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Introducción

Cuando me preguntan a qué me dedico no sé que contestar. Lo paradójico es que


no puedo decir otra cosa (a menos que mintiera)... ¡soy estudiante! Y casi tengo
que pedir perdón por serlo a la avanzada edad de 28 años. Para esta edad la
gente juiciosa ya tiene un modo honesto de vivir, ¡y responsabilidades! Un
atenuante además, ¡es que me pagan por ser estudiante! (tengo una beca). ¡Vaya
mundo! ¡Premia la inutilidad! Y para colmo de males estudio una maestría en
humanidades (tan denostadas últimamente). Siendo precisos, es la Maestría En
Estudios Filosóficos.

Sería largo y poco útil para mis fines mostrar aquí la pertinencia de la filosofía y las
humanidades. Pero si quiero puntualizar una característica que debe poseer
cualquier estudioso de la filosofía. Siguiendo a Aristóteles, esta característica es
“la capacidad de asombro”. Mas no es cualquier tipo de fascinación. El asombro
filosófico se diferencia de otros por sus obsesiones particulares. Éstas las
podemos resumir en tres procesos verdaderamente complejos. El primero consiste
en preguntar; el segundo por paradójico que sea, es justificar la pregunta; y
finalmente la respuesta, que debe ser consecuencia de una argumentación.

A groso modo así deberíamos de entender este asombro filosófico. Pero


lamentablemente lo antes dicho no deja de ser sino un ideal. No me detendré en
todos los vicios que hacen imposible el ejercicio de la filosofía. Tan sólo me
detendré en uno, ¡la aversión que se tiene por la pregunta! Esto que he dicho es
en sumo ambiguo. Pero esta generalidad conviene para mis fines. Espero del
lector su paciencia, solamente puedo adelantar que no agoto el tema, sino un solo
punto. Éste lo desarrollaré a modo de un diálogo.

La idea surgió por una mala experiencia en un curso en la universidad. El tema era
Platón y tuve un par de intervenciones, en una de las cuales escuché silbidos. ¡Así
es!, ¡escuché silbidos!, como si estuviéramos un estadio de futbol. Mi sangre hirvió
de indignación, pero me controlé recordando al Quijote. Éste dijo a Sancho en
alguna ocasión, “Si los perros ladran es señal de que avanzamos” 1. Y ante los
lobos que aullaban, unos simplones sin mayor gracia, hubiera querido desafiarlos
en clase. Sin embargo procedí con la mesura que aconsejara el Quijano. Dejé
pasar la afrenta.

¿Pero qué habría pasado si me hubiera bajado de mi cabalgadura para darles de


palos a esos guasones? Seguramente me atacarían entre todos. Así proceden las
jaurías, con suma cobardía. Pero la otra posibilidad, ¡acaso lejana!, es que el
principal aullante diera la cara ante un justo reclamo mío. Supongo que lo hubiera
hecho al sentirse protegido por la manada y en aras de exhibirse.

Ya me he alargado en esta introducción. La conversación que mostraré a


continuación, intentará guardar en lo posible el estilo del diálogo socrático. Este
diálogo es lo que idealmente me hubiera gustado hacer al escuchar a esos perros
bramar, ya no contra mí, sino contra la naturaleza misma de la filosofía. Aullidos
que desde siempre han atentado contra esa capacidad primera y única del
discurrir filosófico, la capacidad de asombro.

El alumno
(Sobre el preguntar)

En una cátedra universitaria cuya temática era el pensamiento de Platón, un


alumno ha mostrado una inusual atención. ¡Pregunta!, al tiempo que aporta a la
discusión. Se siente feliz, pues no puede ocultar el gusto y conocimiento que tiene
del filósofo. Pero en una intervención se escucha de fondo un sonido gutural.
Parecían perros, lobos, o llenas, ¡ladrando! Al menos así le pareció en un
principio, pero al aguzar el oído entendió con indignación que eran ¡silbidos! Se
dirigió hacia el líder de la manada y lo increpó.

1
Esta famosa frase ha sido atribuida falsamente a Cervantes. En realidad es apócrifa, en la novela de Don
Quijote De La Mancha no se menciona.
Alumno.- ¿Por qué silba usted? ¿Está inconforme con lo que he dicho? Y de ser
así, ¿considera que silbar sea el mejor medio para mostrar su parecer?
El de Sinope2.- ¿Pues qué otro medio me deja usted, si acapara para sí la
palabra? Me ha dejado mudo de tanto ambicionar, y sólo he podido rescatar unos
estridentes sonidos. Mire que en su desatino hasta el maestro está harto, así
como todos nosotros.
Alumno.- Lamento en verdad haberlo contrariado. Por otro lado, desconocía la
capacidad que tiene usted de opinar en el nombre de otros. Pero eso no importa
en este momento. Lo importante es una duda que me surge a todo esto. ¿Por qué
usted no ha hecho ninguna pregunta en clase?
El de Sinope.- No hay necesidad de preguntar sobre lo que me es claro.
Alumno.- Es decir, afirma que sobre el tema usted ya lo conoce todo y por eso no
interviene. Pero de ser así, ¿por qué no aportar a la clase lo que usted ya sabe?
El de Sinope.- No hay necesidad... ¿qué obtengo yo con ello?
Alumno.- Entonces afirmarías que para llegar al conocimiento de algo, sólo se
puede hacer preguntando por lo que no se sabe.
El de Sinope.- Es obvia esa conclusión, la ignorancia es la ausencia de
conocimiento. Y sólo se pregunta sobre lo que no se sabe.
Alumno.- Has dicho muy bien, y con suma prudencia. Pero me salta una duda. Si
como dices, ¡y dices bien!, no hay que preguntar sobre lo que ya se sabe, ¿cuáles
serían esas áreas del saber que dices tu conocer a tal cabalidad que no admita la
duda?
El de Sinope.- Explícate mejor.

2
En el texto se tiene dos dialogantes cuyas tesis y actitudes ante la filosofía son opuestas. Como se muestra en
la introducción y en el proemio al diálogo, uno de los dialogantes es comparado con un perro. Por esta razón
el nombre de uno de los dialogantes es: “El de Sinope”. En realidad es un eufemismo, pues este nombre hace
referencia a “Diógenes el Cínico” también nombrado “Diógenes de Sinope” (por su lugar de nacimiento).
Diógenes era apodado como “el Perro”, debido a que llevaba su tesis de que la virtud es suprimir las
necesidades, al extremo de rechazar las convenciones sociales, pareciéndose más su vida al de un perro que
al de un “hombre civilizado”. De este modo, el nombre “El de Sinope”, que tiene uno de los personajes, en
realidad es un eufemismo para decir perro usando la analogía con “Diógenes el perro”, y por tanto este es el
sentido oculto del nombre. Por otra parte, es de recalcar que era común en la antigüedad griega referirse a una
persona por su lugar de nacimiento, ya sea en sustitución del nombre, o como complemento de éste. Por
ejemplo, a Aristóteles se le suele referir por su lugar de nacimiento: “Aristóteles, el de Estagira” o
“Aristóteles el estagirita”. Pero también se puede usar el lugar de nacimiento como sustitución del nombre. Es
común en la literatura filosófica, que se refiera a Aristóteles simplemente como “el de Estagira” o “el
estagirita”.
Alumno.- Bueno, para explicarme mejor quisiera que respondiéramos a una
primera pregunta. ¿Aceptaras que la historia es un saber humano?
El de Sinope.- Si lo acepto.
Alumno.- Y ese saber es sobre hechos que han ocurrido en el pasado.
El de Sinope.- Si, también acepto esto.
Alumno.- ¡Dime!, ¿Tu conoces todos los hechos históricos?
El de Sinope.- Desde luego que no. Pero ya sé para donde vas. Intentas refutar
que yo poseo un conocimiento perfecto sobre algo. Pero lo que falla en la
argumentación es querer atribuirme a mí el saber histórico. Ése le pertenece al
historiador. Así que no caeré en la trampa de admitir no saber de historia, para
que de ello infieras que no puede haber un conocimiento completo sobre una
materia. Es más, ya veras como tu argumento se te vuelve en contra. Pues afirmo
que un buen historiador es aquel que conoce todo hecho histórico.
Alumno.- Te has mostrado muy sagas, y bien hiciste en afirmar que un buen
historiador es aquel que conoce todo hecho histórico. Nos atajaste un gran trecho
que sería tener que distinguir entre un buen y un mal historiador.
El de Sinope.- Ya sabía que para ese derrotero irías, yo he leído muy bien a
Platón. No podrás hacerme caer en contradicción sino por el contrario... es más,
me adelanto a tus objeciones. Tú buscaras contradecirme al decir que es
imposible para un historiador conocer todo hecho histórico. Y convengo en ello,
pero no cambio mi definición. Un buen historiador es aquel que sabe todo hecho
histórico. Pero debido a la alta especialización este saber se concentra en una
pequeña parte de la historia. De este modo hay historiadores que se dedican a un
periodo y territorios específicos, conociendo todo lo que en ellos ocurrió.
Alumno.- Has actuado mañosamente, pues primero me das una definición que
después cambiaste. Y no conforme con ello, atribuyes ese cambio a una astucia
tuya, evidenciando según tú una impericia mía. Pero no importa, sigues atajando
el camino que por otro lado sería en extremo sinuoso. Afirmas que sí puede haber
un conocimiento total sobre una materia, y tomaste para tu defensa mi propio
ejemplo. Ahora te pregunto, ¿el historiador conoce el hecho tal y como fue, o por
el contrario se hace sólo una representación del pasado? Pero toma en cuenta
que no puedes responder con la segunda opción. Pues eso sería admitir que no
hay los suficientes elementos para tener un conocimiento cierto de la historia. Sé
que abogarías a tu favor que el conocimiento total del historiador no cambia.
Puesto que aun saberes confusos, ¡siendo los únicos!, se constituirían en el
conocimiento total sobre algo. ¡Pero yo te rebato aquí mismo!, pues no podemos
admitir cualquier dato como conocimiento, sino únicamente aquel que
presumiblemente creemos verdadero. ¿Convendrás que de un dato confuso se
puede seguir muchas consecuencias igualmente sustentables? Si convienes esto
conmigo, entonces sólo te queda como única opción, afirmar que el historiador
conoce el hecho tal y como fue.
El de Sinope.- ¡Truhán!, a ti también te gusta economizar en argumentos, y ya sólo
me dejaste con una opción harto enojosa. Empero, si convengo contigo que el
conocimiento no puede ser cualquier dato del cual se pudiera seguir diferentes
conclusiones, igualmente sustentadas. ¡Eso es obvio!, pero en nada conmueves
mi tesis. Me sostengo en que el buen historiador es aquel que conoce todo de una
parte de la historia. Y que este conocimiento que posee el historiador, únicamente
puede ser el hecho tal y como fue.
Alumno.- Celebro que estés de acuerdo conmigo, debido a que llegamos a una
parte crucial. Hemos estado hablando de “un hecho histórico” sin definirlo. Pero
creo que no discreparas conmigo, cuando afirmo que un hecho histórico es aquel
que deducimos de la evidencia histórica. ¿Estarías de acuerdo conmigo?
El de Sinope.- Quisiera poder seguirte, pero para obtener una definición de hecho
histórico derivaste otro término igualmente irresuelto, el de evidencia histórica.
Alumno.- Me disculpo por lo atropellado de mi definición. Yo entiendo por
evidencia histórica: todos los datos de los que nos podemos valer para dar cuenta
del hecho histórico. De este modo, para hablar de Napoleón me puedo valer de los
muchos registros escritos que hay de él, sólo por dar un ejemplo.
El de Sinope.- Ahora entiendo y acepto tu definición de hecho histórico, como
aquel que se deriva de la evidencia histórica.
Alumno.- Con gravedad y tacto has dirigido tu juicio. Mas sólo me asalta una duda,
¿cómo podemos asegurar que la evidencia histórica es del todo confiable?
El de Sinope.- ¡Tu pregunta es ridícula! Si hablamos por ejemplo de la evidencia
escrita, nadie sostendría que la persona que escribió pensara en engañar a un
lector-historiador futuro. Es decir, escribimos para un tiempo, sin pensar en el
futuro, evitando así la posibilidad del engaño.
Alumno.- Eres acertado al decir que en la evidencia histórica no puede haber
intención dolosa. ¿Pero qué me dices de la evidencia histórica que sea en sí
misma obscura, por decir lo menos, cuando no dudosa?
El de Sinope.- ¿Que textos son esos?
Alumno.- Por ejemplo la Iliada y la Odisea de Homero, o la Biblia etc. Entre otros
que no se pueden descartar en cuanto su importancia histórica. Ahora bien,
argumentaras que lo importante de esos textos es lo que tienen de verdadero, ¿no
es así?
El de Sinope.- ¡Efectivamente! Esos textos parecen obscuros, pero sólo hay que
tomar de ellos lo que sea verdadero.
Alumno.- Pero aceptaras que a primera vista, no logramos discernir lo que es
verdadero en ellos de lo que no lo es. Lo que hace necesario un ejercicio ulterior
para poder llegar a esa verdad.
El de Sinope.- ¿A qué ejercicios te refieres?
Alumno.- En realidad, me refiero a métodos que nos permiten analizar
minuciosamente un texto. Sin tener que ahondar en estos métodos, me basta con
que convengamos que a primera vista no es evidente la verdad en esos textos.
El de Sinope.- Así lo creo.
Alumno.- Entones podríamos aceptar que si no nos es evidente ese conocimiento,
tendríamos que valernos de algo más.
El de Sinope.- Ya has dicho este punto y lo acepto. ¿Pero a dónde quieres llegar?
Alumno.- Espero que tengas paciencia y sigamos con la argumentación. Que
seguramente llegaremos a buen puerto. El ave de minerva no puede volar
eternamente, sino que debe posarse en algo, ¡para decir esto es!, ¡y hacía ahí nos
dirigimos!3 Ahora bien, ya hemos aceptado que hay conocimiento histórico que no
3
Se está haciendo alusión a la famosa frase que escribiera Hegel, refiriéndose a la filosofía, en la introducción
de su libro Fundamentos de la filosofía del Derecho. “Cuando la filosofía pinta su gris sobre gris, entonces ha
envejecido una figura de la vida y, con gris sobre gris, no se deja rejuvenecer, sino sólo conocer; el búho de
Minerva sólo levanta su vuelo al romper el crepúsculo.” Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Fundamentos de la
se nos presenta evidentemente, y que necesitamos de otros medios para ver la
verdad en ellos. ¿Pero dime, cual sería la naturaleza de estos medios?
El de Sinope.- Eres un tramposo, cómo hablarte de los métodos de la historia sin
ser yo historiador.
Alumno.- Ten en cuenta que no pregunto por los métodos que se vale el
historiador, sino lo que hay en común en ellos, que nos permite aclarar lo que es
confuso en un texto.
El de Sinope.- Sigo sin saber a qué te refieres. No sé que subyace a la capacidad
explicativa de los métodos del historiador.
Alumno.- Tal vez con un ejemplo pueda dar claridad al asunto. Homero en la
Ilíada4 describe una fabulosa ciudad amurallada, ‘Troya’. En ésta, tiene lugar una
guerra entre los griegos y los habitantes de ésa ciudad. La ciudad fue destruida, y
la pregunta que nos salta es; ¿cómo podemos afirmar o desmentir dicha
narración? ¿Existió o no Troya? Y de ser así, ¿podemos afirmar que los
acontecimientos sucedieron tal y como describe Homero? Si afirmáramos esto
último tendríamos que dar veracidad a toda la narración homérica. Pero en ella se
narran cosas tan fabulosas como la intervención de los dioses en la guerra. O la
divinidad y casi inmortalidad de un hombre, ¡Aquiles!5 Entre otros hechos
sumamente fabulosos y poco sustentables, que tendríamos que aceptar si
buscamos una verdad literal de los textos. Así que para poder discriminar entre lo
que hay de fantástico de lo verdadero, no puedo valerme del sentido literal. ¿Pero
entonces como extraer la verdad? Sólo hay una posible respuesta a ello. Tenemos
que hacer una “interpretación” de lo que en el texto se nos presenta. Y es esta
característica, la interpretación, la que subyace a todos los métodos históricos.
Ahora bien, si me aceptas lo anterior, faltaría decir que si la verdad obtenida de
esta forma tiene la misma consistencia de aquella que nos es más evidente.
El de Sinope.- Convengo en que no podemos dar un sentido literal a todos los
textos, ¡si lo que nos ocupa es la búsqueda de la verdad! Acepto pues, que es
necesario ese método que tú bien has dicho subyace a todos los métodos
filosofía del Derecho, 1993, Madrid, Libertarias Prodhufi, Tr. Carlos Díaz.
4
La Ilíada es un poema Épico atribuido al poeta Griego Homero, que posiblemente viviera en el siglo VIIIa.c.
En este poema se narrara la guerra entre Troya (una legendaria ciudad amurallada) y Grecia.
5
Aquiles es uno de los héroes principales de la Ilíada. Hijo de una diosa, Tetis, y un mortal, Peleo.
históricos, la interpretación. Pero Afirmo también, que ya hecha esta interpretación
lo que se dice es verdadero. Y esta certeza no puede ponerse en duda. Pues
como afirmé en un principio, el conocimiento de algo es la ausencia de falsedad.
Así que “este algo” no puede ser medio verdadero o medio falso.
Alumno.- Has hilado agudamente lo que decíamos a principio de nuestro diálogo
con nuestra presente discusión. Pero quiero observar que caíste en una
contradicción. Sin embargo no es una refutación contundente de tu argumento,
pero si es necesario advertirlo. Afirmaste que el conocimiento histórico es aquel
que se basa en el hecho histórico “tal y como fue”. Y descartamos la
interpretación. Pues caracterizamos a ésta: como aquella que no posee los
suficientes elementos para tener un conocimiento cierto de la historia. Y
recordarás que también dijimos que no podemos admitir cualquier dato como
conocimiento. Sino únicamente aquel que presumiblemente creemos verdadero.
Me siento pues contrariado con tu resolución de aceptar la interpretación como un
método valido. Pero no hemos llegado a la refutación de tu argumento. Puesto que
ahora consideras que la interpretación alcanza el mismo nivel de claridad que lo
que nos es más evidente. Por lo que no te contradices en tu tesis primera que es:
que el conocimiento es la ausencia de falsedad, y que algo no puede ser medio
falso, o medio verdadero. Pero no me queda claro que la interpretación de un
hecho posea la misma claridad que el más literal. Por ejemplo, podemos afirmar
que Napoleón perdió en Waterloo6, ¿no es así?
El de Sinope.- Verdad de perogrullo dices.
Alumno.- Pero dime, ¿te queda igualmente claro porque perdió Napoleón?
El de Sinope.- Te estás manejado con dolo, puesto como ya sabes no soy
historiador. Y como te he dicho el buen historiador es el que podría contestarte.
Alumno.- Para mis fines me basta con que aceptes que no es igualmente claro. Y
para contestar a esta pregunta tendríamos que hacer una interpretación de ese
hecho histórico.
El de Sinope.- Ya habíamos convenido en ello.
6
En la ciudad de Wuaterloo (Bélgica) el 18 de junio de 1815, tuvo lugar la más importante derrota del
emperador francés Napoleón Bonaparte, que enfrentara a los ejércitos aliados: ingleses, holandeses y
alemanes, dirigidos por el Duque de Wellington.
Alumno.- Lo sé, pero sé paciente, ¡recuerda al búho de minerva!.. Bueno, para
interpretar el hecho histórico nos tenemos que valer de la evidencia histórica. Y
recuerdas que a esta evidencia la definimos como: todos los datos de los que nos
podemos valer para dar cuenta del hecho histórico.
El de Sinope.- Si lo recuerdo. Pero también debo traer a cuento que quien escribe
estos hechos no busca embaucar a un futuro lector-historiador.
Alumno.- Dices bien, pero cuando hablamos de ésta evidencia histórica no
hablamos del hecho mismo; sino de una cantidad determinada de datos, a partir
de los cuales deducimos un hecho o verdad histórica. Pero dime, ¿estos datos
que rescatamos son siempre confiables para el historiador, o por el contrario,
estos datos son susceptibles de diferentes vicios?
El de Sinope.- A que vicios te refieres.
Alumno.- Por ejemplo los que ya hemos mencionado que poseen la Ilíada de
Homero. Donde la verdad se mezcla con la fantasía. Otro problema son las
fuentes mismas, pues los vestigios históricos son susceptibles de perderse,
destruirse o alterarse.
El de Sinope.- ¿A qué quieres llegar?, que hace tiempo que estamos dando
vueltas sobre el mismo punto.
Alumno.- Antes de llegar al punto desearía hacerte una pregunta: ¿estarías
dispuesto a convenir que los datos de que nos valemos pueden poseer estos
vicios que he mencionado?
El de Sinope.- Sería absurdo defender lo contrario.
Alumno.- La derrota de Napoleón en Waterloo es un hecho incuestionable, como
ya hemos dicho. Pero con respecta a las razones de por qué perdió, yo sostengo
que pueden darse diferentes interpretaciones igualmente razonables, y
sustentadas en hechos.
El de Sinope.- ¡No acepto tu conclusión! Aunque los datos de que nos valemos
sólo son fragmentos del hecho histórico en sí, todos los datos van dirigidos a una
misma verdad. Pues como dije, el que escribe no busca embaucar a un futuro
lector-historiador.
Alumno.- Dices bien. Pero nota que al no poseer los datos completos de lo que se
busca saber, se puede llegar a conclusiones distintas he igualmente sustentadas.
Por ejemplo. Supongamos que en la batalla de Waterloo hubiera dos posibles
hechos que condujeron a Napoleón a la derrota. Primero: un mal funcionamiento
de su artillería. Y segundo: que Napoleón subestimo las fuerzas de los ingleses.
¿Consideras verosímil este escenario?
El de Sinope.- ¡Si! Pero con una objeción, cuando interpretemos la información
debemos quedarnos con una postura. O Napoleón perdió la batalla de Waterloo
por el mal funcionamiento de la artillería, o porque subestimó a los ingleses.
También hay un punto intermedio donde ambos hechos influirían. Si Napoleón
perdió por el mal funcionamiento de la artillería, se excluye la ingerencia de la otra
posibilidad, y viceversa. Pero lo interesante es el punto intermedio, pues sería
admitir que si no se dan ambos hechos, la derrota de Napoleón no hubiera sido
posible. El historiador al interpretar la evidencia histórica, tiene que optar por una
de estas tres opciones.
Alumno.- Con cuanta agudeza has procedido en mostrar los posibles escenarios.
Pero antes de ir al punto dime, ¿la verdad que es evidente nadie la puede
cuestionar?
El de Sinope.- Así es, sería un absurdo pensar lo contrario.
Alumno.- ¿Y si dos personas defendieran posturas opuestas, cuando menos una
estaría equivocada?
El de Sinope.- Cierto es lo que dices, pero a donde vas. Te has vuelto a extraviar.
Alumno.- No nos hemos perdido, sólo ten paciencia. Pero responde a esto: ¿Si
dos personas defendieran dos posturas opuestas, el que está en posición falsa se
dejaría persuadir por la posición verdadera, pues es absurdo oponerse a un
conocimiento que es evidente?
El de Sinope.- Eres redundante.
Alumno.- ¡Ya llego al punto! Si no poseemos todos los datos necesarios para
saber cual fue el hecho contundente por el cual Napoleón perdió la batalla de
Waterloo, se podría defender con razones más o menos sólidas las tres
posiciones. Pero hemos dicho que la verdad cuando se muestra es tan evidente
que persuade. Y también hemos afirmado que las cosas no pueden ser medio
verdaderas o medio falsas. Tenemos una aporía, no podemos afirmar que sea
verdadera una de las tres posturas, pues no lograría sobreponerse a las otras. Y
por otro lado, no podemos descartarlas y tomarlas como falsas a las tres, puesto
que una necesariamente debe ser la verdadera. Así que el buen historiador al que
tú aduces no podría decir contundentemente por qué perdió Napoleón en
Waterloo. No puede afirmar que conoce completamente éste hecho histórico, pues
es incapaz de persuadir a las otras posiciones, y mostrarse como evidente.
El de Sinope.- ¡Sofista! Has retorcido mi argumento. ¿Cómo sostienes que de los
mismos datos se sigue diferentes conclusiones?
Alumno.- Oh. Eso ya lo discutimos. ¿No aceptaste que los datos, que son parte de
la evidencia histórica, pueden estar viciados?
El de Sinope. Si acepté esto.
Alumno.- Y que estos vicios (entre otros) son: La mezcla de realidad y fantasía en
el texto, es decir la falta de claridad. Otro problema está en las fuentes mismas:
pues los vestigios históricos son susceptibles de perderse, destruirse o alterarse.
El de Sinope.- Si, también combine en ello. ¿Pero cómo se puede seguir dos
posiciones opuestas, si como dije todos los datos van hacia un mismo fin en la
interpretación?
Alumno.- Precisamente el problema está en la acción de interpretar. Siguiendo con
el ejemplo de la derrota de Napoleón en Waterloo, supongamos que la derrota se
debió a que falló la artillería. Siguiendo en la hipótesis, pensemos en tres
historiadores, “buenos historiadores” como tú los has nombrado. Cada cual ve la
evidencia histórica. Supongamos también que esta evidencia consistiera
particularmente en dos escritos. El de un artillero de napoleón, y el otro de un
soldado regular del mismo ejercito de Napoleón. Éste soldado estaría alejado de
su artillería pero al frente en las líneas en el combate. ¿Que registrarían ambos
participantes en la batalla?
El de Sinope.- No sé a lo que te refieres.
Alumno.- Es muy sencillo, ambos registrarían sólo parte de lo ocurrido en esa
batalla. El artillero daría cuenta del mal funcionamiento de la artillería. Y debido a
este mal funcionamiento, el soldado en el frente podría creer que se subestimó las
fuerzas del enemigo. Difícilmente el soldado podría saber que la artillería está
fallando. Tomaría pues por verdad que se ha subestimado al enemigo, pero en
realidad esta apariencia sería efecto de una falla de la artillería. ¿Pero qué harían
tres historiadores? Tendrían que tomar posición. Y como hemos dicho esto sólo se
logra haciendo una interpretación del texto. ¿A quién darle más crédito? Al
soldado que estuvo en el frente o al artillero que registró la falla de la artillería. Hay
además una tercera posibilidad; que tanto la artillería haya fallado como que
Napoleón subestimara a los ingleses. Ahora bien, la respuesta que se dé no podrá
ser evidente. Hay tres posiciones, y es completamente factible que cada
historiador defienda cada una. Pero hemos dicho que el conocimiento cuando es
verdadero es evidente, y en su evidencia persuade. Sin duda habría una posición
verdadera, pero no evidente. Esto tiene una honda consecuencia.
El de Sinope.- Has llegado con tu ejemplo a la misma conclusión de marras.
Donde no se puede elegir ni descartar entre tres posiciones que tiene base en los
mismos datos. Pero no logro ver las consecuencias que aduces.
Alumno.- Es evidente las hondas implicaciones que tiene para nuestra
argumentación esta conclusión. Pero antes de mostrarla, quiero saber si ahora si
estas persuadido que por medio de la interpretación de los datos históricos (acaso
escasos, o viciados), podemos llegar a un estado donde no podríamos afirmar que
es verdadero de lo que no lo es.
El de Sinope.- Ante la fuerza de tu argumentación acepto este punto.
Alumno.- Tú afirmaste en un principio que podemos tener el conocimiento absoluto
de algo. Y usaste mi propio ejemplo (el del historiador) para defender esta
posición. Definiste que el buen historiador es el que conoce todo hecho histórico
en un tiempo y lugar dados. ¿Acaso me he equivocado en éste recuento de tu
posición?
El de Sinope.- No te has equivocado. A punto fijo repetiste lo que yo pienso.
Alumno.- Si esto es así he encontrado una debilidad en tu argumentación. Pues
acabas de aceptar una aporía, donde no se podría elegir sobre tres opciones
siendo una la verdadera. Es decir, existe cuando menos un “buen historiador” que
no conoce un hecho de un momento y lugar que él debería conocer. Por lo que no
se satisface la definición que se ha dado de él.
El de Sinope.- ¡Demonio! Me has embaucado con tu lenguaje.
Alumno.- ¡Para nada! Tú mismo llegaste a la negación de esta tesis tuya por
medio de un recto razonar. Pero ya podemos descartar que el buen historiador
sea aquel que conoce todo hecho de un periodo y lugar determinados. Y creo que
podemos hacer otro tanto sobre cualesquier parte del saber humano.
El de Sinope.- ¿Hasta dónde quieres llegar con esta conclusión? Intuyo que eres
un escéptico7 que quiere llegar a negar la posibilidad de todo el conocimiento.
Alumno.- ¡No! Lo único que niego es que el hombre pueda acceder al
conocimiento de la verdad en sí. A mi parecer, todo nuestro saber sólo es
aproximación a ella. Además una actitud plenamente filosófica es dudar hasta del
asidero más seguro que creamos tener... ¿Te acuerdas cuál fue la pregunta que te
hice al principio del diálogo?
El de Sinope.- Si, me preguntaste ¿por qué silbaba?
Alumno.- No me refería a esa pregunta, sino a esta otra: ¿Por qué no habías
hecho ninguna pregunta en clase? Tu respuesta fue: “porque ya sabías todo del
tema”. Y cuándo te cuestioné por qué no aportabas tu saber, respondiste: “que no
obtenías nada de ello”. Y que para llegar al conocimiento de algo, sólo se puede
hacer preguntando por lo que no se sabe. Esta respuesta es sensata si
pudiéramos afirmar que el hombre puede acceder a la verdad tal y como es. Y a
ese estar en posesión de la verdad es lo que llamáramos conocimiento. Si éste
fuera el caso, sería evidente la inutilidad de cuestionar lo que para todos es claro.
Pero con el ejemplo del historiador llegamos a una idea del conocimiento menos
ambiciosa. Sólo podemos aspirar a acercarnos a la verdad, y no debemos pensar
que se puede estar en posesión de ella. Si eso es así, todo conocimiento estaría
sujeto por más claro que fuera a la navaja de la duda. Además, hay un problema

7
El diálogo opone dos modos de ver el conocimiento, uno esencialista, propio de la tradición filosófica, el
otro como aproximación, propio de las ciencias. El defensor de la postura esencialista “El de Sinope”, acusa a
“Alumno” de ser escéptico, es decir, que no acepta que el hombre pueda llegar a conocer. Pero como más
adelante en el texto se afirma, no se ataca la posibilidad del conocimiento (si se define al conocimiento como
una aproximación a la verdad); sino que ataca a la definición de conocimiento como: la aprehensión de la
verdad en sí (esencialista).
cuando estamos en la posesión de una verdad tan imperfecta como la verdad
humana.
El de Sinope.- ¿Qué problema es aquél que surge según tú?
Alumno.- No es por mi capricho que esto sea así, ¿si tu pregunta está dirigida con
esta intención? Pero dime, sobre el ejemplo de los tres historiadores, ellos creían
estar en la verdad ¿no es así?
El de Sinope.- Es evidente lo que dices.
Alumno.- Pero sólo uno de ellos acertaba y los otros se equivocaban.
El de Sinope.- Ya convine en ello.
Alumno.- Dime, si cada uno de nuestros historiadores creyeran estar en posesión
de la verdad ¿se confrontarían?, ¿habría la posibilidad cuando menos remota de
que cambiaran de parecer?
El de Sinope.- ¡No!, pues estarían persuadidos de que esa es la verdad. Y no se
pregunta ni se expone lo que ya se sabe, por ser de poco provecho.
Alumno.- Has sido justo y consecuente con tu argumentación, ¡te felicito! Pero
entonces estamos en un gran problema. El que dice tener un conocimiento
acabado de algo, en realidad puede no tenerlo. Pero es su extrema seguridad lo
que lo hunde. Puesto como has dicho no se habla de lo que ya se sabe, y al no
mostrar a otros lo que creemos saber no damos la oportunidad a que se nos
corrija de un error, que seguramente tenemos en nuestro conocimiento.
El de Sinope.- Esta última parte no se deduce de tu argumento. Has hablado de la
posibilidad del error, no que siempre se esté en él cuando se afirme una verdad
como total.
Alumno.- Por aullar en clase no pones atención. El afirmar que se está en la
posesión de la verdad en sí ya es equivocarse. Pues como hemos mostrado sólo
nos podemos acercar a la verdad. Y cuando hablo de la posibilidad de error, me
refiero a que se pueda estar en un error más evidente que el que se da
simplemente al afirmar una verdad como total. ¿Convendrás conmigo que hay que
cuidarnos de afirmar una verdad como total, pues ya es equivocarnos?
El de Sinope.- Si efectivamente debemos cuidarnos de ello.
Alumno.- ¡Entonces refutamos la tesis de que se puede tener un conocimiento
plenamente verdadero! Por lo que también queda refutada tu segunda tesis, que si
tenemos un conocimiento del todo verdadero es inútil exponerlo.
El de Sinope.- Sí... ¡No me queda de otra!, me has llevado de la mano por grutas
insondables hasta donde tú has querido. Y no puedo decir nada que contradiga lo
que ya he aceptado.
Alumno.- ¡Te indignas como si fueras víctima de un artilugio! Pero fue la recta
razón la que nos llevó hasta aquí. ¡Si en vez de bramar en clase, aullando o
silbando cada vez que alguien habla, hubieras tú mismo participado! Tanto con lo
que sabes, aportando, como con lo que no, preguntando, ¡tu tiempo sería mucho
más provechoso! ¡Cuídate!, ¡cuídate mucho!, tanto del error como del perder el
tiempo, recuerda que ambas cobran caro su omisión.
Adriel

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