Está en la página 1de 9

INTRODUCCIÓN

Mesoamérica
M e s o a m é ric a fue el fo co in telectu al y artístico de la civilización india.

Significó para el hem isferio am ericano lo que el valle del Nilo para Áfri­

ca, el archipiélago Egeo para Europa, y el valle del río A m arillo para el

Asia O riental. Hubo o tro gran cen tro de civilización en A m érica: los

Andes centrales del Perú y Bolivia, fo co de las refinadas y civilizadas cu l­

turas sudam ericanas; pero, n o obstante haber sido los andinos del cen tro

artesanos insuperables y excelsos artistas, los m esoam ericanos antiguos

alcanzaron cim as aún m ás extraordinarias en los cam pos científico y ar­

tístico. Sus logros en A stron om ía, có m p u to del tiem po, M atem áticas,

escritura jeroglífica y en artes m ayores tales co m o A rqu itectu ra, Esculo

tu ra y pintura m ural, con virtieron a M esoam érica en el cen tro cu ltu ral

indígena más im p o rtan te de este hem isferio.

Ha sido siem pre difícil m arcar las fron teras propias de las diversas

civilizaciones que florecieron alguna vez en el área incluida en tre el sur

de M éxico y Honduras, m ientras que, en N orteam érica, las culturas in ­

dígenas características se presentan bien delineadas, co m o unidades más o

m enos independientes, y determ inadas, en general, por zonas naturales

o geográficas. A rqueólogos e historiadores del arte usaron, en el pasado,

el térm in o vago y engañoso ‘M éxico y A m érica C en tral’, para am o n to ­


ARTE INDÍGENA DE MÉXICO Y CENTROAMÉRICA

nar, ju n tas, culturas co m o la m aya, la azteca y la to lteca. Sin em bargo,

el h ech o es que el n o rte de M éxico en caja cu ltu ralm en te en N orteam é­

rica, m ientras que la m itad de C entroam érica, desde N icaragua hasta

Panam á, pertenece a la tradición cu ltu ral sudam ericana. No fue sino

hasta h ab erse. efectuado un cuidadoso análisis de los rasgos exclusivos

de esta área, que se acu ñó el térm in o ‘A m érica m edia’ o ‘M esoam érica’

(K irchh off, 1943), diferenciándola cu ltu ralm en te tan to de N orteam érica

co m o de A m érica del Sur. M esoam érica in cluye el área abajo de los ríos

Pánuco y Lerm a en M éxico ; G u atem ala; El Salvador y H ondu ras; pero

sus influencias se d ejaron sentir a lo an ch o y a lo largo del C on tin ente,

hacia el n orte, el este y el s u r : hasta el valle del Mississippi y el suroeste

de los Estados Unidos, las A ntillas y A m érica C entral, y hasta tan aden­

tro en A m érica del Su r co m o Ecuador y, posiblem ente, Perú.

El d octor Alfred V. Kidder nos da u na definición sim ple de lo que

es M esoam érica: ‘ ...a q u e lla s porciones de M éxico y A m érica C entral

ocupadas, en tiem pos prehistóricos, por pueblos de culturas avanzadas

afines que gravitaban poderosam ente alrededor del aspecto cerem o n ial’.

Asienta, además, que el florecim ien to de la civilización m esoam ericana

se señala por la elaboración de artes y artesanías; por la intensificada

especialización regional, y por un trem en d o desarrollo de la arqu itectu ra

religiosa en la que va en vu elto el crecim ien to de un riquísim o cerem o ­

nial, posible gracias a las condiciones econ óm icas favorables a la utiliza­

ción de grandes cantidades de trabajo en actividades no estrictam ente

esenciales. (Kidder, Jennings y S hook, 1946.)

Un vistazo a los rasgos exclusivam ente m esoam ericanos ilustra acer­

ca de la com plejidad de esta gran civilización. T o m em os, por ejem p lo,

el uso de calendarios astronóm icos m uy precisos; los com plicados sis­

tem as de escritu ra jeroglífica y n u m erales; los libros doblados co m o

biom bos para sus tratados religiosos (códices), anales históricos, alm a­

naques v m ap as; la im p o n en te arqu itectu ra eon el uso preferente de


INTRODUCCIÓN

piedra, estuco y co n creto , de techos de bóveda, m urales al fresco, grandes

escalinatas y juegos de p elo ta; la utilización del hule y del ch ap o p o te;

las desarrolladísim as técnicas para tallar la piedra y pulir piedras sem i-

preciosas tales co m o jade, obsidiana, am atista, ópalo y cristal de roca para

hacer cuentas, orejeras, pectorales y ornam en tos pequeños, espejos de

pirita, hem atita cristalina y obsidiana; la cerám ica laqueada y vidriada

( ‘p lu m bate’) ; el uso del cacao y de vainilla, etc.

Se abrigan m uy pocas dudas acerca de la existencia de una unidad

básica entre las antiguas culturas de N orte, C en tro y Sudam érica y acerca

de sus co n tacto s e influencias m utuas.


Las tres áreas co m p arten un gran n ú m ero de productos y rasgos

co m u n es: maíz, algodón, tab aco ; sistemas de rieg o ; pirámides co m o ba­

ses para tem p lo s; enorm es m on tícu los fu n erario s; grandes estructuras


de tierra; lanzadardos ( ‘á tlatl’), arcos y flechas; cerbatanas; arm aduras

y escu d os; cacería de cabezas, y el uso de estas últim as co m o tro fe o s; de­

form aciones cran ean as; adornos sim ilares para orejas y n ariz; bezotes;

pintura y tatu aje del rostro y del cu erp o ; tocados de p lu m a ; m osaicos

de turquesa, plum a o c o n ch a ; labores de cuentas y de conchillas (‘w am -

p u m ’), trabajos en m etales co m o el oro, la plata y el co b re; figurillas de

b a rro ; el pájaro de las torm en tas co m o elem en to d ecorativ o; deidades

en form a de jaguar, serpientes celestes y bicéfalas, así co m o cestería y tex­

tiles sim ilares; cerám ica; m áscaras; hachas m onolíticas y m uchos otros.

Por otra parte, algunos rasgos son com unes a M esoam érica y a Suda­

m érica y no se en cu en tran en el N o rte: con stru ccion es m egalíticas;

m on u m en tos colosales y asientos de piedra; tam bores de m ad era; fu n ­

dición de m etales; abanicos, quitasoles y literas; m utilaciones dentarias;

ham acas; flautas de P an; telas de corteza de á rb o l; guaraches; silbatos

con agua y sellos de arcilla.

Hubo un cierto n ú m ero de rasgos que, obviam ente, no se extendie­

r o n ; por ejem plo, los an teojos y zapatos para la nieve de origen ártico y

I
ARTE INDÍGENA DE MÉXICO Y CENTROAMÉRICA

subártico son rasgos exclusivam ente n orteam ericanos, así co m o tam bién

los ‘kayaks’ ; las cabezas desarm ables de arpones de m arfil; la cerám ica
m arcada co n cuerdas; ropa confeccionada con pieles; ‘m ocasines’ ; vasi­

jas y canoas de corteza de abed u l; y decoraciones con púas de puerco

espín. Por otra parte, sólo los sudam ericanos cu ltivaron papas, m andio­

ca y co ca ; usaron arm as envenenadas; h icieron m agníficos tejidos de la­

na y trabajaron el platino y el verdadero bronce.

In ten té desenredar la m adeja del co n o cim ien to actu al sobre los o rí­

genes y desarrollo de las antiguas cu ltu ras am ericanas, a través de varias

épocas de su historia, co m o una hipótesis, en El águila, el jaguar y la serpiente

(Covarrubias, 1961). De ella se infiere que el h om bre vino a A m érica

de Asia hace unos qu in ce o veinte m il años, trayendo u na cu ltu ra básica

de la Edad de Piedra, y que más tarde pobló el hem isferio en tero. Pero

n o se sabe cuándo, có m o y dónde los cazadores y recolectores nóm adas

se civilizaron y se con virtieron en agricultores establecidos, y cu án ­

do com enzaron las diversas cu ltu ras indígenas a to m ar fo rm a y a

desarrollar sus características individuales. D u rante más de cien años

hubo num erosos in ten to s para eslabonar las antiguas civilizaciones

indígenas am ericanas co n las del V iejo M undo, y la controversia sigue

aún enconada acerca de si son en teram en te au tócton as, o, co m o creo

yo, si recibieron aportaciones sustanciales de Asia y de las islas del Pa­

cífico (Covarrubias, 1961).

El problem a de los com ienzos y desenvolvim iento del arte y de la

cu ltu ra m esoam ericanos p erm an ece irre s o lu to ; hasta la fech a n o se han

en co n trad o restos de cu ltu ras verdaderam ente arcaicas, preagricultoras

y precerám icas. Los más tem p ran os restos conocidos están demasiado

evolucionados para pretender que sean verdaderos com ienzos. Todas

las cu ltu ras conocidas aparecen ya co n agricu ltu ra, cerám ica, u n cere­

m onial religioso, y, frecu en tem en te, co n extraordinarias artes y técnicas

m uy desarrolladas.
INTRODUCCIÓN

En N orte y Sudam érica las diversas culturas indígenas están más o

m enos delimitadas por áreas geográficas o por barreras naturales com o

m ontañas, desiertos, praderas o selvas que afectan a pueblos con dife­

rentes econom ías o en variados estadios de civilización. En M esoam érica,

en cam bio, las culturas precolom binas fu eron más o m enos hom ógeneas

y estuvieron, con frecuencia, tan ín tim am en te relacionadas, que todo

in ten to de clasificarlas tom an d o en cu en ta filiaciones étnicas o situación

geográfica ha resultado insatisfactorio y engañoso. A ntigu am ente se acos­

tu m bró asignar a una cu ltu ra el n om bre del grupo lingüístico m od erno

p redom in ante en el área en donde fue encontrada, y así se han obtenido

térm inos tales co m o ‘tarascos’, ‘toton acas’ y ‘zapotecas’. La arqueología

m esoam ericana ha sufrido una to tal revisión en los últim os veinte años,

y la m ayor parte de estos térm inos han resultado obsoletos, ya que no


existe evidencia alguna de que los antecesores de los habitantes actuales

de un área fuesen los creadores de su cu ltu ra. Por otra parte, ciertas

culturas de determ inados períodos se desparram aron por toda M eso­

am érica reem plazando o m odificando las culturas locales.

Para el propósito de estudiar la historia del arte de M esoam érica

sería necesario d eterm inar sus áreas culturales, pero co m o una división

geográfica exacta n o es posible con los co n ocim ien tos a m ano, m e he

tom ado la libertad de forzar la solu ción , y considerar seis vastas áreas

generales que servirán para sim plificar este com plicado p roblem a y guiar

al lector a través del laberinto de culturas identificadas por nom bre,

hasta aq u í: 1, Occidente de México (m ás o m enos los estados m exicanos de

la costa del P acífico : Sinaloa, Nayarit, C olim a, Jalisco, M ichoacán y G u e­

r re ro ); 2, la Altiplanicie Central (los valles de M éxico, Tu la-Jilotep ec, M o-

relos, Tlaxcala, Puebla y T o lu c a ); 3, la Costa del Golfo (p rincipalm en te


*
el estado de V eracruz, extendiéndose en las áreas fro n terizas); 4, Oaxaca

(el estado del m ism o n o m b re y partes de G u errero ); 5, el Área Maya

(incluyendo tod o Y ucatán, H onduras, la m ayor parte de G u atem ala y

7
OCCICENTE ALTIPLANO COSTA DEL OA V A C A ARE A MAYA A R E A DEL SUR
DE M E X I C O CENTRAL GOLFO DEL P AC I F I C O

1500 J - C HORIZONTE
ta ra sc o s M E X /C A S CEM PO ALA A ft x r e c A CHICHEN-ITZA Z.ACULEU
M AYAPAN S U P E R IO R
A'ZTATLÁN CULHUACAN tam u /n -P U E B L A ZACUALPA 0 f
A WA T L E -
TULA-TOLT£CAS ULUA PAMPLOHA H/SrÓR/CO
900 d.c.
XOCH/CALÍO T A JÍN PU UC
i IV
LOS CERROS
IIIb $"C TEPEUH HORIZONTE
MEO 1 0
'3 O
c e ftno oe
5 0 0 d.C. JIQUILPAN t-AS M E S A S Illa. <
5 TZAKOL
g teSHMNZA CLÁSICO
í R EM OJA DAS U

- 8 5 K
_ O
II ¿ HOLMUL /
" Vi
s« *w áo h
REMOJADAS / CHICANtL
50 0 a.C. i T IC Q M A N
c h u p ic u a k o LA VENTA M tfíA F lO R fS
HORIZONTE
TLATUCO- T R E S Z A PO TES
INFERIOR
EL Q P E N O ZACATCNCO t N F £ H / O lt MONTE NEGRO MAMOM AREVALO

PANUCO / O'
PRECLÁSICO
E l A R BO L/LIO t
1500 a.C. LA S C H A K C A I

fig . 1. Cuadro que ilustra acerca de los horizontes superior (histórico), medio ( clásico) e inferior (preclásico).

8
INTRODUCCIÓN

partes de los estados m exicanos de Tabasco y C hiapas); 6, el Area Sudpa-

cífica (El Salvador, la costa del Pacífico de G u atem ala y el sur de M éxico

hasta el Istm o de T eh u an tep ec). Es necesario añadir una advertencia al

m apa que se m uestra en la fig. 1: las fronteras que se indican son de

índole m uy general. Al m apa se le ha añadido una tabla con seis co lu m ­

nas verticales, cada una de las cuales corresponde a una de las grandes

áreas generales m esoam ericanas. Hay tres divisiones horizontales con

fechas escritas en el extrem o izquierdo que abarcan cerca de tres mil

años, y en el derecho se en cu en tran los n om bres de los períodos llam a­

dos ‘horizontes’ por los arqu eólogos: 1, Inferior o Preclásico; 2, Medio o


Clásico; 3, Superior o Histórico. Ya que este libro no está dedicado a los

especialistas, daré un breve resum en de lo que estos ‘horizontes’ repre­

sentan, y de có m o fueron determ inados por los arqueólogos.

Los co n ocim ien tos arqueológicos presentes indican que M esoam éri­

ca fue una área de violentos alzam ientos políticos y sociales y de cam bios

culturales intensos que sacudieron, periódicam ente, durante siglos, los

cim ientos de los cen tros establecid os; de la m ism a m anera que en C hina
antigua, las diversas naciones civilizadas parecieran haber vivido bajo la

am enaza con stan te y la presión de tribus bárbaras nóm adas que m ero ­
deaban a lo largo de sus fronteras septentrionales. La historia p reco lo m -

biana de M esoam érica es una serie de períodos brillantes de florecim ien­

to y colapsos súbitos, o, en el m ejo r de los casos, de largos períodos de

decadencia. P articu larm en te en tiem pos de sequías, las tribus bárbaras

caían sobre las ciudades-estados y las destruían. Frecu en tem en te gran­

des civilizaciones se vieron borradas y reconstruidas después por los


mism os bárbaros, que p ro n tam en te absorbían los elem en tos de las cu l­

turas destruidas por ellos, y se civilizaban (p or ejem p lo toltecas y aztecas)

convirtiéndose así en portadores de cu ltu ras advenedizas con raíces en

las civilizaciones clásicas. De ahí que el problem a básico para los estados

civilizados de la A ltiplanice C entral fuera siem pre el de en co n trar

9
ARTE INDÍGENA DE MÉXICO Y CENTROAMÉRICA

fórm ulas de coexistencia con los bárbaros nóm adas (Jim énez M oreno,

1948).

Este patrón de con flicto social y precipitado cam bio cu ltu ral parece

haber afectado a toda M esoam érica; el m isterioso colapso de la gran

ciudad de T eo tih u acán en el valle de M éxico, por ejem p lo, fue sim ul­

tán eo co n el fin de algunas ciudades rem o tam en te relacionadas (K am in al-

ju y ú en G uatem ala, M on te A lbán en O axaca, etc.), y coincidió co n el

abandono de grandes ciudades mayas del período clásico inferior en el

leja n o sur, en H onduras, tod o alrededor de los siglos sexto o séptim o

de nuestra era. Estos significativos paralelos en tre diversas áreas de cu l­

tu ra que surgen súbitam ente, florecen y m ueren , cada vez con gran

cam bio ta n to en el espíritu, fu n ció n y técn ica de las artes, co m o en los

sistem as social y p o lítico prevalecientes, han perm itido la delim itación

de los horizontes cu ltu rales, y, yendo más lejos, la p ostu lación de una

secuencia histórica hipotética que arro jaría luz en el carácter y evolu ción

del arte p recolom bin o .

El co n cep to presente de un p rim er horizon te preclásico, seguido

por una edad de oro o período clásico que finaliza en un período ren a­

centista, el superior o histórico, cerrado por la conquista española, ha

sido el resultado de un proceso largo y penoso que to m ó cerca de cu a­

ren ta años de elaboración. En él participaron p rácticam en te todos los

especialistas en M esoam érica para atar, ju n to s, todos los innum erables

hilos sueltos de los datos fragm entarios, y fo rm u lar una historia co h e­


rente. En 1909, M anu el G am io, padre de la arqueología m exicana, al

excavar en el valle de M éxico en busca de restos antiguos, n o tó que a

m edida que profundizaba, los fragm entos de cerám ica y las figurillas

rotas cam biaban de estilo, técn ica y espíritu. Desde en ton ces se han

en contrad o, sólo en el valle de M éxico, una serie de cato rce fases de c u l­

turas diferentes. Lo que G am io observó en la m eseta cen tral, fue verifi­

cado por otros en Oaxaca, en el área m aya, en la costa del G olfo, y

10
INTRODUCCIÓN

resum iendo, en toda la extensión de M esoam érica. Además, los cam bios

observados en diferentes lugares pudieron correlacionarse, y hubo evi­

dencias de u n tráfico in tenso que significaba contem poraneidad. Se ob­

servaron los m ism os fen óm en os en restos arqu itectónicos, en tum bas,

etc., que p erm itieron u na in terp retació n más exacta de las crónicas an­

tiguas de los historiadores españoles e indígenas del siglo dieciséis. C om o

consecuencia, se reu nieron suficientes datos a través de mesas redondas

de arqueólogos e historiadores, para consolidar y perfeccionar los diver­

sos horizontes culturales. C reo que es posible, ahora, aplicar el con cep to

histórico a la arqueología y al arte m esoam ericanos con gran certid u m ­

bre, p articu larm en te en los oscuros períodos anteriores al año 900 d. C.

en que com ien zan los registros históricos que poseem os. C on todos los

medios que nos sum inistra la ciencia m od erna, podem os, ahora, retro ­

traer, desde esta fecha hasta la m itad del segundo m ilenio antes de Cris­

to, nuestras más antiguas culturas conocidas (ver Covarrubias, 1950).

En el presente vo lu m en he seguido u n patrón general basado en los

tres horizontes —preclásico, clásico e h istórico— , agrupando los capítu­

los que tratan de las diversas cu ltu ras artísticas dentro de esos tres h ori­

zontes. Sin em bargo, este arreglo n o es estrictam en te rígido, ya que a

m enu do se llega a la necesidad de discutir los diferentes períodos de una

área en u n capítulo separado, co m o es el caso de Oaxaca, la costa del

G olfo o el área m aya, en donde la unidad geográfica es más im p o rtan te

que la secuencia cro n ológ ica. Por otra parte, ni el relativo aislam iento

de u n co n ju n to cu ltu ral, o la falta de in fo rm ació n cron ológ ica, pueden

im pedir su inclusión en alguno de estos horizontes. Por ejem p lo, se


describe el occidente de M éxico en un capítulo aparte porqu e sus m ú lti­

ples culturas se separan algo de las más típicas culturas m esoam ericanas,

y porque su cro n olog ía perm anece, en lo fu nd am en tal, desconocida,

siendo m era especulación cualquier in te n to para fecharlas o para esta­

blecer una secuencia de cam bio cu ltu ral.

11

También podría gustarte