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Resumen:
El presente trabajo se propone abordar, aplicando herramientas del análisis del discurso
político, las conocidas "Palabras a los intelectuales" de Fidel Castro, pronunciadas en la
Biblioteca Nacional de Cuba el 30 de junio de 1961. Específicamente, la investigación procura
identificar las regularidades discursivas a través de las cuales se manifiesta la influencia de las
condiciones de producción en dicho discurso, en qué medida éste también orienta
transformaciones en el seno de las condiciones productivas que lo enmarcan y, con ello, a qué
sectores sociales interpela, cómo los representa y en razón de qué mecanismos discursivos.
Para ello, en una primera parte se explicitan las herramientas teórico-metodológicas
aplicadas, a saber, las nociones de condiciones de producción, formación social, formación
discursiva, formación ideológica y hegemonía; una segunda parte se enfoca en el modo como
es representada "la Revolución" a lo largo del discurso objeto de estudio, ubicándola en el
cambio de orientación ideológica que experimentó la revolución cubana entre 1959 y 1961, e
indagando en qué medida ello constituye una marca de las transformaciones sociales, políticas
y económicas experimentadas en Cuba en dicho período; una tercera parte dirige la mirada
sobre los destinatarios del discurso y las entidades del imaginario político con las que son
asociados, rastreando los procedimientos a través de los cuales son modeladas sus imágenes y
los tipos de lazos establecidos entre el enunciador y cada uno de ellos. Finalmente, a manera
de conclusión, el texto propone una breve reflexión en torno las dos principales problemáticas
observadas a través de las "Palabras a los intelectuales": la ideología y la lucha por la
consolidación de una hegemonía discursiva.
Introducción
Dada la amplia diversidad de enfoques y corrientes que han nutrido al análisis del discurso en
el curso de los últimos cincuenta años, conviene explicitar, aunque sea de manera mínima,
nuestra aproximación a los principales conceptos y orientaciones metodológicas en razón de
1 Sobre las nociones de arquetexto y discurso constituyente Véanse Maingueneau y Cossutta (1995).
2 Al respecto véanse, por ejemplo, los comentarios de Díaz Martínez (2006), Medin, (1996), Monsiváis, (2000 y
2007) y Navarro (2000).
los cuales desarrollaremos nuestro trabajo. Así pues, en el presente apartado desplegaremos
una breve reflexión en torno a la comprensión y el uso de cinco herramientas capitales a la
hora de abordar la discursividad política: las nociones de condiciones de producción, formación
social, formación discursiva, formación ideológica y hegemonía discursiva.
Todo texto no solo supone el establecimiento de una red de relaciones explícitas o implícitas
con otros textos, o intertextualidad (Vd. Charaudeau y Maingueneau, 2005: 337), sino que, a
su vez, un suceso discursivo sólo cobra sentido en razón de su interacción con otros discursos -
o interdiscursividad- (Ibid: 334) y supone una relación dialéctica bidireccional entre éste y las
situaciones, instituciones y estructuras sociales que lo enmarcan (Vd. Fairclough y Wodak,
2000: 367). La categoría generalmente asociada al análisis de las circunstancias sociales,
políticas, económicas y culturales que condicionan la producción de un determinado discurso
descansa en la noción de condiciones de producción. Esta, sin embargo, nos remite a un
espectro amplio y heterogéneo de trabajos en los que su definición no solo se torna inestable,
sino que ha tendido a confundirse con la idea de contexto, resultando sumamente abarcadora
y ambigua (Vd. Charaudeau y Maingueneau, 2005: 108-109). De allí que debamos establecer
un criterio mínimo para dar rigor a nuestro análisis.
Dadas las características del material que abordaremos como corpus -un discurso político- y
el orden de preguntas que animan nuestra indagación, para efectos del presente trabajo
suscribimos la perspectiva trazada por la escuela francesa de análisis del discurso y optamos
por comprender las condiciones de producción en razón del estado de las contradicciones
ideológicas de clase, el marco institucional y las circunstancias enunciativas que, en una
coyuntura histórica dada, influencian la producción discursiva (Vd. Courtine, 1981: 41).
Ahora bien, hacemos salvedad sobre el hecho de que solo consideraremos como condiciones
de producción aquellos fenómenos extratextuales cuyas huellas puedan identificarse como
propiedades discursivas en el objeto significante analizado. Adicionalmente, para no confundir
las condiciones de producción con lo estrictamente relativo a las relaciones establecidas entre
el discurso analizado y el conjunto de sucesos discursivos que le preceden, apelamos a la
distinción establecida por Courtine (Cit.) prefiriendo designar estos últimos aspectos a través
de la noción de condiciones de formación.
En éste nivel de análisis es importante diferenciar dos fenómenos que, si bien están
estrechamente vinculados, difieren sustancialmente entre sí y con frecuencia tienden
confundirse: la existencia de una formación ideológica dominante y la hegemonía discursiva.
La primera se manifiesta a través del orden de representaciones, los esquemas discursivos,
temas, ideas y posiciones políticas que prevalecen, predominan o tienen el más alto grado de
legitimidad en el discurso social global, expresa la ideología de la clase dominante y en las
sociedades occidentales su reproducción puede observarse a través de la praxis de los
aparatos ideológicos del Estado, aunque estos no sean los únicos que operen en ese sentido
(Vd. Angenot, 2010: 30 y 36).
El movimiento revolucionario liderado en Cuba por Fidel Castro inicia en 1953 con el objeto
fundamental de derrocar la dictadura de Fulgencio Bastista, restablecer la Constitución Política
de 1940, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y aumentar su participación en el
capital de las empresas, llevar a cabo una reforma agraria y celebrar elecciones libres en el
plazo máximo de un año una vez lograda la toma del poder. 4 Hay que resaltar que éste, si
bien se proclamaba "revolucionario" (difería de los partidos políticos opositores a Batista en la
medida que planteaba la toma del poder y la introducción de reformas sociales a través de la
lucha armada) inicialmente no suscribía una posición política comunista, caracterizándose más
bien por una ideología democrática y reformista (Vd. Medin, 1996).
Una vez efectuada la toma del poder en 1959 e instalado el nuevo gobierno, este
posicionamiento ideológico se mantendrá, en rigor, hasta abril de 1961, cuando tiene lugar la
declaración del carácter socialista de la revolución y, en diciembre del mismo año, el
reconocimiento del marxismo-leninismo por parte de Fidel Castro.
En el presente apartado nos proponemos comprobar que las célebres "Palabras a los
intelectuales" no solo se ubican cronológicamente entre la declaración del carácter socialista de
la revolución cubana y la adopción formal del marxismo leninismo, sino que a través de ellas
pueden rastrearse huellas que advierten que el tránsito entre una y otra posición ideológica
estaba teniendo lugar en el discurso de Fidel Castro, evidenciando la influencia ejercida sobre
éste por el escenario de transformaciones que, a nivel de la formación social, se
experimentaron en Cuba durante los primeros años de la revolución, especialmente alrededor
de 1961.
Algunos indicios a favor de esta interpretación pueden apreciarse, por ejemplo, al comparar
4 Estos objetivos permanecen estables a través de los distintos documentos políticos del movimiento revolucionario
liderado por Fidel Castro hasta 1961: su formulación prácticamente no varía con respecto al ataque al Cuartel
Moncada en 1953 (Véase Castro, 1993); en el llamado "Pacto de México" firmado conjuntamente por Fidel Castro y
José Echavarría en 1956, a nombre del Movimiento 26 de Julio (en adelante M-26-7) y del Directorio
Revolucionario de Cuba; en el "Manifiesto de la Sierra Maestra", firmado por Fidel Castro, Raúl Chibás y Felipe
Pazos en 1957 a nombre del M-26-7 y el Partido Ortodoxo; y en el llamado "Pacto de Caracas", firmado por el M-
26-7 y los partidos opositores a Batista exceptuando únicamente al Partido Socialista Popular.
distintos apartes del discurso que nos compete con otras afirmaciones expuestas por Castro
hacia 1959:
"Por lo pronto puede decirse que la Revolución en sí misma trajo ya algunos cambios en el
ambiente cultural: las condiciones de los artistas han variado."
"Y si a alguien le preocupa tanto que no exista la menor autoridad estatal, entonces que
no se preocupe, que tenga paciencia, que ya llegará el día en que el Estado tampoco exista
(APLAUSOS)."
"Respeto al Comunismo, solo puedo decirles una cosa, no soy comunista, ni los
comunistas tienen fuerza para ser factor determinante en mi país.."
El anterior fragmento ocupa un lugar central en "Palabras a los intelectuales" de Fidel Castro,
en la medida que expone un conjunto de principios fundamentales de la revolución (zona
didáctica del discurso) y deriva de ellos un conjunto de derechos y prescripciones (zona
prescriptiva del discurso) a los cuales deberán sujetarse, no solo los intelectuales -a los cuales
se refiere aquí y a lo largo de buena parte de todo el texto como los "escritores y artistas",
sean estos revolucionarios o no revolucionarios5- sino, en general, todos los ciudadanos. A su
vez, todo ese esquema de principios, derechos y prescripciones, depende del modo como es
modelada la imagen de "la revolución", siendo esta representada, bien como "un proceso
histórico" superior a la voluntad de los individuos, producto de la "necesidad y de la voluntad
5 En apartados posteriores profundizaremos en torno a los modos como son modeladas las figuras de los distintos
destinatarios del discurso y las entidades del imaginario a las que son asociados.
de un pueblo", o atropomorfizada, en la medida que es garante de derechos (a "ser y existir",
"a desarrollarse" y a "vencer"), de una voluntad (tiene sus propias razones y se plantea
propósitos) e incluso de una voz ("..una Revolución que ha dicho «¡Venceremos!»").
El movimiento por el cual es orientada la argumentación descansa, en primer lugar, en el
hecho de postular los intereses del pueblo como contenidos por la revolución ("la revolución
comprende los intereses del pueblo") y en el establecimiento de relaciones de analogía entre la
revolución y la Nación ("la Revolución significa los intereses de la Nación entera") y entre la
Revolución y la Patria ("«¡Patria o Muerte!», es decir, la Revolución o la muerte"). Ello no solo
reviste automáticamente a la revolución con la legitimidad inherente a la Nación y la Patria,
sino que hace posible sustituir sinecdóquicamente a la revolución por el pueblo y transferir a
ésta no solo los derechos del Pueblo ("la Revolución tiene un derecho: el derecho de existir, el
derecho a desarrollarse y el derecho a vencer. ¿Quién pudiera poner en duda ese derecho de
un pueblo que ha dicho «¡Patria o Muerte!»") sino incluso locuciones antes atribuidas a éste
("una revolución que ha dicho «¡Venceremos!»"), con lo que la revolución resulta acreedora de
derechos incuestionables, de una voluntad irrefutable e incluso poseedora de una voz
autónoma.
En segundo lugar tenemos, precisamente, la identificación de la revolución con un proceso
histórico atribuido a la necesidad y la voluntad de un pueblo, lo cual viene consolidar el
esquema antes descrito y termina de atribuir a la revolución "razones" y "derechos" superiores
a la voluntad individual. Ahora bien, cabe resaltar que aquí esta representación de la
revolución como proceso histórico funciona argumentativamente como un dato y no como el
resultado de un proceso de inferencia, por lo que sus premisas subyacentes permanecen
implícitas.
Finalmente, el cuadro se completa a través de la utilización de varias estrategias que
refuerzan la orientación dada a la argumentación y, sobretodo, la representación resultante: el
orden dado a los enunciados destaca ciertos significados y degrada otros, de manera que, por
ejemplo, los derechos de la revolución son presentados al inicio del fragmento, como si se
tratara de un principio general sobrentendido por el auditorio y no derivado de la
argumentación; a su vez, la reiteración de dichos pasajes no solo opera en el mismo sentido,
sino que facilita su memorización por parte del auditorio; la expansión de los atributos
otorgados a la revolución supone que esta empiece el fragmento detentando el derecho a
"existir", para luego derivar de éste los derechos a "desarrollarse" y a "vencer"; el empleo de
la metáfora espacial supone el trazado de un «adentro» y un «afuera» de la Revolución
("Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho") constituyendo
identidades (o se está dentro de la revolución, o se está contra ella); y la puesta en escena del
contradestinatario, es decir, de aquel enunciatario cuyo lazo con el enunciador básico del
discurso descansa en la inversión de la creencia (Verón, 1987), hace posible polarizar las
posiciones e introducir la dialéctica amigo/enemigo ("Los contrarrevolucionarios, es decir, los
enemigos de la Revolución, no tienen ningún derecho contra la Revolución.. frente a los
derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no cuentan").6
Procedamos ahora a verificar si dicha representación constituye una regularidad constatable a
lo largo del texto. Tal como se aprecia en el Cuadro 1 (Ver Anexos), si se aislan y se comparan
los distintos enunciados en los que aparece la unidad léxica "revolución" a lo largo del corpus
se advierte que todo el texto está atravesado por aquella representación, de manera que no
solo puede contabilizarse una cantidad significativa de episodios en los que la revolución es
presentada como un proceso histórico, sino que éste incluso trasciende el territorio cubano
para devenir "el acontecimiento más importante de este siglo para la América Latina.. el
acontecimiento más importante después de las guerras de independencia que tuvieron lugar
en el siglo XIX", hasta incluso implicar "una verdadera nueva era de redención del hombre".
Correlativamente, encontramos allí a la revolución funcionando como un actor -quizá el más
importante a lo largo de todo el discurso- de modo que, no solo se le puede observar
interpelando directamente a otros actores ("La Revolución dice: pongan ese espíritu creador al
servicio de esta obra sin temor de que su obra salga trunca"), sino que, además de las
cualidades antes descritas, le serán atribuidas actitudes, aspiraciones, una filosofía y una
ideología (aunque no se especifican los términos de una u otra) e incluso ideas y sueños.
Al observar dichos enunciados puede comprobarse, además, que esta representación de la
6 Ésta interpretación sobre la representación de la revolución y de los mecanismos utilizados para orientar la
argumentación en torno ella es congruente con los resultados obtenidos por Silvia Giraudo (2010) al comparar un
corpus de 53 discursos pronunciados por Fidel Castro entre el 11 de septiembre de 2001 y el 26 de Julio de 2003.
revolución (como proceso histórico / antropomórfica) se manifiesta globalmente a través de
una propiedad discursiva: a lo largo de todo el discurso analizado la unidad léxica "revolución"
cumple una función semántica predominantemente activa. En contraste, al efectuar el mismo
ejercicio de análisis con respecto a la "Declaración del carácter socialista de la revolución" (Ver
Anexos, Cuadro 2) no solo no se encuentran elementos que apoyen significativamente el tipo
de representación mencionada, sino que se advierte que allí la unidad léxica "revolución"
cumple un rol predominantemente pasivo.
Finalmente, habrá que subrayar el hecho de que la modalidad a través de la cual aquella
representación de la revolución se inscribe en el discurso está asociada fundamentalmente al
saber, ocupando un lugar central en la zona didáctica del discurso. Si bien hasta ahora nos
hemos detenido con cierto ahínco sobre los rasgos que asume dicha representación y en el
universo de reglas, derechos y prescripciones implicados a ésta, hay que aclarar que a través
de todo el texto el enunciador se articula a dicha representación mediante la explicación: no
solo le dedica la mayor parte de la zona didáctica, sino que, si bien presenta sus principios
como impersonales, intemporales y universales, éste se posiciona como la fuente de
inteligibilidad de la exposición, llegando incluso a presentarse a sí mismo como la fuente
expresiva de los principios generales enunciados. Es más, a lo largo del discurso la revolución
es objeto de un despliegue didáctico tan sistemático que puede considerarse inusual.
Atendiendo a la tipificación establecida por Verón en 1987 (Cit.), la forma nominal "la
Revolución" pertenece a aquel tipo de entidades del imaginario político que -como "la crisis",
"el imperialismo", etc.- se caracterizan por poseer, en sí mismas, poder explicativo. Estas son
utilizadas usualmente por los enunciadores políticos en tanto operadores de interpretación,
pues suponen efectos inmediatos de inteligibilidad, especialmente cuando el mensaje del que
hacen parte va dirigido hacia aquel enunciatario que comparte los valores, ideas y objetivos
del enunciador, es decir, el prodestinatario.
Ahora bien, en el caso particular del discurso que nos compete, es tan notoria la cantidad de
esfuerzos invertidos en desglosar, aclarar e ilustrar el sentido mismo de la revolución que
conduce a pensar que su poder explicativo, su significado, o bien todavía no estaba muy claro
para el conjunto de enunciatarios, o estaba siendo objeto de un proceso de reformulación. Nos
inclinamos por la segunda opción interpretativa.
Todos los elementos previamente señalados apuntan en esa misma dirección: la existencia de
episodios en los que resuenan implícitamente principios del materialismo histórico y
orientaciones marxistas-leninistas; la ausencia total de una memoria discursiva referente al
posicionamiento no-comunista que caracterizara los discursos del primer año de gobierno
revolucionario; los rasgos a través de los cuales se representa a la revolución; las
regularidades discursivas que dicha representación ha implicado en el texto objeto de estudio y
el hecho de que estas difieran de aquellas que caracterizaran incluso a la "Declaración del
carácter socialista de la revolución"...
Según nos parece, las raíces de aquella reformulación y del cambio de posicionamiento
ideológico relativo a ésta pueden rastrearse a través de las transformaciones que, a nivel de la
formación social, se experimentaron en Cuba durante los primeros años de gobierno
revolucionario, especialmente durante aquel acalorado 1961. Tal como se desprende de las
reflexiones de Voloshinov en torno a la filosofía del lenguaje (1976), los desplazamientos de
los signos ideológicos registran las transformaciones sociales.
Ya nos hemos detenido sobre algunos de los apartes de los discursos del primer año de
gobierno revolucionario y hemos constatado la orientación no-comunista que, por lo menos en
el nivel de la información explícitamente transmitida, los caracterizaba . Ahora bien, ¿A qué se
deben los cambios de posicionamiento ideológico que se observarán en abril de 1961 con la
"Declaración del carácter socialista de la revolución" y, en diciembre del mismo año, tras la
adopción formal del marxismo leninismo? A grandes trazos, las interpretaciones varían en
razón de tres grandes posiciones.
En primer lugar tenemos aquella esgrimida por el propio Fidel, según la cual él siempre fue
marxista-leninista pero disimuló inicialmente su orientación por razones de conveniencia, es
decir, previendo las reacciones que ello suscitaría de parte de los sectores tradicionalmente
dominantes en Cuba y del gobierno de los Estados Unidos.7
La segunda apunta a factores externos, o para decirlo más concretamente, a los Estados
Unidos: el gobierno norteamericano no solo habría malinterpretado la posición política de
Castro, sino que habría reaccionado tan violentamente a las reformas introducidas en la isla
tras la caída de Batista que al gobierno revolucionario cubano no le habría quedado otra opción
que alinearse del lado de la Unión Soviética.8
La tercera acude a cuestiones de pragmática política o real politik: Castro no era comunista,
pero sí lo eran dos de los más influyentes comandantes revolucionarios y, por demás, sus
principales allegados, es decir, Raúl y el Che. A través de ellos Castro habría establecido
conexiones con el partido comunista cubano para obtener los elementos de los cuales carecía a
pesar de estar en el poder: una organización social urbana y un cuerpo estructurado de
profesionales leales al régimen que pudieran ocupar los cargos públicos y asegurar la
orientación y estabilidad del gobierno.9
Así pues, alrededor del tema se ha desarrollado una larga e infructuosa discusión intelectual
que no nos compete resolver. En cambio, en los siguientes subapartados recorreremos algunos
de los principales acontecimientos ocurridos durante aquellos años y acudiremos a varios de
los elementos vinculados a cada orientación en el debate procurando llamar la atención sobre
aquellas dinámicas que podemos constatar como condiciones productivas de las regularidades
discursivas observadas en el texto. Como se verá, éstas nos han conducido a subrayar un
aspecto que ha tendido a desaparecer de los estudios políticos y que resulta especialmente
significativo desde el punto de vista del análisis del discurso: la lucha de clases.
15 También conocido como el "Partido del Pueblo Cubano", era una agrupación política que articulaba una orientación
liberal con la crítica del imperialismo y la lucha contra la corrupción. Es fundado en 1947 por Eduardo Chibás,
quien independiza una facción del "Partido Auténtico" denunciando hechos de corrupción en los que habrían
incurrido sus dirigentes. La mayoría de los combatientes que acompañaron a Fidel Castro en el ataque al Cuartel
Moncada en 1953 provenían de las filas de dicha organización. Al respecto Véase Sweig (2002).
16 Éste había sido fundado en 1925 por Julio Antonio Mella, Carlos Baliño y Jose Miguel Pérez como el Partido
Comunista Cubano, permaneciendo en la clandestinidad hasta 1939. Al ser legalizado se denomina Unión
Revolucionaria Cubana y en 1944 pasa a llamarse Partido Socialista Popular. Al respecto Véase Sweig (Idem.).
17 En general el comportamiento de las autoridades estadounidenses frente al movimiento revolucionario durante el
período de lucha guerrillera fue ambiguo. Hubo momentos alrededor de 1957 en los que su embajada en Cuba
incluso estableció contactos con el M-26-7 y llegó a considerarlo como una opción de gobierno ante el eventual
desmoronamiento del régimen de Batista. Al respecto Véase Anderson (1997: 546).
Pero el elemento más llamativo en este nivel quizá sea la crisis política e institucional que
caracterizó, desde un principio, al gobierno de transición instaurado tras la caída de Batista: si
bien estaba compuesto principalmente por cuadros de orientación liberal, estos carecían de
cualquier margen de acción real pues debían toda su autoridad política al movimiento liderado
por Fidel, sus organizaciones habían sido diezmadas por la dictadura y no contaban con los
mecanismos propios de la democracia burguesa para reagruparse. Correlativamente, los
revolucionarios no solo estaban comprometidos con el cumplimiento de un conjunto de
reformas difícilmente sostenibles por los políticos liberales, sino que carecían de una
organización sólida en el ámbito urbano e incluso del personal adecuado para ocupar los
cargos públicos.
Como presidente había sido nombrado Miguel Urrutia y como primer ministro José Miró
Cardona, a quien ya habíamos mencionado. El primero era un exmagistrado de la audiencia de
Santiago de Cuba que no solo había abogado por Fidel cuando éste fue encarcelado tras el
asalto al cuartel Moncada en 1953, sino que había tenido que exiliarse en 1957 después de
interceder a favor de varias decenas de acusados por «acciones antigubernamentales». El
segundo había presidido el colegio de abogados de Cuba y había sido profesor de Fidel en la
universidad.18 Ambos habían censurado valientemente el régimen de Batista, pero ninguno de
los dos había considerado el desarrollo de un plan de reformas profundas en la estructura
económica cubana. En aquel primer momento el M-26-7 solo ocupó cuatro de quince
ministerios vacantes y a sus dos principales aliados durante la lucha guerrillera -el Directorio
Revolucionario y el PSP- no les correspondió ninguno. Fidel, por su parte, aceptó el cargo de
comandante de las fuerzas armadas.
Como era de esperarse, Fidel se rodeó de sus colaboradores más cercanos y leales, es decir,
Raúl, el Che, Ramiro Valdés (la mano derecha de Raúl en oriente, futuro director de la Central
de Inteligencia Revolucionaria) y Camilo Cienfuegos, con el objeto de influir en las
correlaciones de poder y asegurar el desarrollo de las reformas sociales. Para ese momento los
tres primeros ya habían dado signos claros de simpatía hacia el marxismo-leninismo 19. Los
concejos de Raúl y el Che resultaron fundamentales, por ejemplo, a la hora de reestructurar el
ejército, de manera que, si bien la mayoría del los revolucionarios moderados recibieron
inicialmente posiciones importantes, los hombres que acompañaron a Raúl en la provincia de
oriente se diseminaron por toda la organización castrense cumpliendo un rol cada vez mas
protagónico.
Una situación análoga debía replicarse con respecto a los cargos clave en la administración
pública, pero dentro del grupo de revolucionarios que habían combatido en la Sierra Maestra
había pocos realmente calificados para cumplir funciones burocráticas 20. De allí que, a las
pocas semanas de haberse constituido el gobierno de transición, Fidel y su grupo de
colaboradores más cercanos iniciaran reuniones secretas con los principales dirigentes
comunistas de la isla: el PSP era la única organización que podía proveer una red urbana
estructurada, con fuerte influencia en el movimiento obrero y, sobretodo, dotada de cuadros
formados, disciplinados y leales para administrar las entidades del Estado.21
A menos de dos meses de haberse constituido el gobierno provisional tiene lugar la renuncia
18 La doble designación había sido acordada entre el M-26-7 y los partidos opositores a Batista exceptuando al PSP en
1958, lo cual quedó consignado en el «Pacto de Caracas».
19 Véase Foss (2000: 67-68).
20 Uno de los casos paradigmáticos es el del nombramiento de Enrique Otulski como titular de la cartera de
comunicaciones. A la fecha éste no sabía dónde quedaba el edificio del ministerio ni cuáles eran exactamente sus
funciones. Al respecto Véase Foss (2000: 69).
21 Hay que mencionar que la relación con el PSP tampoco fue del todo armónica. Éste no solo no gozaba de la simpatía
de todos los comandantes revolucionarios -resultando especialmente adverso para los moderados- sino que tampoco
coincidía plenamente con la orientación defendida hasta entonces por el M-26-7. El PSP había apoyado a Batista en
las elecciones de 1940 y al candidato postulado por éste en 1944, e incluso condenó el ataque al cuartel Moncada en
1953. Si bien apoyó al M-26-7 desde 1957, llegando a integrar frentes guerrilleros durante la última etapa de la
lucha armada, no había sido tenido en cuenta en el «Pacto de Caracas» de 1958. Al interior del propio PSP también
se generó cierto descontento tras la subordinación de la organización a la autoridad de Fidel Castro, lo cual había
sido llevado a cavo sin consultar a los militantes del partido. También existían algunas diferencias entre la dirigencia
del PSP y los principales cuadros del M-26-7 en torno a temas como el proceder personalista de Fidel, la
sacralización de la lucha armada, las relaciones con la URSS e incluso la aplicación de la propia reforma agraria,
todo lo cual aflorará en el conjunto de procesos sumarios adelantados en 1962 y 1967, conocidos como la "crítica
del sectarismo" y el "proceso de la microfacción", a través de los cuales prácticamente se desarticuló toda la
de Miró Cardona, luego de un modesto altercado con Fidel en torno al cierre de algunos
establecimientos (la lotería nacional, los casinos y los burdeles). Una rápida modificación de la
Constitución hizo posible que éste último asumiera el cargo de primer ministro.
Las diferencias entre Urrutia y Fidel se hicieron patentes tras la sanción de la Ley de Reforma
Agraria, los primeros avances de la Reforma Urbana y el creciente poder del PSP en el Estado
cubano. El 16 julio de 1959 la población se enteró de que Fidel había renunciado al cargo de
primer ministro. Al día siguiente éste apareció por la televisión nacional justificando su decisión
debido a que Urrutia estaría conspirando en contra de la revolución. Urrutia renunció casi
automáticamente a la presidencia y se refugió en la embajada de Venezuela.
Castro reasumirá el cargo de primer ministro el 26 de julio -fecha del aniversario del ataque
al cuartel Moncada- acompañado por Osvaldo Dorticós en la presidencia, hasta entonces
ministro de leyes revolucionarias. Juntos iniciarán la formación de las Organizaciones
Revolucionarias Integradas (ORI), esto es, el primer intento de unificar las fuerzas políticas de
la revolución cubana, en el contexto de las cuales el PSP adoptará un papel central. Cabe
mencionar que éstas no se formalizarán sino hasta julio de 1961, es decir, tan solo un mes
después de que fueran pronunciadas las "Palabras a los intelectuales".
Éste conjunto de correlaciones resulta especialmente relevante si consideramos, por ejemplo,
los hechos ocurridos el 21 de octubre de 1959: entonces uno de los dos aviones que lanzaron
octavillas sobre La Habana era piloteado por Pedro Luis Días Lans, ex-comandante de la Fuerza
Aérea Revolucionaria de Cuba, quien cuatro meses antes se había dirigido a los Estados Unidos
para denunciar ante el senado norteamericano una creciente influencia comunista en el
gobierno cubano; el incidente de Camagüey tiene lugar luego de que el comandante Huber
Matos, hasta entonces a la cabeza del destacamento militar en dicha provincia, renunciara a su
cargo protestando contra la «infiltración comunista» en el ejército.
Enrique Atienza (1999) y Guillermo Cabrera Álvarez (1984) coinciden en su reproducción de
la discusión sostenida entre Camilo Cienfuegos y Huber Matos en el momento en que éste
último era arrestado. Consideramos significativas algunas de las palabras atribuidas allí a
Cienfuegos:
"Mira, esta Revolución es humanista, verde olivo, y tan cubana como las palmas, pero ten
la seguridad de que si la solución de los problemas del pueblo, si la garantía del futuro fuera
el comunismo, pues entonces yo seré comunista."
Así pues, la ideología comunista no solo había implicado cierta influencia en el desarrollo de la
lucha guerrillera, sino que en el escenario de crisis política e institucional que caracterizó los
primeros años de la revolución se fue convirtiendo en una fórmula cada vez más necesaria
para orientar la transformación revolucionaria de Cuba, asegurar la estabilidad del régimen e
incluso la supervivencia de la revolución en sí misma. Ahora bien, aquello no hubiera sido
posible de no haber sido jalonado por el desarrollo de una tensión aún más profunda, incubada
en el seno de las contradicciones de clase inherentes al estado del modo de producción en la
isla.
Tanto la situación de confrontación con los Estados Unidos como el escenario de crisis política
e institucional que atravesaron a Cuba entre 1959 y 1961, así como las transformaciones
ideológicas observadas en la revolución cubana en el mismo período, obedecen a un proceso
que antecede a la toma del poder por parte del grupo liderado por Fidel Castro y que se explica
en razón del desarrollo de problemáticas sociales y tensiones de clase preexistentes en la isla,
las cuales encontraron en la revolución un escenario para manifestarse, radicalizarse y, en
buena medida, resolverse. Como explicaremos a continuación, el principal motor de dicho
proceso estuvo vinculado a la progresiva identificación del movimiento guerrillero con la
problemática campesina, y, más tarde, con la aplicación de la reforma agraria.
La orientación política del movimiento liderado por Fidel Castro comienza a transformarse ya
desde finales de 1956, cuando el pequeño grupo de sobrevivientes del Granma se ve obligado
22 Las Milicias Nacionales Revolucionarias, fundadas el 26 de octubre de 1959, partieron de la base organizativa de las
cooperativas campesinas que venía articulando la reforma agraria, y sirvieron inicialmente para contener los grupos
de oposición armada que habían comenzado a formarse en las sierras de Escambray. Estos últimos estaban
integrados, precisamente, por latifundistas que habían perdido sus tierras durante la primer etapa de la reforma
agraria. Al respecto Véase Foss (2000)
de caña; y los empleados de los restaurantes amenazaron con entrar en huelga si no se
volvían a abrir los casinos que había ordenado clausurar Miró Cardona, incidente que terminará
con su renuncia al cargo de primer ministro y la asunción de éste nada menos que por Fidel.
Tal como comenta Hugh Thomas al reseñar dichos sucesos, "La revolución había despertado
esperanzas: ¿cómo iba a satisfacerlas?" (Thomas, 1973: 1534).
Es llamativo el hecho de que no solo Castro intentó reducir la creciente polarización social que
entonces atravesó a Cuba y librarse del calificativo «comunista» que le proferían tanto la
crítica interna como el gobierno norteamericano, sino que ni los líderes comunistas de la isla ni
la propia Unión Soviética parecían estar muy interesados en que la revolución cubana se
orientara hacia el marxismo-leninismo: durante todo 1959, aún después de haber sido
sancionada la ley de reforma agraria, Fidel todavía se referirá a la revolución cubana como "un
paso hacia adelante", según lo cual ésta diferiría tanto del modelo capitalista como del
comunista23; ya en 1960, en medio del debate en torno a las nacionalizaciones, Fernando Blas
Roca, entonces secretario del PSP, no solo defendía a la empresa privada sino que criticaba el
rumbo «izquierdista» que adoptaban las políticas implementadas en Cuba24; a pesar del
establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba, en aquel momento a la
Unión Soviética le interesaba mantener una política de no intervención en el hemisferio
americano, acorde con el programa de «coexistencia pacífica» que había sido trazado en Yalta
en 1945 y que había intentado revitalizar Jrushchov. Tal como señala Hugh Thomas (Cit.:
1621) "..un acuerdo comercial con la URSS, e incluso un acuerdo militar, no significaba
necesariamente la aceptación de una ideología marxista o marxista-leninista, con todas las
consecuencias internas y externas que esto implicaba. La URSS tal vez hubiera preferido un
Castro neutral que uno comprometido".
Pese a ello, los revolucionarios no claudicarían en su aplicación de la reforma agraria, y la
lucha de clases desatada por ésta apuntaba en una dirección diferente de la que esperaban no
solo los distintos grupos políticos constituidos en la isla, sino incluso los propios
revolucionarios. Varios discursos de El Che ofrecen claves fundamentales para comprender la
relación directa que existió entre la reforma agraria, el incremento de las tensiones sociales
que atravesaron los primeros años de la revolución y la progresiva transformación de la
orientación ideológica de la revolución cubana. Citamos a continuación algunos apartes de dos
de ellos, ambos pronunciados en Argel, el primero en 1963 y el segundo en 1965:
"Era una revolución que llegaba al poder; en un movimiento de pueblo que había
destruido el poder político y militar de los títeres del imperialismo yanki, pero sus
dirigentes, eran solo un grupo de combatientes de altos ideales y poca preparación.
...El grupo de revolucionarios, con Fidel Castro, a la cabeza, planteó como cosa primordial
la Ley de Reforma Agraria. Y esa Ley indispensable, de la que habla hasta hoy Mr. Kennedy
en su extraña lengua de la «Alianza para el Progreso», desató un terrible juego: El de la
lucha de clases, y profundizó la Revolución Cubana al máximo. Los grandes propietarios,
muchos de ellos norteamericanos, sabotearon inmediatamente la Ley de Reforma Agraria;
estábamos frente al dilema que ustedes tendrán muchas veces en el curso de su vida
revolucionaria: Una situación en la que avanzar es peligroso; detenerse, más peligroso aún;
y retroceder, la muerte de la Revolución.
¿Qué hacer frente a esta disyuntiva? De todos los caminos, el más justo y el más
peligroso era avanzar. Pero ya que avanzamos lo hicimos con profundidad, violentamente; y
lo que pudo haberse imaginado como una Reforma Agraria de contenido burgués, que diera
la propiedad de la tierra a los campesinos y pobres medios, se convirtió en el escenario de
una violenta lucha.."
Ernesto "el Che" Guevara.
Discurso pronunciado en el Primer Seminario sobre Planificación.
Argel, Argelia, 16 de Julio de 1963.
"Nosotros no empezamos la carrera que terminará en el comunismo con todos los pasos
previstos, como producto lógico de un desarrollo ideológico que marchará con un fin
determinado; las verdades del socialismo, más las crudas verdades del imperialismo, fueron
forjando a nuestro pueblo y enseñándole el camino que luego hemos adoptado
conscientemente."
Ernesto "el Che" Guevara.
23 Dicha exposición tuvo lugar el 21 de mayo de 1959 en el contexto de una entrevista transmitida por la televisión
nacional cubana. Al día siguiente Fidel volvió a pronunciarse en el mismo sentido a través de la televisión,
afirmando que en la revolución cubana "no había lugar para extremistas". Citado por Thomas (Cit.: 1562-1563)
24 Véase Thomas (1973: 1591-1653)
Discurso pronunciado en el Segundo Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática.
Argel, Argelia, 24 de Febrero de 1965.
Contrario a lo que podría pensarse a primera vista -mirada que ha mantenido la gran mayoría
de comentaristas en torno a éste discurso, a favor o en contra de Castro- las "Palabras a los
intelectuales" no sólo distan de estar dirigidas únicamente a los intelectuales, sino que
construyen y discriminan colectivos al interior de éstos últimos. A lo largo del discurso el
enunciador interpela e incluso modela la imagen de distintos destinatarios, desplegando en
torno a ellos diferentes entidades del imaginario político para agruparlos y persuadirlos a
adoptar posiciones, sirviéndose de ello, además, para dar cuerpo a su propia imagen como
líder político.
En el presente apartado nos enfocaremos en dicha dinámica llamando la atención sobre el
hecho de que estos destinatarios y entidades no solo remiten a sectores sociales inmersos en
el escenario de transformaciones y conflictos que caracterizó a la formación social en Cuba
alrededor de 1961, sino que revelan regularidades discursivas acordes al fenómeno ideológico
descrito en el apartado anterior, e incluso permiten advertir la presencia de una segunda
problemática a través del texto: la cuestión de la hegemonía.
Para poder identificar y caracterizar los destinatarios que habitan las "Palabras a los
intelectuales" todavía debemos terminar de esclarecer las particularidades del marco
institucional, las circunstancias enunciativas y la coyuntura histórica concreta en razón de las
cuales éstas tuvieron lugar como suceso discursivo.
Así pues, las "Palabras a los intelectuales" se insertan, en primer lugar, en medio del
impresionante movimiento de masificación de la cultura que suscitó el triunfo de la revolución
en la isla, y, con ello, dentro del proceso de construcción de las instituciones culturales
cubanas, la mayoría de las cuales perviven hasta hoy. Habiendo transcurrido tan solo 83 de
días tras la toma del poder había tenido lugar la creación del Instituto Cubano de Arte e
Industria Cinematográficos (ICAIC); en abril del mismo año fue fundada la Casa de las
Américas, dirigida a la ampliación y profundización de los vínculos culturales que unían a Cuba
con el resto de pueblos en el continente; ya en 1961 fue creada la Imprenta Nacional, siendo
inaugurada nada menos que con una tirada de 100.000 ejemplares de El Ingenioso Hidalgo
Don Quijote de la Mancha; y durante el mismo año se llevó a cabo la trascendental Campaña
Nacional de Alfabetización, favoreciendo a cerca de un millón de cubanos. Pero de todas estas
instituciones la que más revuelo causó en el seno de la intelectualidad cubana fue el Consejo
Nacional de Cultura, el cual se encargaría de planificar el conjunto de la política cultural en la
isla desde principios de 1961, y cuya existencia sería justificada y explicada, precisamente, a
lo largo de las "Palabras a los intelectuales".
En ese contexto, las "Palabras a los intelectuales" tienen lugar como el producto de una
tensión que involucró a los intelectuales cubanos, al naciente cuerpo de burócratas que entró a
integrar el nuevo Estado cubano -y por tanto a gestionar las políticas culturales en la isla- y al
propio gobierno revolucionario. A mediados de 1961 la intelligentsia cubana pasaba por un
clima particularmente efervescente, en parte debido a las expectativas que con razón
despertaba el desarrollo del proceso revolucionario; por la privilegiada visibilidad que éste le
proporcionó a la producción artística y literaria de la isla -e incluso de latinoamérica- a nivel
internacional; por la confluencia de distintas vanguardias y su proyección a nivel regional -el
neobarroco en la literatura quizá sea el caso más llamativo, aunque no el único-; y, al mismo
tiempo, por el creciente temor en torno al hecho de que las transformaciones políticas que
estaban teniendo lugar en la isla implicaran algún tipo de restricción a la producción artística y
literaria.
Éste último elemento había venido incrementándose debido a la creciente influencia del PSP
dentro del Estado cubano y se manifestó coyunturalmente por el conjunto de sucesos que
rodearon la confiscación del documental "P.M." y la eventual clausura del semanario Lunes de
Revolución, suplemento del periódico Revolución, es decir, del principal portavoz del mismísimo
M-26-7. Revolución había sido fundado en 1956 por Carlos Franqui, entonces amigo personal
de Fidel Castro y miembro del sector socialdemócrata del M-26-7. Tras la toma del poder,
Franqui acogió en el tabloide a un importante número de jóvenes escritores, fotógrafos,
dibujantes y diseñadores, e incluso creó una sección denominada "Nueva Generación",
dedicada a las manifestaciones estéticas de vanguardia, dando a la publicación un talante
intelectual-progresista del que carecían los demás medios oficiales en la isla.
Ya en marzo de 1959, Franqui introdujo el magazine Lunes de Revolución, el cual
acompañaría semanalmente al diario y se proponía, en términos generales, "realizar para Cuba
la labor divulgatoria [sic] que hiciera en España una vez la revista de occidente"25. Bajo la
dirección de Guillermo Cabrera Infante -quien entonces también oficiaba como ejecutivo del
ICAIC- Lunes pronto devendrá uno de los principales medios culturales cubanos, contando
entre sus colaboradores a Néstor Almendros, Antón Arrufat, José A. Bargaño, Calvert Casey,
Edmundo Desnoes, Roberto Fernández Retamar, César Leante, José Lezama Lima, Heberto
Padilla, Virgilio Piñera, Severo Sarduy y José Triana.
Si bien el semanario era abiertamente castrista y anti-imperialista -habiendo dedicado sendos
números a homenajear la revolución china, las hazañas del Vietcong e incluso al pueblo de
Corea del Norte- los editores de la revista habían manifestado, desde sus primeros números, la
intensión de no alinearse con una determinada filosofía política. Ello reflejaba en buena medida
la orientación política de Franqui y Cabrera Infante, quienes empezaban a experimentar
diferencias con los cuadros del PSP que progresivamente se posicionaban a la cabeza de las
nuevas instituciones culturales cubanas.
Dichas fricciones se hicieron públicas luego de que el ICAIC impidiera la proyección del
documental "P.M."26, el cual no solo había sido financiado por el diario Revolución, sino que
Uno de los principales aspectos que hasta ahora han pasado por alto los diversos análisis en
torno a las "Palabras a los intelectuales" descansa en el hecho de que a través de ellas Fidel
Castro no solo se dirige a los intelectuales, sino que dedica una buena parte del texto y una
cantidad considerable de operaciones discursivas a increpar y, sobretodo, a modelar la imagen
de la dirigencia del gobierno cubano y del incipiente cuerpo de burócratas y funcionarios
públicos que ejecutan las tareas dictadas por éste. Veamos, a modo de ejemplo, un fragmento
perteneciente a la apertura del discurso:
"Después de tres sesiones en que se ha estado discutiendo este problema, en que se han
planteado muchas cosas de interés, que muchas de ellas han sido discutidas aunque otras
hayan quedado sin respuesta —aunque materialmente era imposible abordar todas y cada
una de las cosas que se han planteado—, nos ha tocado a nosotros, a la vez, nuestro turno;
no como la persona más autorizada para hablar sobre esta materia, pero sí, tratándose de
una reunión entre ustedes y nosotros, por la necesidad de que expresemos aquí también
algunos puntos de vista.
Teníamos mucho interés en estas discusiones. Creo que lo hemos demostrado con eso
que llaman "una gran paciencia" (RISAS). Y en realidad no ha sido necesario ningún
esfuerzo heroico, porque para nosotros ha sido una discusión instructiva y, sinceramente,
ha sido también amena.
Desde luego que en este tipo de discusión en la cual nosotros formamos parte también,
los hombres del gobierno —o por lo menos particularmente en este caso, en el mío— no
estamos en las mejores ventajas para discutir sobre las cuestiones en que ustedes se han
especializado. Nosotros, por el hecho de ser hombres de gobierno y ser agentes de esta
Revolución, no quiere decir que estemos obligados ...Quizás estamos obligados, pero en
realidad no quiere decir que tengamos que ser peritos sobre todas las materias. Es posible
que si hubiésemos llevado a muchos de los compañeros que han hablado aquí a alguna
reunión del Consejo de Ministros a discutir los problemas con los cuales nosotros estamos
más familiarizados, se habrían visto en una situación similar a la nuestra.
Nosotros hemos sido agentes de esta Revolución, de la revolución económico-social que
está teniendo lugar en Cuba. A su vez, esa revolución económico-social tiene que producir
inevitablemente también una revolución cultural en nuestro país.
Por nuestra parte, hemos tratado de hacer algo. Quizás en los primeros instantes de la
Revolución había otros problemas más urgentes que atender. Podríamos hacernos también
una autocrítica al afirmar que habíamos dejado un poco de lado la discusión de una cuestión
tan importante como esta.
No quiere decir que la habíamos olvidado del todo: esta discusión —que quizás el
incidente a que se ha hecho referencia aquí reiteradamente contribuyó a acelerarla— ya
estaba en la mente del gobierno. Desde hacía meses teníamos el propósito de convocar a
una reunión como esta para analizar el problema cultural. Los acontecimientos que han ido
sucediendo —y sobre todo los últimos acontecimientos— fueron la causa de que no se
hubiese efectuado con anterioridad. Sin embargo, el gobierno revolucionario había ido
tomando algunas medidas que expresaban nuestra preocupación por este problema.
esgrimidas por las autoridades del ICAIC para impedir su proyección del documental estribaron en que éste
ofrecería una visión «frívola» de la vida habanera y con ello ocultaría el clima revolucionario que caracterizaría la
vida en la isla. Al respecto Véase Díaz Martínez (2006). Actualmente el documental se encuentra disponible para ser
visto a través de internet, cuyos vínculos incluimos en la bibliografía.
Algo se ha hecho, y varios compañeros en el gobierno en más de una ocasión han
insistido en la cuestión. Por lo pronto puede decirse que la Revolución en sí misma trajo ya
algunos cambios en el ambiente cultural: las condiciones de los artistas han variado.
Yo creo que aquí se ha insistido un poco en algunos aspectos pesimistas. Creo que aquí
ha habido una preocupación que se va más allá de cualquier justificación real sobre este
problema. Casi no se ha insistido en la realidad de los cambios que han ocurrido con
relación al ambiente y a las condiciones actuales de los artistas y de los escritores."
27 Sobre la categoría de relato ulterior, y, en general, sobre las distintas formas manifestación del tiempo en el discurso
Véanse Filinich (2007: 54) y Genette (1972).
28 El componente programático del discurso político hace referencia aquellas zonas en las que el enunciador político
anuncia y/o se compromete con la realización de futuras acciones, proponiendo reformas, planes, proyectos,
promesas, etc. Al respecto Véase Verón (Cit.).
cuerpo de dirigentes y funcionarios, así como de asegurar su lealtad y reforzar su creencia en
el conjunto de valores y representaciones que ahora orientan al gobierno y definen el régimen.
Evidentemente, en aquel momento ese era un imperativo fundamental para Fidel, no solo para
garantizar la estabilidad política, sino para sentar las bases de una hegemonía ideológica.
"..el revolucionario pone algo por encima de todas las demás cuestiones, el revolucionario
pone algo por encima aun de su propio espíritu creador, es decir: pone la Revolución por
encima de todo lo demás."
"..Nadie ha supuesto nunca que todos los hombres o todos los escritores o todos los
artistas tengan que ser revolucionarios, como nadie puede suponer que todos los hombres o
todos los revolucionarios tengan que ser artistas, ni tampoco que todo hombre honesto, por
el hecho de ser honesto, tenga que ser revolucionario. Revolucionario es también una
actitud ante la vida, revolucionario es también una actitud ante la realidad existente. Y hay
hombres que se resignan a esa realidad, hay hombres que se adaptan a esa realidad; y hay
hombres que no se pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla: por
eso son revolucionarios."
"..Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros
diremos: el pueblo. Y siempre diremos: el pueblo. El pueblo en su sentido real, es decir,
esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el olvido más cruel.
Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir,
las clases oprimidas y explotadas del pueblo. El prisma a través del cual nosotros lo
miramos todo es ese: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellos; para nosotros
será noble, será bello y será útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellos.
Si no se piensa así, si no se piensa por el pueblo y para el pueblo, es decir, si no se piensa
y no se actúa para esa gran masa explotada del pueblo, para esa gran masa a la que se
desea redimir, entonces sencillamente no se tiene una actitud revolucionaria. Al menos ese
es el cristal a través del cual nosotros analizamos lo bueno y lo útil y lo bello de cada
acción."
"..Creo que sin ser optimista no se puede ser revolucionario, porque las dificultades que
una Revolución tiene que vencer son muy serias. ¡Y hay que ser optimistas! Un pesimista
nunca podría ser revolucionario."
Los dos primeros fragmentos se inscriben en la zona didáctica del discurso, y el objeto de los
principios generales que explican recae sobre una entidad muy concreta, «el revolucionario»,
referida a través de la tercera persona -la no persona en palabras de Benveniste (1997
[1966]: 177)-, como una forma nominalizada de la cual se habla impersonalmente en el plano
intemporal de la verdad.
En el tercer fragmento, en cambio, ser revolucionario es el atributo de un colectivo en
nombre del cual toma la palabra el enunciador mediante el uso del nosotros inclusivo ("Si a los
revolucionarios nos preguntan.." "El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo es ese:
para nosotros será bueno lo que.. para nosotros será útil lo que..") para expresar todo un
orden de necesidad deontológica (deber ser/deber hacer) que no solo constituirá al propio
revolucionario, sino que configura una regla (zona prescriptiva del discurso) en razón de la cual
éste juzga qué es lo bello, lo útil, lo bueno, lo noble.
En el cuarto fragmento, al igual que en los dos primeros, el atributo de ser revolucionario
está sujeto a una actitud -en este caso el optimismo- pero, al igual que en el tercer fragmento,
dicha actitud se inscribe en la zona prescriptiva del discurso, es decir, constituye un deber ser/
deber hacer que, si bien no tiene un carácter universal, es presentado de manera que pueda
ser universalizable: "¡Y hay que ser optimistas! Un pesimista nunca podría ser revolucionario".
El doble juego por el cual intermitentemente se enseña qué es ser revolucionario o se habla a
nombre de «nosotros los revolucionarios» constituye una marca del hecho que, al igual que
como observamos con respecto a «la Revolución», en el momento en que eran pronunciadas
las "Palabras a los intelectuales" existía la necesidad de llenar de significado a dicha entidad,
pero no solo para usarla como un operador de interpretación -como en el caso de «la
Revolución»- sino, además, para construir un arquetipo: a través de ella el enunciador está
increpando a un cuerpo de prodestinatarios que excede a los meros «hombres de gobierno y
agentes de la Revolución» y, a su vez, está modelando sus deberes, sus objetivos, sus
cualidades, sus sentimientos y, en general, su "actitud ante la vida", su "actitud ante la
realidad existente". No se trata pues de una mera función de refuerzo de la creencia del
partidario hacia el líder político, sino que, además de ello, a través de esta doble entidad (el
revolucionario/nosotros los revolucionarios) Fidel está modelando -o intentando modelar- toda
una subjetividad, un (meta)colectivo de identificación dentro del cual se incluye a sí mismo,
por el cual toma la palabra y que espera universalizar, por lo menos, al conjunto de la
población cubana.
Así pues, a lo largo de las "Palabras a los intelectuales" encontraremos esta doble entidad
asociada a rasgos como el espíritu crítico ("los revolucionarios no se resignan ante la realidad y
tratan de cambiarla"), la redención ("la redención del hombre constituye su principal
objetivo"), el optimismo, la abnegación, el desinterés, el compromiso (con el pueblo, con la
revolución), el liderazgo ("los revolucionarios son la vanguardia del pueblo"), la comprensión
(capacidad valorativa, evaluativa y actitud tolerante), el espíritu creador y el sacrificio ("el
revolucionario pone la Revolución por encima de todo lo demás.. por encima aún de su espíritu
creador").
Hemos dicho que «el revolucionario» constituye un arquetipo y que de «ser revolucionario»
deriva toda una subjetividad con pretenciones de universalidad. Ahora bien, hay que aclarar
que si bien ser revolucionario implica toda una constelación de deberes, el texto no plantea el
hecho de ser revolucionario como un deber universal ("Nadie ha supuesto nunca que todos los
hombres o todos los escritores o todos los artistas tengan que ser revolucionarios") sino más
bien como una invitación, como una posibilidad vital. Y es en ese sentido que funciona la voz
de los revolucionarios cuando es puesta en escena a través del texto: interpelando a los
paradestinatarios -es decir, a los indecisos, aquellos a los cuales el enunciador espera
persuadir a través del discurso (Véase Verón, 1987: 17)-, invitándolos a hacerse
revolucionarios:
"..Les estamos pidiendo que las desarrollen en favor de la cultura precisamente y en favor
del arte, en función de la Revolución, porque la Revolución significa precisamente más
cultura y más arte. Les pedimos que pongan su granito de arena en esta obra que, al fin y
al cabo, será una obra de esta generación.
La generación venidera será mejor que nosotros, pero nosotros seremos los que habremos
hecho posible esa generación mejor. Nosotros seremos forjadores de esa generación futura.
Nosotros, esta generación, sin edades, no es cuestión de edades. ¿Para qué vamos a entrar
a discutir ese problema tan delicado? (RISAS.)
...¿Que alguno no quiera colaborar? ¡Y qué mayor castigo que privarse de la satisfacción
de lo que se está haciendo hoy!"
Al igual que en todo discurso político, a través de las "Palabras a los intelectuales" también se
advierte la presencia del contradestinatario: ese discurso "otro" con el cual se polemiza, esa
imagen del enemigo que le permite al enunciador político, por oposición, modelar su propia
imagen e incluso la de los demás destinatarios del discurso (Idem.).
La primer entidad del imaginario político asociada al contradestinatario en éste discurso
asume la forma clásica de un colectivo singular y masivo, «los contrarrevolucionarios», que en
suma simbolizan a los enemigos de la revolución. Éstos aparecen pocas veces a lo largo del
texto, son designados mediante la tercera persona del plural ("los contrarrevolucionarios.. esos
que..") y su voz es puesta en escena implícitamente a través de preguntas o mediante la
negación. Además de ser "enemigos de la revolución" -y por ende enemigos del pueblo29-, les
29 Ya explicamos en el primer apartado del presente trabajo que el modo por el cual es representada la revolución pasa
es atribuido el hecho de ser incorregibles ("incorregiblemente reaccionarios.. incorregiblemente
contrarrevolucionarios"), prófugos y desertores ("de su propia patria"), no tienen ningún
derecho contra la Revolución (como ya lo habíamos anotado, "porque la Revolución tiene un
derecho: el derecho a existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer"), son asociados
a quien sospecha y desconfía del gobierno revolucionario, y se presume que una buena parte
de ellos ha abandonado el país ("para ir a sumergirse a las entrañas del monstruo
imperialista"). Veamos algunos ejemplos extraídos del corpus:
"..La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios,
que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios."
"..¿quién es el que tiene tantas reservas con respecto al gobierno? ¿Quién es el que tiene
tantas dudas? ¿Quién es el que tiene tanta sospecha con respecto al Gobierno
Revolucionario y quién es el que desconfía tanto del Gobierno Revolucionario, que aun
cuando pensara que estaba equivocada una decisión suya piense que constituye un peligro
y constituye un verdadero motivo de terror el pensar que el gobierno pueda siempre
equivocarse?"
"..Qué decir de los que han renunciado a ella [a la Revolución], y qué pensar de ellos, sino
con pena, que abandonan este país en plena efervescencia revolucionaria para ir a
sumergirse en las entrañas del monstruo imperialista, donde no puede tener vida ninguna
expresión del espíritu?
Y han abandonado la Revolución para ir allá. Han preferido ser prófugos y desertores de
su patria a ser aunque sea espectadores."
Tal como se observa en todos los fragmentos citados, en este discurso «los
contrarrevolucionarios» prácticamente no son objeto de mensajes directos. En cambio,
cumplen un papel fundamentalmente diferencial: a través de esta entidad el enunciador no
solo establece la antítesis en razón de la cual adquieren identidad tanto él como sus colectivos
de identificación, sino que le sirve para establecer un referente en razón del cual pueden
diferenciarse los demás destinatarios del discurso, especialmente los paradestinatarios.
El primer fragmento, inscripto en la zona prescriptiva del discurso, no solo excluye a los
«incorregiblemente contrarrevolucionarios» de la revolución, sino que deja claro que ésta no
renuncia a aquellos indecisos que, o bien no son plenamente revolucionarios, o cuya creencia
en la revolución se encuentra suspendida. El segundo fragmento, inscripto en la zona didáctica
del discurso, no solo constituye un mensaje indirecto para los contrarrevolucionarios ("no
tienen derechos") sino que funciona también como una interpelación indirecta y, en alguna
medida, como una suerte de advertencia dirigida a los paradestinatarios: oponerse a la
revolución tiene un costo, la pérdida de todo derecho.
A lo largo del discurso, a «los contrarrevolucionarios» nunca se les concede explícitamente el
uso de la palabra. Sin embargo, el concurso de su voz puede advertirse a través de
procedimientos polifónicos tales como el uso de preguntas o negaciones, de lo cual el tercer
fragmento citado constituye un ejemplo muy claro: cuando el enunciador básico del discurso
pregunta "¿Quién es el que tiene tantas reservas con respecto al gobierno?" no solo está
haciendo una alusión al género de curiosidades que animarían al contrarrevolucionario, sino
que lo pone en escena implícitamente como el enunciador responsable de la afirmación
cuestionada explícitamente. Ahora bien, al formular dicha pregunta el enunciador básico
también está poniendo en escena tanto a los paradestinatarios como a los prodestinatarios,
pues no solo es a ellos a quienes está dirigida la pregunta, sino que ésta presupone
implícitamente sus respuestas, las cuales podrían variar entre un "¡Yo no!" y un señalamiento
directo: "¡el contrarrevolucionario!".
El último fragmento, inscripto en la zona descriptiva del discurso, vincula a «los
por postular al pueblo como contenido por la revolución para luego sustituir sinecdóquicamente a la revolución por
el pueblo. De allí que en el propio texto los contrarrevolucionarios, «los enemigos de la Revolución», también sean
referidos como «los enemigos del pueblo»: "frente a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos
de ese pueblo no cuentan".
contrarrevolucionarios» con una problemática que hoy quizá podríamos pasar por alto, pero
que en aquel momento constituía una novedad y que desde entonces atraviesa neuralmente la
sociedad cubana: la de aquellos que han decidido abandonar la isla, especialmente hacia los
Estados Unidos. Lo interesante aquí es que aquella asociación también genera una
diferenciación entre sectores y establece un campo en el contexto del conflicto que dio origen a
este discurso: los intelectuales que entraron en contradicción con los funcionarios
gubernamentales, como quiera que sea, pertenecen al grupo de los que se quedaron en la isla,
tal vez no como revolucionarios convencidos, pero al menos como espectadores. ¿Cuál es el
mensaje para ellos? ¿Cómo se los modela a través del discurso? De ello nos ocuparemos en el
siguiente subapartado.
Al principio del presente apartado citamos el fragmento con el que inician las "Palabras a los
intelectuales" e hicimos alusión a aquellos dos polos constitutivos del sujeto de la enunciación
en el discurso: "nosotros" y "ustedes". Así pues, el segundo de ellos descansa prioritariamente
en la figura de los intelectuales. Estos son referidos inicialmente a través de una entidad
sumamente abarcadora que acapara la posición de recepción durante la mayor parte del texto:
«los intelectuales, los artistas y escritores cubanos». Los principales rasgos atribuidos a ésta
remiten a la forma prototípica del destinatario, es decir, la indecisión, la suspensión de la
creencia. Correlativamente, todos los procedimientos desplegados por el enunciador con
respecto a ella pertenecen al orden de la persuasión y ponen en juego de parte del enunciador
básico tanto un ethos humilde y conciliador como uno pedagógico, ambos movilizados por una
invitación: la de unirse al proceso revolucionario.
A continuación detallaremos los cuatro principales procedimientos discursivos aplicados con
respecto a «los intelectuales» a través del texto, a saber: el empleo del humor; el orden de
deberes y de rasgos actanciales que les son atribuidos; la subdivición de su colectivo en razón
de tres entidades distintas; y su articulación en una visión del futuro desarrollo de la cultura en
Cuba.
El movimiento por el cual se increpa y se modela la imagen de los «los intelectuales, los
artistas y escritores cubanos» inicia con el uso del humor, procedimiento que se empleará
recurrentemente a lo largo de todo el texto y que constituirá una de las principales
características del tipo de lazo establecido entre el enunciador básico del discurso y éste
destinatario. Veamos algunos ejemplos:
"..Teníamos mucho interés en estas discusiones. Creo que lo hemos demostrado con eso
que llaman "una gran paciencia" (RISAS). Y en realidad no ha sido necesario ningún
esfuerzo heroico, porque para nosotros ha sido una discusión instructiva y, sinceramente,
ha sido también amena."
"..Los compañeros han dicho muchas cosas, han dicho cosas interesantes; algunos han
dicho cosas brillantes. Todos han sido muy eruditos (RISAS). Pero por encima de todo ha
habido una realidad: la realidad misma de la discusión y la libertad con que todos han
podido expresarse y defender sus puntos de vista;la libertad con que todos han podido
hablar y exponer aquí sus criterios en el seno de una reunión amplia —y que ha sido más
amplia cada día—, de una reunión que nosotros entendemos que es una reunión positiva,
de una reunión donde podemos disipar toda una serie de dudas y de preocupaciones.
Y que ha habido querellas, ¿quién lo duda? (RISAS.) Y que ha habido guerras y guerritas
aquí en el seno de los escritores y artistas, ¿quién lo duda? (RISAS.) Y que ha habido
críticas y supercríticas ¿quién lo duda? Y que algunos compañeros han ensayado sus armas
y han probado sus armas a costa de otros compañeros, ¿quién lo duda?
Aquí han hablado los «heridos» y han expresado su queja sentida contra lo que han
estimado ataques injustos. Afortunadamente no han pasado los cadáveres, sino los heridos
(RISAS); compañeros incluso convalecientes todavía de las heridas recibidas (RISAS). Y
algunos de ellos presentaban como una evidente injusticia el que se les haya atacado con
cañones de grueso calibre sin poder siquiera ripostar el fuego."
En ambos casos, inscriptos en la zona descriptiva del discurso, el efecto cómico se debe a
una variación isotópica30, o mejor, en palabras de Greimas (1973:108) "el placer que deriva de
la gracia reside en el descubrimiento de dos isotopías diferentes en el interior de un relato que
se supone homogéneo". En el seno de dicha variación hay una cierta degradación del otro -es
decir, de la figura del intelectual- pero ésta se mantiene dentro de unos límites en razón de los
cuales no constituye una completa humillación u ofensa, sino que, en cambio, reduce tanto las
tensiones como las distancias entre los actores involucrados. Como comentara Aristóteles en
su poética, esa mímesis cómica de los defectos y fealdades del otro constituye un daño
limitado que es inmediatamente reparado por el gozo, contribuyendo a relajar los conflictos y
reconciliar a los adversarios.31 Éste es precisamente el móvil con el cual es empleado el humor
con respecto a los intelectuales en este discurso: a través de él el enunciador está intentando
bajar el tono de una discusión -entre los intelectuales y los funcionarios del gobierno-
cambiando la escala de los hechos a considerar e introduciendo una cierta relación de
familiaridad entre él y el enunciatario, y, con ello, entre los «hombres de gobierno y agentes de
la revolución» y «los intelectuales, los artistas y escritores cubanos».
El segundo procedimiento discursivo aplicado con respecto a «los intelectuales» tiene que ver
con el orden de deberes y de rasgos actanciales que les son atribuidos, pues, para poder
persuadir al enunciatario, el enunciador político no solo debe asegurarse de que su mensaje
sea efectivamente considerado por éste, sino que debe modelar su imagen de manera que
constituya un sujeto cuya creencia se encuentra suspendida, es decir, un paradestinatario.
Veamos éste proceso a través de algunos fragmentos extraídos del corpus:
"..Es cierto que aquí se está discutiendo un problema que no es un problema sencillo. Es
cierto que todos nosotros tenemos el deber de analizarlo cuidadosamente. Esto es una
obligación tanto de ustedes como de nosotros."
"..Si los hombres se juzgan por sus obras, tal vez nosotros tendríamos derecho a
considerarnos con el mérito de la obra que la Revolución en sí misma significa, y sin
embargo no pensamos así. Y creo que todos debiéramos tener una actitud similar.
Cualesquiera que hubiesen sido nuestras obras, por meritorias que puedan parecer,
debemos empezar por situarnos en esa posición honrada de no presumir que sabemos más
que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que se puede aprender, de no
presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensen
exactamente igual están equivocados. Es decir, que nosotros debemos situarnos en esa
posición honrada, no de falsa modestia, sino de verdadera valoración de lo que nosotros
conocemos. Porque si nos situamos en ese punto, creo que será más fácil marchar
acertadamente hacia adelante. Y creo que si todos nos situamos en ese punto —ustedes y
nosotros—, entonces, ante esa realidad, desaparecerán actitudes personales y desaparecerá
esa cierta dosis de personalismo que ponemos en el análisis de estos problemas.
En realidad, ¿qué sabemos nosotros? En realidad nosotros todos estamos aprendiendo.
En realidad nosotros todos tenemos mucho que aprender.
Y nosotros no hemos venido aquí, por ejemplo, a enseñar. Nosotros hemos venido también
a aprender.
Había ciertos miedos en el ambiente, y algunos compañeros han expresado esos temores.
En realidad a veces teníamos la impresión de que estábamos soñando un poco, teníamos la
impresión de que nosotros no hemos acabado de poner bien los pies sobre la tierra. Porque
si alguna preocupación a nosotros nos embarga ahora, si algún temor, es con respecto a la
Revolución misma. La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la
Revolución en sí misma. ¿O es que nosotros creemos que hemos ganado ya todas las
batallas revolucionarias? ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene enemigos?
¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene peligros?
¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que
la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de
30 Entendiendo por isotopía un plano de significación homogéneo derivado de una determinada recurrencia semántica,
gramatical, actorial, o de otros rasgos que contribuyen a la coherencia de una secuencia discursiva o mensaje. Véase
Charaudeau y Maingueneau (2005: 342).
31 Para una descripción sucinta de los procedimientos semiótico-discursivos a través de los cuales es movilizado el
humor Véase Abril (2009).
que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación
por parte de todos debe ser la Revolución misma? ¿Los peligros reales o imaginarios que
puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución
misma?"
Tal como se observa en el primer fragmento, dicho proceso inicia con la atribución de una
obligación a los intelectuales (zona prescriptiva del discurso): la de analizar la discusión que
está teniendo lugar y, por tanto, la de considerar su papel en el contexto del proceso
revolucionario. Ahora bien, al hacerlo el enunciador se sirve de un nosotros inclusivo que
excede a su propio colectivo de identificación cobijando también a los intelectuales ("..todos
nosotros tenemos el deber de analizarlo cuidadosamente") de manera que dicha obligación no
solo es formulada como un deber compartido por los dos actores inmersos en la discusión, sino
que con ello el enunciador queda autorizado para regular y orientar el análisis.
Ese «nosotros» vuelve a ser utilizado en el segundo fragmento para increpar a los
intelectuales para que asuman una posición "honrada", "modesta", una disposición de
aprendizaje, conjugándolo con el uso polifónico de la negación, de la cita y de la formulación
de preguntas para atribuirles el hecho de haber tenido actitudes "personalistas" e ilusorias
("estábamos soñando un poco.. no hemos acabado de poner los pies sobre la tierra"), y, unido
a éstas, el padecimiento de miedos y preocupaciones imaginarias: "de que la Revolución vaya
a desbordar sus medidas"; "de que la Revolución vaya a asfixiar el arte"; "de que la Revolución
vaya a asfixiar el espíritu creador". Frente a ello, vuelve a aparecer el componente prescriptivo
del discurso mediante la formulación de un nuevo deber, el cual viene a recaer no solo sobre
los intelectuales sino, en general, sobre todos los ciudadanos: la primera preocupación, por
encima de cualquier otra, debe estribar en los peligros que enfrenta la Revolución. Pero,
¿Cómo persuadir a los intelectuales para que asuman plenamente ese deber? La alternativa
elegida a lo largo de este discurso descansa sobre la base de uno de los más antiguos
principios de la estrategia política: dividir.
..Y puede haber, por supuesto, artistas —y buenos artistas— que no tengan ante la vida una
actitud revolucionaria.
Y es precisamente para ese grupo de artistas e intelectuales para quienes la Revolución en
sí constituye un hecho imprevisto, un hecho nuevo, un hecho que incluso puede afectar su
ánimo profundamente. Es precisamente para ese grupo de artistas y de intelectuales que la
Revolución puede constituir un problema que se le plantea.
Para un artista o intelectual mercenario, para un artista o intelectual deshonesto, no sería
nunca un problema. Ese sabe lo que tiene que hacer, ese sabe lo que le interesa, ese sabe
hacia donde tiene que marcharse. El problema lo constituye verdaderamente para el artista o
el intelectual que no tiene una actitud revolucionaria ante la vida y que, sin embargo, es una
persona honesta."
"..¿Quién es el que quiere o el que desea que esa autoridad cultural no exista? Por el
mismo camino podría aspirar a que no existiera la milicia, que no existiera la policía, que no
existiera el poder del Estado y que incluso no existiera el Estado."
Acabamos de citar los fragmentos en los cuales opera dicho desdoblamiento, el cual se
mantendrá durante buena parte del texto. El primer fragmento inicia con el planteamiento de
una pregunta referente al orden de inquietudes que animarían la "preocupación" de los
intelectuales. Ésta estribaría en una cuestión de convicción, lo cual sirve como parámetro para
diferenciar tres tipos de intelectuales.
Abordaremos en primer lugar a «los intelectuales, artistas y escritores revolucionarios», en
torno a los cuales se configura un tercer prodestinatario del discurso. Éstos son referidos
predominantemente a través de la tercera persona, tanto singular como plural, y, al igual que
«los revolucionarios», aparecen fundamentalmente en las zonas didáctica y prescriptiva del
discurso funcionando como un arquetipo, es decir, como un objeto de explicación, como el
ejemplo de concreción del ideal revolucionario en el rol del intelectual y, con ello, de un
determinado deber ser/deber hacer.
Además de ser caracterizados como aquellos que sienten la Revolución, que no dudan de la
Revolución y que en cambio están seguros de que son capaces de servir a la Revolución, a lo
largo del texto les son atribuidos otros rasgos como el sacrificio ("es aquel que está dispuesto
a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución") y el deber de luchar ("en
todos los sentidos para que el creador produzca por el pueblo y el pueblo a su vez eleve su
nivel de cultural que le permita acercarse también a los creadores"). Si bien su voz
prácticamente no es puesta en escena a lo largo del discurso, cabe señalar que ese último
deber les confiere a los «intelectuales revolucionarios» un rol activo muy similar al que trazara
Gramsci (1949) con respecto al intelectual orgánico: aquel mediador cultural que establece
vínculos entre la ideología del grupo dominante y los intereses y necesidades de los demás
grupos sociales, que asegura el consenso y contribuye con ello a la consolidación de la
hegemonía.
En el otro extremo encontramos al «artista o intelectual mercenario», aquel sector de los
intelectuales que es modelado como un contradestinatario. Sus rasgos: es deshonesto,
mercenario (se vende), es aquel que "quiere que la autoridad cultural no exista", que "sabe lo
que tiene que hacer", que "sabe lo que le interesa" (¿el dinero? ¿destruir la revolución?) y que
"sabe a dónde tiene que marcharse" (¿a los Estados Unidos?). Al igual que en el caso de «los
contrarrevolucionarios», éste aparece realmente pocas veces a lo largo del texto. Cuando se lo
refiere explícitamente se utiliza la tercera persona, especialmente en singular ("el intelectual
deshonesto.. el intelectual mercenario.. ese que.."). Ahora bien, tal como se advierte en el
tercer fragmento citado, su voz es puesta en escena -especialmente en la zona didáctica- a
través de preguntas que también funcionan como lecciones o advertencias para los
paradestinatarios. Como ocurre globalmente con el contradestinatario en este discurso, el
«intelectual mercenario» cumple un papel fundamentalmente diferencial: más allá del hecho
de que "tiene que irse" no es objeto de mensajes directos a lo largo del texto; en cambio sirve
como aquel "otro" en razón del cual adquieren identidad el prodestinatario y el
paradestinatario al interior de «los intelectuales, los artistas y escritores cubanos».
En el medio quedan «los intelectuales que, sin ser contrarrevolucionarios, tampoco son
revolucionarios», esto es, aquel sector de los intelectuales que ocupará el rol del
paradestinatario. Tal como se advierte en los fragmentos citados, la mayoría de los rasgos
actanciales que les son atribuidos apuntan a modelarlos como un actor que duda: no están
seguros de sus convicciones revolucionarias; tienen desconfianza de su propio arte; tienen
desconfianza de su propia capacidad de crear; son honestos e incluso pueden ser buenos
artistas, pero no tienen una actitud revolucionaria ante la vida, de manera que para ellos la
Revolución en sí constituye un hecho imprevisto, un problema. Más adelante no solo les serán
atribuidos otros rasgos subsidiarios, como el hecho de comprender qué es la revolución pero
ser más artistas que revolucionarios, sino que aquella duda será asociada con el padecimiento
de una vida trágica, de sentimientos de desasosiego y conflictos existenciales. Ello, sin
embargo, no los hace enemigos de la revolución, sino que supone el trazado de unos límites
prescriptivos a su quehacer y los convierte en un sector que «la Revolución» y «los
revolucionarios» deben respetar y, sobretodo, procurar convencer:
"Comprendemos que debe ser una tragedia para alguien que comprenda esto [qué es la
revolución] y, sin embargo, se tenga que reconocer incapaz de luchar por eso. Nosotros
somos o creemos ser hombres revolucionarios; quien sea más artista que revolucionario no
puede pensar exactamente igual que nosotros. Nosotros luchamos por el pueblo y no
padecemos ningún conflicto, porque luchamos por el pueblo y sabemos que podemos lograr
los propósitos de nuestras luchas."
"Y para aquellos que no puedan tener o no tengan esa actitud, pero que son personas
honradas, es para quienes constituye el problema a que hacíamos referencia. Y de la misma
manera que para ellos la Revolución constituye un problema, ellos constituyen también para
la Revolución un problema del cual la Revolución debe preocuparse.
Aquí se señaló con acierto el caso de muchos escritores y artistas que no eran
revolucionarios, pero que sin embargo eran escritores y artistas honestos; que además
querían ayudar a la Revolución; que además a la Revolución le interesaba su ayuda; que
querían trabajar para la Revolución y que a su vez a la Revolución le interesaba que ellos
aportaran sus conocimientos y su esfuerzo en beneficio de la misma."
"..la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo
con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean
revolucionarios —es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida—, estén con
ella.. Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo, la Revolución
tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La
Revolución tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que
todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente
revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para
crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios,
tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse. Es decir, dentro de la Revolución."
Así pues, estos intelectuales, a pesar de nos ser revolucionarios, no solo pueden trabajar
para la Revolución, sino que a la propia revolución le interesan sus aportes y tiene el deber de
abrir espacios para que estos puedan trabajar y crear, eso sí, en el marco de los límites
previamente trazados: dentro de la revolución, nunca contra ella.
Al repasar los últimos fragmentos no solo se observa una de las formas a través de las cuales
se manifiesta más recurrentemente la voz de dicho paradestinatario (la cita), sino el doble
movimiento que tiene lugar cuando se hace referencia a éste o se lo increpa: el primer
fragmento destaca porque el enunciador habla a nombre de «los revolucionarios», de manera
que también contribuye a modelar la imagen de dicho colectivo de identificación; el segundo
articula elementos didácticos, descriptivos y prescriptivos que no solo incumben a «los
intelectuales que, sin ser revolucionarios, tampoco son contrarrevolucionarios», sino que
involucran a «la Revolución» misma como actor; el tercero va a aún más lejos, pues no solo
constituye un mensaje dirigido al grupo de intelectuales que viene siendo modelado como
paradestinatario, sino que a la vez plantea un deber a la propia «Revolución», cobijando
también a todos los prodestinatarios del discurso.
Así, los tres fragmentos revelan aquel fenómeno de destinación múltiple en el discurso
político descrito por García Negroni (1988) de manera que incluso en un mismo enunciado
encontramos una variedad de mensajes dirigidos a distintos destinatarios. Frente a todos ellos
el enunciador está asumiendo un rol pedagógico, de manera que explica, desglosa, aclara,
pone ejemplos, se ubica como fuente expresiva y/o de inteligibilidad y, a la vez, mantiene
cierta familiaridad: al intelectual paradestinatario le explica su lugar en el proceso
revolucionario, sus posibilidades y los límites a los que allí se encuentra sujeto; a «los
revolucionarios» en general, y más particularmente a «los intelectuales revolucionarios», les
señala sus cualidades y actitudes, al tiempo que los exhorta a convencer a los indecisos; y,
globalmente, a todos los está empapando, modelando e involucrando en razón de una
representación de la revolución (ideología) que, como ya tuvimos la oportunidad de constatar,
está siendo reformulada.
Ese rol pedagógico del enunciador es sin embargo más pronunciado con respecto a «los
intelectuales que, sin ser revolucionarios, tampoco son contrarrevolucionarios», siendo éste
último destinatario el de mayor peso en la zona didáctica del discurso, al cual procurará
convencer principalmente mediante la formulación y resolución de preguntas, es decir,
poniendo en escena -y modelando- sus preocupaciones y despejando sus dudas. Veamos
algunos de los muchos casos en los que es empleado dicho procedimiento:
Sobre la parte final de las "Palabras a los intelectuales" es desplegada una hermosa visión del
futuro de la cultura en Cuba, en la que al intelectual se le asigna un rol fundamental como
agente constructor de toda una nueva sociedad. Se trata, en parte, de una visión utópica. Sin
embargo, ésta se proyecta sobre la base de un programa de transformación de la entonces
«actual» sociedad cubana, particularmente en sus puntos referentes al acceso a la educación y
al establecimiento de todo un conjunto de garantías materiales para que la mayor parte de la
población se supere a través de la ciencia y el arte. Educación, ciencia y arte constituyen así el
motor de todo un paradigma del desarrollo en razón del cual se alienta al intelectual a volcar
su quehacer.
Precisamente, y aunque pueda parecer paradójico, aquella visión no es otra cosa que una
invitación, un llamado a los intelectuales para que dirijan su praxis hacia la transformación del
presente, es decir, para influir en las condiciones sociales en las que ellos mismos se
encuentran inmersos, en razón de los intereses y necesidades de sus contemporáneos. Éste
cambio en el quehacer viene unido a una determinada compresión del sentido de la creación
intelectual: la idea de que al poner su trabajo al servicio del pueblo, la obra del intelectual
trasciende su carácter individual para entrar a ser parte de la obra colectiva que constituye la
revolución misma. Todo ello configura el último movimiento persuasivo desplegado por el
enunciador con respecto a los intelectuales, cuyos pormenores discursivos detallamos a
continuación. Veamos algunos fragmentos:
"Yo creo que somos un producto de selección, pero no tan natural como social.
Socialmente fui seleccionado para ir a la universidad, y socialmente estoy aquí hablando
ahora, por un proceso de selección social, no natural.
La selección social dejó en la ignorancia quién sabe a cuántas decenas de miles de jóvenes
superiores a todos nosotros; esa es una verdad. Y el que se crea artista tiene que pensar
que por ahí se pueden haber quedado sin ser artistas muchos mejores que él —espero que
Guillén no se ponga bravo por eso que estoy diciendo— (RISAS). Si no admitimos eso,
estaremos en la luna. Nosotros somos unos privilegiados en medio de todo, porque no
nacimos hijos del carretero. Y no solamente somos privilegiados por eso.
Pero en fin, lo que iba a decir —y después les puedo decir en qué otra cosa somos
privilegiados— es que eso demuestra la cantidad enorme de inteligencias que se han
perdido sencillamente por la falta de oportunidad. Vamos a llevar la oportunidad a todas
esas inteligencias, vamos a crear las condiciones que permitan que todo talento artístico o
literario o científico o de cualquier orden pueda desarrollarse.
Y piensen lo que significa la Revolución que tal cosa permita y que ya desde ahora mismo,
desde el próximo curso, alfabetizado todo el pueblo, con escuelas en todos los lugares de
Cuba, con campañas de seguimiento y con la formación de los instructores que permitan
conocer y descubrir todas las calidades. Y esto no es más que para empezar. Es que todos
esos instructores en el campo sabrán qué niño tiene vocación e indicarán a qué niño hay
que becar para llevarlo a la Academia Nacional de Arte; pero, al mismo tiempo, van a
despertar el gusto artístico y la afición cultural en los adultos.
Y algunos ensayos que se han hecho demuestran la capacidad que tiene el campesino y el
hombre del pueblo para asimilar las cuestiones artísticas, asimilar la cultura y ponerse
inmediatamente a producir. Y hay compañeros que han estado en algunas cooperativas,
que han logrado ya que los cooperativistas tengan su grupo teatral. Y, además, ha quedado
demostrado recientemente, con las representaciones de distintos lugares de la república y
los trabajos artísticos que realizaron los hombres y mujeres del pueblo. Pues calculen lo
que significará cuando tengamos un instructor de teatro, un instructor de música y un
instructor de baile en cada cooperativa y en cada granja del pueblo.
En el curso solo de dos años podremos enviar 1000 instructores —más de 1000—, para
teatro, para danza y para música.
Se han organizado las escuelas, ya están funcionando, e imagínense cuando haya 1000
grupos de baile, de música y de teatro en toda la isla, en el campo —no estamos hablando
de la ciudad, en la ciudad resulta un poquito más fácil—, lo que eso significará en extensión
cultural."
"Señores, no vale la pena pensar en el futuro? ¿Que nuestras flores se marchiten cuando
estamos sembrando flores por todas partes, cuando estamos forjando esos espíritus
creadores del futuro? ¿Y quién no cambiaría el presente —¡quién no cambiaría incluso su
propio presente!— por ese futuro? (APLAUSOS.) ¿Quién no sacrificaría lo suyo por ese
futuro y quién que tenga sensibilidad artística no está dispuesto, igual que el combatiente
que muere en una batalla sabiendo que él muere, que él deja de existir físicamente para
abonar con su sangre el camino del triunfo de sus semejantes, de su pueblo?
Piensen en el combatiente que muere peleando: sacrifica todo lo que tiene, sacrifica su
vida, sacrifica su familia, sacrifica su esposa, sacrifica sus hijos. ¿Para qué? Para que
podamos hacer todas estas cosas. ¿,Y quién que tenga sensibilidad humana, sensibilidad
artística no piensa que por hacer eso vale la pena hacer los sacrificios que sean necesarios?
Mas la Revolución no pide sacrificios de genios creadores. Al contrario, la Revolución dice:
pongan ese espíritu creador al servicio de esta obra sin temor de que su obra salga trunca.
Pero si algún día usted piensa que su obra puede salir trunca, diga: bien vale la pena que
mi obra quede trunca para hacer una obra como esta que tenemos delante (APLAUSOS
PROLONGADOS)."
Como se observa en los fragmentos citados, al proyectar esta visión ha sido restituida la
entidad que inicialmente englobaba al conjunto de los intelectuales, de manera que el
enunciador vuelve a dirigirse a éstos como a un todo, poniendo en juego intermitentemente,
otra vez, un nosotros inclusivo que trasciende a sus propios colectivos de identificación
("somos un producto de..", "Si no admitimos que..", "Nosotros somos unos..", "podremos
enviar..") y algunas apariciones de la primera persona a través de las cuales se posiciona a sí
mismo como fuente de inteligibilidad y/o expresiva ("Yo creo que.. espero que.."), ratificando
su rol conciliador y pedagógico mediante el empleo del humor y la formulación/resolución de
preguntas.
Lejos de inscribirse dentro de los límites de un determinado componente del discurso, la
proyección de esta visión del futuro es movilizada mediante la articulación de las zonas
didáctica, descriptiva, prescriptiva y programática. Así, la exposición de algunos principios
generales y su aplicación al interpretar los hechos pasados ("somos un producto de la
selección social.. La selección social dejó en la ignorancia quién sabe a cuántas decenas de
miles de jóvenes superiores a nosotros"; "Y algunos ensayos que se han hecho demuestran la
capacidad que tiene el campesino y el hombre del pueblo para asimilar las cuestiones
artísticas..") hace posible plantear como un deber de los intelectuales el considerar que se
encuentran inmersos en una sociedad excluyente que urge transformar, que está siendo
transformada a través de la revolución y que ésta necesita de su ayuda ("Y el que se crea
artista tiene que pensar que.."). Entonces, la zona programática emerge como ese poder hacer
que deriva de la concreción de los principios, los balances y el deber previamente planteados:
"Vamos a llevar la oportunidad a todas esas inteligencias, vamos crear las condiciones que
permitan que todo talento artístico o literario o científico o de cualquier orden pueda
desarrollarse".
Ésta visión del futuro adquiere el carácter de una invitación, de un llamado a la acción,
mediante el reiterado uso de verbos en modo imperativo ("piensen lo que significa.. calculen lo
que significará.. e imagínense cuando.. pongan esa obra.. diga..") los cuales no son sino
marcas de que a través de ella están teniendo lugar actos ilocucionarios de índole directiva, es
decir, que a través de sus palabras el enunciador no solo está transmitiendo información sino
que está actuando sobre el otro para inducirlo a actuar y hacer algo32. El valor incitativo del
32 Sobre los conceptos de acto de lenguaje (o acto de habla), acto ilocucionario y fuerza ilocucionaria, Véanse Austin
(1990 [1962]) y Searle (1994 [1969]; 1985 [1979]).
macroacto33 que estos constituyen en su conjunto es bastante claro: «¡involúcrense en el
proceso revolucionario, pongan la creatividad intelectual al servicio de la revolución!». Llama la
atención, precisamente, cómo se va incrementando la fuerza ilocutoria de los enunciados -es
decir, la medida en razón de la cual el enunciado funciona como un acto particular- hasta que
es la propia «Revolución» quien toma la palabra e interpela directamente a los intelectuales:
"pongan ese espíritu creador al servicio de esta obra sin temor de que su obra salga trunca".
Aquella última interpelación cierra una reflexión sobre el sentido de la obra -es decir, de la
creación intelectual- que ha atravesado todo el texto y que, articulada al resto de elementos
constitutivos del tipo de práctica propuesta y la visión de futuro que de ella deriva, no es otra
cosa que una forma de increpar al conjunto de los intelectuales para que asuman el rol
orgánico que previamente le fuera dictado particularmente a los «intelectuales revolucionarios»
como un deber.
33 Como han comentado Van Dijk (1977) y Nef (1980), la sucesiva articulación de diversos actos de lenguaje en el
discurso constituyen macroactos implicados a valores pragmáticos que pueden vincular buena parte de un texto o
bien su totalidad.
concretamente, dentro del proceso de construcción de las instituciones culturales en la isla y
en el conjunto de tensiones que éste implicó entre los intelectuales y el naciente cuerpo de
burócratas y dirigentes revolucionarios, sino que el objeto de éste discurso, más allá del
trazado de unos límites formales a la producción intelectual, recae sobre la necesidad de dar
cuerpo a dichos sectores en razón de la ideología que estaba tomando forma y, con ello, en la
lucha por la configuración de una nueva hegemonía.
De allí que, en primer lugar, la función ejercida por el enunciador con respecto a los
prodestinatarios de éste discurso trascienda el mero refuerzo de la creencia, involucrando
también la necesidad de legitimar ciertos sectores y de establecer determinados referentes
sociales. Al modelar la imagen de «los hombres de gobierno y agentes de esta Revolución» el
enunciador no solo ha tejido todo un ethos humilde y conciliador que los ubica por encima de
la discusión que dio origen a las "Palabras a los intelectuales", sino que ha debido legitimar su
existencia involucrándolos en el conjunto de valores y representaciones que ahora orientan al
gobierno y definen el régimen. En el caso de «el revolucionario» va aún más lejos, esculpiendo
un modelo de hombre arquetípico en tanto concreción carnal de la revolución misma.
Precisamente, «el revolucionario» y «la Revolución» constituyen un intento de dar forma a
aquellos objetos temáticos que, como fetiches, alcanzan alto grado de intangibilidad y orientan
la interpretación una vez se ha consolidado una hegemonía (Véase Angenot, 2010: 41-42),
pero aquí todavía ha resultado necesario explicarlos, desglosar sus características e invitar a
reconocerlos. Por su parte, el «intelectual revolucionario» aparece como la personificación de
ese poder hacer hacia el cual se orienta a los intelectuales en su conjunto, lo que no es otra
cosa que aquel rol orgánico descrito por Gramsci (1997 [1949]) en razón del cual el intelectual
deviene un mediador cultural que moviliza el consenso y ayuda a consolidar la hegemonía.
Una situación análoga ocurre con respecto a los contradestinatarios («el
contrarrevolucionario» y «el intelectual mercenario»), de manera que a través de ellos el
enunciador no solo delimita las identidades de los demás destinatarios del discurso e incluso la
de sí mismo, sino que configura un "yo", un "nosotros" y un "ustedes" que cuentan con
derecho al uso de la palabra y que constituyen enunciadores-destinatarios legítimos, opuestos
a unos "otros" cuya participación en los aparatos del Estado queda descartada de facto y que,
adicionalmente, quedan excluidos del circuito de lo publicable. Aunque ello no constituye por sí
mismo una hegemonía, sí contribuye al establecimiento de una ideología como dominante y a
la progresiva consolidación de uno de los componentes de la hegemonía, esto es, el de una
"norma pragmática que define en su centro a un enunciador legítimo, quien se arroga el
derecho de hablar sobre «alteridades» determinadas en relación con él"34, y que por tanto
discrimina ciertos sectores y bloquea su acceso a la producción discursiva.
Pero las "Palabras a los intelectuales distan mucho de ser un discurso en el que predomine el
tono confrontativo. Por el contrario, su rasgo más notorio remite al hecho de que a través de
ellas el enunciador recurre a múltiples procedimientos para difuminar la tensión que existía
entre los burócratas y los intelectuales, para modelar a estos últimos como un sujeto
susceptible de ser persuadido e invitarlos a dirigir su quehacer en razón de los principios que
empiezan a sustentar el nuevo orden social. Dicho de otra forma, las "Palabras a los
intelectuales" procuran, más que cohibir a los intelectuales o rebatir sus posiciones, ganarlos
en favor de la nueva ideología y convertirlos en un agente reproductor de la visión del mundo
que ésta implicaba. Es en ese sentido que operan el empleo del humor, los rasgos que
progresivamente les son atribuidos, el movimiento por el cual es fraccionada temporalmente la
entidad a la que eran asociados, su articulación en una visión del futuro de la sociedad cubana
y la reflexión final en torno a la «obra»; de allí que las zonas con más peso a lo largo del
discurso sean la didáctica y la prescriptiva, y que ésta última se manifieste fundamentalmente
en sentido positivo, es decir, planteando un poder hacer; es en razón de dicho imperativo que
el enunciador procura establecer un vínculo de familiaridad con su paradestinatario y,
sobretodo, que modela su propia imagen asumiendo aquel ethos conciliador y pedagógico que
atraviesa todo el texto.
Finalmente, habiendo recapitulado ya los resultados de nuestro análisis, no nos resta sino
proponer algunas preguntas y consideraciones para futuras investigaciones:
34 Éste es el componente de la hegemonía que Angenot denomina egocentrismo/etnocentrismo. En general, sobre las
relaciones entre Hegemonía, Estado, ideología y clase dominante, Véase Angenot (Cit.: 22-49)
¿Contribuyó efectivamente a la consolidación de una nueva hegemonía? Si bien no contamos
con los elementos para esclarecer plenamente estas cuestiones, consideramos que cualquier
indagación al respecto debería tener en cuenta, en primer lugar, que si las "Palabras a los
intelectuales" han devenido uno de los principales arquetextos reivindicados por el orden
político imperante en la isla, formando parte de su discurso constituyente, ha sido porque sus
principios, representaciones y esquemas discursivos permanecen vigentes y que por tanto son
acordes a la hegemonía que hoy modela la producción discursiva en Cuba.
Ahora bien, en segundo lugar habría que analizar en detalle las condiciones de recepción de
éste discurso, y, allí, evaluar en qué medida los principios que propone podrían haber resultado
diametralmente adversos a los que defendían algunos movimientos intelectuales, y ello debería
aplicar tanto con respecto a aquellos circunscritos en el contexto cubano como para los que
hasta entonces resultaban afines a la revolución cubana en el resto de Latinoamérica.
Considérese, por ejemplo, el caso de los escritores del llamado "Boom" y, en su interior, al
movimiento neobarroco, cuya visibilidad no solo se había visto favorecida por la atención
global que suscitó la revolución cubana, sino que se había desarrollado con inusitada fuerza en
la isla: una de sus principales orientaciones apuntaba a la puesta en crisis de los paradigmas
totalizadores, y, con ello, a la problematización de la idea de logos en tanto absoluto (Vd.
Sarduy, 1999 [1972]: 1403). ¿Hasta qué punto ello no resultaba incompatible con el orden de
representaciones propuesto a lo largo de las "Palabras a los intelectuales"?
2. Cabe volver a resaltar que cuando abordamos la cuestión de la ideología a través de las
"Palabras a los intelectuales" hemos advertido, ante todo, las huellas de un tránsito entre dos
posicionamientos ideológicos. Si bien esta constatación ha sido planteada en estricta relación
con el corpus abordado, refuerza la idea general de que las transformaciones en el discurso
social no ocurren abruptamente ni afectan de manera simultánea a todos sus componentes,
sino que operan de manera gradual y, sobretodo, requieren de transformaciones en las
condiciones de producción para poder tener lugar. Tal como versa el adagio popular, no se
puede decir cualquier cosa en cualquier momento.
3. A lo largo de las "Palabras a los intelectuales" hemos podido observar cómo el intento de
consolidar una ideología como dominante y de construir una nueva hegemonía ha pasado por
el proceso de llenar de significado determinados objetos temáticos, tales como «la
Revolución», «el revolucionario» y «la obra». Ahora bien, ¿En qué medida puede ello
contradecir los presupuestos teóricos defendidos por autores como Ernesto Laclau y Chantal
Mouffe (1987), para quienes la construcción de la hegemonía pasaría, en cambio, por el
vaciamiento del significado asociado a éste tipo de elementos discursivos?
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-Discursos Citados
"Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, primer ministro del gobierno
revolucionario y secretario del PURSC, como conclusión de las reuniones con los intelectuales
cubanos, efectuadas en la biblioteca nacional el 16, 23 Y 30 de junio de 1961."
[mejor conocido como "Palabras a los intelectuales"]
La Habana, Cuba, 30 de Junio de 1961
"Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en las honras
fúnebres de las víctimas del bombardeo a distintos puntos de la república, efectuado en 23 y
12, frente al cementerio de Colón, el día 16 de abril de 1961."
[Mejor conocido como la "Declaración del carácter socialista de la revolución cubana"]
Colón, Cuba, 16 de abril de 1961.
Anexos
* Para facilitar el contraste éstos han sido normalizados siguiendo el llamado «método harrisiano», por lo que algunos
son producto de la manipulación sintáctica. Sobre el procedimiento de normalización Véanse Maingueneau ( 1980:
76-94) y Arnoux (2006: 42).
trajo consigo nuevas condiciones
ha tenido la necesidad de enfrentarse a muchos problemas
apresuradamente
se ha improvisado bastante
tiene enemigos
tiene todavía muchas batallas que librar
en sí misma es lo primero
defiende la libertad
ha traído al país una suma muy grande de libertades
no puede ser por esencia enemiga de las libertades
no va a asfixiar el espíritu creador
no constituye problemas para el revolucionario verdadero
debe contar con los ciudadanos honestos que estén con ella
aunque no sean revolucionarios
solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios
tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los
escritores que sin ser revolucionarios tampoco son contrarrevolucionarios
tiene que comprender la realidad de los artistas y escritores que sin ser
revolucionarios tampoco son contrarrevolucionarios
debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los
intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios encuentren que
dentro ella tienen un campo para trabajar y para crear
debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los
intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios encuentren que
dentro ella su espíritu creador tiene libertad para expresarse
garantiza todos los derechos a quien permanezca dentro de ella
desconoce cualquier derecho de quien esté contra ella
tiene sus derechos
o nada
su existencia o nada
ha dicho "¡Venceremos!"
se ha planteado muy seriamente un propósito
tiene derechos y razones mucho más respetables que las de sus enemigos
no puede pretender asfixiar el arte o la cultura
se desarrolla
La Revolución Ha sufrido los esfuerzos de sus enemigos, el primero de los cuales fue
impedir que el pueblo se armara.
La Revolución Ha sido objeto de acciones criminales de parte de la CIA, contra el
pueblo y contra ella.
La Revolución Social destruye todas las formas de explotación.
Nuestra Revolución Con ella no solo estamos erradicando la explotación de una nación por
otra nación, sino también la explotación de unos hombres por otros
hombres.
* * Idem.
La revolución trata como se merecen a los que se venden miserablemente y apoyan
las actividades de esos criminales.
La Revolución la hemos hecho en las propias narices de Estados Unidos, eso es lo que
Socialista no pueden perdonarnos.
Esa Revolución la defendemos con esos fusiles.
socialista
Esa Revolución la defendemos con el valor con que ayer nuestros artilleros antiaéreos
socialista acribillaron a balazos a los aviones agresores.
Esa Revolución no la defendemos con mercenarios.
Esa Revolución la defendemos con los hombres y las mujeres del pueblo.
Una Revolución es democrática cuando en ella los humildes tienen las armas.
Esta Revolución es la Revolución socialista y democrática de los humildes, por los
humildes y para los humildes.
(Por) esta Revolución estamos dispuestos a dar la vida.
de los humildes, por
los humildes y para
los humildes
esta Revolución de juramos defenderla hasta la última gota de sangre.
los humildes, por los
humildes y para los
humildes