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36 SITUACIONES DRAMATICAS G.

POLTI

El francés George Polti (1867—1946) continúo el trabajo realizado por el dramaturgo


Carlo Gozzi (1720—1806) de realizar un inventario sobre la totalidad de situaciones
dramáticas en el teatro así como en la literatura. Carlo Gozzi aseguraba que son 36 las
situaciones dramáticas, y solo 36 tramas posibles:

01. SUPLICA
Elementos: uno que persigue; uno que suplica; una autoridad de dudosas decisiones.
02. RESCATE
Elementos: uno que amenaza; un desdichado; uno que rescata.
03. EL CRIMEN PERSEGUIDO POR VENGANZA
Elementos: un criminal y uno que toma venganza de él. (No por la autoridad)
04 . VENGANZA DE PARIENTES SOBRE PARIENTES
Elementos: pariente culpable; pariente vengador; recuerdo de la víctima, pariente de
ambos.
05. PERSECUCIÓN
Elementos: el que huye y quien lo persigue para castigarlo.
06. DESASTRE
Elementos: un poderoso que conquista y uno victorioso
07. VICTIMAS DE LA CRUELDAD O LA DESGRACIA.
Elementos: un desdichado, un amo una desgracia.
08. REBELIÓN
Elementos: el tirano y el conspirador.
09 . EMPRESAS ATREVIDAS
Elementos: un líder audaz y valiente; un objetivo; un adversario.
10. SECUESTRO
Elementos: el raptor; el raptado o raptada; la autoridad o policía.
11. ENIGMA
Elementos: el problema a resolver, el investigador o interrogador y el policía o autoridad.
12. LOGRO O CONSECUCIÓN
Elementos: uno que pide y su adversario que niega, para que surja el conflicto; o
bien, un árbitro más o menos arbitrario dado su poder y las partes oponentes a ese
arbitro.
13. ENEMISTAD DE PARIENTES

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Elementos: un pariente malévolo, villano; un pariente odiado por ese pariente y al que éste
odia también.
14. RIVALIDAD ENTRE PARIENTES
Elementos: El rubro anterior se refiere principalmente al ODIO entre parientes. Este
rubro se relaciona esencialmente con la RIVALIDAD entre parientes el pariente
preferido, consentido, querido; el pariente rechazado, eliminado, el objetivo a
conseguir
15. ADULTERIO HOMICIDA
Elementos: los dos adúlteros; el esposo o la esposa traicionados
16. LOCURA
Elementos: el loco o la loca y su víctima o víctimas.
17. IMPRUDENCIA FATAL
Elementos: el imprudente; la víctima de la imprudencia o el objeto u objetivo perdido por
imprudencia.
18. CRÍMENES INVOLUNTARIOS DE AMOR
Elementos: el amante o enamorada y el que hace una sorpresiva e inesperada revelación,
intensamentetrágica o dramática.
19. ASESINATO DE UN PARIENTE NO RECONOCIDO
Elementos: El asesino y la victima no reconocida
20. AUTO—SACRIFICIO POR UN IDEAL

Elementos: el héroe; el ideal.


21. AUTO—SACRIFICIO POR LOS PARIENTES
Elementos: el héroe; el o los parientes por los que el héroe se sacrifica.
22. TODOS SACRIFICADOS POR UNA PASIÓN
Elementos: el enamorado; el objeto de la pasión fatal; la persona sacrificada
23. NECESIDAD DE SACRIFICAR PERSONAS AMADAS
Elementos: El héroe; la víctima amada; la necesidad de sacrificio; deber de sacrificar a
una hija por una promesa o un voto hecho a la divinidad; deber de sacrificar a los
benefactores o personas amadas en arasde la fe
24. RIVALIDAD ENTRE SUPERIOR E INFERIOR
Elementos: el rival que es superior; el rival inferior; el objetivo
25. ADULTERIO
Elementos: un esposo o esposa traicionados; los dos adúlteros.
26. CRÍMENES DE AMOR
Elementos: el amante; la persona amada por él.

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27. DESCUBRIMIENTO DE LA DESHONRA DE LA PERSONA AMADA.
Elementos: el que descubre la deshonra; la persona culpable de esa deshonra.
28. OBSTÁCULOS DE AMOR
Elementos: dos que se aman; el obstáculo.
29. UN ENEMIGO AMADO
Elementos: el enemigo amado; la persona que lo ama; el que odia a ese enemigo amado.
30. AMBICIÓN
Elementos: una persona ambiciosa; el objeto codiciado; un adversario.
31. CONFLICTO CON DIOS
Elementos: un mortal; Dios, el inmortal.
32. CELOS EQUIVOCADOS O ERRÓNEOS
Elementos: el celoso; la persona por la que está celoso; el supuesto rival; la causa o autor
del error.
33 . JUICIOS ERRÓNEAS
Elementos: el equivocado; la víctima del error, la causa o autor del error; la persona
verdaderamenteculpable.
34. REMORDIMIENTO
Elementos: el culpable; la víctima
35. RECUPERACIÓN DE UNA PERSONA PERDIDA
Elementos: el perdido; el que lo encuentra.
36. PERDIDA DE PERSONAS AMADAS
Elementos: la parienta o pariente que es asesinada; otro pariente como simple espectador;
un verdugo.

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EL INFIERNO
(Emiliano González. Casa de horror y de magia, Emiliano González. Ed. Joaquín Mortiz,
1978.)

I
Declinaba el día cuando llegaron al jardín muerto, en cuyo estaque negro se reflejaban los
muros enfermos del gran dominio silencioso. Cualquier ruido –el de las hojas secas al
quebrarse o un carraspeo- habría sido inquietante, de modo que permanecieron mudos e
inmóviles, como poseídos por un encantamiento que obligaba a alucinar, más allá de los
ramajes podridos, faunos de bronce con mordeduras de orín y, bajo las trepadoras marchitas,
urnas de mármol abandonadas a la carcoma.
Suavemente, la luz otoñal que doraba el follaje mortuorio fue deslizándose por los troncos
cenicientos, dándoles el aspecto de columnas estriadas de fuego, y tiñó los bordes del
estanque negro, donde se había aposentado un liquen fosforescente que, describiendo
guirnaldas, colgaba hasta alcanzar la alfombra insalubre de los hongos antropomorfos.
Luego, charcos, hierbajos pálidos, fango, las hojas secas, ellos.
El gran dominio les aguardaba, envuelto en una penumbra sanguinolenta.

II
Los siete peldaños milenarios, cubiertos de hiedra gris, tan resbalosos como víboras inertes;
el húmedo umbral, custodiado por dos esfinges de granito roído, monstruos funerales con
barba de musgo y mortajas de pátina; los cerrojos oxidados, que al primer intento cedieron
con un lastimoso quejido; el eco excesivo de los pasos, devuelto por las bóvedas de una
gran biblioteca, llena de fríos olores antiguos… todo parecía el recuerdo de un sueño.
III
Del piso al techo, cortadas por angostas y largas vidrieras que dejaban pasar una
luminosidad triste, alzábanse las estanterías de los libros sagrados, con sus telarañas
indemnes. Abierta, sobre la osamenta de una mesa redonda ubicada al centro del recinto,
legible gracias a la luz verde que desde las alturas vertía un domo hexagonal, estaba la
carta que todos los antepasados habían leído, la carta más antigua, promesa de infancia a
punto de cumplirse, la carta que decidiría el destino de ambos…
Leyeron en silencio:
"El jardín nunca acaba de pudrirse. Es eterno… de esa manera horrible.
Las almas de quienes aman lo alimentan… alimentan su putrefacción. Y habréis visto que
algo de hombres tienen sus hongos."
Como el proceso se inició de inmediato, no alcanzaron a leer el último párrafo:
"El amor de ustedes alimentará para siempre la corrupción del jardín."
Ahora, si alguien entrara en el jardín (pero sólo el jardinero y algunos miembros de la familia
pueden hacerlo) verían dos nuevos hongos, de cuerpos torturados y rasgos leprosos,
contemplándose en el espejo negro del estanque.
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LA MADRETERNA
Eduardo Miguel Golduber

Gabriel A. internó a su madre en un Asilo para ancianos finalizando la década del 50. Él se
acercaba a los cuarenta años, tenía tres hijos pequeños y vivía miserablemente en una
pieza húmeda, al fondo de un corredor oscuro de una casa vieja, clavando suelas y
arreglando zapatos de la mañana a la noche. Su padre había dejado una casa que la
madre no había querido nunca vender ni tocar. Gabriel no deseaba ningún mal para su
madre, pero ésta tenía cerca de setenta años, y su chochera se le antojaba un sacrilegio
en la casa desocupada.
Pasaron cinco años. Durante todo ese tiempo, Gabriel visitó a su madre una vez por
mes, religiosamente, con un paquete de galletas más o menos finas. La vieja lo veía llegar
—con su mujer, las veces que a ésta le remordía la conciencia— e irse, sentada en un
rincón, con su idiotizada sonrisa pegada en la máscara arrugada y descolorida de su
rostro, como para toda la eternidad.
Pasaron otros cinco años. Gabriel, devorado por las deudas, los hijos que crecían y
el cansancio de tanta espera, deseó fervientemente la muerte de su madre, ese
irreconocible fantasma blanco, arrugado e inmóvil. Tanto lo deseó, que una mañana lo
llamaron del Asilo. Su madre había muerto.
Gabriel contuvo su alegría, los gritos de su alegría; se puso su traje negro, el único,
el de los feriados y las grandes ocasiones, vendió algunos muebles viejos y envió al Asilo
una corona enorme de flores, donde se leía con letras doradas: "Su hijo Gabriel, su nuera
y sus nietos."
Finalmente, viajó al Asilo con su mujer y su cara de circunstancias.
La madre de Gabriel fue enterrada un domingo de otoño lluvioso y frío; pero por más
que Gabriel buscó y buscó, no encontró un solo papel revelador de la propiedad. Este
hecho le hizo casi enfermar de rabia. Languideció y sufrió ataques de ira, hasta que el
temor a la enfermedad, sus gastos y el hambre, lo volvieron a la cordura, la salud y los
zapatos.
Pasaron entonces nuevamente los días, los meses y los años, y Gabriel continuó
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muñéndose de hambre y clavando suelas, hasta que un día lo llamaron del Asilo: su
madre estaba grave. ¿Cómo en tantos años no había sido capaz de venir a verla?
Gabriel se creyó víctima de una pesadilla. Corrió al Asilo acompañado por su mujer,
pálido el rostro y temblorosas las manos. Él había enterrado a su madre casi cinco años
atrás. ¿Quién era ese fantasma, todavía... todavía poseedor de una casa?
El director del Asilo le dijo a Gabriel que aquel era, sin duda, un caso extraordinario.
Le habían hecho enterrar a una anciana que no era su madre. La edad avanzada, el
parecido físico... el apellido casi igual... Todo había sido un error feliz y penoso a la vez,
porque su madre aún vivía, por poco tiempo, ciertamente, pero aún le sería dado verla
antes del adiós definitivo.
Así hablando, el director condujo al estupefacto Gabriel y a su esposa, a un cuarto
donde, en una cama tan descolorida como ella, una vieja estaba esperando la muerte.
Gabriel se indinó sobre aquella indefinida masa de temblor y quietud; trató de
hablar, de conseguir que por fin le diesen los papeles de la propiedad, las llaves de la casa
que nadie heredaba, pero no pudo hacerlo.
Alguien le golpeó el hombro. El director del Asilo lo sacó nuevamente del cuarto: la
anciana acababa de morir.
Todavía sin poder reaccionar, Gabriel siguió con su mujer el féretro, hasta el mismo
cementerio donde habían enterrado a la anciana que todos creyeran su madre años atras.
Este era un domingo de sol tibio y luminoso, y sin importarle a nadie lo hermoso del día,
Gabriel veía caer los grandes terrones de tierra sobreel ataúd.
Gabriel A. volvió a su casa, a sus zapatos y a su pobreza; la extraordinaria aventura
le sirvió para contarla a sus hijos y vecinos tantos veces como pudo hasta llegar al
cansancio.
Pasaron cinco años; la hija mayor de Gabriel creció hasta sorprenderlo con un novio,
el primer amor de los quince años. Su hijo menor terminó la escuela primaria. Y un día lo
llamaron del Asilo: su madre había muerto. Esta vez, Gabriel viajó solo.
Una fúnebre certidumbre, en la que se mezclaban el horror y la satisfacción de saber
que "aquello" volvía, lo impulsaron al Asilo, pero llegó demasiado larde. Una vieja —su
madre, esta vez la verdadera, los otros dos casos habían sido increíbles errores que él sin
duda iba a perdonar— había muerto, dejándole una llave, la esperada llave de la casa
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deseada; la inmóvil casa vacía que dejara su padre.
Gabriel asistió a un nuevo entierro, conteniendo sus ganas de reír y también de
gritar. Gritar de miedoy de triunfo, gritar.
Se contuvo, volvió a su casa, y ocultó la llave en un rincón del altillo al que solamente
llegaría él.
Pero el tiempo siguió pasando; el lento o el rápido transcurrir de sus días no hicieron
olvidar a Gabriel lo sucedido. No lo olvidaría jamás, pensaba.
Un día, un día domingo, Gabriel vio posarse en el alféizar de la ventana ante la que
estaba sentado, a una paloma gris. Le pareció que lo miraba. La echó con un gesto, pero
enseguida vio descender una gran cantidad de palomas tan grises y viejas como la
anterior; ellas se posaron en la ventana como un bloque de oscuridad, como un muro de
tristeza.
El cuarto quedó en penumbras, y Gabriel, inmovilizado por un repentino terror, oyó la
campanilla del teléfono.
Ni bien hubo sonado una sola vez, y antes de que alguien en la casa se moviera
hasta el aparato, las palomas levantaron vuelo de la ventana, un vuelo tan silencioso y
solemne, que la brillante luz del sol daba ahora, idea de bullicio y vida. Repentinamente,
Gabriel comprendió.
Mientras escuchaba los pesados pasos y la voz de su mujer junto al teléfono, Gabriel
subió hasta el altillo, buscó y buscó.
Cuando bajó, encontró a su mujer con una mano sobre el tubo y la otra en el pecho,
imagen tal del espanto, que le causó piedad y casi risa.
—Ya sé —le susurró poniéndose el saco—; llamaron del Asilo.
Mamá ha muerto.
Salió sin esperar que ella asintiera a lo que había sido su propia afirmación.
No fue durante la soleada mañana ni durante la brillante tarde del domingo que
Gabriel llegó hasta la casa. Anduvo vagando y caminando toda la mañana, el mediodía y
la tarde, cruzando plazas, parqués y calles, pisando hojas, insensible al tráfico, el hambre,
la gente.
Pero por más vueltas que diera, en algún lugar de la ciudad, la casa le salía al paso,
se le aparecía continuamente. Y Gabriel A. despertó de su ensimismamiento cuando
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hacía girar la llave en la cerradura de la casa abandonada que dejara su padre casi treinta
años atrás. Entonces, miró a su alrededor.
Ya era noche cerrada, una oscurísima noche chocando con la luminosidad que había
adentro; porque adentro era pleno día y todo el sol; y docenas de docenas de viejas,
agrupadas o solas, deshilachadas sombras negras y grises, con todas las arrugas del
mundo, y sus penetrantes ojos casi ciegos y abiertos, coronadas por las grises y blancas
mechas de sus cabellos desordenados, pegada en sus rostros su idiotizada sonrisa
triunfante, lo estaban esperando.

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LOS LOCOS SOMOS OTRO COSMOS
Óscar de la Borbolla

Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con
poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: "No doctor, no... loco no..."
Sor Socorro lo frotó con yodo: "Pon flojos los codos —rogó—, ponlos como yo. Nosotros
no somos ogros." Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo
comprobó los shocks con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono. Rodolfo oró, lloró con
dolor: "No doctor Otto, shocks no..." Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos:
ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró doctos, colosos, con
dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: "Son sólo orcos, zorros, lobos.
¡Monos roñosos!" Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; sor Socorro lo
coronó como robot con hosco gorro con plomos. Rodolfo con fogoso horror dobló los
codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, sor
Socorro rodó como tronco. "¡Pronto, doctor Otto! —convocó sor Flor—. ¡Pronto con
cloroformo!
¡Yo lo cojo!..." Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo
pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró.
Otto, solo con Rodolfo, rogó como follón, rogó con dolo: "Rodolfo... don Rodolfo, yo lo
conozco... como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo
dolor... Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo...
—No, doctor. No —sopló ronco Rodolfo—. Los shocks no son modos. Los locos
no somos pollos. Los shocks son como hornos; son potros con motor, sonoros como
coros o como cornos... No, doctor Otto, los shocks no son forzosos, son sólo poco
costosos, son lo cómodo, lo no moroso, lo pronto... Doctor, los locos sólo somos otro
cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no
ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o
los osos o los chopos o los hongos. Todos somos colonos, sólo colonos. Nosotros somos
los locos, otros son loros, otros, topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los
compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo...
Rodolfo monologó con honroso modo: probó, comprobó, cómo los locos sólo son lo
otro. Otto, sordo como todo ortodoxo, no lo oyó, lo tomó por tonto; trocó todos los pros, los
borró; sólo lo soportó por follón:

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obró con dolo. Rodolfo no lo notó. Otto rondó los pomos, tomó dos con cloroformo,
como molotovs los botó. Rodolfo con los ojos rotos mostró los rojos hombros; notó
poco dolor, borrosos los contornos, gordos los codos; flotó. Con horroroso torzón
rodó con hondo sopor. Rodolfo soñó. Soñó con rocs, con blondos gnomos, con
pomposos tronos, con pozos con oro, con foros boscosos con olorosos lotos.
Todo lo tocó: los olmos con cocos, los conos con oporto rojo, los bongós con tonos
como Fox Trot.
Otto lo forró con tosco cordón, lo sofocó. Rodolfo sólo roncó. Sor Socorro
tornó con poco color. Sor Flor con bochorno tomó ron: "Oh, doctor —lloró—, oh,
oh, nos dobló con sonoro trompón." Otto contó cómolo controló.
—Otto, pospón los shocks —rogó sor Socorro.

—No, no los pospongo. Loco o no, yo lo jodo. No soporto los rollos... Pronto,
ponlo con gorro.

—¿Cómo, doctor —notó sor Flor—, ocho volts?

—No, no sólo ocho. ¡Todos los volts! Yo no sólo drogo, yo domo... Lo domo
o lo corrompo comobonzo.
—¡Oh no, doctor Otto!, como bonzo no.

—¡Cómo no, sor Socorro! Nosotros no somos tórtolos o mocosos; somos los
doctos... ¡Ojo, sorSocorro! No soporto los complots...
Otto con morbo soltó todos los volts, los prolongó con gozo. Sor Socorro con
sonrojo sollozó. Sor Flor oró por Rodolfo. Rodolfo roló como mono, tronó como
mosco. Otto lo nombró: "Don gorgojo", "loco roñoso", "golfo". Rodolfo zozobró con
sonso momo. Otto cortó los shocks.

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VIAJE POR LAS INDIAS
Luis Britto García
E adentrándonos en Tierra Firme por jardines, fallamos homes que el su
natural es volar, como los pájaros. E los hay homes arbóreos, que florecen e
frutecen e comen de sus propias semillas. E haylos otros que se tornan en las
cosas que quieren, e son árboles e son rocas e son ríos y nubes. E otros los hay
que el solo alimento que tienen es sus propias vísceras. E los hay de otra
traza que todos los de un pueblo son un mismo home y es como si uno solo
viviera en distintos lugares a un tiempo. E viven por allí otros que un solo home
es muchedumbre de homes distintos. E haylos que remontan el tiempo e son
sus propios padres y sus propias madres. E los hay que son de órganos y
miembros dispersos y sueltos, que según su capricho y menester agrúpanse e
disuélvense en toda suerte de quimeras. E haylo uno que él es al mismo tiempo
el home y el mundo en el que aquél vive. E haylos que, asustados,
escóndense dentro de su propio cuerpo y no hay manera de hallarlos. E las hay
mugeres que son una selva y toda ella llena de los órganos propios, al modo
que los viajeros, donde quieren, copulan. E los hay homes que son estrellas
fugaces e en las noches de la canícula facen danza en los cielos. E homes los
hay de un pueblo, donde el uno huele, el otro ronca, el otro come, el otro orina, e
entre todos por partes facen las funciones completas de un solo home. E los hay
como topacios, que en su fulgor se mellan las alabardas. E haylos que su vida
entera dura un latido. E haylos que un sospiro suyo dura milenios. E haylos tan
grandes que sus miembros figúransenos Tierra Firme. E tan pequeños que no
son discernibles. E homes haylos también que son siempre olvidados una vez
vistos. E haylos que toman la forma del que los mira. E haylos que son su
propia sombra. E haylos que su raza tiene diez géneros de sexos, e ayuntan
entre todos. E los hay que son sólo palabras e viven cuando las repetimos. E
haylos también que son sólo imágenes e existen cuando las recordamos. E los
hay que son idénticos a los que fuimos. E haylos que son los que seremos. E
otros que son y han sido siempre cadáveres. E los hay de tal hechura, que no

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hay palabra para referirlos. E haylos de condiciones tales, que de nadie es
creída su existencia. E otros hay, que son sólo un aroma. E haylos, que son
manchas de luz. E los hay estotros, que son tachones de sombra. E
encontramos homes que eran un gran sexo, e vivían dentro de una muger que
era sólo una gran funda. E haylos otros que son sólo órganos de los sentidos. E
haylos con sentidos configurados de tal forma, que por ellos sólo conocen el
deleite. E haylos que son sólo una melodía. E por horror de la maravilla,
matámoslos todos.

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SOMBRERO DE DOBLE COPA
(Hugo López Araiza Bravo)
El mago metió la mano en el sombrero para realizar su acto final. Pero no logró
sacarla. Una fuerza descomunal tiró de él hasta succionarlo por completo. Del
otro lado, un público de conejos aplaudió su aparición.

NUNCA SE SABE
(Pere Calder)
De las cuatro ruedas del coche, había una que giraba al revés. Pero era la buena,
porque intentabaalejarnos de una curva que nos destrozó a todos.

LA PUNTA DE LA MADEJA
(Gustavo Maso)
Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el
odioso pelo blanco seprolongaba, jaló y jaló, mientras su cuerpo se destejía, hasta
que sólo quedó una niña, llorando asustada.

SOMBRAS CHINESCAS
(José Luis Zárate)

Formó un conejito. Se alejó saltando. Gritó al verse sin manos.

ARTISTA EXCLUSIVO
(Luis Felipe Hernández)
El escapista se introduce en el reducido y transparente cilindro lleno de agua.
Con pies y manos esposadoscomienza a efervescer.

ROMANCE
(Álvaro Menén Desleal)

Dos soldados norteamericanos en el helicóptero:


—¿Qué pasa?
—Los mandos no responden: el helicóptero se enamoro de una mariposa.

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RELATIVIDAD
(Marcial Fernández)
Esa mañana el universo amaneció cinco veces más grande. Los lagos, las
estrellas, las montañas, los humanos. El mundo –en su totalidad– se
convirtió en una zona de gigantes. Al otro día, sin embargo, el universo
redujo su tamaño a pulgadas, de manera que lo que antes era enorme ahora
poseía un tamaño mínimo. Los cambios, bajo una ley de caprichos
inexplicables, continuaron: las cosas –en algunas ocasiones– eran mil veces
más grandes, o bien –en otras– mil veces más pequeñas. Y todo,
absolutamentetodo, según los observadores, seguía igual.

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EL JUICIO Y EL PERDÓN

(Edgar Omar Avilés)

Eran cinco cachorros. Suaves bolas de pelo que chillaban la leche que mamá les

daba. A los seis años, el pequeño Daniel los metió en un costal y los llevó al río.

Nadie sabe por qué lo hizo, ni él mismo, pero gozó cómo poco a poco el costal

dejaba de estremecerse.

Daniel murió pasados los setenta años. Fue buen padre, buen esposo, buen

abuelo, buen ciudadano. Ayudó a amigos y a extraños, y el mundo fue mejor sitio

gracias a que él nació. Por lo que, en el recuento regresivo donde desfilan todos

aquellos que lo conocieron, sólo se comenta lo bondadoso que fue. Daniel está

seguro de que entrará al Paraíso, hasta que el recuento arriba a su infancia.

Entonces los cinco cachorros, contrahechos por el ahogamiento, se presentan

ante él. Como a los demás, se les pregunta si ellos tienen alguna objeción para

que Daniel entre al Paraíso o, en su defecto, vaya a morar a algún infierno

personal. Los cachorros lo miran fijamente. Tras unos segundos de reflexión, con

voces dulces pese a registrar estertores de ahogamiento, se pronuncian:

—Él fue el mejor de los niños; incapaz de hacernos mal alguno —dicen los

perritos de narices sangrantes y ojos blanqueados de sufrimiento. Al escuchar

aquello, Daniel, avergonzado, se tambalea, asqueado de sí mismo por torturar y

matar a los perritos que ahora le permiten entrar al Paraíso. Sabe que no merece

aquel perdón, que él es la más ruin de las basuras. Luego de unos minutos de

dolerle todo el dolor que causó a sus seis años, de pronto a Daniel se le aparecen

los cinco cachorros.

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—Él fue el mejor de los niños; incapaz de hacernos mal alguno —dicen los

perritos tras unos segundos de reflexión. Daniel llora ante la bondad infinita de

aquellos a los que no permitió gozar de la vida; cachorros de patas y hocicos rotos

en su vana lucha por escapar del costal y quienes ahora le regalan el Paraíso.

Reniega de su existencia, le arde el alma llagada de arrepentimiento, sabe que no

merecía vivir un día más después de cometer aquella atrocidad. Luego de unos

minutos de vomitar su existencia horrible que se prolongó más de setenta años, de

pronto los cinco cachorros se presentan frente a Daniel.

—Él fue el mejor de los niños; incapaz de hacernos mal alguno —dicen los

perritos… que seguirán presentándosele por toda la eternidad.

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