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DAR LA PALABRA
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN:
-USO LA EXPRESIÓN “DAR LA PALABRA” EN EL SENTIDO DE
COMPROMETERSE CON LO QUE UNO DICE. La oratoria como “acto de
habla” en el sentido de Austin y Searle, es decir, como un hablar-actuar, porque
se pretende influir en quien escucha.
-Voy a referirme a la oratoria en su dimensión filosófica, dejando de lado su
dimensión jurídica o política (oratoria jurídica o forense, deliberativa o política
y epidíctica, demostrativa, o de encomio o vituperio)
-Los problemas filosóficos que plantea la oratoria: pensamiento y lenguaje,
lenguaje y realidad, lenguaje y verdad, tipos de lenguaje, el ser humano y el
lenguaje.
2. ¿QUÉ ES LA PALABRA?
2.1. SU FUNCIÓN: CONCEPTUAL Y METAFÓRICA
2.2. SU EFECTO: ES UN FARMAKON: USO BENÉFICO Y MALÉFICO
-CONTENIDO
-VERACIDAD
-CLARIDAD Y SENCILLEZ
INTRODUCCIÓN:
“Todo está en la palabra…Una idea entera se cambia porque una palabra se cambió de
sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y
que le obedeció…Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que
se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser
raíces…Son antiquísimas y recientísimas.”1
2. ¿QUÉ ES LA PALABRA?
a. SU FUNCIÓN:
-Es un átomo semántico: la unidad mínima de significado.
-Esa función semántica puede ser doble:
a) Fijar y definir el significado: el concepto.
b) Trasladarlo de lugar: la metáfora.
-La primera función es propia del lenguaje lógico-científico.
-La segunda es propia del lenguaje poético-literario.
1
Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, Seix Barral, Barcelona 1974, pág. 77.
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-La oratoria, por ser subjetiva, hace sobre todo este segundo uso de la
palabra.
(La Gran Retra o Legislación de Licurgo en Esparta a principios del siglo VII a.
J. C.)
“Cuando los hombres acuden a las armas, la retórica ha terminado su misión. Porque ya
no se trata de convencer, sino de vencer y abatir al adversario. Sin embargo, no hay guerra
sin retórica. Y lo característico de la retórica guerrera consiste en ser ella la misma para los
dos beligerantes, como si ambos comulgasen en las mismas razones y hubiesen llegado a
un previo acuerdo sobre las mismas verdades. De aquí deducía mi maestro la
irracionalidad de la guerra, por un lado, y de la retórica, por otro.” (JM, II, 15)
los sofistas, ya que a los jueces no les interesa tanto la verdad abstracta
como la verosimilitud, es decir, aquellos elementos válidos para cada caso
concreto. Se apunta aquí una de las discusiones básicas en toda la historia
de la retórica, la relación entre verdad y opinión, que marca
consecutivamente fases de auge y de decadencia de esta disciplina, sobre
todo en el siglo XIX.
claridad, la precisión y la pureza. Busca la armonía antes que nada: “Para él,
la retórica no es el aprendizaje de un trabajo, es lo que nosotros llamamos
¿cultura general?, y que el denomina “su filosofía”. En resumen, busca la
belleza y la verdad”. Para Berrio “se trataría de una nueva retórica que
buscaría unos objetivos capaces de ser defendidos éticamente y que,
además, fueran susceptibles de aplicación práctica”.
ROMA:
A través de la civilización griega la retórica llega al mundo romano, donde su
subsistencia se vincula a las diferentes formas de gobierno que se suceden.
Aflora con la república y se cierra en sí misma cuando ésta cae. Cuando no
hay formas democráticas de organización política, la retórica deja de
defender posturas reales de oposición y crece sobre sí misma con
ornamentos vacíos de sentido. La relación entre retórica y democracia la
específica claramente Kurt Spang al afirmar: "La retórica tuvo también sus
épocas de reclusión, de aislamiento forzoso, pues sólo se desenvuelve en un
clima de libertad, libertad de conciencia y de expresión. Donde hay tiranía
no hay retórica, al menos no existe la retórica dialógica, la que admite y
exige la réplica. El despotismo admite sólo la retórica afirmativa y
aduladora”
Una vez establecida la relación de la retórica con el sistema político
vigente, Spang analiza los tres exponentes más claros de este arte en el
mundo romano. En primer lugar, hay que hablar de la Rhetorica ad
Herenium, de autor desconocido, que introduce la concepción retórica
griega y la adapta a los cánones romanos con una finalidad académica. Es,
pues, el punto de partida para los posteriores desarrollos de la materia en el
ámbito romano. La segunda figura destacable es Cicerón (106-43 a.C.).
Según Kurt Spang, CICERÓN vuelve a reabrir el debate entre retórica y
filosofía, realizando una gran defensa de la retórica como arte
históricamente determinado, es decir variable en el tiempo y en el espacio, y
complementario de la filosofía. La aportación de este autor al corpus
retórico consiste en el análisis de las intenciones retóricas, que resume en
tres: delectare, docere y movere. Es decir, convencer para provocar la
acción, pero sin olvidar el gusto y el estilo. Estableció las cinco partes del
proceso de elaboración de un discurso: inventio o heuresis (búsqueda de los
argumentos favorables), dispositio o taxis (estructuración de dichos
argumentos en el discurso), elocutio o lexis (exposición clara, elegante y
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EDAD MEDIA:
De acuerdo con la postura de Spang, la desintegración del modelo
político romano marca el inicio de la decadencia progresiva de la retórica,
una decadencia que llegará hasta mediados del siglo XX. A partir de la Edad
Media, la retórica evoluciona dividida en dos: por un lado, la parte más
argumentativa y, por otro lado, la parte más elocutiva. La primera de ellas
entra en crisis desde un primer momento, lo cual favorece que la retórica
evolucione como un arte de la brillantez de la palabra sin ningún
fundamento filosófico o de sentido. La división entre estas dos partes
culmina en el Renacimiento. Durante estos periodos las aportaciones se
limitan a desarrollar a los clásicos.
RENACIMIENTO:
La retórica es reivindicada por los humanistas como una creación del
ingenio que representa otro modo de concebir la verdad: Luis Vives,
Gracián, Erasmo, etc.
EDAD MODERNA:
El racionalismo cartesiano rechaza la retórica como una forma menor de
conocimiento. Sólo la razón matemática es tomada como modelo de saber.
La retórica entra ya debilitada y cercenada en el siglo XVIII. A su
abandono (hasta la recuperación contemporánea) colaboran algunos
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SIGLO XX:
Cabe agrupar las tendencias retóricas del siglo XX en dos grupos, según
si se fijan más en aspectos estilísticos o en contenidos argumentativos. De
esta manera, existe, por un lado, la retórica literaria, de inspiración
estructuralista, que parte de problemas literarios y/o lingüísticos, y reduce
esta materia al estudio de las figuras de estilo, pues considera que la retórica
no tiene ninguna finalidad. Jean Cohen, Roland Barthes, Gerad Gennette y
el Grupo de Lieja, entre otros, son autores que se situarían en esta línea. Por
otro lado, en el otro extremo se encuentra la teoría de la argumentación,
con Chaim PERELMAN como figura clave. En esta tendencia el punto de
partida es un problema filosófico (de aquí que algunos autores la denominen
retórica filosófica): la existencia de una lógica de los valores. Para Reboul
“El gran descubrimiento del Tratado de la Argumentación —el término
descubrimiento comporta un presupuesto, que nosotros asumimos— es
que, entre la demostración científica y la arbitrariedad de las creencias,
existe una lógica de la verosimilitud que ellos denominan la
argumentación y que conectan con la antigua retórica”.
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4. LA RETÓRICA HOY
-Esta historia de la Retórica presenta una tensión constante entre
Retórica y Metafísica: la Retórica es antimetafísica y la Metafísica es
antirretórica: Los Sofistas y Platón, los humanistas y Descartes, Nietzsche
y Husserl.
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-ÉTICA: la palabra como algo humano, como un acto de habla en que los
enunciados constituyen acciones, una acción que pide la confianza del
que escucha y que, por tanto, compromete al orador, porque hablar ante
los demás es “dar la palabra”.. La palabra supone un COMPROMISO.
Según Aristóteles se puede persuadir por predisponer al oyente de alguna
manera (manejar sus emociones), por el contenido del discurso y por el
talante del que habla: auctoritas. En esta concepción de la palabra se
trata de persuadir por auctoritas, tal y como afirma Aristóteles en su
Retórica:
“Se persuade por talante cuando el discurso es dicho de tal forma que hace al
orador digno de crédito. Porque a las personas honradas las creemos más y con
mayor rapidez, en general en todas las cosas, pero, desde luego, completamente
en aquellas en las que no cabe la exactitud, sino que se prestan a duda; si bien es
preciso que también esto acontezca por obra del discurso y no por tener
prejuzgado cómo es el que habla. Por lo tanto, no es cierto que, en el arte, como
afirman algunos tratadistas, la honradez del que habla no incorpore nada en
orden a lo convincente, sino que, por así decirlo, casi es el talante personal quien
constituye el más firme medio de persuasión” (pág. 38).
“Sobre la claridad he de deciros que debe ser vuestra más vehemente aspiración”. (JM,
I, 325)
“Cuando se ponga de moda hablar claro, ¡veremos!, como dicen en Aragón. Veremos lo
que pasa cuando lo distinguido, lo aristocrático y lo verdaderamente azañoso sea
hacerse comprender de todo el mundo, sin decir demasiadas tonterías. Acaso veamos
entonces que son muy pocos en el mundo los que pueden hablar, y menos todavía los
que logran hacerse oír” (JM, I, 203).
Y sencillez: “Yo os aconsejo que habléis siempre con las manos en los bolsillos.”
(JM, I, 229)
RETÓRICA Y LIBREPENSAMIENTO
ORATORIA Y DIÁLOGO
Don Antonio defiende una ética dialógica, tal vez la más completa de cuantas
conozco, que propone una triple forma de diálogo: el diálogo racional
representado por Sócrates y Platón, el diálogo cordial representado por la figura
evangélica de Jesús y el diálogo entre creencias contrapuestas representado en
el Quijote de Cervantes por Don Quijote y Sancho Panza. Para Machado hay una
historia del diálogo y sus diversas formas que parte de Platón, pasa por el Cristo,
como él suele llamarle, y llega hasta Cervantes. Sobre los dos primeros dice
“Sólo Platón y el Cristo supieron dialogar, porque ellos más que nadie creyeron
en la realidad espiritual de su prójimo” (OM, III, 1795). Y en el Juan de
Mairena añade: