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Xabier Pikaza - Palabras de Amor. Guía Del Amor Humano y Cristiano (Diccionario) PDF
Xabier Pikaza - Palabras de Amor. Guía Del Amor Humano y Cristiano (Diccionario) PDF
xabier
Este libro recoge y explica ciento ochenta y tres Palabras
de Amor que forman un manual o enciclopedia del mundo
pikaza
afectivo y amoroso. Las palabras de amor se sitúan en cuatro
áreas principales: Experiencia humana, Experiencia religiosa,
Historia de occidente e Identidad humana.
Del amor nacemos, en amor somos, antes de todo pensa-
miento teórico y de toda acción económica o política. Así lo
ha puesto de relieve este diccionario de Palabras de Amor,
Palab ras de
como libro de consulta y como texto de vida. Es un libro de
consulta, no es para leerlo de corrido, sino para fijarse en
alguno de los términos o temas, según fuere conveniente o
necesario. Es un texto de vida y así quiere ayudar en la vida
a quienes quieran saber lo que son y ser lo que quieren
amando a los demás y amándose a sí mismos. No hay, que
sepamos, en lengua castellana un libro de amor que pueda
compararse a éste. Por eso lo ofrecemos a nuestros lectores
con la certeza de cubrir un hueco y de abrir un camino de
placer ilusionado y gozo responsable en el campo de siembra
Amor
GUÍA DEL AMOR HUMANO Y CRISTIANO
y cosecha del amor humano que, en el fondo, es el mismo
amor divino, el Amor, entendido como Palabra que une a
todos los hombres y mujeres de la tierra.
Palab ras de
Amor
Xabier Pikaza (Orozko 1941) ha sido mercedario y, durante
más de treinta años, ha enseñado filosofía, teología e historia
de las religiones en la Universidad Pontificia de Salamanca.
Desde su tesis doctoral sobre La dialéctica del amor en Ricardo
de San Víctor (Salamanca 1971), se ha venido ocupando del
Desclée De Brouwer
tema del amor en numerosos libros. Retirado de la docencia
PALABRAS DE AMOR
y de los ministerios públicos, casado, dentro de la iglesia
católica, ha querido recoger, recrear y organizar en este
manual de Palabras de Amor los temas básicos de su expe-
riencia y su docencia.
ISBN: 978-84-330-2146-5
,!7II4D3-acbegf!
www.edesclee.com
PALABRAS DE AMOR
Guía del amor humano y cristiano
DESCLÉE DE BROUWER
BILBAO
© Xabier Pikaza, 2007
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
DICCIONARIO
Kama-Sutra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 396
Ley: un orden de amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 399
Liberación. El poder del amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 402
Libertad 1. Amor y gracia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 408
Libertad 2. Liberación sexual, liberación amorosa . . . . . . . . . . . 410
Lilit . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .412
Nacimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 491
Niños. Evangelio: amar a los niños . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 493
Niveles del amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 496
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 703
1. Diccionarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 703
2. Bibliografía antropológica. Sobre el amor humano . . . . . . . . . 706
3. Bibliografía teológica. Sobre el amor cristiano . . . . . . . . . . . . . 713
APÉNDICE 1.
GUÍA DE AMOR. GRUPOS TEMÁTICOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 723
APÉNDICE 2.
ENCICLOPEDIA DEL AMOR. ÁREAS BÁSICAS . . . . . . . . . . . . . . . 727
INTRODUCCIÓN
Éste es, por tanto, un diccionario y guía del amor, como el lector ad-
vertirá tan pronto como lo abra y mire el índice y subtítulo. A pesar de ello,
no he querido titularlo “diccionario del amor”, pues ello supondría que me
ocupo de todos los temas y cuestiones que tratan del amor y ese no es mi
caso. No he querido ni podido escribir un “diccionario” estrictamente
dicho, pues ello exigiría un rigor y una amplitud que este libro no preten-
de, ni tiene. Además, un diccionario debería ser obra de un equipo inter-
disciplinar y estar elaborado por un conjunto de especialistas en literatura
y psicología, antropología, y filosofía, teología y religiones. Mi trabajo, en
cambio, es más modesto y, por eso, le he llamado Palabras de amor, dando
al término “palabra” un sentido extenso, como por ejemplo en hebreo, don-
de “dabar” significa realidad y mensaje, mandamiento y conversación.
Queda así claro el título y trama de este libro donde ofrezco y comen-
to a los lectores mis palabras básicas de amor, que han sido y siguen
siendo muy importantes para entender la experiencia del amor humano
y cristiano, dentro de la historia y cultura de occidente. Éste no es un
libro escrito en unos días o unos meses, ni tampoco de corrido, pues
recoge ideas y temas que he venido pensando y madurando desde hace
muchos años, como profesor de teología y experto en historia de las reli-
giones. Como podrá verse en la bibliografía, he publicado media docena
de libros sobre los diversos aspectos del amor, hasta que ahora, año
2006, he pensado que ha llegado el momento de recopilar y ofrecer mis
reflexiones a un público más amplio. Ciertamente, yo podría (y en algún
sentido debería) haber escrito este libro en colaboración con otros ami-
gos y colegas, especialistas en los varios campos del saber, pero he pre-
ferido elaborarlo por mí mismo, perdiendo de esa forma en amplitud,
pero ganando en unidad.
Éste es un diccionario temático, de tipo enciclopédico, aunque no sea
completo ni pueda estudiar todos los aspectos del amor, ni responder a
todas las preguntas que se plantean sobre el tema. Pero tengo la certeza
de que ofrece una buena iniciación, en línea teórica (de conocimien-
tos) y práctica (de experiencias fundamentales). Estoy convencido de
que, cubre un hueco en ese campo, pues apenas existen, que yo sepa,
enciclopedias o diccionarios especializados (ni populares), sobre el tema
(como podrá verse consultando la bibliografía del final del libro). Cierta-
18 PALABRAS DE AMOR
1. Cf. J. OLLER, Enciclopedia del amor I-II, Victoria, Buenos Aires 1954; A. ORLANDINI,
Diccionario del amor, Oriente, Santiago de Cuba 1996.
24 PALABRAS DE AMOR
20. Envidia. Proviene del latín in-videre, mirar con malos ojos. En esa
línea, amar es mirarse con ojos trasparentes, atrayéndose en la
mirada; envidiar, en cambio, es rechazar a la persona que puede
disputar mi amor. Algunos antropólogos afirman que en el fondo
de todo amor hay un elemento de envidia, en la línea de complejo
de Edipo (según Freud): el niño quiere a la madre y tiene envidia
del padre, a quien toma como competidor y como adversario. Todo
amor sería una superación de la envidia previa.
21. Eros, erotismo. Palabra de origen griego que evoca en sentido
extenso todos los aspectos del amor, aunque de hecho se aplica
preferentemente a la atracción sexual. Tiene un aspecto sagrado,
como han sabido los antiguos (Platón) y un profundo valor perso-
nal; pero puede convertirse en objeto de mercado, como está suce-
diendo en el capitalismo, que compra y vende, de manera organi-
zada y con fines monetarios, casi todo lo relacionado con el sexo.
La tradición cristiana lo distinguido del → ágape.
22. Familia. Institución básica donde se estabilizan las relaciones afec-
tivas y sociales de un grupo pequeño. Ha tenido formas muy distin-
tas a lo largo de la historia. En la cultura antigua de occidente pre-
dominaba la familia patriarcal extensa, con un padre-marido que
domina sobre la mujer, los hijos y los restantes miembros de la casa,
incluidos los criados, que son los que le dan el nombre (familia pro-
viene del latín famulus, criado, sirviente). En la actualidad es más
frecuente la familia pequeña, más centrada en lazos puramente
afectivos, que consta, ordinariamente, de marido-mujer, casados en
principio por amor, con unos pocos hijos. Ellos, un matrimonio con
uno, dos o tres hijos, tienden a formar el modelo de familia, aunque
hay otras formas y alternativas de tipo homo o hetero-sexual.
23. Fantasías eróticas y/o amatorias. Uno de los elementos más impor-
tantes de la educación y maduración en el amor se sitúa en el cam-
po de la fantasía, es decir, en el → imaginario del amor, que deter-
mina en gran parte las relaciones humanas. La cultura racionalis-
ta de occidente, vinculada en algún momento con un puritanismo
de origen poco cristiano, ha querido reprimir, en vez de encauzar
y potencias, las fantasías eróticas contribuyendo así a la represión,
más que a la buena expresión del potencial erótico y amatorio. Sin
una educación y despliegue de las fantasías amatorias no puede
haber auténtico amor humano y todo se reduciría al puro sexo o a
las relaciones racionalizadas de un grupo.
ABECEDARIO DEL AMOR 29
24. Filiación, hijo. Un ser humano sólo puede surgir por amor, es decir,
por el cuidado de unas personas que, ordinariamente, se identifi-
can con los padres biológicos. Por su forma de lograr su identidad,
el hombre es “hijo de”, un ser “natal”, alguien que proviene de
otros, de los que recibe vida biológica y nombre (es ben, bar, –ez,
hijo de). En ese sentido, la filiación pertenece a las formas esen-
ciales del amor, entendido como procedencia y por eso de madu-
ración, en relación con otras personas (madre, padre).
25. Gay. Palabra moderna con la que se designan los homosexuales y
que proviene probablemente del occitano jai, gay. Esa palabra tiene
un sentido más amplio y significa alegría, juego, tanto en su origen
(occitano y vasco), como en sus desarrollos posteriores (francés,
inglés y castellano). Así podemos decir que lo gay pertenece al gozo
y juego de la vida, elementos que resultan inseparable del amor y
que, según la opinión de algunos, estarían vinculados a las relacio-
nes homo-sexuales.
26. Gracia, gratuidad. Deriva del latín gratus, que es lo agradable, lo
agraciado y bello. En ese sentido, lo gratuito (lo que pertenece a la
gracia) se opone a lo reglamentado por ley. En sentido religioso
(cristiano) la gracia se identifica con el amor de Dios, que supera
el plano de la norma judicial y la justicia. Pero esa palabra se sigue
empleando también en un sentido más extenso. Así dicen los cris-
tianos que María, la madre de Jesús, es la “llena de gracia”, es decir,
de hermosura o atractivo humano. La gracia está vinculada a la
belleza y a la atracción personal. Gracia es el amor que se regala,
por el gozo de dar y compartir, sin esperar nada a cambio.
27. Hermandad, sororidad. Relación de personas que, en principio, han
nacido de los mismos padres y han crecido juntos. Ese origen y ese
crecimiento suscitan, de ordinario, un tipo de amor y de unidad
que se mantiene a lo largo de la vida. Pero los hermanos pueden
terminar también por enfrentarse, como indica la historia de Caín
y Abel (Gen 4). Esa misma palabra “hermandad, fraternidad” se
aplica por extensión a la unión de otros grupos sociales o religio-
sos. Actualmente se empieza a utilizar el nombre “sororidad” para
indicar el amor de las hermanas (sor, soror) entre si.
28. Homosexualidad. Palabra que ha empezado a utilizarse desde fina-
les del siglo XIX para indicar el amor entre personas del mismo
sexo. Entre mujeres se habla también de lesbianismo. Se inter-
pretado de diversas maneras, paradójicamente vinculadas: unos la
30 PALABRAS DE AMOR
han visto como signo sagrado y otros como pecado, unos como
vicio y otros como enfermedad, unos como infantilismo y otros
como delito digno de muerte… El amor homosexual ha sido obje-
to de juicios y respuestas muy distintas. Sólo en la actualidad
empieza a verse como una posibilidad afectiva, con valores y ries-
gos que deberán precisarse en cada caso.
29. Inclinación Se dice que las cosas que pierden su posición vertical
“se inclinan”. Así el amor se puede tomar como “inclinación”, como
la actitud de personas que no vive ya en vertical, enhiestas, en sí
mismas, sino que se atraen y juntan unas a las otras. En muchas
lenguas y tradiciones, el amor sexual se expresa a través de pala-
bras relacionadas con “acostarse juntos”, es decir, con una forma
de inclinación mutua.
30. Intimidad. Viene de latín “intra”, dentro. El amor es una forma de
comunicación personal profunda: aquellos que se aman son “ín-
timos” y así se puede decir que cada uno está dentro del otro, de
tal forma que ellos “se conocen”, compartiendo sus secretos. Hay
diversos tipos de intimidad, que corresponden a lo diversos niveles
del amor, entendido en ese plano como desnudez profunda.
Penetrar sin amor en la intimidad de otra persona significa utili-
zarla, convirtiéndola en objeto de posesión.
31. Justicia. Conforme a la visión clásica, justicia significa dar a cada
uno lo que le es debido, distinguiéndose en ese sentido del amor
(que no es deber, sino gratuidad). Muchas veces se han opuesto
estos dos términos y es evidente que tienen matices distintos, pero
no se pueden separar. Además, la justicia bíblica se identifica con
la ayuda dirigida a los necesitados. El amor no va en contra de la
justicia, sino que la supone y sobrepasa. Un amor que no asume los
valores y exigencias de la justicia puede convertirse en sentimenta-
lismo o injusticia.
32. Misericordia. Palabra de origen latino (de miser, desdichado, y cor,
corazón), que evoca la experiencia y gesto de un corazón que se
apiada de las necesidades o desdichas ajenas. Es un elemento del
amor, que se expresa en la ternura (plano afectivo) y en el servicio
a los necesitados (en un plano efectivo). Los teólogos de la edad
media estudiaban la misericordia dentro del tema de la caridad. De
esa manera la situaban más en el plano de las virtudes teologales
que en el de las virtudes morales (es decir, de la justicia, en sentido
griego). En esa línea, la misericordia pertenece al amor gratuito de
Dios, no a la sola justicia.
ABECEDARIO DEL AMOR 31
recibe aquí nueva profundidad. Adam organiza a los animales y les pone
nombre, introduciéndolos en su espacio de existencia, pero no los pue-
de dominar a su capricho (comerlos), ni tampoco hablar con ellos; tam-
poco ellos pueden responderle, dialogando con él.
De manera sorprendente, descubrimos que el hombre corre el riesgo de
ser un viviente solitario. Los animales no logran llenar el hueco de la sole-
dad del hombre, pero de alguna forma le acompañan, pues él (Adam) pue-
de darles un nombre. Los crea Dios, y Adam los recrea, en gesto que impli-
ca señorío. Ciertamente, ellos no son una simple cosa material, como una
máquina que el hombre fabrica para su provecho, ni puro alimento (como
tiende a pensar la sociedad consumista, que ha terminado produciendo se-
ries de animales para el mercado alimenticio o del vestido), sino que empie-
zan siendo compañeros del hombre, que les puede llamar, iniciando con
ellos un principio de relación, sin llegar al diálogo de persona a persona,
como hará un varón con una mujer, un ser humano con otro ser humano.
Sólo otro hombre (varón o mujer) será verdadero compañero del hom-
bre. Los animales son más que árboles de jardín, que el hombre cultiva
para su provecho (comida), de manera que vienen a mostrarse de algún
modo como compañeros iniciales, con quienes un ser humano puede
conversar ya de alguna forma (como sabe el Popol Vuh de los mayas).
Pero el diálogo verdadero sólo puede brotar entre dos seres humanos. Así
lo muestra nuestro texto cuando dice que la primera relación personal es
la que establecen un varón y una mujer (Gen 2, 21-25), de tal forma que
empiezan a ser verdadero paraíso, uno para el otro y con el otro.
Del hombre abstracto pasamos así a un varón y una mujer, personas
concretas. Del Adam pre-sexual, totalidad humana, que incluye a varones
y mujeres, surgen varón y varona, hombre y hembra (ish e isah), Adán
junto a Eva. El texto supone que la dualidad sexual nace del hueco (cos-
tado abierto) del Adam pre-sexuado o bisexual. Pero podemos ampliar
esa imagen: cada ser humano (varón o mujer) es como un “hueco” don-
de habita y se realiza otro ser humano, de manera que ambos se com-
pletan, siendo cada uno hueso de los huesos y carne de la carne del otro.
Éste es el paraíso que forman entre sí los dos amantes, uno para (y
con) el otro, ‘arumim, desnudos, en comunicación integral (cf. 2, 25), en
actitud de gozo intenso que se expresa en la palabra del hombre ya
varón-persona, que se eleva ante la mujer, también persona, igual y dife-
rente y dice: ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos, carne de mi carne! Éste
es un canto al amor dual, varón y mujer. No es un texto patriarcal, no
eleva al hombre sobre la mujer, ni a la madre sobre los hijos, sino que
36 PALABRAS DE AMOR
pone a los dos uno ante el otro, de tal manera que el mismo varón apa-
rece “definido” por la mujer: «Por eso deja el hombre a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne».
El amor se mira aquí desde la perspectiva del varón, que tiene que
dejar todas las cosas para unirse a la mujer. En contra del patriarcalis-
mo posterior, el amor se mira aquí desde la ruptura del hombre, que tie-
ne que dejarlo todo, para quedar en manos de la mujer (cf. 2, 23-24). Uno
a uno habían ido pasando los elementos primordiales: el cosmos en su
totalidad (Gen 1), plantas y ríos, muchos animales. Pero sólo cuando
surge otro ser humano (varón o mujer) nace cada uno y los dos se vuel-
ven personas, vinculadas en un único amor.
El amor aparece así como desnudez: cada uno se encuentra abierto a
la mirada y cuidado del otro, en debilidad y pasión afectiva. Mientras no
hubo dos no había ser humano. De un modo sorprendente, el relato de la
creación, ha culminado en el canto enamorado del varón. Normalmente,
en la Biblia, los cantos de amor son de mujeres; pero en este principio
escuchamos la ternura enamorada del varón que, por primera vez, des-
cubre el gozo de la vida, viendo a la mujer, y afirmándose a sí mismo como
humano, al saberse parte de ella. Dios había dicho que las cosas eran bue-
nas, ya desde el principio (cf. Gen 1, 4.10, etc.). El varón sólo dice que son
buenas cuando está ya situado ante la mujer. Hasta ese momento no
sabía, no decía nada. Ahora dice que ella es buena, su casa verdadera. Es
hermoso y positivo el mundo, es importante el dominio del hombre sobre
los animales. Pero la bondad y belleza plena sólo tiene sentido y puede dis-
frutarse en compañía, allí donde varón y mujer (amigos o amigas) se
encuentran y cantan, sabiendo cada uno que su centro está en el otro.
3. Además de comentarios a Jn, cf. J. D. M. DERRET, “The Story of the Woman Taken
in Adultery”: NTS 10 (1963/4) 1-26; B. WITHERINGTON III, Women in the Ministry of
Jesus, Cambridge UP, 1984, 21-23.
ADÚLTERA 37
sario de un sistema de violencia que se eleva sobre todos los buenos ciu-
dadanos. Daniel es necesario en un nivel de pura ley, pero no es salvador,
ni fuente de agua viva, como Cristo, no es signo de amor.
Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús,
inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: Aquel de vosotros que
esté sin pecado, que le arroje la primera piedra. E inclinándose de nuevo,
escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras
otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer,
que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: Mujer, ¿dónde están?
¿Nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Jesús le dijo:
Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más (Jn 8, 6-11).
4. Cf. Ch. BALADIER, Érôs au Moyen Âge. Amour, désir et «delectatio morosa», Cerf, París
1999; F. CAREAU, Érôs et Agapè d’Anders Nygren. Éléments pour une critique, Université
du Québec, Montréal 1998; M. C. D’ARCY, La double nature de l’amour, Aubier, París
1948; A. NYGREN, Érôs et Agapè. La notion chrétienne de l’amour et ses transformations
I-II, Aubier, París 1944, 1952 (Agapé and Eros, SPCK, Londres 1953); C. SPICQ, Teolo-
gía moral del Nuevo Testamento, I-II, Eunsa, Pamplona 1970/3; Agapé en el Nuevo
Testamento, Cares, Madrid 1977; X. ZUBIRI, «El ser de Dios», cap. 3 de «El ser sobre-
natural. Dios y la deificación en la teología paulina»: Naturaleza, historia, Dios, Ed.
Nacional, Madrid 1987.
ÁGAPE 41
Zubiri ha querido integrar los dos momentos del amor dentro de una
→ metafísica unitaria, donde se vinculan los aspectos más helenistas
(eros) y más bíblicos (ágape). De esa forma se mantiene en la línea de
una tradición cristiana donde la búsqueda del hombre (expresada por el
eros) queda asumida e integrada dentro de la revelación de Dios (ágape).
De esa manera se une la naturaleza (eros) con la gracia (ágape), dentro
de una visión armoniosa de la realidad, superando la contraposición que
antes habíamos marcado entre ambos elementos.
ALIANZA5
5. Cf. W. EICHRODT, Teología del Antiguo Testamento I-II, Cristiandad, Madrid 1975; R.
LOHFINK, La alianza nunca derogada. Reflexiones exegéticas para el dialogo entre judí-
os y cristianos, Herder, Barcelona 1992; D. MCCARTHY, Treaty and Covenant, AnBib 21,
Roma 1963; X. PIKAZA, El camino del Padre, Verbo Divino, Estella 2000; R. DE VAUX,
Historia antigua de Israel II, Cristiandad, Madrid 1975, 379-430: J. VERMEYLEN, El
Dios de la promesa y el Dios de la Alianza, Sal Terrae, Santander 1990.
ALIANZA 47
todos los demás son sus vasallos). Pues bien, en contra de ellas, los hebreos han
querido construir una alianza (anti-leviatán) de hombres libres, un pacto cuyos
garantes no fueron los reyes y señores de la tierra, sino más bien los pobres,
esclavos fugitivos, pastores trashumantes. Los creadores de la institución social
de las tribus de Israel fueron los expulsados de Egipto y los oprimidos de la tie-
rra, que aprendieron vincularse y se vincularon de manera social y religiosa para
así vivir en libertad, ayudándose unos a otros.
2. Los que construyeron esta alianza no abandonaron sus poderes en manos de
un rey o del Estado (como en el Leviatán de Hobbes) sino que se vincularon entre
sí para mantener su independencia y ayudarse en los problemas y tareas de la
vida. Por eso, en vez de construir un sistema de poder autoritario, formaron una
federación de familias y de tribus libres, que pudieran vincularse por amor y
actuar con eficiencia, ofreciendo a sus miembros un grado intenso de vincula-
ción civil y militar que les permitiera defenderse de los riesgos exteriores y vivir
de esa manera en libertad de amor.
3. El garante de esa alianza era Yahvé. El Dios de la Alianza israelita no es la
fuerza impositiva del sistema (como los dioses del entorno), ni el Poder real (del
Faraón egipcio o del rey mesopotamio), sino que se revela más bien como fuente
y fundador de libertad y comunión del pueblo al que ofrece nacimiento y espe-
ranza de futuro (Éxodo y Promesa). Israel se define de esa forma como pueblo de
la Alianza de Dios, de manera que sus miembros, los israelitas, pudieron vivir en
comunión de paz, entre iguales, porque Dios mismo es Alianza, amor compartido.
1. Dios del Sinaí. La alianza del origen. Esta experiencia está ligada al Monte
sagrado (Ex 19-24; 32-34) y a los oasis de Cadés (Ex 17-18; Num 10-14), en el sur
de Palestina, donde algunos componentes de Israel habrían experimentado en
tiempo antiguo una fuerte teofanía que expresaron como Alianza. (1) Teofanía
cósmica. Dios se les mostró entre fuertes convulsiones de tormenta (cf. Ex 19). La
tradición ha mantenido vivo el recuerdo de un encuentro con Dios entre relám-
pagos y truenos, en el monte de la Alianza. (2) Compromiso mutuo. El Dios de cie-
lo y tierra se vincula con un grupo de hebreos, oprimidos, prometiéndoles su ayu-
da y pidiéndoles un gesto de respuesta: deben adorarle en exclusiva (cf. Ex 24, 1-
11; 34, 1-28). Esta alianza primera se ha grabado de manera intensa en la tradi-
ción israelita como evocan diversos relatos y poemas: el canto de Habacuc (3, 7),
la búsqueda de Elías (1 Rey 19) y algún salmo. Más tarde, la Escritura oficial de
la liga de Israel ha “canonizado” esa experiencia, tomándola como fundamento y
sentido de toda la vida religiosa y social del pueblo, sobre todo en el libro del
Deuteronomio, que puede definirse como libro de amor de la alianza.
48 PALABRAS DE AMOR
Esto significa que los israelitas son pueblo (se reúnen entre sí) por un
compromiso social y religioso que definieron como alianza. De esa for-
ma se juntaban el día de la fiesta los “hebreos” (oprimidos) procedentes
de diversos grupos (fugitivos de Egipto, pastores trashumantes...), para
vincularse ante Dios. Otros pueblos juntaban a sus dioses, formando un
“panteón” donde cabía cada uno con su nombre. En contra de eso, los
hebreos vincularon las diversas tradiciones religiosas (teologales) en un
relato histórico unitario, condensado en la alianza de un solo Dios con
los diversos grupos (tribus) de su pueblo. Por su parte, los grupos o tri-
bus de Israel se vincularon entre sí, formando un pueblo muy especial,
cuyos descendientes (los judíos y, en otro sentido, los cristianos) siguen
manteniendo la experiencia y los ideales de la alianza, interpretada
socialmente como federación de tribus.
Desde ese fondo, los israelitas entendieron su historia de Alianza con
Dios como un camino de amor, varias veces roto y retomado. Así lo inter-
pretaron de un modo especial los profetas como → Oseas que denuncia-
ron la ruptura de la Alianza y anunciaron el establecimiento de una
Alianza nueva, en clave de amor: «La cortejaré, la llevaré al desierto,
hablaré a su corazón y allí me responderá, como en los días de su juven-
tud, el día en que le hice subir de la tierra de Egipto» (Os 2, 16-17). La
Alianza se define como amor de matrimonio: Dios y los hombres se vin-
culan en diálogo profundo, de amor doble: de los hombres entre sí (unión
de los hebreos en la liga de Israel) y de los hombres con Dios (como reve-
lación teológica). En esta segunda perspectiva se sitúan de manera prefe-
rente las palabras de → Jeremías: «Vienen días en que pactaré con la casa
de Israel (y con Judá) una Alianza nueva. No como la Alianza que pacté
con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarles de Egipto (pues
ellos la rompieron...) Ésta será la Alianza que yo he de pactar... después
de aquellos días: pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazo-
nes; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31, 31-33). Estas últi-
mas palabras constituyen el centro de identidad de la historia israelita,
ALIANZA 49
AMADO. DISCÍPULO6
1. No sabemos quién era el Discípulo amado. Todo nos permite suponer que
el evangelio ha querido mantener en la sombra su identidad personal (real o sim-
bólica), para que los lectores puedan identificarse con ella. Éste es el discípulo
que se reclina y apoya su cabeza sobre el pecho de Jesús, en la última cena, en
gesto de hondo simbolismo, que implica intimidad, como indica la conversación
que sigue, que le relaciona de un modo especial con Pedro (en positivo) y con
Judas (en negativo) (Jn 13, 21-27). En el contexto simbólico de la última cena (Jn
13-17 tiempo de revelación de amor), éste personaje puede aparecer como sím-
bolo de aquellos que para seguir a Jesús y comprenderle han de hacerse amigos
suyos. De todas maneras, el relato que sigue a la última cena y a la oración del
huerto, parece indicar que ese mismo discípulo amado, que acompaña a Pedro,
es un hombre real, de cierta importancia, porque aparece como amigo (conoci-
do) del Sumo Sacadote, consiguiendo así que a Pedro le abran también la puer-
ta de la casa donde se celebra el juicio de Jesús (cf. Jn 18, 15-16). Esta posible
amistad del Discípulo amado con el Sumo sacerdote constituye uno de los gran-
des enigmas del evangelio de Juan. Algunos han pensado que se trataba de una
relación de tipo laboral: el discípulo amado (que sería Juan Zebedeo) llevaría
pescado a la casa de los sumos sacerdotes. Pero es más probable que el cuarto
evangelio haya querido presentar al Discípulo amado como alguien que está cer-
ca de la élite sacerdotal: es un judío importante que se ha hecho amigo de Jesús.
Sea como fuere, el evangelio sigue diciendo que este Discípulo amado se man-
tiene bajo la cruz, donde no está Pedro, como signo de una iglesia que acoge a
la Madre de Jesús, representando así la unidad del Antiguo y del Nuevo Testa-
mento, de Israel y de la Iglesia (Jn 19, 26-27). El Discípulo amado y Pedro siguen
juntos tras la muerte de Jesús y, por indicación de María Magdalena, corren al
sepulcro vacío, donde ven el sudario y las vendas, cuidadosamente dobladas. Ese
signo basta para que el Discípulo amado crea en la resurrección
AMADO 51
AMISTAD 1. PRINCIPIOS7
7. Cf. M. BUBER, Yo y tú, Buenos Aíres 1956; E. GENTILE, L’amore, 1’amicizia e Dio, Toríno
1978; P. LAÍN ENTRALGO, Sobre la amistud, Madrid 1972; J. MARITAIN, Amore e amicizia,
Morcelliana, Brescia 1964; R. MARITAIN. Les grandes amitiés, Desclée de Brouwer, París
1949; A. VÁZQUEZ DE PRADA, Estudio sobre la amistad, Rialp, Madrid 1975.
AMISTAD 1 53
AMISTAD 2. MOMENTOS
embargo, el nivel de confidencia que se alcance en cada caso variará según las
circunstancias y los tiempos. Ciertamente, es difícil que perdure una confianza
siempre silenciosa, que no baje a confidencias. Pero puede darse el caso de que
existan confidencias de carácter más o menos hondo (con el médico, confesor,
psiquiatra) que no impliquen confianza. Sea como fuere, no existe amistad sin
la confianza, sin palabra de llamada y de respuesta. Ser amigos significa dialo-
gar gozosamente, hacernos transparentes. Son creyentes de una religión los que
confían en Dios y le responden. Pues bien, los verdaderos amigos son creyentes:
valoran y se aceptan los unos a los otros.
3. La amistad se vuelve “servicio” o ayuda mutua. Amigos son aquellos que se
quieren por quererse, sin buscar por la amistad ventajas egoístas. Pero la misma
amistad hace que se ayuden en gesto de benevolencia activa: saben acogerse uno
al otro, acentúan sus virtudes, perdonan sus defectos, les potencian, les rodean
con su ayuda y con su gracia. La amistad implica dos rasgos. (a) Quiero el bien
para mi amigo; por eso le enriquezco con mi vida, mi presencia, mi palabra. (b)
Pero, al mismo tiempo, cuento con él: sé que hay alguien que se ocupa de mis
cosas. Vela por mi vida. Ha decidido ofrecerme su asistencia. Eso me permite
estar tranquilo. No basta, según eso, la pura ayuda externa. Acrisolado en el
calor de la confianza, amigo es el que busca mi bien, no mis bienes; no ansía la
ventaja de mis cosas, me quiere a mí mismo. Su actitud es desinteresada y la
ayuda que me ofrece sobrepasa, en general, ese nivel primero de ventajas mate-
riales. A pesar de eso, es evidente que la auténtica amistad ha de expresarse
como ayuda material. Más aún, yo diría que sólo son amigos verdaderos los que
tienden a ofrecerse y compartir los bienes que tienen. Sin embargo, ese no es
nunca el nivel definitivo. Lo que importa es, sobre todo, compartir proyectos y
tareas más profundas: ideales y búsqueda, éxitos, fracasos, vida. Eso conduce ya
al plano siguiente: los amigos dan y aceptan, comunican lo que tienen porque
quieren construir una existencia compartida.
4. La amistad implica un tipo de con-vivencia. No basta colaborar en una
tarea común, ni confiarse y ayudarse mutuamente en el camino. Amigos son, en
realidad, quienes intentan construir un tipo de existencia unida o coexistencia,
en la línea de lo que algunos teólogos y obispos de Asamblea de la Puebla de los
Ángeles de México (CELAM, 1979) llamaron comunión y participación. (1) Los
amigos participan: asumen las tareas comunes y se ofrecen mutuamente lo que
tienen; de esa forma surge en ellos una base de existencia que les une: recuerdos,
afanes, bienes, valores. (2) Partiendo de eso, los amigos asumen y despliegan un
tipo de comunión interpretada como encuentro de personas que comulgan las
unas con las otras porque tienen una especie de base que les liga, porque buscan
la manera de ofrecerse compañía. Comulgan regalándose la vida: lo que hacen, lo
que tienen, lo que son. Lógicamente, ese nivel de convivencia nos lleva más allá
del dar y recibir en cuanto tales. Lo que importa no es hacer, ni darse cosas, ni
siquiera comunicarse secretos. Hay algo más hondo: el estar en unidad, el man-
tenerse en comunión. La fe se ha transformado de esta forma en vida: sobre el
AMISTAD 2 57
donde todo recibe un precio, empezando por el amor. Es evidente que en el gran
mercado hay elementos de amor roto que se compra y venden. Pero el verdade-
ro amor no entra en mercado, como seguiremos viendo.
4. Antropología amorosa. Ciertamente, tiene un valor la razón, el trabajo, el
mercado, como lo muestra la historia del mundo. Pero, más que todo eso, el
hombre es palabra de amor, un amor que sobrepasa el nivel de las razones, traba-
jos y mercados. Por eso, como dice San Juan de la Cruz, «a la caida de la tarde
te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado» (Dichos
de amor y luz 60).
9. Ediciones: Cátedra, Madrid 1993; Espasa-Calpe, Madrid 2005. Cf. C. REDONDO, Guía
de lectura del libro del buen amor, Akal, Madrid 1996.
ARCIPRESTE DE HITA 63
tanto pesa a mí: / ¡ay viejo mesquino, en que envejeçí /en ver lo que veo,
et en ver lo que vi!» (1692). Éste es el motivo de su llanto: «Llorando de
sus ojos començó esta raçón: / dis: El Papa nos envía esta Costituçión… /
que clérigo nin casado de toda Talavera, / que non toviese mançeba casa-
da nin soltera / qualquier que la toviese, descomulgado era» (1693-1694).
En contra del mandato del Papa, los clérigos apelan a dos razones, una
más política y otra más religiosa. (a) La razón política se sitúa en la línea
de los “derechos humanos”, que deben ser garantizados por el Rey de
Castilla: «Amigos, yo querría que toda esta cuadrilla / apelásemos del
(contra el) Papa ant’ el rey de Castilla / que magüer que (a pesar de que)
somos clérigos, somos sus naturales / servímosle muy bien, fuemos sim-
pre leales» (1696/7). Los clérigos suponen que el rey tiene que garantizar
los derechos de todos sus súbditos, incluso en contra del Papa. Y entre
esos derechos está el matrimonio (tener manceba o casada). (b) La razón
natural está reflejada en el hecho de que «todos somos carnales» (1698)
y, sobre todo, en la realidad concreta de la vida de los clérigos que están
casados y quieren (deben) estarlo, de manera que no pueden sin injusti-
cia ni falta de piedad expulsar a sus mujeres. Con este testimonio pro-
fundamente humano (y cristiano) de los clérigos de Talavera, que apelan
ante el rey y defienden ante el Papa la “verdad” de su vida de casados, y
lo hacen públicamente, termina este libro entrañable del Buen amor.
10. Cf. R. AGUIRRE, Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana. Ensayo de exégesis socio-
lógica del cristianismo primitivo, Verbo Divino Estella; J. D. CROSSAN, El nacimiento
del cristianismo, Panorama, Sal Terrae, Santander 2002; M. FOUCAULT, Microfísica
del Poder, La Piqueta, Madrid 1979; V. P. FURNISH, The Love Command in the New
Testament, SCM, Londres 1972; M. HENGEL, Seguimiento y carisma, Sal Terrae, San-
tander 1981; X. PIKAZA, Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños, Sígueme,
Salamanca 1984.
AUTORIDAD Y AMOR 67
Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan
como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha
de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre voso-
tros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será
esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mc 10, 42-45).
la victoria de los poderosos. (3) Jesús redentor (Mc 10, 45). Cerrada en sí,
la racionalidad del sistema tiende a pervertirse en forma de opresión;
Jesús eleva frente a ella una supra-racionalidad, que recupera lo perdido
y sana lo estropeado, en forma de redención. Jesús no quiere líderes o
jefes, para mandar bien, pues no ha venido a gobernar sino a servir con
amor y a dar su vida por todos, como Hijo del hombre (cf. Dan 7, 14).
La autoridad de Jesús proviene libremente del amor, no forma parte
del sistema. Así inicia con sus Doce (y con aquellos otros que le siguen)
un camino de servicio personal, que invierte la estrategia del poder obje-
tivado. No ha querido ni podido establecer instituciones más capaces,
mejores organismos de control, sino que ofrece un amor que supera los
controles del sistema, expresándose como redención (=lytron), es decir,
como entrega gratuita de la vida. El Hijo del hombre de Dan 7, 14 era
poder superior, de manera que todos debían servirle, según la ideología
del imperio sacral. Pero Jesús ha invertido expresamente esa figura,
invirtiendo con ella el sentido de la autoridad: lo puede todo porque
renuncia al poder, porque expresa y realiza su vida como amor genero-
so, a favor de los demás.
Esta renuncia al poder, expresada de forma ejemplar en la figura del
Hijo del hombre, marca la inflexión y novedad del evangelio. Dan 7, 14
es todavía Ley: ratifica la victoria legal del Poderoso, la venganza de
Dios, el triunfo merecido de los israelitas buenos. Por el contrario, Mc
10,45 es Evangelio: como nuevo ser humano, Hijo de Hombre, signo de
Dios, Jesús inicia un camino de amor sin poder. No tiene que pagar nada
a Dios, no tiene que expiar ninguna culpa; simplemente ama y traduce
el amor de Dios en forma de servicio a los demás en medio de una tierra
dominada por el deseo de poder, por la violencia del sistema. Pero eso,
frente a la organización mesiánica de los zebedeos, que intentan racio-
nalizar su movimiento con buenos poderes, Jesús ofrece un proyecto de
unidad fraterna, no desde el poder de algunos, sino desde el amor y ser-
vicio de todos (Mc 10, 45).
El sistema necesita gobernantes, buenos administradores, en línea
económica y burocrática. Pero los problemas del mundo de la vida no se
solucionan con poderes de ese tipo. Por eso, Jesús no busca buenos man-
dos, estrategas financieros o jerarcas religiosos, sino amigos-servidores:
madres, hijos, hermanos que sepan regalarse vida. El evangelio es guía
de amigos-servidores, no directorio para triunfo en el sistema, ni manual
para ganar dinero. Jesús y sus discípulos pueden ser autoridad de Reino
porque aman. (1) Son autoridad de perdón, no poder de imposición
AUTORIDAD Y AMOR 69
11. Citas de los textos de Ugarit siguiendo la edición M. DIETRICH (ed.), Die keilalphabe-
tische Texte aus Ugarit. I. Transcription, Kevelaer, Neukirchen-Vluyn 1976 (=KTU).
Traducción G. DEL OLMO, Mitos y leyendas de Canaán según la tradición de Ugarit.
Textos, versión y estudio, Cristiandad, Madrid 1981. Cf. Th. H. GASTER, Thespis. Ritual,
myth and drama in the Ancient Near East, Harper, Nueva York 1961.
72 PALABRAS DE AMOR
nó» (1.6.II, 26-34). Ésta es una clara escena de siega y de trilla. La Virgen
‘Anatu, divina trilladora, corta y aventa, quema y tritura al mismo Môtu,
que ahora aparece como la otra cara de Ba’lu, de tal forma que ambos se
muestran como signo de una misma alternancia, de muerte y de vida, de
invierno y verano, de nacimiento y destrucción.
Ba’lu es el signo del Dios, pero sólo ella, la Virgen ‘Anatu (herma-
na/esposa) mantiene la estabilidad de la vida. Muere el varón del agua y
del trigo, perece aquel que combate con un rayo de violencia. Sólo ella
está firme y le busca de nuevo, venciendo a la muerte y trayendo a su
amor (hermano/amante) a la vida. Desde ese fondo se entiende el final
del gran drama, que el texto presenta como “sueño” del Dios Ilu, como
anuncio de resurrección: «¡Pero está vivo Ba’lu, el Victorioso, está en su
ser el Príncipe, Señor de la tierra! Es un sueño del Benigno, de Ilu, el
Bondadoso, una visión del Creador de las Creaturas: ¡los cielos lluevan
aceite, los torrentes fluyan miel! Yo lo sé: está vivo Ba’lu, el Victorioso,
está en su ser el Príncipe, Señor de la tierra» (1.6.III, 2-8).
Así vuelve Ba’lu, tras el invierno de muerte que sigue al calor y sequía
del verano; vuelve con la abundancia de la primavera, ofreciendo a la tie-
rra los dones sagrados del aceite y miel (que la Biblia hebrea transforma
en leche y miel: cf. Ex 3,8). El mismo Ilu, que había ratificado los
momentos anteriores del gran drama, confirma en este sueño sagrado la
renovación del universo con la vida de Ba’lu. Ha estado seca la gleba,
resecos los surcos del sembrado, abandonado el campo, turbado el mar
(cf 1.6. IV-V), pero ahora que ‘Anatu ha vencido a Môtu, puede alzarse
Ba’lu victorioso, conforme a la visión de Ilu. Junto a la primera pareja de
dioses (→ El, Ashera), que tenía una función básicamente engendrado-
ra, ha venido a desvelarse la pareja de Ba’lu y ‘Anatu, un matrimonio
de fraternidad y amor que define el sentido actual del mundo. ‘Anatu
corresponde a → Ishtar de Babilonia y a la ‘Astartu (Astarté) de los tex-
tos de Ugarit (vinculada con Afrodita de Grecia). Ella, ‘Anatu, inicia y
dirige todo el movimiento del amor: busca a Ba’lu en las riberas de
Samaku (probablemente el lago Hule, en el alto Jordán) y Ba’lu le res-
ponde: «Entonces alzó sus ojos Ba’lu, el Victorioso, alzó sus ojos y vio a
la Virgen ‘Anatu, la más graciosa entre las hermanas de Ba’lu. Ante ella
se apresuró a ponerse, a sus pies se prosternó y cayó» (1, 10, II, 13-16)…
La continuación del texto presenta ciertas dificultades de traducción,
pero es claro que ‘Anatu y Ba’lu aparecen representados de manera
teriomorfa, como amantes animales. Él es toro, ella novilla; juntos
representan el principio germinante de la vida, el orden de amor del
74 PALABRAS DE AMOR
En esta profecía hay dos aspectos importantes: el eros está como enrai-
zado en la naturaleza misma del hombre; Adán se pone a buscar y «aban-
dona a su padre y a su madre» para unirse a su mujer; sólo ambos con-
juntamente representan a la humanidad completa, se convierten en «una
sola carne». No menor importancia reviste el segundo aspecto: en una
perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia el
matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y
sólo así, se realiza su destino íntimo. A la imagen del Dios monoteísta
corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un
amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios
con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la
medida del amor humano. Esta estrecha relación entre eros y matrimo-
nio que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno en la
literatura fuera de ella (Dios es amor 11).
como si ese tema fuera menos importante. (2) Benedicto XVI no ha con-
denado las consecuencias destructoras del sistema neoliberal, quizá por-
que se ha situado en un plano más teórico que práctico, más religioso
que social. Parece que una fidelidad más directa a las implicaciones
sociales del evangelio hubiera exigido una condena más fuerte. (3) La
encíclica no desarrollas las consecuencias políticas del amor de Dios. De
esa manera, da la impresión de que encierra de nuevo la caridad en el
ámbito de una religiosidad privada, de tipo muy eclesial, pero quizá poco
abierta a la realidad. En contra de eso, Jesús quiso anunciar el Reino de
Dios para el mundo, no encerrarse en una iglesia sagrada. (4) Finalmente,
la encíclica no destaca la autonomía política y social de la realidad. Cierta-
mente, valora el contenido e implicaciones del eros, en conexión con el
ágape cristiano. Pero no ofrece un análisis igualmente certero de los
valores y riesgos del amor social, en clave económico-política. Al Papa le
importa menos la autonomía ética de los no cristianos. (5) Conclusión. A
pesar de esas posibles lagunas, la encíclica constituye un documento
ejemplar, por su hondura temática y su forma de situar el amor en el
principio y centro de la vida cristiana… En esa línea, ella hará un buen
servicio para la comprensión del amor en la iglesia.
13. Texto: J. BARRIO, Bhagavad-Gita o Canto del Bienaventurado, Aguilar, Buenos Aires
1974. Cf. C. DÍAZ, Manual de Historia de las Religiones, Desclée De Brouwer, Bilbao
1997; Religiones personalistas y religiones traspersonalistas, Desclée De Brouwer, Bilbao
2003; F. G. ILARRAZ, El Señor del Yoga. El Bhagavadgita, Hispanoamericana, Madrid
1970.
80 PALABRAS DE AMOR
14. Cf. R. LARRAÑETA, Una moral de felicidad, San Esteban, Salamanca 1979; J. MOUROUX,
Sentido cristiano del hombre, Palabra, Madrid 2000; F. CAMACHO, La proclama del rei-
no. Análisis semántico y comentario exegético de las bienaventuranzas de Mt 5, 3-10,
Cristiandad, Madrid 1986; W. D. DAVIES, The Setting of the Sermon on the Mount,
Cambridge UP 1966; El Sermón de la Montaña, Cristiandad, Madrid 1975; M.
DIBELIUS, “Die Bergpredigt”, en Gesammelte Ausätze I, Tübingen 1953, 79-174; J.
DUPONT, Les Béatitudes I-III, Gabalda, París 1969/73; El mensaje de las bienaventu-
ranzas, CD 24, Verbo Divino, Estella 1988; F. SAVATER, El contenido de la felicidad,
Taurus, Madrid 1998.
BIENAVENTURANZAS 85
15. Cf. J. R. FLECHA, La fuente de la vida. Manual de bioética, Sígueme, Salamanca 2002;
Moral de la sexualidad. La vida en el amor, Sígueme, Salamanca 2005; J. GAFO, Bioéti-
ca teológica, Desclée De Brouwer, Bilbao 2005; J. MASIÁ, La gratitud responsable: vida,
sabiduría y ética, Desclée De Brouwer, Bilbao 2004; Ser humano. Persona y dignidad,
Desclée De Brouwer, Bilbao 2005.
88 PALABRAS DE AMOR
bios permiten que la mujer pueda presentarse ante todo como persona,
con iguales derechos y deberes que el varón. Muchos no se han dado
cuenta de ello todavía. Desearían volver atrás, negando los avances de la
“secularización sexual”. Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar
que el cambio resulta imparable. Ha comenzado en occidente y se exten-
derá al mundo entero. Hasta ahora parecíamos estar protegidos por un
tipo de “ley natural” que se expresaba en el nacimiento de los niños.
Ahora, sin negar la naturaleza, nos hallamos ante una verdadera “liber-
tad personal”, que puede interpretarse como bomba negativa y positiva.
16. Cf. H. DUMOULIN, Encuentro con el budismo, Herder, Barceona 1982; Zen: El camino
de la iluminación en el budismo. Orígenes y Significado, Desclée De Brouwer, Bilbao
2000; C. DÍAZ, Manual de Historia de las Religiones, Desclée De Brouwer, Bilbao 1997;
Religiones personalistas y religiones traspersonalistas, Desclée De Brouwer, Bilbao
2003; H. M. ENOMIYA-LASALLE, El Zen entre cristianos, Herder, Barcelona 1980; Íd.,
Zen y mística cristiana, San Pablo, Madrid, 1991; J. ERACLE, La doctrina búdica de la
tierra pura, Taurus, Madrid, 1981; H. VON GLASENAPP, El budismo, una religión sin
Dios, Barral, Barcelona 1974; J. LÓPEZ GAY, La mística del budismo, BAC, Madrid
1974; H. de LUBAC, Budismo y Cristianismo, Salamanca 2006; R. PANIKKAR, El silencio
de Dios, Guadiana, Madrid 1970 (reeditada con el título El silencio del Buddha. Una
introducción al ateísmo religioso, Siruela, Madrid 1996); H. ZIMMER, Yoga y budismo,
Kairós, Barcelona 1998.
BUDA, BUDISMO 93
tores es posible hallar la vía, la famosa vía media que conduce a la supe-
ración de los dolores, a través de una disciplina mental, una concentra-
ción intensa y una conducta ética adecuada. Como podemos observar,
Buda no habla del amor como principio de redención del hombre; pero
un tipo de amor juega un papel muy imporante en su visión de la reali-
dad, en el camino humano.
Nuestro mundo occidental tiende a decir con la Biblia que el hombre
es amor, pero luego corre el riesgo de cerrarle en un sistema de activis-
mos y poderes sin corazón. Más que el dolor de la existencia le impre-
siona al hombre occidental la urgencia de buscar y construir algo nue-
vo. Por eso intenta suscitar la salvación por medio de las obras o de la
sabiduría intelectual, como decía san Pablo (1 Cor 1). En contra de eso,
el budismo supone que el hombre se encuentra condenado en este mun-
do, atado a sus deseos, causantes de dolor, de tal manera que ninguna
acción o conocimiento logra librarle del sufrimiento y de la muerte.
Conforme a la visión del budismo, los mismos dioses, si existen, tal como
nosotros podemos conocerlos, se encuentran atados al destino de dolor
y, por eso, no pueden liberarnos. ¿Qué ventaja puede haber en Dios si
Dios se encuentra también dentro de la rueda del destino? Sobre un
mundo malo como el nuestro, carece de sentido hablar dioses. Por eso,
el budismo piensa que los mismos hombres deben librarse del destino,
desatarse de una vida de dolor donde todo se encuentra sometido por la
muerte. ¿Cómo? A través de una iluminación interior, que capacita al
hombre para superar el deseo y para desplegar su vida en forma de amor
liberado, en un camino donde se pueden destacar tres actitudes: Maitri,
Dana, Karuna.
Espíritu del Cristo gime con los hombres, esperando la filiación com-
pleta (Rom 8, 19 s). De esa forma, el dolor compartido se hace principio
de esperanza transformadora, dentro de la misma historia humana.
Pero, dicho todo eso, queremos añadir que el amor/compasión del budis-
mo ha sido y seguirá siendo uno de los focos más limpios de vida de la
historia humana.
C
17. Me baso J. H. LAENEN, Mística judía, Trotta, Madrid 2006; cf. también G. SCHOLEM,
Las grandes tendencias de la mística judía, Siruela, Madrid 2000; D. R. BLUMENTHAL,
Understanding Jewish Mysticism: A Source Reader 1, The Merkabah Tradition and the
Zoharic Tradition, Nueva York 1978.
98 PALABRAS DE AMOR
18. Además de comentarios a Jn, cf. J. MCHUGH, La Madre de Jesús en el Nuevo Testamen-
to, Desclée De Brouwer, Bilbao 1978; I. de POTTERIE, María en el misterio de la
alianza, BAC, Madrid 1993; A. SERRA, María según el evangelio, Sígueme, Salamanca
1988.
102 PALABRAS DE AMOR
El texto recuerda que «la madre de Jesús estaba allí» (Jn 2, 1). No dice
que fuera invitada. Ella pertenece al espacio y tiempo de bodas, es decir,
al camino de amor de los hombres y mujeres: ella quiere que los hijos se
amen y vivan. «Y también fueron invitados Jesús y sus discípulos...» (2,
2). No estaban allí desde el principio, sino que vienen de fuera, para inte-
rrumpir y recrear el curso de la escena. «Y falto el vino...». Así parece
anunciarse el fracaso. Toda la historia (Israel, humanidad) es un camino
de bodas que nunca culminan: tiempo de búsqueda de un banquete de
abundancia y felicidad, de amor y encuentro, que acaba fracasando: las
bodas de la humanidad nunca culminan; sólo existen purificaciones
rituales simbolizadas por las tinajas de agua, preparadas, al borde de la
boda (2, 6). En ese contexto entra la madre de Jesús y dice ¡no tienen
vino! Es la madre Israel, la humanidad que quiere que sus hijos vivan.
Ella no puede hacer nada, pero expone la carencia, como si Jesús fuera
el responsable, esposo de la fiesta, y tuviera que ofrecer el vino a los invi-
tados; por eso, su indicación resulta, por lo menos, indiscreta y así Jesús
empieza marcando las distancias: «¿Qué tiene que ver esto con nosotros,
mujer? Aún no ha llegado mi hora». La negativa parece clara. Pero inme-
diatamente después, desde otra perspectiva, Jesús responde a la petición
de la madre y convierte el agua del amor insípido, incoloro, en vino del
amor del reino.
Jesús aparece así como amigo de estos novios, que ya pueden cele-
brar las bodas, beber juntos de una copa (según el ritual judío) y enri-
quecer con amor compartido a todos los que vengan. Jesús no es aquí ni
el novio ni la novia. Por su parte, Dios no es hombre ni mujer, esposo ni
esposa, sino el amor de ambos, la fiesta de la vida hecha vino. El evan-
gelio nos sitúa así en la línea de las grandes imágenes de bodas de Dios
que recorren los caminos de la Biblia Israelita, desde los profetas (Oseas,
Jeremías, Isaías) hasta el Cantar de los Cantares. Pues bien, las bodas de
Dios son ahora ya las bodas de unos hombres concretos de Caná de
Galilea, a quienes Jesús ofrece vino.
CANÁ DE GALILEA 103
– (Ella) ¡La voz de mi amado! Mirad: ya viene saltando por los mon-
tes, brincando por las colinas. Es mi amado una gacela, es como un cer-
vatillo. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas,
observa por las rejas. Habla mi amado y me dice:
– (Él) Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven a mí, porque, mira,
ha pasado el invierno, la lluvia ha cesado, se ha ido; se ven flores en el
prado, llega el tiempo de la poda y el arrullo de la tórtola se escucha en
nuestros campos. Ya apuntan los frutos en la higuera, la viña florece y
exhala perfume Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven a mí, paloma
mía, en los huecos de la peña, en los escondrijos del barranco: déjame ver
tu figura, déjame oír tu voz, porque tu voz es dulce y tu figura hermosa.
19. Cf. L. ALONSO SCHÖKEL, El Cantar de los Cantares, Verbo Divino, Estella 1992; A.
GONZÁLEZ, El Cantar de los Cantares, Paulinas, Madrid 1981; V. MORLA, El Cantar
de los Cantaes, Verbo Divino, Estella 2005; A. ROBERT y R. TOURNAY, Cantique des
Cantiques, Gabalda, París 1963.
CANTAR DE LOS CANTARES 105
– Ella ha estado esperando, con oído bien abierto a las voces que le
llegan. Todo le resbala hasta que escucha lo indecible: qol dodi, ¡voz de
mi amado! No hay que explicar nada, nada hay que aclarar: esa palabra
suscita una profunda excitación en el cuerpo/alma de la amada. Por eso,
tas escuchar, ella mira y, viendo, dice: ¡ya viene! El amor le ha llegado por
la voz y luego se ha adueñado de sus ojos. Ella ha cambiado, concen-
trándose en un nuevo tipo de mirada: le ve rápido, saltando por los mon-
tes/colinas que aparecen así llenas de vida ¡son camino del amado! Todas
las imágenes evocan agilidad y hermosura: es veloz el amado que salta y
que llega, salvando distancias, venciendo montañas, en gesto de frágil
belleza. No es el amado un animal de fuerza (toro), un semental de cría,
un león de violencia... Es la hermosura ráuda del ciervo huidizo, que
escapa al menor ruido, pero que ahora viene raudo, manso, encariñado.
Esta experiencia del ciervo que llega, en gesto esperado y, sin embargo,
sorprendente, marca el tono de la escena. Éste es el ciervo de la prima-
vera: llega saltando con el tiempo nuevo de la vida; como invitación al
amor que cruza el horizonte y lo transforma en su llegada. Ella está espe-
rando resguardada: detrás de una ventana, al amparo de una reja (o celo-
sía). Quizá podamos decir que ella es casa y él campo; ella es la espera,
él la llegada. Toda su vida de mujer se vuelve acogimiento. Toda la vida
del varón se hace presencia. Ella debería abrir la puerta y correr hacia el
amado. Pero sabe que no puede apresurarse: le deja venir, aguarda.
– Él empieza diciendo ¡levántate!, como si ella hubiera estado pos-
trada, retraída en largo invierno. No la toma por la fuerza, no la rapta,
no la lleva poseída, como objeto que se toma y arrastra con violencia.
Tiene que llamarla y esperar, dejando que ella misma se decida y venga.
Este lenguaje de amor es velado y fuerte, indirecto y convincente. Es
como si dijera ¡levántate, seamos primavera! Ella, la mujer amada, vie-
ne a presentarse así como tiempo y espacio de amor, como primavera
106 PALABRAS DE AMOR
hecha persona. De esa forma, el amor está asociado a la misma vida cós-
mica. Es hermoso que vuelva cada año la potencia de la vida en las flo-
res y en el arrullo de palomas, en los frutos que maduran, en los árboles
y viñas... También ellos expresan el amor de primavera. Por eso dice:
¡Levántate! ¡ven y sintamos juntos el latido de la tierra, cantando el him-
no de la vida que por doquier nos llama y alza! Todo se vuelve lugar y
evocación de amor: las flores, el arrullo de la tórtola, el perfume de la
viña. Uniéndose en amor, ellos dicen y dan sentido al mundo en prima-
vera. Así habla el amante a la amada. Por un lado dice que es suya (pues
la lleva en sí); por otro le pide que venga, que se haga suya, que puedan
compartir y hacer (ser) la primavera. Ella le había comparado con el
ciervo que corre en libertad por la colina. Él la compara a la paloma: está
escondida, inaccesible, en las quebradas de la peña. Posiblemente tiene
miedo. El la llama y dice ¡ven!, invitándole a volar en gozo compartido
por el aire de la vida. Esto es amar: volar en compañía. La paloma que
corre con el ciervo, el ciervo que se hermana a la paloma en la aventura
de su vida compartida. Invirtiendo un esquema normal en los mitos
antiguos, la paloma/cielo es la mujer, el ciervo/tierra es el varón. Ambos
tienen que mirarse. Ella le ha visto saltando en las colinas. Él quiere ver-
la salir de la quebrada, perdiendo el miedo y volando en suavidad por las
alturas. Mirarse mutuamente, descubriendo cada uno su vida en la vida
del otro; escucharse mutuamente, haciéndose palabra el uno desde el
otro: éste es el amor más hondo. Quizá pudiéramos decir que antes igno-
raban su verdad. Ciegos estaban sus ojos, cerrados sus oídos. Ahora, al
mirarse y escucharse, han aprendido a ver y oír: saben lo que son, se
saben, conociéndose uno a otro.
– Ambos. Pueden tomar la palabra juntos, diciendo al mismo tiempo
su deseo: ¡cazadnos! Han empezado a conjugar el nosotros, se convier-
ten de esa forma en sujeto de una misma frase, uniendo el yo y el tú, el
mío y tuyo. Comparten la misma viña, el campo donde pueden cultivar
su encuentro, el espacio de comunicación donde florece ya su primave-
ra. Ambos unidos dicen una palabra de fuerte deseo: ¡quieren disfrutar
la viña, cultivar el amor, unidos ambos, pues son inseparable! Ellos
saben que el amor es lo más fuerte. Pero saben, también, que se encuen-
tra amenazado. Hay en el campo animales que ponen en peligro la naci-
da primavera: los riesgos del amor se elevan tan pronto como el amor
ha comenzado. Por eso piden ¡cazadnos las raposas! No están solos
sobre el mundo. No se bastan uno al otro. Por eso buscan la ayuda de
todos los restantes varones y mujeres del entorno. De esa forma, mien-
CANTAR DE LOS CANTARES 107
tras gozan el amor en dulce compañía, despiertan a los otros y les dicen:
¡ayudadnos, para que pueda mantenerse sana nuestra viña!
– Ella de nuevo. Han celebrado el amor sobre el tálamo florido de la
primavera; han recreado, como ciervo y paloma, el sentido original de la
existencia, mientras alguien ha guardado su viña, impidiendo que vinie-
ran las raposas. Ahora es ella la que consagra el amor como permanen-
cia, como un tipo de matrimonio: dodi li, mi amado es mío; w´ani lo: y
yo soy suya. Normalmente, estas palabras suele proclamarlas el esposo.
Pero aquí las dice ella, rubricando con su afirmación el matrimonio ya
vivido (realizado). Pudiera pensarse que él se ha ido por un momento: es
un ciervo que brinca por los montes. Pues bien, como guardiana de
amor, ella le pide que vuelva antes que sople el día y huyan las sombras...
¡Como gacela o cervatillo ven! En este contexto se introduce una refe-
rencia enigmática ¡sobre los montes de Bether! (2,17). Es posible que se
trate de una geografía amatoria: éste es el monte del ciervo que vuelve al
amor (en palabra tomada de Jos 15, 59a LXX). Pero Bether puede signi-
ficar también división (cf. Gen 15,10). En ese caso, el sentido del texto
sería: superando las montañas de la ruptura, venciendo las quebradas
donde todo parece retorcerse y escindirse, el amado tiene que volver a la
unidad de amor, antes que el día se cierre o acabe la noche. De esa for-
ma, venciendo su posible tendencia a la evasión, el ciervo del amor ha de
volver cada día hacia el encuentro con su amada. Es ella la que cuida el
amor, ella la que llama. Desde ese fondo, tanto el judaísmo como el cris-
tianismo han valorado siempre el Cantar de los Cantares como expe-
riencia de amor posible, como realidad de amor cumplido:
y aún en búsqueda, este vocablo expresa la experiencia del amor que aho-
ra ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el
carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el
amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí
mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien
el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio,
más aún, lo busca (Benedicto XVI, Dios es amor 6).
Por eso podemos comprender que la recepción del Cantar de los
Cantares en el canon de la Sagrada Escritura se haya justificado muy pron-
to, porque el sentido de sus cantos de amor describen en el fondo la rela-
ción de Dios con el hombre y del hombre con Dios. De este modo, tanto en
la literatura cristiana como en la judía, el Cantar de los Cantares se ha con-
vertido en una fuente de conocimiento y de experiencia mística, en la cual
se expresa la esencia de la fe bíblica: se da ciertamente una unificación del
hombre con Dios –sueño originario del hombre–, pero esta unificación no
es un fundirse juntos, un hundirse en el océano anónimo del Divino; es una
unidad que crea amor, en la que ambos –Dios y el hombre– siguen siendo
ellos mismos y, sin embargo, se convierten en una sola cosa: «El que se une
al Señor, es un espíritu con él», dice san Pablo (1 Cor 6, 17). (Ibid 10).
20. Cf. J. GARCÍA MARTÍNEZ, Sociología del hecho religioso en prisión, UPSA, Salamanca
2000; J. GARCÍA ROCA, El Dios de la Fraternidad, Sal Terrae, Santander 1990; Contra
la exclusión. Responsabilidad pública e iniciativa social, Sal Terrae, Santander 1995;
X. PIKAZA, Dios Preso, Sec. Trinitario, Salamanca 2005; J. RÍOS MARTÍN y P. J. CABRERA
CABRERA, Mil voces presas, ICAI-ICADE. Universidad Pontificia de Comillas, Madrid
1998.
CÁRCEL ¿LUGAR DE AMOR? 109
tema, que trata a todos los hombres como meros autómatas sin alma,
como si no fueran personas).
21. Cf. P. G. CABRA, Amarás con todo tu corazón, Sal Terrae, Santander 1996; J. COPPENS,
Sacerdocio y Celibato, BAC, Madrid 1972; E. DREWERMANN, Clerigos, Madrid 1995; J.
GARRIDO, Grandeza y miseria del celibato cristiano, Sal Terrae, Santander 1991; L.
LEGRAND, La doctrina bíblica sobre la virginidad, Verbo Divino, Estella 1976; Th.
MATURA, El radicalismo evangélico, Claretianas, Madrid 1980; D. O’MURCHU, Religious
Life: a prophetic Vision. Hope and Promise for tomorrow, Ave Maria, Notre Dame
1991; Reframing Religious Life: An Expanded Vision for the Future, St. Paul’s, Lon-
dres1998; Rehacer la vida religiosa, Pub. Claretianas, Madrid 2001; J. M. R. TILLARD,
El proyecto de vida de los religiosos, Claretianas, Madrid 1974.
114 PALABRAS DE AMOR
de su vida (en su pascua) todos los discípulos han podido descubrirse identifi-
cados con él, recreados por su resurrección. Poner un voto de castidad al princi-
pio del camino cristiano, como algo valioso en sí, parece ajeno al evangelio. Lo
primero es la búsqueda del reino, todo lo demás, y de un modo concreto la
castidad, “vendrá por añadidura” (Mt 6, 33).
3. El celibato de Jesús fue un aspecto de su opción a favor de los marginados e
impuros de la sociedad. No está primero el celibato y después la opción por los
excluídos del amor, sino al contrario. Lo primero es la opción de amor liberador,
al servicio del reino, una opción que se expresa en forma de compromiso a favor
de los más alejados del orden oficial y de la santidad organizada. Algunos han
entendido el celibato/castidad como opción por la pureza: como una forma de
vivir en aislamiento, para no mancharse por nada (en el plano sexual, afectivo y
mental). Pues bien, paradójicamente, el celibato de Jesús se ha definido por su
capacidad de acercarse y compartir la vida con aquellos que parecían menos
“amables”: con los publicanos y prostitutas, los leprosos y enfermos de la socie-
dad, es decir, con los más pobres en un plano social y sacral. Por eso, una “pure-
za” separada y desligada del “basurero” de la historia humana, egoístamente
segura de sí, no sería cristiana. En esa línea, el celibato creativo implica la capa-
cidad de dialogar en cercanía, sin juzgar ni condenar a nadie, en comprensión y
amor, entre los más impuros de la sociedad, en medio de un mundo discrimina-
do por la problemática sexual, la injusticia y opresión afectiva.
4. El celibato de Jesús está vinculado de un modo especial con su encarnación
liberadora: no le aísla en un convento, no le encierra en un grupo, no le separa
de nadie..., sino que le sitúa en un lugar de encuentro, desde el que puede dialo-
gar con todos, no sólo con publicanos y prostitutas, sino con fariseos y saduceos,
con hombres y mujeres de diversas condiciones. Es una actitud gozosa y crea-
dora, no de puro repliegue porque el mundo acaba y no hay tiempo de ocupar-
se de las cosas de este mundo (como parece suponer Juan Bautista, el otro gran
célibe de su entorno, y quizá también Pablo). Es una actitud gozosa y creativa,
porque termina el mundo viejo y comienza el nuevo, un mundo de amor, preci-
samente ahora, y porque se puede vivir al servicio de ese reino. Esta capacidad
de encarnarse en el centro del mundo, sin “casarse” con ningún poder estableci-
do, define la castidad de Jesús, frente a la renuncia de los esenios célibes de
Qumrán o de los judíos terapeutas del lago Mareotis de Egipto, que abandonan
un tipo de familia por ley sacral o por exigencia de una contemplación separada
del mundo. Hay una forma de religión que disgrega y distingue, aislando a los
devotos y poniéndolos fuera de este mundo. Por el contrario, el celibato de Jesús
puede y debe entenderse como capacidad de relación, como libertad para la
comunicación, trascendiendo las leyes o normas sacrales de su entorno. El celi-
bato es para Jesús un momento importante de su encarnación de amor.
5. El celibato de Jesús implica una fuerte renuncia, que se expresa en su opo-
sición a un tipo de legalismo fariseo y, sobre todo, en el hecho de que él ha teni-
do que romper con su propia familia, que le ha considerado un “loco”, porque
ha dejado su casa (¡un buen matrimonio!), para así mantenerse dentro de los
CELIBATO CRISTIANO 1 115
valores de este mundo (cf. Mc 3, 31-35 par). Los diversos pasajes en los que Jesús
habla de “dejar padre-madre, hermanos-hermanas, casa-hijos” (cf. Mc 10, 28-29)
definen de manera radical su proyecto, como experiencia de comunidad abierta,
que rompe los pequeños esquemas de una familia patriarcal, de una casa privi-
legiada, de un hogar perfecto... Esa renuncia a un tipo de familia-poder sólo se
entiende al servicio de un amor más grande, abierto al conjunto de los herma-
nos y hermanas, no sólo de la comunidad cristiana, sino del entorno social. Ésta
es la apuesta del evangelio, vinculada de manera radical a una experiencia más
fuerte de amor que se expresa en las palabras de Jesús al hombre que quiere
alcanzar la vida eterna: “mirándole le amó” (Mc 10, 21). En esta experiencia de
amor, que desborda un espacio de pequeña familia de puros, se funda la iglesia
de Jesús. En esa línea, en el momento actual, los célibes cristianos tienen que
estar dispuestos a romper formas de familia ya fosilizadas, para explorar e ini-
ciar con Jesús unos caminos de libertad y comunicación con otros movimientos
religiosos y sociales de nuestro tiempo. Es muy posible que cierta iglesia más
jerárquica o más organizada no pueda hacerlo, pues “está casada” con la familia
sacral de sus propias leyes. Por eso, los célibes cristianos tienen una tarea espe-
cial, al servicio del evangelio.
6. El celibato de Jesús está abierto al don de la vida, tal como se concreta de un
modo especial en los niños. Por eso, ellos son esenciales en su proyecto y camino
(cf. Mc 9, 33-37 y 10, 13-16): los niños son expresión de la fragilidad y del don de
la vida. El celibato cristiano no se puede entender como simple renuncia o nega-
ción de amor, sino que tiene una finalidad más importante: está al servicio de los
niños, que pueden ser manipulados por los demás, está al servicio de los ham-
brientos y sedientos, de los enfermos e impuros de la sociedad... Los célibes cris-
tianos han de estar al servicio de la vida amenazada, es decir, de aquellos que no
tienen familia. Lógicamente, la experiencia escatológica de los célibes (el tiempo
se ha cumplido, ha llegado el Reino...: cf. Mc 1, 14-15) se expresa en forma de
nuevo comienzo: “convertirse y creer en el evangelio”. Eso implica que ellos (no
sólo, pero de un modo especial) han de convertirse en amigos de los niños aban-
donados y de los expulsados del amor social. El celibato de Jesús pierde así su
posible señal de alejamiento o huída (juicio de este mundo...), para convertirse en
signo de gozo por la vida, de gozo por los niños, de esperanza de futuro, de apues-
ta por la transparencia y plenitud de los hombres.
7. Por todo eso, el celibato no es nunca lo primero..., pero puede ser un medio
importante en el camino de reino. Es sólo un medio, pero puede ser muy signifi-
cativo. Lógicamente, no hay en el evangelio (ni en el conjunto del Nuevo Testa-
mento) ningún sermón ascético a favor del celibato consagrado, como signo
especial de santidad, por sí mismo (ni siquiera en 1 Cor 7); no hay nada compa-
rable a los escritos espirituales de algunos Padres de la Iglesia (como San
Jerónimo o San Ambrosio, que en este campo beben de otras fuentes no cristia-
nas). Por eso, todo esfuerzo ascético a favor de un tipo celibato espiritualista,
que es más platónico que cristiano, resulta poco evangélico. Los evangelios no
son un sermón a favor del celibato, ni siquiera a favor de la iglesia, sino que ellos
116 PALABRAS DE AMOR
trasmiten, más bien, el testimonio de la vida y amor de Jesús, a favor del Reino.
Sólo en ese contexto, allí donde las cosas del Reino se vuelven importantes (cen-
trales), recibe su sentido el celibato por el reino (es decir, por el amor), no como
algo que se demuestra por razones o se impone por leyes, sino como un camino
que se abre a todos los cristianos y que se cumple de un modo especial en algu-
nos (que no se casan). Sólo dentro de una llamada universal a la castidad (al
amor abierto gozosamente al servicio del Reino) puede hablarse de un celibato
carismático de algunos religiosos y religiosas.
ma velada pero muy fuerte el texto del criado-amante del centurión al que Jesús
“cura”: Mt 8, 5-13). En este fondo se inscribe la expresión y experiencia de los
“eunucos por el Reino de los cielos” (Mt 19, 12), que sitúa a los seguidores de
Jesús en el espacio humano de los que están sexualmente marginados, por razón
biológica o social. Por eso, el celibato en la iglesia de Jesús no es una forma de
elevarse sobre los demás, en pureza y dignidad, sino de solidarizarse con el últi-
mo estrato afectivo de la humanidad, con los sexualmente destruidos; así apare-
ce como un gesto extrañamente intenso, como una opción a favor de los hom-
bres y mujeres más problemáticos del “buen sistema”, para acompañarles de un
modo afectivo y servicial. Entendido así, el celibato es una expresión importan-
te del amor liberador de Cristo.
2. Testimonio de Pablo: amor y libertad escatológica. Pablo ha recogido de for-
ma poderosa esa experiencia de Jesús al interpretar el celibato como un modo
de situarse ante la llegada amorosa de los últimos tiempos (cf. 1 Cor 7, 1-40).
Entendido así, el celibato es libertad para el amor más hondo: Hay amores par-
ciales, que nos atan al hacer y rehacer, al comprar y al vender, en el plano del
“talión”, es decir, de la ley de intercambios sociales donde todo se paga y mere-
ce, dentro de un sistema bien organizado. Pues bien, superando ese nivel, la
experiencia pascual de Jesús ha descubierto y desplegado la posibilidad de un
amor total, liberado en forma mesiánica, que se manifiesta, sobre todo, en rela-
ción con las mujeres, antes sometidas al “yugo” del marido en el matrimonio. Es
muy posible que, en ciertos momentos, la iglesia posterior haya tenido miedo de
esta libertad mesiánica (personal y social) que el amor de Cristo ofrece las muje-
res, invirtiendo su mensaje y convirtiendo la castidad religiosa de algunas insti-
tuciones oficiales (con clausura obligatoria, bajo dominio de la jerarquía mas-
culina) en una nueva forma de sometimiento para ellas. Sólo en el momento en
que ellas, lo mismo que los varones, redescubran la libertad radical del celibato
o virginidad de Cristo podrán abrir de nuevo unos caminos creadores de vida
cristiana, no en negación, sino en creación mesiánica y en solidaridad con los
más pobres, en medio de estos tiempos diferentes. El principio y sentido del celi-
bato o virginidad cristiana, según Pablo, ha sido y sigue siendo el despliegue de
la libertad y del amor del evangelio.
3. Denuncia del Apocalipsis: riesgo de prostitución e idolatría. Un testimonio
muy fuerte y discutido del celibato de Jesús es el que transmite el Apocalipsis,
donde se recogen algunas tradiciones más radicales del cristianismo, en contra
de los dos riesgos de pecado mortal de la iglesia: uno es la porneia o prostitución,
que significa la compra-venta del amor y de la vida, para conseguir ventajas
materiales, dentro del sistema político del imperio romano; el otro es la idolatría
en la comida, que se identifica con el “comer idolocitos” o carne consagrada a los
ídolos de Roma (cf. Ap 2, 14.20). En contra de ese doble y único pecado (afecti-
vo y social), la virginidad cristiana (expresada de un modo simbólicamente com-
plejo y peligroso en el signo de los soldados vírgenes de Ap 14, 4) se identifica
con la libertad personal y económica de los creyentes, que se relacionan entre sí
de una manera gratuita, sin utilizarse ni venderse unos a otros. Una virginidad
118 PALABRAS DE AMOR
entendida como medio para adquirir honra o prestigio, dinero o poder, dentro
de la iglesia, sería para el Apocalipsis la mayor de las perversiones. Ser virgen
significa en este contexto vivir en libertad para el amor, en medio de las posibles
persecuciones de la Bestia (que es Poder desposado con la Prostituta), tomando
así un camino que conduce hacia las Bodas del Cordero (Ap 21-22). Sólo en la
medida en que esa libertad nos capacita para descubrir y potenciar el Amor de
las Bodas mesiánicas, podemos hablar de celibato o virginidad cristiana.
4. Celibato y bodas. Virginidad como experiencia de comunión. Los aspectos
anteriores desembocan en el descubrimiento central del amor, que Jesús y el
Nuevo Testamento han recogido partiendo del mensaje de los profetas (Oseas,
Jeremías, Isaías...) y del Cantar de los Cantares, cuando presentan el Reino de
Dios como experiencia nupcial, de encuentro enamorado. Éste es el tema que
hallamos al fondo de Mc 2, 18-22 (amigos del novio) y de Mt 25, 1-13 (novias con
aceite), lo mismo que en Jn 4 (samaritana) y en el simbolismo esponsal del con-
junto de Jn (cf. bodas de Caná: Jn 2) y de la tradición de Pablo (cf. Ef 5). Ésta es
una tradición parabólica e incluso mistagógica, que puede interpretarse (y se ha
interpretado a veces) en formas patriarcales (de supremacía del Cristo-varón) o
gnósticas (de rechazo del mundo), pero que debe ser asumida y recreada por la
iglesia. El celibato o virginidad eclesial sólo tiene sentido dentro de una gran
experiencia y apuesta (eclosión) de amor en libertad, que no niega los aspectos
sexuales, sino que los implica y recrea, en formas de libertad humana y explora-
ción afectiva, superando los cauces opresores o limitados del legalismo patriar-
cal y de un tipo de sacralismo antiguo y moderno.
5. Sacerdocio sacrificial. Celibato y estructura de la iglesia. Conforme a una lec-
tura sesgada de la carta a los Hebreos, que en principio está hablando sólo de
Jesús (Heb 5, 6.10; 6, 20; 7, 1-17), el “sacerdote” cristiano tendría que ser un hom-
bre separado, sin padre ni madre, alguien que ha roto con las genealogías de este
mundo (que definen el sacerdocio de Aarón o Sadoc), para poder vincularse mejor
a todos los hombres, según el orden celeste, supra-familiar, de Melquisedek. En
esa línea, una iglesia instituida ha destacado la importancia del celibato para sus
ministros, interpretándolo además en línea sacrificial, como si Dios necesitara la
ofrenda y renuncia afectiva de sus servidores. Desde ese presupuesto, los minis-
tros célibes de la iglesia, al menos desde la Edad Media, han asumido elementos
de una espiritualidad de abnegación (ser célibe es sacrificarse por Dios), con otros
que provienen de las fuentes mesiánicas del evangelio; de esa forma han podido
realizar una labor eclesial muy positiva. Lógicamente (por exigencia complemen-
taria), la castidad de los religiosos ha recibido también connotaciones ministeria-
les. De esa forma, el celibato ha podido correr el riesgo de perder su principio ori-
ginal de libertad, convirtiéndose en un elemento de la estructura de sistema de la
iglesia, perdiendo su novedad evangélica. Los religiosos han venido a integrarse
dentro de una visión sacrificial de la obra de Cristo; su vida aparece así como una
ofrenda, un holocausto que se quema en el altar, en honor de un Dios pagano que
necesita expiaciones. En ambos aspectos (ministerial y de vida religiosa) el senti-
do del celibato cristiano sigue, afortunadamente, abierto.
CELIBATO CRISTIANO 2 119
Las tres últimas visiones del celibato son contrarias o, al menos, aje-
nas al espíritu de Jesús y como tales han sido condenadas por los profe-
tas y teólogos de la experiencia cristiana y de la vida religiosa. Pero ellas
han influido poderosamente en algunas comunidades y movimientos
eclesiales, incluso en la actualidad. Por eso, a fin de que el celibato cris-
tiano sea signo y presencia del evangelio ha de insistir en los cuatro pri-
120 PALABRAS DE AMOR
22. Además de comentarios a Mt, cf. J. ALISON, Una fe más allá del resentimiento.
Fragmentos católicos en clave gay, Herder, Barcelona 2001; J. GAFO, La homosexuali-
dad: Un debate abierto, Desclée De Brouwer, Bilbao 1997; D. A. HELMINIAK, Lo que la
Biblia realmente dice sobre la homosexualidad, Egales, Madrid 2003; X. PIKAZA, El
Señor de los ejércitos. Historia y teología de la guerra, PPC, Madrid 1997; G. THEISSEN,
La sombra del Galileo, Sígueme, Salamanca 1997.
CENTURIÓN 121
Desde ese fondo han de verse algunos pasajes del evangelio que
hablan de la relación de Jesús y de sus seguidores con soldados de
Herodes, dentro del contexto de Galilea. El conjunto de la población les
odiaba o les miraba con desconfianza. Pues bien, cuando pide a sus dis-
cípulos que “amen a los enemigos”, superando la actitud del «ojo por ojo
y diente por diente», propia de los ejércitos del mundo, Jesús añade una
sentencia muy significativa: «No resistáis al que es malo (al mal); por el
contrario, si alguien te hiere en la mejilla derecha, ponle también la
otra...; y al que te obligue a llevar la carga por una milla llévasela dos»
(Mt 5, 39-40). Estas últimas palabras se refiere al servicio obligatorio que
las fuerzas del ejército (de Herodes o Pilato) podían imponer sobre los
súbditos galileos o judíos: obligarles a llevar cierto peso o cargamento a
lo largo de una milla. Pues bien, en vez de propugnar la insurrección o
la protesta violenta, Jesús pide a los oyentes que respondan con amor a
la exigencia, posiblemente violenta, de los soldados. Ésta es su forma de
(no) oponerse al mal. Jesús quiere vencer la perversión del mundo a tra-
vés de un gesto bueno; por eso, no condena a los soldados “enemigos”,
sino que quiere situarles ante el don del reino, enriquecerles con la gra-
cia del Padre que es bueno para todos (cf. Mt 5, 45).
En este fondo ha de entenderse su relación con el centurión que tie-
ne un siervo enfermo y que pide a Jesús que le cure (Mt 8, 5-13 par.). La
escena ha sido elaborada por la tradición en el contexto de apertura ecle-
sial a los paganos, pero en su fondo hay un relato antiguo (transmitido
al menos por el Q; cf. Lc 7, 1-10; Jn 4, 46b-54). Jesús no ha satanizado a
los soldados, ni ha querido combatirlos con las armas, sino que ha des-
cubierto en ellos un tipo de fe que no se expresa en la victoria militar,
sino en el deseo de curación del amigo enfermo:
23. Textos básicos: JUAN PABLO II Diálogo entre las culturas para una civilización del amor
y la paz (diciembre 2000; texto ol line en www.multimedios.org/docs); E. KANT, Ideas
para una historia universal en clave cosmopolita (1784), Tecnos, Madrid 1987; La
paz perpetua, Tecnos, Madrid 1985. Cf. R. T. CALDERA, Una civilización del amor,
Centauro, Caracas 2004; M. HOWARD, La invención de la paz. Reflexiones sobre la gue-
rra y el orden internacional, Salvat, Barcelona 2001; S. HUNTINGTON, El choque de civi-
lizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona 1997.
124 PALABRAS DE AMOR
3. ¿Una paz más alta? La civilización del amor. Frente a la visión de la paz
mercantil de Kant, frente al choque de civilizaciones de Huntington, la jerarquía
de la iglesia católica ha puesto de relieve la posibilidad (y necesidad) de crear un
diálogo de civilizaciones, que asuma los valores de las tradiciones religiosas,
pero que las trascienda y unifique por amor. En este contexto puede y debe
hablarse de una civilización del amor, que no busca el progreso técnico en cuan-
to tal, ni el poder económico o político, sino la maduración afectiva de la huma-
nidad. Se trataría de una civilización donde la “riqueza de los hombres y muje-
res” no se mide a través de la “renta per capita”, ni por otros marcadores econó-
mico-sociales (aunque ellos tienen también su importancia), sino por la madu-
rez en el amor de todos. Ciertamente, en un plano, las religiones y culturas se
oponen; pero si llegamos a su núcleo, las grandes religiones se vinculan o pue-
den vincularse a través del amor. En estos últimos siglos, el hombre de occiden-
te se ha empeñado en la tarea de expresar su voluntad a través de una serie de
gestos de dominio: conquistas, avances, revoluciones... A mi juicio, está llegan-
do el tiempo en que el proceso puede adquirir otro sentido, siempre que por enci-
ma de la exigencia de dominio del mundo y sobre los principios del capital (o de
la supremacía de una determinada religión) se ponga en la base de la vida el
amor, como principio de vinculación universal.
COMPASIÓN, SIMPATÍA
24. Cf. B. ANDRADE, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerigmá-
tica, Sec. Trinitario, Salamanca 1999; Cuéntanos tu experiencia de Dios. Reflexiones
sobre el Dios cristiano, Sec. Trinitario, Salamanca 2002; K. O. APEL, La transformación
de la filosofía I-II, Taurus, Madrid 1985; H. ARENDT, La condición humana, Paidós,
Barcelona 2002; A. CORTINA, Razón comunicativa y responsabilidad solidaria. Ética y
política de K. O. Apel, Sígueme, Salamanca 1985; R. GIRARD, La violencia y lo sagrado,
Anagrama, Barcelona 1983; El misterio de nuestro mundo, Sígueme, Salamanca 1982;
J. HABERMAS, Teoría de la acción comunicativa I-II, Taurus, Madrid 1988; Fragmentos
filosófico-teológicos, Trotta, Madrid 1999; H. JONAS, El principio responsabilidad,
Herder, Barcelona 1995; El principio de la vida. Hacia una biología filosófica, Trotta,
Madrid 2000; E. LEVINAS, Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca 2002; Del otro
modo de ser, o más allá de la esencia, Sígueme, Salamanca 1987; J. B. METZ, La fe en
la historia y en la sociedad, Cristiandad, Madrid 1979; Por una cultura de la memoria,
Anthropos, Barcelona 1999; X. PIKAZA, Iglesia, libertada, sistema. Las instituciones del
Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001; Dios es Palabra, Sal Terrae, Santander 2003;
J. SOBRINO, El principio misericordia, Sal Terrae, Santander 1992.
130 PALABRAS DE AMOR
me y realiza aquello que los israelitas esperaban para el fin del tiempo: traduce la
Palabra (amor universal) de Dios en forma de Comunicación interhumana. El
primer “dogma” cristiano es la comunicación de amor entre los hombres.
3. Jesús, comunicación encarnada. Él ha ofrecido en su entorno una palabra de
amor (comunicación) gratuita y salvadora, abierta en especial hacia los antes mar-
ginados (pobres, pecadores...). Ese gesto ha suscitado el rechazo de los poderes
establecidos que controlan la información religiosa nacional (sacerdotes) y la polí-
tica imperial (romanos): para mantener sus privilegios, impidiendo el acceso de
los pobres a la vida compartida, en nombre del “dios” del orden establecido, los
poderes del mundo han matado a Jesús, que ha protestado dejándose matar. Su
muerte no ha sido un asesinato más (aunque él se asocie con los asesinados), sino
el asesinato de aquel que quiso abrir para todos los humanos un espacio y cami-
no universal de encuentro de amor. Por mantenerse fiel a su proyecto le han mata-
do, y su Cruz sigue siendo una protesta contra todo lo que oprime al ser humano,
contra todo aquello que se opone a la comunicación de amor entre los hombres.
Los poderes del mundo le han condenado, pero, invirtiendo esa condena, Dios le
resucita, haciéndole garantía y sentido de amor mutuo en medio de la historia.
4. Dios, comunicación universal. Según los cristianos, no existe primero un
Dios en si (más allá de toda relación, puro silencio), y después una comunica-
ción de Dios, que se revela porque así lo ha decidido. De manera sorprendida y
gozosa, los cristianos traducen el mensaje de Gen 1, 1 (en el principio creó Dios...)
en claves de comunicación intradivina: en el principio era la Palabra, Dios mismo
era Palabra dialogada (cf. Jn 1, 1). Dios es Trinidad, Comunión personal, Palabra
que se da gratuitamente (Padre), se acoge en amor (Hijo) y se comparte (Espíritu
Santo). Por eso, creer significa asumir la comunicación fundante de Dios que
habla de manera creadora a todos los hombres. Creer es comunicar y compartir
gratuitamente la vida, en protesta contra todo lo que oprime a los hombres, en
gesto de apertura especial hacia los excluidos del sistema.
5. Iglesia, comunicación de personas en la historia. La iglesia es la comunidad
de aquellos que, creyendo en la Palabra de Jesús resucitado, la comparten y cele-
bran ya en el mundo. No les vincula una raza o historia pasada, ni algún tipo de
intereses de poder o dinero, sino la Palabra de amor de Dios, encarnada en Jesús
y expresada como fuente de amor dialogal. Son cristianos aquellos que creyen-
do en Dios se creen y se dicen la vida, en torno al pan y vino de la eucaristía, en
una iglesia que es regalo gozoso de Dios, siendo espacio de amor abierto hacia
todos los hombres. No condena el cristianismo a las otras religiones, ni gana a
sus adeptos por la fuerza, pues la fuerza es lo contrario a la comunión universal
del evangelio. La verdad de la iglesia es comunicación; por eso, todo intento de
imponerla, sin diálogo de amor, es contrario al evangelio. Un cristianismo que
nos obligara a ser cristianos no sería cristianismo y una iglesia que destruyera a
las restantes religiones no sería iglesia.
6. Comunicación, dogma cristiano. El contenido fundante de la confesión cris-
tiana (Dios es Trinidad, Cristo ha resucitado) se identifica y expande con la acción
comunicativa de la iglesia. Por eso, tomar unos dogmas de tipo ontológico (en cla-
132 PALABRAS DE AMOR
25. Cf. D. BONHÖFFER, Sanctorum Communio, Berlin 1954; H. M. CONGAR, Santa Iglesia,
Estela, Barcelona 1965; M. M. GARIJO-GUEMBE, La comunión de los Santos: funda-
mento, esencia y estructura de la iglesia, Herder, Barcelona 1991; J. M. KEHL, La Iglesia.
Eclesiología Católica, Sígueme, Salamanca 1996; N. D. KELLY, Primitivos credos cris-
tianos, Salamanca 1980; H. de LUBAC, La fe cristiana, FAX, Madrid 1970; Meditación
sobre la Iglesia, Encuentro, Madrid 1980; J. SOBRINO, Resurrección de la verdadera igle-
sia, Sal Terrae 1984; J.-M. R. TILLARD, Iglesia de iglesias, Sígueme, Salamanca 1991;
La Iglesia local. Eclesiología de comunión y catolicidad, Sígueme, Salamanca 1999; A.
VILAPLANA, La comunión de los santos, BAC, Madrid 1985.
COMUNIÓN DE LOS SANTOS 1 133
26. Además de libros citados en nota anterior, cf. A. ANTÓN, El misterio de la iglesia, BAC,
Madrid 1094; C. GARCÍA, Comunidad de vida cristiana I-II, Sal Terrae, Santander
1997-1998; E. A. JOHNSON, Amigos de Dios y profetas: una interpretación teológica
feminista de la comunión de los santos, Herder, Barcelona 2004; J. J. TAMAYO, Hacia
la comunidad I-VI, Trotta, Madrid 1994-2000; J. M. TILLARD, Iglesia de iglesias,
Sígueme, Salamanca 1991.
COMUNIÓN DE LOS SANTOS 2 137
des clásicas, con la justicia interpretada como exigencia de dar a cada uno lo que
es suyo. Resulta insuficiente el ideal moderno de la acción revolucionaria, como
búsqueda de una sociedad sin clases. Es incompleto el ideal de la razón que
quiere desvelar la plenitud del hombre a través del conocimiento o de la técnica.
Para el cristiano, no hay más absoluto que la caridad, entendida ahora a mane-
ra de entrega mutua gozosa, total, en un camino que proviene de la comunión
de Dios y se abre hacia la comunión entre los hombres.
2. La comunión es un misterio que se celebra en esperanza activa, comprome-
tida. Desde ese fondo se pueden expresar algunos de sus rasgos. (a) El cristiano
cree en la comunión y no en la fuerza de la razón, que ha ido encontrando la ver-
dad en su proceso de avance intelectual y técnico. Hemos asistido a la utopía del
«hombre racional», del ilustrado; podemos recordar a los grandes sabios que
pretendían alcanzar la plenitud del hombre a través del conocimiento y desarro-
llo intelectual. Pues bien, los cristianos aceptan el valor de la razón, pero saben
que sólo el amor de comunión pueden librarles de la violencia mortal. El cristia-
nismo no es «república de sabios» sino fraternidad de redimidos que, gratuita-
mente, acogen y comparten la existencia. (b) El cristiano cree en la comunión y
no en un tipo de → solidaridad racional sin más. Ciertamente, valora esa unión.
Pocas cosas hay en nuestro mundo más genuinamente humanas que la unión de
unos hombres que están comprometidos en un mismo proceso de transforma-
ción, en una misma lucha por lo humano. Pero esa unión solidaria, expresada a
través de la dinámica socio-política, puede volverse violenta, concretándose a
través de la lucha de clases y de la imposición revolucionaria o contra-revolu-
cionaria del capitalismo si no tiene en su fondo el amor de comunión que se fun-
da en la gratuidad, se abre en forma de búsqueda amistosa y se explícita en for-
ma de camino de amor gratificante, no impositivo. (c) El cristiano cree en la
comunión y no en un tipo de → misericordia cerrada en sí misma. Ciertamente, la
misericordia es esencial en la situación actual del mundo, de manera que Dios
mismo aparece como misericordioso (cf. Ex 34, 4-6). Pero hay algo que está más
allá de la misericordia: es el amor que libera y comparte, la comunión de amor
y de igualdad de los “santos”, es decir, de los hombres y mujeres que se sienten
llamados a vivir en unidad de amor en Cristo.
27. W. EICHRODT, Teología del Antiguo Testamento I, Cristiandad, Madrid 1975; H. KÜNG,
El judaísmo: pasado, presente y futuro, Trotta, Madrid 1993; K. J. KUSCHEL, Discordia
en la casa de Abrahán. Lo que separa y lo que une a judíos, cristianos y musulmanes,
Verbo Divino, Estella 1996; N. LOHFINK, Das Hauptgebot, PIB, Roma 1963; D. MASSON,
Monothéisme coranique et monothéisme biblique, Desclée de Brouwer, París 1976; X.
PIKAZA, Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1997; Monoteísmo y globali-
zación. Moisés, Jesús, Muhammad, Verbo Divino, Estella 2002; J. A. RODRÍGUEZ, La
religión judía. Historia y teología, BAC, Madrid 2001; E. SCHÜRER, Historia del pueblo
judío en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 1985, II, 589-600.
140 PALABRAS DE AMOR
una diferencia: los israelitas aseguran que Yahvé es el único Señor y que sus fie-
les deben venerarle en exclusiva, rechazando a los restantes ‘dioses o señores’ de
la tierra (cf. Sal 16, 2-3). La confesión implica por tanto un amor exclusivo, pues
Yahvé es un Dios celoso.
2. Yahvé Nuestro-Dios, amor de pacto. Del señorío cósmico pasamos a la expe-
riencia de vinculación personal de Dios con un grupo de creyente: “Yo (Yahvé) seré
vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (cf. Dt 26, 15-19). En este contexto, se
sitúa, tras la entrada de los hebreos en Palestina, la gran alternativa de Josué a sus
seguidores, que deben elegir entre Yahvé o los dioses palestinos. El pueblo en con-
junto responde confesando: “Yahvé es Nuestro-Dios (Elohenu) y así le serviremos”
(Jos 24, 17-18). En tiempo de Elías se repite otra vez la alternativa y de nuevo esco-
ge bien el pueblo, en elección festiva, de grandes consecuencias religiosas y socia-
les: Yahvé hu ha-Elohim (Yahvé, él es nuestro Dios: 1 Rey 19, 39). Ésta es una con-
fesión de alianza, de tipo básicamente amoroso. Dios ama a su pueblo al elegirle
como pueblo suyo, el pueblo ama a Dios al responderle. En este contexto el amor
se une de alguna forma al odio: hay que combatir a los enemigos de Yahvé.
3. Memoria amorosa, credo histórico. Expande la anterior y explicita el origen
de la relación de Yahvé con los israelitas, relatando su acción en la historia y
estableciendo el recuerdo fundador. La acción de Dios vincula como pueblo a
quienes asumen la memoria de su acción salvadora. Así venimos del contexto
regio (¡Yahvé reina!) o simplemente pactual (¡Soy Vuestro-Dios, vosotros sois mi-
pueblo!) al campo de la historia donde Dios actúa y dice: “Yo soy Yahvé, tu Dios,
que te he sacado de Egipto” (Ex 20, 2; Dt 5, 6; cf. 1Rey 12, 28; Jer 2, 6 etc). Éste
es el principio del amor: el recuerdo de aquello que Dios ha realizado por su pue-
blo: “Mi padre era un arameo errante; bajo a Egipto y residió allí con unos pocos
hombres... Pero los egipcios nos maltrataron y humillaron... Gritamos a Yahvé,
Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz, vio nuestra miseria... y
nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido y nos trajo a este lugar...”
(Dt 26, 5-10; cf. Jos 24, 2; Sal 136, 78). Memoria amorosa de Dios: ésto es la fe.
4. Mandato de amor, confesión histórico-legal. Este credo expande y ratifica
los anteriores en una fórmula de fe que cada padre debe transmitir a sus hijos.
“Cuando mañana pregunte tu hijo: ¿qué son estos mandatos y decretos que os
mandó Yahvé...? responderás: Éramos esclavos de Faraón en Egipto y Yahvé nos
sacó de Egipto con mano fuerte... para traernos y darnos la tierra que había pro-
metido a nuestros padres. Y nos mandó cumplir todos estos mandamientos, res-
petando a Yahvé, nuestro Dios” (Dt 6, 20-24). Al amor de Dios que libera res-
ponde el amor del pueblo, que se compromete a mantener la fidelidad al Dios
amoroso. Éste es un credo histórico, y evoca el sentido de los tres tiempos del
pueblo: incluye una promesa de la tierra, vinculada a la memoria de los patriar-
cas; en el centro pone el éxodo o liberación creadora y al fin el pacto, que se
expresa en la fidelidad de Israel, que ha de cumplir la Ley de Dios, con sus decre-
tos y mandatos. Éste es un credo familiar, pues cada padre ha de enseñarlo a sus
hijos, y social, pues cada familia forma parte del pueblo de los liberados por
Dios, comprometidos a cumplir sus mandamientos.
CONFESIÓN: FE Y AMOR 1 141
28. Además de obras citadas en nota anterior, cf. G. BORNKAMM, El doble mandamiento
del amor, en Id., Estudios sobre el Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1983, 171-
180; O. CULLMANN, “Las primeras confesiones de fe cristianas”, en La fe y el culto en
la iglesia primitiva, Studium, Madrid 1971, 63-122; A. GRILLMEIER, Jesucristo en la fe
de la Iglesia, Sígueme, Salamanca 1998; K. H. SCHELKLE, Teología del Nuevo
Testamento III, Herder, Barcelona 1975, 167-200; R. SCHNACKENBURG, Mensaje moral
del Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 1989, 100-113; W. SCHRAGE, Ética del Nuevo
Testamento, Sígueme, Salamanca 1987.
144 PALABRAS DE AMOR
Acercóse uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había
respondido muy bien, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los man-
damientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor,
nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El
segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro man-
damiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro; tienes
razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera El, y amarle con
todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al
prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás
lejos del Reino de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas
(Mc 12, 28-34).
El escriba, hombre del Libro, interpreta a Dios como alguien que tiene
poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a sus criaturas,
en este caso a los judíos. Ciertamente, su pregunta es buena y veremos que
Jesús la admite, pero está sesgada al suponer que en el principio se halla
la entolê, es decir, aquello que Dios ha mandado cumplir a los hombres. El
problema no está en que los mandatos sean numerosos (más tarde se
recopilan 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues muchos de
ellos resultan obvios para los que viven dentro de una sociedad organiza-
da al estilo judío. Por eso, situados en su propio contexto, los judíos
del tiempo de Jesús y sus sucesores no se pueden tomar como legalistas en
el sentido peyorativo del término. No son legalistas, pero piensan que su
vida se encuentra fundada sobre leyes de Escritura/Tradición que se pre-
sentan como voluntad de Dios. De todas maneras, es importante discer-
nir: saber dónde se encuentra el centro y clave de los mandamientos,
como hace nuestro escriba. No los discute; quiere organizarlos de forma
que puedan integrarse como un todo armonioso. Ésta es la función de los
escribas: traducir una Escritura histórica/narrativa en formas de código
legal. Por eso, en el fondo de los mandamientos buscan el mandamiento,
como si los 613 preceptos se pudieran condensar en una misma y única
raíz. Pues bien, Jesús acepta el reto y no responde con uno sino con dos,
CONFESIÓN: FE Y AMOR 2 145
lejos del Reino... No está lejos, pero debe caminar, como aquel hombre
rico que ha cumplido la Ley pero que debe darlo todo a los pobres y seguir
a Jesús en camino de Reino (cf. Mc 10, 21).
Este credo es un credo fácil y en principio pueden aceptarlo no sólo los
cristianos, sino también los judíos, y otros creyentes (budistas, hindúes)
e incluso no creyentes, siempre que ‘Dios’ sea símbolo de aquello que
define y sustenta en amor a los humanos, sabiendo que ha llegado el
‘tiempo’ de la plenitud. Pero es un credo exigente, pues implica descubrir
al prójimo y amarle (es ‘como yo’). Teóricamente parece más fácil creer
en la Trinidad y otros ‘dogmas’ cristianos, judíos o musulmanes, pues lo
que ellos piden puede aceptarse básicamente, sin cambiar la vida de los
fieles. Pero, de hecho, este mandato de amor al prójimo, unido al del
amor de Dios, es más exigente y define toda la vida y acción de los fieles.
Éste es un credo de racionalidad comunicativa y supone que los hombres
pueden y deben comunicarse, pues se encuentran fundados en una
Gracia antecedente de Amor que es Dios, a quien conciben como princi-
pio de toda unión de amor. Éste es un credo de comunión inter-humana:
el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su
corazón y en su mente), descubriendo que puede y debe amar a los
demás como ‘otro yo’, aceptarles como diferentes.
Éste es un credo universal, que supera todo tipo de razón clasista e
impositiva que actúa por talión o ley y quiere que amemos sólo a los
demás en cuanto sirven o valen para nuestros intereses. De esa forma rati-
fica el valor incondicional de los otros (los prójimos), a quienes debemos
amar como a nosotros, pero sabiendo que son diferentes. De esa forma
emergen en amor, al mismo tiempo, el prójimo, a quien se debe amar, y el
propio yo (que aparece como destinatario de amor). Este credo rompe las
estructuras de seguridad y separación social, nacional, económica o reli-
giosa, pues afirma que todo prójimo es presencia de Dios y fuente de iden-
tidad para el creyente (he de amarle como ‘a mí mismo’), de modo que
puede suscitar problemas a los judíos que defienden una elección parti-
cular de Dios y a los musulmanes capaces de justificar la guerra santa.
1. Tendencia nacional. Prójimo sería ante todo el cercano, aquel que forma
parte de mi grupo social y religioso. Con él me debo vincular, a él he de amar de
modo peculiar, al menos mientras dura el tiempo de prueba y división de nues-
tra historia. De esa forma, el shema (escucha...) puede encerrar a quien lo afir-
ma en los muros de un grupo (Israel), de manera que el amor a Dios confirme y
ratifique la identidad de los elegidos de la alianza (los judíos). El amor se inter-
preta así en sentido restrictivo y se aplica conforme al talión: “Habéis oído que
se ha dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5, 43). Prójimo es
CONFESIÓN: FE Y AMOR 2 147
tido nuevo a todo lo anterior. Esa parábola nos permite descubrir la exi-
gencia del amor al prójimo. Aquí está el problema. Aquí está la novedad
del evangelio: sólo el que ama de verdad al prójimo (el que se hace pró-
jimo como el buen samaritano) conoce de verdad a Dios (Lc 10,27-37).
Éstos son los rasgos que destaca el texto. (1) El Islam es fe, acepta-
ción de un misterio superior, que se condensa en cinco elementos de
valor desigual, pero implicados: Dios y el juicio, ángeles, escritura y
profetas. (2) El Islam es amor activo, que se dirige en primer lugar a la
familia y luego a una gama de marginados o excluidos de la sociedad,
divididos también en cinco grupos de personas: huérfanos, necesitados,
viajeros-emigrantes, mendigos y esclavos. (3) El Islam es mandamiento
interior y exterior, oración y limosna, fidelidad a Dios, caridad con los
necesitados. (4) El Islam es paciencia y aguante, sumisión a una vida en
la que Dios es Todo lo que existe.
29. Cf. D. MASSON, Monothéisme coranique et monothéisme biblique, Desclée, París 1976;
H. NASR, Vida y pensamiento en el Islam, Herder, Barcelona 1985, 132; A. M. MAANÁN,
La Shahada, http://www.webIslam.com/00_5/Artículos, pag 4; V. HAYA (= A. Aya),
Nueva Metafísica de Al-Andalus, Junta Islámica, Córdoba 2000; El secreto de Muham-
mad, Kairós, Barcelona 2006; F. M. PAREJA, La religiosidad musulmana, BAC, Madrid
1975, 115-173; G. PARRINDER, Avatar y Encarnación, Paidós, Barcelona 1993, 225-242,
293-306; W. E. PHIPPS, ¿Con Jesús o con Mahoma?, Acento, Madrid 2001.
CONFESIÓN: FE Y AMOR 3 149
1. La ilaha illa Allah: no hay más dios que Allah, no hay más divinidad que el
Divino. Esta frase puede entenderse también en sentido metafórico, como si dije-
ra: “No hay más poder, agente o realidad que El Poder, Agente, Realidad”. De esta
forma se establece la Unión originaria de las cosas, pues lo Divino es en el fon-
do Todo. Moisés supo que hay Dios frente a los ídolos, Jesús le descubrió como
principio de amor (Padre). Muhammad le concibe como Acción Pura de todo lo
que actúa: está arriba, totalmente separado; pero, al mismo tiempo, se halla den-
tro de cada cosa, como Realidad de toda realidad. Por eso, los humanos no pue-
den refugiarse en nada, ni en la Ley ni en Cristo, sino sólo en Dios.
2. Wa anna Muhammad rasulullah: y Mahoma es el profeta de Allah. Estric-
tamente hablando, esta palabra debería ser innecesaria, porque Dios existe y
actúa inmediatamente en cada cosa. Sin embargo, los hombres han corrido el
riesgo de ocultar su presencia, confundiéndole con ídolos. Por eso han sido nece-
sarios los profetas: Moisés que ha destacado la diferencia de Dios; Jesús que ha
insistido en su amor; Muhammad que ha dicho lo que era y se sabía desde siem-
pre, que el conjunto de la realidad existe y crece (o se destruye) en lo divino.
150 PALABRAS DE AMOR
línea del judaísmo: Shema), Dios aparece en el Islam como el Todo, del
que sus fieles, los hombres sometidos, no pueden separarse. En esa
línea, para los musulmanes, Dios no es un objeto, ni siquiera una per-
sona que puede aislarse de los otros, apareciendo así por su mismo,
sino que es Todo, la relación total, de manera que cada persona y cada
cosa es un Nombre de Allah. El Islam se sitúa, según eso, más allá del
amor, no para negarlo, sino para incluirlo, como realidad más baja, en
un Todo en el que ya no existe bien ni mal, amor ni odio, sino totalidad
absoluta.
30. Cf. CONFUCIO-MENCIO, Analectas. Los cuatro Libros, Alfaguara, Madrid 1982, 79-80;
M. EDER, “La religión de los chinos”, en F. König (ed.), Cristo y las religiones de la
tierra, BAC 108, Madrid 1961; C. ELORDUY, El humanismo político oriental, BAC,
Madrid 1976; J. PÉREZ A., Confucio. Mencio. Los Cuatro Libros, Alfaguara, Madrid
1982, 349-350; WINGTSITCHAN, “El concepto del hombre en el pensamiento chino”,
en S. Radhakrisnhan (ed.) El concepto del hombre, FCE, México 1977, 196-220.
152 PALABRAS DE AMOR
32. Cf. AAVV, La création dan l’Orient ancien, LD 127, Cerf, París 1987; P. BEAUCHAMP,
Création et sépatation: étude exégétique du premier chapitre de la Genèse, BSR, Cerf,
París 1969: E. LANDAU El vivir creativo: teoría y práctica de la creatividad, Herder,
Barcelona 1987; A. LÓPEZ QUINTÁS, Estética de la creatividad: juego, arte, literatura,
Rialp, Madrid 1998; J. A. MARINA Teoría de la inteligencia creadora, Anagrama,
Barcelona 1993; O. H. STECK, Der Shöpfungsbericht der “P”, FRLANT 115, Göttingen
1992; G. ULLMANN. Creatividad, Rialp, Madrid 1977; X. ZUBIRI, «El origen del hom-
bre»: Revista de Occidente 17 (1964) 146-173.
CREATIVIDAD 161
Esto es tan esencial como el que sea ex nihilo. Se propende demasiado fre-
cuentemente a imaginar esta creación literalmente, como una irrupción
externa de la causa primera, de Dios, en la serie animal. La psique inte-
lectiva sería una insuflación externa de un espíritu en el animal, el cual
por esta adición quedaría convertido en hombre. En nuestro caso, esto es
un ingenuo antropomorfismo. La creación de una psique intelectiva ex
nihilo no es una adición externa a las estructuras somáticas, porque ni es
mera adición ni es externa. Y precisamente por esto es por lo que a pesar
de esta creación o, mejor dicho, a causa de esta creación, hay ese floreci-
miento genético del hombre, determinado desde las estructuras y en fun-
ción intrínseca de su transformación, que llamamos evolución. La crea-
ción no es una interrupción de la evolución sino todo lo contrario, es un
momento, un «mecanismo» causal intrínseco a ella. Como esto mismo
acontece en la generación de todo individuo humano en cualquier nivel,
no será desviarnos de la cuestión atender a esta generación y transponer
luego estas consideraciones al proceso filogenético (o. c., 166-167).
1. La Cruz es sadismo e injusticia, una de las mayores torturas posible que los
hombres sanguinarios y violentos han podido imaginar. No es simplemente
matar, sino matar torturando hasta el fin; no es implemente “ajusticiar”, sino
convertir la justicia en suplicio horrible, sin más fin que la muerte. En ese senti-
do, la cruz es un escándalo, lo más contrario a Dios, lo más inhumano del mun-
do, lo menos amoroso.
164 PALABRAS DE AMOR
CUERPO34
Así es ella: «Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Palomas son
tus ojos a través de tu velo; tu melena, cual rebaño de cabras, que ondu-
lan por el monte Galaad. Tus dientes, un rebaño de ovejas de esquileo que
salen de bañarse: todas tienen mellizas, y entre ellas no hay estéril. Tus
labios, una cinta de escarlata, tu hablar, encantador. Tus mejillas, como
cortes de granada a través de tu velo. Tu cuello, la torre de David, erigida
para trofeos: mil escudos penden de ella, todos paveses de valientes. Tus
dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela, que pacen entre lirios»
(Cant 4, 1-5)
35. Citamos según la división establecida. Texto en T. W. ALLEN (ed.), The Homeric
Hymns, Oxford UP 1936 y en J. HUMBERT, Homère. Hymnes, Budé, París 1967.
Traducción de A. BERNABÉ, Himnos Homéricos, Gredos, Madrid 1988, 43-84. Cf. N. J.
RICHARDSON, The Homeric Hymn to Demeter, Oxford UP 1974.
172 PALABRAS DE AMOR
Perséfone es una joven, doncella indefensa, entre las flores del prado.
Se ha separado un momento de su madre para jugar desprevenida, con-
virtiéndose en objeto de deseo de su propio tío, hermano de Deméter y
de Zeus. Recordemos que los tres son crónidas, hijos Cronos-Tiempo,
que todo lo regula: Zeus domina sobre el aire/cielo con su rayo, Deméter
es la reina de la tierra y Hades, soberano de los espacios inferiores. Pues
bien, el Hades hondo desea y rapta a la hija de su hermana, en gesto de
fuerte violencia. Los dos varones hermanos que dominan sobre el cielo
(Zeus) y el subsuelo (Hades) se han unido contra la hermana Madre
Tierra y contra su hija. (1) Violento es Hades que rapta a traición a su
más bella sobrina, para convertirla así en objeto de su dominio en el
“infierno”. En el principio de su gesto no hay amor, ni diálogo personal,
sino fuerza y posesión. (2) Y violento es Zeus que consiente en el rapto,
dejando que el mundo se convierta en campo de batalla donde tiende a
imponerse siempre el más fuerte.
De esa forma se expresa la ley de los varones que ejercen su dictado
por imposición, no por amor, raptando a las mujeres. Es ley de engaño,
de deseo que parece irrefrenable, de sometimiento femenino. Pues bien,
en contra de esa ley, el himno enaltece la unión amorosa de la hija con la
madre, uno de los amores más hondos del mundo: ellas, las mujeres, se
necesitan y se quieren; ellos, los varones se limitan a imponer su fuerza.
Hades ha raptado a su sobrina, Zeus consiente... Pudiera decirse que todo
está decidido. Parece que ellos, los fuertes varones, lo resuelven todo con
su violencia. Pero hay algo más fuerte que el poder de esos dioses varo-
nes: el grito de la hija que llama a su madre (cf. 21-22, 33-37) y el dolor de
la madre que acude a socorrerla: «Resonaron las cimas de los montes y
los abismos del mar por la voz inmortal (de Perséfone). Y la oyó su vene-
rable madre. Un agudo dolor se apoderó de su corazón. En torno a sus
cabellos perfumados de ambrosía destrozaba con sus propias manos su
tocado. Se echó un sombrío velo sobre ambos hombros y se lanzó como
un ave de presa sobre lo firme y lo húmedo en su busca» (37-44).
El tema del gran llanto de la esposa/hermana (Isthar, Anat, Isis...) que
llora por su amante/esposo muerto (Tammuz, Baal, Osiris...) es más
conocido. Aquí hallamos sin embargo el llanto de la madre por la hija,
como expresión del amor de dos mujeres. Ellas son la verdad más pro-
funda del amor femenino, la revelación primera de eso que pudiéramos
llamar el sentimiento humano. Conforme a este pasaje, en el principio
de la historia, frente (y contra) la ley del rapto, propia de varones, encon-
tramos eso que pudiéramos llamar la supra-ley del llanto creador de las
DEMÉTER 173
DESEO 1. PRINCIPIOS36
36. Cf. P. CHAUCHARD, Fuerza y sensatez del deseo, Herder, Barcelona 1974; J. FEDERSPIEL,
La geografía del deseo, Alianza, Madrid 1991; E. FUCHS, Deseo y ternura, Desclée De
Brouwer, Bilbao 1995; H, G. FURTH, El conocimiento como deseo: un ensayo sobre
Freud y Piaget, Alianza, Madrid 1992; X. LE PICHON, Las raíces del hombre. De la muer-
te al amor, Sal Terrae, Santander 2000; X. PIKAZA, Antropología bíblica, Sígueme,
Salamanca 2006; X. QUINZÁ, La cultura del deseo y la seducción de Dios, Sal Terrae,
Santander 1994; P. RICOEUR, Finitud y culpabilidad, Madrid 1969, 447-698; S. ROLLÁN,
Éxtasis y purificación del deseo. Análisis psicológico-existencial de la Noche en la obra
de San Juan de la Cruz, Diputación, Ávila 1991; P. SCHOONENBERG, El poder del peca-
do, Buenos Aires 1968, 665-116; A. TARANTINO, Psicoanálisis y Filosofía. Acerca de una
ética del deseo, Biblioteca Nueva, Madrid 2004; A. VERGOTE, Dette et désir: deux axes
chrétiens et la dérive pathologique, Seuil, París 1978 (=Culpa y deseo. Dos ejes cristia-
nos y la desviación patológica, FCE, Mexico 1995); K. WOJTYLA, Amor y responsabili-
dad, Razón y Fe, Madrid 1969.
DESEO 1 177
cada día”. La apetencia de sexo sigue un ritmo distinto, pero marca, con-
diciona y enriquece también toda la existencia de los hombres y muje-
res. Pues bien, sobre ese principio de comida pan y sexo, el hombre se
define como deseo ilimitado: ésta es su novedad frente al conjunto de
vivientes anteriores.
Los animales están movidos por una exigencia que llamamos instin-
to: satisfecha su apetencia, se acalla el movimiento, se reinstaura el equi-
librio. En el hombre acaece lo contrario: saciado un deseo se abre otro y
así hasta el infinito. Por eso, la palabra que suele marcar el principio del
amor enamorado (te deseo) nos sitúa en el comienzo de un proceso de
apertura que nunca llega a clausurarse. ¿Cómo se interpreta? ¿Qué sen-
tido tiene? La vida del hombre está marcada por una escisión. a) Somos
naturaleza y como tal formamos parte del proceso de la vida. Quieran o
no, los hombres reflejan y concretizan el gran deseo del conjunto de los
seres, esa fuerza que se expresa como la luz, enciende las estrellas, se
derrama en los abismos y se expande en las raíces del proceso y siembra
de la tierra. De esa forma se expresa el poder de la vida, que de alguna
manera presentimos como un inmenso mar de fuerzas que se extienden,
se condensan y se vuelven a expandir hacia lo nuevo. b) Pero, al mismo
tiempo, somos personas (así, en plural, pues una persona por aislado no
es persona). En un momento dado, descubrimos que somos dueños de
la vida: no de un modo absoluto, pues no podemos realizar con ella lo
que quisiéramos pero sí de una manera intensa. De esa forma, los hom-
bres toman conciencia de sí mismos (una conciencia que otros han sem-
brado, haciéndoles capaz de ser personas) y así saben lo que tienen, lo
que pueden, y se saben responsables, como individuos personales al lado
de otros individuos personales. De esa forma, el proceso de la vida inde-
finida, que parece carente de sentido, se convierte para los hombres en
camino que ellos mismos han de trazar.
Estrictamente hablando, la naturaleza no desea: se expande, fluye y
refluye en un impresionante equilibrio de poderes, tal como se expresa
en los diversos seres animales, que se mantienen en el plano del institu-
to, en armonía de acción y reacciones; ella no conoce individuos, no tie-
ne interioridad, todo en ella parece situarse en un nivel externo. Pues
bien, cuando surge el ser humano nace algo distinto, de otro tipo: la
naturaleza deja de hallarse regulada por si misma y empieza a existir (se
hace consciente de sí misma) en unos seres personales que pueden rela-
cionarse (recibir y dar la vida). En los estratos inferiores, el proceso vital
está saciado (está colmado) en lo que es o en lo que tiene, de tal forma
178 PALABRAS DE AMOR
entre aquello que el hombre debía ser y lo que es, un desajuste que se mani-
fiesta sobre todo allí donde los deseos van en contra de la voluntad de Dios.
De esa forma, el deseo, cerrado en sí mismo, se vuelve principio de peca-
do, como supone san Pablo al comentar la historia humana: «Yo no habría
conocido el pecado sino por medio de la ley; porque no estaría consciente
del deseo, si la ley no me dijera: No desearás» (cf. Rom 7, 7).
El deseo, en sí mismo, no es bueno ni es malo, pues no se conoce.
Sólo cuando se introduce una ley, que lo limita puede hablarse de peca-
do. Esa ley es necesaria, para que así surja el ser humano, como res-
ponsable de sí mismo. Pero, con la ley, que limita y encauza el deseo,
puede surgir y surge también el pecado. Eso significa que la vida del
hombre es necesariamente conflictiva: sin ley no habría ser humano (no
podría darse libertad); pero si solo hubiera la ley el hombre podría ence-
rrarse en la contradicción de sus deseos. Pues bien, Pablo añade que sólo
podemos superar ese riesgo con la gracia, es decir, con un amor que se
introduce en el mismo espacio de los deseos, poniéndolos al servicio del
amor. En este contexto, la Biblia sigue diciendo que todo lo que existe en
el mundo en cuanto tal es un deseo: deseo de la carne, que pretende el
placer ilimitado, a costa de los otros; deseo de los ojos, que es el hambre
de tenerlo todo, para sentirnos de esa forma seguros; soberbia de la vida,
que es el deseo más alto, que se quiere afirmar como infinito, hacerse
dueño de sí misma y de los otros (1 Jn 2, 16). Estos deseos, cerrados en
sí mismos o dominados por pura ley, convierten la vida en batalla de
todos contra todos. Si sólo existieran deseos se destruiría el ser humano.
San Pablo ha planteado el tema a partir de su visión del evangelio.
Antes de Cristo (es decir, fuera de la ley) el hombre «no sabía»: estaba
perdido pero no podía reconocerlo; vivía esclavo de sí mismo, pero no lo
admitía. Quería fundar su vida por ley (judaísmo); quería asegurarla por
un tipo de sabiduría (helenismo), pero en uno y otro caso se deslizaba
hacia la sima de sus propios deseos impotentes y violentos. Sólo hay sal-
vación allí donde los hombres superan ese nivel de ley (que es lucha de
deseos, de todos contra todos), abriéndose al plano más alto de la gracia,
es decir, al regalo del amor que se ofrece en Cristo (por el amor de los
otros), de manera gratuita, sin imposiciones o dictaduras. Sólo en este
contexto se puede hablar de pecado y gracia originales. El pecado origi-
nal es aquel gesto y decisión en que los hombres convierten el deseo en
absoluto, negándose a vivir en comunión de amor con los demás. La gra-
cia original es, en cambio, la experiencia de un amor que abre los dese-
os al encuentro y comunión con los demás.
DESEO 2 181
de eternidad, alcanzando su verdad más alta. Ese deseo superior nos desliga de
la violencia de la vida en el mundo y de su lucha y nos lleva a la unidad de “amor”
(de integración e identificación) con lo divino, como ha desarrollado el libro
del Banquete. Desde ese fondo dirá San Agustín: «Dos amores hicieron dos ciu-
dades. El amor a sí mismo hasta el olvido de Dios hizo la ciudad terrestre; el
amor a Dios hasta el olvido de sí mismo hizo la ciudad celeste’’ (De Civ. Dei, XIV,
28). Pero hay un cambio de matiz: para San Agustín, el amor a este mundo se
interpreta como amor a sí mismo; por el contrario, el amor superior se interpreta
como amor a Dios.
3. La línea judeo-cristiana ha puesto de relieve el valor del deseo encarnado
en la historia. Las dos perspectivas anteriores, tomadas en sí mismas, tienden a
negar el valor de la creación, esto es, de la vida en el mundo, considerándola ilu-
soria (Buda) o inferior (Platón). En contra de eso, el pensamiento judeo-cristia-
no (aunque con frecuencia se encuentra contaminado de budismo y, sobre todo,
de platonismo), destaca el valor del buen deseo, pero dentro de la misma histo-
ria. Como había indicado ya san Agustín, lo malo no es el deseo del mundo en
cuanto tal, sino el deseo egoísta de sí mismo, es decir, la falta de amor. Lo bue-
no, en cambio, no es el deseo de los bienes superiores en cuanto tales, sino el
deseo del bien del otro, es decir, el amor a los demás, para que vivan, entregan-
do a favor de ellos mis propia existencia. Entendido así, el judeo-cristianismo
eleva una apuesta en contra de toda negación y evasión, situando la “vida de
Dios” en el mismo deseo concreto del bien de los hombres, un deseo que se
encuentra sin duda amenazado por la distorsión y la violencia, pero que está
abierto también a la identidad y a la concordia, un deseo que se expresa como
amor. Sólo en este contexto podemos decir que el hombre es voluntad de ser, es
decir, voluntad de amor, sabiendo que le han dado aquello que es y que sólo pue-
de afirmarse a sí mismo afirmando y amando a los demás.
37. A. PÁNIKER, Índica, Kairós, Barcelona 2006; Cf. X. PIKAZA, Hombre y mujer en las
religiones, Verbo Divino, Estella 1997; F. TOLA, Bhagavad-Gita. El canto del señor,
Biblioteca Nueva, Madrid 2000.
DEVOCIÓN 187
38. Cf. J. A. FYTZMYER, Los Hechos de los Apóstoles I-II, Sígueme, Salamanca 2003; X.
PIKAZA, Sistema, libertad, iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento, Trotta,
Madrid 2001; J. RIUS-CAMPS, De Jerusalén a Antioquía. Génesis de la Iglesia cristiana.
Comentario lingüístico y exegético a Hch 1-12, El Almendro, Córdoba 1989; E. W.
STEGEMANN y W. STEGEMANN, Historia social del cristianismo primitivo. Los inicios en
el judaísmo y las comunidades cristianas en el mundo mediterráneo, Verbo Divino,
Estella 2001.
190 PALABRAS DE AMOR
Lucas ha supuesto que los Doce y los Siete han pactado, para ocupar-
se unos de la palabra y otros de las meses (cf. Hech 6, 1-6), añadiendo que
la Muchedumbre o asamblea de seguidores de Jesús, presidida por los
Doce, instituyó como autoridad a Siete servidores o diáconos de los pobres
(viudas y mesas). Los Doce seguirán siendo representantes mesiánicos del
Israel escatológico centrado en Jerusalén, donde esperan que un día, muy
pronto, se abra la mesa universal de la Vida de Dios para todos los pobres
del mundo. Los Siete, en cambio, iniciarán ya desde ahora un camino de
apertura universal, desde los pobres hambrientos y viudas. Pues bien, el
modelo de los Doce acabó perdiéndose en el pasado: ciertamente, tienen la
verdad, son la ortodoxia, pero la iniciativa de la iglesia pasa a manos de
los Siete, que extienden el mensaje de Jesús fuera de Israel.
Los helenistas (y partiendo de ellos Pablo) pensaron que Jerusalén (la
iglesia sacral) tenía que abrirse y salir, ofreciendo un evangelio que podía
y debía vivirse en cada zona de manera semejante, pues el mensaje y vida
de Jesús es fuente de comunión universal, desde los huérfanos, las viu-
das y los rechazados de la historia (cf. Hech 6-7). Ellos siguen ofrecien-
do un punto de referencia crítica frente a una iglesia que corre el riesgo
de volver al legalismo. En este contexto debemos añadir que el mismo
Pedro acabó por «convertirse» y vincularse con los helenistas, asumien-
do su misión y formando, de algún modo, parte de su grupo. De esa for-
ma interpretó el pasado y, saliendo de Jerusalén (Hech 12, 17), en con-
tacto con los helenistas (y con Pablo), vino a convertirse en testigo y
garante de un evangelio universal, como ha ratificado de un modo
solemne Mt 16, 16-20.
DIÁLOGO. DUALIDAD39
39. Cf. B. ANDRADE, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerig-
mática, Sec. Trinitario, Salamanca 1999 (las citas en el texto se refieren a esta obra);
M. BUBER, Yo y tú, Caparrós, Madrid 1995; Dos modos de fe, Caparrós, Madrid 1996;
E. LEVINAS, Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca 1997; Del otro modo de ser, o más
allá de la esencia, Sígueme, Salamanca 1987; A. LÓPEZ QUINTÁS, El poder del diálogo y
del encuentro, BAC, Madrid 1997.
DIÁLOGO 193
40. Cf. B. ANDRADE, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerigmá-
tica, Sec. Trinitario, Salamanca 1999; L. BOFF, La Trinidad, la sociedad y la liberación,
Paulinas, Madrid 1987; P. CODA Dios uno y trino, Sec. Trinitario, Salamanca 1996; B.
FORTE, Trinidad como Historia, Sígueme, Salamanca 1988; La iglesia de la Trinidad,
Sec.Trinitario, Salamanca 1997; J. R. GARCÍA-MURGA, El Dios del amor y de la paz.
Tratado teológico de Dios desde la reflexión de su bondad, Comillas, Madrid 1991; E.
JÜNGEL La doctrina de la Trinidad, Caribe, Miami 1980; Dios como misterio del mun-
do, Sígueme, Salamanca 1985; L. LADARIA, El Dios vivo y verdadero. El misterio de la
Trinidad, SecTrinitario, Salamanca 1998; La Trinidad, Misterio de Comunión, Sec.
Trinitario Salamanca 2002; J. MARTÍNEZ GORDO, Dios, amor asimétrico, Desclée De
Brouwer, Bilbao 1994; J. MOLTMANN, Trinidad y Reino de Dios, Sígueme, Salamanca
1983; X. PIKAZA, Dios como Espíritu y Persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989;
Enquiridion Trinitatis, Sec. Trinitario, Salamanca 200; Amor de Hombre, Dios ena-
morado. San Juan de la Cruz, Desclée De Brouwer, Bilbao 2004; Dios es palabra.
Teodicea Cristiana, Sal Terrae, Santander 2003; X. PIKAZA Y N. SILANES, El Dios
Cristiano. Diccionario teológico, Sec. Trinitario, Salamanca 1992; J. M. ROVIRA
BELLOSO, Revelación de Dios, salvación del hombre, Sec. Trinitario, Salamanca 1988;
Tratado de Dios uno y trino, Sec. Trinitario, Salamanca 1993.
198 PALABRAS DE AMOR
intradivino. Por eso, hay que añadir que, «de hecho», Dios se define
como amor inminente al regalar su vida como amor en Jesucristo. En
ese doble nivel, de Trinidad y Encarnación, de inmanencia y economía,
decimos que Dios es amistad, según la espléndida palabra de Aelredo de
Rielvaux (Deus Amicitia Est, en De spirituali amicitia: PL 195, 669-670),
una amistad que se expresa y concreta en la historia de los hombres.
Ésta es la verdad bíblica y cristiana que la filosofía oficial de occidente
ha tendido a olvidar, presentando a Dios como Esencia y Physis (es
decir, como naturaleza) más que como Amor y Persona. Desde ese fon-
do se pueden esbozar, desde una perspectiva de amor, las grandes teo-
logías trinitarias de la historia de la iglesia (de occidente). No son for-
mulaciones dogmáticas (de fe), ni pura especulación racional, sino
esquemas de pensamiento y vida que pueden ayudarnos a situar mejor
el misterio de Dios dentro del pensamiento humano.
Dios una persona no habría todavía ninguna persona. Esto es lo que piensa
Ricardo de San Victor. Por eso concibe a Dios a modo de comunión interperso-
nal, vida compartida. La Trinidad es un misterio de gloria y gozo, amor comu-
nicado, presencia afectiva; pero es misterio que debe profundizarse desde la
encarnación (el Hijo de Dios se hace persona en lo humano) y la pascua (perte-
nece a la persona la muerte, la entrega en favor de los demás).
3. Trinidad como historia del Espíritu. Hegel. Los modelos anteriores definían a
Dios como experiencia de amor intra o inter-comunitario. En contra de lo que
había intentado esbozar en alguna de sus obras juveniles, el Hegel maduro pres-
cinde del amor para hablar de Dios. La realidad fundante y plena se define a su
juicio como movimiento y vida, en un plano racional (del espíritu entendido como
“idea”). En esa línea, la misma esencia divina debe dualizarse (“es” en sí saliendo
de sí misma, en antítesis de Padre e Hijo), para superar después la disociación
(Espíritu), en proceso que podemos presentar como historia de Dios, que incluye
todo lo que existe. Más que un proceso de amor interior (como en san Agustín),
más que una comunión de personas (como en Ricardo de San Víctor), la trinidad
divina es para Hegel una dialéctica de ideas, un proceso de oposiciones. En esa
línea, Hegel corre el riesgo de entender las relaciones divinas en forma de violen-
cia, ratificando así la lucha entre personas. Para Hegel, el misterio trinitario care-
ce en el fondo de amor verdadero, carece de trascendencia, no siendo más que una
especie de “sistema de oposiciones”, sin ternura ni humanidad, en la línea de la
metafísica y política (economía) del marxismo y/o del capitalismo moderno..
4. Trinidad como auto-revelación. K. Barth y K. Rahner. En formas distintas,
aunque con esquemas convergentes, Barth y Rahner han vuelto a utilizar el esque-
ma agustiniano del despliegue intra-personal para exponer la Trinidad. Pero no lo
han hecho a partir del ser humano que se conoce y ama, sino desde el misterio
fundante de la revelación de Dios. Tanto Barth como Rahner afirman que Dios no
revela verdades, sino que se revela a sí mismo, regalando su propio ser divino. (1)
Se define así como el que se da, saliendo de sí mismo en absoluta transparencia,
como Padre. (2) Al mismo tiempo, Dios es el don, lo revelado, pues se da a sí mis-
mo en su totalidad, como Hijo. (3) Finalmente, Dios es el proceso y culmen de la
donación, y así aparece como el que recibe y plenifica la revelación, como Espíritu
Santo. En esa línea, tanto Barth como Rahner afirman que Dios es un amor “reve-
lante”. Pero ambos tienen gran dificultad en presentar a Dios como encuentro per-
sonal, como amor del Padre al Hijo (y viceversa) en el Espíritu.
5. Trinidad como historia de amor. Actualmente, son muchos los autores
que, desde diversas perspectivas, están presentando la Trinidad como historia
de Dios, una historia de amor, aunque después maticen y distingan sus afirma-
ciones. J. Moltmann parece haber destacado la implicación escatológica de la
Trinidad, vinculada al despliegue total del ser humano. B. Forte pone de relieve
el aspecto revelatorio de la historia, con rasgos que parecen conducirnos a la
mística del silencio: la verdad de la personas se encuentra más allá de la palabra.
L. Boff y los teólogos de la liberación han acentuado la vinculación entre liber-
tad y Trinidad, en camino de donación personal abierta a la participación comu-
200 PALABRAS DE AMOR
nitaria. Estos intentos nos parecen valiosos, pero quizá no han destacado de for-
ma suficiente la relación entre el despliegue de Dios y el tiempo humano, en cla-
ves de encarnación y pascua. Más aún, muchos tienen la impresión de que estos
(y otros autores) que quieren definir a Dios como amor en la historia no han ela-
borado un verdadero estudio del amor, entendido en su realidad radical, como
encuentro de personas en la eternidad y en la historia.
41. Además de trabajos citados en nota anterior, cf. S. DEL CURA ELENA, Perikhorein, en
X. PIKAZA Y N. SILANES, El Dios Cristiano. Diccionario teológico, Sec. Trinitario,
Salamanca 1992, 1086-1094; J. MARTÍNEZ GORDO, Dios, amor asimétrico, Desclée De
Brouwer, Bilbao 1994; L. PRESTIGE, Dios en el pensamiento de los Padres, Sec.
Trinitario, Salamanca 1977, 281-297; L. BOFF, La Trinidad, la sociedad y la liberación,
San Pablo, Madrid 1987, 153-190.
202 PALABRAS DE AMOR
42. Textos: CEE, Dios es amor, Edice, Madrid 1998; BENEDICTO XVI, Dios es amor, BAC
Madrid 2006.
204 PALABRAS DE AMOR
43. Cf. J. BERGERET, La violencia fundamental: el inagotable Edipo, FCE, Madrid 1990; P.
RICOEUR, Le conflit des interprétations, Seuil, París 1969; M. RUIPÉREZ, El mito de
Edipo: lingüística, psicoanálisis, folklore, Alianza, Madrid 2006; A. VÁZQUEZ,
Freud y Jung. Dos modelos antropológicos, Sígueme, Salamanca 1981; Psicología de
la personalidad en C. G. Jung, Sígueme, Salamanca 1981; A. VERGOTE, Psicología reli-
giosa, Taurus, Madrid 1983.
206 PALABRAS DE AMOR
vir sin matarnos: la sombra del dios violento (el riesgo del padre asesina-
do) nos ha guarecido, bajo una cultura basada en el miedo, es decir, fun-
dada en una ley externa, concebida como voluntad de Dios. Pero ha lle-
gado el momento en que los hombres ya no pueden creer en ese Dios, que
ellos mismos habían inventado. La ilusión de aquel padre divinizado y de
la religión del miedo que ha surgido tras su “asesinato” y represión ha
comenzado a esfumarse en nuestra cultura moderna. El miedo religioso
ya no les resguarda ¿Cómo podrán convivir ahora, cómo podrán domar
su violencia los hombres y mujeres de este tiempo nuevo, si ellos saben
que no existe ya Dios Padre? Ésta será la tarea principal de la cultura:
aprender a convivir con la violencia, pero sin la ayuda amorosa que antes
les ofrecía la religión, entre un eros que tiende siempre a la posesión y un
deseo de muerte (thanatos), vinculado al mismo eros. Se trataría, en el
fondo, de buscar un amor que no esté impuesto desde arriba y que se
abra a todos los hombres, una tarea difícil, quizá imposible, según Freud.
44. Cf. F. ALBERONI, Enamoramiento y amor, Gedisa, Barcelona 1998; El misterio del ena-
moramiento, Gedisa, Barcelona 2004; J. M. BENAVENTE, Hombre.-mujer. Sexo, enamo-
ramiento y amor, Laberinto, Madrid 2002; P. LAÍN ENTRALGO, Teoria y realidad del otro
I-II, Madrid 1961; H. DE LUBAC. El eterno femenino, Barcelona 1969; J. ORTEGA Y
GASSET, Estudios sobre el amor, Alianza, Madrid 2004; M. ONFRAY, Teoría del cuerpo
enamorado. Por una erótica solar, Pre-textos, Valencia 2002; J. PIEPER, Amor, en Las
virtudes fundamentales, Madrid 1976, 435-459. 489-502; X. PIKAZA, Amor de Hombre,
Dios enamorado. San Juan de la Cruz, Desclée De Brouwer, Bilbao 2004; STENDHAL (H.
Beyle), Del amor, Alianza, Madrid 1998; E. WALTER, Esencia y poder del amor, FAX,
Madrid 1960, 7-28.
ENAMORAMIENTO 1 209
Éstas son dos teorías muy famosas sobre el tema. Según Stendhal, el
enamorado se pierde, saliendo de sí mismo y entregándose en los brazos
de una amada que es objeto de sus propias proyecciones engañosas; en
el fondo, todo enamoramiento acaba siendo una equivocación, es un
engaño. Ortega interpreta el enamoramiento desde la misma perspecti-
va: lo que cambia es que ahora el enamorado no se pierde en un objeto
de su invención sino en una realidad externa que le hace cambiar su
identidad y le subyuga. Según eso, el enamoramiento es como una enfer-
medad que hay que pasar, para que después el hombre o la mujer pue-
dan volver hacia sí mismos y amar de un modo verdadero. Pues bien,
tanto en un caso como en otro, falta un dato que es radical. ¡Falta el des-
cubrimiento de la dualidad!, el reconocimiento gozoso del valor de otra
ENAMORAMIENTO 1 211
olvido en manos del guerrero, no es criada del hogar ni musa del poeta.
El hombre no es tampoco ya el conquistador, el dueño de los otros.
Hombre y mujer, bien implicados, se descubren como libremente huma-
nos, iguales en dignidad y complementarios en esencia. El enamorado
vive en compañía: cada uno da y recibe lo que tiene, en un proceso en
que podemos distinguir varios momentos y casos.
45. Además de comentarios a Mateo y de estudios generales sobre Jesús, cf. G. LOHFINK,
El sermón de la montaña, Herder, Barcelona 1988; A. NYGREN, Érôs et Agapè. La
notion chrétienne de l’amour et ses transformations I-II, Aubier, París 1944, 1952 [trad.
castellana: Eros y Agape, Sagitario, Barcelona, 1969]; J. PIPER, ‘Love your enemies”,
SNTS MonSer 38, Cambridge UP 1979; X. PIKAZA, Antropología bíblica, Sígueme,
Salamanca 2006; R. SCHNACKENBURG, Mensaje moral del Nuevo Testamento, Herder,
Barcelona 1989; W. SCHRAGE, Ética del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1987;
O. SEITZ, “Love your enemies”: NTS 16 (1969/70) 39-64; S. SCHULZ, Q. Die Spruchquelle
der Evangelisten, TVZ, Zürich 1972, 120-141; C. SPICQ, Teología moral del Nuevo
Testamento, I-II, Eunsa, Pamplona 1970/3; Agapé en el Nuevo Testamento, Cares,
Madrid 1977; G. THEISSEN, «La renuncia a la violencia y el amor al enemigo (Mt 5,
38-48 / Lc 6, 27-38) y su trasfondo histórico social», en Estudios de sociología del cris-
tianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 1985, 103-147.
ENEMIGOS, AMOR A LOS 1 217
18, texto asumido por Mc 12, 31 y Mt 22, 39 al tratar del mandato funda-
mental. Jesús la acepta como tal, no la discute. El problema estará cuan-
do se quiera aplicar, definiendo la extensión de ese prójimo; saber si ha de
entenderse de manera universal o exclusivista. (3) Y odiarás a tu enemigo.
Está palabra constituye una ampliación de la cita, pues no se encuentra
(tal como aquí aparece) en ninguno de los textos del Antiguo Testamento.
Quizá es una ampliación retórica: Jesús toma la frase anterior (amar al
prójimo) en sentido particularista, como hacen algunos judíos de su tiem-
po y se limita a sacar las consecuencias que de ella derivan. También pue-
de tratarse de una interpretación sesgada del Antiguo Testamento: hay
lugares donde se supone que el judío debe separarse del gentil. Final-
mente, puede aludir a la Regla de Qumrán (cf 1Qs 1, 10; 9, 21ss; 10, 17 etc)
donde se exige amar a los hijos de Dios y odiar los hijos de las tinieblas. De
esa manera, Jesús ha recordado una interpretación posible de la ley isra-
elita: el amor al propio grupo puede (y en algún sentido debe) traducirse
como rechazo de los otros grupos.
Parece que el ser humano opera por antítesis de forma que sólo pue-
de defender lo propio en la medida en que combate a los contrarios. En
esta línea suele actuar normalmente la ley, expresándose en forma de
talión y sancionando así un tipo de maniqueísmo la misma ley pide que
opongamos el bien y mal (cf Gen 2-3), de manera que podamos proteger
a unos (los buenos, los nuestros) y combatir a los otros (los malos, los de
fuera). Pues bien, Jesús ha venido a superar esa disociación, volviendo a
la bondad universal de Gen 1, donde se dice varias veces que Dios vio
todas las cosas y eran buenas.
3. Para que seáis hijos de vuestro Padre: el Dios de la gratuidad (5, 45).
Este mandato de amor a los enemigos no puede probarse, porque toda
prueba cae dentro del talión. No se prueba pero puede razonarse en cla-
ve de revelación: quien obre en gratuidad sabrá que todo es gracia y
entenderá a Dios, como un hijo que comprende por connaturalizad al
padre. No estamos ante una demostración lógica, en la línea de las vías
cósmicas (Aristóteles), racionales (Descartes) o morales (Kant), sino
ante una verdadera revelación del Dios de la gracia. En el principio de
esa palabra de amor al enemigo se halla Dios: sólo quien sabe que hay
Dios y que Dios es gracia (que ama gratuitamente a todos) puede amar
también, por encima de la ley. (1) Para que seáis hijos... Hijo es el que
expresa lo que ya estaba en el Padre. Serán hijos de Dios los que imiten
220 PALABRAS DE AMOR
paga mundana, pues por ella han trabajado. Por el contrario, los que
aman en gratuidad, los que dan sin exigencia (los han ofrecido oración
y gesto bueno a enemigos y adversarios) pueden confiar en la sanción
divina: con su misma acción apelan a la recompensa de la gracia. Éste
es el misthos o don supremo, el perisson (gesto especial) de los que
viven el amor, gratuitamente: no tienen más recompensa que el amor,
es decir, la gracia. Ésta es su verdad, ésta la prueba de su religión: cre-
en en la gratuidad y la expresan sobre el mundo. De esa forma se ponen
en manos del Padre de la gracia: son testigos de un amor que desborda
toda ley, representantes de la vida que se vuelve gracia; es aquí donde
Dios se manifiesta.
como queráis que los hombres os traten, tratadlos a ellos» Esa norma
de sabiduría le permite interpretar el evangelio a la luz de un principio
universal: cada persona busca egoístamente su realización propia; pues
bien, allí donde descubrimos a los otros como personas, podemos in-
vertir ese principio, queriendo el bien de los otros, como queremos que
ellos quieran el nuestro.
truye, sino que todo se trasforma. En contra de eso, el amor a los ene-
migos supera ese plano de equivalencia y se sitúa en el nivel de Dios, que
no es ley, sino amor creador. Dios es, ante todo, aquel que crea de la
nada, resucitando a los muertos y haciendo que sean las cosas que antes
no eran (cf. Rom 4, 17). En esa misma línea se sitúan aquellos que aman
a los enemigos, siendo creadores, como Dios, y superando el nivel de
equivalencia en su respuesta a la conducta de otros hombres. Éste es el
más hondo sentido del → ágape cristiano.
ENVIDIA47
ando cada uno el objeto de deseo de los otros, enfrentándonos por ello.
Eso significa que la vida de los hombres es un teatro de envidias.
Los grandes metafísico antiguos, como Platón y Tomás de Aquino,
interpretaban la vida humana como proceso de imitación o mimesis de
una realidad eterna (divino): aquello que todos deseamos resulta infini-
to (nadie puede poseerlo del todo, en contra de los otros), por eso pode-
mos juntarnos y formar comunidades desde el mismo deseo del Bien
común divino. Dios no puede ser sólo “mío”, porque es de todos; cuanto
más lo tenga y ame otro más puedo amarlo yo. En contra de eso, Girard
piensa que, en este mundo concreto, donde todas las cosas y personas
son limitadas, los unos dependemos del amor de los otros y nos enfren-
tamos con ellos por querer lo que ellos quieren, por tener lo que ellos tie-
nen. Para decirlo de un modo muy simple: todo amor se realiza en for-
ma de “triángulo”; así, por ejemplo, un hombre nunca ama a una mujer
sin más, en abstracto o porque sí, sino que la quiere porque la quiere
otro, teniendo que enfrentarse con él para quererla. En todo amor hay
una envidia: sólo quiero en realidad lo que quiere el otro, al que envidio
por ellos. Todo amor es, en el fondo, un enfrentamiento.
Me ocupo más extensamente del tema al hablar del → origen del
amor. Aquí sólo quiero evocar algunos textos bíblicos en los que la envi-
dia aparece como “primer pecado”, principio de todo enfrentamiento del
hombre con Dios y con los otros hombres. Ella aparece en el fondo del
relato del «pecado» de Adán-Eva (Gen 2-3) y en el gesto homicida de Caín
(Gen 4), al principio de la Biblia. También el pecado de los ángeles viola-
dores del libro apócrifo de 1 Henoc ha sido la envidia: los vigilantes divi-
nos han querido tener algo propio de los hombres (sexo y violencia), algo
que ellos, siendo espíritus no tienen y por eso les violan y destruyen. Pero
los lugares donde la envidia aparece con más fuerza en la Biblia son dos:
el libro de la → Sabiduría y el relato de la muerte de Jesús en Marcos.
EROS48
Está el alma perdida sobre el mundo. Está alejada de su amor. Por eso
sufre, vela y sueña hasta que un signo misterioso llegue a despertarla, con-
duciéndola a su centro, «al bien divino», al mar de las dulzuras donde
pueda reposar, restituida. Más allá de los deseos y cuidados engañosos de
la tierra, se ha encendido, como luz originaria, el gran camino del anhe-
lo: «¿Cuándo será que pueda, / libre de esta prisión, volar al cielo, / Felipe,
y en la rueda / que huye más del suelo / contemplar la verdad pura, sin
48. Cf. E. BRUNNER, Eros una Liebe, Berlin 1937; A. DOMÍNGUEZ, La llamada exótica: el pen-
samiento de Emmanuel Lévinas: Eros, gnosis, poiesis, Trotta, Madrid 1997; J. EVOLA,
La metafísica del sexo, Olañeta, Palma 2005; G. FEUERSTEIN, Sexualidad sagrada,
Kairós, Barcelona 1995; A. IMBASCIATI, Eros y logos: amor, sexualidad y cultura en el
desarrollo del espíritu humano, Herder, Barcelona 1980; A. NYGREN, Eros et agape I-II,
Aubier, París 1952, 1962 (=Eros y Agape, Sagitario, Barcelona 1969); H. MARCUSE,
Eros y civilización, Ariel, Barcelona 2001; J. PIEPER, “Amor”, en Las virtudes funda-
mentales, Rialp, Madrid 1976, 477-552; X. ZUBIRI, Naturaleza, historia, Dios,.
Nacional, Madrid 1959, 341-409.
230 PALABRAS DE AMOR
velo?» (Ibid. 73). Cuando se cumpla la verdad de ese deseo, el alma per-
dida recupera su existencia, se convierte en luminosa, se transforma, con-
templando «lo que es y lo que ha sido». Nada existe para el hombre que
se pueda comparar con este anhelo, la añoranza de la vida originaria, la
certeza de que existe un mundo verdadero y que la tierra es simplemente
un destierro. Éste es el tema que el genio de Fr. Luis ha fijado con su poe-
ma. Éste es el tema del eros, articulado de forma clásica por Platón, con
los motivos que le ofrecía la tradición anterior, construyendo así un
espléndido sistema de salvación filosófica, cercana al pensamiento reli-
gioso de diversas escuelas del hinduismo. La palabra eros y erotismo sig-
nifica, según eso, dos realidades distintas, aunque vinculadas:
que nos lleva a superar la carencia en que ahora estamos, haciéndonos caminar
hacia un estado de existencia más dichoso. (2) Es un anhelo que conduce desde
el hombre a lo divino. Por eso, Dios no ama ni tampoco aman aquellos que sólo
se ocupan de las cosas de la tierra. (2) Es un amor egocéntrico: es anhelo de con-
quista, un gran deseo por lograr y disfrutar lo que nos falta. Sólo en el momen-
to en que, inmergidos en Dios, hayamos colmado la ansiedad y realizado nues-
tro anhelo, cesaremos en la marcha: terminará el eros y ya no seremos más
humanos; la historia habrá cerrado su camino, quedará lo eterno.
EROS Y ÁGAPE
fieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor
de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de
Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos. Este relegar la
palabra eros, junto con la nueva concepción del amor que se expresa con la
palabra agapé, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianis-
mo, precisamente en su modo de entender el amor (Dios es amor 3)
Sobre la base que les brinda esa certeza, y convencidos de que todos
los anhelos del hombre están marcados por la sombra del pecado, los
cristianos protestantes acentúan, de una forma general, la oposición del
eros y el ágape: frente a la búsqueda idolátrica (eros) del hombre esta la
gracia salvadora de Dios (ágape); frente al amor como deseo y como
mérito del hombre, está el don Dios que nos regala su vida en Jesucristo.
Pues bien, después de haber marcado bien las diferencias, debo afirmar
con toda fuerza que el eros y el ágape se penetran, se enriquecen y com-
pletan. El eros representa el ser del mundo, es la tendencia natural de los
vivientes que buscan su gozo y plenitud. Sin eso que llamamos el «deseo
físico» del eros, sin la fuerza que nos une, que nos lanza al infinito del
anhelo ilimitado nuestro ser de humanos quiebra y se deshace. Los que
intentan cimentarse únicamente sobre el don de gratuidad del Dios-ága-
pe, quienes buscan la manera de amar sin la marea y la pasión de los
deseos, evaporan la verdad del ser humano y lo diluyen en las nubes de
un estéril y desnudo evangelismo. En esa línea recordamos también las
palabras del papa:
49. Texto latino en W. ADLINGTON, Apuleius. The Golden Ass, Harvard UP, Cambridge MA
1965. Traducciones de L. RUBIO, El Asno de Oro, Gredos, Madrid 1987; J. M. ROYO,
El Asno de Oro, Cátedra, Madrid 1988. Edición parcial en Eros y Psique, Atalanta,
Girona 2006.
EROS Y PSIQUE 235
temor, sino el Espíritu de filiación, por el que clamamos: ¡Abba, Padre!...” (Rom 8,
15-17). El Espíritu es presencia de Dios, es el amor del Padre, que hace a los hom-
bres capaces de vivir en amor. Por eso, después de habar hablado de los diversos
dones del Espíritu, Pablo los resume y condensa todos en el amor, de tal manera
que podría decirse que el amor es el Espíritu (cf. 1 Cor 13).
3. Juan. El Espíritu, amor que unifica y consuela. En esa línea, frente a los cul-
tos antiguos que dividen a los fieles de las varias religiones, Jesús dice que “los ver-
daderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; estos son los ado-
radores que Dios busca: Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben adorarle en
Espíritu y Verdad” (Jn 4, 21-24). Este Dios-Espíritu aparece en 1 Jn 4, 7 como
Dios-Amor, que consuela y vincula a todos los hombres. De esa manera, cuando
se va, Jesús promete a sus discípulos: «rogaré al Padre y os dará otro Paráclito,
que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 16). Jesús mismo había sido guía y
defensor de sus discípulos. Pero ahora va y les deja y pide al Padre “otro”, que sea
presencia interior y compañía de amor (no os dejaré huérfanos: 14, 18). «Os ense-
ñará todas las cosas y os recordará todo lo que os dije» (Jn 14, 26). Muchos bus-
can la verdad como algo impuesto, resuelto y enseñado desde arriba. Pero Jesús
promete a los suyos un magisterio interior: el Espíritu-Paráclito, que actualice e
interprete su doctrina. Por eso, es conveniente que Jesús se vaya «porque si no me
fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros» (16, 7). Muchos añoran a Jesús, quieren
que ofrezca milagros, seguridades exteriores. Pero es mejor que vaya, para que sus
fieles asuman la verdad en el Espíritu, presencia y experiencia interior de vida.
2. Teología básica. Espíritu Santo como amor divino. Los datos bíbli-
cos deberían bastar en línea dogmática y de búsqueda eclesial. Pero, a
partir de las disputas del siglo IV d. C., que habían desembocado en el
Credo de Constantinopla, algunos obispos de Asia Menor (Gregorio
Nacianceno, Basilio) empezaron a llamar al Espíritu persona (hipóstasis
o prosopon de Dios). Pues bien, el Espíritu es persona de amor: no es
objeto, ni en Dios ni en los hombres, sino una relación de amor, vincula-
da al éxtasis (salir de sí, donarse o trascenderse) y a la comunicación
(vida compartida). Desde ese fondo queremos fijar mejor su identidad,
en un plano teológico.
1. El Espíritu es Amor intra-divino, plenitud del proceso de Dios, que se des-
pliega en línea de entendimiento y voluntad. Al conocerse, como Padre origina-
rio, Dios genera en sí lo Conocido (Logos-Hijo, encarnado en Jesucristo) y al
amarse suscita lo Amado (Amor-Espíritu, ofrecido a los humanos). El Espíritu es
Amor-Personal que culmina y se despliega en plenitud, no es un Poder errante,
en busca de sí mismo, ser frustrado, que no llega a su final, sino Señor comple-
to, gozoso, realizado. Por eso, en el camino y meta de su despliegue personal,
Dios es misterio trinitario, como han destacado Agustín y Tomás de Aquino.
2. Es tercera persona: Aquel que brota de la unión del Padre y el Hijo, como
nuevo “sujeto” o centro de amor. En esta perspectiva se le ha venido concibiendo
238 PALABRAS DE AMOR
amor del Dios del Éxodo, que liberó a los hebreos de su cautiverio. Jesús,
en cambio, asumiendo su raíz israelita, quiere celebrar una cena distin-
ta, una comida de Reino, expresando así, en su despedida, el sentido del
amor que ha movido todo su camino y que ahora culmina, en un con-
texto de muerte cercana. De esa forma ha interpretado la Cena Jn 13-17,
presentándola como diálogo de amor. En este contexto han introducido
los sinópticos y Pablo la experiencia del amor eucarístico de Jesús, que
se despide de los suyos diciendo que beban en su honor la copa, pues “ya
no beberé del fruto de la vida... hasta el día en que lo beba nuevo en el
Reino de Dios” (cf. Mc 14, 25 par). Jesús se despide sabiendo que el amor
del Reino llega y así lo expresa, conforme al testimonio de la iglesia, en
los signos del pan y del vino, como indican los relatos paralelos de
Marcos y Pablo:
El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y dando gra-
cias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros. De igual modo
la copa, después de cenar, diciendo: Esta Copa es la Nueva Alianza en mi
Sangre (1 Cor 11, 24-25).
Y estando ellos comiendo, Jesús tomó pan, bendijo, lo partió, se lo dio
y dijo: Tomad, esto es mi Cuerpo. Tomó luego una copa y, dando gracias,
se lo dio y bebieron todos de ella. Y les dijo: Ésta es la Sangre de mi
Alianza, derramada por muchos (Mc 14, 22-24).
como pan. Esto es amor, éste es el amor supremo (cf. Jn 13, 1). No se
defiende, no rechaza con violencia la amenaza. Al contrario: entrega su
cuerpo. Ésta es su autoridad, éste es el amor supremo.
52. Cf. J. M. ASURMENDI, Ezequiel, CB 38, Verbo Divino, Estella 1987; E. BEAUCHAMP, Los
profetas de Israel, Verbo Divino, Estella 1988, 177-220; J. LUST (ed.), Ezequiel and his
Book, BETL 74, Leuven 1986; L. ALONSO SCHÖKEL y J. L. SICRE, Profetas II,
Cristiandad 1980, 667-857; L. MONLOUBOU, Un sacerdote se vuelve profeta, Ezequiel,
AB 35, FAX, Madrid 1973; A. NEHER, La esencia del profetismo, Sígueme, Salamanca
1975, 77-93; G. SAVOCA, Ezequiel, Ciudad Nueva, Madrid 1996; G. VON RAD, Teología
Antiguo Testamento II, Sígueme, Salamanca 1969, 275-297; W. ZIMMERLI, Ezechiel I-
II, BKAT XIII, Neukirchen 1969.
EZEQUIEL 245
expresión y despliegue del amor de Dios en el que se fundan todos los ras-
gos y las dimensiones de la existencia humana. No hay otra comparación,
no hay otro símbolo que puedan capacitarnos para entender a Dios. Todo
lo que existe es un signo de amor. Ciertamente, el libro de Ezequiel y de
su escuela tienen otros rasgos y mensajes, en línea de sacralidad o de jus-
ticia; pero todos ellos se centran y reciben su sentido en el amor de Dios.
F
53. Cf. A. BELART y M. FERRER, El ciclo de la vida. Una visión sistemática de la familia,
Desclée De Brouwer, Bilbao 1998; D. BOROBIO, Familia, sociedad, iglesia, Desclée De
Brouwer, Bilbao 1994; M. R. BUXARRAIS (ed.), La familia, un valor cultural, Desclée
De Brouwer, Bilbao 2004; D. D’AGOSTINO, Elementos para una filosofía de la familia,
Rialp, Madrid 1991; G. FLÓREZ, Matrimonio y familia, BAC, Madrid 2004; J.
GUITTON, La famille et l’amour, París 1971; J. L. LARRABE, El Matrimonio Cristiano y
Familia, BAC, Madrid 1986. Existe una importante documentación del Magisterio
católico sobre la familia, recogida por A. SARMIENTO y J. ESCRIVÁ IVARS (eds.),
Enchiridion Familiae. Textos del Magisterio Pontificio y Conciliar sobre el Matrimonio
y la Familia [Siglos I a XX] I-VI, Rialp, Madrid 1992; A. SARMIENTO (ed.), Enchiridion
Familiae. Textos del Magisterio Pontificio sobre la Familia y Matrimonio, posteriores
a 1990, Palabra, Madrid 2001. On Line, cf. vatican.va/themes/famiglia; .corazones.
org/doc/a_por_ tema.htm.
248 PALABRAS DE AMOR
tuito. Los que aman no engendra nuevos hijos «para ellos» (para los
padres), sino para que los hijos vivan.
El mismo amor va haciendo que surjan y se expresen diferentes
formas de familia, como expresiones de su fecundidad. En esa historia
del amor que surge y permanece pueden señalarse algunos puntos de
emergencia principales. (a) Van madurando las personas, se individuali-
zan los compromisos, tiende a estabilizarse un tipo de relación dual,
de comunión hombre-mujer y monogamia. (b) Se estabiliza la relación
paterno-filial, de manera que los hijos pueden ir surgiendo y creciendo
en un clima de libertad personal, de cuidado y acogida, que les permite
ir asumiendo su existencia de manera más libre y personal. (c) Se anu-
dan relaciones fraternas de convivencia entre los hombres y los pueblos,
en camino que lleva a la comunión y el respeto mutuo. En todos esos
rasgos, más allá de lo que podría ser una naturaleza abstracta, descu-
brimos la auténtica realidad humana y cristiana del amor.
A través de ese proceso, los hombres van trazando su verdad y escri-
biendo las “leyes” de su vida, que surgen y maduran a medida que la
misma humanidad se despliega. Evidentemente, para nosotros cristia-
nos, los principios medulares de la ley de amor se expresan y reflejan
en la historia de Israel y en el mensaje de Jesús, el Cristo, de manera
que en esa línea podemos hablar de plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,
1 s), de la mayoría de edad para los hombres. Partiendo de esa revela-
ción y no de una teoría general sobre la naturaleza, podemos establecer
los principios básicos del camino de realización humana, del amor
hombre-mujer, de los valores de la convivencia. La “ley” del amor no se
funda en bases de carácter cósmico, ni en principios de pura razón,
sino en la misma entrega del amor mutuo, que va creando forma de
convivencia que permanece.
Ciertamente, seguimos siendo racionales (seres de naturaleza). Pero
nos hemos descubierto dueños, responsables, de nosotros mismos, pues
Dios ha puesto ante nosotros el camino de la muerte y de la vida, la des-
trucción o la apertura hacia una forma de existencia más perfecta (cf. Dt
11, 27; 30, 14). Hoy entendemos mejor que en otro tiempo el alcance de
esas palabras: «pongo ante ti la vida y la muerte». Nos estamos convir-
tiendo en dueños de la vida, de manera que podemos controlar la heren-
cia por la genética, dirigir por la psicología el proceso de maduración per-
sonal, estructurar por la sociología el entorno de la vida de los hombres,
trazar por la economía el destino de los bienes económicos. Pues bien,
250 PALABRAS DE AMOR
dando un paso más, hoy podemos personalizar mejor que en otro tiempo
la ley de amor del cristianismo: liberamos el encuentro hombre-mujer de
los condicionamientos sociales, elegimos libremente el nacimiento y
educación de los hijos... Por vez primera en nuestra historia hemos lle-
gado a ser responsables de nuestro amor, capaces de estructurarlo de
manera creadora aunque, al mismo tiempo, corremos el riesgo de que-
brarlo y de quebrarnos en el camino. En esta situación cobra sentido la
búsqueda cristiana. Muchos piensan que la iglesia sólo ha utilizado en el
amor las negaciones: ¡Esto es perverso, aquello no se puede! Pero la ins-
piración básica del cristianismo no es prohibir sino potenciar, no es
negar sino abrir el camino de una vida animada por el amor, que se
expresa en los diversos elementos componentes de la familia:
1. El primer tipo de amor es el nupcial, que para Jesús tiene un valor definiti-
vo (cf. Mc 10, 1-12). El enamoramiento se estabiliza, es decir, se convierte en ele-
mento duradero de una convivencia gozosamente intensa del hombre y la mujer,
comprometidos a iniciar un proceso de mutuo conocimiento en fidelidad perpe-
tua. Pero al lado de la vinculación tradicional de un hombre con una mujer, se
están desarrollando en nuestro tiempo otras formas de vinculación homosexual
o grupal que quizá nos obliguen a plantear las cosas desde otras perspectivas,
que pueden ser complementarias a las anteriores.
2. El segundo tipo de amor es el paterno-filial. El amor se muestra así como
fuente de vida y se realiza a través de la responsabilidad y el cuidado de los hijos.
En este contexto habla Jesús del amor a los hijos, a los niños, y lo pone como fun-
damento de la vida de la iglesia, desbordando el puro espacio familiar de una
pequeña familia (cf. Mc 9, 32-35; 10, 13-16). Por eso, de manera lógica, en res-
puesta por la entrega y cuidado de los padres, va surgiendo en el hijo un amor
que empieza en forma de absoluta dependencia, se explicita después como agra-
decimiento y culmina en un clima de diálogo. Pero puede haber grupos familia-
res donde los hijos no son ya el objetivo primario del amor, de manera que la vin-
culación de los miembros de la familia ha de fundarse en otros motivos, centra-
dos siempre en el amor mutuo de los miembros que la componen.
3. El tercer tipo de amor es el fraterno, que empieza vinculando a unos pocos
hermanos de carne y sangre para abrirse después a todos los hombres y muje-
res, entendidos como miembros de una misma familia racional, hijos de Dios.
En esta línea pueden situarse otros modelos de circulación en clave de amistad.
la sociedad. Más aún, en este contexto, el problema mayor para los cris-
tianos, desde la perspectiva del evangelio, lo forman aquellos que care-
cen de familia: los expulsados de la sociedad, los impuros, los que no tie-
nen casa. En este contexto básico se situara el reto y promesa de la fami-
lia para los cristianos del futuro.
54. Cf. E. EICHRODT, Teología del Antiguo Testamento I-II, Cristiandad, Madrid 1975;
N. K. GOTTWALD, The Tribes of Yahweh, SCM, Londres 1980; X. PIKAZA, Sistema,
libertad, iglesia. Instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001; R. DE VAUX,
Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985; Historia Antigua de
Israel I-II, Cristiandad, Madrid 1975.
252 PALABRAS DE AMOR
55. Cf. S. C. BARTON, Discipleship and family ties in Mark and Matthew (SNTS Mon. Ser 80),
Cambridge UP 1994; R. BAUCKHAM, Jude and the Relatives of Jesus en the Early Church,
Clark, Edinburgh 1990; J. D. CROSSAN, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica,
Barcelona 1994; S. GUIJARRO, Fidelidades en conflicto, Pontificia, Salamanca 1998.
254 PALABRAS DE AMOR
Jesús puede entenderse en ese fondo, pero con una diferencia: esenios y
terapeutas sólo acogen a los puros, como harán los fariseos; por el con-
trario, Jesús y sus amigos acogen a los marginados y excluidos (publica-
nos, prostitutas, pobres, impuros). En ese fondo se situan algunos pasa-
jes fundamentales del evangelio, que tratan de los hermanos, hermanas
y madres (Mc 3, 31-35), del ciento por uno (Mc 10, 28-30 par) y de las
disputa familiares (Mc 13, 12 par; cf. Lc 12-53. 14, 26; Mt 10, 34-37).
Aquí evocamos sólo dos de esos pasajes.
56. L. FEUERBACH, La esencia del cristianismo, Trotta, Madrid 2002. Cf. G. AMENGUAL,
Crítica de la religión y antropología en L. Feuerbach, Laia, Barcelona 1980; M. CABADA,
El humanismo pre-marxista de L. Feuerbach, BAC, Madrid 1975; Feuerbach y Kant.
Dos actitudes antropológicas, Comillas, Madrid 1980.
FEUERBACH 259
FORMAS DE AMOR57
Al lado de esas cinco formas clásicas hay otras que quizá podrían
ponerse en un nivel semejante, como puede verse por la atención que
han recibido en este diccionario. (1) Podemos hablar del amor homo-
sexual, entendido como un tipo de fraternidad, amistad y/o matrimo-
nio. Sin embargo, el amor homosexual tiene rasgos especiales que no
57. Cf. E. FROMM, El arte de amar, Paidós, Madrid 1998; C. S. LEWIS, Los cuatro amores,
Rialp, Madrid 2005; J. PIEPER, “Amor”, en Las virtudes Fundamentales, Rialp Madrid
1976.
FORMAS DE AMOR 261
58. Cf. L. ALONSO SCHOKEL, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del
Génesis, Verbo Divino, Estella 1994; A. CENCINI, Fraternidad en camino. Hacia la alte-
ridad, Sal Terrae, Santander 2003; A. DOMÉNECH, El Eclipse de la Fraternidad. Una revi-
sión republicana de la tradición socialista, Crítica, Barcelona 2004; E. DURKHEIM, Las
formas elementales de la vida religiosa, Akal, Madrid 1992; J. GARCÍA ROCA, El Dios de
la fraternidad, Sal Terrae, Santander 1990; M. LEGIDO, Fraternidad en el mundo. Un
estudio de eclesiología paulina, Sígueme, Salamanca 1986; J A. S. PEAKE, Brotherhood
in the Old Testament, Hodder and Stoughton, Londres 1923; J. RATZINGER, Die chris-
tliche Brüderlichkeit, Kösel, München 1960 (La fraternidad de los cristianos, Sígueme,
Salamanca 2005); H. W. ROBINSON, The christian doctrine of man, Edinburgh 1913; H.
W. WOLFF, Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1999, 247-254.
262 PALABRAS DE AMOR
todos nacemos de una misma “diosa” humanidad, todos somos desde ella
y para ella iguales y hermanos, por encima de las diferencias religiosas y
estamentales propias del régimen antiguo, expresado en la monarquía
sagrada.
Este “amor de fraternidad” estaría inscrito en nuestra vida y proven-
dría de la misma naturaleza, que nos ha engendrado como hermanos.
En ese sentido, todos nosotros, los que nos declaramos de algún modo
herederos de la Revolución Francesa y de la Ilustración occidental, cre-
emos en la fraternidad: más allá de las involuciones políticas, de las hui-
das racionales, de los ejércitos regulares o irregulares, de los cantos
imperialistas de cualquier signo y de todos los mesianismos socio-reli-
giosos particulares, nosotros creemos en la fraternidad, entendida como
don y tarea. Esta fraternidad, que nos vincula a todos los hombres y
mujeres de la tierra, es algo que nos precede. Pero, al mismo tiempo, ella
viene a presentarse a modo de camino, complejo y tenso, que debemos
precisar en cada plano.
ciones, las costumbres y, en general, de una lengua; por eso se puede hablar de
un amor a la nación, entendida como familia de familias. La fraternidad nacio-
nal puede constituir un foco de violencia, allí donde el nacionalismo se vuelve
intolerante, como de hecho sucede con cierta frecuencia. Pero, en general, esa
fraternidad resulta no sólo positiva, sino necesaria para que la vida de grupos
humanos más extensos tenga un sentido. Lo que pasa es que, lo mismo que en
el nivel familiar más pequeño, esta fraternidad puede convertirse también en
fuente de intereses partidistas y en foco de luchas, en las que se mezclan no sólo
los intereses estrictamente nacionales, sino los supranacionales: unas naciones
que quieren imponerse sobre otras, unos estados sobre las naciones, sin contar
con los problemas que brotan de los grandes focos de unidad y división del mun-
do: del capitalismo y el imperio mundial.
3. Hay un tercer plano de fraternidad religiosa, que ha empezado siendo
nacional y se ha vuelto con el tiempo supranacional. En principio, como han des-
tacado algunos grandes especialistas (cf. É. Durkheim), la religión ha tenido fun-
ciones políticas: ha servido para sancionar y sacralizar los lazos de un determi-
nado grupo social, vinculado a un Dios, al que se puede entender incluso como
“tótem”, fuente y garantía de unidad del conjunto. Así se ha dicho que cada
nación tiene su Dios, unido de manera muy intensa a sus devotos, que le deben
la vida. En esta línea se ha mantenido hasta hace poco tiempo el llamado nacio-
nal/catolicismo (o cristianismo) que ha servido para sacralizar a un grupo nacio-
nal, frente a los otros. Desde hace tiempo, la fraternidad religiosa ha tendido a
crear formas de unidad supra-nacional, como lo muestran budismo, cristianis-
mo e Islam, por poner tres ejemplos. Los creyentes de esas religiones son her-
manos porque tienen un padre o destino común (Dios, la liberación) y un gran
hermano o profeta (Buda, Jesucristo, Mahoma) cuyas doctrinas y ejemplo les
vinculan. Estrictamente hablando, esas religiones buscan una fraternidad que se
abra a todos los hombres y mujeres de la tierra. Pero en un determinado momen-
to una de esas fraternidades religiosas, entendida como fuente de amor para sus
miembros (hacia dentro), puede convertirse en principio de violencia hacia lo
externo. En esa línea, algunos hablan ahora de los grandes fundamentalismos de
las fraternidades religiosas, de manera que los “hermanos musulmanes” tienen
que enfrentarse a los “hermanos cristianos” y viceversa, expandiendo así de for-
ma universal las luchas ce Caín y Abel.
4. Hay un cuarto nivel de fraternidad que, que llamo racional, conforme a la
visión de la Revolución Francesa. Todos los hombres y mujeres son hermanos
porque comparten la misma “razón”, no por nacimiento nacional o religioso:
todos provienen de una misma humanidad, no sólo de un genoma biológico (que
define la especie humana), sino de un tipo de “pensamiento genético”, es decir,
del lenguaje y la palabra, que permite que nos comuniquemos, todos nosotros,
participando de una misma tarea humana. Nacemos de una vida común, crece-
mos en la red o entrelazado de un mismo pensamiento, tenemos una misma
meta humana.
264 PALABRAS DE AMOR
Como hemos visto ya, podemos y debemos añadir que, siendo espacio
de amor compartido, la fraternidad ha sido desde tiempos muy antiguos
una causa y motivo de conflictos. Conforme a la Biblia, los primeros her-
manos (Caín y Abel: cf. Gen 4) se han enfrentado por causa de la “bendi-
ción de Dios” (o por cualquier otro motivo), de manera que el amor fra-
terno se ha convertido en “odio fraterno”. La misma cercanía de los her-
manos, impuesta por su origen común y por sus posesiones compartidas,
puede convertirse y se convierte muchas veces en causa de disputa.
59. Cf. É. DURKHEIM, Las formas elementales de la vida religiosa, Akal, Madrid 1992;
Th. HOBBES, Behemot, Tecnos, Madrid 1992; Leviatán, Alianza, Madrid 2004. F. COLOM
(ed.), Las caras de Leviatán. Una lectura política de la teoría crítica, Anthropos,
Barcelona 1992.
FRATERNIDAD 2 265
60. Textos básicos: J. M. ROBINSON (ed.), Nag Hammadi Library in English, Brill, Leiden
1977 (=NHL). Traducción castellana: A. PIÑERO (ed.), Textos gnósticos. Biblioteca de
Nag Hammadi. I. Tratados filosóficos y cosmológicos. II. Evangelios, hechos, cartas.
III. Apocalipsis y otros escritos, Trotta, Madrid, 1997-2000. Traducción parcial en R.
KUNTZMANN y J. D. DUBOIS, Nag Hammadi, DB 16, Verbo Divino, Estella 1988, 37-38.
Recogen los principales textos gnósticos B. LAYTON, Gnostic Scripture, SCM, Londres
1987 y L. MORALDI, Testi Gnostici, UTET, Torino 1982; M. ERBETTA (ed.), Gli Apocrifi
del NT, Marietti, Casale Mo. 1975 1/1. Para un estudio general, cf. R. F. BERMEJO, La
escisión imposible. Lectura del Gnosticismo Valentiniano, Univ. Pontificia, Salamanca
1998; F. GARCÍA BAZÁN, Gnosis La esencia del dualismo antiguo, Castañeda, Buenos
Aires 1978; S. PÉTREMÉNT, Le Dieu Séparé. Les Origines du Gnosticisme, Cerf, París
1984; K. RUDOLPH, Gnosis, Clark, Edinburgh 1977.
270 PALABRAS DE AMOR
61. Presentación del texto con bibliografía especial en B. LAYTON, Gnostic Scriptures,
SCM, Londres 1987, 77-85. Sitúa el texto en su trasfondo cultural E. PAGELS, Adán,
Eva, y la Serpiente, Crítica, Barcelona 1990, 63-118. Versión popularizada en M.
WOODMAN, Los frutos de la virginidad, Luciérnaga, Barcelona 1990, 215-224. Cf. B. S.
RAJNEESH, Psicología de lo esotérico, Cuatro Vientos, Santiago de Chile 1991.
GNOSIS 2 275
62. Cf. W. R. OTTO, Los dioses de Grecia. La imagen de lo divino a la luz del espíritu grie-
go, Eudeba, Buenos Aires 1973; J. P. VERNANT, El universo, los dioses, los hombres: el
relato de los mitos griegos, Anagrama, Barcelona 2001.
GRECIA 277
HIEROGAMIA 1. PRINCIPIOS63
63. Cf. A. DANIELOU; Shiva y Dionisio. La Religión de la Naturaleza y del Eros, Kairós,
Barcelona 1986; M. ELIADE, Mefistóteles y el Andrógino, Guadarrama, Madrid 1969; La
búsqueda, Megápolis, Buenos Aires 1973; W. REICH, El Asesinato de Cristo, Bruguera,
Barcelona 1980; La revolución sexual, Planeta, Barcelona 1985. J. VARENNE, El tan-
trismo o la sexualidad sagrada, Kairós, Barcelona 1985. Para una visión de trasfondo
religioso de la dualidad sexual, cf. V. HERNÁNDEZ CATALÁ, La visión de lo divino en las
religiones no cristianas, BAC, Madrid 1972.
280 PALABRAS DE AMOR
En este contexto, los hombres forman parte del ser de lo divino: están
unidos a las bases del amor de Dios, a la potencia de su vida engendra-
dora, a la tragedia de su fuerte enfrentamiento. Pero, al mismo tiempo,
ellos saben que sólo hay unidad en la distancia, a través de una difícil
actuación, de un rito, de un proceso de constante aceptación y repetido
HIEROGAMIA 1 281
64. Cf. M. ELIADE, El Yoga. Inmortalidad y libertad, FCE, México 1993; J. EVOLA, El yoga
tántrico, EDAF, Madrid, 1991; G. FEUERSTEIN, Sexualidad sagrada, Kairós, Barcelona
1995; C. G. JUNG, Sobre el amor, Trotta, Madrid 2005; “Mysterium coniunctionis”:
Obras completas 14, Trotta, Madrid 2002; W. REICH, La función del orgasmo, Paidós,
Madrid 2001; La revolución sexual, Planeta, Barcelona 1985; J. WOODROFFE, El poder
serpentino, Kier, Buenos Aires, 1979; Principios del Tantra, Kier, Buenos Aires, 1981;
Sakti y Sakta, Kier, Buenos Aires 1978.
HIEROGAMIA 2 283
65. Además de las obras citadas en palabra anterior, cf. A. DANIELOU, Shiva y Dionisio. La
Religión de la Naturaleza y del Eros, Kairós, Barcelona 1986; R. GRAVES, Los dos naci-
mientos de Dionisio, Seix Barral, Barcelona 1984; E. GALLUD, Shiva. El dios de los mil
nombres, Miraguano, Madrid 2001; W. K. C. GUTHRIE, Orfeo y la religión griega,
Siruela, Madrid 2003; K. KERÉNYI, Dionisios, raíz de la vida indestructible, Herder,
Barcelona 1994; F. NIETZSCHE, El origen de la tragedia, Fausto, Buenos Aires 1996; W.
REICH, La función del orgasmo, Paidós, Madrid 2001; La revolución sexual, Planeta,
Barcelona 1985.
286 PALABRAS DE AMOR
66. Cf. J. ALISON, Una fe más allá del resentimiento: fragmentos católicos en clave gay,
Herder, Barcelona 2003; D. BARTLETT, «Biblical perspective on homosexuality»:
Foundations 20 (1977): 133-147; M. BORG, «Homosexuality and the New Testament»:
Bible Review 10 (1994) 20-54; K. DOVER, Greek Homosexuality, Harvard UP, 1989; D.
MARTIN, Arsenokoites and malakos: Meanings and Consequences. Biblical Ethics and
Homosexuality, Westminster, Louisville 1996; J. MILLER, «The practices of Romans
1:26: Homosexual or heterosexual»: Novum Testamentum 37 (1995): 1-11; R.
SCROGGS, The New Testament and Homosexuality, Fortress Press: Philadelphia, 1983;
C. A. WILLIAMS, Roman Homosexuality: Ideologies of Masculinity in Classical Antiquity,
Oxford UP, 1999. Literatura on line: www.religioustolerance.org/hom_bibl1 y en
bethstroud.info/bible.shtml.
292 PALABRAS DE AMOR
67. J. BOSWELL, Las bodas de la semejanza, Muschnik, Barcelona 1996; Cristianismo, tole-
rancia social y homosexualidad, Muschnik, Barcelona, 1992, ha demostrado que la
iglesia primitiva (hasta el siglo XII) no solamente no condenaba a los homosexuales,
sino que incluso admitía y bendecía su amor, con un tipo de “sacramento” litúrgico,
admitido en muchas comunidades de oriente y occidente. Sólo a partir del siglo XIII,
con la introducción de una visión nueva de la “naturaleza humana” se empezó a con-
denar la homosexualidad, no sólo como opuesta a la doctrina de la iglesia, sino como
naturalmente perversa. En la actualidad, aunque la jerarquía católica romana man-
tiene una postura tradicional (que nace tras el siglo XII-XIII), el conjunto de la socie-
dad y de la iglesia se está situando de un modo más libre ante el amor homosexual.
Cf. J. ALISON, Una fe más allá del resentimiento. Fragmentos católicos en clave gay,
Herder, Barcelona 2003; D. B. COZZENS, La faz cambiante del sacerdocio, Sal Terrae,
Santander 2003; C. DOMÍNGUEZ (ed.), La homosexualidad. Un debate abierto, Desclée
De Brouwer, Bilbao 2004; C. ESPEJO, El deseo negado. Aspectos de la problemática
homosexual en la vida monástica, Univ. Granada 1991; J. GONZÁLEZ, En tránsito del
infierno a la vida. La experiencia de un homosexual, Desclée De Brouwer, Bilbao 2002;
J. MCNEILL, La iglesia ante la homosexualidad, Grijalbo, Barcelona 1979; M. ORAISON,
El problema homosexual, Taurus, Madrid 1976.
296 PALABRAS DE AMOR
68. Cf. A. BADIOU, San Pablo. La fundación del universalismo, Anthropos, Barcelona 1999;
R. J. BANKS, Paul’s idea of Community, Paternoster, Exeter 1980; G. BARBAGLIO, Pablo
de Tarso y los orígenes cristianos, Sígueme, Salamanca 1989; L. CERFAUX, La Iglesia en
san Pablo, Desclée De Brouwer, Bilbao 1959; B. HOLMBERG, Paul and Power, Gleerup,
Lund 1978; M. LEGIDO, Fraternidad en el mundo. Un estudio de eclesiología paulina,
Sígueme, Salamanca 1982; M. Y, MACDONALD, Las comunidades paulinas, Sígueme,
Salamanca 1994; W. A. MEEKS, Los primeros cristianos urbanos, Sígueme, Salamanca
1988; X. PIKAZA, Sistema, libertad, iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento,
Trotta, Madrid 2001; J. A. ROBINSON, El Cuerpo. Estudio de teología paulina, Ariel,
Barcelona 1968; L. SCHENKE, La comunidad primitiva, Sígueme, Salamanca 1999.
302 PALABRAS DE AMOR
Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una mane-
ra digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humil-
dad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor,
poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de
la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a
que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo,
un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en
todos (Ef 4, 1-6).
69. Cf. Y. M. CONGAR, Santa Iglesia, Estela, Barcelona 1965; A. FAIVRE, Ordonner la
Fraternité. Pouvoir d’innover et retour à l’ordre dans l’Église ancienne, Cerf, París
1992; H. KÜNG, La Iglesia, Herder, Barcelona 1984; H. DE LUBAC, Meditación sobre la
Iglesia, Encuentro, Madrid 1980; G. B. MONDIN, La Chiesa, primizia del Regno, CTS
7, EDB, Bologna 1986; J. M. R. TILLARD, Iglesia de iglesias, Sígueme, Salamanca
1991; La Iglesia local. Eclesiología de comunión y catolicidad, Sígueme, Salamanca
1999; J. WERBICK, La Chiesa. Un progetto ecclesiologico per lo studio e per la prassi,
Queriniana, Brescia 1998.
306 PALABRAS DE AMOR
1. Los ministerios eclesiales provienen de Jesús, que pide a sus discípulos que
sigan realizando una tarea de evangelio. Por eso, los ministros son, antes que
nada, enviados del Señor resucitado: predican a partir de su palabra, animan con
su fuerza, presiden en su nombre. Jesús ha confiado su misión al cuerpo de los
fieles, a la totalidad de la iglesia, reunida por la fuerza del Espíritu. Pero, dentro
de la iglesia, cada uno recibe una función diferenciada. Algunos, como Pedro y
Pablo, Apolo y Bernabé, han escuchado el encargo del Señor que les invita a pro-
apareciendo así como la diosa por excelencia. De manera más usual, ella
viene a manifestarse como Athiratu yam, es decir, diosa del mar, quizá en
recuerdo de su origen acuático: es reflejo de las aguas primigenias,
portadoras primeras de la vida. Los cananeos posteriores, igual que los
hebreos, la presentan como Ashera, Diosa Madre originaria.
En esta perspectiva, crear es engendrar, a través de un amor cósmico.
Entre los padres primigenios y el conjunto de la realidad (dioses y hom-
bres...) hay una relación procreadora estricta, como muestra el famoso
poema de Los dioses apuestos y hermosos (Textos de Ugarit, KTU 1,23) que
conserva el texto dramatizado de un ritual de fecundidad: «Está sentado
en su trono Môtu-Sarru, / con el cetro de la esterilidad en su mano, /en
ella el cetro de la viudez». Môtu es el poder de la muerte, entendida como
príncipe (=Sarru) que domina con su esterilidad sobre el cosmos entero.
Pues bien, frente la esterilidad de la muerte se eleva el poder generador
de Ilu que se extiende con fuerza sobre el mundo. En este contexto viene
a celebrarse la liturgia evocadora de la fecundidad: «Voy a invocar a los
dioses apuestos, / a los voraces ya de sólo un día, / que maman de los
pezones de Athiratu, de los pezones de la Señora» (KTU 1.23, 23-24).
Athiratu/Ashera aparece como madre de leche abundante y de sus
pechos reciben vida los vástagos divinos, dioses apuestos. Ella, la gran
diosa, vinculada en pareja con Ilu, su marido, es la dueña del proceso cós-
mico, señora de la generación y el alimento. Ella preside el gran rito que
Ilu, su esposo, realiza con las diosas, que representan a la gran madre.
El texto evoca el momento de la generación, desde la perspectiva del
Dios masculino que copula (se une sexualmente) con dos sacerdotisas
(consagradas) de Ashera: «Se dirigió Ilu a la orilla del Mar, / y marchó a
la orilla del océano. / Tomó Ilu a las dos consagradas... / Mira, una se aga-
chaba, la otra se alzaba; / mira, una gritaba ¡padre, padre!, la otra
¡madre, madre! / Se alargaba la mano (=miembro) de Ilu como el mar, /
la mano de Ilu como la marea... / Tomó Ilu a dos consagradas... » (KTU
1.23, 30-36).
El ritual de la generación nos sitúa a la orilla del mar (lugar del que
proviene Athiratu). Allí están sus consagradas, allí muestra Ilu su poten-
cia (parece fecundar el mar entero con su gran miembro viril). A pesar
de ello (quizá para marcar un ritmo de lentitud y suspense en la liturgia
engendradora), la exhibición del Gran Dios Padre parece ineficaz. Por
eso ha de pararse y realizar un rito mágico/religioso de fertilidad: mata
a un pájaro y lo sacrifica sobre la brasa (KTU 1.23, 37-48). De esa forma
conjura el riesgo de la muerte y puede culminar su acción engendradora:
ILU (EL) Y ASHERA 311
«Se inclinó, besó sus labios; y sus labios eran dulces, /dulces como lo son
las granadas (=labios de las sacerdotisas). /Al besarlas hubo concepción,
al abrazarlas hubo preñez, /se acurrucaron y dieron a luz a Sahru y a
Salimu» (KTU 1.23, 49-52).
Éste es el centro del mito: Ilu, padre primigenio, no ha perdido su
potencia engendradora. Día a día, año tas año, está engendrando el mun-
do en gesto de poder y de deseo que celebra el rito de la → hierogamia
del templo donde las hieródulas o sacerdotisas vuelven a ser poseídas
(fecundadas) por el Dios de potencia desbordante (¡como el mar era su
mano!). De la vitalidad de Dios y de su fuerte deseo sexual brota sin cesar
el mundo. Así lo canta el mito, así lo expresa el rito realizado por el
sacerdote (representante de Ilu) y por las sacerdotisas (representantes de
Athiratu/Ashera) sobre el templo: «Ambas se acurrucaron y dieron a luz,
/a los dioses apuestos dieron a luz, / a los voraces ya de sólo un día, / que
maman de los pezones de la Señora» (KTU 1.23, 57-59). Ilu se define por
su miembro fecundante, Athiratu por sus pechos. Ellos forman la pareja
originaria. De su unión brotan los dioses apuestos: Sahru (hebreo sahar)
es la Aurora, Salimu (hebreo salem) el Ocaso. Conforme a los principios
de paralelismo de totalidad, Aurora y Ocaso significan el día entero: son
el principio y fin de la existencia. Del miembro excitado de Ilu, de los
pechos abundantes de Athiratu, brota y se alimenta todo lo que existe.
72. Entre las fuentes clásicas, cf. M. MURÚA, Historia general del Perú (1611) y F. GUAMAN
POMA DE AYALA, Nueva Crónica y Buen Gobierno I-III (1615), Historia 16, Madrid
1987. Entre los estudios modernos, cf. M. BALLESTEROS (ed.), Cultura y religión de la
América Prehispánica, BAC 463, Madrid 463; C. BRAVO, El tiempo de los incas,
Alhambra, Barcelona 1986; G. W. CONRAD y A. A. DEMAREST, Religión e imperio.
Dinámica del expansionismo azteca e inca, Alianza, Madrid 1988; L. MILLONES,
Historia y poder en los Andes Centrales, Alianza, Madrid 1987; F. PEASE, En torno al
culto solar incaico, Univ. Pontificia, Lima 1967, 104-141; El Dios creador andino,
Mosca Azul, Lima 1973; M. ROSTWOROWSKI, Pachacútec Inca Yupanqui, Lima 1953.
312 PALABRAS DE AMOR
Viracocha
Es el Dios fundante y Hacedor; está más allá de la dualidad
sexual. Es fuente de todo lo que existe.
Sol. Expresión masculina de Dios, Luna. Expresión femenina de Dios;
signo y principio del orden estatal. refleja el orden y proceso de la vida.
Cielo. Está asociado al Trueno y al Tierra. Principio materno de
poder de la Tormenta (lluvia fecundidad; queda fecundada y
fecundante). concibe por el trueno.
Inca. Signo directo del Sol, principio y Coya. Mujer primera, signo de la
centro del Imperio, desde el Cuzco o, Luna, garantía de fecundidad de
falo y ombligo del mundo. la tierra.
Varón. Ordenador de la vida, signo del Mujer. Garantía de continuidad de
Sol y del Cielo. la vida, signo de la Tierra.
INCAS 1 313
Por todo esto, la boda del Inca con la Coya venía a presentarse como
acontecimiento clave donde actúan (se vinculan) todas las fuerzas del
cielo y de la tierra. En primer lugar, el Inca debe pedir la mano de su espo-
sa y para ello consulta con el Sol (su Padre) a través de los sacerdotes.
También debía obtener el consentimiento de la Inca Madre: ellos, Sol y
madre, cielo y tierra, como signo de la hierogamia fundante y siempre
repetida debían ser principio de la boda. Sólo partiendo de esa base y
garantía se celebra después el matrimonio que renueva y fundamenta la
vida del mundo (la unión del cielo con la tierra) y establece o asienta la
soberanía del Estado (representado por los Incas anteriores). Varón y
mujer serán por tanto expresión de Dios para el mundo (Murúa 153-155).
Por su matrimonio, el Inca se convierte de algún modo en dueño-esposo
de todas las mujeres (que están representadas por la Coya). En esta línea
ha de entenderse una de las instituciones más significativas de su impe-
rio. Siendo esposas del Inca, las mujeres vienen a formar su tesoro o capi-
tal; él las administra y las reparte entre los varones/guerreros de su reino.
De esa forma, a través de una inversión significativa de grandes conse-
cuencias, aquello que parecía mayor elevación de la mujer (la Coya era
consorte y compañera del monarca) viene a convertirse en principio de
mayor sometimiento: las mujeres carecen de autonomía y libertad; son
un objeto al servicio de la unidad social y sacral del imperio.
1. Todas las mujeres se casaban con “licencia del Inca”, licencia ofrecida de
manera directa o indirecta, a través de sus administradores y curacas. Quizá
pudiéramos decir que el marido era un representante del Inca para su esposa, de
tal forma que cada matrimonio actualizaba la hierogamia primera del imperio.
Esto se cumplía de manera especial cuando volvían los soldados de la guerra. El
delegado del Inca les mostraba las mujeres casaderas, cada uno escogía por
orden la suya. Se hacían los matrimonios y entonces hablaba el delegado dicien-
do a los varones (los nuevos casados) “que el Inca les había dado mujeres y hecho
mercedes; que le tuviesen en memoria para servirlo y quisiesen bien a sus muje-
res y no las maltratasen...”.
2. Para este fin había mansiones de mujeres casaderas, que los cronistas espa-
ñoles llamaron “lugares de recogimiento”. Allí estaban las mujeres reunidas, con-
forme a su procedencia, belleza y cultura, dividiéndose en seis tipos: las más
nobles o ñustas, las principales o acllas, las descendientes de señores inferiores o
huazizuella, las cantoras de dulce voz o taquiaclla, las pequeñuelas de cinco o seis
años o vinachicuy y las extranjeras (Murúa 390-394). “Todas las seis casas de reco-
gimiento estaban apartadas del consorcio de los demás indios o indias... de suer-
te que no había ninguna comunicación con otro género de personas, hasta que de
allí mismo salían y se casaban con orden del Inca, como está dicho” (Murúa 394).
Estas casas funcionaban como lugares de formación (se aprendía el idioma del
INCAS 1 315
imperio y las labores del hogar) y como fuente de producción, pues las mujeres
confeccionaban las ropas y bebidas para la corte y los soldados del imperio.
3. Había una casa de indias “dedicadas al Sol”. Allí vivían las hijas y esposas
del sol, con grandísimo recogimiento y clausura, guardando castidad perpetua.
“No conocían jamás varón, ni aún el Inca se atrevía a llegar a ellas, porque sola-
mente estaban dedicadas para el Sol” (Murúa 394-395). Ellas eran expresión per-
sonificada de eso que podemos llamar la “hierogamia fundante”: el mismo Sol
actúa como su Padre y protector, sin mediación humana alguna (sin varón que
las despose en nombre suyo (como hacía el Inca con la Coya).
73. M. de MURÚA, Historia general del Perú (1611), Historia 16, Madrid 1987. Cf. también;
J. ALCINA, Mitos y literatura quechua, Alianza, Madrid 1989; A. CALANCHA y B. TORRES,
Crónicas agustinianas del Perú I, CSIC, Madrid 1972; R. BOLTON y E. MEYER, Andean
kinship and marriage, Amer.Anthrop.Soc., Washington 1977.
316 PALABRAS DE AMOR
En este contexto se sitúa una historia que sirve para mostrar, por un
lado, la importancia de la fidelidad y continencia de las vírgenes sagra-
das y para mostrar, por otro, la fuerza del mismo amor, que es capar de
romper las barreras sacrales. Se dice que había un pastor llamado
Acoytapia, y una ñusta, Hija del Sol, llamada Chuquillanto. Guardaba
el pastor los rebaños dedicados al Culto del Sol en la montaña cuando
pasaron dos mujeres, hijas del Sol, pues sólo ellas podían esparcirse
libremente por todas las sierras y regocijarse en los prados y fuentes
(Murúa 330). Una de ella era Chuquillanto. El pastor y la Hija del Sol
se vieron y se amaron, pero ella tuvo que alejarse de la gran montaña
para cerrarse, como todas las noches, en el palacio del Sol. Acostada en
la cama del bello palacio por la noche, sufre y llora la bella Chuquillanto,
pues se encuentra en una situación desesperada y sin salida: morirá de
pena si no alcanza sus deseos, la matarán los servidores del Sol si los
realiza. Pero en medio de su llanto sin salida escucha repetida la in-
tensa melodía de un ruiseñor que canta entre las fuentes del palacio,
anunciándole en los trinos y en el dulce rumor de las fuentes el futu-
ro de su dicha.
Mientras Chuquillanto escucha al ruiseñor y se consuela, sufre
también Acoytapia, su pastor, en la choza iluminada de la gran mon-
taña. Pero su madre, la sacerdotisa del Dios supremo de la tierra
(Pachacámac, Viracocha, el Hacedor), le escucha y encuentra un reme-
dio: sale al campo y recoge con la luz de la primera luna de la primave-
ra las plantas y las flores del amor, para hacer con ellas un filtro mágico.
Acoytapia lo bebe y se reduce, hasta volverse como un pequeño dedal
que ella, su madre, introduce y guarda, en la vara mágica que siempre
lleva en su mano. Cuando creció el día siguiente y vino Chuquillanto has-
ta la choza buscando a su pastor querido no logró encontrarle. Pero
encontró a su madre que le dio el filtro de amor, regalándole al fin su
mágica varita para que la llevara a la tarde hasta el palacio, diciéndole
que se acostara y durmiera, cerrada la puerta, aguardando la llegada de
la noche de amor. A pesar de su nerviosismo, ella logró dormirse; y la
madre, desde lejos, cuando salía la luna, volvió a proclamar el gran con-
juro del amor:
El amor ha triunfado así sobre las normas y leyes del mismo Sol divi-
no de los incas. Por encima de ese Sol y de su imperio se encuentra el
Hacedor Pachacámac a quien ha servido la madre de la novia. Así lo des-
cubren y lo gozan los amantes, de noche, en el palacio. Cuando se hace
día, el pastor se reduce cada día, de manera que la hija del sol puede
encerrarle en su varita donde él duerme, hasta que sale la luna y se hace
otra vez grande para amar a la misma esposa del sol. Así disfrutan y
gozan tiempo los dos enamorados, el pastor de la montaña y la hija del
sol, protegidos por el mismo Hacedor supremo, encontrándose a solas
cada noche en la habitación cerrada. Pero un día deciden salir sobre el
campo y desplegar el amor ante la luz abierta, en la montaña. Así lo
hacen y disfrutan bajo el cielo, los dos enamorados, como si fueran dios
y diosa de todas las cosas. Pues bien, una mañana, cuando estaban ya
seguros de que habían superado todos los peligros, unos guardas del Sol
les descubrieron, mientras realizaban sus amores prohibidos. Gritaron
los guardas, vinieron los soldados y quisieron prender y matar a los
amantes de amores prohibidos. Pero ellos lograron escaparse, subiendo
hasta los riscos más altos de la sierra y allí, sobre una roca, antes de ser
apresados, castigados y matados por sus perseguidores, por gracia del
Dios de la tierra, el Hacedor supremo y protector de los amantas, «fue-
ron convertidos en rocas. Ellos son las estatuas que se ven desde Guailla
Bamba y desde Calca, al pasar por los caminos. Yo mismo les he visto
muchas vece» (cf Murúa 330-337). Eternizado en la piedra origina don-
de se asienta todo lo que existe, se eleva sobre el mundo el canto de amor
de los amantes de amores prohibidos, aunque necesarios.
74. Cf. L. ALONSO SCHÖKEL y J. L. SICRE, Profetas I, Cristiandad, Madrid 1980, 138-142; P.
E. BONNARD, Le Second Isaie, son disciple et leur éditeurs (Isaïe 40-45), Gabalda, París
1972; K. ELLIGER, Deutero Jesaja (40,1-45,7), BKAT 11/1, Neukirchen 1978; Ch. R.
NORTH, Isaías 40-55, Aurora, Buenos Aires 1960; J. VERMEYLEN (ed.), The book of
Isaiah, BETL 81, Leuven 1989; C. WESTERMANN, Jesaja 40-66, ATD 19, Göttingen 1966.
ISAÍAS 319
2. Jerusalén, madre divina. Hay al final del libro de Isaías un texto que
ha venido a convertirse en principio de inspiración y fuente duradera de
una religiosidad cristiana de la infancia espiritual. El Dios Padre del cielo
se expresa y revela sobre el mundo a través de la Madre Jerusalén que
aparece, al mismo tiempo, como Esposa e Hija enamorada (=Hija Sión).
«Alegraos con Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis. Alegraos
de su alegría, con ella, todos los que por ella llevasteis duelo; mamaréis de
sus pechos, os saciaréis de sus consolaciones, chuparéis las delicias de sus
senos abundantes... Como un niño a quien consuela su madre, así os con-
solaré yo y en Jerusalén seréis consolados» (Is 66, 10-13). La figura del
Padre que impone la ley parece ahora velada, los pecados ya no se recuer-
dan. El orante no pide perdón, sino que es más bien como un niño que
320 PALABRAS DE AMOR
que sabe gozar con su novia, como Esposo maduro que disfruta con su
esposa, en amor fuerte de compañía y comunión, de mutua entrega y
brillo regio. No es Padre/Rey que ama a su Hijo dándole el poder de la
victoria militar, sino Padre/amigo cuya grandeza está precisamente en
su ternura y sentimiento. Este Padre es grande porque ama y sabe com-
partir, no porque puede resolver los problemas del mundo desde arriba
por su Hijo monarca. En este contexto se puede hablar de triunfo del
amor, pero añadiendo que Dios triunfa precisamente por amor, no por
la fuerza. El amor no es un descanso del guerrero que ha luchado y
vencido, como suponía Nietzsche, sino el Poder supremo de la historia.
No se limita a poner en movimiento las estrellas, como afirmaba
Aristóteles, sino que pone en marcha al mismo Dios. Por amor de Sión
actúa Dios, suscitando y manteniendo todo lo que existe.
75. Himno a Ishtar en J. B. PRITCHARD (ed.), Sabiduría del Antiguo Oriente, Garriga,
Barcelona 1966 (=SAO). Textos en F. LARA. Mitos sumerios y acadios, Nacional,
Madrid 1984. Interpretación antropológica en L. CENCILLO, Mito. Semántica y reali-
dad, BAC, Madrid 1970. Cf. E. O. JAMES, The Cult of the Mother Goddess, Barnes and
Noble, Nueva York 1959; Ch. DOWNING, The Goddess. Mythological images of the femi-
nine, Crossroad, Nueva York 1981; R. EISLER, El Cáliz y la Espada, Cuatro Vientos,
Santiago 1995; M. E. HARDING, I misteri della Donna, Astrolabio, Roma 1973; E.
NEUMANN, La grande Madre, Astrolabio, Roma 1981.
322 PALABRAS DE AMOR
1. Hay una tríada universal, con tres dioses varones: Anu (cielo), Enlil (tierra),
Ea (las aguas inferiores), que son signo de una ley sacral donde se integra todo lo
que existe. En principio, ellos aparecen como masculinos, dentro de una visión
patriarcal de la realidad, pero conforme a la estructura hierogámica del mundo,
cada uno de ellos viene acompañada por su aspecto femenino o su consorte.
2. Hay otra de tipo celeste que presiden el Sol, la Luna y Venus (Ishtar) ofre-
ciendo desde arriba un orden de legalidad y sentido al ser humano. Ellos expre-
san los ritmos de la vida, del tiempo que retorna y de los ciclos de las estaciones
y los años, siendo también, signo de muerte: bajan al infierno cada día, presiden
el orden de los muertos, pero vuelven, siempre fieles, sobre el mundo de los hom-
bres con su brillo de poder, con el misterio de su fuerza, con un hálito de vida
que renace siempre de la muerte.
dad sagrada para los humanos. Ella expresa el monoteísmo del amor, en
contra de Marduk, que era el monoteísmo de la violencia.
Ishtar o Ashtarté, que en el principio de la religión babilonia podía
recibir también el nombre de Inanna, es quizá la más rica expresión de
la divinidad en el oriente antiguo. Ella posee funciones y poderes más
extensos que los vinculados a los dioses masculinos. Así conserva toda-
vía rasgos de la gran madre original y recuerda, al mismo tiempo, el lado
femenino (acogedor) y el aspecto creador (más masculino?) de la existen-
cia. Es signo de luz, pero también la vemos vinculada a los rasgos más
oscuros de la noche. Es amor total: fuente de vida que atrae y fecun-
da la existencia, siendo, al mismo tiempo el signo de la muerte. (1) Ella es
Venus, el lucero matutino, el amor como principio de la vida, la fuerza cre-
adora que penetra y lo produce todo. (2) Ella es Marte, estrella vespertina
que se esconde en las regiones inferiores, como destrucción que acecha,
como muerte que amenaza, para convertirse nuevamente, cada día, en
amor que vuelve. (3) Ella es, en fin, el signo del orden de la tierra, apare-
ciendo como garantía de un amor que todo lo vincula y lo sostiene. Ishtar
es la forma babilonia de una Gran Diosa que aparece en casi todo el
Cercano Oriente antiguo, especialmente en el ámbito semita. Ella es
Ashtarté para los cananeos, Atargatis en los sirios, Athtar para los árabes,
Ashtar para los moabitas y Artemisa entre los griegos, pero su figura se ha
vinculado sobre todo (en los primeros tiempos de la era cristiana) con los
signos de → Isis, diosa egipcia del amor, de la muerte y de la vida. Así apa-
rece vinculada al cielo y al infierno, al nacimiento y a la destrucción, a la
maternidad y al crecimiento de los seres, como indica su himno:
Ésta es una diosa del amor pleno, cercano y fuerte. Por eso actúa
como amiga y reina, como guerrera y gran sacerdotisa... Ella posee todo
el poder y de esa forma aparece exaltada sobre las restantes realidades.
Por eso, sus devotos apelan a ella para que les ame y para que defienda
su causa contra sus enemigos. Ella es diosa total, de manera que simbo-
liza, sostiene y desvela los tres aspectos fundamentales de la vida-amor,
el orden social y la muerte, que aparecen así como expresiones de un
principio divino, como formas de un mismo fondo original sagrado. De
esa manera viene a presentarse, al mismo tiempo, como estrella del cie-
lo, orden del mundo y abismo inferior de los que bajan a la muerte, sien-
do, como amor, el signo de la unidad originaria (y final) de lo divino. Ella
expresa el monoteísmo del amor femenino (materno y esponsal). Es un
microcosmos de amor:
76. Texto griego y traducción en PLUTARQUE, Oeuvres morales V, 2. Isis et Osiris, Budé,
París 1988. Comentario en J. G. GRIFFITHS, Plutarch’s De Iside et Osiride, Univ. of
Wales 1970. Desde diversas perspectivas, cf. S. BENKO, The Virgin Goddess. Studies in
the Pagan and Christian Roots of Mariology, SHR 49, Leiden 1993; M. S. HARDING, I
misteri della donna, Astrolabio, Roma 1973; Sh. K. HEYOB, The Cult of Isis Among de
Women in the Graeco-Roman World, Brill, Leiden 1975; X. PIKAZA, Hombre y mujer en
las religiones, Verbo Divino, Estella 1996; E. SCHURER, Los grandes iniciados, Ed.
Mexicanos, México 1986, F. SOLMSEN, Isis Among Greeks and Romans, Harvard UP
1979; T. T. TINH, Isis Lactans, Brill, Leiden 1973; L. VIDMAN, Isis und Sarapis bei den
Griechen und Römern, W. de Gruyter, Berlin 1970.
ISIS 1 327
En el centro de los procesos está el amor de Isis, pues por ella pasan
todos los caminos de la vida como fecundidad, plenitud cósmica y victo-
ria sobre la muerte. Ella es la constante en el proceso de despliegue de la
divinidad y humanidad, la gran diosa, en forma amorosa y femenina. (1)
En un sentido, la vida aparece como enfrentamiento masculino, como
lucha entre el principio positivo (Osiris) y negativo (Tifón). En este nivel
no hay amor, sino lucha o polaridad de elementos contrapuestos: Osiris y
Tifón, ambos son divinos, no pueden mantenerse uno sin otro, pero sólo
pueden existir luchando. (2) En otro sentido, la vida aparece como amor
femenino siempre bueno (Isis). En un plano ella se encuentra sometida a
los poderes masculinos contrapuestos. Pero en otro plano es ella misma
la que expresa el verdadero poder y determina (escoge, suscita, sostiene)
las diversas estructuras de la vida, de tal forma que en sus manos viene a
decidirse el sentido (salvación) de todo lo que existe. Frente a la dualidad
conflictiva de lo masculino, triunfa así el amor femenino.
Desde aquí se entiende el mito que comienza diciendo que en el prin-
cipio reinaba Osiris, ofreciendo a todos su ley y su cultura, tanto en pla-
no laboral como religioso (13; 356 B). Pero Tifón, fuerza del mal, le odia-
ba. ¿Por qué? El mito no lo tiene que explicar. Le basta con saber que al
lado del bien y del amor está el odio y la muerte. Tifón es solamente odio.
Osiris es odio (contra Tifón) y amor (hacia Isis). En un primer momento,
Tifón es más fuerte y engaña a Osiris, introduciéndole en un tipo de cofre
(caja mortuoria) de plomo fundido, para encerrarle allí y luego arrojarle
en las aguas del Nilo que le va llevando hacia el mar en donde muere.
Éste es el dato más antiguo: la lucha entre dos hermanos adversarios
(Caín y Abel, Rómulo y Remo), interpretados como poderes masculinos.
Vence el perverso (Tifón) y la esposa del hermano bueno eleva su llanto
funerario, llorando a su marido asesinado, al que arrojan al río que le va
arrastrando hasta el mar sin retorno: «Comenzó a vagar por todas par-
tes, con tristeza grande, preguntando a todos los que veía pasar, incluso
a los niños pequeños que encontraba por azar, por si ellos habían visto
el cofre» (cf. 14; 356 D). Ha muerto el buen marido, pero la vida conti-
núa y de alguna forma se acelera. En el centro de la historia, como sen-
tido de todo lo que existe, emerge esta mujer amorosa y doliente (madre
dolorosa) buscando el germen de vida de su esposo muerto. Vaga por
doquier, sufriendo, preguntando, deseando con su propio cuerpo.
Este amor de mujer que busca positivamente a su marido (en oposi-
ción al deseo de envidia y muerte de Tifón) está en el fondo de todo lo
que somos y podemos. Ella, Isis, representa toda la humanidad sufrien-
ISIS 1 329
te, que sigue fiel a su esposo bueno muerto (Osiris), rechazando al mal
esposo o pretendiente asesino que quiere destruirla. Mientras Isis conti-
núe llorando y buscando a su marido la vida se mantiene, vivimos noso-
tros de su llanto creador, la historia continúa. En su cuerpo de viuda
doliente estamos todos incluidos. Éste amor doloroso mantiene en vida
a Isis y le lleva por todas partes, hasta encontrar y recuperar el cofre con
el cadáver de su marido, en Fenicia, de donde lo toma y lo lleva de nue-
vo en su barco hasta Egipto, para enterrarlo en su tierra. Pero, en medio
de la navegación, «en el primer lugar que encontró desierto, ella abrió en
soledad el cofre y aplicó su rostro sobre el de Osiris, lo besó y comenzó
a llorar…» (16; 357 E). El amor doloroso se convierte de esa forma en
necro-filia (amor a un muerto). Pero ésta es una necrofilia vivificadora
o, mejor dicho, resucitadora. Isis, la esposa agradecida, se vincula a su
marido muerto, en gesto de comunicación ritual (sexual) que transcien-
de todo posible conocimiento y toda vida racional. Éste es el misterio del
amor y de la unidad de Isis (madre vida, amor profundo) con el reino de
los muertos. Éste es el principio de todos los amores.
Éste motivo aparece de algún modo en el Libro de los Muertos de la tra-
dición de Egipto. Osiris es la vida que triunfa de la muerte y que mantiene
vivos a los hombres y mujeres. En ese contexto se dice que Isis recibe la
vida de Osiris, a quien ama, la vida que proviene de la muerte y la tras-
ciende. Culminado el drama del amor, después de haber recibido en su
vientre el semen del esposo muerto, Isis lo entierra, para que descanse tran-
quilo en el reino de los mundos inferiores. «Pero una noche de luna, cuan-
do Tifón iba a cazar, descubrió por azar el cadáver de Osiris y lo partió en
catorce trozos, para así dispersarlo. Cuando Isis lo supo se puso a buscar-
los, recorriendo en una barca de papiro las marismas del Nilo... Se dice que
Isis fue dando sepultura a cada uno de los trozos de cadáver que iba des-
cubriendo... La única parte del cuerpo que Isis no pudo descubrir fue el
miembro viril, que había sido arrojado al río y devorado por unos peces
abominables... Pero Isis lo reemplazó por una imagen y consagró ese falo,
por lo cual los egipcios celebran su fiesta hasta hoy día» (18; 358 A-B).
Tifón destruye el cuerpo muerto de Osiris, para aniquilar, su fuerza
pero sólo logra lo contrario: cada parte del cuerpo troceado de Osiris se
convierte en semilla de vida sembrada en la buena tierra egipcia, por gra-
cia de Isis, que recoge y entierra los trozos de carne divina cambiados en
semen de vida. Esos trozos penetran en la tierra (recordemos que la tierra
es ella misma, Isis divina) y la fecundan en gesto creador continuado, en
nueva necro-filia (amor de muerte) convertida en zoo-poiesis (creación de
330 PALABRAS DE AMOR
vida). Ella, mujer buena y viuda fiel, tierra amorosa y madre fecunda, es
la memoria viviente del marido muerto. Por eso llora y le acoge (le entie-
rra), elevando y adorando al mismo tiempo su imagen como falo sobre el
mundo. Difícilmente podría haberse hallado un signo más intenso de fide-
lidad femenina y de presencia creadora, en claves de amor que da la vida.
Osiris, el marido muerto, acoge bajo tierra y dirige en el camino de la
existencia inmortal a quienes dicen su plegaria y le confían su existen-
cia. Ha muerto el Dios, pero su esposa fiel conserva y venera sobre el
mundo su semen amoroso y fuerte (que se hará fuente de vida en la cose-
cha cada año) y lo demuestra de manera agradecida elevando cultual-
mente su memoria (el falo) para indicar así que es cuerpo que agradece
pues sigue amando al mismo esposo muerto y de su semen recogido en
gesto generoso hace que brote toda vida sobre el mundo. Osiris e Isis
unidos representan el sentido pleno de la trama de la vida, como amor
que vence a la muerte. Pero ellos no están solos: de su encuentro brota
Horus, Hijo póstumo y siempre renaciente del padre muerto. Osiris rei-
na como muerto (espiritualizado) en el Hades (mundo inferior del pro-
viene toda vida) pero retorna temporalmente a través de (y para) su hijo
Horus a quien debe educar en fidelidad al pasado, en fuerza combativa,
en venganza. Desde ese fondo se entiende el último acto del drama:
Osiris volvió del Hades ante Horus y le adiestró y ejercitó para el com-
bate. Después de un tiempo, le preguntó qué acción juzgaba la más her-
mosa de todas y Horus le dijo: vengar al padre y a la madre cuando han
sufrido algún mal... Osiris quedó complacido al oírle, pensando que Horus
estaba suficientemente preparado... (y así lucharon, Horus, el hijo de la
vida y Tifón, principio de muerte). La batalla duró muchos días y venció
Horus. Pero cuando Isis se apoderó de Tifón que estaba atado no lo ani-
quiló sino que lo desató y lo dejó irse (19; 358 B-D).
Desde ese fondo deben entenderse los amores de Isis, diosa de la vida,
que es tierra buena, fecundada por el agua de Osiris, el gran Nilo. Ella es
la mujer prudente que sabe mantenerse en medio de la lucha en que se
enfrentan los poderes enemigos, superando con su sabia ley (con su
armonía sufriente y creadora) la violencia vengadora de los diferentes
poderes enfrentados (Horus y Tifón). Ella es la misma potencia acoge-
dora de la realidad, mediadora de todos los bienes. Sólo en relación con
ella se definen los varones que encontramos a su lado: (1) Isis recibe en
su seno el agua de Osiris, el germen o esperma del marido bueno, logran-
do así que el hijo (Horus, la vida) triunfe y se expanda sobre el mundo.
Tierra sedienta del agua germinal, eso es el cuerpo de la buena esposa.
Tierra fiel que llora a su marido y que le busca, para enterrarle en sus
entrañas, eso es Isis, fecundada por el falo de Osiris. (2) Ella se opone al
amor perverso de Tifón, principio y signo de la muerte, pero no deja que le
maten, pues Tifón es también necesario para que el orden del conjunto
se mantenga. (3) Ella es madre de la vida que renace, esto es, de Horus, el
Dios que aparece, sobre todo, como niño. Amor de madre con niño, sig-
no de ternura que acoge y educa al hijo sobre un mundo de duro enfren-
tamiento: esto es Isis, la diosa femenina de Egipto, a quien los cristianos
han vinculado con María, la madre del Jesús niño.
El mito de Isis ha sido recreado de manera filosófica por Plutarco,
que identifica a Osiris, su marido ausente, con el Bien supremo, con el
mismo ser original de lo divino. Isis aparece como la materia femenina
que busca por un lado a su marido verdadero y que recibe por otro su
germen de vida, haciendo así que nazca el Hijo común (Horus), es decir,
la vida humana. Plutarco identifica así la “verdadera filosofía” (platonis-
mo) con la religión más profunda (que sería la de Egipto). «Y esto es lo
que precisamente revelan los sacerdotes actuales con precaución, cum-
pliendo con el deber sagrado e intentando que se mantenga misterioso:
que este Dios Osiris manda y reina sobre los muertos... Pero este Dios se
encuentra lo más lejos de la tierra (es decir, de la materia inferior donde
se cree que habitan los muertos); este Dios está intacto, incontaminado
y puro respecto a toda corrupción y muerte. A las almas de los hombres
de aquí, encerradas en sus cuerpos y pasiones, no les es posible una par-
ticipación del Dios, excepto una visión velada que alcanzan por la com-
prensión, gracias a la filosofía. Pero cuando liberadas se trasladen a lo
incorpóreo, invisible, insensible y puro, este Dios (Osiris) es para ellas su
guía y rey, pues dependen de él mientras contemplan insaciablemente y
desean la Belleza inefable e inexpresable para los hombres. Osiris es la
332 PALABRAS DE AMOR
77. Texto latino en W. ADLINGTON, Apuleius. The Golden Ass, Harvard UP, Cambridge MA
1965. Ttraducción castellana de L. RUBIO, El Asno de Oro, Gredos, Madrid 1987; cf.
también J. M. ROYO, El Asno de Oro, Cátedra, Madrid 1988; J. G. GRIFFITH, Apuleius
of Madauros. The Isis Book (Met. XI), Brill, Leiden 1973; F. MILLAR, «The World of the
“Golden Ass”»: JRS 71 (1981) 63-75; H. D. SAFFREY, “Aphrodite à Corinth”: RB 92
(1985) 359-374.
ISIS 2 333
soldado sale corriendo por el pasillo central del teatro; a petición del
pueblo, iba en busca de la mujer encerrada en la cárcel pública, mujer
que, como dije anteriormente, estaba condenada a las bestias por sus
múltiples crímenes y a quien ahora querían casar conmigo en sonada
ceremonia. Para disponer lo que iba a ser nuestra cámara nupcial, se
preparaba muy primorosamente un lecho con brillantes esmaltes indios,
mullido con abundante pluma y cubierto de floridas sedas. No obstante,
sin hablar ya de la vergüenza que me inspiraba tal himeneo público, ni
de la repugnancia que sentía ante el contacto de aquella mujer mancha-
da de sangre, lo que más me angustiaba era un presentimiento de muer-
te. Yo me hacía las siguientes reflexiones: si en plena escena amorosa sol-
taran una fiera cualquiera para devorar a la mujer, ese animal no va a ser
tan despierto... como para tirarse sobre la mujer que está a mi lado
dejándome a mí tranquilo...» (10, 34).
Ésta es la cámara nupcial de los ritos afrodisíacos (y orgiásticos) de
Corinto. Donde antes parecía que Afrodita/Venus elevaba a los hom-
bres hasta el cielo con la atracción de su hermosura, ahora vemos sólo
a una mujer asesina con un asno, condenados ambos a representar y
realizar la cópula por fuerza, avergonzados, desnudos, angustiados,
oprimidos y excitados a la vez por los gritos de los miles de curiosos del
gran circo. La reflexión del Asno Lucio demuestra que en el fondo de
la excitación sexual late el miedo de la muerte. Detrás de esa comedia
de amor vendido para excitación de los curiosos hay siempre un temor,
un presentimiento de sangre. Así medita y sufre el asno, así razona el
ser humano en cuyo pensamiento nos ha introducido Apuleyo (no dice
nada de los sentimientos de la mujer condenada). Pero, en el fondo de
su mismo miedo, este asno sigue siendo un pícaro: es capaz de sopor-
tarlo todo a condición de seguir viviendo. Por eso, más que la vergüen-
za sexual teme que todo el espectáculo termine convirtiéndose en bodas
de sangre.
El anfiteatro de Corinto se ha convertido en el mejor templo sagra-
do: aquí se representa y reproduce, en cruda verdad, la mentira de
nuestra condición humana. Los soldados traen a la mujer, los esclavos
preparan las fieras, el instructor dispone el lecho nupcial del amor
bestial/sagrado... Sólo el asno es algo racional en medio de la farsa y,
de esa forma, es capaz de huir: «(En medio de esto...) nadie se preo-
cupaba de vigilar a un asno tan manso como yo; y así, poco a poco,
me fui acercando a la salida más cercana y escapé galopando a toda
336 PALABRAS DE AMOR
último, dado que el destino ya estaba satisfecho con tantos y tan graves
desastres como me había infligido y que, aunque tarde, me ofrecía una
esperanza de salvación, decidí implorar a la venerada imagen de la diosa
que tenía a la vista (11, 1): «Reina del Cielo (Regina Caeli), ya seas la Ceres
nutricia, (=Deméter), madre, origen y alma de las mieses, que en la ale-
gría de encontrar de nuevo a tu Hija (=Perséfone o Proserpina), enseñas-
te a los hombres a dejar la bellota... para comer alimentos más agrada-
bles, y que ahora habitas los fértiles campos de Eleusis; ya seas la Venus
Celestial que, en los primeros días del mundo, uniste los sexos opuestos
dando origen al Amor, para perpetuar al género humano en una eterna
procreación, y que ahora recibes culto en el santuario de Pafos, entre las
olas; ya seas la hermana de Febo (Artemisa, hermana de Apolo), que ali-
viando con solicitud a las parturientas has alumbrado tantos pueblos,
que ahora te veneran en el ilustre templo de Efeso; ya sea la terrible
Proserpina, la de los aullidos nocturnos, la de la triple faz, que reprimes
la agresividad de los duendes, cierras sus prisiones subterráneas, andas
errante por los bosques sagrados y te dejas aplacar por un variado ritual,
tú que con tu femenina claridad (=Luna) iluminas todas las murallas, con
la humedad de tus rayos das vigor y fecundidad a los sembrados, y en tu
marcha solitaria vas derramando tenues resplandores… Sea cual fuere el
nombre, sea cual fuere el rito, sea cual fuere la imagen que en buena ley
hayan de figurar en tu advocación: asísteme en este instante colmado de
desventuras, tú, consolida mi tambaleante suerte, pon término a mis
crueles reveses y dame la paz. Basta ya de fatigas, basta ya de peligros.
Despójame de esta maldita figura de cuadrúpedo, devuélveme a mi fami-
lia, devuélveme a mi personalidad de Lucio, y, si alguna divinidad ofen-
dida me persigue con su implacable cólera, séame al menos lícito morir,
ya que no me es lícito vivir» (11, 2).
Ésta es una oración dirigida a la diosa «que une los sexos opuestos,
danto origen al amor», la divinidad donde se condensan y expresan
todas las diosas de la vida. Éste es la diosa Ceres/Deméter, señora del tri-
go y la cultura; es Venus Celeste, la diosa del amor y atracción procrea-
dora; Artemisa/Diana, que protege a los que luchan y se afanan sobre el
mundo; es Perséfone o Proserpina, reina del mundo subterráneo. Ella
representa a todas las diosas buenas, que son signo del amor y principio
de salvación para los hombres. El dominio de la mala Venus ha culmi-
nado en Corinto, ciudad donde no existe el amor. El mundo de la buena
Venus/Isis comienza en la noche de la luna nueva, junto mar de
Cencreas. De esa forma aparece ante Lucio en signo del amor expresado
en una mujer/diosa que condensa a todas las mujeres, a todas las diosas.
Ella, la mujer del amor, le responde diciendo:
338 PALABRAS DE AMOR
se calman las olas del proceloso mar, vuelve a ser posible la navegación
y mis sacerdotes me consagran una barca nueva, como primicia de navegación.
Has de esperar esa ceremonia sin impaciencias ni ilusiones profanas...
Te abrirás paso entre la multitud, irás con todo fervor en mi séquito…
y comerás mis rosas, perdiendo al `punto el pellejo de ese maldito animal...
Pero habrás de tener siempre presente que me tienes empeñado
todo lo que te resta de vida –hasta el último aliento–,
porque no deja de ser justo que le debas lo que te falta de vida
a quien te va a permitir que vuelvas a estar entre los hombres.
Así vivirás bienaventurado y feliz bajo mi amparo;
y cuando a su debido tiempo bajes a los Infiernos, como ahora me estás viendo,
yo seré tu luz entre las tinieblas de Aqueronte, tu guía al atravesar la Estigia;
y cuando te instales en los campos Elíseos me venerarás como tu protectora
(10, 6)
Isis se revela de esa forma como diosa del amor celeste y liberador,
como Madre Virgen (llevando en brazos al niño divino, sin necesidad de
marido carnal). Es Diosa del amor completo, que suscita un movimien-
to de fidelidad (castidad) entre sus fieles, presentándose como fuente de
amor celeste y salvación para sus devotos. Lucio había estado encerrado
hasta ahora en un cuerpo de asno, sometido a la violencia y pasión de
los deseos más oscuros, más irracionales. Ahora, la Diosa del cuerpo
celeste, Isis la sabia, le ha liberado para el servicio de su religión y de su
vida más alta.
78. Entre las traducciones del Corán: Sagrado Qur’án, Ahmadiyya, Lahore 1986; El
Corán. Traducción comentada, Kutubia, Granada 1994; J. CORTÉS, El Corán, Nacio-
nal, Madrid 1979. Cf. A. AYA, Amor a Al-lâh: El falso horizonte de la mística islámica,
edición on line en webislam.com/numeros/2003/200/temas/amor_allah; L. BADAWI,
“Islam”, en J. HOLM y J. BOWKER, Women in Religion, Pinter, Londres 1994, 84-112;
R. BELL y W. M. WATT, Introducción al Corán, Encuentro, Madrid 1988; L. GARDET,
L’Islam, religion et communauté, DDB, París 1967; J. JOMIER, Para comprender el
Islam, Verbo Divino, Estella 1989; M. LINGS, Muhammad, Hipérion, Madrid 1989; D.
MASSON, Monothéisme coanique et monothéisme biblique, Desclée de Brouwer, París
1976; S. H. NASR, Vida y pensamiento en el Islam, Herder, Barcelona 1985; F. M.
PAREJA, La religiosidad musulmana, BAC, Madrid 1975. Temática on line: www.webis-
lam.com/ y www.islamworld.net/.
ISLAM 341
Estamos, sin duda, ante una paradoja. (1) Si se toman como clave
hermenéutica los textos que sancionan la unidad religiosa de varones y
mujeres tendrían que desaparecer todas las diferencias por razón de
sexo, de manera que podría surgir un amor estrictamente personal entre
varones y mujeres, tomados como iguales; para ello habría que abrogar
o reinterpretar un número considerable de aleyas y suras del Corán, pre-
sentándolas como ya anticuadas. (2) Por el contrario, si las aleyas del
sometimiento femenino mantienen su autoridad, el Islam puede acabar
encerrándose en una especie de duro integrismo social (más que religio-
so), contrario al movimiento de igualdad y liberación que propugna la cul-
tura ilustrada de occidente. Ésta es la paradoja. Por un lado, Muhammad
ha concedido autonomía religiosa a la mujer, dándole, al menos en prin-
cipio, una responsabilidad y dignidad que antes no tenía. Por otro lado,
al convertir el sometimiento en máxima virtud religiosa, y al poner como
norma de vida social a los varones, Muhammad ha corrido el riesgo de
sacralizar un nuevo tipo de sometimiento femenino. De hecho, el Islam
ha funcionado y sigue funcionando en muchos lugares como principio
de sumisión para las mujeres, relegadas a la vida privada, sin capacidad
de autonomía cultural, social y política.
Esto que hemos dicho es sólo una primera perspectiva, un camino
abierto, pues el Corán y la misma tradición islámica ofrecen también ele-
mentos distintos, que pueden llevar a la trasformación de la mujer
musulmana. Para ello será necesario, al mismo tiempo, que los nuevos
musulmanes descubran y acentúen algo que los cristianos hemos desta-
cado hace tiempo: la diferencia entre el mensaje primordial de la
Escritura y las condiciones sociológicas o culturales del tiempo de su sur-
gimiento Quizá no valga el modelo occidental de liberación de la mujer,
marcado por el tipo de cultura laicista; quizá deba buscarse una forma
de liberación más profunda que no se encuentre marcada por el tipo de
vida actual de los varones occidentales (machistas, agresivos, posesivos).
El occidente antes cristiano no es la solución. Pero es evidente que el
mundo musulmán ha de iniciar en este campo un camino. En esa línea,
no parecen suficientes las aclaraciones de un autor tan moderado como
S. H. Nasr: «Se dice (desde occidente) que las mujeres deben ser iguales
a los hombres. Tal afirmación sólo podría hacerla una mujer que hubie-
ra dejado de estar orgullosa de ser mujer y no comprendiera plenamente
todas las posibilidades inherentes al estado femenino... Para una mujer,
el intento de emular la condición masculina significa en el mejor de los
casos convertirse en un hombre de segundo orden, lo mismo que le ocu-
ISRAEL (ANTIGUO TESTAMENTO) 347
79. Desde una perspectiva cristiana, cf. R. ALBERTZ, Historia de la religión de Israel en
tiempos del Antiguo Testamento I-II, Trotta, Madrid 1999; W. EICHRODT, Teología del
Antiguo Testamento I-II, Cristiandad, Madrid 1975; E. JACOB, Teología del Antiguo
Testamento, Marova, Madrid 1969; D. PREUSS, D., Teología del Antiguo Testamento I-II,
Desclée De Brouwer, Bilbao 1999; G. VON RAD, Teología del Antiguo Testamento I-II,
Sígueme, Salamanca 1986. Desde una perspectiva judía, cf. L. BAECK, La esencia del
judaísmo, Paidós, Buenos Aires 1964, 87-152; M. BUBER, Dos modos de fe, Caparrós,
Madrid 1996; A. CHOURAQUI, Moisés. Viaje a los confines de un misterio realizado y de
una utopía irrealizable, Herder, Barcelona 1997; A. J. HESCHEL, Los profetas I-III,
Paidós, Buenos Aires 1973; El Shabat y el hombre moderno, Paidós, Buenos Aires 1964;
E. LÉVINAS, Totalidad e Infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamanca 2002;
A. NEHER, La esencia del profetismo, Sígueme, Salamanca 1975; F. ROSENSZWEIG,
La estrella de la redención, Sígueme, Salamanca 1997.
348 PALABRAS DE AMOR
80. Cf. J. M. ABREGO, Jeremías y el final del reino, Verbo Divino, Estella 1983; L. ALONSO
SCHÖKEL y J. L. SICRE, Profetas I, Cristiandad, Madrid 1980, 453-457; J. BRIEND, El
libro de Jeremías, CB 40, EVD, Estella 1983; J. M. CABALLERO, Análisis y ambientación
de los textos de Jeremías, Fac. Teología, Burgos 1971; A. J. HESCHEL, Los profetas III,
Simpatía y fenomenología, Paidós, Buenos Aires 1973; A. NEHER, La esencia del pro-
fetismo, Sígueme, Salamanca 1975, 75-134; G. del OLMO, La vocación de líder en el
antiguo Israel, Univ. Pontificia, Salamanca 1973, 263-288; W. RUDOLPH, Jeremia, HAT,
Tübingen 1968; C. WESTERMANN, Jeremías, FAX, Madrid 1972.
352 PALABRAS DE AMOR
81. Son numerosas las obras sobre el Jesús histórico y todas, de un modo o de otro,
hablan del amor como elemento central de su vida y su mensaje. Entre ellas, en len-
gua castellana, cf. J. J. BARTOLOMÉ, El evangelio y Jesús de Nazaret, CCS, Madrid 1995;
J. D. CROSSAN, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994; El naci-
miento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2003; J. GNILKA., Jesús de Nazaret.
Historia y mensaje, Herder, Barcelona 1993; J. KLAUSNER, Jesús de Nazaret (1906),
Paidós, Buenos Aires 1971; X. PIKAZA, El Evangelio. Vida y pascua de Jesús, BEB 70,
Salamanca 1990; La nueva figura de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003; E. P. SANDERS,
Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid 2002; E. SCHILLEBEECKX, Jesús. La historia de un
viviente, Trotta, Madrid 2002; J. SCHLOSSER, El Dios de Jesús, Sígueme, Salamanca
1995; H. SCHÜRMANN, ¿Cómo entendió y vivió Jesús su muerte?, Sígueme, Salamanca
1982; E. SCHÜSSLER FIORENZA, Cristología feminista crítica, Trotta, Madrid 2001; G.
THEISSEN y A. MERZ, El Jesús histórico, Sígueme, Salamanca 1999; G. VERMES, Jesús,
el judío, Muchnik, Barcelona 1977; La religión de Jesús, el judío, Anaya, Madrid 1995;
S. VIDAL, Los tres proyectos de Jesús y el cristianismo naciente, Sígueme, Salamanca
2003. Cf. también N. T. WRIGHT, The NT and the Victory of the People of God I, SPCK,
Londres 1992; Jesus and the victory of God II, SPCK, Londres 1996.
354 PALABRAS DE AMOR
Jesús se situó de esa manera al final de una línea que habían inicia-
do los profetas. Ciertamente, asumió la tradición israelita que exige pro-
teger a extranjeros, huérfanos y viudas, pero la amplió abriendo a todos
la mano de su gracia. Asumió, sin duda, el programa sabático y jubilar
del perdón de las deudas, la libertad de los esclavos y el reparto de tie-
rras, pero quiso aplicarlo al pie de la letra, iniciando un camino intenso
y extenso (más universal) de liberación, en la línea de los profetas, como
nuevo Moisés llamado a rescatar a los “hebreos” de su tiempo de la opre-
sión que sufrían en su propia tierra. Su acción se sitúa en la línea de
aquello que actualmente (en perspectiva racional) llamaríamos defensa
de los derechos humanos, pero desborda ese nivel, porque la fuerza de la
gracia le lleva más allá de la exigencia de las leyes. Quizá pudiéramos
decir que, asumiendo los principios legales de su pueblo, Jesús terminó
oponiéndose a la forma en que ellos se concretaban, siendo justamente
condenado en un plano de ley. Así podemos añadir que (sin rechazar
temáticamente la ley) terminó enfrentándose con ella y poniéndose al
lado de los ilegales de su tiempo. Aquí y no en palabras más o menos des-
ligadas del contexto de su vida, ha de fundarse la opción preferencial de
la iglesia, su gesto de amor hacia los excluidos:
cia oficial (civil y religiosa) de su tiempo. Quiso limpiar los ojos de los cie-
gos para que pudieran ver, abrió sus oídos y su boca, para que pudieran
escuchar y hablar en libertad, de un modo responsable. No vino a anun-
ciar la destrucción del mundo, sino a construir el Reino, desde el mismo
lugar de conflicto. Por eso, su anuncio de liberación tuvo que ser y fue (en
línea profética) una fuerte voz de denuncia contra los sistemas de sacrali-
dad del tiempo: contra un tipo de ley y religión que expulsaban a los débi-
les y enfermos, a los impuros y pobres del pueblo. Ciertamente, no luchó
directamente contra las autoridades de Israel (sacerdotes, escribas), ni se
enfrentó como soldado nacional con las legiones de Roma, pero los jerar-
cas de Israel y Roma se sintieron amenazados y acabaron por matarle
1. Amor que se recibe, amor que se regala. Jesús ama recibiendo la vida que le
ofrecen los hombres (especialmente sus padres). El mismo Verbo de Dios, que
según la tradición cristiana habita en un misterio trascendente, emerge a la exis-
tencia humana en un contexto de amor y de familia, de historia, de esperanza y
de proyectos de los hombres: participa de su carne y de su sangre, de su llanto y
de su misma realidad rota y quebrada. Por eso se emociona con los niños (Me 9,
36), llora con las viudas (Lc 7, 13), acoge a las mujeres con ternura (Lc 8, 1 s),
saborea la amistad de los amigos (Lc 22, 15 s). De esa forma, Jesús convierte el
amor recibido en fuente de amor activo: quien mucho ha recibido mucho ha de
entregar. Así se muestra de manera radical en su vida: ofrece generosamente lo
que tiene, lo que sabe, lo que puede. Lo realiza de una forma total, sin egoísmos.
Y al hacerlo así emerge el milagro: el mismo amor de Dios se hace presente por
el don de amor de Jesucristo. Va expandiendo curación donde hay dolor, espe-
ranza donde anida el desencanto, alegría en la tristeza, exigencia donde sólo
existe miedo de entregarse, consuelo y vida abierta donde habita la impotencia.
En esa línea, más allá de acoger el entregarse, más allá de encarnación y dona-
ción, va emergiendo el gran misterio: la comunión o vida como encuentro. Jesús
afirma en Jn 11, 50 s que ha venido a la tierra con el fin de «reunir a los disper-
sos de Israel» y suscitar entre los hombres la familia nueva de los santos. Su paso
va creando nuevo hogar, como existencia compartida, una gran fraternidad de
hombres libres que viven el misterio del amor y la esperanza, caminando juntos
en búsqueda y misterio (cf. Mc 3, 31 ss). Así puede anunciar con voz solemne el
año del encuentro universal: la reconciliación y fraternidad, el don del reino (cf.
Lc 4, 18 ss). Por eso, el signo de Jesús es el hogar de comunión de unos amigos,
una nueva familia de hombres libres que se expande y va creciendo, fraternidad
donde los marginados quedan asumidos, respetados, potenciados en un gran
banquete donde libremente participan, en la boda de la fiesta y alegría del Dios
que es comunión y engendra comunión entre los hombres.
2. Amor que libera, amor que exige. Jesús mira hacia los hombres y descubre
que se encuentran arrastrados, destruidos, aplastados, como ovejas que no tienen
pastor que les proteja y les sostenga (cf. Mt 9, 36). Por eso, hay en su amor un
primer rasgo compasivo: Jesús escucha la voz de la miseria. Amar implica en su
JESÚS 2 359
8, 35). «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn
15, 13). Conforme a esa palabra, amar es darse, confiar la vida en otro y entre-
garla. A Jesús le asesinaron porque tuvo un gran influjo de amor entre los hom-
bres y mujeres de su tiempo. Le mataron porque fue un hombre libre, equilibra-
do, profundamente amado por sus amigos y amigas, de tal manera que ese amor,
sólo ese amor, hizo posible la experiencia de la resurrección, mirada desde la
perspectiva humana. A Jesús le asesinaron los legalistas reprimidos y envidiosos,
todos aquellos que ponen su poder religioso o militar (sacerdotes, emperadores)
sobre el amor de Dios que se revela en los menos poderosos. Por no querer renun-
ciar a su tarea de amor murió Jesús, abierto a Dios (Padre de amor) y a los hom-
bres (oprimidos por falta de amor). Ciertamente, había otras razones, pero a
Jesús le asesinaron «unos hombres carente de amor»: aquellos que no aman son
incapaces de soportar la libertad del amor; por eso, para defender sus institucio-
nes legales, militares o religiosas, económicas o políticas, son capaces de asesinar
a quienes aman libremente y además intentan contagiar su amor, como Jesús.
Ellos son capaces de matar un tipo de “cuerpo”, pero el alma del amor no muere
(cf. Mt 10, 28). Por amor ha entregado Cristo su vida en el Calvario. Por amor le
ha recibido Dios resucitado. También sus seguidores reciben su vida y la expan-
den de modo amoroso.
5. Amor en la historia y amor escatológico. Por mucho que las instituciones
parezcan ignorarlo, el amor es el que mueve el curso de la historia (y no sólo
las estrellas, como afirmaba Aristóteles, hablando de un tipo de eros cósmico).
El amor es la explosión más fuerte de la vida humana, el movimiento más in-
tenso, ese temblor que se percibe cuando un hombre ofrece de manera gratui-
ta su existencia. Pues bien, el evangelio afirma que el amor ha creado y mueve
la historia de los hombres. Ese amor forma parte del mundo y lo desborda, es
transición y permanencia, es tiempo y eternidad, historia y escatología. Todo
amante sabe, en el momento más intento de su entrega y de su gozo, que hay
algo en su experiencia que dura para siempre. Así aparece en Cristo. Amó a la
Magdalena, a Pedro, a los enfermos y excluídos de de su tiempo, a finales del
primer tercio del siglo primero, en Galilea. Pues bien, los cristianos confiesan
que el amor de Jesús permanece para siempre, como verdad definitiva de la his-
toria, porque Dios “le ha resucitado”. Más aún, los cristianos añaden que la ver-
dad de ese amor es el misterio original de Dios, de un → Dios que es Trinidad,
es decir, comunión y encuentro del Padre con el Hijo en el Espíritu. El amor
histórico de Jesús permanece así, resucitado, trasfigurado; más aún, ese amor
es lo divino.
Desde ese fondo podemos decir que la vida de Jesús fue un “milagro
de amor”. La magia milagrera busca prodigios, en la línea de los adivi-
nos y hechicero, echadores de cartas o taumaturgos, que tienden a resol-
ver los problemas de los hombres desde el exterior. Jesús, en cambio, no
resuelve nada desde fuera, por la fuerza, sino que se introduce con amor
JESÚS 2 361
los pecadores y excluidos. Jesús Redentor no exige que los redimidos hagan peni-
tencia, sino todo lo contrario: él mismo paga lo que deben, ofreciendo el precio
del rescate. No exige a los hombres que satisfagan la deuda que tienen con Dios,
sino que les ofrece el amor y la vida gratuita de Dios, pagando por ellos el res-
cate de su propia vida. Cristo es misericordioso porque asume los pecados de los
hombres, carga con ellos, por amor, por gracia original. Ésa es la misericordia
mesiánica, la experiencia de un amor que supera toda imposición y venganza,
de manera que es capaz de dar la vida por los demás.
3. Jesús, misericordia liberadora. No se contenta con pagar por nosotros,
asumiendo nuestras deudas, sino que quiere ayudarnos a vivir en libertad, sin
violencia ni miedo de la muerte. Cristo ha pagado por nosotros, no para dejar-
nos sin tarea, sino para que podamos asumir la más alta tarea, vivir en libertad.
Siendo totalmente gratuito, el perdón y redención se vuelven principio de crea-
tividad. El perdón y redención nos capacitan para vivir en plenitud. En esa
línea, el mismo perdón recibido nos conduce a la conversión, que se expresa
básicamente en forma de nacimiento y vida liberada para el amor. La redención
se vuelve así liberación: Jesús nos redime sin imponer o exigir nada, pero ofre-
ciéndonos una capacidad más alta para el amor, haciéndonos capaces de amar-
nos los unos a los otros. De esa forma culminaba el año sabático y jubilar del
Antiguo Testamento: la redención de las deudas se expandía y expresaba en la
liberación de los esclavos, pues sólo un hombre sin deudas puede vivir verda-
deramente en libertad. Ese perdón liberador es, al mismo tiempo, exigente, pero
no por ley, sino por gracia. Perdonar no es mantener a los demás bien protegi-
dos, sino ofrecerles un camino de madurez. El Dios de Cristo no ha querido per-
donarnos para que sigamos siendo dependientes, a fin de que tengamos que
estarle siempre agradecidos por sus dones, sino que lo ha hecho para que sea-
mos precisamente independientes, para que podamos expandir por el mundo la
gracia de la libertad. De esa forma, la misma misericordia se convierte en entre-
ga de la vida en favor de los demás, en liberación que ha de expresarse en for-
ma personal y social.
4. Jesucristo Reconciliador: misericordia y comunión. Los momentos ante-
riores (redención y liberación) culminan y se expresan en la reconciliación
entre los fieles perdonados, y entre todos los hombres. Al reconciliarnos con
Dios, Jesús nos hace capaces de reconciliarnos los unos con los otros, perdo-
nándonos unos a otros. Redención y liberación sólo llegan a su plenitud allí
donde suscitan un encuentro amistoso, creador, entre redentores y redimidos,
que se vinculan mutuamente y de esa forma empiezan a ser hermanos. Jesús
nos ha redimido haciéndose Propiciación por nuestros pecados (Rom 3, 24-25):
los ha hecho propios, y, en vez de condenarnos por ellos, nos ha ofrecido su
amistad. Dios no se ha reservado nada para sí, sino que ha querido entregarse
(entregar a Jesús) por nosotros, para que podamos vivir en su amistad (cf. Rom
8, 32). Desde ese fondo, Pablo nos invita a reconciliarnos con Dios, en camino
de aceptación y diálogo misericordioso, que lleva a la unidad entre todos los
364 PALABRAS DE AMOR
hombres. «Y todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo mismo por
Cristo y nos concedió el ministerio de la reconciliación. Porque ciertamente
Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo mismo, no imputándo-
le sus pecados, y concediéndonos a nosotros la tarea (=palabra) de la reconci-
liación. Así que, somos embajadores, en nombre de Cristo, como si Dios roga-
se por medio nuestro. Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con
Dios...» (2 Cor 5, 17-20).
5. Jesucristo Salvador: Misericordia y salvación. “Jesucristo es el único
Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (cf. Hebr 13, 8). Esta es la afirmación
más importante de nuestra fe en Cristo. La voluntad salvífica de Dios respecto
a la humanidad entera se ha manifestado y realizado de modo único y definiti-
vo en el misterio de Jesús...” (cf. Comité Jubileo 2000, Jesucristo Salvador 144).
La salvación cristiana es un misterio, don supremo de Dios que nos regala en
Jesús su misma vida divina; de esa forma nos eleva del abatimiento en que está-
bamos, ofreciéndonos su propia fecundidad, haciéndonos hijos en su propio
Hijo Jesucristo. Pues bien, la salvación consiste en recibir y desplegar la vida de
Dios, que es comunión y misericordia, tal como se ha manifestado y culminado
en el Espíritu Santo: vivir en amistad con Dios, abrirse en gesto de amistad
hacia todos los hermanos. Esta salvación tiene un elemento histórico: ella se
expresa en la salud interior y exterior, en el amor mutuo y el pan compartido,
en la palabra dialogada y en la casa de la fraternidad. La salvación tiene, dentro
de la iglesia, un carácter sacramental, que se vincula a los grandes momentos
de la vida humana: bautismo o nacimiento a la gracia; eucaristía o pan com-
partido en Cristo; matrimonio o celebración del amor mutuo... Tener miseri-
cordia no es solo elevar a los caídos, curar a los enfermos, sino que implica tam-
bién un amor tierno y gratuito, una la comunión abierta a todos, por encima de
la ley del mundo.
gen, que quiere alumbrar y no le dejan. Esta debilidad del Dios, que se
sigue comunicando como amor (Palabra, Vida, Luz), precisamente allí
donde le expulsan y niegan, constituye el principio de la revelación.
Pero los cristianos siguen sabiendo que Dios no deja de comunicarse,
sino que se encarna como palabra de amor precisamente allí donde
parece que no van a recibirle. Así dice el texto que «la Palabra se hizo
carne», de tal forma que aquellos que la acogen y responden ya no
nacen de la carne-sangre, sino de Dios: son familia de Dios, experiencia
de su amor corporalizado, hecho historia en la historia de los hombres.
Eso significa que el Dios/Amor viene a mostrarse como principio de
vida allí donde se acoge su amor en el Cristo, Palabra encarnada.
Según el evangelio de Juan, Jesús no ha venido a revelarnos los secre-
tos del cosmos, ni los grados del ser, ni la “profunda” experiencia de las
almas que descienden a la tierra (en contra de los gnósticos); no nos
introduce en un camino de ascética o mística de tipo intelectual.
Interpretado en un millar de variaciones, el tema del evangelio de Juan
es siempre el mismo: Jesús proviene del Padre, como Palabra de amor
(Vida-Luz) hecha carne, es decir, amor concreto. Ésta es la verdad de
Jesús: la revelación del Dios Padre universal, Amor, que vincula a todos
los hombres.
2. Jesús y el Padre. Amor mutuo. La encarnación del Dios/Amor en
Jesús ha hecho posible el conocimiento del Amor divino; la unión de
amor de Jesús con Dios constituye la verdad del evangelio; Dios ama a
Jesús, Jesús ama a Dios y en su mutuo amor (Espíritu Santo) se funda
todo lo que existe. Ese conocimiento y entrega fundante del Padre y el
Hijo es el misterio del ser, el sentido de toda realidad. Ser es amarse.
Existir es entregarse, habitar uno en otro. Por eso, Jesús puede afirmar
“quien que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14, 9; cf. 14, 10). Esta inha-
bitación amorosa constituye el principio y meta donde se asienta el ser
del mundo, la verdad del Espíritu santo, entendido como vida comparti-
da y donación recíproca (14, 20).
1. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor (Jn 15,
15a). Hegel estudió esta relación de siervo y amo, de señor y esclavo, en térmi-
nos de lucha por el reconocimiento, en claves de miedo y violencia, de mentira
y frustración. A su juicio, para valorarse a sí mismo, un hombre necesita que otro
le valore (=reconozca) y, no pudiendo conseguirlo de un modo gratuito (por
amor), le esclaviza; de esa forma consigue sólo un reconocimiento parcial, que
no nace de la libre voluntad, sino de la imposición (el amo obliga al siervo a que
le acepte). En el principio de toda servidumbre humana se encuentra según eso
la fuerza y ocultamiento del señor que domina, sin mantener relaciones de reci-
procidad con su siervo, que no puede responderle en libertad. En el principio de
esa historia de esclavizamiento se encuentra la sumisión y mentira del siervo, que
se inclina pero no ama, que obedece pero no acoge de verdad el mandato del
amo. Ésta ha sido la esencia de la ley violenta, en plano social y religioso. Dioses
y humanos “superiores” han inventado la jerarquía como poder divino: uno
manda, otro obedece; ésta sería la más honda verdad de lo sagrado. Pues bien,
tanto en plano religioso como social, se establece así una relación de opacidad,
de manera que al fin ambos (amo y esclavo, dios y su devoto) se ocultan y escon-
den, se engañan mutuamente. La sacralidad que surge de esta relación es men-
tirosa y opresora: un tipo de dios de oscuridad (sin transparencia) planea por
encima del amo y del esclavo, como razón impositiva y fuente de violencia. De
esta forma se establece una relación de engaño que está tejida de muerte y que
a la muerte lleva: una vida de imposición no puede durar para siempre.
2. Os llamo amigos, porque os he dicho (=os he dado a conocer) todo lo que yo he
recibido (=he escuchado) del Padre (Jn 15, 15b). Significativamente, frente al siervo
(doulos) pone Juan al amigo, no simplemente al libre (eleutheros), como hace Gal
3, 28. Lo contrario a la servidumbre y opacidad de la ley que se impone, lo que se
opone al “dios” del silencio y de la obligación, no es la libertad en abstracto, sino
la amistad (philia), es decir, la comunión personal. Lo propio de esa amistad es la
transparencia comunicativa, expresada aquí en plano de palabra (os he dado a
conocer...), pero abierta a todos los niveles de la vida, interpretada desde el recibir,
el dar, el compartir. El Padre ha dado a Jesús todo lo que tiene, Jesús lo ha recibi-
do, pero no para encerrarlo en sí, en forma egoísta, sino para ofrecerlo y compar-
tirlo con todos, para hacerlos sus amigos. Siglos de ley y miedo, de sacrificios vio-
lentos y expiación por los pecados (de justicia impositiva), habían situado la reli-
gión y vida humana bajo la disciplina de la imposición violenta, del silencio y la
obediencia a los mandatos exteriores. Normalmente, los mismos gestores sociales
de la religión (sacerdotes y reyes) habían utilizado esa visión de Dios para impo-
nerse con violencia sobre los demás, teniendo de esa forma sometido al pueblo.
JUAN 1 371
Pues bien, en contra de eso, Jesús ofrece a todos su experiencia de Dios como liber-
tad para (en) el amor. Esta palabra (ya no os llamo siervos, sino amigos...) no está
mediada por ninguna autoridad social, no depende de ningún jerarca o sacerdote
externo, sino que Jesús la dirige de manera directa a cada uno de los creyentes.
Ellos son, desde ahora, mayores de edad: amigos de Jesús, llamados a expandir su
amistad sobre el mundo. En este fondo se entiende el texto programático de Jn 1,
18: “a Dios nadie le ha visto; el Dios Unigénito, que estaba en el seno del Padre, ese
nos lo ha manifestado”. No conocíamos a Dios por sacrificios religiosos por razo-
nes filosóficas o por leyes sociales; pero ahora, en el amor de Jesús, lo hemos des-
cubierto y acogido.
85. Comentarios: P. BONNARD, Les épîtres johanniques, Labor et Fides, Genève 1983; R.
SCHNACKENBURG, Cartas de Juan, Herder, Barcelona 1979; W. TÜHSING, Las cartas de san
Juan, Herder, Barcelona 1973. Cf. V. M. CAPDEVILA, Liberación y divinización del hom-
bre I: La Teología de la gracia en el Evangelio y en las Cartas de San Juan, Sec. Trinitario,
Salamanca 1984; A. FEUILLET, Le mystère de l’amour divin dans la théologie johannique,
EB, Gabalda, París 1972; E. JÜNGEL, Dios como misterio del mundo, Sígueme,
Salamanca 1985; D. STANILOAE, Dios es amor, Sec. Trinitario, Salamanca 1995.
372 PALABRAS DE AMOR
86. SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras completas, BAC, Madrid 1991. Cf. J. BARUZI, San Juan de
la Cruz y la experiencia mística, Conserjería de Educación de CL, Valladolid 1993; M.
A. CADRECHA, San Juan de la Cruz. Una eclesiología del amor, Monte Carmelo, Burgos
1980; D. CHOWNING, “Sanados por amor. El camino de la sanación en San Juan de la
Cruz”: Revista de Espiritualidad 59 (2000) 253-333; G. MOREL, Le sens de l’existence
selon Saint Jean de la Croix I-III, Aubier, París 1960-1961; M. OFILADA, San Juan de la
Cruz. El sentido experiencial del conocimiento de Dios, Monte Carmelo, Burgos 2003;
E. PACHO, San Juan de la Cruz. Temas fundamentales I-II, Monte Carmelo, Burgos
1984; X. PIKAZA, El “Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz. Poesía, Biblia, Teología,
Paulinas, Madrid 1992; Amor de hombre, Dios enamorado, Desclée De Brouwer,
Bilbao 2003; C. P. THOMPSON, San Juan de la Cruz. El poeta y el místico, Swan, S.
Lorenzo del Escorial 1985; Canciones en la noche. Estudio sobre san Juan de la Cruz,
Trotta, Madrid 2002; J. VIVES, Examen de amor. Lectura de San Juan de la Cruz.
Santander, Sal Terrae, Madrid 1978; D. YNDURAIN, Poesía, Cátedra, Madrid 1989.
JUAN DE LA CRUZ 377
tar en tierra ajena, / el pecho de amor muy lastimado» (Un pastorcico 3).
Dios es amor y así, por amor, muere Jesús, porque los hombres (que son
su verdadera esposa) no responden a la llamada de su amor divino.
algo que desborda el nivel normativo donde nos sitúan los sistemas lega-
les del mundo. Para el sistema no existe un verdadero tú, ni un yo en sen-
tido estricto. Tampoco existimos nosotros en cuanto personas, portado-
ras de un amor compartido. El sistema sólo conoce estructuras y leyes
intercambiables, al servicio de los intereses del conjunto. Por el contra-
rio, la vida humana es siempre encuentro concreto de personas. Cada
uno se deja liberar (nace a la vida más propia) por el don del otro, de tal
forma que podemos afirmar que el hombre no es ya naturaleza, sino gra-
cia (un ser sobrenatural); tampoco es cultura, simple momento de un sis-
tema económico-social. El hombre es regalo de amor, encuentro perso-
nal. Desde ese fondo se puede presentar la gran alternativa: o el hombre
vive en diálogo de amor con los demás, en un nivel donde la vida es gra-
cia (regalo) o se destruye a sí misma. Este proceso de liberación o surgi-
miento hace que la vida humana deba interpretarse como regalo.
87. Texto on line: www.vatican.va/edocs/. Texto impreso: BAC, Madrid 1980. Cf. P.
BETETA, El amor de Dios Padre a los hombres en la enseñanza de Juan Pablo II,
Palabra, Madrid 1998; J. M. DE MIGUEL (ed.), Juan Pablo II. El Padre de las miseri-
cordias y el Espíritu de Jesús, Secretariado Trinitario, Salamanca 1982; J. L. LORDA,
Antropología. Del Vaticano II al Juan Pablo II, Palabra, Madrid 1996; J. M. ROVIRA
BELLOSO, «El Padre rico en misericordia en la encíclica “Dives in Misericordia” de
Juan Pablo II»: La Teología Trinitaria de Juan Pablo II, Semanas de Estudios
Trinitarios 22, Salamanca 1988, 53-66; I. SEMEN, La sexualidad según Juan Pablo II,
Desclée De Brouwer, Bilbao 2005; VARIOS, La teología trinitaria de Juan Pablo II, Sec.
Trinitario, Salamanca 1988.
382 PALABRAS DE AMOR
88. Además de comentarios a Mt, cf. S. GRASSO, Gesù e i suoi fratelli. Contributo allo stu-
dio della cristologia e dell’antropologia di Matteo, ABI 29, EDB, Bologna 1994; P.
MIRANDA, Marx y la Biblia. Crítica a la filosofía de la opresión, Sígueme, Salamanca
1972; E. NARDONI, Los que buscan la justicia: un estudio de la justicia en el mundo
bíblico, Verbo Divino, Estella 19978; X. PIKAZA, Hermanos de Jesús y servidores de los
más pequeños. Mt 25, 31-46, Sígueme, Salamanca 1984.
JUICIO DE AMOR 385
Se reúnen ante el Hijo del Hombre todos los pueblos, culmina el jui-
cio de la historia y se descubre, por Jesús, la verdad universal: lo que
Dios ha realizado, lo que han hecho o padecido los hombres. Este
pasaje define el sentido del amor cristiano como misericordia activa.
Por eso debemos presentarlo con cierto detalle, partiendo de sus cinco
elementos básicos.
386 PALABRAS DE AMOR
todos los hombres. De esa forma, el texto identifica el reino de Dios con el amor
gratuito y eficaz (supra-legal) que se ofrece a los necesitados, en un proceso que
empieza en el hambre (dar de comer) y culmina en la ayuda a los presos (visitar-
cuidar a los encarcelados). La ley social deja al hombre dentro de la conflictivi-
dad de la historia; la gracia de Cristo le abre a la comunicación plena, que cul-
mina en la resurrección final, en la llamada del Hijo del Hombre a los salvados:
«¡Venid, benditos de mi Padre!».
5. Simetría o antítesis judicial y revelación de Dios en los necesitados: Venid,
apartaos. El texto se encuentra construido en forma de antagonismo simétrico
entre ovejas y cabras, derecha a izquierda, servicio y no servicio, vida y castigo
eterno, situándose así en un plano legal, que es coherente con una parte muy
significativa del mensaje israelita y de la iglesia primitiva. De esa forma opone
al fin cielo e infierno, de manera que parece justificar también la división entre
buenos y males (merecedores de premio y de cárcel) dentro del mundo. Pero,
mirando mejor las cosas, desde la unidad del evangelio, tal como ha sido reco-
gido y culminado por Mateo (en Mt 28, 16-20), descubrimos que Jesús ha supe-
rado esa simetría judicial, en un camino que se abre de forma paradójica y
exclusiva hacia la salvación. Las dos partes de la escena (derecha e izquierda)
forman un tablero simbólico, como una indicación pedagógica y parenética
(tomada de la historia de las religiones y culturas del entorno), para que en su
fondo se destaque mejor lo inaudito: la gracia de Jesús, Hijo de Hombre, que
rompe todas las simetrías y supera todas las antítesis, haciéndose presente en
los más pobres, como supone el conjunto del Nuevo Testamento. Este es el Dios
de los hambrientos y sedientos, extranjeros, desnudos y enfermos, el único Dios,
no hay otro verdadero.
89. Cf. J.-M. AUBERT, “Justice”: DicSpir 9, 1621-1640; G. CHALMETA, La justicia política en
Santo Tomás de Aquino, Eunsa, Pamplona 2002; A. DESCAMPS, Les justes el sa justice,
Louvain 1950; A. HELLER, Más allá de la justicia, Crítica, Barcelona 1990; M.
HORKHEIMER, Anhelo de justicia. Teoría crítica y religión, Trotta, Madrid 2000; P.
JARAMILLO, La injusticia y la opresión en el lenguaje figurado de los profetas,
Monografías ABE-Verbo Divino, Estella 1992; L. LAGAZ, Amor, amistad, justicia,
Acad. de Jurisprudencia, Madrid 1969; J. M. MARDONES, Recuperar la justicia.
Religión y justicia en una sociedad laica, Sal Terrae, Santander 2005; P. MIRANDA,
Marx y la Biblia. Crítica a la filosofía de la opresión, Sígueme, Salamanca 1972; E.
NARDONI, Los que buscan la justicia: un estudio de la justicia en el mundo bíblico,
Verbo Divino, Estella 1997; J. A. PAGOLA, La eucaristía. Experiencia de amor y justicia,
Sal Terrae, Santander 1996; J. PIEPER, “Justicia”, en Virtudes fundamentales, Rialp,
Madrid 1976, 85-172; X. PIKAZA, Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2006; J.
RAWLS, La justicia como equidad: una reformulación, Paidós, Madrid 2002; J. L. SICRE,
Con los pobres de la tierra. La justicia social en los profetas de Israel, Cristiandad,
Madrid 1984; P. TILLICH, Amor, poder y justicia, Ariel, Barcelona 1970.
JUSTICIA 389
Dios quiso salvarles. Quizá podría haberles perdonado sin más, con un gesto de
bondad, con una simple sonrisa, una palabra. Pero entonces todo habría segui-
do como antes. En el fondo, Dios no habría concedido importancia al pecado: no
habría tomado en serio la libertad de los hombres, no les hubiera amado hasta
el extremo. Sólo había una forma radical de salvar de verdad al hombre: que el
mismo Dios se hiciera humano, reparando de esa forma la injusticia de los hom-
bres. Así lo hizo Dios, así se entiende lo que implica de exigencia, de dureza y de
justicia aquel amor que quiere realizarse plenamente en medio de los hombres.
Eso significa que no hay amor sin justicia real. La hondura del amor sólo se pue-
de realizar cuando se toma en serio la justicia, cuando se reconoce la importan-
cia de las cosas, cuando se acepta la ofensa y se entrega la existencia por los
otros. Si Dios no hubiera tomado profundamente en serio nuestra caída, no nos
habría respetado, no podría amarnos desde el centro de nuestra pequeñez. Por
eso su amor es justo y no evasivo.
además, que no existe una naturaleza que regula de antemano las relaciones
sociales, sino que ellas depende de la historia de los hombres. Por eso, esta «jus-
ticia» no es definitiva, aunque sigue ofreciendo un elemento bueno, tiene una
importancia que no puede desdeñarse.
2. Justicia segunda: liberar a los pobres. Éste es el sentido radical de la justi-
cia en el Antiguo Testamento (tsedaqá), donde ella se identifica con la liberación
de los pobres. El Antiguo Testamento no conoce una ley natural, que regula el
orden cósmico y la vida de la sociedad; por eso, no sacraliza el orden estableci-
do, donde unos dominan sobre otros, pues la justicia de Dios que se identifica
con la liberación y libertad de los más pobres. En este plano han venido a situar-
se algunas revoluciones modernas, fundadas, al menos en principio, en los idea-
les de la justicia bíblica del Antiguo Testamento y en la llamada a la igualdad
radical que ha proclamado el cristianismo (el mensaje de Jesús, la tesis de Pablo
en Gal 3, 28). Por eso, en sentido estricto, la justicia orgánica de los griegos,
hecha de desigualdades “naturales”, no resulta ya suficiente. Las desigualdades
básicas del mundo actual ya no son naturales, sino culturales. No brotan del
orden cósmico, sino del “pecado” de los hombres. Por eso, la verdadera justicia
no consiste en dar a cada uno lo que es suyo, según naturaleza, sino buscar la
“libertad, igualdad y fraternidad” entre todos los hombres y mujeres de la tierra,
sin imposición de unos sobre otros, sin esclavitudes sociales, económicas o per-
sonales.
3. Amor primero. Misericordia/revolución. Como acabamos de indicar, la jus-
ticia del Antiguo Testamento se identifica con la misericordia, entendida de una
forma activa, social. Ésta justicia/misericordia de Dios se identifica allí con su
amor hacia los pobres y se despliega como un gesto de piedad creadora, que lle-
va a liberarles, abriendo así un camino de perdón y esperanza para ellos. En esta
línea, el pensamiento israelita está más cerca de las revoluciones modernas
(incluso del marxismo) que de los viejos esquemas ideales de armonía de los
griegos. La misericordia de Dios implica un elemento de revolución o trasfor-
mación social. Sin embargo, en la Biblia hay un aspecto distintivo y propio, que
no suele darse en las revoluciones modernas: la piedad de Dios, su sentimiento
de amor. La base de la revolución es el amor de Dios, que siente pasión por los
pobres. Así lo han entendido y traducido los profetas (Amos y Oseas, Jeremías e
Isaías) cuando enfocan la justicia-amor en forma de compromiso por los exclui-
dos sociales. De esta forma, la misericordia original de Dios penetra en nuestra
historia y se explicita en formas de compasión interhumana.
4. Amor segundo. Una revolución creadora. Judaísmo y cristianismo acentúan
esa tensión del Dios Antiguo Testamento y quieren llevar hasta el final la lógica
de la misericordia. En esa línea, de maneras distintas pero complementarias,
quieren traducir el amor de Dios en forma de “reino”, es decir, en la creación de
un orden social donde sea posible la libertad e igualdad entre los hombres. Ni
judíos ni cristianos aceptan sin más este mundo, tal como ahora existe, sino que
quieren transformarlo, en línea de amor, al servicio de los pobres. Por gracia de
392 PALABRAS DE AMOR
autoridad que deriva de ese “dios” será institución de juicio, ley de vio-
lencia que para mantenerse necesita expulsar a los culpables (al chivo
emisario), imponiendo de esa forma su justicia. Jesús, en cambio dice:
(a) No juzguéis, para que no seáis juzgados. (b) Porque con el juicio
con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os
medirá. (c) ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu herma-
no, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu
hermano: “Deja que te saque la brizna de tu ojo”, teniendo la viga en el
tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para
sacar la brizna del ojo de tu hermano (Mt 7, 1-5).
KAMA-SUTRA91
91. Para una visión general del tema, desde el pensamiento religioso de la India, cf. M.
ELIADE, El yoga. Inmortalidad y libertad, FCE, México 1993; J. EVOLA, El yoga tántrico,
Edaf, Madrid, 1991. A. GALLOTI, Kama-Sutra y otras técnicas orientales, Martínez
Roca, Barcelona 2004; X. PIKAZA, Hombre y mujer en las religiones, Verbo Divino,
Estella 1996; J. VARENNE, El tantrismo o la sexualidad sagrada, Kairós, Barcelona 1985.
398 PALABRAS DE AMOR
92. G. BATAILLE, El erotismo, Tusquets, Barcelona 2000; A. IMBASCIATI, Eros y logos: amor,
sexualidad y cultura en el desarrollo del espíritu humano, Herder, Barcelona 1980; J.
ROF CARBALLO, «En torno al erotismo», en El hombre como encuentro, Alfaguara,
Madrid 1973, 283-329; P. TILLICH, Amor, poder y justicia, Ariel, Barcelona 1970; F. D.
WILHELMSEN, La metafísica del amor, Rialp, Madrid 1964.
400 PALABRAS DE AMOR
Cristo nos hace entrar por el don de su Espíritu en comunión con Dios
y con todos los hombres… Progreso temporal o, para evitar esa expresión
aséptica, digamos mejor ahora, liberación del hombre y crecimiento del
Reino se encaminan hacia la comunión plena de los hombres con Dios y
de los hombres entre ellos. Tienen el mismo objetivo, pero no se dirigen a
él por caminos paralelos, ni siquiera convergentes. El crecimiento del
Reino es un proceso que se da históricamente en la liberación en tanto
que está significa una mayor realización del hombre, la condición de una
sociedad nueva, pero que no se agota en ella. Realizándose en hechos his-
tóricos, liberadores, denuncia sus límites, sus ambigüedades, anuncia su
cumplimiento pleno y lo impulsa efectivamente a la comunión total. No
estamos ante una identificación. Sin acontecimientos históricos liberado-
res no hay crecimiento del Reino, pero el proceso de liberación no habrá
car de nuevo el potencial liberador del amor del evangelio. La tarea sigue
pendiente, frente a todo revisionismo, en contra de todo estancamiento
de tipo espiritualista, superando todo miedo.
94. H. MARCUSE (1998-1979), pensador alemán, de origen judío, presentó en USA su pro-
yecto de liberación social: Eros y Civilización (1955; ed. española: Ariel, Barcelona
2001). Cf. C. CASTILLA DEL PINO, Sexualidad y represión, Ayuso, Madrid 1971.
LIBERTAD 2 411
es pecado! ¡es peligroso! ¡morirás cuando lo intentes! Pues bien, ellos han res-
pondido apostando por el sexo: así han dejado que la fuerza erótica se exprese,
que renazca cada día como Venus de la espuma de los mares, en la playa de la
vida, sin más prohibiciones que la misma fuerza de la vida. Así han razonado con
amable optimismo y voluntad de cambio miles y millones de personas y su razo-
namiento ha sido en parte verdadero: el amor es también naturalezay nada se
logra con principios opresivos. Pero hemos descubierto que el amor humana tie-
ne más connotaciones. Amar es recibir la vida en libertad, pero es también desa-
rrollarla y compartirla, en libertad gozosa, regalándola a los otros, especialmen-
te a los pobres. No basta con dejar que el amor sea y se expanda por sí mismo;
hay que acogerlo y regalarlo generosamente, regalando de esa forma lo que
somos. La libertad del amor es más que pura liberación natural.
2. La liberación social del amor tampoco basta. En esa línea podemos citar
como ejemplo a H. Marcuse. A su juicio, los hombres y mujeres de occidente
estamos alienados y oprimidos no sólo en el nivel económico-social, sino, y sobre
todo, en el plano erótico-sexual, por culpa del tipo de cultura que hemos ido
desarrollando. El hombre es, ante todo, un ser-para-el-amor: su misión consiste
en desarrollar su vida de una forma armoniosa, relacionándose en gozo y liber-
tad con los demás. Pero, en lugar de eso, hemos creado una cultura de opresión:
nos hemos convertido en seres-para-el-trabajo, de manera que el mismo cuerpo,
que debíamos cuidar y cultivar, como signo de placer, medio de encuentro inter-
humano, ha venido a convertirse en máquina oprimida y alienada, al servicio del
sistema (del capital). De esa forma perdemos la capacidad de gozar; la estamos
matando cada día a través de imposiciones laborales, disputas de poder y luchas
económicas. En esa línea, mientras vamos construyendo una máquina produc-
tora cada vez más perfecta, al servicio del sistema, perdemos la capacidad de
imaginación y gozo, de placer personal y de encuentro gratuito con los otros. Por
eso es necesario que invirtamos el proceso. El punto de partida no ha de ser el
rendimiento («vales lo que produces»), sino en el placer («eres lo que gozas,
haciendo gozar a los demás»). Sólo de esa forma el sexo que ahora se halla repri-
mido y asfixiado, como válvula de escape neurótica del trabajador, lograría con-
vertirse en eros liberado, capaz de vincular en libertad emocionada a los hom-
bres y mujeres. Es evidente que Marcuse tiene parte de razón. Pero, a mi enten-
der, su proyecto resulta insuficiente: el tema del amor es más complejo, más
intenso. No basta con lograr que haya un contexto favorable: es necesario un
cambio más profundo, un despliegue de amor que nos capacite para superar las
pulsiones de violencia interna y para compartir gratuitamente la vida con los
otros.
3. Resulta necesaria la liberación amorosa del amor. Sólo allí donde el amor
alcanza sus raíces puede hablarse de salud y libertad. M. de Unamuno decía:
«Matarás una pena sólo con otra, si ésta es más pura y grande, más divina, si ésta
es más honda...» (Obras completas VI, Madrid 1966, 244). Yo traduzco: curarás
tu amor pequeño y reprimido, enajenado y roto, allí donde descubras un cami-
no más profundo de amor que te conduzca a tu verdad, que, siendo lo más tuyo,
412 PALABRAS DE AMOR
está en aquellos que te aman y tú amas. En esa línea podemos añadir que sólo el
amor en libertad hace personas. No basta la liberación natural (de la naturale-
za), ni la social (del entorno); hay que llegar más adentro, hasta el lugar donde
el amor emerge como experiencia de autonomía personal y principio de libera-
ción compartida.
LILIT95
95. Cf. J. BRIL, Lilith ou la Mère obscure, Payot, París 1981; O. A. SOLÓRZANO, Lilith:
La Diosa de la noche, una historia negada, ENAH, México 2000. Cf. también H.
ROUSSEAU, Le Dieu du Mal, PUF, París 1963; D. BRAUNSCHWEIG y M. FAIN, Eros et
Antéros. Réflexions psychanalytiques sur la sexualité, Payot, París 1971; M. ELIADE,
Méphistophélès et l’androgyne, Gallimard, París 1962 ; A. FAIVRE, L’Androgyne dans la
littérature. Cahiers de l’Hermétisme, Michel, París 1990.G.C.
LILIT 413
96. Traducción de F. LARA, Enuma Elish. Poema babilonio de la creación, Trotta, Madrid
1994. Versión anterior en J. LARA y M. G. CORDERO, Enuma elis. Poema babilónico de
la creación, Ed. Nacional, Madrid 1981. Traducción inglesa en J. B. PRITCHARD, ANET,
Princenton UP 1955, 60-72; traducción española parcial en Id, Sabiduría del Antiguo
Oriente, Garriga, Barcelona 1966, 35-45. Desde otra perspectiva, cf. O. GONZÁLEZ de
C., Madre y muerte, Sígueme, Salamanca 1984.
416 PALABRAS DE AMOR
tiva al adversario, la maza que rompe su cráneo. Aquí emerge la más hon-
da diferencia: Tiamat crea y combate con su cuerpo, es decir, con sus fuer-
zas naturales. Marduk, en cambio, ha suscitado, en torno a su cuerpo
anterior, una especie de nueva corporalidad o identidad objetivada por las
armas. De esa manera se enfrentan el “amor dominante” de la madre (que
impediría crecer a los hijos) y la violencia racional de Marduk, que se opo-
ne al amor para fundar una cultura racional de guerra.
Éste es el mito fundador de una cultura de dominación, el mito que
narra y justifica la victoria de los hijos guerreros (racionales) contra una
madre a la que toman como poder irracional que les impide crecer y
alcanzar autonomía. Así lo cuenta el texto. «Se lanzaron al combate y se
enzarzaron en un cuerpo a cuerpo. Pero el Señor (Marduk), desplegan-
do su red, la envolvió en ella, luego soltó contra Tiamat el viento malo,
que le seguía detrás. Y cuando Tiamat abrió su boca para engullirlo, él
hizo penetrar en ella el Viento malo para impedirle cerrar sus labios... Él
disparó su flecha y le atravesó el vientre; cortó su cuerpo por la mitad y
le abrió el vientre. Así triunfó de ella, acabando con su vida (IV, 94-103)...
El Señor puso sus pies sobre la parte inferior de Tiamat y con su des-
piadada maza aplastó su cráneo... Dividió luego la carne monstruosa
para fabricar maravillas, la partió en dos, como si fuera un molusco (un
pescado para el secadero) y dispuso de una mitad que la abovedó a
manera de cielo» (IV, 129-138).
Con el cadáver de la madre ha creado Marduk este universo. Ha divi-
dido en dos su vientre (=matriz), poniendo una parte como techo (el cie-
lo) y disponiendo la otra como suelo. En el hueco del cuerpo de esa
madre asesinada hemos nacido, de su carne provenimos y en ella existi-
mos (vivimos, nos movemos y somos: cf. Hech 17, 28). Cuerpo de mujer
asesinada, utilizada, por la técnica violenta (racionalizada) de los gue-
rreros varones de Marduk, es nuestro mundo. Todo el universo aparece
así como cuerpo de madre, como indica de forma estremecedora el mito.
(1) En la parte superior de ese gran horno que forma el cadáver dividi-
do en dos de Tiamat ha puesto Marduk los grandes astros (V, 1-47). (2)
Con la saliva y aliento de Tiamat hizo Marduk las nieblas, las nubes y los
vientos, como indicando que vivimos (respiramos) del hálito vital de la
gran madre muerta (V, 4 7-53). (3) Sobre la parte inferior del cuerpo de
Tiamat vivimos y movemos, ella es costra y superficie de la tierra.
Cabeza y pechos de la madre son las inmensas montañas, sus ojos
manantiales de los grandes ríos (Eúfrates y Tigris) que fecundan la tie-
rra cultivada del entorno de Mesopotamia... (V, 5 3-68).
418 PALABRAS DE AMOR
97. Cf. R. BROWN (ed.), María en el Nuevo Testamento, BEB 49, Sígueme, Salamanca
1986; S. de FIORES y E. TOURÓN DEL PIE (eds.), Nuevo diccionario de mariología, San
Pablo, Madrid 1988; J. MCHUGH, La Madre de Jesús en el Nuevo Testamento, Desclée
De Brouwer, Bilbao 1978; X. PIKAZA, La Madre de Jesús. Mariología del Nuevo Testa-
mento, Sígueme, Salamanca 1992; Amiga de Dios, Edicep, Valencia 1996; I. DE LA
POTTERIE, X. PIKAZA y J. LOSADA, Mariología fundamental. María en el misterio de Dios,
Secretariado Trinitario, Salamanca. 1996.
420 PALABRAS DE AMOR
3. Asunción en cuerpo y alma. Pío XII definió en 1950 que “la In-
maculada Madre de Dios, Siempre Virgen María, cumplido el curso
MARÍA, MADRE DE JESÚS 1 421
humana, de manera que ese diálogo ha sido lugar y principio del naci-
miento de Jesús, Hijo de Dios. En el fondo de ese diálogo puede evocar-
se el signo de la hierogamia*, la figura de las grandes madres divina de
la historia religiosa (Deméter, Ishtar, Isis, Lilit*). Pero hay una diferencia
esencial: María ha sido una mujer concreta, históricamente datable, que
ha vivido en Galilea entre el siglo I a. C. y el I d. C. Pues bien, desde la
perspectiva de Lc 1, 26-38, ella es la representante de los hombres que
aman y dialogan con Dios, acogiendo su vida y expresando su presencia
en el camino de la historia humana. Por eso, muchos cristianos confie-
san que Dios Padre “necesita” el amor de María para suscitar a su Hijo
en el Mundo: necesita una persona que engendre como madre humana
a su Hijo divino: que le acoja en libertad, que le eduque en gratuidad y
le acompañe en el camino de la vida. Así decimos que es “amiga” de
Dios, poniéndose al servicio de los hombres, es decir, de la vida mesiá-
nica: ella no ha reservado nada para sí, todo lo ha puesto en manos de
Dios, para despliegue amoroso de Jesús. Éstas son las enseñanzas del
amor de María. (1) La primera es su ejemplo de diálogo. Ella ha conver-
sado con Dios, para bien de los hombres, al servicio de la vida (es decir,
de la plenitud mesiánica de la historia). Así han de hacer los seguidores
de María: deben también escuchar la voz de Dios, que es la voz del amor
de la vida, poniendo su amor y su vida al servicio de los otros. (2) Ser
cristiano es dialogar en libertad, es decir, procurando que los otros vivan,
que puedan expresarse de manera autónoma, sin imposiciones exterio-
res, sin miedos interiores. No se puede empezar exigiendo, suplantando
el deseo de los otros, diciendo lo que deben desear o pretendiendo que
se porten lo mismo que nosotros. (3) Ser cristiano es dialogar ofreciendo
libertad allí donde la vida de los otros se encuentra amenazada, en peli-
gro de perderse. El verdadero diálogo se goza en la igualdad. Por eso,
donde no existe igualdad, el amor ha de crearla, en plano personal y
social. Como dice Lc 1, 26-38, Dios mismo ha empezado elevando a
María, para dialogar con ella, para colaborar unidos en el surgimiento
del Hijo. No quiere Dios esclavos sino amigos. Tampoco el ser humano
verdadero quiere siervos, sometidos bajo imposiciones legales, sino her-
manos, compañeros del alma, para dialogar y trabajar con ellos en con-
fianza compartida. Sobre un mundo donde el ideal de la amistad tiende
a cerrarse en círculos pequeños de intimidad privada, mientras los gran-
des grupos combaten entre sí y se engañan, María viene a presentarnos
su camino de amistad universal, de vida dialogada.
MARÍA, MADRE DE JESÚS 1 423
98. Además de obras citadas en nota anterior, cf. S. BENKO, Los evangélicos, los católicos
y la Virgen María, Causa Bautista, Barcelona 1981; The Virgin Goddess. Studies in the
Pagan and Christian Roots of Mariology, Brill, Leiden 1993; J. C. R. GARCÍA PAREDES,
Mariología, BAC, Madrid 1995; I. GÓMEZ-ACEBO (ed), María, mujer mediterránea,
Desclée De Brouwer, Bilbao 1999; M. NAVARRO, María, la mujer: ensayo psicológico-
bíblico, Publicaciones Claretianas, Madrid 1987; L. PINKUS, El mito de María. Aproxi-
mación simbólica, Desclée De Brouwer, Bilbao 1987; M. WARNER, Tú sola entre las
mujeres. El mito y el culto de la Virgen María, Taurus, Madrid 1991.
426 PALABRAS DE AMOR
MARÍA MAGDALENA99
99. Cf. C. BERNABÉ, María Magdalena, Verbo Divino, Estella 1994; S. HASKINS, María
Magdalena, mito y metáfora, Herder, Barcelona 1996: A. LOADES (ed.), Teología fe-
minista, Desclée De Brouwer, Bilbao 1997; M. Y. MACDONALD, Antiguas mujeres cris-
tianas y opinión pagana. El poder de las mujeres histéricas, Verbo Divino, Estella
2004; E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de ella, Desclée De Brouwer, Bilbao
1988; K. J. TORJESEN, Cuando las mujeres eran sacerdotes: el liderazgo de las mujeres
en la primitiva iglesia y el escándalo de su subordinación con el auge del cristianismo,
Almendro, Córdoba 1997; X. TUNC, También las mujeres seguían a Jesús, Sal Terrae,
Santander 1999.
MARÍA MAGDALENA 429
la misión cristiana está vinculada con las casas donde se recibe a Jesús o
a sus mensajeros. (2) Las hermanas representan dos formas de acogida posi-
tiva, aunque una (la escucha) parece mejor que la otra (el servicio). En su
mismo enfrentamiento, ellas expresan dos facetas o momentos importan-
tes de la humanidad: vida activa y contemplativa, trabajo servil y liberal...
(3) Jesús es Maestro interior, Mesías que ofrece a los hombres su Palabra.
En esta línea se puede recordar la insistencia del judaísmo en escuchar y
cumplir la Ley, que los cristianos identifican con la vida y palabra de Jesús.
Todos esos elementos están presentes en el texto, pero Lc 10, 38-42
ofrece algunos rasgos que desbordan ese enfrentamiento de acción-con-
templación, para situarnos ante un dato nuevo, específicamente cristia-
no, de presencia de Jesús y de complementariedad eclesial de sus discí-
pulos. (1) Servicio de Marta. De un modo normal solemos pensar en los
trabajos de tipo doméstico: limpiar la habitación del huésped, preparar
la comida, servir la mesa. Así tomamos a Marta como una simple criada.
Pero el sentido principal de servir (diakonein) en el Nuevo Testamento y
sobre todo en Lucas consiste en realizar una tarea ministerial en nombre
de y por encargo de la comunidad. (2) Dos mujeres que son toda la iglesia.
La visión tradicional, patriarcalista, ha presentado a Marta como servi-
dora-criada (tareas materiales) y a María como contemplativa-pasiva
(escucha y ora en silencio). Sobre ambas mujeres, la criada y la mon-
ja/contemplativa pasiva, se eleva la autoridad ministerial de los varones
(sacerdotes) que realizan la tarea oficial de la iglesia. Pues bien, esta
visión destruye el mensaje radical del texto, que ha querido simbolizar en
estas dos mujeres la vida del conjunto de la iglesia. (3) Marta y María son
hermanas, pero más en línea eclesial que carnal (cf. Lc 8, 19-21; cf. Hech
1, 15; 11, 29; 15, 3...): son servidoras o ministros de una comunidad cris-
tiana que acoge a Jesús (a sus delegados). Marta ha recibido a Jesús y se
afana por realizar su servicio, aunque el agobio de las muchas acciones
puede separarle de la atención a la palabra en la que todas esas tareas
encuentran su cimiento (cf. Lc 6, 46-49). Por su parte, María escucha la
palabra, pero no con el fin de quedar callada, sino para cumplir lo que ha
escuchado (cf. 8, 21). (4) Conflicto y complementariedad. No hay oposi-
ción entre servicio externo (acción) y escucha interna (contemplación).
El servicio (especialmente a los pobres) no es en Lucas una tarea secun-
daria, subordinada a la contemplación, sino verdad y centro de todo el
evangelio. En ese fondo se sitúa la tensión del texto, que relacionamos
con otro pasaje de Lucas (Hech 6) donde se oponen y complementan los
Doce (que ahora serian María) y los Siete (que ahora serían Marta).
MARTA Y MARÍA 435
son quienes realizan los grandes ministerios eclesiales. Pero esa visión de
una escucha que no lleva a la autoridad de la Palabra y de un servicio
puramente servil (no ministerial), sin acceso a la Palabra, va en contra
del evangelio. Unidas en la casa de la iglesia, Marta y María son signo de
todos los ministerios cristianos, lo mismo que los Siete y los Doce de
Hech 6. Una iglesia posterior que ha impedido que las mujeres sean
ministros de la iglesia, haciéndolas solo criadas o contemplativas de clau-
sura, ha ignorado este pasaje donde el amor se entiende en forma de con-
templación y de servicio.
101. Además de tratados generales de moral, cf. A. ALSTEENS, La masturbación en los ado-
lescentes, Herder, Barcelona 1978; E. PLE y B. HÄRING, La masturbación, San Pablo,
Madrid 1971; S. TISSOT, El onanismo, Asociación de Neuropsiquiatría, Madrid 2003.
MASTURBACIÓN 437
102. Cf. J. J. BACHOFEN, El matriarcado, Akal, Madrid 1992; R. HAMERTON-KELLY, God The
Father, Fortress, Philadelphia 1979; E. MURCIA-VALCÁRCEL, Matriarcado patológico.
Madre que agobian amando, Herder, Barcelona 1994; E. NEUMANN, La grande madre.
Fenomenologia delle configurazioni femminili dell’inconscio, Astrolabio, Roma 1981;
Storia delle origini della coscienza, Astrolabio, Roma 1978; A. ORTIZ OSÉS, Mitología
cultural y memorias antropológicas, Anthropos, Barcelona 1987; X. PIKAZA, Hombre y
mujer en las religiones, Verbo Divino, Estella 1996; P. SLOTERDIJK, Esferas I-II, Siruela,
Madrid 2003/2005. Algunos teólogos, como H. U. VON BALTHASAR, “El camino de acce-
so a la realidad de Dios”, en MS II, 1, Cristiandad, Madrid 1969, 41-64 y H. KÜNG,
¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid
1979, 587-616, han presentado el amor materno como principio de toda compren-
sión de la realidad, como principio de toda demostración de Dios.
438 PALABRAS DE AMOR
hijos, sino con el conjunto de una humanidad (de unos hombres y muje-
res) que ponen de relieve el aspecto materno de la vida. En ese sentido
se habla de una fase matriarcal, de un tiempo en que las madres (simbo-
lizadas por la Gran Diosa) marcaban el sentido básico de la vida y ofre-
cían un camino para el conjunto de la humanidad.
En esa fase matriarcal el ser humano se hallaría en contacto más pro-
fundo con la naturaleza (de natura, nascere = nacer), interpretada como
materia o mater (=madre). La madre aparece así como signo divino: ella
expresa el poder originario de la vida, entendida como amor generador.
Ésta habría sido la experiencia básica del neolítico cuando los humanos
empezaron a labrar la tierra concebida como potencia generante, feme-
nina, materna. La tierra es la más antigua madre, el amor primero,
entendido como fuente de fecundidad y vida, como arquetipo de todo lo
que existe. A su lado el varón vendría a mostrarse como derivado. Esta
imagen de la madre no es algo puramente “natural”, sino que también
ella ha sido construida y definida a través de experiencias culturales. Eso
significa que el amor de la “madre” ha sido modelado y definido de diver-
sas formas, a través de la historia.
ser una madre con palabra, una madre que no engendra sólo con el vien-
tre y los pechos, sino con afecto personal y comunicación dialogal.
En ese sentido podemos afirmar que la madre pertenece a la estruc-
tura biológica del surgimiento y maduración del ser humano. Pero ella
es más que pura biología: ha tenido que especializarse en funciones de
cuidado y servicio (de alimento, palabra y afecto) para que la especie
humana pueda surgir y mantenerse. Por eso, la madre es más que una
estructura biológica: ella es sentido fundante de la vida, es hierofanía o
manifestación del poder sagrado, ella ha de ser sobre todo palabra, dan-
do nombre al hijo, dándole palabra. Y para eso es muy importante que
la madre no esté sola, sino que trasmita al hijo un amor compartido con
el padre (es decir, con otra persona).
Por eso, los grandes símbolos maternos deben recrearse de una for-
ma personal. En el principio de la historia religiosa, en el conjunto Asia
y Europa, suele estar la Diosa-Madre, como signo de fecundidad. Tanto
los restos arqueológicos (estatuas o amuletos...) como la experiencia
antropológica nos hacen descubrir (y postular) el influjo de la madre: el
ser humano no se hace por violencia, como muchos dijeron y dicen toda-
vía, afirmando que al principio de todo era la guerra. En contra de eso,
podemos y debemos afirmar que en el origen era la madre, entendida
como “materia” (de mater, madre) y fuente de existencia. Por eso, la reli-
giosidad matriarcalista está profundamente vinculada a los cultos telú-
ricos (de tellus, tierra o suelo). Ella está unida al proceso de la vegetación
y también a los ciclos de las estaciones, tan ligados en su entraña con la
tierra. En esta línea puede hablarse también de madre/physis (de phyein,
brotar o germinar) o de madre/naturaleza (de nascere, nacer): la misma
realidad del cosmos (totalidad armónica) se entiende así como proceso
vital de surgimiento. Pero ese símbolo “material” de la madre tierra debe
convertirse en símbolo personal, evocando así a la madre que ofrece vida
y amor por la palabra. Así tenemos que pasar de la madre callada (que
sólo habla con el silencio fecundo de su cuerpo) a la madre que tiene la
palabra más fuerte, una palabra de amor, con otras mujeres-madres que
dialogan y, de un modo especial, con el padre-persona con quien la
madre inicia un camino de amor compartido y fecundo.
En el principio no está el “ser” abstracto, como han pensado algunos
metafísicos. Tampoco está la nada o las ideas eternas, generales. En la
base de la vida humana, como signo fundador y garantía de toda reali-
dad, viene a mostrarse ya la madre-persona, que engendra hablando, es
decir, a través de la Palabra (como expresa el símbolo cristiano de María,
la madre de Jesús). En ese sentido, sin dejar de ser sexo, para hacerse
MATRIARCADO 441
MATRIMONIO CRISTIANO103
103. Entre los documentos básicos de la iglesia católica sobre el matrimonio, cf. PÍO XI,
Casti Connubii (1930); JUAN PABLO II, Familiaris consortio (1981); Pontificio Consejo
para la Familia, Preparación al sacramento del matrimonio (1996). Cf. A. AUDET,
Matrimonio y celibato, Desclée De Brouwer, Bilbao 1972; K. R. FISCHER y Th. HART,
El matrimonio como desafío: destrezas para vivirlo con plenitud, Desclée De Brouwer,
Bilbao 2002; E. FUCHS, Deseo y ternura: fuentes e historia de una ética cristiana de la
sexualidad y del matrimonio, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995; A. G. HAMMAN,
Matrimonio y virginidad en la Iglesia antigua, Desclée De Brouwer, Bilbao 2000; A.
SARMIENTO, Matrimonio cristiano, EUNSA, Pamplona 2001; M. VIDAL, El matrimo-
nio entre el ideal cristiano y la fragilidad: teología, moral y pastoral, Desclée De
Brouwer, Bilbao 2003; R. J. WEEMS, Amor maltratado: matrimonio, sexo y violencia
en los profetas hebreos, Desclée De Brouwer, Bilbao 1997.
442 PALABRAS DE AMOR
104. Cf. C. DÍAZ, Contra Prometeo, Madrid 1980; M. HEIDEGGER, Kant y el problema de la
metafísica, FCE, México 1993; ¿Qué es metafísica?, Alianza, Madrid 2003; M.
HENRY, Encarnación. Una filosofía de la carne, Sígueme, Salamanca 2001; Yo soy la
verdad. Para una filosofía del cristianismo, Sígueme, Salamanca 2001; J. MARTÍNEZ
GORDO, Dios, amor asimétrico, Desclée De Brouwer, Bilbao 1994; X. PIKAZA, Amor de
hombre, Dios enamorado. El Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, Desclée De
Brouwer, Bilbao 2004; P. TILLICH, Amor, poder y justicia, Ariel, Barcelona 1970; F. D.
WILHELMSEN, La metafísica del amor, Rialp, Madrid 1964; X. ZUBIRI, El hombre y
Dios, Alianza, Madrid 1984.
446 PALABRAS DE AMOR
1. El amor todo lo cree (y todo lo crea). Hay en la vida una experiencia ini-
gualable: sólo el amor crea. Por la técnica y la ciencia, el hombre puede cons-
truir obras maravillosas, antes impensables. A través de su voluntad, el hom-
bre puede cambiar las estructuras materiales de la tierra, ordenar la economía,
dominar los pueblos. Pero sólo allí donde se alcanza el éxtasis de amor surge
la vida, el hombre crea. Platón lo formuló a su manera: amar consiste en
engendrar en la belleza. Allí donde se alcanza la suprema transparencia del
encuentro entre personas brota vida, nueva vida, nacen hijos. Amar es engen-
drar en un nivel humano. Pero podemos dar un paso más: el amor es el prin-
cipio original de engendramiento, en el misterio de Dios y en la existencia de
los hombres. Dios mismo es una génesis de amor, es Padre que origina de su
entraña al Hijo. Pues bien, el proceso genético de Dios se ha expandido: noso-
tros procedemos de la entraña del amor de Dios, somos un espacio de amplia-
ción del Hijo, un ámbito de vida en donde el Cristo se refleja y se realiza, en el
Espíritu. Esto significa que el amor es el poder originario. En el principio no
está el diablo, ni las fuerzas de la vida, ni el rodar de la materia. Está el miste-
rio del amor gratificante, el Padre que se expande en libertad y, suscitando al
Hijo, quiere que las cosas broten en su entorno, como vida que se expande de
448 PALABRAS DE AMOR
mos, por aislado, en gesto de posesión que nos separa de los otros. Yo no
puedo crearme y ser dueño de mí, como sujeto absoluto (sujeto que se
eleva ante el resto de las cosas, que son simples objetos), pues estoy reci-
biendo mi ser como gracia. No soy sujeto ni objeto en sentido absoluto,
sino presencia relacional. Eso significa que mi “yo” no surge como algo
separado, que puede desligarse de la relación con Dios y con los otros
seres personales, pues esas relaciones me constituyen y definen, me ins-
tauran e impulsan, al mismo tiempo que yo las cambio y defino, defi-
niéndome a mí mismo como presencia en relación.
105. Texto básico: B. DE SAHAGÚN, Historia general de las cosas de Nueva España (1569),
Historia 16, Madrid 1990. Cf. G. W CONRAD y A. A. DEMAREST, Religión e imperio.
Dinámica del expansionismo azteca e inca, Alianza, Madrid 1988; Ch. DUVERGER, La
flor letal. Economía del sacrifico azteca, FCE, México 1993; J. LAFAYE, Quetzalcóatl y
Gudalupe, FCE, México 1983; M. LEÓN PORTILLA, La filosofía náhuatl, UNAM, México
1979; Toltecayotl. Aspectos de la cultura náhuatl, FCE, México 1991; L. SÉJOURNÉ,
Pensamiento y religión en el México antiguo, FCE, México 1990.
MÉXICO 451
realidades. «(El Dios celestial) siendo uno posee al mismo tiempo una
naturaleza dual. Por ese motivo, al lugar metafísico donde él mora se le
nombre Omeyocan, lugar de la dualidad, y por eso también es designado
en otros textos con el nombre más abstracto aun de Ometéolt (Dios de la
Dualidad). En función de esto, el nombre de su com-parte (de su esposa
o igual: i.námic), es el de “señora dual” (Omecíhuatl; Ome, Dos; Cihuatl,
Señora). Vemos, por tanto que el pensamiento náhuatl, tratando de expli-
car el origen universal de cuanto existe... llegó al descubrimiento de un ser
ambivalente: principio activo, generador, y simultáneamente principio
receptor, pasivo, capaz de concebir. Aunando así en un solo ser generación
y concepción... se está afirmando que Ometéotl es el principio cósmico en
el que se genera y concibe cuanto existe en el universo» (Ibid 152-153).
Este esquema de dualidad sacral masculino-femenina, entendido
como fundamento religioso y fuente de comprensión cosmológica, apa-
rece también en otros pueblos. Es normal que sea así pues la unión del
varón y la mujer es la más honda y más cercana de todas parábolas o sig-
nos teologales que nosotros conocemos. Es claro que se trata de una pro-
yección antropológica: aplicamos a Dios (al conjunto del universo) aque-
llo que resulta más gozoso y creativo sobre el mundo: la unión de lo
masculino y femenino. Pero también podemos hacer el recorrido inver-
so: descubrimos el valor de la unidad del hombre y la mujer desde el
transfundo de la comunión original de lo divino, que los náhuatl llama-
ban Ometéotl (Dios de la dualidad).
Esta visión de la dualidad divina como culmen del gran edificio esca-
lonado que forman los nueve (o trece) cielos de la cosmología teológica
de los nahuas, aparece desarrollada de acuerdo con un calendario y
astronomía que se han ido elaborando a lo largo de los siglos en las
diversas culturas mesoamericanas. (1) Los ocho primeros cielos están
determinados por los astros y los fenómenos del cielo: luna, estrellas, sol,
planetas, cometas, bóvedas del día y de la noche, lugar de tempestades...
Vivimos, según puede observarse, presididos, dominados, por un rico
universo de poderes superiores que forman de algún modo nuestra casa.
(2) El noveno cielo o morada de los dioses (= Teteocan) puede dividirse en
dos niveles. (a) El Teteocan propiamente dicho o Morada de los dioses
inferiores, está constituida por tres círculos o cielos (el 9º, 10º y 11º) y
constituye una especie de intermedio entre el mundo propiamente dicho
(los siete cielos inferiores) y el espacio supremo de la divinidad origina-
ria. (b) El Omeyocan o Morada de la dualidad está formada por los dos
últimos círculos o cielos (el 12º y 13º) que aparecen como fuente ori-
MÉXICO 453
106. Además de comentarios a Mc, cf. H. KÖSTER, Ancient Christian Gospels. Their History
and Development, SCM, Londres 1990; X. PIKAZA, Pan, casa y palabra. La iglesia
en Marcos, Sígueme, Salamanca 1997; Amor de hombre. Dios enamorado. El Cántico
Espiritual de San Juan de la Cruz, Desclée De Brouwer, Bilbao 2003.
454 PALABRAS DE AMOR
107. Cf. M. ELIADE, Historia de las creencias e ideas religiosas I-III, Cristiandad 1978s;
C. POUPARD “Misericordia”, en Id. (ed.), Diccionario de las religiones, Herder, Barcelona
1987, 1185-1198; Para el Corán, cf. J. CORTÉS, El Corán, Herder, Barcelona 1995.
456 PALABRAS DE AMOR
109. Cf. F. RIERA, Jesús de Nazaret. El Evangelio de Lucas, escuela de justicia y misericor-
dia: una historia de Dios subversiva y fascinante, Desclée De Brouwer, Bilbao 2002;
C. ROCCHETA, Teología de la ternura. Un evangelio por descubrir, Sec. Trinitario,
Salamanca 2001; O. GONZÁLEZ de C., La Entraña del Cristianismo, Sec. Trinitario,
Salamanca 1998; K. TAGAWA, Miracles et Evangile. La pensée personnelle de l’évange-
liste Marc, (EHPhR 62) París 1966.
MISERICORDIA 3 459
1. Tuvo misericordia de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. El texto ente-
ro dice así: «Jesús, saliendo (de la barca) tuvo misericordia (=esplagkhnisthê) de
ellos, porque eran como ovejas sin pastor y comenzó a enseñarles muchas cosas»
(Mc 6, 34). Jesús ha ido con sus discípulos a descansar, buscando un lugar
desierto; pero encuentra a la muchedumbre de necesitados que salen a su
encuentro: deja que le llegue su dolor y desamparo, que le afecte hasta la entra-
ña. Por eso les enseña: la misericordia se convierte de esa forma en fuente de
palabra o enseñanza, en amor que educa y promueve a los que están perdidos en
el mundo. El evangelio de Mateo, que acentúa esta experiencia de enseñanza en
Mt 9, 36-37, ha interpretado la misericordia de Jesús como principio de sana-
ción: “tuvo piedad, curó a los enfermos” (Mt 14, 14). Tanto Marcos como Mateo,
cuando presentan la acción de Jesús con los enfermos, “no sólo piensan en las
enfermedades y dolencias que había curado, sino en la situación de irredención,
en la carencia de Dios y en el desamparo último en que se encuentran los hom-
bres y a los que el Reino viene a subvenir, trayendo a Dios mismo como realidad
sanadora y santificadora” (cf. O. González, 62) Esta misericordia entrañable se
amplía después en la multiplicación de los panes: la misma enseñanza de Jesús
se expresa en forma de alimento para los hambrientos: la misericordia nos lleva
a descubrir las necesidades espirituales y materiales de los demás, para así ayu-
darles (cf. Mc 6, 35-44).
2. Hijo de David, ten misericordia de mí. Jesús culmina su última etapa antes
de subir a Jerusalén. Todo lo que ha dicho y hecho se condensa ahora y culmina
en la escena del ciego Bartimeo, que estaba sentado y pidiendo limosna en el
camino que va de Jericó a Jerusalén: «Y oyendo que pasaba Jesús el Nazareno
(Nazoreo) se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten misericordia de mí! Muchos
lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David,
ten misericordia de mí!...» (Mc 10, 47-48). Lo más importante del pasaje es la
petición del ciego: ¡ten misericordia (eleêson) de mí! La liturgia posterior de la
iglesia ha mantenido por siglos esta petición, al comienzo de la celebración euca-
rística, en la misma lengua griega del evangelio, conforme a la versión de Mateo:
Kyrie eleyson (Señor ten misericordia). Ésta puede ser una petición donde se
460 PALABRAS DE AMOR
110. Cf. J. H. ELLIOT, Un hogar para los que no tienen patria ni hogar. Estudio crítico social
de la Carta primera de Pedro y de su situación y estrategia, Ágora, Verbo Divino,
Estella 1995; A. HAMANN, La vida cotidiana de los primeros cristianos, Palabra,
Madrid 1986; E. HOORNAERT, La memoria del pueblo cristiano, Presencia teológica,
Cuenca-Ecuador 1985; M. Y. MACDONALD, Las comunidades paulinas. Estudio socio-
histórico de la institucionalización en los escritos paulinos y deuteropaulinos, BEB
87, Sígueme, Salamanca 1994; Antiguas mujeres cristianas y opinión pagana. El
poder de las mujeres histéricas, Verbo Divino, Estella 2004; J. NEUSNER (ed.), The
Social World of Formative Christianity and Judaism, Fortress, Philadelphia 1988 R.
TREVIJANO, Patrología, Sapientia Fidei 5, BAC, Madrid 1998; R. L. WILKEN, The
Christians as the Romans Saw Them, Yale University, New Haven y Londres 1984.
MISERICORDIA 4 463
práctico, entre los siglos II y V d. C. Éste fue uno de sus logros más
importantes. La conversión del Imperio Romano al cristianismo no fue
consecuencia de una predicación ni de una teología especial, sino resul-
tado de una forma de vivir, de una caridad económica, partiendo del
ejemplo de la misericordia de los fieles, que se reunían en grupos donde
se ayudaban mutuamente. Entre las notas de estos primeros momentos
de la iglesia podemos destacar las siguientes:
huérfanos...) una red eficaz de servicios, que abarcaban desde el nacimiento (se
acogía a todos los niños, no se dejaba morir a ninguno, no se abandonaba a nin-
guno sin familia) hasta la muerte (la iglesia organizó para todos los servicios
funerarios). De modos diversos, los cristianos se supieron solidarios y encontra-
ron formas de comunicación y asistencia social muy eficaz. Ésta fue su mayor
aportación al mundo antiguo, sobre todo en los siglos III al V.
5. La iglesia ofreció su asistencia misericordiosa a quienes se acercaban a ella...
Ese servicio social se abría de algún modo a los mismos paganos en cuanto nece-
sitados. Ciertamente, los cristianos seguían poseyendo propiedad privada, pero
la ponían al servicio de las necesidades sociales del entorno... De esta manera
revivieron de forma concreta, como algo normal, el ideal de la comunicación de
bienes que habían formulado ya los grandes teóricos del mundo greco-romano.
No tenían un ideal de puro ascetismo, ni de rechazo del mundo, sino de servicio
mutuo y comunicación de bienes.
111. Cf. A. AMATO, El evangelio del Padre, Sec. Trinitario, Salamanca 1998; R. FLECHA,
Teología moral fundamental, Sapientia Fidei 8, BAC Madrid 1997; C. ROCCHETA,
Teología de la ternura. Un evangelio por descubrir, Sec. Trinitario, Salamanca 2001;
J. SOBRINO, El principio misericordia. Bajar de la Cruz a los pueblos crucificados, Sal-
Terrae, Santander 1992.
466 PALABRAS DE AMOR
112. Cf. E. GONZÁLEZ, Las obras de misericordia en la actualidad, Ortells, Valencia 2003;
J. M. MAÑÚ, Las obras de misericordia, Palabra, Madrid 1998; X. PIKAZA, Hermanos
de Jesús y servidores de los más pequeños, Sígueme, Salamanca 1984; A. ROYO
MARÍN, Teología de la Caridad, BAC, Madrid 1960, 438-439.
468 PALABRAS DE AMOR
pues ponen al ser humano ante la debilidad de los demás. Son algo que
no se puede imponer, no se puede mandar. Ellas sólo se pueden cumplir
por gracia... Empezamos por las llamadas corporales, que contienen en sí
a todas las otras.
1ª y 2ª obra: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento. El hambre
física está al principio de todas las necesidades. Ciertamente, hay otras carencias
dolorosas (de cariño, cultura, palabra...; cf. Mt 4, 4). Pero la más honda, la pri-
mera de todas es la falta de comida. Allí donde este mundo rico condena al ham-
bre a millones de personas (o las pone en situación de inseguridad permanente)
crece no sólo la pobreza material, sino que la vida se vuelve insoportable y vio-
lenta, en contra de la voluntad de Dios. El capitalismo de occidente sabe produ-
cir, de manera que tenemos comida bastante para remediar el hambre universal,
pero no sabe compartir: no queremos sentarnos juntos a la mesa de la palabra
(diálogo gratuito) y de la “bendición” (multiplicación) de los panes y los peces,
para conversar y comer, para ofrecernos dignidad, para cultivar el misterio de la
vida, en amistad y confianza. Por eso, mientras haya división en el mundo, mien-
tras unos acaparen y posean a costa de los otros seguirá habiendo hombres ham-
brientos. El hambre tiene múltiples raíces (la relativa escasez de recursos, la falta
de desarrollo de determinados colectivos nacionales o sociales...), pero en sentido
más profundo, ella tiene dos causas principales: 1. El egoísmo de muchos indivi-
duos y grupos, que no quieren compartir lo que producen y tienen. 2. La injusti-
cia del sistema capitalista, que pone un tipo de desarrollo económico por encima
de la vida de los hombres. En este contexto, la primera obra de amor misericor-
dioso es dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, tanto de manera
privada, como a través de una trasformación de las instituciones sociales.
2ª y 3ª obra: Vestir al desnudo, acoger al extranjero. En el fondo, exilados y des-
nudos se identifican. Unos y otros son personas marginales sin protección social,
minorías étnico-religiosas no aceptadas (ni integradas) por el grupo dominante.
Los extranjeros y exilados carecen de patria o grupo que les garantice un espacio
de humanidad; han tenido que dejar su tierra, casi siempre por razones econó-
micas, para vivir en condiciones culturales y sociales distintas, en medio de un
ambiente casi siempre adverso; son pobres porque, careciendo en general de bie-
nes económicos, pueden carecer también de bienes sociales, culturales, afectivos:
están doblemente desposeídos y humillados, en un entorno adverso. Para la Biblia
(y para la cultura que está al fondo del Antiguo y Nuevo Testamento) desnudos son
aquellos que, teniendo quizá ropa, se visten y se portan humanamente de manera
distinta o indigna: son aquellos que, por razón de su “hábito” o apariencia exter-
na (material, social, cultural), son extraños para el grupo dominante, pues no tie-
nen su tipo dignidad, conocimientos o cultura. (1) Desnudos no son sencillamen-
te aquellos que carecen de ropa material, sino los que en razón de su “hábito” o
apariencia física se encuentran como extraños en un mundo dominante, siendo
generalmente humillados, despreciados y oprimidos. En este contexto, la desnu-
dez significa opresión. Ellos, los desnudos, siguen siendo los más pobres, signo
MISERICORDIA 6 469
supremo del reino de Dios. El ser humano se viste sobre todo de cariño: necesita
la mirada, la caricia, la confianza de familiares y amigos: necesita vestido “social”.
Este tema está actualmente vinculado a la acogida a los emigrantes y gentes de
otras culturas. (2) Extranjeros. En la Edad Media solía decirse “dar albergue al
peregrino”: la escasez de medios de comunicación, así como la abundancia de
caminantes y romeros, que se dirigían en medio de grandes privaciones, a visitar
los santos lugares, ofrecía con mucha frecuencia a las personas caritativas, la
oportunidad de practicar la hospitalidad cristiana. Las órdenes monásticas anti-
guas consideraban la hospitalidad cristiana como algo sagrado e inviolable. San
Benito repite una y otra vez que es al mismo Cristo a quien debe atenderse en la
persona de los huéspedes y peregrinos, sobre todo, si son pobres, personas de
quienes nada se puede esperarse en retorno. Pero, en sentido más estricto, el tex-
to básico de Mt 25, 31-46, habla en general de exilados y extranjeros: de aquellos
que han tenido que dejar su tierra, casi siempre por razones económicas, para así
vivir bajo condiciones culturales y sociales adversas o ajenas, en un medio
ambiente muchas veces opresor, casi siempre extraño. Ayudarles es una de las
tareas fundamentales de la iglesia y de la sociedad en el momento actual.
5ª obra: Visitar a los enfermos. En la actualidad, la sociedad capitalista acoge y
ayuda técnicamente a sus enfermos, para bien del conjunto: nunca había existido
un sistema sanitario tan perfecto como el nuestro (occidental), tanto en plano de
organización como de eficiencia técnica. Por otro lado, los avances científicos y
sociales (de alimentación y trabajo etc.) han alargado de forma considerable el
tiempo de la vida. Pero junto a eso, y en parte por el mismo avance técnico y por
la estructura competitiva de la sociedad, los problemas de muchos enfermos se
han vuelto más grandes, no solo en los países del tercer y cuarto mundo, sino den-
tro de occidente: se sienten manejados y expulsados, sin nadie que tenga tiempo
y cariño para ellos; no resultan rentables para la sociedad. Pues bien, en ellos está
Jesús. Sea de origen natural o social, la enfermedad pone al hombre en situación
de fuerte debilidad, y le hace dependiente de otros seres humanos. Hay enferme-
dades propias de las culturas del bienestar material, ligadas al hastío de la vida, a
la falta de amor. Ciertamente el enfermo es signo de Dios, la expresión de un
Cristo que se ha encarnado en la fragilidad y muerte de la historia. Pero no tene-
mos derecho a consolar a los enfermos diciéndoles que Dios habita en su propio
sufrimiento, animándoles a sufrir en actitud de entrega pasiva. En contra de,
debemos ayudar, visitar a los enfermos, como hizo Jesús. Precisamente porque
Dios se encuentra en ellos, debemos acompañarles y curarles, ofreciéndoles un
germen de salud con nuestra misma presencia.
6ª obra: Visitar a los encarcelados. Los encarcelados suelen ser personas
socialmente oprimidas, en plano psicológico, familiar y social. La mayoría pro-
vienen de contextos destruidos, de minorías marginadas (en el nivel económico,
racial o cultural), de grupos que no encuentran espacio para insertarse en el
orden de la sociedad. Ordinariamente, vienen del hambre y exilio, de la enfer-
medad y carencia afectiva, de la “falta de humanidad” del sistema. Los encarce-
lados son víctimas, siendo a veces también durísimos culpables (porque han con-
vertido a otros en víctimas: les han robado, violado, asesinado). Al menos en
470 PALABRAS DE AMOR
113. Cf. M. ANDRÉS, Historia de la mística de la Edad de Oro en España y América, BAC,
Madrid 1994; Los místicos de la Edad de Oro en España y América, BAC, Madrid
1996; C. A. BERNARD, Teología espiritual, Madrid, Atenas 1994; Introducción a la teo-
logía espiritual, Estella, Verbo Divino 1997; S. GAMARRA, Teología espiritual, BAC,
Madrid 1994; J. GONZÁLEZ ARINTERO, La evolución mística, BAC, Madrid 1959;
Cuestiones místicas, BAC, Madrid 1956; H. GRAEF, Historia de la mística, Barcelona,
Herder 1970; B. JIMÉNEZ DUQUE (ed.), Historia de la espiritualidad, I-IV, Barcelona,
Flors 1969; Teología de la mística, BAC, Madrid 1963; J. MARTÍN VELASCO, El fenó-
meno místico. Estudio comparativo, Trotta Madrid, 1999; F. RUIZ SALVADOR, Caminos
del Espíritu, Espiritualidad, Madrid 1974; G. SCHOLEM, Grandes tendencias de la mís-
tica judía, Siruela, Madrid 1996.
472 PALABRAS DE AMOR
el nivel concreto y rico del encuentro interhumano. (b) Otros dirán que
el místico es aquel que sabe sacar las consecuencias del potencial que se
esconde en el nivel más hondo del éxtasis sexual: allí donde un hombre
y una mujer, unidos en trance compartido, gozan del olvido y la presen-
cia creadora del amor está emergiendo una experiencia de infinito que
se expresa en el mismo mundo (¡mi amado de las montañas!) pero que
desborda todo lo que existe sobre el mundo.
Desde ese fondo se pueden retomar, en otra perspectiva, los cuatro
momentos del esquema ya evocado. Ellos definen el sentido de la mística
como experiencia de encuentro enamorado. (1) Hay un principio de sali-
da: el hombre ha de “perderse”, para encontrar a quien quiere. (2) Hay un
momento de pasividad: tanto el enamorado como el místico abandonan
su existencia en manos de aquel a quien admiran. (3) Hay un encuentro:
enamorado y místico saben y «saborean», de manera vivencial, la realidad
de otra persona. (4) Hay, finalmente, un retorno a la acción: enamorado y
místico pueden hacer cosas que antes no podían, porque aman.
lo todo, no quieras ser algo en nada. / Para venir a saberlo todo, no quie-
ras saber algo en nada» (Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, I, 13).
De esa forma, a través de un intenso movimiento de purificación, el mís-
tico va expresando su amor a lo divino: ha sentido la voz de Dios, ha pre-
sentido su presencia y se dispone a encontrarle de una forma abierta. Por
eso va negando todo aquello que le impide abrir los ojos: va limpiando su
mirada, va afinando los sentidos, disponiendo el corazón para el encuen-
tro. Como novia anhelante, que aguarda al esposo y atiende al posible
clamor de sus voces, espera el orante. Para ello ha de hacer su camino,
en esfuerzo, logrando que toda su vida y su cuerpo se vuelvan espejo en
que viene a formarse el misterio.
aún más profunda a los orantes: les capacita para ser, para aguantar, para
cambiarse. La vida del místico es como el harpa polvorienta del poema de
G. A. Bécquer: «Del salón en el ángulo oscuro, / de su dueña tal vez olvi-
dada, / silenciosa y cubierta de polvo, /veíase el arpa. /¡Cuánta nota dor-
mía en sus cuerdas, / como el pájaro duerme en las ramas, /esperando la
mano de nieve /que sabe arrancarlas! / ¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
/ así duerme en el fondo del alma, /y una voz como Lázaro espera /que le
diga: Levántate y anda» (Rimas VII). El místico espera la mano templada
de Dios, la voz de Jesús que le diga: Levántate y anda.
enamorado se descubre que la vida sólo tiene sentido para el amor con-
creto, inmediato, redentor, abierto a cada uno de los necesitados del
camino. Ésta es la verdad final de la mística, tal como aparece en los
evangelios de Jesús. Mística es compartir la vida con los pobres y ofre-
cerles comida y cobijo: dar de comer, dar de beber, acoger al extranjero
y vestir al desnudo, cuidar al enfermo y visitar al encarcelado. Éste es el
amor que da frutos: el amor del que brotan los hijos, a quienes se acoge
y se cuida por amor enamorado; el amor que se extiende en concreto a
todos los hombres mujeres, como hizo Jesús, porque todos son hijos de
Dios. Un amor místico que no lleve en sí el amor concreto a los hombres
y mujeres que están necesitados no ha sido místico, no puede llamarse
encuentro con Dios.
114. Cf. L. BOFF, Pasión de Cristo, pasión del mundo, Sal Terrae, Santander 1981; R. E.
BROWN, La muerte del Mesías, Verbo Divino, Estella 2005; X. LÉON-DUFOUR, Jesús y
Pablo ante la muerte, Cristiandad, Madrid, 1982; J. MOLTMANN, El Dios crucificado,
Sígueme, Salamanca 1975; H. SCHÜRMANN, ¿Cómo entendió y vivió Jesús su muer-
te?, Sígueme, Salamanca 1982; El destino de Jesús. Su vida y su muerte, Sígueme,
Salamanca 2004; H. URS VON BALTHASAR, El misterio pascual, en MS III, 2, 143-336;
Teodramática IV. La Acción, Encuentro, Madrid 1995.
MUERTE 1 479
mano mata al otro. Vivimos desde entonces, desde siempre, sobre un mun-
do de caínes, como dice el poema donde Machado habla del campo de
Castilla: «El numen de estos campos es sanguinario y fiero; / al declinar la
tarde, sobre el remoto alcor / veréis agigantarse la forma de un arquero, /
la sombra de un inmenso centauro flechador./ Veréis llanuras bélicas y
páramos de asceta / –no fue por estos campos el bíblico jardín: /son tierra
para el águila, un trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra
de Caín» (Poesías completas, Madrid 1959, 877). No es sólo Castilla, ni
España. Por toda tierra de hombres, que podría haber sido transparencia
de amor, se alza el gran gigante de la guerra, la sombra de Caín que vaga,
envidia y mata. Este poena indica así que la muerte es consecuencia y
expresión del odio, del arquero flechador que cada uno cultivamos muy
adentro. El mismo principio de amor se vuelve así manadero de muerte.
En un contexto semejante presenta la Biblia el tercero de los pecados
primigenios, aquello que podemos llamar la perversión de los gigantes:
«Cuando los hombres se fueron multiplicando sobre la tierra y engen-
draron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran
bellas, escogieron algunas como esposas y se las llevaron... En aquel
tiempo –es decir, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los
hombres y engendraron hijos– habitaban la tierra los gigantes» (cf. Gen
6, 1-4). Lo que podía ser principio de amor (atracción hombre-mujer) se
convierte en manadero de violencia y muerte. De ese amor fracasado
surgieron los guerreros más violentos de la tierra. Sobre ese fondo ha de
entenderse y cobra su sentido el relato del diluvio. Allí donde el amor se
pervierte los hombres pueden destruirse.
De Adán-Eva hemos nacido. De Caín, hombre que ha invertido el
amor fraterno, procedemos todos. De los gigantes violadores que han
pervertido el amor sexual hemos nacido, corriendo el riesgo del diluvio,
es decir, de una muerte por falta de amor. Pero contra estos tres modelos
de amor-muerte se sitúa la cruz de Jesucristo, como fuerza que transfor-
ma los esquemas precedentes, como indicaré con un poco de detalle.
1. Cristo asume la muerte de Adán, la muerte que deriva del abismo del peca-
do y se realiza en la impotencia, en la ruptura, en la angustia. Pues bien, en ges-
to de inversión impresionante y salvadora, al morir como él ha muerto, Cristo ha
hecho que toda su existencia se convierta en don de amor hacia los hombres.
Sólo al injertar su propia vida en una vida envuelta en el pecado, Cristo puede
realizar y realiza el gesto máximo de amor: se entrega entre los hombres y mue-
re por ellos en total confianza, en gracia plena. Si Cristo no hubiera asumido este
tipo de muerte, no habríamos sabido lo que somos, no hubiéramos vivido.
480 PALABRAS DE AMOR
entrega por amor a los demás nunca se encuentra abandonado. Quien muere en
ese empeño no fracasa. Dios le acoge y resucita. Por eso, en la cruz descubrimos
el amor de Dios por Jesucristo.
3. La muerte en la Cruz es una llave que nos abre el misterio del amor intradivi-
no. Frente a todas las palabras religiosas anteriores y rompiendo el silencio de un
Dios que nunca se había revelado plenamente, la cruz nos introduce en el diálogo
de Dios y Jesucristo. Dios ama a Jesús; Jesús ama a su Padre y le devuelve su vida.
En ese encuentro intradivino, expresado en el Espíritu, se asienta el camino y la
esperanza de los hombres.
4. La muerte en la Cruz es centro donde se unen Dios y el hombre. En ella des-
cubrimos que el mundo no se funda en un acaso: tampoco es un efecto del peca-
do de los hombres. Más allá de todas las ideas escapistas, superando todos los
pecados, la existencia de los hombres se funda en el amor del Hijo por el Padre.
Por eso, lo que importa no es subir al cielo ni bajar sobre la tierra, sino descubrir
cómo se juntan en ella Dios y el hombre.
5. Finalmente, la muerte de Jesús es la expresión del amor interhumano. Donde
la cruz se hace presente quiebra el maleficio de Caín, la soberbia de Adán o los
gigantes: el hombre encuentra su frontera y su cimiento en la apertura gozosa
hacia los otros.
Jesús no sólo se hace hombre para amar a los hombres, sino que vive
totalmente para ellos. Por eso, sus amigos y compañeros (Pedro y Juan,
Marta o María) no son simples signos de un camino que conduce al cie-
lo, sino personas concretas a las que puede amar en la tierra. Jesús no
tiene que morir para amar, sino que muere porque ama ya y porque lo
hace de manera intensa. Jesús ha sido y es «Dios hecho carne»: introdu-
ce en nuestra vida el ser de lo divino y lo introduce sobre un mundo con-
flictivo, atormentado, destrozado. Pone su tesoro –el tesoro de su ser y
su belleza, su palabra y su destino– en nuestras pobres manos de tierra,
manos de Adán y de Caín, de pecadores. ¡El Hijo de Dios ha plantado la
tienda de su amor entre nosotros! (cf. Jn 1, 14), entre unos hombres vaci-
lantes, a veces despiadados, duros, vengativos. Vivió para entregarles su
cariño. Como es normal, algunos le escucharon, recibieron su regalo,
agradecieron su palabra. Pero, actuando con la lógica del mundo, otros
se sintieron amenazados y le mataron; tomaron su mensaje y su perso-
na y lo colgaron, como infamia, en un madero. La cruz de Jesús no es la
expresión de un hombre que se eleva hacia los cielos sino el signo de un
Dios humanizado que se entrega a favor de los hombres.
116. Cf. X. BASURKO, Para comprender la Eucaristía, Verbo Divino, Estella 1997; J. P.
CROSSAN, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994; El nacimiento
del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002; J. L. ESPINEL, La Eucaristía del Nuevo
Testamento, San Esteban, Salamanca 1980; R. M. FOWLER, Loaves and Fisches: The
Function of the Feeding Stories in the Gospel of Mark, Scholars P., Chico CA 1981; X.
PIKAZA, Fiesta del pan, fiesta del vino. Mesa común y eucaristía, Verbo Divino, Estella
2006; E. TOURÓN DEL PIE, “Comer con Jesús. Su significación escatológica y euca-
rística”: Rev. Esp. de Teología 55 (1995) 285-329; 429-486.
484 PALABRAS DE AMOR
de Dios a los hambrientos (Lc 6, 20-21). Sin buena noticia para los
pobres no existe evangelio, ni tiene sentido el mensaje de Cristo (cf. Mt
11, 5). En este contexto se inscribe el signo de las multiplicaciones, que
definen la primera eucaristía, de panes y peces, en al campo abierto.
Jesús ha compartido su palabra con aquellos que han venido y sus dis-
cípulos le dicen que les despida ya, pues tienen hambre, para que com-
pren (los que puedan) y coman. Jesús responde:
1. Jesús ofrece la comida a todos, sin separar ante el pan a buenos de malos
(Mc 6, 30-40). Han venido todos los que tienen algún tipo de necesidad y Jesús
no excluye a nadie sobre el ancho campo de la verde tierra, sino que abre para
todos un espacio de comensalidad, vinculada a la palabra escuchada y compar-
tida. No ofrece un sacramento eucarístico sólo para bautizados y limpios (bien
confesados, separados de los malos) como después exigirá la iglesia, sino que
ofrece un sacramento universal de fraternidad y pan universal, por encimas de
las diferencias religiosas y rituales.
2. Este es un gesto de amor integral, que incluye palabra (Mc 6, 34) y comida
(panes-peces). Sin necesidad de estructuras eclesiales o de lugares sagrados
(templos), Jesús ha creado, sobre el ancho mundo de todos, un especio de comu-
nicación en el que pueden integrarse todos los hombres y mujeres de la tierra. Si
sólo ofreciera palabra acabaría siendo un ideólogo; si sólo ofreciera pan podría
ser un activista social, en la línea de la caridad clasista que sirve para mantener
sometidos a los más pequeños. Pero él ofrece pan y palabra, y así aparece como
creador de comunión humana
3. El amor de Jesús se expresa en panes y peces (Mc 6, 38), alimento necesario
para la subsistencia, en ámbito cultural mediterráneo. No se dice nada del agua,
porque allí (junto al lago) resulta gratuita y abundante. Tampoco se habla de
vino o de carne de fiesta, pues vino y carne eran lujo costoso, comida de ban-
quete, que no formaba parte de la dieta del campo o de los pobres, que estaba
formada por los panes y peces de cada día.
MULTIPLICACIONES 485
4. Esta es comida de amor que no se compra o vende, como querían los discí-
pulos: ¡que vayan y que compren quienes puedan! Así se desentienden, añadien-
do que para alimentar a todos los que habían venido haría falta muchísimo dine-
ro (unos doscientos denarios: Mc 6, 37). Estos discípulos, que parecen represen-
tantes de la iglesia posterior, asumen una lógica de capital y salario, suponiendo
que cada uno ha de arreglarse con lo suyo. Pues bien, en contra de eso, Jesús
quiere que esta sea una comida gratuita, superando el plano monetario. Por eso
dice a los miembros de su grupo: Dadles vosotros... ¿cuántos panes tenéis?... (6,
37-38). Así supera la ley del mercado (comprar) introduciendo en la iglesia el
principio de la donación y gratuidad activa (dar). Nuestro problema no es de
carencia (hay bienes suficientes) sino de justicia y participación.
5. Es una comida celebrativa. Sólo en este contexto ha utilizado Marcos un len-
guaje de fiesta o rito religioso, sin necesidad de templos o cultos especiales: «Y
tomando lo cinco panes y los dos peces, mirando hacia el Cielo, bendijo y partió
lo panes y los dio a los discípulos para que los repartieran...» (Mc 6, 41). Los sacer-
dotes de Jerusalén (o de otros templos) bendicen a Dios en un lujoso santuario,
sobre un sacrificio elitista, con animales apropiados. Jesús, en cambio, le bendice
a pleno campo, allí donde todos comparten la comida, vinculando de manera inse-
parable oración dirigida a Dios y la comunicación económica o fracción del pan.
117. Cf. L. BOFF, Ecología, grito de la tierra, grito de los pobres, Trotta, Madrid 1966; La
dignidad de la tierra, Trotta, Madrid 2000; V. M. CAPDEVILA, El amor natural en rela-
ción con la caridad según la doctrina de santo Tomás, Seminario, Gerona 1964; H.
JONAS, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tec-
nológica, Herder, Barcelona 1995; S. MCFAGGE, Modelos de Dios. Teología para una
era ecológica y nuclear, Sal Terrae, Santander 1987; V. PÉREZ PRIETO, Do teu verdor
cinguido. Ecoloxismo e cristianismo, Espiral Maior, A Coruña 1997; X. PIKAZA, El
desafío ecológico, PPC, Madrid 2004; A. PRIMAVESI, Del Apocalipsis al Génesis.
Ecología, feminismo y cristianismo, Herder, Barcelona 1994; P. ROUSSELOT, Pour
l’histoire du probléme de l’amour au moyen age, Aschendorff, Münster 1908 (=Vrin,
París 1981); R. RUETHER, Gaia y Dios. Una teología ecofeminista para la recuperación
de la tierra, DEMAC, México 1993.
MUNDO 487
NACIMIENTO118
118. Cf. H. ARENDT, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993; J. HABERMAS, El futu-
ro de la naturaleza humana, Paidós, Barcelona 2002; M. HENRY, Encarnación. Una
filosofía de la carne, Sígueme, Salamanca 2001; P. SLOTERDIJK, Normas para el par-
que humano, Siruela, Madrid, 2000.
492 PALABRAS DE AMOR
119. Cf. J. D. CROSSAN, “Kingdom and Children. A Structural Exegesis”: JBL, Sem. Papers
1982, 63-80; El nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002; V. K.
ROBBINS, “Pronouncement Stories and Jesus Blessing of the Children. A Retorical
Approach”: JBL Sem. Papers, 1982, 407-435; X. PIKAZA, El Evangelio. Vida y pascua
de Jesús, Sígueme, Salamanca 21993, 133-143.
494 PALABRAS DE AMOR
iglesia han de ser hombres y/o mujeres capaces de acoger a los niños, no
en perspectiva patriarcal (desde arriba), sino de identificación y diálogo:
de acogerles, abrazarles y bendecirles, para que puedan crecer en amor.
La iglesia posterior ha ritualizado este gesto en el bautismo de los niños,
corriendo el riesgo de encerrarse y encerrarles en un plano sacral. Jesús,
en cambio, quiere que podamos acogerles de manera humana, integral,
ofreciéndoles espacio de existencia, pues valen por lo que son ya, no por
lo que un día serán.
Jesús no ha venido a reproducir la estructura del sistema, sino a cre-
ar un movimiento de comunicación gratuita y personal donde los niños
y pobres sean primeros. Así invierte el orden social desde los antes
excluidos. De esa forma, su iglesia puede y debe establecerse como socie-
dad alternativa, pues lo que importa no es una armonía superior, sino el
despliegue gratuito de la vida, que se ofrece de un modo especial a los
niños. Allí donde el Bautista clamaba que el mundo está maduro para
el juicio, afirma Jesús que es ya tiempo del Reino, a partir de los niños.
El sistema les valora porque les necesita y quiere reproducirse por ellos.
Jesús les quiere por sí mismos, porque están necesitados y son signo del
Dios infinito, no función de un sistema. La contemplación gozosa del
valor infinito de los niños y el servicio de amor que se debe ofrecerles
constituye el principio del evangelio. Por eso, los representantes de la
iglesia (obispos o presbíteros) deben ser especialistas en amar y servir a
los niños, pero no al modo patriarcal (en gesto de benevolencia supe-
rior), sino en cercanía cordial y vida compartida. Si ellos se vuelven inca-
paces al compartir de una manera consecuente la vida con los niños
ponen en riesgo la identidad del evangelio.
amor, que guía el movimiento de los astros, pero ellos no lo saben. El espíri-
tu de amor sondea los abismos de la materia, pero ellos lo ignoran. Sólo en
la medida en que el mundo parece dirigirse y culminar en los hombres pode-
mos decir que es amoroso.
2. Amor que distingue y unifica: hombre y mujer. En un primer momento, el
sexo es elemento natural: es la consecuencia de un rodeo de la vida que ha que-
rido dualizarse en las especies superiores, cuyos individuos son machos y hem-
bras, para así expandirse mejor. También el sexo de los hombres pertenece, en
un nivel, a la naturaleza. Pero en otro plano forma parte de un despliegue per-
sonal, de crecimiento afectivo y libertad, que solemos vincular con el género
(también masculino y femenino), que no es simplemente sexo.
3. Amor que personaliza: libertad. En el mundo nacemos, de la unión sexual
procedemos, pero sólo somos hombres o mujeres, es decir, personas si acogemos
libremente el amor que en libertad nos han ofrecido, para así vivir por nosotros
mismos. El amor humano sólo es verdadero si engendra en libertad, de manera
que cada ser humano ha de hacerse dueño de sí mismo, asumiendo de esa for-
ma la más arriesgada de todas las tareas: la de ser independiente y así poder dar-
se a los demás.
4. Amor que explora: deseo. Los animales nacen en un mundo que se encuen-
tra ya dado de antemano; por eso, para decirlo de un modo superficial, sólo de-
sean aquello a lo que estan destinados. Por el contrario, los hombres y mujeres
nacen de un amor abierto, de manera que pueden desearlo todo. En esa línea, el
amor empieza siendo una tendencia indefinida o, quizá, mejor infinita, un deseo
de todo (o incluso del Todo).
5. Vivir fuera de sí: el amor es pasión. Me he referido ya a la libertad, que es
la capacidad de ser dueño de sí mismo y de optar de una manera voluntaria. Pero
el amor pone en marcha un movimiento y proceso de vida que parece desbor-
darnos, apoderándose de nosotros. En ese sentido decimos que es una pasión:
no logramos poseerlo, nos posee, de tal forma que no somos nosotros los que lo
hacemos, sino que es el mismo amor el que nos hace.
O
Ésta es la pregunta que elevan desde la cárcel los que van a ser ajus-
ticiados. Pues bien, asumiendo el mensaje de las profecías (cf. Is 35, 5-6;
42, 18), Jesús se atreva a decir que él ofrece el amor de Dios, ofreciendo
el Reino a los encarcelados. En ese contexto expone el sentido de sus
obras y, en especial, la de curar a los enfermos (cf. Mt 9, 36; 14, 14 par),
como obras de amor que libera. Éstos son sus gestos, ésta es la acción
del amor que trasforma la vida de los hombres:
120. Entre los comentarios a Mt, cf.: U. LUZ, El evangelio según san Mateo. 1. (Mt 1-7). 2.
(Mt 8-17). 3. (18-28), BEB, 74, 103 y 111, Sígueme, Salamanca 2001/4; I. GOMÁ, El
evangelio según san Mateo, I-II, Facultad de Teología, Barcelona 1980; P. BONNARD,
El evangelio según san Mateo, Cristiandad, Madrid 1976. Cf. J. L. SEGUNDO, El caso
Mateo. Los comienzos de una ética judeocristiana, Sal Terrae, Santander 1994.
500 PALABRAS DE AMOR
1. Los ciegos ven y los cojos andan los sordos oyen (milagros en un nivel de
comunicación). Ciegos, cojos y sordos forman parte de una humanidad que no
puede comunicarse: ver, oír, dirigirse a los demás. En esa línea, el verdadero
milagro del amor consiste en que los hombres y mujeres puedan vivir y relacio-
narse en libertad unos con otros. Ceguera, sordera y cojera eran como una cár-
cel que tenía a muchos hombres encerrados. Jesús cura a los hombres para que
puedan comunicarse, es decir, amar.
2. Los leprosos quedan limpios, es decir, pueden comunicarse también con los
demás. Este milagro tiene un carácter aún más social que los anteriores, pues los
leprosos estaban expulsados de la sociedad, que los rechazaba y marginaba por
motivos “religiosos”, encerrándoles en la cárcel de su propia enfermedad. Para
que un leproso se cure han de cambiar las estructuras de separación de una socie-
dad que les expulsa, para proteger de esa forma su propia limpieza. No hacía fal-
ta una cárcel física, ni una leprosería como las modernas. Aquella sociedad expul-
saba a los leprosos sin necesidad de cárceles, ni policías. Jesús les reintegra en una
sociedad distinta, capaz de acoger a los que antes parecían impuros, irrecupera-
bles. Ésta es la obra del amor.
3. Los pobres son evangelizados (liberación por el mensaje). En un plano, la
palabra «pobres» alude a los mismos enfermos (ciegos, cojos, leprosos…), pero
en otro plano recibe un sentido más amplio, pues incluye a todos aquellos que
no tienen o reciben “buenas noticias” en la vida. Evangelizar a los pobres no es
darles sólo un mensaje espiritual de salvación, sino cambiar su misma vida,
haciendo que ellos pueden desplegar aquella riqueza personal que les permite
ser en plenitud. Por eso, más que proponer una teoría, evangelizar es potenciar
la vida entera o, quizá mejor, despertar el potencial de vida que está oculto en los
más pobres, haciendo que ellos mismos puedan desarrollarlo, en gesto de amor
que da, recibe y comparte.
4. Y los muertos resucitan (nivel escatológico). En un plano, Jesús puede alu-
dir y alude a las personas que él ha resucitado, según la tradición de los evange-
lios (la hija de Jairo, la hija de la viuda de Naím o, incluso, Lázaro). Pero aquí la
resurrección implica mucho más. Es la esperanza y la experiencia de la supera-
ción de la muerte, tal como se expresa por la pascua, al final del evangelio. Esta
es también la esperanza y experiencia que ha de hallarse al fondo de todos los
que escuchan y acogen la palabra de Jesús, dejándose transformar por su poten-
cial de resurrección. Este anuncio cobra aquí todo su sentido: sólo allí donde se
ofrece evangelio a los pobres y se cura a los enfermos puede hablarse de resu-
rrección, es decir, de un amor que vence a la muerte.
5. Y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí (nivel cristológico). Juan
Bautista está en la cárcel y desde allí ha preguntado por aquel que ha de venir.
Jesús le responde desde su situación de libertad, pero sabiendo que su propuesta
puede producir escándalo. Ciertamente, es “poderoso”: cura a los enfermos, anun-
cia buena nueva a los pobres; pero, al mismo tiempo, es un hombre discutido y
rechazado por muchos que buscan otro tipo de libertad, otra respuesta a los pro-
blemas de la vida y de la sociedad. Por eso, aquellos que se sienten incapaces de
OBRAS DEL MESÍAS 501
según Gen 2-3, el hombre concreto nace de la envidia*, una envidia que
puede y deber ser superada por el amor, pero sólo en un segundo momen-
to. En esa línea, R. Girard afirma que en el fondo de todo amor humano
hay un elemento de imitación o mimesis violenta: sólo aprendo a querer
aquello que otro quiere (y porque él lo quiere), de manera que para alcan-
zar lo que deseo he de enfrentarme con aquel que me ha enseñado a que-
rer (es mi maestro y modelo), introduciéndome así en una especie de
conflicto triangular perpetuo. Pues bien, en contra de eso, aunque reco-
nozco que los amores originarios pueden tener y tienen un elemento con-
flictivo (vinculado a lo que en teología se llama el pecado original), en sí
mismos, ellos no son malos, ni violentos sin más, ni envidiosos.
La vida del hombre no es una tragedia ni una lucha infinita: no somos
vivientes caídos, condenados a vivir en un mundo de violencia/dolor
(Buda) o de pasiones materiales (Platón); no estamos obligados a negar
todo deseo (Buda) o dirigirlo hacia unos bienes que siempre nos tras-
cienden (Platón). Tampoco estamos condenados a luchar en contra de
otros para alcanzar lo que queremos, pues hay unos amores que son bási-
camente positivos, como iremos viendo. Ciertamente, no somos puro
amor; nuestra vida es un drama complejo, una historia que se sitúa y nos
sitúa ante la alternativa de existir en un nivel de fe/amor (confiando unos
en otros, para abrirnos de esa forma a la resurrección) o de luchar, sin fin,
unos contra otros. No somos puro Dios (seres ya acabados, que dicen: soy
el que soy); pero tampoco somos pura nada (no soy), ni lucha inexorable,
sino vivientes divididos, que podemos decir yo-soy (aceptando nuestra
vida y naciendo en amor) o podemos no-ser (es decir, destruirnos), si
negamos el amor. La misma forma en que nacemos y llegamos a ser se
sitúa y nos sitúa ante la alternativa del amor o de la falta de amor y la vio-
lencia. Pero amor y no-amor no son posibilidades paralelas, igualmente
valiosas. Sólo hay una posibilidad buena, que es el amor: nacer por gra-
cia, del amor de la madre (de los padres) y crecer gratuitamente, en amor
enamorado y comunión social. La otra posibilidad es la carencia de amor,
es el rechazo de la vida y la ruptura con los otros. Sólo es positivo el amor;
la falta de amor es rechazo de la vida, es opción de muerte.
Eso significa que, a pesar de las formulaciones simétricas de algunos
textos de la Biblia (¡pongo ante ti la vida y la muerte, el amor o el odio!:
cf. Dt 30, 15), el amor y la muerte no son realidades igualmente posibles.
Los hombres no nacen en el vacío, entre el amor y el odio, para escoger
después lo que ellos quieran (como parece suponer también Mt 25, 31-
46), sino que nacen positivamente del amor, que es el único principio de
la vida, aunque están abiertos a la posibilidad del odio y de la muerte.
ORIGEN 503
1. Amor de madre. Antes que el deseo del niño que busca a la madre y en ella
pretende encontrar al Absoluto, en disputa con el padre (por seguir el esquema de
S. Freud), descubrimos el amor de la misma madre que quiere al niño de modo
vital y personal (engendrador), no sólo porque es bueno para ella (para realizarse
o sentirse bien, reconocida), sino para que el niño sea y se vuelva independiente,
dueño de sí mismo (de manera que un día pueda incluso abandonar a la madre).
Sin este deseo/amor de madre (distinto de la pura maternidad biológica de los
animales), que se abre y expresa en forma de fe personal, no hubiera podido sur-
gir el ser humano. Por eso decimos que el niño nace del amor de la madre (o de
quienes hacen sus veces), en un campo de vida que está abierta a lo divino. Desde
ese fondo y manadero de fe, el niño puede confiar también en el padre, entrando
así en un ámbito de relaciones personales marcada por la fe. Allí donde el impul-
so generador de la vida se hace amor de madre, allí donde la vida engendrada se
expresa como amor de acogida del hijo; allí donde madre e hijo se abren en común
a un tercero (padre o quien haga sus veces) se puede hablar de ser humano en gra-
tuidad de fe, más allá de la necesidad cósmica y de la pura violencia interhumana.
2. Amor enamorado. Junto al amor de madre-padre-hijo, se despliega también
en la vida del hombre el deseo/amor del otro en cuanto distinto (amigo/a), un deseo
que brota desde el nivel de lo biológico-sexual, pero que se abre al amor personal.
Los animales no desean de un modo personal, sino que se atraen y aparean, arras-
trados por el mismo impulso de la vida que se manifiesta en ellos. Los hombres y
mujeres viven también en un plano animal; pero, al mismo tiempo, situándose en
un plano superior, ellos se desean de un modo personal, creyendo unos en otros y
aprendiendo a ser en compañía, confiándose mutuamente la vida. Sin este deseo
enamorado, que es amor creyente (confiarse uno al y en el otro), no existe vida
humana. Por eso, al llegar a este nivel, no basta ya el esquema hegeliano de amo-
siervo, ni el de la pura imitación o mimesis, como si cada uno quisiera querer y
encontrar en el otro aquello que ha visto que otros quieren (en la línea de la envi-
dia* de R. Girard), sino que surge un tipo de relación esponsal, que vincula a los
amantes en cuanto personas. Cada uno de los esposos-amigos entrega su vida al
otro, entregándose a sí mismo, en gesto de libertad, para que el otro/a le acoja y le
cuide, de forma que cada uno sea en sí mismo siendo desde el otro y con el otro.
3. Comunidad de creyentes. Los hombres sólo pueden convivir si confían
unos en los otros, no sólo en el contexto de familia, sino de vida social y laboral.
No pueden vivir siempre sospechando y defendiéndose los unos de los otros, en
batalla sin fin; por eso han suscitado desde antiguo espacios de fe compartida,
dentro de los cuales ellos pueden confiar unos en otros, especialmente a través
504 PALABRAS DE AMOR
del lenguaje. Siguiendo el modelo del chivo expiatorio/emisario de Lev 16, algu-
nos piensan que esos espacios interiores de confianza-convivencia sólo son posi-
bles allí donde los miembros de un grupo sacrifican a sus víctimas internas (chi-
vo expiatorio) y expulsan a las externas (chivo emisario). Pues bien, en contra de
eso, pensamos que, en su origen y esencia, la fe amorosa (interhumana) no está
necesariamente vinculada a la represión interna (chivo expiatorio) y a la lucha-
exterior (expulsión y muerte del chivo emisario), sino que pueden existir y exis-
ten espacios positivos y gratuitos de fe y amor, vinculados al deseo y gozo posi-
tivo del otro o de los otros, como compañeros de vida y trabajo, de fiesta y espe-
ranza. En ese contexto decimos que el hombre es voluntad de ser/amor (no de
poder, como pensaba Nietzsche).
Estas son las tres líneas de la voluntad de amor en las que va desa-
rrollándose el hombre, desde la perspectiva del origen (padres/hijos), de
la profundización en los misterios de la vida (enamorados, esposos) y
de su expansión (grupo social). Eso significa que el deseo/amor no se
encuentra abierto de un modo indiferente (indefinido) hacia cualquier
línea a la que puedan dirigirle los demás, dentro de un esquema donde
no hay más que imitación y enfrentamiento, sino que la vida del hom-
bre se encuentra como “troquelada” (motivada, impulsada) en la línea
de esos proto-amores, que volvemos a presentar desde una perspectiva
más teórica.
122. Cf. J. MEJÍA, Amor, pecado, alianza. Una lectura del profeta Oseas, UCA, Buenos Aires
1975; H. SIMIAN-YOFRE, El desierto de los dioses. Teología e historia en el libro de
Oseas, Almendro, Córdoba 1993; H. W. WOLFF, Oseas hoy. Las bodas de la ramera,
Sígueme, Salamanca 1984. Véase también F. ASENSIO, El Hèsed y ‘Emet Divinos,
Gregoriana, Roma 1949; I. M. SANS, Autorretrato de Dios, Deusto, Bilbao 1997;
P. vAN IMSCHOOT, Teología del Antiguo Testamento, FAX, Madrid 1969.
506 PALABRAS DE AMOR
4. Haré una alianza para ellos ¡Paz eterna! (2,20). La esposa aparece ya clara-
mente como pueblo: es el pueblo de Israel, la humanidad abierta al amor de Dios,
cuya misericordia convierte de nuevo este mundo en paraíso.
5. Me casaré contigo en misericordia y compasión... (Os 2, 23-22). Aquí apare-
cen en el fondo los motivos de Ex 34, dentro de la perspectiva de una teología de
la alianza. Hay entre Ex 34, 6-7 y Os 2, 21-22 muchos términos comunes: mise-
ricordia, compasión y fidelidad (hesed, rehamin y emuna). Os 2,21-22 añade unas
palabras muy significativas: justicia y derecho (sedeq y mispat).
(a’: Amor mutuo). No debáis nada a nadie, antes bien amaos mutua-
mente, pues quien ama al otro ha cumplido la ley. Porque el no adultera-
rás, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquier otro mandamiento
queda asumido (y cumplido) en el amarás a tu prójimo como a ti mismo.
El amor al prójimo no hace ningún mal; porque el amor es la plenitud de
la ley (Rom 13, 8-10).
El nivel evangélico (a y a’) está definido por el amor gratuito. Pero los
cristianos viven, al mismo tiempo, en una altura de ley social (b), mar-
cada por el orden del imperio, es decir, por la espada, no por gracia. (1)
Para mantener su seguridad, la ley social (racional) del estado/imperio
necesita la espada del soldado y la del juez, que dirimen con violencia
legal las contiendas humanas. (2) Por el contrario, el amor cristiano de
la iglesia no necesita ni espada legal, pues resuelve sus dificultades de
un modo gratuito. El amor cristiano no puede imponerse sobre el mun-
do de manera coactiva, pues el mundo, en su nivel de ley social, está
dominado por potestades que actúan por la fuerza. El Estado puede
apelar a la violencia, los cristianos sólo pueden obrar por amor. en el
nivel del estado, los cristianos están sometidos a los poderes políticos,
que tienen que acudir a la violencia (Rom 13, 1-7). Pero, en su nivel más
propio, por gracia de Dios, ellos han superado el Estado (cf. Rom 8, 31-
39) y, sin negarlo, viven ya en una dimensión de gratuidad. De esa for-
ma se vinculan y contraponen ambos planos. El primero es el plano del
deber, el segundo el del amor
Este paso que nos lleva del deber/ley, donde domina la espada y
donde las deudas se pagan, al nivel del amor-gracia (donde nada se
debe ni impone) define el evangelio. En el plano del deber sigue domi-
nando la espada, que corta con su fuerza los deseos violentos (no adul-
terar, no matar, no robar). En el plano del amor todo es gracia. Rom
13, 9 evoca tres deseos violentos (1) Deseo de adulterio: quiero poseer
precisamente lo que el otro tiene de más grande, su mujer (o su mari-
do), para así imponerme y dominarle. (2) Deseo de homicidio: tengo
envidia del otro y así quiero destruirle, para que no pueda interferir en
mi vida. (3) Deseo de robo: quiero apoderarme de lo que tiene el otro,
para hacerlo mío.
En esas tres prohibiciones centrales (no adulterar, no matar, no
robar) ha recreado Pablo la tabla de los mandamientos, vinculados a la
ley del Estado, que puede oponerse con la fuerza (espada) a los que
adulteran, matan y roban. Pues bien, Pablo ha condensado esas tres
prohibiciones en una que dice “no desearás”, reinterpretando así el
PABLO 1 511
mandamiento final del Decálogo (Ex 20, 17; Dt 5, 21). Pero allí donde
el Decálogo hablaba de unos deseos concretos (de la casa, mujer, sier-
vo, criado, toro, asno del prójimo...) Pablo se opone al deseo en gene-
ral. Como buen escriba, él ha resumido la ley israelita en este último
mandato negativo: «no desearás». Pero sabe que esa prohibición resul-
ta insuficiente para dirigir la vida de los hombres. Por eso invierte el
tema y lo plantea en forma positiva, presentando un deseo más alto, no
como prohibición o negación, sino como afirmación: Amarás a tu pró-
jimo como a ti mismo. Más allá de la ley, que sólo puede culminar en
forma negativa («no desearás»), aparece aquí un «mandamiento positi-
vo, de gracia», que ya no es mandamiento, sino revelación de amor, que
traduce en forma antropológica universal la exigencia teológica del she-
ma israelita: «Escucha Israel, Yahvé nuestro Dios es un Dios único;
amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón...» (Dt 6, 4-5). Allí donde
la ley quería cerrar con su mandato el camino del deseo, esta palabra
positiva extiende ante los hombres el más alto impulso y camino de un
deseo de amor purificado
La tradición sinóptica unía este amor al prójimo con el amor a Dios
(cf. Mc 12, 29-31 par), en una línea que habían destacado ya algunos
escribas y sabios judíos, de tal forma que parecía haber dos manda-
mientos. Pues bien, Pablo no habla ya de dos amores, sino de un solo
amor, dirigido expresamente al prójimo. Evidentemente, Dios tiene que
estar y está incluido en el despliegue de ese amor al prójimo, pero sólo
de un modo velado, como fondo y realidad de todos los amores. Los tres
mandamientos «negativos» (no adulterar, no matar, no robar) se con-
densan en uno (no desear), pero sólo pueden superarse con un manda-
miento positivo más alto: amar al prójimo como a uno mismo.
La ley que prohíbe desear supone que somos unos vivientes que, al
romper el equilibrio con nuestro entorno, tendemos a buscar y poseer lo
que otros tienen, para hacerlo así nuestro. A ese nivel, todos los manda-
tos se acaban resumiendo en uno: No desearás. Parece que la misma reli-
gión se vuelve represión: por un lado nos muestra el poder de los deseos
y por otro nos impide vivir sometidos a ellos. En este nivel resultaba
necesaria un tipo de antropología y/o religión política, que sigue estan-
do representada por el sometimiento (Rom 13, 1.5) y la espada (Rom 13,
4). Pablo nos sitúa así ante la ley universal de sumisión, propia del impe-
rio, que puede tener y tiene también su justicia, para «bien» de los hom-
bres, pero en un plano de ley, no de amor (cf. Rom 13, 3).. Pero en el
hombre hay algo mayor que la prohibición del deseo, hay una fuente de
512 PALABRAS DE AMOR
124. Además de comentarios a 1 Cor, cf. A. NYGREN, Eros et Agapé. La notion chrétienne
de l’amour et ses transformations I-II, Aubier, París 1944/1952; C. SPICQ, Teología
moral del Nuevo Testamento, I-II, Eunsa, Pamplona 1970/3; Agapé en el Nuevo Testa-
mento, Cares, Madrid 1977.
PABLO 2 513
(1) 1 Cor 13, 1-3. Entorno y riesgos del amor: mística, profecía, martirio
Los psicólogos suelen distinguir cinco tipos de amor (paterno-materno,
filial, erótico-matrimonial, de amistad y fraterno). Las religiones ponen
de relieve diversos rasgos del amor: la compasión (budismo), la identidad
cósmica (tao), la identificación mística (hinduismo), la misericordia
(judaísmo e Islam)… El cristianismo ha destacado la unidad de los dos
→ mandamientos del amor (a Dios y al prójimo: Mc 12, 27-34) y ha insis-
tido en el amor al enemigo (cf. Mt 5-7) y en la encarnación de Dios como
amor (cf. Jn 1). Pues bien, desde su propia situación cristiana, Pablo rela-
ciona el amor con tres grandes experiencias y riesgos ideológicos de la
vida humana: revelaciones, profecías, obras extraordinarias.
1. Si ‘yo’ hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles (13, 1). La pri-
mera ideología o falsedad del amor puede estar vinculada a una perfección mís-
tica, que parece importante, pero que es sólo una palabra vacía, propia de aque-
llos que dicen conocer y hablar las lenguas de los hombres (en plano de mun-
do) y de los ángeles (en plano de perfección espiritual). Éstos son los que todo
lo dicen, dominando los lenguajes, con apariencia de verdad y superioridad,
para sentirse a sí mismos perfectos, dejando en un segundo plano a los demás,
pobres hombres de la baja tierra, que se sienten incapaces de comunicarse.
Estos ‘hablantes de lenguas’ son hombres y mujeres poderosos, en sentido psi-
cológico o social. Pablo no discute en ningún momento sus capacidades, pero
nos diría que ellas pueden interpretarse con medios psicológicos, para-psicoló-
gicos (de penetración mental), e incluso demoníacos (de posesión diabólica).
Estos expertos en lenguas escuchan y hablan de un modo elevado, llegando
incluso a tomar en serio lo que dicen (son ‘creídos’ en el sentido radical de la
palabra). En nuestro tiempo se podría afirmar que controlan las redes informá-
ticas y los canales de la propaganda, como si fueran dueños de la palabra que
debe escucharse. Y en algún sentido lo son: la voz de sus falsas campanas pare-
ce la única que suena en todo el mundo. Pero es palabra de poder, al servicio de
sí mismos. En realidad están vacíos, no tienen nada que decir, son como puro
metal que suena sin contenido verdadero, o con el contenido de la violencia
dominadora (son bronce de campana hecho cañón para la guerra). Éste no es
sólo un peligro del mundo exterior, sino el peligro de la falsa mística, propia de
PABLO 2 515
aquellos que creen haber aprendido desde arriba, por visión, la esencia de las
cosas, sin haber entrado en la dinámica del amor, que es encarnación de vida,
entrega mutua, diálogo humilde de personas, en la línea de Jesús.
2. Y si ‘yo’ tuviera profecía... (13, 2). En sentido externo, la profecía es algo
que ‘se tiene’, como cualidad que adviene, sin identificarse con uno mismo. Por
eso, acabará diciendo el texto, “el que profetiza y no ama no es persona”, es una
profecía ambulante, pura máscara sin interioridad. Es evidente que los verdade-
ros profetas (como Jeremías o Juan Bautista, y el mismo Pablo, por no hablar de
Jesús) habrían protestado, diciendo que no podían separar su entrega profética
y su vida: para todos ellos, la profecía era amor hecho persona. Pero Pablo sabe
también que puede haber, y hay con frecuencia, una profecía separada de la vida,
hecha negocio sin amor, como se ha dicho desde antiguo al hablar de los ‘falsos
profetas’, condenados con gran fuerza por el evangelio (cf. Mt 7, 1; 24, 11 par).
Y si ‘yo’ viera todos los misterios y toda la gnosis... La profecía, especialmente en
los apocalípticos (como en los libros de Daniel o Henoc apócrifo) está llena de
revelaciones, de manera que, en tiempos de Jesús, los profetas eran considera-
dos videntes que penetraban en los misterios (que expresaban lo que ha de ser al
fin de los tiempos) y poseían la gnosis (que es el conocimiento del Dios escondi-
do). Si ‘yo’ tuviera fe hasta para trasladar montañas... Estrictamente hablando,
este lenguaje no parece propio de Pablo, que no concibe la fe como algo que se
tiene (posesión de la que uno puede estar orgulloso), sino como un modo de ser
en Dios, en gratuidad y donación de vida. Pero aquí, lo mismo que en 1 Cor 12,
9, Pablo habla de fe (pistis) como de un don especial, propio de algunos que pue-
den hacer cosas milagrosas, en el sentido de aquella fe que mueve montañas, de
la que trató Jesús (Mt 17, 20 par). Pues bien, esa fe puede vaciarse de sí misma,
volviéndose pura realidad externa sin amor, como sabe el mismo evangelio (cf.
Mt 7, 22). Si eso sucediera, un milagro sin amor no serviría de nada, sino que
sería destructivo.
3. Y si yo repartiera todos mis bienes... De las lenguas (mística) y de la profe-
cía (visiones poderosas) pasamos al nivel de la comunicación económico-perso-
nal. Muchos piensan que todo se arregla en el mundo con dinero o con obras
externas. Pero el simple ‘dar’ material no es suficiente. Éste es el lugar de la pato-
logía del amor, el lugar del engaño supremo de aquellos que parecen emplear
medios mejores (más costosos) para así imponerse por encima de los otros. ¿No
sería bueno que aquellos que tienen muchos bienes lo dieran todo para bien de
los necesitados? ¡Evidentemente! Pero en el fondo de ese gesto puede esconder-
se una trampa: un deseo de dominio más alto, un egoísmo. Pues bien, en contra
de esa trampa, Pablo sabe que el dar verdadero, en un nivel de humanidad
mesiánica, sólo tiene sentido cuando es gratuito, sin más finalidad que el rega-
lar, compartir y dialogar, en igualdad y amor. En este contexto evoca Pablo un
tipo de martirio: “y si entregara mi cuerpo para ser quemado”. Ciertamente, es
bueno dar la vida, pero en el fondo de ese ‘don de la vida’ puede haber y hay a
veces un engaño más alto, pues uno puede sacrificarse con el fin de mostrar su
propia razón o su superioridad, no por el bien de los demás, en amor gozoso y
516 PALABRAS DE AMOR
desprendido. Esta patología martirial es más común de lo que se cree y así apa-
rece en los penitentes que se buscan a sí mismos en su penitencia. Éste es el
sacrificio de aquellos familiares-funcionarios que viven de manera austerísima,
pero luego pasan factura de aquello que han hecho y humillan a los receptores
de sus beneficios...
(2) 1 Cor 13, 4-7. Cualidades del amor. Un canto emocionado. Aquí ex-
pone Pablo su canto al agapê, como amor que se abre a los enemigos,
siendo, al mismo tiempo, muy cercano, propio del grupo de creyentes.
Éste es un amor totalmente gratuito (como lo muestra la entrega de
Jesús), pero, al mismo tiempo, es eficaz, de manera que crea Iglesia, uni-
ficando a los creyentes. Ese amor es lo más cercano y gratuito, siendo,
al mismo tiempo, principio de unidad social de la comunidad cristiana,
que se abre a todos los humanos. Éstos son sus rasgos, que presentamos
siguiendo el esquema de la traducción:
(3) 1 Cor 13, 8-13. El amor nunca se destruye. Exilio y patria. El canto
anterior terminaba diciendo que el amor lo cubre todo (como tejado fir-
me, que cobija lo que está bajo su techo) y siempre permanece (porque
tiene el poder de la paciencia duradera de Dios). El nuevo pasaje retoma
ese motivo, para desarrollarlo de un modo consecuente. Por eso empieza
con una frase programática, que condensa lo anterior e inicia lo que
sigue: el amor nunca cae (oudepote piptei). Las realidades de este mundo
se derrumban, todas ceden con el tiempo, como sabe la apocalíptica, que
emplea con gran abundancia ese verbo (piptô: caer, derrumbarse), cuan-
do alude a la ‘catástrofe’ final. Todas las restantes cosas pasan y caen. Sólo
el amor permanece sin derrumbarse. Mueren las grandes culturas, los
pueblos antiguos, y muchos piensan que la misma iglesia milenaria, en
sus formas actuales, se encuentra herida de muerte, lo mismo que el tipo
actual de religión musulmana o budista. Pues bien, en este contexto de
trance y gran acabamiento en el que muchos (una mayoría) repiten, qui-
zá sin saberlo, las palabras viejas de ‘comamos y bebamos que mañana
moriremos’ (1 Cor 15, 32), se eleva nuestro texto y dice: el amor nunca cae.
2. Ejemplo del niño que se hace mayor (13, 11). «Cuando era niño hablaba
como niño, sentía como niño, razonaba como un niño…». La profecía, como el
don de lenguas y la gnosis, son experiencia y tanteo de niño, que no logra hacer-
se dueño de sí mismo, que vive a medias, bajo la ilusión de su conocimiento par-
cial, bajo el dominio de los mayores. Pues bien, en contra de eso, el amor viene
a mostrarse como mayoría de edad, el descubrimiento y cultivo de la libertad al
servicio de la vida. Pablo utiliza aquí un lenguaje que después se ha hecho
común en la filosofía de la ilustración: los hombres de otros tiempos eran meno-
res de edad, incapaces de amar y de vivir en libertad; por eso se hallaban some-
tidos a los poderes políticos y sacrales que les dirigían y que ellos mismos habí-
an suscitado; Jesús, en cambio, aporta el descubrimiento del amor adulto, la
mayoría de edad para los hombres que se hallaban antes sometidos a un tipo de
leyes infantiles (propias del judaísmo). En este sentido, el evangelio es la expe-
riencia de la gracia que supera el juicio de la Ley y nos permite vivir desde aho-
ra en plenitud humana.
3. Vemos como en un espejo. Plenitud de Dios (13, 12-13). Ahora vemos como
en un cristal de adivinar, que no nos deja descubrir el sentido más hondo de la
realidad. Parecemos así condenados a un conocimiento parcial, como niños
que quieren ser grandes para saber lo que ha sido y será, para volverse dueños
de sí mismos. Pues bien, en medio de este mundo enigmático tenemos una segu-
ridad superior, algo que es firme, la certeza del amor que nos permitirá cono-
cer como somos conocidos, en comunión personal. El amor es así la verdad del
futuro y se expresa de dos formas vinculadas: veremos cara a cara, conocere-
mos como somos conocidos... Veremos cara a cara significa que encontraremos
a Dios en amor, conforme a la imagen de las bodas finales que Ap 21-22 ha desa-
rrollado: toda la historia ha sido un camino que lleva a ese encuentro, de mane-
ra que al final conoceremos como somos conocidos, es decir, veremos a Dios
como él nos ve, penetraremos en el misterio de su sabiduría total, en comunión
de amor.
125. Además de libros sobre parábolas, cf. J. J. BARTOLOMÉ, La alegría del Padre. Estudio
exegético de Lc 15, Verbo Divino, Estella 2000; J. CÁRDENAS PALLARES, Ternura de
Dios, ternura de mujer. La mujer en el Evangelio de san Lucas, Casa Unida de Publi-
caciones, México 1992; Deshonra y triunfo de Jesús el justo. La pasión y resurrección
de Jesús en el Evangelio de san Lucas, Casa Unida de Publicaciones, México 1993;
Dios es puro corazón. La misericordia de Dios en San Lucas, Casa Unida de Publica-
ciones, México 1994; F. CONTRERAS, Un padre tenía dos hijos, Verbo Divino, Estella
1999; J. RIERA, Jesús de Nazaret. El Evangelio de Lucas, escuela de justicia y miseri-
cordia: una historia de Dios subversiva y fascinante, Desclée De Brouwer, Bilbao
2002.
PADRE 521
La parábola no se cierra, sino que nos deja ante el hermano mayor, que
corre el riesgo de quedarse sólo, fuera de la casa del amor del padre, por-
que es evidente que el padre no puede (no quiere) dividirla, dejando a cada
uno un lugar aparte, sin comunicación. Así acaba sin acabar esta parábo-
la del amor del padre que quiere a los dos hijos, queriendo de un modo
especial al menor (que vuelve) y también de un modo especial al mayor
(que queda a la puerta de la casa). Por eso sale a la puerta y se pone a con-
versar con él, en gesto de confianza, escuchando sus reclamaciones a la
vera de la casa y procurando convencerle: “¡Recibamos a tu hermano!
¡Hagamos un proyecto nuevo y compartido de existencia! ¡Deja a un lado
los exclusivismos de tu ley, veamos juntos la manera de que el mundo,
vuestro mundo, sea fiesta!”. Ésta es la intención del padre: que los her-
manos hablen, que puedan darse la mano e iniciar un diálogo gozoso, sin
envidias ni recelos pues hay bastante lugar para los dos en la gran casa.
524 PALABRAS DE AMOR
126. Cf. P. y C. CUDICIO, La pareja y la comunicación: la importancia del diálogo para la ple-
nitud y la longevidad de la pareja. Casos y reflexiones, Desclée De Brouwer, Bilbao
2002; J. GEVAERT, El problema del hombre, Sígueme, Salamanca 1976; G. GUSDORF,
Mito y metafísica, Nova, Buenos Aires 1960; A. J. HESCHEL, Los profetas II, Paidós,
Buenos Aires 1973; A. IMBASCIATI, Eros y logos. Amor, sexualidad y cultura en el desa-
rrollo del espíritu humano Herder, Barcelona 1980; X. PIKAZA, Palabra de amor,
Sígueme, Salamanca 1982; H. U. VON BALTHASAR, La esencia de la verdad, Sudame-
ricana, Buenos Aires 1955, 76-138.
PALABRA 1 525
128. Textos en M. A. CORBERA, Hesíodo. Poemas hesiódicos, Akal, Torrejón 1990; A. PÉREZ,
Hesíodo. Obras y fragmentos, Gredos, Madrid 1983. Estudios: C. GARCÍA GUAL,
Prometeo: mito y tragedia, Madrid 1979; E W. JAEGER, La teología de los primeros filó-
sofos griegos, FCE, México 1952, 7-23; Paideia. Los ideales de la cultura griega, FCE,
México 1974, 67-83; G. MÉAUTIS, Les Dieux de la Grèce et les Mystères d’Éleusis, PUF,
París 1959; E. NEUMANN, La grande Madre, Astrolabio, Roma 1981; D. y E. PANOFSKY,
La caja de Pandora. Aspectos cambiantes de un símbolo mítico, Barral, Barcelona
1975; R. RADFORD RUETHER, Womanguides, Beacon, Boston 1985, 81-93; J. P. VERNANT,
Mito y pensamiento en la Grecia antigua, Herder, Barcelona 1973.
530 PALABRAS DE AMOR
mujer en cuanto tal aparece así como un tipo de pecado original del ser
humano; la dualidad sexual es bellísima, pero peligrosa, de manera que
podemos decir que ella es el principio de todos los pecados. El mito de la
Biblia tiene un carácter dramático: hombre y mujer son un riesgo, pero
no un pecado; el surgimiento de la mujer no se puede tomar como tra-
gedia, sino como expresión de la riqueza y riesgo creador de la vida.
Y con esto pasamos al tema de Pandora. El hombre (Prometeo) había
dominado el fuego, apareciendo así como una amenaza para los mismos
dioses. Pues bien, Zeus se irritó «y, al punto, a cambio del fuego (anti
pyros), preparó un mal para ellos: Yo (Zeus), a cambio del fuego les
daré (a los varones: andrásin) un mal con el que todos se alegren de cora-
zón…», de manera que caigan en desgracia (Teogonia 570; cf. Erga 56-
58). La mujer es, según eso, un bello engaño, el amor es una bellísima
locura. En este contexto, de un modo sorprendente, el mito ha vincula-
do a la mujer (amor/sexo) con el fuego: al adentrarse en los caminos de
su creatividad (fuego) el hombre descubre en sí mismo el poder más
inquietante de su propia dualidad sexual. Fuego y mujer son buenos
(positivos): son la plenitud del ser humano en clave de trabajo creador
(fuego) y surgimiento de la vida (mujer). Pero a otro plano, que se en-
cuentra más destacado en la forma actual del mito, los dos rasgos pare-
cen antitéticos: el ser humano puede todo (ha domado a los animales, ha
domesticado el fuego), pero luego no puede “domarse” (guiarse) a sí mis-
mo en el campo de las relaciones sexuales; lo que gana el fuego lo pier-
de la mujer, perdiendo al ser humano.
Este mito del amor/Pandora es polivalente. Por un lado es un canto a
la mujer, entendida como belleza de Dios sobre la tierra. Por otro es un
lamento a su fragilidad, pues la mujer, siendo lo más bello y deseable
(más que el mismo fuego), recuerda a los hombres que se encuentran
condenados a la fragilidad de los deseos fugaces y a la muerte. Si el ser
humano fuera solamente dominio sobre el fuego sería inmortal, lo ten-
dría todo, como un “superman”, pero le faltaría el amor, la espina del
deseo más profundo y de la muerte. Pandora, la mujer, es el recuerdo de
aquello que somos: es el retorno a la belleza y a la tierra, el recuerdo de
las diosas primitivas que son (viven) dando la existencia (Gea, Rea);
pero, al mismo tiempo, es una indicación del riesgo de una vida donde
el mismo amor puede perdernos. Por otra parte, el hombre en cuanto
varón se dualiza. (1) Por un lado es Prometeo, pura actividad, la razón
simple, que preferiría vivir sin mujeres, sólo con el fuego del trabajo y la
conquista de la tierra. (2) Por otro lado es Epimeteo, su hermano geme-
532 PALABRAS DE AMOR
lo, que ha optado y sigue optando por Pandora, que es el amor en fragi-
lidad y en muerte. De esa forma, todos nosotros, hombres y mujeres,
somos vivientes arriesgados, abiertos, al mismo tiempo, al amor frágil y
al fuego, al deseo sexual y a la conquista de la tierra. Así nos han hecho
los dioses, en virtud de una envidia hermosa y peligrosa; así ha surgido
la mujer, amor y belleza:
1. El amor es activo y pasivo. Quien ama sabe que “hace” algo muy intenso:
pone en movimiento sus recursos más profundos, acelera su ritmo vital y se dis-
pone a vivir con toda intensidad, sin que parezca que nada ni nadie pueda dete-
nerle. Pero, al mismo tiempo, aquel que ama sabe que, en algún sentido, deja de
ser dueño de sus actos, como si estubiera bajo un poder que le posee, ofrecién-
dole cosas que antes no sabía ni podía.
2. El amor es gozo y dolor. En el amor encuentra el hombre el gozo más hon-
do de su persona, su propia verdad. Pero en esta condición humana, el amor está
vinculado al dolor de la vida que avanza y se hace en medio de contradicciones.
Sólo el que ama puede sufrir de verdad, tanto en un sentido solidario (amar es
compartir el dolor de los demás), como en un sentido personal (el que ama está
siempre en riesgo de perder lo que tiene).
3. El amor es oscuro y luminoso. Por una parte, el amor es tiniebla: parece
que las viejas certezas de la vida acaban, que terminan las palabras y razones, se
agotan los discursos, todo se oscurece, como si de pronto un mundo distinto,
una nube misteriosa viniera a apoderarse de nosotros. Pero el amante sabe, tam-
bién por experiencia, que esa nube se vuelve luminosa: más allá de las antiguas
razones y palabras ha emergido un mar de claridad y convencimiento, de certe-
za y plenitud que ya no pueden compararse con ninguna otra luz del mundo.
129. Cf. H. CORBIN, La paradoja del monoteísmo, Losada, Madrid 2003; M. C. D’ARCY, La
double nature de l’amour, Aubier, París 1948; M. HENRY, Encarnación. Una filosofía de
la carne, Sígueme, Salamanca 2001; Yo soy la verdad. Para una filosofía del cristianis-
mo, Sígueme, Salamanca 2001; Palabras de Cristo, Sígueme, Salamanca 2004; J.
GUITTON, L’amour humain, Aubier París 1948; E. HILL, Being Human. A Biblical
Perspective, Chapman, Londres 1984; V. JANKÉLÉVITCH, La paradoja de la moral,
Tusquets, Barcelona 1983; Ch. MOELLER, Sabiduría griega y paradoja cristiana,
Encuentro, Madrid 1989; J. LACROIX, Personne et amour, Senil, París 1956; P. LAIN
ENTRALGO, Teoria y realidad del otro I-II, Alianza Madrid 1968; C. S. LEWIS, Los cuatro
amores, Rialp, Madrid 1996; J. MOUROUX, El sentido cristiano del hombre, Palabra,
Madrid 2000; F. RAURELL, Lineamenti di antropologia biblica, Piemme, Casale M.
1986; H. W. WOLFF, Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1999.
PARADOJA 539
En ese sentido decimos que el amor es una paradoja: más que lógico,
en el sentido lineal de la palabra, es para-lógico, es decir, para-dójico. Es
como la vida, que no puede entenderse de un modo lineal, siguiendo los
esquemas de la ciencia físico-matemática, donde todo se prueba y pro-
duce. El amor no se prueba (nunca se logra demostrar), no se produce
(no se puede fabricar, ni por encargo, ni por dinero). El amor se crea, en
el doble sentido de la palabra: nos crea a nosotros y nosotros lo creamos,
superando el nivel de las pruebas y las demostraciones. Por eso se sitúa
y nos sitúa en un plano de gratuidad, más allá de las razones y demos-
traciones. Sólo teniendo eso en cuenta podemos hablar de sus niveles,
añadiendo que la historia es el proceso de maduración del hombre en el
amor. A lo largo de una decisiva emergencia antropológica, el ser huma-
no se ha venido a desplegar como el viviente capaz de amar. Aquí solo
podemos describir algunos momentos de esa emergencia humana, que
está en la raíz de toda antropología. Así lo haremos, evocando los planos
del amor, que interpretamos como momentos básicos de ese surgimien-
to paradójico del hombre:
1. Amor cósmico, amor personal. El amor nos une con el cosmos: es como
una fuerza que deriva de las mismas raíces naturales, es un signo de la vida fí-
sica que expresa su poder y se expansiona, desplegando su potencia. En este
aspecto, el hombre tiene una raíz bien asentada en los principios del mundo: por
eso debe dejar que el amor sea, que la vida que está al fondo de su vida se expli-
cite y expansione. Ningún elemento ulterior puede hacernos olvidar este punto
de partida: natural es el proceso que nos lleva a saciar los apetitos, normal es que
busquemos más seguridad, que ansiemos el placer... Por eso, la exigencia de
«amarnos a nosotros mismos» tiene un fundamento que podemos llamar cós-
mico. Pero, al mismo tiempo, somos seres personales, sujetos que se saben y rea-
lizan de una forma libre y programada. En contra de los animales, que saben por
instinto, los hombres tenemos que aprender a vivir y a desplegar nuestro amor
por cultura. Pero tan pronto como pensamos que ese aprendizaje ha culminado
y nos llamamos dueños de la vida, descubrimos que el amor nos sobrepasa y nos
540 PALABRAS DE AMOR
130. Cf. R. DESCARTES, Pasiones del alma, Tecnos, Medrid 1998; C. DOMÍNGUEZ, Los regis-
tros del deseo, del afecto, amor y otras pasiones, Desclée De Brouwer, Bilbao 2003; M.
SCHELER, Esencia y formas de la simpatía. Buenos Aires 1957; TOMÁS DE AQUINO,
“Tratado sobre las pasiones”, en Suma Teológica IV, BAC, Madrid 1954; X. ZUBIRI,
Sobre el sentimiento y la volición, Alianza, Madrid 1993; Sobre el hombre, Alianza,
Madrid 1998.
542 PALABRAS DE AMOR
1. Pasión y sexo: la voz del cosmos. Desde este fondo, de manera gene-
ral y hablando en primera persona, diría que la pasión es el interés ori-
ginario de tu vida, una especie de poder que, viniendo de más allá de la
razón y sacándote de tus pequeñas seguridades, te arrastra por encima
de tus limites y de esa forma te descubre que formas parte de un todo
131.Cf. E. AMEZÚA, La erótica española en sus comienzos, Barcelona 1974, 73-92; L. BONILLA
El amor y su alcance histórico, Rev. De Occidente, Madrid 1964, 97-138; M. C. D’ARCY,
La double nature de 1’amour, Aubier, París 1948, 23-49; E. DREWERMANN, Clérigos,
Zrotta, Madrid 1995; P. EUDOKIMOV, Sacramento de amor, Ariel, Barcelona 1966, 13-86;
A. J. HESCHEL, Los profetas. 1. El hombre y su vocación. 2. Concepciones históricas y
teológicas. 3. Simpatía y fenomenología, Paidós, Buenos Aires 1973; E. GALINDO, La
experiencia del fuego: itinerario de los sufíes hacia Dios por los textos, Verbo Divino,
Estella 1994; D. DE ROUGEMONT, El amor y occidente, Kairós, Barcelona 1995.
PASIÓN 2 545
que es mucho más grande que tú misma. El lugar donde mejor escuchas
la pasión es allí donde, siendo tú misma, te descubres abierta a todo lo
que existe: aquel lugar donde tu vida se une con la vida cósmica y así
sientes que te encuentras impulsada por Dios y hacia los otros. La tra-
dición medieval afirmaba que la pasión se manifiesta en la vertiente sen-
sitiva que vincula al hombre con el mundo externo. Pues bien, superan-
do ese modelo, podemos afirmar que, propiamente hablando, la pasión
emerge y se desvela como humana allí donde superas el mundo (sin
negarlo) y empiezas a buscar y descubrir a Dios al descubrirte en manos
de los otros.
La pasión es algo nuestro y, sin embargo, nos sorprende, como si
viniera (¡y en un sentido viene!) de fuera de nosotros. Ciertamente,
somos libres; podemos encauzar los impulsos de la pasión, dirigirlos de
algún modo, pero nunca controlarlos plenamente. Están allí y de cuan-
do en cuando nos recuerdan que no somos dueños de nosotros mismos.
¿Qué hacer? ¡Asumir la pasión! Asumirnos como pasión para llegar a ser
humanos. Por eso es necesario que aceptemos el reto de la vida y que
busquemos su equilibrio en un proceso de apertura personal que es
siempre arriesgado, pero siempre hermoso. (1) Corremos el riesgo de
claudicar ante la pasión cósmica, haciéndonos esclavos de su fuerza y
retornando de esa forma al nivel de lo infrahumano, anterior a la perso-
na. (2) Pero también podemos engañarnos si queremos buscar a un ange-
lismo espiritualista; quien renuncia a la pasión pierde la fuerza para ser;
quien pretende negarla acaba destruyéndose a sí mismo. Eso significa
que debes aceptar la pasión, pero sin quedarte meramente en ella. Más
aún, yo me atrevería a decirte que debes convertir la apertura pasional
en principio y lugar de un camino abierto al encuentro con los otros, en
dimensión de gracia.
Si no hubiera pasión en tu vida llegarías a perderte sobre el mundo,
olvidarías la grandeza del amor, acabarías ignorando a los demás, ter-
minarías aislada, como un ser egoísta, en tu verdad particular, separada
de los otros, sobre tu propia soledad. Por eso, tienes el deseo de afirmar:
¡bendita la pasión que me permite vivir inquieta de amor, sobre la tierra
de los hombres! El lugar privilegiado donde se expresa y encauza la
pasión suele ser la apertura sexual, con todo lo que implica de inmersión
en el torrente de la vida y de recuerdo de propio origen, de entrega al
otro y de eclosión de trascendencia, como supone el poeta: «Ah vastedad
de pinos, rumor de olas quebrándose, / lento juego de luces, campana
546 PALABRAS DE AMOR
1. Puede haber sexo sin pasión (y sin amor). Habría sólo un movimiento de
emoción corporal o de placer. Pues bien, allí donde los hombres o mujeres bus-
can sólo sexo sin pasión (y sin amor) corren el riesgo de perderse, reprimiendo
lo más hondo y bello de su vida. Deja que evoque la historia. Los famosos aman-
tes de los siglos XII al XV buscaban a través de la amada una pasión divina, la
apertura al nivel de lo infinito. El don Juan de Tirso de Molina perseguía toda-
vía la aventura, el riesgo de burlar la dama y seducirla y desflorarla, en gesto de
pasión. Pues bien, en nuestro tiempo, parece estar creciendo un nuevo tipo de
sexo sin pasión y sin tensión de amor humano. Algunos sólo quieren un peque-
ño temblor superficial, que nos les roce el alma, y después el olvido, una gimna-
sia corporal y poco más. Frente a una sociedad antigua, posiblemente represiva,
se ha ganado en libertad para el cuerpo; pero quizá puede perderse el amor como
pasión de vida y muerte, de esto y de misterio. Donde esto pasa, donde el sexo
no tiene ya una referencia pasional (una pasión de amor), el hombre corre el
riesgo de perderse a sí mismo, se destruye.
2. Puede haber pasión sin sexo, una actitud que parece reflejarse en el amor
cortés de ciertos poetas provenzales de la edad media, como ha puesto de relie-
ve D. de Rougemont. Tres fueron, a mi juicio, sus factores principales. (a) Era,
en principio (aunque no exclusivamente), un amor intersexual: el caballero se
dirigía hacia una dama, la idealizaba y convertía en expresión de su absoluto.
(b) Ese amor excluía, al menos en alguna de sus formas, el contacto de los cuer-
pos: la mujer cantada aparecía como un ser no-material, como una figura que
transciende las funciones fisiológicas y viene a convertirse, para el hombre, en
signo de misterio. (c) Ese amor tendía a lo infinito, de tal forma que se suponía
que sólo podía realizarse plenamente en el nivel de lo sagrado, tras la muerte.
En esa línea, algunos eclesiásticos han unido la represión sexual con la subli-
mación de la dama Divina.
132. Cf. M. DALY, Beyond God the Father. Toward a philosophy of womans’s liberation,
Boston 1973; M. GÓMEZ-ACEBO, Dios también es madre, Paulinas, Madrid 1994; R.
HAMERTON-KELLY, Theology and Patriarchy in the Teaching of Jesus, Fortress,
Philadelphia 1979; E. NEUMANN, La Grande Madre, Astrolabio, Roma 1981, 151-180;
W. MILLER, Biblical Faith and Fathering. Why we call God “Father”, Paulist, Nueva
York 1990; M. NAVARRO, Barro y aliento. Exégesis y antropología teológica de Gen 2-3
Paulinas, Madrid 1990; E. NEUMANN, La Grande Madre, Astrolabio, Roma 1981, 151-
180; M. SANLÉS OLIVARES, Dios Padre, Desclée De Brouwer, Bilbao 2002; J.
SCHLOSSER, El Dios de Jesús. Estudio Exegético, Sígueme, Salamanca 1995.
550 PALABRAS DE AMOR
ella al entrar en el misterio. Son muchos los que piensan que la invoca-
ción paterna de Dios es un residuo de antiguas concepciones patriarca-
listas, que han servido para someter a las mujeres.
En este contexto debemos recordar que en el principio de todo amor
humano están los padres, que no son ya simples engendradores, como
en los animales, sino verdaderos creadores, pues ellos acogen al niño
con amor y le educan con su cuidado y palabra, a lo largo de los largos
años de “gestación extrauterina”. La verdadera paternidad humana no
es la de tipo biológico, que puede ser efecto de una relación momentá-
nea o de un banco de semen masculino, con una madre biológica de
encargo. Auténtico padre es quien acoge y educa al niño en el amor y
palabra. La verdadera maternidad no es tampoco la meramente física,
pues en ese plano se podría acudir a una madre de alquiler y, quizá,
algún día, a una máquina compleja que sirva de útero para la gestación
del semen fecundado, como había imaginado ya hace tiempo A. Huxley,
Un mundo feliz (1932).
Ciertamente, parece que los meses de gestación en el útero materno
establecen un tipo de relaciones especiales (¿de amor?) entre la madre y
el embrión, de manera que resulta difícil prescindir de una “gestación
humana” de los niños. Pero, estrictamente hablando, no se puede des-
cartar, por principio, la posibilidad de que se fabriquen un día úteros
mecánicos, como incubadoras muy avanzadas donde se deposita el
semen fecundado, para que se desarrolle hasta el momento de su naci-
miento. Sea como fuere, la maternidad más honda no está ligada ya ni
al vientre (puede haber, como he dicho un vientre externo), ni a los
pechos de la madre física (muchos niños se alimentan ya desde ahora
sin leche materna), como sabía ya Jesús (cf. Lc 11, 27-28), sino que ella
se pespliega y crece en el nivel de la acogida personal, del cuidado y la
palabra, que van acompañando y suscitando al niño a lo largo de sus pri-
meros años.
En este contexto ha venido a situarnos, de manera nueva y más
intensa la investigación científica y la psicología. Quizá la ciencia, un
día, podrá sustituir o definir de forma muy distinta los procesos bioló-
gicos de la concepción y gestación de nuevos seres humanos. Lo que no
podrá hacer es suscitar o, mejor dicho, crear personas, porque las per-
sonas necesitan meses y meses, años y años de acogida y gestación per-
sonal. Lo que define la vida humana en su nacimiento y maduración no
es la paternidad-maternidad biológica, sino la personal, estrictamente
PATERNIDAD/MATERNIDAD 551
humana, que se expresa a través del amor directo, sin que exista máqui-
na alguna (incubadora o computadora) que pueda sustituir a los padres
en cuanto personas. En esa línea, el mayor problema y la mayor rique-
za de nuestro mundo es la madurez afectiva, con la felicidad y la fideli-
dad de las personas que en un momento dado desean trasmitir la vida,
porque lo quieren, es decir, porque se quieren, de un modo gratuito,
generoso, responsable.
Hasta ahora, el camino de la evolución biológica se había venido
desarrollando sin que nadie en este mundo lo sufriera, como si una
fuerza interior (que podemos llamar divina) hubiera ido guiando las
mutaciones genéticas, que se expresaban externamente a través de unos
procesos de azar y necesidad. De esa manera, la vida ha funcionado, se
ha extendido y diversificado, hemos surgido los hombres como seres
especiales y nos hemos multiplicado. Hasta ahora, la propagación de la
vida humana había seguido también unos esquemas y modelos básica-
mente “naturales”: los padres engendraban por deseo natural y tenían,
de ordinario, los hijos que Dios quisiera, es decir, los que nacieran por
naturaleza. Ciertamente, a lo largo de siglos y siglos, ese amor de los
padres (vinculado a la gestación biológica de la mujer, a la autoridad de
padre-patriarca y al cuidado de la madre-cuidadora) ha funcionado
bastante bien, pues de lo contrario no estaríamos aquí, los hijos de la
historia humana. Pero ahora las cosas están empezando a complicarse
de una forma acelerada, no sólo por los descubrimientos y avances de
la ciencia, sino también por los cambios sociales, que de nuevo presen-
tamos.
PATRIARCADO 1. PRINCIPIOS133
133. Cf. L. CENCILLO, Mito.Semántica y realidad, BAC 259, Madrid 1970; S. FREUD, “Totem
y Tabú” y “Moisés y la religión monoteísta” en, Obras completas, Nueva, Madrid 1972,
V, 1745-1850 y IX 3241-3324; R. M. GROSS, El budismo después del patriarcado, Trotta,
Madrid 2005; K. JASPERS, El origen y meta de la historia, Alianza, Madrid 1981; G.
LERNER, La creación del patriarcado, Crítica, Barcelona 1990; A. ORTIZ-OSÉS, Claves
simbólicas de nuestra cultura. Matriarcalismo, patriarcalismo, fratriarcalismo,
Anthropos, Barcelona 1994; P. SLOTERDIJK, Esferas I-III, Siruela, Madrid 2003-2006;
G. WIDENGREN, Fenomenología de la Religión, Cristiandad, Madrid 1976, 331-362.
PATRIARCADO 1 555
3. Ideología religiosa: dioses paternos. Suelen llamarse ideología las ideas que
han sido creadas para justificar una determinada ventaja social o económica. Pues
bien, parece evidente que los grandes dioses patriarcales han surgido para justifi-
car la novedad y ventaja del varón, entendido como dueño y gestor de la vida. La
religión de la diosa madre podía tener el riesgo de anclarnos en el fantasma de una
madre naturaleza, entendida de forma abarcadora. La religión de los dioses padres
nos deja en manos de los fantasmas paternales, violentos y guerreros.
Ésta no es una ley contra el placer sexual de la mujer, pues no se prohíbe que ella
lo obtenga por sí misma o con otras mujeres del posible harén del esposo, sino
que es una ley contra la paternidad ajena: sólo castigando con la muerte el adul-
terio de sus mujeres, los varones pueden saber que son padres de sus hijos.
Evidentemente, esa ley es una expresión de carencia de amor.
3. Hijos divididos. Los hijos (varones y mujeres) han seguido creciendo en
manos de la madre, que les alimenta con la leche de sus pechos. Pero, ahora, la
madre empieza a realizar esa tarea al servicio de un orden patriarcal, en un pro-
ceso que escinde y divide más tarde a niñas y niños. Las niñas (hijas) siguen bajo
la custodia de las madres, con una formación adecuada para repetir el cielo vital
y convertirse también ellas en madres. Los niños (hijos) han empezado como sus
hermanas, bajo el cuidado de la madre. Pero, en un momento dado, a partir de
la pubertad, son arrancados de ese cuidado materno y reciben una “segunda for-
mación” masculina, que les capacita para sus deberes especiales de guerreros y
patriarcas, capaces de dirigir y dominar (proteger) a las mismas mujeres que les
han engendrado y/o cuidado.
134. Además de las obras indicadas en la entrada anterior, cf. AAVV. Dios es Padre, Sem.
Estudios Trinitarios 25, Salamanca 1991; M. DALY, Beyond God the Father. Toward a
philosophy of womans’s liberation, Boston 1973; G. DUMÉZIL, Mitra-Varuna, PUF
París 1959; Les Dieux des Indo-Européens, PUF, París 1959; R. EISLER, El cáliz y la
espada, Cuatro Vientos, Santiago de Chile 1994; M. GIMBUTAS, The Civilization of the
Goddess, Harper, San Francisco 1991; R. HAMERTON-KELLY, Theology and Patriarchy
in the Teaching of Jesus, Fortress, Philadelphia 1979; I. GÓMEZ.ACEBO, Dios también
es madre, Paulinas, Madrid 1994; W. MILLER, Biblical Faith and Fathering. Why we
call God “Father”, Paulist, Nueva York 1990; M. NAVARRO, Barro y aliento. Exégesis y
antropología teológica de Gen 2-3 Paulinas, Madrid 1990; E. NEUMANN, La Grande
Madre, Astrolabio, Roma 1981; X. PIKAZA, Hombre y mujer en las religiones, EVD,
Estella 1996; El Camino del Padre. Nueve itinerarios para la búsqueda de Dios, EVD,
Estella 1999; P. RICOEUR, “La paternitè: du fantasme au symbole”, en, Le conflit des
interprétations, Seuil, París 1969, 258-473; M. STONE, When God was a Woman,
Hancourt, Nueva York 1976.
558 PALABRAS DE AMOR
1. Dios es ante todo un padre con poder. La mujer, más vinculada a los rit-
mos de la generación y al cuidado de los hijos, pasa a un segundo lugar, viene
a estar subordinada. El padre-varón aprovecha su fuerza y su mayor libertad
biológica (no está determinado por los ritmos de embarazo y lactancia) para
imponer su dominio sobre la familia. Este padre/patriarca asume los dos pode-
res fundamentales: el dominio sobre la mujer (o mujeres) y la autoridad sobre
los hijos (o sobre el conjunto de la familia), entendida como una especie de
propiedad suya. Se trata, ciertamente, de un poder que se presenta como bueno
(poder de amor) y que quiere ser expresión del orden de la vida: así el padre/
varón asume la responsabilidad y cuidado del conjunto familiar. Pero, al mis-
mo tiempo, es un poder ambiguo o malo pues está sustentado en la represión
de la mujer y el sometimiento del conjunto familiar. Un fenómeno religioso y
social de este tipo (triunfo del padre) parece haberse impuesto en casi todos los
pueblos de la tierra después del neolítico: se ha roto el equilibrio entre los
560 PALABRAS DE AMOR
135. Cf. R. E. BROWN, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, Desclée De Brouwer,
Bilbao 1986; J. D. CROSSAN, El nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander
2002; M. Y. MACDONALD, Las comunidades paulinas. Estudio socio-histórico de la ins-
titucionalización en los escritos paulinos y deuteropaulinos, BEB 78, Sígueme,
Salamanca 1994; Antiguas mujeres cristianas y opinión pagana. El poder de las muje-
res histéricas, Verbo Divino, Estella 2004; E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de
ella, Desclée De Brouwer, Bilbao 1989, 304-314; E. W. y W. STEGEMANN, Historia
social del cristianismo primitivo. Los inicios en el judaísmo y las comunidades cris-
tianas en el mundo mediterráneo, Verbo Divino, Estella 2001.
PATRIARCADO 3 563
familiar era el amor. Mirado desde fuera, su proyecto parece una utopía,
que aún no se ha cumplido en la Iglesia posterior, que muchos toman
como un grupo más, al lado de los otros grupos, inmersa en discusiones
de poder, con judíos y gentiles. Para mantenerse en el contexto de la
sociedad establecida, la iglesia ha tenido que estructurarse como orga-
nización jerárquica, con estructuras de tipo patriarcal, aunque centradas
por amor en Cristo:
cal. Éste ha sido un fenómeno complejo, quizá necesario, que debe valo-
rarse no sólo como opuesto a algunas tendencias espiritualistas de su
tiempo (propensas a una gnosis intimista), sino también desde la pru-
dencia evangélica. Estos cristianos no han querido oponerse frontalmen-
te al entorno social, sino transformarlo por dentro y por eso han acepta-
do el orden patriarcal, como lo expresan los dos textos siguientes:
Los dos textos están llenos de amor. Pero se trata de un amor jerár-
quico, sin reciprocidad, entre varón y mujer, pues a ella se le pide sumi-
sión (como inferior), a él condescendencia como superior. El marido es
Señor para la esposa; ella es cuerpo para el marido. De esa forma se
establece entre ambos un diálogo de sometimiento afectivo, donde uno
es superior al otro. El texto corre el riesgo de entender a la mujer como
pasividad, cuerpo para la obediencia. En esa misma línea se habla aquí
de un amor de padre, entendido en forma jerárquica y, sobre todo, de
un amor entre los amos y los esclavos. Estos pasajes quieren humani-
zar, desde Jesús, el modelo esclavista de socieded, pidiendo a todos que
se amen, pero unos han de amar como señores, otros como esclavos,
sin que surja así una verdadera fraternidad.
Estos códigos domésticos, de tipo jerárquico, asumen así una tradi-
ción patriarcalista, que los herederos de Pablo, partidarios en otro plano
de la más honda unidad de judíos y gentiles han introducido en la Iglesia.
Este gesto que marcará la historia posterior de la iglesia. Sin duda, el
PATRIARCADO 3 565
136. Además de comentarios a Gen, cf. AAVV, La création dans L’0rient ancien, LD 127,
Cerf, París 1987; B. ANDRADE, Pecado original ¿o gracia del perdón?, Sec. Trinitario,
Salamanca 2004; H. BLOCHER, Révélatíon des origines. Le debut de la Genèse, Bibli-
ques, Lausanne 1979; D. BONHÖFFER, «Creación y caída», en., ¿Quién es y quién fue
Jesucristo?, Ariel, Barcelona. 1971; X. PIKAZA, Antropología bíblica, Sígueme,
Salamanca 2006; J. L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios. Antropología teológica funda-
mental, Sal Terrae, Santander 1988.
PECADO Y GRACIA ORIGINAL 567
eso se encierran un tiempo y empiezan a amar por amarse, sin más ley
que el placer de gustarse, darse gozo una al otro y gozarse…
Ésta es una parte de su gran “ruptura humana”. Adán y Eva han roto
la armonía precedente de una naturaleza sin interioridad. Ellos han
empezado a tener un “dentro”, cada uno en el otro y, de esa forma, cada
uno en sí mismo. Así se han buscado, simplemente por buscarse, no ya
como polos de una dualidad sexual, sino también como personas, encon-
trando cada uno su ser en el otro. Por eso, sin dejar de ser mundo, e inclu-
so en la línea de lo más mundano (en el encuentro de sus cuerpos), ellos
se han buscado y encontrado uno en el otro, haciendo de esa forma casa
(es decir “casándose”) en gozo y libertad de amor. Pero, al mismo tiem-
po, esa ruptura ha hecho posible el despliegue positivo del pecado en el
espacio del amor, tal como aparece en diversas palabras que estudiamos
en ese diccionario: adúltera, patriarcalismo, prostitución, violencia.
137. Cf. A. NYGREN, Eros et Agapé. La notion chrétienne de l’amour et ses transformations
I-II, Aubier, París 1944/1952; E. P. SANDERS, Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid 2004;
G. THEISSEN, La fe bíblica. Una perspectiva evolucionista, Verbo Divino, Estella 2002.
PERDÓN Y AMOR 1 569
Jesús le dice: Hijo, tus pecados te son perdonados. Unos escribas que
estaban allí sentados comenzaron a murmurar: ¡Éste blasfema! ¿Quién
puede perdonar pecados sino sólo Dios? Jesús, dándose cuenta de lo que
estaban pensando, les dijo: ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus peca-
dos te son perdonados; o decirle: levántate, toma tu camilla y anda? Pues,
para que veáis que el Hijo del Humano tiene en la tierra poder para per-
donar los pecados... (se volvió al paralítico y le dijo): Levántate, toma tu
camilla y vete a tu casa (cf. Mc 2, 1-12).
PERSONA Y NATURALEZA139
139. Cf. B. ANDRADE, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerig-
mática, Sec. Trinitario, Salamanca 1999: G. COLZANI, Antropología teológica: el hom-
bre, paradoja y misterio, Secretariado Trinitario, Salamanca 2001; M. GELABERT,
Jesucristo, revelación del misterio del hombre. Ensayo de antropología teológica, San
Esteban, Salamanca 2000; A. GONZÁLEZ, Teología de la praxis evangélica. Ensayo de
una teología fundamental, Sal Terrae, Santander 1999; J. I. GONZÁLEZ FAUS, Proyecto
de hermano. Visión creyente del hombre, Sal Terrae, Santander 1987; L. F. LADARIA,
Antropología teológica, Comillas, Madrid 1987; Introducción a la antropología teoló-
gica, Verbo Divino, Estella 1993; J. DE S. LUCAS, El hombre ¿quién es? Antropología
cristiana, Atenas, Madrid 1988; X. PIKAZA, Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca
2006; X. ZUBIRI, El hombre y Dios, Alianza, Madrid 1984; Sobre el hombre, Alianza,
Madrid 1986.
PERSONA Y NATURALEZA 577
con ellos la vida. No soy ante los demás un “yo” hecho (sujeto definido
ya), al que luego se le añaden algunas relaciones, más o menos acciden-
tales, sino que sólo existo (sólo estoy presente en mí y de esa forma
puedo amarme) en la medida en que estoy en relación con otros que me
fundan y me constituyen. En esta línea podemos afirmar que el hombre
sólo es persona en la medida en que recibe su ser como amor de otras
personas, con quienes lo comparte y a quienes se lo ofrece. El hombre es
persona en cuanto relación de amor. (3) Autopresencia histórica. El hom-
bre sólo es persona (sólo puede estar presente en sí mismo y amarse,
amando a los otros) en la medida en que forma parte de una comunidad
humana más extensa, de una historia compartida. Por eso, historia y
mundo no son algo simplemente objetivo (opuesto a mi ser de sujeto),
como realidad exterior a mi persona, sino que configuran mi propia con-
ciencia personal y definen mi encuentro con los otros. De esa forma
constituyen elementos integrantes de mi auto-presencia; son momentos
de mi propia realidad.
Estos tres momentos del ser personal (autoconciencia, relación con
los demás, historia) se integran dentro una perspectiva trascendente,
que podemos relacionar con Dios, a quien definimos como fundamento
y sentido de toda relación personal. Dios no es algo que venga de fuera
y se añada a las tres dimensiones anteriores (yo, vosotros, la historia),
sino que forma el sentido oculto de todas ellas. En ese sentido podemos
definirle como Presencia trascendental. Aristóteles no había introducido
la presencia entre las categorías (ni como sustancia, ni como accidente).
Pues bien, en contra de eso, pensamos que Dios es ante todo la Presencia
originaria, principio y sentido de comunicación personal. Dios es la
Persona (relación personal, Trinidad) en la que se fundan y mantienen
en amor todas las personas. En ese sentido decimos que el hombre es
persona siendo presencia de amor.
Sólo en este fondo podemos hablar de la persona como amor. No
hay primero amor y luego personas. Ni hay personas y luego amor. El
ser es amor. El verdadero ser es persona: presencia y encuentro de amor
en la historia (como historia). Dios, siendo el amor en sí (relación per-
sonal originaria, principio de todas las relaciones), puede definirse y
se define así como el Amor de todos los amores, persona de todas las
personas, presencia de todas las presencias. Ése es el tema que subya-
ce y da sentido a todo este diccionario de amor.
PLATÓN, PLATONISMO 579
140. Cf. M. C. D’ARCY, La double nature de l’amour, Aubier, París 1948; A. GONZÁLEZ,
Acción y contemplación en Platón, CSIC, Madrid 1965; W. JAEGER, Paideia. Los idea-
les de la cultura griega, FCE, Madrid 1990; A. NYGREN, Érôs et Agapè. La notion chré-
tienne de l’amour et ses transformations I-II, Aubier, París 1944, 1952; J. PIEPER,
«Amor», en Las virtudes Fundamentales, Rialp Madrid 1976; J. L. VÁZQUEZ, Del amor
y la amistad: Platón-Nedoncelle, Horeb, Barcelona 1997.
580 PALABRAS DE AMOR
alto, limpio, puro. El amor es una nostalgia ascensional: lo que has mira-
do te conduce hacia el ser de lo que añoras o presientes; por eso, retor-
nando en tu interior, nunca has dejado de salir y de buscarte, aun con el
riesgo de perderte en lo insondable. Así resulta que tu amor es de verdad
algo divino: eres hijo de la altura de los cielos; pero naces en esta tierra
ciega y limitada. El amor no es un razonamiento que mueve a la mente
en un nivel de ciencia pura o de técnica. Tampoco es necesidad que arras-
tra por naturaleza. Las necesidades se mantienen y actúan en el plano de
la comida y del sexo. El amor se sitúa en el nivel de la separación entre
este mundo y un mundo más alto, divino. El hombre se mueve entre dos
planos, vive en dos mundos. Por eso es movimiento ascensional, como
dice Platón, al final del discurso de Diótima, mujer consagrada:
Éstos son los misterios del amor... en los que incluso tú pudieras ini-
ciarte... Es menester, si se quiere ir por el recto camino hacia esa meta,
comenzar desde la juventud a dirigirse hacia los cuerpos bellos y, si con-
duce bien el iniciador, enamorarse primero de un solo cuerpo y engendrar
en él bellos discursos; comprender luego que la belleza que reside en cual-
quier cuerpo es hermana de la que reside en el otro... y hacerse enamora-
do de todos los cuerpos bellos... Después de eso, tener por más valiosa la
belleza de las almas que la de los cuerpos... El que hasta aquí ha sido edu-
cado en las cuestiones amorosas y ha contemplado en este orden y en
debida forma las cosas bellas, acercándose ya al grado supremo de ini-
ciación, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza es admi-
rablemente bello... He aquí, pues, el recto método de abordar las cuestio-
nes eróticas...: empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como
fin esa belleza en cuestión y, valiéndose de ellas como de escalas, ir ascen-
diendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos
los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las normas bellas de conduc-
ta, hasta terminar, partiendo de estas, en esa ciencia de antes, que no es
ciencia de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer, por últi-
mo, lo que es belleza en sí. Ése es el momento de la vida... en que más que
en ningún otro adquiere valor el vivir del hombre: cuando éste contempla
la belleza en si. Si alguna vez la vislumbras, no te parecerá que es com-
parable ni con el oro, ni con los vestidos, ni con los niños y jóvenes bellos,
a cuya vista ahora te turbas y estás dispuesto..., con tal de ver a los ama-
dos y estar constantemente con ellos, a no comer ni beber, si ello fuera
posible, sino tan sólo a contemplarlos y estar en su compañía (Banquete,
210-211, trad. de L. Gil, Barcelona 1979, 91-94).
hacia su propia soledad, para abrirse sólo hacia lo eterno. El amor hu-
mano es sólo una escalera que vale en el ascenso. Una vez que se ha em-
pleado hay que seguir, abandonarla. Esa instrumentalización erótica del
hombre es, a mi juicio, destructora. (3) Este amor no conoce la comunión
personal. Por eso le interesa primero el contacto de los cuerpos (en línea
heterosexual y, sobre todo, homosexual…), para superar después el pla-
no de los cuerpos, pero sin llegar al amor como encuentro de personas.
Aquí falta la encarnación, el ideal cristiano de comunión personal, la
opción por los pobres. A pesar de todo eso, el amor platónico sigue sien-
do una de las cumbres de la cultura espiritual de occidente.
141. Cf. J. FENSHAM, “Widow, Orphan and the Poor in Ancient Legal and Wisdom litera-
tura”: JNES 21(1962) 129-139; N. L. LEVISON, “The Proselyte in Biblical and Early
Post-Biblical times”: SJT 10 (1957) 45-66; I. LEWY, “Dating of Covenant Code
Sections on Humanneness and Righteousnes”: VT 7 (1957) 322-326; CH. VAN HOUTON,
The Alien in the israelite Law, JSOT SuppSer 107, Sheffield 1991; G. VAN LEEUWEN, Le
Développement du Sens Social in Israël avant l’ère Chrétienne, SSNeer Assen 1955: I.
WELLER, “Zum Schicksal der Witwen and Waisen bei den Völkern der Alten Welt”:
Altertum 31 (1981) 157-197. Para situar las leyes en su contexto histórico/jurídico cf
J. L. SICRE, Introducción al Antiguo Testamento, Verbo Divino, Estella 1992, 109-132;
R. DE VAUX, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985, 74-90, 109,
137; P. VAN IMSCHOOT, Teología del Antiguo Testamento,. FAX, Madrid 1969, 590-633;
N. K. GOTTWALD, The Tribes of Yahweh, SCM, Londres 1980, 237-34. Desarrollo gene-
ral del tema en E. LEVINAS, Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca 1987 y X.
PIKAZA, Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1997.
POBRES 583
(22, 17-19), sociales (22, 20-26) y cultuales (22, 27-30). Entre ellas está la que exi-
ge la defensa de los débiles: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque foras-
teros fuisteis en Egipto. No explorarás a la viuda y al huérfano, porque si ellos
gritan a mí yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, y que-
darán viudas vuestras mujeres y huérfanos vuestros hijos» (Ex 20, 21-23). La ley
del forastero (22,20) queda así avalada por la historia israelita: forasteros o gerim
fueron antaño aquellos que forman hogaño el pueblo de la alianza; por eso, éstos
no pueden olvidar su origen y oprimir a los que están sin casa. Este recuerdo del
origen social israelita (¡fuisteis gerim!) funda toda su moral y la sustenta sobre la
solidaridad con los oprimidos: Dios tuvo piedad de los hebreos marginados en
Egipto; ahora son ellos los que deben comportarse como Dios, apiadándose de
los forasteros. Este mismo motivo está al fondo de la ley de huérfanos y viudas.
Si alguien les explota ellos pueden gritar y Dios les oye, como se decía ya en Ex
3, 7. El amor de Dios en Israel es un amor activo y abierto hacia todos los expul-
sados de la sociedad.
3. El cuerpo del Deuteronomio (Dt 12-26) recoge y sistematiza (en el siglo
VIII-VII a. C.) leyes muy antiguas que se encuentran en la línea de las que aca-
bamos de citar. Desde aquel horizonte lejano ha llegado esta ley sobre las fies-
tas: «Celebrarás (la fiesta) ante Yahvé, tu Dios, tú y tus hijos y tus hijas y tus
siervos y tus siervas, y el levita que está junto a tus puertas, y el forastero, huér-
fano y viuda que viva entre los tuyos, en el lugar que Yahvé tu Dios elija para
que more allí su nombre. Recuerda que fuiste siervo de Egipto; guarda y cum-
ple todos estos preceptos» (Dt 16, 11-12). El patriarca de la casa ha de abrir sus
puertas, ofreciendo espacio de alegría cultual, fraternidad religiosa y encuentro
social a los más oprimidos. Junto al huérfano/viuda/forastero se incluyen sier-
vos y siervas, es decir, los criados o esclavos, igual que los levitas que carecen de
propiedades para organizar a sus expensas la gran fiesta del recuerdo y pleni-
tud israelita. Huérfanos y viudas y también los forasteros deben gozar y parti-
cipar en la celebración. A través de la fiesta compartida, van entrando en la
comunidad israelita, de manera que Dios se manifiesta como fuente de
comunión para todos ellos.
PORNOGRAFÍA142
142. Cf. CONSEJO PONTIFICIO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES, Pornografía y violencia
en las comunicaciones sociales. Una respuesta pastoral (7 de mayo de 1989). Cf.
vatican.va/ pornography, corazones.org/pornografia. Información bibliográfica en
http://www.coriac.org.mx/centro_lib.html. Cf. M. HENRY, Encrnación, Sígueme,
Salamanca 2002; R. ODIEN, Pensar la pornografía, Paidós, Madrid 2005.
PORNOGRAFÍA 587
Estas palabras nos sitúan ante unos retos que nunca habíamos ima-
ginado. En tiempos antiguos, la pornografía había tenido un alcance
reducido: no era fácil crear imágenes sexuales que lograran extenderse
y excitar (dominar) al conjunto de unas poblaciones que, por otra par-
te, tendían a vivir todo lo relacionado con el amor de un modo más
inmediato. Ahora, dentro de una cultura de la imagen y la representa-
ción, corremos el riesgo de convertir un tipo de pornografía comercia-
liza en sustituto del amor. Quizá el mayor de todos los riesgos porno-
gráficos sea la promoción de unas relaciones eróticas de tipo “virtual”,
a través de simuladores de diverso tipo. Con los medios técnicos que
existen actualmente (desde la televisión hasta las cámaras de estimula-
ción erótica y los objetos para la excitación sexual) puede lograrse el
placer sexual de un modo solitario, a la carta, sin necesidad del contac-
to (de diálogo y encuentro) entre personas.
Podemos poner un ejemplo: actualmente, pueden crearse y se están
creando simuladores de vuelo o de carreras de coches, de tal forma que
los “pilotos virtuales” sienten las mismas emociones que los reales. Pues
bien, en esa línea, pueden crearse también y se están creando “simu-
ladores sexuales”, de pornografía total (imágenes, olores, contactos,
movimiento, voces) en los que puede “vivirse” (sufrirse) la excitación
PORNOGRAFÍA 589
PRESENCIA143
143. Cf. B. ANDRADE, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerig-
mática, Sec. Trinitario, Salamanca 1999; X. PIKAZA, Amor de Hombre, Dios enamo-
rado. San Juan de la Cruz, Desclée De Brouwer, Bilbao 2004.
590 PALABRAS DE AMOR
PROSTITUCIÓN144
144. La bibliografía on line sobre la prostitución resulta inabarcable. Entre los libros, cf.
N. BLÁZQUEZ, La prostitución, San Pablo, Madrid 2000; M. FOUCAULT, Historia de la
sexualidad, Siglo XXI, Madrid 2002; F. PAWLOFF, La prostitución infantil, Amnistía
Internacional, Madrid 2000; J. L. POMARES, Prostitución, tráfico e inmigración de
mujeres, Comares, Granada 2002; J. ROSSIAUD, La prostitución en el medioevo, Ariel,
Barcelona 1986.
PROSTITUCIÓN 593
pobres o empobrecidos del tercer mundo a los países ricos, del capita-
lismo triunfante, para convertirlas en nuevas esclavas sexuales. Así lo ha
puesto de relieve el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes
e Itinerantes:
La explotación sexual, la prostitución y el tráfico de seres humanos son
actos de violencia contra las mujeres y, en cuanto tales, constituyen una
ofensa a la dignidad de la mujer y son una grave violación de los derechos
humanos fundamentales. El número de mujeres de la calle ha aumentado
notablemente en el mundo por muy distintos y complejos motivos de orden
económico, social y cultural. En algunos casos, las mujeres implicadas han
sido víctimas de una violencia patológica o de abusos sexuales desde la
niñez. Otras han sido llevadas a prostituirse con el fin de tener lo suficien-
te para vivir ellas mismas y sus familias. Algunas buscan una figura pater-
na o una relación amorosa con un hombre. Otras tratan de amortizar deu-
das excesivas. Algunas dejan situaciones de pobreza en su país de origen,
creyendo que el trabajo que se les ofrece en el exterior cambiará su vida. Es
evidente que la explotación sexual de las mujeres, que se difunde en el teji-
do social de todo el mundo, es una consecuencia de muchos sistemas injus-
tos. Muchas mujeres de la calle que se prostituyen en el llamado Primer
Mundo provienen del Segundo, Tercero y Cuarto Mundo. En Europa, y en
otros lugares, muchas de ellas han sido objeto de tráfico de otros países
para responder a una creciente demanda de la clientela. Sin embargo, no
todas las que han sido objeto de tráfico se hallan implicadas en la prostitu-
ción y no todas las prostitutas han sido objeto de tráfico. La esclavitud
humana no es algo nuevo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT)
estima que actualmente 12,3 millones de personas se encuentran esclavi-
zadas en trabajos forzosos y obligados, y que alrededor de 2,4 millones de
ellas son víctimas de un tráfico cuyas ganancias anuales ascienden –se
dice– a 10 mil millones de dólares USA (Encuentro pastoral, junio del 2005,
nums 1-2. Texto en vatican.va/ pontifical_councils/migrants).
1. Tú eres (Sy ei). La primera palabra del Cielo (de Dios) no es la autoafir-
mación ¡Yo soy! (=ehyeh, que se personaliza como Yahvé: Soy el que soy) de Ex
3, 14, sino la afirmación engendradora de aquel que sale de sí, suscitando al otro
y diciendo ¡Tú eres! Ciertamente, la Escritura israelita incluye esta expresión del
Dios que reconoce al rey o profeta, asegurando ¡Tú eres! (cf Sal 2, 7; Is 41, 8),
pero no la considera primordial, ni la interpreta como principio de identidad de
Dios y fundamento de todo lo que existe. El judaísmo en su conjunto ha partido
146. Cf. M.-J. LAGRANGE, Saint Marc, Gabalda, París 1929, 1-13; V. TAYLOR, Ev. de San
Marcos, Cristiandad, Madrid 1980, 161-175; R. PESCH, Vangelo di Marco, Paideia,
Brescia 1980 I, 135-160; J. GNILKA, Ev. Marcos, Sígueme, Salamanca 1986, I, 46-72;
X. PIKAZA, Para leer el evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 1998; M. NAVARRO,
El evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 2006.
600 PALABRAS DE AMOR
del Yo Soy de Dios (= Yahvé) que le define como misterio incognoscible, antes de
toda comunicación. El evangelio en cambio se funda en el descubrimiento gozo-
so del Dios que “es” diciendo Tú Eres. No empieza con el Dios en sí, sino con el
Dios que habla al Hijo. No comienza asegurando el poder de su Yo, entendido
como fuente de todo lo que existe (en la línea de una filosofía idealista moder-
na), sino que comienza por el tú. Eso significa que el ser primero no es el sujeto
que se autoafirma, ni la esencia impersonal que flota sobre todo (el ipsum esse
de la tradición filosófica), sino la realidad de aquel que diciendo tú hace surgir
al otro, en amor primigenio, pudiendo así definirse como “yo”. En esa línea
podemos añadir que Dios sólo existe haciendo existir: se conoce a sí mismo
conociendo al otro (al Hijo), se dice diciéndole. Lógicamente, en el principio está
el amor que hacer surgir un tú o, mejor dicho, está el tú como ser originario. El
mismo “yo” de Dios es, según eso, un yo que surge del tú del Hijo.
2. Mi Hijo (ho huios mou). Es como si Dios dijera: Tú eres mío (lo más ínti-
mo de mí), siendo distinto. Ese Hijo de Dios no era o existía, sino que ha brota-
do de la misma relación (generación) del Padre que le engendra diciéndole ¡Tú
eres! Esto es lo que Mc 1, 11 ha presentado como “esencia” y base (principio
divino) de todo su evangelio: Jesús atiende a la voz del Cielo que le llama, escu-
cha la Palabra que le engendra haciéndole Hijo. Previamente no existía: todo su
ser lo recibe a través de esa llamada de amor. De ella nace, surgiendo de Dios,
y así aparece en el momento crucial de su bautismo. Ésta es una palabra histó-
rica (Jesús la escucha en el Jordán, saliendo del agua, en un momento clave de
su vida). Pero, al mismo tiempo, es la Palabra originaria: ella nos introduce en
la entraña de Dios, haciéndonos descubrir el despliegue de su amor. En el mis-
mo centro de la historia humana emerge y se despliega por Jesús la realidad
intradivina, así aparece lo que era en el principio (1 Jn 1, 1) o, mejor dicho, lo
que es Principio de todo lo que existe. El origen no es el Yo-Soy de Dios, que pla-
nearía por encima de todas las restantes realidades, ni es la voz del ser huma-
no que suplica desde el fondo de su soledad, llamando ¡Padre! o ¡Madre! Ésas
son voces derivadas. La primera, la más honda y fundante es la palabra del
Padre/Madre que dice en amor ¡Tú eres mi hijo! Ésta es palabra de engendra-
miento amoroso: Jesús “es” porque escucha la voz que le dice ¡tú eres! llamán-
dole en amor. Por eso, su ser significa recibir, su existencia se define como aco-
gimiento. Jesús no tiene nada que “hacer”, nada que conquistar. Dios no le pide
ni exige cosa alguna. Simplemente le dice en amor “tú eres mi Hijo”, haciéndo-
le su Hijo.
3. El Querido (ho agapêtos). No es uno cualquiera sino el amado, escogido,
preferido, como aquel a quien Abrahán estaba dispuesto a sacrificar (Gen 22, 2.12)
o como el pueblo de Israel (primogénito, elegido: Ex 4, 22-23) a quien amaba Dios
intensamente. También el profeta final, Siervo Elegido (Eklektos) de Is 42, 1, apa-
rece en la tradición judía como amado (jhjd). Dios mismo es quien ahora llama a
Jesús con este nombre más íntimo y gozoso, en declaración de amor que define
y da sentido a todo el cristianismo: Dios se expresa y despliega su verdad dicien-
do (=haciendo) a Jesús Querido suyo, destinatario personal de su afecto más
QUERIDO 601
profundo, más cercano. Todo lo que el evangelio irá mostrando después sobre
el surgimiento y sentido de la iglesia como familia mesiánica de madres/hijos,
hermanos/as (cf. Mc 3, 31-35; 10, 28-30) debe interpretarse como una conse-
cuencia o expansión de esta primera palabra de amor que Dios dice a su Hijo:
¡Mi Querido! Jesús se descubre querido porque Dios le ama, en gesto personal
de comunicación engendradora. En este contexto, decir es hacer, proclamar el
amor es engendrar. En esta palabra de amor de Dios a Jesús se asienta y recibe
su sentido todo lo que existe, porque Jesús no cierra esta palabra para sí, no la
toma en exclusiva, sino que la ofrece a todos los hombres y mujeres, para com-
partirla con ellas, de manera que todos puedan escucharla y saber así que son
hijos queridos.
4. En ti me he complacido. Esta expresión reasume en otra clave la palabra
fundante de Gen 1 donde Dios mismo va diciendo y haciendo que las cosas sean
buenas, alegrándose en su bondad. En este gozo de Dios, que se complace sobre
todo en los hombres, varones y mujeres (Gen 1, 27-28), recibe su sentido todo
lo que existe. En otro nivel, esta palabra está relacionada con Is 41, 8; 42, 1 don-
de Dios se goza (se complace) en su Siervo (Elegido). En perspectiva más
amplia podemos evocar la teología de la alianza donde el mismo Dios parece
entregarse, complacido y exultante, en brazos de su esposa (cf. Os 2, 21; Is 62,
5; Ct 2, 10). Al final de esta línea aparece nuestro texto, presentando el amor del
Padre que suscita a su Hijo para descubrirle luego como fuente de felicidad (de
la más honda complacencia). De esta manera, el evangelio ha querido destacar
el gesto gozoso de amor del Padre que disfruta con su Hijo (su amigo). Por eso
añade en ti me he complacido y de esa forma funda la historia humana en el pla-
cer paterno. El misterio de Dios se desvela así en clave de felicidad: es gozo ser
Padre, expresión de gozo máximo es el Hijo. Allí donde el Padre expresa su feli-
cidad por el Hijo y el Hijo es feliz escuchando la voz de felicidad del Padre se
revela Dios, nacen los hombres como seres en los que el mismo Dios se ha com-
placido.
Esta guerra tiene dos fines: vengarse de una ciudad que se supone
que ha sido desleal a la alianza israelita y raptar a las muchachas casa-
deras, para que los hombres de Benjamín puedan tener mujeres. (1) La
venganza asesina recae sobre todos los habitantes de Jabes (excluidas las
147. Cf. M. ÁLVAREZ BARREDO, La iniciativa de Dios. Estudio literario y teológico de Jueces.
I. Jueces 1-8. II. Jueces 9-21, Carthaginensia, Murcia 2000 y 2004; M. BAL, Death and
Dissymetry. The Politics of Coherence in the Book of Judges, UP, Chicago 1988; X.
PIKAZA, Violencia y religión en la historia de occidente, Tirant lo Blanch, Valencia 2005.
604 PALABRAS DE AMOR
la triste y durísima historia, que el libro de los jueces acaba de contar, los
benjaminitas (representantes de una famosa tribu de Israel) no tienen
mujeres suficientes, a pesar de que han robado en guerra a las mujeres de
Jabes Galaad. Los restantes israelitas han jurado no darles sus hijas por
esposas: muchos benjaminitas morirán sin descendencia, van a destruir-
se. Para impedir que eso suceda (¡a pesar de que los benjaminitas son cul-
pables y han violado a una mujer inocente!) los sabios y prudentes de
Israel proponen otra forma de violencia: ofrecerán mujeres “buenas”
(danzantes dulces de la fiesta de las viñas) para los amargos benjaminitas.
se fijan en aquellas que más les convienen, para sacarlas del baile y ofre-
cerles matrimonio. Con esto acabará el verano; un año más se animarán
las bodas, acabada la vendimia. Allí mismo se estipulan los contratos:
unos roban, otros consienten, ellas son raptadas. Los benjaminitas, irrum-
pen decididos en el baile y raptan a las muchachas. Evidentemente se pro-
duce un alboroto: gritan unos y otras, protestan los parientes...Pero todo
acaba en paz: los parientes aceptan; las muchachas que han ido al corro
de las viñas a ofrecerse en matrimonio, tienen que dejarse raptar (es su
destino). ¿Triunfa la vida? ¿triunfa el puro vino de violencia? La violencia
religiosa empieza precisamente aquí, en el destino de la mujer a quien pre-
para para ser robada.
148. Cf. M. ASÍN PALACIOS, Amor humano, amor divino. Ibn Arabi, El Almendro, Córdoba
1990; C. DÍAZ, Manual de Historia de las Religiones, Desclée De Brouwer, Bilbao
1997; Religiones personalistas y religiones traspersonalistas, Desclée De Brouwer,
Bilbao 2003; M. ELIADE, Tratado de historia de las religiones, Cristiandad, Madrid
1981; J. MARTÍN VELASCO, El encuentro con Dios. Una interpretación personalista de
la religión, Cristiandad, Madrid 1976; X. PIKAZA, Hombre y mujer en las religio-
nes, Verbo Divino, Estella 1996; G. WIDENGREN, Fenomenología de la religión,
Cristiandad, Madrid 1976.
RELIGIONES 607
más amplio que llena todo el cosmos. Esto no puede demostrarse, pero
todo buen amante sabe que es cierto, descubriendo que en su amor se
manifiestan fuerzas que crean y destruyen, poderes de vida que estallan
y enigmas de noche que llegan en silencio, movimiento de acción y de
pasión, dislocamientos, rupturas y nuevas creaciones. Pues bien, ahí, en
ese mismo mundo que parece destruirnos está el amor primero. Por eso,
la primera respuesta a las preguntas del amor está relacionada con el
mundo. Somos micro-cosmos, un pequeño recipiente donde resuenan y
vibran las tormentas estelares. En ese nivel, la naturaleza aparece como
divinidad total y nosotros sólo somos una pequeña expresión de su mis-
terio. Por eso, cuando mira en la noche a las estrellas, el amante sabe que
ellas le están enviando una carta de amor.
otro residía / y aquese amor que los une / en lo mismo convenía / con el
uno y con el otro / en igualdad y valía». Amado y Amante son Hijo y
Padre; el Amor que los une es el Espíritu Santo.
S
150. Cf. P. E. BONNARD, La Sagesse en Personne annoncé et venue, Jesús-Christ, Cerf, París
1966; V. MORLA ASENSIO, Libros sapienciales y otros escritos, IEB 5, Verbo Divino,
Estella 1994; S. PIE I NINOT., La palabra de Dios en los libros sapienciales, Herder,
Barcelona 1972; G. VON RAD, La Sabiduría en Israel: Proverbios-Job-Eclesiastés-
Eclesiástico-Sabiduría, Cristiandad, Madrid 1985; F. RAURELL, “La Literatura sapien-
cial bíblica”: Est Fran 80 (1979) 101-147; S. SCHAUP, Sofía. Aspectos de lo divino feme-
nino, Kairós, Barcelona 1998; G. SCHIMANOWSKI, Weisheit, WUNT 17, Tübingen 1985;
E. SCHÜSSLER FIORENZA, Los caminos de la Sabiduría. Una interpelación feminista de la
Biblia, Sal Terrae, Santander 2004; J. VILCHEZ, Sabiduría, Verbo Divino, Estella 1990;
Sabiduría y Sabios en Israel, El mundo de la Biblia, Verbo Divino, Estella 1996.
614 PALABRAS DE AMOR
7). Dios perdona todo, pero no todo da lo mismo. No es que las cosas
sean indiferentes; no es que Dios ofrezca vida pase lo que pase. El mis-
mo perdón, regalado de forma gratuita, es fuente de exigencia (correc-
ción o cambio) para los hombres. Dios se manifiesta así como amigo fiel
y terapeuta exigente. Toma en serio la vida de los hombres: les concede
dignidad, cree en ellos, les considera capaces de conversión. De esa for-
ma, el Dios lejano, que desborda los esquemas de este mundo, viene a
presentarse como fuente cercana de vida universal.
Todo eso es posible porque Dios ama a los hombres, más aún, ama
a todos los seres (agapas gar ta onta panta, Sab 11, 25). Por encima y
en el centro de todo lo que existe, como realidad original y sentido uni-
versal de la vida, no hay un tipo de eros, a quien tenemos que buscar,
saliendo del mundo (como en el platonismo), sino Aquel que ama y así
penetra con amor en todo lo que existe, haciendo que sea. El filósofo
conoce sólo el ser (las cosas son lo que son). Pues bien, la Escritura
israelita, que culmina en el libro de la Sabiduría, nos coloca más allá
del ser, en el lugar de la gracia originaria, es decir, en el principio de
Dios. Estas palabras que comentamos no son una afirmación sobre
aquello que ha sido por siempre, ni teoría acerca del misterio de las
cosas sino revelación originaria: soy porque me aman. Cuando falta el
amor y no podemos saber quien nos sustenta (¿de dónde vengo?) tam-
poco hay esperanza verdadera: no voy a ningún sitio, no hay nadie que
me piense, que se ocupe de mis cosas, que me espere. Pues bien, en
contra de eso, nuestro texto ofrece una terapia: ¡el amor de Dios me lle-
na, funda mi existencia! Este pasaje de la Biblia (Sab 11, 22 – 12,2) ha
puesto a Dios (voluntad de amor) sobre la esencia. Eso significa que la
vida de los hombres no se apoya en la “necesidad”, el equilibrio de
poderes o la fuerza del destino. Por encima de ese plano de totalidad
polar y lucha, viene a desvelarse la gracia creadora de la libertad de
Dios, su amor originario. Nace la angustia y se cierra el futuro allí don-
de parece que la vida se halla en manos de su fatalidad: no tenemos
más remedio que luchar y fatigarnos para vencer a los demás y ser, al
fin, derrotados por la muerte. Pues bien, en contra de eso, nuestro
pasaje sabe que la vida de los hombres nace del amor y en libertad cul-
mina. Así nos ofrece una terapia de amor que se abre a la esperanza:
vivir desde el amor que escucha la palabra de Dios y ofrece vida a los
demás, eso es creer conforme a nuestro texto.
616 PALABRAS DE AMOR
151. Cf. I. GÓMEZ-ACEBO, Dios también es Madre, Paulinas, Madrid 1994; P. HEINISCH, Die
Persönliche Weisheit des AT in religionsgesch. Beleuchtung, Münster 1933; B. LANG,
Frau Weisheit. Deutung einer biblischen Gestalt, Düsseldort 1975; B. L. MACK, Logos
und Sophia, Vandenhoeck, Göttingen 1973, 34-62; “Wisdom Myth and Mytho-logy”:
Interpret 24 (1970) 333-349; X. PIKAZA, Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca
2006; A. DE PURY, “Sagesse et revelation dans l’Ancien Testament”: RThPh 27 (1977)
1-50.
SABIDURÍA 2 617
de una experiencia que aparece en Prov 8 y Eclo 15, 2; 51, 13-15: la sabi-
duría es una esposa y compañera de vida para el hombre. Sabemos por
Gen 2-3, que Adán solo alcanza plenitud cuando aparece en forma de
pareja de amor, como encuentro de varón y mujer (cf. Gen 2, 23-25). Pues
bien, en nuestro caso, allí donde esperábamos a Eva descubrimos a la Sa-
biduría como esposa (esposo, amigo) para el hombre:
del conjunto de una realidad amorosa. Por eso, Salomón, el hombre bíbli-
co, es un verdadero filó-sofo, en el sentido original de la palabra: es un
amante de la Sabiduría: «La preferí a cetros y tronos, y en su compara-
ción tuve en nada la riqueza. No la equiparé a la piedra más preciosa, por-
que el oro a su lado es un poco de arena... La quise más que a la salud y la
belleza...» (Sab 7, 8-10). «Querer es poder», suele decirse. Pues bien, con-
forme al libro de la Sabiduría, debemos precisar que «querer es amar, es
poder y es compartir». «Con la sabiduría me vinieron todos los bienes jun-
tos» (Sab 7, 11). «Aprendí sin malicia, reparto sin envidia y no me guardo
sus riquezas; porque es un tesoro inagotable para los hombres» (Sab 7, 14).
Lo contrario al amor es la → envidia, que enfrenta a los hombres y muje-
res por la posesión de unos bienes limitados. Por el contrario, los bienes
superiores vinculan a los hombres, pues cuanto uno más los da más los tie-
ne. Por eso los verdaderos reyes (los que ayudan y dirigen a los otros) son
los sabios: «Así pues, si os gustan los tronos y los cetros, soberanos de las
naciones, respetad la Sabiduría y reinaréis eternamente» (Sab 6, 21).
SALMOS 152
152. Cf. H. J. KRAUS, Teología de los salmos, Sígueme, Salamanca 1993; L. ALONSO
SCHÖKEL y C. CARNITI, Salmos, EVD, Estella 1992; V. MORLA, Libros sapienciales y
otros escritos, Verbo Divino, Estella 1994, 289-451.
SALMOS 619
La simple lectura de los textos nos muestra que Dios usa de su mise-
ricordia de un modo maternal y muy cercano, comprometiéndose en
amor con los hombres. La misericordia aparece vinculada expresamen-
te al perdón, a la bondad, a la gratuidad y a la alianza (como en el salmo
89). En especial, la misericordia de Dios se expresa con los israelitas, pero
de un modo más extenso se aplica a todas las criaturas, como muestra el
salmo 145. Entre los salmos que podemos citar hallamos algunos de los
más utilizados por la liturgia cristiana, como el Miserere (Sal 51) y el De
Profundis (Sal 129). También es importante la relación que se establece
entre la misericordia y la acción de gracias (cf. Sal 118). Hay un salmo
620 PALABRAS DE AMOR
153. Cf. R. AGUIRRE (ed.), Los milagros de Jesús. Perspectivas metodológicas plurales,
Verbo Divino, Estella 2002; J. D. CROSSAN, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica,
Barcelona 1994; El nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002; E.
ESTÉVEZ, El poder de una mujer creyente. Cuerpo, identidad y discipulado en Mc
5,24b-34. Un estudio desde las ciencias sociales, Verbo Divino, Estella 2003; H. C.
KEE, Medicina, milagro y magia en tiempos del Nuevo Testamento, El Almendro,
Córdoba 1992; X. LÉON-DUFOUR (ed.), Los milagros de Jesús, Cristiandad, Madrid
1979; J. PELÁEZ DEL ROSAL, Los Relatos de milagro en los Evangelios Sinópticos: mor-
fología e interpretación I-II, Universidad Complutense, Madrid 1984; X. PIKAZA, La
nueva figura de Jesús, Verbo Divino, Estella 2002; G. THEISSEN, La fe bíblica. Una
perspectiva evolucionista, Verbo Divino, Estella 2002.
SALUD 1 621
curarles; no había más remedio que dejar que fueran lo que son, ini-
ciando sólo un camino de liberación interna. Jesús, en cambio, quiso
curar por amor a los enfermos, como ha puesto de relieve uno de los
investigadores más significativos del momento actual:
1. Jesús, cura por amor. Cura porque ama, porque enciende la fe de los enfer-
mos, creyendo en ellos y haciendo que ellos crean, de manera que puedan asu-
mir y desplegar la vida, en libertad y en gozo. Casi todas las sanaciones de Jesús
están vinculadas a la comunicación: quiere lograr que los hombres y mujeres
sean capaces de aceptar la propia vida como un don, en gesto de confianza, en
apertura hacia los otros. No es un “curandero” de poderes mágicos, alguien que
sana a los hombres y mujeres desde fuera, sino un hombre de fe, alguien que
ama y trasmite el amor de Dios a los enfermos. No quiere ponerse en el centro,
pues allí está Dios (el Poder de la Vida) y los mismos enfermos, a quienes Jesús
capacita así para creer, es decir, para aceptar la vida, como un don, por encima
de todas las imposiciones de una ley o de un sistema impuesto desde fuera. Así
es Jesús, sanador integral: sabe que en la vida de los hombres y mujeres existen
energías de Vida superior, que les capacitan para aceptarse y amarse, desplegan-
do así una serie de posibilidades que en otro contexto se hallaban escondidas. En
ese sentido, podemos afirmar que Jesús cura por amor.
2. Los discípulos de Jesús, también sanadores por amor. Jesús quiere que sus
discípulos sean como él, itinerantes de amor: que lo dejen todo y que vayan por
pueblos y aldeas, sin bolsa de dinero y sin alforja, sin vestido de repuesto ni bas-
tón para la defensa propia (cf. Mt 10, 1-14 par). Quiere que vayan de esa forma,
sin posesiones materiales, para que se vea más claro que son mensajeros de un
amor que es capaz de curar: llevan el anuncio del Reino de Dios, que es salva-
ción, y así van, de esa forma armas, sin repuestos de vestido, sin dinero. Van así
porque quieren darse ellos mismos, anunciando el reino, y porque esperan que
los otros (los que tienen casas) les reciban. Pues bien, en este contexto les dice
Jesús: “sanad a los enfermos” (cf. Mt 10, 8; Lc 10, 9). Ésta es la novedad y com-
plementariedad del evangelio: los itinerantes curan por amor; los sedentarios
les acogen en la casa (también por amor). Los itinerantes, gente sin casa (es
decir, sin familia propia ni dinero), “evangelizan” (curan) a la gente con casa y
trabajo, es decir, con familia y posesiones. Sólo ellos, los que se han liberado de
SALUD 1 623
todo para amar así mejor, pueden curar a los sedentarios, que están más inmer-
sos en la vida y trabajos del mundo. De esa forma se complementan ambos gru-
pos. Unos (los que no tienen familia propia, los itinerantes) aparecen como
mediadores de sanación para los otros (los que les acogen en sus casas), esta-
bleciendo una simbiosis o comunicación de vida en la que unos y otros se com-
pletan y se comunican lo que tienen. En ese sentido, la curación es una forma
de vinculación de amor, es la expresión de un poder que trasforma la vida de
los hombres. Jesús supone que sus discípulos itinerantes pueden cuidar-curar,
invirtiendo el comportamiento normal del sistema donde, se supone que la
curación es un signo de poder de los sedentarios: son los ricos los que curan a
los pobres… Pues bien, el evangelio de Jesús ha invertido ese esquema: son pre-
cisamente los pobres (pero ricos de amor) los que pueden “curar” a los ricos,
que lo tienen todo, pero carecen de amor (porque no comparten lo que tienen
con los pobres)
3. Curaciones de amor, una mutación humana… Las curaciones de Jesús y de
sus discípulos expresan la capacidad de trasformación del hombre por amor, en
línea de humanidad. Entendida así, la curación por amor implica el surgimiento
de una humanidad donde los hombres puedan vivir en plenitud: es decir, desde
la fe y la gratuidad… El milagro no es una pura curación interior, ni sólo exterior,
sino el despliegue de la nueva dimensión de salud integral: se puede vivir gratui-
tamente, en gesto de comunicación personal (ver, hablar…); se puede vivir en
amor mutuo y confianza. Los profetas apocalípticos del tiempo de Jesús ofrecían
en general milagros exteriores: signos celestes (cambios cósmicos) o militares
(derrota de los poderes enemigos). Jesús, en cambio, no ofrece más milagro que
el de potenciar la vida desde el amor. Este es el signo de su mensaje: el descubri-
miento de que el hombre puede vivir desde el amor, como un ser reconciliado
consigo mismo y con los demás, en salud. Desde ese fondo se puede afirmar que
las sanaciones de Jesús son como un anuncio de una “mutación humana”: pue-
de surgir y surgirá un hombre diferente del que ha existido hasta ahora, un hom-
bre en amor y ternura. Ésta ha sido la tarea de Jesús, ésta su finalidad: que pue-
dan surgir y desarrollar la vida, en libertad de amor y sanación, hombres y muje-
res que aparecen así como un anuncio del reino de Dios. En ese sentido, la misión
de Jesús ha sido la más sencilla de todas: no necesita instituciones militares ni
religiosas; no necesita dinero ni poderes especiales. Le basa el amor: el amor que
cura, conforme a las antiguas profecías (cf. Mt 11, 2-4; 12, 7); el amor que libera
(cf. Lc 4, 18-19) y que permite que los hombres puedan ayudarse mutuamente.
154. Cf. D. CHOWNING, “Sanados por amor. El camino de la sanación en San Juan de la
Cruz”: Revista de Espiritualidad 59 (2000) 253-333; E. DREWERMANN, La palabra de
sanación y salvación: la fuerza liberadora de la fe, Herder, Barcelona 1996; M. y J.
EMMONS, Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior, Desclée
De Brouwer, Bilbao 2005; D. H. GOWER, Hablar de sanación ante el sufrimiento,
Desclée De Brouwer, Bilbao 2006; Ph. MADRE, Misterio de amor y curación interior,
Desclée De Brouwer, Bilbao 1984; X. PIKAZA, Amor de Hombre, Dios enamorado. San
Juan de la Cruz, Desclée De Brouwer, Bilbao 2004.
SALUD 2 625
La salud del hombre es el amor. Por eso, los hombres sin amor se
encuentran enfermos, de tal forma que viven en situación de muerte.
Sólo si acogen el amor y lo cultivan podrán sanar, vivirán curados. Hay
un tipo de salud exterior que resulta al fin enfermedad de la persona,
626 PALABRAS DE AMOR
aun en el caso de que ella siga viviendo. Pero a la larga, esa salud que es
simplemente externa, acaba siendo también principio de muerte exter-
na. Por eso es necesario que los hombres y mujeres de este tiempo des-
cubran y exploren un nuevo itinerario de amor que les permita vivir en
esperanza. En ese contexto hablamos de la “salud del amor”, interpreta-
da incluso de manera física. Para que los hombres y mujeres vivan sigue
siendo necesario un tipo de trabajo productivo y, sobre todo, en la actua-
lidad, resultan necesarias un tipo de leyes de mercado que regulan el
intercambio de bienes de consumo, de tal forma que esos bienes puedan
llegar a todo el mundo. Pero es mucho más necesario el amor. Sólo con
dinero y ciencia los hombres no viven. Sólo con soldados y policía los
hombres se matan. Ellos necesitan otra curación, porque la vida del
hombre es el amor y sin amor el hombre muere.
155. Cf. O. GONZÁLEZ DE C. (ed.), Salvador del mundo. Historia y actualidad de Jesucristo,
Sec. Trinitario, Salamanca 1997; O. CULLMANN, La historia de la salvación, Penín-
sula, Barcelona 1967; E. M. B. GREEN, The Meaning of Salvation, Hodder, Londres
1965; B. SESBOÜE, Jesucristo, el único Mediador. Ensayo sobre la redención y la sal-
vación I-II, Sec. Trinitario, Salamanca 1990-1991; D. SÖLLE, El Representante. Hacia
una teología después de la “muerte de Dios”, Aurora, Buenos Aires 1972.
SALVACIÓN 627
156. Además de comentarios a Lc, cf. H. BÉJAR, El mal samaritano. El altruismo en tiem-
pos de escepticismo, Anagrama, Barcelona 2001; J. I. CALLEJA, Moral social samari-
tana I-II, PPC, Madrid 2004/5; A. GINEL, La parábola del buen samaritano, CCS,
Madrid 2001; E. GUERRA, La parábola del buen samaritano, Clie, Terrasa 1999; B.
HUBLER, El buen samaritano. Cercano del que sufre, CCS, Madrid 1997.
630 PALABRAS DE AMOR
Entonces, la serpiente, que era la más astuta de todos los animales del
campo que Yahvé Dios había hecho, dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha
dicho: No comáis de ningún árbol del huerto? La mujer respondió a la
serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer, pero del fru-
to del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni
lo tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No
moriréis. Pero Dios sabe que el día que comáis del árbol se abrirán vues-
tros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal. Al ver la mujer
que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para
alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su mari-
do, el cual comió al igual que ella (Gen 3, 1-6).
157. Cf. H. COX, No dejarás a la serpiente, Ediciones 62, Barcelona 1969; J. S. CROATTO,
Crear y amar en libertad. Estudio de Génesis 2:4 - 3:24, La Aurora, 1986; E.
DREWERMANN, Strukturen des Bösen I, Paderborn 1989; R. ETXEBERRÍA, Nejustán,
la serpiente de bronce, M. Moya, Sevilla 2000 (obra de tipo hermético); H.
LEISEGANG, «Das Mysterium der Schlange»: Eranos Jahrbuch 1039, 151-252; M.
de MURÚA, Historia general del Perú (1611), Historia 16, Madrid 1987; E.
NEUMANN, La grande madre, Astrolabio, Roma 1981; H. N. WALLACE, The Eden
Narratives, HSM 32, Atlanta 1985.
SERPIENTE 633
SEXO 1. PRINCIPIO158
158. Cf. G. BATAILLE, El erotismo, Tusquets, Barcelona 1979; J. J. BUYTENDIJK, Rev. de Occi-
dente, La mujer. Naturaleza, apariencia, existencia, Madrid 1970; S. DE BEAUVOIR, El
segundo sexo I-II, Cátedra, Madrid 1999; P. CABA, Hambre o amor. Un aspecto del
amor humano, Madrid 1955; CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA, Sexualidad huma-
na: verdad y significado, Palabra, Madrid 1995; H. DOMS, “Bisexualidad y matrimo-
nio”, en Mysterium salutis II-2, Madrid 1969, 795-839; E. DREWERMANN, Clérigos,
Zrotta, Madrid 1995; P. EUDOKIMOV, La mujer y la salvación del mundo, Barcelona
1970; E. FUCHS, Deseo y ternura, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995; J. A. MARINA, El
rompecabezas de la sexualidad, Anagrama, Barcelona 2005; M. MEAD, Sexo y tempe-
ramento, Buenos Aires 1961; V. SOLOVIEV, Le sens de l’amour, Aubier, París 1946; J. B.
NELSON, La conexión íntima: sexualidad del varón, espiritualidad masculina, Desclée
De Brouwer, Bilbao 2001; J. B. NELSON y S. P. LONGFELLOW, La sexualidad y lo sagra-
do. Fuentes para la reflexión teológica, Desclée De Brouwer, Bilbao 1996; R. PIÑERO,
Encuentro personal y Trinidad, Secretariado Trinitario, Salamanca 1982; D. D.
WILLIAMS, The spirit and forms of love, Harper and Row, Nueva York 1968.
636 PALABRAS DE AMOR
tiva quizá más profunda, en contra de aquellos que dan primacía a la divi-
sión materia-forma, a la lucha entre ideas o al enfrentamiento de clases
sociales, podemos afirmar que en el principio de la historia humana está
la división, el enriquecimiento (y la posible lucha) entre los sexos. Cierta-
mente, ese principio no se puede tomar de una manera cronológica, ni
puede interpretarse con categorías ontológicas, como si fuera algo inmu-
table, pero determina de forma poderosa la manera de ser del hombre en
la historia de la vida (plano biológica), en la dualidad de género (plano
psicológico), en la identidad personal y en la apertura a la trascendencia.
1. Nivel biológico: sexo. Al llegar a un determinado plano, con el fin de espe-
cializarse y producir seres más complejos, la naturaleza se ha dualizado. Surgen
macho y hembra, como expresiones complementarias de una misma riqueza espe-
cífica. En este nivel, la “perfección” de la especie no se expresa ya por separado, en
cada uno de sus individuos, sino que han de tomarse al menos dos (uno masculi-
no, otro femenino) para que ella despliegue toda su riqueza y para que así pueda
propagarse. Sólo unidos, macho y hembra, constituyen el todo de la especie, gozan
de realidad y pueden engendrar nuevos individuos. Este primer momento de com-
plementariedad dual resulta básico para entender la misma vida humana. La ver-
dad de una persona no consiste en que habite sola y suficiente, pues Dios (la vida)
nos ha creado varón y mujer (cf. Gen 1, 27). Eso significa que una parcela de tu
ser (tu realidad y plenitud) se encuentre fuera de ti misma: para hallarte has de
perderte, salir fuera y encontrar en otra persona aquello que buscas y te falta.
2. Nivel psicológico: género. En el plano humano, el dualismo sexual, de tipo
más biológico, genera (o deja que se expresen) formas distintas de individuación
psicológica, que suelen llamarse “género”. Hay, sin duda, rasgos que son más pro-
pios del varón y rasgos más propios de la mujer, aunque no es fácil distinguir
perfectamente lo que proviene de la herencia natural y lo que ha nacido de la cul-
tura. Muchos afirman, con buenas razones, que el género femenino ha sido opri-
mido en los últimos milenios (a partir de un pretendido matriarcado antiguo). El
tema es complejo, porque en el plano concreto resulta muy arriesgado disociar
naturaleza de cultura. No somos ya naturaleza pura, pues todo nuestro ser huma-
no se ha venido a conformar en un proceso cultural, en una historia. Eso signifi-
ca que la misma distinción del varón y la mujer dependerá en gran medida de lo
que nosotros vengamos a ser. Los hombres y mujeres del futuro serán lo que ellos
quieran. Dispondrán de los mismos derechos y tendrán las mismas posibilidades
creadoras, pero es muy posible que, por otra parte, ellos quieran volverse todavía
más distintos que ahora: más polarmente diferentes, con aspectos y riquezas pro-
pias de cada género, de tal forma que se atraigan y completen desde su misma
diferencia. Personalmente, quisiera que, teniendo unos mismos derechos labora-
les y sociales, hombres y mujeres pudieran distinguirse de un modo personal
mucho más intenso
3. Diversidad personal. El sexo está muy vinculado a la manera de hacerme y
ser persona: me descubro y realizo en la medida en que otra persona, concreta-
SEXO 1 637
da sobre todo en individuos del otro sexo, me llama y complementa. Más que la
dualidad biológica (sexual) importa aquí la dualidad y diferencia personal: nor-
malmente, el varón se define en relación a las mujeres y la mujer en relación a
los varones. Por eso es bueno que las comunidades humanas sean espacios mix-
tos, abiertos a personas de diverso género. En esa línea, a fin de que un niño
madure, es conveniente que pueda contar con las “figuras” de un padre y de una
madre, de un varón y una mujer. Lógicamente me sigue pareciendo preferible
que para que un grupo humano sea maduro esté formado por varones y muje-
res, es decir, por personas de sexo diferente. Pero, dicho eso, debemos reconocer
que han existido y siguen existiendo comunidades de personas del mismo sexo,
sólo de mujeres, sólo de varones (especialmente en los conventos católicos,
budistas etc.), sin que se pueda decir que sean patológicas o anormales. Eso se
debe, a mi entender, al hecho de que esos monjes o monjas han tenido (han debi-
do tener) una formación anterior completa: han debido vivir en hogares donde
ha existido un buena complementariedad personal (de lo masculino y femeni-
no), han alcanzado una madurez afectiva y pueden ya convivir básicamente en
grupos de personas de un mismo sexo, sin perder por ello la riqueza de la duali-
dad humana. De todas formas, ése es un tema muy complejo, vinculado a las
diversas formas de homosexualidad natural y/o elegida.
4. Hay un nivel de trascendencia. Finalmente, siendo un elemento biológico y
psicológico del ser humano, el sexo forma parte de su misma llamada y apertura
trascendente. Por un lado, parece que el sexo encierra a los hombres y mujeres
en la totalidad del cosmos, entendido como vida. Pero, al mismo tiempo, varones
y/o mujeres, diferenciados y unidos por el sexo en comunión personal, siguen
encontrándose abiertos. ¿De qué modo? ¿Hacia dónde? Quizá podamos y deba-
mos responde que “hacia la vida”: el amor se desvela como campo donde el hom-
bre/mujer, forman una dualidad que nunca acaba de cerrarse, porque va buscan-
do y presintiendo su verdad, en un nivel de trascendencia. Eso nos abre hacia un
espacio que, en palabra muy ambigua, se pudiera llamar «espiritual». Muchos
pueden sentir recelo. Una educación bastante represora nos ha dicho que el sexo
es la materia y pertenece al plano de la carne, mientras que espíritu sería algo
inmaterial, totalmente separado del sexo. Pues bien, en contra de eso, debemos
recordar que el Espíritu de Dios no es material ni inmaterial, sino el Principio o
Fuerza de la Vida, que se expresa en el mismo ser humano en su plenitud, como
varón y/o mujer, y que lo hace, de un modo especial y muy concreto a través del
proceso de la relación interhumana y de la generación total (personal), íntima-
mente vinculadas con el sexo.
SEXO 2. INTERPRETACIONES159
En esta última línea podemos hablar de una curación por amor, pues
la salud* del hombre es el amor. El conjunto de los hombres actuales
parecen enfermos. Ellos inventan cada día e inventarán, sin duda, en el
futuro, nuevos prodigios técnicos: pondrán bases militares en la Luna,
harán turismo en Marte, buscarán unas formas de sexualidad virtual
sofisticadas que permitirán saciar en cada instante (a capricho) las nece-
sidades “biológicas” (muchos sostienen que dentro de unos años el 90%
de las emociones sexuales se producirán de un modo virtual). Pero con
todo eso, y con otras mil formas de consumo, si desean sólo sexo fácil,
buscando en él su salvación, hombres y mujeres seguirán hundiéndose
en el pozo de su soledad, teniendo que vivir de un modo cada vez más
artificial hasta que al fin, quizá en poco tiempo, tras haber consumido
gran parte de las reservas del planeta Tierra, estos animales divinos que
nosotros somos desapareceremos para siempre, porque sin amor mori-
mos, acabamos sin remedio.
En contra de ese riesgo, los hombres y mujeres sólo podremos vivir y
viviremos si nos dejamos transformar y transformamos nuestra vida por
amor, en todos los sentidos, porque el amor cura-repara, el amor supera
la muerte, el amor nos permite realizarnos de un modo gozoso, para
gozar viviendo y buscando nuestro ser en el futuro, en experiencia de
resurrección siempre nueva, siempre amada. Sólo allí donde al hombre
se le abre, y él recorre emocionado, un camino del amor podrá existir
futuro para nuestra especie, porque la salud del hombre es el amor y sin
amor el hombre muere. En ese contexto podemos y debemos hablar de
una sabiduría del amor, que se inicia de algún modo en el sexo, pero que
llena toda la existencia de los hombres y mujeres. El amor no es una emo-
ción pasajera que viene en un segundo momento, sólo algunas veces, para
pasar luego, dejándonos en manos de un frío cósmico, que planea indife-
rente sobre nuestros dolores y tensiones. Al contrario, el amor es el poder
originario que se expresa de un modo oculto pero intenso en la misma
dinámica del cosmos, para venir a revelarse con pasión radical en nuestra
vida. Nosotros somos sus destinatarios y testigos, de tal manera que pode-
mos definirnos como “oyentes y cooperadores” de una Gracia de Amor, que
trasforma el sexo y lo convierte en principio de comunicación personal.
Del Sexo/Amor nacieron los hombres al principio, por Sexo/Amor
hemos seguido viviendo, a pesar de todas las violencias y riesgos de nues-
tra dura historia, y sólo en Amor podremos culminar nuestra existencia,
en un camino arriesgadamente hermoso de gozo y de comunicación. La
vida sobre el mundo se encuentra rodeada de riesgos. Nos hemos arries-
642 PALABRAS DE AMOR
SOLEDAD 160
con intensidad, pero no hay nadie que acepte su cariño. A veces no con-
siguen amar; entonces se dejan estar, como personas incapaces, destrui-
das. De los marginados habla, de un modo excepcional, Mt 25, 31-46,
cuando alude a los hambrientos y sedientos, a los desnudos y extranje-
ros, a los enfermos y encarcelados. Ellos son, ante todo, aquellos a quie-
nes otros condenan a la soledad.
Primero están los marginados por falta de bienes materiales: «tuve
hambre y no me disteis de comer, tuve sed...». Así los introduce el evan-
gelio. Solitario y sin amor es el que pasa por el mundo con el hambre en
las entrañas, sin que nadie quiera remediarle. Posiblemente es incapaz
de valerse y necesita que alguien quiera tenderle una mano. Quizá es
capaz pero hay otros (los beneficiados del sistema) que lo impiden y no
le dejan compartir los bienes que el mundo ofrece a todos. Pocos han
contado como M. Hernández este escalón básico de la soledad, al refe-
rirse al «hambre» que se esconde en el comienzo de todas las rupturas y
venganzas de la historia: «El hambre es la primera cosa que se aprende.
/ Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos, donde la vida habita
siniestramente sola. Reaparece la fiera, recobra sus instintos, sus patas
erizadas, sus rencores, su cola» (Poesías completas, Buenos Aires 1976,
326-327).
La primera presencia de amor consiste en dar de comer, como la
madre el recién nacido, como el que tiene al que no tiene. En el hambre,
la vida habita «siniestramente sola». Muy pronto llega también la sole-
dad del que se encuentra marginado por su forma de ser, por su nación,
por sus ideas (los exiliados y extranjeros). Jesús alude a millones de per-
sonas cuando dice: «No tenía ropa, malvivía en el exilio...». Ésta es la
soledad de los desnudos, a quienes nadie reconoce y mira; la soledad de
los emigrantes y extranjeros, que arriesgan la vida por hallar pan y tra-
bajo, siendo generalmente rechazados. Los privilegiados de este mundo
rico estamos creando círculos inmensos de gran soledad donde padecen
sin amor los extranjeros. Mt 25, 31-46 habla finalmente de la soledad de
los enfermos y encarcelas, de aquellos a quienes expulsa y encierra la
propia debilidad o la violencia legalizada del sistema. Ellos son los “car-
gados con el yugo de la soledad”, los enfermos y presos. Ellos ofrecen el
mayor testimonio y protesta de un mundo sin amor.
Son muchos los que justifican esta situación: ¿Por qué cuidar a los
enfermos y ponerles en el centro de la vida? ¿No es la tierra lugar para
los sanos? ¿Por qué acoger a los extranjeros y acompañar a los encarce-
646 PALABRAS DE AMOR
lados? ¿Por qué…? Son muchos los que tienen que sufrir su soledad,
encerrados o expulsados de la vida de los sanos. Y otros muchos preferi-
mos silenciar su marginación y aprovechar a solas el banquete de la vida.
¿Recordemos las palabras sobre el loco de A. Machado? «Por un camino
en la árida llanura... / a solas con su sombra y su locura / va el loco ha-
blando a gritos... / No fue por una trágica amargura / este alma errante,
desgajada y rota; purga un pecado ajeno: la cordura, la terrible cordura
del idiota» (Poesías completas, Madrid 1959, 97). Ésta y las otras soleda-
des anteriores provienen de la falta de amor. Y a todas ellas se les puede
unir, finalmente, la soledad de los marginados afectivos estrictamente
dichos. Quizá no tienen demasiadas dotes. Unas veces les falta belleza
corporal, otras les falta capacidad de creación; a veces tienen poca suer-
te. Esperan que alguien venga y le transmita una palabra de cariño, y sólo
escuchan una voz de lejanía o imposiciones. Quieren ternura y sólo
encuentra abandono o sexo. Sienten que otras gentes utilizan su bondad,
manipulan sus afectos, se aprovechan de su sentimiento. Y la rueda de la
vida sigue, implacable, destructora. Mientras tanto, el buen Dios parece
seguir en silencio, permitiendo que la historia continúe.
3. Hay una soledad tercera, que puede ser propia de personas que se aís-
lan de las otras. Ella ha sido muy desarrollada por los escritores más eli-
tistas, de tal forma que podemos llamarla literaria y tiene ciertas cone-
xiones con el → budismo. Se manifiesta especialmente en momentos de
ruptura social, de luchas ambiciosas, de pasiones por el mando, de fra-
casos y venganzas. Parece entonces que todo está manchado: el poder de
la amistad, las relaciones sociales, la comunión de amor del hombre y la
mujer, el matrimonio... Enfrentados con esa situación, ciertos hombres
y mujeres, que podrían compartir muy bien la vida con otros –no son
apáticos por naturaleza– deciden encerrarse al interior de su existencia.
En el fondo de ese gesto parece que están huyendo del dolor, tienen un
gran miedo a toda desmesura. Ellos saben que hay dolor cuando se tiene
y dolor cuando se pierde lo querido o se padecen sus ausencias. Hay
igualmente dolor cuando se ama: surgen desmesuras con la entrega por
los otros, se originan situaciones y trabajos arriesgados. Pues bien, el
solitario «clásico» no quiere dolores ni pasiones, sino mantenerse en lo
que él llama la moderación y el equilibrio de la vida. Para lograrlo nece-
sita superar los riesgos del amor, con todo lo que ellos implican y presu-
ponen. Así lo muestra una lira de Fr. Luis de León: «Vivir quiero conmi-
SOLEDAD 647
go, / gozar quiero del bien que debo al Cielo, / a solas, sin testigo, / libre
de amor, de celo, / de odio, de esperanzas, de recelo» (“Qué descansada
vida”: Poesías completas, Madrid 1953, 50).
Por el camino de la soledad, el poeta quiere encontrarse consigo mis-
mo, más allá de las pasiones que sacuden la vida de los otros: amor-odio,
ansia-recelo. Lo que intenta cultivar es la quietud del presente, en paz con
la armonía de la naturaleza (interpretada como signo del cielo), en ejerci-
cio estoico de concentración, en vivencia cósmica de equilibrio racional.
Mientras tanto, el “vulgo” sigue entregado a sus pasiones, los marginados
a su marginación, los angustiados a su angustia. Ese gesto responde a una
actitud de distanciamiento egoísta, tejido sobre el bastidor de la propia
soledad. Éste es, en el fondo, un gesto de miedo ante la exigencia creado-
ra de la vida, a no ser que provenga del rechazo de aquellos que están
desengañados por un amor no correspondido, como suponen estos versos
de un drama de Tirso de Molina: «Soledades discretas... /con vosotras me
entiendo, / que habláis callando y regaláis riendo... / con vosotras estoy,
sólo casado: / no quiero más esposas; / que la quietud de vuestro alegre
prado alivia mis desvelos / y conserva el honor sin tener celos» («La Dama
del Olivar»: Obras dramáticas Completas I, Madrid 1968, 1075).
161.Cf. A. ÁLVAREZ BOLADO, Giro de siglo y solidaridad, Sal Terrae, Santander 1993; E. BLOCH,
El ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid 1983; El principio esperanza, I, Aguilar,
Madrid 1977 ; Y. CALVEZ, El pensamiento de C. Marx, Taurus, Madrid 1958, 165-209; F.
FERNÁNDEZ BUEY (y otros), Crisis industrial y cultura de la solidaridad, Desclée De Brou-
wer, Bilbao 1995; J. GARCÍA ROCA, Solidaridad y voluntariado, Sal Terrae, Santander
1998; J. GUICHARD, El marxismo. Teoría y práctica de la revolución, Desclée De Brouwer,
Bilbao 1975, 391-418; N. POULANTZAS, Poder político y clases sociales en el estado capi-
talista, Siglo XXI, Madrid 1976; L. DE SEBASTIÁN, Guardián de mi hermano. La solida-
ridad, Ariel, Barcelona 2002; A. TORRES QUEIRUGA, “Jesús proletario absoluto”, en A.
Vargas-Machuca (ed.), Jesucristo en la historia y en la fe, Sígueme, Salamanca 1978,
316-324; M. VIDAL, Para comprender la solidaridad, Verbo Divino, Estella 1996; I. ZU-
BERO, Las nuevas condiciones de la solidaridad, Desclée De Brouwer, Bilbao 1995.
652 PALABRAS DE AMOR
162. Los documentos sociales del Magisterio Católico han sido publicados en diferentes
editoriales. Ediciones on line en: churchforum.org/info/Doctrina/Social¸ doctrigle-
sia/doctriglesia.shtml, corazones.org/mundo_iglesia/doctrina_social, etc. Cf. tam-
bién AAVV, Doctrina social de la Iglesia, BAC, Madrid 1993; I. CAMACHO, Doctrina
social de la iglesia, Desclée De Brouwer, Bilbao 2005; J. DE FRAINE, Adam et son lig-
nage, Desclée de Brouwer, Bruges 1959; G. GIRARDI, Amor cristiano y lucha de clases,
Sígueme, Salamanca 1971; E. LEVINAS, Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca
2001; X. PIKAZA, Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25, 31-46,
Sígueme, Salamanca 1984.
SOLIDARIDAD 2 655
de Dios. Se trata de una solidaridad humana, que no tiene por qué apo-
yarse en la confesión explícita de Dios (se dice expresamente que los jus-
tos/solidarios no sabían que Dios está presente en los más pobres), pero
que, en su base, es radicalmente teológica. (1) Base teológica. Jesús se iden-
tifica con los rechazados sociales (hambrientos, extranjeros, encarcela-
dos…) porque es Mesías de un Dios creador, que asume por dentro la po-
breza de la historia humana. Por eso, su solidaridad no es un simple efec-
to del compromiso social humano, sino don de Dios que se encarna en la
vida rota y conflictiva. (2) La solidaridad de Jesús no va unida a los in-
tereses de un determinado grupo social, sino a la situación de todos los
oprimidos. El marxismo ha destacado el sufrimiento de una “clase” (prole-
tariado), poniendo de relieve su potencial revolucionario, a través de un
“partido” que asuma y represente sus intereses, abiertos en un segundo
momento a todos los pobres de la tierra. Más que con los proletarios-pode-
rosos (capaces de iniciar una revolución violenta, tomando el poder), Jesús
se identifica con los proletarios-excluidos (Lumpenproletariat), con los
pobres-pobres, que no pueden ni organizarse en forma de partido para
tomar el poder. (3) La solidaridad de Jesús es gracia-donación: amar es más
que aceptar la existencia de los otros (de los distintos, de los enemigos);
amar es desear que ellos existan, más aún, es dar la vida por ellos. Allí
donde el marxismo introducía la lucha entre las clases, para liberar a los
proletarios-oprimidos, Jesús cree que la injusticia y violencia del mundo
actual no se supera a través de una lucha que lleva a la toma de poder,
pues todo poder acaba siendo dictatorial. Por eso, la meta de la solidari-
dad de Jesús es la comunión gratuita, abierta a todos los hombres y muje-
res, no en forma de unidad de clase (pero tampoco de injusticia intercla-
sista), sino de comunión en el amor personal. (4) Por eso, la solidaridad
de Jesús no desemboca en la conquista del poder. La revolución marxista
se ha mantenido dentro de las estructuras de poder: ha tomado las rien-
das del Estado, apelando incluso al “ejército revolucionario”, para exten-
der sobre el mundo su solidaridad, por medio de la fuerza; por eso, su
solidaridad ha terminado siendo violenta, violencia de los comités de
obreros que toman el poder, violencia de soldados que quieren expandir
sobre el mundo su revolución.
Jesús no ha tomado el poder para extender el Reino. Por eso, su pro-
yecto revolucionario puede ser hasta el final un proyecto de amor. Una
revolución que desemboca en la toma de los poderes del Estado deja
de ser revolución, pues, como sabían Marx y Engels, el tipo de Estado
actual puede y debe ser signo de justicia, pero no es signo de amor. Un
poder que se impone por la fuerza no es auténtico amor. Aquí se sitúa la
656 PALABRAS DE AMOR
que viene de los hombres, aquellos que no ofrecen nada por los otros? Mt
25, 31-46 responde de un modo tajante, siguiendo el modelo apocalíptico
judío: «Apartaos de mi». Los que actúan de esa forma terminan perecien-
do: se destruyen a sí mismos porque no han querido acompañar a los
otros, porque no han sido solidarios; no es que Cristo les aparte, sino que
ellos mismos se apartan de los pobres de Cristo. Por el contrario, aquellos
que simplemente son pequeños, los perdidos proletarios que no pueden ni
siquiera elevarse sobre sí, los deficientes profundos, los hundidos de la
vida sin retorno..., todos esos se encuentran integrados en la vida de Jesús,
y a su lado pueden alcanzar también la vida aquellos que les ofrecen su
asistencia, solidarizándose con ellos. Desde ese fondo vuelvo a trazar la
diferencia entre el amor de Jesús y la solidaridad marxista, que se expre-
sa, como vengo suponiendo, en la forma de concebir salvación y gracia.
son los pobres, esto es, todos los hombres, empezando por los pequeños
y excluidos (que no pueden defenderse a sí mismos, ni formar un parti-
do) y pasando por aquellos que son capaces de ayudarles, suscitando
caminos de unidad solitaria que cambia los corazones de los hombres y
mujeres. De esta forma se recuperan, desde el centro de una solidaridad
abierta, algunos rasgos del amor que el marxismo había tomado menos
en cuenta: la intimidad, el enamoramiento, la gratuidad. El riesgo de la
solidaridad marxista está en el uso del poder; ella supone que la con-
quista del Estado es la forma de superar el tipo de Estado actual. Pues
bien, en contra de eso, hace ya dos mil años, Jesús no quiso tomar el
Estado judío o romano para cambiar a los hombres, sino que se propuso
cambiarlos desde el amor, es decir, desde fuera de los poderes del Estado.
Dicho eso, debe añadirse que el cristianismo puede y quizá debe
aceptar el hecho de la lucha de clases o, mejor dicho, de la lucha de inte-
reses y poderes de la historia humana, tal como supone Mt 25, 31-46.
Dando un paso más, muchos cristianos podrán aceptar incluso, al
menos parcialmente, un tipo de interpretación marxista de la historia.
Sin embargo, ellos saben que hay algo más allá de la lucha económica y
social. Por eso, añaden que los problemas no se solucionan con la toma
de poder, a no se que el poder se invierta totalmente, ya desde ahora, en
línea de gratuidad y comunicación universal de vida.
163. Cf. Ch. DUQUOC, Dieu différent, Cerf, París 1977; J. A. ESTRADA, La imposible teodicea.
La crisis de la fe en Dios, Trotta, Madrid 1997; G. GOEDERT, Nietzsche critique des
valeurs chrétiennes, Beauchesne, París 1977; A. GÓMEZ RAMOS, Diálogo y deconstruc-
ción. Los límites del ecuentro entre Gadamer y Derrida, U.A.M., Madrid, 1998; J.
GRONDIN, Introducción a la hermenéutica filosófica, Herder, Barcelona, 1999, 194; L.
MARION, Dieu sans l”être, Fayard, París 1982; El ídolo y la distancia, Sígueme,
Salamanca 1999; X. PIKAZA, Dios es palabra. Teodicea cristiana, Sal Terrae, Santander
2003; J. M. POHIER, En el nombre del Padre, Sígueme, Salamanca 1976; P. RICOEUR,
Finitud y culpabilidad, Taurus, Madrid 1969; Le conflit des interprétations, Seuil, París
1969; A. VÁZQUEZ, Freud y Jung. Dos modelos antropológicos, Sígueme, Salamanca
1981; A. G. VIGO, “Caridad, sospecha y verdad. La idea de la racionalidad en la her-
menéutica filosófica contemporánea”: Teología y Vida, XLVI (2005) 254-277.
660 PALABRAS DE AMOR
sus propios sistemas. Por su modo de volver al mito trágico pagano, los
tres acaban siendo regresivos. No han sabido captar la novedad judía, no
han llegado a la raíz del evangelio, que se expresa en la confianza crea-
dora, es decir, en el amor como don y acogida personal, como experien-
cia de vida compartida.
164. Cf. M. ASÍN PALACIOS, Mística Cristiana y Mística Musulmana, Ibn Abbad de Ronda y
San Juan de la Cruz, Hiperión, Madrid 1992; El Islam cristianizado. Estudio del
«sufismo» a través de las obras de Abenarabí de Murcia, Hiperion, Madrid 1981; Ch.
BONAUD, Introducción al sufismo. El tasawwuf y la espiritualidad islámica, Paidós,
Barcelona 1994; H. CORBIN, La imaginación creadora en el sufismo de Ibn Arbi,
Destino, Barcelona 1993; IBN ARABÍ, Tratado de la unidad, Sirio, Málaga 1987; Las
iluminaciones de la Meca, Siruela, Madrid, 1996; Tratado del amor, EDAF, Madrid
1996; L. LÓPEZ BARALT, San Juan de la Cruz y el Islam, Hiperión, Madrid 1985; A.
SCHIMMEL, Las dimensiones místicas del Islam, Trotta, Madrid 2002.
664 PALABRAS DE AMOR
experiencia de amor que le vinculó con los hombres de todas las reli-
giones y culturas: «¿Qué puedo hacer, oh musulmanes, pues no me
reconozco a mi mismo? No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musul-
mán. No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar. No soy de
la cantera de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios. No soy de la tie-
rra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego. No soy del empíreo, ni del pol-
vo, ni de la existencia, ni de la entidad. No soy de India, ni de China, ni
de Bulgaria, ni de Grecia. No soy del reino de Irak, ni del país de
Jurasán. No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del
Infierno. No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni de Rizwán. Mi lugar
es el sin-lugar, mi señal es la sin-señal. No tengo cuerpo ni alma, pues
pertenezco al alma del Amado. He desechado la dualidad, he visto que
los dos mundos son uno; Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno lla-
mo. Estoy embriagado con la copa del Amor, los dos mundos han desa-
parecido de mi vida; no tengo otra cosa que hacer más que el jolgo-
rio y la jarana» (RUMI, Poemas sufíes, Hiperion, Madrid 1988). Quien
así siente es ya todo, se descubre todo en el Amado, que es uno, más allá
de las diferencias que existen en la vida anterior, dividida, en que se
siguen moviendo la mayoría de los hombres.
El más grande de los místicos y poetas sufíes ha sido quizá Ibn-Arabí
de Murcia, que nació en 1164, vivió en Andalucía y más tarde en orien-
te, conducido siempre por una experiencia de amor que había vivido
desde joven, unido a Marian, su esposa, con quien compartió una tarea
de vocación mística en la que vincula amor divino y amor humano,
Islam y cristianismo. Sus obras son una expresión de la unidad amoro-
sa de todas las realidades y personas: «Mi corazón acoge cualquier for-
ma: soy prado de las gacelas, refugio para el monje cristiano, templo
para ídolos, Kaaba del peregrino. Mi corazón es la tabla de la Ley (de la
Torá judía) y el libro del Corán. Sigo lo religión del amor y voy solamente
adonde sus camellos me encaminan. Mi sola fe es amor, el amor es mi
sola creencia» (Casidas de amor místico XI, webislam./2001/07_01).
Éste es el amor total, experiencia que vincula a los hombres de todas
las religiones. Pero es, al mismo tiempo, amor concreto, de hombre a una
mujer a la que busca, a una mujer a la que ama. Su amor es la mujer mís-
tica, síntesis de toda la búsqueda humana, expresada en las distintas reli-
giones. «Su Torá es la tabla esplendorosa de sus piernas, que yo sigo y
estudio como si fuera Moisés. Es obispesa entre las hijas de Roma, sin
adornos. Sobre ella puedes ver un halo de revelaciones. Es salvaje, en
ella no hay piedad, ha adoptado para su propio recuerdo un mausoleo
666 PALABRAS DE AMOR
165. Cf. A. COOMARASWAMY, La danza de Siva, Siruela, Madrid 1996 S. DASGUPTA, An Intro-
duction to Tantric Buddhism, Univ. Press, Calcutta, 1958; M. ELIADE, El Yoga. Inmor-
talidad y libertad, FCE, México 1993; J. EVOLA, El yoga tántrico, EDAD, Madrid 1991;
W. D. O’FLAHERTY, Siva: the Erotic Ascetic, Oxford Univ. Press, Londres, 1980; H. V.
GUENTER, La visión tántrica de la vida, Eiras, Madrid 1982; J. RIVIÈRE, El yoga tántri-
co Buenos Aires 1964; Ch. TRUNGPA, El amanecer del Tantra, Kairós, Barcelona 2003;
J. VARENNE, El tantrismo, Kairós, Barcelona, 1985; J. WOODROFFE, El poder serpenti-
no, Kier, Buenos Aires 1979; Principios del Tantra, Kier, Buenos Aires 1981; Sakti y
Sakta, Kier, Buenos Aires 1978.
668 PALABRAS DE AMOR
No hay que olvidar que el maihuna (rito de unión sexual) nunca debe
terminar con una emisión seminal: el semen no debe ser eyaculado, repi-
ten los textos. De otro modo el yoguin cae bajo la ley del Tiempo y de la
Muerte, como cualquier libertino vulgar. En estas prácticas, la “voluptuo-
sidad” ejerce el papel de un “vehículo”, ya que proporciona la tensión
máxima que suprime la conciencia normal e inaugura el estado nirváni-
TANTRISMO 671
166. Textos: LAO TSE y CHUANG TZU, Dos grandes maestros del Taoismo, Nacional, Madrid
1977; LAO-TSE, Tao te ching, Tecnos, Madrid 1996 (cf. RBA, Barcelona 1998; Morata,
Madrid 1993; Alfaguara, Madrid 1998). Cf. J. BLOFELD, Taoísmo. La búsqueda de la
inmortalidad, Barcelona 1981; M. EDER, “La religión de los chinos”, en F. König (ed.),
Cristo y las religiones de la tierra, BAC 108, Madrid 1961; C. ELORDUY, El humanismo
político oriental, BAC, Madrid 1976; J. LEVI, Los funcionarios divinos. Política, des-
potismo y mística en la China antigua, Alianza, Madrid 1991; I. ROBINET, Lao Zi y el
Tao, Olañeta, Palma de Mallorca 1999; H. STEININGER, “Taoísmo”, en J. Bleeker y G.
Widengren (eds.), Historia Religionum. Manual de historia de las religiones II,
Cristiandad, Madrid 1973, 482-498; G. TUCCI, Apología del Taoísmo, Buenos Aires
1976; A. WATTS, El camino del Tao, Kairós, Barcelona, 1976; M. WEBER, Ensayos de
sociología de la Religión I, Taurus, Madrid 1987, 233-562; WINGTSITCHAN, “El con-
cepto del hombre en el pensamiento chino”, en S. Radhakrisnhan (ed.) El concepto
del hombre, FCE, México 1977, 196-220.
TAO 673
dra sin adueñarse de ellos. Los hace y no se apoya en ellos. Hecha su obra
no se queda con ella. No se queda con ella, pero tampoco se ausenta de
ella» (Tao 2, bcd). «Con el no obrar nada hay que no se arregle» (3c)
Entendido así, el Tao, armonía primera, es quietud y no amor activo,
es indiferencia sin pasiones, es equilibrio supremo. Por eso, el hombre
sabio no tiene que amar, sino mantenerse en quietud: «Llegar al vacío
extremo es conservar la quietud verdadera. Los seres todos están con-
juntamente hechos por Él y los vemos volver a Él. Los seres pululan y
luego vuelven a su raíz. Volver a su raíz es su reposo. Su reposo es su des-
tino. Su destino es su perpetuidad…» (Tao 16). Ése es en el fondo el Tao,
el destino de la totalidad, la unión fundante, antes de todas las diferen-
cias. En ese fondo es lo mismo estar vacío que estar lleno. Todo nace y
muere, queda el Tao como reposo, por encima del nacer y el morir. Por
eso es importante «no estimar en mucho los talentos, para que en el pue-
blo no haya competiciones» (Tao 3a). A partir de aquí se entiende la radi-
cal indiferencia del sabio que se funda y vive desde (como) el Tao:
equilibrio: ella nos lleva hasta el centro del gran todo en armonía indivi-
dual y de esa forma nos permite elaborar un tipo de mística unitaria que
se expresa luego en forma de armonía total (cósmica y humana, mate-
rial y espiritual) sobre la tierra. Pero se le pueden objetar unos reparos,
desde el cristianismo. (1) El Yin y Yang ignora el valor individual de la per-
sona. Varón y mujer son para el Tao formas relativas y polares de un todo
más extenso. Eso significa que no pueden valorarse en sí mismos, como
individuos completos Cada uno existe sólo desde el otro y para el otro.
Ciertamente, varones y mujeres constituyen realidades importantes,
pero no se pueden entender como personas. El Tao nos mantiene dentro
de un espacio de “naturaleza” dual donde ni el varón ni la mujer son res-
ponsables estrictamente hablando. Ambos son mitades o polos de un
conjunto armónico más grande que les determina. Por eso no se tienen
que “hacer”, están ya hechos, no tienen que amarse como individuos. (2)
El Tao funda de hecho una jerarquía entre los sexos. Ni el cielo es mayor,
ni la tierra más pequeña; ni la oscuridad es peor y la luz más elevada o
más perfecta etc. Los dos polos se mantienen siempre en unidad orgáni-
ca de forma que el uno solo existe desde el otro y para el otro, en lucha
que aparece a la vez como armonía. En esa perspectiva no se puede
hablar de preeminencia del varón sobre la mujer, ni viceversa; ambos
son complementarios. Pero, dicho eso y dentro de la misma comple-
mentariedad, el varón ocupa puestos y realiza funciones que mirados en
línea occidental, resultan superiores con respecto a las funciones propias
de lo femenino: dirige el trabajo productivo, administra la vida de la
familia, se ocupa de las funciones de gobierno.
167. S. TERESA DE LISIEUX, Obras completas, Monte Carmelo, Burgos 1998 (siguiendo el
texto de los diversos manuscritos, por los que citamos). Cf. H. U. VON BALTHASAR,
Teresa de Lisieux: Historia de una misión, Herder, Barcelona 1989; G. GAUCHER, La
Pasión de Teresa de Lisieux, Monte Carmelo, Burgos 1996; E. J. MARTÍNEZ, La ternu-
ra es el rostro de Dios: Teresa de Lisieux, Espiritualidad, Madrid 1997; C. DE MEESTER,
Las manos vacías, el mensaje de Teresa de Lisieux, Monte Carmelo, Burgos 1993.
TERESA DE LISIEUX 677
camino del amor, con dotes excepcionales para sentir el latido de la vida,
para dejarse querer y para entregarse plenamente y ser amada, todo ello
en medio de grandes dificultades. Las sucesivas muertes de su “madre”
(nodriza, madre física, superiora religiosa) habían marcado dolorosa-
mente su camino, pero le llevaron a buscar un amor siempre más hondo.
Además, tuvo que sufrir la enfermedad de su padre, los problemas de la
vida religiosa... Pues bien, en medio de esas dificultades descubrió y
expresó la misericordia de Dios, como amor en la pequeñez. No ha hecho
nada extraordinario. Simplemente se ha dejado querer y ha querido a
Dios y a las hermanas. Éste es su secreto, ésta su más honda palabra den-
tro de la iglesia, pero abierta al conjunto de la humanidad. Desde su frá-
gil condición humana (femenina), Teresa nos ha dicho que la aventura
del amor es posible, merece la pena. Ha vivido el riesgo del amor y lo ha
expresado en sus escritos, como iremos destacando.
Ella no dice simplemente que estará llena de amor, sino algo más
directo y grande: yo seré el Amor. En realidad, al menos en forma pro-
yectiva, ella se identifica con el ser/amor de Dios, es decir, con el Espíritu
Santo. Es evidente que la afirmación de Teresa de Lisieux puede y debe
interpretarse en perspectiva ortodoxa católica, pues todos los cristianos
se identifican de algún modo con el Espíritu Santo, todos podemos y
debemos decir, como ella, Yo soy el Espíritu Santo. Pero tomada en sí
misma esa afirmación resulta ambiguamente rica y polivalente. Al pre-
sentarse como Amor ella supera de algún modo los condicionamientos y
tensiones de la historia, para introducirse en el misterio divino.
que tú me has enviado. Te ruego por éstos que tú me diste y que son
tuyos... Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo
y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mi. Sí,
Señor, esto es lo que yo quisiera repetir contigo [con Jesús] antes de volar
a tus brazos. ¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo
que tú me has permitido ser audaz contigo. Como el Padre del Hijo
Pródigo cuando hablaba con su Hijo mayor, tú me dijiste: Todo lo mío es
tuyo (Lc 15, 31). Por tanto, tus palabras son mías y yo puedo servirme de
ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del
Padre celestial... » (Mc C, 34v y 35r, 323-324).
168. Cf. B. ANDRADE, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerig-
mática, Sec. Trinitario, Salamanca 1999; M. BUBER, Yo y tú, Caparrós, Madrid 1995;
P. LAÍN ENTRALGO, Teoría y realidad del otro I-II, Alianza, Madrid 1968; E. LEVINAS,
Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca 1997.
TÚ 681
No existe un encuentro sin que cada uno diga “tú” al otro, en una rela-
ción mutua-simultánea con el significado del “sólo tú”. Por esta razón
hemos descrito al Espíritu santo como “Yo soy autopresencia como el que
te conoce sólo a ti”. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, por-
que ambos, en la mutualidad simultánea del encuentro, se dicen mutua-
mente el “tú” del “sólo para ti” y del “solo gracias a ti”. La autopresencia
del Espíritu como “el que te conoce sólo a ti” es simultáneamente el de-
cir-tú de cada uno y, por eso, por así decirlo, es el Espíritu del encuentro
(cf. B. ANDRADE, O. c., 476-477).
abre a los que se encuentran fuera (Andrade 478). No está primero el “yo”
de cada uno, la unidad con sí mismo, pues el “yo” sólo es posible y sur-
ge allí donde cada uno dice “tú”, haciendo ser al otro. Por eso, la identi-
dad de la auto-presencia personal es siempre refleja, pasa a través del
“tú”, es decir, de la donación personal. De esa forma, el “tú-mutuo-simul-
taneo” del Padre y del Hijo viene a presentarse como don siempre abier-
to, experiencia gozosa y tarea de diálogo universal. Así se ratifica y cul-
mina la realidad de Dios como regalo o gracia, pero siempre en formas
personales de encuentro que se vuelve comunión abierta, Espíritu Santo.
Esto significa que no puede hablarse de una comunión de personas
ya formadas, como si ellas fueran o pudieran ser sin relación. No existe
una esencia de Dios previa a las personas (es decir, a las relaciones), no
hay un “absoluto” en sí, que luego se abre a los otros, sino que Dios es
absoluto al darse. Por eso, las dos auto-presencias primeras (el “sólo para
ti” y el “sólo gracias a ti” del Padre y del Hijo) “son expresiones de
mutualidad simultánea o carecen de sentido”. Las personas sólo son en
el mutuo darse y encontrarse, en movimiento siempre incesante de amor.
Pues bien, en contra de una tendencia al intimismo egoísta (dos aman-
tes que se cierran en su “tú” exclusivo), ese movimiento dual (ese decir-
se “tú” del Padre y del Hijo) ha de abrirse y se abre, desde la experiencia
de Jesús (desde el Espíritu Santo) en una línea de creatividad y comu-
nión universal.
El “tú” del amor mutuo (cf. M. Buber) capacita a los amantes para
abrir su experiencia y ofrecer un espacio de vida en amor para todos
aquellos que no tienen nadie que les diga “tú” (como quería E. Levinas).
Eso significa que el amor enamorado ha de ponerse y se pone al servicio
de un amor universal. “Sólo si hablamos de la comunión-desde-el-
encuentro nos será posible evocar la dimensión de la apertura-como-don
que pertenece al encuentro”, una apertura que los cristianos experimen-
tan como Espíritu Santo (Andrade, 483). De esta forma se vinculan en
Dios y desde Dios la intimidad del encuentro (el tú mutuo del Padre y del
Hijo en el acontecimiento de la pascua) y la apertura liberadora (pues el
tú mutuo del Espíritu se abre en forma de reconocimiento personal y de
don compartido hacia todos los hombres).
169. Cf. J. JEREMIAS, Die Salbungsgeschichte Mk 14, 3-9, ANW 35 (1935) 75-82; S.
LÜCKING, Mimesis der Verachteten. Eine Studie zur Erzählweise von Mk 14,1-11 (SBS
152), Stuttgart 1993; M. NAVARRO, Ungido para la vida. Exégesis narra y teología de
Mc 14, 3-9; Jn 12,1-8, Verbo Divino, Estella 1999; Marcos, Verbo Divino, Estella
2006; R. PESCH, Die Salbung Jesu in Bethanien (Mk 14, 3-9), en Fest. J. Schmid,
Freiburg i.Br. 1973, 267-285; E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de ella, Desclée De
Brouwer, Bilbao 1988.
686 PALABRAS DE AMOR
líneas. (1) La mujer emplea su dinero por amor y para amor, abriendo
ante Jesús un camino de vida. (2) Los críticos quieren convertir el mesia-
nismo de Jesús en cuestión de dinero (con la excusa de unos pobres a
los que no parecen dispuestos a servir de verdad). (3) Jesús defiende a la
mujer: «¡Ha hecho conmigo una obra buena...!» (14, 6). Frente a los dis-
cípulos que lo interpretan todo en plano de dinero, ella ha entendido rec-
tamente a Jesús y se lo ha dicho, ofreciéndole de un modo abundante
(¡con derroche!) lo más grande que tiene (su perfume) y diciéndole que
él mismo es perfume de pascua.
Quizá podamos definir a esta mujer de la unción como persona que
regala su vida (que engendra de una forma personal, desde su cuerpo
hecho fuente de existencia), para distinguirla así de aquellos críticos
varones que no dan sino que intentan tener y comprar todo con dinero,
en mesianismo que acaba haciéndose violento. Pero debemos recordar
que la lección de esta mujer es para todos, varones y mujeres. Ella ha
iniciado en Jesús (y con Jesús) un gesto de ayuda, de presencia, que se
puede traducir y se traduce con perfume, de manera que la muerte vie-
ne a convertirse en pascua.
En ese contexto, ampliando una palabra de la tradición israelita (Dt
15, 11), Jesús dice: Siempre tendréis pobres entre vosotros, a mí no siem-
pre me tendréis (Mc 14, 7). Lo ha dado todo por ellos (por los enfermos,
marginados, hambrientos) y ha subido a Jerusalén, dispuesto a morir
para ofrecerles el reino de Dios. Pero ahora se atreve a añadir: a mí no
siempre me tendréis. Él es el pobre, enfrentado ante la muerte. Ella, la
mujer, lo ha comprendido y por eso le ha ungido, como a esposo de
bodas, como a rey salvador, ofreciéndole su amor hecho perfume. Jesús
lo acepta, recibe el don de la mujer y responde como representante de los
pobres: lo que ella ha hecho con él pueden y deben hacerlo todos con los
pobres. Ya no se puede hablar de dos maneras de servir: a unos (como a
Jesús) con perfume; a otros (a los pobres) con dinero. Esta mujer ha vin-
culado a Jesús con los pobres, ofreciéndole una ayuda de perfume (de
gozo y aroma), mostrando así que la entrega hasta la muerte a favor de
los demás es principio de vida, que la tumba se vuelve casa de pascua.
Ahora sabemos bien lo que sabía ya Jesús al comienzo de su minis-
terio: «No solo de pan vive el hombre...» (cf. Mt 4, 4; cf. Dt. 8, 3); no sólo
de dinero vive el pobre, sino también, y sobre todo, de dignidad y perfu-
me, de presencia humana. Desde esa perspectiva, él mismo Jesús añade:
«Ha hecho lo que ha podido: ha ungido mi cuerpo (sôma) para la sepul-
688 PALABRAS DE AMOR
tura» (Mc 14, 8). Esta mujer le ha ofrecido su perfume para que él pue-
da culminar su tarea de entrega. Ella ha comprendido la misión de
Jesús, y le ha dicho su palabra con perfume que vence la muerte y se
expresa como esperanza de resurrección. Jesús así lo entiende y lo acep-
ta: ¡Ha ungido mi cuerpo para la sepultura! Ha ungido a Jesús de tal for-
ma que su sepulcro no será ya lugar de podredumbre y muerte, sino
espacio de perfume que se expande por toda la casa (casa de Simón, casa
de resurrección, humanidad).
Entendida así, esta escena aparece como relato de pascua. En reali-
dad, Jesús ya ha muerto y está ungido: ha entregado su vida en favor de
los pobres y leprosos, de manera que dentro de la iglesia (en casa de
Simón Leproso) se extiende ya, por obra de esta mujer, el perfume de pas-
cua. Los otros hablan de dinero de muerte. Esta mujer habla de muerte
para la vida, de cuerpo hecho perfume que se extiende por la casa (cf. Jn
11, 3). Por eso resulta esencial su memoria en la iglesia: «en cualquier
lugar donde se anuncie el evangelio en todo el cosmos se dirá también lo
que ha hecho, para memoria de ella». Este Jesús ungido por la mujer es
ya un Jesús pascal, hecho perfume de vida y esperanza para todos, por
medio de la iglesia. Por eso, el recuerdo de Jesús está vinculado a la
memoria de esta mujer, en medio de una comida de memoria eucarísti-
ca (cf. Lc 22, 19; 1 Cor 11, 23-25). Ella está vinculada al misterio de la
muerte y de la pascua de Jesús. Es la mujer del vaso de perfume de ala-
bastro, memoria necesaria (aunque muchas veces olvidada) de la iglesia.
V
170. Entre los comentarios: J. A. FYTZMYER, Los Hechos de los Apóstoles, I-II. I. Hech 1-9.
II. Hech 9-28, Sígueme, Salamanca 2003; J. RIUS-CAMPS, De Jerusalén a Antioquía.
Génesis de la Iglesia cristiana. Comentario lingüístico y exegético a Hech 1-12, Almendro,
Córdoba 1989. Cf. J. D. CROSSAN, El nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander
2002; L. SCHENKE, La comunidad primitiva, BEB 88, Sígueme, Salamanca 1999; E. W.
y W. STEGEMANN, Historia social del cristianismo primitivo. Los inicios en el judaísmo y
las comunidades cristianas en el mundo mediterráneo, Verbo Divino, Estella 2001.
690 PALABRAS DE AMOR
ma, sino en línea de gratuidad; pero quien engaña en este campo a los
hermanos se destruye a sí mismo. Si el amor de los creyentes no se ex-
presa en su verdad, si unos se mienten a otros en lo referente al dinero,
se destruye la vida de la iglesia.
tura del deseo y de la unión del sexo. Pues bien, la vida religiosa, que-
riendo perpetuar la comunión de Jesús con sus discípulos y anticipando
en este mundo la estructura de unidad del reino, intenta suscitar dentro
de la iglesia una comunidad de hermanos célibes que traduzcan el mis-
terio del amor en forma de amistad interhumana.
173. Estudio básico del texto en G. VON RAD, Génesis, Sígueme, Salamanca 1977, 131-
136. Cf. S. CROATTO, Exilio y sobrevivencia. Tradiciones contraculturales en el Penta-
teuco. Comentario de Gen 4–11, Lumen, Buenos Aires 1997; I. GÓMEZ-ACEBO (ed.),
Relectura de Génesis En clave de mujer, Desclée De Brouwer, Bilbao 1997.
VIOLENCIA Y MATRIMONIO 699
174. Cf. F. COROMINAS, Virtudes humanas, Eunsa, Pamplon 2003, J. P. GREEN, Virtudes
fundamentales, Clie, Terrasa 1988; R. MARQUÉS, El libro de las virtudes de siempre,
Desclée De Brouwer, Bilbao 2002; J. PIEPER, Las virtudes Fundamentales, Rialp
Madrid 1976.
VIRTUDES 701
He venido citando en casi todas las palabras de ese libro una pequeña
bibliografía, especialmente en lengua castellana. Ahora recojo algunas
obras más significativas y las divido en tres apartados. (1) Diccionarios
sobre el amor y sobre temas afines (moral, ética, psicología). (2) Obras
de tipo básicamente antropológico o religioso, que se ocupan, en gene-
ral, sobre temas del amor humano. (3) Obras más centradas en el amor de
tipo religioso y cristiano.
1. Diccionarios