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Delgado Suárez Iván

Actividad 3: “estética del mal gusto”


28/02/19

Estética del mal gusto


El arte es fundamental para entender la vida sociales y cultural del hombre porque
en él se ve plasmado el contexto histórico de la obra, así como la forma de ver el
mundo del artista; pero, con la globalización y la industrialización cultural se originan
cuestiones sobre lo que es arte y lo que no, y más específico entre lo que debe ser
considerado estéticamente de buen o mal gusto. Umberto Eco es uno de los autores
más relevantes en este tipo de estudios sobre la sociedad masiva, y en su libro
“apocalípticos e integrados”se encuentran diversos conceptos que ayudan a
establecer la problemática de mal gusto.

¿Cómo es que se le asigna a una obra el valor de “mal gusto”? el primer punto que
Eco postula es: “arte, como prefabricación e imposición del efecto.” (Eco, 1984)
refiriéndose a aquellos objetos que no pretenden ser relevantes por sí mismos, si no
que ya están fabricados con una carga emocional destinada a evocar un sentimiento
en específico al espectador, como si se tratase una relación causa-efecto, dejando
así fuera a capacidad interpretativa. Lo que ofrecen estos tipos de objetos son
reacciones a sentimientos ya conocidos, pero no de manera individual, si no de la
construcción de sentimientos ya generalizados por la cultura masiva.

Entonces, todo aquello que sea divulgado masivamente entra en la categorización


de mal gusto? si así fuera de sencilla la categorización del mal gusto cualquier obra
de arte reconocida mundialmente automáticamente entraría en la categorización de
mal gusto. Antes de cualquier categorización debemos tener en cuenta que la
estética y la artisticidad se puede encontrar en cualquier objeto producido por el ser
humano, pero no por eso significa que cualquier producto es arte:

El modo de hacer apetecible un plato podrá ser producto de cierta habilidad


artística, pero el plato, efecto de artisticidad, no puede ser considerado con arte
en el sentido más noble de la palabra, ya que no es disfrutable por el simple
gusto de formar que en él se manifiesta, sino que es ante todo deseable por su
comestibilidad. (Eco, 1984)

Cuando un objeto que pretende estimular efectos sentimentales, pero sin pretender
ser interpretada por parte del espectador como una “obra de arte” no hablamos de
mal gusto, en cambio si este quiere dar la noción de que al interpretarlo el
espectador está siendo partícipe de un tipo de estética selecta es lo que se
denomina como Kitsch.

El término Kitsch es comúnmente utilizado para referirse a la cultura de mamas, y


en parte algo de razón tiene ¿Cuántas películas Hollywoodenses existen evocando
a la conceptualización occidental del amor? Pero, muchos productos de la industria
cultural no se ven a si mismos como un objeto artístico, lo único que buscan es dar
al espectador un sentimiento generalizado, casi prefabricado. Entonces, si los
productos de la industria cultural no se ven como obras artísticas ¿seguimos
hablando de mal gusto? la dialéctica entre el kitsch y la vanguardia no existiría si
vemos esa cualidad de la industria cultural. El problema con las cosas de mal gusto
tiene diferentes factores, el Kitsch a veces por sí en su creación no pretende ser
una obra artística, y se convierte en Kitsch cuando el mismo espectador la interpreta
como obra de arte; el kitsch puede ser creado pretendiendo formar parte de la
vanguardia artística, pero adaptando esta vanguardia a la generalización cultural
para que se extienda a un número mayor de personas.

En este sentido, la situación antropológica de la cultura de mamas se configura


como una continua dialéctica entre propuestas innovadoras y adaptaciones
homologadoras, las primeras continuamente traicionadas por las segundas: con
la mayoría del público que disfruta de las segundas, creyendo estar disfrutando
de las primeras. (Eco, 1984)

Aún así, esta diferenciación entre la vanguardia y el kitsch es muy pobre para la
conceptualización de buen o mal gusto, ya que en estos términos el arte “puro” es
algo que solo una elite social es capaz de apreciar, en cambio si este arte de
vanguardia es comprendido y apropiado por la sociedad masiva automáticamente
esto sería signo de kitsch. visto en puntos extremos, la única forma de hacer arte
verdadero es sólo entendiendo los términos especializados del arte mismo, y solo se
puede llegar a él convirtiéndose en uno más de la élite artística; y si realizas una
obra artística con recursos del “arte verdadero” no perteneciendo a la elite no se
puede considerar parte de esa vanguardia.

Un punto importante en el trabajo de Eco es ver a los objetos artísticos como


comunicación, porque eso nos permite darle un sentido estructuralmente a las
diferentes expresiones realizadas tanto en la sociedad masiva como en la
vanguardia artística, para ello se tiene que considerar que: “los factores
fundamentales de la comunicación son el autor, el receptor, el tema del mensaje
y el código al que el mensaje se remite.” (Eco, 1984)

El juego que se tenga a la hora de articular el mensaje artístico es lo que en realidad


nos dará el valor de si un objeto entra en la categorización de buen o mal gusto, la
primera pauta que toma Eco es en el proceso de descodificación, de la cual se
encarga el receptor. En este proceso es fácil analizar si el objeto recae en una
cuestión artística o en un Kitsch.

Una de las características primordiales de una obra artística es su capacidad de


interpretarse dependiendo el valor individual que el receptor le quiera otorgar, es
decir que el receptor le atribuye un significado expresivo a la obra por las cualidades
de la obra en sí misma y no por lo que la obra pretenda o quiera que se interprete
de sí.
Se comprende entonces que este hecho, no sólo explique aquello comúnmente, en
términos de sociología del gusto, se entiende por “consumo de las formas”, sino que
nos aclare además de qué modo una forma determinada puede convertirse en
“fetiche” y ser disfrutada no únicamente por lo que es o pueda ser, sino también por
lo que representa en el plano del prestigio o la publicidad. (Eco, 1983)

En cambio, el kitsch para tener valor (estimular un sentimiento o efecto


determinado) necesita recurrir a constructos establecidos en el acervo cultural
colectivo, sacándole de su contexto y pretendiendo que es una forma de expresión
artística; cayendo en la redundancia y la vulgarización de los recursos extraídos de
acervo cultural para una interpretación más asequible a las masas, para no caer en
la vulgarización y redundancia, por ello debemos considerar que:

existen varios otros tipos de mensaje, desde el de las masas -que persigue
finalidades distintas a las del arte- hasta aquel mensaje, artesanalmente
correcto, que pretende estimular experiencias de tipo vario, no separadas de
una serie de emociones estéticas, sin por otra parte vulgarizar aquello que ha
tomado, pero insertandolo en un contexto mixto, tendente tanto a estimular
efectos evasivo-consoladores, como a promover experiencias interpretativas de
cierta dignidad, de forma que el mensaje, en esta doble función, puede adquirir
una necesidad estructural, y realizar una tarea a menudo muy útil. (Eco, 1984)

Entonces tenemos aquí ya tres posturas, el arte realizado por un autor cuyo interés
no es evocar un sentimiento en especifico, si no deja que el espectador realice su
propia interpretación, por lo cual no recurre a la redundancia y no prende saturar al
espectador con palabras o conceptos ostentosos; el producto cultural creado por un
autor que pensando en las exigencias o querer del espectador orienta su obra para
que no quede otra interpretación más de la que establezca él, utilizando palabras
ostentosas o vulgarizando recursos artísticos para una asequibilidad mayor y un
menor esfuerzo de interpretación por parte del espectador, por último, el objeto
artístico realizado por un autor que “por elección quiera proporcionar al lector un
producto digno pero asequible; que por un límite de arte o por una decisión
comunicativa explícita no renuncie a la estimulación de efectos, y sin embargo,
tienda a elevarse por encima de la producción de mamas” (Eco, 1984)

Bibliografía:
- Eco, Umberto (1984). Apocalípticos e integrados. España: Editorial Lumen.

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