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Reflexión
Democracia y sociedad:
participación y
representación
Rosa Alayza
DEMOCRACIA REPRESENTATIVA
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1 J.A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia, Ed. Aguilar, Madrid, 1971.
2 Hannah Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona, cap 2.
asamblea ciudadana consistió en el lugar por excelencia de la toma
de decisiones y el ser humano tenía en la vida pública un espacio de
realización. Mientras que la vida privada, la familia, aparecía como un
espacio poco libre, condicionado por las necesidades biológicas3. Pero
es claro que este modelo de ciudad y de política responde a una
sociedad pequeña y exclusivista, donde ciudadano libre era aquel
que respondía a la condición masculina y griega. El resto, es decir,
extranjeros, mujeres y esclavos no eran ciudadanos. Decimos enton-
ces que la afirmación ciudadana de la época de los griegos implicó a
su vez una exclusión de otros grupos; esto mismo ha ocurrido con los
otros modelos de democracia posteriores; sin embargo, con el tiem-
po, los sistemas democráticos, a pesar de sus contradicciones, tien-
den a incluir segmentadamente a otros sectores.
Lo dicho antes evidencia el carácter histórico de la democracia. Es
decir, este sistema político es abierto y se adapta a las condiciones
del contexto histórico y de las mentalidades, lo que incluye diferentes
interpretaciones sobre el espacio que ocupa el mundo de lo público y
de lo privado. Por eso no se puede repetir el modelo de democracia de
una realidad a otra, dado que las variantes históricas cambian a todo
nivel. Esta misma característica de la democracia como sistema abierto
le permite adaptarse a nuevas condiciones cambiantes. Esto último
responde a lo que Robert Dhal ha trabajado como la poliarquía, que
no es otra cosa que la concepción de democracia concebida en fun-
ción de los países en desarrollo, los que recogen, con algunas varian-
tes, sus instituciones claves, a la vez que carecen de otras que sí
promueven los países desarrollados. El caso del Perú hay que mirarlo
así. Es inútil discutir si la democracia aquí es exógena o endógena;
eso es hacer arqueología. Se trata de asumir el presente, que, ade-
más, con la globalización se unifica aún más el sistema democrático
como sistema de reglas imperante, dentro del cual constantemente
se dan intercambios, aprendizajes o rechazos de usos y costumbres
de otros grupos humanos.
La lógica histórica y no legal de aproximarse al sistema político de la
democracia implica mirar al contexto social y cultural como aquel que
tiñe las relaciones y la calidad de las relaciones entre autoridades
políticas y los interlocutores en la sociedad. Este sistema abierto debe
contener instituciones que le permitan ser permeable a esta variedad
social, justamente para poder asociarla a la comunidad política, lo
que implica, según vimos antes, no sólo leyes o políticas sino un trato
y respeto al ciudadano de toda condición. A lo largo de los años este
sistema representativo se amplía e incluye diferentes grupos de la
3 Op. Cit. 33
población para que ejerzan el voto; me refiero a las mujeres (1956),
los analfabetos (1979), los jóvenes desde los 18 años (1985) y últi-
mamente los militares. Actualmente existen dentro del sistema políti-
co peruano las características representativa y participativa, y ambas
resultan complementarias porque recogen las demandas y presen-
cias de distintos grupos. Pero ocurre con frecuencia que estos ras-
gos se oponen, por ejemplo, cuando se dice: ¿qué es más importante,
elegir o participar? O cuando se privilegia participar antes que votar,
porque se piensa que eso es más directo que la intermediación del
voto. En verdad, no tiene sentido oponer una a otra, cada una respon-
de a lógicas y circuitos institucionales distintos, y a la vez ambas
resultan muy importantes, y sobre todo complementarias en la lógica
de alimentar y encauzar en el sistema político las diversas demandas
de los grupos sociales.
La democracia representativa se viene practicando desde hace 25
años en el Perú; aunque episodios como el autogolpe del 92, que
incluyó el cierre el Congreso y la elección de uno nuevo, hacen discu-
tible la continuidad del sistema. Actualmente, la conexión entre de-
mocracia y elección forma parte del imaginario político y social. La
relación entre ejercicio democrático y voto ocurre en las organizacio-
nes sociales, instituciones, etc. Es raro encontrar una autoridad ele-
gida sin votación y que a la vez sea legítima. Quizá la Iglesia católica
conserva este rasgo, pero cada vez más cuestionado por los feligre-
ses, si no, basta leer los comentarios habidos durante la sucesión de
Juan Pablo II. Con esto no quiero decir que este sistema de elección
de la autoridad sea lo óptimo o recomendable a toda institución, pero
sí afirmar que es muy común y legítimo para la población. Encontra-
mos que, en la nueva ley de partidos políticos aprobada por el Congre-
so, se les exige que elijan por votación universal y secreta alrededor
del 80% de sus representantes, y sólo un 20% a dedo. Estas eleccio-
nes pueden ser cerradas dentro del partido, pero también tienen que
dejar un margen de participación del ciudadano que no está en el
partido. Con lo dicho, anotamos que la elección como mecanismo
democrático, además de ser un criterio introducido en la sociedad y
en la política, todavía tiene que expandirse y teñir más el comporta-
miento de las propias instituciones políticas que no hacen uso de ella
porque mantienen prácticas como el caudillismo, autoritarismo, etc.
LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
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4 Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública, México, Ediciones G.G.
Gill, 1994, Cap. 1 y 2.
parencia en la gestión pública. Caso contrario, la participación será
un artificio decorativo. En esta lógica, participar implica no sólo, ni en
primer lugar, protestar. Ciertamente, protestar constituye una manera
legítima de participar, pero asumiendo el respeto a las reglas de la
convivencia. Entiendo que participar supone proponer y concertar con
el Estado para facilitar respuestas a problemas que afectan a la gen-
te; pero no se debe pensar que la propuesta que plantea un grupo
necesariamente es universal y constituye una propuesta terminada y
tiene que ser aceptada tal cual. La relación entre Estado y sociedad
supone que estas dos partes son legal y políticamente complementa-
rias dentro del sistema democrático. Sin embargo, para que la partici-
pación de los ciudadanos sea fructífera, debería haber canales insti-
tucionales legalmente reconocidos y accesibles, donde haya diálogo
entre unos y otros bajo una condición de igualdad. Justamente éste
es uno de los problemas más serios de nuestra democracia, la falta
de canales legítimos de comunicación entre el Estado y la sociedad,
sobre todo la sociedad más alejada o precaria; en esas condiciones,
priman por lo general los ruidos en las comunicaciones o las imposi-
ciones de uno u otro bando, lo que indica la ausencia de comunica-
ción. Influye en la situación que describimos el hecho de que algu-
nas autoridades locales o regionales elegidas no vean bien la partici-
pación ciudadana institucionalizada, sea porque no la valoran o por-
que la perciben como una imposición a su gestión, dado que así lo
manda la ley.
LA COMPLEMENTARIEDAD
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6 Sonia Fleury, “Ciudadanía, exclusión y democracia”, Nueva Sociedad 193, sep-oct
2004, Caracas (pp. 62-75).
más allá que Jürgen Habermas al subrayar la necesidad de conside-
rar como derecho del ciudadano el diseño de la política pública. Es
decir, la participación ciudadana como la voluntad o capacidad de
presión pública de los ciudadanos, y, al recoger las experiencias de
concertación en América Latina, concluye que estas prácticas dan
sustento a un nuevo derecho ciudadano. Esta afirmación cobra ma-
yor importancia dentro de la historia latinoamericana, donde se da
una distancia entre el Estado y la población que ha fomentado una
cultura caudillista que muchas veces ha facilitado la manipulación de
la participación ciudadana en favor de intereses privados. Por el con-
trario, concebir como derecho la participación ciudadana en la formu-
lación de las políticas públicas fortalece el sistema de la democracia y
acerca a los ciudadanos al Estado.
En tal sentido, Cunill insiste en que la deliberación constituye uno de
los requisitos que la institucionalidad democrática debe proveer du-
rante la participación concertadora y los ciudadanos deberían asumir
una actitud dialogante, lo que les obliga a fundamentar lo suyo no
sólo bajo criterios técnicos sino éticos, en el sentido de cómo su pro-
puesta implica un cambio cualitativo para el conjunto y no sólo para
un sector. En esa lógica, participar no es hacer bulto o bulla o sumar
votos o imponer opiniones, sino discutir propuestas que se basan en
valores o criterios distintos, fundamentados en función del bien co-
mún que se busca construir para todos. Para ello, el ejercicio delibe-
rativo deber darse en libertad, eso es clave; caso contrario, la partici-
pación resulta un trámite burocrático más o una suma de votos con-
seguidos a golpe de presión o demagogia. En otras palabras, la demo-
cracia participativa implica también calidad y no únicamente cantidad
de personas que intervienen, aunque ellas sean muy representativas
de la población. La deliberación, como señala Avritzer7, particular-
mente en América Latina, se da mediante la intervención de los movi-
mientos sociales y no sólo porque se formen corrientes de opinión;
pero dichas acciones están desafiadas a no quedarse en las formali-
dades del procedimiento legal establecido, sino lograr establecer una
relación fructífera con el marco institucional.
Finalmente, el crecimiento de la democracia participativa nos lleva a
preguntarnos: ¿es posible asumir la acción pública como un cauce
para superar las brechas de la comunidad política? Ciertamente, la
respuesta es positiva en la medida en que la participación política
ayuda a construir respuestas comunes a los problemas comunes,
como también a establecer cauces para que las personas dejen el
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