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Hacia el último tercio del S. XIX, nace la teoría del evolucionismo cultural y, con ella, la
ciencia antropológica anglosajona. La idea de evolución, es decir, el cambio paulatino de
las sociedades hacia formas considerablemente más perfectas, es mucho más antigua. Sin
embargo, es en el S.XIX cuando aparecieron, con las premisas y la lógica de la Ilustración,
distintas teorías evolutivas.
Son varios los motivos que hacen surgir esta teoría en este momento histórico. El clima
intelectual evolucionista de la época, con el desarrollo de la filosofía de la historia de
Hegel, el materialismo histórico de Marx y el evolucionismo biológico de Darwin, es uno
de ellos. La segunda revolución geográfica y colonial que tiene lugar en el S. XIX es otro
de los factores. La segunda expansión europea, realizada por los países que hicieron su
revolución industrial y como consecuencia de la misma. Tal revolución supone por una
parte, un nuevo contacto de occidente con culturas diferentes y extrañas y hace surgir la
necesidad de conocerlas para dominarlas. Por otra, aparece una ideología evolucionista con
el fin de legitimar la empresa colonial: los pueblos avanzados deben civilizar a los pueblos
primitivos, pues éstos tienen que recorrer el mismo camino. Se difunde la religión del
"progreso", como los conquistadores ibéricos difundieron el catolicismo.
EL EVOLUCIONISMO
Y aquí está el quid de la cuestión. Quienes quieren seguir siendo materialistas defienden
que la explosión y todo lo que ha venido después es un proceso sin ninguna lógica. Es
decir, que no hay ninguna mente detrás, que todo es fruto ciego del azar. Y niegan que la
evolución tenga ningún sentido. Es una apuesta por el absurdo. El argumento que le gusta
repetir a Benedicto XVI es que si el proceso es irracional, entonces la razón humana, que es
resultado de ese proceso, es fruto de la irracionalidad. Curiosa paradoja: una razón que
procede de la sinrazón. Esto recuerda el prólogo del Quijote y el argumento con el que se
volvió loco.
Pero hay que tener cuidado con este argumento. Si un día paseamos por el campo y
metemos el pie en un hoyo donde encontramos un tesoro; la casualidad explica que
encontremos el tesoro, pero no explica la existencia del tesoro. De forma paralela, la
casualidad ha podido tener un papel en la aparición de las formas superiores de la vida,
pero no las explica. La casualidad puede dar ocasión a que se manifiesten las leyes y las
estructuras del mundo, pero no explica las leyes y las estructuras del mundo. Esta es hoy la
cuestión más importante de la filosofía de la ciencia: la emergencia del orden y de las
propiedades. Para los que son creyentes, la existencia de orden y belleza en el universo es
una huella de la sabiduría del Creador. De un creador de las leyes y de las formas, que ha
creado el mundo contando también con el azar para desarrollarlo.
En este proceso, que pasa desde una explosión inicial de energía a la aparición de todas las
formas y las leyes de la física, a la formación de las peculiares condiciones de la tierra, a la
aparición de las formas de vida y al desarrollo de toda la escala hasta el hombre, ha habido
mucha casualidad. Pero las leyes, las formas, las estructuras, las propiedades y la razón
humana no se explican por la casualidad. Lo racional no se explica por lo irracional. La
razón no puede basarse en la sinrazón. La inteligencia tiene que basarse en la inteligencia.
La mentalidad de los creacionistas científicos se explica por la confluencia de tres factores.
Uno es el fundamentalismo protestante que interpreta la Biblia de modo excesivamente
literal y que, por tanto, fácilmente considera como científicas algunas informaciones que
deben ser entendidas en el contexto del estilo empleado en esas narraciones. Así, el obispo
anglicano de Armagh, Usher, a finales del siglo XVII, decidió, basándose en textos
bíblicos, que el mundo había sido hecho en el 4004 a. C., cálculo que debió de parecer poco
interesante a teólogos de mayor envergadura. Otro factor es la historia de los Estados
Unidos, que incluye contrastes ideológicos que se remontan a las causas y efectos de la
guerra civil y que no han desaparecido por completo. Y un tercero es que, de hecho, se
difunden tesis evolucionistas de tipo materialista y relativista, que se presentan como
científicas pero realmente son extrapolaciones injustificadas carentes de base científica. El
anti-evolucionismo es ya antiguo en grupos del Sur de los Estados Unidos. Después de la
guerra civil no se consiguió una unidad religiosa. Los del Sur acusaban a los del Norte de
estar infectados por un “espíritu liberal” que se manifestaría, por ejemplo, en afirmar, según
el “espíritu” y no la “letra” de la Biblia, que debía condenarse la esclavitud. El Sur perdió la
guerra, pero no estaba dispuesto a perder sus ideas, y se mantenía firme en convicciones
que parecían tradicionales frente a la laxitud de los del Norte.