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Parte III

El Arcaico

C
on la transición hacia el Holoceno, aproximadamente hacia el 9000 a. P.,
grandes procesos geofísicos empezaron a cambiar los ambientes propios del
Pleistoceno para dar lugar a otros semejantes a los actuales (la temperatura se
elevó entre 5 y 6 grados en ciertas regiones). No se debe olvidar que después del inicio
del Holoceno, también han ocurrido cambios, aunque menores, los cuales modificaron
los ecosistemas o repercutieron en los desarrollos culturales iniciados por los pueblos
en distintas partes de América. Pero tales variaciones no alcanzaron a tener el impacto
que produjo el paso del Pleistoceno al Holoceno, cuando el derretimiento de los gla-
ciares produjo –entre varias consecuencias– el aumento de los niveles de los océanos,
haciendo retroceder la línea costera. Por ejemplo, la costa central de Perú se extendía
más de 60 kilómetros mar adentro de la línea costera actual.
En Centroamérica se produjeron modificaciones climáticas durante la transición
del Pleistoceno al Holoceno. En el Pleistoceno, en el Istmo centroamericano predo-
minaba el clima tropical, pero las temperaturas eran más bajas y el ambiente algo más
seco que en la actualidad. El bosque montano se caracterizaba por presentar bajas

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temperaturas y una alta humedad, con árboles siempre verdes. El roble era el árbol
predominante en las partes altas, en tanto que el bambú predominaba en las zona bajas.
Se sabe que las altas montañas se encontraban cubiertas de nieve y hay evidencias de la
existencia de glaciares a 1.000 metros sobre el nivel del mar.
El cambio climático produjo profundas alteraciones en la flora y fauna de todo
el continente americano. En Norteamérica, por ejemplo, la tundra-estepa fue reem-
plazada por bosques, en tanto que las zonas herbáceas del Amazonas dieron paso a la
conformación de selvas.
Los pobladores de América desarrollaron diversas adaptaciones, con el fin de obte-
ner alimentos de los diferentes ecosistemas que ocuparon: desiertos, mesetas, costas, altas
cumbres, selvas, bosques, entre otros. En términos generales, a finales del Pleistoceno e
inicios del Holoceno, hubo un incremento en la diversidad de plantas y animales utilizados
para el consumo, así como una mayor explotación de nuevos ambientes de los cuales obte-
nían los alimentos. Más especies marinas y aves fueron aprovechadas como alimento.
Los cambios climáticos que obligaron a las poblaciones a nuevas adaptaciones no
modificaron sustancialmente su economía, pues los habitantes de América continua-
ron dependiendo para su subsistencia, de una economía apropiadora o depredadora.
Es decir, los grupos humanos solo aprovechaban los recursos silvestres que ofrecía la
Tierra, ya fuese por medio de la cacería especializada de animales pequeños, o por
medio de la recolección de plantas, nueces, semillas, conchas marinas y otros alimen-
tos. Pero estos cambios causaron la modificación de los modos de vida de la mayor
parte de las poblaciones americanas, las que tuvieron que adaptarse a las nuevas cir-
cunstancias ambientales que trajo el Holoceno.
Al período en que los humanos americanos tuvieron que llevar a cabo estas adapta-
ciones se le denomina generalmente como Arcaico, aunque, en realidad, se aplica más a
las sociedades que surgieron en Norteamérica y Mesoamérica. Por lo general, las pobla-
ciones de estas áreas, ya hacia el 6000 a. P., habían adoptado un modo de vida que se
caracterizaba por la explotación de un amplio espectro de recursos alimentarios. Como
corolario, fabricaron un gran número de utensilios de piedra para la preparación de vege-
tales, tales como morteros o piedras de moler. También hay evidencias de un aumento
de los intercambios de productos entre poblaciones de distintas regiones. En particular,
se conformaron amplias redes de interacción económica, cuyo objetivo final era la obten-
ción de materias primas esenciales como la obsidiana y el pedernal, entre otras.
Se considera que el inicio del Arcaico ocurrió de manera más o menos simultánea
para los pobladores de todas las regiones habitadas de América. Coincide con la extin-
ción de la megafauna y el cambio climático que obligó a las poblaciones americanas a
adoptar nuevas maneras de procurarse los alimentos necesarios para su subsistencia.
Sin embargo, el final del período Arcaico no fue sincrónico en toda América. La razón
de ello tiene que ver con la definición de este período. Se le denomina de esta manera
por su connotación de precedente o antiguo en relación con algo que vendría después;
es decir, la producción de alimentos o la agricultura. En este sentido, la producción

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de alimentos frente a la recolección y la caza fue algo posterior. Pero el problema se
presenta en América con aquellas poblaciones que nunca abandonaron la recolección y
la cacería como medio principal de procurarse sus alimentos. Para estas poblaciones se
adoptó la terminología de Arcaico desarrollado, con el fin de denominar su modo de vida
recolector frente a las poblaciones de las denominadas áreas nucleares, donde la agri-
cultura sustituyó la recolección como medio fundamental de obtención de alimentos.
Así, el Arcaico, entendido como un modo de vida apropiador-recolector, se mantuvo
durante milenios en todo el continente americano. En particular, en aquellos lugares
donde no fue posible el desarrollo de la agricultura, debido a las específicas característi-
cas ambientales. Esta situación predominó en vastos espacios territoriales de América y
no cambió hasta que llegaron los europeos trayendo nuevas plantas y animales capaces
de prosperar en dichos territorios. Por el contrario, en las llamadas áreas nucleares de
Mesoamérica y el Área Andina, así como en la Cuenca Amazónica, se inició un lento
proceso de domesticación de plantas silvestres que culminó, milenios más tarde, en un
gran desarrollo de la agricultura, en particular, en las dos primeras áreas mencionadas,
donde el Arcaico termina con los inicios de la agricultura.

Los diversos modos de vida del Arcaico


Hacia el 9000 a. P., muy diversos grupos de población vivían dispersos práctica-
mente en todos los territorios del continente americano. Estos descendían de los pobla-
dores originales de América. Eran grupos aislados, pequeños en tamaño, disponían de
una simple tecnología y florecieron en la época del cambio climático que caracterizó al
temprano Holoceno. Como los cambios climáticos y la cacería excesiva extinguieron
la megafauna, muchos grupos perecieron al desaparecer estos animales. No obstante,
una de las más formidables cualidades de los humanos es su habilidad para adaptarse
rápidamente a las nuevas circunstancias.
Diversidad de sociedades de cazadores-recolectores se desarrollaron en las últimas
centurias del temprano Holoceno y durante los milenios más templados del Holoceno
medio. Estas sociedades se caracterizaron por la gran variedad de modos de vida, pues
dada la diversidad de ambientes, le fue necesario a cada grupo de población adaptarse a
las condiciones particulares, con el fin de explotar los diferentes recursos de cada región.
Este nuevo período, posterior al de los cazadores de megafauna, el Arcaico, se caracte-
rizó por el desarrollo de muy distintas sociedades con sus particulares formas culturales,
las cuales se mantienen con pocas variaciones en las llamadas regiones marginales hasta
la llegada de los europeos a América. Por el contrario, en las áreas nucleares de Meso-
américa y el Área Andina, en regiones subtropicales, así como en zonas tropicales, las
sociedades se transformaron en agrícolas alrededor del primer milenio antes de Cristo.
El desarrollo cultural de cada región ha sido documentado por la Arqueología
americana después de un siglo de investigaciones.

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Los diversos tipos socioculturales

Al momento del arribo de los europeos al continente americano, existía una


enorme variedad de organizaciones sociales y culturales, con niveles muy distintos en
el proceso de evolución social. La Arqueología y la Antropología han definido el nivel
de desarrollo de las sociedades antiguas americanas según dos criterios principales;
estos son: la acción de la humanidad sobre la naturaleza y el grado o distinta forma de
diferenciación social.
La acción del ser humano sobre la naturaleza se manifiesta por la capacidad de
obtener recursos para su subsistencia y por el incremento de la población, así como por
el aumento de la complejidad de la sociedad. Los recursos incluyen no solo alimentos,
sino igualmente otros bienes destinados a satisfacer las distintas necesidades biológicas
y culturales. El grado de dominio técnico se mide por la capacidad de transformación
de las materias primas naturales en bienes de uso.
Durante el período Arcaico, el ser humano se apropia de los recursos naturales,
tal como estos se encuentran en la naturaleza, recurriendo a la caza, la pesca y la reco-
lección de plantas silvestres. Solo más tarde y en las regiones subtropical y tropical del
continente, el habitante americano intervendría en la reproducción natural, gracias al
desarrollo del cultivo de plantas y la cría de algunos animales; esta intervención marca
el fin del Arcaico en las regiones mencionadas.
En cuanto a las materias primas, en los niveles técnicos de menor desarrollo, se emplea-
ban productos naturales, tales como la madera, fibras, hueso, pieles o piedras, cambiando
solo su forma. Posteriormente, se lograría la modificación de la naturaleza física y aun
química de la materia prima, primero con la cerámica y más tarde con la metalurgia.
La diferenciación social en los grupos humanos también se relaciona con todo lo ante-
rior: cuanto mayor es la productividad de una sociedad; es decir, su capacidad de extraer
de la naturaleza mayor cantidad de alimentos y de otros bienes, mayor es el número de
sus habitantes y su densidad demográfica por kilómetro cuadrado. Esto conlleva una
creciente división social del trabajo, y esta, el surgimiento de la diferenciación social.
A una mayor complejidad en el proceso de producción de bienes corresponde tam-
bién una mayor división social del trabajo. En las sociedades más simples, caracteri-
zadas por la existencia de unas pocas bandas integradas por una o dos familias que se
desplazan por un territorio en persecución de sus presas de megafauna, como durante
el período Paleoamericano, tanto la complejidad social como la densidad demográfica
(habitantes por kilómetro cuadrado), eran mínimas.
Al principio, en dichas bandas existían diferenciaciones sociales, determinadas en
parte por factores naturales de edad, sexo y características individuales. Las distincio-
nes de edad y sexo constituían la base para la organización de los grupos domésticos:
en general, los hombres cazaban, en tanto mujeres y niños recolectaban en torno al
campamento.

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También se llegó a institucionalizar la división en diferentes actividades, según
individuos o grupos, independientemente de sus características naturales, aunque sí
se reconocían las destrezas o habilidades naturales: mayor destreza en la caza o en la
fabricación de puntas de proyectil, por ejemplo.
A nivel más simple, dentro de los grupos domésticos hay cierto grado de diferen-
ciación del poder, pues siempre se dan ciertas formas de autoridad. Este nivel existe
también en la organización de grupos ocasionales para actividades colectivas, como la
cacería, la guerra o las prácticas religiosas. La institucionalización de diferencias socia-
les permanentes y extradomésticas que implican una distribución desigual del poder y
el acceso a bienes, es lo que constituye la estratificación social.
El poder se puede ejercer mediante el dominio de recursos fundamentales, tales
como los medios materiales de producción, lo que se denomina como poder econó-
mico, que se fundamenta en la institucionalización de la propiedad. Otra forma más
directa de ejercerlo se basa en el ejercicio de la autoridad y del derecho a disponer de
la fuerza. Este es el poder político, componente de las instituciones de Gobierno y
del Estado. Ambos aspectos, el político y el económico, siempre están estrechamente
relacionados. La propiedad o dominio de los recursos fundamentales requiere de una
institución política que lo sancione e, igualmente, los privilegios políticos conllevan
privilegios económicos.
Existe una escala evolutiva que se inicia desde las sociedades que nacen a partir
del Arcaico, cuando se consolidan las nuevas condiciones climático-ambientales del
Holoceno y ha terminado por extinguirse la megafauna. Continúa por medio de ban-
das conformadas por unos pocos grupos domésticos, y luego prosigue hacia sociedades
más complejas en la organización social. Pero ello solo ocurre cuando estos grupos son
capaces de obtener recursos que pueden ser almacenados de alguna forma para no ser
consumidos de inmediato, a la vez que se da una mayor sedentarización.
El antropólogo estadounidense Elman Service elaboró una clasificación cuatripar-
tita de las sociedades que muchos arqueólogos consideran útil:72
• Bandas: sociedades de pequeña escala, integradas por cazadores-recolectores, gene-
ralmente de menos de cien personas, que se trasladan estacionalmente para explotar
los recursos alimentarios silvestres (sin domesticar). Por lo general, los miembros
de las bandas son parientes vinculados por matrimonio o descendencia. Carecen
de dirigentes oficiales y no existen acusadas diferencias económicas o de jerarquía
entre sus miembros. Casi siempre, los yacimientos arqueológicos consisten en cam-
pamentos de ocupación estacional y en otros más pequeños y especializados, por
ejemplo, los lugares de matanza y destace de animales, como, también, los sitios
talleres, donde se fabricaban los instrumentos de piedra, hueso o madera.

• Tribus: eran mayores que las bandas, aunque pocas veces sobrepasan varios miles
de integrantes. Se trata de sociedades cuya dieta alimenticia es producto no solo de

72 Renfrew, Colin y Bahn, Paul. (1993). Arqueología: Teorías, Métodos y Práctica, Madrid: Ediciones Akal, S. A., óp. cit., pp. 162-164.

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recursos de captación, sino, también, de la práctica agrícola. Sin embargo, algunas
poblaciones en América alcanzaron niveles de organización política semejante a
las tribus, aun cuando subsistían exclusivamente con recursos de captación. La
tribu es un conjunto de comunidades que reconocen lazos de parentesco entre sí.
Algunas llegaron a tener un centro de gobierno o capital, desde donde se emitían
directrices para el conjunto de comunidades. Pero los dirigentes no tenían una base
económica sólida que les permitiera hacer uso efectivo del poder. El patrón típico
de asentamiento de la tribu fue el de las aldeas agrícolas estables. Generalmente,
ningún asentamiento dominó sobre otro de la región.
Algunos arqueólogos, en vez de tribu, término que les parece incluir el concepto
de pertenencia, prefieren hablar de sociedad segmentaria, en el sentido de que más
bien se trata de un grupo autónomo y relativamente pequeño, por lo común de
agricultores, que toma sus propias decisiones y que en algunos casos puede unirse
a otras sociedades segmentarias similares para constituir una unidad étnica mayor
o “tribu”, pero que en otros casos no.73

• Jefaturas o cacicazgos: funcionan con base en el principio del rango; es decir, las
diferencias de nivel social entre las personas. Los distintos linajes (grupos confor-
mados por individuos que se consideran todos descendientes de un mismo antepa-
sado), se clasifican según una escala de prestigio, siendo el de más alto renombre de
donde se escoge al jefe, quien representa a la sociedad en su conjunto. El prestigio
y el rango están determinados según el grado de relación con el jefe. A menudo,
existe una especialización local de determinados productos artesanales cuyos exce-
dentes, junto con el de los alimentos, se entregaban obligatoriamente al jefe. Este
los utilizaba para mantener a sus partidarios o seguidores y podía también redis-
tribuirlos entre sus súbditos. La jefatura, por lo general tiene un centro de poder,
donde se ubican los templos, la residencia del jefe, de sus fieles cercanos y de los
artesanos especializados.
Las jefaturas o cacicazgos varían enormemente en su tamaño, pero la escala suele ir
de 5.000 a 20.000 personas. Casi siempre, en la jefatura o cacicazgo existe un cen-
tro ritual y ceremonial permanente, que actúa como foco de toda la entidad polí-
tica. No es precisamente un centro urbano permanente (como una ciudad) con una
burocracia estable, sino más bien el centro de ceremonias y rituales encaminados a
reforzar los vínculos de identidad y pertenencia de muchas de las aldeas agrícolas,
que se encuentran dispersas y a diferentes distancias de dicho centro.
El rango personal característico de las jefaturas es visible en otros aspectos, además
del patrón de asentamiento: por ejemplo, en los ricos ajuares funerarios, incluidos
con frecuencia en los enterramientos de los jefes fallecidos.

73 Ibíd., p. 165.

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• Estados primitivos: conservan muchos de los rasgos de la jefatura, pero el diri-
gente tiene autoridad explícita para crear leyes y hacerlas cumplir mediante el uso
de un ejército permanente. Es una sociedad que no depende ya totalmente de los
vínculos de parentesco. Ocurre una estratificación social en clases diferentes. Los
trabajadores agrícolas componen el sector más bajo o base de la pirámide social.
Por encima se sitúan los artesanos especializados y arriba de ambos grupos, en la
cúspide de la pirámide social se ubica la clase sacerdotal y gobernante. Puede darse
una separación de funciones entre el gobernante y el jefe religioso o ambas funcio-
nes pueden estar encarnadas en la misma persona.
Por lo general, se constituye una casta burocrática con sede en el centro principal,
que se convierte en una capital hacia donde fluyen productos y mano de obra desde
las aldeas agrícolas. Estos centros o capitales podían llegar a albergar varios miles
de personas. La administración burocrática de funcionarios, aparte de velar por el
regular flujo de productos hacia la capital, tenía a su cargo su redistribución entre
miembros del Gobierno, de la élite, del ejército y de los artesanos especializados. Los
sistemas redistributivos elaborados por los primeros estados fueron muy diversos.
Conviene no exagerar al extremo de clasificar las sociedades prehispánicas en cua-
tro rígidas categorías. También, es importante señalar que no todas las sociedades
inevitablemente pasan de una forma de organización socio-política a otra más com-
pleja. Precisamente, fue esta una de las características fundamentales de las sociedades
americanas: la muy diversa evolución socio-cultural de los heterogéneos pueblos ame-
ricanos a partir de los inicios de la consolidación del período geológico del Holoceno.

Características de las sociedades en los inicios del Arcaico

El Arcaico se inicia con una gran variedad de poblaciones, que ocupan ya prác-
ticamente todo el territorio habitable del continente americano. Estas, como dijimos,
se encuentran organizadas en bandas y son esencialmente sociedades igualitarias, en
tanto que todo lo que logran captar para su consumo o transformación en bienes de
uso es tan escaso que no permite el acaparamiento. Tampoco favorece la acumulación,
la necesidad de estar en constante movimiento, desplazando los campamentos de unos
sitios a otros. Todo lo anterior mantenía la igualdad de los seres humanos en cuanto al
acceso a los bienes.
Las bandas estaban constituidas por un escaso número de grupos domésticos y,
a su vez, se coordinaban en estructuras más amplias, las denominadas tribus, cuyos
miembros integrantes se caracterizaron, como señalamos antes, por su descendencia
real o mítica de un antepasado común, así como por compartir una misma cultura.
En los comienzos del Arcaico, debido a que a nivel económico lo que predominaba
eran técnicas de captación simples, todos los miembros del grupo podían disponer

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de los recursos obtenidos. Ya fuese porque eran accesibles para todos ellos sin nin-
guna restricción, o porque se daba una distribución básicamente igualitaria de estos
recursos, entre los distintos subgrupos o individuos. No había propiedad específica de
recursos por parte de determinados individuos, sino que todos disponían de derechos
de uso. El usuario disponía de los productos obtenidos mediante su propio trabajo,
sujeto todo ello a obligaciones sociales, como aportar ayuda a parientes o contribuir
con actividades comunales.
En este nivel, los grupos domésticos constituyeron la base de la organización de la
producción y el consumo y fueron el núcleo básico de las pequeñas bandas que confor-
maron las unidades político-territoriales. Las bandas podían reunirse en agrupaciones
estacionales de mayor amplitud (macrobandas), determinadas por las actividades del
ciclo anual de producción. En tales casos, la composición del grupo estaba definida
por los lazos de parentesco y por las asociaciones ceremoniales. La desigualdad social
estaba limitada a diferencias de sexo, edad y capacidad individual.
Algunas de las sociedades tribales también integraban grupos de cautivos en con-
dición de inferioridad. Ello denota una característica de estas sociedades: la guerra. En
la medida en que la tribu constituía el núcleo básico de la identidad de estas primeras
agrupaciones humanas, los otros grupos eran considerados como extranjeros y podían
establecerse con ellos relaciones de intercambio, pero también de guerra. En general,
estas eran situaciones que cambiaban a lo largo del tiempo y entre distintas tribus se
podían establecer alianzas, o bien, entrar en relaciones hostiles y de guerra.
Cada comunidad trata de mantenerse y desplegarse como totalidad, al conside-
rarse como un componente único (“el pueblo”) frente a otros grupos, incluidos vecinos,
amigos y aliados. De manera que las otras comunidades eran consideradas como “los
otros”, distintos “al pueblo” y estos podían ser clasificados como amigos o enemigos.
Con unas se establecían alianzas y con las otras la guerra. De allí que como resultado
de tales conflictos guerreros, las tribus disponían siempre de un componente de indi-
viduos en condición de inferioridad: cautivos o esclavos.
Las sociedades tribales son igualitarias en lo político puesto que no hay individuos
que ejerzan de manera permanente el poder o autoridad fuera de su propio grupo
doméstico. En ciertas actividades comunales, tales como las batidas de caza, incursio-
nes de guerra o ceremonias religiosas, era necesario el ejercicio de la autoridad, pero
esta quedaba restringida a la duración de la empresa y se ejercía con el fin de coordinar
la actividad en beneficio del grupo. Como no existían autoridades permanentes, las
fronteras tribales no estaban bien definidas y ello podía conducir al enfrentamiento
bélico intertribal por tratar de acceder a determinados recursos.
Conforme los habitantes de América se especializaron en la obtención de recursos de
los distintos ambientes que ocupaban, en los territorios particularmente ricos fue posible
que se llegaran a conformar sociedades de mayor complejidad que las de tipo tribal. Esto
ocurrió en determinadas regiones que analizaremos posteriormente; el rasgo distintivo
de tales sociedades es la existencia de un hombre privilegiado: el jefe, que simboliza y

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dirige al grupo en su conjunto. A este tipo de sociedad con mayor concentración del
poder político y económico en manos de un individuo poderoso y su parentela, se le ha
denominado como de nivel de cacicazgo (jefatura para sociedades no americanas).
En el ámbito económico, el cacique controla los recursos del grupo y los asigna
a sus miembros para el uso de las unidades domésticas. Su poder le permitía pedir la
prestación de servicios, organizar el trabajo en un nivel más amplio que los hogares
domésticos y actuar como centro para la acumulación de bienes, sea que estos proce-
dieran de las actividades por él organizadas o de contribuciones que recibía de miem-
bros de su grupo, en forma de primicias y donaciones. En el aspecto político, actuaba
como cabeza del grupo en actividades guerreras, en la resolución de conflictos y en las
ceremonias de la comunidad. En resumen, el cacique actúa como representante, admi-
nistrador y director del grupo en su conjunto, en cuyo nombre actúa. Es señor de seres
que son sus propios congéneres, de la misma filiación étnica y miembro del mismo
grupo de parentesco y aparece como representante de un grupo que, en su conjunto,
contrasta con otros y con sus respectivos caciques.
Se considera que el nivel de cacicazgo o de jefatura fue el máximo que alcan-
zaron las sociedades del Arcaico, cuyo modo de vida fue esencialmente apropiador:
cazador, pescador, o recolector. Lo que se conoce como sociedades con economías de
captación,74 no productoras de alimentos.

Los inicios del período Arcaico

En este período, la fauna, la flora y el clima eran o estaban ya en vías de convertirse


en lo que son actualmente. El aumento de la temperatura, que se considera el principal
factor causante del cambio climático, fue gradual, y, por lo tanto, la modificación en la
vegetación lo fue igualmente. Se fueron perdiendo superficies herbáceas, pero mientras
se mantuvieron algunas especies de fauna pleistocénica, los cazadores conservaron sus
viejos patrones de obtención de alimentos. Pero en otros lugares, donde esta fauna se
extinguió, los cazadores comenzaron a perseguir a las especies de animales existentes:
bóvidos, cérvidos, camélidos, así como otras especies pequeñas.
Estos animales eran más veloces que las anteriores pesadas presas de la megafauna;
por esta razón, los hombres se vieron obligados a adaptar su tecnología para la caza.
Aparece la lanzadera, estólica o átlatl, instrumento que multiplicaba la fuerza del brazo
del cazador al arrojar este su lanza, lo que permitía aumentar la distancia del alcance
letal de esta arma. También se modificó la forma de las puntas de proyectil, las cuales
eran ahora de tipo triangular y con pedúnculos, lo que posibilitaba que el proyectil se
engarzara en los cuerpos de las presas.

74 Carrasco, Pedro. (1985). América Indígena (Historia de América Latina, 1), Madrid: Alianza Editorial, p. 25.

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A la par de la cacería, comienzan a incorporarse a la dieta muchos productos
vegetales, como lo demuestran los hallazgos de manos y metates, relacionados con la
molienda de granos y con la trituración de tallos de plantas. Aunque continúa la cace-
ría, esta ya no es el elemento clave de la dieta ni la principal actividad de los grupos.

A.

El invento que revolucio-


nó la cacería; se designa
por su nombre azteca,
permitía arrojar la lanza
con fuerza suficiente para
matar grandes animales.

B.

Fuente: A y C: Claiborne (1994), p. 41;


B: Fagan (1988), pp. 225-226. Adapta-
ciones elaboradas por Álvaro Borrasé.
C.

Figura 5. Átlatl o lanzador de proyectiles.

Surgió un modo de vida basado en la explotación estacional de recursos. El noma-


dismo se convirtió ahora en un nomadismo cíclico, en el que las bandas se desplazan
a lo largo del año por distintas zonas de su territorio, con el fin de aprovechar todo
tipo de fuentes de alimentos, dependiendo de donde estos son más abundantes según
la estación. Se combinan así la pesca, la caza y la recolección de vegetales, entre otras
actividades.
Durante este período, comenzó a darse una diferenciación entre distintos grupos
humanos en todo el continente. Ciertos grupos se adaptaron a un tipo de alimentación
poco variado, pero otros, por el contrario, explotaron una gran variedad de recursos en
distintos ambientes. De esta manera, puede afirmarse que una de las principales carac-
terísticas del Arcaico, es su diversidad. Se dieron distintas bases de subsistencia, múlti-
ples combinaciones y diferentes modos de adaptación, de acuerdo con la diversidad de
ambientes. Así, hubo grupos que fueron más cazadores que recolectores; otros, por el

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contrario, se especializaron en el aprovechamiento intensivo de recursos de litoral, de
lagos o ríos. En cuanto a las comunidades que se desarrollaron en las costas, es poco
lo que sabemos respecto de aquellas que existieron antes del 4000 a. C., en la medida
en que no fue sino hasta esa fecha cuando el mar alcanzó los niveles que tiene en la
actualidad. Desde el 8000 a. C., se habría elevado unos 9 metros.
En los pocos yacimientos que se salvaron, provenientes de esos años, se ha podido
valorar la gran importancia que tuvo la recolección, la pesca y la caza de animales
acuáticos o marinos. Ejemplo de ello es el yacimiento de L’ Anse Amour (en Labrador,
Canadá), donde en un enterramiento, procedente del 6000 a. C., se encontró un arpón
destinado a la caza de mamíferos marinos. Este hallazgo demuestra la larga experi-
mentación, y por lo tanto, el desarrollo de una tecnología especializada y adecuada para
un mejor apropiamiento de los recursos alimentarios. El perfeccionamiento logrado en
la fabricación de instrumentos les garantizó la eficacia de las actividades que ejecuta-
ban para adquirir recursos.75

El porqué de la diversidad de sociedades


durante el período Arcaico

La orientación del continente americano, extendido de norte a sur, condiciona


un conjunto de rasgos geográficos y ecológicos que fue un obstáculo para la homo-
geneización cultural y más bien acentuó las particularidades regionales. A diferencia
del continente euroasiático, el Nuevo Mundo se encuentra colocado en el sentido de
los meridianos y como consecuencia las distintas zonas climáticas crearon barreras
zonales que obstaculizaron la difusión de las plantas domesticadas en determinados
ambientes hacia otros territorios. Además, las barreras zonales se vieron modificadas
considerablemente por otro tipo de circunstancias, tales como las cadenas montañosas
y las corrientes marinas.
A todo lo anterior vino a sumarse la peculiar disposición de los ríos en el continente
americano, que, a pesar de que se les empleó como vías de comunicación, no facilitaron
la difusión de plantas y animales. Ello obedeció a diversas circunstancias, tales como
que los ríos no eran fácilmente navegables, y otras como la inconexión de sus cuencas
con ámbitos complementarios o desarrollados. En cuanto al mar, representó un obs-
táculo pues su navegación era difícil y peligrosa; algo muy diferente a las condiciones
prevalecientes en el mar Mediterráneo que fue la principal vía de comunicación desde
Europa suroccidental hasta las costas del Próximo Oriente asiático. Sin embargo, ello
no impidió la navegación de cabotaje; al principio entre lugares próximos, aun cuando

75 Ramos Gómez, Luis J. y Blasco Bosqued, Concepción, óp. cit., pp. 76-80.

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en los siglos precedentes al arribo de los españoles, ya los indígenas de los Andes y los
mayas de Yucatán realizaban viajes marítimos que cubrían enormes distancias.
Un aspecto que singulariza a América a partir del Arcaico es que, a diferencia del
Viejo Mundo, no contó con animales de tiro, ni de carga (équidos y bóvidos), con excep-
ción de la llama (un auquénido o camélido), la cual transportaba poca carga comparada
con lo que podían cargar las mulas del Viejo Mundo, además que no se le podía montar.
Todo ello obligó al indígena a desplazarse a pie y a transportar las cargas a fuerza de su
propio músculo. Esta falta de animales aptos para la tracción y la carga, sumado a la difi-
cultad que imponían los territorios que debían cruzarse, impidieron que se aplicasen a las
comunicaciones principios técnicos conocidos, como por ejemplo, el de la rueda.
Otros animales vitales en el Viejo Mundo como el ganado ovino, caprino y por-
cino, tampoco existieron en América, por lo que no se pudo contar con este tipo de
carne, ni con leche y los derivados de ambos: queso, mantequilla, tasajo, embutidos y
cueros. Todo ello tuvo consecuencias en el desarrollo de una dieta, que en una gran
parte de América quedó limitada a la caza, la pesca y la recolección. Como analizare-
mos posteriormente, el desarrollo de la agricultura quedó circunscrita a determinadas
regiones debido a la difícil difusión de las plantas domesticadas, dada la gran diver-
sidad ambiental. Además, los habitantes de América no contaron con animales que
pudieran ser utilizados en las labores agrícolas.
Las dificultades para desplazarse y la ausencia de animales que proporcionasen
carne y transporte impidieron que ocurrieran migraciones de pueblos, al menos no
con la rapidez de los desplazamientos en el Viejo Mundo, al igual que obstaculizó la
rápida difusión de los avances técnicos y culturales, así como un comercio masivo de
larga distancia.76
El Arcaico se caracterizó por un tipo de organización social que constituye una
evolución de las anteriores bandas o pequeñas agrupaciones de individuos conformadas
por una familia extensa. Estas se trasladaban por amplios espacios territoriales, en
procura de sus presas principales, constituidas por los grandes animales. Con la modi-
ficación del paisaje que provocó el cambio climático, se produjo una transformación
del patrón de desplazamiento trashumante propio de las poblaciones de cazadores de
megafauna. Ahora las bandas adoptaron un nomadismo que se caracterizó por la ocu-
pación temporal de distintos territorios, según la estación del año y así aprovechar los
recursos existentes en cada época del año en diferentes ambientes.
La norma era que estas bandas, constituidas por una o un máximo de tres familias,
se desperdigaran en un período del año, y fueran por los territorios en busca de ali-
mentos de diverso tipo. En otras épocas, estos grupos confluían en campamentos que
agrupaban a diversas bandas, los cuales eran levantados en las zonas con mayor abun-
dancia de recursos en una estación determinada. En algunos casos, el nomadismo esta-
cional se fue restringiendo y los campamentos donde se concentraba la población de

76 Ibíd., pp. 119-124.

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varias bandas se prolongaron durante varios meses o inclusive llegaron a tener carácter
permanente. Pero este fenómeno solo se dio en aquellos casos donde el grupo ocupaba
una zona rica en alimentos, al punto que sus necesidades quedaban satisfechas sin
necesidad de realizar grandes desplazamientos. Por lo general, esto se dio a orillas de
ríos, lagos y costas marinas.
Un ejemplo de esta situación, la cual adelante examinaremos detalladamente,
ocurrió con las poblaciones que ocuparon algunas de las tierras boscosas del este del
actual Estados Unidos. Allí, la disponibilidad de abundantes recursos hizo posible la
aparición de pequeños poblados o campamentos más o menos permanentes para las
extensas expediciones de recolección. Más significativa fue la situación en el extremo
noroeste de este país, donde la combinación de excelentes recursos naturales con una
tecnología muy eficiente para aprovecharlos, permitió la conformación de aldeas per-
manentes y el surgimiento de una de las más ricas sociedades pre-agrarias que haya
conocido el mundo.77
En las sociedades de bandas no existía aún una diferenciación social y por ello
se les denomina sociedades igualitarias. No obstante, en algunos casos, comenzó a
desarrollarse una diferencia de funciones y de rango entre los integrantes de la comu-
nidad. Esto se refleja en los objetos que constituyen los ajuares funerarios, así como
en la aparición de edificaciones no residenciales, asociadas al culto, y por lo tanto, al
surgimiento de una casta de individuos con mayor riqueza. Tradicionalmente, se con-
sideraba que el desarrollo de la agricultura había sido la premisa para el surgimiento
de la complejidad social, con jerarquías y otros niveles. Sin embargo, en años recientes,
los arqueólogos han descubierto que algunas poblaciones, esencialmente recolectoras,
dieron lugar al desarrollo de sociedades bastante complejas.
Como examinaremos, estos grupos disponían de una gran variedad de bienes.
Hubo algunos que no tuvieron acceso a productos o útiles ajenos a su territorio, mien-
tras que otros contaron tanto con materias primas como con objetos foráneos, cuyo
origen podía estar situado a mil kilómetros de distancia. Todo ello demuestra la exis-
tencia de contactos y de rutas comerciales, así como de sistemas de intercambio.
En síntesis, el período Arcaico se puede definir sucintamente como el estadio, en
la evolución de las sociedades prehispánicas, en el cual los cazadores-recolectores de
finales del Pleistoceno e inicios del Holoceno se adaptaron a las condiciones climático-
ambientales que se fueron asemejando a las actuales. Entre las principales característi-
cas de este período, podemos listar las siguientes:

1. Dependencia de pequeñas especies y de una más variada fauna, una vez que se
extinguió la megafauna.
2. Aumento de la recolección.
3. Mayor número de útiles de piedra aparentemente usados para preparar los alimen-
tos de origen vegetal.

77 Claiborne, Robert, Los primeros americanos (I). óp. cit., p. 56.

El Arcaico | 85
4. Útiles o instrumentos de madera, átlatls y ornamentos.
5. Mayor estabilidad en la ocupación del territorio, basada en la especialización de
economías de subsistencia, tales como pesca, recolección de semillas, etc.
6. Mayor variedad de puntas de piedra; por lo general, no tan bien fabricadas como
las del período Paleoamericano. También se recurre a mayor número de materiales
de piedra.
7. Artefactos de hueso, cuerno, marfil, concha, cobre, arcilla, empleados en tejeduría,
pesca, caza marina y cestería, la cual aparece en este período.
8. Entierros.

El Arcaico en el suroeste
de Estados Unidos y México septentrional

La primera prueba de la transición de la cacería de grandes animales hacia un


modo de vida recolector en América, proviene de la región desértica situada entre las
montañas Rocosas, las cordilleras de Sierra Nevada y las Cascadas, en Estados Unidos.
Esta es una inmensa región donde probablemente nunca hubo abundancia de caza; es,
en su mayor parte, una altiplanicie y comprende los actuales estados de Nevada, Utah
y Arizona, así como partes áridas o semiáridas de Oregón, Idaho, California, el oeste
de Nuevo México y gran parte del México septentrional. Se le considera uno de los
hábitats más difíciles pues impone severas limitaciones a la existencia humana.
Las grandes cordilleras del oeste y el este, cuyas cimas llegan a los 4.200 metros de
altitud, atajan casi toda la humedad que viene del Pacífico y la que sube desde el golfo
de México. En la altiplanicie intermedia, las precipitaciones de lluvia son, por término
medio, de 250 milímetros al año y no mucho mayor en lo alto de las montañas que
cierran la meseta, formando cadenas montañosas de norte a sur.
La región posee algunos grandes ríos (Snake al norte; complejo de ríos Green,
Colorado, Gila, en el sur) pero estas vías fluviales corren por gargantas escarpadas (de
entre las cuales destaca el Gran Cañón del Colorado, de kilómetro y medio de profun-
didad). Además, por estar aisladas del terreno que las circunda, se reduce al mínimo su
influencia sobre la vegetación, así como el acceso para el ser humano. En otras partes,
las corrientes de agua descienden de las montañas y se pierden en la arena del desierto,
en los llamados sumideros estancados, y desaparecen durante el verano. Además, hay
solamente algunos lagos, la mayoría salobres, como el Gran Lago Salado, de mayor
salinidad que los océanos. Algunos de estos desaparecieron como consecuencia de
sequía continua durante varios años.
La vegetación la determina la altitud y la proximidad del agua, aun cuando varía
un poco de norte a sur. Predominan allí, cañas, juncos, hierbas, sauces enanos y algún

86 | Parte III
álamo en las orillas de lagos y ríos, en tanto se encuentran otras plantas resistentes en
las planicies secas: artemisas, orzagas y hierbas resistentes, diseminadas por las secas
planicies. En los desiertos del sur, hay cactos de diverso tamaño, desde los diminutos
hasta el impresionante saguaro, de 9 metros de altura. En las montañas hay bosque-
cillos de piñoneros y enebros, en las máximas altitudes, bosques de pinos de Murray,
praderas alpinas y, en las cumbres, campos de nieve permanentes.

Fuente: adaptado de Swamson, Bray Farrington (1994), Volumen II, p. 89. Elaborado por Álvaro Borrasé.

Figura 6. Áreas de especialización en Norteamérica durante el período Arcáico.

El Arcaico | 87
De acuerdo con los geólogos, esta abrupta región fue antiguamente más húmeda y
contenía más vegetales y animales salvajes que hoy. Entre los animales, se encontraban:
algunos bisontes y alces, asentados en los territorios con más benignas condiciones
climáticas en el norte y el este. Pero, en otras partes solo se contaba con el venado y la
oveja montés, que habitaban las laderas de las altas montañas. Entre los animales de
partes más bajas, se hallaba el antilocapra, pero los animales más comunes eran espe-
cies de modestas dimensiones, como el conejo, la marmota, el perro de las praderas y
la rata de los bosques. Sin embargo, estos animales eran escasos y solo en condiciones
excepcionales eran lo suficientemente abundantes como para constituir algo más que
una pequeña parte de la alimentación de los humanos prehistóricos.
Por todo lo anterior, los primeros pobladores de este inhóspito territorio tuvieron
que aprender a sobrevivir comiendo lo que pudieran encontrar; es decir, una dieta
ecléctica. Se ha encontrado en el sitio de Ventana Cave, al sur de Phoenix, en el desierto
de Arizona meridional: restos de artemisas, yucas, cactos, alimentos consumidos por
una población que vivió en la región hace unos diez mil u once mil años. Estos habi-
tantes del desierto no eran cazadores de grandes especies y por ello los huesos encon-
trados, junto con las puntas de proyectil, eran de animales pequeños como venados,
coyotes, pecaríes y tejones.78
Los pobladores de esta región ya habían aprendido a aprovechar los recursos de la
vegetación del desierto, como las semillas de hierba y los arbustos. En uno de los nive-
les inferiores de la Ventana Cave, se encontró una piedra, relativamente plana, con la
superficie un poco cóncava. Se asemeja a una piedra de moler y se considera el ejemplo
más antiguo del utensilio que constituye el sello distintivo de la mayoría de los pueblos
forrajeros de Norteamérica. Es decir, aquellos que explotaban la escasa y dispersa vege-
tación del desierto, recolectando las semillas de esas plantas.
Las semillas de las hierbas, indigeribles cuando están crudas, eran molidas en estos
primitivos metates de piedra, para luego ser cocidas y hacer pequeñas masas y un pan
sin levadura que todavía, a principios del siglo XX, constituía un sostén alimentario de
muchas poblaciones de los desiertos del sudoccidente de Estados Unidos.
Otros yacimientos arqueológicos han revelado piedras de moler casi tan antiguas como
las de Ventana Cave, esta vez junto con restos de cestas, utensilio indispensable de los reco-
lectores de semillas del desierto. Dotados de piedras de moler y cestas tejidas de poco peso,
los recolectores del desierto disponían de los instrumentos básicos para la explotación de
los recursos del hábitat que ocupaban, el cual explotaban mediante la práctica de un noma-
dismo cíclico, ocupando distintos territorios según las estaciones del año.
En los pueblos que son esencialmente cazadores, las semillas constituyen un
recurso de reserva cuando escasean los animales. En el desierto norteamericano, las
especies pequeñas, por lo general, escaseaban a menudo, de manera que la economía
de sus habitantes acabó concentrándose en gran parte en las semillas. Estos pueblos

78 Ibíd., p. 57.

88 | Parte III
aprendieron a almacenar las semillas restantes en cestas hondas, parecidas a jarras,
para un uso futuro. La alimentación era complementada con conejos y otras especies
menores, las cuales eran atrapadas con cepos y trampas, o bien, cazadas con arroja-
lanzas o átlatls. Parte de la carne era cortada en tiras y curada al sol, en vez de asarla
para comérsela en seguida. A principios del otoño, eran importantes las bayas, cuando
a orillas de las corrientes de agua empezaban a madurar el saúco, el cerezo silvestre, el
grosellero silvestre y la serba.79
Al terminar el otoño, una vez recogidos los recursos, los grupos humanos se des-
plazaban hacia las montañas, en busca de los piñones que maduran hacia el final de
esta estación y constituían el principal recurso alimentario durante el invierno. No
obstante, siempre buscaban otros lugares en las montañas distintos de los que habían
explotado el año anterior, puesto que ya los bosques de piñones se habían agotado y,
por experiencia, conocían que solo volverían a dar frutos abundantes tres o cuatro años
después. La banda se dirigía entonces hacia otros terrenos en la montaña, donde ya, en
el invierno anterior, los grupos de caza habían detectado estos campos de piñones aún
en proceso de maduración.
Dentro de las bandas en que se organizaba la población existía una especialización
por familias. Así, por ejemplo, había el cargo de jefe de la batida de conejos, deber que
ocupaba aquel cuya familia poseía la más extensa red para atrapar conejos, un tejido
de cuerdas de fibra de vencetósigo, que llegaba a medir hasta 60 metros de largo, y que
era aumentada pedazo a pedazo hasta por seis generaciones. Esta red se agregaba a
otras parecidas, propiedad de otras familias, con lo que se lograba formar una malla de
casi un kilómetro de largo y con las que después de un extenuante trabajo de empujar
los conejos hacia la malla se les acorralaba y mataba a palos. Mientras que la carne era
consumida en un festín, la piel era curada, cortada en tiras y luego se formaba con ellas
una gruesa manta de piel.
El invierno requería de diversos preparativos: se debían cavar fosas circulares en
el suelo, techarlas con árboles, ramas y cueros o cortezas. En esas chozas semisubte-
rráneas se pasaban los largos meses de invierno, alimentándose con la carne curada al
sol y con sus reservas de raíces, semillas y piñones. Cuando caían las nevadas la gente
permanecía dentro de las casas dedicada a remendar las redes, reparar otros equipos
de cacería y fabricar cestos u otros objetos útiles. Era el momento de reforzar los lazos
sociales por medio de los relatos escuchados en torno a la hoguera. Los últimos meses
del invierno siempre eran difíciles pues escaseaban los alimentos y se dependía de
alguno que otro castor, venado o gato salvaje que pudiera ser cazado.
En los desiertos del suroeste de Estados Unidos, los habitantes se congregaban
en campamentos que integraban una macrobanda en el invierno. Pero, una vez que se
iniciaba la primavera, se desmontaba el campamento y se dispersaba la macrobanda en
pequeñas bandas que partían en busca de los recursos de primavera.

79 Ibíd., p. 63.

El Arcaico | 89
En otras regiones de Norteamérica, la mayoría de los pueblos forrajeros del período
Arcaico disponía de ambientes menos hostiles a la ocupación humana. Por ejemplo, en
California central, los robledales eran de mayor tamaño y más abundantes que en el
suroeste por lo que las cosechas silvestres más importantes para las poblaciones locales
eran las bellotas, que eran recogidas por las mujeres y luego descascaradas, molidas y
remojadas con el fin de eliminarles el ácido tánico para elaborar masas (gachas) y pan
de harina de bellota. En la región de la costa, las poblaciones disponían de los ricos
recursos alimentarios marinos como los mejillones, muchas clases de peces, junto con
mamíferos como focas y nutrias marinas. A diferencia de los habitantes del desierto del
suroeste, aquí las poblaciones eran más numerosas y los habitantes tendían a concen-
trarse en campamentos más o menos permanentes.80

Los cazadores de bisontes del Arcaico


en las Grandes Planicies de Estados Unidos

Las Grandes Planicies cubren una enorme área del corazón de Norteamérica:
desde las montañas Rocosas en el oeste, hasta las tierras boscosas del este, cerca de
Misisipí. Forman una verde pradera que se extiende cerca de medio millón de acres
desde Canadá en el norte, hasta el Río Grande de México, en el sur.
Las planicies constituyen una vasta área de bajo a moderado relieve, con relativa
poca lluvia. Eran, y son todavía, un difícil lugar para vivir, con prolongados veranos
muy calientes e inviernos duros y fríos. La vegetación nativa la constituían extensos
campos cubiertos de céspedes y pocos árboles ubicados a orillas de las corrientes de
agua de los valles y ocasionalmente en las mayores elevaciones.
Al oeste, es posible establecer una línea entre los piedemontes de las montañas
Rocosas y las planicies, pues, a diferencia de otros lugares, prolongadas lomas monta-
ñosas se internan en territorio abierto, formando cuencas intermontanas. Las fronteras
al este comienzan casi de manera imperceptible, conforme la lluvia es más abundante
y el corto césped de la pradera da paso a una vegetación de mayor altura y más exube-
rante y luego a las tierras boscosas.
La gran abundancia de bisontes en las Grandes Planicies garantizó la permanen-
cia de la cacería como principal fuente de alimentos, lo que condicionó un modo de
vida predominantemente nómada. Estos grupos humanos se desplazaban tras grandes
manadas, al igual que en la época de las glaciaciones. La extinción de los animales del
Pleistoceno fue paliada en parte por la existencia del bisonte, cuya cacería la realizaban
grupos muy bien coordinados, los cuales despeñaban o arrinconaban a los animales
que lograban separar de las manadas. Este era un arte difícil que requería de una

80 Ibíd., p. 66.

90 | Parte III
combinación de caza individual y colectiva, pero que suministraba un abastecimiento
regular de carne de bisonte.
Estos animales eran impredecibles cuando eran perseguidos por los cazadores y difí-
ciles de dirigir hacia los lugares donde serían despeñados o arrinconados. Para ello era
necesario observar las presas constantemente, siguiéndolas a cierta distancia para impe-
dir que los animales perdieran la calma. Además, desviar a una manada de bisontes hacia
un lugar predeterminado, requería de un minucioso conocimiento del paisaje por el que
se desplazaban los animales. Ello era esencial para poder guiarlos hacia el despeñadero.
Un diestro grupo de cazadores podía someter a una manada de bisontes que había
sido observada y escogida de manera cuidadosa durante varios días. Luego, la des-
plazaba, poco a poco, hacia la dirección elegida. Mientras que algunos cazadores
empleaban señuelos para atraer a los animales, otros, cubiertos con cueros de bisonte,
se acercaban, sigilosamente, a los animales. Una vez que se provocaba la estampida,
los cazadores corrían, gritaban y agitaban los cueros ante la manada. Se levantaba una
nube de polvo en la planicie cuando los animales se desplazaban en dirección al despe-
ñadero. Por lo general, una vez que caía el líder de la manada el resto se despeñaba tras
este. También podían ser guiados hacia especies de corrales naturales, al pie de un bajo
acantilado, desde el cual se les lanzaba cantidades de proyectiles hasta matarlos.
Los cazadores de bisontes se desplazaban en pequeños grupos familiares durante
la mayor parte del año. Año tras año, tendían a regresar a las mismas fuentes y a
otras localidades ricas en recursos ubicadas en terrenos más elevados. Allí, acampaban
durante unos pocos días, cavaban un pozo para encender el fuego y levantaban, a veces,
un abrigo temporal según fuesen las condiciones climáticas; fabricaban algunos útiles
de piedra y procesaban alguna carne antes de ponerse nuevamente en marcha.
Se ha determinado que algunas bandas, como lo atestigua el sitio Lindenmeir, en el
estado de Colorado, se subdividían en grupos pequeños, con el fin de explotar determi-
nadas zonas de una región. La caza de animales de manera colectiva se realizaba desde
el otoño hasta la primavera. Aparentemente, durante este lapso no se procesaba a gran
escala la carne para un uso posterior; esto hace pensar que había suficientes alimentos
como para mantener a grandes grupos de personas durante los meses de verano. En algu-
nas estaciones del año, se reunían al menos dos grupos que luego volvían a dispersarse.
En la mayor parte de esta región, los grupos de población tuvieron que mantenerse
muy dispersos y en constante movilidad, en busca de animales. Algunas de las matanzas de
bisontes parece que suministraron más carne de la que los grupos llegaron a necesitar.
Las investigaciones llevadas a cabo en Olsen-Chubbock demostraron que los cazadores
consumían alrededor del 75 por ciento de los animales que mataban, pudiendo adquirir
cerca de 24.752 kilogramos de carne en el proceso. También, obtenían 2.449 kilogramos
de grasa y 1.812 kilogramos de órganos internos comestibles. La carne obtenida en una
matanza podía sustentar a unas cien personas durante un mes o más.81

81 Fagan, Brian M. (1995)., óp. cit., p.106.

El Arcaico | 91
Los grupos de cazadores necesitaban mantener contactos sociales con un conside-
rable número de otros grupos, algunos de los cuales vivían en lugares alejados, aunque
no fuese más que para formar parejas.

El Arcaico en los bosques del este de Estados Unidos

En el este de lo que actualmente es Estados Unidos, en la zona boscosa que se


extendía hasta el Atlántico, prevalecía un modo de vida diferente. Predominaba aquí
la caza del venado, aunque también se cazaba el gato salvaje, el pavo, la ardilla, la
zarigüeya y una gran variedad de peces de agua dulce y mejillones, a la vez que se reco-
lectaban bellotas, pacanas y nueces. Los estudios arqueológicos han determinado que
estos habitantes construían viviendas bastante complejas y por tal razón se considera
que constituían pueblos más sedentarios que los del desierto o las llanuras. Es posible
que los habitantes de los actuales estados de Kentucky y Tennessee fueran más nume-
rosos que los que ocupaban las regiones anteriores.
En los bosques situados al este de las Grandes Llanuras, los pobladores desa-
rrollaron una gran variedad de utensilios especializados: hachas, taladros, gubias y
otras herramientas para trabajar la madera, hachas de piedra pulida o descantillada;
anzuelos, arpones, redes (para cazar peces, aves y otros animales terrestres), además de
morteros y manos para triturar alimentos vegetales.
En un territorio más limitado, al oeste de los Grandes Lagos, se comenzó a tra-
bajar el metal por medio del martillado de pepitas de cobre puro con las que se elabo-
raban utensilios y adornos. Este trabajo de los metales se inició hace unos cinco mil
años y fue probablemente el primero que se realizó en el Nuevo Mundo, antecediendo
al del oro y la plata en América del Sur. No obstante, el trabajo del metal en la región
de los Grandes Lagos continuó siendo rudimentario pues no se llegó a desarrollar la
técnica de la fundición y vaciado del metal, como más tarde lo realizaron los pueblos
de Suramérica y Mesoamérica.
Uno de los inventos de mayor importancia, llevado a cabo por los habitantes de
la región del oeste de los Grandes Lagos, fue la canoa de corteza de abedul. Allí
abundan miles de grandes y pequeños lagos conectados entre sí por una red de arro-
yos y ríos con lugares donde se interrumpen las interconexiones. Solo una embar-
cación de poco peso puede navegar en los arroyos, a menudo poco profundos, y ser
transportada fácilmente por tierra entre una y otra vía fluvial. De esta manera, una
región, aparentemente impenetrable, se convirtió en un territorio cruzado por rutas
de comercio surcadas por canoas.
En la costa del Atlántico fue muy importante la pesca con anzuelo y red, así como
con trampas, lo que permitió a los pueblos costeros un gran aprovisionamiento de pes-
cado. Hace algunos años, fue hallada, cerca de la actual ciudad de Boston, una gran

92 | Parte III
trampa para peces. Se trataba de un enorme cerco que abarcaba una superficie de más
de media hectárea, en lo que había sido una laguna de poca profundidad. Las inves-
tigaciones realizadas determinaron que se requirieron 65.000 estacas, aguzadas por
medio de hachas de piedra, plantadas en doble fila y entrelazadas con plantas.82
El trabajo requerido para la elaboración de dicha presa sugiere que solo pudo ser
construida por una población sedentaria, numerosa, bien organizada, y capaz de utili-
zar una instalación de tan grandes proporciones.

Pueblos del Arcaico


en la costa noroeste de Estados Unidos

En la costa del noroeste de Estados Unidos actual, los pueblos forrajeros dispusie-
ron de abundantes recursos. Aquí, en una faja de 3.200 kilómetros de litoral, que incluía
partes de Alaska y se extendía hacia el sur, a través de los hoy estados de Columbia
Británica, Washington, Oregón y el extremo septentrional de California, surgió una
cultura muy desarrollada, aunque desconocía la agricultura. En dicho territorio, los
recursos alimentarios, en especial los de río y del mar, eran tan abundantes que los
grupos humanos podían satisfacer sus necesidades sin tener que desplazarse muy lejos
de sus sitios de habitación.
La extraordinaria riqueza de los recursos alimentarios provocó la necesidad de
agruparse en aldeas permanentes. En especial, abundaba el salmón, el cual se pescaba
en enormes cantidades y luego era secado para su almacenamiento, lo que permitía ali-
mentar a una numerosa población durante varios meses. Esta abundancia de recursos
alimentarios permitió a sus habitantes dedicarse a actividades no relacionadas con la
subsistencia. Como consecuencia, florecieron las artes, los trabajos manuales, así como
complicados rituales sin parangón en Norteamérica
En la costa del noroeste norteamericano, la cultura de la recolección o de forrajeo
prosperó gracias a las peculiares condiciones del ambiente natural. De este a oeste,
metida entre el océano Pacífico por un lado y las montañas costeras de la Columbia
Británica y las Cascadas de Washington y Oregón por el otro, raras veces esta cultura
se expandía más allá de los 150 kilómetros hacia el interior desde la costa. Aquí, el
océano, calentado por la corriente del Japón, humedece y entibia los vientos y en el
invierno las montañas impiden el paso de casi todo el aire frío del interior e intensifi-
can al mismo tiempo la precipitación: al elevarse y acercarse a las montañas los vientos
húmedos del océano se enfrían de tal modo que su humedad se condensa y cae. De esta
manera, un manto de vegetación cubre la faja al oeste de las montañas, en tanto al este
se halla el desierto.

82 Claiborne, Robert, Los primeros americanos (I). óp. cit., p. 67.

El Arcaico | 93
Durante el período Arcaico, toda la región estuvo densamente cubierta por árbo-
les, propiamente con una pluviselva, con características parecidas a las existentes en las
zonas templadas del mundo. Era una extensión húmeda, cubierta profusamente de abe-
tos, pinos y cedros que alcanzan una altura de 45 a 60 metros, sobrepasados en altura
por el pino de Oregón, de hasta 75 metros. En los límites de este bosque, siempre verde
y casi impenetrable, abundaban moderadamente animales de caza como el venado, el
anta y diversas variedades de oso; en las partes más altas, se concentraba la cabra.
En la costa, el mar constituía una reserva muy rica pues suministraba ballenas,
marsopas, focas, leones marinos, nutrias marinas, hipoglosos de hasta 250 kilos, y
esturiones de hasta 500 kilos. También había cardúmenes de arenques, así como un
pez extraordinario: el pez candela o eulacón, muy aceitoso al secarse, por lo que bas-
taba ponerle un pabilo para que sirviera como mecha de una vela. Al bajar la marea,
los habitantes de la región podían recoger almejas gigantes, con seis de estas se podía
alimentar una familia numerosa. Por otro lado, durante la primavera y el otoño la zona
se inundaba de aves acuáticas migratorias, las cuales eran atrapadas de muy diversas
maneras, especialmente con el empleo de redes.
Los ríos constituían también un rico recurso. Hasta siete veces al año, en el desove,
las aguas se llenaban de salmones plateados y saltarines que podían pescarse a toneladas
con lanza, red o trampas, y luego se secaban y ahumaban para su uso posterior. Gracias
a estos ricos recursos, ninguna de las poblaciones que ocuparon estos territorios pasó
hambre, ni siquiera durante los meses de invierno, tan difíciles para los habitantes de
otros pueblos como los del desierto del suroeste de Norteamérica.
Por lo general, los habitantes de la costa del noroeste norteamericano se asentaron
en una buena parte de la costa y su vida estuvo orientada especialmente hacia el mar,
una orientación favorecida por una topografía del terreno predominante en todos los
territorios de la zona costera: desde Puget Sound, hacia el norte, las montañas se elevan
de manera muy escarpada desde el mar. La costa se encuentra cortada por profundos
fiordos, tallados por los glaciares de la época de los hielos, cuyos restos todavía se
encontraban en proceso de deshielo a principios del siglo XX. Frente a la costa se sitúa
una serie de islas de muy diverso tamaño, desde pequeñas hasta grandes como la isla de
Vancouver, que mide 460 kilómetros de largo. Debido a las difíciles condiciones de la
geografía, la mayoría de las comunicaciones se hacía por medio de barcas que realiza-
ban una navegación de cabotaje, al tiempo que se explotaban los recursos marinos.
Hace unos ocho mil años que en el río Columbia inferior, entre Washington y
Oregón, y en las cercanías de la desembocadura del río Fraser, en la actual Columbia
Británica, prosperó una primera comunidad especializada en la caza de focas y de
otros animales terrestres. No obstante, no fue sino hasta aproximadamente 1000 a. C.,
que llegó a su máximo desarrollo la explotación del enorme potencial alimentario de
esta región, que se mantuvo hasta alrededor de los siglos XV y XVI. En dichos siglos
se consolidó un modo de vida especializado en la obtención máxima de los recur-
sos disponibles para los habitantes de la zona. Aparentemente, fue esta una cultura

94 | Parte III
emparentada con los ancestrales esquimales, descendientes de pueblos relativamente
recién llegados desde Asia, los cuales simultáneamente fueron creando una cultura de
caza marina en el extremo norte del continente americano.83
Los indígenas del noroeste desarrollaron una cultura propia, que se sustentó en
la riqueza del ambiente, que no solo proporcionaba abundancia de alimentos, sino,
también, materias primas que podían aprovecharse para muchos propósitos tanto utili-
tarios como artísticos. Uno de los más importantes recursos era la madera, en especial
la que provenía del cedro amarillo y rojo, muy duradero, pero blando para ser trabajado
con hachuelas y formones de piedra y hueso. Los indígenas de la región fabricaron con
la madera, la fibra y la corteza machacada de los árboles, bellos objetos, tales como
baúles, mesas, entre otros utensilios. También elaboraron útiles canoas de muy diversos
tamaños, algunas de hasta 18 metros de largo, empleadas en el comercio, la guerra y
las visitas ceremoniales.
Uno de los más importantes usos que se les dio a los troncos de los árboles fue la
elaboración de los característicos postes totémicos de este pueblo. Labrados con figuras
de hombres, animales y seres sobrenaturales, los altísimos postes se erigían para honrar
a los jefes muertos, señalar las tumbas de personajes importantes, o bien, recortados
en su base se les empleaba como puerta de entrada de las casas. Las viviendas también
eran construidas de madera, obtenida de los troncos de los árboles cortados en tablones
utilizando cuñas; se trataba de hermosas casas rectangulares, de unos 18 metros de
largo por unos 15 de ancho y con un techo apoyado en enormes vigas de cedro. Algu-
nas de estas casas eran desmontables y podían ser de nuevo levantadas en otras partes.
Por lo general, los pueblos pescadores establecían una armazón de casa en distintos
lugares, en tanto las paredes de tablones y el techo podían fácilmente ser desmontados
para ser trasladados a otros sitios de pesca a orillas de los ríos.
Los baúles o cajas de madera eran fabricados con tablas cortadas y pegadas con
clavijas; tenían tapas, alisadas con arenisca o abrasivo de piel de tiburón; por lo común,
eran luego pintadas o talladas con diversas figuras de fina ejecución. En ellas se
guardaba todo tipo de objetos. Además, con trozos de cedro, se fabricaban máscaras
ceremoniales que tenían partes móviles lo que permitía abrir la boca y dejar ver otra
máscara interior.
La corteza del árbol de cedro era particularmente importante para muy diversos
usos. Estas resistentes fibras se usaban para tejer mantas, fabricar esteras para cubrir
las paredes y pisos de las casas, cestas para transportar peces o inclusive, cestos imper-
meabilizados con resina, que se convertían en vasijas para cargar agua. Pero no solo la
madera era importante; por ejemplo, el cuerno de un ovino montés se empleaba para la
fabricación de cucharas e incluso un tipo de vaso, por medio de una técnica con vapor
que permitía volver maleable el cuerno.

83 Ibíd., p. 68.

El Arcaico | 95
El Arcaico en otros territorios de Norteamérica

En el norte del continente americano, la retirada de los hielos permitió la ocupa-


ción de la zona que quedó dividida en dos hábitats. Por un lado, la tundra, donde se
asentaron con posterioridad los esquimales; por otro, el bosque boreal, donde vivieron
los grupos atapasco y los algonquinos. El poblamiento de esta zona se inició hacia el
7000 a. C., con gente del llamado Complejo de microláminas del Ártico. Esta cultura se
extendió por el Pacífico, por los bordes del continente asiático y americano. Gracias al
aprovechamiento de los recursos marinos y terrestres, estos pueblos lograron adaptarse
a las difíciles condiciones del norte del continente americano, aunque no llegaron a la
especialización alcanzada por los esquimales.
En la actualidad, las poblaciones de estas regiones comparten tradiciones cultu-
rales del área circumpolar del norte de Asia, tales como los trajes ajustados y el trineo
tirado por perros.
Todas estas poblaciones dependían de la cacería para su subsistencia; tanto los
esquimales de la tundra y de las costas del Ártico, especializados en la caza de mamí-
feros marinos, como los cazadores de los bosques del Canadá que cazaban el caribú o
reno salvaje.
En el este de Estados Unidos, la población se adaptó a las nuevas circunstancias,
basando su alimentación en la cacería de cérvidos, osos, pavos, zarigüeyas, mapaches,
entre otras especies, así como en la recolección de productos vegetales y en el aprove-
chamiento de los recursos fluviales y marinos. Hacia el 4000 a. C., existían ya asenta-
mientos permanentes. En Kentucky se encontró una gran necrópolis con más de mil
enterramientos, en algunos de los cuales (un 4 por ciento) aparecieron piezas de cobre y
conchas originarias del golfo de México; es decir, a más de 1.200 kilómetros de distan-
cia. De allí que se denominara esta cultura como Old Cupper Culture o Vieja Cultura
del Cobre. El cobre provenía del Lago Superior y se utilizaba para realizar puntas de
proyectil, hojas de cuchillos, hachas, arpones, elementos de ornato, entre otros uten-
silios. Sin embargo, el cobre fue trabajado de igual manera que la piedra; se calentaba
y posteriormente se martillaba. No se trató de una cultura metalúrgica propiamente
puesto que no se fundió el metal.

Consecuencias de la difusión de la agricultura


en los pueblos recolectores y cazadores de Norteamérica

Los pueblos arcaicos de Norteamérica recibirían más tarde los aportes culturales de
la región de Mesoamérica, en especial, los cultivos desarrollados en esta área cultural.
Fue así como los habitantes de la región conocida como el suroeste llegaron a depender

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del cultivo de maíz y otros granos, lo que les permitió vivir en poblados permanentes.
Esta región abarcaba parte del estado de Sonora, así como las montañas de Chihuahua
en México y en Estados Unidos, el sur de Arizona y partes de Nuevo México.
Igualmente, la agricultura mesoamericana se extendió hacia el noreste de Esta-
dos Unidos actuales, donde conformó el área cultural de los cultivadores del este de
Norteamérica que ocupaba toda la región al este de las Grandes Planicies, excepto las
zonas frías septentrionales, donde no era posible la actividad agraria.
Todas estas sociedades con desarrollos agrícolas tuvieron lugar milenios más tarde
de los inicios de la agricultura en Mesoamérica; solo después de que las plantas origi-
nales de Mesoamérica evolucionaran genéticamente hasta devenir en plantas capaces
de adaptarse a las muy diferentes condiciones climáticas de su lugar de origen. Estos
desarrollos culturales en el área templada de Estados Unidos permitieron la confor-
mación de una organización socio-política similar, en cuanto a número de habitantes y
división social del trabajo, a los cacicazgos que se originaron en Mesoamérica y en otras
regiones del intertrópico americano. Pero este tipo de sociedades surgió muy tardía-
mente respecto de los primeros cacicazgos en Mesoamérica, los cuales se conformaron
con el primer desarrollo agrícola de América.
El desarrollo de la agricultura en Norteamérica estuvo limitado a las áreas señala-
das, pero en el resto, en especial en el extremo norte del continente, así como a lo largo
de la costa del Pacífico, se mantuvieron las economías de captación hasta el arribo de los
europeos. Es decir, todas estas sociedades mantuvieron modos de vida similares a los
del precedente período Arcaico, aunque lograron mejorar sus técnicas de captación.

El Arcaico en Mesoamérica

En las tierras altas de México, al desaparecer la megafauna, las poblaciones que


ocupaban este territorio desarrollaron un modo de vida basado en la recolección inten-
siva de semillas y raíces de plantas silvestres, así como en la caza de animales más
pequeños y solitarios; es decir, que no se desplazaban en manada como los bisontes.
Tanto en su economía como en el patrón seminómada de ocupación del territorio,
los habitantes de la región de las tierras altas de México de este período se asemejaron
a los indígenas que en dichos años ocupaban la Gran Cuenca de lo que es actualmente
Estados Unidos. En realidad, por lo menos circa del 7000 a. C., un modo de vida
semejante se extendía desde el sur del actual estado de Oregón hasta el sureste de
México. En todo ese amplio espacio territorial, los humanos basaban su subsistencia
en la caza de grandes animales, a lo que se sumaba la recolección de plantas y semillas.
Dos milenios más tarde; es decir, hacia el 5000 a. C., en las planicies norteamericanas,
sus pobladores continuaron con su modo de vida de cazadores, gracias a que allí se
mantuvo el bisonte. Por el contrario, en las tierras altas de México, donde este animal

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