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AA. VV. (2003) - El Señor de Los Anillos y La Filosofía PDF
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Posibles soluciones
Regalos y anillos
Dejar pasar
3. Implícate personalmente
La búsqueda de la felicidad
La importancia de la amistad
Rivendel y Lórien
El tiempo verde
Hacia el futuro
Sentimiento y sensibilidad
Quizá el punto de comparación más obvio entre El
Señor de los Anillos de Tolkien y los textos budistas y
taoístas reside en la forma en que tratan la naturaleza. En
la obra de Tolkien, la naturaleza no es sólo el principal
escenario en el que se desarrolla la trama, sino también
una fuerza vital. Por tanto, lejos de ser un simple telón
de fondo de la acción, la naturaleza se presenta como un
terreno nutricio para los principales personajes, un
obstáculo imponente para sus esfuerzos y un aspecto
integral de sus valores. En particular, hay dos
características del tratamiento que Tolkien hace de la
naturaleza que merece la pena comparar con elementos
de la tradición budista: su atribución de conciencia a las
entidades naturales y su énfasis en la afinidad íntima con
la naturaleza.
El ejemplo más evidente de la atribución de
conciencia a la naturaleza[134] son los árboles parlantes.
Tolkien introduce estas entidades en el Capítulo VI de La
Comunidad del Anillo. Allí, Frodo y sus amigos
empiezan a tener la incómoda sensación de que los
árboles les observan mientras avanzan a través del
Bosque Viejo (CA, p. 137). Más tarde, tanto Tom
Bombadil como el ent Bárbol confirman esta sospecha
cuando hablan a varios miembros del grupo acerca de
las «voces» (DT, p. 89) y los «pensamientos» (CA, p.
159) de los árboles. Bárbol, que los tiene a su cuidado,
le dice a Merry y Pippin que aunque «la mayoría de los
árboles son sólo árboles, por supuesto […] muchos están
medio despiertos» (DT, p. 82). Y de hecho, estos dos
hobbits habían descubierto antes cuán despiertos podían
estar algunos árboles cuando el Viejo Hombre-Sauce los
atrapó y se necesitó la magia de Tom Bombadil para que
los liberara.
Para la mayoría de los lectores occidentales, los
árboles parlantes de Tolkien son un elemento que
contribuye a la fantasía de El Señor de los Anillos.
Piensan así porque, como la mayoría de los
occidentales, no creen que los árboles tengan conciencia.
De hecho, la conciencia es una de las principales
cualidades que los occidentales han empleado para
distinguir a los seres humanos de otros seres vivos. De
modo que, incluso cuando estamos dispuestos a conceder
a los animales algún grado de vida mental, por lo
general tendemos a elevarnos por encima de ellos
debido a la conciencia que poseemos y a negar a las
plantas y a la mayoría de las demás entidades de la
naturaleza cualquier tipo de conciencia.
Aunque la creencia de que las entidades naturales
como los árboles poseen conciencia no es aceptada
comúnmente en Occidente, ocupa un lugar central en la
tradición budista. Desde la perspectiva budista, el sentir
no es una propiedad exclusiva de los humanos y la
iluminación no es una posibilidad únicamente humana.
Todo lo contrario, los budistas creen que la inmensa
mayoría de cosas que conforman el mundo son capaces
de sentir y tienen la capacidad de alcanzar la
iluminación. Los autores de los textos canónicos del
budismo hablan en repetidas ocasiones de «todos los
seres que sienten» y dejan en claro que esta categoría
incluye a los humanos, pero también se extiende más allá
de ellos. Esto es particularmente cierto en el caso de las
sectas budistas japonesas, que han incorporado algunos
elementos animistas del sintoísmo.
No obstante, es importante señalar que la conciencia
que Tolkien atribuye a los árboles no es realmente
análoga a la capacidad de sentir de la que hablan los
budistas. Por ejemplo, aunque el maestro zen Dogen
describe a las montañas como «caminantes»,[135] su
lenguaje es poético y metafórico, no literal. En cambio,
los árboles de Tolkien literalmente hablan y actúan en
formas similares a los humanos (al igual que lo hacen
sus hobbits, enanos, elfos y magos). Por ejemplo,
Tolkien indica que a los árboles del Bosque Viejo «no
les gustan los extraños» (CA, p. 136). Pasajes como éste
dejan claro que, en su ficción, Tolkien tiende a
personificar las entidades del mundo natural. En lugar de
tener su propio tipo de sentimientos, las entidades no
humanas se representan como seres capaces de
pensamientos y emociones básicamente análogos a los
de los humanos. En última instancia, Tolkien atribuye una
conciencia humana a las entidades no humanas en varios
grados. Los hombres son más conscientes que los
árboles, pero la conciencia exhibida por los árboles
imita la de los humanos. Por su parte, los hobbits, los
enanos y los elfos manifiestan una conciencia
esencialmente idéntica a la de los hombres, mientras que
los magos (y el Señor Oscuro, Sauron) poseen un tipo de
conciencia sobrehumana que, no obstante, tiene como
modelo la humana.
Una diferencia obvia entre el tratamiento de las
entidades no humanas en Tolkien y el que propone el
budismo es que los budistas no personifican la
naturaleza. En lugar de proyectar el modelo de la
conciencia humana sobre otras formas de vida, los
budistas dan por sentado que su capacidad de sentir se
manifiesta de diferentes formas en diferentes seres y, en
particular, que la conciencia de ciertos seres puede ser
principalmente afectiva, no reflexiva. Mientras algunos
modos de sentir pueden ser similares a la conciencia
humana en términos cualitativos, la conciencia humana
no es necesariamente el único o el mejor tipo. Para los
budistas, la forma reflexiva de la conciencia que exhiben
los seres humanos es una manera de sentir, pero la
conciencia no es la única forma de sentir. De hecho, en
muchos textos budistas, la conciencia humana ordinaria
se describe como un impedimento para la iluminación.
[136]
El regreso a la naturaleza
El viaje al yo
Peregrinos y guías
Religión y mito
Epícteto (50-130)
«No pretendas que los acontecimientos ocurran como tú
quieres; desea, mejor; que se produzcan tal y como se
producen, y tu vida marchará bien.»
Maimónides (1135-1204)
«Sabed que en cada hombre existe necesariamente la
facultad del valor.»
Voltaire (1694-1778)
«Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo.»
G. W. F. Hegel (1770-1831)
«podemos afirmar con absoluta certeza que nada grande
en el mundo se ha conseguido sin pasión.»