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LA ÚLTIMA BATALLA DE LOS ANCIANOS

Édgar Omar Avilés

De los miles de millones de ancianos, sólo una décima parte sobrevivió a las

tormentas eléctricas, a los calamares gigantes, a las brasas del sol

multiplicadas por las olas, a los sedientos tragos de sal, a los colmillos de los

tiburones y al aguijón de las mantarrayas. Pero al fin llegaron al fondo más

profundo del mar. Entonces taladraron roca y hierro con pico y dinamita y

muchos más murieron vomitando sangre o se marchitaron sus corazones como

fruta o sus huesos tronaron como si fueran ramas secas. Fueron cientos de

miles los que explotaron junto con las cargas de dinamita o quedaron

sepultados entre los túneles. Pero hubo cerca de un millón de ancianos que

llegaron a la esfera de cristal que mora en el centro de la Tierra.

—¡Era verdad! —gritan temblando de alegría.

—¡Sí: aún somos niños! —lloran con los cuerpos exhaustos.

Los viejos se arremolinan, acercando sus manos callosas para sentir las

manitas suplicantes a través del cristal. Adentro, los niños se apilan, golpeando

en vano la esfera.

—¡Ey, miren! ¡Ésa soy yo! —grita una anciana señalando a una niña

morena de largas trenzas.

—Y yo soy ese chico tan… tan solo... ¡Hola! —susurra y luego grita un

viejo esquelético señalando a un niño gordinflón.

Escriben en el cristal, con letras al revé0s, en todos los idiomas

conocidos: “Aléjense y cúbranse”.


Los ancianos ponen cargas de dinamita alrededor de la prisión, a una

distancia exacta para que solamente estalle el gruesísimo cristal.

Pero a medio minuto de detonar, llega el terrible Grarunda, vociferando:

—¡Así que han venido a rescatarse!

Los ancianos levantan sus bastones para hacerle saber que no los

atemorizan las garras ni las mandíbulas de los tripsélidos, el ejército de

Grarunda.

—¿Qué no saben que cuando ustedes toquen a su niño, desaparecerán?

Los ancianos aprietan los puños mientras asienten. Saben eso y saben

aún más por los sueños en donde se les reveló que en realidad eran niños

encerrados en una prisión de cristal en el centro de la Tierra; que sus vidas y su

mundo falso eran proyectados por los niños para no enloquecer en el encierro

en que Grarunda los confinó hasta que necesitara alimentarse.

—¡Aún somos niños! —exclaman los ancianos para darse coraje, para no

escuchar el serruchar de los colmillos de los tripsélidos, para no percibir la bola

de fuego que Grarunda va acumulando entre sus manos, para no temer que

cada uno, al tocar a su niño, dejará de ser lo que ya fue. Los ancianos

disponen sus escasas fuerzas para sostener sus metralletas, para quitar el

candado de las granadas, listos para la batalla; mientras los chicos en la esfera

retiemblan, se concentran, para darles en lo posible vigor a sus ancianos.

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