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La Pesca
La Pesca
La esperanza de una buena pesca se alimentaba con ver que el mar estaba llanito
y se veía el movimiento en el agua por las sardinas y las jareas. Este tipo de
peces, normalmente, atrae al pez más grande que está en busca de su presa, lo
que aumentaba nuestra motivación. Así que lanzamos la primera red, la más
grande, con la ilusión de obtener de la orilla lo que habíamos ido a buscar, los
pescados más enormes que nos pudiera brindar.
Una y otra vez lanzábamos la red con mucho deseo, mas nuestra ilusión se
opacaba al ver que salía vacía. --¡Tráeme la sardinera!-- gritó mi padre frustrado.
La sardinera es una tarraya más liviana y de hoyos pequeños que se usa para
pescar la sardina y otros peces chicos, que se pueden comer, pero usualmente se
usan como carnada. Esta red no falló; una sola tirada sacó las suficientes sardinas
para llenar una de las cubetas hasta la mitad. Aunque no era la sardina lo que
fuimos a buscar, ahora teníamos carnada fresca que podríamos usar en los
anzuelos.
Pinchando las carnadas aún vivas en los anzuelos, lanzamos varios hilos con la
esperanza de halar algún animal pesado, pero fue en vano. Los peses grandes,
simplemente, no estaban en esa orilla. Teníamos que decidir si llevar sardinas a la
casa o subir por la desembocadura rio arriba y buscar lo que queríamos.
El rio estaba bastante cerca por lo que decidimos tomar el camino que, aunque
nos haría regresar más agotados, nos brindaba la posibilidad de agarrar algunas
de las bellezas gordas del mar. Comenzamos la marcha con buena carnada, el
equipo correcto y la idea de que los peces que subieron al rio cuando la marea
estaba alta, todavía no hubiesen salido al mar. Esta sería nuestra gran
oportunidad.
Nuestra idea no falló y la oportunidad sí estaba allá. Desde la orilla del rio
lanzamos los hilos con los que pescamos jureles, robalos y enormes sábalos.
Estos detectaban la sardina, débil y herida por el anzuelo quedando atrapados en
él al morder. Ya podíamos imaginar el olor a caldo, el sonido del aceite friendo los
pescados y los plátanos; y la familia reunida comiendo y contando historias.
Fue un camino duro, largo y pesado, pero el premio de ver muchas caras felices al
llegar a casa nos hizo olvidarlo. La pesca te deja cortaduras, pinchazos, dolor,
cansancio y quizás hasta un dedo inflamado e infectado, más la satisfacción de
una cena en familia y contar las anécdotas que un día de pesca te brinda, hacen
que valga la pena. La orilla del mar no siempre tiene lo que buscamos, pero
siempre buscamos hasta lograr obtener lo que queremos, sea en una orilla u otra.