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Introducción
La historia que vamos a narrar ahora es un cuento popular de Ceilán, una isla que
está muy lejos, al sur de la India, en medio del Océano Índico. Es un sitio precioso, lleno
de palmeras, y en sus playas se pescan perlas de verdad.
Las mujeres trabajan en las plantaciones de té. Recogen las hojitas verdes y las van
echando, por encima del hombro, en un cesto que llevan colgado a la espalda. Después,
las ponen a secar al sol.
A la noche, sentadas a las puertas de las casas, bajo las palmeras, les cuentan a sus
hijos la maravillosa historia del jalmeso.
Igualito que os la voy a contar ahora:
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El jalmeso
Introducción
Los cuentos que vamos a relatar hoy, los inventaron los persas, hace muchísimo
tiempo. Los persas se los contaron a los árabes; y los árabes los trajeron a España. Están
escritos en un libro que se llama Calila y Dimna. Calila y Dimna son los nombres de dos
lobos muy listos, que se fueron al palacio del rey, el león, y le contaban historias.
Al comienzo del libro, se dice que estas historias son como nueces, que es preciso
cascarlas primero, para poderlas comer. Así, oyendo bien las palabras del cuento, que
son como la cáscara, se saca después la enseñanza que tienen dentro.
Introducción
Los cuentos que vamos a relatar hoy, los inventaron los persas, hace muchísimo
tiempo. Los persas se los contaron a los árabes; y los árabes los trajeron a España. Están
escritos en un libro que se llama Calila y Dimna. Calila y Dimna son los nombres de dos
lobos muy listos, que se fueron al palacio del rey, el león, y le contaban historias.
Al comienzo del libro, se dice que estas historias son como nueces, que es preciso cascarlas
primero, para poderlas comer. Así, oyendo bien las palabras del cuento, que son como la
cáscara, se saca después la enseñanza que tienen dentro.
El lobo hambriento
Un hombre salió de caza. Cogió su escopeta, se puso el morral y pian pianito subió
al monte.
Como era muy buen cazador y de una puntería magnífica, hizo ¡pin! ¡pan! ¡pin! ¡pan!
y en un momento cazó una perdiz y cuatro conejos.
Ya tenía el morral repleto, pero el estómago vacío. Como estaba cansado de tanto
andar, se sentó al lado de una fuente, sacó el bocadillo y se puso a comer con mucho
apetito.
Lo malo es que por el monte andaba también un lobo y también sentía mucho apetito.
¿Qué digo apetito? Lo que tenía era hambre atrasada de seis semanas, así que, en cuanto
vio la perdiz, los conejos, el bocadillo y el cazador se le hizo la boca agua.
Relamiéndose, pensó el lobo:
-Hoy sí que voy a comer hasta hartarme.
Y se fue acercando, acercando hasta donde estaba el cazador. ¡Menudo susto se llevó
el pobre! Se levantó corriendo y, sin pararse siquiera a coger la escopeta, se subió a un
árbol.
El lobo no se ocupó en perseguirle con tantas cosas buenas como tenía para comer:
-¿Por dónde empezaré? -se preguntaba, mientras olía la perdiz, los conejos, el
bocadillo y hasta la escopeta.
-¿Comeré primero la perdiz? Debe estar muy tierna.
Todavía no la había hincado el diente, cuando pensó:
-Mejor será empezar por los conejos. Están diciendo comedme.
Aún no había comenzado los conejos, y dijo:
-El bocadillo tal vez debería tomar primero, no se vaya a poner duro el pan. Pero de
pronto decidió:
-Conviene guardar lo más posible, pues el que no guarda es un tonto. Haré provisión
de toda esta comida. Hoy, para quitar el hambre, me basta con comerme la correa de la
escopeta.
Dicho y hecho. Apenas había dado el primer mordisco a la correa, cuando se disparó
la escopeta y le mató.
Y así, por la codicia de guardar, murió el lobo, hambriento junto a tanta comida, con
gran alegría del cazador y nuestra también, que oímos la historia.