Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Todas las mañanas me tomo el setenta y uno con el malón diario, cotidiano,
road to the jaula, the cage. Ese lugar donde seis horas por día dejo de ser un
ser humano, una persona, y a cambio de cierto dinero permito que me habite
un ser automatizado que no sólo hace lo que le dicen sino que, encima, lo hace
bien.
Soy otro. Otre. Una entidad total y completamente neutra: vacía, hueca. Una
cavidad humana poseída por el espíritu del capital que sólo busca reproducirse
a sí mismo.
Y podría ser peor.
El futuro ya llegó.
¿Quién no nos va a escuchar, cuando nos miren despiertos; cuando este grito
de verdad cambie el destino del tiempo?, repite Marilina.
Mientras hablo con un cliente, a mi izquierda una compañera canta muy bajito,
casi en un susurro, una canción que parece ser un diálogo entre dos personas
(estilo pimpinella): sólo logro escuchar un teatral what you want pero observo
de refilón cómo gesticula cada fragmento, probablemente en función de la parte
de la canción que le toca representar.
A mi derecha hay un boludo que no tiene ningún desparpajo en dejar su mano
colgando de la pared que nos separa, ocupando buena parte del aire de
mi box y obligándome a observar su desagradable y peluda mano cada vez
que miro el monitor.
Me levanto con una mezcla de asco y vergüenza ajena (esa que duele, no sé si
la habrán sentido: una vergüenza compasiva que siento, por ejemplo, cuando
veo a locos o linyeras, arrastrados a despojarse de buena parte de su
humanidad vaya a saber uno por qué circunstancias) y me hago un café. En
una hora me voy, me digo.
Falta poco.
Pero el asco y la vergüenza ya llevan muchos años dentro de mí.
¿Se quedarán por siempre?
Fogwill, en la misma charla que después fue libro, también dijo: (…) uno fue
tocado no por una gracia sino por una serie de coyunturas favorables (…) y con
los años pudo dotarse de una, digamos, virtud para producir cosas (…) uno es
el depositario de eso, dilapidarlo, tirarlo es como… salvo que uno tuviera otra
cosa, es como infligir un daño.
Tengo que salir a defender un modo de habitar eso que antes se
llamaban medios y ahora nadie sabe cómo llamar: proponer un modo
sustentable que no implique la miseria condescendista ni la crítica
propagándica -que acusa de careta a medio mundo mientras viaja por Europa y
compra ropa barata en Chile. Tengo que salir a generar valor, a cotizar en
bolsa, a demostrar que se puede hacer algo gratisaunque, eventualmente, a
uno le paguen.
Hay un tipo en el trabajo que me encanta: no te pregunta cómo estás sino que
te obliga a estar como a él quiere que estés: todo bien, no?, pregunta a modo
de saludo.
Me gusta porque hace explícito lo implícito sin ningún escrúpulo y evita que la
gente responda esas boludeces ingeniosas como esquivando el éxito, mal pero
acostumbrado y demás inteligencias pasteurizadas.
Es tal el poder de persuasión de su saludo que cuando me lo cruzo, hasta
empiezo a pensar que debe tener razón: que todo, aunque yo no me dé cuenta,
debe estar bien.