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EL QUEHACER DEL FACILITADOR

Pato Varas Santander

Mi percepción del ser humano me indica que: cada vez que tiene ambiente y
oportunidad para ser humano, es humano. Así ha ocurrido, en general, durante los muchos
años que llevo ofreciendo talleres de Crecimiento Personal, como facilitador. La tarea del
facilitador, como yo la veo, se centra, entonces, en poseer la capacidad de generar las bases
para ese ambiente y desarrollar experiencias oportunas para cada ser. El facilitador es, en lo
histórico, un producto de la Psicología Humanística; la cual, en su búsqueda de re-
definición y nuevo enfoque ante la terapia desemboca en una apertura que origina en
buenas cuentas, un nuevo profesional.

En la historia de la Psicoterapia, la terapia ha ido evolucionando en su concepción,


estrategia y modo de operar. Tal evolución la podríamos describir como “La evolución de
las cuatro “C”. Para el psicoanálisis la terapia era curación, respondía a una enfermedad y
generaba por ende, una relación médico-paciente. La psicología de la conducta retomó el
concepto de la terapia bajo la forma de una corrección que buscaba modificar conductas
aprendidas erróneamente, la relación fue, entonces, la de un cliente-alumno y un psicólogo-
instructor. La psicología humanística, por su parte, considera la terapia como un
crecimiento que desbloquea y energetiza al individuo; en este contexto, la relación ocurre
entre un facilitador y un participante. Finalmente, la psicología transpersonal, al unir terapia
y religiosidad, y oriente con occidente, asume la terapia como una búsqueda del estado
meditativo de celebración, donde la conciencia individual o social da paso a una
conciencia universal; la relación ocurre entre un meditador, chamán o gurú y un seguidor,
celebrante o buscador.

Del hecho que al crecimiento de la persona concurran, eventualmente dos factores,


el proceso de desbloqueo y el proceso de energetización podemos inferir que el facilitador
es una mezcla muy compacta de terapeuta y educador. Si buscamos en las listas de
profesionales, tal situación nos exigiría la unificación en una persona del psicólogo y el
profesor. Sin embargo, la apertura y originalidad de la Psicología Humanística ha sido
mayor, y se sustenta en el descubrimiento de que el quehacer del facilitador exige a quien lo
acomete un compromiso técnico y existencial de tal índole que termina por fundir trabajo y
estilo de vida. En esta dimensión la elección de un facilitador o de este quehacer, depende
primariamente más de la disposición existencial que de los aspectos adquiridos por
entrenamiento o formación (ineludible a su vez.)

Para sacar adelante sus ideas, la psicología humanística se vio en la obligación de


crear un lugar, también original y diferente a las agencias que hasta entonces le eran propias
a la terapia y a la educación, a saber la clínica o consulta y a la escuela. Es así como en la
década del 60 nacen los Centros de Crecimiento Personal, cuyo pionero y máximo
exponente hasta hoy es el Instituto Esalen de California. Lugar mágico donde convivieron
y aportaron sus enfoques, Fritz Perls, re-originador de la terapia de la Gestat y William
Schutz, creador de los grupos de encuentros (encounter). El uno, Fritz, aportó el marco
teórico y el método de ataque, las técnicas y los procedimientos para el proceso de
desbloqueo, especialmente (definió la neurosis como “bloqueo del crecimiento”). El otro,
Bill, el contexto filosófico, el estilo de vida y la metodología y teoría apropiada para el
desarrollo de la interacción humana. Otros, como Maslow, Stevens, Rogers, Assagioli,
Brown hicieron aportes que van desde los fundamentos para el proceso de energetización a
auto-realización y sus tecnologías necesarias, hasta implicancias y modo de aproximarse a
la escuela.

El Centro de Crecimiento Personal tomó de la escuela el uso del taller, como


modalidad de trabajo, modificando, a su vez, absolutamente, el estilo interactivo, el uso del
espacio, el contexto existencial y las normas internas. De la consulta, por su parte, acogió
la forma de aproximación del cliente, el contrato, el criterio profesional, y el enfoque
desarrollado por las terapias de grupo, optando por cambiar, también, el estilo de
interacción, las normas de convivencia y el uso del espacio, entre otras. Una vez generado
este lugar propio, lo natural fue que, el nacimiento de esta nueva modalidad tendiera a
originar un nuevo profesional: EL FACILITADOR. Me atrevo a decir, en síntesis, que
todo facilitador es, simultáneamente, terapeuta y educador. Y, en cambio, no todo educador
ni todo terapeuta es un facilitador.

La facilitación no es un quehacer simple. Sin embargo, mi ideal ha sido convertir


el taller en un evento simple, natural, espontáneo y profundo. El conocimiento y dominio
de diversas tecnologías (para el proceso de darse cuenta (awareness), el conocimiento del
cuerpo, el desarrollo de los afectos, el proceso de interacción, los estados iluminativos, etc.)
me han sido de fundamental utilidad. Sin embargo, lo principal, ha sido responder al
postulado rogeriano o rogersiano: de la necesaria congruencia interna en la interacción
entre el participante y yo; que significa, entre otras palabras decir y hacer lo que sentimos y
pensamos (ser honestos), el apoyo incondicional a la persona del participante y no así a sus
trancas (aspecto que F. Perls nos legó, en imágenes, claramente), y la necesaria capacidad
de empatizar.

Dado que he asistido a todos los talleres que he ofrecido, creo ser una de las
personas que más ha aprendido en ellos; lo cual me confirma que la experiencia se
convierte con los años en nuestra gran fuente de conocimiento. Es cierto que mi formación
en Esalen (1977) fue sustantiva, y que mi estilo de trabajo, antes de Esalen (1974-1977),
después de Esalen varió y se amplió de manera importante. Pero, lo que más me ha
enseñado ha sido la interacción con personas de diversas condiciones, edades y situaciones.

Durante muchos años tomé una metáfora Taoista para definir al Facilitador, la del
espejo. El espejo nada posee y todo lo contiene reflejándolo con objetividad y sin
interpretación ni juicio crítico. Definí, entonces, al facilitador como un espejo. Hace
tiempo, Ivette, una psiquiatra, facilitadora y amiga completó la frase diciéndome: “El
facilitador es un espejo cálido”. Tal vez, como le gustaba a Fritz, debiéramos decir: “Un
facilitador es un facilitador”.

Hoy en día a través del mundo, existimos miles de facilitadores que llegamos a
este quehacer desde diversas profesiones o actividades. Los hay psicólogos, educadores,
asistentes sociales, enfermeras, etc. Más allá de todo, personas que creemos en las
personas, que pensamos que la vida es hermosa y vale la pena ser vivida y que sabemos que
cada vez que el ser humano tiene ambiente y oportunidad para ser humano, es humano.

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