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Para los reclusos, el pabellón de las mujeres no es el infierno. Ellos prefieren llamarlo
“El cielo” y cada uno tiene una razón distinta, a veces la misma.
A fuerza de la proximidad de unos y otros, apenas separados por una reja metálica, la
dirección de la prisión se ha ido convirtiendo en una suerte de oficina de parejas. Los
mayores líos para su director no son fugas, o motines, o riñas, o intentos de suicido,
nada de eso. Son las solicitudes de los internos enamorados que piden verse. Se trata
de un difícil asunto porque, aunque los presos tienen derecho a encontrarse y a tener
visita conyugal cuando deciden hacerse pareja, el director debe asegurarse que no
tengan otros noviazgos en la prisión antes de otorgarles el permiso. La vigilancia de
esa delicada cuestión mantiene en cero el número de motines o peleas. Sí, Casa
Blanca es la cárcel del amor.
... besos robados Wilson Bejarano es un payaso sentenciado a cinco años. Ahora es el
locutor de la emisora de la prisión. Los enamorados le mandan papelitos para que los
lea en el programa de las dedicatorias. Él admite que nunca antes, vestido con
zapatos rojos y nariz de hule, fue capaz de producir tanta alegría como ahora. “Un
beso a Cindy, que lleva en ella algo que es mío, que es nuestro”, lee el payaso y su
voz se riega por los altavoces de los patios como lluvia.
Se llama Cindy Caterine Díaz, tiene 18 años y dos meses de embarazo. Hace apenas
una semana fue coronada Reina del Verano. Es blanca, con ojos grandes y cabello
negro. El sudor se le acumula alrededor de los labios. En un rato se encontrará con
Édgar Javier Monroy, de 27 años, su esposo. Se verán en la reja, esa pared metálica
que los separa. Una mujer a su lado se maquilla los párpados, después se perfuma el
cuello y las muñecas. No es que vaya a verse con su novio. Tiene cita en el
consultorio médico pero deberá pasar por la reja y sabe que todos la verán. Las
normas son estrictas.
A menos que tengan permiso, ninguna mujer puede detenerse en la malla, pero los
presos juran que casi siempre basta con que pasen de largo. Los hombres tienen
contados los pasos: “18 si pasan a la carrera, 25 si pasan lento. Uno las ve y entonces
les pregunta el nombre y comienza a mandarles cartas. En la cárcel hay que moverse
porque el amor pasa muy rápido”, dice un hombre, condenado a 15 años. El correo
del amor tiene sus propias reglas: las mujeres mandan sus cartas los martes, los
hombres las responden los jueves.
“Sí, ahora sé porqué estás presa por robo agravado. Eres una ladrona. Me robaste el
corazón entero”, lee Elena. La carta tiene un corazón que sangra y un arco iris
pintado con crayolas.
Hay internas que sucumben a ese encanto de verse rodeadas y deciden no entregarse
a nadie. Incluso, sólo para mantener el encanto, se niegan a dejarse ver y firman sus
respuestas con nombres ficticios para que sus enamorados no puedan reconocerlas.
Tras años de encierro saben que la imposibilidad estimula el amor, y en todo caso el
ingenio.
“Nos veremos este sábado. La espera es muy larga pero el corazón aguanta.
Quiero que te vengas bien linda. Yo me voy a afeitar”. Hay cartas que no tienen la
caligrafía de quienes las mandan. Se sabe por qué.
acerca la mejilla por los orificios, Josefa estira los labios. Ambos ríen, hablan en voz
baja. Como el resto de parejas pueden encontrarse cada mes, pero antes deben
resignarse a verse así, a cada lado del inmenso muro metálico. Su caso no es único.
Otra mujer, Flor Santiago, se pega a la malla para besar a su hijo Pablo Enrique,
encarcelado igual que ella por lesiones personales. Dicen que son inocentes y que
saldrán rápido. Se miran, alargan los dedos para tocarse. Su encuentro es breve. Un
hombre se acerca a la reja y pide que por favor le describan cómo es la mujer con la
que lleva meses mandándose cartas. Es flaco, de bigote pulido y ojos ansiosos, un
feliz condenado, otro preso del amor.
Personajes:
- Wilson Bejarano
- Josefa Muñoz
- Flor Santiago
Frases comunes:
Identifiqué dos frases comunes en la crónica el primero para hacer una metáfora entre
la voz del locutor y la lluvia: “lee el payaso y su voz se riega por los altavoces de los
patios como la lluvia.” La otra frase común la utiliza el autor para hacer una reflexión
sobre la vida amorosa de los prisioneros la cual es incierta debido a la situación en la
que viven, cambia la frase común “hasta que la muerte nos separe” por “¿hasta que la
libertad los separe?: “la promesa que deben cumplir estos hombres y mujeres no
parece ser ese lugar común repetido aquí y allá, ese de: “Hasta que la muerte los
separe”. Quizás sea, ¿hasta que la libertad los separe? ...”