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Pizarnik y Rilke
Alrededor de 1894 comenzaba Rainer Maria Rilke a publicar sus primeros poemas.
Algunos años más tarde, y con varios kilómetros de distancia geográfica, cerca de 1955, por
su lado, emprendía Alejandra Pizarnik sus iniciales versos. Poéticas que hoy -una a más de
un siglo, y la otra tras varias décadas- continúan dando pie a distintas interpretaciones1, dado
sus diferentes lugares desde donde es posible leerlas: rastros autobiográficos, lenguaje y
soledad, etc. para una; desarraigo, la referencia a un dios, etc. para otro. En este caso, nos
inclinaremos a pensar, en ambas poéticas, la infancia como espacio que permite mirar o
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En el caso de Pizarnik, algunos textos sobre su poética son: Unmothered Americas: Poetry and
Universality (sobre Alejandra Pizarnik, José Lezama Lima, and Giannina Braschi), editor: Rodríguez Matos,
Jaime, PhD, Columbia University, 2005. Cruz, Francisco, “Alejandra Pizarnik: el extravío en el ser”, Cuadernos
Hispanoamericanos. Núm. 520, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, octubre 1993. Depetris,
Carolina, Aporética de la muerte: estudio crítico sobre Alejandra Pizarnik, Murcia, Universidad Autónoma de
Madrid, 2004. Venti, Patricia, La escritura invisible: el discurso autobiográfico en Alejandra Pizarnik, Barcelona,
Anthropos, 2008.
En el caso de Rike: Rilke, vida y obra. Madrid: Ediciones Hiperión. Pascual Piqué, Antoni (2006). Tres poetes,
tres mestres: Rainer Maria Rilke, Antonio Machado, Màrius Torres. Barcelona: Abadía Editors. Pau,
Antonio (2012). Vida de Rainer María Rilke. La belleza y el espanto. Tercera edición. Madrid: Editorial
Trotta. Thurn und Taxis, Marie von (2004). Wiesenthal, Mauricio (2015). Rainer Maria Rilke (El vidente y lo
oculto). Barcelona: Editorial Acantilado.
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infancia como un lugar, por una parte, capaz o no de enfrentar lo perdido; y, por otra, como
lugar de una verdadera experiencia, que acaso ahora se mira hacia atrás y es ya lejana.
con el lenguaje. Tanto en Pizarnik, como en Rilke, encontramos un entramado entre infancia,
lenguaje (palabra y poesía) y experiencia, cavilando entre dos tiempos: el tiempo pasado,
perdido y el tiempo de ahora. Ambos desde una individualidad, una experiencia íntima. La
infancia, por su parte, da paso a tal experiencia, y se la nombra a través del lenguaje, así como
se nombra al mundo. Es de esa manera que el concepto de infancia en estas poéticas da pie a
de Pizarnik de su Obra Completa, como ser: “Canto”, “Noche”, “El despertar”, “Infancia”,
etc. En el caso de Rilke, trabajaremos con los poemas: “Día de otoño”, “Infancia” de El libro
de las imágenes, y, “Ofrenda”, “Un día te tomé entre mis manos” de El libro de las horas.
Cerraremos esta lectura con algunas ideas sobre la infancia y la experiencia que propone
la historia (1978).
“el tiempo tiene miedo/ el miedo tiene tiempo/ el miedo” (2016: 54). Así, sin mayúscula
al principio, de entrada, y sin rodeos dice la voz poética en “Canto” de Alejandra Pizarnik.
Esa voz que sitúa al miedoso tiempo y al miedo temporal frente a algo, que, todos, vienen a
sangre, ese líquido que recorre todo el cuerpo, ese líquido sin el cual no se puede vivir. Ese
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miedo y tiempo sin el cual no se puede vivir. Pero ¿frente a qué se sitúan miedo y tiempo?
¿por qué la voz poética se siente temerosa? Porque el miedo “pasea por mi sangre/ arranca
mis mejores frutos/ devasta mi lastimosa muralla” (54): porque el miedo bebe de lo lineal,
porque lo lineal, el tiempo, acaba con la voz, con sus frutos, con ella toda, y con los otros,
con el mundo.
Ahora bien, ¿qué es lo lineal que provoca miedo? Es, como lo dice la voz poética de
poéticas, del correr del tiempo, ese tiempo que deviene en pérdida de valores: “mira; yo siento
cómo distancio/ cómo pierdo lo antiguo hoja tras hoja” (“Ofrenda”, Rilke), que se vuelve
lineal, que se vuelve sin sentido (“es el desastre/ es la hora del vacío no vacío” “El despertar”,
Similar a lo qué se pregunta la voz poética de “Noche” de Pizarnik: “¡Tanta vida Señor!
¿Por qué tanta vida?” (58), ¿por qué tanta vida si no hay a quién ofrecérsela? Sin esperanza,
receptor, ni interlocutor, más que el miedo. Miedo que, en el afán de preguntarse por todo en
Señor
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Estos poemas están sacados de internet, por lo que no pongo la referencia concreta, más que el sitio web y
su fecha de revisión.
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La jaula se ha vuelto pájaro
Y se ha volado
Y mi corazón está loco
Porque aúlla a la muerte
Y sonríe detrás del viento
A mis delirios
¿Qué hacer con el único que me responde? Es la pregunta de esta voz que ha perdido
respuestas a sus preguntas; buscando, además, un grano de esperanza: “pero mis brazos
insisten en abrazar el mundo/ porque aún no les enseñaron/ que ya es demasiado tarde” (…)
“Señor/ La jaula se ha vuelto pájaro/ que haré con el miedo” (“El despertar”, 94). Indagación
y sentimiento que es compartido con la voz poética de Rilke en “Día de Otoño”, que también
se dirige a un Señor, a su dios, para pedirle resoluciones: “Señor: es hora. Largo fue el verano/
pon tu sombra en los relojes solares/ y suelta los vientos por las llanuras”.
Empero, para ambos, el mundo se ha vuelto fugaz, efímero, se ha ido (“ahora es nunca o
jamás/ o simplemente fue” (“El despertar”, 93)). La esfera que nos contenía, cual jaula, se
aleja, cual pájaro que vuela. Es hora de irse con él y con el verano que ha concluido a buscar
de un otro tiempo, otro lugar, otro espacio: la infancia. Dice la voz: “recuerdo mi niñez/
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cuando yo era una anciana” (94). Para ella no hay otra manera de volver a la infancia que
recordándola desde la adultez o vejez. Como tampoco hay otra manera para la voz poética
“Contemplar de lejos” no significa volver a vivir la infancia, sino pensar en ella como
recuerdo, y, como ella repensar el ahora. Tal es el gesto que ambas poéticas comparten. Sin
embargo, no de gran manera, pero con matices significativos, presentan diferencias a la hora
En el caso de Rilke, la infancia viene a ser ese lugar primaveral, en el cual hay colores,
flores, sonrisas. La infancia es entendida como el pasado melódico que la voz experimenta:
(“De un abril”)
No viene a ser necesario en este fragmento del poema mencionar la palabra “infancia”
para saber que en ella se piensa. En ese sentido, en estos versos se evidencia un elemento
fundamental: para Rilke la infancia está siempre en contraposición del tiempo ido, de “la
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jaula que se ha vuelto pájaro”. La infancia pasa a ocupar el primer plano espacial-temporal,
ese momento como si fuese ahora; y, por otra parte, el tiempo ido o mundo deshecho es ese
tiempo lejano, pasado. La infancia, las “horas nuevas soleadas de oro” han venido a salvar
ese vacío que aún se deja entrever. Sucede así, casi un cambio de tiempos: la infancia es
Empero, existe siempre un quiebre: el recuerdo vuelve al presente, los tiempos retornan
a su linealidad y la infancia pasa a ser vista como un tiempo lejano que se extraña y se anhela,
y que por ello no deja de provocar dolor. No ha cambiado el enfoque, la infancia sigue en
(“Infancia”)
carácter destructivo: “Recuerdo mi niñez/ cuando yo era una anciana/ las flores morían en
mis manos/ porque la danza salvaje de la alegría/ les destruía el corazón” (“El despertar”,
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94)). En este caso, la infancia está entendida como el desborde de alegría que, al no poder
que “la jaula se ha vuelto pájaro”, hay destrucción por pérdida de valores, antes, en la
Sucede también que la infancia retorna no como ese tiempo ya pasado lejano, sino que se
cruza en el ahora: lo trastoca. Es por lo que la voz, en el mismo poema, dice: “Recuerdo las
negras mañanas de sol/ cuando era niña/ es decir ayer/ es decir hace siglos” (94). En ese
Sin embargo, problematiza a esta idea lo siguiente: “Que me dejen con mi voz nueva,
disipación de mis dones” (mayo de 1972, 436). La infancia, entonces, vuelve y frecuenta el
ahora, mientras en ella había -aun cuando no se sabía controlar- cantidad de alegría, que se
Ambas poéticas vuelven a juntarse en la idea de que la infancia se ha ido. Es, a partir de
ello que brota otra pregunta: ¿por qué acordarse, pues, de ella si es inaprensible? Justamente
porque, como ambas poéticas lo mencionan, algo de ella queda, algo de ella vuelve. Pues no
va.
Colofones
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Ambas poéticas retornan a la infancia para, desde ella, rememorar la experiencia que se ha
vivido y a partir de ella, nombrar el mundo de ahora, hacer frente, acaso resistirse a que la
jaula se convierta en pájaro. Esa experiencia es, como dice Agamben, ver las cosas de manera
no lineal. Por eso la voz poética, como vimos al principio, teme al tiempo, teme a su
linealidad, teme, a fin de cuentas: perder su experiencia, esa que, como dice Agamben, está
límites, es que la infancia viene, pasa y se va, trastocando el ahora, no en el término negativo,
sino, en lo que una ruptura y un desorden significan: el volver a situarse, el replantear las
cosas.
la muerte porque de ella solo hay desconocimiento, sino que se retrocede a la infancia a
buscar lenguaje de niño. Con ellas, “sólo palabras/ las de la infancia” (Pizarnik, II, 380),
ahora, que no se desborde esa alegría y se sepa tratarla, que lleguen esas “horas nuevas”, y
que sean nuevas no porque repiten un pasado en otro tiempo, sino porque la jaula no se
convertirá en pájaro, sino en algo más, porque esas palabras ya han nombrado esa
Bibliografía
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Pizarnik, Alejandra. Poesías Completas. Buenos Aires: Editorial Lumen, 2016.
Rilke, Rainer Maria. Poems from the book of hours. Toronto: New Direction Publishing
corporation, 1975.
05/12/2017.