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Manolo Caracol
MANOLO CARACOL.- Nombre artístico de Manuel Ortega Juárez,
heredado de su padre, Sevilla, 1909 – Madrid, 1973. Cantaor.
Conocido en sus principios como Niño de Caracol. Tataranieto de El
Planeta por parte materna, biznieto de Enrique El Gordo Viejo y
Curro Durse, nieto de El Águila, sobrino nieto de Paquiro, Enrique El
Gordo, Rita Ortega Feria, Manuel Ortega Feria, Chano Ortega Feria,
Gabriela Ortega Feria, Carlota Ortega Fernández, Rita Ortega
Fernández y del torero El Cuco, tío de Gabriela Ortega Gómez,
primo de El Almendro, Carlota Ortega Monje, Rafael Ortega Monje y
Rafael Ortega Morales, hijo de Caracol, padre de Lola Ortega
Gómez, Enrique Caracol, Manuela Ortega Gómez y Luisa Ortega
Gómez, y suegro de Arturo Pavón y Maruja Baena.

Se inició desde muy niño en su arte, obteniendo en 1922,


compartido en El Tenazas, el primer premio del célebre Concurso de
Cante Jondo de Granada, organizado por Federico García Lorca y
Manuel de Falla, en el que don Antonio Chacón fue presidente del
jurado, cuando contaba doce años de edad. Seguidamente se
presenta en su ciudad natal, alternando con el mismo El Tenazas, en
el Teatro Reina Victoria. Volviendo a este mismo teatro un mes más
tarde, después de otras actuaciones en varias ciudades españolas,
para cantar junto a don Antonio Chacón. Este mismo año debuta en
Madrid, en el Teatro Centro. Al año siguiente realiza una gira por
toda la geografía española, alternando con Don Antonio Chacón,
Manuel Torre, El Gloria, Manuel Centeno Y otras primeras figuras de
la época. En 1925, continúa su recorrido por toda España y canta en
Madrid, en el Teatro Pavón, en compañía de La Niña de los Peines,
Pepe Marchena, El Cojo de Málaga y otros destacados intérpretes,
en un concurso de cante. En este mismo escenario volvió a cantar
en 1926. Continuaron sus giras en diversos elencos, entre ellos el
encabezado por él y Manuel Torre, en 1929. Formó el espectáculo
Luces de España, en 1930, con La Niña de los Peines, Custodia
Romero, Rafael Ortega Monje y Pastora Imperio.

Después de unos años, a partir de los primeros treinta dedicado a


las reuniones y fiestas íntimas, terminada la guerra civil, toma parte
en el espectáculo Cuatro faraones, en unión de El Sevillano,
Juanito Valderrama y Pepe Pinto, que alterna una temporada con el
elenco de Concha Piquer. Formó pareja, en 1943, con Lola Flores,
presentando el espectáculo Zambra, de Quintero, León y Quiroga,
con el que, partiendo de Madrid, viaja por toda España durante
varios años, hasta 1951, en loor de multitudes, convirtiéndose en el
artista flamenco más popular, especialmente por sus zambras y
otros cantes a orquesta y la difusión de sus grabaciones, creando
auténtica escuela. Después de una gira por América con Pilar
López, en 1951, estrena el espectáculo La copla nueva, para
presentar al público a su hija Luisa como cancionista y cantaora,
después de una gran velada en la Parrilla del Hotel Cristina de
Sevilla, en la que participaron un gran número de primeras figuras
del flamenco. Color moreno, Arte Español y Torres de España,
son los títulos de los espectáculos en los que participa con su hija
hasta 1957. 1958, es un año importante en su trayectoria artística,
por la salida de su antología discográfica Una historia del Cante,
con comentarios del profesor Manuel García Matos, y su gira por
toda América hispana, que se prolonga tres años. A su vuelta es
recibido en el aeropuerto de Barajas por un numeroso grupo de
artistas y aficionados portando pancartas de admiración. En 1961,
actúa en el Teatro Calderón de Madrid, cantándole a Pilar López, en
una función especial, y se estrena el espectáculo La copla ha
vuelto, con Luisa Ortega y Arturo Pavón.

Al año siguiente, canta en el tablao madrileño Torres Bermejas en


compañía de sus hijos. Inaugura, en 1963, el día 1 de marzo, su
tablao Los Canasteros, en Madrid, con un elenco artístico de
primera categoría flamenca, en el que figuraban entre otros los
siguientes artistas: Carmen Casarrubios, Curra Jiménez, La Polaca,
su hija La Caracola, María Vargas, Trini España, La Perla de Cádiz,
Gaspar de Utrera, Melchor de Marchena, Orillo, Paco Cepero y
Terremoto. Desde esta fecha, su trayectoria artística se desarrolló en
su tablao, con actuaciones especiales junto a los miembros de su
familia en acontecimientos flamencos y algunos festivales y galas
benéficas. En 1965, se le concede la Medalla de Oro de la II
Semana de Estudios Flamencos de Málaga, tributándosele un
homenaje, en el que participaron un gran número de escritores y
artistas, entre ellos Pastora Imperio y Pilar López. Un año después,
en el Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera, la Junta Oficial de la
XIX Fiesta de la Vendimia, le ofreció un homenaje, haciéndole
entrega de una placa conmemorativa de manos del cantaor y
flamencólogo Amós Rodríguez Rey, quién glosó el arte y la
personalidad del homenajeado. En esta misma ciudad, en 1969, se
le impuso la insignia de la Orden del 'I'ío Pepe de Oro, y en Madrid,
durante una cena homenaje, con asistencia de personalidades de
las letras y las artes, le es otorgada la Orden de lsabel la Católica.

En 1970, es nombrado Popular del diario Pueblo, recibe un


homenaje en Sevilla, donde actúa con gran éxito, y se le dedica el
Festival de Bornos. Grabó su último disco en 1972, al cumplirse el
cincuentenario de su vida artística y en el que incluyó su fandango
de despedida. En Chiclana de la Frontera, en 1973, se le tributa un
nuevo homenaje, dedicándosele la fiesta El Pescado a la Teja,
estando el ofrecimiento a cargo del escritor Jesús de la Cuevas.
Falleció en accidente de automóvil, el 24 de febrero de 1973. Su
entierro constituyó una gran manifestación de duelo, con asistencia
de autoridades, artistas y aficionados tanto de Madrid, como de
diversos lugares de España. Este mismo año, fueron dedicados a su
memoria los festivales flamencos de distintas ciudades andaluzas,
entre ellos los de Utrera y Granada y los Cursos Internacionales de
la Cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera y su Fiesta de
la Bulería, y en Mijas (Málaga), se rotuló una calle con su nombre.

Cantaor largo, como se demuestra en su amplia discografía, tenía a


orgullo haber dignificado el arte flamenco con su versión teatral del
mismo. Participó en las películas cinematográficas Un caballero
famoso y Jack El Negro y protagonizó con Lola Flores las tituladas
Embrujo y La Niña de la Venta. Los poetas le dedicaron
numerosas composiciones, destacando entre ellas los poemas
escritos en su honor por Antonio Murciano, Rafael de León, Félix
Grande, Antonio Hernández, Manuel Ríos Ruiz y Manuel Benítez
Carrasco. Entre las amplias opiniones que se han expuesto y escrito
sobre su personalidad artística, seleccionamos las siguientes:
Anselmo González Climent: «Manolo Caracol está casi desligado de
toda externidad amable. Va directamente al rajo angustioso y denso
del jipío. Nada de flatus vocis al uso operista. Parece cante de
aljamía. Sin embargo, hasta sus locuras conservan un hálito
afiligranado de gracia plástica. Con el sólo ejemplo de Manuel
Caracol se puede hablar de lo que buenamente puede entenderse
por perfección flamenca. Siendo historia, y de lo mejor, Manolo
Caracol es ante todo vida fluyente, devoradora... Sus jipíos -enteros,
viriles, verosímiles- son negras bocanadas de jondura que atraen e
incluso anonadan. Caracol infunde a la totalidad expresiva un
sostenido impulso de jondura y de desgarro vital». Gregorio
Corrochano: «¡dichosos los que saben rezar cantando, como
Manolo Caracol!». Antonio Murciano: «El cante de Manolo Caracol
está hecho mitad de sombra y mitad de luz y su eco, único y
gitanísimo, deja en los aires el llanto de la noche de los tiempos y el
recuerdo del grito del primer día del mundo. Su voz me escalofría,
me hace llorar, reír, morir y vivir. Me honro con su amistad y,
flamencamente, me considero caracolero hasta los tuétanos». Don
E. Pohren: Para nosotros es en la reunión, en la fiesta, en el
esplendor de la juerga, es donde mejor se aprecia el eco
aguardentoso y el rajo de la garganta de Caracol en sus gitanas
entregas por siguiriyas, soleares, bulerías, tangos y martinetes,
hasta que él y sus amigos quedan transportados por la emoción. Es
durante estas sesiones donde Caracol permite recorrer en libertad a
su genio en una demostración sin precio de lo que es real y
verdaderamente el cante gitano». Carlos Murciano: «Ha pasado
medio siglo. Sigue en pie el hombre. Sigue en pie -de pena, de
embrujo- la voz. Manolo Caracol canta. Es un niño de once años. Es
un hombre muy viejo, sin edad. Es una voz tan sólo. Una voz muy
antigua, ensolerada, con duende, con esos sonidos negros con que
Manuel Torre deslumbraba a Federico, el poeta... Manolo Caracol
canta y el duende le asoma por la reja de los dedos o por el balcón
de un tercio que se afila de pronto o por la azotea de un grito que se
troncha al nacer estremecedoramente. Llora la voz madura del
gitano, que ayer se adelantaba -niña- en intuiciones y hoy se tensa y
se carga de nostalgias, de entrañables ausencias». Julio Mariscal:
«La voz de Manolo Caracol es como un gran sauce de luces y
sombras, de alegrías y de penas; Una voz ancestral, única, distinta;
una voz para el recuerdo». Juan de la Plata: «Y canta. Y cantó con
esa voz suya, con ese eco tan suyo, tan antiguo, tan flamenco, tan
gitano, tan único. Eco de Caracol, de caracola marina, sonando a
maravilla por siguiriyas, por fandangos, por malagueñas, por
bulerías». Manuel García Matos: «En la interpretación del auténtico
y serio cante flamenco, Manolo Ortega, resitúa las hondas
expresiones de este arte excepcional en el cimero y difícil punto a
que las llevaron los más conspicuos maestros de la edad áurea de
dicho arte... Pedidle sólo que os entone un simple y breve ¡ay!
flamenco; veréis fluir de su garganta la onda llameante y
estremecida de un sollozo que os penetra y conmueve, aunque no
queráis. Sensible en grado máximo para el flamenco cante, casi no
sabe emitir palabra del mismo sin poner en ella calor vital de
emoción muy sentida. De esta forma, sus interpretaciones de lo
flamenco son siempre vividas y crepitantes, al par que de una
expresividad sobrecogedora... Respetando sabiamente las líneas
melódicas de los cantes, lo que en ellas debe ser considerado como
fundamental e intangible, las amplía y hermosea con agregaciones
de motivos, adornos y rasgos de estilo personal, que en algunos
casos imprimen a los cantes una fisonomía de apariencia nueva.
Estos añadidos siempre resultan recreadores, inspirados y cargados
de sentido. De continuo traducen latidos del sentimiento o bien
refuerzan la expresión, haciéndola más intensa e incisiva. Efectos
semejantes únicamente pueden y saben producirlos los intérpretes
superdotados. En este terreno, Manolo Caracol no ha sido jamás
superado por nadie». Manuel Díaz Crespo: «El cante de Caracol es
un cante de inspiración. Como lo fue el de Manuel Torre, aquel
jerezano sabio que tenía tanto de faraón. Hasta tal extremo esto de
la inspiración es cierto, que Manolo Caracol espera al duende, como
el torero espera al toro. Sale el cantaor al tablao como el matador
sale al ruedo, sin saber cómo va a embestirle el toro. En este
sentido, Caracol espera al duende. ¿Por dónde me va a salir?, se
pregunta... Caracol improvisa sobre la marcha. Lo cita, acude y le da
sus tamices al compás de los tercios de cada cante. Hasta tal
extremo que Caracol improvisa hasta la letra». Julio Coll:,«Han oído
alguna vez a Manolo Caracol cantando fandangos? Si no lo ha oído,
hágalo enseguida. Escuchen atentamente su entrada y descubrirán
que no hace falta mucha erudición para especular sobre el origen
moruno de los cantes grandes del país de la Macarena. Su forma de
respirar y de decir, cuando dice conteniendo la respiración; la forma
de soltar las palabras en medio del ahogo de sus ayes, que son una
delicia dramática de bueno y sofocante cantaor. Hay mucho sol de
patio andaluz en su cante. Ese sol oblicuo que recorta la sombra
como un gran trazo negro... Manolo Caracol es mi gran tipo como
artista... ¿Y su malagueña? Cuando Manolo adelgaza la voz y le da
como una curva descendente a su cante, para pronto reconciliarse
con la guitarra en un alto empujón en forma de espiral -esa es la
sensación-, sus malagueñas son una delicia. Y cuando entra por
tientos, con el fino, tiento de su gran clase como cantaor, Manolo
Caracol pone la piel de gallina. Cañas, soleares y bulerías,
acompañadas por la guitarra de Melchor de Marchena, cuyo son
tiene la calidad de un bajorrelieve, Manolo Caracol deja el vivo
recuerdo de su gran valía... Desgarrada, fosca, quebrada y
refulgente -que todos los adjetivos son aplicables a ese genio del
cante-, la marca de Caracol es indeleble. Su voz personalísima, su
(¡eje inconfundible y su forma de agarrar el aire para entrar en el
cante de la marca que sea, hacen de él una pieza única y muy
destacada. El famoso Iiiiu, iu, iiiu, iu, iiiiu.../ liiiiiiiiuuuu... de su famosa
caña, es algo que se recuerda con admiración. Gran improvisador,
Manolo Caracol tiene siempre a punto la inspiración para redondear
los giros, para remachar con los clavos de su instinto de cantaor las
más amplias acometidas de su fuelle para sostener la voz en el aire
sin caída, en un volatín casi circense, amparándose siempre en sus
fabulosas facultades, tanto físicas como sentimentales. Porque
Caracol no es frío, ni académico, ni clasicista. Es el gladiador del
cante que entra en él como en un circo romano, dispuesto siempre a
la lucha con los duros leones de los duros de oído o flacos de
sensibilidad... Manolo Caracol es la figura indiscutible de ese arte
que se rompe y rasga en cuanto uno lo acomete sin autenticidad,
hecho de aire, de ronquera, de desgarro, y que tan bien le sienta al
hondo ahogo de esa voz que pasará a la historia». Tico Medina:
«Bastaba que abriera la voz ronca aquel hombre ancho -no del todo
bien conocido por todos-, espléndido en la noche, amador de la vida
y la amistad, para que, aunque fuera como un silbo vulnerado, como
un alarido o como un suspiro, la carne iluminada del cante diera su
fruto y su forma. Sabía romper el molde de todas las coplas. Cantó
el folklore popular andaluz como nadie. Su Sarvaora -una mano
levantada; la del anillo; la otra, en la pierna, a la altura militar de la
raya del pantalón, está en las antologías de la copla del Pueblo, la
que no se agota, ni se acaba>,. Agustín Gómez: «Caracol, al
contrario que Mairena, no fue un luchador; buscó siempre la
pendiente para dar curso a su caudaloso río. Prefirió el escenario del
teatro al cuarto de cabales porque en su compleja personalidad
artística había un actor que no podía callarse, un actor potenciado
por su genio flamenco... Lo de Caracol para unos pocos, que
pueden no ser los más entendidos pero sí los de más poder
adquisitivo en cuanto a sensibilidad flamenca, los sibaritas de la
buena mesa, los que prefieren el bocado exquisito dejándose en el
plato la lechuginada que, en mesa de gran lujo, acostumbra a
acompañarle». Manuel Ríos Ruiz: «Es posible que Manolo Caracol
sea la culminación de la dinastía cantaora más importante de la
historia del flamenco, la que deviene de El Planeta y se engendra
con el cruce de los descendientes de Curro Durse y El Gordo Viejo.
Una sangre más destilada en lo flamenco no la hubo nunca y
difícilmente será posible la repetición del fenómeno. Caracol, por lo
tanto, llevaba el cante más en la sangre que en la cabeza. Su
naturaleza espiritual y física no conocía otra fisiología que lo
flamenco, De ahí que fuera su prototipo. Cantaba flamenco porque
vivía en lo flamenco. Nunca tuvo que pensar en el cante, porque se
creía el cante mismo. Todo lo había aprendido sin darse cuenta, sin
saberlo, por ello lo asumió de forma tan natural que lo había
olvidado y por tal causa lo improvisaba a cada tercio. De todo el
cante de su ralea hizo el suyo sin esforzarse lo mis mínimo. Lo que
pasa es que lo sentía tanto en su corazón que al plasmarlo tornaba
el cante su figura. Por otra parte, su voz era la idílica para el cante. 0
sea, la voz que la imaginación popular había creado, la voz cantaora
por excelencia. Y él la acompañaba con su porte. Ninguna otra
presencia le ha prestado a una voz mejor espejo y sostén. Fue un
intérprete que sin perder nunca de vista las lindes de su arte, supo
traspasarlas y seguir siendo jondo, genuino y puro por los atributos
de su genialidad. Su prematura retirada oficial, su pereza para
competir y su inclinación por no complicarse la vida, privó a los
aficionados de un posible contraste de sus maneras personales,
pero legítimas, con la ortodoxia a ultranza, lo cual hubiera sido muy
beneficioso para sacar conclusiones acerca de cuales son de verdad
los intrínsecos valores del cante, si el academicismo o la inspiración;
pues Manolo Caracol, aun en sus facetas de artista flamenco
popular con sus zambras orquestadas, que tanto mal hicieron al
cante, no por él, sino por la cantidad de malos imitadores que le
salieron, dejó siempre en sus interpretaciones el matiz de la
indudable jondura con el embrujo de su voz afillá. Junto a su
frivolidad profesional -cuyos motivos tal vez puedan justificarse-,
tuvo el gran mérito de ser personalísimo a la hora de cantar un
repertorio sumamente amplío, hasta situarse fuera de discusión por
tan discutido intencionadamente. A la hora de situar a Manolo
Caracol en los anales del flamenco, habría que ponerlo junto a
Silverio, don Antonio Chacón, Manuel Torre y Pepe Marchena, entre
los Maestros y los genios. Ya escribí en un poema que "el cante era
él y era una bomba". Y la bomba estallará, porque conforme pase el
tiempo más glorioso será su cante. Un cante tan heredado como
original y eso es un caso que muy pocas veces se ha dado desde
Tío Luis el de La Juliana hasta la fecha, pues para consumarlo hay
que ser un genio. Caracol lo era».

Datos extraidos del Diccionario Flamenco


de Jose Blas Vega y Manuel Rios Ruiz
Cinterco - 1985.

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