera disputa sólo terminaría con la muerte de Rucci en 1973.
41Alejandro A. Lanusse, Mi testimonio (Buenos Aires: Lasserre Editores,
1977), pp. 199-208.
42Archivo del SÍTRAC, carpeta “Expedientes: Ministerio de Trabajo: des­
pidos, paritarias, denuncias Fiat de baja producción”, telegrama de Fiat
260 E l Cordobazo

Concord al. ministro de Trabajo .San Sebastián, 13 de abril de 1971. En una


carta enviada al Ministerio de Trabajo cordobés unas pocas semanas des­
pués, las cifras proporcionadas por la empresa mostraban que, en reali­
dad, la producción había aumentado en todos los departamentos excepto
la forja entre julio de 1970 y marzo de 1973. Sólo había comenzado a decli­
nar en enero de 1971, el mes en que Fiat despidió a la conducción gremial;
ibid., carta de Fiat. Concord al delegado regional del Ministerio de Trabajo,
Dr. Héctor Mende, 31 de marzo de 1971,
4:j En realidad, esta estratagema resultó un tiro por la culata, dado que
más adelante la dirigencia del SITRAC utilizaría los informes del escribano
corno prueba en su favor en él juicio por daños y perjuicios que entabló
contra Fiat por los despidos ilegales después de la proscripción del sindica­
to a fines de 1971. El juicio llegó a su fin bajo el gobierno militar surgido én
1976, y como era de prever 1a Corte no otorgó a los dirigentes sindicales
una indemnización por daños. Sí mencionó, sin embargo, los informes no­
tariales como prueba de que las afirmaciones de Fiat en eí sentido de que
ios dirigentes gremiales habían actuado como provocadores en sus plantas
eran infundadas, y aceptó la posición de éstos de que los levantamientos
obreros del periodo clasista fueron el resultado de condiciones generales en
las plantas. Archivo del SITRAC, carpeta “Juicios de reincorporación, 01,
IV", Corte Suprema, Secretaría Laboral, provincia de Córdoba, sentencia
n° 69, 29 de noviembre de 1976.
44 InfÓmie, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 134
(abril de 1971), pp. 25-26; Departamento de Estado de los Estados Unidos,
Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Em­
bajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Córdoba CGT Reorganized”,
A - 165, 18 de abril de 1971.
45“El sindicalismo cordobés en la escalada”, Aquí y Ahora3, n° 26 (mayó
de 1971), pp. 6-15.
Anzorena, 7lempo de violencia y de utopía, pp. 177-180.
47La Voz del Interior, 27 de mayo de 1971, p. 17; Departamento de Esta­
do de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos In­
ternos dé la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires,
“Córdoba CGT Calis National Meeting”, 2375 241154Z, 21 de mayo de 1971.
48“Ponencia de SITRAC-SITRAM”, CGT: Regional Córdoba (mayo de
1971), p. 6.
49“Nosotros y la CGT cordobesa", Boletín SITRAC, n° 2 (junio de 1971),
p. 3.
50Ltiis Mattini, Hombres y mujeres del PRT-ERP (Buenos Aires: Edito­
rial Contrapunto, 1990), pp. 105-123.
51Si bien otros partidos obtuvieron cierta influencia en las plantas de
Fiat, en especial el maoísta Vanguardia Comunista y el trotskista Palabra
Obrera, la presencia visible del PRT en el Viborazo y en todas las ulteriores
manifestaciones públicas de Fiat, así como su posterior reivindicación fran­
ca de la experiencia clasista de SITRAC-SITRAM —y concomitantemerite
las virulentas críticas de éstos al PC y al PCR— , indican que era ese partido
el que tenía 1a mayor influencia sobre los trabajadores de la empresa. Véa­
se la publicación del PRT “Sindicalismo clasista: sus perspectivas, sus des­
Los clasistas 261

viaciones”, 1972, archivo deí SMATA, volumen ‘'Volantes, diarios, revistas,


1973".
52 Panorama, vol. 8, n° 206 (6 a 12 de abril de 1971), p. 10. .
53“Paritarias: no nos van a doblegar”, Boletín SITRAC, n° 2 (junio de
1971), p. 8.
^ La Voz del Interior, 5 de julio de 1971, p. 11.
Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 137 (ju­
lio de 1971), pp. 77-79.
56“SITRAC y SITRAM a los trabajadores y al pueblo argentino", Boletín
SITRAC, edición especial, I o de agosto de 1971, pp. 2-3.
157La Voz del Interior, 31 de agosto de 1971, p. 11, El secretario general
del SITRAC, Carlos Masera, ha mencionado la insatisfacción generalizada
existente entre los clasistas de Fíat por el congreso de agosto de 1971. Éste
los convenció de la necesidad de distinguir en el futuro entre el papel de un
partido de los trabajadores y las funciones que debían ser la legítima y ex­
clusiva preocupación de un sindicato. Entrevista con Carlos Masera, Cór­
doba, 22 de julio de 1987.
58 Iris Marta Roldán, Sindicatos y protesta social en la Argentina, un es­
tudio de caso: et sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, 1969-1974 (Amster-
dam: Center for Latín American Research and Documentation, 1978), pp.
192-193.
59Archivo del SITRAC, carpeta AJI, "Comunicados y conferencias de pren­
sa: proyectos de solicitadas", documento 32, “Respuesta de los sindicatos
al cuestionario de la revista Panorama", 3 de agosto de 1971.
00Los Principios, 27 de octubre de 1971, pp. 10-11.
61 El gobierno justificó su medida alegando que “ambos sindicatos con­
vocaron repetidamente a huelgas salvajes y omitieron cumplir con las nor­
mas de procedimiento establecidas por la ley... una situación que se ma­
nifiesta en la realización de asambleas abiertas en los lugares de trabajo,
los abandonos de planta y una negativa a cooperar con la empresa, todo
lo cual ha conducido a una marcada caída de la producción”, y mencio­
nando también paros llevados a cabo por “razones políticas": archivo del
SITRAC, carpeta "Juicios de reincorporación", documento “SITRAC/Am­
paro”, Ministerio de Trabajo, Buenos Aires, Juzgado Federal n° 2, 25 de
octubre de 1971.
0,2Archivo del SITRAC, carpeta “Documentos relacionados con los pre­
sos", carta de Alfredo Curutchet al SITRAC, cárcel de Villa Devoto, Buenos
Aires, 30 de octubre de 1971.
tí3Archivo del SITRAC, carpeta "Juicios de reincorporación", documento
“SITRAC/Amparo”, Juzgado Federal n° 2, carta del Dr. Haroldo H. A. Ferre­
ro, Dirección de Personal, Fiat Concord, a Juzgado Federal n° 2, Córdoba,
31 de mayo de 1972.
64Archivo del SITRAC, carpeta Allí, "Comunicado, Comisiones Directi­
vas de SITRAC-SITRAM”, documento “Las Comisiones Directivas y la gran
mayoría de los delegados queremos la reincorporación”, Córdoba, 18 de
noviembre de 1971.
65La Voz del Interior, 4 de noviembre de 1971, p. 12.
66Archivo del SITRAC, carpeta AJÍ, “Comunicados y conferencias de pren­
262 El Cordobazo

sa; proyectos de solicitadas", documento "Carta abierta de SITRAC a la CGT


cordobesa”, diciembre de 1971.
67Archivo del SITRAC, carpeta "Documentos relacionados con los pre­
sos”, carta de Carlos Masera a Gregorio Flores, cárcel de Rawson, Córdoba,
22 de diciembre de 1972.
08“Sí: fracasaron los paros en Fiat”, Boletín SITRAC-SITRAM, n° 1 (8 de
noviembre de 1971), p. 1. Después de la proscripción, los sindicatos de Fiat
comenzaron a publicar juntos sus boletines antes independientes.
ca Archivo del SITRAC, carpeta "Documentos relacionados con los pre­
sos”, carta de Gregorio Flores al SITRAC, cárcel de Rawson, 12 de diciem­
bre de 1971. Flores, un delegado gremial en prisión desde la época del
Viborazo, escribió: "Desafortunadamente, la traición de los que aceptaron
las indemnizaciones, reconociendo así que la empresa los despidió con «cau­
sa justificada», no ayudó de ninguna forma a continuar la huelga; a decir
verdad, perjudicaron muchísimo nuestras posibilidades al provocar el es­
cepticismo de los trabajadores con respecto a toda la conducción, porque
desde el principio mismo les dijimos que no asumíamos la responsabilidad
de conducir el sindicato simplemente para lograr el mejor trato para noso­
tros.. . es inútil hablar con dureza y asumir una postura combativa si lo que
hacemos después es justamente lo contrario”.
70Archivo del SITRAC, carpeta ‘‘Volantes, impresos o mímeos”, volante
gremial “En el mes del Viborazo: SITRAC en pie”, Córdoba, 15 de marzo de
1972.
71Archivo del SITRAC, carpeta "Historia”, carta no publicada de Carlos
Masera y Domingo Bizzi al diario La Opinión, Córdoba, 14 de enero de 1972.
72Archivo del SITRAC, carpeta “Volantes, impresos o mímeos", comuni­
cación de SITRAC-SITRAM, “¡Basta de despidos en Fiat!”, Córdoba, 2 de
febrero de 1972.
73Archivo del SITRAC, carpeta “Comunicados y conferencias de prensa;
proyectos de solicitadas”, comunicados de prensa “SITRAC denuncia ma­
niobra concertada Fiat-fuerzas de seguridad”, Córdoba, 30 de marzo de
1971; “Denuncia campaña difamatoria contra asesor legal, Dr. Alfredo
Curutchet”, Córdoba, 2 de abril de 1971.
74Las influencias izquierdistas más importantes eran las de los partidos
de la “nueva izquierda” que habían surgido en los años sesenta — el PRT, el
PCR y Vanguardia Comunista— . Debido a las cautelosas políticas del Par­
tido Comunista y a sú esperanza de construir puentes hacia el movimiento
peronista, el principal partido marxista del país tenía una participación
escasa en el movimiento clasista de Fiat, un hecho que explica sus muchas
calumnias contra SITRAC-SITRAM y sus repetidas acusaciones contra el
“infantilismo de izquierda" en práctica en Ferreyra. Véase la publicación del
PC “¿Clasismo o aventurerismo? SITRAC-SITRAM, experiencias y enseñan­
zas", Buenos Aires, 1972.
75Me conté entre quienes exageraron la influencia del PRT-ERP sobre la
conducción de SITRAC-SITRAM. En mi disertación del doctorado, “Pero­
nismo, clasismo y política obrera en Córdoba, 1955-1976” (Universidad de
Harvard, 1988), volví a sostener la existencia del vínculo entre el clasismo
de Fiat y eí PRT. El ulterior descubrimiento del archivo gremial del SITRAC,
Los clasistas 263

escondido y guardado por el ex secretario del sindicato a lo largo de los


difíciles años que siguieron a la proscripción de SITRAC-SITRAM por el
gobierno, constituye la base para la interpretación revisada del clasismo
que puede leerse en este capítulo. El archivo del SITRAC fue microfilmado,
y una copia del mismo está hoy en la Biblioteca Larnont de la Universidad
de Harvard.
76Ronald Munck, Ricardo Falcón y Bernardo Galitelli, Argentina, /rom
Anarchism to Peronism: Workers, Unions, and Politics, 1855-1985 (Londres:
Zed Books Ltd., 1987}, p. 178; Roberto Reyna, “La izquierda cordobesa”,
Crisis, n° 64 (1988), pp. 44-45. Véase la respuesta del ex secretario general
del SITRAC, Carlos Masera, ai artículo de Reyna, "SITRAC y SITRAM: la
autonomía obrera", Crisis, n° 67 (1989), pp. 78-79.
77Poco después del Viborazo, Tosco se acercó personalmente a la diri­
gencia de SITRAC-SITRAM y les pidió que “pisaran el freno” en el movimiento
clasista de Fiat, dado que temía que destruyeran la buena disposición de
las bases peronistas y de los sindicatos peronistas cordobeses más
combativos hacia el amplio frente de los trabajadores que él trataba de cons­
truir. Si bien los sindicatos de Fiat respondían en gran medida a sucesos
sobre los cuales no tenían un control absoluto, especialmente en su con­
flicto con la empresa, muchos dirigentes lamentarían más adelante no ha­
ber seguido el consejo de Tosco de moderar sus posiciones políticas e ideo­
lógicas públicas; entrevista con José Páez.
78Archivo del SITRAC, carpeta “Volantes, impresos o mímeos”, volante
gremial “Sí, todos hacemos política: la empresa, el gobierno, los dirigentes
vendidos y SÍTRAC, todos tenemos una política”, Córdoba, I o de diciembre
de 1971.
79Archivo del SITRAC, carpeta “Juicios de reincorporación”, comunica­
do gremial "SITRAC-SITRAM en la resistencia”, Córdoba, 28 de octubre de
1971.
Tercera parte

LA RESTAURACIÓN PERONISTA

¿Se libraron en Córdoba las últimas batallas del Komintem?

Antonio Marimón, El antiguo alimento de los héroes


7. Tosco y Salamanca

Desde la cárcel de Villa Devoto, en Buenos Aires, Tosco emitió un


ílujo ininterrumpido de cartas y declaraciones públicas a lo largo de
1971 y principios de 1972. La figura más prominente del movimien­
to obrero disidente de Córdoba dependía de sus abogados y de los
muchos argentinos que ahora entraban y salían rutinariamente de
las cárceles para que sacaran de contrabando sus prohibidas
misivas políticas. A pesar de la pérdida de los privilegios de visita,
su mala salud, los turnos de confinamiento solitario y las amenazas
de un castigo más serio, Tosco siguió jugando un papel decisivo en
la conducción de la oposición obrera al gobierno. Sus escritos pro­
ponían alternativamente críticas exhortativas y fulminantes a José
Rucci, la Confederación General del Trabajo nacional y los dirigen­
tes sindicales que buscaban el diálogo con la dictadura y un pródi­
go aliento a la resistencia obrera que se había estado construyendo
desde el Cordobazo. Ahora, también el Gran Acuerdo Nacional del
general Alejandro Lanusse era uno de sus blancos, y Tosco exigía la
restauración plena de los derechos democráticos en vez de la tran­
sición cuidadosamente condicionada al régimen civil que ofrecía el
comandante del ejército.1
Estratégicamente, Tosco depositó entonces todas sus esperan­
zas en la CGT regional de Córdoba como el baluarte de un movi­
miento obrero alternativo. El fracaso como tal de la Confederación
General del Trabajo de los Argentinos había sido instructivo. El
poder de los caciques peronistas en la CGT nacional y en las centra­
les gremiales aún era demasiado grande para desafiarlo en los am­
biciosos términos de una CGT paralela. Apoyar el pluralismo del
movimiento obrero en el plano nacional y la autonomía de los sindi­
catos cordobeses parecía ser una meta más realista. La pertenencia
de Tosco al Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical, la alian­
za sindical política patrocinada por el Partido Comunista que ac­
tuaba como contrapartida de las 62 Organizaciones peronistas, era
un intento de estimular la diversidad ideológica y política en el
movimiento obrero del país. Esa causa, creía Tosco, sería en reali­
268 El Cordobazo

dad mejor promovida protegiendo a Córdoba, dado que era allí don­
de resultaba más evidente todo eí cuadro de la diversidad ideológica
y política del movimiento obrero.2
Las claves para asegurar la autonomía de Córdoba, como había
sido manifiesto desde la época del Cordobazo, eran Afilio López y los
peronistas combativos agrupados en los legalistas. Como peronis­
tas, los legalistas cordobeses eran los opositores más efectivos a
Rucci y la filosofía gremial que Tosco veía encarnada en la CGT
nacional. En su oposición a Rucci y el verticalismo, López y los
legalistas se vieron favorecidos por las estratagemas tácticas de
Perón a principios de la década de 1970, que pretendían mantener
la presión ejercida sobre los gobiernos militares y reinstalar al pero­
nismo, y especialmente al propio Perón, en la vida política del país.
La presión provenía particularmente de los recién llegados al movi­
miento, los grupos juveniles peronistas, en especial los Montone­
ros, pero también podía originarse en los sectores militantes del
movimiento obrero. Hacia mediados de 1970, Perón volvió a alentar
a Raimundo Ongaro para que encabezara una oposición obrera ac­
tiva al gobierno, y después de su liberación de Villa Devoto a princi­
pios de 1972, el dirigente de los trabajadores gráficos Intentó resu­
citar su CGT disidente y combativa.3 El mismo López comenzó a ser
cortejado por el líder exilado en Madrid y su entorno. A comienzos
de 1972, los legalistas podían aducir justificadamente la aproba­
ción oficial de la virtual corte de Perón en el exilio a su oposición a
Rucci.4 ,
A pesar del aparente cambio de opinión de Perón y a su consis­
tente y empalagoso elogio de la diversidad dentro del movimiento
obrero, la salida inminente de los militares del poder y la posibili­
dad que los peronistas preveían de un levantamiento de la proscrip­
ción de su movimiento también promovieron un endurecimiento de
las líneas entre peronistas y no peronistas dentro del movimiento
obrero, tanto en Córdoba como en el resto del país. Las tensiones
dentro de algunos sindicatos y entre unos y otros, la perenne dia­
léctica de la política obrera cordobesa, se fortalecían e influían en la
suerte de un movimiento obrero disidente con base en la ciudad.
Este cambio, aún naciente, era sin embargo perceptible incluso en
el propio sindicato de Tosco. La reaparición de la oposición peronis­
ta en Luz y Fuerza, no obstante, era en lo fundamental eí resultado
del desconcierto provocado en primer lugar por la proscripción del
sindicato a principios de 1970 y luego por el largo encarcelamiento
de Tosco a consecuencia del Viborazo. Por otra parte, existía una
afinidad ideológica entre las posiciones de Tosco y las de un gran
número de peronistas de Luz y Fuerza, muchos de los cuales eran
de la tendencia ongarista, candidatos resueltos en las listas de aquél
Tosco y Salamanca 269

y miembros desde hacía mucho.tiempo del comité ejecutivo del sin­


dicato. Estos peronistas de Luz y Fuerza colaboraban estrechamen­
te con los marxistas del gremio y apoyaban el creciente papel de
éste como uno de los principales partidarios del socialismo en el
movimiento sindical.5La oposición a Tosco no provenía de este gru­
po sino de una pequeña camarilla de peronistas más tradicionales.
Desde hacia mucho, los peronistas conservadores del gremio ten­
dían a minimizar la importancia de sus simpatías tradicionales,
considerándolas como un riesgo en un sindicato que levantaba como
bandera su oposición a por lo menos algunos aspectos del sindica­
lismo peronista. Desde el Cordobazo en adelante, sin embargo, su
descontento había ido en aumento. Estos peronistas, conducidos
por Sixto Cebailos, estaban inquietos a causa del papel político cada
vez más prominente del sindicato, lo que era visto cómo una actitud
innecesariamente beligerante hacia la jerarquía laboral peronista,
especialmente en la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y
Fuerza, agregada a la irritante indiferencia de Tosco ante la pers­
pectiva de la recuperación de la legalidad del movimiento peronis­
ta.6 Con la esperanza de capitalizar la ausencia de aquél, los pero­
nistas conservadores presentaron su primera lista de oposición se­
ria en casi una década. La lista de Tosco ganó con facilidad — 1.100
votos contra 653 de Cebailos— , pero el resultado fue un signo de
que la polarización dentro del movimiento obrero entre peronistas y
no peronistas se manifestaba incluso en este reducto de la demo­
cracia sindical y el pluralismo político.7
La oposición peronista a Tosco, no obstante, todavía era un asun­
to relativamente menor, y la evolución política del sindicato hacia
posiciones socialistas se mantuvo sin interrupciones. Si bien no
proclamaría públicamente su marxismo hasta 1973, Tosco dejaba
pocas dudas sobre su identificación y la del sindicato con un pro­
yecto socialista. Cuando el sindicato volvió a ocupar su sede central
a fines de 1971, el secretario general interino, Ramón Contreras,
proclamó su rechazo al sindicalismo del pan de todos los días ( “sin­
dicalismo reivindicativo”} y declaró la adhesión de Luz y Fuerza a la
idea de atribuir un rol político a la clase obrera, un “sindicalismo de
liberación” que compartía ampliamente las posiciones clasistas so­
bre la propiedad privada, el Estado y la necesidad de construir un
movimiento socialista en la Argentina.8
El papel del sindicato como uno de los principales opositores
obreros al gobierno y la notoriedad creciente de Tosco como líder
sindical precipitaron finalmente la largamente amenazada represa­
lia de Lanusse, que el 9 de abril decidió el traslado del dirigente de
Villa Devoto a la cárcel de Rawson. Lanusse esperaba que el aisla­
miento en la Patagonia argentina silenciara a su amenazante y te­
270 El Cordobazo

mible adversarlo, pero a Córdoba, aunque con menor frecuencia,


siguieron llegando cartas y comunicados firmados por el dirigente
de Luz y Fuerza. Después del traslado a Rawson, Tosco continuó
dirigiendo sus esfuerzos hacia la conformación de Córdoba como el
baluarte de la oposición obrera al gobierno y, en última instancia,
como una alternativa a Rucci y la CGT. La política nacional y los
acontecimientos dentro del movimiento peronista favorecieron tem­
porariamente esos planes. Las presiones implacables a las que la
izquierda peronista sometía al gobierno, y el ahora franco respaldo
de Perón a las tácticas de la “guerra revolucionaria” adoptadas por
sus cuadros juveniles desencadenaron una ola nacional de eferves­
cencia popular que tenía como centro al peronismo. Para Córdoba, la
consecuencia fue que los ortodoxos —que dentro del peronismo re­
presentaban tendencias que parecían haber sido eclipsadas en el
corazón de Perón por la izquierda del movimiento— quedaron parali­
zados, y a los legalistas se les permitió cooperar con los independien­
tes y compartir el poder en la CGT local. Aun cuando incluso en Cór­
doba los militantes peronistas tenían el compromiso de permanecer
dentro del movimiento obrero peronista e intentar ganar el control de
las 62 Organizaciones, su alianza operativa local era con Tosco.9

La gran cuestión no resuelta en Córdoba seguía siendo el


clasismo. La desaparición de SITRAC-SITRAM no puso fin a éste en
la política obrera cordobesa y tampoco obstaculizó el desarrollo de
una alternativa marxista en el movimiento obrero cordobés que es­
tuviera libre de las preocupaciones no sectarias de Tosco y los inde­
pendientes. Los diversos partidos de la izquierda marxista habían
elaborado una clara estrategia “provincial’* desde la época del
Cordobazo, y la experiencia de SITRAC - SITRAM no había hecho sino
alentarlos aún más. La izquierda marxista consideraba la identidad
peronista de la nueva clase obrera del interior, especialmente en los
sectores industriales modernos, como el eslabón más débil del mo­
vimiento obrero peronista. Así, Córdoba, como centro industrial del
interior y sede de sus industrias más modernas, tenía una priori­
dad estratégica especial.10Entre el Partido Comunista Revoluciona­
rio, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, Vanguardia Co­
munista y otras organizaciones marxistas existían diferencias acer­
ca del método más apropiado para ganar partidarios dentro del pro­
letariado industrial de la ciudad, pero también había un amplio
consenso sobre algunas cuestiones. En general, convenían en la
necesidad de vincular las luchas diarias de los trabajadores con un
programa político socialista, ganar su confianza a través de una
representación sindical honesta y eficaz, practicar una genuina
Tosco y Salamanca 271

democracia en los lugares de trabajo y comenzar la tutela política


lentamente, centrándola siempre en los problemas concretos de
cada lugar.
Un tema que las listas clasistas adoptaron casi unánimemente,
por ejemplo, fue la reforma de las negociaciones colectivas. Si bien
en esta cuestión el SMATA tenía procedimientos más transparentes
que muchos sindicatos, con contratos sujetos a un mayor control
de los trabajadores y un nivel considerable de consultas a éstos a
través de sus delegados, la mayor parte del proceso final de nego­
ciación quedaba empero en manos de un pequeño grupo de funcio­
narios sindicales. La estrategia clasista de la izquierda consideraba
el trámite de las negociaciones colectivas como una herramienta de
politización potencialmente útil. Los partidos marxistas proponían
una democratización total del mismo. Los delegados debían alentar
la libre discusión de las demandas y reclamos de los trabajadores
en sus departamentos; luego se realizarían asambleas abiertas para
debatir la posición de los trabajadores y elegir a los miembros del
comité que redactaría la propuesta del sindicato. A continuación se
efectuaría, de nuevo en asamblea abierta, una votación a viva voz
sobre el contrato final que el sindicato presentaría a la administra­
ción y también para elegir a los representantes obreros que nego­
ciarían directamente con la empresa.1!
Entre todas las organizaciones marxistas, la pequeña Vanguar­
dia Comunista era tal vez la fuente más fecunda de teorización so­
bre las tácticas clasistas. Fue la primera en sugerir la utilidad polí­
tica del proceso de negociaciones colectivas y propugnar que la iz­
quierda adoptara la causa de la “democracia sindical” contra los
dirigentes obreros enquistados; propuso los mejores y más elabora­
dos programas para la formación de células clasistas, las comisio­
nes obreras que vincularían las luchas de base de los trabajadores
a un proyecto socialista. VC subrayaba la vulnerabilidad de la diri­
gencia peronista en cuestiones de la base fabril tales como los rit­
mos de producción y las categorías en los sectores industriales
modernos. Defendía la necesidad de mantener la naturaleza clan­
destina de las comisiones obreras para evitar represalias de la admi­
nistración y las burocracias sindicales, y de trabajar discretamente
hasta el momento en que los activistas partidarios gozaran de sufi­
ciente respaldo en las bases para postularse como candidatos a
delegados y finalmente para formar listas sindicales separadas a fin
de luchar por el control de los comités ejecutivos de los sindicatos.12
En resumen, la izquierda usaría las cuestiones de la democracia
sindical y la representación efectiva de la base fabril para ganar
poder en los sindicatos y dar el primer paso hacia el tutelaje político
del proletariado industrial.
272 El Cordobazo

Si Vanguardia Comunista era el teórico más refinado del


clasismo, su ejecutante más eficaz en Córdoba era el PCR. Éste había
sido fundado en 1968, cuando militantes desilusionados del Parti­
do Comunista abandonaron ía agrupación pro soviética y reformis­
ta y formaron un partido marxista pro chino y revolucionario.13El
aparato partidario incluía en Córdoba a los más capaces activistas
del PCR, y el proletariado industrial de la ciudad era una prioridad
para éste.
Los mayores esfuerzos deí PCR se dirigieron sin duda hacia eí
complejo IKA-Renault. Desde fines de los años sesenta, y en parti­
cular luego del Cordobazo, el comité Córdoba del partido, bajo ía
conducción de César Godoy Álvarez, comenzó a acumular informa­
ción detallada sobre las condiciones en las plantas, identificando
sistemáticamente y con gran habilidad los departamentos én los
cuales el aparato sindical torrista era “blando” y donde podían in­
gresar los activistas partidarios y comenzar un trabajo clasista,í4 El
PCR había sido, por cierto, el primero en percibir la debilidad de
Torres en la planta de Perdriel, fábrica en donde Renault había
emprendido una reestructuración tecnológica completa y converti­
do a muchos de los fabricantes de herramientas y matriceros antes
altamente calificados en meros trabajadores de línea de montaje,
sin la más mínima oposición del sindicato. Los miembros del parti­
do dirigieron la ocupación fabril de Perdriel que desencadenó la gran
huelga de 1970, y se debió en gran medida a los esfuerzos del PCR
el hecho de que la izquierda se recobrara del desastroso resultado
de la misma y pudiera reconstruir el movimiento de recuperación
sindical antitorrista en las plantas de IKA-Renault.15
Gracias principalmente a las actividades proselitistas de los apa­
rentemente incansables polemistas de la izquierda, poco a poco el
clasismo se estaba convirtiendo, en Córdoba y en el resto de la Ar­
gentina, en sinónimo de la causa de la democracia sindical
antiburocrática que la rebelión de Ongaro había cristalizado por
primera vez en 1968, pero que desde entonces había perdido ímpe­
tu en las filas del movimiento obrero peronista. También la izquier­
da peronista hizo de ella una causa, pero se trataba predominante­
mente de un movimiento de estudiantes Universitarios de clase
media que sólo tenía una repercusión limitada en el movimiento
obrero, a pesar de la apresurada formación de la Juventud Trabaja­
dora Peronista (JTP), concebida para cultivar vínculos con la clase
obrera. El “contradiscurso” del que han llegado a hablar los histo­
riadores del movimiento obrero argentino, la defensa de tácticas
militantes en un idioma peronista vernáculo de línea dura, era en
realidad mucho más que eso. Se trataba de un asalto ideológica­
mente alimentado a los bastiones de poder en el movimiento obrero
Tosco y Salam anca 273

que, después de la adopción de programas clasistas por los parti­


dos de izquierda que también abogaban por la lucha armada, pare­
ció representar una amenaza subversiva para algunos y una posibi­
lidad revolucionaria para otros. En ese momento histórico, ninguna
de las dos opiniones era equivocada.
En todo el interior de la Argentina había listas clasistas que ga­
naban elecciones sindicales. En las provincias azucareras del No­
roeste, por ejemplo, VC era particularmente activa y responsable en
gran medida de la CGT clasista de Armando Jaime en Salta.lfi En el
cinturón industrial del Paraná, los esfuerzos del PRT estaban pro­
duciendo resultados prometedores, y una serie de delegados clasis­
tas habían ganado las elecciones en las plantas siderúrgicas de Vi­
lla Constitución» San Nicolás y Zarate.17Incluso en bastiones de los
caciques obreros peronistas como la Unión Obrera Metalúrgica apa­
recían activistas clasistas, en Santa Fe lo mismo que en Córdoba y
otras ciudades del interior. Para coordinar esos diversos movimien­
tos, la izquierda de Córdoba estableció el Frente Único Clasista, que
nunca tuvo vigencia debido a posiciones ideológicas y tácticas que
dividieron a las organizaciones marxistas, pero que fue un símbolo
importante de la resonancia del cíasismo en esos años.
Córdoba siguió siendo el centro de los movimientos clasistas. A
pesar del grave revés sufrido con la represión gubernamental a
SITRAC-SITRAM, los activistas clasistas de Santa Isabel se recupe­
raron de la huelga de 1970 y se prepararon para competir con los
sucesores de Torres en las elecciones de 1972 en las plantas de 1KA-
Renault y otras fábricas afiliadas al SMATA (Thompson-Ramco,
Ford-Transax, Grandes Motores Diesel, Ilasa). A fines de 1971, los
opositores izquierdistas organizaron el Movimiento de Recuperación
Sindical (MRS}, una vaga alianza de asociados incompatibles, que
incluía a activistas del PC, el PCR, el trotskista Palabra Obrera, El
Obrero, el Peronismo de Base, Vanguardia Comunista y muchos
independientes de izquierda no alineados con ningún partido mar­
xista en particular, así como también no izquierdistas, entre ellos
una cantidad de peronistas ex partidarios de Torres que sentían
simpatía por un programa de representación sindical honesta y efi­
caz y estaban descontentos con la esclerosis que afligía entonces a
la maquinaria gremial farrista.18 Si bien el MRS había recibido un
temprano respaldo de SITRAC-SITRAM e incluso publicado sus pri­
meros volantes en el edificio sindical de los trabajadores de Hat,
después de que el gobierno suprimiera los sindicatos de Ferreyra
los activistas del SMATA procuraron distanciarse de sus antiguos
aliados y exhibir una imagen más moderada, llegando a borrar la
palabra clasismo de su programa sindical.19
El MRS dio forma a su desafio al sucesor de Torres, Mario Bagué,
274 El Cordobazo

y al aparato torristano en términos políticos sino estrictamente cen­


trados en las cuestiones laborales de una representación eficaz y
honesta y la democracia sindical. Las tácticas del MRS tenían dos
aspectos. Los activistas del movimiento dirigieron una implacable
campaña de propaganda contra Bagué y cáusticas críticas a la con­
ducción allí donde la maquinaria torrista era más vulnerable: los te­
mas relacionados con la base fabril. También convocaron numerosas
huelgas salvajes a fines de 1971 y principios de 1972 para aumentar
su visibilidad entre los trabajadores y poner de relieve la representa­
ción de compromiso que los delegados del sindicato ofrecían allí, una
táctica cuya eficacia quedó evidenciada por la crítica cada vez más
aguda de la dirigencia del SMATA contra su accionar.20

Los peronistas del SMATA, irónicamente, intentaron rebasar el


desafío de los disidentes subiéndose a la cresta de la ola de
radicalización política que se había apoderado de la ciudad desde el
Cordobazo. Bagué y los dirigentes torrístas fortalecieron sus lazos
con los sectores más combativos del movimiento obrero cordobés
en la esperanza de que esto desviaría algunas de las críticas del MRS.
Si bien los activistas de éste no presentaban su programa en térmi­
nos políticos, la conducción del SMATA era consciente de que el
humor de la clase obrera local había cambiado enormemente como
resultado de los levantamientos de 1969 y 1971, la experiencia de
SITRAC-SITRAM, los cambios políticos en el plano nacional y la in­
clinación hacia la izquierda producida en la sociedad argentina en
general. La vieja marca torrista de militancia ya no podía otorgar
legitimidad; la militancia tradicional peronista —huelgas y movili­
zaciones contra la empresa y el gobierno por mejores salarios— no
era suficiente, al menos en Córdoba. Los sindicatos estaban ahora
casi obligados a asumir una postura anticapitalista a fin de conser­
var su prestigio entre las bases. Como resultado, el lenguaje político
de Bagué y los torristas cambió, literalmente en el transcurso de
unos pocos meses. El blanco de los ataques del sindicato era ahora
el régimen “pro capitalista", y el gremio llegó incluso a exigir la na­
cionalización futura de IKA-Renault por el gobierno.21 La influencia
del clasismo se vio sutil pero claramente cuando la jerarquía sindi­
cal del SMATA procuró apropiarse del propio programa político de
los clasistas y asumir el papel de la oposición.
Bagué también buscaba alinear al SMATA con los legalistas y los
independientes, para contrarrestar el descrédito en que había caído
el torrismo desde la época de la huelga de 1970. La opinión genera­
lizada de que en esa huelga Torres había traicionado a los trabaja­
dores manchó a toda la dirigencia. La decisión de Bagué de partici­
Tosco y Salamanca 275

par en las movilizaciones de marzo de 1971 que culminaron en el


Viborazo pretendía reparar el daño hecho a la conducción por las
vacilaciones y la renuncia final de Torres en los días que precedie­
ron a ese levantamiento, e indicaba una precoz conciencia de la
vulnerabilidad de los dirigientes. El ascenso del MRS no hizo sino
confirmar esas opiniones. Así, el SMATA se convirtió en un elemen­
to permanente y regular en las asambleas de la CGT y en general
apoyaba las posiciones íegaíis fas-independientes contra las de los
ortodoxos. Finalmente, desesperado, Bagué también abandonó las
pretensiones históricas del SMATA cordobés a la independencia y
buscó ayuda del SMATA central.
Las autoridades de Buenos Aires, Dirk Kloosterman y José Ro­
dríguez, secretarios generales de la central y la seccional Buenos
Aires del SMATA, respectivamente, reconocieron la amenaza poten­
cial de una victoria deí MRS en Córdoba, no sólo para Bagué y los
peronistas cordobeses, sino también para sí mismos. Las relacio­
nes generalmente calmas entre obreros y patronal que habían ca­
racterizado la primera década de existencia de las empresas insta­
ladas en Buenos Aires terminaron a comienzos de los años setenta
con una serie de movilizaciones, incluyendo una prolongada y ás­
pera huelga en las plantas de Citroén en 1971.22 Una victoria del
MRS podría alentar a los militantes de base de las plantas de Bue­
nos Aires a capitalizar el descontento obrero y preparar desafíos
sindicales por su propia cuenta. Para respaldar a Bagué, el SMATA
nacional emprendió a fines de 1971 una campaña publicitaria na­
cional en apoyo de la dirigencia peronista del sindicato de trabaja­
dores del automóvil. Bajo el lema “/Violencia no, ju sticia s í!”, el
SMATA atacó al clasismo e intentó vincular la creciente violencia
política en el país con una izquierda subversiva, una izquierda que,
según insinuaba, estaba trabajando en muchos niveles de la socie­
dad argentina, incluyendo las filas del movimiento obrero. Se seña­
laba especialmente a SITRAC-SITRAM por su supuesto aventure-
rismo e irresponsabilidad, por haberse empeñado en una “gimnasia
subversiva”, manera en que, en lo sucesivo, la jerarquía sindical
peronista se referiría despreciativamente a cualquier signo de mili-
tancia obrera independiente de su control. Los verdaderos blancos
de la campaña, sin embargo, no eran los desaparecidos sindicatos
clasistas de Fiat sino el MRS y otros movimientos de base que ame­
nazaban el control peronista del sindicato mecánico, así como la
pretensión tradicional de los gremios cordobeses de liderar el movi­
miento obrero nacional.23
En realidad, el SMATA central, inadvertidamente, ya había he­
cho mucho para que fuera posible un movimiento de recuperación
sindical en Córdoba. La capacidad de los clasistas para representar
276 El Cordobazo

un serio desafío al control peronista del sindicato se debió en gran


medida a las reformas del SMATA en 1968 que, bajo la presión de
Córdoba, habían descentralizado ampliamente la estructura sindi­
cal. Entre esas reformas se contaban una mayor limitación al poder
de la central para disciplinar a las seccionales locales, más faculta­
des a éstas para que pudieran apelar cualquier medida disciplina­
ria y, lo más importante, una amplia descentralización financiera
que les dio un control casi completo de los fondos sindicales.2,5Así,
a pesar de las admoniciones y amenazas veladas del SMATA central
a los disidentes de base, en Córdoba y otras partes los miembros del
MRS advirtieron bajo qué restricciones se encontraba ahora Bue­
nos Aires. Los clasistas sabían que, en caso de que llegaran a la
conducción, el SMATA central tendría trabas en sus relaciones con
Córdoba y sería incapaz, al menos legalmente, de imponer sus de­
seos. El poder sindical ofrecía posibilidades reales de administrar
autónomamente los asuntos del SMATA cordobés y la oportunidad
de implementar un programa de reformas que fortaleciera el apoyo
de las bases y representara un avance importante para el clasismo.
El éxito de la campaña de oposición a Bagué y la percepción que
tenían los miembros del MRS del generalizado descontento obrero
hacia la conducción alentaron a los disidentes a formar, a fines de
enero de 1972, una lista sindical, la lista Marrón, para competir con­
tra la Verde y Celeste torrista en las elecciones de abril.25 Poco des­
pués la lista Marrón presentó su plataforma electoral, una serie de
reformas sindicales propuestas con un tono deliberadamente apolí­
tico, en las cuales no aparecía la palabra clasista.21*
Los sindicatos combativos de la ciudad recibieron la noticia de
la reaparición de una oposición izquierdista en la industria auto­
motriz local con cierto recelo. Las discrepancias entre ellos y los
clasistas de Fiat y las biliosas críticas que los dirigentes obreros
locales habían recibido ocasionalmente de SITRAC-SITRAM los
habían hecho muy cautelosos respecto de lo que percibían como el
purismo ideológico y ías tácticas maximalistas inherentes al
clasismo. Para los activistas clasistas de Fiat, su rebelión sindical
había implicado una vigorosa defensa de los intereses de los tra­
bajadores de la empresa y finalmente un compromiso con un pro­
grama político determinado; no se había tratado ni de capricho ni
de engreimiento. Los clasistas se consideraban como los genuinos
realistas del movimiento obrero cordobés, los únicos que se daban
cuenta de que los logros laborales inmediatos serían efímeros y la
militancia un esfuerzo tanto más malgastado a menos que la clase
obrera tuviera como propósito último un proyecto socialista. No
obstante, dada la configuración inusual del movimiento obrero lo­
cal, no hay duda de que el clasismo de Fiat había perjudicado su
Tosco y Salam anca 277

causa en coyunturas particulares, y había una cautela entendible


con respecto al MRS y la lista Marrón. Entre los legalistas y los inde­
pendientes existía la sensación generalizada de que la victoria de la
lista marrón en el SMATA podría volver a desbaratar acontecimien­
tos positivos que se estaban produciendo en el movimiento obrero
cordobés.
Las sospechas de Atilio López y los legalistas acerca de la oposi­
ción marxista en el SMATA estaban influidas, sin duda, por las cam­
biantes fortunas políticas del movimiento peronista. Desde el anun­
cio de la transición propuesta al régimen civil bajo el Gran Acuerdo
Nacional, Lanusse se había visto asediado por una ola de violencia
guerrillera que impulsó la presurosa salida de los militares del po­
der y favoreció la plena restauración de los derechos democráticos,
incluyendo el levantamiento de la proscripción del movimiento pe­
ronista. La fuente de esta violencia se encontraba parcialmente en
la izquierda marxista, el Ejército Revolucionario del Pueblo y las
Fuerzas Armadas de Liberación, pero ahora también en la izquierda
peronista, las formaciones especiales a las que Perón otorgaba una
posición de creciente importancia dentro del movimiento.
Los cambios en el peronismo no eran obra exclusiva de las deci­
siones de Perón. Independientemente del caudillo, la izquierda pe­
ronista surgió como fuerza dentro de la política revolucionaria ar­
gentina en 1970, con el secuestro y ejecución, por parte de los Mon­
toneros, del ex presidente militar general Pedro E. Aramburu. Sin
embargo, había germinado desde la época de la Resistencia y nunca
había sido completamente servil con el líder exiliado. Para mante­
ner la disciplina de su movimiento y promover sus propios fmes po­
líticos, Perón decidió no repudiar sus tácticas sino postularse como
el campeón de las guerrillas. Empleó cada vez más el vocabulario
político de los antiguos revolucionarios y aceptó implícitamente el
ataque de sus jóvenes seguidores contra José Rucci, Lorenzo Mi­
guel y la “burocracia sindical”. Las palabras de Perón eran vivifican­
tes para los legalistas, que estaban interesados en que se limitara el
poder de los caciques obreros y en desarrollar posiciones ideológi­
camente izquierdistas, pero no dispuestos a romper con la identi­
dad peronista o a afiliarse a un partido de izquierda marxista. En
marzo de 1972 recibieron más estímulos cuando Perón anunció que
su movimiento formaría un frente electoral, el Frente Justicialista
de Liberación (FREJULI), frustrando con ello las esperanzas de
Lanusse en una restauración democrática limitada y en su propia
candidatura en las elecciones presidenciales de 1973.

La inclinación a la izquierda del movimiento peronista afectó


278 El Cordobazo

profundamente la historia ulterior del movimiento obrero cordobés.


Comprometió a los legalistas y a sus aliados independientes en el
apoyo — entusiasta en el caso de los legalistas y cauto en ios inde­
pendientes— a una restauración democrática en la cual el movi­
miento peronista ocuparía inevitablemente una posición prominen­
te, y también hizo improbable la cooperación inmediata con los mar­
xistas del SMATA. Las críticas clasistas al sindicalismo peronista
perdieron su fuerza con los signos de que el peronismo se movía a
posiciones más izquierdistas, una evolución política que muchos iz­
quierdistas creían haría de él un factor de cambio revolucionario
mucho más importante que cualquiera de los pequeños partidos
marxistas que promovían el clasismo.
Una vez más Tosco tenía la clave acerca de qué camino tomaría
el movimiento obrero. Aunque sin ilusiones sobre las verdaderas
intenciones de Perón y escéptico con respecto a la aptitud de la iz­
quierda peronista para transformar al movimiento en un partido
genuinamente revolucionario, Tosco evaluó las circunstancias polí­
ticas inmediatas en términos fríos y poco románticos. El futuro de
un movimiento obrero alternativo y la democratización de los sindi­
catos del país dependían de la preservación de la alianza legalista-
independiente. La fortaleza de esa alianza había sido demostrada el
15 y 16 de enero de 1972 en el congreso de las Agrupaciones Pero­
nistas Combativas, una reunión nacional de los sindicatos peronis­
tas disidentes presidida por López y los legalistas cordobeses que
había elegido al no peronista Tosco como presidente honorario, una
decisión duramente censurada por Rucci y la CGT como una trai­
ción al movimiento obrero peronista. Tosco sabía que la salud de
este espíritu ecuménico dentro de los sindicatos peronistas
combativos dependía de mantener cierta distancia con respecto al
clasismo. Como había sucedido con los clasistas de Fiat, prefirió
confiar en sus antiguos aliados legalistas a hacerlo en los aún poco
conocidos marxistas del SMATA
Su encarcelamiento le impidió ver signos, que no obstante eran
evidentes, de que tal vez fuera imposible mantener como él creía la
cooperación entre los sectores peronistas y no peronistas del movi­
miento obrero cordobés. La crisis en curso en la industria metalúr­
gica local y la quiebra, a principios de 1972, de la fábrica Del Cario,
que manufacturaba armazones de asientos para IKA-Renault y era
individualmente la que contaba con el mayor número de afiliados a
la UOM cordobesa, indicaban que Simó tendría que depender cada
vez más de Rucci, Miguel y la CGT central para mantener la influen­
cia de su gremio en el movimiento obrero local y reservar para él
mismo algún papel futuro dentro del movimiento peronista. La UOM
necesitaba recuperar la jurisdicción sobre los trabajadores de Fiat;
Tosco y Salamanca 279

de lo contrarío, se hundiría al nivel de un sindicato mediano en el


movimiento obrero local.27Además, a pesar de que la CGT cordobe­
sa elaboró un nuevo plan de lacha y de las huelgas realizadas el 7 y
el 28 de abril para exigir la libertad de Tosco, había otros motivos de
preocupación. Perón ya estaba entrometiéndose en Córdoba, inten­
tando restringir la alianza entre los sindicatos peronistas y no pero­
nistas de la ciudad. Su tolerancia y hasta aliento a la izquierda pe­
ronista no implicaba que estuviera dispuesto a aceptar una pérdida
potencial de control sobre los sindicatos. Como Córdoba era la ame­
naza más visible y real a una CGT verticalista y peronista, el movi­
miento obrero rebelde de la ciudad se convirtió en un tema de pre­
ocupación. A fines de abril, Perón recibió a una delegación de sindi­
catos ortodoxos locales, que se quejaban de la infiltración marxista
en el movimiento obrero cordobés y en general promovían la unifi­
cación de los peronistas cordobeses y el aislamiento de los sindica­
tos clasistas y de Tosco.28
Los temores de Perón y los ortodoxos habían crecido ese mismo
mes a causa de dos acontecimientos: las elecciones del 9 de abril en
la CGT cordobesa y la victoria de la lista Marrón en las del SMATA,
realizadas del 26 al 28. Las elecciones en la CGT demostraron una
vez más el carácter excepcional del movimiento obrero local. Los
legalistas y los independientes fortalecieron su alianza y eligieron a
López y Tosco como secretario general y secretario adjunto, respec­
tivamente, dando a los dos sectores combativos del movimiento
obrero cordobés una posición inexpugnable en el consejo directivo
de la CGT local.29 La elección de los marxistas del SMATA, unas
semanas después, reafirmó que el movimiento obrero cordobés es­
taba adquiriendo una configuración que no servía ni a los propósi­
tos de Lanusse ni a los de Perón. El SMATA central, controlado por
los peronistas, había hecho todo lo que estaba a su alcance para
desacreditar a la lista marxista, y Kloosterman en especial intensi­
ficó la campaña de publicidad contra los militantes clasistas, ata­
cándolos con cualquier excusa, desde su inexperiencia juvenil has­
ta su tremendismo y la amenaza divisionista que supuestamente re­
presentaban para el movimiento obrero del país.30A pesar de seme­
jantes intimidaciones, la lista Marrón venció inesperadamente a la
lista peronista por 3.089 votos contra 2.804, un asombroso giro de
la situación para la izquierda, que había mantenido su presencia en
las fábricas del SMATA durante los largos años del tonismo pero
que nunca antes había estado cerca de recuperar el control del sin­
dicato perdido a fines de los años cincuenta.3’
Durante los primeros meses de su conducción, los clasistas del
SMATA se concentraron en los problemas de las plantas y desempe­
ñaron un papel mínimo en la política obrera local. Los problemas de
280 El Cordobazo

los ritmos de producción, las condiciones de trabajo y los despidos


en las fábricas ocuparon casi toda su atención. Dieron algunos sig­
nos precoces de querer mantener con los sindicatos legalistas e in­
dependientes mejores relaciones que las que habían experimentado
los clasistas de Fiat. El nuevo secretario general del sindicato, René
Salamanca, de 31 años, había reprendido públicamente a su propio
partido, el PCR, por atribuirse el crédito de la victoria de la fisto
Marrón, y expresado la intención de la dirigencia del SMATA de se­
guir una política no sectaria en la administración y de cooperar con
todos los sectores “progresistas" del movimiento obrero cordobés.32
No obstante, varias semanas después los clasistas respondieron con
frialdad a una invitación de la CGT a participar en un paro general
de 14 horas para conmemorar el Cordobazo, declarando que no
estaban dispuestos a comprometerse en una huelga estrictamente
política, si bien respetaron el voto de los trabajadores del SMATA en
favor de adherir a ella.33
En vez de involucrar excesivamente al sindicato en la política
obrera cordobesa, los clasistas comenzaron durante los meses de
invierno una larga campaña para encarar los muchos reclamos en
los lugares de trabajo que se habían acumulado desde que Renault
se había hecho cargo de IKA. Como lo habían hecho los clasistas
de Fiat, la dirigencia del SMATA escogió las condiciones de trabajo
insalubres en la forja de la empresa como un primer tema para
enfrentar a la autoridad gerencial en la base fabril. A principios de
agosto, el sindicato llevó a un equipo de médicos expertos para que
observaran y documentaran las condiciones laborales en las plan­
tas. El 20 de agosto, Salamanca realizó una conferencia de prensa
para presentar los resultados del equipo médico, que denunciaba
condiciones de trabajo insatisfactorias tanto en la forja como en
los túneles de pintura, y para anunciar las intenciones del sindi­
cato de emprender la laboriosa tarea de preparar informes detalla­
dos sobre las condiciones laborales en cada una de las plantas afi­
liadas al SMATA.34
Todo momento que la nueva dirigencia podía distraer de los pro­
blemas de las plantas, no lo dedicaba a los asuntos de la CGT local
sino a la aún no resuelta cuestión del movimiento clasista de Fiat y
SITRAC-SITRAM. La administración de Fiat proseguía su campaña
de intimidación en Ferreyra. Los despidos sistemáticos de presun­
tos simpatizantes del sindicato, el traslado constante de los traba­
jadores de departamento en departamento, el aumento de los rit­
mos de producción y el retomo a una rígida disciplina fabril indica­
ban que la empresa italiana estaba decidida a reasumir un control
absoluto sobre la base de las plantas. Los activistas clasistas de
SITRAC-SITRAM, muchos de los cuales estaban ocultos y otros to­
Tosco y Salamanca 281

davía en ia cárcel, retomaron su trabajo de propaganda cuando cre­


ció la inquietud en Ferreyra.35
No obstante, hasta los más decididos de ellos reconocían que no
había esperanzas de resucitar a SITRAC-SITRAM. Con la victoria de
la íisía Marrón, la resistencia y el futuro del cíasísmo parecían más
prometedores mediante la afiliación al SMATA. Desde la cárcel de
Rawson, el ex delegado Gregorio Flores expresó la opinión generali­
zada de la dirigencia encarcelada de que la desaparición de los sin­
dicatos de Fiat era un hecho consumado y urgió a que se organizara
un movimiento bien arraigado para obligar a la empresa a aceptar
la afiliación al SMATA.36Varios días más tarde, desde su propia celda
en Rawson, Alfredo Curutchet manifestó una opinión similar y su­
brayó que la afiliación al SMATA era una necesidad absoluta, dadas
las inminentes negociaciones colectivas. La falta de una represen­
tación sindical efectiva en estas tareas, sugirió, sería desastrosa para
los trabajadores de Fiat y dejaría ías puertas abiertas a una afilia­
ción a la UOM.37
Simó y la UOM, en realidad, ya habían comenzado su campaña
para recuperar a los trabajadores que sólo a regañadientes habían
dejado ir a mediados de la década de 1960. Apenas unas semanas
después de la disolución de SITRAC-SITRAM, pudo verse a hom­
bres de la UOM distribuyendo fichas de afiliación en la puerta de las
fábricas, un hecho que provocó una amarga crítica de la conduc­
ción del SITRAC.38Con las hemorragias que sufría la UOM cordobe­
sa y su propio futuro político enjuego, Simó se apresuró a aceptar
ansiosamente la perspectiva de sumar varios miles de nuevos miem­
bros del segundo complejo industrial más importante de la ciudad
a las raleadas filas de su sindicato. Ahora podía contar con el res­
paldo pleno de Rucci y la jerarquía sindical peronista para su cau­
sa. Tras ía elección de una lista predominantemente marxista en el
SMATA, la perspectiva de que los trabajadores automotores cordo­
beses se unieran en un único sindicato detrás de una conducción
clasista era inaceptable para el movimiento obrero peronista. El
respaldo de Fiat y Buenos Aires permitió que Simó se moviera rápi­
damente, y en julio ya estaba funcionando una comisión provisoria
de la UOM en 1a. planta de Materfer.39 La incierta alianza de conve­
niencia de Simó con los sectores combativos del movimiento obrero
cordobés se rompió irrevocablemente con la controversia de la afi­
liación de Fiat, y aquél regresó al redil de la corriente principal del
sindicalismo peronista. De allí en más Simó y la UOM cordobesa
serían los más fieles lugartenientes de Rucci, Miguel, Perón y el
verticalismo en la ciudad.
Salamanca y el nuevo comité ejecutivo deí SMATA acordaron
oponer resistencia a los planes de la UOM y apoyar la afiliación de
282 El Cordobazo

los trabajadores de Fiat a su sindicato, a pesar de los extendidos


recelos por la experiencia de SITRAC-SITRAM existentes en sus fi­
las. El propio partido de Salamanca, el PCR, era un crítico especial­
mente deslenguado del clasismo de Fiat. Durante mucho tiempo
había pintado a la rebelión de los trabajadores de esa empresa como
un movimiento de bases bien intencionado y honesto al que habían
echado a perder su ingenuidad y “aislacionismo” políticos, específi­
camente manifiestos en su supuesta negativa a cooperar con los
elementos progresistas del movimiento obrero cordobés en la CGT
local.40
En realidad, las críticas a los sindicatos de Fiat se originaban en
dos concepciones muy diferentes del clasismo. El PCR, VC y otros
partidos que constituían la conducción del SMATA se habían en­
crespado ante las acusaciones proferidas contra ellos por los sindi­
catos de Fiat en el sentido de que la formación de comisiones obre­
ras y agrupaciones sindicales constituía un ejemplo de oportunis­
mo neobolchevique que amenazaba a los trabajadores con la mani­
pulación por parte de los partidos de izquierda. Los clasistas del
SMATA contraatacaron diciendo que los sindicatos de Fiat sentían
una aversión “trotskista” a la organización y la disciplina política, lo
que les había costado perder la oportunidad de dirigir un movimiento
alternativo de los trabajadores.41Los clasistas del SMATA, sin duda,
eran políticamente un grupo mucho más disciplinado que los diri­
gentes sindicales de Fiat. El MRS era el producto de individuos que
habían hecho largos aprendizajes políticos en sus respectivos parti­
dos. El movimiento clasista del SMATA incluía a muchos militantes
partidarios endurecidos, representantes de organizaciones que se
habían comprometido en un concienzudo trabajo en las bases fa­
briles durante varios años. También pertenecían a un sindicato
mucho más grande, un sindicato que tenía una larga historia de
militancia y que disfrutaba de una gran sensación de legitimidad
entre las bases. En consecuencia, tenían que respetarse en buena
medida la maquinaria sindical y los procedimientos establecidos, y
mantener cierto estilo gremial profesional, lo que provocaba que un
pequeño grupo de clasistas de Fiat los considerara precipitada y
erróneamente como apenas un grupo más de burócratas sindica­
les, por lo que se oponían a la afiliación.42
La principal diferencia entre los clasistas de Fiat y el SMATA es­
taba enraizada en su concepción de los límites y finalidades del
clasismo, Los clasistas del SMATA consideraban al movimiento di­
sidente de los trabajadores como parte de un esquema más general
de participación política de la clase obrera, pero también, en cierta
medida, como subordinado al aparato partidario. La orientación
partidaria del clasismo del SMATA estaba influida, sin duda, por las
Tosco y Salam anca 283

raíces del PCR en el Partido Comunista. Ambos partidos eran muy


centralizados y jerárquicos. Se esperaba que las directivas del co­
mité central se cumplieran sin críticas, y no sólo por sus funciona­
rios profesionales sino también por sus miembros de clase obrera.
Las tormentosas relaciones de Salamanca con su partido, ya evi­
dentes desde la elección de 1972, se debían esencialmente a su in­
dependencia y a la desatención que exhibía a menudo hacia el apa­
rato y los procedimientos partidarios deí PCR.
Las diferencias entre el clasismo de Fiat y el del SMATA eran tam­
bién el resultado de las circunstancias históricas. El del SMATA
surgió en un contexto político muy distinto al del movimiento de
Fiat. Los sindicalistas disidentes ya no se enfrentaban a una dicta­
dura militar sino a una inminente restauración democrática, que
parecía ofrecer nuevas oportunidades para los partidos de izquier­
da del país. El PCR y otras organizaciones izquierdistas representa­
das en el sindicato estaban maniobrando para obtener una posi­
ción política, lo que hacía que moderaran su comportamiento gre­
mial.
A pesar de sus diferencias, la abrumadora mayoría de los clasis­
tas de Fiat las hicieron a un lado y propugnaron ía afiliación al
SMATA. Para la mayor parte de los leales a SITRAC-SITRAM, des­
aparecida la posibilidad de recuperar sus sindicatos, sólo la afilia­
ción a aquél prometía una representación sindical competente y la
protección de los logros ya obtenidos. Los clasistas de Fiat procura­
ron tender un ramo de olivo al SMATA y eliminaron el controvertido
eslogan de “¡Ni golpe ni elección, revolución!" de sus comunicados y
volantes, porque era innecesariamente provocativo y obviamente
inapropiado para las muy diferentes circunstancias políticas de
comienzos de 1972. De manera similar, en sus declaraciones públi­
cas procuraron enfatizar que el clasismo era un compromiso con
una conducción honesta, la democracia sindical y en general una
política progresista más que una identificación inmediata con un
proyecto socialista revolucionario.43 Los dirigentes de Fiat caracte­
rizaron a la nueva conducción del SMATA como honesta y democrá­
tica si bien aún no clasista, y sostuvieron que la afiliación no sólo
salvaguardaría los intereses de los trabajadores de la empresa sino
que también tendría una influencia positiva en el SMATA, contribu­
yendo a definir su propia identidad clasista No obstante, la discre­
pancia entre los dos conceptos de clasismo se mantuvo latente y
acechó detrás de la campaña de afiliación. En una ceremonia reali­
zada en agosto en la sede céntrica del SMATA para dar la bienveni­
da a los recientemente liberados presos de SÍTRAC-SÍTRAM, Carlos
Masera expresó el constante interés de los trabajadores de Fiat en
una afiliación al sindicato mecánico, pero también cierta insatisfac­
284 El. Cordobazo

ción con el manejo del problema por parte de la dirigencia gremial,


fallas que diplomáticamente atribuyó más a una falta de experien­
cia que a la mala fe. Pero en líneas generales la reunión marcó un
serio retroceso para la causa de un sindicato unido de los trabaja­
dores automotores cordobeses. Desde las filas de Fiat se elevaron
críticas contra la condición de miembro de la CGT local del SMATA,
y Salamanca se mantuvo evasivo en la cuestión de la afiliación al
mismo tiempo que hacía hincapié en el compromiso de su gremio de
cultivar relaciones amistosas con los otros sindicatos no clasistas
de la CGT cordobesa.44
Los trabajadores de Fiat, no obstante, se entregaron con entu­
siasmo a la campaña de afiliación durante esos meses. Compañe­
ros de trabajo distribuyeron fichas del SMATA en las puertas de las
fábricas y dentro de las plantas de Fiat. Los activistas de SITRAC-
SITRAM resistieron hábilmente una afiliación a la UOM que gozaba
de la bendición de la empresa y advirtieron sobre comunicados sin­
dicales falsos que en realidad eran obra de la UOM o de Fiat y que
pretendían sembrar la confusión en sus filas.45 Si bien se hicieron
considerables progresos, a fines de ese año también empezaron a
notarse signos de cansancio.
La posición de Salamanca y el comité ejecutivo del SMATA se­
guía siendo clara: era necesaria una abrumadora muestra de apo-
yo a la afiliación para convencer al Ministerio de Trabajo de lo jus­
tificado de la jurisdicción del sindicato mecánico. En una asam­
blea realizada en octubre de 1972 para discutir la situación de la
campaña de afiliación, Salamanca advirtió que se estaba acaban­
do el tiempo y que eran necesarias más firmas para superar la
oposición de Fiat y el gobierno. La posición de Masera y los otros
clasistas de Fiat, por su parte, era que, si bien se habían llenado
más de 1.200 fichas de afiliación, los obstáculos para que la diri­
gencia prosiguiera el trabajo proselitista eran insuperables, que el
progreso dependía de lo que los mismos trabajadores fueran capa­
ces de hacer en las plantas.46 Los trabajadores de la empresa ita­
liana, a su vez, descubrieron que una vigilante administración
obstruía sus esfuerzos; apelaron a la CGT cordobesa en busca de
ayuda. Sin duda había pocas posibilidades de superar la fuerza
combinada del gobierno, Fiat y la UOM sin el apoyo de los demás
sindicatos cordobeses.47
Entre los sindicatos subsistían las antipatías políticas, y la CGT
se había mantenido en silencio sobre el tema. Sin embargo, se hizo
posible un futuro respaldo después que Salamanca puso al SMATA
más cerca de un alineamiento con los otros sindicatos cordobeses,
mostrando un realismo político que había estado desgraciadamen­
te ausente en el clasismo de Fiat. En las movilizaciones obreras de
Tosco y Salam anca 285

agosto, convocadas por la CGT para exigir la libertad de Tosco, el


SMATA había desempeñado un papel prominente. El 22, su con­
ducción, acompañada por varios tal vez contritos líderes de SITRAC-
SITRAM, había hecho una inesperada aparición en una sesión de
emergencia de la CGT y comprometido su respaldo a cualquier ac­
ción huelguística concebida para asegurar la libertad de Tosco. Las
huelgas generales del 24 de agosto y el 7 de septiembre tuvieron el
sostén de todos los sindicatos independientes y de la mayoría de los
legalistas, pero fue la participación del SMATA lo que las convirtió
en grandes protestas obreras.'’8 Cualquier signo de inquietud la­
boral en Córdoba era recibido ahora con nerviosismo en el gobier­
no, y éste había respondido asumiendo el control de la CGT local
y emitiendo órdenes de detención contra los principales organiza­
dores de las huelgas, entre ellos López y Salamanca.49 Pero el go­
bierno, amilanado por las promesas de mayor violencia laboral
por parte de los sindicatos legalistas-independientes y el SMATA,
se aplacó velozmente y el 22 de septiembre anunció su intención
de liberar a Tosco.
Ante los vítores de una multitud de trabajadores y estudiantes,
éste llegó al aeropuerto de Córdoba el 26 de septiembre. Más allá
del aspecto dramático inmediato del acontecimiento, éste marcó un
punto de inflexión en la historia del movimiento obrero cordobés
disidente. Tosco regresó a Córdoba como revolucionario. Como ocu­
rrió con muchos activistas sindicales que pasaron por las cárceles
argentinas en esos años, la prisión había sido para él una experien­
cia profundamente politizadora. En la cárcel, su prestigio como la
más importante figura nacional del movimiento obrero disidente lo
había arrastrado a muchas discusiones políticas con miembros de
la izquierda‘guerrillera, tanto en Villa Devoto como en Rawson. Su
oposición a la lucha armada como una opción política legítima en la
Argentina no le impidió entablar fuertes amistades y sentir respeto
por los que consideraba como equivocados pero idealistas guerrille­
ros, con quienes compartía algunos enemigos comunes. Pero había
sido precisamente para evitar toda asociación entre el movimiento
obrero disidente y la izquierda guerrillera que Tosco se negó a acom­
pañar a los militantes del ERP, las Fuerzas Armadas Revoluciona­
rias y los Montoneros en su planeado escape de la prisión de Rawson,
que terminó trágicamente con la captura y ejecución en el cercano
Trelew de 16 de los evadidos el 22 de agosto. La "masacre dé Trelew"
fue un escándalo y una controversia política nacional, y de liecho
uno de los factores precipitantes de la huelga general de la CGT
cordobesa el 26, pero también un trauma personal para Tosco.
Después de Trelew, el líder deí sindicato de Luz y Fuerza vio cada
vez más que no había término medio y sintió que la Argentina esta­
286 El Cordobazo

ba al borde de un enfrentamiento decisivo entre la izquierda y la


derecha. En su discurso de regreso a casa hizo lo que equivalía a
una virtual declaración de guerra contra Rucci y la burocracia sin­
dical y anunció su compromiso de promover y proteger al movimien­
to obrero alternativo centrado en Córdoba, cosa que agudizó la bre­
cha entre los sindicatos aliados con él y los ortodoxos.50

Tosco tenía un nuevo aliado que lo esperaba en Córdoba. La


necesidad política y la empatia personal harían de él y Salamanca
estrechos colaboradores durante los años siguientes, cuando pro­
curaron construir un nuevo programa político para el movimiento
obrero. Para Tosco, como para la mayoría de los dirigentes sindica­
les de la ciudad, Salamanca era un enigma, un hombre que se ha­
bía elevado de la oscuridad al liderazgo del sindicato más importan­
te de Córdoba virtualmente de la noche a la mañana. Su tez morena
y los rasgos vagamente indígenas insinuaban sus orígenes de chico
del campo convertido en proletario y militante marxista. Su carrera
de activista sindical había comenzado en la década de 1960, cuan­
do se postuló sin éxito como delegado de su pequeño taller metalúr­
gico contra la lista oficial de Simó. Como podía preverse, perdió la
elección y, un poco más adelante, el trabajo. Sus lazos con el PCR se
establecieron por esos mismos años, y poco después del Cordobazo
ingresó a la altamente calificada matricería de la forja de IKA-Re­
nault como activista del partido. Fue uno de los muchos militantes
del PCR que procuraron encontrar empleo en las fábricas de mayor
calificación afiliadas al SMATA como parte de la estrategia de inser­
ción del partido ¡en el movimiento obrero local.
Si bien se unió rápidamente al Grupo I o de Mayo, antitorrista,
Salamanca no tuvo una participación abierta en los asuntos gre­
miales hasta 1970, cuando logró derrotar al candidato de Torres en
una elección de delegados. El sindicato se negó a reconocer su vic­
toria aduciendo que todavía no hacia un año que estaba afiliado,
requisito contemplado por los estatutos del SMATA para los cargos
sindicales. En 1971 se postuló nuevamente para el cargo relativa­
mente menor de subdelegado, y esta vez su triunfo fue reconocido
por el sindicato. Salamanca era por entonces una de las figuras
principales del MRS, y cuando a principios de 1972 éste decidió
competir con la lista torrista, fue natural que se lo eligiera para en­
cabezar la políticamente pluralista lista M arrón51
La alianza entre Tosco y Salamanca se convertiría en una de las
piedras angulares del movimiento obrero cordobés disidente. El fac­
tor que complicó sus esfuerzos para construir un movimiento obre­
ro alternativo y que siguió influyendo en la dinámica de la política
Tosco y Salamanca 287

obrera local fue la política nacional. Las perspectivas para los sindi­
catos cordobeses dependían en gran medida de si circunstancias
políticas favorables nacionalmente, continuarían protegiéndolos de
Buenos Aires. En ese aspecto, la inminente legalización y participa­
ción plena del movimiento peronista en las elecciones de marzo de
1973 fue una bendición a medias.
Dentro del peronismo, la lucha de poder entre la izquierda y la
derecha parecía haber concluido finalmente en favor de la primera.
Una vez que quedaron garantizadas las elecciones, los caciques sin­
dicales apostaron su prestigio a asegurarse una mayoría de los can­
didatos en la boleta deí FREJULL La CGT y ías 62 Organizaciones
no habían ahorrado esfuerzos en sus críticas a la izquierda peronis­
ta, denigrando a sus miembros como ‘'recién llegados” o advenedi­
zos, y calificándolos como “izquierda gorila y aristocratizante'’. Pero
por el momento los intereses de Perón eran mejor servidos por un
cortejo constante a la izquierda peronista. El ala izquierda del mo­
vimiento ejerció la presión más eficaz sobre el gobierno en favor de
la plena restauración del peronismo. Por otra parte, los cuadros
juveniles de Perón tenían alternativas políticas: aliados potenciales
en la forma de la revigorizada izquierda marxista, en caso de que el
movimiento virara repentinamente a la derecha.
La lealtad del movimiento obrero peronista era menos problemá­
tica. Las tendencias vandoristas dentro del mismo seguían siendo
fuertes, y muchos dirigentes sindicales peronistas, particularmente
en Buenos Aires, seguían buscando el diálogo con el conciliatorio
Lanusse y eran reacios a enfrentar al gobierno en tomo a cuestio­
nes políticas. A pesar de palabras rudas de dirigentes gremiales
como Miguel, Perón sabía que quienes estaban realmente dispues­
tos a presentar batalla en su nombre se encontraban en su rama
juvenil. Al mismo tiempo, ningün líder sindical podía aparecer opo­
niéndose a él o a una restauración peronista y mantener su presti­
gio en las filas del movimiento.
Seguro de la fidelidad del movimiento obrero y con la intención
de conservar el apoyo de su ala izquierda, Perón formalizó sus favo­
res en la selección de candidatos del FREJULL En consulta con di­
rigentes de los Montoneros y la Juventud Peronista, escogió candi­
datos marcadamente inclinados hacia la izquierda del movimiento.
La elección de Héctor Cámpora como candidato presidencial del
FREJUL1 fue una gran concesión a la izquierda peronista, a la que
siguieron decisiones similares para otros cargos. Una áspera lucha
entre el sector juvenil y las 62 Organizaciones en tomo a la fórmula
para la gobernación de la provincia de Buenos Aires, en la que el
primero apoyaba a Oscar Bidegain y las últimas al líder de la UOM
Victorio Calabró, terminó con la decisión de Perón en favor de
288 El Cordobazo

Bidegain. Ulteriormente, se favoreció a postulantes izquierdistas


por encima de hombres deí movimiento obrero al elegir a los can­
didatos a gobernadores en las principales provincias. La reacción
del movimiento obrero fue ambigua. Los sindicatos participacionis-
ías mas conservadores, que durante años habían privilegiado sus
relaciones con el Estado y los capitanes de la industria por encima
de Perón, rehusaron aceptar el ascendiente de la izquierda. Zares
sindicales como Rogelio Coria, del sindicato de trabajadores de la
construcción, y Luis Guerrero, de la UOM, renunciaron a las 62
Organizaciones y retiraron su apoyo al FREJULL Éstos eran sólo
los más sueltos de lengua entre los dirigentes sindicales que abo­
gaban por una fórmula peronista expurgada de elementos izquier­
distas.5'2
El repudio inmediato de Perón a una lista semejante la privó de
toda posibilidad de éxito y alertó a otros dirigentes sindicales en
contra de emprender acciones similares. Rucci y Miguel, los líderes
de la UOM que representaban el sentimiento de la mayoría de los
caciques obreros peronistas, aconsejaron aceptar las órdenes de
Perón y su status de “socios menores" dentro del movimiento mien­
tras esperaban su oportunidad. La vuelta del líder a los cáusticos
ataques verbales contra la burocracia sindical durante la campaña
electoral influyó en su decisión. Lo mismo hizo la aparición de desa­
fíos clasistas en una serie de plazas fuertes sindicales, incluyendo
la seccional de la UOM del propio Rucci, que representaba a los tra­
bajadores siderúrgicos de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina
(SOMISA) en San Nicolás, donde la mayoría de los 6.700 trabajado­
res había votado retirarse del sindicato en repudio a su dirigencia
conservadora.53 El cinturón industrial del Paraná, en especial, co­
menzaba a asomar como un peligroso centro de oposición a las
autoridades establecidas del movimiento obrero, aventajado en esto
únicamente por Córdoba, Los esfuerzos de los activistas de izquier­
da marxistas y peronistas habían movilizado a los trabajadores de
las fábricas metalúrgicas contra sus dirigencias sindicales oficiales
y amenazaban con una virtual rebelión de los sindicatos industria­
les del interior contra Buenos Aires. Con semejante falta de discipli­
na dentro de sus propias filas, el movimiento obrero peronista no
podía tener esperanzas en la lucha por el control con el ala izquier­
da del movimiento, por lo que su única alternativa fue dar por per­
dida la batalla.
Para Córdoba, la significación inmediata de la lucha de poder
dentro del peronismo fue el fortalecimientp de la posición de la fac­
ción del movimiento obrero peronista más estrechamente aliada
con ula Tendencia" o izquierda peronista, los legalistas, lo que fa­
voreció temporariamente al movimiento obrero disidente del lugar.
Tosco y Salam anca 289

Córdoba era la única provincia donde la rama, juvenil había preva­


lecido por completo y rehusado a la burocracia sindical una con­
cesión electoral con ía candidatura a la vicegobernación. Al princi­
pio, Rucci y Miguel habían propugnado que se colocara a Simó en
la fórmula deí FREJULI como candidato a vicegobernador, como
había sucedido con los hombres de la UOM en muchas otras pro­
vincias, junto con el candidato a gobernador de ía JP y Montone­
ros, Ricardo Obregón Cano. Sin embargo, lo pactado en eí resto
deí país no pudo negociarse en Córdoba. En ninguna otra provin­
cia tenía la izquierda peronista la sólida base de apoyo en el movi­
miento obrero local con que contaba en Córdoba; Obregón Cano
tuvo una oportunidad no asequible para los otros candidatos pero­
nistas de izquierda en las elecciones siguientes. En Córdoba, el can­
didato de la izquierda peronista pudo conservar la mayor parte del
respaldo obrero, y especialmente de sus sindicatos más podero­
sos, sin tener que aceptar a un representante de Rucci o Miguel en
ía boleta. La imposición de los hombres de la UOM pudo evitarse,
en gran medida, gracias a la configuración inusual del movimiento
obrero cordobés. Obregón Cano y sus partidarios de ía rama juve­
nil se negaron a aceptar a Simó como compañero de fórmula e in­
sistieron en cambio en que el representante de la rama gremial del
peronismo en la boleta fuera López, cabeza de los legalistas, una
decisión que Rucci, Miguel y la UOM se vieron obligados a aceptar
a regañadientes.54
La postulación de López disgustó a los ortodoxos y también des­
concertó a los independientes y los clasistas del SMATA. Para los
ortodoxos, la candidatura parecía descartar toda posibilidad de pron­
ta recuperación de la CGT local. En las semanas que culminaron en
la designación de la fórmula Obregón Cano-López el 19 de diciem­
bre, abundaron los rumores de una inminente acción de Rucci con­
tra la CGT cordobesa. En este punto, esa acción habría sido algo
más que un asunto sindical meramente interno; habría tenido enor­
mes consecuencias políticas para la lucha de poder que se estaba
librando dentro del peronismo, llegando tai vez a poner en peligro
las elecciones mismas. Por lo tanto, disciplinar a la rebelde CGT
cordobesa era un gran riesgo. La fuerza de los legalistas y los inde­
pendientes había quedado demostrada repetidamente, y ahora al
formidable bloque sindical se habían unido los clasistas del SMATA.
Cualquier intromisión en las cuestiones gremiales locales provoca­
ría una reacción de esos sindicatos, lo que tal vez conduciría á otra
masiva protesta obrera, para la cual Córdoba tenía ahora una repu­
tación nacional. Rucci y sus aliados ortodoxos, de todas maneras,
abogaban por disciplinar a los sindicatos cordobeses, y el propio
Perón seguía mostrando interés en mantener separados a sus sec-
290 El Cordobazo

tores izquierdista y gremial, pero las circunstancias políticas del


momento y la necesidad de conservar el apoyo de su ala izquierda le
impidieron tomar medidas ulteriores. A pesar de su disgusto con el
movimiento obrero cordobés, Perón no tenía otra opción que acep­
tar la candidatura de López, si bien contaba con eí contrapeso de
las influencias de los ortodoxos de Simó para dejar abierta la posi­
bilidad de una purga futura de la izquierda sindical de Córdoba.55

Eí desenlace que había favorecido a la izquierda peronista y a los


legalistas no necesariamente mejoró las perspectivas de un movi­
miento obrero disidente encabezado por los cordobeses. Posterior­
mente, Tosco lamentaría los perjuicios provocados por estos acon­
tecimientos políticos.56 La naciente alianza sindical entre los
legalistas, los independientes y el SMATA funcionaría bajo serias
restricciones si los primeros participaban en el gobierno; en ese
aspecto, los clasistas se mantuvieron intransigentes. Para dar a la
clase obrera un rol revolucionario, se creía necesario adoptar un
programa revolucionario, algo que era casi imposible dadas las con­
tradicciones del peronismo y la alianza del FREJULL Tosco, no obs­
tante, insistió en mantener el eje iegaíista-independiente como la
piedra angular de un movimiento obrero alternativo y en apoyar la
fórmula del FREJULI en Córdoba, al mismo tiempo que ponía cierta
distancia con su boleta nacional.
Fue esta insistencia la que despertó críticas a él de parte de los ,
grupos clasistas y de la izquierda marxista en general. Estos consi­
deraban que, en su determinación de sostener la alianza con los
legalistas, se apartaba de la causa del clasismo y adoptaba posicio­
nes “reformistas”.57Tosco rehusó respaldar muchas propuestas cla­
sistas que la izquierda marxista promovía para inculcar una con­
ciencia revolucionaria a la clase obrera cordobesa. Por ejemplo,
muchos clasistas propugnaban que se establecieran en la ciudad
negociaciones colectivas globales a través de una comisión especial
de la CGT con representantes de todos los sindicatos. Esa comisión,
creían los clasistas, permitiría al movimiento obrero presentar un
frente único obrero ante la patronal, para proteger los intereses de
las bases de los sindicatos más débiles y crear un espíritu de solida­
ridad entre los trabajadores, lo que constituiría el primer paso ha­
cia la formación de una CGT cordobesa clasista. Tosco estimó que
esa propuesta era impráctica y políticamente imprudente y se negó
a apoyar la idea, una posición que le atrajo amargas criticas de por
lo menos algunos de los clasistas.56
Tosco no era el único dirigente obrero que se oponía a tales ideas.
Para Salamanca y el comité ejecutivo del SMATA, que ocupaban
Tosco y Salamanca 291

puestos de autoridad y eran responsables de manejar los asuntos


del sindicato industrial más grande de la ciudad, el lujo de la teori­
zación revolucionaria cedía su lugar a las consideraciones prácticas
de administrar el gremio de los mecánicos. En ese momento, la con­
ducción del SMATA estaba empeñada en conversaciones sobre los
contratos de ios trabajadores de Transax e Ilasa, y ceder su autori­
dad a un virtual soviet cordobés estaba fuera de la cuestión; sus
alianzas sindicales establecidas tenían precedencia. En los meses
finales de 1972, ios clasistas del SMATA exhibieron una eficacia y
un pragmatismo, así como un espíritu conciliatorio, que no siempre
caracterizaron a otros partidarios del clasismo en la ciudad. En vez
de malgastar energías en disputas enervantes e innecesarias con
los otros sindicatos cordobeses o en proyectos confusos y utópicos
de asambleas obreras, Salamanca y los clasistas del SMATA dedi­
caron sus esfuerzos a la unidad de los trabajadores automotores de
la ciudad.
La decisión de un juzgado federal y una inspección del Ministe­
rio de Trabajo que otorgaron a la UOM la jurisdicción sobre los tra­
bajadores de Fiat no disuadieron al SMATA. Éste descalificó la me­
dida como una maniobra políticamente inspirada por el gobierno
militar, en alianza con la burocracia sindical y Fiat, para impedir
la consolidación de una representación clasista del proletariado
mecánico cordobés. Como respuesta, a principios de noviembre
activistas del SMATA comenzaron a realizar un plebiscito de tres
días en las puertas de la fábrica Concord que produjo una impor­
tante victoria para el clasismo; 1.339 trabajadores de Concord
votaron en favor de la afiliación al SMATA y sólo 164 por la UOM.59
Si bien ésta rechazó los resultados basándose en una serie de tec­
nicismos y se negó a permitir un plebiscito programado para la
fábrica Materfer, el voto fue una victoria moral para el SMATA y un
signo más de que los sindicatos de izquierda de la ciudad mante­
nían la iniciativa y que la corriente principal del movimiento obre­
ro peronista sólo podía resistir su avance en alianza con los pode­
res del Estado.
En las plantas de Córdoba, sin embargo, los peronistas del
SMATA empezaron a resistir a la conducción clasista de su sindi­
cato casi inmediatamente después de la derrota en la elección de
1972. El disgusto de Kloosterman, Rodríguez y otros líderes porte­
ños con los clasistas se vio agravado por la política de los sindica­
listas cordobeses de apoyar a otros grupos disidentes, muchos de
ellos clasistas, de la industria automotriz. Por ejemplo, después
de una gran huelga en Peugeot en 1972, activistas sindicales cla­
sistas despedidos habían llegado a Córdoba, donde fueron cálida­
mente recibidos por la conducción del SMATA, que les ofreció la
292 El Cordobazo

sede gremial para que realizaran una conferencia de prensa en la


cual se criticó duramente el manejo de la huelga por la dirigencia
peronista. Cuando el SMATA central protestó por el hecho de que
se diera albergue a la oposición, Salamanca respondió lacónica­
mente que las acciones del sindicato eran perfectamente apropia­
das y que Córdoba seguiría ofreciendo sus facilidades a todos los
grupos políticos de la industria automotriz.60 Dentro de las plan­
tas, los farristas se habían reagrupado y en el momento del plebis­
cito de Fiat se encontraban a la ofensiva. La conducción clasista
era sometida a una creciente andanada de críticas de los delega­
dos peronistas, que tenían una presencia debilitada pero aún te­
mible en las fábricas del SMATA, particularmente en las plantas
de IKA-Renault, y que podían lanzar casi diariamente entre los
trabajadores diatribas contra los clasistas.61
Las alianzas laborales locales impidieron que los ataques contra
los clasistas del SMATA fueran, por el momento, más allá de los
insultos y las recriminaciones. Salamanca había incrementado la
participación del sindicato en la CGT local y finalmente recibió el
respaldo tanto de los legalistas como de los independientes en su
disputa con la UOM en torno a la afiliación de Fiat Razonablemen­
te, podía contar con el apoyo de ambos en caso de que se produje­
ran formas más amenazantes de intimidación, ya provinieran de los
opositores al clasismo en las plantas cordobesas o de la sede central
del SMATA en Buenos Aires.
No obstante, a fines de 1972 aparecieron las primeras señales de
fisuras en la frágil alianza entre los sectores combativos del movi­
miento obrero cordobés. Intervinieron, como en el pasado, divergen­
cias ideológicas y políticas que polarizaron en campos opuestos di­
versas corrientes del movimiento sindical rebelde. El SMATA criticó
públicamente la decisión de López de aceptar un lugar en la fórmu­
la del FREJULI y cuestionó el intento de Tosco de caminar por la
cuerda floja ideológica en una coyuntura política tan crucial, para
sacrificar una vez más un proyecto revolucionario en favor de la
alianza con los legalistas,62
Las diferencias políticas se pusieron de relieve con el retomo de
Perón a la Argentina el 17 de noviembre, más de 18 años después
del derrocamiento de su gobierno. Fue un acontecimiento emocio­
nal de enorme importancia para la clase obrera peronista, un hecho
que los clasistas no entendieron o al menos subestimaron. Con la
gran ola de sentimiento peronista que barría el país, los clasistas
podrían haber adoptado una posición más fructífera, similar a la de
Tosco, apíoyando la aceptable fórmula del FREJULI cordobés y man­
teniendo al mismo tiempo una distancia crítica con respecto a
Cámpora y la fórmula nacional. No obstante, su falta de disposición
Tosco y Salam anca 293

para hacerlo era comprensible. Sus sospechas sobre los motivos de


Perón y la capacidad de peronistas de izquierda como López para
mantenerse libres de enredos comprometedores dentro del movi­
miento peronista una vez que estuvieran en el poder no carecían de
fundamentos.
La lealtad de López al movimiento peronista se hizo más exigente
después que ingresó a la arena política. Su apresurado y malogrado
intento de organizar un congreso laboral peronista, el Plenario Na­
cional de Gremios Peronistas para el Regreso del General Perón, fue
considerado como una concesión innecesaria e indecorosa a Rucci,
los caciques sindicales peronistas y sus aliados ortodoxos locales.
Aún más penosa fue su decisión de no asistir al tercer congreso
nacional de la alianza Intersindical auspiciada por los comunistas,
que presidiría Tosco en el Salón Verdi de Buenos Aires, el histórico
salón de reuniones de los sindicatos anarquistas, socialistas y co­
munistas del país.63 Su ausencia alertó sobre el hecho de que, tal
vez, las simpatías de López y los legalistas hacia un movimiento
obrero cordobés pluralista y antiverticalista estaban sucumbiendo
ante las presiones de Perón o simplemente marchitándose en medio
de la euforia peronista que rodeaba el retorno de su movimiento al
poder.
Los acontecimientos políticos dentro del movimiento peronista
habían permitido que el movimiento obrero cordobés de izquierda
prosperara en 1972, pero a principios de 1973 conspiraban contra
él. López resistía las presiones para reformar la CGT cordobesa y
purgar a su conducción de los sindicatos no peronistas, pero ya
era evidente un giro a la derecha en el peronismo, y en especial en
su rama gremial. A comienzos de febrero, Rucci llegó desde Ma­
drid, adonde había regresado Perón tras su breve visita a la Argen­
tina, con un mensaje grabado del caudillo para sus seguidores de
la clase obrera. El movimiento obrero cordobés, y específicamente
Tosco, “el dirigente de la triste figu ra ”, como burlonamente lo cali­
ficaba Perón, eran el centro de críticas especiales, y se defendía el
verticalismo,m Las palabras de Perón eran ominosas. Córdoba se­
ría uno de los primeros blancos en caso de que el peronismo re­
creara sus prioridades conservadoras, y los legalistas se verían
paralizados en cualquier enfrentamiento futuro entre su movimien­
to y los sindicatos izquierdistas de la ciudad. Los ortodoxos podían
contar con la bendición de Perón, y tal ve? con su estímulo activo,
en cualquier purga de las facciones disidentes del movimiento
obrero cordobés.65
Las perspectivas para los grupos disidentes, Sin embargo, no
parecían aún tan sombrías cüando a fines de 1972 se puso en mar­
cha la campaña electoral. La voluble cultura política del país había
294 El Cordobazo

girado momentánea y agudamente hacia la izquierda, y una reac­


ción en la otra dirección sólo tendría éxito si las circunstancias cam­
biaban repentinamente, antes que los sindicatos cordobeses pudie­
ran consolidar su posición y extenderse fuera de la ciudad para unir
a la creciente pero dispersa y desorganizada militancia obrera que
surgía a lo largo y a lo ancho del país, particularmente en el interior.
Los sindicatos cordobeses disidentes necesitaban tiempo, tiempo
que dependía, en gran medida, del camino que tomara Perón.

NOTAS

1Carta de Tosco a Julio Guillán, Mesa de Gremios Peronistas Comba­


tivos, 12 de febrero de 1972, cárcel de Villa Devoto, en Agustín Tosco, Pre­
sente en las luchas de la clase obrera: selección de trabajos (Buenos Aires:
Jorge Lannot y Adriana Amantea, 1984), pp. 213-216.
2En realidad, es posible que el apoyo de Tosco al MUCS haya peijudica-
do sus esfuerzos por fomentar tanto el pluralismo en el movimiento obrero
como la unidad de los trabajadores cordobeses, dado que la presencia en él
del Partido Comunista, considerado como conservador y reformista, y de
los radicales, a quienes se estimaba representantes de los intereses bur­
gueses, lo convirtió en anatema para los clasistas. El mismo Tosco parece
haberlo comprendido, y después de 1971 dedicó la mayor parte de sus es­
fuerzos a que Córdoba se transformara en la piedra angular del movimiento
obrero alternativo, y no al MUCS.
3Archivó de Fermín Chávez, Buenos Aires, cartas de Perón a Ongaro,
Madrid, 25 de junio y 26 de noviembre de 1970; Departamento de Estado
de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos
de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Ongaro
Retums”, A-026, 19 de enero de 1972.
4Tras una visita de fines de 1971 a Madrid por invitación de Perón,
López escribió: “Hablé recientemente con Perón y él me felicitó por el he­
cho de que la CGT cordobesa incluya a trabajadores peronistas y no pero­
nistas, todos los cuales trabajan para la liberación del país del imperialis­
mo. Los que afirman que la CGT debería estar formada únicamente por
trabajadores peronistas... son ios que entraron al peronismo como si fue­
ra un negocio y no lo aceptan como un movimiento revolucionario", “Cór­
doba: la CGT convoca para la lucha”, Intersindical, vol. 1, n° 1 (diciembre
de 1971}, pp. 4-5.
5El papel prominente desempeñado por los trabajadores lucifuercistas
cordobeses en el Congreso Nacional en Defensa de las Empresas Estatales
realizado en Buenos Aires del 18 al 20 de mayo de 1971 demostró con cla­
ridad su importancia como uno de los principales partidarios gremiales de
las posiciones socialistas. Ahora, Luz y Fuerza respaldaba inequívocamen­
te la propiedad pública de la energía, los transportes, las comunicaciones y
Tosco y Salamanca 295

los bancos, así como de las industrias básicas. Sindicato de Luz y Fuerza
de Córdoba, Memoria y Balance, 1971, p. 112.
GEntrevista con Sixto Cebailos, líder de la oposición peronista en Luz y
Fuerza, Córdoba, 10 de julio de 1985.
7Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1971, pp.
120-121; iris Marta Roldan, Sindicatos y protesta social en la Argentina, un
estudio de caso: el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, 1969-1974 (Ams-
terdam: Center for Latin American Research and Documentation, 1978},
pp. 193-194.
8Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1971, p.
125.
9Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, “Combative Peronist Union Plenary”, A-029,24 de
enero de 1972, y "Peronist Control of Labor Waning", A-306, 26 de junio de
1972.
i0“Córdoba: el corazón rojo de la patria”, No Transar, n° 90 (22 de junio
de 1971), pp. 10-11.
n “12% de aumento: otro Gran Atraco Nacional", No Transar, n° 114 (28
de septiembre de 1972), pp. 5-7.
12“Construir comisiones obreras”, No Transar, n° 70 (Io de septiembre
de 1968), pp. 1-4; archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta "Vanguardia
Comunista”, documento partidario “Sobre la construcción de las comisio­
nes obreras”, 22 de marzo de 1970. VC fue también de los primeros en pro­
poner la democratización del trámite de las negociaciones colectivas
{paritarias} para obtener la fidelidad obrera. Los informes del partido sobre
la situación en las fábricas de Perkins, Ford Transax e IKA-Renault suge­
rían qu e los clasistas debían explotar el descontento generalizado por la
falta de participación de las bases en el trámite abogando por la elección de
representantes gremiales {paritarios} y votando las propuestas sindicales
(anteproyectos) en asambleas abiertas en la base fabril. “Democracia sindi­
cal en las paritarias de Córdoba”, Desacuerdo, n° 13 (noviembre de 1972),
P- 8*
,3Tanto el PCR como VC se definían como partidos maoístas, aunque el
primero se identificaba como pro chino y Vanguardia Comunista como pro
albanés. El maoísmo del PCR sólo reflejaba su posición en la escisión chi-
no-soviética y no implicaba una adhesión a los postulados maoístas en la
práctica real. Si bien apoyaba retóricamente los conceptos de Mao sobre la
insurrección y la guerra popular revolucionaria, en su accionar estaba más
cerca de ser un partido estrictamente mandsta-leninista que maoísta. Otros
partidos de izquierda que apoyaban la “vía armada” llegaron a considerarlo
un partido reformista no muy diferente del mismo PC. El PCR, de hecho,
disputaba precisamente con VC sobre la cuestión de la praxis revoluciona­
ria, y desestimaba el respaldo de éste al *camino del campo a la ciudad”
como inadecuado para la Argentina. En rigor de verdad, los programas
partidarios de VC eran una mezcla extraña de pragmatismo moderado, como
en sus directivas sobre la formación de las comisiones obreras, y una curio­
sa recitación de letanías maoístas. El apoyo del PCR a la creación de un
296 El Cordobazo

partido obrero revolucionario, a su vez, le valió la acusación de putschismo


por parte de VC. Véase "Polémica con Vanguardia Comunista”, Nueva Hora,
n° 59 (enero de 1971), p. 7.
14 El secretario general del PCR, Otto Vargas, discute la estrategia parti­
daria de inserción en el SMATA cordobés durante el periodo en Jorge Bre­
ga, ¿Ha muerto el comunismo? El maoismo en la Argentina: conversaciones
con Otto Vargas {Buenos Aires: Editorial Agora, 1990), pp, 213-232.
,r’Virtualmentc todos los partidos marxistas de Córdoba, no importa cuál
fuera su posición, tenían cierta presencia en las plantas de IKA-Renault
hacia principios de la década del setenta. Además del PCR, todos los otros
partidos de izquierda — el PC, VC, el trotskista Palabra Obrera, El Obrero
(un pequeño partido marxista-Ieninista local), el PRTy el Peronismo de Base
ongarista-— tenían activistas en la base fabril. No obstante, el papel de con­
ducción del PCR fue claro desde la toma de Perdriel, y sus miembros domi­
naban el comité ejecutivo y controlaban a la mayoría de los delegados cla­
sistas del SMATA.
1(5Dada la orientación maoísta de VC, los trabajadores agrícolas de Tu-
cumán, Salta y Jujuy recibieron una atención especial del partido. Ya en
1969 había activistas de éste trabajando para establecer una posición fír­
me en el sindicato de trabajadores azucareros. En sus publicaciones, VC
comparaba la importancia de la industria del azúcar en esa región con la de
la industria automotriz en Córdoba. Como hizo en ésta, procuró ganar apo­
yo para las posiciones clasistas sobre la base de una representación sindi­
cal efectiva de los reclamos de las bases. En primer lugar, y como una he­
rramienta de politización, defendió la participación de los trabajadores en
el trámite de las convenciones colectivas. Además, los militantes del parti­
do abogaron por reformas específicas —resistencia a la racionalización y al
cierre de ingenios y exigencia de que la industria garantizara un mínimo de
120 días de trabajo por año— que sabían podrían atraer un amplio respal­
do de las bases. Archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta “Vanguardia
Comunista”, documento “Para la próxima zafra"; Norte obrero: regional no­
roeste de la Tendencia 29 de Mayo (una publicación regional de VC), n° 10
(junio de 1971), pp. 1-2.
17Luis Mattini, Hombres y mujeres del PRT-ERP {Buenos Aires: Editorial
Contrapunto, 1990), pp. 277-283.
18Entrevistas con Roque Romero, subsecretario general del SMATA cla­
sista de Córdoba entre 1972 y 1974, Córdoba, 13 de agosto de 1985, y
Roberto Nágera, delegado clasista del SMATA en la fábrica de Ford Transax,
18 de julio de 1991, Córdoba.
19Archivo del SMATA, SMATA-CÓrdoba, “Volantes varios, 1972", volante
del MRS y la lista Marrón, "Próximas elecciones generales", 15 de marzo de
1972.
20“Canalizar las decisiones por ías vías orgánicas", SMATA, SMATÁ-Cór-
doba, n° 79 (27 de enero de 1972), p. 1.
21“(Nacionalización!", SMATA, SMATA-Córdoba, n° 77 (13 de enero de
1972), p. 1. Torres también hacía llamamientos periódicos en favor de la
nacionalización de IKA-Renault, pero la mayor frecuencia de la exigencia
Tosco y Salamanca 297

gremial y el lenguaje incendiario ahora empleado eran algo verdaderamen­


te novedoso.
22"1970: acción y lucha", Avance, 2, 5 {enero de 1971), pp. 4-5; "Ma­
siva adhesión por el conflicto en Citroen”, Guanee, 2, n° 6 (febrero de 1971),
pp. 1-4.
23Memoria y Balance, Sindicato de Mecánicos y Afínes del Transporte
Automotor, Buenos Aires, 1971, pp. 88-89. Después del turbulento com­
portamiento de militantes clasistas cordobeses en un congreso del SMATA,
la irritada conducción del SMATA central escribió en Avance, la revista
mensual del sindicato: "El Consejo Directivo escuchó respetuosamente las
inflamadas y «exaltadas» palabras de un compañero cordobés, que deman­
daba un elogio especial para el sufriente pueblo trabajador de esa provincia
por su heroísmo en la lucha política y gremial. Poco antes, la CGT cordobe­
sa había declarado un paro para protestar, entre otras cosas, contra la «con­
ducción traidora de la CGT nacional»... lo que sólo sirve para crear divisio­
nes con el pretexto de que los intereses de los trabajadores se defienden
mejor en el interior del país que en la Capital Federal”, Avance, vol. 3, n° 9
(febrero de 1972), pp, 4-5.
'M La Voz del SMATA, SMATA-Córdoba, n° 32 (noviembre de 1968), p. 6.
Le agradezco el aporte de este dato a Mónica Gordillo.
25La Voz del Interior, 26 de enero de 1972, p. 9.
26La plataforma electoral propuesta por la lista Marrón en todas las plan­
tas afiliadas al SMATA incluía los siguientes puntos: 1) reducir de trece a
cuatro el número de funcionarlos gremiales pagos, con la exigencia de que
todos trabajaran en las plantas de manera rotativa; 2) permitir la destitu­
ción de su puesto de cualquier delegado si así lo votaba una asamblea abier­
ta; 3} requerir que todas las resoluciones del sindicato se votaran en asam­
blea abierta; 4) pleno respaldo gremial a la restitución del sábado inglés; 5)
afiliación de los empleados administrativos de todas las plantas del SMATA;
6) un único convenio colectivo para todos los trabajadores del SMATA cor­
dobés, con ajustes cuatrimestrales obligatorios de los salarios; 7) exigir que
la empresa reconociera las condiciones “insalubres” de trabajo en la forja,
así como en los departamentos de pintura, galvanoplastia, tratamiento tér­
mico y fundición; 8) reducción de los ritmos de producción y participación
gremial en la futura determinación de la marcha del trabajo. Archivo del
SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972“ volante "A los
compañeros de Transax", febrero de 1972, GTT (Grupo de Trabajadores de
Transa*) de la lista Marrón.
27Primera Plana, 10, n° 471 (8 de febrero de 1972), pp. 14-15. Las accio­
nes de caciques gremiales peronistas como Simó siempre deben, entender­
se desde este punto de vista. El control de los sindicatos poderosos era una
fuente de riqueza y poder en su relación con la patronal, pero también les
aseguraba influencia política dentro del movimiento peronista; con la pers­
pectiva de una victoria en las elecciones de 1973, en el caso de Simó hasta
podía ser posible la recuperación de una carrera política abruptamente
interrumpida por el golpe de 1966.
28Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
298 El Cordobazo

Unidos en Buenos Aires, “Peronist Control of Córdoba Labor Waning”, A-


306, 26 de junio de 1972.
29Clarín, 15 de abril de X972, p. 18.
30Avance, vol. 3, n° 9 (febrero de 1972), p. 4.
31 Memoria y Balance, Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte
Automotor, Buenos Aires, 1972, p. 80. La lista Marrón victoriosa incluía
miembros del PCR, el PC, VC y el Peronismo de Base, así como izquierdis­
tas independientes y peronistas antitorristas, A causa del respeto a la es­
trategia de Tosco de cultivar el apoyo de los sectores combativos del
gremialismo peronista en vez de respaldar a un movimiento separado de
trabajadores clasistas, el PC no expresó públicamente su apoyo a la lista
Marrón. No obstante, algunos de los integrantes del comité ejecutivo clasis­
ta, como Hugo Rivera (secretario gremial) y Miguel Leiva (secretario admi­
nistrativo) eran miembros del partido o estaban estrechamente asociados
con los comunistas.
32La Voz del Interior, 6 de mayo de 1972, p. 15.
33/foidL, 28 de mayo de 1972, p. 14.
34Ibid., 21 de agosto de 1972, p. 11.
35Archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta AII, "Comunicados y con­
ferencias de prensa”, comunicado “¡Basta de despidos en Fiat!”, Córdoba, 2
de febrero de 1972.
36 Ibid., carpeta “Documentos relacionados con los presos”, carta de
Gregorio Flores a los dirigentes sindicales despedidos de Concord, cárcel de
Rawson, 27 de mayo de 1972.
37Ibid., carta de Alfredo Curutchet a Domingo Bizzi, cárcel de Rawson,
I o de junio de 1972.
38Ibid., carpeta “Volantes, impresos o mimeos", volante sindical "Por un
nuevo 23 de marzo. ¡Fuera Alejo Simó de la planta!", Córdoba, 23 de marzo
de 1972. Los dirigentes del SITRAC advirtieron astutamente no sólo que se
trataba de un intento de restablecer la conexión Fiat-UOM, sino también
que detrás del mismo había un objetivo deliberadamente político del movi­
miento peronista, dado que si éste no podía demostrar que controlaba a la
clase obrera, su utilidad para la burguesía argentina sería nula y la posibi­
lidad de participación del FREJULI en las elecciones prometidas por el Gran
Acuerdo Nacional se vería socavada. Un observador muy diferente, la Em­
bajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, llegó a la misma conclu­
sión; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Rela­
cionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Esta­
dos Unidos en Buenos Aires, “Current Labor Assessment”, 5726-141647Z,
14 de septiembre de 1972.
39 Archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta “Volantes, impresos o
mimeos”, volante “A los compañeros de Fiat Concord”, Córdoba, 21 de julio
de 1972.
40“Fuerzas clasistas y sindicatos”, Nueva Hora, n° 61 (febrero de 1971),
p. 3.
41 Las críticas de Salamanca a los sindicatos de Fiat hacían eco a las de
la conducción del SMATA en general, salvo el neotrotskista Palabra Obrera,
que tenía una opinión favorable a SITRAC-SITRAM: “Creo que [SITRAC-
Tosco y Salamanca 299

SITRAM] confundieron el sindicato con el partido político. Hubo una razón


fundamental para ello: la influencia de elementos no proletarios con enfo­
ques pequeño-burgueses. Esa influencia llevó al aislamiento de SITRAC-
SITRAM en el movimiento obrero. Cuando llegó el momento de tomar deci­
siones importantes, se encontraron solos. Y eso ocurrió a pesar del hecho
de ser los únicos que verdaderamente llevaron un paso más adelante la
lucha contra la dictadura y la burocracia sindical", Panorama, vol. 10 (14 a
20 de diciembre de 1972), p. 20.
42“Los nuevos burócratas del SMAl'A no son clasistas. Son oportunistas
y traidores al proletariado revolucionario. A fin de ganar las elecciones, afir­
maron representar una continuidad e incluso un avance con respecto a
nuestra experiencia, pero una vez en el poder demuestran una conducta
que los revela cada vez más como los verdaderos agentes de la burguesía en
el movimiento obrero”, archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Vo­
lantes varios, 1972”, volante del Grupo Obrero Clasista “Rescatar SITRAC-
SITRAM", Córdoba, 25 de octubre de 1972.
43“Un sindicato es clasista como resultado de practicar una genuina
democracia sindical y emprender una lucha política contra la derecha y el
reformismo, y cuando en la práctica real y a través de medidas concretas
demuestra estar guiado por una filosofía clasista!', archivo del SITRAC,
Buenos Aires, carpeta "Comunicados y conferencias de prensa”, comuni­
cado de SITRAC-SITRAM, Córdoba, 30 de agosto de 1972.
** Ibid., carpeta “Actas de reuniones y asambleas”, documento “Notas
del acto en la sede del SMATA”, Córdoba, 14 de agosto de 1972. También
fue en esta reunión cuando en las bases de Fiat se escucharon los primeros
llamados en apoyo a la lucha armada. En rigor de verdad, la cárcel habia
sido una experiencia radicalizadora para una serie de trabajadores de la
empresa, muchos de los cuales habían estado en contacto estrecho y diario
con miembros del PRT-ERP, los Montoneros y otros militantes izquierdis­
tas en la cárcel de Rawson. Sin embargo, representaban una posición níti­
damente minoritaria entre los clasistas de Fiat.
45 Ibid., carpeta “Volantes, impresos o mímeos", volante de SITRAC-
SITRAM “A los compañeros de Concord y Materfer", Córdoba, 20 de sep­
tiembre de 1972.
46Ibid., carpeta “Actas de reuniones y asambleas", transcripción de la
asamblea abierta realizada en la sede del SMATA, Córdoba, 21 de octubre
de 1972.
47Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Confederación Gene­
ral del Trabajo: notas enviadas y recibidas, 1971-72”, carta del Grupo de
Obreros dé Fiat por la Afiliación al SMATA a la Secretaría de la CGT de
Córdoba, 17 de diciembre de 1972. Los trabajadores de Fiat informaron de
un apoyo abrumador en las plantas a la afiliación al SMATA y en contra de
la afiliación a la UOM, pero señalaron la existencia de una campaña
intimidatoria de la empresa que incluía despidos de simpatizantes sindica­
les conocidos y el aumento en "casi un 100%” de los ritmos de producción,
que hacían que el proselitismo y la campaña de afiliación fueran poco me­
nos que imposibles.
48La Voz del Interior, 24 de agosto de 1972, p. 11.
300 El Cordobazo

4f}Ibid., 27 de agosto de 1972, p. 23; 9 de septiembre de 1972, p. 1i.


Por esta época ías movilizaciones obreras enfrentaban mayores obstácu­
los para convertirse en insurrecciones urbanas de ía dimensión del
Cordobazo y el Viborazo. Después de la rebelión de marzo de 1971, la po­
licía y eí Tercer Cuerpo de Ejército habían coordinado sus tácticas de con­
trol de disturbios y trazado planes contingentes que se aplicaron efectiva­
mente en todos los paros generales ulteriores. Ahora, antes que empezara
cualquier huelga la ciudad era tabicada sistemáticamente por la policía.
Solían clausurarse unas cien cuadras deí centro; la gente podía dejar la
zona pero no se permitía ingresar a nadie. Entre tanto, el ejército avanza­
ba hacia Santa Isabel y Ferreyra, donde se cortaban las rutas 9 y 36,
impidiendo así que los trabajadores mecánicos entraran en la ciudad.
Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relaciona­
dos con los Asuntos Internos de ía Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, "Peronist. Control of Córdoba Labor Waning", A-
306, 26 de junio de 1972.
50La Voz del Interior, 4 de octubre de 1972, p. 9.
51 Enrique Arrosagaray, “Rene Salamanca, secretario general de los
mecánicos cordobeses, 1972-74”, Hechos y protagonistas de las luchas
obreras argentinas, n° 1 (Buenos Aires: Editorial Experiencia, 1984); Bre­
ga, ¿Ha muerto el comunismo?, pp. 213-238. Vargas, el duradero secretarlo
general deí PCR, brinda la biografía más completa de Salamanca y detalles
de las actividades del partido en Córdoba. También Antonio Marimón y
Roque Romero proporcionaron detalles específicos de la carrera de Sala­
manca. Sin embargo, ía mayoría de los dirigentes clasistas, especialmente
en el nivel de base, no eran activistas partidarios curtidos y adoptaron po­
siciones clasistas en las plantas antes de afiliarse a los partidos izquierdis­
tas; de hecho, hubo muchos que nunca se unieron a ninguno. Un militante
clasista más típico que Salamanca sería Roberto Nágera, un joven trabaja­
dor de la fábrica de Ford Transax que comenzó allí en 1970, fue arrastrado
al fermento social y político que siguió al Cordobazo, ganó en 1972 ía elec­
ción como delegado clasista a ía temprana edad de 23 años y ulteriormente
se unió a un partido marxista, en su caso Vanguardia Comunista. Entre­
vista con Roberto Nágera, delegado clasista de la fábrica Ford Transax de
1972 a 1975, Córdoba, 25 de julio de 1991,
52Análisis-Confirmado, vol. 12, n° 617 (9 a 15 de enero de 1973), p. 16;
Jorge Luis Bernetti, El peronismo de la victoria (Buenos Aires: Editorial
Legasa, 1983), pp. 62-68; Juan Carlos Torre, Los sindicatos en el gobierno,
1973-76 (Buénos Aires: Centro Editor de América Latina, 1983), p. 47.
53Análisis-Confirmado, vol. 12, n° 619 (23 a 29 dé enero de 1973), p. 8.
54 Análisis-Confirmado, vol. 12, n” 616 (2 a 8 de enero de 1973), p. 14;
Richard Gillespie, Soldíers of Perón: Argentina’s Montoneros (Nueva York:
Oxford University Press, 1984), pp. 132-133.
55Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de ios Estados
Unidos en Buenos Aires, “Córdoba CGT Reopened”, A-490, 20 de septiem­
bre de 1972.
56Christopher Knowles, “Revolutionary Trade Unionism: An interview
Tosco y Salamanca 301

with Agustín Tosco”, Radical America, vol. 9 (mayo-junio de 1975), pp. 17-
37.
r’7"Tosco: ¿A qué jugamos?", £t Clasista, boletín n" 1 (18 de diciembre de
1972), pp. 7-8.
58“Las paritarias, la CGT y el movimiento obrero”, El Obrero, vol. 1, n° 1
(22 de diciembre de 1972), pp. 2-5.
59 La Voz del Interior, 29 de noviembre de 1972, p, 13; Departamento de
Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos
internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Ai­
res, “Córdoba - The Achilles Heel oí Peronist Labor”, A-661, 18 de diciembre
de 1972.
c<)Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas y comunicados
enviados del SMATA seccional al SMATA central, 1971'-72’’, carta de René
Salamanca a Justo Maradonna, secretario del Interior del SMATA central,
Córdoba, 30 de octubre de 1972.
61Un ejemplo del tono de las andanadas peronistas puede encontrarse
en un volante de noviembre repartido por los torristas en el momento del
regreso de Perón del exilio: "Queremos señalar y denunciar la mentalidad
despreciable y sectaria de aquellos que, a pesar de llamarse a sí mismos
clasistas, no vacilan en demostrar hoy — como antes lo hicieron en 1945 y
1955— su alianza con los reaccionarlos y la oligarquía a través de una cam­
paña difamatoria contra Perón y los miembros de nuestro Movimiento... es
hipócrita entonces [la critica de los clasistas al retomo de Perónj, este in­
tento mezquino de emitir un juicio sobre Perón y afirmar que hay «dos cla­
ses de peronistas», como lo hizo el diario gremial del 16 de noviembre de
1972, publicado por la actual conducción del SMATA, un rejuntado de
bol ches, trotskistas y otros de tendencias parecidas, todos los cuales res­
ponden a la misma ideología comunista”, archivo del SMATA, SMATA-Cór­
doba, volumen “Volantes varios, 1972”, volante “Perón en la patria: día de
júbilo nacional", Agrupación Unidad Mecánicos 9 de Septiembre, Córdoba,
20 de noviembre de 1972.
62“Una entrevista con René Salamanca”, Panorama, vol. 10 (diciembre
de 1972), p. 20. Los clasistas objetaban específicamente el apoyo público
de Tosco a la fórmula Obregón Cano-López y sugerían que la respuesta
adecuada debería haber sido una alianza con los sindicatos peronistas lo­
cales y la abstención en las elecciones de 1973.
63Panorama, vol. 10, n° 288 (2 a 8 de noviembre de 1972), p. 15, y n° 290
(16 a 22 de noviembre de 1972), p. 18: Departamento de Estado de los
Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la
Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Formation
of Opposition Labor Movement Hits Peronists Roadblock”, A-589, 15 de
noviembre de 1972,
64La Opinión, 11 de febrero de 1973, pp. 8-9.
65A instancias de Rucci, Perón se negó a principios de diciembre a reci­
bir a Atilio López en Buenos Aires, poco después de encontrarse con la
delegación de dirigentes ortodoxos de Simó, dando con ello un asentimiento
simbólico a éste en la lucha interna por el poder de los peronistas cordobe­
ses. La Voz del Interior, 2 de diciembre de 1972, p. 18; Departamento de
302 E l Cordobazo

Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asun

>£o
Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos
res, tema: “Córdoba - The Achilles Heel of Peronist Labor”, aerograma
661, 18 de diciembre de 1972.
8. Peronistas y revolucionarios

En el tumulto de la política nacional y local que rodeó a la res­


tauración peronista, Rene Salamanca y los dirigentes izquierdistas
del SMATA siguieron promoviendo los principios del sindicalismo
clasista. A diferencia de los activistas mecánicos izquierdistas de la
vieja guardia, que eran principalmente miembros del Partido Co­
munista, la mayoría de los integrantes del comité ejecutivo clasista
y de los delegados aspiraban a algo más que una simple victoria
contra sus rivales peronistas en las elecciones gremiales. La con­
quista del sindicato se consideraba como el primer paso hacia el
desarrollo de un proyecto socialista para la clase obrera. Los clasis­
tas del SMATA veían a su movimiento como una continuación y un
mejoramiento de las ideas puestas en práctica por primera vez por
los sindicatos de Fiat, y el mismo Salamanca reconocía implícita­
mente el linaje que lo unía al clasismo de esa empresa cuando se
definía como “neoclasistaV
La sombra de SITRAC-SITRAM pendía pesadamente sobre el
SMATA clasista. Sus logros eran una fuente de inspiración y sus
fracasos un moderador recordatorio de la vulnerabilidad de cual­
quier sindicato que tratara de equilibrar una representación sindi­
cal efectiva con un proyecto político radicalizado. Los primeros éxi­
tos de SITRAC-SITRAM y el franco aliento de los clasistas de Fiat
habían sido los factores decisivos en la consolidación de los disi­
dentes del SMATA en el Movimiento de Recuperación Sindical; du­
rante los meses del clasismo de Fiat, Ferreyra había sido la fuente
más fecunda de ideas y consejos tácticos. Pero la admiración se
convirtió en desilusión, y la experiencia de Fiat sirvió como piedra
de toque de los clasistas del SMATA cuando éstos intentaron elabo­
rar lo que sería para ellos una versión más constructiva del clasismo.
Si había alguna cuestión que les preocupaba, era la decisión de no
repetir lo que consideraban como errores fatales de sus predeceso­
res en los sindicatos de Fiat.
Entre los errores advertidos se contaba la miopía política, expre­
sada en la forma de tácticas maximalistas que habían aislado a
304 El Cordobazo

SITRAC-SITRAM de otros sectores del movimiento obrero. Según


creían los clasistas del SMATA, otro error había sido la precipita-
ción del trabajo político de SITRAC-SITRAM en las plantas antes que
se hubieran consolidado los logros gremiales en los lugares de tra­
bajo. Si bien ésta no era una evaluación completamente justa de las
acciones de los clasistas de Fiat, la percepción ejercía no obstante
una poderosa influencia en las decisiones de los dirigentes del
SMATA. Su cautela fue también el resultado de la convicción de que
independizar a los trabajadores del peronismo e inculcarles una
conciencia clasista implicaría muchos años de tutela. “La idea
— dijo el subsecretario del SMATA, Roque Romero— no era hacer la
revolución de inmediato sino recuperar el sindicato para la izquier­
da y luego ver qué pasaba.”2 Los clasistas del SMATA estaban re­
sueltos a no apresurar el trabajo político y especialmente a evitar
una politización del Movimiento de Recuperación Sindical. Decidie­
ron concentrarse en los temas de la base fabril y laborales con una
escrupulosidad casi profesional. Esta política fue también el pro­
ducto de su evaluación realista de la abrumadora lealtad hacia el
peronismo existente en las bases y las sensibles condiciones políti­
cas presentes después de la victoria electoral de los clasistas, con el
peronismo al acecho de un retomo triunfante al poder.
Sin embargo, si los clasistas del SMATA mostraron una mayor
moderación en el manejo de las cuestiones gremiales, también se
debió a la ausencia, hasta un momento relativamente tardío, de una
campaña sistemática de la patronal para quebrar al sindicato, como
la que Fiat había implementado clandestinamente contra SITRAC-
SiTRAM. A diferencia de la empresa italiana, Renault estaba acos­
tumbrada desde mucho tiempo atrás a una representación sindical
algo más que meramente formal, tanto en sus plantas francesas
como cordobesas, y en un primer momento buscó una actitud de
compromiso con la nueva conducción gremial. Si bien los puntos de
fricción entre la empresa y el sindicato eran muchos, en Santa Isa­
bel había una atmósfera decididamente menos tensa que en
Ferreyra, y la victoria de la lista predominantemente marxista en
las elecciones del SMATA en 1972 no inquietó más de lo debido a los
ejecutivos franceses, que estaban acostumbrados a una conducción
comunista de sus trabajadores en Francia. La patronal creía que
los problemas más graves de IKA-Renault no eran los clasistas sino
el agravamiento de la crisis de la industria automotriz del país y, en
especial, las políticas económicas nacionalistas.
La legislación automotriz aprobada en junio de 1971 por el go­
bierno de Lanusse, por ejemplo, había limitado el acceso de las
empresas extranjeras al crédito local y establecido requerimientos
más elevados de contenido nacional en los productos manufactura­
Peronistas y revolucionarios 305

dos, políticas que amenazaban la solvencia misma de IKA-Renault,


Los problemas de la empresa eran tan serios que la patronal habla
explorado incluso la posibilidad de ceder una mayoría de sus accio­
nes a inversionistas argentinos —emprender una “argentínización"
de la compañía para aislarla de los efectos de nuevas medidas na­
cionalistas— ,3Además, los mayores gastos en que había incurrido
como resultado de su instalación en Córdoba, que según se calcu­
laba ocasionaban en promedio precios 2,5% más altos que los de
sus competidores con base en Buenos Aires a causa de los costos de
transporte y los impuestos provinciales más elevados, convencie­
ron a IKA-Renault de que su posición en eí mercado estaba decli­
nando. A la luz de tales problemas, la empresa realmente dio ía bien­
venida a la posibilidad de un gobierno peronista, previendo que, a
pesar de alguna legislación y mucha retórica nacionalistas, los pe­
ronistas, no obstante, permitirían a las compañías automotrices
elevar los precios de acuerdo con cualquier aumento salarial que
otorgaran. IKA-Renault estaba especialmente esperanzada en en­
contrarse en una situación privilegiada para lograr acceso a Perón
y tal vez recibir un tratamiento favorecido, por el hecho de ser la
heredera de la inversión original de Kaiser, la única fábrica automo­
triz establecida durante la primera presidencia de Perón.4 Así, te­
niendo en cuenta todas estas cuestiones, la victoria clasista pareció
al principio un asunto relativamente menor.
Los clasistas del SMATA aprovecharon la buena disposición
momentánea de la empresa y su dedicación a otros problemas para
llevar a cabo las reformas prometidas en su plataforma electoral de
1972. Como se mencionó en eí capítulo anterior, la lista Marrón
había realizado una campaña que hacía hincapié, sobre todo, en el
establecimiento de una genuina democracia sindical. Cuando el
MRS anunció por primera vez sus planes para competir con la con­
ducción torrista, su bandera fue la honestidad y no el clasismo.5Una
vez en el poder, los clasistas empezaron a desmantelar la herencia
del tonrismo. Así como ocurrió en muchos sindicatos cordobeses que
durante esos años paáaron a tener una conducción radicalizada, la
reforma democrática era tanto una cuestión de estilo como un cam­
bio estructural. En él caso del SMATA cordobés, los dirigentes gre­
miales expresaron esa democratización abandonando la indiferen­
cia burocrática del tonismo ; haciendo que la sede del sindicato fue-
. ra más accesible a los trabajadores; realizando frecuentes asambleas
abiertas en la misma base fabril, para asegurar un máximo de par­
ticipación obrera; y en especial empleando una táctica que el propio
Torres había utilizado con éxito en los primeros años de su conduc­
ción: cultivar lealtades en los departamentos a través de contactos
diarios más estrechos con el comité ejecutivo, que escuchaba que­
306 E l Cordobazo

jas, aceptaba sugerencias y mantenía a las bases informadas me­


diante hojas sindicales casi diarias.6
Se hicieron algunas reformas importantes en la maquinaria y las
prácticas gremiales. Se promovió una democracia sindical partici-
pativa haciendo que las resoluciones del cuerpo de delegados fue­
ran vinculantes para el comité ejecutivo y requiriendo que los ins­
pectores del Ministerio de Trabajo en las elecciones estuvieran fa­
cultados a controlar los procedimientos electorales en vez de actuar
meramente como “observadores” ceremoniales. Se abrió completa­
mente el acceso a los cargos sindicales mediante la enmienda de los
estatutos del SMATA que exigían un plazo mínimo de afiliación al
sindicato para poder actuar como delegado (una medida obviamen­
te pensada, también, para facilitar el ingreso de activistas clasistas
al aparato gremial}.7
Los cambios estructurales más importantes correspondieron al
propio comité ejecutivo. Para impedir la formación de una burocra­
cia sindical apartada de los trabajadores y fortalecer la responsabi­
lidad gremial, los clasistas no sólo redujeron la cantidad de funcio­
narios pagos sino que hicieron que los salarios gremiales fueran
equivalentes a los que los dirigentes del SMATA recibían por sus
respectivas tareas en las plantas.8 En este sentido, la reforma más
significativa fue sin duda el establecimiento de un sistema de rota­
ción para los funcionarios gremiales. A todos los miembros del co­
mité ejecutivo se les exigía cumplir rotativamente tareas durante
tres meses, para minimizar las prolongadas ausencias de la base
fabril que se habían hecho notorias en la época de los farristas.9 La
resolución de la nueva conducción de permanecer en estrecho con­
tacto con las bases, un principio que también era consonante con
sus metas políticas de largo alcance, quedó evidenciada cuando el
mismo Salamanca regresó a su puesto en la forja a principios de
1973.10
Las reformas gremiales no sólo representaron un desafío a la
dirigencia de la vieja guardia farrista y mejoraron las posibilidades
de los clasistas de consolidar su apoyo entre las bases; en última
instancia, también representaron cambios importantes en la base
fabril. El equilibrio de poder en las plantas del SMATA estaba cam­
biando, poniendo al sindicato en términos más parejos con la pa­
tronal y haciendo cada vez más improbable un retomo al estilo de­
liberativo de Elpidio Torres. Los clasistas desafiaron a la empresa
en muchos frentes. La negociación de los convenios colectivos y una
serie de huelgas a fines de 1972, que culminaron en la ratificación
del acuerdo final en una asamblea abierta sin precedentes, forzaron
a IKA-Renault a restablecer el sábado inglés, proporcionando con
ello a los clasistas una victoria enormemente valiosa para su pres­
Peronistas y revolucionarios 307

tigio. La exitosa campaña de éstos para poner a los empleados ad­


ministrativos de la empresa bajo la jurisdicción del sindicato tam­
bién modificó el equilibrio de poder en las plantas e hizo que en el
futuro fuera más factible el éxito de las huelgas prolongadas. En el
caso de que éstas se produjeran, la compañía ya no podría resistir
durante varias semanas, y tal vez meses, contando con el stock
existente para llevar adelante los negocios de la manera habitual,
como lo había hecho» por ejemplo, en la gran huelga de 1970. Al
estar en huelga tanto los empleados administrativos como los tra­
bajadores de las líneas de montaje, la producción y la distribución
simplemente se paralizarían.11
La conducción del SMATA procuró establecer una democracia del
lugar de trabajo y fortalecer el sindicato como primer paso de su
proyecto clasista. El Partido Comunista Revolucionario, Vanguar­
dia Comunista y otros activistas clasistas evitaron inicialmente las
discusiones abstractas acerca de la lucha de clases y la praxis revo­
lucionaria y se concentraron en cuestiones inmediatamente relevan­
tes e inteligibles para los trabajadores. Una de ellas era la conduc­
ción honesta, y los clasistas machacaron sin cesar sobre la reputa­
ción de corrupción de la depuesta dirigencia torristcL Con frecuen­
cia se quejaron por el déficit sindical de 150 millones de pesos, el
personal gremial de treinta empleados administrativos que presun­
tamente eran compinches del tonismo, la flota de autos y el estado
cercano a la inoperancia del comité de quejas de los delegados (Co­
misión Interna de Reclamos), lo que se presentaba como una políti­
ca deliberadamente concebida para facilitar el estilo pactista de
Torres.12 Este curso moderado hacia la tutela política de los traba­
jadores provocó ciertos disensos dentro de las filas clasistas. Gru­
pos como el Núcleo de Activistas Clasistas y Vanguardia Obrera
Mecánica criticaron la pusilanimidad de la conducción y su vacila­
ción para llevar a cabo un trabajo político más profundo en las plan­
tas. No obstante, la estrategia del comité ejecutivo era aceptada por
los principales partidos de izquierda representados en ese organis­
mo, lo que explica en gran parte cómo pudieron ganarse un apoyo
tan profundo de las bases en un momento político tan poco propi­
cio. 13
Si bien la politización de las bases se pospuso, el sindicato no
pudo evitar completamente verse envuelto en la política, y en últi­
ma instancia se vio arrastrado al torbellino político que precedió a
las elecciones del 11 de marzo de 1973. La izquierda marxista con­
sideraba con disgusto el retomo del peronismo al gobierno; era un
suceso mal acogido que tenía una intención contrarrevolucionaria.
La mayoría de los partidos de izquierda representados en el clasismo
del SMATA exhibieron posturas críticas ante las elecciones, postu­
308 E l Cordobazo

ras que en última instancia tuvieron repercusiones en el sindicato.


El nombre de Salamanca y el de otros miembros clasistas del comi­
té ejecutivo y el cuerpo de delegados deí SMATA, por ejemplo, figu­
raban de manera prominente en un volante distribuido en ías plan­
tas que instaba a los trabajadores a votar en blanco, una acción
insólitamente impolítica que se ganó coléricos ataques de los acti­
vistas toiristas, quienes justificadamente lo consideraron como un
asunto digno de ser explotado.14El accionar de Salamanca también
provocó disidencias dentro de las filas clasistas, en la medida en
que tanto los miembros del Peronismo de Base como los del PC
apoyaban la formula del Frente Justicialista de Liberación. Los pro­
pios trabajadores del SMATA ignoraron las exhortaciones de su se­
cretario general.
Después de que los trabajadores decidieran en una asamblea
abierta rechazar la sugerencia del comité ejecutivo y apoyar la bole­
ta del FREJULL los clasistas evitaron futuras incursiones en la cam­
paña electoral que pudieran ofender las sensibilidades peronistas
de las bases. A medida que se acercaba la inevitable victoria del
FREJULI, los clasistas del SMATA escogieron el papel de sobrios
negociadores gremiales antes que el de aguafiestas electorales, y
volvieron a concentrarse en las cuestiones laborales, resignados al
triunfo peronista. No obstante, no seria ésa la ultima vez que permi­
tirían que sus sentimientos antiperonistas afectaran adversamente
su juicio político bajo el restaurado régimen peronista.
El llamado de Salamanca a la abstención había sido costoso en
otros aspectos. Para Dirk Kloosterman, José Rodríguez y el SMATA
central fue una provocación bienvenida, una oportunidad para in­
tensificar una campaña difamatoria que se hizo aún más insolente
en los siguientes 16 meses.15 Sin embargo, su incapacidad para
emplear estas tácticas de manera indiscriminada contra la conduc­
ción cordobesa quedó demostrada cuando representantes de la je­
rarquía del sindicato intentaron repartir a los trabajadores que lle­
gaban a las plantas volantes que criticaban el manejo hecho por los
clasistas de la cuestión de las elecciones. Los trabajadores reaccio­
naron airadamente, a ello siguió una refriega y los guardaespaldas
que acompañaban a los representantes del SMATA hicieron varios
disparos. Cuando se corrió la voz del incidente, los trabajadores de
IKA-Renault abandonaron las plantas en masa para realizar una
concentración como protesta contra la interferencia de los porteños
en los asuntos gremiales locales.16 Buenos Aires respondió decre­
tando una investigación de Salamanca y la conducción clasista y
negando al SMATA de Córdoba el permiso para participar en la con­
vención nacional anual de los trabajadores mecánicos.17Pero, a decir
verdad, Kloosterman y Rodríguez no estaban aún interesados en un
Peronistas y revolucionarios 309

asalto frontal a la seccional disidente. En su rivalidad de larga data


con la UOM por el control del movimiento obrero peronista, los diri­
gentes del SMATA central necesitaban en cierta medida a ios clasis­
tas. El 19 de enero de 1973, la central mecánica anunció un plan de
lucha para impugnar la decisión del Ministerio de Trabajo que otor­
gaba a la UOM la jurisdicción sobre los trabajadores de Fiat. A pe­
sar del resultado de los plebiscitos de fines de 1972 en Ferreyra, a la
anterior decisión gubernamental del 25 de octubre de ese año sobre
los trabajadores de Fiat. Materfer siguió la del Io de enero de 1973,
que asignaba los de Fiat Concord a la UOM. No obstante su disgus­
to con los clasistas cordobeses, el SMATA central prometió pública­
mente su apoyo al SMATA de Córdoba contra lo que se consideraba
una intromisión inexcusable de los rivales de la UOM en el coto
justificadamente reservado de los trabajadores mecánicos.18
Las razones inmediatas de la obligada repulsa de Buenos Aires
al llamado a la abstención de Salamanca eran esencialmente políti­
cas. Kloosterman, Rodríguez y las autoridades del sindicato nacio­
nal consideraban la fórmula del FREJULI más favorablemente que
la mayoría de los demás sindicatos peronistas, porque estimaban
probable que su victoria condujera a una disminución del poder de
su archirrival, la UOM. Percibiendo los nuevos vientos que sopla­
ban dentro del peronismo después del Cordobazo, el SMATA había
cambiado el nombre de la revista gremial —pasando de la sencillez do­
méstica de ElMecánicoa. la sonoridad revolucionaria de Avance—, adop­
tado un discurso antiimperialista fulminante y mostrado cierta sim­
patía por la izquierda peronista, simpatía que estaba absolutamen­
te ausente en la UOM.19 El apoyo de Buenos Aires a la lucha de
Córdoba en la controversia de la afiliación de Fiat enmascaraba en
realidad una lucha de poder entre el sindicato de los mecánicos y la
UOM por el control de las 62 Organizaciones y, en última instancia,
de la CGT. Pero como el respaldo de Kloosterman y Rodríguez se
basaba en su propio interés, los clasistas daban por sentada su fia­
bilidad; para la seccional cordobesa, poco cambiaba que la jurisdic­
ción del SMATA sirviera los intereses políticos de los caciques labo­
rales de su sindicato. Los clasistas no se hacían ilusiones sobre su
capacidad de impugnar el control de la UOM sobre los trabajadores
de Fiat sin el apoyo de Buenos Aires. Por esa razón, el comporta­
miento grosero de la central del gremio los alarmó. Sirvió para po­
nerlos en guardia con respecto a las consideraciones políticas im­
plicadas en la administración del sindicato más importante del in­
terior de la Argentina.
Salamanca y los miembros de la conducción clasista del SMATA
sufrieron en los meses siguientes otras consecuencias del llamado
a la abstención. Las relaciones de los mecánicos con los sectores de
310 E l Cordobazo

izquierda del movimiento peronista eran limitadas, y el propio Sala­


manca fue abiertamente escarnecido por la columna de Montone­
ros en una manifestación pública realizada en el centro de la ciudad
para conmemorar el cuarto aniversario del Cordobazo.20 Para la iz­
quierda peronista, particularmente en Córdoba, resultaba manifies­
to que el ala revolucionaria del movimiento había instaurado su
predominio dentro del peronismo y que las críticas de la izquierda
marxista eran sencillamente las censuras envidiosas de quien se
quedó afuera. En esta ocasión particular, Salamanca compartió la
tribuna con Tosco, López y un huésped honorario, eí presidente cu­
bano Osvaldo Dorticós. La presencia de éste, que había sido invitado
por Héctor Cámpora a asistir el 25 de mayo a la asunción presiden­
cial y celebrar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas en­
tre Cuba y la Argentina, era tal vez el testimonio más gráfico del espí­
ritu revolucionario, la “cultura de la resistencia” como más adelante
la describiría José Aricó, que entonces dominaba la ciudad. En esas
dramáticas circunstancias, los clasistas del SMATA parecían cierta­
mente culpables del tipo de melindres que a menudo habían caracte­
rizado a la izquierda marxista, que había estado marginada de la vida
política argentina durante los últimos treinta años.
Tampoco ayudó a la posición de los clasistas la contemporización
de Tosco. Si bien en febrero se había declarado públicamente mar­
xista por primera vez en un debate televisivo de alcance nacional
con Rucci, Tosco también hacía declaraciones claramente dirigidas
a la izquierda peronista, abogando por la lucha antiimperialista y
hablando más de los “sectores populares” y no exclusivamente de la
clase obrera en el combate por una Argentina socialista.21
Su adhesión a la fórmula cordobesa del FREJULI y las declara­
ciones que parecían evidenciar cierta simpatía por la perspectiva
nacionalista de la izquierda peronista en oposición a una de clase,
eran perfectamente coherentes con su comportamiento pasado.
Desde el fracaso de la CGTA y especialmente desde su liberación de
la cárcel, su preocupación dominante había sido mantener la inte­
gridad de la alianza obrera cordobesa. Aunque su sindicato de tra­
bajadores de Luz y Fuerza se asociaba claramente con la izquierda,
sus acciones nunca se habían caracterizado por una rígida adhe­
sión a la ideología; una postura sectaria podría haber ofendido a los
peronistas lucifuercistas y de otros sindicatos combativos, por lo
que siempre la evitó cuidadosamente. Sin embargo, la realpolitik de
Tosco había perjudicado sus relaciones con ios clasistas de Fiat y
estaba haciendo lo mismo con el SMATA.
Las discusiones políticas entre los clasistas del SMATA se con­
centraban en esta falta de claridad ideológica, en la significación de
la restauración peronista y las posiciones del PC y dirigentes sindi­
Peronistas y revolucionarios 311

cales como Tosco, que propugnaban un mayor pragmatismo. Para


el PCR y otros partidos de la “nueva izquierda” representados en la
conducción del gremio mecánico, la alianza del FREJULI era sim­
plemente un intento desesperado de las clases propietarias por res­
taurar el orden y desactivar las condiciones prerrevolucionarias
desarrolladas en el país desde el Cordobazo. Las acciones de las
organizaciones guerrilleras y especialmente las corrientes revolu­
cionarias que germinaban dentro del movimiento obrero represen­
taban para el orden capitalista de la Argentina la amenaza más gra­
ve de su historia. El peronismo ya habla subordinado antes el po­
tencial revolucionario de la clase obrera argentina a un programa
antiimperialista sucedáneo, y ahora tenía colaboradores bien dis­
puestos dentro de los sectores supuestamente progresistas del
movimiento obrero.22
El apoyo de Tosco a la alianza del FREJULI, si bien se limitaba a
la fórmula cordobesa, provocó que la izquierda volviera a cuestio­
nar a la corriente que él representaba en el movimiento obrero. Para
muchos de los jóvenes clasistas del SMATA, lo que Tosco justificaba
como pragmatismo político olia á ingenuidad e incluso oportunis­
mo. Surgieron nuevas dudas acerca de la compatibilidad del
clasismo con la rama no sectaria del sindicalismo de izquierda de­
fendido por Tosco y los independientes. En las discusiones partida­
rias resonaban las acusaciones contra el enfoque “guevarista” del
dirigente de Luz y Fuerza con respecto al movimiento obrero, y se
cuestionaba la relación operativa con los independientes que los
clasistas habían alentado desde fines de 1972. También se dudaba
de que los sindicatos del sector de servicios y de las industrias livia­
nas de pequeña dimensión en manos de los independientes pudie­
ran lograr una comprensión genuina de la capacidad de la clase
obrera para llevar a cabo un cambio revolucionario. Existía la opi­
nión generalizada de que estos sindicatos no habían conocido la
sensación de poder experimentada por los miembros de los grandes
sindicatos industriales, con lo que tenían una desafortunada incli­
nación a rendirse a las tentaciones policlasistas, “movimientistas ”
de los peronistas. En síntesis, lo que se percibía como la falta de un
punto de vista estrictamente proletario y revolucionario de los inde­
pendientes convenció a algunos de los clasistas de que sería difícil
colaborar estrechamente con el grupo de Tosco.23

Los clasistas del SMATA no siguieron su propio camino como lo


habían hecho sus predecesores de Ferreyra, en parte debido a los
cambios desencadenados por la victoria electoral de Cámpora el 11
de marzo. A pesar de la naturaleza ambigua del FREJULI, el fin deí
31 2 E l Cordobazo

régimen militar y el retomo del peronismo al poder desataron una


ola de radicalización en el país que indicaba que el gobierno tendría
una capacidad limitada para controlar las movilizaciones populares
y las corrientes radicalizadas en acción en la sociedad argentina.
Este frenesí popu larle extendió geográfica y socialmente por la
Argentina. En Buenos Aires, el sector juvenil militante del movimien­
to peronista había tomado conciencia de su poder y al parecer esta­
ba en condiciones de desempeñar un papel influyente y tal vez do­
minante en el nuevo gobierno, tras haber obtenido varios puestos
en el gabinete, ocho bancas de diputados y una posición prominen­
te en la administración de las universidades.24En las atrasadas pro­
vincias del Nordeste, la humeante tierra de las plantaciones de yer­
ba mate y algodón, los trabajadores agrícolas desarrollaron un po­
deroso movimiento en favor de la posesión permanente de la tierra
y la reforma agraria. Inspirándose en las ligas campesinas brasile­
ñas de principios de los años sesenta, activistas marxistas y pero­
nistas y, especialmente, sacerdotes radicalizados movilizaron a los
trabajadores agrícolas de la región y ocuparon grandes propiedades
agrarias en Corrientes, Formosa, Misiones y el Chaco en las sema­
nas siguientes a la victoria del FREJULI.^
Las movilizaciones más significativas en este país altamente ur­
banizado e industrial fueron, sin embargo, las de la clase obrera.
Las ocupaciones fabriles que se generalizaron después de la asun­
ción de Cámpora el 25 de mayo dieron cierto crédito a los argumen­
tos de quienes, como Tosco, eran poco entusiastas ante la perspec­
tiva de un régimen peronista pero sentían que éste, con todo, ofre­
cía algunas posibilidades; era, en todo caso, el gobierno libremente
elegido de la mayoría democrática y por lo tanto la izquierda no podía
desecharlo precipitadamente. En Córdoba, la victoria de Cámpora
alentó a muchos sindicatos a intentar ajustar viejas cuentas con
sus empleadores. La propia Unión Tranviarios Automotor de Atilio
López utilizó el triunfo de la fórmula del FREJULí y la elección de
López como vicegobernador como una señal para emprender una
acción huelguística que había sido pospuesta durante los largos
años de régimen militar. Como sucedería con gran parte de las pro­
testas obreras durante los tormentosos meses de la presidencia de
Cámpora, las huelgas de la UTA se desencadenaron por reclamos
laborales específicos, pero en realidad estaban motivadas por pre­
ocupaciones más profundas y de larga data sobre la vulnerabilidad
de los trabajadores en una empresa capitalista y el deseo de resta­
blecer en parte el equilibrio de poder en las relaciones entre la pa­
tronal y el movimiento obrero, que se había inclinado ampliamente
en favor de la primera desde la época de la dictadura de Onganía.26
Los choferes de ómnibus cordobeses, por ejemplo, nunca se ha­
Peronistas y revolucionarios 313

bían resignado al hundimiento de sus cooperativas y el pleno resta­


blecimiento de la propiedad privada en el sistema de transporte
público de la ciudad a fines de la década del sesenta. Sus quejas
contra las doce empresas privadas que controlaban las líneas de
ómnibus eran muchas: falta de inversión en equipamiento, servicio
inadecuado, escaso mantenimiento de los vehículos, condiciones de
trabajo riesgosas para el tumo nocturno y llamados desatendidos a
brindar protección a los conductores que tenían asignadas las ru­
tas más peligrosas. Había un especial resentimiento contra el siste­
ma de los socios mulos practicado por una serie de empresas, en el
cual éstas presionaban a los choferes novatos para que aceptaran
una pequeña parte de ías acciones de la compañía, lo cual, a cam­
bio de un miserable cheque de dividendos y un espurio status de
socio, permitía a la empresa suprimir los costosos beneficios socia­
les conquistados en los anteriores convenios colectivos.27 Las huel­
gas de los choferes de ómnibus y sus exigencias de reestatización
del sistema de transporte urbano iniciaron una áspera disputa en­
tre la UTA y el gobierno provincial por un lado y los propietarios de
los ómnibus por el otro, disputa que alcanzaría una trágica conclu­
sión un año más tarde en los acontecimientos del Navarrazo.
Las huelgas de la UTA de mayo y junio de 1973 galvanizaron a la
CGT cordobesa y renovaron su espíritu de lucha, que había estado
dormido desde la postulación de López y durante los meses de cam­
paña electoral. Roberto Tapia, principal lugarteniente sindical de
López y su sucesor, reanudó la participación de la UTA en la CGT y
fortaleció los vínculos con los sindicatos no peronistas de la ciudad.
Hacia ñnes de junio, la CGT cordobesa volvía a descansar en el co­
nocido triunvirato que había surgido a fines de 1972 pero que pare­
cía condenado con la restauración peronista: los legalistas condu­
cidos por la UTA, los independientes de Tosco y el SMATA clasista
volvían a participar en las asambleas generales y comisiones de la
central y determinaban sus políticas. Tosco intentó calmar los te­
mores de los dirigentes del SMATA acerca de sus simpatías políticas
reformistas, incluso empleando en sus declaraciones públicas la
palabra clasista, que antes era un anatema.28 Más importante: de­
mostró su decisión de proteger al pluralista movimiento obrero cor­
dobés de las interferencias de Buenos Aires.
En junio, la CGT central se preparó para reafirmar su control
sobre el movimiento obrero, a fin de fortalecer su posición en la
lucha de poder que tenía lugar dentro del movimiento peronista.
Rucci anunció la revocación de los consejos directivos de todas las
regionales a partir del I ode julio y la realización de nuevas eleccio­
nes en una fecha todavía no especificada. El blanco principal de
su medida era obviamente Córdoba, y la respuesta de Tosco fue
314 El Cordobazo

inequívoca. La CGT cordobesa rechazó la interferencia dé la “buro­


cracia porteño" en sus asuntos y no sólo se rehusó a cumplir la
decisión sino que también dijo que resistiría activamente su im-
plementación.29
Fuera de Córdoba, los cambios políticos en el plano nacional
contribuyeron a la expansión de una militancia obrera que permitió
que aquélla se mantuviera desafiante. Con su confianza y sensa­
ción de poder alentadas por ía victoria de Cámpora, trabajadores y
activistas de base realizaron unas 176 ocupaciones fabriles en los
primeros veinte días del nuevo gobierno, con el fin de desalojar a las
dirigencias sindicales enquistadas en sus puestos.30 Estas “luchas
antiburocráticas” no eran un intento utópico de establecer el con­
trol obrero de la industria. Antes bien, se trataba de movimientos de
base dispersos y espontáneos en procura de transformar la relación
entre el empresariado y el movimiento obrero organizado que se
había desarrollado bajo los recientes gobiernos militares y que se
manifestaba en el nivel del ámbito de trabajo. Los aumentos sala­
riales y, en cierta medida, la estabilidad laboral conquistados por la
burocracia sindical peronista en los años posteriores a la caída de
Perón, como un trueque por el control absoluto de la patronal sobre
los lugares de trabajo y todas las cuestiones relacionadas con la
producción, habían llevado a la atrofia de las organizaciones de
delegados y a una pérdida gradual de la protección gremial genuina
en el lugar de tareas. Así, las condiciones en la base fabril y la repre­
sentación sindical efectiva o “democracia sindical", como se la 11a-
maría a menudo más adelante, sirvieron como catalizador del des­
contento de las bases. Los desafíos al irrestricto control patronal de
los ritmos de producción, las categorías, las condiciones de trabajo
y otras cuestiones laborales permitieron a trabajadores como los de
la planta de General Motors pasar por alto a süs representantes
gremiales, forzar concesionés de la patronal (en el cáso de GM, des­
mantelar los programas de racionalización y reducir los ritmos de
producción) y quebrar las estructuras de poder y autoridad en el
movimiento obrero y en el lugar de trabajo.31
Los clasistas del SMATA siguieron siendo escépticos acerca de
la restauración peronista, pero era manifiesto que no podían igno­
rar lisa y llanamente los acontecimientos que la rodeaban. La vista
de las plazas fuertes de los caciques gremiales peronistas que su­
frían el ataque de sus propias bases, en las que los trabajadores
planteaban cuestiones similares a aquellas en las que habían sido
pioneros los movimientos clasistas de Córdoba y lograban obtener
realmente el control de una serie de sindicatos, era un cambio
demasiado significativo para ignorarlo, y exigía una actitud menos
crítica hacia la estrategia de Tosco. Sin embargo, sus sospechas
Peronistas y revolucionarios 315
iniciales quedaron confirmadas después de esta primera ola de
agitación obrera.
El ascendiente momentáneo de la izquierda peronista, las ocu­
paciones fabriles y los motines de las bases no podían ocultar el
hecho de que el FREJULI había logrado, si no un franco respaldo,
gran parte de su legitimidad de sectores de la sociedad argentina
que esperaban que un gobierno peronista restaurado pusiera fin a
las contiendas sociales y políticas del país y no que las fomentara.
Pronto reaparecieron las prioridades conservadoras de la restaura­
ción peronista. En junio, el gobierno de Cámpora aprobó el Pacto
Social en un intento por restablecer su autoridad y llevar a cabo el
plan de estabilidad económica de Perón. El Pacto Social congeló
los precios de todos los bienes y servicios y a cambio recibió del
movimiento obrero la promesa de suspender las negociaciones co­
lectivas durante dos años. De inmediato, Cámpora otorgó a los tra­
bajadores un aumento general de 200 pesos, pero también consi­
guió del movimiento obrero un acuerdo para que en lo sucesivo los
incrementos salariales dependieran de aumentos de la productivi­
dad y se negociaran según un procedimiento centralizado de con­
venios colectivos, la Gran Paritaria Nacional.32 Para los bien pagos
trabajadores del SMATA, el aumento de 200 pesos era mucho
menos significativo que para los sectores mal remunerados de la
clase obrera, pero en general fue un mal trago para la mayoría del
movimiento obrero, un acuerdo desequilibrado que confiscaba la
autonomía sindical y los derechos de negociación colectiva a cam-
bio de muy poco.
Aún más ominosamente, Perón denunciaba la anarquía en el país
e insinuaba que la izquierda era responsable de gran parte de la
misma. Una masacre producida en el aeropuerto de Ezeiza el 20 de
junio de 1973, cuando fueron asesinados varias docenas y heridos
centenares de seguidores de Perón que esperaban la llegada del
caudillo, fue atribuida directamente a la izquierda, a pesar de que
había pruebas considerables de que los más probables responsa­
bles eran los sectores derechistas del movimiento obrero peronis­
ta.33A mediados de julio, Perón retiró su apoyo a Cámpora y lo re­
emplazó por el presidente provisional Raúl Lastiri —una nulidad
política pero yerno de José López Rega, ex suboficial de policía y
rasputinesco consejero de Perón— , dando una clara señal del giro a
la derecha del gobierno peronista. Se programaron elecciones para
septiembre, esta vez con Perón como candidato. Las alianzas políti­
cas de la izquierda, a pesar de la sacudida gubernamental, se man­
tuvieron en un estado de fluctuación. Las admoniciones de Perón no
desalentaron a la izquierda peronista, que dudaba de su autentici­
dad y en general las atribuía a López Réga. Tampoco afectaron a la
316 El Cordobazo

izquierda marxista, que en general era indiferente a los designios


políticos de Perón. En el movimiento obrero, la lucha entre los disi­
dentes y los verticalistas también estaba lejos de decidirse.

Córdoba seguía siendo el crisol del movimiento sindical disiden­


te. La primera confrontación decisiva tuvo lugar en relación con la
persistente cuestión de la afiliación de Fiat. La UOM cordobesa ha­
bía respondido con irritación a las continuas pretensiones del
SMATA, a los trabajadores de Fiat y a sus recientes ocupaciones de
las plantas de Concord y Materfer, calificándolas como una conspi­
ración de “gorilas y trotskistas” y negándose a permitir otro plebis­
cito en Ferreyra.34 Durante los meses del gobierno de Cámpora y
Lastiri, la controversia de la afiliación cobró una nueva significa­
ción para las facciones en guerra dentro del movimiento obrero or­
ganizado. Para los clasistas del SMATA y, en general, el movimiento
sindical izquierdista de Córdoba, la unificación de los trabajadores
cordobeses del automóvil aseguraría una poderosa resistencia con­
tra las presiones de la burocracia sindical porteña y promovería
nacionalmente un movimiento obrero pluralista y combativo. Pero
para Perón y Rucci era igualmente importante impedir que eso ocu­
rriera. Sostener la jurisdicción de la UOM en Ferreyra, aunque no
podía afectar de manera significativa el equilibrio de poder en la
ciudad, que aún se inclinaba vigorosamente en favor de la izquier­
da, podría al menos impedir que los clasistas pusieran sus manos
allí. Por esa razón, los gobiernos peronistas de 1973, el de Cámpora,
el de Lastiri y finalmente el de Perón, se negaron a considerar las
apelaciones del SMATA cordobés.
La situación se complicó todavía más a causa del accionar de las
centrales gremiales. La rivalidad entre el SMATA y la UOM por el
control del movimiento obrero peronista continuaba. Había alcan­
zado un nuevo nivel de rencor tras el asesinato, el 22 de mayo, del
secretario general del SMATA, Dirk Kloosterman, y algunos trabaja­
dores mecánicos sospechaban que la UOM estaba involucrada de
alguna manera.35Ambos sindicatos competían ahora por la bendi­
ción de Perón, una bendición que éste, indudablemente, concedería
al más fuerte. Las tirantes relaciones del SMATA central con su
seccional cordobesa lo habían mantenido al margen de la campaña
de afiliación en Fiat, que se reanudó después de la elección de
Cámpora. Sin embargo, en la rivalidad de los mecánicos con la UOM,
seguía siendo del máximo interés del SMATA impugnar la jurisdic­
ción metalúrgica en Ferreyra. Por otra parte, la conducción nacio­
nal no podía retirar su apoyo a la seccional cordobesa sin hacer una
salida indecorosa que parecería rencorosa y la dejaría expuesta a
Peronistas y reuoíucionarios 317

las mismas acusaciones de abusos autocráticos en las cuales basa­


ba su presente desafio a la UOM. AI resistir la pretensión de ésta,
había declarado en una oportunidad que “el SMATA es el único re­
presentante legítimo de los trabajadores mecánicos del país”, y con­
vocó a varias huelgas de solidaridad en apoyo a la afiliación de ios
trabajadores de Fiat a este sin dicato.A pesar de su disgusto con
los clasistas, la decisión de la seccional de insistir en la cuestión
motivó que, al menos por el momento, la central estuviera obligada
a respaldar los reclamos de Córdoba.
Salamanca sencillamente ignoró la decisión del Ministerio de
Trabajo que otorgaba la jurisdicción de los trabajadores de Fiat a la
UOM y realizó un segundo referéndum a fines de junio. Como lo
habían hecho en la anterior elección de noviembre de 1972, los tra­
bajadores de Fíat mostraron una abrumadora preferencia por el
SMATA: 1.502 contra sólo 153 a favor de la UOM en Concord; 652
y 44, respectivamente, en Mat.erfer,37 El 11 de julio Salamanca efec­
tuó una conferencia de prensa y anunció la intención de su sindica­
to de afiliar formalmente al SMATA a las plantas de Concord y
Materfer y a la más pequeña de Perkins. Los primeros objetivos del
sindicato, declaró, serían mejorar las condiciones laborales en la
forja de Fiat y ampliar a las plantas la ley del sábado inglés y las
categorías y escalas salariales del SMATA.38 Dos semanas más tar­
de anunció que pronto se formaría en ellas un cuerpo de delega­
dos.39
A lo largo de agosto, se difundió en las plantas una resistencia
enfurecida contra el desconocimiento por parte de Fiat, y el gobierno
del resultado del referéndum y contra la continuidad de la jurisdic­
ción de la UOM. El 21, los trabajadores de Concord ocuparon la
fábrica y exigieron la afiliación al SMATA. En su apoyo, los obreros
de Perkins y otras plantas del SMATA abandonaron sus tareas.40
Ahora la controversia oponía claramente a los trabajadores de Fiat,
el SMATA cordobés y los independientes de Tosco —estos últimos
apoyando activamente al sindicato a través de huelgas de solidari­
dad— contra Rucci, la CGT central, la UOM y el gobierno nacional;
el gobierno provincial de Ricardo Obregón Cano y Atilio López esta­
ba en el medio. Este combate, sin embargo, enmascaraba una lu­
cha política más profunda que se libraba en el plano nacional y es­
pecialmente en Córdoba entre la derecha y la izquierda. La ocupa­
ción de Fiat Concord terminó tres días más tarde, después que
Obregón Cano y López intercedieron y obtuvieron el acuerdo de Fiat
para permitir a Salamanca viajar a Buenos Aires y discutir la cues­
tión de la representación sindical con el ministro de Trabajo, Ricardo
Otero.41 La promesa de éste de resolverla en un plazo de noventa
días fue recibida con recelo por los dirigentes clasistas, quienes
318 E l Cordobazo

comenzaron a preparar más huelgas en torno al tema, que estaba


lejos de llegar a una solución.
A medida que se enrarecía la atmósfera política de la ciudad, el
sucesor de Kloosterman, José Rodríguez, se debatía con una deci­
sión trascendental. El apoyo a Salamanca y la seccional cordobesa
fortalecería su posición en los tratos futuros con la UOM pero tam­
bién haría de Córdoba un serio rival dentro del sindicato mecánico
y solidificaría un bloque marxista en el corazón del movimiento obre­
ro peronista. Tras el desalojo de Cámpora y el viraje gubernamental
hacia la derecha, semejante resultado asomaba como un riesgo para
cualquier influencia futura que el SMATA pudiera tener en el go­
bierno. Durante varias semanas Rodríguez dio largas a la cuestión
y protegió sus apuestas, respaldando verbalmente a la seccional al
mismo tiempo que, en los hechos, no hacía nada para ayudarla. Pero
cuando la naturaleza conservadora del gobierno peronista y el os­
tracismo del ala izquierda del movimiento se hicieron más eviden­
tes, el lenguaje de la central con respecto a la CGT cordobesa se
enfrió y luego pasó a ser recriminatorio. Comenzó a sembrar dudas
sobre las verdaderas intenciones de los clasistas y retiró su apoyo a
la afiliación de Fiat, atacando abiertamente a la conducción cordo­
besa y acusando a la seccional de pasividad durante el anterior
gobierno militar.42
A pesar de las calumnias del SMATA central, ningún sindicato
argentino había luchado contra las dictaduras militares más que el
SMATA-Córdoba. Los ataques de Rodríguez revelaban cuánto había
cambiado la dinámica (Je la política obrera en la ciudad con la des­
titución de Cámpora. Las declaraciones de apoyo eran desmentidas
por la inmovilidad del SMATA central. La libertad que los sindicatos
cordobeses habían disfrutado durante los últimos meses estaba lle­
gando a su fin. Se ejercieron presiones sobre las centrales gremiales
para que controlaran a sus seccionales rebeldes en todo el país, y
Córdoba recibió naturalmente la mayor atención. En los círculos
laborales se hablaba cada vez más de la perfidia de los “bolches”,
“zurdos ”y utrotskos ", y la tolerancia a regañadientes de años recien­
tes se había convertido en hostilidad abierta. Mientras Juan José
Taccone, secretario general peronista de la seccional Buenos Aires
del sindicato de trabajadores de Luz y Fuerza, reprendía a Tosco y a
la seccional cordobesa por sus actitudes independientes, Rucci se
sentía movido a hacer salvajes acusaciones de quintacolumnistas,
afirmando en una ocasión que “el movimiento obrero cordobés ha
sido infectado por elementos que están al servicio de la sinarquía
internacional, cuyo verdadero representante es conocido con el nom­
bre de Agustín Tosco”.43Tal vez el más afectado de todos fue López,
atrapado entre lealtades incompatibles al movimiento peronista y a
Peronistas y revolucionarios 319

sus aliados locales. Desde mediados de julio hasta su destitución


como vicegobernador a principios de 1974, sufrió presiones impla­
cables para que purgara al movimiento obrero cordobés de todos
sus elementos izquierdistas.44
Perón sabía bien que eí éxito de la campaña verticalista dependía
de Córdoba. El restablecimiento de la autoridad de la CGT central
era necesario tanto para controlar la expansión de la militancia
obrera a todo el país como para asegurar el éxito del Pacto Social y
el programa económico conservador del gobierno. Sólo Córdoba era
capaz de aprovechar la oposición de la clase obrera al programa y
darle la forma de un movimiento de importancia nacional. El SMATA
podía ser atacado a través de su central gremial, pero esa vía era
menos factible en el caso de los independientes, constituidos por
sindicatos en gran medida federales. Sea como fuere, durante mu­
chos años los lucifuercistas de Tosco habían sido exiliados dentro
de la FATLYF, y el sindicato tenía mucha experiencia en trabajar
independientemente.
Tosco había abandonado toda clase de relación operativa con su
central durante la dictadura de Onganía. Desde entonces, las deci­
siones de la FATLYF hablan tenido poco peso en la seccional cordo­
besa, a diferencia de la situación de su similar del SMATA que ha­
bía seguido siendo en gran medida parte de la organización nacio­
nal a pesar de la victoria de la lista clasista en 1972. Algunos de los
principales sostenedores de la alianza sindical izquierdista de Tos­
co,; corno ...los trabajadores gráficos de Juan Malvar, también disfru­
taban de una virtual independencia de Buenos Aires. Malvar se fa­
vorecía especialmente a causa del alto grado de descentralización
democrática del sindicato gráfico y el fuerte sentimiento ongarista
que subsistía en la dirigencia gremial de Buenos Aires. Esto le per­
mitió no sólo adherir a la alianza independiente sino también, más
adelante, utilizarla sede gremial como punto clandestino de reunión
del movimiento obrero disidente después de la destitución de las
conducciones de Luz y Fuerza y el SMATA en 1974.45 Esa libertad
caracterizaba a casi todos los sindicatos independientes; se trataba
de organizaciones que habían estado durante mucho tiempo más
allá del alcance del verticalismo.
Con el grupo de Tosco inmune a las manipulaciones de las en­
trometidas centrales gremiales y los clasistas del SMATA aún lo
bastante fuertes para mantener a raya las salidas de José Rodrí­
guez, los legalistas eran el eslabón más débil en la alianza sindical
izquierdista que todavía dominaba la CGT cordobesa. En lo sucesi­
vo, la política de Perón y el ministro de Trabajo Otero consistió en
ejercer mayor presión sobre los peronistas combativos de Córdoba
para que se deshicieran de la izquierda sindical. El propio López,
320 E l Cordobazo

tieso en su traje de calle y rival de poca monta para los políticos


profesionales en cuyos círculos se movía ahora, ya había sucumbi­
do a las súplicas para que cooperara con los sindicatos ortodoxos en
las 62 Organizaciones. Durante los meses del gobierno camporista,
había podido profesar lealtad tanto al movimiento peronista como a
sus aliados gremiales locales. Pero en el clima político muy diferen­
te que sucedió a la caída de Cámpora, esa posición se hizo cada vez
más insostenible. A principios de julio aún se resistía a las deman­
das de los ortodoxos para que retirara a los legalistas de la CGT lo­
cal y formara una central paralela incluyendo estrictamente a los
sindicatos peronistas, al mismo tiempo que criticaba las acusacio­
nes de infiltración cubana en el movimiento obrero local y las tácti­
cas de caza de comunistas que pretendían servir como justificación
para una acción contra el movimiento obrero cordobés.45 Sin em­
bargo, en reuniones con Perón y Rucci se había comprometido a
cooperar con los ortodoxos en favor de la candidatura del primero
en las elecciones de septiembre. El lazo se estaba cerrando.
El viraje decisivo se produjo en la convención nacional de las 62
Organizaciones, realizada en julio en la colonia de vacaciones “Au­
gusto Timoteo Vandor” de la UOM, en Valle Hermoso, en ías sie­
rras cordobesas. Presidida por Lorenzo Miguel, jefe de la organiza­
ción, y Otero, fue en gran medida la oportunidad para reprender a
López y la delegación cordobesa, increparlos por su pasada coope­
ración con los sectores izquierdistas del movimiento obrero pro­
vincial y hacer veladas amenazas en caso de que los peronistas
cordobeses no lograran poner su casa en orden. Otero censuró
duramente a Tosco diciendo: “Un dirigente sindical de esta provin­
cia ha dicho que Córdoba será la capital de una Argentina socialis­
ta. Nosotros aceptamos el desafío y decimos que Córdoba será ía
capital de una Argentina peronista’'. López fue obligado a dar su
acuerdo a una reunificación de los campos beligerantes del movi­
miento obrero peronista de Córdoba a través de unas 62 Organiza­
ciones reunidas.47Los legalistas se encontraban ahora en la situa­
ción de tener que compartir el poder con sindicatos cuyas metas
manifiestas eran la recuperación de la CGT cordobesa para el mo­
vimiento obrero peronista y la purga de sus refractarios miembros
independientes y clasistas.
La decisión de López dejó anonadados a ios sindicatos de izquier­
da. Los independientes, en especial, contemplaban incrédulos la
capitulación de último momento del vicegobernador, su presteza
para salir huyendo de la alianza obrera, aun cuando hubiera estado
bajo coacción. Tosco respondió a las novedades con esta adverten­
cia: “En ninguna circunstancia esta CGT combativa y revoluciona­
ria puede aliarse con grupos que hasta hace poco tiempo atacaban
Peronistas y revolucionarios 321

a sus compañeros trabajadores", en tanto Salamanca enfatizaba que


el sindicato mecánico sólo cooperaría en la CGT con los gremios
peronistas que defendieran eí pluralismo ideológico del movimiento
obrero cordobés.'18
Es probable que, al menos para los clasistas, eí resultado de ía
convención de Valle Hermoso no fuera imprevisto. Con el SMATA
como anfitrión, unos pocos días antes el PCR había realizado en
Córdoba su propia conferencia nacional de sindicalistas clasistas y
desafiado abiertamente al movimiento obrero peronista al declarar
que una de ías prioridades del partido era el desarrollo de una co­
rriente clasista dentro de la UOM, propugnando una alianza con los
grupos considerables del Peronismo de Base ya existentes, por lo
menos en el sindicato metalúrgico cordobés.'19 La acción de López
fue indudablemente más traumática para Tosco; súbitamente, sus
grandes esperanzas en un movimiento obrero alternativo con base
en Córdoba se desvanecían. Cuando López, unos días después, cri­
ticó ásperamente a sus ex compañeros, diciendo que la unificación
de las 62 Organizaciones era cosa juzgada y que Tosco y Salaman­
ca, en todo caso, no tenían voz én los asuntos peronistas, resultó
claro que su estrecha relación se rompía bajo el peso de la restaura­
ción peronista. El contrapeso de las presiones en favor de un com­
promiso con el éxito del gobierno peronista y ía lealtad a Perón ha­
bía hecho que la alianza fuera imposible para López.
Tosco intentó salvar al movimiento obrero cordobés de izquierda
fortaleciendo sus vínculos con los clasistas y formando, junto con
Salamanca, el Movimiento Sindical Combativo (MSC).50 La conduc­
ción clasista del SMATA, y en particular el propio Salamanca, se­
rían los principales aliados de Tosco en los difíciles meses siguien­
tes, y ambas partes prefirieron ignorar las diferencias ideológicas y
políticas que las habían separado en el pasado en pro de la resisten­
cia a nuevos avances de la derecha peronista en Córdoba. En pleno
auge de la restauración peronista, Tosco volvía a aparecer como la
figura dominante en el movimiento obrero disidente del país. Había
sübestima.do malamente la influencia que las lealtades peronistas
ejercían sobre sus aliados legalistas, y él mismo había sido víctima,
más que antaño, de sus propias contradicciones tácticas y hasta
ideológicas, como cuando dio apoyo al ostensiblemente izquierdista
gobierno peronista de la provincia para mayor beneficio, había creí-
' do, del movimiento obrero cordobés y en última instancia de la iz­
quierda argentina. Pero también había sido el primero en percibir la
vulnerabilidad del gobierno de Cámpora y el influjo creciente de los
sectores derechistas del peronismo después de la masacre, en ju­
nio, de las columnas de Montoneros y la Juventud Peronista en
Ezeiza y con la promulgación del Pacto Social, y ahora no tenia dudas
322 El Cordobazo

de enfrentar al mismo Perón, si era necesario, para proteger a Cór­


doba.
Dentro de su propio sindicato, la actitud inicialmente conciliato­
ria de Tosco hacia el nuevo gobierno peronista había sorprendido
con la guardia baja a la pequeña camarilla de peronistas opositores
e impedido que éstos capitalizaran el cambio de las circunstancias
políticas. Las elecciones de mayo de 1973 en Luz y Fuerza fueron
fácilmente ganadas por su lista, lo mismo que había ocurrido, cohe­
rentemente, desde 1958.51 Pero el terremoto producido en el movi­
miento obrero cordobés después de la convención de Valle Hermoso
y la oposición de Tosco al gobierno “interino” de Lastiri en las sema­
nas siguientes — sus repetidas acusaciones de que el gobierno pero­
nista estaba animado por un espíritu franquista y sus críticas cada
vez más ásperas al Pacto Social— alimentaron la agitación. En el
sindicato se había hecho evidente un desasosiego palpable desde el
debate con Rucci y la proclamación pública por parte de Tosco de
sus simpatías marxistas, lo que Sixto Cebailos y los peronistas más
conservadores del gremio consideraban como una indiscreta admi-,
sión que en cierto modo colocaba a todos los trabajadores
lucifuercistas de Córdoba en una postura no peronista. Por primera
vez en la historia del sindicato, podían escucharse rezongos —de
una pequeña pero vocinglera minoría— en su sede. Los peronistas
de Cebailos abandonaron su apoyo crítico a la conducción de Tosco
y consideraron la forma de oponerse a la posición aparentemente
inexpugnable de los tosquistas en Luz y Fuerza,52De manera tal vez
no inesperada, la polarización de la vida política que se estaba pro­
duciendo en todo el país y especialmente en eí movimiento obrero
cordobés había aparecido finalmente en Luz y Fuerza, y generaba
animosidades donde antes había habido una rivalidad amistosa.53
Cuando avanzaron hacia una confrontación abierta con el go­
bierno, Tosco y el sindicato en general no parecieron encresparse a
causa del pequeño grupo de oposición reunido en tomo a Cebailos.
La militancia de los trabajadores lucifuercistas, sin embargo, siguió
limitada al movimiento obrero y no se dirigió políticamente hacia la
creación de un amplio frente obrero sin vínculos con ningún partido
de oposición. En parte, esto obedeció a la apreciación que hacía
Tosco de las profundas lealtades peronistas de la clase obrera y su
incapacidad emocional para oponerse al retomo de Perón a la pre­
sidencia. Tal vez fue también un acto final de lealtad al Partido Co­
munista. Su intermitente pero estrecha relación con el PC siempre
había tenido mucho que ver con su deseo de promover el pluralismo
político en la Argentina y con las amistades personales que, con el
paso de los años, había forjado con algunas de las principales figu­
ras del partido. En el pasado había estado a menudo de acuerdo
Peronistas y revolucionarios 323

con las estrategias e interpretaciones del PC sobre la política argen­


tina. Si bien nunca se convirtió en miembro del partido, y a pesar de
que tenía algunas diferencias importantes con éste, las cautelosas
políticas del PC coincidían con frecuencia con las suyas, en especial
en lo que se refiere a sus recelos acerca del clasismo y su oposición
a la lucha armada como estrategia revolucionaria legítima para la
izquierda argentina.
A comienzos de agosto, la principal agrupación de la nueva izquier­
da que defendía una estrategia militar, eí Partido Revolucionario de
los Trabajadores, se convirtió en la fuerza impulsora detrás de la for­
mación del Frente Antiimperialista por el Socialismo. En una con­
vención realizada e!18 de ese mes, el Frente postuló a Tosco y al líder
de la CGT clasista de Salta, Armando Jaime, como fórmula obrera
alternativa y de izquierda para competir contra Perón, en el precipi­
tadamente organizado Partido Socialista de los Trabajadores (PST).54
Tosco declinó la postulación, seguro de su imprudencia y de los efec­
tos perniciosos que probablemente tendría sobre el movimiento de
los trabajadores disidentes una oposición política a Perón. Su análi­
sis también tenía que ver con el poco entusiasmo que la idea despertó
en la Alianza Popular Revolucionaria, una coalición de partidos de
izquierda dominada por el PC que apoyaba 3a candidatura de Perón.55
Más adelante, el sendero de Tosco se apartaría mucho del seguido
por el PC, pero ahora estaba de acuerdo con el análisis pesimista del
partido sobre su candidatura y la de cualquier oposición política a
Perón. Desde la elección del 23 de septiembre de 1973 que reinstaló
a éste en la presidencia hasta su muerte menos de un año más tarde,
Tosco sería, no obstante, el principal contrapeso obrero a los gobier­
nos peronistas conservadores en el poder.

Tras su elección, Perón actuó rápidamente contra la insubordi­


nación en las filas de la clase obrera dado que, más que cualquier
otra cosa, buscaba un movimiento obrero unificado que pudiera
neutralizar a la izquierda y asegurar la paz social de su gobierno.
Utilizó el reciente golpe en Chile como un recordatorio de las conse­
cuencias potencialmente desastrosas de una política partidista irres-
tricta y como justificación para la imposición del orden. Poco des­
pués de su elección, se aprobó en el Congreso un cúmulo de leyes
laborales, con la intención de restablecer una burocracia sindical
efectiva y centralizada, que fuera capaz de castigar a los transgreso-
res y recompensar a los obedientes con todo el poder que podía re­
unir el Estado. La Ley de Seguridad prohibió las ocupaciones fabri­
les y, virtualmente, las huelgas, mientras que la Ley de Asociacio­
nes Profesionales extendió la duración del mandato de las autorída-
324 E l Cordobazo

des sindicales electas de nivel nacional de dos a cuatro años, otor­


gando con ello a las centrales gremiales un poder casi ilimitado para
entrometerse en sus seccionales así como la facultad unilateral de
anular las decisiones tomadas por los comités fabriles independien­
tes y los cuerpos de delegados.55Estas medidas pretendían volver a
colocar a. 3a. entonces tambaleante estructura verticalista de] movi­
miento sindical en una posición de fuerza. La legislación fortalecía
efectivamente la situación de ia burocracia sindical peronista y ha­
cía excesivamente dificultoso, al menos dentro de los límites legales
prescríptos para el movimiento obrero, el accionar independiente.
Por decreto, Perón había restablecido una clara cadena de mandos
dentro del movimiento obrero organizado y reducido a los activistas
de base y los dirigentes sindicales disidentes al status de virtuales
delincuentes.
Los primeros blancos de la campana gubernamental fueron,
como era de prever, Tosco y los trabajadores de Luz y Fuerza de
Córdoba. En el pasado, las admoniciones y votos de censura de la
FATLYF habían sido singularmente ineficaces, pero en los últimos
meses de 1973 se los utilizó una y otra vez, a medida que las críticas
de los sindicatos cordobeses al gobierno se hacían más abiertas. Por
momentos, la presión ejercida desde Buenos Aires era sutil. A prin­
cipios de agosto, por ejemplo, la FATLYF había enviado un telegra­
ma a la seccional solicitándole que designara delegados a las 62
Organizaciones locales para que representaran a sus afiliados pero­
nistas. Este intento de agravar las tensiones existentes y rodear a
Luz y Fuerza inmiscuyéndolo en la política obrera peronista local,
sin embargo, no escapó a Tosco y tampoco al sindicato, que votó
contra la solicitud y envió una cáustica réplica, lo que le valió otro
voto de censura de la FATLYF.57 Poco después ésta suspendió for­
malmente a la seccional cordobesa con el objeto de destacar su con­
dición de parla dentro del movimiento obrero.
Las andanadas contra Tosco y los trabajadores lucifuercistas
cordobeses eran meramente uno de los componentes de la campa­
ña de Perón contra la izquierda gremial. Los ataques de los escua­
drones de la muerte peronistas y los asesinatos de mistantes obre­
ros no atrajeron una atención generalizada, pero los de los caciques
gremiales peronistas sí. El asesinato de José Rucci el 25 de sep­
tiembre, junto con los de otros dirigentes gremiales peronistas como
Augusto Vandor, José Alonso, Dirk Kloosterman y Marcelino Man-
silla, secretario general de la CGT de Mar del Plata, fueron utiliza­
dos por el gobierno para justificar su mano dura en las relaciones
con los disidentes obreros.
Si bien algunos de esos crímenes eran indudablemente el resul­
tado de luchas de poder dentro del movimiento obrero peronista, la
Peronistas y revolucionarios 325

mayoría fueron perpetrados por organizaciones guerrilleras izquier ­


distas, a menudo como represalia no autorizada por acciones con­
tra los sindicatos rebeldes cordobeses y la oposición sindical al go­
bierno. La izquierda guerrillera asumió una actitud característica­
mente condescendiente hacia el movimiento obrero disidente, su­
poniendo alegremente que los asesinatos políticos serían aproba­
dos por los trabajadores y ayudarían a ganar apoyo para un movi­
miento revolucionario dentro de sus filas. Además de dirigir una
campaña terrorista contra la “burocracia sindicar’, las organizacio­
nes guerrilleras procuraron, un poco cínicamente, explotar las con­
diciones de los lugares de trabajo con fines políticos y para justificar
actos terroristas contra funcionarios empresariales en nombre del
clasismo. El secuestro y ejecución por parte de las Fuerzas Arma­
das Peronistas del director de personal de Fiat, Francisco Klecker,
en abril de 1973, se presentó a los trabajadores de la empresa como
la represalia de los revolucionarios por eí aumento en los ritmos de
producción, los planes de trabajo a destajo y en general las duras
condiciones laborales en las plantas de Ferreyra.58 El ERP, uno de
los principales ejecutores de este tipo de acciones, rara vez dejaba
de incluir alguna referencia a los problemas de las plantas en sus
frecuentes comunicados a los trabajadores de Santa Isabel.59
Así como los clasistas de Fiat habían repudiado la ejecución por
parte del ERP del presidente de la empresa, Oberdán Sailustro, del
mismo modo los independientes y los clasistas del SMATA desapro­
baron vigorosamente tales tácticas y se apresuraron a disociarse del
accionar terrorista de la guerrilla. Sin embargo, no pudo evitarse
que se conjeturara la existencia de un vínculo entre el movimiento
sindical disidente —que para una vasta mayoría de las bases era
preponderantemente una lucha por la representación gremial efec­
tiva, la democracia sindical y los derechos de los trabajadores en la
base fabril— y esa violencia política, lo que facilitó las represalias
contra los rebeldes por parte del gobierno y la conducción gremial.
Perón no actuó de inmediato. Concio sólo recientemente había
recuperado el favor oñcial, su rama gremial era aún demasiado cau­
telosa, y el poder de los sindicatos cordobeses todavía demasiado
grande para correr el riesgo de una confrontación abierta. La izquier­
da no proletaria era un blanco más fácil, particularmente en sus
variantes no peronistas, y el asesinato de Rucci fue seguido por la
proscripción de la más importante de las organizaciones guerrille­
ras marxistas, el ERP, y por ataques de Perón contra las ideologías
“antinacionales”, que recordaban los días de la primera presiden­
cia, cuando se hacía alarde de la doctrina justicialista como una
respuesta nacional, y por lo tanto superior, al socialismo marxis-
ta.eo Ni siquiera la propia ala izquierda del peronismo estaba exenta
326 E l Cordobazo

de ataques. Perón, cetrino, decrépito y a menudo con grandes dolo­


res a causa de varias enfermedades, aún tenía la fortaleza de presi­
dir las primeras etapas del desmantelamiento de esa comente del
peronismo que tanto había hecho para crear. A lo largo de octubre
realizó varias bien publicitadas reuniones con líderes sindicales a
fin de discutir las tácticas para deshacerse de “las influencias
antinacionales, capitalistas y marxistas” del movimiento, un ejem­
plo clásico de la prestidigitación verbal peronista dado que, además
de sus diatribas cotidianas contra la izquierda, sus estrechos con­
tactos con la Confederación General Económica y el programa eco­
nómico conservador de su gobierno demostraban que Perón consi­
deraba a aquélla como el único verdadero enemigo que quedaba.61
En noviembre dirigió una reorganización de su movimiento que vir­
tualmente excluyó a la rama juvenil al designar un consejo directivo
provisorio en el que sólo se contaban representantes de las ramas
gremial y política. Perón, recuperado ahora el poder político, había
dado los primeros pasos hacia la eliminación de lo que se había
convertido en un serio riesgo para su movimiento.
Un problema más espinoso era la movilización de la clase obrera,
que proseguía sin mengua. Legalmente, los trabajadores no podían
movilizarse por la cuestión salarial, y en verdad tenían pocas pre­
siones para hacerlo, dado que el congelamiento de precios se man­
tuvo durante varios meses y la inflación permaneció en niveles tole­
rables hasta fin de año. En cambio, durante el resto del año siguió
expresándose descontento acerca de la democracia sindical y las
cuestiones del control obrero. La oposición a las conducciones gre­
miales enquistadas en sus puestos se centró específicamente en la
ausencia casi total de protección sindical en la base fabril, el estado
de virtual inoperancia de las comisiones internas y la indiferencia
de los delegados ante los problemas referidos al aumento de los rit­
mos de producción, las racionalizaciones en las plantas, las condi­
ciones de trabajo insalubres y las categorías.62Para el gobierno, este
estado de inquietud de los trabajadores era amenazante y poten­
cialmente desestabilizador porque Córdoba asomaba como un polo
de militancia obrera, la sede de un movimiento obrero alternativo
que tenía el potencial de transformar las movilizaciones dispersas y
desarticuladas en una oposición unificada. Esos temores tampoco
eran infundados.
A lo largo de 1973, el clasismo hizo serios avances, particularmen­
te en las industrias mecánicas cordobesas. En la planta de Perkins,
la empresa británica fabricante de motores ubicada en Ferreyra, la
victoria de la lista clasista en el SMATA había sido la chispa de un
movimiento para incorporar el sindicato de planta al gremio mecáni­
co cordobés. Los activistas clasistas de la fábrica justificaban par­
Peronistas y revolucionarios 327

cialmente la afiliación señalando que ofrecía mayores posibilidades


de resolver problemas de larga data referidos a las condiciones labo­
rales y las categorías.*53 Pero la campaña de afiliación se vinculaba
también con la creciente fortaleza del clasismo cordobés como movi­
miento político. Hacia 1973, el "contradiscurso” del movimiento obre­
ro cordobés, antiburocrático, anticapitaíista y en gran medida
antiporteño, aparecía así incluso en cotos antiguamente tranquilos
como la planta de Perkins. El SITRAP clasista adoptó una postura
ideológica y un lenguaje político que podían haber sido razonable­
mente interpretados por los sectores tradicionales del movimiento
obrero peronista como provocadores, por la manera en que abunda­
ban en acerbos ataques contra los “burócralas y traidores”, tanto en
las filas ortodoxas como en el plano de la dirigencia nacional.64

En 1973, el clasismo se expandió por toda la ciudad, alentado


por un clima político, especialmente local, que favorecía las ideolo­
gías radicalizadas y por los esfuerzos de militantes capaces que
habían trabajado durante años en las plantas y que ahora veían una
oportunidad de realizar lo que antaño debían haber parecido las
imposibles ensoñaciones de los revolucionarios. El SMATA clasista,
por ejemplo, consolidó su posición en las fábricas fuera del comple­
jo de Santa Isabel. El cuerpo de delegados elegido en la planta de
Ilasa en junio de 1973 tenía una clara inclinación clasista, y activis­
tas de esa tendencia del sindicato local de trabajadores del caucho
también solicitaron la afiliación al SMATA.65Aún más preocupante
para el gobierno era el hecho de que muchos sindicatos peronistas
ortodoxos sufrían ei asalto interno de movimientos de base con diri­
gentes izquierdistas. En el sindicato de trabajadores de la construc­
ción, durante largo tiempo un reducto de compra y venta de traba­
jo, corrupción y matonismo sindical, un movimiento de vigorosas
raíces intentó expulsar a una conducción enquistada a la que se
consideraba como títere de las empresas constructoras locales.66En
la Asociación de Trabajadores del Estado, que era uno de los sindi­
catos más grandes de la ciudad y un tradicional baluarte peronista,
la posibilidad de una victoria en las siguientes elecciones gremiales
de la lista clasista, por más que ésta incluyera primordialmente a
miembros de la Juventud Trabajadora Peronista, de izquierda, era
más ominosa y desconcertante para los peronistas. En las plantas
de las Industrias Mecánicas del Estado afiliadas a la ATE, militan­
tes clasistas de VC, el PCR y la JTP habían estado trabajando clan­
destinamente desde el Cordobazo. Ya en 1972, Vanguardia Comu­
nista podía atribuirse justificadamente éxito en su proselitismo cla­
sista en las fábricas de 1ME, donde los miembros de la comisión
328 Eí Cordobazo

paritaria virtualmente ignoraban la autoridad del secretario general


de la ATE, Héctor Castro.B7 Hacia la época de la elección de Perón,
también había en las fábricas militares activismo de militantes del
Peronismo de Base, cuyas posiciones eran ahora prácticamente
indistinguibles de las de los clasistas marxistas. De hecho, fueron
los principales promotores de la lista sindical clasista que compitió
con el ortodoxo Castro en lo que particularmente el Peronismo de
Base denunció pronto como las fraudulentas elecciones gremiales
de la derecha peronista.68
La más seria oposición obrera al gobierno provocó la más drásti­
ca respuesta. Poco después de ser elegido, Perón designó al aboga­
do de ía UOM Luis Longhi como delegado regional por Córdoba en el
renovado consejo directivo de la CGT, proporcionando con ello un
poderoso aliado al principal representante del veriicalismo en la ciu­
dad, la UOM de Simó. Y mientras proseguían los ataques de ía
FATLYF contra Tosco y Luz y Fuerza, el gobierno emprendió una
campaña para eliminar a la oposición obrera cordobesa, recurrien­
do ocasionalmente a actos de intimidación individuales. El ataque
del 4 de octubre contra la sede de la CGT, que dejó varios heridos y
provocó un paro general el 9, apoyado por todos los sindicatos cor­
dobeses salvo los ortodoxos, fue el ejemplo más dramático del plan­
teo violento del gobierno.69 Pero lo más característico de esta etapa
de las políticas laborales gubernamentales no fue el uso de tácticas
terroristas sino su recurso a medios institucionales. Para controlar
la amenaza creciente del movimiento cíasisíaen las fábricas de IME,
por ejemplo, utilizó una ley apresuradamente aprobada referida a
los empleados estatales, la Ley de Prescindibilidad, a fin de despe­
dir a unos 250 trabajadores del complejo, incluyendo a la casi tota­
lidad del militante cuerpo de delegados, aunque la respuesta de los
sindicatos izquierdistas de la ciudad forzó rápidamente al gobierno
a revocar la medida.70
También formó parte de la campaña gubernamental para domes­
ticar a Córdoba un ajuste de cuentas en relación con la controversia
de la afiliación de Fiat. Desde los plebiscitos en Concord y Materfer,
ex activistas clasistas de SITRAC-SITRAM habían hecho frecuentes
visitas al SMATA y a la sede local de la CGT para abogar por un
desafío abierto a la espuria pretensión de ía UOM a los trabajadores
de Fiat. Activistas clasistas de todos los sindicatos de la ciudad atraí­
dos al Frente Único Clasista hicieron de la afiliación de los trabaja­
dores de Fiat al SMATA uno de sus principales objetivos. Sin em­
bargo, el ardor de Salamanca se había enfriado, dado que ías pre­
siones de Perón habían desvanecido definitivamente toda posibili­
dad de apoyo por parte de Rodríguez y el SMATA central en ía cues­
tión.71 En el enrarecido clima político de fines de 1973, la conduc­
Peronistas y revolucionarios 329

ción clasista del SMATA creyó, indudablemente, que impulsar el


tema constituía una provocación innecesaria a Perón y al movimien­
to obrero peronista, que buscaban cualquier pretexto para eliminar
al sindicato cordobés. Masera, el ex presidente de SITRAC, fue in­
formado personalmente por Salamanca de que la afiliación de Fiat
seguía siendo un objetivo de largo plazo, pero que las circunstan­
cias políticas hacían imposible cualquier medida inmediata sobre la
cuestión.72Poco después, la controversia se apagó calladamente, y
la UOM restableció su control sin trabas sobre los trabajadores de
Fiat.
La campaña intimidatoria gubernamental pronto se extendió a
grupos de los que razonablemente cabía esperar apoyaran a los sin­
dicatos cordobeses contra el gobierno. En los meses siguientes,
Córdoba fue escenario de una furiosa lucha de poder dentro del
peronismo, entre sus alas izquierdista y derechista. Los Montone­
ros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias se unieron para defen­
derse contra una reacción inminente, constituyendo una alianza que
quizá fue más significativa en Córdoba que en el resto del país, dado
que el equilibrio de poder entre ambos, en general ampliamente fa­
vorable a los Montoneros, era allí un poco más parejo. Esta alianza
se transformó en el principal sostén del gobierno provincial de
centroizquierda cuando éste sufrió el a.sedio de la derecha peronista
y del ahora hostil gobierno nacional de Perón. El 22 de octubre, el
comité ejecutivo del Partido Justicialista y las 62 Organizaciones
condenaron públicamente al gobernador Obregón Cano por permi­
tir supuestamente que Córdoba fuera utilizada como base de la
agitación antigubernamental y por su participación personal en las
concentraciones de los Montoneros en las que se criticaba abierta­
mente a Perón.73
Los sectores derechistas del peronismo consideraban a Obregón
Cano y López como reliquias de los meses camporistas; eran doloro­
sos recordatorios del breve predominio de la izquierda dentro del
movimiento y, con ello, obstáculos que había que eliminar. Simó y
otros dirigentes ortodoxos se sentían escasamente favorables a una
genuina reconciliación con los legalistas. A pesar de su comporta­
miento contrito, López era una figura sospechosa a los ojos de la
mayoría de ellos. Perón había reprendido personalmente al
vicegobernador en el congreso del 2 de octubre de los gobiernos
provinciales peronistas, y cuando el Ministerio de Trabajo comenzó
a asumir el control de varias seccionales provinciales de la UTA en
las que estaba bien instalada la izquierda peronista, específicamen­
te la JTP, se alzó el espectro de la acción directa contra su sindica­
to.74
La pieza clave en cualquier estrategia para quebrar al movimien­
330 E l Cordobazo

to obrero cordobés era el SMATA clasista. En lo personal, Tosco


seguía siendo la figura dominante del movimiento sindical izquier­
dista, y los independientes eran una fuente de preocupación para el
gobierno, pero la existencia de una conducción de izquierda en el
mayor sindicato industrial de la región era más incómoda. El sindi­
cato de los trabajadores mecánicos de Córdoba asomaba como un
adversario potencíalmente más peligroso y también era un símbolo
fastidioso, la única seccional entre todas las correspondientes a los
grandes gremios industriales que no estaba en manos peronistas.
Además del apoyo que podía prestarle Tosco, el SMATA cordobés
podía poner directamente en riesgo el programa económico guber­
namental a través de una prolongada interrupción del trabajo. El
gobierno también era sensible a la amenaza que representaba el
SMATA para los intereses de una poderosa corporación multinacio­
nal extranjera. IKA-Renault le había comunicado en varias oportu­
nidades su disgusto con el sindicato. Como una consecuencia de
sus graves problemas laborales, mencionaba el descenso en la pro­
ducción de unos 6.000 automóviles entre octubre de 1972 y julio de
1973. En ese. período, la empresa afirmaba haber tenido sólo 215
días de trabajo contra 232 de las compañías de Buenos Aires4, un
hecho que hacía aún más difícil competir en igualdad de condicio­
nes en el ajustado mercado automotor y amenazaba la superviven­
cia misma de IKA-Renault.75
Conscientes de su vulnerabilidad y de la hostilidad que el gobier­
no, Rodríguez y la empresa sentían hacia ellos, los clasistas del
SMATA se acercaron más a Tosco y el MSC. La propia evolución
política de Tosco facilitó este acercamiento. Después de la ruptura
con López, el dirigente de Luz y Fuerza se aproximó lentamente a
una alianza con la izquierda marxista. Tosco encabezó la delega­
ción cordobesa, que incluía a representantes del SMATA, al congre­
so del Frente Antiimperialista por el Socialismo, realizado el 24 y 25
de noviembre de 1973 en el Chaco. El congreso reunió a todos los
clasistas y sindicatos revolucionarios del país y, bajo la dirección de
Tosco, los cordobeses presentaron un programa anticapitalista y
revolucionario, que en realidad los asistentes rechazaron en una
votación por ser demasiado radicalizado.76
Los clasistas aceptaron la ayuda de Tosco pero eran conscientes
de que su verdadera fuerza siempre había radicado en su reputa­
ción entre los trabajadores de base del SMATA como custodios aler­
tas de los intereses obreros en los puestos de trabajo. Era en las
plantas automotrices cordobesas, naturalmente, donde los clasis­
tas procuraban resistir cualquier campaña en su contra, y en esto
recibieron la ayuda de la misma empresa. Con el peso del Pacto
Social tras de sí, Renault comenzó a reducir sus costos laborales,
Peronistas y revolucionarios 331

permitiendo que las condiciones de trabajo se deterioraran e incre­


mentando los ritmos de producción, con Ía esperanza de que ei
SMATA central impidiera al sindicato cordobés emprender una ac­
ción huelguística que desacreditaría al gobierno y socavaría su pro­
grama económico. Esto demostró ser un grave error de cálculo de la
empresa.
A lo largo de noviembre y diciembre, los delegados clasistas y el
comité ejecutivo del sindicato denunciaron el deterioro de las condi­
ciones de trabajo y en especial los cambios en la velocidad de las
líneas y en ía asignación de tareas, que se producían con mayor fre­
cuencia en numerosos departamentos. La muerte de un trabajador
el 8 de noviembre, debida a Ía deshidratación y el agotamiento (el
tórrido verano cordobés cobró su víctima en las escasamente venti­
ladas plantas de Santa Isabel), desencadenó un paro al día siguien­
te. Un mes después Salamanca realizó una conferencia de prensa
para denunciar las políticas últimas de ía empresa y presentar un
extenso informe sobre el deterioro de las condiciones de trabajo en
las plantas desde el principio de la restauración peronista. El sindi­
cato atribuía eí mayor número de desmayos cotidianos, golpes de
calor, deshidratación y vahídos a la reciente insolencia de Renault
con su mano de obra y a ía complicidad silenciosa del gobierno y el
SMATA central.77 La respuesta de los clasistas a las políticas em­
presariales consistió las más de las veces en huelgas salvajes, tra­
bajo a desgano y a reglamento y no en paros generales que podían
ser provocadores y estaban proscriptos, pero para Renault los efec­
tos fueron en gran parte los mismos: menor productividad laboral y
ganancias declinantes para una empresa fuertemente endeudada,
tanto con los proveedores como con la casa matriz, y al borde de ia
quiebra financiera.
A causa de ese accionar, Rodríguez y eí SMATA central eran so­
metidos a presiones casi diarias de Perón y el resto del movimiento
obrero para que asumieran el control en Córdoba. Como respuesta,
la central sindical se había negado a apoyar el paro del 9 de noviem­
bre y había aumentado la campaña de prensa contra Córdoba, in­
cluyendo acusaciones de mal manejo de los fondos gremiales para
los programas de salud y bienestar social.78 De manera más signifi­
cativa, por primera vez Rodríguez acusó públicamente a la conduc­
ción cordobesa de actividades subversivas. En el pasado, el disgus­
to con la seccional cordobesa siempre se había expresado en térmi­
nos más bien circunspectos. Incluso en el punto más bajo de las
relaciones entre Córdoba y Buenos Aires, durante los días que si­
guieron al retiro deí SMATA central de la campaña de afiliación de
Fiat, Rodríguez había evitado críticas públicas que pudieran des­
acreditar al sindicato mecánico en general. Pero el ruidoso repudio
332 El Cordobazo

de los clasistas al Pacto Social y su evidente desinterés por el desti­


no del gobierno peronista se consideraban ahora como una situa­
ción intolerable y como actos de insubordinación directa que apar­
taban aún más al sindicato mecánico de Córdoba del movimiento
obrero peronista y lo acercaban demasiado a Tosco y la izquierda.
El disgusto de Rodríguez se agravaba por la implacable crítica de
los clasistas a la “burocracia sindical" y al manejo por parte del
propio líder del SMATA de la huelga de General Motors en 1973, en
especial por el hecho de que los trabajadores de GM sólo habían
obtenido logros mínimos después de una de las huelgas más largas
y ásperas de la historia de la industria automotriz argentina. En
una declaración pública enviada en diciembre a las seccionales del
SMATA, Rodríguez acusó a Córdoba de "intentar desacreditar al
consejo directivo, que es peronista, a fin de que el compañero Sala­
manca, que es antiperonista, pueda empeñarse en estratagemas
revolucionarias junto con el grupo de descontentos que lo alientan”
y trató de pintar al clasismo como un ataque personal contra Perón.
Intentaba apelar a la sensibilidad nacionalista de la clase obrera
argentina diciendo: ‘Tenemos algunas diferencias políticas con el
compañero René Salamanca. Nosotros estamos a favor de la revolu­
ción del general Juan Perón, mientras él está a favor de la contra­
rrevolución que sirve a los intereses del imperialismo y la depen­
dencia”.79
Salamanca y los activistas sindícales clasistas respondieron a
éstas y otras filípicas incrementando el trabajo político en las plan­
tas. Superando las objeciones de los miembros comunistas y de
algunos peronistas del comité ejecutivo, los clasistas alentaban
ahora abiertamente las discusiones políticas en la base fabril, con­
vencidos sin duda de que el rumbo derechista del gobierno peronis­
ta era inexorable y que, por lo tanto, el socialismo debía proponerse
directamente, que en cierta forma había que convencer a los traba­
jadores de que rechazaran el peronismo si querían conseguir el so­
cialismo. A pesar de las protestas de comunistas y peronistas, las
reuniones en los departamentos y especialmente las asambleas
abiertas en las fábricas se convirtieron cada vez más en foros para
lá discusión política e incluso el adoctrinamiento. Los delegados y
activistas clasistas y la voluminosa literatura partidaria que ingre­
saba a las fábricas del SMATA virtualmente todos los días eran
menos circunspectos en sus críticas al peronismo. Pero existiendo
aún entre los trabajadores un alto grado de entusiasmo en las se­
manas posteriores a la elección de Perón, las condiciones eran es­
casamente propicias para realizar una campaña semejante. Las
bases seguían siendo sólidas defensoras del manejo cotidiano que
de los asuntos gremiales hacían los clasistas y se opondrían a cual­
Peronistas y revolucionarios 333

quier intento de los porteños del SMATA central para interferir on la


seccional, pero estaban resueltamente en contra de romper con
Perón.
En vez de inculcar una perspectiva clasista y fortalecer la posi­
ción del sindicato, el trabajo político sólo sirvió para exacerbar ííks
tensiones dentro de las filas del ciastsmoy proporcionar municio­
nes a la oposición peronista. Ex torristas organizaron el Frente Jus-
ticíalísta Sindical de Afiliados de SMATA y comenzaron, con apoyo
ortodoxo, a prepararse para competir con la conducción en las si­
guientes elecciones gremiales, de mayo de 1974. El trabajo político
también envalentonó a la derecha peronista y las organizaciones
paramilitares que empezaban a actuar en la ciudad. Un atentado
fallido contra la vida de Salamanca el 11 de diciembre y el asesinato
del trabajador de IKA-Renault y activista del PCR Arnaldo Rojas ese
mismo mes iniciaron una campaña de terror que cobraría docenas
de víctimas en Córdoba durante los seis meses siguientes.
Sólo una CGT unificada sería capaz de resistir el poder combina­
do del gobierno, ios caciques gremiales y los escuadrones de la
muerte, pero el movimiento obrero cordobés estaba ahora dividido
sin esperanzas entre los campos peronista y no peronista. López y
los legalistas todavía se aferraban a una consoladora lealtad a Pe­
rón, aunque el líder de la UTA tenía ocasionales momentos de duda.
Luego del intento de asesinato de Salamanca, estuvo de acuerdo en
apoyar una huelga general el 14 de diciembre para protestar contra
la campaña de terror que se libraba contra la izquierda. Por primera
vez en muchos meses, López y los legalistas marcharon junto con
los independientes y los clasistas del SMATA. Se trataba de un re­
pudio público a los sindicatos ortodoxos, a quienes en la mayoría de
los círculos políticos y laborales se creía detrás de los ataques.80
La presencia del vicegobernador en la protesta representó un
gesto sentimental y casi nostálgico más que un cambio de lealtad
política. Incluso López comprendió que ya no había un terreno in­
termedio. El triunfo de la derecha peronista implicaba que Córdoba
pronto iba a sentir todo el peso de un Estado hostil. El movimiento
sindical radicalizado era todavía un adversario formidable y conser­
vaba el potencial de realizar grandes movilizaciones obreras como
las que habían paralizado la ciudad en 1969 y 1971. Pero ahora los
sindicatos tenían que luchar con las divisiones de adentro y de afue­
ra que habían acompañado a la presidencia de Perón, Opuestos al
programa conservador de éste, hostigados por el gobierno y, en el
caso de los trabajadores mecánicos, por su central sindical, los in­
dependientes y el SMATA eligieron el camino de la confrontación
abierta. López, no dispuesto a seguir ningún curso de acción que
implicara la oposición a Perón y una ruptura posible, y tal vez irre­
334 E l Cordobazo.

vocable, con el movimiento peronista, decidió simplemente obede­


cer al gobierno.

En cuanto a Perón, los sueños de revivir las alianzas de las déca­


das de 1940 y 1950 frecuentaron sus restantes ocho meses de vida.
El retorno a las auténticas raíces del peronismo se complicaba por
la persistente existencia de una poderosa y envanecida ala izquier­
dista, que se jactaba con confianza juvenil y, fastidiosamente, se
negaba a levantar campamento ante la mera orden de Perón. Aún
más espinosas eran las divisiones surgidas en el movimiento obre­
ro, en el cual Córdoba desempeñaba un papel central, en la medida
en que las diversas corrientes de la historia reciente del país llega­
ban a su clímax en la clase obrera.
Las relaciones de la restauración peronista con los sindicatos eran
complejas y funcionaban en múltiples niveles. La oposición obrera a
un retomo liso y llano al statu quo, incluso bajo un régimen peronis­
ta» se expresaba de muchas maneras, desde los desafíos de las bases
a los dirigentes enquistados en fábricas determinadas, pasando por
los que englobaban a industrias enteras, hasta las rebeliones de las
CGT locales. De estas últimas, la de Córdoba era con mucho la más
significativa, pero la gran mayoría de las revueltas obreras que ator­
mentarían a los gobiernos de Perón y su viuda, Isabel, se producirían
en otras provincias. En muchos aspectos, la clase obrera argentina
estaba adquiriendo ideas y experiencias que ya tenían una larga his­
toria en la ciudad. Córdoba siguió siendo el centro del movimiento
disidente de los trabajadores, pero ya no sería su único protagonista.
En el plano nacional, la agitación obrera era avivada por el con­
vulsionado clima político, pero también por los efectos del Pacto
Social. En los primeros meses de 1974 las debilidades del programa
económico del gobierno ya eran evidentes, y cada vez más manifies­
ta la incapacidad de las jerarquías sindicales para controlar a los
sindicatos disidentes y las movilizaciones de las bases. El congela­
miento salarial del Pacto Social era ahora tan importante en los re­
clamos de la clase obrera como las quejas por las estructuras gre­
miales antidemocráticas y los abusos de autoridad de conduccio­
nes enquistadas, que habían predominado en las ocupaciones fa­
briles durante los meses de Cámpora. El acuerdo de junio de 1973
entre la CGT y la CGÉ había obtenido de los empresarios un conge­
lamiento de precios a cambio de la promesa por parte de los sindi­
catos de no impulsar aumentos salariales. Pero las movilizaciones
obreras del período camporista habían arrancado de la patronal una
serie de costosas concesiones sobre condiciones laborales y, en ge­
neral, sacudido la confianza del sector empresarial en el acuerdo.
Peronistas y reuolucionarios 335

Por otra parte, al aceptar el Pacto Social el empresariado no se ha­


bía atado a ningún compromiso de mantenimiento o aumento de la
inversión. Esto condujo en primer lugar a una aguda declinación de
la producción y luego al florecimiento del mercado negro. Desde ese
momento, un aumento de los precios fue un próximo paso inevita­
ble, ya que las empresas podrían justificar la violación del acuerdo
sobre precios máximos haciendo alusión a las pérdidas producidas
a causa de la elevación de los costos de las importaciones, las con­
cesiones a los trabajadores en los meses del gobierno de Cámpora y
una demanda saludable, como ío demostraba la repercusión del
mercado negro.85
La inflación ejerció mayores presiones sobre la dirigencia gremial,
y los activistas tenían ahora otro tema en que basar su campaña
antiburocrática. En los primeros dos meses de 1974, una serie de
huelgas y movilizaciones de base empujaron a una renuente CGT a
una defensa más vivaz de los intereses de la clase obrera. Encabe­
zada por Miguel y la UOM, la dirigencia gremial presionó a Perón en
favor de un aumento salarial. Éste fue otorgado, y junto con él se
estableció un acuerdo que permitía a la industria incrementar los
precios en una proporción fijada por el gobierno. Pero los aumentos
eran menores a los solicitados por la CGE y condujeron a una vir­
tual retirada del empresariado del Pacto Social, una ola de incre­
mentos en los precios y una espiral inflacionaria que cobraría pre­
sión a lo largo del resto del año.82Como era de prever, los trabajado­
res respondieron. Entre marzo y junio, el promedio mensual nacio-
riál dé huelgas sería el más elevado del total de tres años de gobier­
no peronista y, a diferencia de las de 1973, la causa principal de las
mismas fueron las demandas salariales.83En esta segunda gran ola
huelguística, los militantes obreros desafiaron a la conducción gre­
mial, amenazando no sólo el control de los caciques sindicales so­
bre el movimiento obrero organizado sino también su posición re­
cientemente ganada dentro del movimiento peronista y el gobierno.
A pesar de que, estrictamente hablando, las huelgas no eran políti­
cas y a decir verdad sus propios organizadores eran por lo común
peronistas, pronto cobraron, sin embargo, una significación políti­
ca porque hacían eco a las críticas mismas que los sindicatos de
izquierda dirigían contra el gobierno y la jerarquía sindical de la CGT.
A principios de 1974 llegó desde Córdoba el llamamiento a una
oposición activa al programa económico del gobierno. Los delega­
dos y activistas rebeldes que movilizaron a los trabajadores en las
huelgas de esos meses miraban a Córdoba, y no a la CGT nacional,
en busca de inspiración. Más que ningún otro sector del movimien­
to obrero organizado del país, el movimiento obrero cordobés siguió
siendo el baluarte de la oposición sindical, dispuesto a y capaz de
336 E l Cordobazo

mantener a raya íos ataques de Buenos Aires. Si eí incremento de


las presiones por parte de Perón y ía jerarquía gremial había hecho
imposible mantener la vieja alianza con López, Tosco esperaba al
menos que algunos de íos legalistas prefirieran alinearse con el MSC
antes que con los ortodoxos. Lo alentaron en esta creencia las cons­
piraciones de la derecha peronista contra el gobierno provincial.,
Era ampliamente sabido que los sindicatos ortodoxos, en parti­
cular negociaban con el gobierno una medida contra la CGT cordo­
besa, solicitando incluso la expulsión del gobierno provincial, y ya
habían asumido el control de las 62 Organizaciones locales.84 Con
semejante amenaza en el.aire, pudo verse el curioso espectáculo de
dirigentes sindicales izquierdistas protegiendo a un gobierno pro­
vincial peronista contra un gobierno nacional del mismo signo, y
hasta amenazando con huelgas generales en caso de que se desti­
tuyera a Obregón Cano y a López. Casi todos los partidos y organi­
zaciones estudiantiles izquierdistas de la ciudad adoptaron esta pos­
tura. No obstante su desilusión con López, la izquierda cordobesa,
en particular la proletaria, consideraba el mantenimiento del gobier­
no como esencial para sus propios intereses. Tosco interpretó la
suerte del gobierno provincial en términos más amplios: cualquier
ataque contra Obregón Cano y López tendría como objetivo primor­
dial la ruptura del combativo movimiento obrero cordobés.
Las apuestas ambivalentes y la capitulación de López ante la de­
recha peronista en 1973 habían paralizado a los legalistas a punto
tal que eran incapaces de reunir un apoyo suficiente para salvar a
su propio gobierno. Después de su tardía y renuente participación
en la huelga general de diciembre, López apartó aún más a los
legalistas de sus antiguos aliados y finalmente firmó con los orto­
doxos en enero el acuerdo de unificación que formalizaba la ruptura
entre los legalistas y la izquierda. Eí disenso dentro de su campo, en
especial en la misma UTA, donde el nuevo secretario general, Ro­
berto Tapia, seguía oponiéndose a una alianza con los ortodoxos,
impidió que el acuerdo se implementara en la práctica. Pero su exis­
tencia misma obstaculizaba el diálogo y la acción coordinada nece­
saria para que los legalistas resistieran los avances de la derecha
peronista.85
Poco después de que se firmara el acuerdo, los ortodoxos deman­
daron que López disolviera la CGT y convocara a nuevas elecciones,
que proscribirían a la izquierda y devolverían a la central local a las
filas del peronismo. Eí vicegobernador, sin embargo, se abstuvo de
dar un paso tan drástico, en parte quizá por lealtad hacia sus anti­
guos compañeros pero principalmente, sin duda, debido a que com­
prendió que éstos eran capaces de paralizar la ciudad a voluntad.
En las últimas semanas de enero de 1974, mientras era expulsado
Peronistas y revolucionarios 33 7

el gobernador peronista de izquierda de la provincia de Buenos Aí­


res, Oscar Bidegain, se presionaba a los ocho diputados de ese sec­
tor para que renunciaran y corrían rumores de una inminente ac­
ción contra Córdoba, López se retiró en una especie de silencio
mórbido. Era incapaz de tomar las medidas que podían salvar a su
gobierno provincial, por su lealtad a un movimiento que daba seña­
les de repudio al tipo de peronismo por él sostenido.

En febrero, la situación en Córdoba se deterioró aún más y fi­


nalmente estalló. Los ortodoxos, todavía una corriente minoritaria
dentro del movimiento obrero cordobés, comenzaron a conspirar
con otros opositores locales descontentos con eí gobierno de ía ciu­
dad, a fin de tramar su destitución por la fuerza. El 9 de febrero,
las 62 Organizaciones locales emitieron una declaración pública
titulada “Un acuerdo entre los dirigentes gremiales peronistas”, que
ignoraba ciertas objeciones legalistas y exigía un consejo directivo
de la CGT que sólo incluyera peronistas y la promesa de respetar
el principio del verticalismo y las decisiones tomadas por la con­
ducción nacional de la CGT y las 62 Organizaciones.86 Los sindica­
tos legalistas, incluyendo a la UTA, no adhirieron públicamente al
documento, pero tampoco lo repudiaron ni criticaron inmediata­
mente el anuncio de los ortodoxos de un “congreso normalizador”
a realizarse ese mes para llevar a cabo la propuesta reestructura­
ción de la CGT local. Sin embargo, la combinación de las conspira­
ciones de los ortodoxos contra el gobierno y su irritante usurpación
de autoridad en el movimiento obrero peronista produjo descon­
tento dentro de las filas legalistas — especialmente en la UTA, don­
de la JTP y la izquierda peronista seguían siendo fuertes— y que­
jas en el sentido de que López se había vuelto indebidamente com­
placiente en sus esfuerzos por apaciguar a Perón. Tapia y la UTA
encabezaron un silencioso éxodo legalista de las 62 Organizacio­
nes poco después del anuncio ortodoxo, y en cuestión de semanas
los legalistas, los independientes y los clasistas del SMATA ofre­
cían una resistencia obrera unida a la interferencia de Buenos
Aires en el gobierno provincial.
La reconciliación de los sindicatos en el movimiento obrero disi­
dente, sin embargo, llegó demasiado tarde para impedir la dimisión
del gobierno peronista cordobés. La oposición local al gobierno de
Obregón Cano y López era al menos tan amenazante como la hosti­
lidad de los ortodoxos y Perón. De hecho, su derrocamiento a fines
de febrero tenía diversas raíces en guerras políticas locales no di­
rectamente atribuibles a Buenos Aires. Por ejemplo, la federación
de propietarios de ómnibus, Federación Empresaria del Transporte
338 E l Cordobazo

Automotor de Pasajeros (FETAP), había sostenido una ininterrum­


pida y acre disputa con López acerca del plan de éste de expropiar
las empresas privadas de ómnibus y restablecer la propiedad públi­
ca del sistema de transporte urbano. El plan de López no sólo era
una respuesta a los deseos de su sindicato, sino que también expre­
saba una generalizada insatisfacción pública por los años de servi­
cio ineficiente brindado por los monopolios locales del transporte.
Durante los meses que culminaron en el derrocamiento del gobier­
no cordobés, la FETAP había dejado que el servicio se deteriorara
aún más, contribuyendo a agravar el estado de inquietud ya palpa­
ble en la ciudad.87El departamento de policía provincial, donde una
serie de escándalos de corrupción amenazaban provocar una reor­
ganización completa de la fuerza, también se alineaba contra el
gobierno.
El rumor acerca de la intención de Obregón Cano de destituir a
la figura principal de los escándalos de corrupción, el teniente coro­
nel Domingo Navarro, fue lo que desencadenó la serie de sucesos
que llevarían a la caída del gobierno. Navarro, un sombrío persona­
je con estrechos vínculos tanto con los sectores más extremistas de
la derecha peronista como con el submundo local, arrestó inespera-
damente a Obregón Cáno y a López en vísperas del remendado con­
greso ortodoxo de la CGT y la policía ocupó la ciudad, apoderándose
de la sede de la central obrera y obligando a Tosco, Tapia y otros a
ocultarse. Una semana después, ante la insistencia de Perón, el
gobernador y el vicegobernador renunciaron, en tanto el MSC emi­
tió un comunicado incitando a la resistencia popular contra la anu­
lación del gobierno constitucional por parte de Navarro.88
Perón no había organizado el “Navarrazo”, como más adelante se
bautizó irónicamente al virtual golpe de Estado en miniatura, pero
éste encajaba perfectamente en los propósitos de su gobierno. Las
afirmaciones de Navarro y los ortodoxos acerca de un estado cerca­
no a la insurrección en la ciudad, llenas de acusaciones falsas so­
bre la distribución de armas a los trabajadores y los estudiantes por
parte de los simpatizantes izquierdistas del gobierno, así como las
menos extravagantes advertencias acerca del vacío de poder creado
por el encarcelamiento del gobernador y el vicegobernador, fueron
el pretexto perfecto para decretar la intervención a la provincia el 12
de marzo. El Navarrazo marcó un punto de inflexión para el gobier­
no de Perón. En lo sucesivo estaría abiertamente en guerra con la
izquierda, en particular con los todavía temibles sectores de esa
tendencia dentro del peronismo.
Los sindicatos cordobeses respondieron implicando públicamen­
te al presidente en la caída del gobierno provincial y aumentando su
resistencia a la creciente reacción derechista, que prometía caer con
Peronistas y reDoiuctonaríos 339

particular dureza sobre Córdoba. Tosco elaboró un plan para con­


vocar un congreso sindical nacional, coordinar la resistencia obrera
al Pacto Social y las políticas laborales gubernamentales y también
combatir localmente las acciones del gobierno central en la provin­
cia y el control ortodoxo de la CGT cordobesa. Entre tanto, los orto­
doxos se disputaban los despojos del gobierno provincial y Perón
asumía su papel habitual de árbitro desinteresado, urgiendo a los
legalistas a regresar al redil justicialista.89
Coincidentemente, los acontecimientos de Córdoba se produje­
ron al mismo tiempo que hacía eclosión una gran crisis en el bas­
tión del uerticalismo y la ortodoxia gremial peronista, la UOM. En
Villa Constitución, una sucia y joven ciudad siderúrgica a orillas
del río Paraná, unos 6.000 trabajadores siderúrgicos de las plantas
de Acindar, Marathón y Metcon (esta última era una fábrica de
autopartes de Ford) llevaron a cabo una más de las ocupaciones
fabriles que se habían convertido en un lugar común desde la res­
tauración del gobierno peronista. En la raíz de las ocupaciones se
encontraba la catastrófica huelga de 1970, que había sido derrota­
da por las empresas y el gobierno y conducido a una virtual prohi­
bición de las actividades gremiales en las plantas. Después de la
huelga, la UOM había seguido recaudando sus considerables apor­
tes sindicales y conservado una jurisdicción formal sobre los traba­
jadores, pero la actividad gremial había cesado virtualmente hasta
que activistas de base, entre ellos un gran número de clasistas , or­
ganizaron elecciones en enero de 1974. La primera ronda había re­
sultado en una aplastante victoria de la autodenominada lista
“antiburocrática”, que presentó una plataforma de representación
sindical honesta y democrática, y en la suspensión inmediata de
nuevas votaciones por la UOM central. El 8 de marzo, los trabajado­
res de Acindar, encabezados por el activista de base Alberto Piccinini,
ocuparon masivamente su planta. Pronto, la ocupación fue seguida
por medidas similares en las fábricas de Marathón y Metcon. Unos
pocos días después, sindicatos de todo el cinturón industrial del
Paraná habían convocado a huelgas de solidaridad, y los pequeños
negocios que tenían como clientes a los trabajadores siderúrgicos
declararon un lockout en apoyo de las ocupaciones.90
Cuando llegaron a Córdoba las noticias sobre las huelgas de ios
trabajadores siderúrgicos, el abatimiento momentáneo que siguió
al Navarrazo fue reemplazado por una renovada esperanza. Los cla­
sistas se sintieron particularmente alentados. Siempre habían sos­
tenido que el futuro del movimiento sindical revolucionario depen­
día de su capacidad de reclutar adeptos en los grandes sindicatos
industriales del país. Su escepticismo acerca de los independientes
obedecía, al menos en parte, a la escasa repercusión de éstos en los
340 El Cordobazo

gremios con un verdadero peso estratégico dentro del movimiento


obrero del país, con la notable excepción de íos trabajadores
lucifuercistas de Tosco. La insubordinación de una importante sec­
cional de ía UOM era alentadora, y ía rebelión de Villa Constitución
fue una bendición para el movimiento obrero cordobés disidente en
general. No sólo apartó de Córdoba ía atención de Buenos Aires,
también dio a íos sindicatos de izquierda de ía ciudad un punto
común de referencia en su oposición al gobierno. Sí por eí momento
la resistencia a éste era difícil en Córdoba, podía ser promovida en
cualquier otro lugar del país.
Tosco, especialmente, vio las ventajas de tal estrategia. A lo largo
de los nueve días de las ocupaciones fabriles, que culminaron en la
capitulación gubernamental ante todas las demandas de íos traba­
jadores, los sindicatos cordobeses combativos transformaron a Vi­
lla Constitución en una cause célebre local. Tosco apareció casi to­
das las noches en las sedes gremiales y las reuniones estudiantiles
para hablar sobre la huelga. El 20 de abril, Tosco, Salamanca y el
líder clasista de Salta, Jaime, hicieron una dramática visita a Villa
Constitución, adonde habían sido invitados por los trabajadores
siderúrgicos para participar de un Plenario Antiburocrático junto
con representantes de ía JTP, el Peronismo de Base y otros sindica­
listas clasistas.9' Una vez más, Tosco sugirió la posibilidad de cons­
truir un movimiento sindical alternativo que incluyera a íos secto­
res de la clase obrera peronista, como los de íos trabajadores side­
rúrgicos locales, que estaban en desacuerdo con eí sectarismo y los
abusos de autoridad de los caciques gremiales peronistas.92 Hacia
fines de abril, los sucesos de Villa Constitución habían galvanizado
de tal forma al movimiento obrero cordobés que unos cuarenta sin­
dicatos adhirieron al MSC, y los ortodoxos se encontraron una vez
más a la defensiva.93
A pesar del respiro ofrecido por los acontecimientos de Villa Cons­
titución, la purga de los sindicatos izquierdistas comenzada con el
Navarrazo sólo se había estancado, y no detenido. No obstante, en
Córdoba los meses siguientes al conflicto de Villa Constitución pa­
recieron llenos de promesas, y el resultado final aparentemente aún
estaba en suspenso. En realidad» Tosco y Tapia habían salido de
sus escondites para reunirse con sus sindicatos en los días anterio­
res a la rebelión de los trabajadores siderúrgicos, y anunciaron con­
juntamente un programa exigiendo la representación de los traba­
jadores en íos directorios de todos los bancos, industrias, hospita­
les y servicios públicos provinciales; reformas en la política habita­
cional y educativa pública; la creación de un completo sistema de
salud y bienestar social; y una resistencia popular al putsch de
Navarro.94 Los legalistas reafirmaron su independencia de los orto­
Peronistas y revolucionarios 341

doxos y se distanciaron del giro derechista del gobierno peronista


manteniendo la integridad de sus ”62 Organizaciones Legalistas".
Villa Constitución confirmó la creencia de Tosco en la profundidad
del desafecto de la clase obrera con eí gobierno y la burocracia sin­
dical. Al mismo tiempo, no lo disuadió de seguir una estrategia que
enfatizaba el papel central de Córdoba en la construcción de un
movimiento socialista de ía cíase obrera, o de mantener sus alian­
zas con íos sectores del movimiento obrero peronista a ios que él,
más que cualquier otro dirigente sindical izquierdista, siempre ha­
bía reconocido como indispensables^5
Córdoba, sin embargo, presentaba divisiones más grandes de lo
que tal vez incluso Tosco estimaba. En el SMATA, íos farristas se
habían i'eagrupado y organizado su lista, la Gris, para competir con
la lista Marrón de los clasistas en las siguientes elecciones gremia­
les de mayo. La conducción clasista, a su vez, se había escindido en
dos campos separados: los partidos de la nueva izquierda (PCR, PRT,
VC, JTP y parte del Peronismo de Base), con el sorpresivo agregado
del pequeño y trotskista Palabra Obrera, habían roto con los miem­
bros más conservadores de la coalición original de la lista Marrón (el
PC, íos radicales y otra facción del Peronismo de Base).9B
En realidad, el PC fue el principal instigador de la escisión de la
izquierda. Los comunistas se enorgullecían de su reputado prag­
matismo y de su realismo político, considerados en los círculos de
la nueva izquierda como craso oportunismo. Habían quedado des­
encantados con la lista Marrón desde eí llamado de Salamanca a la
abstención electoral en 1973, y también íes disgustaban las relacio­
nes cada vez más discordantes con el gobierno peronista. Sin em­
bargo, aunque el PC objetaba ese sectarismo, su ruptura con la
nueva izquierda obedecía más al desagrado que le provocaba su
condición de “socio menor” en la alianza clasista y al hecho de ha­
ber sido eclipsado por el advenedizo PCR que a cuestiones de prin­
cipio o diferencias políticas. Los comunistas también se sentían ofen­
didos por la postura abiertamente antisoviética del PCR, a la que
con buenas razones consideraban como una crítica indirecta a su
propia posición fuertemente favorable a la urss. Dentro de la lista
Marrón también habían empezado a surgir diferencias ideológicas y
políticas que ponían trabas a la capacidad de la conducción de ad­
ministrar eficazmente el SMATA. Las objeciones a la estrategia mi­
litar del PRT como complemento deí clasismo y a sus intentos de
formar “obreros-soldados” en las plantas, por ejemplo, ya habían
creado discordias y graves tensiones en la conducción sindical.97
El gobierno y la dirigencia gremial peronista depositaban gran­
des esperanzas en que estas divisiones dentro de las filas clasistas
y una eficaz campaña de los farristas devolverían a los trabajadores
342 E l Cordobazo

mecánicos a las huestes peronistas. Rodríguez y la central mecáni­


ca en Buenos Aíres esperaban con ansiedad casi desesperada que
la lista de Salamanca fuera derrotada. En verdad, los clasistas del
SMATA asomaban como una amenaza siempre creciente a la cen­
tral gremial. En febrero, los trabajadores cordobeses habían votado
extender la duración de los cargos sindicales de dos a cuatro años,
de modo que si la lista clasista obtenía la reelección, permanecería
en el poder más allá de la finalización del gobierno peronista. De
manera aún más ominosa, los clasistas alentaban ahora abierta­
mente una lista de oposición para enfrentar a Rodríguez en las próxi­
mas elecciones al consejo directivo nacional del SMATA.98 Si bien
apenas estaban todavía en condiciones de competir con los peronis­
tas en el plano nacional, una considerable victoria electoral en Cór­
doba y alianzas con trabajadores mecánicos disidentes en Buenos
Aires podrían hacer de ellos un serio rival en una fecha posterior.
Apoyados por Rodríguez pero también cuidadosos de mantener
a la burocracia porteña del SMATA a prudente distancia, los pero­
nistas del SMATA cordobés desarrollaron una áspera campaña elec­
toral desde marzo hasta principios de mayo, pintando a los clasis­
tas como dirigentes quijotescos y divisiohistas que se habían ene­
mistado innecesariamente con el gobierno y hecho posibles los avan­
ces de los sectores derechistas del peronismo. Pero ésos eran mO'
mentos inapropiados para argumentos dé ese calibre ya que, según
lo habían demostrado acontecimientos como el Navarrazo, el gobier­
no mismo había sido un colaborador bien dispuesto de la reacción
derechista. Por otra parte, las acusaciones de sectarismo político
habían perdido fuerza en las bases, quienes eran testigos de los
verdaderos logros obtenidos con la administración clasista del sin-
dicato. Los clasistas habían actuado en cada uno de los puntos de
la plataforma de 1972 de la lista Marrón . Además de mejoras en las
condiciones de trabajo y los ritmos de producción, que sufrían cons-
tahtemente el asedio de la empresa pero eran protegidas por delega­
dos vigilantes y un uso eficaz del accionar huelguístico, los clasis­
tas también habían obtenido las categorías para unos 2.500 trabaja­
dores, obligado a la compañía a restablecer el sábado inglés, extendi­
do los beneficios y las escalas salariales a dependencias de Renault
como las fábricas Ilasa y Thompson Rameo, incorporado a los em­
pleados administrativos al sindicato, expandido los servicios sociales
del gremio y dado pasos importantes hacia el establecimiento de una
democracia genuina y participativa en la seccional cordobesa."
Frente a las magras perspectivas de los peronistas del SMATA,
Rodríguez y la central sindical maquinaron asegurar su victoria elec­
toral. A pesar de la lista de oposición auspiciada por los clasistas,
Rodríguez sabía que su maquinaria sindical era lo bastante fuerte y
Peronistas y revolucionarios 343

los clasistas cordobeses demasiado débiles para perturbar a la lista


peronista en las elecciones para el consejo directivo nacional. En
consecuencia, programó las elecciones nacionales en coincidencia
con las de la seccional cordobesa, obviamente con la esperanza de
que, de ese modo, la segura victoria de los candidatos peronistas en
el plano nacional arrastrara al triunfo a una lista anticlasista en
Córdoba.100En las semanas previas a las elecciones, el SMATA cen­
tral y el gobierno hostigaron de mil maneras a la seccional local,
acusándola de irregularidades en el procedimiento electoral (nunca
especificadas), enviando boletas sindicales que excluían los nom­
bres de muchos delegados clasistas que se presentaban como can­
didatos y deteniendo a Salamanca el 6 de mayo por una infracción
de tránsito sin importancia.101 Sólo las críticas de la lista peronista
advirtiendo que la conducta de mano dura de la central aumentaba
el sentimiento antiporteño en el sindicato y en realidad ayudaba a la
oposición parecieron notar que las tácticas entrometidas de Rodrí­
guez podían hacer que el tiro le saliera por la culata.
En realidad, con Rodríguez o sin él, había amplias razones para
el optimismo entre los clasistas. Los rivales torristas habían fraca­
sado completamente en su intento de ganarse a la mayoría de las
bases peronistas. El resentimiento obrero por las prácticas sindica­
les torristas persistía, y la sólida lista de logros de los clasistas era
una fuente de gran prestigio para el grupo de Salamanca entre los
trabajadores del SMATA. Por otra parte, se sabía que la lista torrista
tenía el apoyo de los ortodoxos y otros sectores derechistas del mo­
vimiento peronista, por lo que en la mente de muchos trabajadores
se asociaba a los recientes sucesos del Navarrazo. Aun cuando la
lista Gris tenía la ventaja de sus credenciales peronistas en un mo­
mento político particularmente propicio, con Perón en el poder y
crecidas expectativas en la clase obrera de que su gobierno resolve­
ría los críticos problemas del país, la asociación con el presidente
demostró ser insuficiente para obtener la victoria, y los resultados
de las elecciones confirmaron el abrumador respaldo de los trabaja­
dores a los clasistas . La lista de Salamanca obtuvo 4.027 votos y los
peronistas 2.770 (el PC logró unos mezquinos 793).102 Renault ad­
virtió que la decisiva victoria clasista se debía especialmente a las
grandes ventajas obtenidas en las otras fábricas afiliadas al SMATA,
como Ford-Transax, Thompson Rameo y Grandes Motores Diesel.t03
En medio de la euforia por su espectacular triunfo, si el grupo de
Salamanca hubiera decidido buscarlos también habría encontrado
motivos de preocupación. La dimensión de la victoria clasista pas­
mó a Rodríguez y a las autoridades del SMATA central, y al parecer
abandonaron toda esperanza de destituir a la conducción cordobe­
sa por medios electorales. La campaña de difamaciones de la cen
344 E l Cordobazo

tral se intensificó, y y a fuera por despecho o para repensar su estra ­


tegia previa, Rodríguez demoró durante varias sem an as la toma de
posesión de los reelectos clasistas, dado que los estatutos gremiales
establecían que u n a delegación de la central debía fiscalizar la cere­
m onia de ju ram en to.104 Los clasistas consideraron que ese compor­
tamiento era u n a provocación flagrante, pero limitaron su respues­
ta a cartas de protesta y evitaron acciones más drásticas, que según
estim aban podían desencadenar represalias de B uenos Aires.!0S Pero
no siempre exhibieron tanta prudencia. S u aplastante victoria h a­
bía generado u n a sensación de confianza excesiva y llevó a muchos
a creer que su poder, tanto en el sindicato como en el movimiento
obrero, era m ás grande de lo que realmente era. L a reputación de
los clasistas entre las bases se debía a su honestidad y eficacia como
dirigentes sindicales. Podía contarse con que los trabajadores los
apoyarían en cualquier enfrentamiento con ía burocracia porleña
del SMATA, pero ese apoyo estaba condicionado a su juicioso ejer­
cicio de la autoridad gremial. La diversidad ideológica y ias inter­
pretaciones op uestas sobre la política nacional existentes tanto
dentro de las filas clasistas como entre los dirigentes sindicales y la
gran mayoría de las bases, durante m ucho tiempo u n a fuente la­
tente de debilidad, se convertirían ah ora en u n a contradicción fatal.

NOTAS

1La Opinión, 11 de abril de 1973, p. 10.


2Entrevista con Roque Romero, subsecretario del SMATA de 1972 a
1974, Córdoba, 13 de agosto de 1985.
3Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Dírection des
Affaires International es 0200, 1070, "A. Lucas, Argentine 1973”, carpeta
“Argentinisation d’IKA", documento “Memorándum sur 1'argéntinisation
d’IKA-Renauir, 22 de marzo de 1971.
4Ibid., 1067, “A. Lucas, Argentine 1973”, informe empresario “Situation
politique et perspectives économiques de 1’Argéntiñe”, 23 de mayo de 1973.
Si bien Fiat también había comenzado la producción durante la presidencia
de Perón, sus plantas de Ferreyra no empezaron a fabricar autos hasta 1960.
5Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972”,
volante "Próximas elecciones generales", MRS-lista Marrón, 15 de marzo de
1972.
6Entrevista con Roque Romero; Carlos E. Sánchez, “Estrategias y obje­
tivos de los sindicatos argentinos”, Instituto de Economía y Finanzas, Uni­
versidad Nacional de Córdoba, documento de trabajo n° 18, 1973, p. 115.
7Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972",
volante “¿Por qué queremos modificar los estatutos?”, Movimiento de Re­
cuperación Sindical, marzo de 1972.
Peronistas y revolucionarios 345

5Ibid., volante “A los compañeros del gremio", Movimiento de Recupera­


ción Sindical, 7 de julio de 1972.
nSánchez, "Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos", p. 115.
10“Rotación de directivos: el compañero Salamanca se incorporó a la
planta”, SMATA, SMATA-Córdoba, n° 101(9 de mayo de 1973), p. 3.
' ‘Archivo dei SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972",
volante “¿Por qué queremos a los empleados en el sindicato?”, lista Marrón,
marzo de 1972; "A un año del triunfo de la lista Marrón", SMATA, SMATA-
Córdoba, n° 100 (30 de abril de 1973), p. 1.
ia“La herencia de Torres y Bagué", Consejo Obrero: periódico de los obre­
ros mecánicos comunistas revolucionarios, vol, 1, n° 1 (15 de junio de 1972),
pp. 4-5.
13La medida precisa en que aumentó la identificación de ios trabajado­
res con la conducción clasista como resultado de ía estrategia de la lista
Marrón no puede determinarse meramente sobre la base de los registros
históricos escritos. La resistencia ofrecida por los trabajadores en el mo­
mento de la destitución de ía dirigencia por el SMATA central en 1974 y mis
muchas conversaciones con obreros de IKA-Renault de ese periodo indican
que su identificación era profunda. Por lo demás, la prensa cordobesa re­
gistró ejemplos suficientes del aprecio que los trabajadores sentían por las
reformas para que sea posible postular que éstas tuvieron el efecto esperado.
‘ 14Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y
revistas, 1973", volantes “Repudie la trampa, vote en blanco", Córdoba,
marzo de 1973; “Imperdonable indiferencia por el futuro nacional”, Agru­
pación 9 de Septiembre, 1973. El llamado a la abstención de los clasistas
no se presentó como un rechazo per se de la fórmula del FREJULI sino más
bien como una protesta contra el intento del gobierno militar de desactivar
la creciente militancia obrera a través de las elecciones. No obstante, el lla­
mado a la abstención reveló con claridad un sesgo antiperonista y fue un
grave desacierto táctico.
lSArchivo del SITRAC, carpeta “SMATA”, volante “SMATA por la libera­
ción nacional", Consejo Directivo Nacional del SMATA, abril de 1973. El
sindicato censuró con dureza “un mal llamado «sindicalismo revoluciona­
rio» que, ocultándose detrás de los huecos slogans de los intelectualoides
izquierdistas, eligió la dependencia y el statu quo al aconsejar a los traba­
jadores votar en blanco”.
'6LaOpinión, 11 de abril de 1973, p, 10,
17"Atropello de la central: el SMATA Córdoba fue expulsado de un plena-
rioM, SMATA, SMATA-Córdoba, n° 99 (23 de abril de 1973), p. 1.
18La Voz del Interior, 20 de enero de 1973, p. 13; archivo del SMATA,
SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y revistas, 1973", volante
“1945-24 de febrero- 1973r, Consejo Directivo Nacional del SMATA, Buenos
Aires, febrero de 1973.
19A diferencia de lo ocurrido con muchos sindicatos peronistas, en es­
pecial ía UOM, las referencias del SMATA a Héctor Cámpora en las sema­
nas precedentes y posteriores a las elecciones de 1973 fueron vivamente
favorables, y aquél apareció varias veces en ía tapa de la revista. Véase, por
ejemplo, Avance, vol. 2, n° 17 [mayo de 1973).
346 E l Cordobazo

20Clarín, 30 de mayo de 1973, p. 22.


21“Entrevista con Agustín Tosco: la socialización progresiva”, Análisis-
Confirmado, 12, n° 621 (6 a 12 de febrero de 1973), pp. 16-18. Tosco plan­
teó su interpretación de esa lucha en términos que habrían sido aceptables
para cualquier miembro de la izquierda peronista: “Estoy a favor de la lu­
cha antiimperialista como un paso hacia el socialismo. En la Argentina, el
socialismo está un poco lejos, pero la lucha liberadora, antimonopolista y
antiimperialista está más cerca. En esa lucha se encuentran todos los sec­
tores populares, y entre ellos, desde luego, hay sectores burgueses, propie­
tarios de pequeñas y medianas empresas, pero no la gran burguesía ni la
oligarquía, que están vinculadas al orden imperialista... También los pe­
queños y medianos propietarios de tierras, todos éstos tienen un papel que
cumplir... Creemos que la meta es un camino nacionalista, antiimperialista
y antioligárquico”.
22Entrevista con Roque Romero. Sin embargo, los clasistas habían
aprendido la lección de la controversia de las elecciones, y durante el resto
de la campaña sus declaraciones públicas {a diferencia de sus discusiones
privadas) fueron mucho más circunspectas.
23Ibid.
24Richard Gillespie, Soldiers of Perón: Argentina’s Montoneros (Nueva
York: Oxford University Press, 1984), pp. 130-135.
2r' Francisco Ferrara, ¿Qué son las ligas agrarias? (Buenos Aires; Siglo
XXI Editores, 1973).
26El carácter de estos movimientos de base en el país en general se dis­
cute en Juan Carlos Torre, "The Meaning of Current Workers’ Struggles",
Latín American Perspectives, vol. 1, n° 3 (1974), pp. 73-81.
27La Voz del Interior„ 29 de mayo de 1973, p. 6,
28Después de la elección de Cámpora, e influido sin duda por el rápido
ascenso del fervor popular, Tosco empleó cada vez más el lenguaje de los
revolucionarios. En la preparación del cuarto congreso nacional de la
Intersindical, declaró que el propósito de éste era elaborar un programa
revolucionario y lo bautizó en homenaje al Cordobazo: "Como una reafir­
mación de su carácter clasistay revolucionario, cómo un homenaje a todos
los compañeros caídos en la sagrada lucha por la liberación nacional y la
construcción de una patria socialista, el plenario será llamado «el heroico
29 de mayo» en honor al gran acontecimiento obrero y popular: el
Cordobazo”. Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de
agrupaciones varias, 1973-74", Agustín Tosco, “Comunicado de prensa1 *,
Córdoba, 15 de mayo de 1973.
29Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y
revistas, 1973”, comunicado de prensa, Sindicato de Luz y Fuerza de Cór­
doba, 27 de junio de 1973,
30Ronaldo Munck, Argentina: From Andrchism to Peronism: Workers,
l/nions and Politics, 1855-1985 (Londres: Zed Books Ltd., 1987), p. 189.
31Torre, “The Meaning of Current Workers* Struggles”, pp. 76-77; “Con­
flicto General Motors”, Auance, vol. 4, n° 22 (octubre de 1973), p. 18.
32Pedro Aguirre, “La reforma de la I>ey de Asociaciones Profesionales”,
Pasado y Presente, vol. 4, n° 2-3 (1973), pp, 283-301.
Peronistas y revolucionarios 347

33Gillespie, Soídiers of Perón, p. 152; Jorge Luis Bernetti, £i peronismo


de la victoria (Buenos Aires: Editorial Legasa, 1983), pp. 154-162; Horacio
Verbitsky, Ezeiza (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1987).
34Archivo del ¿MATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y
revistas, 1973”, volante gremial “El caso Fiat y la verdad peronista”, Unión
Obrera Metalúrgica, Seccional Córdoba, 3 de junio de 1973. En un comu­
nicado separado a los trabajadores de Fiat Concord, la UOM anunció que
consideraba "irrevocable" su jurisdicción y advirtió que los activistas cla­
sistas de las plantas eran “apátridas al servicio del amo rojo”; sostuvo tam­
bién que estaban al servicio de la empresa, la misma empresa que había
encabezado la eliminación de los sindicatos dasistas y perseguido a sus
activistas en la base fabril durante los dos últimos años. Comunicado,
Comisión Gremial Provisoria de la UOM en Fiat Concord, Córdoba, 22 de
junio de 1973.
35“SMATA al pueblo argentino” y “Asesinos a sueldo de la an tipatria”,
Avance, vol. 2, n° 17 (mayo de 1973), suplemento. Las referencias del SMATA
a los ejecutores fueron, al principio, sugestivamente vagas. Ni sus declara­
ciones públicas ni las de la CGT, en cuya elaboración el sindicato mecánico
tenía naturalmente una participación importante, intentaron atribuirlo di­
rectamente a la izquierda; implicaron en el asesinato tanto a la "ultra-
izquierda como a la ultraderecha”. Después de la ruptura de Perón con
Cámpora y la izquierda peronista y el giro a la derecha del gobierno, la res­
ponsabilidad recayó única y explícitamente en los hombros de la izquierda.
Sin embargo, con el recrudecimiento de su rivalidad con la UOM en 1975,
el SMATA volvería a hablar de las “fuerzas malignas” responsables del ase­
sinato y a sembrar dudas sobre su autoría. Véase “Kloosterman", Avance,
vol. 4, n° 33 (mayo-junio de 1975), p. 3.
30 Memoria y Balance, Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte
Automotor, Buenos Aires, 1973, p. 39.
37Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Rela­
cionados con los Asuntos internos de la Argentina, Embajada de los Esta­
dos Unidos en Buenos Aires, “SMATA Sweeps Fiat Union Elections in Cór­
doba", A-314, 5 de julio de 1973; La Voz del Interior, 30de juniode 1973,
p. 6.
38La Voz del Interior, 12 de julio de 1973, p. 16.
39La Voz del Interior, 26 de julio de 1973, p. 11. La campaña de afiliación
de Fiat se discute extensamente en el semanario del sindicato. Especial­
mente útil es el artículo del 27 de agosto de 1973, “El estallido de Fiat
Concord”, SMATA, SMATA-Córdoba, n° 110, pp. 1-5.
40La Prensa, 22 de agosto de 1973, p. 7; Departamento de Estado de los
Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la
Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Inter-Union
Rivalry Threatens Uneasy Córdoba Labor Truce”, D730G32-1086, agosto
de 1973.
41Clarín, 25 de agosto de 1973, p. 8. Los activistas clasistas del SMATA
fueron muy críticos de López después que éste se negara a recibir a su
delegación en medio de la ocupación de Fiat, en lo que sería el primero de
los muchos enfrentamientos que el ex dirigente de la UTA y ahora
348 E l Cordobazo

vicegobernador tendría con los marxistas de la seccional local de íos mecá­


nicos. Véase archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, dia­
rios y revistas. 1973”, “¡Viva la ocupación de Fiat Concord!", Frente Único
Clasista, Córdoba. 22 de agosto de 1973.
4~"Parece francamente sospechoso que la dirigencia coidobesa, la
autoproclamada dirigencia clasista, combativa y comunista revolucionaria,
deba movilizarse justo ahora y crear problemas a un gobierno elegido por el
pueblo cuando se negó a luchar contra la dictadura militar con el mismo
sindicato jel SMATA nacional] que por decisión del consejo directivo y un
congreso nacional de todas las seccionales había resuelto movilizarse en
favor de los compañeros de Fíat para exigir su legitima afiliación gremial",
Avance, n° 21 (septiembre de 1973), p. 16.
43La Voz del Interior, I o de julio de 1973, p. 17.
44Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, “Peronist-Marxist Showdown Developing in Cór­
doba”, julio de 1973, D730048-0288. Algunos de los mejores análisis sobre
la política laboral en Córdoba durante este período son despachos de la
Embajada de los Estados Unidos como éste, presuntamente basado en los
informes del cónsul estadounidense en la ciudad, John Patrick Evans, un
observador perspicaz de los acontecimientos que sería secuestrado y eje­
cutado por guerrilleros en 1975.
45Entrevista con Juan Malvar, secretario general del sindicato de trabaja­
dores gráficos de Córdoba entre 1958 y 1976; Córdoba, 10 de junio de 1987.
Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, nQ 162
(agosto de 1973), pp. 26-28.
47La Voz del Interior, 28 de julio de 1973, p. 11; La Opinión, 29 de julio
de 1973, p. 11; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documen­
tos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de
los Estados Unidos en Buenos Aires, “Peronists Agree to Truce in Córdoba",
D730052-0196, julio de 1973.
48Clarín, 28 de julio de 1973, p. 10.
49"Plenario de las 1" de Mayo’', Nueva Hora, 6. n° 121 (julio de 1973), pp.
4-5. En realidad, durante varios años había habido en Córdoba activistas
clasistas en acción en el baluarte del movimiento obrero peronista. En 1970,
activistas de Vanguardia Comunista formaron el clandestino Grupo Orga­
nizador de Comisiones Obreras Metalúrgicas (GOCOM) y establecieron cé­
lulas en varios talleres y fábricas metalúrgicas de la ciudad. Lá alianza con
los grupos del Peronismo de Base fue más factible después de la caída de
Cámpora, en cuyo momento aquél asumió una actitud agudamente crítica
hacia el giro derechista del peronismo y adoptó posiciones idénticas (salvo
una, la idea de un Perón “cautivo” en las ganas de un círculo reaccionario)
a las de los clasistas marxistas. Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volu­
men “Volantes, diarios y revistas, 1973", volante “Combatir a los enemigos
de adentro”, Peronismo de Base, Regional Córdoba, 25 de julio de 1973.
50Electrum, n° 412 (3 de agosto de 1973), p. 8.
51Ibid., n° 402 (24 de mayo de 1973), p. 1.
52La Voz del Interior, 11 de mayo de 1973, p. 17; entrevista con Sixto
Peronistas y revolucionarios 349

Ceballos, líder de ia oposición peronista en Luz y Fuerza, Córdoba, 20 de


julio de 1985.
53Fue durante estos meses cuando iris Marta Roldán realizó el trabajo
de campo que culminaría en su importante estudio sobre Luz y Fuerza,
Sindicatos y protesta social Como se señaló anteriormente, las conclusio­
nes de Roldán deben situarse en el contexto más general de la historia del
sindicato. Lo que ella registra sobre las criticas a la conducción de Tosco y
la oposición interna se entiende mejor como una reflexión acerca de los
asuntos gremiales en un momento político particularmente sensible y no
necesariamente como un retrato fie! del tenor de las cuestiones sindicales
a lo largo de los muchos años de la conducción de Tosco.
54Luis Mattini, Hombres y mujeres del PRl'-ERP (Buenos Aires: Editorial
Contrapunto, 1990), pp. 273-274.
55La Voz del Interior, 15 de agosto de 1973, p. 7.
5fiElizabeth Jelin, "Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76", Re­
vista Mexicana de Sociología, n" 2 (abril-junio de 1978), p. 425; Aguirre, ‘‘La
reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales”, pp. 283-30i,
57Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 164
(octubre de 1973), p, 241,
58Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupa­
ciones varias, 1973-74”, volante “A los trabajadores de Fiat”, Fuerzas Ar­
madas Peronistas, 4 de abril de 1973, Córdoba.
59Para un ejemplo de esto, véase un volante de 1973 del ERP que criti­
caba las condiciones de insalubridad en la forja, los túneles de pintura y
otros departamentos, asi como el aumento de los ritmos de producción en
ía planta de Ilasa. Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Volan­
tes, diarios y revistas, 1973”, volante "Ninguna tregua a las empresas ex­
plotadoras", Ejército Revolucionario del Pueblo, 1973.
mGillespie, Soldiers of Perón, pp. 144-153; Departamento de Estado de
los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de
la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Labor Po-
lícy Towards Incoming Peronist Government", A-400, 4 de octubre de 1973.
6! Gillespie, Soldiers of Perón, pp. 144-153.
“ Torre, “The Meaníng of Current Workers’ Struggles”, pp. 74-75.
03 “Nuestra incorporación al SMATA”, SITRAP: Boletín informativo del
Sindicato de Trabajadores dePerkins, n° 4 (agosto de 1973), p. 2; "Comien­
za la lucha por las categorías’1, SITRAP: Boletínínformativo del Sindicato de
Trabajadores dePerkins, n° 5 (octubre de 1973), p. 1.
64“SMATA: extraordinaria manifestación dé repudio de las bases de ese
gremio al ataque del burócrata Kloosterman”, SITRAP: Boletín informativo
del Sindicato de Trabajadores de Perkins, n" 1 (abril de 1973), p. 3.
65Archivo deí SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972”,
volante “Movimiento de Recuperación Sindical: a los compañeros del gre­
mio”, Córdoba, 1972.
66Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupa­
ciones varias, 1973-74”, volante "Fraude, con provocaciones y balas”, Co­
misión Provisoria del Gremio de la Construcción-de Córdoba, Córdoba, oc­
tubre de 1973.
350 E l Cordobazo

^ ‘‘Industrias Mecánicas del Estado: la «perra» Castro perderá su sillón”,


Desacuerdo, n° 16 (20 de diciembre de 1972), p. 2. Lo mismo que la mayo­
ría de los partidos y organizaciones izquierdistas locales, hacia fines de 1973
VC divulgaba mordaces críticas a Perón y censuraba duramente el viraje
derechista de su gobierno. Al mismo tiempo, VC intentaba convocar a las
bases peronistas, para convencerlas de que en la Argentina la verdadera
lucha ya no era la librada entre peronistas y antiperonistas sino entre los
genuinos defensores de los intereses obreros y los contrarrevolucionarios,
entre los que se contaba el mismo Perón. Archivo del SMATA, SMATA-Cór-
doba, volumen "Volantes de agrupaciones varias, 1973-74”, volante “Ante
otro aniversario del 17 de octubre”, Vanguardia Comunista, Córdoba, 16
de octubre de 1973.
08“¿Qué pasó con las elecciones de ATE?", Evita: órgano del Peronismo
de Base - Regional Córdoba, n° 14 (septiembre de 1973), p. 5. La oposición
del Peronismo de Base al Pacto Social, su apoyo a la incorporación de los
trabajadores de Fiat al SMATA, su programa socialista y sus ataques con­
tra la burocracia sindical lo ponían lisa y llanamente en el campo de los
opositores clasistas al viraje derechista del gobierno peronista,
69La Voz del Interior, 9 de octubre de 1973, p. 11.
70Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76”, p. 437; Depar­
tamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con
los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en
Buenos Aires, “Fired Workers Reinstated in Córdoba", D730143-0057, di­
ciembre de 1973.
71“SMATA: Consejo Directivo Nacional a los mecánicos argentinos”, Avan­
ce, n° 21 (septiembre de 1973), p. 16. Si bien en agosto el SMATA central aún
exigía su jurisdicción sobre los trabajadores de Concord, también criticó el
plebiscito de Salamanca y el presunto uso que la conducción clasista hacia
de la cuestión de la afiliación para desacreditar al gobierno. Ésta sería la
última mención de la controversia de Fiat por parte de la central. Poco des-
pués inició una acción disciplinaria contra la seccional cordobesa por et lla­
mado a la abstención en las elecciones de marzo y su negativa a apoyar la
candidatura de Perón en las de septiembre, lo que constituyó el comienzo de
su campaña para desalojar a los clasistas. Véase “Sanción a Córdoba: Con­
greso de Mar del Plata", Avance, n° 22 (octubre de 1973), p. 27.
72Entrevista con Carlos Masera, secretario general del SITRAC entre
1970 y 1971, Córdoba, 22 de julio de 1987.
73La Voz del Interior, 26 de octubre de 1973, p. 9.
74Informe, Servicio de Documentación e información Laboral, n° 164
(octubre de 1973), pp. 263-264.
75Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direcüon des
Affaires Intemationales 0200, “A. Lucas, Argentine, Finance et Stratégie”,
carpeta “Politique", carta del ingeniero Eduardo M. Huergo, presidente de
IKA-Renault, al doctor Gabriel Martínez, subsecretario de Comercio Exte­
rior, 7 de noviembre de 1973.
76“FAS: balance del V Congreso”, El Obrero, n° 6 (14 de diciembre de
1973), pp. 3-5.
77La Voz del Interior, 8 de diciembre de 1973, p. 11.
Peronistas y revolucionarios 351

78Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 165


(noviembre de 1973), pp. 320-321; Departamento de Estado de los Estados
Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argenti­
na, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Officialist Labor
Moves Against Córdoba Trotskyite Unions", D730109-0908, noviembre de
1973.
79Memoria y Balance, Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte
Automotor, Buenos Aires, 1974, p. 26.
80Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, “Attempt to Assassinate Labor Leader, Rene Sala­
manca, Fails”, D730137-0208, 19 de diciembre de 1973; La Voz del Inte­
rior, 15 de diciembre de 1973, p. 14.
81Juan Carlos Torre, "Sindicatos y trabajadores en la Argentina, 1955-
76”, en Primera historia integral, vol. 58 (Buenos Aires: Centro Editor de
América Latina, 1980), pp. 160-161; Guido Di Telia, Perón-Perón, 1973-76
(Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1980), pp. 196-204.
82Di Telia, Perón-Perón, 1973-76, pp. 198-199.
S3Torre, “Sindicatos y trabajadores en la Argentina, 1955-76”, p. 162;
Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76”, pp. 433-440.
84La Voz deí Interior, 6 de enero de 1974, p. 17; 10 de enero de 1974, p.
11; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, “Orthodox Sector Seizes Control of Córdoba 62
Organizaciones”, D730148-0273, diciembre de 1973.
83La Voz del Interior, 20 de enero de 1974, p. 13; Departamento de Es­
tado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos
Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Ai­
res, “Normalization of Córdoba CGT Postponed", D740004-0317, enero de
1974.
86La Voz del Interior, 10 de febrero de 1974, p. 23.
87Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, "Bus Drivers’ Strike in Córdoba Has National
Repercussions”, D730157-0360, enero de 1974; "National Government and
Labor Leadership Counter-Attack in Aftermath of Córdoba Bus Drivers’
Strike”, D730160-0981, enero de 1974. Los clasistas del SMATA asociaron
la conducta de la FETAP con los esfuerzos desestabilizadores de la unión de
propietarios de camiones de Chile durante un momento particularmente
sensible del gobierno de la Unidad Popular de Allende; véase “Transporte
urbano: la negra historia de un caos”, SMATA, SMATA-Córdoba (I o de abril
de 1974), pp. 4-5.
88Iris Marta Roldán, Sindicatos y protesta social en la Argentina, un es­
tudio de caso; el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, 1969-1974 (Amster-
dam: Center for Latin American Research and Documentation, 1978), pp.
372-373.
89Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
352 E l Cordobazo

Unidos en Buenos Aires, “Perón on Córdoba Labor Situation”, D740078-


0603, abril de 1974.
ít0Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupa­
ciones varias, 1973-74”, volante ‘informe del Comité de Lucha de Villa
Constitución", Villa Constitución, marzo de 1974; Jelin, “Conflictos labora­
les en la Argentina, 1973-76", p. 437.
91Archivo deí SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupa­
ciones varias, 1973-74”, volante “A toda ía clase obrera”, Comisiones Inter­
nas de Acindar, Marathón y Metcon, Villa Constitución, abril de 1974.
,J2 Electrum, n" 448 (26 de abril de 1974), pp. 4-5.
y:!La Voz del Interior, 26 de abril de 1974, p. 17.
94I b i d 4 de marzo de 1974, p. 4; 6 de marzo de 1974, p, 9.
m Electrunx 7 de junio de 1974, p. 4.
mLa Voz del Interior, 8 de marico de 1974, p, 12.
97Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y
revistas, 1973”, véase manual del PRT “Sindicalismo clasista: sus perspec­
tivas, sus desviaciones", Partido Revolucionario de los Trabajadores, Cór­
doba, 1972.
98"Elecciones generales”, SMATA, SMATA-Córdoba ( I o de abril de 1974),
p. 1. El sindicato anunció que “se efectúan reuniones con otras fuerzas
progresistas y antiburocráticás con el propósito de formar una lista de opo­
sición que pueda enfrentar a la bux ocracia nacional encabezada por Rodrí­
guez:. En esta tarea, es de vital importancia llegar a un acuerdo con el pero­
nismo revolucionario, especialmente la JTP, dada su influencia en la pro­
vincia de Buenos Aires. Todos nuestros esfuerzos están consagrados a !a
formación de este frente antiburocrático, el único modo posible de recupe­
rar al sindicato de manos de una pequeña camarilla y ponerlo al servicio de
los trabajadores”.
99Sánchez, “Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos", p. 115.
100“Convocatoria a elecciones”, Aocmce, n° 25 (febrero de 1974), p. 39;
'Triunfo masivo de la lista Verde que propició el «Movimiento de Unidad
Automotriz»”, Avance, n° 27 (mayo de 1974), pp. 4-11.
101La Voz del Interior, 6 de mayo de 1974, p. 9; Departamento de Estado
de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos
de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires,
“Automobile Workers in Union Elections”, D740111-0775, mayo de 1974,
m La Voz del Interior, 12 de mayo de 1974, p. 27.
103Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Affaires Internationales 0200, 1067, “A. Lucas, Argentine 1973”, carpeta
“Comité Argentine", documento “Reunión du Comité Général n° 4, le 13
mai 1974".
104Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Rela­
cionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Esta­
dos Unidos en Buenos Aires, “Labor Urirest”, D740134-0049, mayo de 1974.
105 Entrevista con Roque Romero.
9. Patria metalúrgica, patria socialista

La mejor manera de explicar gran parte de ia historia laboral


argentina en los dos últimos años dei gobierno peronista es a través
de los constantes intentos de la Unión Obrera Metalúrgica de apun­
talar la posición del movimiento obrero en la coalición peronista,
asegurar el influjo de su propio sindicato en el movimiento obrero
organizado y eliminar o al menos controlar a la oposición y las co­
rrientes disidentes dentro del mismo. El predominio que la UOM
había llegado a disfrutar en los veinte años pasados desde la caída
de Perón, durante su variada y a menudo contradictoria historia de
militancia, dureza en las negociaciones, engrandecimiento y oposi­
ción a compartir el poder, alcanzó su culminación en este período.
Tanto los analistas políticos como los opositores al régimen comen­
zaron a hablar entonces de la "patria metalúrgica”, un virtual pacto
corporativo entre los grupos empresariales que controlaban la Con­
federación General Económica, dominada por los industriales me­
talúrgicos que eran íos principales arquitectos y beneficiarios del
programa económico del gobierno, y el sindicato metalúrgico, el
poder reconocido dentro de la Confederación General del Trabajo
del que se esperaba controlara a los otros sindicatos y mantuviera
la paz social a cambio de una mayor participación en las decisiones
gubernamentales.1
El término patria metalúrgica, despojado de sus connotaciones
conspirativas, era muy revelador del carácter y las alianzas dentro
del gobierno peronista. Luego de su cuasi-desaparición bajo eí go­
bierno de Onganía, los industríales que conformaban la CGE, la
“burguesía nacional” tan frecuentemente ensalzada por los peronis­
tas, habían vuelto a ascender a una posición de influencia y poder
considerables a comienzos de los años setenta. La CGE agrupaba a
ios medianos y pequeños industriales del país, pero había pasado a
estar especialmente influida por los fabricantes locales de autopar-
tes. Su presidente en 1971 y ahora ministro de Economía, José Ber
Gelbard, era ex presidente de la única empresa nacional de neumá­
ticos, y el ulterior presidente de la CGE, Julio Broner, era propieta­
354 E l Cordobazo

rio de un gran imperio autopartista. Carlos Coquegniot, presidente


de la Cámara de Industrias Metalúrgicas de Córdoba y de la Federa­
ción de Industrias Metalúrgicas del Interior, seria designado presi­
dente de la Confederación industrial Argentina (CIÑA), tras la fu­
sión de la CGE y la Unión Industrial Argentina (ULA) realizada por el
gobierno en 1974,2
Estos industriales, que hacían productos estrictamente destina­
dos al mercado interno, habían dependido durante mucho tiempo
de que el Estado asegurara su bienestar. Para poner un alto a la
suma creciente de partes y componentes importados, el gobierno de
lllia había emitido distintos decretos en 1964 y 1965 estableciendo
un requisito más estricto de contenido nacional para los fabrican­
tes automotores argentinos. En esos dos años se desarrolló rápida­
mente un sector interno de autopartes, aunque la gran mayoría eran
establecimientos relativamente pequeños que no vendían directa­
mente a las fábricas automotrices sino al mercado de repuestos.3
En la época de Onganía, un número creciente de estas empresas
autopartistas habían sido adquiridas por el capital extranjero y con­
centradas en grandes establecimientos tecnológicamente sofistica­
dos. Hacia 1974, menos del 8% de los autopartistas producían más
de la mitad de las autopartes del país, actuando esencialmente de
proveedores directos de las fábricas automotrices.4 No obstante, a
través del tobby y la intervención estatal, los fabricantes locales se
habían recuperado en parte del ajuste provocado por la legislación
económica del gobierno de Onganía. Estos industriales de la CGE
habían sido los principales promotores de la ley 19.135 sobre la in­
dustria automotriz, promulgada por Lanusse en 1971. Estaban
decididos a impulsar aún más una legislación nacionalista para el
sector automotor bajo eí régimen peronista y, en general, a actuar
como voceros de los grupos económicos que podían esperar benefi­
ciarse con los programas económicos nacionalistas de Perón.
La fuente de la influencia de la UOM en el gobierno fue su cono­
cida capacidad para restablecer la estructura verticalista del sindi­
calismo argentino tal como había sido perfeccionada por Augusto
Vandor. El poder de la UOM seguía descansando en su condición de
mayor sindicato industrial del país, sus recursos financieros, el
apoyo que disfrutaba de gran parte de las bases metalúrgicas y, en
especial, la influencia política que ejercía en la coalición peronista.
El sindicato había pasado de ser uno más de la media docena de
miembros influyentes del movimiento obrero durante los gobiernos
peronistas de 1946 a 1955 a convertirse en el árbitro último de to­
dos los asuntos laborales. Su red de sanatorios y colonias de vaca­
ciones y sus generosos convenios colectivos le dieron status dentro
del movimiento obrero, y a pesar de maniobras a menudo inicuas
Paíria metalúrgica, patria socialista 355
de sus caciques gremiales, tenía entre gran parte de sus bases una
legitimidad que sóío el SMATA y Luz y Fuerza podían equiparar. Y
ahora volvía a ser, una vez más, un socio pleno en la rama política
deí movimiento peronista, ocupando cargos y ejerciendo influencia
política en una medida desconocida por los otros sindicatos deí país.
La designación de su líder Ricardo Otero como ministro de Trabajo
sólo fue el símbolo más manifiesto del ascendiente que había recu­
perado con el retomo de Perón a ía presidencia, y una vez que éste
hubo roto definitivamente con el ala izquierda de su movimiento
abundaron íos ejemplos del poder de la UOM.
Así, éste era el único sindicato en condiciones de restablecer la
jerarquía y la disciplina en el movimiento obrero. Como lo había
demostrado la renuncia a la campaña de afiliación de Fiat, ía resis­
tencia a la hegemonía de la UOM por parte de rivales como eí SMATA
se había vuelto esporádica y al menos temporariamente estaba
subordinada a la posibilidad de compartir el botín ofrecida por la
restaurada posición del movimiento obrero en un gobierno peronis­
ta. Por lo demás, las políticas que caracterizaban a la UOM eran
también las de las jerarquías gremiales del SMATA y Luz y Fuerza;
a decir verdad, el término patria metalúrgica englobaba un conjunto
de valores que eran compartidos por la dirigencia de los sindicatos
más poderosos del país, no sólo por el de los metalúrgicos. Una
oposición como la del SMATA se había debido a venales luchas de
poder y no a disputas ideológicas o a diferencias fundamentales
acerca de cómo tenían que manejarse íos sindicatos o el movimien­
to obrero.
La UOM también había disfrutado, hasta Villa Constitución, de
los beneficios de verse en parte menos afectada por íos movimientos
disidentes de base y los vientos radicalizados que soplaban desde
Córdoba. Cuando la amenaza de ésta asomó como más amplia, no
sólo para el verticalisrno sino para el éxito mismo del gobierno de
Perón, fue natural que correspondiera a la seccional cordobesa de
la UOM asumir un papel dirigente en la campaña contra los sindi­
catos rebeldes de la ciudad. La política pasada de Alejo Simó y ía
UOM local de adherir verbalmente a la línea verticalista pero evitar
una actitud demasiado agresiva hacia los sindicatos no ortodoxos
de la ciudad era ahora insostenible, por lo que fue abandonada.
Perón designó a Simó como delegado plenipotenciario del gobierno
a la cabeza del Ministerio de Trabajo provincial, dando así al líder de
la UOM un enorme poder para reconfígurar eí equilibrio de poder en
el movimiento obrero de la ciudad. Alfredo Martini, a quien se elegió
secretario general de la seccional local luego del nombramiento de
Simó, sufrió presiones y se lo amenazó con el corte de los fondos
gremiales a menos que adoptara una línea más dura contra los sin-
356 E l Cordobazo

dicalos izquierdistas, por lo que cooperó obedientemente en el ais­


lamiento de los gremios no peronistas de la ciudad con respecto al
resto del movimiento obrero cordobés.s
El acatamiento de las órdenes de Buenos Aires era aún más ne­
cesario dadas la crisis de la industria metalúrgica local y la situa­
ción muy debilitada de la UOM cordobesa. Desde fines de los años
sesenta, la desaparición de la industria autopartista de la ciudad
había sido un tema de comentarios y lamentos constantes en la
prensa local y en ías declaraciones oficiales de la asociación de in­
dustriales metalúrgicos {Cámara de Industrias Metalúrgicas} y la
UOM cordobesa. Durante el gobierno de Onganía, la patronal había
presionado para que se aprobara una legislación que le permitiera
seguir prosperando a la sombra del boom automotor. Por ejemplo,
intentaron infructuosamente obtener una ley que impidiera progra­
mas de descentralización como el de Fiat, que transferiría medios
de producción a otras regiones del país y resultaría en una pérdida
de mercados para la industria local.6
Por otra parte, la industria cordobesa parecía haberse recupe­
rado a duras penas de los efectos de la legislación nacionalista de
principios de los años setenta y haber sufrido más que la industria
en su conjunto, dados su menor dependencia del mercado de re­
puestos y su carácter de proveedor directo de los complejos auto­
motores locales. Las cifras de los censos industriales realizados
con una década de intervalo no revelan toda la magnitud de la
crisis, dado que el de 1964 tuvo lugar antes del enorme crecimien­
to de la industria local, debido en gran medida a la legislación de
Illia y que se produjo entre ese año y 1966. En el peor de los casos,
el censo revela un deslucido crecimiento para los diez años que
van de 1964 a 1974, en comparación con la década previa (Cuadro
9.1). No obstante, el cierre de los grandes establecimientos meta­
lúrgicos de la ciudad, como la fábrica Del Cario en 1972, y la enor­
me inestabilidad en los miles de pequeños talleres en que las quie­
bras eran frecuentes, la rotación laboral endémica y las condicio­
nes de trabajo ya malas, son testimonios de una industria en de­
cadencia. Si bien a fines de 1973 IKA-Renault aún compraba el
33% de sus componentes metalúrgicos básicos a unos 250 pro­
veedores locales, se trataba de una drástica caída desde los prime­
ros años de Kaiser, cuando el complejo de Santa Isabel, a pesar de
su integración vertical, tenía una dependencia casi completa de
esos proveedores para algunos de sus componentes y partes más
simples.7 La crisis era tan grave que la CGT cordobesa hizo nume­
rosos llamados directos a la población local para que apoyara una
respuesta gubernamental.8
Patria m etalúrgica , patria socialista 357

Cuadro 9.1. Industria metalúrgica cordobesa

Año Cantidad de, empresas Cantidad de trabajadores

1954 452 1.115


1964 1.555 7.953
1974 2,043 8.945

Fuente: Censo industrial, 1954, 1964 y 1974, Ministerio de Hacienda,


Economía y Previsión Social, Provincia de Córdoba.

A medida que empeoraba la crisis de la industria metalúrgica


cordobesa, disminuía la influencia de la UOM en el movimiento
obrero local y crecía la necesidad de que los dirigentes del sindicato
procuraran el favor oficial. La pasada política de tibio respaldo al
verticalismo e independencia efectiva, a menudo ejecutada en alian­
za con los mismos sindicatos que más se oponían a las políticas
centralistas de la burocracia sindical porteña, había sido abando­
nada mucho antes de la restauración peronista. Pero ahora la UOM
estaba preparada para apuntalar su autoridad, inclusive a expen­
sas de una confrontación abierta con otros sindicatos locales, pri­
mero en su campaña para recuperar la jurisdicción sobre los traba­
jadores de Fiat y luego siguiendo escrupulosamente las directivas
de Buenos Aires y encabezando el intento del gobierno peronista de
reinstalar una CGT local subordinada y totalmente peronista. Simó
dirigiría durante los 18 meses siguientes una purga del movimiento
obrero cordobés apoyando la ruptura de sindicatos, tomando en los
conflictos industriales decisiones favorables a los que tenían con­
ducciones peronistas obedientes y, en general, prestando un manto
de legalidad sindical alas a menudo duras represalias gubernamen­
tales contra los sindicatos cordobeses díscolos.

Mientras la patria metalúrgica luchaba por mantener su ascen­


diente dentro del gobierno de Perón, las fuerzas que trabajaban para
realizar el sueño de una patria socialista seguían siendo un adver­
sario formidable. La izquierda peronista y en especial la marxista
habían sido críticas del gobierno desde la firma del Pacto Social.9
Una vez que el programa verticalista se hizo evidente, y en particu­
lar con el viraje derechista del gobierno después del Navarrazo, esas
críticas se intensificaron y muchos grupos de la fracturada izquier­
da argentina llamaron a los peronistas revolucionarios a romper con
el gobierno y a jugar su suerte en un frente revolucionario común.10
358 Eí Cordobazo

El I o de mayo de 1974 Perón produjo su ruptura histórica con la


izquierda peronista cuando censuró y expulsó públicamente a las
columnas de Montoneros que lo escarnecían durante la concentra­
ción del Día del Trabajo en la Plaza de Mayo.'1La significación del
acontecimiento no se encontraba en el repudio de Perón al ala iz­
quierdista de su movimiento, dado que hacía tiempo que era evi­
dente la verdadera coloración de la restauración peronista. Antes
bien, radicó en la manera en que eí hecho fue percibido por la dere­
cha peronista, incluyendo a los sectores del movimiento obrero. La
derecha lo vio como una señal para intensificar sus ataques contra
la izquierda. Eí asesinato de tres activistas deí Partido Socialista de
los Trabajadores y un cúmulo de ataques contra ios locales de la
Juventud Peronista formaron parte de la subsiguiente ola represi­
va. Las organizaciones obreras también se transformaron en blan­
cos. El allanamiento de la sede del Peronismo de Base y la deten­
ción de cien de sus miembros que se encontraban allí fueron el ini­
cio de una campaña de cuatro meses para erradicar a la izquierda
de los sindicatos del Gran Buenos Aires. La ulterior decisión del
Ministerio de Trabajo derogando la personería gremial del sindicato
de periodistas de Buenos Aires y del de los trabajadores gráficos de
Ongaro también formó parte de la purga.
En cierta medida, los caciques sindicales simplemente estaban
aprovechando la oportunidad para cortar en flor los movimientos po­
pulares y la oposición creciente al Pacto Social que se multiplicaban en
el Gran Buenos Aires. La purga de la izquierda sirvió para eliminar
rivales sindicales y proteger la posición de los caciques en los gremios
que sufrían el asalto de movimientos de base. Pero también reflejó la
genuina lucha ideológica y política que tenía lugar dentro del pero­
nismo. Sin duda, descansaba al menos en parte en el silencio cómpli­
ce de muchos trabajadores que habían sido educados con una dieta
constante de letanías peronistas y que estaban preocupados por eí
futuro del gobierno de Perón que, según se les decía, era asediado por
izquierdistas infiltrados en sus propias filas.
Córdoba esperó una purga similar al comenzar el invierno. El
movimiento obrero de la ciudad seguía siendo el obstáculo más
grande a la estrategia verticalista, y con ello el adversario más for­
midable del gobierno. Todos los intentos de neutralizar a los sindi­
catos izquierdistas de la ciudad hechos por Ricardo Otero y el Mi­
nisterio de Trabajo, la CGT y las centrales sindicales e incluso por
el mismo Perón, habían fracasado. Su único logro real había sido
la creación de una poco firme alianza de ios gremios peronistas en
las 62 Organizaciones cordobesas, una reunificación que se había
convertido en poco más que una ficción administrativa después
que Roberto Tapia y ía UTA encabezaron un éxodo de los sindica­
Patria metalúrgica, p atria socialista 359

tos legalistas con posterioridad al Navarrazo. De manera similar,


la decisiva victoria de los clasistas en las recientes elecciones del
SMATA había constituido un gran golpe para la campaña vertica-
lista en Córdoba. La lucha dentro del movimiento obrero acarreó
respuestas mal recibidas tanto por la derecha como por la izquier­
da de la ciudad, y el asesinato político se convirtió en un lugar
común. Ejecutivos empresarios y dirigentes sindicales ortodoxos
recibieron su parte en los ataques, pero la mayoría fueron dirigi­
dos contra los sindicatos antiverticalistas. Los intentos de asesi­
nato de Tosco y Salamanca habían sido chapuceros, pero las bom­
bas puestas en junio en las sedes de Luz y Fuerza y la UTA provo­
caron daños considerables y consiguieron generar en la ciudad un
clima de miedo que sólo contribuyó a acrecentar la animosidad
entre los sindicatos. Entre tanto, los caciques gremiales de Bue­
nos Aires y sus lugartenientes de Córdoba tenían que mantener su
adhesión al impopular Pacto Social de Perón, lo que únicamente
conseguía hacerlos más vulnerables a las críticas de los sindica­
listas disidentes.12
En la lucha de poder en curso en el movimiento obrero local
durante este período de violencia, los sindicatos rebeldes de la ciu­
dad dieron muestras de fortalecer su posición. El mismo López se
había reconciliado parcialmente con sus antiguos aliados, y en mayo
constituyó las 62 Organizaciones Legalistas Leales a Perón como una
manera de mantener una asociación formal con el gobierno pero­
nista, al mismo tiempo que, en realidad, daba pasos tentativos para
reingresar a la alianza sindical que antes había abandonado bajo
presión de Buenos Aires.'3 De manera similar, los clasistas y los
independientes de Tosco alcanzaron el punto más alto de su rela­
ción de cooperación en las semanas siguientes a las elecciones del
SMATA en mayo. El desacuerdo de los sindicatos cordobeses disi­
dentes con el gobierno peronista y su oposición a las íntimamente
vinculadas políticas económica y laboral de éste perdieron su anti­
gua ambigüedad. En declaraciones públicas, Tosco puso de relieve
el nexo existente entre los programas gubernamentales y el
“participacionismo” del vandorismo y el comportamiento pusiláni­
me y obsequioso de la jerarquía gremial bajo Onganía. El Movimien­
to Sindical Combativo hablaba ahora abiertamente de una “traición”
a los intereses de la clase obrera por parte del gobierno peronista en
el poder. Como había sucedido con frecuencia desde 1969, se utili­
zó al Cordobazo como piedra de toque del papel histórico de la clase
obrera: no la subordinación a un régimen neocorporativista sino la
participación activa a favor de una transformación socialista de la
sociedad argentina. El MSC, por ejemplo, usó el quinto aniversario
del Cordobazo para trazar por primera vez la distinción entre los
360 E l Cordobazo

verdaderos intereses de la clase obrera y los del movimiento pero-


nista.14
El MSC dominaba ahora el movimiento obrero cordobés, y los
muchos componentes de la oposición obrera local al Pacto Social y
la campaña verticalista parecieron aglutinarse una vez más para
transformarse en un serio adversario de la burocracia sindical. Pero
Perón murió repentinamente en julio y ese hecho puso grandes
poderes en Ías manos de los sectores más duros deí gobierno, ha­
ciendo con ello más vulnerables a los sindicatos cordobeses. Entre
otras medidas, el gobierno aprobó la Ley de Seguridad, que daba al
Ministerio de Trabajo facultades casi irrestrictas para intervenir en
ías huelgas.15 La autoridad en los asuntos laborales se traspasó
esencialmente a Otero y sus aliados del movimiento obrero, dado
que la sucesora de Perón, su esposa Isabel, virtuaímente renunció
a sus facultades decisorias en tales cuestiones.
La muerte de Perón y los cambios ulteriores en el gobierno fue­
ron particularmente ominosos para el SMATA cordobés. Los clasis­
tas habían desafiado unilateralmente al gobierno cuando el 5 de
junio el sindicato votó reduciría producción en ías plantas cordobe­
sas mediante una huelga disfrazada (trabajo a convenio) en deman­
da de un aumento salarial del 60% y la solución de algunos de los
más destacados reclamos laborales. Renault había respondido con
la suspensión de unos 2.000 trabajadores, y Otero calificó la huelga
como “política” y amenazó a la seccional con retirarle la personería
gremial.!<5
El paro reveló la vulnerabilidad política de la conducción clasis­
ta El sentimiento antiperonista de gran parte de ía dirigencia deí
SMATA siempre había sido una contradicción fundamental y una
fuente potencial de debilidad en su relación con las bases, abruma­
doramente peronistas. Después del llamado ala abstención en 1973,
las posiciones clasistas se habían presentado con más circunspec­
ción, pero todavía de manera insistente. Los delegados clasistas
alentaban la discusión y en las fábricas circulaba una voluminosa
literatura política. Los baños hacían las veces de virtuales librerías
marxistas, donde las distintas agrupaciones de ía izquierda ofrecían
su bibliografía partidaria.17 Después del Navarrazo y el viraje dere­
chista del gobierno, las criticas al peronismo y al propio Perón se
hicieron más cáusticas, y aí menos algunos de los clasistas empren­
dieron la destrucción deí mito del presidente. La decisión misma de
convocar a ía huelga del 5 de junio había respondido a las estrata­
gemas a ese respecto del Partido Comunista Revolucionario. En una
reunión sindical realizada en Villa Allende poco después de la victo­
ria electoral de la lista Marrón, los dirigentes clasistas de íos otros
partidos habían escuchado estupefactos cómo Salamanca propug­
Patria m etalúrgica , patria socialista 361

naba un asalto frontal contra el Pacto Social, para “romper el cerco"


levantado contra el movimiento obrero disidente y unificar ia oposi­
ción obrera al programa económico gubernamental Lo más increí­
ble fue que Salamanca proclamó la bien conocida posición del PCR,
notoria en otras organizaciones izquierdistas, acerca de la conexión
soviética putativa del gobierno peronista —esto es, que había una
supuesta conspiración para destruir a los partidos antisoviéticos y
revolucionarios de la izquierda argentina— como una justificación
más para desafiar abiertamente al gobierno.18
Tanto éste como la empresa advirtieron que detrás del paro ha­
bía motivaciones políticas indudables ai acecho y que, en consecuen­
cia, cualquier llamamiento huelguístico seria en última instancia
vulnerable entre las bases del SMATA.19 La demanda sindical por
un aumento salarial y para que la empresa se ocupara de las condi­
ciones de trabajo insalubres en algunos departamentos tenía el res­
paldo generalizado de las bases, y la huelga había sido votada en
una asamblea abierta y recibido el apoyo tanto de la oposición
torrísía como de los comunistas.20 No obstante, la posición de la
compañía podía haber aparecido como razonablemente legítima para
algunos trabajadores, a saber, que de acuerdo con las disposicio­
nes del Pacto Social le estaba vedado por ley otorgar aumentos sa­
lariales y que sus funcionarios sólo podrían ceder sobre esa cues­
tión si eí gobierno cambiaba su programa económico.21
Si bien la acción del sindicato estaba técnicamente dentro de los
límites del Pacto Social, dado que no era una huelga directa sino
una medida de trabajo a desgano, sus efectos deletéreos en una
empresa que ya tenía problemas eran prácticamente los mismos. A
diferencia de la mayoría de las industrias, los fabricantes de autos
no podían recurrir al acaparamiento y el mercado negro para com­
pensar el congelamiento de precios mientras otros costos, en parti­
cular la energía eléctrica y la nunca completamente controlada in­
dustria autopartista, se, elevaban a pesar del Pacto Social del go­
bierno. Las ventas, por otro lado, habían caído estrepitosamente
después de un corto boom consumista en 1973. La empresa tam­
bién enfrentaba una crítica situación financiera. Estaba pesadamen­
te endeudada tanto con la casa matriz como con los proveedores
locales; no se preveían nuevos préstamos de los bancos nacionales
o extranjeros; el directorio estaba inquieto por la declinación de las
ventas y las repercusiones potenciaíes de sus problemas laborales;
y el peso de los antiguos préstamos se había hecho más oneroso con
el comienzo de la hiperinflación.22
Las acciones del sindicato cordobés tenían implicaciones que iban
más allá de la economía local; golpeaban a toda la industria auto­
motriz argentina. El papel crucial desempeñado por las plantas cor­
362 El Cordobazo

dobesas, en especial como proveedoras de partes a otras empresas


automotrices, motivaba que sus efectos se hicieran sentir mucho
más allá de Córdoba. La forja de ÍKA-Renault, por ejemplo, era ía
más importante del país y realizaba el trabajo de fundición para
muchas firmas automotrices, en tanto que la planta de Ford-Transax
proveía ejes a la mayoría de las compañías. Renault advirtió que la
huelga perjudicaba especialmente a las plantas de Peugeot, Ford,
Mercedes Benz, General Motors y Chrysler.23 Cualquier crisis pro­
longada de la industria automotriz, por otra parte, podría afectar
adversamente a otros sectores industriales dependientes, en parti­
cular las industrias siderúrgica y del caucho.
La gravedad de la huelga, que amenazaba el mismo programa
económico del gobierno, se hizo mayor cuando Renault suspendió a
más de 1.000 trabajadores el 19 de julio, seguidos por otros 2.800
una semana después.24Ahora Rodríguez y el SMATA central tenían
la provocación y la oportunidad que habían estado esperando: el
ansiado desliz de los clasistas que les permitiría aplicar un golpe
mortal al sindicato cordobés. Desde los primerísimos días de la
huelga, Rodríguez había insinuado que era posible una suspensión
de la seccional local. Después de los despidos de julio, el SMATA
central rechazó todas las sugerencias clasistas de convocar una
reunión de emergencia del sindicato, insistiendo en cambio en que
los dirigentes cordobeses viajaran a Buenos Aires y poniendo de
relieve el riesgo de represalias al que Córdoba estaba exponiendo a
todo el gremio. Cada vez resultaba más evidente que la central no
aceptaría nada menos que la capitulación total de la seccional y la
renuncia de la conducción clasista.2*
El 3 de agosto, Renault anunció que iba a declarar un lockout,
cerrando por tiempo indefinido el complejo de Santa Isabel. Al día
siguiente, el gobierno envió tropas de la gendarmería a ocupar las
plantas, en una repetición de las medidas aplicadas en Fiat durante
los últimos días del movimiento clasista en Ferreyra. Sin embargo,
a diferencia de SITRAC y SITRAM, el SMATA no estaba aislado del
movimiento obrero local y podía contar con el apoyo de una mayoría
de los sindicatos cordobeses en su conflicto con la empresa y la
central gremial. Con la colaboración de Tosco y Tapia, los clasistas
podían preparar una formidable oposición obrera. El mismo Tosco
vio el conflicto mecánico como una oportunidad para aglutinar el
apoyo de la clase obrera local contra el Pacto Social e integrar al
resto de los abundantes sindicatos legalistas en una CGT cordobe­
sa rejuvenecida, combativa y antiverticalista. El 6 de agosto, habló
en una asamblea abierta ante unos 6.000 trabajadores del SMATA
y prometió el respaldo del MSC a la huelga automotriz.26La posibi­
lidad de un conflicto con el gobierno y el SMATA central aumentó
Paíria m etalúrgica , patria socialista 363

cuando Salamanca, en la misma asamblea, rechazó el decreto gu­


bernamental de conciliación obligatoria y pronunció palabras
amenazantes en las que aludía a ia resolución de íos das & (as de
resistir a las presiones de Buenos Aires; en su abrumadora mayo­
ría, los trabajadores votaron en favor de continuar la huelga.27
Renault, el gobierno y el SMATA central estaban igualmente re­
sueltos a romperla y destituir a la perturbadora conducción clasis­
ta. Para el gobierno, no se trataba de un conflicto industrial cual­
quiera. La capitulación de la empresa ante las demandas salariales
de los clasistas pondría en peligro el programa antiinflacionario ofi­
cial y aumentaría el prestigio de aquéllos en el movimiento obrero a
expensas de la dirigencia gremial peronista. En consecuencia, a lo
largo del conflicto el director general de IKA-Renault, Jacques Leroy,
y el ministro de Trabajo Otero mantuvieron contactos casi diarios.
El lockout de las plantas cordobesas había sido estrechamente co­
ordinado entre la empresa y el gobierno.28También Rodríguez se vio
arrastrado al círculo conspirativo. Como resultado de las implica­
ciones más generales que para el gobierno tenían las acciones de la
seccional de Córdoba, el SMATA central tomó con la máxima serie­
dad las amenazas del Ministerio de Trabajo de despojar de la perso­
nería gremial al sindicato mecánico, lo que agravó la profunda an­
tipatía que ya sentía por los clasistas cordobeses e hizo obligatoria
una respuesta de la central; sólo era cuestión de tiempo.29 El 6 de
agosto, funcionarios de la empresa, Otero y una delegación del
SMATA encabezada por Rodríguez se reunieron para discutir la si­
tuación cordobesa. El 8, día en que el SMATA de Córdoba y el MSC
convocaron a un paro para protestar por el cierre de las plantas, el
SMATA central expulsó del sindicato a Salamanca y al resto de los
22 miembros del comité ejecutivo cordobés y decretó la suspensión
de la seccional, designando a un comité de vigilancia de Buenos Aires
para que asumiera el control. Siguiendo órdenes gubernamentales,
el Banco Central congeló los fondos sindicales en las cuentas de todo
, el país, en tanto Simó y el Ministerio de Trabajo de Córdoba ignora­
ron las peticiones para que se impugnaran las medidas del SMATA
central.30
Rodríguez se movió con rapidez para llevar a cabo la interven­
ción de la seccional Córdoba. El mismo día, el SMATA central publi­
có solicitadas de toda una página en diarios de Córdoba y Buenos
Aires denunciando a los clasistas y dando nuevo pábulo a rumores
que parecían trillados pero que todavía eran acusaciones aparente­
mente útiles acerca de unas supuestas conexiones siniestras de
Córdoba con intereses extranjeros. La huelga se caracterizó como
“una defensa de ideologías foráneas” y Rodríguez implicó a todo el
movimiento obrero cordobés cuando alegó que éste había envene­
364 E l Cordobazo

nado al SMATA local y estaba involucrado en "una conspiración de


la izquierda cipaya" ai servicio de las grandes empresas. Prometien­
do “acabar" con Córdoba, el secretario general del SMATA procuró
justificar la intervención, no sobre la base de las demandas de los
dirigentes locales, que él sabía eran respaldadas por las bases, sino
apelando a las lealtades peronistas de íos afiliados.31 Sin embargo,
su posición se complicaba a causa de los rumores de creciente des­
contento obrero en varias de las compañías automotrices instala­
das en Buenos Aires, incluyendo a su propia planta de Ford, y entre
los mecánicos del país se exaltaban los ánimos en favor de la huelga
cordobesa. A decir verdad, la desilusión de la clase obrera con el
Pacto Social era generalizada y proliferaban las huelgas salvajes,
especialmente en la industria automotriz.32
Una acción decisiva del movimiento obrero cordobés podría haber
frustrado los planes de Rodríguez, pero por diversas razones esa de­
cisión no estaba cercana. El paro del 8 de agosto de la CGT cordobesa
sólo había tenido un éxito moderado, dado que Atilio López y la UTA
estaban enredados en su propia lucha interna de poder y, en conse­
cuencia, la participación de los legalistas había quedado muy debili­
tada. López intentaba obtener su reelección en el sindicato de chofe­
res de ómnibus y recuperar el control de los gremios peronistas mili­
tantes y antiverticalistas de la ciudad, una pretensión que le ganó la
enemistad de la derecha peronista. Con el respaldo de los ortodoxos,
sus rivales sindicales formaron una lista de oposición para enfren­
tarlo en las elecciones del 17 de agosto. Asi, en una coyuntura crucial
los aliados del MSC dentro de la UTA estaban ocupados en cuestio­
nes internas y no se comprometieron con una huelga que los habría
expuesto a acusaciones aún mayores de deslealtad al gobierno pero­
nista por parte de la lista opositora. La ausencia de los legalistas en
ía manifestación pública en la Plaza Vélez Sarsfield eí 8 de agosto
debilitó la efectividad de la huelga, un hecho señalado con cierta
amargura por Salamanca en el discurso pronunciado allí.33
La huelga del MSC fracasó también por otras razones. Como
Tosco lo señalaría más adelante, resultó imposible efectuar una
movilización general de la clase obrera porque la dirigencia deí
SMATA, en un esfuerzo por mantenerse dentro de los límites legales
del Pacto Social, había decretado una medida de trabajo a desgano
y no una huelga directa. En muchas de las fábricas más pequeñas
afiliadas al SMATA había considerables dificultades técnicas para
llevar adelante esa medida en vez de una suspensión lisa y llana de
la producción, y los trabajadores de las plantas de Ford-Transax,
Grandes Motores Diesel e ílasa fueron obligados a permanecer en
sus puestos.34 No obstante, los deslucidos resultados de la huelga
no podían atribuirse simplemente a esos factores fortuitos; también
Patria m etalúrgica , patria socialista. 365

tenían una explicación política. Era claro que la implacable campa­


ña de propaganda del gobierno y la burocracia sindical peronista
comenzaba a tener algún efecto sobre la abrumadoramente pero­
nista clase obrera cordobesa. En todos los sindicatos donde existía
una oposición peronista, las relaciones entre ésta y la conducción
izquierdista se habían deteriorado agudamente en el último año de
régimen justiciaíista, Incluso en la pluralista Luz y Fuerza los pero­
nistas de Sixto Cebailos habían roto virtualmente el diálogo con
Tosco y entrado en negociaciones con la conducción de la CGT en
Buenos Aires (las que culminarían de manera ignominiosa en su
cooperación con el gobierno cuando éste se apoderó del sindicato
en octubre). Como sucedió en muchos gremios, los peronistas de
Luz y Fuerza se oponían a una huelga de solidaridad con íos clasis­
tas del SMATA porque la consideraban como esencialmente política
y dirigida contra el gobierno justicialista.35 El resultado fue una
huelga decepcionante en un momento en que era necesaria una
convincente demostración de fuerza para evitar que tanto el gobier­
no como las centrales gremiales interfirieran en los asuntos labora­
les cordobeses. De allí en más, el MSC prácticamente dejó de exis­
tir, y los sindicatos cordobeses militantes se fragmentaron en su
tradicional trinidad legalista, independiente y clasista.

Rodríguez limitó su purga en Córdoba al comité ejecutivo del


SMATA, prefiriendo ignorar por el momento el problema más espi­
noso de los muchos delegados clasistas. Así, se ahorró al SMATA
cordobés la expulsión masiva de activistas sindicales que había
seguido al hundimiento del movimiento clasistade Fiat En Ferreyra,
esta empresa había utilizado la oportunidad tanto para asestar un
golpe mortal al sindicalismo en el complejo como para llevar ade­
lante una gran reestructuración de su mano de obra. Rodríguez y el
SMATA central eran conscientes de los riesgos de una respuesta tan
drástica. Aunque la central deseaba erradicar toda huella de
clasismo en. Santa Isabel, esto difícilmente se conseguiría desman­
telando la totalidad del aparato sindical de la seccional más impor­
tante del interior, y mucho menos fiscalizando una campaña de
despidos masivos de la empresa que sin duda galvanizarían el res­
paldo de las bases al líder dasisía desalojado. A lo largo de las se­
manas siguientes, el pían de acción de la central consistió en prose­
guir su campaña política contra los clasistas, denunciando sus
designios antinacionales y su sabotaje deí programa económico
gubernamental, al mismo tiempo que intentaba impedir una reac­
ción de la empresa, tratando de mantener a raya a Renault hasta
que el sindicato pudiera aplicar todas las presiones del gobierno
366 E l Cordobazo

peronista y arrancar a la compañía concesiones que elevaran su


prestigio entre los trabajadores. Ya circulaban en las plantas rumo­
res de que la destitución de su conducción gremial era en realidad
una maniobra para reducir los costos laborales mediante despidos
y anular los logros obtenidos por la dirigencia clasista en los dos
últimos años. Los trabajadores tuvieron una confirmación gráfica
de sus sospechas el 14 de agosto, cuando Renault anunció planes
para echar a unos 2.800 obreros en respuesta al trabajo a desgano
y la resistencia en la base fabril que seguían coordinando los dele­
gados gremiales.36
En realidad, obtener el control del SMATA de Córdoba era mucho
más complicado de lo que Rodríguez podía haber imaginado, Más allá
de la persistente fortaleza de los delegados clasistas y la precipitada
conducta de la empresa con los despidos, la intervención corría peli­
gro por la identidad regional muy profunda del sindicato y las sospe­
chas de sus miembros acerca de la interferencia porteña en los asun­
tos del SMATA cordobés, que siempre habían caracterizado al gremio
y a sus afiliados, yaTueran clasistas, torristas o comunistas. Nume­
rosos incidentes producidos en los primeros meses de administra­
ción de la seccional por el SMATA central indicaron que los senti­
mientos de torristas y comunistas contra la intervención de los porte­
ños eran mucho más fuertes que cualquier necesidad compartida de
castigar a Salamanca y al depuesto comité ejecutivo clasista En la
fábrica Ford-Transax, donde los trabajadores habían asumido el con­
trol de la planta para protestar contraía destitución de la conducción
gremial» los obreros de Ford desaprobaron la política de la empresa
de dar preferencia a sus propias plantas de Buenos Aires en el desti­
no dado a la muy reducida producción de ejes que había acompaña­
do a la huelga. Los trabajadores que controlaban la planta, en un
ejercicio de la autogestión tan a menudo defendida en el discurso cla­
sista, anunciaron que en lo sucesivo se daría prioridad en la produc­
ción a las empresas cordobesas, específicamente IME e IKA-Renault.37
Una ocupación abortada del edificio sindical por los representantes
del SMATA central el 23 de agosto y un ulterior allanamiento policial
a la sede de los mecánicos desencadenaron un paro del SMATA cor­
dobés en toda la ciudad y violentos enfrentamientos con la policía.38
La generalizada participación de las bases en las ollas populares or­
ganizadas por los clasistas para los trabajadores despedidos creó un
sentimiento comunitario de solidaridad alrededor del conflicto, que
fortaleció la resolución de ías bases de resistir a la empresa, el gobier­
no y el SMATA central.39
Sin embargo, a pesar de estos signos alentadores también había
motivos de preocupación para los clasistas. El asesinato del direc­
tor de personal de IKA-Renault, Ricardo Goya, cometido por las
Patria metalúrgica, p atria socialista 367

Fuerzas Armadas Peronistas el 27 de agosto, tuvo sobre la posición


de aquéllos exactamente el mismo efecto negativo que habían teni­
do el secuestro y la muerte de Oberdán Sailustro por el Ejército Re-
volucionario del Pueblo en los últimos días de SITRAC-SITRAM. In­
capaz de controlar las acciones de la izquierda guerrillera y opuesta
a sus tácticas violentas, la conducción sindical local, no obstante,
fue implicada en la prensa y por los voceros gubernamentales y em­
presarios, una asociación que, sin duda, sembraba en la mente de
al menos algunos trabajadores la sospecha de que las acusaciones
divulgadas por Rodríguez acerca de los clasistas eran ciertas. Más
grave era que, a pesar de casi tres meses de conflicto, Salamanca y
el desalojado comité ejecutivo parecían tener escaso conocimiento
de la fatiga que comenzaba a asomar entre los trabajadores. En
parte, esto se debía al reducido contacto que mantenían con las
plantas. La ocupación policial de la sede gremial no sólo había sido
un serio golpe psicológico sino que, más importante, también hizo
que disminuyeran los vínculos entre la conducción y los trabajado­
res. Tosco permitió que ía dirigencia del SMATA utilizara el edificio
del sindicato de Luz y Fuerza, donde siguieron coordinando la resis­
tencia a través del cuerpo de delegados. Pero su prolongada ausen­
cia de las plantas y la pérdida de las facilidades gremiales, los fon­
dos del sindicato y la autoridad obstaculizaron sus esfuerzos y so­
cavaron lentamente su posición.
A lo largo de septiembre, los clasistas depuestos lucharon por
enfrentarse tanto a la empresa como a la central gremial, pero se
toparon con dificultades crecientes. Una estrategia estrechamente
coordinada entre Renault, Otero y Rodríguez produjo un acuerdo
por el cual la compañía se comprometía a revocar la mayoría de los
despidos recientes, otorgar a los trabajadores un aumento del 28%
y cumplir virtualmente todas las demás exigencias sindicales de la
última huelga.40Este comportamiento conciliatorio se planteó como
un agudo contraste a las aterradoras represalias por la persistencia
de la oposición. En septiembre y octubre, José López Rega y su re­
cientemente organizada Alianza Anticomunista Argentina (AAA)
desencadenaron una ola de terror y represión contra el movimiento
obrero cordobés en una escala nunca antes imaginada. Una de sus
primeras víctimas fue Alfredo Curutchet, el compañero abogado del
SITRAC que había seguido trabajando para los sindicatos cordobe­
ses disidentes, incluyendo al SMATA. Fue asesinado el 11 de sep­
tiembre en una de las primerísimas acciones de la AAA.41 Luego de
su velatorio en la sede de Luz y Fuerza, Tosco marchó junto con la
larga procesión fúnebre hasta el cementerio de San Jerónimo, con
la mano sobre el ataúd y la mirada sombría y fija en el frente, tal vez
con la premonición de las muertes que seguirían.
368 El Cordobazo

Cualquier presentimiento de un futuro ominoso que pudieran


haber tenido él y otros trabajadores cordobeses en ese momento se
vio fortalecido menos de una semana después con otro asesinato.
Desde su derrota en las recientes elecciones gremiales, Atilio López
había vuelto a trabajar como un chofer de ómnibus común y co­
rriente. Aunque fuera del poder en ía UTA, donde había sido venci­
do por escaso margen por una lista ortodoxa bien financiada y apo­
yada por el gobierno, López seguía siendo un símbolo, un poco
mancillado desde sus días como vicegobernador pero aún podero­
so, de ía combativa tradición obrera peronista de Córdoba. Era al­
guien que, desde la época del Cordobazo, había estado estrecha­
mente vinculado con los sindicatos izquierdistas de la ciudad. El 16
de septiembre fue secuestrado por la AAA, que abandonó su cuerpo
acribillado a balazos en un baldío de las afueras de Buenos Aires.42
Las oraciones fúnebres de Tosco ante las tumbas de Curutchet y
López fueron grandes acontecimientos públicos, efusiones populares
de dolor en las cuales quedaron olvidadas las diferencias políticas del
pasado entre legalistas, independientes y clasistas. Sus elogios fueron
algo más que gestos de respeto hacia dos compañeros caldos. Eran
advertencias a todos íos sindicatos disidentes de la ciudad en el senti­
do de que esas muertes eran el comienzo de una campaña sistemática
de exterminio. Los asesinatos de Curutchet y López fueron la inaugu­
ración de lo que Tosco describiría ulteriormente como la “reacción fas-
cista” de los sectores derechistas del peronismo, el comienzo de una
campaña nacional de terror que tuvo su epicentro en Córdoba.43
A decir verdad, quedaban pocas dudas de que la ciudad había
sido elegida como blanco de una sangrienta purga política. Los
contrarrevolucionarios estaban probando ser más eficaces que la
izquierda revolucionaría, proletaria o guerrillera. Los activistas gre­
miales y partidarios fueron muertos por docenas, y una sensación
de temor y desesperación se apoderó hasta de los más curtidos y
experimentados veteranos en lo que había sido durante mucho tiem­
po un tempestuoso ambiente político. Córdoba había sufrido repre­
siones en el pasado, pero esta nueva situación difícilmente podía
compararse con nada de lo antes visto. Rara vez se había recurrido
a los asesinatos políticos sistemáticos, incluso después de íos le­
vantamientos de 1969 y 1971. Sin embargo, desde agosto, y en lo
sucesivo con una furiosa intensidad, la violencia se convirtió en un
método común de enfrentar a la oposición política, dirigida espe­
cialmente por la derecha contra la izquierda.

Fue en semejante clima donde los clasistas intentaron resistir el


accionar deí SMATA central y salvar su autoridad gremial. Los re­
Patria nietafúrgrca, patria socialista 369

sultados fueron los predecibles. Eí 23 de septiembre, los trabajado ­


res de las fábricas de Ford-Transax, Ilasa, Thompson Rameo y Gran­
des Motores Diesel votaron a favor de la propuesta de Salamanca de
proseguir con el trabajo a convenio en las plantas, pero lo más sig­
nificativo fue que los de IKA-Renault decidieron por escaso margen
el retorno a sus tareas por un período de diez días, a fin de dar a la
empresa la oportunidad de cumplir la promesa del aumento salarial.4,1
El 4 de octubre se les unió el resto de los trabajadores del SMATA.
Percibiendo la debilidad momentánea de las filas clasistas, unidades
del ejército allanaron poco después el edificio de Luz y Fuerza y detu­
vieron al subsecretario general del SMATA, Roque Romero, y a varios
otros miembros del ex comité ejecutivo que trabajaban allí, donde
estaba instalada la sede provisoria del sindicato. Salamanca, que
recientemente había regresado a su empleo en la forja, y el resto de
íos clasistas del gremio se ocultaron de inmediato.45
La huelga del SMATA había sido un catastrófico desacierto tác­
tico de los clasistas, en particular Salamanca. Prácticamente ha­
bían dilapidado la profunda reserva de buena disposición y apoyo
de las bases ganados gracias a duras negociaciones y una conduc­
ción honesta desde su elección a principios de 1972. La huelga
había brindado a sus enemigos de la empresa, al gobierno y al
SMATA central un pretexto perfecto para urdir y llevar a cabo su
eliminación. Tras haber subestimado erróneamente la susceptibi­
lidad de los trabajadores a las acusaciones de que sus dirigentes
saboteaban al gobierno peronista, habían enredado precipitada­
mente al sindicato en un conflicto prolongado y enervante conde­
nado desde el inicio.
No obstante, los dos años de conducción clasista habían dejado
un legado que los trabajadores del SMATA no olvidarían con facili­
dad. La actitud vigilante en la protección de sus afiliados en la base
fabril, sus esfuerzos exitosos para restablecer el sábado inglés y su
genuina democracia dei lugar de trabajo eran intachables fuentes
de prestigio. Por otra parte, el resentimiento de los trabajadores con
Rodríguez y la delegación porteña enviada a administrar el sindica­
to creció a medida que se difundían las noticias de las detenciones.
La fuerte identidad regional, que había sido un elemento importan­
te-en la historia de la clase obrera cordobesa, en las movilizaciones
de la CGTA, en el Cordobazo y en la historia del mismo clasismo,
volvía a la superficie. A decir verdad, a comienzos de los años seten­
ta los términos porteño, traidor y burócrata virtualmente se habían
convertido en sinónimos en el argot obrero local, y expresaban acti­
tudes de desconfianza y desdén que eran ampliamente compartidas
por los trabajadores cordobeses, pero que tenían una fuerza espe­
cial entre los mecánicos de la ciudad.
370 El Cordobazo

El respeto por los logros de los clasistas, combinado con la dura


indiferencia de la central del SMATA por las sensibilidades regiona­
les, unieron rápidamente a los trabajadores del SMATA cordobés en
apoyo a sus acosados ex dirigentes. El 10 de octubre, el reciente­
mente designado interventor de Córdoba, brigadier Raúl Oscar
Lacabanne, visitó la sede central del sindicato, donde disfrutó de
los elogios de Rodríguez por haber “terminado con la imagen de una
Córdoba marxista, cuando la provincia es en realidad peronista de
la cabeza a los pies”, en respuesta a lo cual el brigadier reconoció
con agradecimiento que “sin el apoyo de las 62 Organizaciones y la
CGT local no podría haberse hecho nada” y aseguró que “estaban
limpiando la ciudad de lo poco que queda”,46El 6 de noviembre, sin
embargo, los trabajadores del SMATA cordobés dieron a la conduc­
ción clasista un voto de confianza que ésta necesitaba con urgen­
cia, cuando abandonaron sus tareas en la mayoría de las plantas
afiliadas al sindicato para exigir el retiro de los emisarios de Rodrí­
guez y el retomo de los dirigentes locales electos.47 La decisión de
septiembre de regresar a las plantas había sido una reprimenda pero
no un repudio al comité ejecutivo. El movimiento de delegados se­
guía siendo fuerte en los puestos de trabajo, y aunque Rodríguez
podía ocupar el edificio sindical y embargar sus activos, no podía
controlar el corazón y la mente de los trabajadores de IKA-Renault
o quebrar la resolución de los activistas de las plantas del SMATA
de resistir allí donde era más eficaz hacerlo: en el lugar de la pro­
ducción.
Tosco, entre tanto, intentaba reconstruir una nueva alianza sin-
dical disidente. En septiembre había sido el anfitrión de un congre­
so gremial nacional en Tucumán, el Plenario Nacional de Gremios
en Conflicto, e invitado a pilares fundamentales del sindicalismo
combativo como los gráficos de Ongaro y los trabajadores azucare­
ros de Tucumán, así como a sindicatos como el de estatales de Ro­
sario y el de periodistas de Buenos Aires donde la izquierda peronis­
ta, ya se tratara de la Juventud Trabajadora Peronista o el Peronis­
mo de Base, tenía una fuerte presencia. Tosco asumía una vez más
la posición política realista. Sintiendo que la fortuna política del
clasismo había menguado considerablemente con el retomo del
peronismo al gobierno, procuraba promover las corrientes antiver-
ticalistas que estaban entonces en acción dentro del movimiento
obrero peronista para compensar la relativa debilidad política del
movimiento sindicalista combativo.
La proscripción gubernamental de último momento del sindi­
cato de trabajadores del azúcar, que estaba envuelto en una más
de una larga serie de huelgas contra los propietarios de los inge­
nios, y la detención allí de los principales dirigentes de la FOTIA,
Patria metalúrgica, patria socialista 371

obligaron a que el congreso se realizara clandestinamente. Éste


constituyó un comité de resistencia nacional, Ía Coordinadora de
Lucha Sindical, para coordinar la oposición al programa económi­
co del gobierno y las medidas verticalistas de la CGT.48 Aunque
sería incapaz de coordinar eficazmente la oposición obrera en el
nivel nacional, este comité multiplicaría las numerosas comisio­
nes de resistencia conocidas como coordinadoras, que trabajarían
con eficacia en el plano local y, en el caso de Córdoba, en el plano
provincial durante 1975.
Conservando intacto su status de principales opositores gremia-
. les al gobierno y la burocracia sindical, ios trabajadores lucifuer­
cistas de Córdoba se convirtieron naturalmente en un blanco pri­
vilegiado de los ataques terroristas de la AAA y la derecha peronis­
ta. Sin embargo, una prohibición lisa y llana del sindicato por el
gobierno era problemática. Además del hecho de que Luz y Fuerza
estaba protegido por su afiliación a un sindicato federal, una ac­
ción contra él era un gran riesgo a causa de la reputación nacional
de Tosco y el prestigio del sindicato en la clase obrera cordobesa,
incluyendo a gran parte de las bases peronistas. La legitimidad de
su conductor, su estatura como líder sindical de reputada
incorruptibiíidad y habilidad probada, habían sido demostradas
en las decisivas victorias electorales de su lista desde fines de la
década del cincuenta. Así, cualquier intervención gubernamental
se ganaría el repudio de muchos círculos políticos y gremiales. Por
la misma razón, eí gobierno no podía tolerar indefinidamente a
Tosco. Más qué cualquier otra figura, éste había sostenido la opo­
sición obrera y contribuido a realzar el vigor de la tradición sindi­
cal disidente de la ciudad. Mientras la seccional cordobesa del sin­
dicato de trabajadores de Luz y Fuerza continuara funcionando
con relativa libertad, habría en el movimiento obrero cordobés un
ala radicalizada considerable y tal vez preponderante. Luego de
varias semanas de indecisión, el gobierno tomó medidas contra el
sindicato sobre la base de su presunta participación en "activida­
des subversivas", enviando tropas del ejército a ocupar su sede el
10 de octubre, al día siguiente de las detenciones de los sindicalis­
tas del SMATA.43
La intervención directa del gobierno peronista en vez de la dé una
central gremial mediadora, como en el caso del SMATA, aseguró una
represión más severa. Tosco y el comité ejecutivo escaparon por
escaso margen al arresto y se ocultaron, por lo que las acciones del
gobierno se dirigieron así contra el sindicato mismo y no exclusiva­
mente contra su conducción. El gobernador de Córdoba, brigadier
Lacabanne, prohibió todas las asambleas gremiales, permitió el
saqueo de los archivos y la biblioteca del sindicato y fiscalizó la vir­
372 El Cordobazo

tual suspensión de todas las actividades sindicales, incluyendo las


de bienestar social/’0
Las represalias del gobierno contra los trabajadores de Luz y
Fuerza dieron a entender que el movimiento obrero cordobés había
perdido a su principal sostén espiritual. Hacia fin de año, la otrora
formidable alianza sindical militante se encontraba, al parecer, en
la confusión. Lacabanne aprovechó la ausencia de Tosco y la debi­
lidad momentánea de los sindicatos izquierdistas para anular la
personería gremial de los independientes, y Simó y la UOM presi­
dieron la reestructuración del hasta entonces pluralista movimien­
to obrero cordobés, purgando a la CGT local de sus elementos no
peronistas e integrándola plenamente a la estructura verticalista de
la CGT nacional.
La purga del movimiento obrero se vio facilitada por la furiosa
violencia política en la ciudad, que daba crédito a ía insistencia del
gobierno en que Córdoba se encontraba en un estado casi insurrec­
cional y parecía justificar remedios drásticos. El asesinato de diri­
gentes gremiales izquierdistas prosiguió, pero ahora la izquierda
respondió a la campaña de terror de la AAA y el gobierno con la suya
propia. La mayor parte de la violencia se producía entre la derecha
peronista y las organizaciones guerrilleras de izquierda. En los dos
primeros meses de 1974, se cometieron más de una docena de ase­
sinatos de funcionarios policiales, oficiales militares y figuras polí­
ticas, que culminaron el 26 de febrero con el secuestro y posterior
muerte del cónsul americano en Córdoba, John Patrick Egan. El
vigor de la izquierda guerrillera en la ciudad demostró ser mayor
que el del movimiento obrero disidente, y el gobierno parecía impo­
tente para detenerla.51
En contraste, a principios de 1975 la campaña de purgas gremia­
les parecía tener un éxito ilimitado. En todo el país los disidentes sin­
dicales habían sido eliminados, destituidos o conminados al silencio.
El punto central de la oposición obrera, Córdoba, había sido neutra­
lizado, por lo menos temporariamente. La estructura rígidamente
verticalista del movimiento obrero peronista parecía invulnerable, y
hasta el más entusiasta de los dirigentes gremiales militantes había
abandonado toda esperanza de constituir una confederación obrera
alternativa. Entre noviembre de 1974 y marzo de 1975, las huelgas
cayeron a su nivel más bajo en los tres años de gobierno justicialista,
y el Ministerio de Trabajo pudo utilizar la Ley de Seguridad para im­
pedir nuevas ocupaciones fabriles del tipo de ías que habían prolife-
rado en los primeros seis meses del régimen peronista.52

En 1975, el movimiento sindical radicalizado volvió a reanimar­


Patria metalúrgica, patria socialista 373

se parcialmente a causa de los conflictos que se produjeron en el


sindicato metalúrgico, especialmente en la disputa ininterrumpi­
da de la indócil seccional de Villa Constitución con la UOM cen­
tral. En marzo, las ciudades siderúrgicas junto al río Paraná ex­
plotaron por segunda vez en menos de un año. Los trabajadores
siderúrgicos habían exigido aumentos salariales y el control sindi­
cal de los ritmos de producción; también se alzaron en protesta
contra Lorenzo Miguel, la UOM central y los esfuerzos del gobierno
por negarse a reconocer la victoria de la lista opositora encabeza­
da por Alberto Piccinini, que había sido electa a fines de 1974. El
gobierno respondió de inmediato. Para justificar la eliminación de
una oposición perturbadora en el corazón de su aliado gremial más
importante, la UOM, el gobierno peronista afirmó haber descubier­
to un complot conspirativo para desestabilizar al país, que incluía
a Villa Constitución y a los sindicalistas cordobeses que estaban
en libertad. En marzo, fueron arrestados más de cuarenta activis­
tas gremiales, entre ellos Piccinini y el comité ejecutivo electo de la
seccional local.
Las detenciones fueron ía chispa de una protesta popular de una
semana de duración en Villa Constitución, a escala de ías grandes
rebeliones urbanas cordobesas de 1969 y 1971. Luego de ello, se
organizaron comités de huelga a fin de prepararse para un enfren­
tamiento prolongado con el gobierno peronista- Desde su escondite
en un monasterio en la sierra cordobesa, Tosco envió una carta
expresando su solidaridad con los trabajadores en huelga y expuso
su creencia en que la suerte del movimiento sindical alternativo se
jugaría en Villa Constitución.53 La huelga terminó el 19 de mayo,
cuando el gobierno liberó a algunos de los activistas encarcelados y
Piccinini optó por una retirada táctica, impulsando a los trabajado­
res a retomar a las plantas. Pero dos meses de desafío habían sido
un gran logro y contribuido a frenar la campaña verticalista, como
Tosco lo había previsto. La huelga y el apoyo que había reunido de
la izquierda así como de la clase obrera peronista, incluyendo a otras
varias seccionales de la UOM, advirtieron a Miguel de la necesidad
de una política más vigilante.54
Sin embargo, más que la huelga de Villa Constitución, lo que salvó
a la beligerante oposición laboral fue el mar de fondo provocado por
la frustración de las bases con la misma restauración peronista.
Hacia mediados de 1975, el descontento obrero alcanzó un punto
crítico. El costo de vida llegó a aumentar un 21% en junio y 35% en
julio, y el país fue barrido por una serie de huelgas salvajes, gene­
ralmente en oposición a los dirigentes gremiales. El intento del go­
bierno de intervenir en la negociación de los convenios colectivos de
íos gremios claves produjo en general acuerdos desfavorables para
374 El Cordobazo

éstos y desencadenó protestas generalizadas y la creación de movi­


mientos de recuperación sindical entre los trabajadores. La indus­
tria automotriz fue la más afectada por estos movimientos de bases,
y sus aumentos salariales, que estaban muy por debajo de los con­
seguidos por la UOM, impulsaron paros, toma de rehenes y la exi­
gencia de renuncia de los dirigentes gremiales en Ford, GM y otras
plantas de Buenos Aires,
A principios de julio, la misma CGT abrió las compuertas del
descontento cuando, en un intento por recuperar el control de los
sindicatos, convocó a un paro general de 48 horas para íos días 7
y 8 de ese mes. Posteriormente denominada “Rodrigazo” en refe­
rencia al programa de austeridad del nuevo ministro de Economía,
Celestino Rodrigo, que la desencadenó, la huelga paralizó al país.55
El Rodrigazo reveló que al gobierno y la burocracia sindical Ies re­
sultaría cada vez más difícil mantener la disciplina laboral sobre
bases estrictamente políticas, y que la lealtad a un gobierno pero­
nista tenía limitaciones notorias bajo un programa económico que
afectaba adversamente los intereses obreros y al que los activistas
de base, tanto de la izquierda peronista como de la marxista, esta­
ban preparados a explotar. La misma CGT hizo de la renuncia de
José López Rega, el odiado consejero de la presidente Isabel Perón
y presunto arquitecto del nuevo plan, unai de sus exigencias prin­
cipales en el paro general, y con ello demostró que la jerarquía
gremial, asediada por movimientos de base, había comenzado a
oponerse al gobierno a causa de su necesidad de autopreserva-
ción.
En Córdoba, aún centro indisputado de la radicalización y opo­
sición obrera al verticalismo, el movimiento obrero disidente se ha­
bía recuperado de los reveses de fines de 1974 y volvía a desplegar
actividad en la movilización de los trabajadores. Si bien la orden
de arresto de Tosco seguía en vigor, el 13 de agosto de 1975 un
juez federal levantó todos los cargos contra el comité ejecutivo de
Luz y Fuerza, y la tradicional lista tosquista se preparó para
postularse a la reelección en los comicios sindicales de septiem­
bre. En fuga y con su salud disminuida, el mismo Tosco había for­
mado el Movimiento de Acción Sindical (MAS) para coordinar la
oposición obrera entre los antiverticalistas más recalcitrantes. Sin
embargo, también abandonó su insistencia de larga data en la
necesidad de mantener la independencia de la oposición sindical
con respecto a las estrategias militares y se acercó a la izquierda
guerrillera.
La estrecha amistad que había trabado con algunos miembros
del ERP durante sus largos meses de cárcel en la penitenciaría de
Rawson nunca lo había llevado a nada más que una discreta simpa­
Patria metalúrgica, patria socialista 375

tía y una actitud respetuosa, si bien ligeramente desconfiada, hacia


la vía armada Incuestionablemente, ia prioridad del líder lucifuer-
cista siempre había sido la construcción de una alianza obrera al­
ternativa, libre de lazos con organizaciones no obreras. Pero sepa­
rado de todo contacto con su propio sindicato y el movimiento obre­
ro cordobés y con los amargos resultados de la restauración pero­
nista aún frescos en su memoria —la deserción de López en 1973 y
luego las medidas represivas del gobierno en 1974— , Tosco jugó su
suerte a los grupos que hacían los esfuerzos más serios por captu­
rar el poder del Estado. Si bien en el pasado había expresado repe­
tidamente recelos sobre la lucha armada, ahora procuraba la uni­
dad de la izquierda y la participación de los sindicatos radicalizados
en una lucha revolucionaria.
La resistencia obrera cordobesa, sin embargo, se desarrolló con
amplia independencia de los reformulados designios estratégicos
de Tosco. Tanto en Córdoba como en el resto del país habían sur­
gido comités de resistencia o coordinadoras en oposición a Miguel,
Rodríguez y la jerarquía de la CGT en general, pero no estaban aso­
ciados a la izquierda guerrillera. A principios de junio, activistas
de las plantas de Fiat y las afiliadas al SMATA habían constituido
el más importante de estos comités de resistencia, la Mesa Provi­
soria de Gremios en Lucha, con lo que finalmente se había alcan­
zado en parte la largamente anhelada unidad de los mecánicos
cordobeses, si bien de una manera clandestina y subterránea.56Lo
más importante fue que esta coordinadora encabezada por los tra­
bajadores mecánicos hizo las veces de una especie de CGT parale­
la para unir a los sindicatos disidentes locales. En Córdoba, las
bases no participaron activamente en la coordinadora, y la inter­
vención en la misma estaba casi exclusivamente limitada a los
delegados clasistas y activistas gremiales. Pero los trabajadores sí
adhirieron independientemente a huelgas dirigidas por la coordi­
nadora en la segunda mitad de 1975, en pro de mejores salarios y,
en el caso del SMATA, para exigir la liberación de la cárcel del co­
mité ejecutivo y la anulación de la orden de detención de Salaman­
ca.57 En las plantas del SMATA, la continuidad del poder de los
delegados clasistas quedó en evidencia por las frecuentes referen­
cias a ellos de la comisión directiva central y la Comisión Norma-
lizadora, que criticaban su papel de promotores de la agitación en
la base fabril y de organizadores de las huelgas salvajes en las plan­
tas.58A decir verdad, 1975 fue el año de mayor cantidad de paros
en el complejo IKA-Renault durante el tumultuoso período 1966-
1976 (Cuadro 9.2).
376 Eí Cordobazo

Cuadro 9.2. Paros laborales en el complejo de IKA-Renault


en Santa Isabel, 1967-1976

Año Paros Horas perdidas

1967 27 451.498
1968 _ _

1969 54 {enero-octubre) 882.585


1970 132 1.353.924
1971 46 613.344
1972 49 583.061
1973 61 670,447
1974 120 947.289
1975 219 1.755.596
1976 61 414.249

Fuente: Departamento de Relaciones industriales, Registros de ía em­


presa sobre paros laborales, Renault S.A., Santa Isabel, Argentina.

La administración por parte de Rodríguez del SMATA local había


demostrado ser un fracaso. Los emisarios gremiales de Buenos Ai­
res habían empleado una panoplia de métodos para erradicar la
presencia clasista de las plantas, incluyendo una campaña intensi-
va de adoctrinamiento y un sugestivo intento de atribuir al peronis­
mo la responsabilidad del Cordobazo, conscientes de cuán podero­
so era éste como símbolo para los clasistas y para los trabajadores
del SMATA en general.59 Pero los esfuerzos de la central por reafir­
mar su control sobre el sindicato se habían visto obstruidos por la
defensa que la jerarquía gremial peronista hacía del programa eco­
nómico conservador dei gobierno y también por la mala voluntad de
Renault para negociar nuevas concesiones con los interventores más
allá del aumento salarial de septiembre de 1974. Poco después de la
destitución de los clasistas, Renault se había encrespado ante la
solicitud del SMATA de que todos los fabricantes de automóviles
hicieran una contribución equivalente al 1% de sus ganancias anua­
les para los programas de bienestar social de los mecánicos y acep­
taran la participación de una delegación gremial en las futuras re­
uniones con el gobierno.60En rigor de verdad, desde el punto de vista
de la multinacional francesa las luchas entre los peronistas y los
clasistas se transformaron en un asunto de importancia secunda­
ria, dado que la empresa se enfrentaba a las erráticas políticas eco­
nómicas del gobierno, la inflación desbocada y las desastrosas con­
Patria metalúrgica, patria socialista 377

diciones del mercado. Renault también percibía la íalta de legitimi­


dad que ía conducción sindical impuesta tenia entre los trabajado­
res y por lo tanto su incapacidad para disciplinar eficazmente a las
bases. Hacia mediados de 1975, la empresa ignoraba virtualmente
a los interventores gremiales y trataba directamente con comités de
planta extraoficiales que incluían tanto a clasistas como a toiristas
que, en todos los aspectos prácticos, representaban ahora a la mano
de obra de ÍKA-Renault.
Los funcionarios empresariales comprendieron que los dirigen­
tes sindicales peronistas, asediados por las bases, intentarían, en
su esfuerzo por apuntalar su erosionada autoridad entre los traba­
jadores, hacer que pagaran las compañías. ÍKA-Renault, al menos,
no estaba en condiciones de hacer tales concesiones. A fines de
1975, íúncionarios de ía empresa señalaron que en los últimos cin­
co años no se habían comprobado mejoras en la productividad.
Durante el último año, las condiciones de trabajo en las plantas se
habían deteriorado gravemente; al mismo tiempo, la provisión errá­
tica de partes y componentes, y con ello los ajustes diarios en el
proceso de producción que provocaban la repetida entrada y salida
de los trabajadores de las categorías, habían ocasionado tasas de
ausentismo de proporciones alarmantes, de entre el 15 y el 20%.61
IKA-Renault se tambaleaba al filo de la bancarrota, porque a todos
estos problemas se agregaban los más de 64 millones de dólares en
préstamos vencidos que debía a la casa matriz. La variación del tipo
de cambio resultante de la inflación galopante hacía que su reem­
bolso, en un momento de depresión de las ventas, fuera virtualmente
imposible.62
Como la amenaza planteada en la base fabril por los clasistas le
parecía menos grave que la falta de un interlocutor sindical efecti­
vo, Renault demostró ser un socio mal dispuesto en el intento del
SMATA central por restablecer su autoridad en las plantas cordobe­
sas. La necesidad urgente que tenía el SMATA de afirmar su control
de la seccional Córdoba se hizo más acuciante a causa del peligro
inminente de que el sindicato de trabajadores mecánicos perdiera
su poder e influencia dentro del movimiento obrero peronista. Como
la industria automotriz seguía siendo un semillero de militancia y
por lo tanto un riesgo para su programa económico, a principios de
1975 el gobierno dio señales de su intención de otorgar la jurisdic­
ción de los aproximadamente 120.000 trabajadores del automóvil a
su principal aliado gremial y potencialmente un guardián más efi­
caz de la disciplina en la clase obrera, la UOM.63
En respuesta tanto a Renault como al gobierno, el SMATA cen­
tral modificó su táctica después de los levantamientos del Rodriga-
zo. Comenzó a criticar el plan económico gubernamental y se com­
378 Eí Cordobazo

prometió en una campaña militante en favor de aumentos salaria­


les para sus afiliados, los que se otorgaron en noviembre de ese
año.64 En esos mismos meses la influencia clasista en ías plantas
comenzó a declinar agudamente. En parte esto era el resultado del
cambio de táctica de la central, pero principalmente la consecuen­
cia del agotamiento existente en la seccional a causa del cargado
ambiente político, que se había iniciado con la rebelión de la CGTA
y se intensificó con posterioridad al Cordobazo. Entre los trabajado­
res mecánicos cordobeses había empezado a aparecer cierto can­
sancio, y cuando comenzaron a circular rumores acerca de la inmi­
nencia de un golpe militar y la caída de un gobierno peronista que
había constituido una amarga decepción, se reconciliaron con la idea
de que la central les proporcionaba cierto grado de protección que
los clasistas, fuera del poder y ahora claramente con escasas posi­
bilidades de recuperarlo, no podrían brindarles.

La historia personal de Salamanca fue el testimonio más elocuen­


te de la defunción del clasismo. Sus vínculos con los trabajadores se
debilitaron en 1975, mientras los que tenía con el aparato del PCR
se estrechaban y se hacían más restrictivos. Sin el sindicato, Sala­
manca podía encontrar una salida para sus opiniones pero no para
sus ambiciones, y mucho menos para sus sueños revolucionarios.
Su falta de pelos en la lengua y su personalidad de renegado no sen­
taban bien a la jerarquía del PCR en Buenos Aires, que apenas ha­
bía tolerado sus actitudes cuando era secretario general del sindi­
cato industrial más importante del interior de la Argentina y el miem­
bro del partido con el mayor perfil político del país. Pronto empeza­
ron a circular rumores de que tenía conexiones soviéticas, una acu­
sación más mortal que ninguna otra en el conspirativo mundo del
PCR. Hacia fines de 1975, Salamanca se había convertido en un pri­
sionero de las contradicciones de su propio partido. Si bien no ha­
bía sido uno de los arquitectos de la pasmosa voltereta de éste, que
pasó a apoyar al gobierno de Isabel Perón, no la criticaba. En su
última carta a los trabajadores del SMATA, repitió como un loro las
obsesiones conspirativas del PCR, ya fuera porque olvidaba la rea­
lidad o porque seguía directivas partidarias para ignorar las verda­
deras preocupaciones de los mecánicos. Pero para ese entonces las
suyas eran políticamente palabras huecas, apenas los débiles es­
tertores de muerte del clasismo cordobés.65
La otra figura dirigente de la clase obrera cordobesa, Agustín Tos­
co, murió antes de tener que ser testigo del hundimiento del movi­
miento obrero disidente que tanto había hecho para crear. Los largos
años de cárcel y sus últimos meses en fuga habían minado su otrora
Patria metalúrgica, patria socialista 379

robusta figura, reduciéndolo a la debilidad. Afectado por varias en­


fermedades, su último tormento fue un forúnculo en el cuello que,
por falta de atención, se había convertido en un absceso e infectado
su torrente sanguíneo. Como en octubre su estado empeoró constan­
temente, se modificaron los planes para sacarlo clandestinamente de
la Argentina y llevarlo a México; él insistió en que se quedaría en el
país. Aceptando una oferta del ERP para trasladarlo a Buenos Aires,
se dirigió a la Capital. Allí recibió una dosis masiva de antibióticos
que resultó ser demasiado para su debilitado organismo, provocán­
dole un ataque cardíaco fatal el 5 de noviembre.66El velatorio público
de Tosco y el cortejo fúnebre, una marcha de decenas de miles de
personas a lo largo de las calles de Córdoba, fueron una de las mayo­
res efusiones públicas de dolor de la historia cordobesa, comparable
a la de Perón, que había tenido lugar poco más de un año antes. Ante
su tumba en el cementerio de San Jerónimo, cerca de los barrios
donde sólo seis años atrás se había encontrado en las barricadas
durante el Cordobazo, trabajadores, estudiantes y ciudadanos comu­
nes y corrientes escucharon los elogios fúnebres y observaron cómo
policías y tropas del ejército entraban en fila al área del cementerio.
Los hechos mismos ocurridos en éste se convirtieron en una especie
de metáfora de la muerte de la izquierda sindical cordobesa. Las pullas
- de la multitud contra las fuerzas de seguridad fueron contestadas
con disparos qüe pusieron en fuga a los dolientes, y el ataúd de Tosco
quedó a la espera de un entierro solitario en el mausoleo de Luz y
Fuerza más tarde ese mismo día.67
Donde más inmediatamente se sintió la significación de su muer­
te fue, desde luego, en su propio sindicato. En éste, muchos de los
trabajadores que habían sobrellevado persecuciones mientras Tos­
co vivía fueron reacios a transferir su obediencia a sus sucesores.
El abatimiento era grande, aunque también es posible, como lo
sugirió una investigadora,68que muchos hayan sentido cierto alivio
ante el hecho de que la prominente participación política del sindi­
cato hubiera llegado a su fin. La aflicción y confusión de los colabo­
radores de Tosco, la pérdida de su líder y conciencia moral y la re­
novación de la campaña de terror contra ellos, ahora conducida,
ominosamente, por los militares antes que por la AAA y la derecha
peronista, forzaron a una serie de activistas de Luz y Fuerza a es­
conderse e intimidaron y silenciaron a la mayoría de los trabajado­
res. Poco antes, los lucifuercistas habían repudiado la intervención
gubernamental en su sindicato con la victoria de la lista de Tosco en
las elecciones gremiales del 11 de septiembre, demostrando que el
respaldo a las políticas generales del sindicato era tan fuerte como
siempre. Pero la voluntad de resistir había desaparecido, y muchos
se prepararon para lo peor cuando la ineficacia del gobierno de Isa­
380 El Cordobazo

bel Perón pareció invitar casi intencionalmente a un nuevo golpe


militar.
Los trabajadores mecánicos cordobeses también se vieron afec­
tados por la lobreguez que acompañó los últimos días del gobierno
en el poder. La crisis que había hecho erupción en el movimiento
obrero, los motines de Villa Constitución y las seccionales de otros
sindicatos, las movilizaciones y repudio de las bases al uertícalismo
y la patria metalúrgica y la lucha contra el programa económico
gubernamental —todo lo cual había ocurrido a lo largo de los casi
tres años de régimen peronista— indudablemente no podían ser sos­
tenidos por los cíasistas de Fíat o el SMATA. A principios de 1976
las coordinadoras se habían desintegrado, y los clasistas que aún
militaban en los lugares de trabajo estaban cada vez más aislados.
Las movilizaciones obreras que en lo sucesivo se produjeron en las
plantas automotrices de la ciudad no fueron en oposición al
uerticalismoy mucho menos aspiraban al derrocamiento del capita­
lismo argentino. Ahora serían estrictamente defensivas, en respues­
ta directa a la inflación desbocada y los salarios inadecuados; ías
encabezarían las propias centrales de la UOM y el SMATA, dado que
éstas trataban de fortalecer su posición entre las bases y forzar un
cambio de dirección por parte deí gobierno, que era cada vez más
indiferente a las súplicas de sus aíiados gremiales.
Las huelgas cordobesas habían perdido su antiguo poder, A prin­
cipios de 1976, a Renault, mucho más que los problemas laborales,
la preocupaban sus esfuerzos por “argentinizar” sus operaciones y
convencer al gobierno de que se convirtiera en su socio a través de
una fusión de las actividades de IME e IKA-Renault o de lo contrario
se retiraría completamente de la Argentina.69 En rigor de verdad,
ahora casi agradecía los paros, que ayudaban a la empresa a redu­
cir sus costos en un momento de hundimiento de las ventas y ma­
gras ganancias.70
En el plano nacional, las luchas internas de poder del movimien­
to obrero peronista y su creciente alejamiento del gobierno mina­
ban cualquier esperanza que tuvieran los caciques gremiales de
restablecer la clase de influencia y poder de que habían gozado en
los días de Vandor. La tercera gran figura del movimiento sindical
disidente, Raimundo Ongaro, abandonó eí país para irse a vivir al
exilio en Perú cuando fue liberado de la cárcel en agosto. La ame­
naza a íos caciques sindicales, sin embargo, ya no provenía de fi­
guras equivalentes a la de Ongaro sino de las luchas que libraban
entre sí.
Después de que se hiciera evidente que la UOM monopolizaría el
poder y la influencia gremial como principal interlocutor laboral del
gobierno peronista, el SMATA reanudó su disputa de larga data con
Patria metalúrgica, patria socialista 381

el sindicato metalúrgico. Rodríguez había hecho progresos conside­


rables en la centralización del aparato gremial de los mecánicos,
permitiendo con ello que el SMATA se convirtiera en un rival respe­
table de los metalúrgicos. Además de eliminar a las corrientes inter­
nas disidentes, en particular controlando a ía molesta seccional
cordobesa, había centralizado aún más el trámite de las negociacio­
nes colectivas con el convenio firmado por los mecánicos en los días
posteriores al Rodrigado, que establecía una escala salarial general
para todas las categorías de la industria. De este modo, quedaba
eliminada la tradicional fuente de poder de seccionales locales como
ía de Córdoba; las negociaciones directas con las empresas y la in­
dependencia con respecto a Buenos Aires.71 No obstante, la feroz
rivalidad entre la UOM y el SMATA por el control del movimiento
obrero obstruyó los esfuerzos de ambos por reafirmar su dominio
sobre sus bases a través de negociaciones colectivas centralizadas.
Cada uno de ellos había tratado de superar al otro en las conversa­
ciones de 1975 sobre los convenios, trabando con ello los acuerdos
finales y creando condiciones que permitieron a los activistas de base
explotar la inseguridad y la agitación en los lugares de trabajo, es­
pecialmente en Córdoba pero también en otras plantas como el com­
plejo de Ford, un baluarte tradicional de sentimientos antiburo­
cráticos y militancia de base entre las fábricas de Buenos Aires.72
Hacia fin de año, si bien los disidentes de base eran menos en Cór­
doba, seguían activos en las plantas de Buenos Aires; el control deí
SMATA central estaba sólo formalmente instalado.
El ajuste final de cuentas llegó el 14 de noviembre de 1975, cuan­
do por fin se hicieron realidad los temores más profundos del
SMATA, al otorgar el gobierno a la UOM la jurisdicción sobre los
trabajadores mecánicos. La decisión del Ministerio de Trabajo (íau-
do 29/75) había pendido sobre los mecánicos desde principios de
año. Eí 26 de noviembre, aproximadamente 40.000 trabajadores del
SMATA se reunieron en el Luna Park y marcharon al Congreso para
protestar por la intromisión de la UOM en su sindicato y los inten­
tos del gobierno y Lorenzo Miguel para anexarlo.
Esa anexión se consumó justo cuando el gobierno peronista in­
gresaba en los últimos días de un periodo tumultuoso y dominado
por las crisis de tres años en el poder.73El principio del verticalismo
se había llevado hasta su fin último; el poder sindical había sido
centralizado. Pero no fue suficiente para impedir que el 24 de marzo
de 1976 cayera un gobierno moribundo y desacreditado. En reali­
dad, el verticalista movimiento obrero peronista no era capaz de
ofrecer la más mínima resistencia contra un golpe militar que
instauraría un régimen salvajemente represivo, que cobraría las
vidas de miles de trabajadores y perseguiría y hostigaría al movi-
382 El Cordobazo

miento obrero hasta llevarlo en los años siguientes a una posición


marginal en la vida política del país.
En Córdoba, una serie de acontecimientos, algunos premedita­
dos y otros fortuitos, habían conspirado para derrotar a los sindica­
tos disidentes de la ciudad y socavar su tradición obrera militante.
El movimiento obrero cordobés se incorporó al de la nación, y las
posibilidades que antaño ofreciera a la clase obrera y la izquierda se
desvanecieron. Hacia la época del golpe, pocos de los que aún esta­
ban vivos y en libertad imaginaban seriamente una alternativa al
sindicalismo peronista basada en los sindicatos cordobeses. Cuan­
do el más importante de los dirigentes clasistas todavía activos,
Salamanca, cayó en manos del gobierno el mismo día del golpe, el
hecho fue más significativo por su efecto simbólico que por su rele­
vancia política. En el momento de su desaparición y posterior ase­
sinato en el campo de concentración de La Perla varias semanas
después, no sólo el clasismo sino también los sindicatos cordobeses
habían dejado de representar una amenaza para los caciques gre­
miales peronistas o el golpeado pero difícilmente agonizante orden
capitalista de la Argentina. Los poderes combinados del Estado, sus
cofrades gremiales en el movimiento obrero peronista y las propias
contradicciones y debilidad fatal del movimiento sindical disidente
de Córdoba habían sido suficientes para garantizar que, si iba a
haber una revolución en ía Argentina, se haría sin ios sindicatos
cordobeses.

NOTAS

1Oscar Anzorena, Tiempo de violencia y de utopia (Buenos Aires: Edito­


rial Contrapunto, 1988), p. 291; Ronaldo Munck, Argentina: FromAnar-
chismto Peronism: Workers, Uníons, Politics, 1855-1985 (Londres: Zed Books
Ltd., 1987}, p. 196.
2María Beatriz Nofal, Absentee Entrepreneurship and the Dynamics of
the Motor Vehicle Industry ín Argentina (Nueva York: Praeger Publishers,
1989}, pp. 53-54.
3Ibid., pp. 37-38.
*Ibid., p. 47.
5 Entrevista con Alfredo Martini, secretario general de la UOM cordobesa
entre 1974 y 1976, Córdoba, 27 de julio de 1987: Informe, Servicio de Do­
cumentación e Información Laboral, n° 181 (mayo de 1975), p. 21.
6Nofal, Absentee Entrepreneurship, p. 125.
7 Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Affaires Intemaüonales 0200, “A. Lucas, Argentine, finances et stratégie”,
carpeta "Poli tique”, carta del ingeniero Eduardo M. Huergo, presidente de
Patria metalúrgica, patria socialista 383

IKA-Renault, al doctor Gabriel Martínez, subsecretario de Comercio Exte­


rior, 7 de noviembre de 1973.
8Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Confederación Gene­
ral del Trabajo, 1970-71", carta abierta de ía CGT "Al pueblo de Córdoba",
21 de abril de 1970. La CGT describe el estado de la crisis: "Exigimos una
acción inmediata y decisiva por parte del gobierno para combatir la catás­
trofe que está atravesando la industria metalúrgica... talleres cerrados o
que trabajan al mínimo de su capacidad, suspensiones y despidos de obre­
ros, violación de la legislación laboral, todo atestigua con elocuencia una
decadencia pertinaz”. Sobre la crisis de la industria cordobesa y sus efectos
en la UOM, véase “El sindicalismo cordobés en la escalada”, Aquí y Ahora,
vol. 3, n° 26 (mayo de 1971}, pp. 11-14.
9Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Volantes de agrupa­
ciones varias, 1973-74”, volante “¿Qué es el Pacto Social y hasta dónde lle­
ga su contenido?", Peronismo de Base, Regional Córdoba, 13 de enero de
1974: un ejemplo de las críticas cada vez más ásperas al gobierno peronista
provenientes del miembro peronista más importante de la alianza clasista
del SMATA.
10“A! peronismo revolucionario”, El Obrero, n° 8 (28 de marzo de 1974),
p. 12, es representativo de los llamados hechos a la izquierda peronista por
las organizaciones marxistas durante estos meses.
n El movimiento del Peronismo de Base, cuyo eslogan en este momento
era “Desde las bases peronistas hacia la patria socialista”, no concurrió a la
concentración del Día del Trabajo como protesta contra la anunciada pre­
sencia de reconocidos representantes de la derecha peronista (José López
Rega, Raúl Lastiri y otros) junto a Perón. No obstante, aún se abstenía de
criticar abiertamente al propio presidente; La Voz del interior, 7 de mayo de'
1974, p. 14.
12Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, “CGT Congress", D740125-0646, mayo de 1974;
“Perón-CGT Meeting”, D740158-0718. junio de 1974.
13La Voz del Interior, 25 de mayo de 1974, p. 14.
14“El Movimiento Sindical Combativo frente al quinto aniversario del
Cordobazo”, Electrum, n° 453 (31 de mayo de 1974), p. 6.
15Juan Carlos Torre, Los sindicatos en eí gobierno, 1973-76 (Buenos
Aires: Centro Editor de América Latina, 1983), pp. 118-119.
'6Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 173 (ju­
lio de 1974), p. 287.
17Entrevista con Roberto Nágera, delegado clasista de la planta de Ford
Transax entre 1972 y 1974, Córdoba, 25 de julio de 1991. Tuve acceso a la
colección de literatura política de estos años existente en el Departamento
de Relaciones Industriales de Renault. El escaso volumen del material, que
los funcionarios de la empresa nunca coleccionaron sistemáticamente y que
sin duda representa sólo una fracción de lo que realmente aparecía en las
plantas, refleja con claridad una situación en ía cual íos debates políticos y
la polarización de la vida política que se producía en el país en general tam­
bién se manifestaban en la base fabril.
384 £1 Cordobazo

w Entrevista con Roberto Nágera; Jorge Brega, ¿Ha muerto el comunis­


mo? El maoísmo en la Argentina: conversaciones con Otto Vargas (Buenos
Aires: Editorial Agora, 1990), pp. 183-208.
10Archives du Ministére de ¡Industrie, París, informe de la embajada
francesa en Buenos Aires a Jean Sauvegnargues, ministro de Relaciones
Exteriores, “Le conflil IKA-Renault á Córdoba”, 13 de agosto de 1974. La
embajada francesa señalaba que las exigencias gremiales adicionales, como
la libertad de todos los presos políticos, estaban evidentemente más allá de
las facultades de la empresa y que la huelga tenía básicamente la intención
de desacreditar el Pacto Social, a la conducción gremial peronista que, lo
respaldaba y, en última instancia, ai gobierno peronista, algo que, según
percibía con astucia, era una fuente de conflicto potencial niente fatal para
los trabajadores peronistas de IKA-RenaulL
20Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 174
(agosto de 1974), p. 326,
21Renault aclaró su posición en una carta abierta a los trabajadores: “A
todo el personal”, Departamento de Relaciones Industriales, Renault Ar­
gentina, Santa Isabel, 10 de julio de 1974.
22Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Services Financiers, carpeta "Financement intemational, 1974", documen­
to interno de la empresa “Le probléme syndical et ses répercussions
bancaires”, 23 de agosto de 1974.
23Ibid:, Direction des AJTaires Internationales, “A. Lucas, Argentine”,
carpeta “Comité Argentine”, documento “Reunión du Comité General n° 8’’,
23 de agosto de 1974. La Embajada de los Estados Unidos también expresó
su preocupación por los perjuicios que la huelga causaba a las empresas
automotrices de ese origen, dado que Ford, General Motors y Chrysler de­
pendían de la forja de Renault para sus propias plantas de montaje; Depar­
tamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con
los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en
Buenos Aires, “Economic Implications ofConflictin IKA-Renault”, D740215-
0924, agosto de 1974.
24La Voz del Interior, 19 de julio de 1974, p. 9; 23 de julio de 1974, p. 13.
25Ibid., 30 de julio de 1974, p. 9; 4 de agosto de 1974, p. 25.
26Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 174
(agosto de 1974), p. 328; Departamento de Estado de los Estados Unidos,
Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Em­
bajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Labor Implications of
Closure of IKA-Renault Automobile Plant”, D740214-0421, agosto de 1974.
27Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aíres, “Córdoba Union Defies Ministry of Labor
Ultimátum”, D740216-0286, agosto de 1974. Salamanca declaró: “Puede
ser que intervengan el sindicato, pero nosotros vamos a movilizar a los tra­
bajadores y a Rodríguez no se le permitirá entrar, lo que le deja dos opcio­
nes, con los trabajadores o contra ellos... la posición del Ministerio de Tra­
bajo es la de la empresa y cualquier decisión en favor de un arbitraje es
unilateral porque nunca se nos consultó. Rechazamos completamente todo
Patria metalúrgica, patria socialista 385

Intento verticalista dentro del movimiento obrero", Córdoba, 6 de agosto de


1974, p. 2.
?HGilíes Gleyze, "La Régie Naliónale des Usines Renault et l’Amérique
Latine depuis 1945, Brésil, Argentine, Colombíe". tesis de Maestría en
Humanidades, Universidad de París X-Nanterre, 1988, p. 175.
29Memoria y Balance, Sindicato de Mecánicos y Afínes del Transporte
Automotor, Buenos Aires, 1974-75, pp, 50-52. En uno de los muchos tele­
gramas enviados a ía seccional cordobesa durante esas semanas, la central
advertía: “Es necesario subrayar hasta qué punto ía actitud de ustedes
perjudica los intereses de los trabajadores, el riesgo que la seccional cordo­
besa hace correr a todo ei gremio en la medida en que nos enfrentamos a la
amenaza de la pérdida de nuestra personería gremial, lo que dejará a miles
de mecánicos de todo el país sin representación sindical”.
30Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 174
(agosto de i 974), pp. 330-331; Departamento de Estado de los Estados
Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos internos de la Argenti­
na, Embajada de ios Estados Unidos en Buenos Aires, “National Automobile
Workers Union íntervenes Córdoba Local”, D740221-1148, agosto de 1974.
31"Una seccional, Córdoba; plenarios, asambleas, congresos, resolucio­
nes”, Avance, n° 29 (septiembre de 1974), pp. 4-9; La Voz del Interior, 8 de
agosto de 1974, p. 9.
32Elizabeth Jelin, "Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76", Re­
vista Mexicana de Sociología, n° 2 (abril-junio de 1978), pp. 442-443; Ju-
dzth Evans, Paul Hoeffel y Daniel James, “Reflections on Argentine Auto
Workers and Their Uníons", en R. Kronishy K. Mericle, comps., The Political
Economy of the Latin American Motor Vehicle Industry {Cambridge, Mass.:
M1T Press, 1984), p. 153.
33Cíarín, 9 de agosto de 1974, p. 16.
34Christopher Knowles, “Revolutionary Trade Unionism in Argentina:
Interview witb Agustín Tosco", Radical America, 9 (mayo-junio de 1975), p.
29.
35Iris Marta Roldan, Sindicatos y protesta social en la Argentina, un es­
tudio de caso: el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, 1969-1974 (Amster-
dam: Center for Latin American Research and Documentaron, 1978), pp.
440-441.
36Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n" 174
(agosto de 1974), pp. 331-332.
37La Voz del Interior, 24 de septiembre de 1974, p. 11.
38Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 174
(agosto de 1974), p. 333.
39Córdoba, 24 de agosto de 1974, p. 3.
40Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76", pp. 442-443;
La Voz del Interior, 21 de septiembre de 1974, p. 13; Departamento de Es­
tado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos
Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Ai­
res, “Córdoba Automobile Workers Strike”, D740267-0940, septiembre de
1974,
41 Ignacio González Janzen, La Triple A (Buenos Aires: Editorial Con-
386 El Cordobazo

t.rapunto, 1986), pp. 128-129; La Voz del interior, 12 de septiembre de


1974, p, 9,
42La Voz del Interior, 17 de septiembre de 1974, p. 16; Departamento de
Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos
internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Ai­
res, “Legalist Peroníst Labor Leader Assassinated”, D740378-0478, septiem­
bre de 1974.
43Knowles, "Revolutionary Trade Unionism in Córdoba: interview with
Agustín Tosco”, p. 34.
'!4La Voz del Interior, 24 de septiembre de 1974, p. 11.
45Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, “Arrest Order íbrTosco and Salamanca", D740289-
0078, octubre de 1974.
4<i“SMATA recibió la visita del gobernador interventor de Córdoba, com­
pañero brigadier mayor Raúl Oscar Lacabanne”, Avance, n° 30 (octubre de
1974), pp. 40-41.
47Clarín, 8 de noviembre de 1974, p. 15. Clarín caracterizó los resultados de
esta huelga como magros. Los documentos de la empresa dicen lo contrario.
48£U?círum, n° 469 (20 de septiembre de 1974), p. 2; La Voz del Interior,
16 de septiembre de 1974, p. 6.
49Roldán, Sindicatos y protesta social, p. 402. El mismo día, el gobierno
detuvo a Ongaro y asumió el control del sindicato de trabajadores gráficos
de Buenos Aires.
50Ibid., pp. 403-404.
51Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina. Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, ‘‘Terrorism in Córdoba”, D750244-0699, julio dé
1975. .....................
52Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76”, pp. 441-442;
Torre, Los sindicatos en el gobierno, 1973-76, pp. 118-119.
53Agustín Tosco, “Carta a los compañeros de Villa Constitución”, en
Alberto J. Pía, comp., Historia de América, Proclamas y Documentos, vol. 3,
n° 46 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1985), pp. 164-168.
54Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados
Unidos en Buenos Aires, “Villa Constitución Strike”, D750159-0118, mayo
de 1975; “La lucha por la democracia sindical en la UOM de Villa Constitu­
ción”, Hechos y protagonistas de las luchas obreras argentinas, n° 7 (Bue­
nos Aires: Editorial Experiencía, 1984-85), pp. 50-75.
53Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 185 (ju­
lio de 1975}, pp. 52-69; Departamento de Estado de los Estados Unidos,
Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Em­
bajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Labor’s Confrontation with
Government”, D750228-0931, julio de 1975; “Renewed Strike Activity
Declared Subversive”, D750244-0529, julio de 1975.
56La Voz del Interior, 13 de junio de 1975, p. 13. Las “coordinadoras”
han sido extensamente estudiadas por André Thompson en “Labour
Patria metalúrgica, patria socialista 387

Struggles and Political Conflict, Argentina: The General Strike of 1975 and
the Crisis of Peronism through an Hislorical PerspecÜve", tesis de Maestría
en Humanidades, Instituto de Estudios Sociales, La Haya, 1982.
57La Voz del Interior, 26 de junio de 1975, p. 9; 14 de octubre de 1975,
p. 15.
r'8Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen ‘‘Volantes varios, 1975”,
comunicado gremial “A todos los compañeros de planta”, Comisión Ñor ma­
leadora, SMATA-Córdoba, 8 de mayo de 1975. Como el gobierno, también
el SMATA central veia la mano de los clasistas en la agitación laboral de
Villa Constitución: “Lo que está pasando es que la gente de Córdoba quiere
explotar la situación existente en Villa Constitución. Pero el SMATA no va
a permitirlo. Nunca lo permitiremos. Lo que es más: Salamanca y su gente,
nunca más en Córdoba. Todo eso se acabó”; “La verdad sobre lo que ocurre
en Córdoba”, Auance, n° 33 (mayo-junio de 1975), p. 29.
59Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1975”,
comunicado gremial “A los compañeros en el aniversario del Cordobazo",
Comisión Normalizadora, SMATA-Córdoba, 29 de mayo de 1975. La misiva
sindical declaraba; “El hecho histórico es que el verdadero protagonista del
Cordobazo fue el pueblo, un pueblo que fue, es y siempre será peronista.
Por ese motivo podemos afirmar que el Cordobazo fue peronista”.
60Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Affaires Internationales 0200, 1069, “A. Lucas, Argentine”, carpeta
"Rapports Missions Argentine”, carta de IKA-Renault a Alfred Lucas, jefe de
la División Latinoamericana de Renault, 4 de octubre de 1974, Córdoba.
Cl Ibid., 1066, “A. Lucas, Argentine, finances et stratégie", carpeta
“Stratégie", documento “Informe confidencial de M. Carlier a A. Lucas”, 15
de abril de 1975. El informe manifiesta: “El rendimiento se corregirá por sí
mismo el día en que los autos empiecen a salir completos de la línea. En
todo caso, en el momento actual es inútil emplear mano dura con el perso­
nal, dado que las condiciones en las que deben actuar son tales que tienen
todos los motivos para no trabajar”.
e2I b i d Direction des Services Financiers 0764, 108, “IKA 1975”, carta
de Jacques Graviére, tesorero de IKA-Renault, al Banco Central, Buenos
Aires, 16 de octubre de 1975.
63Los primeros ruidos sordos con respecto a la cuestión de la jurisdicción
aparecen a principios de 1975; en lo sucesivo se repiten con intensidad cre­
ciente; “Encuadramiento sindical”, Avance, n° 31 (enero de 1975), p. 30.
64Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1-975",
comunicado gremial ‘‘A todos los compañeros", Comisión Normalizadora,
SMATA-Córdoba, 19 de noviembre de 1975.
65René Salamanca, “A los compañeros mecánicos", en Hechos y protago­
nistas de las luchas obreras argentinas, n° 1 {Buenos Aires: Editorial Expe­
riencia, 1984), p. 24.
Los detalles sobre los últimos días de Tosco se basan en el testimonio
de activistas de Luz y Fuerza y también en el de Juan Canelles, que había
sido activista gremial comunista en el sindicato de la construcción de Cór­
doba en la época del Cordobazo y era íntimo amigo personal de Tosco y el
intermediario en el arreglo para que el ERP lo trasladara a Buenos Aires.
388 El Cordobazo

1,1La Voz del Interior, 8 de noviembre de 1975, pp. 15 y 17; Departamen­


to de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los
Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en
Buenos Aires, “Leftist Labor Leader Tosco Dead”, D750388-0490, novieiri'
bre de 1975; el obituario de Tosco aparece en Christopher Knowles, “On the
Death oí Agustín Tosco". Radical. America, vol. 10 (marzo-abril de 1976),
pp. 71-74.
,iSRoldán, Sindicatos y protesta social p. 413.
Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction Juridi-
que 0734, 3686, carpeta "Argentine: eludes sur ÍKA-Rcnauit”, carta de
Mareel Carlier a A. Lucas, 30 de abril de 1976. Renault abandonó la idea de
la fusión entre IME e IKA cuando se hizo evidente que la Fuerza Aérea no
estaba dispuesta a dejar su jurisdicción tradicional y que el gobierno pero­
nista no podía hacer las inversiones necesarias a fin de convertir las insta­
laciones de IME a la fabricación de motores para las plantas de Renault, tal
como lo imaginaban los franceses. La decisión de abandonar la Argentina
se pospuso, ya que la empresa depositó sus esperanzas en la buena volun­
tad del nuevo gobierno militar para derogar la deletérea legislación peronis­
ta con respecto a la industria automotriz y estabilizar ía economía*
70Direction des Services Financiers 0764, 276, Finance Internationale,
“Argentine, 1976”, caita de Renault Argentina S.A. a A. Lucas, Buenos Ai­
res, 22 de enero de 1976. "Hemos sido ayudados por una serie de huelgas
que tuvieron el efecto práctico de ajustar nuestros niveles de producción a
las ventas, evitando con ello gastos significativos a la empresa.”
71“Un objetivo logrado”, Avance, extra (julio de 1975), p. 9.
72Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Affaires ínternationales 0200, 1069, “A. Lucas, Argentine", carpeta
“Rapports Missions Argentine”, documento interno de IKA*Renault "Reno­
vación convenios colectivos de trabajo”, 27 de junio de 1975. Sólo una se­
mana antes del Rodrigado, la empresa señalaba esta contradicción: “Con
respecto a la situación laboral, existe una fuerte rivalidad entre la UOM y el
SMATA para obtener mejores convenios, un hecho que provoca demoras y
dificultades en las negociaciones". El SMATA central reprendió a los acti­
vistas de base por explotar esta contradicción y socavar sus esfuerzos para
fortalecer su posición en la lucha con la UOM. Véase “A los trabajadores
mecánicos y a la opinión pública del país”, Auance, extra (julio de 1975),
p. 9.
73Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio­
nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de íos Estados
Unidos en Buenos Aires. "Representaron issue Threatens UOM-SMATA
Conflict”, D 750407-0598, noviembre de 1975; “SMATA-UOM Confiict
Worsens”, D750419-0231, noviembre de 1975; “Conflicto de encuadramien-
to sindical", Avance, n° 36 (febrero de 1976), pp. 48-73. El nuevo gobierno
militar, para impedir la consolidación del poder gremial y como parte de un
programa para debilitar al movimiento obrero en general, finalmente revo­
có el laudo del Ministerio de Trabajo y devolvió la representación de los
mecánicos al SMATA. Las empresas automotrices se habían opuesto a la
jurisdicción de la UOM, dado que el sindicato de Miguel, tras haber aprove­
Patria metalúrgica, patria socialista 389

chado plenamente su estrecha relación con el gobierno, tenía mejores con­


venios y salarios más altos que los trabajadores del SMATA. Por otra parle,
al estar ahora centralizadas las negociaciones colectivas, la amenaza de
movimientos de base como los que se habían establecido en Córdoba pare­
cía más remota.
Cuarta parte

LA POLÍTICA DEL TRABAJO

Las ocupaciones fabriles tienen menos que ver con las aflicciones
de los trabajadores que con la necesidad de estar al mando siquiera
una vez.

Simone Weil, Expérience de la vie d ’usine


10. Trabajo y política en Córdoba

La historia de la clase obrera cordobesa después de 1966, parti­


cularmente luego del Cordobazo, se caracterizó por la eclosión de la
militancia y la radicalización política de por lo menos algunos sec­
tores del movimiento obrero local. La clase obrera fue ampliamente
afectada por este proceso, pero su mayor impacto se sintió en los
dos complejos automotores. Ferreyra y Santa Isabel fueron los ám­
bitos de otra expresión de la política laboral cordobesa, no la políti­
ca de poder del movimiento sindical sino una politización que tenía
sus raíces en el lugar de trabajo y que complementaba y chocaba
alternativamente con las rivalidades de poder, las maniobras tácti­
cas para ganar capacidad de negociación, las disputas ideológicas y
los designios políticos más generales que explicaban gran parte de
la militancia sindical en la ciudad. En las plantas de Fiat e IKA-
Renault, el trabajo y el capital se enfrentaban uno con otro en una
lucha por el control del lugar de trabajo que era provocada por el
contexto particular de producción de las fábricas automotrices cor­
dobesas. En éstas, la conexión entre el trabajo y la emergencia de
una conducción sindical radicalizada era más directa que en el res­
to del gremialismo local. La política en la base fabril de las plantas
de Fiat e IKA-Renault no sólo profundizó la militancia de la clase
obrera cordobesa sino que también contribuyó a la articulación de
una alternativa ideológica al gremialismo peronista, el clasismo.1
Los orígenes de la militancia de los trabajadores mecánicos y el
movimiento clasista cordobés, en consecuencia, no sólo se hallan
en la política sindical y revolucionaria, la cultura política distintiva
de Córdoba y el Cordobazo, sino también en las condiciones del
mercado, los procesos de producción y las prácticas gerenciales de
la industria automotriz cordobesa. En cualquier lugar del mundo,
la característica más saliente de la industria automotriz es su hi-
persensibilidad a los cambios en el ciclo comercial. Las ventas de
autos son siempre extremadamente volátiles, están sometidas a
saltos y depresiones súbitos de la demanda y se ven afectadas por
fluctuaciones tanto estacionales como cíclicas.2 Esta fragilidad na-
394 El Cordobazo

Cuadro 10.1. Ganancias anuales de la industria automotriz,


1960-1976 {en millones de pesos; se incluyen camiones y jeeps)

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

1960 504- 143 901 712. 45 > — 101 3 244


1961 746 323 761 889 131 283 9 104 75 456
1962 703 108 38 -99 221 527 18 -31 4 198
1963 131 660 -699 -724 199 -132 -27 -97 -75 112
1964 615 998 1.031 589 47 -54 73 -69 256
1965 1.791 1.208 2.104 1.407 24 114 -110 -95 34 -1.971
1966 1.591 3.319 3.319 1.752 397 109 -163 65 -67 -1.197
1967 483 2.061 1.233 1.644 526 295 44. -51 -323
1968 -2.182 2.043 5.016 3.991 493 465 152 153 __ —

1969 242 5.325 4.331 4.7 71 2.356 795 366 397 — —

1 2 3 4 5 6 7 8

1970 -729 6.048 720 1.009 172 324 -300 45


1971 84 1.870 4.146 496 -526 65 -1.942 244
1972 153 1.160 3.070 -12.396 2.412 -2.424 293 260
1973 -2.870 -666 4.603 -15.300 -4.082 -5.849 -8.440 -2.697
1974 -11.428 -7.162 -23.153 -27.000 -11.008 -3.260 -7.963 -5.000
1975 -210.020 2.090 -121.670 - 194.690 -11.010 2.680 6.700 4.280
1976 -517.980 83.250 469.400 -!508.300 87.200 -43.100 -212.230 132.890

Fuente: Juan V. Sourrouille, El complejo automotor en Argentina (Méxi­


co: Editorial Nueva Imagen, 1980), pp. 60-61.

Referencias
1 IKA-Renault
2 Fiat
3 Ford
4 General Motors
5 Chrysler
6 IAFA-SAFRAR
7 Citroen
8 Mercedes Benz
9 IASF
10 Di Telia Automotores
Trabajo y política en Córdoba 395

tural se convierte en inestabilidad crónica cuando a esa caracterís­


tica se suman las crisis periódicas que atormentan a una economía
capitalista débil como la de la Argentina. Como la producción auto­
motriz dependía casi totalmente de la demanda interna, no es sor­
prendente que la suerte de la industria automotriz cordobesa refle­
jara íntimamente la salud general de la economía del país y que las
ventas, en particular después de 1965, fueran notoriamente
erráticas mientras el boom automotor de una década de duración
comenzaba a perder fuerza.0 Si bien eí volumen anual de la produc­
ción y venta de automóviles se incrementó en la Argentina y en Cór­
doba entre 1960 y 1976, las cifras de las ganancias de la industria
fueron inestables, y años buenos alternaron con otros catastróficos
{Cuadro 10.1).
Además de la volatilidad del mercado y las depresiones indus­
triales, Fiat e IKA-Renault se enfrentaban con el lento pero obstina­
do deterioro de la industria automotriz cordobesa en relación con
sus competidores de Buenos Aires. A fines de la década de 1950,
con una demanda que aún excedía la oferta, la promoción por parte
del gobierno de Frondizi de la inversión automotriz extranjera había
reestructurado completamente la industria. Entre los nuevos inver­
sores, Ford, General Motors, Chrysler, Mercedes Benz, Citroen y,
un poco más tarde, Peugeot, establecieron sus actividades en y al­
rededor de Buenos Aires a principios de los años sesenta, termi­
nando así con el dominio deí mercado por parte de las empresas
instaladas en Córdoba, Fiat y especialmente IKA, que había carac­
terizado los primeros años de la industria. Este pico de inversiones
pronto sobrepasó a ía demanda, y de las 2 1 empresas que produ­
cían vehículos de motor a comienzos de la década sólo quedaban
once en 1967.
Las nuevas condiciones del mercado cambiaron la naturaleza
misma de la industria. En un mercado reducido y ahora altamente
competitivo, los fabricantes adoptaron una política de diversificación
de modelos y frecuentes cambios en eí estilo —produciendo más y
más llamativos modelos pero sin mejorar necesariamente la tecno­
logía de los autos— para satisfacer los conspicuos hábitos y velei­
dades consumistas del sector privilegiado de compradores de au­
tos. La industria automotriz encontraba ahora a sus clientes entre
los grupos de ingresos más elevados del país, y los trabajadores que
fabricaban los autos rara vez tenían recursos para comprarlos en el
mercado de los cero kilómetro. La inelasticidad de precios excepcio­
nalmente alta de la industria, su incapacidad para facilitar la de­
manda a través de manipulaciones de los mismos, era sólo una
prueba de que en lo sucesivo satisfaría a un pequeño sector de clien­
tes relativamente ricos.4
396 El Cordobazo

Como lo señala una investigadora de la industria, estos cambios


condujeron a ineficiencias de escala y elevaron los costos de pro­
ducción. dando como resultado una “industria de costos altos, pre­
cios altos y escaso volumen”.5No obstante, la demanda seguía sien­
do inestable —muy errática, en realidad— y vulnerable a los capri­
chos de la política gubernamental y 3a volatilidad de la economía
argentina. Incluso aquellos que estaban en una posición relativa­
mente acomodada, en especial los compradores de clase medía,
podían ser disuadidos de efectuar la considerable inversión que re­
presentaba en la Argentina la compra de un auto por las políticas
económicas gubernamentales que elevaban las tasas de interés o
por la agitación social y política y la incertidumbre económica. Una
industria sometida a semejante volatilidad cíclica también requería
flexibilidad con respecto a sus costos laborales. Los fabricantes au­
tomotores argentinos habrían preferido ajustar los costos de pro­
ducción y laborales de acuerdo con las ventas, despidiendo obreros
en tiempos de depresión y volviendo a tomarlos cuando la demanda
se recuperaba, de manera muy similar a como históricamente lo hi­
cieron las empresas automotrices en todo el mundo. La industria
automotriz estadounidense se las arreglaba para actuar así a través
de un sistema de derechos de convocatoria basado en acuerdos
según la antigüedad en las plantas, que se complementaba con los
generosos beneficios suplementarios de desempleo obtenidos por el
sindicato United Auto Workers a comienzos de la posguerra.^ En
México y especialmente en Brasil, el sistema de contratación y des­
pido era una práctica aceptada de la política laboral de la industria,
posible por la debilidad relativa del movimiento obrero y la fortaleza
del Estado en esos países.7
Esas prácticas no caracterizaron a la industria automotriz ar­
gentina y en particular a la de Córdoba por varias razones. La elas­
ticidad de precios del mercado automovilístico implicaba que, den­
tro de ciertos límites, las empresas tenían más margen para trasla­
dar los mayores costos a los precios sin afectar la demanda. Por otra
parte, después de 1966 el Estado se abstuvo en general de interve­
nir en la política de precios de la industria. Un informe de ÍKA-Re­
nault de 1971, por ejemplo, registró con calma considerable un
aumento salarial para su mano de obra, señalando que podía con­
tarse con que el gobierno aceptara incrementos en los precios para
compensar los salarios más altos, una situación que sólo se inver­
tiría en 1973 con el congelamiento de precios dispuesto por el Pacto
Social.8 Las fuertes indemnizaciones que la ley argentina determi­
naba para los trabajadores despedidos también prevenían otras
estrategias. En 1974, en medio de la crisis más grave de su historia,
IKA-Renault destinó dinero únicamente para las indemnizaciones
Trabajo y política en Córdoba 397

por fallecimiento en el trabajo y no para los despidos, una indemni­


zación obligatoria para miles de trabajadores echados que la em­
presa consideraba una opción demasiado gravosa en cualquier in­
tento de disminuir sus costos laborales.9 Finalmente, el poder la­
tente del movimiento obrero en la Argentina y especialmente en
Córdoba durante esos años hacía insostenibles las políticas de con­
tratación y despidos que llevaban a cabo rutinariamente las empre­
sas automotrices que operaban en Brasil y México. Después de que
un intento de ponerlas en práctica en 1968 desencadenó ásperas
protestas obreras y graves disturbios sociales en Córdoba, IKA-Re­
nault decidió que la reducción de sus costos laborales sería muy
difícil y en lo sucesivo únicamente posible de una manera gradual,
a través de una disminución lenta de su mano de obra y una recon­
versión industrial paulatina, no mediante despidos masivos ajusta­
dos a los cambios en el ciclo comercial.i0 Varios años más tarde,
cuando la posición de la compañía estaba seriamente erosionada,
las tensas condiciones políticas y sociales en Córdoba volvieron a
obligar a sus funcionarios a desechar la posibilidad de reducciones
considerables de su mano de obra para aliviar sus graves proble­
mas comerciales.11
Así, la situación en la Argentina, y en particular en Córdoba, era
muy diferente de la de la industria automotriz de otros países de
América Latina. En los años sesenta se hicieron intentos periódicos
de recurrir a lo que podría denominarse el modelo brasileño. Pero
los despidos de 1962 en IKA, los de Fiat en 1965 y los diversos in­
tentos llevados a cabo por IKA-Renault entre 1966 y 1968 para re­
ducir de manera considerable su mano de obra en momentos de
bajas ganancias se frustraron debido a una combinación de vigilan­
cia sindical, temeridad empresarial y la rápida recuperación de las
ventas de autos. Antes de 1976, los despidos masivos fueron raros
y tendían a ser la consecuencia de grandes enfrentamientos entre
los sindicatos y las empresas, como los que siguieron a la gran huel­
ga de 1970 en IKA-Renault o a la proscripción final de SITRAC-
SITRAM a fines de 197 L Así, los despidos eran más episódicos que
rutinarios. Un resultado de ello fue que la industria automotriz cor­
dobesa se caracterizó por un alto grado de estabilidad laboral. En
las plantas de IKA-Renault, las demandas gremiales en la década
del sesenta se referían principalmente a cuestiones salariales, y no
a la estabilidad en el trabajo.12Los registros de la empresa, por otra
parte, muestran una notable estabilidad de la mano de obra entre
1966 y 1976 {Cuadro 10.2), y en la larga lista de reclamos obreros
presentados por los sindicatos clasistas de Fiat e IKA-Renault la
seguridad laboral no ocupaba un lugar preponderante.
398 El Cordobazo

Cuadro 10,2. Cifras de empleo y afiliación sindical en IKA-Renault

Cantidad de Miembros del Porcentaje


Año trabajadores sindicato de afiliados

1966 7.222 6.373 88


1967 6.591 5.949 90
1969 5.976 5.305 89
1970 5.266 5.068 96
1973 6.034 5.315 88
1974 7.350 5.839 79
1975 8.510 6.147 72
1976 7.656 5.845 76

Fuente: Departamento de Relaciones Industriales, Registros de empleo,


Renault Argentina S.A., Santa Isabel, Argentina.

Aunque de ese modo los trabajadores automotores cordobeses


estaban sometidos a menor cantidad de despidos que los de Brasil
o México, cuando se los echaba tendían a dejar la industria de
manera definitiva, encontrando trabajo en los sectores no dinámi­
cos de la industria cordobesa (molinos harineros, plantas textiles y
semejantes), en el sector de servicios o, como lo sostuvo un inves­
tigador para las empre sas con base en Buenos Aires, como mecá­
nicos independientes con su propio taller.13A diferencia de su par
brasileño, el trabajador automotor cordobés no entraba y salía
del trabajo o iba de empresa en empresa de acuerdo con un ciclo
comercial inestable y las inconstantes políticas de empleo de las
compañías, sino que en general mantenía su puesto en Fiat o IKA-
Renault y permanecía en la empresa a lo largo de su vida laboral
en la industria automotriz local. La minoría que sí perdía su tra­
bajo pagaba el precio de su activismo gremial y sufría las represa­
lias de la administración en la forma de despidos directos, listas
negras empresariales y proscripción completa en la industria au­
tomotriz local.
Si bien las estrategias dei mercado laboral no eran una opción
para IKA-Renault o Fiat, éstas, empero, no podían confiar en com­
petir con las firmas de Buenos Aires manteniendo simplemente el
statu quo. Hacia la época del golpe de Onganía en 1966, resultaba
claro que la preeminencia de Córdoba en la industria automotriz
del país era seriamente amenazada por las empresas recién llega­
das a Buenos Aires. En el caso de IKA, particularmente, la compe­
tencia de los grandes fabricantes estadounidenses que habían im­
Trabajo y política en Córdoba 399

pulsado la anterior mudanza de la empresa de los Estados Unidos


parecía haber reaparecido en la Argentina en formas aún más
amenazantes. Las ventas totales de ÍKA en 1965 eran todavía las
más altas de la industria, pero su cuota de mercado había declina­
do desde la llegada de las otras compañías a comienzos de la déca­
da. En 1964, perdió por primera vez el liderazgo en ganancias anua­
les de la industria, cediendo ese puesto a Ford. En 1966 quedó re­
zagada detrás de Ford y General Motors, así como de Fiat, y la em­
presa, de hecho, registró sus primeras pérdidas en 1968. A Fiat le
fue un poco mejor, pero hasta 1969 sus tasas de crecimiento estu­
vieron muy por debajo de las de Ford y sólo ligeramente por encima
de las de General Motors, una situación que desilusionó mucho a la
compañía italiana, porque sólo había tomado la decisión de
reconvertir su fábrica de tractores de Concord a la producción auto­
motriz cuando pareció que podría repartirse con ÍKA el mercado
argentino.14
Para enfrentar la competencia creciente, IKA y Fiat emprendie­
ron una serie de reformas financieras y administrativas, pero de­
pendían principalmente del incremento de la productividad del tra­
bajo y la reducción de los costos laborales para sobrevivir en lo
que se había convertido en un mercado implacable. En las plantas
de Fiat, esto entrañó no tanto racionalizaciones como la profundi-
zación de prácticas gerenciales y procesos laborales ya estableci­
dos que procuraban maximizar la productividad obrera. En las
plantas de Kaiser, a su vez, se adoptaron reformas estructurales
que incluían cambios en la tecnología y la organización de la pro­
ducción.
La venta de IKA a Renault fue el primer paso de un amplio pro­
ceso de racionalizaciones en las plantas y reformas de la producti­
vidad en las terminales de Santa Isabel. Al ser una empresa peque­
ña y esencialmente argentina, IKA carecía de los recursos financie­
ros e incluso de la capacidad tecnológica para modernizar sus plan­
tas y superar las ventajas en acceso al capital y la proximidad al
mercado de que disfrutaban las compañías instaladas en Buenos
Aires. Los informes de los equipos técnicos de Renault que visitaron
las fábricas Kaiser durante los meses de negociaciones por la com­
pra del complejo IKA incluían una mezcla de elogios a ciertas plan­
tas, en especial la forja, y una decepción general por la falta de equi­
pos de transferencia, la ausencia de disciplina en la base fabril y la
naturaleza primitiva del trabajo en las líneas de producción y mon­
taje en la mayoría de las plantas.15 Dolorosamente conscientes de
su propia incapacidad para llevar a cabo las reformas necesarias
para recuperar el liderazgo, los funcionarios de Kaiser convencieron
no obstante a Renault de las posibilidades que tenía la multinacio­
400 El Cordobazo

nal francesa de rescatar a la acosada empresa a través de un amplio


programa de modernización.

Para analizar y evaluar la significación de los esquemas de pro­


ductividad de las empresas y sus efectos en la mano de obra, es ne­
cesario tener en cuenta ía naturaleza de la fabricación de autos y eí
trabajo automotor en general, así como las condiciones específicas
de la base fabril existentes en los complejos de ÍKA-Renault y Fiat La
fabricación de automóviles representó ía producción industrial en su
escala más amplia e integrada. Las plantas automotrices rara vez tie­
nen un plantel de menos de 2.500 personas, lo que ías hace más
grandes que las textiles, las químicas, los astilleros y casi todas las
demás grandes actividades industríales. En la Argentina, sólo los
principales complejos siderúrgicos tenían una cantidad comparable
de personal. Además, las plantas de autos eran únicas, como lo son
en todas partes, por 1a diversidad de funciones desempeñadas por
los trabajadores, abarcando una gama de operaciones que iban de la
fundición de metales, pasando por la fabricación de sofisticadas
máquinas herramienta, al más sencillo montaje final (Figura 2), La
fabricación automotriz también es única por su naturaleza organiza­
tiva y su naturaleza integrada. Henry Ford señaló una vez que sus
fábricas eran un río alimentado por arroyos. Las forjas, los departa­
mentos de fundición y estampado eran las fuentes; las líneas de pro­
ducción, los arroyos, y el montaje final, el río. La metáfora describe
con exactitud la naturaleza interdependiente de la producción auto­
motriz. La red de departamentos de fabricación de partes y compo­
nentes de las plantas, cada uno empeñado en sus propios procesos
de producción, generaba una operación de relojería cuyas enormes
capacidades de manufactura, irónicamente, eran contrapesadas por
su vulnerabilidad, porque un paro en cualquiera de los departamen­
tos era capaz de paralizar toda la línea de producción.
Los trabajadores mecánicos han demostrado una inclinación no
habitual a tomar medidas como los paros, un hecho que puede atri­
buirse a las presiones específicas que resultan de la relación entre
producción, costos y margen de ganancia en este sector industrial!
En la industria automotriz, la reducción de los costos laborales rara
vez se intentó mediante la mera reducción de los salarios. Los nive­
les más altos de calificación requeridos para partes relativamente
pequeñas pero cruciales del proceso de producción (fabricación de
herramientas y matrices, reparación de la maquinaria, trabajos de
electricidad) y en especial las rigurosas condiciones laborales a las
que están sometidos los trabajadores automotores hacen que sea
una industria de salarios elevados. Desde el establecimiento de los
Traba/o y política en Córdoba 401

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Figura 2. El proceso de fabricación en la industria automotriz. Fuente: Central Poiicy Review


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402 El Cordobazo

“cinco dólares por día” de Ford, los gerentes han descubierto que se
requieren salarios que están por encima del promedio para atraer a los
trabajadores a la monotonía y la pesadez general de las tareas en una
planta automotriz y evitar niveles altos de rotación del personal.Ui
En vez de buscar la flexibilidad laboral, esto es, la capacidad de
responder velozmente a los caprichos del mercado automovilístico,
a través de cortes salariales, los fabricantes lo han hecho mediante
dos métodos: despidos y lo que genéricamente puede denominarse
aceleración de íos ritmos de producción. De acuerdo con las ganan­
cias, la producción se ajusta a través del uso de uno de estos méto­
dos o de ambos y no, por ejemplo, con horas extras. A decir verdad,
en una planta automotriz éstas se aplican con cuentagotas. Con
frecuencia, el diferencial por horas extras anula las ganancias en la
producción e históricamente sólo se las utilizó cuando era necesa­
rio un mayor rendimiento en un departamento para equilibrar el de
otros.17
Durante los años sesenta, la íneficiencia y la inflación de los
costos laborales, reales o imaginadas, se transformaron en la fuen­
te de descontento empresarial, tanto en ÍKA-Renault como en Fiat.
Para éstas, controlar sus gastos laborales era incuestionablemen­
te una variable más decisiva que para las industrias automotrices
europeas o estadounidenses, que disfrutaban deí acceso a un vas­
to mercado consumidor y de capitales, introducían constantes in­
novaciones tecnológicas y podían impulsar la demanda mediante
reducciones de precios, publicidad y planes creativos de compra
en cuotas. Como las políticas de contratación y despidos estaban
excluidas, las empresas cordobesas sólo tenían una alternativa rea­
lista: la aceleración de ios ritmos de producción. Históricamente,
tanto en la Argentina como en otros lugares los costos laborales se
atacaron mediante esfuerzos constantes por reducir el tiempo de
trabajo dedicado a cada unidad, a fin de maximizar la eficiencia de
ese costo. Cuanto menor es el tiempo empleado en una unidad,
mayores son íos márgenes de ganancia, ya que se habrá incremen­
tado la plusvalía mediante la maximización de la producción.’8En
consecuencia, el estudio de los tiempos ha sido una de las marcas
distintivas de las prácticas gerenciales en la industria. El
“fordismo”, la aplicación de un trabajo estrictamente cronometrado
a los ritmos mecánicos de la línea, fue el método gracias al cual se
concillaron la diversidad y la escala de la producción automotriz.
El fordismo tomó el principio taylorista de la subdivisión en tareas
muy pequeñas y repetitivas y lo adaptó a la línea en movimiento.
Este sistema posibilitó a Ford y sus sucesores crear la cumbre del
capitalismo industrial del siglo XX, la planta automotriz. También
posibilitó un sistema único de control laboral, que la administra­
1Yabajo y política en Córdoba 403
ción procuró poner en uso en la inexorable ofensiva en busca de
ganancias.
Los estudios sobre los tiempos no siempre se enfrentaron a la
oposición de los trabajadores automotores o sus sindicatos, dado
que ocasionalmente se los utilizó para aumentar ía producción sin
agregar una carga adicional a los operarios. Pero en su mayor parte
los obreros del automóvil los percibieron —correctamente— como el
terreno preparatorio para la aceleración de los ritmos de produc­
ción. Debido al poder que quienes manejan los tiempos y los movi­
mientos tienen sobre los trabajadores de las plantas automotrices,
los sindicatos mecánicos han exigido casi universalmente tener voz
en la determinación de las tasas de producción. Los sindicatos pro­
curaron estandarizar estas tasas para evitar abusos en la acelera­
ción de los ritmos de producción y por lo tanto presentaron sus re­
clamos en términos de la exigencia de abolición del trabajo a desta­
jo (un factor desencadenante en el movimiento clasista de Fiat, por
ejemplo), el uso de tasas salariales fijas y el establecimiento de un
procedimiento estándar para eí relevo en eí trabajo, a ser decidido
por los mismos trabajadores.13
La aceleración de los ritmos, desde luego, puede referirse sim­
plemente a una mayor rapidez en la producción, esto es, reasignar
las tareas en la línea a unidades más pequeñas y luego aumentar la
velocidad de aquélla. Más específicamente, ha significado una de
dos cosas: el aumento de ía velocidad de la línea sin alterar las ope­
raciones o la cantidad de trabajadores, haciendo con ello que éstos
trabajen más rápido, o la reducción del número de operarios y la
asignación de más tareas a los restantes, con lo que éstos deben
trabajar más velozmente para cumplir con sus responsabilidades.
Este último tipo ha sido particularmente corriente en la industria, y
en las fábricas automotrices estadounidenses se lo llamó “alargar el
paso” (“stretch-out”)- Ambas prácticas estaban difundidas en las
plantas de Fiat e ÍKA-Renault a fines de la década del sesenta.20
La famosa descripción de las plantas automotrices como "explo­
tadoras cromadas”*, hecha por el secretario general de los United
Auto Workers, Walter Reuther, captó expresivamente las rigurosas
condiciones inherentes a la producción automotriz. No obstante, la
mera correlación entre las difíciles condiciones de trabajo y la mili-
tancia obrera tiene limitaciones evidentes como herramienta analí­

* En el original, “chrome-plated sweat shops", en el que hay un juego de


palabras entre “sweat shops" (fábrica donde se explota a los obreros, lite­
ralmente "talleres de sudor”) y su homófono “sweetshop”, confitería, dulce­
ría (n. del t.).
404 E l Cordobazo

tica y contribuye en poco a explicar las razones de la railitancia de


los trabajadores mecánicos en general y la de los sindicatos cordo­
beses en particular. Las arduas condiciones laborales de la indus­
tria sólo son relevantes cuando se las pone en su contexto específi­
co social y de base fabril. No obstante, es posible esbozar en térmi­
nos generales las relaciones entre capital y trabajo desde el punto
de vista de los trabajadores antes de discutir ios casos específicos
de las empresas cordobesas.
La naturaleza integrada de la fabricación automotriz, el complejo
tejido de producción, submontaje y montaje final, somete a los tra­
bajadores mecánicos a presiones no necesariamente mayores que
las de otras industrias, pero sí diferentes. A merced de los estudios
sobre los tiempos y la demanda errática del mercado, el trabajo au­
tomotor se caracteriza por la inestabilidad en una u otra forma;
puede implicar la amenaza siempre presente de un despido o la in-
certidumbre sobre el empleo mismo. Los cambios frecuentes de mo­
delos, por ejemplo, siempre inquietaron a los trabajadores y genera­
ron tensiones en la base fabril. La reestructuración de los métodos
de producción que esto exige, con máquinas herramienta que tie­
nen que ser reconstruidas y arregladas para fabricar nuevas par­
tes, la adaptación de las prensas a nuevas matrices y la modifica­
ción de los ritmos y secuencias de las tareas, pueden perturbar las
prácticas laborales establecidas y fomentar conflictos en el lugar de
trabajo.21 De este modo, los mecánicos han tenido que enfrentarse en
mucho mayor medida que la mayoría de los trabajadores industria­
les con las demandas impersonales del tiempo y la máquina. Como lo
señaló un investigador, la única libertad que puede esperar un obre­
ro del automóvil proviene de un esfuerzo concertado para adelantar­
se al flujo de trabajo; pero esto genera una situación de “agotamien­
to”, que puede dar al trabajador cierta sensación efímera de recom­
pensa pero que sólo puede sostenerse en pequeñas ráfagas.22
Existen discusiones acerca del papel desempeñado por los capa­
taces en la política de base fabril que rodea a la producción. En al­
gunos casos, un control centralizado de la empresa sobre las velo­
cidades del trabajo y la asignación de tareas relegó al capataz a un
rol secundario de mediador de conflictos; otros casos destacaron su
importancia constante como “impulsor", un guardián de la discipli­
na laboral que es responsable de que el trabajo se haga a tiempo y
de acuerdo con los estándares y que también es el vínculo más vital
de la dirección con las bases y su fuente más importante de infor­
mación acerca de los trabajadores incapaces, insolentes o rebeldes.23
En Córdoba, con su menor incidencia de la producción ajustada al
ritmo de las máquinas y, en el caso de Fiat, con sus prácticas pro­
ductivas de trabajo a destajo, los capataces desempeñaban un pa-
Trabajo y política en Córdoba 405

peí crucial, y el duro, autoritario y a menudo incompetente capataz


se convirtió en un tema recurrente del discurso clasista.
Históricamente, los mecánicos sólo sufrieron la inestabilidad o el
abuso de los capataces antes de esperar que sus representantes gre­
miales intercedieran en su nombre. En este aspecto, en compara­
ción con la mayoría de las industrias, los delegados están en los
sindicatos mecánicos en una posición inusualmente sensible. Tie­
nen que hacer de intermediarios en nombre de los trabajadores de
sus departamentos, pero también son reacios a dejar que la disci­
plina se quiebre y perturbe la producción, a causa de las serias
implicaciones que tienen esas acciones para los departamentos
dependientes y ía totalidad del proceso productivo. El delegado gre­
mial sufre presiones contrapuestas para que adopte tácticas mili­
tantes y también para moderar conductas que podrían ser conside­
radas imprudentes o irresponsables por el directorio. En última
instancia, sin embargo, debe obediencia a los trabajadores a quie­
nes representa y se pone del lado de éstos o pierde su apoyo.24

La lucha por el control del trabajo estuvo en el centro de las re­


beliones fabriles de los mecánicos cordobeses en ía década de 1970.
Por qué la militancia obrera asumió cierta posición política, el
dastsmo, es una cuestión completamente independiente que ha sido
discutida en los capítulos precedentes. Pero tanto los clasistas de
Fiat como los de IKA-Renault tenían ciertos reclamos laborales que
presentar, cuyas raíces se encontraban en la naturaleza de la fabri­
cación automotriz, particularmente en los problemas comunes en­
frentados por la industria cordobesa después de 1965. Además, cada
empresa tenía prácticas gerenciales y productivas distintas, muy
influenciadas por las experiencias con sus planteles en Europa, que
fueron determinantes en la historia.
Para apreciar la significación del trabajo y el proceso laboral en la
historia obrera de Córdoba, también debe entenderse la naturaleza
idiosincrásica de la producción automotriz en la Argentina, específica­
mente en las plantas de IKA-Renault y Fiat.25 En las décadas del se­
senta y el setenta, en la Argentina y en América Latina en general, los
fabricantes automotores producían unidades completas para los mer­
cados locales y no hacían aún las veces de fuentes internacionales de
partes componentes para sus empresas matrices.26La estandarización
y la integración internacional no llegarían a la industria argentina hasta
fines de los años setenta. Si bien la estrategia industrial de largo alcan­
ce de Renault era convertir al complejo IKA-Renault en el centro pro­
ductivo para sus plantas de componentes de Chile, Colombia y otros
países latinoamericanos, a fin de lograr con ello eí acceso a los grandes
406 E l Cordobazo

mercados comerciales que erróneamente creyó se estaban formando


en el continente a través de la Asociación Latinoamericana de Libre
Comercio y el Pacto Andino de 1969, sus plantas de Córdoba siguieron
abasteciendo a un mercado esencialmente argentino.27 la s prácticas
productivas y por lo tanto las relaciones en la base fabril en IKA-Re-
nault y en toda la industria automotriz de la Argentina diferían de
manera significativa de una a otra empresa.
Desde el inicio, las plantas de Kaiser habían tenido ciertas ca­
racterísticas que las distinguían de los otros fabricantes de autos.
Por ejemplo, tenían una baja incidencia de las clásicas prácticas
productivas fordistas y un estilo de trabajo más informal. El volu­
men de producción de las plantas de IKA estaba muy por debajo del
que se habría encontrado en plantas similares de los Estados Uni­
dos y Europa, Además, la modificación de los modelos de Kaiser y
los pequeños retoques a los fabricados bajo licencia eran activida­
des permanentes, realizadas para adaptar los autos a las necesida­
des específicas del mercado argentino. En general, los cambios re­
sultantes eran cosméticos, pero a veces se trataba de necesarias
adaptaciones a las exigencias del mercado local. Por ejemplo, dada
la mala calidad de las rutas argentinas, en el Renault Dauphine
fabricado por IKA bajo licencia tuvieron que fortalecerse las suspen­
siones y tolerancias metálicas. No obstante, los retoques de este tipo
fueron a menudo una fuente de fricción entre IKA y los otorgantes
de las Ucencias, que estaban convencidos de que tales modificacio­
nes eran con frecuencia gratuitas, debidas a la “chapucería" de IKA
y al pobre control de calidad en las plantas. Por ejemplo, los cam­
bios en el diseño del motor del Renault, y con ello de todos sus com­
ponentes, preocuparon mucho a la empresa francesa. Éste fue otro
factor más que convenció a Renault de que, si sus autos debían
fabricarse en Córdoba, era necesario emprender una estan­
darización y una racionalización de acuerdo con lincamientos
fordistas estrictos. Admitía, sin embargo, que esos retoques dispues­
tos por la dirección de IKA se debían en parte a la pobre calidad de
los componentes de los proveedores locales, una debilidad que, se­
gún creía, sólo podría superarse profundizándose la política de in­
tegración vertical de Kaiser.28
Bajo la direepión de IKA, los procesos de producción requerían
una adaptabilidad que implicaba una baja incidencia del fordismo,
del trabajo subdividido, integrado y estrictamente cronometrado. En
cambio, una considerable cantidad de tareas se adaptaba al “ritmo
obrero” y se realizaba con frecuencia en tandas y no de acuerdo con
principios de flujo continuo. Para la mano de obra, especialmente
para los trabajadores de producción más que para los encargados
del montaje final, esto significaba que tenían que ser más flexibles
Trabajo y política en Córdoba 407

y ligeramente mejor calificados que en la mayoría de las plantas


automotrices. El uso de tres líneas de producción separadas permi­
tía en IKA una mayor flexibilidad; las líneas se movían más lenta­
mente que en casi todas las demás plantas de autos, y los trabaja­
dores tenían que desempeñar una mayor cantidad de tareas diver­
sas.29 Por ejemplo, en una típica línea de máquinas procesadoras,
los trabajadores emplearían fresadoras, taladros, mandriles,
amoladoras, fijadoras de textos a presión y puestos indicadores de
inspección, todos unidos en una línea continua. En las plantas es­
tadounidenses y europeas, ese trabajo habría estado repartido en
varias categorías de producción diferentes y numerosas subcate-
gorías, realizando cada trabajador una tarea minúscula con una
máquina herramienta especializada, en el flujo de producción.
En las plantas de Kaiser, y también en las de Fiat, los trabajado­
res realizaban tareas múltiples en puestos de trabajo separados y
luego trasladaban manualmente el material al puesto siguiente en
pequeños carretones, ya que la maquinaria automatizada estaba
casi completamente ausente de los complejos. La máquina herra­
mienta multipropósito, que requería operarios de mayor calificación
y había sido descartada en los países más industrializados en favor
de las de usos especiales y semiespeciales y, finalmente, por la
maquinaria automatizada, aún era de uso generalizado en las plan­
tas cordobesas. Unos cuantos trabajadores de IKA y Fiat tenían
aptitudes para el dibujo mecánico y las matemáticas, podían operar
una amplia gama de máquinas herramienta y cumplir tareas de
montaje en las plataformas. Esto fue así particularmente en el caso
de la primera ola de trabajadores contratados por IKA y Fiat y pro­
venientes principalmente de las plantas de las Industrias Aeronáu­
ticas y Mecánicas del Estado, Incluso quienes se especializaban en
el uso de un tomo o una máquina herramienta tenían cierta fami­
liaridad con otras operaciones de producción con máquinas. A decir
verdad, los tomos automáticos con velocidades y alimentaciones
únicas se utilizaban en estas fábricas menos que en la mayoría de
las plantas automotrices de la época, y el criterio del trabajador te­
nía una importancia considerablemente más grande. En IKA, espe­
cialmente, mantener la flexibilidad de las categorías, en un proceso
laboral que en parte estaba más cerca de las primeras etapas de la
producción automotriz que del fordismo estricto, se convirtió así en
el principio director de todas las negociaciones de convenios de la
empresa con el sindicato.30
Hacia fines de la década de 1960, las prácticas productivas de
IKA eran consideradas como un anacronismo por Renault, la com­
pañía otorgante de licencias cuyos modelos representaban en 1966
más de la mitad de las ventas de IKA.3S Después de asumir el con­
408 E l Cordobazo

trol de ésta en 1967, la empresa francesa insistió en la necesidad de


acercar la organización, la tecnología y los procesos laborales de las
fábricas IKA-Renault a los estándares internacionales de la indus­
tria. Los informes de la compañía entre 1967 y 1973 destacarían
repetidamente la creencia de que el margen de ganancias en un
mercado interno limitado dependía de la reconversión industrial y
la reducción de los costos de producción,32 De manera similar, la
decisión de abandonar la política de modelo único de IKA y comen­
zar a fabricar una serie de vehículos para un mercado automotor
más competitivo exigió un proceso productivo diferente. En 1967,
ÍKA-Renault fabricaba 23 modelos diferentes, un cambio que reque­
ría una disciplina y una racionalización fabriles más estrictas. Como
resultado, en 1968 Renault dio inicio a un ambicioso programa de
modernización que duraría casi cinco años y costaría a la empresa
más de 100 millones de dólares, una cifra considerable si se tiene
en cuenta que la inversión original de capital de IKA había sido de
sólo diez millones.
Las reformas de Renault no se limitaron a la producción, sino
que abarcaron las finanzas y el marketing. La compañía estableció
algunos planes de financiación y compra a plazos, y también mejo­
ró sus concesionarios. Modernizó asimismo sus instalaciones y ven­
dió la planta de ejes de Transax a Ford. De manera más significati­
va, procuró resolver los graves problemas financieros de ÍKA pagan­
do regalías vencidas y comprando las licencias otorgadas a ésta por
otras firmas (American Motors y la propia Kaiser), e integrando la
empresa a la red financiera de acreedores franceses y extranjeros
de la multinacional en vez de depender de las impredecibles y a
menudo usurarias fuentes de capital de la Argentina.33 No obstan­
te, las reformas financieras de Renault, fueron contradictorias, ya
que vendió a IKA la tecnología para la reconversión, hizo a la com­
pañía estrictamente responsable de los pagos en fecha y en general
mantuvo una política de ofrecer respaldo técnico pero no financiero
a sus operaciones cordobesas. Esta política sometió a IKA a gran­
des presiones y explica en gran medida por qué la empresa osciló al
borde de la bancarrota entre 1967 y 1976 y nunca pudo ingeniárse­
las para liberarse del fmanciamiento local.34
La presteza con que se emprendieron las reformas en la produc­
ción respondía básicamente a. la necesidad de IKA-Renault de ga­
nar rápidamente la confianza de sus patrocinadores financieros para
el programa de modernización. El problema no consistía únicamen­
te en mostrar robustez en las ventas sino también en dar una im­
presión de dirección y planificación de largo alcance. Así, la dimen­
sión del programa de modernización fue inusual en la industria
automotriz argentina, ya que en general las casas matrices de las
TYabajo y política en Córdoba 409

multinacionales automotrices no consideraban que sus subsidia­


das locales, tuvieran márgenes de ganancia suficientemente gran­
des para garantizar reacondicionamientos costosos. Las sucursales
argentinas de Ford, GM, Chrysler, Citroen y otras empresas tenían
que arreglárselas en general con los equipos y elementos con que se
habían instalado originariamente, y después de mediados de los
años sesenta hubo mínimas transferencias o inversiones tecno­
lógicas internacionales en la industria.35 La inversión de Renault,
no obstante, se ajustaba a la tradición de la empresa pública de in­
crementar su competitividad mejorando la producción y reducien­
do costos laborales en vez de diseñar estrategias creativas de mar­
keting o invertir intensamente en publicidad, una tradición fortale­
cida por las peculiaridades del mercado argentino.36En ÍKA-Renault
existía además el incentivo de contrarrestar la creciente beligeran­
cia de la mano de obra con reformas que en última instancia redu­
cirían ía cantidad de trabajadores necesarios en las plantas e im­
pondrían una disciplina fabril más estrecha. Tal manera de pensar
estaba en armonía con la historia de la industria en otras partes del
mundo y con las tendencias gerenciales de llevar a cabo cambios
generalizados en tecnología y organización, especialmente cuando
la actividad presentaba problemas y los trabajadores se resistían a
incrementar la productividad mediante la mera intensificación del
trabajo.37
Las reformas de Renault en la base fabril fueron extensas y afec­
taron a casi todos los departamentos en todas las plantas del com­
plejo de Santa Isabel. Una meta era sencillamente racionalizar la
producción de acuerdo con lincamientos fordistas, reducir la canti­
dad de “tiempos muertos” en los procesos de producción y convertir
más tareas en operaciones separadamente cronometradas y adap­
tadas al ritmo de las máquinas. Las reformas en los productos tam­
bién eran esenciales si la compañía quería ingresar alguna vez en el
mercado de exportación, como los funcionarios de Renault creían
que finalmente podría hacerlo, y aspectos como las exigencias de
seguridad y fatiga de los autos fabricados en Córdoba se llevaron al
nivel de los estándares internacionales.38Renault no quería modifi­
car completamente el proceso productivo en las plantas de Kaiser.
Cierta flexibilidad laboral era esencial en una industria que expor­
taba poco y servía a un mercado predominantemente interno, que
dependía significativamente de los proveedores locales de partes y
componentes y en la cual tenían que hacerse ajustes frecuentes en
el diseño del producto y con ello en el proceso laboral. En parte,
Renault se había sentido motivada a comprar IKA porque apreciaba
la adaptabilidad de la mano de obra de Kaiser.39 Por lo demás, en
una industria de bajo volumen y altamente protegida, las econo­
410 E l Cordobazo

mías competitivas de escala no eran tan importantes como mante­


ner los costos laborales lo más bajos posible. Asi, si bien Ía empresa
comenzó a reemplazar las máquinas herramienta muítipropósit.o por
otras especializadas en 1968, siguió comprando algunas de las que
los trabajadores de ÍKA habían usado desde la década de 1950.40
No obstante, entx*e 1968 y 1973 Renault convirtió en un grado
significativo las plantas de Kaiser a un sistema de producción
fordista, introduciendo máquinas de transferencia en los sectores
de fundido de matrices, instalando líneas de producción y montaje
final nuevas y racionalizadas, transformando completamente el
departamento de pintura y las secciones de control de calidad, agre­
gando una diversidad de máquinas estampadoras en ías líneas de
producción e introduciendo equipos automáticos y nuevos proce­
sos laborales en la forja.41 El programa de modernización, que duró
aproximadamente hasta 1973, produjo cambios fundamentales no
sólo en organización y tecnología sino también en la naturaleza del
trabajo y específicamente en el incremento de los ritmos laborales.
Al principio del programa, Renault propuso un objetivo de produc­
ción de veinte autos por hora, plenamente consciente de que esa
cifra implicaba un proceso muy subdividido que constituiría una
ruptura con el pasado de Kaiser.42
Cuando las condiciones en la base fabril se hicieron más
regimentadas y severas, las cuestiones laborales pasaron a ser más
importantes para los trabajadores de IKA-Renault, que ejercieron
nuevas presiones sobre sus representantes gremiales. La compañía
misma vio en aquellos años que existía una relación entre raciona­
lización y militancia obrera en sus plantas argentinas. Por ejemplo*
en un extenso informe sobre la reconversión de su planta de Perdriel,
que antes fabricaba máquinas herramienta de alta precisión y fue
reconvertida a la producción de línea de montaje (imité deproductíon
de piéces en série), Renault atribuyó directamente el descontento
obrero y el crecimiento del apoyo a la conducción clasista en la plan­
ta a las nuevas tareas poco calificadas y a la racionalización.43 De
manera similar, creía que los cambios en los procesos laborales y
las recategorizaciones en muchas otras plantas y departamentos
—fabricaciones varias (montaje), carrocerías en blanco (departamen­
to de pintura de los chasis), mecanizado (producción), inspección y
producción {control de calidad), suministros (partes)— habían des­
encadenado la resistencia obrera y los paros a lo largo de principios
de los años setenta.44
Durante esos años, también Fiat implemento programas de mo­
dernización y racionalización. En 1970, los trabajadores de la Plan­
ta A de Concord vieron cómo se eliminaba su maquinaria de usos
generales y se introducía maquinaria automática que exigía una
Trabajo y política en Córdoba 411
calificación mínima. Como Renault, la compañía italiana transfor­
mó completamente su departamento de pintura, convírtiendo un
proceso de trabajo intensivo en el cual los trabajadores pintaban el
chasis a mano con pistolas pulverizadoras en un proceso automati­
zado en el que meramente controlaban la maquinaria. Fiat también
introdujo máquinas automáticas y de alta precisión para sus ope­
raciones mecánicas, maquinaria de transferencia para mover los
bloques de motor de puesto en puesto y realizar tareas mecánicas
en ellos y en general especializó la producción, mudando en 1965 el
montaje final de los autos a una nueva planta en El Palomar (en la
provincia de Buenos Aires) y el montaje de camiones y tractores en
1973 a otra en Sauce Viejo (provincia de Santa Fe). Esto hizo que la
fábrica de Fiat Concord se dedicara estrictamente a la fabricación
de motores y componentes para automóviles,48
Sin embargo, en el caso de Fiat, de mayor significación que las
racionalizaciones en las plantas, que de ningún modo tuvieron la
amplitud de las de ÍKA-Renault, fue la profundización de las políti­
cas empresariales establecidas que procuraban maximizar la pro­
ductividad obrera y reducir los costos laborales. El establecimiento
por parte de la empresa de sindicatos de planta y su esfuerzo por
aislar a los trabajadores de las peligrosas influencias de los sindica­
tos industriales argentinos, en particular para obstaculizar su afi­
liación al SMATA, formaban parte del intento de Fiat de asegurar
únicamente una representación gremial de compromiso en sus plan­
tas y mantener un control absoluto sobre la base fabril. La repre­
sentación gremial nominal le permitió impiementar y sostener una
serie de prácticas laborales y salariales que habrían sido impensa­
bles en cualquier otra empresa automotriz del país. Una de esas
prácticas fue un sistema de remuneración, el premio a ia produc­
ción, que asociaba los salarios a la productividad obrera, una ano­
malía en una industria en la cual la forma estándar de pago eran los
salarios por hora o mensuales, dependiendo de la categoría.
Eí premio a la producción establecía metas de producción, revisa­
das mensual y a veces semanalmente, que la empresa calculaba
como una “tasa de producción del 130%”. El salario final de bolsillo
de los trabajadores de Fiat dependía de que pudieran cumplir estos
objetivos de productividad. Se pagaban salarios mínimos por alcan­
zar los ritmos del “100%” y se otorgaba una bonificación por cual­
quier trabajo realizado dentro del límite del 30% adicional. Los sa­
larios básicos eran muy inferiores a los que recibían los otros traba­
jadores de la industria automotriz. Además, cuando se pagaba la
bonificación, la empresa asignaba a los trabajadores de las líneas
de producción específicas una suma global, que debía dividirse en
partes iguales entre ellos según un procedimiento que los trabaja­
412 E l Cordobazo

dores consideraban inescrutable y que, a decir verdad, nunca fue


explicado en los convenios colectivos de Fiat. Con buenos motivos,
a los operarios de Concord el premio a la producción Ies parecía ar­
bitrario; el éxito o el fracaso en la superación de los ritmos del 100%
parecían sujetos al antojo de íos capataces y la administración. Las
frustraciones de los trabajadores a causa de la imprevisibilidad de
su paga se exacerbaban por el hecho de que sufrían cualquier caída
de la producción, incluyendo las debidas a desperfectos en la ma­
quinaria o a la escasez de componentes suministrados por los pro­
veedores. Por otro lado, los beneficios para la empresa eran obvios.
El sistema de premios permitía a Fíat ajustar los costos de produc­
ción y laborales de acuerdo con las condiciones del mercado y evitar
con ello las rígidas escalas salariales que incrementaban los costos
del trabajo en las otras compañías automotrices que operaban en la
Argentina.46
Las prácticas de producción de Fiat también eran excepcionales.
Una de ellas, conocida en la planta de Concord como el acople de
máquina, estaba pensada para asegurar el máximo de productivi­
dad obrera sin tener en cuenta el estrés físico y mental al que some­
tía a la mano de obra. Esta práctica específica se aplicaba a los tra­
bajadores que operaban máquinas de producción y consistía esen­
cialmente en duplicar la responsabilidad de cada obrero en la aten­
ción de las mismas. Una máquina, por ejemplo una prensa para
cortar tornillos, podía ser la responsabilidad primaria del trabaja­
dor. Los estudios de tiempos y movimientos, sin embargo, solían
calcular a menudo tiempos muertos para esos trabajadores, lagu­
nas en el proceso laboral que los ingenieros industriales estimaban
suficientes para que atendieran responsabilidades adicionales. De
este modo, ai operario que controlaba la prensa cortadora de torni­
llos podía asignársele una máquina adicional, tal vez una afiladora,
y a veces una tercera, una muela de esmeril, por ejemplo, con otra
función no relacionada. Cada máquina requería su propia atención,
y la tensión a la que se sometía al trabajador era enorme. Después
de desalojar a los demasiado complacientes representantes gremia­
les de Fiat, la conducción clasista del SITRAC, con un fuerte apoyo
de las .bases, exigió a la empresa que “desacoplara” las máquinas,
dado que las quejas por agotamiento físico y mental se generaliza­
ban en la planta.'57
Como en el caso de IKA-Renault, las políticas laborales de Fiat
estaban muy influenciadas por las tradiciones de la compañía y las
prácticas establecidas en sus plantas europeas. Fiat tenía una lar­
ga historia de hostilidad al sindicalismo e incluso a la más mínima
interferencia en su control absoluto sobre las cuestiones de la pro­
ducción. De todos los fabricantes automotores europeos, era la
Trabajo y política en Córdoba 413

empresa que más coherentemente predicaba y practicaba una po­


lítica de paternalismo como método de lograr armonía entre traba­
jadores y patronal. Daba incentivos a los obreros por su obediencia,
a través de prácticas como la cláusula de bonificación por no parti­
cipar en huelgas (íí premio antisciópero), al mismo tiempo que resis­
tía tenazmente la intromisión gremial en las prerrogativas de la ad­
ministración sobre la base fabril.48
De manera similar, tenía una larga tradición de exprimir los cos­
tos laborales en épocas de ventas flojas y depresiones en eí ciclo
comercial en vez de invertir directamente en la producción para
mejorar la competitividad. Después de la Primera Guerra Mundial,
Fiat no adoptó la estrategia asumida por muchas firmas automotri­
ces europeas para enfrentar la competencia estadounidense, esto
es, reestructurar radicalmente la producción mediante reformas
tecnológicas y organizativas. En cambio, en 1929 introdujo lo que el
historiador estadounidense del trabajo David Montgomery descri­
bió como el “taylorismo de la Gran Depresión”, el sistema Bedaux.49
Éste reemplazó los estudios de tiempos por otros más rigurosos y
precisos sobre el movimiento; hacía hincapié en la intensificación
de la cantidad de trabajo, la reducción de la mano de obra y, en
general, la disminución de los costos laborales para mantener la
competitividad, y era de uso generalizado en las plantas italianas de
Fiat en los años treinta.50Ciertas marcas distintivas de las políticas
laborales de la empresa, por ejemplo la remuneración basada en el
rendimiento obrero {il cottimo), reaparecieron en una u otra forma
en lás plantas cordobesas. Luego de las grandes huelgas del biennio
rosso {1919-1920), Fiat había acordado eliminar por etapas las an­
tiguas tasas de trabajo a destajo, calculadas individualmente. Pero
con la derrota de sus sindicatos y el ascenso del fascismo en los
años veinte, sus trabajadores habían sido obligados a volver a ese
sistema, que en lo sucesivo fue sometido a una revisión constante
por la administración, provocando una brusca caída de los salarios
durante esos años.5’ La filosofía gerencial subyacente al sistema, si
no los mecanismos precisos para su cálculo, reaparecieron en la
planta de Fiat Concord.
La más importante de las políticas laborales de Fiat para los tra­
bajadores cordobeses fue sin duda su hostilidad al sindicalismo. La
empresa h^bía utilizado la abolición en Italia de los consejos obre­
ros de base {commissioni interni) dispuesta por ia Carta del Lavoro
de 1927 para implementar su filosofía paternalista y antisindical en
sus fábricas de ese país. Como lo haría en Ferreyra, había conser­
vado celosamente su control sobre los ritmos de producción y la
asignación de tareas, despedido rutinariamente a activistas de base
414 E l Cordobazo

y no intentado nunca suavizar las tensiones en la base fabril dando


a los trabajadores aunque fuera una voz simbólica en las cuestio­
nes referidas a la productividad.52
La revolución industrial italiana de la posguerra debió mucho a
la debilidad del movimiento obrero en la base fabril. Esto había sido
particularmente importante en la industria automotriz, pieza clave
del desarrollo industrial de Italia en la posguerra, donde el trabajo
a destajo y los sistemas de bonificaciones fueron la regla y en la que
el movimiento obrero no montó una resistencia seria a la patronal
hasta fines de la década de 1960.5:3 Después de la derrota de la
Confederazione Generale Italiana del Lavoro (CG1L), la confedera­
ción obrera comunista y socialista, en las elecciones gremiales de
1955, la empresa había lanzado un contraataque contra el sindica­
to y reducido al mínimo la actividad gremial en sus plantas. En Ita­
lia, Fiat complementó su intransigencia en la base fabril con los
salarios más elevados de toda la clase obrera del país y un ostento­
so paternalismo.
El período de calma en las relaciones obrero-patronales terminó
en Turín a fines de la década del sesenta. En ese momento, la des­
ilusión de los trabajadores con los “privilegios” de pertenecer a la
“famiglia Fiat” y el descontento por las condiciones en la base fabril
y las políticas laborales de la compañía ya no pudieron mantenerse
a raya mediante la combinación de una representación gremial dé­
bil y la vigilancia empresarial. Los trabajadores turineses de Fiat
explotaron en 1969, del mismo modo que los de Córdoba lo hicieron
un año más tarde. La empresa enfrentó los dos desafíos de manera
diferente: con automatización y reformas en la base fabril en las
plantas italianas, y con un ataque frontal con el concurso de los
poderes del Estado para destruir al movimiento clasista en la Ar­
gentina.54
La significación de las prácticas gerenciales de Fiat en sus plan­
tas de Turín era obvia para Córdoba. Los italianos tenían un cúmu­
lo de experiencia y la guía de una filosofía gerencial que llevaron con
ellos a la Argentina. La compañía tenia también una panoplia de
prácticas productivas específicas que simplemente trasladó a sus
operaciones cordobesas en Ferreyra. Una de ellas era el uso de in­
centivos salariales como base de su sistema de remuneraciones. La
práctica por la cual todo un departamento, y no los trabajadores
individualmente, recibía un pago sobre la base del rendimiento, si
bien antaño generalizada en la industria, era muy rara en la década
de 1960. En la industria automotriz estadounidense, por ejemplo,
los UAW habían logrado hacia 1950 su eliminación y reemplazo por
salarios según el tiempo efectivamente trabajado en todas las gran­
des empresas automotrices. En Francia, Renault también había
Trabajo y política en Córdoba 415

comenzado a aplicar el mismo sistema salarial en los años cincuen­


ta; finalmente, en sus plantas se eliminó por completo el trabajo a
destajo.55 No obstante, Fiat adoptó el procedimiento para sus plan­
tas cordobesas. De manera similar, al establecer los sindicatos de
planta a principios de los años sesenta demostró que persistía en
su oposición inflexible a la actividad sindical independiente, que
había sido una política empresarial no manifiesta pero sí sobreen­
tendida en sus plantas de Turín entre 1955 y 1969. Y también si­
guió su propio ejemplo al descentralizar la producción en la Argen­
tina y mudar las operaciones de montaje a El Palomar y Sauce Vie­
jo, así como había dispersado su producción en Italia y trasladado
algunas plantas al sur de ese país para apartarlas de las influencias
corruptoras de Turín.56 Lo que es más importante, aprovechó un
Estado hostil al movimiento obrero para ajustar la disciplina fabril
e implementar prácticas como el acople de máquina, diversas for­
mas de aceleración de los ritmos de producción y la consideración
de los costos laborales como la variable de ajuste en sus márgenes
de ganancia.
En contraste con la línea dura adoptada por Fiat con su mano
de obra en Ferreyra, Renault empleó un enfoque más cauteloso
con sus trabajadores de Santa Isabel. Esto se debía en parte a la
disparidad del poder sindical en los dos complejos. El SMATA ha­
bía aprovechado la inexperiencia de Kaiser en el manejo indepen­
diente de una mano de obra y desde el principio consolidó una
posición que los. trabajadores de Fiat en Ferreyra simplemente
desconocían. Su tardía asunción del control sobre el complejo de
Santa Isabel hizo que Renault se encontrara allí con los paráme­
tros de las relaciones obrero-patronales ya establecidos, y la em­
presa francesa no estaba en una posición tan fuerte como Fiat para
afirmar siu dominio absoluto sobre la base fabril. Kaiser era una
empresa estadounidense de segundo rango acostumbrada a tratar
con su personal a través de un intermediario gremial, y había te­
nido pocas pretensiones acerca de constituir sindicatos de planta
o de empresa. En la época de su compra por Renault, el SMATA
había afirmado su papel de interlocutor de la administración, con­
virtiéndose en un guardián razonablemente eficaz de los intereses
de los trabajadores. Así, Renault fue más cautelosa en los tratos
con su mano de obra, e incluso en su intento de racionalizar la
producción y ajustar la disciplina en la base fabril no estaba dis­
puesta a adoptar las flagrantes tácticas de quiebra del sindicato
que había empleado Fiat.
Pero lo mismo que en el caso de esta última, las políticas labora­
les de Renault también eran el resultado de la experiencia de la
empresa francesa en los tratos con su mano de obra en Europa.
416 El Cordobazo

Como el fundador de Fiat Giovanní AgnelH, Louis Renault había


hecho su peregrinaje a Detroit, para estudiar los métodos íordistas
de producción pero, en gran medida a causa de la pequeña dimen­
sión del mercado interno francés, se había visto obligado a adoptar
una versión modificada de los mismos. Desde el principio, las em­
presas europeas como Fiat, y Renault hicieron hincapié en una fle­
xibilidad mayor con su mano de obra que ía que era corriente en ía
industria estadounidense, incapaces de pagar altos salarios y de
adoptar los esquemas de cinco dólares al día de Ford, mostraron
preferencia por eí trabajo a destajo y una inclinación más grande a
utilizar la aceleración de íos ritmos de producción para actuar so­
bre los costos laborales y adaptarse a las fluctuaciones de la de­
manda.57
No obstante, en esta tendencia general había importantes dife­
rencias de grado. Renault había demostrado una mayor disposi­
ción a innovar tecnológicamente y se inclinaba menos a atenerse
estrictamente a sus costos laborales para enfrentar la competen­
cia. No había adoptado el sistema Bedaux, por ejemplo, como sí lo
había hecho Fiat. Por otra parte, a diferencia de esta última, en
Renault los años treinta habían sido una década de creciente po­
der gremial, en la que los comunistas franceses tomaron la delan­
tera en la organización de los trabajadores mecánicos y donde los
operarios de Renault desempeñaron un papel prominente en la
negociación de los acuerdos obtenidos durante el gobierno del
Frente Popular, que reconocieron la existencia de los consejos fa­
briles obreros, estableciendo con ello una formidable presencia en
la base fabril y obteniendo los trabajadores la participación en la
determinación de las tasas de productividad.58 Si bien había habi­
do una reacción empresarial y una purga sindical después de la
gran huelga general de noviembre de 1938, Renault nunca pudo
afirmar el tipo de control amarrete sobre su mano de obra que era
ejercido por Fiat. A decir verdad, en el período de la posguerra los
trabajadores mecánicos franceses en general y los de Renault en
particular se las habían arreglado para convertirse en una fuerza
poderosa dentro del movimiento sindical francés y resistir los ti­
pos más notorios de manipulación en la base fabril que eran cosa
de todos los días en Turín.59
El tenor general de las relaciones obrero-patronales en Santa
Isabel reflejaba parcialmente el empate entre capital y trabajo que
existía en las plantas matrices de Francia, una situación que era
más admisible para Renault de lo que lo habría sido para Fiat, dada
la larga historia de la relación de la empresa francesa con un ad­
versario gremial formidable. No obstante, tanto en Renault como
en Fiat la realidad económica definía los límites del compromiso.
Trabajo y política en Córdoba 417
En las dos empresas cordobesas la administración sul'ría presio­
nes similares del mercado y se veía obligada a mantener los costos
de producción acordes con las cifras de ventas y ganancias. Cada
una a su propio modo, ambas dependían en gran medida de la re­
ducción de sus costos laborales para sobrevivir al ajuste de ía in­
dustria automotriz argentina de mediados de íos años sesenta y
mantener su compeíitividad con respecto a las compañías instala­
das en Buenos Aires. Entre 1966 y 1973, años de ventas decli­
nantes y luego crecimiento deslucido, las ganancias empresaria *
les dependieron ampliamente de la racionalización de las plantas,
el incremento de la productividad y la disminución de los costos
laborales.60
La mano de obra de IKA-Renault que experimentó los primeros
efectos deí programa de racionalización de la compañía francesa en
1968 había sido formada por años de lucha, militancia y estrecha
identificación con el sindicato mecánico. Como en la mayoría de las
plantas automotrices, los operarios del complejo de Santa Isabel
estaban estratificados de acuerdo con los siguientes lincamientos:
trabajadores no calificados encargados de las operaciones de mon­
taje; trabajadores semicalificados involucrados en operaciones con
máquinas semiautomáticas; trabajadores calificados que fabrica­
ban, reparaban y mantenían la maquinaria. En 1969, ía mano de
obra de IKA-Renault se descomponía aproximadamente como sigue:
48% en ios puestos no calificados, 35% en los semicalificados y 16%
en las tareas calificadas.61 Seguía siendo joven y de orígenes prole­
tarios sólo recientes: en 1969 ía edad promedio de los trabajadores
no calificados era de 27 años; la de los semicalificados, 29; la de los
calificados, 32. Mientras una mayoría de los trabajadores califica­
dos (52%) eran obreros de segunda generación, sólo lo eran el 37%
de los no calificados y el 42% de íos semicalificados. Además, el 87%
de los trabajadores tenían abuelos con antecedentes agrícolas y sólo
un bajo porcentaje de cada grupo {27% de los no calificados, 18% de
los semicalificados y 23% de los calificados) tenía padres de oríge­
nes urbanos. Además de brindar un cuadro más claro de la mano
de obra de las plantas de Renault, estas cifras también arrojan luz
sobre los orígenes predominantemente rurales de las migraciones
internas de posguerra a Córdoba.'*2
En 1969, poco después del Cordobazo, un prominente sociólo­
go estadounidense que dirigió una investigación sobre trabajado­
res mecánicos descubrió que las preocupaciones predominantes
de ios de IKA-Renault tenían que ver con las cuestiones de movili­
dad social referidas a los salarios y el progreso en el trabajo. Los
temas políticos, como la vuelta a la legalidad del movimiento pero­
nista o el fin del régimen antidemocrático, e incluso las preocupa­
418 E l Cordobazo

ciones referidas al trabajo monótono o a condiciones laborales in­


salubres, eran de importancia señaladamente menor; en esto, las
actitudes de los trabajadores eran semejantes a las dadas a cono­
cer por otro sociólogo estadounidense algún tiempo antes de la ins­
talación de la dictadura de Onganía.63 Por otra parte, si bien, un
alto porcentaje de los trabajadores vivían dentro de los límites de
la ciudad (80% de los no calificados, 79% de los semicalificados y
91% de los calificados), tenían una tasa muy baja de participación
en organizaciones comunitarias, un testimonio de la debilidad de
los barrios obreros de Córdoba y una refutación más para quienes
solían buscar fuera del lugar de trabajo la fuente de la militancia
de los mecánicos cordobeses a fines de los años sesenta y en los
setenta/"4
Los sociólogos estadounidenses tenían sin duda razón al perci­
bir que la política, definida en sentido estricto, era en gran medida
la preocupación de la conducción obrera. No obstante, después de
1966 las cuestiones políticas y salariales se unieron inextricable­
mente, y las movilizaciones de los trabajadores de ÍKA-Renault en­
tre ese año y 1969, que culminaron en el Cordobazo, ponen en tela
de juicio las definiciones de la mano de obra como una aristocracia
obrera economicista o incluso un sector privilegiado de trabajado-
res con movilidad ascendente que carecían de una identidad colec­
tiva. La mayor preocupación por los salarios antes que por las con­
diciones laborales era natural en el contexto de la derogación por
parte de la empresa de las negociaciones de los convenios colectivos
y su ataque directo al ingreso de los trabajadores mediante ía re­
ducción de los días laborables y las suspensiones de la producción.
Pero con el inicio del programa de racionalización de Renault en
medio de una inflación creciente y salarios declinantes, la marcada
militancia de los obreros de IKA-Renault en la década de 1970, a
pesar de las teorías de la modernización, se alimentó de sus muy
reales inquietudes acerca de las condiciones en las plantas así como
de influencias políticas.
Esta tendencia a la indiferenciación de las cuestiones laborales y
políticas se volvió aún más pronunciada luego del Cordobazo. La
animosidad de las bases hacia la empresa había sido creciente des­
de la época del golpe de 1966. La suspensión de los derechos de
negociación colectiva bajo Onganía, los despidos masivos aunque
no exitosos dispuestos por ía compañía entre 1966 y 1968, la abo­
lición del sábado inglés y el intento general de la administración por
ignorar al sindicato como interlocutor habían elevado los reclamos
de los lugares de trabajo al nivel de la política. Elpidio Torres y la
conducción peronista farrista habían dirigido esta oleada hasta los
sucesos de mayo de 1969. Los efectos combinados del Cordobazo y
Trabajo y política en Córdoba 419

el programa de racionalización de Renault llevaron la politización


del trabajo un paso más adelante. Por coincidencia, los cambios
políticos ocurridos nacional y localmente luego del Cordobazo se
produjeron en el momento mismo en que se hacía más estricta la
disciplina fabril, aumentaban los ritmos de producción y el com­
plejo IKA-Renault sufría, una profunda reestructuración. El
clasismo y la oposición de las bases a ías políticas de la compañía
coincidieron y produjeron las rebeliones fabriles de principios de
los años setenta.

En realidad, Ja rebelión de las bases contra la racionalización pre­


cedió al Cordobazo y había pasado por encima de Torres y la conduc­
ción torrista. A lo largo de la década del sesenta, la oposición obrera
izquierdista a Torres había basado sus críticas precisamente en las
cuestiones en que los peronistas eran más vulnerables: el control del
trabajo y la protección de la base fabril.65 Entre 1966 y 1969, Torres
y los peronistas de! SMATA fueron protectores animosos y capaces
de los intereses de las bases, en la medida en que los problemas que
enfrentaban se mantuvieran dentro de límites tradicionales. Pero una
vez que los problemas en los lugares de trabajo fueron más allá de los
temas salariales y de estabilidad en el empleo y plantearon cuestio­
nes que estaban en el centro de la relación entre trabajo y capital en
la industria automotriz, se hicieron evidentes los límites de su ideo-
logíay del peronismo, no definido como una cultura o un movimiento
político obrero sino como un estilo gremial y un sistema práctico de
manejar los asuntos sindícales: Frente a los programas de racionali­
zación de Renault y la intensificación del trabajo, el sindicato demos­
tró pusilanimidad e ineficacia. Por ejemplo, en marzo de 1969 los
trabajadores, alentados por activistas izquierdistas, protestaron con­
tra la racionalización en varios departamentos, especialmente en la
sección de estampado (chapa), que eliminaría una serie de puestos
en la línea e incrementaría los ritmos de producción.66' Entre tanto, el
sindicato enmudeció en sus críticas y omitió responder con un paro.
De hecho, Torres y la conducción del SMATA sólo reconocieron tar­
díamente los problemas resultantes deí programa de racionalización
de Renault, en parte porque en esos meses estaban ocupados con
otras cuestiones pero también porque no estaban preparados para
tratarlos y hacer frente a la empresa en un terreno que habían aban­
donado desde hacía mucho.67
La dirigencia peronista del gremio nunca había impugnado sino
verbalmente el derecho de la administración al control absoluto
sobre los lugares de trabajo o las cuestiones relacionadas con la
producción. A decir verdad, si bien durante los gobiernos peronis­
420 El Cordobazo

tas de los años cuarenta y cincuenta el movimiento de delegados


había cobrado una fuerza considerable y logrado cierta influencia
en la determinación de los ritmos de producción y 1a. asignación de
tareas, hacia comienzos de los sesenta el gremialísmo peronista
había abandonado toda pretensión a ía autoridad en la base fabril.68
En el SMATA cordobés hubo durante íos años de Torres una de­
manda persistente en favor de la “cogestión", en la cual eí sindicato
y la empresa compartirían, entre otras cosas, la responsabilidad
sobre la base fabril. Pero los llamados a la cogestión eran estricta­
mente retóricos y nunca se presentaron seriamente a los funciona­
rios de IKA como una exigencia gremial en la negociación de los
convenios colectivos. Lo que es más importante: el tema tampoco
preocupó a la. conducción en los manejos diarios de los asuntos sin­
dicales, como lo atestigua la baja incidencia de paros por cuestio­
nes relacionadas con ía base fabril antes de 1970.
En realidad, en íos convenios suscriptos con IKA, el sindicato
había abandonado efectivamente toda pretensión justificada a un
rol de cogestión. El rechazo coherente de Torres a trabajar en favor
de la afiliación sindical de los empleados administrativos de ÍKA-
Renault era parte esencial de su estilo gremial. Su posición era as­
tuta, dado que esos mismos empleados manejaban cifras de pro­
ducción, ventas, ritmos de trabajo, asignaciones de tareas y cosas
semejantes que, si hubieran sido puestas en manos de las bases,
habrían arriesgado su estilo de caudillo sindical. Cuando los em­
pleados administrativos se afiliaron finalmente al sindicato durante
el período de la conducción de Salamanca, ese acopio de informa­
ción estuvo a disposición de los clasistas, y fue sin duda un factor
en las luchas de la base fabril libradas en los años setenta. Por sí
solos, los empleados de la Contaduría General, el “centro intelec­
tual” del complejo de IKA-Renault, pudieron proporcionar informa­
ción invalorable a los clasistas.
Los activistas clasistas aprovecharon el silencio de la dirigencia
de la vieja guardia peronista y construyeron su oposición gremial
sobre cuestiones relacionadas directamente con los problemas que
enfrentaban los trabajadores en las fábricas de IKA-Renault.69 La
amplia expansión del número y el .papel de los delegados que acom­
pañó su ascenso facilitó un estilo sindical más confrontativo en el
lugar de trabajo, y los clasistas desafiaron a la empresa en muchos
frentes. El intento de Renault a principios de los años setenta de
tomar trabajadores temporarios con contratos de tres meses, el pri­
mer paso tentativo para crear planteles no sindicalizados que final­
mente podría haber permitido una reproducción del sistema de
empleos rotativos de México en la industria automotriz local, fue
exitosamente resistido por los clasistas ™ Las condiciones de traba­
Trabajo y política en Córdoba 421

jo insalubres existentes en muchos departamentos también fueron


sometidas a una mayor vigilancia sindical. A fines de 1973 los cla­
sistas formaron la Comisión de insalubridad para investigar los
problemas relacionados con las condiciones laborales y coordinar
un frente unido de delegados ante la empresa sobre tales cuestio­
nes.71
Los desafíos más importantes de Sos clasistas, y los más tenaz­
mente resistidos por la empresa, no se refirieron sin embargo a es-
tas cuestiones, sino a dos temas derivados del programa de racio­
nalización de Renault: categorías y ritmos de producción. Durante
los años de Kaiser, el proceso de producción había combinado flexi­
bilidad laboral con categorías vagamente definidas.72 En esas con­
diciones el papel del delegado se había atrofiado, dado que en los
convenios colectivos los cruces de categorías habían quedado inde­
terminados y no estaban sujetos, por lo tanto, a los procedimientos
de reclamos gremiales. En rigor de verdad, durante los años de
Kaiser el cuerpo de delegados había servido esencialmente como
parlamento de Torres más que como celoso protector de los infere-
ses de ios trabajadores en la base fabril, y el vínculo del caudillo con
las bases tenía una oposición minoritaria vocinglera pero simbólica
entre los activistas de la izquierda trotskista y el Partido Comunis­
ta. En este sentido, el proceso de racionalización de Renault fue una
espada de doble filo. Para romper la identidad común de la mano de
obra, nacida de una estructura salarial comprimida, las estrategias
de construcción gremial de Torres y la historia de lucha y militancia
de los trabajadores del SMATA, Renault burocratizó la estructura
salarial e introdujo gradaciones definidas con precisión en las cate­
gorías. Esperaba que esto fragmentara a la mano de obra y dirigiera
sus esfuerzos a ascender en la escala de actividades antes que a
emprender acciones colectivas.73
Sin embargo, la necesidad de Renault de mantener un grado
considerable de flexibilidad laboral hacía que, en la práctica, las
categorías no pudieran respetarse. En 1969, un estudio de las con­
diciones en las plantas de IKA-Renault mostró una incidencia ex­
traordinariamente alta de traslados, ya que el 40% de los trabajado­
res de la línea de montaje, el 30% dé los operadores de máquinas, el
39% de los operarios de inspección de pruebas y reparaciones y el
45% de los artesanos estaban sujetos a cambios mensuales de ac­
tividades.74 Estos números no son particularmente significativos
para los trabajadores calificados, quienes no sólo esperan sino que
a menudo desean cierta variedad en los trabajos. Pero el trabajador
de línea que tenía una sensación bien definida de ía jerarquía de las
tareas displacenteras y la expectativa correspondiente de un pago
apropiado, podía experimentar amargamente esos cambios, e inclu­
422 E l Cordobazo

so los trabajadores calificados podían sufrir las mudanzas ocasio­


nales de sus departamentos a las máquinas en las líneas de pro­
ducción que la empresa ponía en práctica.
Las políticas de traslados de Renault abrieron la puerta para que
Jos delegados iniciaran procedimientos de reclamo y fortalecieran
su posición en la base fabril. Durante los dos años de control clasis­
ta clel SMATA (1972 a 1974), los delegados presentaron repetida­
mente reclamos sobre cruces de tareas. En realidad, la negativa de
la empresa a respetar las categorías se convirtió en ía causa más
común de reclamos de los delegados que, en un solo mes, julio de
1973, presentaron más de cien sobre la cuestión (Cuadro 10.3). Esto
contrastaba con su virtual ausencia durante el periodo de 1956 a
1969. En última instancia, los clasistas comenzaron a llevar el pro-
blema un paso más adelante, a fin de cuestionar las categorías de
departamentos enteros y no sólo de trabajadores aislados, una po­
lítica que se ganó las más duras criticas del departamento de perso­
nal de IKA-Renault.75

Cuadro 10.3. Reclamos gremiales,


Comisión Interna de Reclamos, SMATA de Córdoba, 1972-1974.

Año Categorías Todas las demás cuestiones

1972-73 187 ... ...........146..................... ........


1973-74 216 84

Fuente: Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volúmenes “Reclamos de


Comisión Interna”, 1972-73 y 1973-74.

El esfuerzo de los clasistas por controlar los ritmos de produc­


ción fue un asalto aún más directo a la autoridad de la administra­
ción en la base fabril. La demanda de larga data de los activistas
izquierdistás de las plantas de IKA-Renault en favor del control gre­
mial sobre el ritmo de trabajo se convirtió en el origen de numerosos
paros después del Cordobazo. El desafío clasista sobre la cuestión
de los ritmos de producción se expresó de muchas maneras. En
general fue puramente reactivo, como ocurría con las protestas di­
rigidas por delegados de departamentos específicos para reducir
la velocidad de la línea, considerada demasiado veloz por los traba­
jadores.76 También podía expresarse como una demanda sindical
más amplia en favor de su participación en la determinación de los
ritmos, tal como se la impulsó en el departamento de pintura des­
pués que la empresa se negó repetidamente a dar curso a quejas
Trabajo y política en Córdoba 423

gremiales formales acerca de ios ritmos excesivos o a responder a


las huelgas salvajes producidas en él.77 Cualquiera fuera su expre­
sión precisa, íos clasistas utilizaron la cuestión de los ritmos de
producción más que ninguna otra para fortalecer el apoyo de las
bases. Sus referencias a los problemas de la velocidad del trabajo
eran constantes en las publicaciones gremiales, y a decir verdad el
problema parecía literalmente hecho a medida para elevar la con­
ciencia de clase en la base fabril.78La cuestión de ios ritmos de pro­
ducción se hizo tan explosiva, y la vulnerabilidad de los torristas al
respecto tan manifiesta, que los mismos peronistas se vieron obli­
gados a adoptar una postura más agresiva y finalmente a aceptar la
carta de los clasistas y acusar a la dirigencia gremial de una vigilan­
cia laxa en el tema.79
Los problemas laborales eran las cuestiones sobre las cuales los
clasistas basaban su intento de ganar la lealtad de las bases y recu­
perar la posición que la izquierda marxista había perdido en el
movimiento obrero con el ascenso de Perón. Bajo la conducción cla­
sista, el sindicato adoptó un rol abiertamente tutelar y, empleando
a menudo un lenguaje exhortatorio, intentó vincular los problemas
de trabajo con una crítica al capitalismo y con el desarrollo del pa­
pel revolucionario de ía clase obrera.80 De la manera más significa­
tiva, el registro de paros del complejo IKA-Renault entre los años
1967 y 1976 revela un cambio, si bien irregular, en la conducta
gremial bajo los clasistas. Aparecen diferencias en la frecuencia y
naturaleza de las huelgas entre 1969, el último año de absoluto
control peronista de la maquinaria gremial, y el período clasista, que
incluye tanto los años de administración efectiva de éstos (1972 a
1974} como los inmediatamente precedentes y siguientes, cuando los
activistas clasistas eran los principales promotores de huelgas y pa­
ros en las plantas de IKA-Renault. Durante su conducción hubo una
mayor tendencia a parar, especialmente cuando se considera que
1969, el año del Cordobazo, fue inusualmente activo para la dirigen­
cia peronista, y a hacerlo por cuestiones relacionadas con la produc­
ción y el control de tareas (ritmos de producción, condiciones de tra­
bajo insalubres y categorías), no sólo por demandas salariales. Bajo
los clasistas hubo una tendencia particularmente pronunciada a pro­
testar por la aceleración de los ritmos de producción. Esos cambios
en la línea a menudo precipitaron paros parciales en determinados
departamentos. De vez en cuando, el paro se iniciaba en uno de ellos
y se difundía a otros donde existían problemas similares, desencade­
nando protestas que abarcaban toda la planta.81 En su mayoría, sin
embargo, los paros del período clasista fueron lo que en la industria
automotriz estadounidense se conoce como “relámpagos” (“quickies”),
suspensiones de la producción o trabajo a desgano limitados a de­
424 E l Cordobazo

parlamentos específicos y que duran sóio unas pocas horas. La


compartimentación de la vida fabril en las plantas automotrices,
donde las líneas de comunicación entre los diversos departamentos
a menudo eran escasas, ha estimulado históricamente este tipo de
paro laboral en las industrias del automóvil donde los delegados
tienen una presencia poderosa y vigilante.82
Los documentos de IKA-Renault no siempre especifican las cau­
sas precisas de estos paros, atribuyéndolos con frecuencia genéri­
camente al aumento de los riímos de producción. Pero las prácticas
específicas que desencadenaban la protesta obrera no son la varia­
ble crucial. Como ya se ha mencionado, “aceleración de los ritmos
de producción” es una expresión que se aplica más a un fin que a
un medio. La administración empleaba una gama de prácticas para
incrementar la productividad obrera y satisfacer las necesidades de
la empresa. Un rastreo detallado de las medidas precisas de acele­
ración de los ritmos que adoptó en cada caso no sólo sería imposi­
ble, sino también inútil. Antes bien, lo que queda claro a partir de
los registros de la compañía, diversas fuentes gremiales y los testi­
monios de los trabajadores, así como lo históricamente significati­
vo, es un patrón general de comportamiento. Específicamente, en­
tre 1969 y 1975 las cuestiones laborales fueron las causas predo­
minantes de los paros; éstos tendieron a ser breves y a limitarse a
departamentos específicos, y no a abarcar a todo el sindicato; y el
número de huelgas aumentó mucho en la década de 1970, en el
punto culminante del programa de racionalización de Renault y de
la autoridad clasista en las plantas de IKA-Renault. De manera si­
milar, las cifras más bajas de huelgas y una menor inclinación a
parar por cuestiones de control del trabajo entre 1967 y 1969 y en
1976, momento en el cual los clasistas que quedaban habían sido
casi completamente eliminados de las fábricas de Santa Isabel y una
conducción peronista volvía a estar firmemente asentada en el po­
der (aunque bajo un gobierno militar duro e intimidatorio), reflejan
el estilo torrista de administrar los asuntos gremiales.
Un incremento dramático en la cantidad de paros relámpago
sugiere naturalmente serios problemas en la base fabril, pero a
menudo también significa una quiebra de la disciplina gremial, en
la que los delegados ignoran los dilatados procedimientos para de­
clarar una huelga y pasan por alto a la maquinaria sindical estable­
cida.83 En lós Estados Unidos, donde en los años treinta los activis­
tas sindicales se montaron sobre la ola de descontento de las bases
por la reformulación de los tiempos de las tareas y los cambios ar­
bitrarios eri la asignación de éstas, el uso de huelgas departamenta­
les para apuntalar la posición de una facción gremial o desacreditar
a otra fue un rasgo notoriamente prominente de los primeros años
Trabajo y política en Córdoba 425

dé la historia de los UAW.H <1En Córdoba, las rivalidades y la animo­


sidad existentes entre el Partido Comunista Revolucionario, el Par­
tido Comunista, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, los
peronistas y otras tendencias político-ideológicas de los delegados
también hicieron que tales motivaciones fueran muy comunes en ei
registro de paros en el complejo de ÍKA-Renault. Así, pues, las que­
jas de la compañía sobre la anarquía en ías plantas no eran total­
mente infundadas, dado que los rivales sindícales a menudo pare­
cían estar comprometidos en un aventurerismo político, intentando
superarse unos a otros en sus despliegues de militancia.
Eí peligro que esta situación representaba para la empresa tam­
poco era meramente hiperbólico. A fines de 1972, IKA-Renault ya se
quejaba de que las “actitudes de incumplimiento, paros parciales y
trabajo a desganoMeran responsables de una caída mensual de 500
autos en la producción y socavaban el programa de modernización
de la compañía; en rigor de verdad, entre 1973 y 1974 la producción
cayó de 40.760 unidades completas a 3S.952.85 En Francia, los fun­
cionarios empresariales señalaban que la vigilancia de los dosis tas
sobre los ritmos de producción había reducido el rendimiento a lo
que se consideraba un promedio inaceptable de 200 a 240 autos
por día.8fí Como resultado de la oposición gremial, Renault decidió
que la producción sólo podría incrementarse mediante la contrata­
ción de personal temporario o con horas extras, y que el aumento de
los ritmos de producción iba a provocar con seguridad una reacción
no deseada de los delegados.87 Pero la oposición del sindicato a la
contratación temporaria y la grave carga financiera que imponían
las horas extras a la empresa hicieron que IKA-Renault siguiera
empleando la aceleración de los ritmos.
En esos años nunca faltaban motivos para hacer huelgas, y los
trabajadores demostraron un amplio respaldo al manejo clasista de
los problemas de la base fabril, un hecho que debe limitar el ítem de
la política partidaria como explicación de las tormentosas relacio­
nes obrero-patronales de aquellos años. La decisiva victoria electo­
ral de los clasistas en 1974 y el constante apoyo de los trabajadores
a los delegados de esa tendencia después que la conducción clasis­
ta fue desalojada demostraron la profundidad de la identificación
de las bases con el estilo sindical más confrontativo de los clasistas
en los lugares de trabajo. Por otra parte, las huelgas flagrantemente
partidistas nunca podrían haberse sostenido a lo largo de un perío­
do de varios años a menos qué también hubiera existido un mar de
fondo de descontento entre los trabajadores en referencia a proble­
mas directamente relacionados con la producción. Más que rencor
político o designios revolucionarios, la explosión de la militancia
obrera también debe de haber tenido mucho que ver con el aumen­
426 El Cordobazo

to dispuesto por ios clasistas de la cantidad de delegados después


de las elecciones gremiales de 1972, que coincidió con el cambio de
las condiciones de trabajo derivado del programa de racionalización
de Renault,
En las escaramuzas diarias por el control de la producción,
los delegados eran naturalmente más sensibles a los problemas
de la base fabril y más susceptibles de convocar huelgas salvajes
que el comité ejecutivo del sindicato, También tenían una rnayor
capacidad y más autoridad para hacerlo. La política del comité
ejecutivo clasista del SMATA fue cederles la iniciativa en los pro­
blemas relacionados con el trabajo, en vez de exigir que actuaran
a través de la engorrosa maquinaria gremial o de acuerdo con los
procedimientos para presentar reclamos, como lo habían hecho
durante los años farristas. El poder de los delegados llegó al punto
de que hubo presiones —aumento de la cantidad de aquéllos y cam­
bios en la naturaleza de! trabajo— que alentaron paros que estaban
más allá del control del comité ejecutivo. La incidencia creciente de
los paros entre la eliminación del comité ejecutivo clasista en 1974
y fines de 1975, por ejemplo, reflejó una situación en la cual los
delegados seguían respondiendo a las presiones de las bases y for­
mulaban respuestas eficaces a los problemas laborales, a pesar de
los considerables esfuerzos de los interventores gremiales por cen­
tralizar el proceso de toma de decisiones y calmar las aguas en el
sindicato.
La historia de los paros laborales en el complejo de IKA-Renault
entre 1967 y 1976 demuestra la importante influencia del trabajo
en el ascenso del clasismo y en las rebeliones en la base fabril de los
trabajadores mecánicos a principios de los años setenta. La mitolo­
gía política ha representado a los trabajadores del automóvil de
Córdoba como una vanguardia política, un sector avanzado de la
clase obrera que desarrolló un programa político radicalizado que
sirvió como base para sus demandas gremiales y como inspiración
para su militancia. A decir verdad, no puede desecharse alegremen­
te la “política” como factor desencadenante en algunos de los paros.
Muchas huelgas, en particular las que involucraban a todo el sindi­
cato, a diferencia de los paros parciales en departamentos aislados,
en líneas generales se llevaron a cabo por razones políticas: en opo­
sición a las actitudes de la Confederación General del Trabajo, para
protestar por un asesinato político, en apoyo a la independencia del
movimiento obrero cordobés con respecto a Buenos Aires, etc. La
política del trabajo tampoco puede separarse completamente de la
política revolucionaria de la izquierda marxista y peronista. Sin
duda, una de las tácticas clasistas consistía en mantener a las plan­
tas en un gran estado de agitación, para intentad elevar la concien­
Trabajo y política en Córdoba 427

cia obrera enfrentando a la administración en toda oportunidad


posible. Las acusaciones empresariales de paros guerrilleros, accio­
nes huelguísticas gratuitas con designios puramente subversivos,
eran una exageración, pero ia opinión de Renault de que la política
de base de los dosis tas estaba íntimamente vinculada con su pro­
grama revolucionario era correcta.
No obstante, el registro de huelgas indica que en las plantas de
IKA-Renault las políticas partidista y revolucionaria eran secun­
darias con respecto a la del trabajo, y que las cuestiones políticas
iníluíán en la conducta del sindicato y exacerbaban las tensiones
en la base fabril pero estaban subordinadas a los problemas rela­
cionados con la producción que los trabajadores experimentaban
en las plantas. Estos problemas, a su vez, se filtraban a través de
una percepción más general de los derechos de los trabajadores
que se infería de los legados del peronismo, en la medida en que
éste contribuyó al desarrollo de la concepción que tenía la clase
obrera argentina de su legítimo derecho de nacimiento, y también
de la historia de lucha de los propios trabajadores del SMATA.
Ambos legados se fortalecieron en la cargada atmósfera política de
la ciudad con posterioridad al Cordobazo y durante la restaura­
ción peronista.
La empresa interpretó la agitación laboral como un movimiento
subversivo de mera inspiración política, manipulado por la izquier­
da revolucionaria y con la intención de sembrar la discordia en los
lugares de trabajo; en realidad, como una especie de terrorismo in­
dustrial. La administración resistió tenazmente los intentos sindi­
cales por aumentar su poder en la base fabril y en general ignoró
sus quejas sobre ritmos de producción y condiciones de trabajo,
empleando diversas estrategias para suprimir las inoportunas in­
tromisiones gremiales en su autoridad sobre las plantas.88 Renault
identificó a los trabajadores calificados como el núcleo de la oposi­
ción laboral (y de hecho éstos habían desempeñado un rol de con­
ducción en la organización de actividades obreras y como contra­
punto a la administración en la industria automotriz, como lo de­
muestra en particular la historia de los UAW).89 En Córdoba, los
matriceros y fabricantes de herramientas de Perdriel proporciona­
ron efectivamente un gran contingente a la oposición izquierdista a
Torres durante la década del sesenta e inmediatamente después del
Cordobazo, pero fueron las principales víctimas del acuerdo nego­
ciado entre aquél y la empresa luego de la gran huelga del SMATA
en 1970. De allí en más, si bien los trabajadores de Perdriel monta­
ron una firme resistencia a la racionalización de su planta, no pue­
de decirse de ningún modo que estuvieran dominados por el movi­
miento clasista. La lisia Marrón clasista arrastró a trabajadores de
428 El Cordobazo

diversas categorías, calificados y no calificados, y sus paros afecta­


ron a todos los departamentos en todas las plantas, incluyendo los
de línea de producción y de montaje, de menor calificación. Así, los
argumentos de la empresa de que los trabajadores calificados ac­
tuaban como agitadores políticos proporcionan un chivo expiatorio
conveniente pero hacen poco para clarificar las razones del profun­
do apoyo de las bases a los clasisLa$.-)i} Éste tenía más que ver con el
programa de racionalización de-Kenaulty la percepción del deterio­
ro de las condiciones en la base fabril —realzada, sin duda, por el
didáctico discurso gremial de los clasistas— que con una política
puramente revolucionaria.

El movimiento clasista de Fiat, de manera similar, estaba firme­


mente enraizado en los problemas de los lugares de trabajo. Los tra­
bajadores que dirigieron en 1970 la rebelión de la base fabril que
desalojó a los amanuenses de la empresa que administraban los sin­
dicatos de planta SITRAC y SITRAM no tenían un programa político
inmediato. Como quedó en claro en los capítulos anteriores, las posi­
ciones clasistas sólo se adoptaron más tarde y como resultado de la
búsqueda por parte de los propios trabajadores de una educación
política y una ideología que explicara las luchas que libraban con la
empresa.9' En Ferreyra, la rebelión surgió del descontento de las bases
con las prácticas gerenciales exclusivas de Fiat. El aislamiento de los
trabajadores de esta empresa con respecto al movimiento obrero en
Córdoba había permitido que la compañía italiana estableciera un
régimen fabril altamente idiosincrásico, caracterizado por el control
absoluto de la administración sobre la producción y un estilo nomi­
nalmente paternalista pero en la práctica real muy autoritario. La
existencia del sistema de pago por trabajo a destajo o prácticas de
producción como el acopie de máquinas introdujeron en la relación
obrero-patronal elementos que estaban ausentes en IKA-Renault y,
en general, en las firmas automotrices de la Argentina.
El rol del capataz en las plantas de Fiat era especialmente dife­
rente del conocido en otras empresas automotrices. Responsable de
decidir si los trabajadores habían cumplido las tasas de producción
necesarias para recibir eí premio y de la asignación de tareas extras,
el capataz estaba en la delicada situación de equilibrar las necesi­
dades de la empresa con las expectativas de los trabajadores. De
manera no sorprendente, estaban más comprometidos con ía pri­
mera que con los últimos, y su relación con los trabajadores era
inusualmente acre en la planta de Concord. Las huelgas que esta­
llaron periódicamente en ésta durante el período clasista en obje­
ción al tono irrespetuoso de un gerente o al comportamiento apa­
Trabajo y política en Córdoba 429

rentemente caprichoso en ías líneas eran intentos de establecer los


derechos de la base fabril que la Jaita de una representación gremial
efectiva había negado a los trabajadores. A lo largo de los quince
meses de duración del SÍTRAC clasista, las palabras más repetidas
en las publicaciones gremiales y en el discurso clasista no fueron
“clasismo” o "revolución” sino “respeto”, “dignidad" y "justicia'’, a
menudo expresadas en relación con eí tratamiento recibido por par­
te de los capataces de la empresa.
El eslogan de SITRAC-SITRAM, “¡Nigolpe ni elección, revolución
legó al clasismo de Fiat la imagen uítraizquierdista, ligeramente
utópica y casi milenarista. de un movimiento enfrentado con el te­
nor general de la historia de la clase obrera argentina después de
1945. Esta imagen ha alentado a algunos a ver en él no el producto
del movimiento de los trabajadores sino el de ideólogos izquierdis­
tas e incluso de infiltrados de una de la miríada de organizaciones
revolucionarias de principios de los años setenta. Incluso críticos
que simpatizaban con él lamentaron su reputada intransigencia po­
lítica e ideológica.92 En realidad, para la gran mayoría de los traba­
jadores el movimiento clasista de Fiat, como su par del SMATA, fue
más una lucha por los derechos en el lugar de trabajo y la protec­
ción gremial que por el socialismo. Las rebeliones fabriles nacieron
de las experiencias concretas de trabajadores comunes y corrien­
tes, y la nueva dirigencia sindical recibió su apoyo de las bases por­
que abordaba problemas sufridos por los obreros en la fábrica que
la anterior conducción no había querido o podido abordar. Además
de su compromiso general en favor de estructuras gremiales más
democráticas, prometió resolver prácticas gerenciales específicas
que se padecían profundamente. La campaña sindical contra eí pre­
mio a ía producción y sus esfuerzos por conseguir un salario estric­
tamente correspondiente al tiempo trabajado fueron en verdad una
mayor fuente de prestigio que el programa político del clasismo?3
Las pobres condiciones de trabajo existentes en algunos depar­
tamentos — la forja, por ejemplo— también se convirtieron en una
cuestión que galvanizó a los trabajadores detrás del SÍTRAC cíasis-
ta. Si bien se trataba de una planta pequeña con apenas un poco
más de cien trabajadores con buenos salarios, la foija había sido
notoria en el complejo de Fiat como el “departamento cementerio”,
donde el calor excesivo y el golpeteo incesante de las prensas hi­
dráulicas de treinta toneladas provocaban deshidratación y trastor­
nos nerviosos. A principios de la década del sesenta, Fiat había ig­
norado repetidamente las quejas obreras acerca de las insalubres
condiciones de trabajo en ella, sosteniendo que se trataba de ries­
gos ocupacionales inevitables por los que, por otra parte, se com­
pensaba a los trabajadores con mayores salarios. En lo sucesivo,
430 Eí Cordobazo

Jorge Lozano y la conducción del sindicato de empresa SITRAC


habían blandido esos argumentos para desalentar las demandas
periódicas de los operarios de la forja en favor de mejores condicio­
nes. El SITRAC clasista convirtió esta cuestión en un tema de todo
el sindicato y obtuvo una gran victoria que le confinó prestigio cuan­
do la compañía acordó reducir la jornada laboral allí, revirtiendo su
negativa de larga data a negociar siquiera sobre el asunto.94
Los ulteriores éxitos de los clasistas al obtener la abolición de la
práctica del acople de máquina y, después de una dura batalla, la
promesa de Fiat de eliminar gradualmente el sistema de los premios
fueron otros grandes logros para el nuevo sindicato. El SITRAC cla­
sista expandió de mil maneras los parámetros de la autoridad obre­
ra en la base fabril. Por ejemplo, el sindicato luchó por tener, y lo
consiguió, un papel en la supervisión de la sección de control de
calidad. Este departamento en particular había sido una fuente de
gran fricción entre la mano de obra y la empresa durante los años
de la UOM y Lozano, dado que a menudo se rechazaban partes como
inaceptables sin ningún criterio aparente, perjudicando con ello las
posibilidades de los trabajadores de cumplir las cuotas necesarias
para ganar el premio.05
El movimiento clasista en la planta de Fiat Concord no se carac­
terizó por la situación altamente indócil que acompañó el ascenso
del movimiento de delegados militantes en IKA-Renault. Las circuns­
tancias que rodearon la aparición del movimiento clasista en
Ferreyra, a saber: el sólo tardío ingreso de organizaciones políticas
allí, explican en parte esta situación. La naturaleza, la escala y la
organización de la producción en la planta de Concord también fue­
ron factores intervinientes. Al limitarse la producción a operaciones
mecánicas, los reclamos a presentar eran de menor variedad. Así,
hubo menos “corretaje de reclamos”, menos delegados departamen­
tales compitiendo para ser los primeros en resolver ios suyos y ejer­
ciendo una presión correspondiente sobre eí comité ejecutivo gre­
mial para que escogiera qué cuestiones defender. El sindicato tenía
un control más estrecho sobre la base fabril, y los departamentos
tenían una menor tendencia a convocar paros independientes y los
delegados a tomar en sus propias manos los asuntos a causa de su
impaciencia ante la idea de operar de acuerdo con los procedimien­
tos gremiales establecidos.
El peso más ligero de la política partidaria en la planta de
Concord, combinado con su contexto específico de lugar de trabajo,
se encuentran detrás de las diferencias entre los dos movimientos
clasistas. Aunque entre 1970 y 1971 la planta de Concord fue una
fábrica excepcionalmente politizada y hubo numerosas huelgas “po­
líticas” del SITRAC, en general se trataba de acciones convocadas
Trabajo y política en Córdoba 431

por el sindicato y no por los delegados de manera independiente.


Hubo paros departamentales, pero sus motivaciones, en general,
parecen haber estado más libres de las rivalidades políticas que eran
tan comunes en IKA-Renault.'* El menor tamaño de la planta de
Fiat también permitía contactos más directos y fluidos entre la con­
ducción gremial y las bases. A pesar de los esfuerzos de los clasistas
del SMATA por impedirlo, la escala y complejidad mayores de las
operaciones de IKA-Renault habían hecho inevitable cierta conti­
nuidad del distanciamiento burocrático del período torrista. Un re­
sultado había sido la quiebra de la autoridad en la base fabril, lo
que se manifiesta en el registro huelguístico de IKA-Renault para
aquellos años.
Sin embargo, a pesar de estas diferencias, la necesidad de las
empresas automotrices de reducir los costos laborales y las políti­
cas que adoptaron para mantener su competitividad en el peculiar
mercado automotor argentino sometieron a los trabajadores mecá­
nicos cordobeses a presiones diferentes a las que sufrían sus pares
de Buenos Aires. La lucha por el control de las tareas, que se desa­
rrolló a partir de un conflicto agravado entre trabajo y capital en el
lugar de trabajo, se encuentra detrás de los movimientos clasistas
de Ferreyra y Santa Isabel. La resistencia a la vida fabril podía ser y
fue expresada individualmente, mediante la renuncia o la holgaza­
nería, por ejemplo, más que a través de un acto colectivo, y mucho
menos de uno con conciencia de clase. Si los desafíos colectivos a
las "funciones gerenciales" fueron más característicos que la resis­
tencia individual en las plantas automotrices cordobesas durante
los años setenta, se debió en parte a la anterior historia de lucha de
los trabajadores y a las condiciones particulares existentes en la
Argentina y especialmente en Córdoba, que habían creado un sen­
timiento de comunidad entre tos mecánicos. Pero también había
elementos específicos de la fabricación de automóviles —la natura­
leza integrada de la producción y la ubicuidad del trabajo cronome­
trado y repetitivo— que promovieron la militancia obrera en cues­
tiones de control de tareas como los horarios y condiciones de tra­
bajo, la asignación de actividades y los ritmos de producción. Esto
está demostrado por las semejanzas en la historia de posguerra de
los trabajadores mecánicos de países con culturas políticas tan di­
ferentes a la de la Argentina como Gran Bretaña y los Estados Uni­
dos.97 Por todas las razones mencionadas en este libro, los mecáni­
cos cordobeses tenían una historia habitualmente pronunciada de
militancia, pero todos los trabajadores mecánicos del mundo se han
caracterizado por sus enfrentamientos con la patronal sobre estas
cuestiones, y la historia de los obreros de IKA-Renault y Fiat debe
432 Eí Cordobazo

incluirse lisa y llanamente dentro de esa tradición del capitalismo


indusirial del siglo XX.

Las luchas en el lugar de trabajo de los mecánicos cordobeses


deberían descartar, sin duda, toda noción de la existencia de una
aristocracia obrera. A pesar de sus salarios relativamente altos y de
la considerable estabilidad laboral de que disfrutaban, todos los tra­
bajadores del automóvil de Córdoba enfrentaron problemas que
implicaban el control absoluto de la administración sobre ía mano
de obra, ya fuera en la forma de aceleración de los ritmos de pro­
ducción, cantidad de trabajo o esquemas de productividad. La apli­
cación de una teoría de la aristocracia obrera parece de uso limita­
do cuando se analiza la historia de los trabajadores mecánicos en
América Latina. En rigor de verdad, el concepto general parece ser
el resultado de algunos supuestos fáciles basados en un precedente
histórico aislado; específicamente, la historia de posguerra de los
United Auto Workers y del éxito de su secretario general, Walter
Reuther, al capitalizar la prosperidad de la industria automotriz
estadounidense para obtener salarios elevados, contratos de cinco
años, ajustes según el costo de vida y generosos programas de pen­
siones, que desde entonces influyeron en muchas interpretaciones
sobre los sindicatos de mecánicos. Indudablemente, los UAW se
transformaron en un sindicato privilegiado y los mecánicos estado­
unidenses, aunque esto pueda discutirse, en una especie de aristo­
cracia obrera. La negociación colectiva era centralizada y se reducía
a las cuestiones salariales, en tanto el sindicato abandonaba toda
pretensión de autoridad en la base fabril, aunque los temas de con­
trol del trabajo siguieron alimentando muchos paros convocados por
los delegados, y no por el sindicato nacional.98
Pero la historia de los UAW difícilmente sea representativa de los
sindicatos mecánicos en general, y sólo fue posible gracias a la si­
tuación excepcionalmente próspera de la industria automotriz es­
tadounidense en eí período de posguerra, así como a la influencia
de la Guerra Fría en las relaciones del movimiento obrero con el
Estado. En consecuencia, las opciones tácticas de que disponía la
dirigencia de los UAW ayudaron a transformar al sindicato en lo que
un historiador ha llamado "una combinación de maquinaria políti­
ca y burocracia del bienestar que «atendía» a los afiliados y «vigila­
ba» el contrato nacional”,99
La historia de íos trabajadores del automóvil en otras partes del
mundo, y a decir verdad también la de los UAW antes de los años
cincuenta, fue de conflicto continuo más que de adaptación. Un
motivo para la militancia fue la estructura salarial comprimida de
7Yabajo y política en Córdoba 433

la industria. Sí bien las compañías automotrices introdujeron es­


tructuras salariales burocratizadas como un medio de control labo­
ral, no pudieron impedir el avance inexorable hacia salarios más
comprimidos, que tendieron constantemente a nivelarse a medida
que el trabajo se hacía menos calificado. Así, aunque muy divididos
espacialmente y en cierta medida por la calificación en el lugar de
trabajo, en términos colectivos los trabajadores mecánicos propen­
dieron a ver mejorados sus ingresos.100 En Córdoba, ésta fue la
verdadera comunidad que unió a ios mecánicos, forjada no en los
barrios sino en las fábricas donde pasaban ía mayor parte del día y
la mejor parte de sus vidas.
Otros factores peculiares de la industria fortalecieron la militan­
cia de los mecánicos cordobeses. La importancia estratégica de la
fabricación de automóviles fue uno de ellos. Como se trataba de un
sector fundamental de la producción industrial, de cuyo bienestar
dependían en gran medida otras industrias como la siderúrgica y la
del caucho, los mecánicos tenían un grado considerable de poder.
Al ser ía industria automotriz de la Argentina altamente interdepen-
diente, paros como la huelga del SMATA en 1974 tenían un efecto
en cadena sobre la economía, y los mecánicos podían hacer sentir
su presencia con una autoridad de la que la mayoría de los demás
sectores de la clase obrera industrial simplemente carecían. En un
país como la Argentina, que no había experimentado un desarrollo
industrial diversificado y había hecho de los complejos automotores
el nexo de sus programas industriales de posguerra, las huelgas
podían precipitar crisis económicas y hasta políticas nacionales,
como lo muestra repetidamente la historia de íos trabajadores me­
cánicos cordobeses entre 1969 y 1976. Así, en la jerarquía de poder
de los sindicatos los mecánicos se colocaban en los puestos más
altos, un hecho que alentó a su conducción y a las bases a empren­
der acciones huelguísticas en situaciones en que otros sindicatos
podrían haber vacilado.
Está claro que los movimientos clasistas en las plantas de ÍKA-
Renault y Fiat Concord surgieron parcialmente en respuesta a re­
clamos de la base fabril no resueltos por la anterior representación
gremial. Donde el SMATA peronista y los funcionarios de los sindi­
catos de empresa de Fiat habían sido deferentes y vacilantes en el
cuestionamiento del control de las compañías sobre el proceso de
producción, los clasistas practicaron la confrontación y la intransi­
gencia en las plantas. La lucha de clases se llevó al ámbito fabril y
se expresó en términos que los trabajadores no sólo entendían sino
que apoyaban. En Fiat, capataces antes arrogantes aprendieron a
tratar a los trabajadores con mayor respeto; en caso contrario, se
arriesgaban a sufrir la reacción del ahora vigilante y quisquilloso
434 El Cordobazo

sindicato. En IKA-Renault, en todo momento se pusieron en tela de


juicio las prácticas gerenciales, y la demarcación clara del lugar de
trabajo como zona exclusiva de la autoridad de la administración,
una línea que había existido durante los años torristas, fue ignora­
da por ios clasistas.
Es posible que ciertas características únicas de Córdoba hayan
conducido a los trabajadores a un cuestionamiento más profundo
de las relaciones de producción que el de los mecánicos de otros
lugares. Una de esas características fue la alta estabilidad deí em­
pleo en la industria automotriz cordobesa- Otra puede haber sido la
ausencia de fracturas étnicas o raciales dentro del proletariado
automotor local. Es posible que el hecho de que en Córdoba hubiera
una mano de obra homogénea haya hecho más directo el conflicto
obrero-patronal e impedido que se trasladara a los demás carriles
que en otras industrias automotrices lo complicaban y confun­
dían.101
Los problemas del trabajo, sin embargo, no provocaron forzosa­
mente resistencia obrera o clasismo. Antes bien, fueron esos pro­
blemas tal como los percibían subjetivamente los trabajadores, a tra­
vés de una lente emocional hecha de las influencias multiformes de
la Argentina y Córdoba que eran su propiedad intelectual común y
que se concentraban en una visión del mundo redefinída, una ideo­
logía que contenía ciertos elementos que podían ser compartidos por
la conducción clasistay las bases peronistas. La sociedad y la fábrica
interactuaban en un proceso dinámico para dar significado y direc­
ción al clasismo. El legado de la Resistencia peronista, las luchas de
los años sesenta y el Cordobazo infundieron en la clase obrera local
un significado más elevado de los derechos y el poder, que fue subya­
cente a las rebeliones fabriles de la década del setenta. Las influen­
cias de la ideología y la política tuvieron un gran peso en esta histo­
ria, creando con ello la imagen romántica del trabajador mecánico
cordobés y del movimiento obrero de Córdoba en general.
Lo más probable, sin embargo, es que el potencial de militancia
nunca se hubiese realizado si no hubieran intervenido ciertas in­
fluencias del lugar de trabajo para catalizarlo en las bases. El
Cordobazo fue indudablemente el punto de partida de la politización
de los jóvenes trabajadores que condujeron los movimientos de re­
cuperación sindical, pero éstos fueron sostenidos por cuestiones de
los lugares de trabajo, y sin una comprensión de la interacción di­
námica entre el mercado, íos procesos de producción y las prácticas
gerenciales, su verdadera significación se pasará por alto. Lo que
estuvo en el centro de las rebeliones fabriles de Santa Isabel y
Ferreyra durante la década del setenta fue la lucha por el control
del trabajo, un conflicto desnudo aunque complejo entre movimieñ-
Trabajo y política en Córdoba 435
to obrero y capital en las plantas automotrices, y no las influencias
exógenas de estudiantes-trabajadores, los efectos alienantes de la
industrialización súbita o las frustradas aspiraciones de movilidad
de una supuesta aristocracia obrera. Para los trabajadores mecáni­
cos cordobeses, política y trabajo estaban inextricablemente uni­
dos, y es en la historia de la política obrera en la base fabril y su
interacción con la sociedad argentina en general y cordobesa en
particular donde el historiador puede hallar la mejor explicación del
papel único desempeñado por los sindicatos de Córdoba en la re­
ciente historia laboral de la Argentina.

NOTAS

1Un análisis detallado de las plantas de IKA-Renault y Fiat es útil más


allá de que sirva para explicar la dinámica de la política obrera cordobesa.
Hacia 1975, Fiat era la segunda empresa de la Argentina en términos de
ventas anuales, mientras que IKA-Renault ocupaba el séptimo lugar. Entre
las siete primeras, las cinco restantes eran de propiedad estatal (Yacimien­
tos Petrolíferos Fiscales, Empresa Nacional de Telecomunicaciones, Servi­
cios Eléctricos del Gran Buenos Aires, SOMISA —la empresa siderúrgica
pública— y Gas del Estado). Así, la situación de Fiat e IKA-Renault como
las principales empresas privadas de la Argentina hacía de ellas baróme­
tros importantes de lo que ocurría en todo el país en términos de política
económica nacional, relaciones laborales y política industrial, aunque tam­
bién había condiciones exclusivas de Córdoba que hacían que la historia de
ambas fuera excepcional.
2Marjorie T. Stanley, "The Interrelations of Economic Forces and Labor
Relations in the Automobile Industry”, disertación para el Doctorado en
Filosofía, Universidad de Indiana, 1953; John Humphrey, “Labour Use and
Labour Control in the Brazilian Automobile Industry”, C ap ital an d C lass,
n° 12 (invierno de 1980), pp. 48-49.
3Rhys Owen Jenkins, Deperident Industriálization in Latin America: The
Automobile Industry in Argentina, Chile an d México (Nueva York: Praeger
Publishers, 1977), p. 133. Jenkins señala la desaceleración de la produc­
ción autom otriz argentina después de mediados de la década del sesenta.
Mientras entre 1960 y 1965 la producción creció a un promedio anual de
27,2%, el incremento cayó a 6,4% entre 1965 y 1973.
4 Jenkins, Dependent Industrialization in Latin America, p. 63. Para ser­
vir a este nuevo mercado, tanto IKA-Renault como Fiat aumentaron signi­
ficativamente la cantidad de modelos producidos, IKA-Renault se expandió
gradualmente de una línea de seis modelos en 1959 a otra de 23 en 1967,
y Fiat pasó de tres en 1960 a 16 en 1972; María Beatriz Nofal, A bsentee
Entrepreneurship an d the D ynam ics o f the Motor Vehicle Industry in Argen­
tina (Nueva York: Praeger Publishers, 1989), p, 40. En ocasiones, las em­
presas adoptaron esta política de diversificación de líneas con gran renuen-
436 El Cordobazo

cía y como una medida estrictamente defensiva. En un informe de Fiat de


1968,. por ejemplo, la multinacional italiana manifestaba que "la expansión
de la línea de modelos es no sólo necesaria para diversificar nuestra pro­
ducción sino tal vez fundamental y perentoriamente para no ser derrotados
por nuestros competidores (evitando que otros nos superen en el lanzamien­
to de nuevos modelos), y en consecuencia para disuadirlos de que se abo­
quen a modelos con características similares a íos que ya fabricamos noso­
tros”, Arehivio Storico di Fiat, Turín, carpeta "Planificacióne e Controllo”,
Fondo CG89-XVI11/9/C , documento “Previsioni economico-finanzíarie delle
aziende Fiat in Argentina per íl triennio 1969-197 1”, 11 de julio de 1968, p.
13.
5 Nofal, Absentee Entrepreneurship, p. 42.
<! Harry C. Katz, Shifting Gears: Changing Labor Relations in the U.S.
Automobile /ndusíry {Cambridge: M1T Press, 1985), pp. 22-23.
7lan Roxborough, Union Politics in México: The Case of the Automobile
Industry (Cambridge: Cambridge University Press, 1984); John Humphrey,
Capitalist Control and Workers'Stmggle in the Brazilian Automobile Industry
{Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1983). Las plantas automotri­
ces simplemente no pueden reducir la producción si quieren seguir obte­
niendo ganancias. La necesidad de que la maquinaria funcione a plena
capacidad es el resultado del alto nivel de capitalización de las plantas.
Sufragar los costos de producción entraña conseguir un rendimiento máxi­
mo de la maquinaria y los trabajadores en los períodos de picos en ía de­
manda. Las empresas prefieren hacer funcionar las máquinas a pleno,
aumentar el stock hasta ciertos niveles y luego disminuir sus costos labo­
rales, si es posible mediante despidos o, si no lo es, a través de la reducción
de los días laborables, el incremento global de los ritmos de producción y,
en general, la manipulación de sus gastos en mano de obra.
8Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Affaires Intemationales 0200, 1067, “A. Lucas, Argentine, 1973”, informe
“Situation d’IKA-Renault au 1er Janvier 1971”.
9Ibid., Direction Juridique 0263, 4396, “Argéntine-IKA-Renault”, carpe­
ta “IKA, 1974”.
10Ibid., Direction des Services Financiers 0764, 113, carpeta “Finance
Internationale”, documento “Gréves d’IKA-Renault á Córdoba", 28 de agos­
to de 1968. Un estudio reciente sobre la historia de Renault en América
Latina sostiene que la política de estabilidad laboral de la empresa y su
rechazo de las prácticas de contratación y despidos eran considerados ne­
cesarios para atacar sus costos laborales y al mismo tiempo debilitar en
general el poder deí SMATA en las plantas de Santa Isabel. Véase Gilíes
Gleyze, “La Régie Naliónale des Usines Renault et TAmérique Latine depuis
1945. Brésil, Argentine, Colombíe”, tesis de Maestría en Humanidades,
Universidad de París X-Nanterre, 1988, p. 181.
11Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Affaires Intemationales 0200, 1069, “A. Lucas, Argentine”, carpeta
“Rapports Missions Argentine”, informe “Argentine - Activités Industrien es”,
enero de 1973, p. 2.
12Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Cor-
Trabajo y política en Córdoba 437

doba en los ’60: el ámbito del trabajo y la dimensión cultural”, informe


Anual, Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provin­
cia de Córdoba, 1991, p. 49.
13 José Nun, “Despidos en la industria automotriz argentina: estudio
de un caso de superpoblación notante”, R evista Mexicana de Sociología 40,
n° 1 (1978), pp. 81 -90.
14Archivio Storico, FiatS.p.A., Turín, carpeta “Argenlina~Progeí.lo-Viaggi~
1947-1958", Fondo "ex C M 13”~ÍII/9/C, documentos “Viaggio nelia
Repubblica Argentina - Visita alia lábbríca Fiat «Grandes Motores Diesel» e
alia fabbrica «Someca Concord»" y "Visita alia fábbrica «Industrias Kaiser
Argentina», 1958"; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Docu­
mentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada
de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Fiat Proposes to Manufacture
Automobiles in Argentina", 835.3331/11-2458, 24 de noviembre de 1958;
“Fiat Car and Truck Manufacturing Investment Approved”, 835.3331/9-
2959, 29 de septiembre de 1959. Fiat inició la producción automotriz en
1960 sobre la base de las prometedoras condiciones del mercado adverti­
das a fines de los años cincuenta.
15Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction Juridi-
que 0734, 3400, carpeta “Situation IKA", documento "Visite á IKA, á Bue­
nos Aires et á Córdoba les 5, 6, 7, 8, 9 décembre 1966”.
10Stephen Meyer, The Five Dollar D ay: L abor M anagem ent a n d Social
Control in the Ford Motor Com pany, 1908-1921 (Albany: State Universiiy
of New York Press, 1981), pp. 80-85, 108-121; David Gartman, Auto
Slavery: The Labor Process in the American Automobile Industry, 1897-1950
(New Brunswick, N.J.: Rutgers Universiiy Press, 1986), pp. 203-208; John
Humphrey, “Labor in the Brazilian Motor Vehicle Industry”, The Politicál
Economy o f the Latin A m erican Motor Vehicle Industry (Cambridge, Mass.:
MIT Press, 1984), pp. 109-113. El hecho de que el control de la industria
automotriz sobre el movimiento obrero se ejerciera a través de una estra­
tegia de salarios altos implicó que hubiera pocos incentivos para contra­
tar mujeres como mano de obra más barata en las tareas no calificadas
requeridas en el proceso de producción, lo que explica la cantidad histó­
ricamente baja de trabajadoras. Véase Ruth Milkman, “Rosie the Riveter
Revisited: Management's Postwar Purge of Women Automobile Workers”,
en Nelson Lichtenstein y Stephen Meyer, comps., On the Line: B s s a y s in
the H istory o f Auto Work (Urbana y Chicago: Universiiy of Illinois Press,
1989), p. 132,
l7William Heston McPherson, Labor Relations in the Automobile Industry
(Washington D.C.: Brookings Institution, 1940), pp. 71-72.
!8Gartman, Auto Slavery, p. 55.
19McPherson, Labor R elations in the Automobile Industry, p. 146.
20Estas categorías generales no dan una idea plena de la miríada de
prácticas incluidas en el uso gerencial de la aceleración de los ritmos de
producción. Como lo ha señalado un investigador de las relaciones labora­
les en la industria automotriz: “La cuestión de la aceleración no es mera­
mente un asunto de la velocidad de la línea de montaje. Támbién se ve afec­
tada por la cantidad de operarios que trabajan en la línea y la cantidad de
438 El Cordobazo

hombres de relevo disponibles para que los primeros tengan de vez en cuan­
do un respiro en sus tareas. Los funcionarios gremiales clasifican como
aceleración machas otras prácticas posibles. Entre éstas se cuentan: no
dejar en la línea de montaje espacios vacíos ocasionales para brindar a los
trabajadores más rápidos una breve pausa y a los más lentos la posibilidad
de ponerse a la par; cronometrar una actividad sin tener suficientemente
en cuenta el manejo de materiales y oirás acciones incorporadas a la mis­
ma cuando ía tarea se efectúa de manera continua a lo largo de un período
de tiempo prolongado; negarse a informar al trabajador los resultados del
estudio de los tiempos en la esperanza de que el estándar pueda ser más
elevado sobre la base del rendimiento; proporcionar materiales que son más
difíciles de manejar que los usados al cronometrar la tarea; y reemplazar
un mecanismo averiado por otro de relación diferente”. McPherson, Labor
Relations in the Automobile Industry, p. 143. Otro investigador ha llegado a
declarar que, en ciertas circunstancias, puede considerarse que la acelera­
ción genérica incorpora reclamos sobre la paga: “Los trabajadores estima­
ban lo adecuado de sus salarios en relación con el trabajo exigido de ellos,
calculando asi una tasa de explotación basada en el sentido común. Y la
mayoría consideraba que su paga era inadecuada para la intensidad del
trabajo que se veían obligados a desempeñar”. Gartman, Auto Stavery, p.
260.
2' Gartman, Auto Slauery, p. 177.
22Ely Chinoy, “Manning the Machines: The Assembly Line Worker", en
Peter Berger, comp., The H um an S h a p e o/W ork: S tu d ie s in the Sociólogy o f
Occupations (Nueva York: Macmillan, 1958).
23Gartman, Auto Slavery , pp. 196-200; Al Nash, “Job Stratification: A
Critique”, en B. J. Widick, comp., Auto Work a n d Its Discontents (Baltimore:
JohnsHopkins University Press, 1976), pp. 76-77; Nelson Lichtenstéih,"The
Man in the Middle: A Social History of Automobile Foremen”, en Nelson
Uchtenstein y Stephen Meyer, com ps. , Orí the Line: E s s a y s in the History o f
Auto Work (Urbana y Chicago: University of Illinois Press, 1989), pp. 155-
158.
24H. Benyon, “Controlling the Line”, en Tom Clarke y Laurie Clements,
comps., T r a d e U n ion s u n d e r C a p it a lis m (Atlantic Highlands, N.J.:
Humanities Press, 1978), p. 253. “La posición del delegado en la planta
automotriz tiene sus raíces en este choque... la vida diaria era virtuaímente
una batalla incesante por el control. La instalación de un delegado en una
sección determinada se relacionaba claramente con eí intento de los traba­
jadores de ejercer su control de las tareas en esa sección. Si no estaba a la
altura del trabajo, se lo reemplazaba o se retiraba dejando a la sección sin
delegado por un tiempo."
25La siguiente discusión de la política de base en los movimientos c la sis­
ta s sólo se refiere a las condiciones en las plantas de IKA-Renault y la fábri­
ca Fiat Concord. Las otras plantas afiliadas al SMATA (Ford Transax,
Thompson Rameo, las dos fábricas de Ilasa y Grandes Motores Diesel, de
Fiat) y la fábrica de Fiat Materfer no se incluyen en el análisis. La disponi­
bilidad de fuentes de consulta para IKA-Renault y Fiat Concord, así como
su importancia por ser las plantas automotrices con las mayores concen­
Trabajo y política en Córdoba 439

traciones del proletariado mecánico local y los epicentros de íos movim jen-
tos c la sista s parecen justificar esta actitud.
,¿tiJenkins, D ependent Industrialization in Latin America, p. 27.
27Gleyze, “La Régie Mationaie des Usines Renault et l’Amérique Latine
depuis 1945", pp. 65, 135-136.
28Archives des Usines Renault, Boulogne-Biliancourt, Direction des
Usines á J'Étranger 1290, 458, carpeta "IKA”, informe de Fierre Souleil a
Renault, 29 de noviembre de 1960; Direction Juridique 0734, 3400, carpe­
ta "Argentine”, carta de M. Maison a James McCloud, presidente de IKA, 16
de diciembre de 1965; Direction des Usin.es a í’Étranger 0295, 458. carpeta
TKA”, informe de Lucien Combes a Renault, 12 de junio de 1961, pp. 3-4.
29Jfoúi, Direction des Usines á l’Étranger 0295, 458, carpeta "IKA”, in­
forme de Fierre Souieíl a Renault, 22 de junio de 1961; William H. Form.
Blue-Collar Stratijlcation: Auto Workers in Four Countries (Princeton, N.J.:
Princeton University Press, 1976), pp. 42-43; Nofal, Absentee E n tre ­
preneurship , pp. 90-94.
30Carta de James McCloud, ex presidente de Industrias Kaiser Argenti­
na, 4 de septiembre de 1989. Todos los convenios colectivos de IKA entre
1956 y 1967 respaldan la afirmación de McCloud de que la empresa se
mantuvo firme en la cuestión de la flexibilidad laboral y que la conducción
peronista del SMATA cambió categorías por buenos salarios, beneficios y
estabilidad en el empleo. La debilidad relativa de los delegados en las plan­
tas de Santa Isabel durante los años de IKA, en comparación con el poder
que ejercerían después de que Renault tomó el control de la compañía en
1967, tenía mucho que ver con la falta de categorías estrictas. Después de
1969, y especialmente durante los años de la conducción c la sista del gre­
mio, los delegados tuvieron un nuevo e importante rol en la base fabril,
controlando que ia empresa respetara las categorías y, como se menciona­
rá, presentando repetidamente reclamos sobre violaciones a las mismas en
un proceso de producción que ahora era básicamente fordista, A partir de
principios de la década del setenta, puede encontrarse un gran aumento en
el número de subcatégorías en cualquiera de los convenios de IKA-Renault.
Véase, por ejemplo, archivo del SITRAC, carpeta B-2, “Paritarias y conve­
nios, 1971", documento BX-3, “IKA-Renault/SMATA: Convenio Colectivo
de Trabajo, 1971-72”, pp. 23-69.
31 Gleyze, “La Régie Nationale des Usines Renault et l'Amérique Latine
depuis 1945", p. 94. En 1961, los autos Renault representaban el 35,9% de
las ventas de IKA, Hacia 1964 la proporción había aumentado a 41,7% y en
1966 a 54,2%. A medida que en Córdoba se incrementaba la fabricación de
sus autos, también lo hacía la participación de Renault en los asuntos de la
empresa, y poco a poco afirmó su control sobre el directorio hasta que final­
mente compró la totalidad de la compañía en octubre de 1967.
32Archives des Usines Renault, Boulogne-Biliancourt, Direction des
Usines ál'Étranger 0070,216, carpeta “Argentine: 1970á 1975”, documento
“Rapport de gestión, 197 X-72, IKA- Renault”.
33Ibid., Direction des Services Financiers 0764, 113, carpeta “Finance
Internationale”, memorándum “Augmentation du capital d’IKA”, documen­
to “Note complémentaire au resume du rapport de mission de M. M. Pierre
440 El Cordobazo

du Sert. el Borghetti”, 11 de septiembre de 1968. La empresa informó que


las tres cuartas partes de ios préstamos de IKA se tomaban al margen del
sistema bancario argentino, en el mercado negro. A estas "sociéíés
fmanciéres” se les reputaba imponer onerosas condiciones, pero aparente­
mente eran mejores que las que podían obtenerse de los bancos argentinos.
34Gleyze, "La Régíe Naüonale des Usines Renault, et l’Amérique Latine
depuis 3945”, p. 61.
35Nofal, A bsentee Entrepreneurship, pp. 95-96.
3,i Patríele Fridenson, Histoire d e s usines R enault: riaissan ce d e la gran de
entreprise (París: Le Seuil, 1972), pp. 167-175.
37Gartman, Auto Slavery, pp. 102-127; Stephen Meyer, "The Persistence
of Fordistn: Workers and Technology in the American Automobile Industry,
1900-1960", en Nelson Lichtensteín y Stephen Meyer, comps., On the Line:
E s s a y s in the History ofA uto Work (Urbana y Chicago: University of Illinois
Press, 1989), pp. 84-88. Meyer señala que en la industria automotriz esta­
dounidense las innovaciones en máquinas herramienta anteriores a 1929
estuvieron motivadas por la preocupación gerencial por controlar a una
mano de obra cada vez más beligerante, y las siguió un período de inactivi­
dad tecnológica durante la depresión de principios de la década del treinta,
cuando los trabajadores ofrecieron poca resistencia a la patronal en la base
fabril. De manera similar, el desarrollo de la maquinaria automatizada des­
pués de 1945 fue una respuesta al poder establecido de los UAW y el rena­
cimiento de la oposición obrera y el sindicalismo industrial; se trató de un
esfuerzo de la patronal por recuperar el control sobre la producción.
38Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Services Financiers 0764, 113, carpeta “Finance Internationale”, documento
“Argentine: Engineering et Assistance Techníque”, 1974.
39Gleyze, “La Régie Nationale des Usines Renault et VAmérique Latine
depuis 1945”, pp. 77-78.
40Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des
Services Financiers 0764, 113, carpeta “Finance Internationale”, documento
“Investíssements, Programme 118: Commandes des Machines”, 15 de mayo
de 1968. En el primer pedido hecho por la empresa para reemplazar ma­
quinaria vieja de las plantas de IKA, solicitó 25 máquinas herramienta es­
pecializadas pero también otras 19 herramientas multipropósito.
41 Ibid., Direction des Affaires Intemationales 0295, 717, carpeta
“Argentine”, documento “Argentine: Vente de biens d’équipement et
d’engineering á IKA-Renault”, 6 de enero de 1969; Direction Juridique 0263,
4444, carpeta “ÍKA”, documento “Augmentation du capital d'iKA-Renault”,
6 de noviembre de 1970; Direction des Usines á l’Étranger 0070, 216, car­
peta'‘Argentine: 1970 á 1975", documento “Compte Rendu d'Activité 1968-
1969: IKA-Renault”.
42Ibid,, Direction des Affaires Intemationales 0295, 715, carpeta
“Constructions-Installations-Équipem ents-Lay Out et Capacité de
Production, 1963-1970”, documento “Étude IKA-Argentine”, 22 de febrero
de 1968.
43Ibid., Direction des Affaires Intemationales 0200, 1070, “A. Lucas,
Trabajo y política en Córdoba 441

Argentine, 1973”, carpeta “Perdriel S.A.", documento “Perdriel S.A.:


situation au 1er mars 1973".
44IKA-Renault, Informe m ensual, julio de 1973, pp. 29-30. Renault in­
formó que los paros condujeron a una caída de la producción de los siguien­
tes porcentajes en estos departamentos: 25% en montaje, 25% en pintura
de chasis y entre 20 y 60% en producción, según el componente fabricado.
45Nofal, A bsentee Entrepreneurship, pp. 98-99, 125-126. Sólo la oposi­
ción del gobierno provincial y los autopartistas locales impidió que Fiat
también mudara a Santa Fe su planta de Grandes Motores Diesel, cuyos
trabajadores estaban afiliados al SMATA; L a Voz del interior, 18 de julio de
1974, p. 15.
4íi El premio a ía producción también servía para desviar la hostilidad de
ios trabajadores contra la empresa y dirigirla hacia sus compañeros. Bajo
este sistema, una línea solía enfrentarse a menudo con otra cuando ésta no
lograba mantener el ritmo necesario para ganar la bonificación, e incluso
dentro de las mismas líneas se generaban animosidades entre los trabaja­
dores más rápidos, que podían sostener los ritmos de producción, y los más
lentos, que se quedaban rezagados. La eliminación del sistema de premios
fue una de las exigencias principales presentadas en la propuesta de con­
venio colectivo de los c la sista s —nunca aceptada por la compañía— , que
procuraba acercar a Fiat a los estándares y las prácticas de las otras firmas
automotrices. Archivo del SITRAC, "Convenio colectivo de trabajo para el
personal déla empresa Fiat Concord.S.A.I.C.”, Córdoba, mayo de 1972.
47El SITRAC: Boletín del Sin dicato d e T rab ajad o res d e Concord, vol. 1,
n° I (13 de enero de 1971), p. 2, discute losproblemas referidos al premio
a la producción, el acople d e m áquina y las condiciones de trabajo en gene­
ral en la planta de Concord. El acople de m áquina era una de las muchas
prácticas de la empresa que, seg ú n se enteraron los c la s ista s a través de
los gremialistas italianos, habían sido eliminadas en las plantas de Fiat de
ese país. A diferencia del premio a la producción, que la compañía en prin­
cipio acordó eliminar por etapas pero nunca lo hizo, los c la sista s se las arre­
glaron para lograr la abolición de la práctica del acople de máquina. Sin
embargo, luego de la supresión de SITRAC-SITRAM en octubre de 1971, y
como parte de la reacción contra los trabajadores, Fiat comenzó una vez
más a duplicar la atención de las máquinas.
4SGianfranco Guidi, Alberto Bronzino y Luigi Germanetto, Fiat: Struttura
az ie n d a le e o rgan izzazio n e dell sjru ttam en to (Milán: Gabriel Mazzotta
editore, 1974)} pp. 165-166; Giuseppe Bonazzi, In u n a fa b b ric a di motori:
O rg a n iz z a z io n e d e l lavoro, p o te re p a d r o n a le e lotte o p é raie (Milán:
Giangiacomo Feltrinelli editore, 1975).
49David Montgomery, The Fall o f the H ouse o f Labor: The Workplace, the
S tate, a n d A m erican Labor Actiuism, 1865-1925 (Cambridge: Cambridge
Universiiy Press, 1987), p. 440.
50Duccio Bigazzi, “Management and Labor in ítaly, 1906-1945”, en
StevenTolliday y Jonathan Zeitlin, comps., The Automobile Industry a n d lts
Workers (Cambridge: Polity Press, 1986), p. 86. Como en 1a industria auto­
motriz británica, inicialmente los trabajadores de Fiat apoyaron las tasas
de trabajo a destajo como un medio de extender la autoridad del sindicato
442 El Cordobazo

sobre la base fabril, pero se opusieron a elias una vez que la patronal se
atribuyó unilateralmenle la facultad de establecerías.
51Bigazzi, "Management and Labor in Ualy, 1906-1945", p. 87.
:>2Guidi, Bronzino y Germanetto, Fiat, pp. 165-166: Giovanni Contini,
'The Rise and Fall of Shop Floor Bargaining at Fiat, 1945-1980”, en Steven
Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., The Automobile Industry an d Its Workers
(Cambrige: Polity Press, 1986), pp. 144-146.
r,:iGiovanni Contini, “Politics, Law and Shop Floor Bargaining in Postwar
Italy”, en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., Shop Floor Bargain ing
an d the S ta te (Cambridge: Cambridge University Press, 1985), p. 210.
5,1 Guidi, Bronzino y Germanetto, F ia t , pp- 92-98; Vincente Comilo, L a
F iat: T ra crisi e ristruíturazione (Roma: Editori Riuniti, 1982), pp. 237-242.
5nGartman. Auto S lav ery , p. 281; Patrick Fridenson, "Automobile
Workers in France and Their Work, 1914-1983”, en S. L. Kaplan y C. J.
Koepp, comps., Work in France (Ithaca, N.Y.: Comell University Press, 1986),
p. 540.
56Comito, L a F ia t pp. 237-242.
57Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, “Between Fordism and Flexibility",
en Tolliday y Zeitlin, comps., The Automobile Industry a n d Its Workers
(Cambridge: Polity Press, 1986), p. 4.
5BSylvie Van de Casteele-Schweitzer, “Management and Labor in Fran­
ce, 1914-1939”, en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., The
Automobile Industry an d Its Workers (Cambridge: Polity Press, 1986), pp.
72-73; J. P. Depretto y Sylvie Van dé Casteele-Schweitzer, L e Commuriisme
á l’usin e: vie ouvriére et le mouvement ouvrier chez Renault, 1 9 2 0 -1 9 3 9 (Pa~
rís: Roubaix, 1984).
59Fridenson, “Automobile Workers in France and Their Work”, pp. .534-
536.
60Nofal considera que ésta es una tendencia que puede aplicarse a toda
la industria (Nofal, A b sen tee Entrepreneurship , pp. 51-52), pero parece
haber sido más pronunciada en las empresas cordobesas. Ninguna de las
firmas instaladas en Buenos Aires emprendió un programa de racionaliza­
ción tan profundo como el de Renault en sus recién adquiridas plantas de
Kaiser. Ninguna compañía era tampoco tan dura en los tratos cón su mano
de obra como Fiat, en parte porque la afiliación de sus trabajadores al po­
deroso SMATA se lo impedía. Las huelgas de 1973 en las plantas de Ford,
GM, Chrysler, Peugeot y Mercedes Benz por cuestiones laborales — acelera­
ción de los ritmos, desconocimiento empresarial de las categorías de pro­
ducción y condiciones de trabajo insalubres— ofrecen una prueba suficiente
de que si estas compañías tuvieron menores problemas que Fiat e ÍKA-Re­
nault con su mano de obra entre 1966 y 1972, se debió a las ventajas de
que disfrutaban en eí mercado argentino antes que a una presunta diferen­
cia fundamental en su filosofía gerencia! o a las relaciones entre capital y
trabajo en ellas. No obstante, incluso durante la gran oleada de huelgas de
1973 a 1976 en las empresas instaladas en Buenos Aires, la causa princi­
pal de los paros fueron los salarios y no las condiciones de trabajo.
Cl Wiliiam H. Form, “Technology and Social Behavior of Workers in Four
Trabajo y política en Córdoba 443

Countries: A Socio-Technic:ai Perspective”, American Sociological Reuiew,


vol. 37 {diciembre de 1972), pp. 727-728.
ü2William H. Form, "The Internal Stratification of the Working Class:
System ínvolvement oí Auto Workers in Four Countries", American
Sociological Reuiew, 38 (diciembre de 1973), pp. 700-702; Form, Blue-Co-
llar Stratification, pp. 78-80.
03Form, Blue-Collar Stratification, pp. 160-183. En 1969, el sociólogo
estadounidense William H. Form dirigió una serie de extensas investigacio ­
nes en plantas automotrices de diversos países, una de las cuales fue el
complejo IKA-Renault en Córdoba. Los datos de las investigaciones de Form
aparecieron en varias publicaciones durante la década del setenta, y com­
prendían un rico corpus de materiales sobre los orígenes, la estratifica­
ción y las actitudes de las diversas manos de obra. Coincidentemente, otro
sociólogo del mismo origen, Richard P. Gale, había efectuado investiga­
ciones por su cuenta en las plantas de IKA-Renault a principios de 1966.
Sus descubrimientos se publicaron en 'Industrial Development and the
Blue-Collar Worker in Argentina”, International Journal of Comparative
Sociology, vol. 10, n° 1-2 (marzo-junio de 1969), y proporcionan un com­
plemento útil a los datos de Form (véanse pp. 138-150).
64Form, ‘The íntemal Stratification of the Working Class’', pp. 700-705;
Form, Bíue CoIIar Stratification, p. 195. Form caracteriza la participación
de los trabajadores de IKA en organizaciones comunitarias como "bastante
alta", una afirmación que, de hecho, desmienten sus propias cifras. Su in­
vestigación demostró que sólo el 36% de los intervinientes pertenecía a una
organización comunitaria y apenas el 15% eran partipantes activos de la
misma. Esta última fue la proporción más baja en esa categoría para todas
las empresas investigadas, y contrasta con las tasas notablemente eleva­
das de afiliación gremial y participación en los asuntos sindicales de los
trabajadores de IKA-Renault en esos años (reflejadas en índices tales como
el 85% promedio de participación en las elecciones gremiales, entre otros).
^Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los
’60M , pp. 31-32, 84-90.
“ Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, comunica­
dos y diarios del SMATA, 1969”, volante “Departamento 105: incentivación
a costa de ía explotación obrera, ¡no!”, 22 de marzo de 1969.
07 “Problemas en Chapa”, SMATA, SMATA-Córdoba, vol. 6, n” 39 (15 de
diciembre de 1969), p. 15.
68Daniel James, Resístance and Integration: Peronismand the Argentine
Working Class, 1946-1973 (Cambridge: Cambridge Universiiy Press, 1988),
pp. 135-143.
69El argumento de que la ausencia de protección en la base fabril y la
importancia del trabajo explican en parte el ascenso del clasismo parece
aún más aplicable a los trabajadores de Fiat Concord, En esta planta, don­
de los trabajadores estaban nominalmente representados por un sindicato
de planta antes de 1970 y aislados de la protección que podría haberles
otorgado la afiliación a un gremio industriaí poderoso, la posibilidad de que
se opusieran a la patronal en cuestiones de producción era aún más remo­
ta. Al parecer, la lucha por el control del trabajo y la protección en la base
444 El. Cordobazo

fabril también ocupo un lugar central en la emergencia de movimientos


clasistas en otros sindicatos latinoamericanos en este período. Para el caso
del Perú, véase Carmen Rosa Balbi, identidad clasista en el sindicalismo: su
impacto en lasfábricas (Lima: Centro de Estudios y Promoción del Desarro­
llo. 1989).
70 Este sistema, de cuyos beneficios disfrutaba Renault en sus plantas
mexicanas, institucionalizaba la inestabilidad laboral en la industria al
brindar empleo permanente únicamente a un pequeño porcentaje de los
trabajadores, en su mayoría calificados, mientras que a la gran mayoría de
los operarios reemplazables de las líneas de producción y montaje se les
asignaba la condición temporaria de eventuales, empleados de corto plazo
sujetos al despido a discreción de la empresa. Véase Jan Roxborough, Union
Politics in México: The Case of the Automobile Industry (Cambridge: Cam­
bridge University Press, 1984), pp. 61-62.
7) "Insalubridad: en defensa de nuestra salud y nuestra vida”, SMATA,
SMATA-Córdoba, n° 117 (21 de diciembre de 1973), p. 1; La Voz del Interior,
8 de diciembre de 1973, p. 11. Como un ejemplo de sus esfuerzos en rela­
ción con la cuestión de las condiciones de trabajo, los clasistas emprendie­
ron una gran campaña para hacer que la jomada laboral en la forja se re­
dujera a seis horas. El calor y los niveles de ruido en ese departamento
habían sido declarados insalubres por el Ministerio de Trabajo provincial, y
la jornada laboral se había reducido a seis horas entre 1965 y 1969. Sin
embargo, con posterioridad a la gran huelga de 1970 Renault había resta­
blecido la jomada de ocho horas, y la conducción torrista no había podido
o querido enfrentar a la empresa sobre esa cuestión,
72Existían diez categorías (desde constructores altamente calificados de
herramientas y matrices hasta barrenderos y manipuladores no calificados
de materiales) tanto en la administración de Kaiser como en la de Renault.
Las diferencias no estaban en las categorías generales sino en el modo en
que se definían (vagamente en Kaiser, estrictamente en Renault) y en las
numerosas subeategorias. Véase el convenio colectivo de IKA-Renault de
1971-72 y el archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas sobre
escalas salariales, 1971-72”, documento "Nueva escala de salarios vigente
desde el Io de abril de 1971 en la planta IKA-Renault”.
73 Renault simplemente se adecuaba a prácticas gerenciales que por esa
época eran de uso generalizado en la industria automotriz, tanto en Améri­
ca Latina como en otras partes. Como lo señala Gartman: "Si bien la nueva
tecnología hacia que en la fabricación de autos las tareas fueran cada vez
más parecidas técnicamente, los capitalistas se empeñaron en disponer
estas actividades básicamente similares en una jerarquía fragmentada de
categorías ocupacionales, cada una con una diferente escala salarial defi­
nida por normas. Al extender y burocratizar de este modo los diferenciales
salariales, esperaban socavar el fundamento de la acción obrera común.
Combinada con un sistema de producción, esa estructura de tareas podía
ser doblemente divisionista, no sólo porque los intereses comunes de los
trabajadores quedarían encubiertos por diferenciales de salarios en gran
medida artificiales, sino porque los esfuerzos obreros por obtener sueldos
más elevados y un mayor control también podían canalizarse al margen de
Trabajo y política en Córdoba 445

la lucha colectiva y convertirse en empeños individuales por conseguir ven­


tajas personales a través de los ascensos". Gartman, Auto S lav e n j , pp. 233-
234.
74Wiliiam H. Form, "Auto Workers and Their Machines: A Study of Work,
Factory, and Job Straüficaüon in Four Countries", Social F orces , vol. 52.
n° I (septiembre de 1973), p. 12.
75Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Notas de Comisión
Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73", carta del De­
partamento de Relaciones Laborales a la Comisión Interna de Reclamos
(CIR), segundo tumo, 5 de julio de 1973. Renault tenía una larga historia
de desconocimiento de las categorías, práctica que provocó las tensas con­
diciones en la base fabril y muchos de los paros en sus plantas francesas
durante íos años setenta. Véase Daniel Labbe, “Travail formel et travail réel:
Renault-Biííancourt, 1945-1980", tesis de Maestría en Humanidades, École
des Maúles Études en Sciences Sociales. 1990, pp. 97-124.
7CiArchivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas de Comisión
interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73”, minutas de
reunión de la CíRcon el Departamento de Relaciones Industriales, 10 de
noviembre de 1972. La colección del archivo gremial sobre reclamos de los
delegados no es la fuente más fecunda para la cuestión de la aceleración de
los ritmos de producción. En general, estos reclamos, a diferencia de los
problemas referidos a las categorías, se resuelven en la base fabril en el
momento en que surgen o no se resuelven en absoluto. La aceleración de
íos ritmos sólo llega a tratarse mediante los procedimientos formales de
reclamos cuando se convierte en un problema crónico. En consecuencia, la
fuente más confiable sobre la conducta gremial en esta cuestión es el regis­
tro de huelgas.
77Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas de la Comisión
interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73”, carta de la
CIR al Departamento de Relaciones Laborales, 31 de octubre de 1972. En
este caso particular, las quejas obreras sobre las velocidades excesivas de
las líneas en el departamento de pintura habían sido constantes: los dele­
gados afirmaban que la empresa había elevado ininterrumpidamente la
producción de 185 a 240 chasis por día. De manera reveladora, no fueron
los delegados quienes abordaron la cuestión con la compañía, sino los mis­
mos Rene Salamanca y Roque Romero. El sindicato exigió que "se termine
la intimidación verbal y psicológica, que la empresa-elimine el control me­
diante los cronómetros y que los ritmos de producción se ajusten de mane­
ra realista a ías capacidades de los trabajadores”.
7SArchivo del SMÁTA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972",
volante gremial “Por un SMATA clasista”, Núcleo de Activistas Clasistas, 30
de octubre de 1972. En una de las muchas declaraciones c la s is ta s sobre la
relación entre la necesidad de la empresa de maximizar la productividad
obrera y la aptitud del clasismo para ganar la simpatía de los trabajadores,
este grupo de oposición clasista, a la lista Marrón podía decir justifica­
damente que el agravamiento de los problemas con los ritmos de produc­
ción era "propicio’' para los clasistas y que en última instancia serviría para
fortalecer su posición entre los obreros.
446 El Cordobazo

7D“Justificada protesta", SMATA, SMATA-Córdoba, n° 53 (22 de julio de


1971), p. 4. Los herederos de Torres habían percibido la susceptibilidad de
los trabajadores ante las acusaciones clasistas de mínima protección gre­
mial en la base fabril, por lo que apoyaron a regañadientes algunos paros
en diversos departamentos para desviar algunas de las críticas. Pero fue­
ron los clasistas, y no los peronistas, quienes entre 1970 y 1975 tuvieron
más inclinación a detener la producción para protestar por los ritmos de
trabajo.
80“Cómo se gasta la gente", SMATA, SMATA-Córdoba, n° 117 (21 de di­
ciembre de 1973), p. 4. Este artículo, que se ocupaba de las condiciones de
insalubridad y los ritmos de producción, es sólo uno de los numerosos ejem­
plos de intentos clasistas por vincular problemas laborales y proselitismo
político. Después del éxito del Movimiento de Recuperación Sindical y de
que la izquierda hubiera establecido una relación más estrecha con ia con­
ducción de SITRAC-SITRAM, en las fábricas Fiat se hizo un intento similar.
Véanse “Cómo funciona la máquina de enfermar11y “El obrero se usa y se
tira”, SITRAC: Boletín del Sindicato de Trabajadores de Concord, vol. 1„na 2
(junio de 1971), p. 2.
81Un ejemplo de paro parcial que se difundió a otros departamentos es
una huelga de marzo de 1974 que estalló en Tapicería como protesta contra
el desconocimiento empresarial de las categorías y que luego se generalizó
a todo el complejo de Santa Isabel. Véase “Planta IKA-Renault: arbitraria
actitud patronal en Tapicería”, SMATA, SMATA-Córdoba, suplemento es­
pecial (25 de marzo de 1974), p. 4.
82Garfield Clack, Industrial Relations in a British Car Factory (Cambrid­
ge: Cambridge University Press, 1967), p. 19. Como lo señala Clack, los
trabajadores mecánicos no piodujeron históricament e comunidades profe­
sionales tan apretadamente unidas y distintivas como las de los mineros,
los portuarios y muchos otros sectores de la clase obrera. Los mecánicos de
un departamento están aislados de los de otro y a menudo saben muy poco
de lo que está pasando incluso en los departamentos más próximos. Los
trabajadores de las líneas de producción y montaje, donde el trabajo es
cronometrado y el nivel de ruido alto, tienen particularmente pocas oportu­
nidades de comunicarse con otros departamentos. Los operarios califica­
dos, por otra parte, son quienes tienen las mayores posibilidades de mover­
se de uno a otro lado, tanto dentro de su propio departamento como por la
planta en general. Form descubrió que en Córdoba eran ellos los más acti­
vamente comprometidos en los asuntos gremiales, y hay ciertas pruebas de
que actuaban como los principales instigadores de los paros en las plantas.
Por más que fuera excepcional, la unidad de todos los trabajadores de IKA-
Renault era no obstante una realidad, y a pesar de los obstáculos presen­
tados por la producción automotriz surgió una comunidad. Form, Blue-
Collar Stratification, p. 173.
^McPherson, Labor Relations in the Automobile Industry, pp. 61-66. Los
peronistas fundamentaban sus críticas más convincentes a la táctica de
base más combativa de los clasistas precisamente en esta cuestión del
partidismo y la quiebra de la disciplina gremial. Véase archivo del SMATA,
Trabajo y política en Córdoba 447

SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972”, volante “A los compa­


ñeros de IKA-Renault”, Agrupación 24 de Febrero, 23 de octubre de 1972.
84Ne!son Lichtenstein. "Auto Worker Mílifcancy and the Structure of
Factory Life, 1937-1955”, The Journal of American Histoiy, vol. 67, n° 2 (sep­
tiembre de 1980), p. 346.
85Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas de Comisión
Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73'', carta de José
Castro, director de Personal y Relaciones Sociales, a los trabajadores de
IKA-Renault, 6 de diciembre de 1972; Review oflhe Riuer Píate, vol. 157,
nü 3914 (10 de enero de 1974), p, 39.
S(i Archives des Usines Renault, Boulogne-Biliancourt, Direction des
Aífaires International es 0200, 1,071, carpeta “Rapports de Míssion de M.
Peyre”, documento “Voyage du 30/9 au 14/10/74”.
87ibid., 1067, carpeta “A. Lucas, Argentine, 1973”, documento “Réunions
reparties sur les 2, 3 et. 5 juillet, 1973".
8ti Una de las tácticas favoritas de la empresa era suspender las audien­
cias de reclamos en respuesta a la beligerancia de los delegados en la base
fabril; "Persistentes medidas huelguísticas en las plantas, consistentes en
trabajo a convenio en departamentos como el taller de prensa, galvano­
plastia y montaje final, llevadas a cabo en violación de los acuerdos y las
prácticas establecidas, nos obligan a comunicarle que esa situación nos
impide realizar las audiencias de reclamos previstas para hoy”. Archivo del
SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Notas de la Comisión Interna de Re­
clamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73”, carta de R. Goya, Departa­
mento de Relaciones Laborales, a la CIR, 29 de diciembre de 1972.
89Thomas Klug, “Employers’ Strategies in the Detroit Labor Market,
1900-1929”, en Nelson Lichtenstein y Stephen Meyer, comps., On theLine:
Essatts in the Historu ofAuto Work (Urbana y Chicago: University of Illinois
Press, 1989), pp. 63-66.
90En respuesta a un extenso cuestionario preparado por mí y entregado
ai Departamento de Relaciones industriales de Renault en Santa Isabel, la
empresa expresó la creencia de que la intensa actividad huelguística de
principios de los años setenta se había debido al trabajo de agitadores po­
líticos entré los trabajadores más calificados. Por ejemplo, con respecto a la
pregunta de si ciertos departamentos presentaban más problemas y esta­
ban más inclinados que. otros a adoptar medidas huelguísticas y evitar las
negociaciones, la compañía contestó; “Sí, los más propensos a las huelgas
eran los departamentos especializados que tenían un personal con un nivel
educativo más alto que, sin duda, mediante un proceso de adoctrinamiento
camuflado, orquestó la politización de las plantas”. Si bien es difícil decirlo
con absoluta certeza, en rigor de verdad los testimonios orales indican que
los trabajadores más calificados tenían una tendencia a tomar la iniciativa
en los paros, pero no actuaban exclusivamente en función del mero
"adoctrinamiento” de las bases y sus motivaciones eran mucho más com­
plejas.
91Archivo del SITRAC, carpeta AI, "Volantes, impresos o mímeos”, vo­
lantes “A los compañeros de Fiat Concord”, “Expulsaremos a Lozano; ni un
paso atrás”. La palabra clasista no aparece en las publicaciones del movi­
448 El Cordobazo

miento de raíces profundas que derrocó a la conducción enquísiada en el


sindicato en las rebeliones fabriles de marzo a mayo de 1970; sólo sería
adoptada en una fecha ulterior.
92Roberto Reyna, "La izquierda cordobesa", Crisis, n° 64 (1988), pp. 44-
45. Véase la respuesta del secretario general del SITRAC, Carios Masera,
"SITRAC y SITRAM; la autonomía obrera", Crisis, n° 67 (1989), pp. 78-79.
93Hubo unos pocos trabajadores que inicialmente se opusieron al com­
promiso clel SITRAC de trabajar para eliminar el premio, preocupados por­
que sus ingresos iban a caer agudamente. No obstante, los trabajadores
elegidos para los puestos de conducción en 1970 llegaron a ella con un
mandato claro de las bases para obligar a la empresa a abandonar eí siste­
ma de premios y convertirlo a una escala horaria comparable a la pagada
en otras compañías automotrices que operaban en la Argentina; entrevista
con Carlos Masera, secretario general del SITRAC entre 1970 y 1971, Cór­
doba, 9 de julio de 1990.
94Francisco Delich, “Condición obrera y sindicato clasista”, documento
presentado en el Seminario sobre Movimientos Obreros de América Latina,
San José, Costa Rica, 1972, pp. 3-5.
95Entrevistas con Gregorio Flores, delegado del SÍTRAC entre 1970 y
1971, Buenos Aires, 12 de noviembre de 1985, y Domingo Bizzi, miembro
del comité ejecutivo del SITRAC entre 1970 y 1971, Córdoba, 22 de julio de
1987.
95Una típica huelga departamental fue la que afectó a una serie de lí­
neas de producción el 19 de agosto de 1971, como protesta contra la lenti­
tud de la empresa para cumplir su promesa de eliminar gradualmente eí
premio a la producción. Archivo del SITRAC, carpeta “Juicios de reincorpo­
ración: actas nacionales, abril de 1970 a diciembre de 1971, parte II, decla­
ración 3300134”. Más allá de los testimonios personales, entre el puñado
de fuentes disponibles para documentar las condiciones en la planta
Concord durante el período clasista, algunas de las más valiosas son los
informes del escribano público Ricardo Orortegui. Orortegui fue contratado
por la empresa para documentar las condiciones en las plantas, probable­
mente como preparación para una futura demanda judicial contra el sindi­
cato. Lo que surgió de los informes, indudablemente sin intención, fue el
cuadro de un sindicato vigoroso pero no excesivamente provocador o irres­
ponsable, que disfrutaba de amplio apoyo entre los trabajadores. Irónica­
mente, los dirigentes clasistas despedidos utilizarían estos informes en el
pleito que más adelante entablaron contra Fiat por despidos injustificados.
97Steven Tolliday, "Government, Employers, and Shop Floor Organiza-
tion in the British Motor Industry”, en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin,
comps., Shop Fíoor Bargaining and the State (Cambridge: Cambridge Uní-
versily Press, 1985), pp. 131-132; Nelson Lichtenstein, “Reutherism on the
Shop Floor: Union Strategy and Shop Floor Conflict in the USA, 1946-70”,
en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, The Automobile Industry and Its
Workers (Cambridge: Cambridge University Press, 1986), p. 132.
98Lichtenstein, “Reutherism on the Shop Floor”, pp. 126-132.
"Ibid ., p. 126.
100Como lo expresó un investigador de la industria: “La nivelación obje-
Trabajo y política en Córdoba 449

tiva de los diferencíales salariales, que indicaba la homogeneización de las


condiciones de trabajo, las calificaciones, el status y eí control, dio origen a
una tendencia a definirse subjetivamente a sí mismos como una comuni­
dad con intereses compartidos", Gartman, Auto Slavery, p. 175.
101Los problemas de la raza y la elnicidad fueron notorios en la industria
automotriz. En Francia (trabajadores franceses nativos contra nor-
teafrieanos y especialmente argelinos), Italia (norteños contra sureños} y
los Estados Unidos (blancos contra negros), la existencia de una mano de
obra heterogénea a menudo desvió la atención de los problemas laborales
dirigiéndola a ¡as animosidades raciales y las rivalidades étnicas. Para la
industria estadounidense, véanse Elliot Rudwick y August Meier, Black
Detroit, and the Rise of the UAW (Nueva York: Oxford University Press, 1979)
y James Geschwender, Ctass, Race and Worker ínswgency: The League of
Revolutionary Black Worícers (Cambridge: Cambridge University Press,
1977).
1L Conclusión: Las fuentes
de la política obrera en Córdoba

Casi desde la génesis del mundo industrial, los intelectuales que


estudiaron el desarrollo del Estado y las clases sociales se interesa­
ron en el rol de la clase obrera en política y en la relación del movi­
miento obrero con la sociedad civil. Las afirmaciones de los intelec­
tuales del siglo XIX acerca de un creciente poder político de la clase
obrera se hicieron realidad en eí siglo XX. Si bien el rol de la misma
en las grandes revoluciones sociales de este siglo a menudo ha sido
ambiguo, o incluso de pocas consecuencias, su importancia en ía
vida política de sociedades tan diferentes como las de Alemania, los
Estados Unidos y la Argentina nunca se puso en duda. Los estudios
sobre la clase obrera en la política constituyen una rica literatura
filosófica e histórica, que ha elevado pero difícilmente resuelto un
debate que nunca fue estrictamente académico y a menudo estuvo
estrechamente vinculado con disputas políticas en las propias so­
ciedades de los autores. En un plano puramente teórico, ía prima­
cía dada a los factores económicos y las relaciones sociales de pro­
ducción tal como las describe el primer pensamiento marxista fue
depurada por intelectuales marxistas posteriores, como Gramsci,
quienes también reconocieron la importancia de las tradiciones
políticas nacionales y factores de cultura general en la política obre­
ra. En años recientes, los investigadores académicos han contribui­
do al debate demostrando las influencias del mercado laboral, las
filosofías gerenciales y el trabajo en esta historia.1
Entre los investigadores, son los historiadores quienes hicieron
cobrar peso a las teorías de la clase obrera y las aplicaron a la expe­
riencia de la vida real de los trabajadores en ambientes culturales y
temporales específicos. La investigación y los escritos de E. P.
Thompson, Eric Hobsbawm, William Sewell, Herbert Gutman, Da­
vid Montgomery y otros no sólo hicieron de la historia laboral un
campo respetable para el estudio académico en Europa y América
del Ñorte sino que también arrojaron luz sobre la complejidad de las
Conclusión: Las. fuentes de la política obrera en Córdoba 451

relaciones de la cíase obrera con la sociedad civil bajo el capitalis­


mo.2 En América Latina* el estudio de la clase obrera está rezaga­
do con respecto a Europa y América del Norte, por una parte debi­
do a la escasez de fuentes archivísticas sobre tópicos laborales y
por la otra a los prejuicios de investigadores que subrayaron el
carácter predominantemente agrario de la región y desestimaron
la importancia de la clase y el movimiento obreros en la historia
moderna de América Latina.3 En años recientes, los historiadores
han superado estos supuestos superficiales e infundados y presen­
tado estudios interpretativos generales, que destacaron el lugar
particular de América Latina en la economía mundial como una
explicación de la historia de las clases obreras latinoamericanas y
sus movimientos.4
No niego que el carácter particular del desarrollo capitalista lati­
noamericano y la estructura de sus economías de exportación son
factores de primordial importancia en la historia de la región; las
presiones y coacciones impuestas a ios sindicatos cordobeses por la
economía internacional de posguerra también son temas importan­
tes en este volumen. Sin embargo, las influencias internas son las
variables más determinantes en la historia de la clase obrera lati­
noamericana, particularmente después de la época del capitalismo
exportador y en los años de expansión industrial que siguieron a
1929. En este aspecto, un estudio detallado del movimiento obrero
de Córdoba tiene utilidad no sólo para entender la historia de la
Argentina en las décadas de 1960 y 1970, sino también para una
mejor comprensión de la relación entre el movimiento obrero orga­
nizado y la política en la historia moderna de América Latina y para
rastrear las fuentes de la política obrera en general. A primera vista,
la prolongada historia de militancia e incluso de radicalización po­
lítica de los sindicatos cordobeses podría parecer sugerir que su
experiencia fue excepcional. En verdad, al ser esencialmente pro­
ductos del Estado y tener tras ellos la lógica del sistema de relacio­
nes industriales, los otros movimientos obreros modernos de Amé­
rica Latina han sido más reformistas que revolucionarios o siquiera
combativos, más inclinados a la integración que a la resistencia,
para utilizar el paradigma de un historiador del movimiento obrero
latinoamericano.5
En la Argentina, Brasil y México, los países de América Latina
con los movimientos obreros más grandes e importantes, los sindi­
catos abandonaron las políticas insurreccionales seguidas por los
anarquistas y anarcosindicalistas de fines del siglo XIX y principios
del XX en favor de un enfoque más pragmático. Esta tendencia más
conservadora fue más pronunciada en Brasil y México donde, du­
rante los gobiernos de Getulio Vargas y Lázaro Cárdenas, respecti­
452 El Cordobazo

vamente, los Estados redoblaron sus esfuerzos para integrar a los


antaño díscolos sindicatos. Los asuntos laborales se convirtieron
cada vez más en el coto cerrado de los pelegos y los charros, los
perennes funcionarios y burócratas profesionales sindicales que se
movían con comodidad por los ministerios de Trabajo, alternativa­
mente negociando pequeños favores para los sindicatos y persua­
diendo a los gobiernos de que entraran en acción cuando las conce­
siones ya no apaciguaban a sus gremios y el descontento de las
bases amenazaba transformarse en una protesta obrera. No es sor­
prendente que en esos países, y durante muchos años, los estre­
chamente controlados movimientos obreros no representaran nin­
guna amenaza para el orden establecido. De hecho, eran uno de los
principales sostenes de ese orden.
En la Argentina, la cooptación gubernamental del movimiento
obrero fue más problemática y nunca se realizó del todo. La confi­
guración única de la estructura de clases del país, el peso propoi"-
eionalmente mayor de la clase obrera y sus niveles significativa­
mente más altos de sindícalización hicieron de ella un adversario
más temible que en Brasil o México. A esto se agregó ía hostilidad
más visible del Estado argentino a los intereses obrei'os después
de 1955. El antiperonismo visceral de las clases altas y de amplios
sectores de la clase media, y en especial la animosidad de los mi­
litares hacia Perón y el peronismo, obstaculizaron naturalmente
la integración del movimiento obrero peronista al Estado. La clase
obrera, a su turno, tenía en el exiliado Perón un símbolo que ser­
vía para galvanizar su oposición a los gobiernos sucesivamente
hostiles.
Si bien bajo ía tutela de Augusto Vandor el movimiento obrero
avanzó lentamente hacia una reconciliación con el Estado, incluso
en este período las diferencias de la Argentina son evidentes, dado
que en última instancia el vandorismo aspiraba a crear un partido
laborista que fuera independiente de Perón y que tuviera una rela­
ción estrecha pero no necesariamente vínculos orgánicos con el
Estado. Además, como sistema gremial en funcionamiento, eí
vandorismo desplegó una mayor autonomía obrera que la que era
pensabíe en Brasil o México. En cierta medida, los caciques gremia­
les peronistas eran responsables ante las bases, en las que, por otra
parte, hacia comienzos de los años sesenta existía un consenso for­
mado en favor de cierto nivel de diálogo y cooperación con el Estado
y la patronal, lo que estaba plenamente en armonía con íos punta­
les ideológicos del movimiento peronista.6 Por el mismo motivo, 1a
tendencia latente a la militancia y la resistencia en ía clase obrera
argentina siempre estuvo presente, y cualquier líder sindical que se
negara a reconocer ese hecho se exponía a la oposición, como lo
Conclusión.: Las /nenies de la política obrera en Córdoba 453

mostraría con nítida claridad la historia del movimiento obrero des­


pués de 1966.
A pesar del control estatal de los movimientos obreros latinoa­
mericanos, hubo otros movimientos populares contemporáneos a
los sindicatos cordobeses que se desarrollaron en oposición a las
burocracias sindicales enquistadas en sus puestos y a las políticas
gubernamentales en favor de los intereses de las clases dominantes
y en contra de los de los trabajadores. En México, movimientos di­
sidentes de los sindicatos ferroviario, eléctrico y mecánico pusieron
en tela de juicio la legitimidad de la confederación gremial mexica­
na, la Confederación de Trabajadores de México, y las políticas la­
borales deí Estado a principios de ía década del setenta.7 En Brasil
hubo una rebelión sindical aún más significativa. En 1978, el sindi­
cato de trabajadores metalúrgicos de ese país, dominado por los
mecánicos, desencadenó las primeras serias protestas obreras en
una década contra el gobierno militar y dio inicio a un proceso en el
que todas las corrientes disidentes se congregarían en torno a las
manifestaciones de los trabajadores. Lo mismo que en Córdoba, los
mecánicos brasileños se vieron impulsados por una serie de deman­
das de los lugares de trabajo a romper con las políticas laborales de
los gobiernos militares, una ruptura que entrañaba forzosamente
la oposición política, dado que la oposición a cualquier aspecto del
programa autoritario militar cuestionaba la legitimidad del régimen
mismo. En última instancia, esta desafección obrera sobrepasó in­
tereses estrictamente sectoriales y defendió causas como las elec­
ciones libres, la reforma agraria y la amnistía para los presos polí­
ticos del régimen, un hecho que explica la adhesión que se ganó de
sectores de la sociedad brasileña no pertenecientes a la clase obre­
ra.8
No obstante la importancia de estos dos casos de militancia obre­
ra, ninguno parece haber representado una amenaza tan grande al
Estado o una fractura tan completa de la forma de dirigir los asun­
tos gremiales como las del movimiento obrero disidente de Córdo­
ba. Una diferencia fundamental, en general ignorada por quienes
estudiaron la militancia obrera en la ciudad, fue su carácter hetero­
géneo. La militancia no se limitó a los “sectores modernos”, los sin­
dicatos mecánicos que fueron posteriores a las estructuras labora­
les populistas. También el rol del peronismo fue crucial en su for­
mación.
En Córdoba, la militancia obrera no se limitó a los trabajadores
mecánicos; en rigor de verdad, los sindicatos con la historia más
larga de militancia fueron algunos que ya existían antes del boom
industrial. Gremios como Luz y Fuerza y el de choferes de ómnibus
habían sido los conductores de la militancia obrera años antes de
454 El Cordobazo

que, a principios de la década del setenta, surgiera el sindicalismo


clasista en los complejos de Fiat e IKA-Renault. A pesar de estar
limitada a sindicatos relativamente pequeños, su militancia tampo­
co había dejado de tener consecuencias. Los trabajadores de Luz y
Fuerza de Agustín Tosco eran capaces de realizar apagones en toda
la ciudad y tenían un peso estratégico del que carecía la mayoría de
los demás sindicatos, como lo demostró de modo alarmante el
Cordobazo. De manera similar, también la Unión Tranviarios Auto­
motor tenía una posición estratégica: como Córdoba no tenía me­
dios de transporte urbano alternativos, una huelga de ómnibus
desencadenaba invariablemente una gran crisis en la ciudad. En
general, existía en ésta un sólido bloque de sindicatos provenientes
de la corriente principal de la clase obrera argentina, el peronismo,
que después de 1966 se opusieron tanto a los gobiernos militares
como a la dirigencia gremial porteña y desempeñaron un papel diri­
gente en los intentos por establecer alianzas obreras militantes y
alternativas, tanto en el plano nacional, como ocurrió con la Confe­
deración General del Trabajo de los Argentinos, como en la ciudad
misma.
Desde este punto de vísta, es preciso volver a evaluar toda la
cuestión del peronismo y su papel en el movimiento obrero cordo­
bés disidente. Los pocos estudios existentes sobre el sindicalismo
cordobés despacharon sumariamente el tema de la importancia de
un peronismo combativo en la historia. Algunos incluso sugirieron que
la “nueva” clase obrera surgida después de 1955 sólo tenía vínculos
atenuados con el peronismo, lo que le permitió mantenerse libre de
la tutela de éste y desarrollar una ideología obrera alternativa.9
Además de mostrar una escasa comprensión de la importancia del
período peronista en la historia laboral cordobesa, cuando se esta­
blecieron o expandieron ampliamente sindicatos claves como Luz
y Fuerza y la UTA, este punto de vista confunde las simpatías de
una minoría de militantes izquierdistas con las de la mayoría de
los trabajadores de la industria automotriz local. Como este volu­
men debería haberlo hecho evidente, ía clase obrera cordobesa, in­
cluyendo al joven proletariado automotor, tenía una identidad
abrumadoramente peronista. Un clasista, Carlos Masera, secreta­
rio general del SITRAC, estimó que en el punto más alto del movi­
miento clasista en Fiat, más del 90% de los trabajadores de la fá­
brica Concord aún se consideraban peronistas. Roque Romero,
subsecretario general del SMATA clasista, calculó una cifra simi­
lar para su sindicato. Los mecánicos cordobeses parecen no haber
tenido dificultades para conciliar sus profundas lealtades peronis­
tas con el apoyo a una conducción gremial clasistay, en su mayor
parte, marxista. La clave para entender la militancia obrera cordo­
Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 455

besa debe encontrarse, por lo tanto, no en la infructuosa búsqueda


de una conversión ideológica de la clase obrera local al clasismo,
sino más bien en el análisis de las condiciones que posibilitaron la
conciliación de una identidad peronista y una dirigencia gremial no
peronista y que condujeron a los trabajadores a apoyar tácticas más
militantes que las defendidas nacionalmente por Vandor y sus he­
rederos.
La influencia de la independencia en el movimiento obrero cor­
dobés, la fuerte identidad regional de los trabajadores de Córdoba y
su oposición a la interferencia portería en los asuntos gremiales, es
una de esas condiciones. La clase obrera local pensaba de sí misma
que era tanto cordobesa como peronista. Los dirigentes peronistas,
a su vez, se consideraban rivales dignos de los caciques gremiales
porteños, y tanto la conducción sindical como las bases se sentían
profundamente agraviadas por las políticas centralistas que ignora­
ban los intereses locales y esperaban una obediencia ciega a las
directivas provenientes de Buenos Aires. Ortodoxos y legalistas des­
conocieron con frecuencia las órdenes de sus centrales gremiales y
se aliaron con presuntos adversarios políticos en el movimiento
obrero local cuando las consideraciones tácticas lo justificaban, para
mantenerse libres de Buenos Aires. El Cordobazo fue el ejemplo más
dramático de este pluralismo y del potencial para la cooperación no
partidista. La alianza de los legalistas con los sindicatos izquierdis­
tas no peronistas a lo largo de los primeros años de la década del
setenta fue otra de las condiciones. Las tendencias militantes que
siempre estuvieron latentes dentro del sindicalismo peronista, con
sus raíces en las.luchas de la Resistencia, que había sido particu­
larmente fuerte en Córdoba, facilitaron está cooperación. Lo mismo
hicieron los cambios que el propio peronismo experimentó en esos
años, específicamente en lo que se refiere a las fuertes corrientes
revolucionarias y anticapitalistas en su seno. Como resultado, el
retomo de Perón se convirtió en el único tema de conflicto real entre
los sindicatos legalistas y los de izquierda, que durante un tiempo
trabajaron juntos en una especie de afianza revolucionaria sindica­
lista. Sin embargo, con la restauración del gobierno peronista y el
restablecimiento del verticalismo, estos gestos independientes se
hicieron más difíciles, y en última instancia imposibles. Pero para
gran parte de la historia del movimiento obrero cordobés rebelde, la
existencia de un peronismo combativo fue un factor importante.
Del mismo modo que la repercusión del peronismo dentro de la
clase obrera argentina fue el producto de profundas y complejas
inñuencias históricas, también lo fueron la militancia y la
radicalización política del movimiento obrero cordobés. Aunque la
cuestión de la conducción honesta y eficaz tuvo sin duda un gran
456 El Cordobazo

peso en la elección y el apoyo a las listas gremiales no peronistas,


sería una simplificación excesiva reducir la historia laboral cordo­
besa de estos años únicamente a tales factores instrumentales. En
Luz y Fuerza, por ejemplo, Tosco gozó indudablemente de las venta­
jas otorgadas por el reconocimiento de su integridad y reputación
inquebrantables como negociador eficaz con la Empresa Pública de
Energía de Córdoba. Pero su liderazgo representaba claramente algo
más que una conducción sindical honesta y buenos convenios co­
lectivos. Desde la época del golpe de Onganía, sus listas se presen-
taron a sí mismas en lo que esencialmente eran términos políticos.
Si bien evitó escrupulosamente atacar a Perón en persona, las
diatribas de Tosco contra la “burocracia sindicar’ y contra ios inten­
tos del movimiento gremial peronista de subordinar al movimiento
obrero organizado a sus propias estrategias políticas constituían una
parte tan amplia de su plataforma sindical y una fuente tan grande
de prestigio entre las bases, como lo era su capacidad para proteger
los intereses de los trabajadores y obtener mejores convenios colec­
tivos.
La independencia gremial, una independencia que llevó a la sus­
pensión de Luz y Fuerza de la Federación Argentina de Trabajadores
de Luz y Fuerza en 1968 y a su virtual status de paria dentro del
movimiento obrero nacional de allí en más, fue una cuestión unifica-
dora que sólo perdió el apoyo de un pequeño número de trabajadores
del gremio con el inicio de la restauración peronista en 1973. En el
sindicato, el sindicalismo político no significaba una aceptación
completa de las convicciones socialistas de Tosco, y mucho menos
un rechazo directo del peronismo. Antes bien, implicaba el apoyo a
Ía participación del gremio en actos políticos específicos como ía
campaña de la CGTA; la solidaridad con los activistas políticos en­
carcelados; la participación en las grandes movilizaciones obreras,
como el Cordobazo y el Viborazo; y, en general, una tradición de de­
mocracia sindical que a menudo implicaba la crítica y hasta la rup­
tura abierta con algunos de los principios y gran parte de las prác­
ticas del gremialismo peronista. Por lo demás, si bien no había una
unidad de las bases detrás del proyecto socialista de Tosco, tampo­
co existía apatía política. Los trabajadores no cedían meramente el
aparato gremial a Tosco y sus lugartenientes a cambio de una re­
presentación eficaz. Muchos trabajadores de Luz y Fuerza, tanto
peronistas como no peronistas, se identificaban con los supuestos
ideológicos subyacentes al sindicalismo de liberación de Tosco.

El caso de los trabajadores mecánicos es más complejo. Tanto en


las plantas de Fiat como en las de IKA-Renault, inicialmente los
Concíusíón: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 457

dirigentes clasistas lanzaron sus desafíos sobre cuestiones estric­


tamente laborales. Los rebeldes de SITRAC-SITRAM que finalmente
llegaron al poder en Ferreyra y lentamente adoptaron posiciones
clasistas, así como la más partidista lista clasista del SMATA que
ganó las elecciones gremiales de 1972, hablaban de problemas como
la corrupción, la democracia sindical, íos ritmos de producción ex­
cesivos y las condiciones de trabajo insalubres, pero no de socialis­
mo. A decir verdad, nociones tales como antiimperialismo, libera­
ción nacional, cogestión e incluso el mismo socialismo, si bien defi­
nido como “socialismo nacional” para distinguirlo de sus variantes
marxistas, eran propiedad intelectual común de muchas facciones
del movimiento ele los trabajadores en la época de los movimientos
clasistas, entre ellas la peronista, y no habrían servido como funda­
mento para ningún desafío gremial efectivo.
Pero, como en el caso de Luz y Fuerza, hay pruebas considera­
bles de que los trabajadores que apoyaban a los sindicatos clasistas
eran conscientes de que repudiaban un estilo sindical y que no sólo
respaldaban la resolución de problemas específicos de la base fa­
bril. Desde la época del Cordobazo, existió en Córdoba en general y
en los complejos automotores en especial, un grado considerable de
simpatía hacia los disidentes de base, los militantes que abogaban
en favor de un cambio fundamental en la forma en que se maneja­
ban los sindicatos del país. Si bien hicieron pocos progresos en su
intención de ganar a la mayoría de los trabajadores peronistas para
el cíasismo, los clasistas tuvieron un éxito considerable al obtener
la aprobación tácita de éstos a su conducción política. Ese apoyo
parece atribuible a algo más que la mera gratitud por resolver efec­
tivamente los problemas de íos lugares de trabajo, y bien podría
haber tenido mucho que ver con una comprensión en líneas gene­
rales de la posición clasista sobre el sindicalismo político o, en el
peor de los casos, con un respeto hacia ella. La arraigada resisten­
cia a la eliminación de SITRAC-SITRAM y el SMATA clasista, las
masivas movilizaciones de Fiat en la serie de huelgas que culmina­
ron en el Viborazo y el apoyo de los trabajadores del SMATA a la
alianza con Tosco sugieren una simpatía política naciente, si bien
inarticulada. Desde luego, ésta estaba muy influida por las circuns­
tancias particulares existentes en Córdoba en ese momento históri­
co, pero fue algo más que la mera gratitud por los servicios presta­
dos en la base fabril.
No obstante, no debería subestimarse la importancia de la rela­
ción entre militancia obrera y problemas de base en la industria
automotriz local. Si éstos no se hubieran referido a condiciones la­
borales insalubres, reglas de incentivo al trabajo, aceleración de los
ritmos de producción en la línea de montaje y otros reclamos, es
458 El Cordobazo

dudoso incluso que las rebeliones sindicales de principios de los


años setenta se hubieran producido. Tal vez ni siquiera habría sur­
gido el mismo clasismo. En Ferreyra, lugar de nacimiento del movi­
miento clasista cordobés, ia naturaleza de los problemas en los lu­
gares de trabajo y los efectos de las prácticas gerenciales específicas
de Fiat alentaron la aparición de una perspectiva socialista en una
pequeña cantidad de trabajadores. En Santa Isabel, el ajuste de las
condiciones fabriles y la ineficacia de la protección gremial en el nivel
de base subyacían al movimiento de recuperación sindical en las
plantas de ÍKA-Renault y posibilitaron que la izquierda entablara
con la clase obrera local una relación a la que ésta antes había es­
capado.
En su significado más fundamental, el clasismo representó el
intento de los trabajadores de romper con el estilo gremial que ha­
bía surgido con el vandorismo y afirmar cierto grado de control en la
fábrica. Daniel James señala que la contradicción entre la experien­
cia de la vida real de la clase obrera después de la Resistencia, par­
ticularmente en el lugar de trabajo, y el ruidosamente proclamado
compromiso del peronismo con la justicia social no era en aquellos
años tan grande como para que los trabajadores se sintieran impul­
sados a rechazarlo. Hubo otras cosas que contribuyeron a mante­
ner su permanente identificación con el peronismo, entre ellas el
status de proscripto del movimiento y la incansable hostilidad de
ciertos sectores de la sociedad argentina a él.10Pero en Córdoba la
contradicción se sintió agudamente, y el clasismo fue una respues­
ta tanto ideológica como práctica a las flaquezas del sindicalismo
peronista. Si los clasistas subestimaron la profundidad de la leal­
tad peronista en las bases, los caciques gremiales peronistas sub­
estimaron de manera parecida el grado de descontento de los traba­
jadores con un estilo sindical que sólo hacia hincapié en su protec­
ción durante las negociaciones de los convenios colectivos (y aun
allí con creciente ineficacia después de 1966) y no en la base fabril.
Otros factores a menudo propuestos como explicaciones de la
militancia del movimiento sindical de Córdoba parecen decidida­
mente menos convincentes. Los argumentos sobre el empobreci­
miento progresivo o el incremento de las tensiones obreras debido a
los efectos combinados de la rápida industrialización y la súbita
declinación industria! son altamente cuestionables.” Si bien en
Córdoba algunos servicios se comparaban desfavorablemente con
los de Buenos Aires, en particular los del transporte urbano, otros,
como la vivienda, eran mucho mejores. Durante el período en cues­
tión, tampoco la desocupación fue un gran problema en la ciudad.
Cuando el boom automotor perdió fuerza, los nuevos trabajadores
fueron absorbidos por las industrias más tradicionales y también
Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 459

encontraron empleo en el gobierno y los servicios. En síntesis, las


explicaciones sociológicas generales de la militancia obrera de Cór­
doba parecen superficiales y engañosas. De manera similar, quie­
nes plantean que la mayor militancia entre íos trabajadores mecá­
nicos argentinos no se debió a una caída sostenida de la industria
automotriz sino al ciclo de corto plazo de boom y depresión, que
presuntamente preservó a un núcleo de activistas sindicales que
pudieron entrar y salir de ías plantas de automóviles, aplican inco­
rrectamente la experiencia de ía industria brasileña, y tal vez la de
las fábricas de Buenos Aires, a la industria en su totalidad.'2
Las prácticas de contrataciones y despidos que pueden haber
existido en Buenos Aires eran casi desconocidas en Córdoba, donde
lo que caracterizaba a ía industria automotriz local era en realidad
un lento deterioro y no las oscilaciones bruscas en el ciclo comer­
cial, y donde el poder del movimiento obrero previno a la patronal
contra tales políticas. Por otra parte, parece haber existido algo
aproximado a los mercados laborales duales. Sólo rara vez los tra­
bajadores pasaban de las plantas de Fiat a las de IKA-Renault o a la
inversa — quienes lo hacían eran principalmente operarios califica­
dos— , y la existencia de listas negras de las empresas impedía el
movimiento de activistas entre Ferreyra y Santa Isabel.
Por último, quienes buscaron la fuente de la militancia de la cla­
se obrera local en eí carácter de ciudad universitaria de Córdoba y
en la presunta existencia de estudiantes-trabajadores de tiempo
parcial que trasladaban el extremismo estudiantil a las plantas
automotrices, tienen pocos elementos para respaldar sus afirma­
ciones.'3 El primer estudio empírico sobre los orígenes sociales de
los trabajadores del SMATA en las décadas de 1950 y 1960 no mues­
tra ninguna presencia significativa de estudiantes universitarios en
las plantas.'4En rigor de verdad, dado el excedente laboral existen­
te en la ciudad después de 1965, así como una mayoría de estu­
diantes provenientes de la clase media y una cultura estudiantil que,
de hecho, demostraba cierto disgusto por el trabajo manual, tales
argumentos, más que una explicación satisfactoria, parecen pro­
porcionar un chivo expiatorio conveniente para la militancia obrera
cordobesa. Si bien los estudiantes universitarios de la ciudad fue­
ron aliados importantes deí movimiento obrero a lo largo de estos
años, postular la influencia radicalizadora de estudiantes-trabaja-
" dores sobre los mecánicos cordobeses parece una afirmación muy
exagerada, si no completamente errada.

La historia deí movimiento obrero disidente de Córdoba padece


en general de una gran confusión acerca de la distinción crucial
460 El Cordobazo

entre militancia laboral y radicalización política. En verdad, uno de


los argumentos de este libro ha sido que no hay una correlación
simple entre ambas, que aunque la militancia dio forma y alimentó
una politización más intensa de la clase obrera local, sería un error
adjudicarle a esta última, considerada globalmente, una ideología
clasista y suponer que la notable combatividad del movimiento obre­
ro cordobés respondía a una ideología radicalizada plenamente ela­
borada y compartida en común. En este aspecto, es revelador el mito
del Cordobazo.
La hipótesis generalizada de que el levantamiento fue dirigido por
líderes marxistas revolucionarios de los sindicatos mecánicos dis­
torsiona completamente la verdadera naturaleza del acontecimien­
to. Lo que mejor explica las causas del Cordobazo dentro de la clase
obrera {aunque no sus consecuencias últimas, que sin duda fueron
potencialmente revolucionarias) es una serie de crisis más concre­
tas producidas en varias industrias locales, combinadas con las ri­
validades de poder entre los peronistas cordobeses y sus centrales
gremiales de Buenos Aires, y especialmente las influencias políticas
y culturales locales a las que estaban sometidos los trabajadores.
Además, se contaban las motivaciones más explícitamente políticas
de Tosco y las diversas organizaciones estudiantiles y políticas de
izquierda que participaron, las últimas tardíamente, en el levanta­
miento. Lo que el Cordobazo definitivamente no fue es lo que a
menudo se supone que fue: una especie de huelga revolucionaria
conducida por los sindicatos mecánicos clasistas. En ese momento,
el SMATA estaba firmemente en manos peronistas, y los sindicatos
de planta de Fiat controlados por la empresa, SITRAC y SITRAM, no
tomaron parte de manera significativa en la protesta.
El Cordobazo reflejó las múltiples y diversificadas influencias que
fueron responsables de la militancia obrera cordobesa. En este as­
pecto, las rivalidades políticas y la lucha por el poder dentro del
movimiento obrero parecen ser el gran factor que con mayor fre­
cuencia se pasa por alto en esta historia. Desde fines de los años
cincuenta en adelante, los líderes sindicales cordobeses habían for­
mulado sus tácticas con consideraciones políticas en mente. En
parte maniobraban por el poder dentro del mismo movimiento obrero
peronista, como ocurrió cuando dirigentes gremiales peronistas
como Elpidio Torres y Alejo Simó intentaron conservar su indepen­
dencia y resistir las presiones verticaíistas provenientes de Buenos
Aires. En varios momentos se rumoreó que tanto Torres como Simó
eran posibles candidatos a puestos de conducción en la Confedera­
ción General del Trabajo y las 62 Organizaciones nacionales, y nin­
guno de ellos estaba dispuesto a sacrificar sus propias ambiciones
en pro de la unidad del movimiento obrero peronista, hasta que
Conclusión: Las fuentes de la política obrera, en Córdoba 461

Perón no les dejó otra alternativa. La política interna gremial tam­


bién fue un factor de primordial importancia en los cálculos de la
dirigencia para desbordar a cualquier oposición interna, izquierdis­
ta o peronista, que pudiera minar su autoridad y amenazar su con­
trol de los sindicatos. La historia de un gremio como la Unión Obre­
ra Metalúrgica de Córdoba, por ejemplo, que osciló entre la insu­
bordinación franca y una obediencia casi servil a Buenos Aíres, ilus­
tra la dinámica en acción en la política laboral cordobesa. Las su­
bas y bajas de ía industria metalúrgica local y la necesidad de ajus­
tar la estrategia de acuerdo con su propio interés son lo que mejor
explican la ajetreada vida de la UOM cordobesa. Consideraciones
similares explican el comportamiento del SMATA y de varios otros
sindicatos peronistas cordobeses, particularmente antes de la res­
tauración justicialista de 1973.
La imagen de Córdoba como un semillero de sindicalismo políti­
co y específicamente marxista es, por lo tanto, verdadera sólo a
medias, y también debe incluirse como un factor de la militancia
obrera en la ciudad la política gremial peronista. Ésta era parte de
un proceso ininterrumpido, dado que la conducta de cada uno de
los sindicatos estaba sujeta a una miríada de influencias: rivalida­
des internas, la relación que mantenían con la central y los caci­
ques gremiales de Buenos Aires, las presiones de Perón, el equili­
brio de poder en el movimiento obrero tanto local como nacional­
mente y, desde luego, la política nacional. En este proceso siempre
hubo un espacio considerable para lo fortuito y lo inesperado, y en
la historia reciente de Córdoba nada, ni su repentino y frágil desa­
rrollo industrial ni la rápida transformación de su estructura de
clases, conducía ineluctablemente, como parecen sugerirlo algunos
investigadores que la estudiaron, a la intensa y prolongada militan­
cia de su movimiento obrero.
Sin embargo, si algunas explicaciones sociológicas generales son
de poca utilidad para entender a Córdoba, hay otras variables so­
ciológicas que son más relevantes. Una fue sencillamente el peque­
ño tamaño de la ciudad y el lugar central que ocupaba la fábrica en
su vida. La concentración de los trabajadores mecánicos en dos
grandes complejos industriales hizo que las movilizaciones obreras
fueran más fáciles de organizar y en general más efectivas que en
Buenos Aires, donde la industria estaba físicamente dispersa y era
sectorialmente diversa, y en la que la clase obrera carecía de una
identidad común. Cuando los sindicatos de Fiat abandonaron sus
plantas para protestar contra las malas condiciones de trabajo en
la forja, los trabajadores de IKA-Renault tuvieron un punto de refe­
rencia que hizo inmediatamente inteligible esa acción. De manera
similar, los problemas relacionados con las velocidades de produc­
462 El Cordobazo

ción en la fábrica de Ford Transax despertaron un sentimiento de


simpatía entre los trabajadores de Fiat Concord. Las muchas huel­
gas de solidaridad recíproca convocadas por los dos complejos au­
tomotores durante los primeros años de la década del setenta fue­
ron posibles por la empatia que sentían los trabajadores hacia quie­
nes estaban empleados en una industria semejante, enfrentaban
problemas parecidos y compartían un idioma común del lugar de
trabajo.15
El tamaño relativamente pequeño de la ciudad y la concentra­
ción geográfica de las sedes centrales de sus principales sindicatos
(véase Figura 1 en Capítulo 1) también hicieron más fácil la coordi­
nación de medidas huelguísticas y movilizaciones obreras. Los diri­
gentes gremiales se veían con frecuencia, entablándose amistades
personales incluso entre aquellos que diferían políticamente. Al es­
tar las principales sedes gremiales a cinco minutos de caminata una
de otra y casi todos los demás sindicatos concentrados dentro de un
radio de seis cuadras en la ciudad, los contactos diarios entre los
funcionarios sindicales eran rutinarios, y las deliberaciones y deci­
siones de último momento más comunes que en Buenos Aires- El
gremialismo cordobés se caracterizó por su improvisación y la ten­
dencia a dejar de lado los procedimientos formales y dilatados para
aprobar huelgas y manifestaciones, lo que fue en parte el resultado
de la facilidad con que los dirigentes podían ir del edificio de ún sin­
dicato al siguiente, plantear su punto de vista y coordinar la acción
de una manera personal. Las preparaciones de último momento
tocantes al Cordobazo y la presteza con que se tomaron decisiones
la noche anterior al levantamiento fueron ilustrativas de un estilo
gremial más informal que posibilitaba úna resolución más rápida
de los problemas y una mayor inclinación a actuar y adoptar tácti­
cas militantes. Por último, la mayor independencia con respecto a
la intromisión de las centrales gremiales, disfrutada por algunos de
los sindicatos principales, como el SMATA, Luz y Fuerza y los cla­
sistas SITRAC y SITRAM, fortaleció el carácter local de la política
sindical cordobesa.
Otros factores a menudo presentados como conducentes a lá
militancia obrera cordobesa son más difíciles de apreciar y parecen
haber sido menos decisivos. El desarrollo de nuevas barriadas obre­
ras como Ferreyra y Santa Isabel no parece haber teñido la profun­
da influencia en la conciencia de clase que generalmente se le atri­
buye.’6Las organizaciones barriales obreras eran pocas y Córdoba,
a diferencia de Buenos Aires, no produjo nada qué se pareciera a
una auténtica cultura proletaria independiente del lugar de trabajo
y el sindicato. Los nuevos barrios obreros pueden haber dado a los
sindicatos algunas ventajas logísticas en términos de movilización
Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 463

de los trabajadores en las huelgas o las manifestaciones, pero los


ámbitos de poder e identidad de clase de la nueva clase obrera cor­
dobesa fueron el sindicato y la fábrica, no el barrio. Lo repentino de
su industrialización y la rápida formación de su clase obrera indus­
trial actuaron en contra del florecimiento de una cultura obrera del
barrio y los lazos informales de clase encontrados en otras ciudades
latinoamericanas. El mero hecho de que las nuevas barriadas, a
pesar de su rápido crecimiento a fines de los años cincuenta y prin­
cipios de los sesenta, tuvieran poblaciones relativamente pequeñas
y que la clase obrera las compartiera con estudiantes y residentes
de cíase media en toda la ciudad socavaba la solidaridad de clase en
ese nivel.
Por otro lado, la ausencia de una burguesía local poderosa que
hiciera de contrapeso parece haber sido significativa, pero se trata
de otro caso cuyos efectos precisos son difíciles de medir. Las aso­
ciaciones empresariales locales, la Bolsa de Comercio, la Cámara
de Industrias Metalúrgicas y el Centro Comercial e Industrial de
Córdoba, no representaban a los empleadores de nota de la ciudad,
esto es, las dos multinacionales automotrices y los gobiernos pro­
vincial y nacional. Antes bien, comprendían a los propietarios de los
establecimientos industriales pequeños, ías fábricas autopartistas
y en especial los negocios minoristas de la ciudad, por lo que no
eran interlocutores serios del movimiento obrero. El tipo de contac­
tos constantes y familiares que los caciques gremiales porteños te­
nían con la Confederación General Económica y la Unión Industrial
Argentina era desconocido en Córdoba. Los trabajadores mecánicos
trataban directamente con su patronal, y los sindicatos del sector
público con los organismos de los gobiernos nacional, provincial o
municipal. Es posible que la ausencia de una burguesía local unida
y razonablemente poderosa haya alentado cierta temeridad en al­
gunos sindicatos cordobeses. Como observó Juan Malvar, secreta­
rio general de los trabajadores gráficos de la ciudad y uno de los
principales activistas independientes: “En Buenos Aires había mu­
cho dinero de por medio, las apuestas eran mucho más elevadas
que en Córdoba. Los dirigentes gremiales porteños se ocupaban de
intereses que representaban montañas de dinero, lo que natural­
mente los hacía más cautelosos. En cierta medida, en Córdoba sen­
tíamos que no teníamos nada que perder”.17Si bien no podría decir­
se que esos sentimientos representaban al movimiento obrero cor­
dobés en su totalidad — en rigor de verdad, los trabajadores del. au­
tomóvil eran muy conscientes de habérselas con poderosos intere­
ses económicos— , sí eran representativos de la situación de por lo
menos una proporción considerable de los sindicatos locales.
De este modo, la militancia obrera cordobesa puede rastrearse
464 El Cordobazo

hasta varías fuentes. Una fue, ciertamente, la relación dinámica


entre la fábrica y la sociedad cordobesa y el carácter del movimiento
sindical local. La clase obrera de Córdoba fue excepcionalmente mi­
litante a causa de la existencia de problemas no resueltos en los lu­
gares de trabajo, particularmente en la crucial industria automotriz,
que podían enfrentarse con mayor inmediatez allí que en cualquier
otra parte gracias a la independencia más grande de los sindicatos
locales y a la heterogeneidad del movimiento obrero. La existencia de
sindicatos de planta, sindicatos federales e incluso algunos como el
SMATA, formalmente paite de una estructura centralizada pero en la
práctica independientes de Buenos Aires, alentó un estilo gremial
combativo. Había también fuentes intangibles, como las característi­
cas espaciales de la ciudad y la ausencia de una poderosa burguesía
industrial local, lo que podría haber contribuido a la conformación de
su índole rebelde. Pero sigue vigente otra cuestión: ¿por qué, en el caso
de algunos sindicatos, la militancia se complementó con un progra­
ma político radicalizado y a menudo revolucionario?
Fue la coincidencia de militancia y política la que hizo que la ciu­
dad fuera tan explosiva y dio a los sindicatos cordobeses un poder
sin comparación en el país, permitiéndoles no sólo desafiar a la je­
rarquía del movimiento obrero y las prácticas del gremialismo pero­
nista, sino también forjar un movimiento sindical alternativo que
durante breve tiempo amenazó al mismo Estado argentino. En el
caso de los sindicatos mecánicos, las estrategias empleadas por la
izquierda revolucionaria para ganar seguidores en el proletariado
industrial fueron factores importantes. También influyentes, sin em­
bargo, fueron algunos elementos sugeridos por dos estudiosos del
movimiento obrero argentino, en una teoría que en términos gene­
rales puede aplicarse a la nueva clase obrera industrial latinoame­
ricana, pero que es de considerable utilidad para explicar las parti­
cularidades de la historia laboral reciente de Córdoba. Juan Carlos
Torre y Elizabeth Jelin han criticado el “reduccionismo” de ios in­
vestigadores: su preocupación por el lugar de trabajo en desmedro
de la cultura sociopolítica reinante como factor de peso considera­
ble en la política obrera.18

Sin duda, es necesario ubicar la historia laboral cordobesa de las


décadas del sesenta y el setenta en su contexto cultural, intelectual
y político. Una confluencia de factores, de los cuales la creciente
radicalización de la vida política e intelectual de la Argentina en los
años sesenta y principios de los setenta no es el menor, influyó en la
política laboral de la ciudad. Esos factores fueron ayudados por el
contexto cultural único de Córdoba: su tradición como ciudad re­
Concíustón: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 465

belde de la Argentina y su carácter de población universitaria, un


lugar donde la política y la discusión política constituían una parte
vital de la cultura cívica. El impacto de la ideología en la política
gremial es difícil de ponderar con precisión, pero su significación
parece haber sido mayor en Córdoba que en otros lugares del país.
Su reputación como ciudad rebelde de la Argentina era bien
merecida. Diversas corrientes políticas—el Movimiento de Sacerdo­
tes del Tercer Mundo, los estudiantes radicalizados, una izquierda
revitalizada y un núcleo sólido de activistas sindicales marxistas y
peronistas de izquierda— confluyeron para generar un clima con­
ducente a la radicalización de por lo menos una parte de la clase
obrera. Las ásperas disputas entre la izquierda peronista y los parti­
dos comunistas maoístas y pro soviético que encontraron expresión
en el movimiento sindical cordobés son un testimonio de la impor­
tancia de la ideología en la ciudad. Debates políticos que no habían
sobrevivido a la década de 1940 en la mayoría de los movimientos
obreros latinoamericanos todavía estaban vivos y gozaban de buena
salud en Córdoba durante los años setenta, y cuando Antonio
Marimón se preguntó si en la ciudad se habían librado las últimas
batallas del Komintem no se trataba de una pregunta ociosa. Esas
contiendas ideológicas dieron a la política laboral local un aire leve­
mente anticuado en algunos aspectos, pero también fueron testimo­
nio de la vitalidad del movimiento obrero y de la cultura política de
Córdoba. Más significativo que las divisiones y los altercados dentro
de la izquierda era el hecho de que Córdoba demostró que no había
nada de inmutable en el predominio de la corriente principal del pe­
ronismo en la clase obrera, que aún existía lugar para el disenso y el
debate tanto dentro del peronismo como fuera de él.
Uno de los principales patrocinadores de una evaluación crítica
de la relación del peronismo oficial con la clase obrera, y un actor
demasiado a menudo ignorado en la historia, fue la izquierda cor­
dobesa. Ésta se apoyó en sus diferencias ideológicas con los here­
deros putativos de Juan Domingo Perón para forjar un desafío efec­
tivo a las prácticas sindicales de los caciques gremiales peronistas,
que por entonces eran generalizadas en el movimiento obrero ar­
gentino. Se las arregló para hacerlo teniendo éxito precisamente
donde antes siempre había sido superada por el peronismo, al con­
seguir unir la representación gremial efectiva con las necesidades
emocionales de los trabajadores y hablarles en un lenguaje que res­
pondía más fielmente al momento que vivía la clase obrera cordobe­
sa. Las denuncias izquierdistas sobre las traiciones de los “buró­
cratas” repercutían en los trabajadores porque éstos las verificaban
en su propia experiencia. Los salarios declinantes, la ausencia de
protección gremial en el lugar de trabajo, la pérdida del sentimiento
466 El Cordobazo

de autoestima e incluso de un sentido de misión histórica, que les


habían inculcado el peronismo de los años cuarenta y cincuenta y la
Resistencia, fueron cuestiones de las que se apropió la izquierda. Por
otra parte, los izquierdistas recién llegados, ya fuera por instinto o
designio, supieron encuadrar su desafío en una apelación a las sen­
sibilidades regionales. El mismo clasismo se transformó en una espe­
cie de identidad obrera cordobesa, y la clase obrera de la ciudad fue
presentada en el discurso de la izquierda como si encamara las vir­
tudes de la pureza, la integridad y la solidaridad, en contraste con los
valores corruptos y venales de la política obrera en la Capital Federal,
especialmente como la personificaban los caciques gremiales.

Desde este punto de vista, el movimiento obrero cordobés disi­


dente no fracasó meramente por chocar con las sensibilidades pe­
ronistas de la clase obrera. En esos años, el peronismo era un con­
cepto muy maleable, y en el mensaje clasista había mucho que po­
día aceptar plenamente hasta el trabajador más firmemente pero­
nista. Antes bien, el clasismo fracasó por motivos muy específicos.
Su fracaso fue en gran medida político, debido a la incapacidad o
falta de voluntad de la izquierda marxista para resolver su sectaris­
mo crónico y aliarse efectivamente en el plano nacional con las co­
rrientes disidentes de la clase obrera peronista. Pero no obedeció
completamente a los actos de la propia izquierda, ya que la ausen­
cia de un genuino partido de los trabajadores obstaculizó sus es­
fuerzos desde el inicio . En ese sentido , fca reinstalación deí peronis­
mo en el poder político fue fatal, porque socavó la misma posibili­
dad real que había tenido el movimiento obrero cordobés disidente
de unir a una considerable parte de la clase obrera argentina detrás
de un programa socialista, sin importar que éste se declarara pero-
• nista o clasista.
En cambio, los sindicatos cordobeses se vieron obligados a des­
empeñar una función para la cual no estaban preparados y que en
última instancia eran incapaces de llevar a cabo. En ausencia de un
partido de los trabajadores de estatura nacional, tuvieron que asu­
mir la formidable tarea de combinar eí trabajo político con la repre­
sentación gremial efectiva. Los presuntos errores políticos de los
clasistas se hacen más comprensibles cuando se toman en cuenta
los obstáculos para reformar el movimiento obrero mientras se re­
construye al mismo tiempo un movimiento político alternativo de
tos trabajadores, primero bajo un régimen militar y luego bajo un
gobierno peronista. Después de 1973, en especial, políticamente los
sindicatos cordobeses disidentes sólo podían reaccionar ante los
acontecimientos, observar desde afuera del campo e intentar con­
Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 467

solidar su alianza sindical antes que las contradicciones del gobier­


no peronista erosionaran su propio apoyo popular e invitaran a un
nuevo golpe militar. Cuando intentaron precipitar eí curso de los
hechos, como ocurrió con la huelga del SMATA en 1974, invariable-
mente fracasaron.
La incapacidad de los sindicatos cordobeses para cumplir sus
objetivos y la escasa repercusión que hoy tiene el clasismo en el
movimiento obrero argentino condujeron a una interpretación di­
fundida sobre el movimiento sindical militante, según la cual éste
fue una aberración, un capítulo interesante pero excepcional en ía
historia reciente de ía clase obrera argentina. Eí carácter único de
gran parte de la historia laboral reciente de Córdoba es innegable, y
lo distintivo de la política gremial de la ciudad es obvio. Pero la im­
portancia de sus sindicatos y, agregaría yo, su relevancia en la ac­
tualidad como intentos argentinos de construir una democracia par-
ticipativa estable, eclipsan las excentricidades de Córdoba.
La significación perdurable de íos sindicatos cordobeses radica,
sobre todo, en su práctica escrupulosa de una rigurosa democracia
gremial y en su franco reconocimiento de la existencia constante de
clases sociales en la sociedad capitalista, y en última instancia de
los intereses de clase en conflicto que tienden a caracterizar un país
subdesarrollado como el suyo. Finalmente, los sindicatos tienen una
relevancia contemporánea porque estaban decididos a construir un
partido que, libre de la manipulación estatal y de los populistas
carismáticos, representara fielmente a la clase a la que pertenecían.
Si su impulso revolucionario y su fe ciega en la capacidad deí socia­
lismo para resolver ías inequidades del capitalismo parecen hoy un
poco ingenuos y añejos (un producto, debería recordarse, del mo­
mento histórico en que surgieron), su espíritu democrático y su
defensa fiel de los derechos de los trabajadores no lo son. Los sindi­
catos cordobeses volvieron a hacer respetable el concepto del plura­
lismo ideológico y político dentro del movimiento obrero argentino.
Consideraron que ía democracia sindical no podría obtenerse sin
democracia en él lugar de trabajo, y el verticalismo, la fidelidad in­
condicional a la jerarquía gremial peronista, perdió su carácter sa­
grado. Todas estas ideas son contribuciones valiosas para el futuro
de cualquier movimiento de los trabajadores organizados en la Ar­
gentina.
Cualquiera haya sido su legado al movimiento obrero y a la vida
política argentina, la importancia de los sindicatos cordobeses en ía
historia del país entre 1966 y 1976 difícilmente pueda cuestionar­
se. Después de 1966, virtualmente todos los movimientos disiden­
tes y rebeliones de base miraron a Córdoba en busca de algún tipo
de inspiración, si no de apoyo directo. El poder de los sindicatos
468 El Cordobazo

cordobeses se hizo tan grande y su oposición al gobierno militar y a


los dirigentes gremiales no representativos tan franca y efectiva que
incluso los trabajadores rebeldes de la clase obrera de Buenos Aires
observaron su ejemplo y dependieron de su aliento. Su influencia
entre los obreros disidentes del interior de la Argentina fue prepon-
dorante. Los sindicatos cordobeses fueron la fuente de sostén moral
y práctico para casi todos los grandes movimientos por la democra­
cia sindical del período, desde la CGTA de Raimundo Ongaro en 1968
hasta la gran huelga de 1975 en Villa Constitución, afectando pro-
fundamente las luchas de poder dentro del movimiento obrero y con
ello la política nacional. También fueron un poder por derecho pro­
pio. Las dos protestas obreras más grandes de la historia argentina
contemporánea, el Cordobazo de 1969 y eí Viborazo de 1971, se pro­
dujeron en Córdoba y precipitaron la caída de dos gobiernos milita­
res, abriendo el camino a la restauración del régimen civil en 1973,
El poder de los sindicatos cordobeses, su capacidad para virtual­
mente paralizar a voluntad la segunda ciudad industrial del país
después de 1969 y el potencial que siempre tuvieron sus protestas
de convertirse en crisis nacionales plenamente desarrolladas hicie­
ron de ellos una Oposición a los gobiernos en el poder aún más for­
midable que lá miríada de organizaciones guerrilleras que operaban
durante esos años. La asociación hecha por el gobierno y la jerar­
quía gremial peronistas y por los militares entre los grupos guerri-
lleros y los sindicatos y movimientos clasistas cordobeses perjudicó
grandemente la causa de los gremios disidentes. La relación de los
sindicatos cordobeses con grupos como las Fuerzas Armadas Pero­
nistas, el Ejército Revolucionario del Pueblo y los Montoneros siem­
pre fue distante y crítica, aunque no hay dudas de que una minoría
de los activistas clasistas fueron arrastrados á la lucha armada a
medida que la represión contra sus sindicatos se hacía más severa,
Pero la incorporación que hizo la izquierda guerrillera del movimien­
to sindical disidente a su propia praxis revolucionaria provocó en
última instancia un gran daño a la causa de los trabajadores. Es
posible que, como sus autodesignados protectores y vengadores, los
guerrilleros hayan despertado cierta simpatía entre los trabajado­
res. Capataces abusadores y funcionarios empresariales intransi­
gentes pagaron por sus acciones, a menudo con sus propias vidas,
gracias al padrinazgo de los sindicatos por parte de la izquierda
guerrillera, y tal vez los trabajadores tuvieran un callado sentimien­
to de justicia ante la aplicación de los castigos. Pero a la mayoría
de los dirigentes gremiales cordobeses les disgustaban y espanta­
ban las acciones guerrilleras, y comprendían que una asociación
demasiado estrecha entre lo que en realidad eran dos movimien­
tos diferentes tendría costos políticos elevados. A decir verdad,
Caíicíiísión: Las fuentes de la política obrera ea Córdoba 469

hacia eí fin dcí gobierno peronista comenzaron a encontrarse ais­


lados, a medida que crecía, la preocupación popular por la guerri­
lla y la violencia política y muchos asociaban a los ‘‘subversivos”
vituperados en los pronunciamientos militares con los disidentes
sindicales.
Los militares tuvieron que abstenerse durante muchos años de
suprimir íos sindicatos cordobeses, conscientes de los riesgos de
cualquier intento de purga del movimiento obrero de la ciudad. Uno
de los factores que los convencieron de ceder el control estatal a un
gobierno civil fue la explosiva situación en Córdoba y específicamen­
te, cabe suponer, el movimiento de los trabajadores militantes en
ese lugar.19Los gobiernos peronistas de 1973 a 1976 hicieron lo que
ningún gobierno militar podría haber logrado sin pagar un alto pre­
cio político.
Perón, Ricardo Otero y Lorenzo Miguel justificaron la destruc­
ción del movimiento obrero cordobés diciendo que ello era en inte­
rés de la unidad de la clase obrera y la protección de un gobierno
elegido democráticamente, adornando sus afirmaciones con las
pomposidades nacionalistas y populistas del pasado. En sus tratos
con la clase obrera durante la “segunda venida” de Perón, las tácti­
cas represivas a las que los gobiernos peronistas de los años cua­
renta y cincuenta habían recurrido sólo ocasionalmente se hicieron
un lugar común. La caza de comunistas y la eliminación de conduc­
ciones gremiales elegidas democráticamente, el hostigamiento y
asesinato de dirigentes sindicales de mentalidad independiente,
como Atilio López, salidos de las propias filas peronistas, desenmas­
cararon la intención del régimen de subordinar a los sindicatos del
país a su propia necesidad de asegurar la estabilidad laboral como
parte de su programa económico conservador. Sólo los peronistas
podían haber seguido semejantes políticas y a pesar de ello conser­
var la esperanza de permanecer en el poder.
Los perniciosos efectos del peronismo en la política obrera se
hicieron claros a comienzos de los años setenta y pusieron fin a la
rebelión sindical cordobesa que había comenzado poco después del
golpe de Onganía y ganado fuerza tras el Cordobazo. Los sindicatos
cordobeses habían sido empujados por múltiples factores a una
relación de oposición al Estado y la burocracia sindical. Los proble­
mas de la economía local resultantes de su desarrollo industrial no
diversificado estaban sin duda implicados. Los trabajadores mecá­
nicos, en gran medida no calificados y por lo tanto incapaces de
proteger sus intereses sin un frente gremial unido, también fueron
arrastrados a la oposición por las políticas estatales que después de
1966 fueron incesantemente hostiles a los intereses obreros. Otros
sectores de la clase obrera local también sintieron los efectos de las
470 Ei Cordobazo

políticas gubernamentales, pero carecían de la dimensión y el poder


del proletariado automotor. De todos los sindicatos de la ciudad,
sólo el de Luz y Fuerza tenía una posición tan estratégica en la eco­
nomía local, y el papel de conducción que ambos asumieron se de­
bió en gran medida a su importancia en el ambiente económico y
social particular de Córdoba*
Los sostenes sociales de la política obrera cordobesa son eviden­
tes y sin duda necesitan un examen, porque formaron el basamento
sin el cual el movimiento obrero cordobés no se habría desarrollado
como lo hizo.20Pero los sindicatos también tenían una historia, y en
los detalles de la misma, en el flujo y reflujo de íos acontecimientos,
residen gran parte de la explicación y todo el drama de su lucha
contra Onganía, los caciques gremiales y, en última instancia, el
mismo Perón. Al analizar históricamente esa lucha, la cuestión de su
presunto fracaso también se hace más relativa. La incapacidad de los
sindicatos cordobeses para alcanzar sus metas no invalida las cir­
cunstancias históricas que produjeron su movimiento, del mismo
modo que no disminuye sus logros ni justifica sus errores. En sus
propios días, nadie dudó de su importancia o desechó su lucha como
carente de consecuencias y el resultado como preestablecido. Y cier­
tamente este historiador, cuya simpatía por su movimiento es obvia
a esta altura, no quiere defender sus equivocaciones. Pero el supues­
to fracaso de los sindicatos cordobeses sólo se entiende plenamente
cuando se lo observa históricamente. Las circunstancias históricas,
que en un primer momento hicieron posible su movimiento, más tar­
de se volvieron contra ellos. Ño obstante, el desenlace final, como la
historia del mismo movimiento obrero cordobés, fue el resultado de
muchos factores, incluyendo sus propios errores y un poco de mala
suerte. No fue, por cierto, nada que estuviera predeterminado por la
identidad peronista de la clase obrera argentina.
El éxito de cualquier movimiento político, por otra parte, radica
tanto en las oportunidades explotadas como en las posibilidades
perdidas. Victorias aparentes a menudo son ilusorias y algunas
derrotas sólo reveses temporarios. Aunque el futuro del movimiento
obrero argentino bien podría reivindicar a los sindicatos cordobe­
ses, desde el punto de vista del historiador y, agregaría yo, desde el
de los sindicatos mismos, la cosa es accesoria. La historia política
de la clase obrera latinoamericana es sin duda más que meramente
episódica, y la de los sindicatos cordobeses algo más que un suceso
interesante. El proceso por el cual una levemente aburrida pobla­
ción universitaria se transformó en la segunda ciudad industrial del
país, se formó en el espacio de unos pocos años una joven clase
obrera y se forjó un movimiento obrero poderoso y democrático casi
de la noche a la mañana es parte de esa historia. Así también el
Conclusión; Las fuentes de la política obrera en Córdoba 471

conflicto personal de Atilio López entre la lealtad a su movimiento y


a su conciencia, las apasionadas discusiones políticas de los clasis­
tas, ía vida diaria de los trabajadores mecánicos en las plantas y la
lucha ejemplar de Agustín Tosco a lo largo de toda su vida por cons­
truir un movimiento sindical democrático. Todo ello hizo de los sin­
dicatos cordobeses un punto de referencia y no una singularidad
interesante en la historia de los movimientos obreros modernos de
América Latina. Sin duda pocos de los trabajadores que participa­
ron en los sucesos de esos años consideran que el desenlace des­
honró a la lucha misma.
Las ruidosamente proclamadas políticas económicas neolibera­
les de Jos gobiernos militares posteriores a 1976 tuvieron consecuen­
cias particulares para la industria automotriz argentina y para Cór­
doba. En un esfuerzo por suprimir las “irracionalidades” de la es­
tructura económica del país, desmantelar el proteccionismo y las
herencias de una economía estatista, así como eliminar al que se
había convertido en un sector especialmente molesto de la clase
obrera industrial, los militares derogaron la legislación industrial
que databa de la época de Frondizi y abrieron el país a la importa­
ción de automóviles. Hacia comienzos de los años ochenta, Chrys­
ler, General Motors, Citroen y Peugeot habían abandonado sus plan­
tas de la Argentina. En 1982, Fiat, que para entonces ya había tras­
ladado el grueso de sus establecimientos fabriles latinoamericanos
a Brasil» vendió el 85% de sus acciones en el complejo de Ferreyra a
inversores argentinos. Las compañías automotrices que permane­
cieron en el país profundizaron los programas de racionalización
comenzados antes del golpe y procuraron convertir sus plantas ar­
gentinas en proveedoras de sus operaciones globales. Entre 1976 y
1981 desaparecieron en Córdoba 6.876 puestos de trabajo en los
complejos de Santa Isabel y Ferreyra. Se perdieron otros 1.670 en
julio de 1980, cuando el gobierno cerró las fábricas de IME, precur­
soras de la industria automotriz cordobesa.21
La represión militar del movimiento obrero fue una parte esen­
cial de su programa de desindustrialización. Las juntas posteriores
a 1976 derogaron el derecho de huelga, decretaron ía ilegalidad de
la CGT y las 62 Organizaciones, quebraron a docenas de sindicatos,
entre ellos las centrales de la UOM, Luz y Fuerza y el SMATA, y se­
cuestraron y asesinaron a miles de dirigentes y activistas sindicales
y a simples trabajadores y trabajadoras. El programa económico y
las políticas laborales castrenses lograron hacer lo que los peronis­
tas, las empresas automotrices y los anteriores gobiernos militares
no habían podido hacer, es decir, domar a Córdoba.
472 El Cordobazo

NOTAS

5Entre las más recientes contribuciones al debate dignas de nota, se


cuentan Michael Burawoy, The Politics oJProduction: Faetón) Regim es under
C apitalism an d Socialism (Nueva York: Verso, 1987); Duncan Gaílie, Social
Inequality an d C la ss Relations in France an d Britain (Cambridge: Cambrid­
ge University Press, 1983); y Gary Marks, Unions in Politics (Princeton, N.J.:
Princeton University Press, 1988).
á E. P. Thompson, The Makíng o f the Bnglish Working C la ss (Londres:
Vintage Books, 1963); Eric Hobsbawm, Labouring Meri (Nueva York: Basic
Books, i 965); Wiliiam Sewelí, Work an d Reuolution in Fran ce: The L an gu a'
ge o f Labourfrorn the Oíd Regime to 1848 (Cambridge; Cambridge Universi­
ty Press, 1980); Herbert G. Gutman, Work, C u ltu re a n d S o ciety in
Industrializing America (Nueva York; Vintage, 1977); David Montgomery, The
F all o j ihe House o f Labor: The Workplace , the State, an d American Labor
Actiuisrn , 1865-1925 (Cambridge: Cambridge University Press, 1984),
3 Judith Evans, “Results and Prospecte: Some Observations on Latín
American Labor Studies”, International L abor an d Working C la ss History,
vol. 16 (otoño de 1979), pp. 29-39, proporciona una visión general de la
historia del trabajo en América Latina que aún sigue siendo la mejor eva­
luación crítica de la primera ola de investigaciones en este campo. Para
ensayos de revisión sobre la historiografía de los años ochenta, véanse
George Reid Andrews, "Latín American Workers”, Jo u rn a l o f Social History,
vol. 21 (invierno de 1987), pp. 311 -326; y Emilia Viotti da Costa, “Experience
versus Structures: NewTendeneies in the History of Labor and the Working
C lass in Latin America - What Do W e Gain? W hat Do We Lose?",
International Labor an d Working C lass History, vol. 36 (otoño de 1989), pp.
3-24.
a Hobart Spalding, O rganized Labor in L atin Am erica: Historical C a s e
S tu d ies ofU rb an Workers in Dependent Societies (Nueva York: Harper and
Row, 1977); Charles Bergquist, I^abor in Latin America: Com parative E s s a y s
on Chile, Argentina, Venezuela an d Colom bia (Stanford, Calif.: Stanford
University Press, 1986).
5Daniel James, R esistan ce an d Integration: Peronism an d the Argentine
Worldng C lass, 1946-1976 (Cambridge: Cambridge University Press, 1988).
6Ibid., pp. 258-259.
7 lan Roxborough, U nions a n d P olitics in México; The C a s e o f the
Automobile Industry (Cambridge: Cambridge University Press, 1984); Silvia
Gómez Tagle, ínsurgencia y dem ocracia en los sin dicatos electricistas (Méxi­
co: El Colegio de México, 1980).
8John Humphrey, C ap italíst Control and Wor/cers' S tru g g le s in the
B razilian Auto Industry (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1983);
Isabel Ribeiro de Olivera, Trabalho e política: A s orígenes do Partido d o s
T rabalh ad ores (Petrópolis, Brasil: Editorial Vozes, 1988).
9James Petras, “Córdoba y la revolución socialista en la Argentina”, L os
Libros , 3, n° 21 (1971), p. 30.
10James, R esistan ce a n d Integration, pp. 262-263.
1’ Bergquist, L abor in Latin America, p. 188.
Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 473

12 Judith Evans, Paul Heath Hoefíel y Daniel James, “Reílections on


Argentine Auto Workers and Their Unions", en R. Kronish y K. Merícle,
comps., The Political Economy of the Latin American Motor Vehicle Industry
(Cambridge, Mass.: MIT Press, 1984), pp. 141-145. Los autores afirman que
éste fue el caso en la industria de Buenos Aires y parecen dar a entender
que los problemas de la inestabilidad en el empleo y la rotación de plantas
eran también característicos de Córdoba. Mi propia investigación sobre las
empresas instaladas en Buenos Aires me induce a creer que han exagerado
la amplitud de las políticas de contrataciones y despidos allí. En Córdoba,
esas prácticas definitivamente no existían.
l3Bergquist, Labor in Latin America, p. 188; David Rock, Argentina, 1516-
1982: From Spanish Colonization to the Fálklands War (Berkeley y Los An­
geles: Universiiy of California Press, 1985), p. 350 [Argentina, 1516-1987:
desde la colonización española hasta Raúl Alfonsín, Buenos Aires: Alianza
Editorial, 1989).
14Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Cór­
doba en los ’60: el ámbito del trabajo y la dimensión cultural", Informe
Anual, Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de ía Provin­
cia de Córdoba, abril de 1991, pp. 4-21.
15Los archivos sindicales del SITRAC y del SMATA cordobés tienen
mucho material sobre el lugar de trabajo y las situaciones gremiales recí­
procas. La planta de Fiat afiliada al SMATA, Grandes Motores Diesel, pare­
ce haber actuado como una especie de eslabón entre los complejos de
Ferreyra y Santa Isabel, posibilitando que tanto los dirigentes obreros como
los trabajadores se mantuvieran muy al corriente de las luchas en las otras
plantas.
i(iEvans, Hoeffel y James, “Reílections on Argentine Auto Workers and
Their Unions”, p. 145.
17Entrevista con Juan Malvar, secretario general del sindicato de traba­
jadores gráficos de Córdoba de 1958 a 1976, Córdoba, 10 de Junio de 1987.
18Juan Carlos Torre y Elizabeth Jelin, “Los nuevos trabajadores en
América Latina: una reflexión sobre ía tesis de la aristocracia obrera”, De­
sarrollo Económico, vol. 22, n° 85 (abril-junio de 1982), pp. 3-23.
19El general Alejandro A. Lanusse, arquitecto del Gran Acuerdo Nacio­
nal y la figura militar más poderosa de la Argentina entre 1966 y 1973,
alude a esto en sus memorias, Mí testimonio (Buenos Aires: Lasserre Edito­
res, 1977), pp. 263-264.
20La sociología del trabajo ofrece una serie de posibilidades interesantes
para explicar la política obrera en Córdoba. Por ejemplo, las relaciones de
producción en la industria automotriz cordobesa parecerían asemejarse
estrechamente a la descripción hecha por el sociólogo Michael Burawoy del
“despotismo del mercado”, el régimen fabril que, de acuerdo con su tipolo­
gía, es el más idóneo para dar aliento a la militancia obrera. Las cuatro
condiciones de lo que Burawoy llama “el régimen despótico de la política
fabril” se cumplían en Córdoba: competencia entre empresas (desde princi­
pios de la década del sesenta la industria automotriz argentina fue alta­
mente competitiva); subordinación absoluta de los trabajadores al capital a
través de la separación de la concepción y la ejecución (el proletariado au-
474 El Cordobazo

tomotor mayormente no calificado apenas podía usar su propio criterio en


la realización de las tareas); dependencia completa respecto del empleador
y de la venta de la fuerza de trabajo por un salario, sin formas alternativas
de subsistencia (las fábricas cordobesas no eran islas industriales en una
economía campesina, y el regreso al pueblo o la granja no era una opción
para la mayoría de los trabajadores, que hacia fines de los años sesenta
estaban cabalmente urbanizados]; el Estado no regula ni las relaciones entre
capitalistas ni el proceso de producción (las multinacionales automotrices
tenían gran autonomía). Véase Burawoy, T heP olü ics o f Productíon, pp. 89-
90.
'¿1María Beatriz Nofal, A bsentee Entrepreneurship and the D ynam ics o f
the Motor Vehicle Industry in A rgentina (Nueva York: Praeger Publishers,
1989), p. 129.
Fuentes de consulta

Archivos empresarios

Archives des Usines Renault, Boulogne-Biliancourt, Francia:


Direction des Affaires Internationales (D.A.I.) 0200.
Direction du Budget et des Affaires Financiéres (D.AJ.) 0212,
0295.
Direction des Services Financiers (D.F.) 0764.
Direction Genérale (D.G.) 0272.
Direction Juridique (D. J.) 0263, 0734.
Direction des Usines á l’Étranger (D.U.E.) 0070, 0295, 1290,
9030.

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Planificazione e Controllo Fondo CG89-XVI1I/9/C.

Documentos empresarios

Empresa Pública de Energía de Córdoba (EPEC), Informe Estadísti­


co, 1966-1976.
Departamento de Relaciones Industriales, Renault Argentina S.A.,
Santa Isabel, documentos seleccionados relacionados con la
mano de obra, 1966 a 1976.
Memoria y Balance, Fiat Concord, 1956 a 1975.
Memoria y Balance, Grandes Motores Diesel, 1956 a 1964.
Memoria y Balance, Industrias Kaiser Argentina, 1956 a 1965.
Memoria y Balance, Industrias Mecánicas del Estado, 1968 a 1976.
476 El Cordobazo

Archivos gremiales

Archivo del Sindicato de Trabajadores de Concord (SITRAC), Bue­


nos Aires (registros):
A. Documentos del SITRAC.
B. Elecciones internas.
C. Discusiones paritarias y convenio de 1971.
D. Congreso Nacional de Sindicatos Combativos, Agrupaciones Cía-
sistas y Obreros Revolucionarios.
E. Documentos administrativos y contables.
F. Despidos de dirigentes y activistas en 1971.
G. Documentos relacionados con k>§ presos.
H. Listas de expedientes tramitados en ía delegación del Ministerio
de Trabajo.
I. Juicios por reincorporación.
J. Relaciones de los despidos de Fiat con SMATA y UOM.
K. Intentos de reorganización del SITRAC.
L. Materiales para reconstruir la historia.
M. Recortes de prensa.
N. Cronología diaria (1970-71).
O. Publicaciones.

Archivo del SMATA, Sindicato de Mecánicos y Añnes del Transporte


Automotor, Seccional Córdoba (volúmenes):
Confederación General del Trabajo. Notas enviadas y recibidas,
1970-71.
Diarios del sindicato del SMATA, 1971-72.
Diarios del sindicato del SMATA, 1972-73.
Diarios del sindicato del SMATA, 1973-74.
Diarios, revistas y publicaciones diversas, 1971-72.
Notas sobre escalas salariales, 1970 a 1972.
Notas de Comisión Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Re~
nault, 1972-73.
Notas de Comisión Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Re­
nault, 1973-74.
Notas y comunicados emitidos por el SMATA, 1971-72.
Volantes varios, 1972.
Volantes varios, 1975.
Volantes y comunicados, 1969.
Volantes y comunicados, 1970.
Volantes de agrupaciones varias, 1973-74.
Volantes, diarios y revistas, 1973.
Fuentes de consulta 477

Publicaciones gremiales

Avance. Revista mensual del Sindicato de Mecánicos y Afines del


Transporte Automotor, 1969 a 1976.
CGT. Publicación semanal de ía Confederación Genei'al del Trabajo
de los Argentinos, 1968-69,
Electrum. Publicación semanal del Sindicato de Luz y Fuerza de
Córdoba, 1966 a 1974.
Memoria y Balance. 1964 a 1974. Sindicato de Luz y Fuerza de Cór­
doba.
Informe. Servicio de Documentación e Información Laboral, 1960 a
1976.
Memoria y Balance. Sindicato de Mecánicos y Aliñes del Transporte
Automotor, 1966 a 1976.
SITRAC: Boletín de los trabajadores de Concord, 1971.
SITRAC-SITRAM: Boletín de los traba/adores de Concord y Materfer,
1971-72.
STTRAP: Boletín informativo del Sindicato de Trabajadores de Perkins,
1973.
SMATA, SMATA-Córdoba. Publicación semanal, 1969 a 1976.
UTA, Revista mensual de la Unión Tranviarios Automotor, Seccio­
nal Córdoba, 1969 a 1976 (colección incompleta).
La Voz del SMATA, SMATA-Córdoba. Publicación semanal, 1960 a
1969 (números seleccionados).

Documentos gubernamentales

Anuario Estadístico de la Ciudad de Córdoba. Dirección de Estadís­


tica y Control. Municipalidad de Córdoba, 1955 a 1976.
Archives du Ministére de l’Industrie, París. Informe “Le conflit IKA-
Renault á Cordoba, 13-8-1974".
Cámara de Diputados. Provincia de Córdoba. Diario de Sesiones,
1973-75.
Censo Industrial, 1954, 1964, 1974. Ministerio de Hacienda, Eco­
nomía y Previsión Social. Provincia de Córdoba.
Dirección General de Estadística, Censos e Investigaciones. Informes:
"Población, 1869-1960”. Córdoba, 1961.
"Estadísticas demográficas y vitales: población, 1901-1970”. Cór­
doba, 1970.
“Encuesta sobre empleo y desempleo en la ciudad de Córdoba".
Córdoba, 1973.
“Incremento edilicio”. Secretaría de Estado de Planeamiento. Cór­
doba, 1975.
478 El Cordobazo

“índice de precios a nivel del consumidor. Costo de vida en la ciu­


dad de Córdoba”. Subsecretaría de Planeamiento. Córdoba, 1975.
Dirección General de Rentas. Ministerio de Hacienda, Economía y
Previsión Social. “Boletín”, 1955 a 1976.
Ministerio de Desarrollo. Área Planeamiento, “informe económico de
la provincia de Córdoba, 1971”.
Departamento de Estado de ios Estados Unidos. Documentos Rela­
cionados con los Asuntos Internos de la Argentina, 1955 a 1976.
Informes de inteligencia militar de los Estados Unidos. Argentina,
1918-1941.

Fuentes orales

En el transcurso de casi una década de investigación sobre Cór­


doba, realicé muchas entrevistas con trabajadores de la ciudad, en
particular mecánicos de las plantas de Fiat e IKA-Renault, trabaja­
dores de Luz y Fuerza empleados en la EPEC y metalúrgicos de las
numerosas fábricas y talleres autopartistas. En casi todos los ca­
sos, esas entrevistas proporcionaron información interesante y a
veces útil sobre íos sindicatos y las condiciones laborales en los
establecimientos industriales locales. No obstante, como este libro
no es un análisis de la “memoria popular” de la clase obrera local
sino un estudio de la política laboral en la ciudad, en mi opinión los
recuerdos de los trabajadores fueron a menudo demasiado superfi­
ciales o incompletos para utilizarlos como evidencia histórica. Aun­
que esas entrevistas influyeron indudablemente en mi interpreta­
ción de la historia, para este estudio decidí no basarme en los “tes-
timonios de las bases" excepto en la reconstrucción del Cordobazo,
sobre el cual los recuerdos personales de los trabajadores,
agudizados por los dramáticos sucesos del levantamiento, parecen
tener algún valor como prueba. En cambio, decid! concentrar mis
esfuerzos en las figuras claves del movimiento obrero cordobés, los
individuos dominantes para quienes las cuestiones gremiales y la
política laboral eran actividades constantes, casi diarias. De mane­
ra similar, mi intento de analizar la conciencia política a través del
testimonio oral se basa en entrevistas a ésas personas. Así, podría
parecer que estas fuentes orales sólo captan la experiencia de una
elite laboral. Pero en un movimiento obrero como el de Córdoba,
donde los aparatos burocráticos gremiales eran débiles y en el que
era habitual que trabajadores comunes y corrientes alcanzaran
posiciones de conducción, la distinción entre dirigentes y bases es
menos importante que en otros movimientos sindicales. Si bien los
testimonios orales son siempre problemáticos y vulnerables tanto a
Fuentes de consulta 479

una transcripción oscura como a una interpretación desviada, la


relación de seguridad y confianza que creo pude establecer con casi
todas esas personas me convenció de que tales fuentes orales pue­
den citarse como evidencia. Se hicieron múltiples entrevistas con
cada una de las siguientes personas a lo largo de un período de varios
años. Estuve en condiciones de evaluar críticamente sus testimo­
nios, ponerles reparos en puntos que eran no convincentes o incon­
sistentes y llegar a conclusiones que creo son históricamente sóli­
das.
Salvo algunas entrevistas de seguimiento hechas por mí mismo,
Sa mayoría de los testimonios orales sobre el Cordobazo fueron re­
gistrados por Móníca Gordillo cuando trabajó conmigo en la inves­
tigación durante 1989 y 1990. Las preguntas formuladas a los par­
ticipantes seguían de manera aproximada un cuestionario que yo
había preparado, pero en lo esencial decidimos dejar que los entre­
vistados simplemente contaran su historia.

Dirigentes sindicales

Felipe Alberti, secretario de Cultura y Bienestar Social, Luz y Fuer­


za de Córdoba, 1966 a 1976.
Oscar Álvarez, secretario de Asuntos Técnicos, Luz y Fuerza de Cór­
doba, 1968 a 1976.
Domingo Bizzi, subsecretario general, SITRAC, 1970 a 1971.
Juan Canelles, dirigente sindical comunista de los trabajadores de
la construcción, 1958 a 1976.
Sixto Cebailos, dirigente de la oposición peronista, Luz y Fuerza de
Córdoba, 1960 a 1976.
Ramón Contreras, secretario general de Luz y Fuerza de Córdoba,
1966 a 1968.
Miguel Ángel Correa, secretario general de la CGT de los Argenti­
nos, seccional Córdoba, 1968 a 1969.
Gregorio Flores, delegado clasista del SITRAC, 1970 a 1971.
Juan Malvar, secretario general del sindicato de trabajadores gráfi­
cos de Córdoba, 1958 a 1976.
Antonio Marimón, secretario de Prensa del SMATA-Córdoba, 1972
a 1974.
Alfredo Martini, secretario general de la UOM cordobesa, 1973 a
1976.
Carlos Masera, secretario general del SITRAC, 1970 a 1971.
Roberto Nágera, delegado clasista del SMATA, fábrica FordTransax,
1972 a 1974.
480 El Cordobazo

José Páez, delegado clasista y miembro del comité ejecutivo del


SITRAC, 1970 a 1971.
Roque Romero, subsecretario general del SMATA-Córdoba, 1972 a
1974.
Alejo Simó, secretario general de la UOM cordobesa, 1962 a 1974.
Elpidio Torres, secretario general del SMATA-Córdoba, 1958 a 1971.

Participantes en el Cordobazo

Todas las personas que se citan a continuación fueron entrevis­


tadas entre 1989 y 1991. Se las menciona en el orden cronológico
en que se las entrevistó. Muchas de ellas solicitaron permanecer en
el anonimato, por lo que sólo se registraron sus nombres de pila.

Nora, estudiante universitaria; Carlos Bustos, empleado de la


EPEC; Adolfo Mena, trabajador textil; Dante Antonelli, empleado de
la EPEC; Pablo, trabajador de IKA-Renault; Carlos Palumbo, traba­
jador de IKA-Renault; Manuel J. Cabrera, trabajador de IME; José
M. Descalzo, empleado de la EPEC; Graciela García, empleada de la
EPEC; Humberto Brondo, trabajador de IKA-Renault; Pedro Diseño,
trabajador de IKA-Renault; Eduardo, estudiante; Arturo Wiess, tra­
bajador de IKA-Renault; Héctor Olmedo, empleado de la EPEC; Fer­
nando Solís, empleado de IKA-Renault; Juan Baca, trabajador de
IKA-Renault; Raúl Pepi, trabajador de Ilasa; Marita Mata, periodis­
ta; Aldo J. Serafino, empleado de Fiat; Juan A. Peleteiro, empleado
de IKA-Renault; Jorge Sanabria, estudiante universitario; Roque
Ionadi, empresario; Mizael Bizzotto, trabajador de IKA-Renault;
Francisco Cuevas, capataz de IKA-Renault; Carlos Ríos, estudiante
universitario; Niño Chávez, trabajador de IKA-Renault; Humberto
R. Blasco, trabajador de IME; Alberto Nicoli, trabajador de IKA-Re-
nault; Armando Franceschini, empresario; Femando, estudiante
universitario; Isabel Rins, estudiante universitaria; Horacio Blan­
co, estudiante universitario; Víctor, empleado bancario; Norma,
estudiante universitaria; Gustavo Orgaz, estudiante universitario;
Rodolfo, sacerdote; Osvaldo, estudiante y trabajador de IKA-Renault;
Delinda Olmos de Di Toffino, empleada de la EPEC; José Nezara,
capataz de IKA-Renault; I. Massuets, capataz de IKA-Renault; José
Quinteros, trabajador de IME; Juan, dueño de fábrica; María Gar­
cía, ama de casa; Luis, estudiante universitario; Arístides Albano,
trabajador de Fiat; Erio Vaudagna, sacerdote; Alberto, empleado de
la EPEC; Gonzalo Fernández, abogado; Matilde, estudiante univer­
sitaria; Bemardino Taranto, arquitecto; Ornar Córdoba, estudiante
universitario; Carlos Masera, trabajador de Fiat; Juan, trabajador
Fuentes de consulta 481

metalúrgico; Raúl Arguello, trabajador de Fiat; José Lipari, trabaja­


dor de IKA-Renault; Luis Rubio, estudiante universitario; Carlos
Merelli, trabajador de IKA-Renault; Alfredo Cebailos, trabajador
estatal; Julio Lescano, trabajador de IKA-Renault; Manuel Horacio
Pelliza, trabajador de la UTA; Lidia Alfonsina ( “ía tucumana”), due­
ña de una pensión estudiantil; José Campellone, trabajador de IKA-
Renault; Eduardo Flores, trabajador de la construcción; Juan Car­
los Toledo, periodista; Oscar Áívarez, empleado de la EPEC; Horacio
Obregón Cano, estudiante; Héctor Maisuls, estudiante universita­
rio; Dante Veliz, trabajador de Fiat; Enrique Fernández, estudiante
universitario; Ramón Romero, trabajador de Fiat; Raúl Belistelle,
trabajador de Fiat; Erminio, trabajador de ÍKA-Renault; Eduardo
Bischoff, periodista; Guillermo, estudiante universitario; José Pon-
ce, trabajador de Fiat; Miguel Contreras, trabajador metalúrgico;
Gregorio Flores, trabajador de Fiat; Domingo Bizzi, trabajador de
Fiat.

Memorias, colecciones documentarías, fuentes misceláneas

Archivo Fermín Chávez, Buenos Aíres. Colección privada de mate­


riales peronistas, 1968 a 1976.
Gregorio Flores. Sitrac - Sítram: del Cordobazo al clasismo, Buenos
Aires, Ed. Magenta, 1994.
James McCloud, presidente de Industrias Kaiser Argentina, 1956 a
1967. Nuestra correspondencia personal, 1989 a 1991.
Agustín Tosco, Testimonio oral grabado sobre el Cordobazo, Circa
1972. Sede de Luz y Fuerza, Córdoba.
Los programas obreros “La Falda”, “Huerta Grande", “I o de Mayo”.
Publicación de la CGTA, mayo de 1971.
Pasado y Presente. Proyecto de historia oral de la huelga de 1965 de
los trabajadores de Fiat.
Tippetts-Abbett-McCarthy-Stratton, Engineers and Architects, Ken­
nedy and Donkin Consulting Engineers. “Study of Argentine
Power Problems", 2 volúmenes, Buenos Aires, 1960 (Baker Li~
brary, Harvard Universiiy). ' . ..
índice

Prefacio para la edición argerntina...................................... 9


Prefacio............................................................................. 11
Abreviaturas...................................................................... 15
Introducción...................................................................... 17

1. CÓRDOBA
L industria, sociedad y clase..... ....................................... 43
2. Política sindical....................... ................................. . 82
3. La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial... 118

II. REBELIÓN
4. Córdoba y la "Revolución Argentina”.............................. 139
5. El Cordobazo................................................................. 178
6. Los clasistas.................................................................. 218

III. LA RESTAURACIÓN PERONISTA


7. Tosco y Salamanca......................... .............. ........ .... . . 267
8. Peronistas y revolucionarios........................................... 303
9. Patria metalúrgica, patria socialista............................. 353

IV. LA POLÍTICA DEL TRABAJO


10. Trabajo y política en Córdoba..... ............................. . 393
11. Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 450

Fuentes de consulta........................................................... 475


COLECCIÓN HISTORIA Y CULTURA

TOuios publicados

Cristian Buchrucker: Nacionalismo y Peronismo. La Argentina en la crisis


ideológica mundial - 1927- i 955.
Tulio Halperin Donghi: Eí espejo de ía historia, Probíemas argentinos y pers­
pectivas latinoamericanas.
Adolfo Prieto: El discurso criollista en laformación de la Argentina moderna.
José Luis Romero: La vida histórica.
Simón Collier: Carlos Gardel. Su vida, su música, su época.
Hilda Sabato: Capitalismo u ganadería en Buenos Aires. La fiebre del lanar
- 1850 -1890.
Diego Armus (comp.): Mundo urbano y cultura popular. Estudios de Historia
Social Argentina.
Daniel James: Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora
argentina ~ 1946 -1976.
César Tcach: Sabaffinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba -1943-
1955.
Hilda Sabato y Luis Alberto Romero: Los trabajadores de Buenos Aires. La
experiencia del mercado: 1850-1880.
Enrique Tandeter: Coacción y mercado. La minería de la plata en él Potosí
colonial - 1692 -1826.
Néstor García Canclini: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de
la modernidad.
Ricardo Sidicaro: La política mirada desde arriba. Las ideas del diario La
Nación - 1909 -1989
Jorge F, Liemur y Graciela Silvestri: El umbral de la metrópolis. Transfor­
maciones técnicas y cultura en la modernización de Buenos Aires -1870-
1930.
Raúl García Heras: Transportes, negocios y política. La Compañía Anglo ~
Argentina de Tranvías -1876- J981.
Donna J. Guy: El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires -1875-
1955.
Ronald C. Newton: El cuarto lado del triángulo. La “amenaza nazi" en la
Argentina - 193T I 947
Leandro H. Gutiérrez y Luis Alberto Romero: Sectores populares, culfura y
política
Adolfo Prieto: Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina
- 1820 -1850
¡B ¡B L i O f íT c ?'TaAYO R
í I NVENTARt O r r \ Q t.3.?$.i . ..........

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Esta edición de 3.000 ejemplares
se terminó de imprimir en
La Prensa Médica Argentina,
Juiiín 845, Buenos Aires
en e! mes de septiembre de 1996.

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