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La pesca de orilla (Descriptivo)

En la historia del ser humano la pesca siempre ha estado presente. En su


convivencia con la naturaleza existe una relación especial, entre el incansable
pescador y el inmenso mar, que ha jugado un papel protagónico en la
supervivencia de nuestra especie.
Fue en la espumosa orilla donde nació esta relación. La pesca de orilla es tan
excitante como cualquier otra actividad deportiva y su recompensa tan deliciosa
que atrapa tus sentidos y te envuelve en sus deleites. El exquisito sabor del
pescado me hace amar la pesca, más lo que más me une a ella es que la llevo en
lo genes, pues mi anciano padre jamás pudo alejarse de la orilla y yo tampoco lo
haré.
Amante de la adrenalina y fuerte como el viejo roble bajo el cual se sentaba a tejer
sus enormes redes, mi papá me contó cada una de sus increíbles anécdotas.
Cuentos tan interesantes que sentía como si los viviera a la par con la ronca voz
con la que los narraba. Podía estar horas escuchándolo ahí sentado, mas prefería
escuchar sus historias mientras caminábamos en la arena buscando el lugar
perfecto para tirar la tarraya y algunos hilos.
En la búsqueda de ese lugar respirábamos la brisa mañanera, fría y salada, en el
camino arenoso de las plantas de uvas playeras. Las escandalosas olas
rompiendo en el coral lo obligaban a alzar la voz para que lo pudiera escuchar. El
camino era uno trabajoso por la carga de los equipos, los hilos, anzuelos, cubetas,
la pesada red llena de plomos, la carnada; el café prieto, los bocadillos, y la tan
importante agua para beber, que nos mantenían lejos de deshidratarnos ante el
impiadoso sol caribeño.
Los brillantes rayos mañaneros se reflejaban en el agua. La pequeña posa estaba
llena del exquisito manjar del mar, mas pensar en la cena no era tan importante en
ese momento como disfrutar de las otras cosas que la naturaleza nos ofrecía.
Había que actuar con rapidez, pues las horas pasan muy rápido en la orilla.
Mientras más rápido el equipo tocara el agua fría, más rápido podíamos disfrutar
del aromático café que traíamos en el viejo termo, de la hermosa vista, del salitre
que traía el suave roció de las olas golpeando las piedras y de los gritos de las
gaviotas que en ocasiones trataban de robarse la carnada. Definitivamente era un
deleite, una terapia, un hermoso día de pesca de orilla con mi progenitor.
Al final la carga era aún más pesada pues el regreso añadía muchas libras de
pescado fresco, pero la recompensa hacía que valiera la pena. Nos esperaba la
familia reunida en casa con los grandes calderos, las especies correctas, el adobo
y los plátanos preparados para hacer la cena más rica y deliciosa del mundo. De
principio a fin la pesca de orilla trae a nuestras vidas todo lo que queremos, el
deseo, la excitación, la unión, el compartir, el amor y el disfrutar juntos lo que la
naturaleza nos brinda. ¿Qué más se puede desear?
La pesca de orilla (Narrativo)

La satisfacción que se siente al sacar la red llena es realmente gratificante, mas


no siempre la orilla es tan dadivosa. Mi viejo y yo habíamos estado trabajando
desde la tarde anterior reparando las tarrayas, preparando los hilos, limando los
cuchillos y dejando todo en orden para la pesca en la madrugada. Teníamos el
positivismo que nos caracterizaba a la hora de pescar, sin embargo los resultados
que encontraríamos jamás nos pasarían por la mente.

La esperanza de una buena pesca se alimentaba con ver que el mar estaba llanito
y se veía el movimiento en el agua por las sardinas y las jareas. Este tipo de
peces, normalmente, atrae al pez más grande que está en busca de su presa, lo
que aumentaba nuestra motivación. Así que lanzamos la primera red, la más
grande, con la ilusión de obtener de la orilla lo que habíamos ido a buscar, los
pescados más enormes que nos pudiera brindar.

Una y otra vez lanzábamos la red con mucho deseo, mas nuestra ilusión se
opacaba al ver que salía vacía. --¡Tráeme la sardinera!-- gritó mi padre frustrado.
La sardinera es una tarraya más liviana y de hoyos pequeños que se usa para
pescar la sardina y otros peces chicos, que se pueden comer, pero usualmente se
usan como carnada. Esta red no falló; una sola tirada sacó las suficientes sardinas
para llenar una de las cubetas hasta la mitad. Aunque no era la sardina lo que
fuimos a buscar, ahora teníamos carnada fresca que podríamos usar en los
anzuelos.
Pinchando las carnadas aún vivas en los anzuelos, lanzamos varios hilos con la
esperanza de halar algún animal pesado, pero fue en vano. Los peses grandes,
simplemente, no estaban en esa orilla. Teníamos que decidir si llevar sardinas a la
casa o subir por la desembocadura rio arriba y buscar lo que queríamos.

El rio estaba bastante cerca por lo que decidimos tomar el camino que, aunque
nos haría regresar más agotados, nos brindaba la posibilidad de agarrar algunas
de las bellezas gordas del mar. Comenzamos la marcha con buena carnada, el
equipo correcto y la idea de que los peces que subieron al rio cuando la marea
estaba alta, todavía no hubiesen salido al mar. Esta sería nuestra gran
oportunidad.

Nuestra idea no falló y la oportunidad sí estaba allá. Desde la orilla del rio
lanzamos los hilos con los que pescamos jureles, robalos y enormes sábalos.
Estos detectaban la sardina, débil y herida por el anzuelo quedando atrapados en
él al morder. Ya podíamos imaginar el olor a caldo, el sonido del aceite friendo los
pescados y los plátanos; y la familia reunida comiendo y contando historias.

Fue un camino duro, largo y pesado, pero el premio de ver muchas caras felices al
llegar a casa nos hizo olvidarlo. La pesca te deja cortaduras, pinchazos, dolor,
cansancio y quizás hasta un dedo inflamado e infectado, más la satisfacción de
una cena en familia y contar las anécdotas que un día de pesca te brinda, hacen
que valga la pena. La orilla del mar no siempre tiene lo que buscamos, pero
siempre buscamos hasta lograr obtener lo que queremos, sea en una orilla u otra.

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