No hay duda de que existe un sinnúmero de objetos estú
pidos en torno a nosotros, pero entre los más estúpidos se encuentran los paraguas y los toldos (y, en general, todos los objetos de estructura similar: todos aquellos que consisten en un pedazo de tela extendido sobre algún tipo de armazón1). Los propios paraguas, por ejemplo, son mecanismos relativamente complejos, pero precisamente en el momento en que se supone que deberían funcionar (por ejemplo, en un día de viento), no funcionan; la protección que ofrecen es precaria; son incómo dos de llevar; y son un peligro público para los ojos de aquellos prójimos que se pasean sin estar protegidos a su vez por un dis positivo semejante. Eso sin contar la cantidad de paraguas que se dejan olvidados o que, simplemente, se toman confundién dolos con otros. Es cierto que existen modas en el sector de los Paraguas, pero realmente no existe ningún progreso técnico des de la época de los antiguos egipcios, y cuando, en alemán, deci mos der Ewige ist mein Schirm, “el Señor es el toldo que me arupara”, habría que interpretar esta afirmación casi como una blasfemia. 64 • F il o so f ía d el d iseñ o
Si observamos con qué velocidad y facilidad se despliegan
y se vuelven a enrollar las gigantescas carpas de circo, podría mos pensar que los mecanismos del tipo citado al principio (al que pertenecen paraguas y carpas de circo) no están mal hechos del todo: no es culpa suya que la gente no los entienda, en cuan to vayan de acampada y empiecen a montar las tiendas de cam paña, terminarán aprendiendo cómo funcionan. Pero si pensa mos en otro objeto más de la misma categoría, a saber, el paracaídas, entonces volvemos de nuevo a nuestra convicción originaria de la estupidez de dichos objetos. Para usar el para- caídas, se salta de un avión en vuelo y el viento lo despliega automáticamente. Pero, una vez se llega abajo, se pasan los sie te males para volver a doblarlo. En este punto se reconoce lo escandalosamente estúpido que tienen los paraguas y los para- caídas y, en general, las tiendas de campaña y las carpas de cir co (si admitimos que la estructura citada constituye la esencia de todos ellos): la estupidez consiste en que los arquitectos (y, en general, los diseñadores de tiendas, toldos y carpas), desde los egipcios, no se han dado cuenta de que aquello con lo que se las tienen que ver es con el viento, y no con la fuerza de la gravedad. Que el peligro que corren paraguas y paracaídas, tien das, toldos y carpas no es el de derrumbarse, sino el de que el viento las barra y se las lleve volando. Esto va a cambiar. Cuan do se demuelan los muros aprenderemos a pensar “de modo más inmaterial”. Intentemos, pues, una vez más, hacer que lo esencial de la tienda de campaña se haga palabra: se trata de un refugio con una estructura similar a la de un toldo, que se despliega cuan do hay viento, que se emplea contra el viento, para volver des pués a plegarla en medio del viento. Con esta formulación de la esencia de la tienda, ¿cómo no pensar en una vela? Y efecti vamente, la vela es, sin duda, aquella forma de la tienda median te la cual, por fin, se controla de verdad el viento. La tienda, usada como toldo, intenta oponerse al viento; usada como vela, por el contrario, intenta aprovechar la fuerza de ese viento. Tan estúpido es el toldo, como inteligente la vela: un velero que esté bien construido puede navegar prácticamente contra cualquier viento, y sólo cuando hay calma chicha es incapaz de moverse. Pan tallas, paraguas y tie n d a s de cam paña • 65
Y un ala delta puede manipular el viento no meramente en hori
zontal, sino también en vertical. Así pues, los diseñadores del futuro deberán pensar en sus próximos proyectos, además de por analogía con los paraguas, por analogía con las cometas, como esas con las que los niños juegan, haciéndolas bailar al compás del viento. Al abrir la cuestión sobre la esencia de la tienda, hemos hecho aparecer los paracaídas y las alas delta como dos variantes más, entre otras muchas, de una misma estructura básica: la de la tienda. Efectivamente, lo que se ve en la tienda de campaña es una pantalla de tela que se hincha con el viento. La pantalla de tela es al muro de piedra, lo que el soplido del viento es al romper del viento: no es éste un mal punto de partida para analizar el cambio cultural que está irrum piendo en nuestro mundo. Pero antes de entrar a fondo en el problema de las paredes, debemos reflexionar sobre el viento, y de este modo entramos en unos terrenos bien antiguos. En efecto, llegamos a la conclusión de que, si bien oímos el viento (con frecuencia ruge ensordecedor), si bien podemos sentirlo (puede llegar a tumbarnos), sin embargo no podemos verlo, sino únicamente sus consecuencias, a menudo devastadoras. En cuanto, en el ámbito de las paredes, pasamos de los muros de piedra a las pantallas de tela, todo parece querer perder su mate rialidad. La pared de tela, ya esté anclada en el suelo como en el caso de la carpa del circo, ya tensada sobre un palo como en el caso del paraguas, ya flote en el aire como en el del paracaídas y la come ta, ya ondee en un mástil como las velas de barco y las bande ras, es una pared de viento. Por el contrario, el muro, tenga la forma que tenga, esté provisto de tantas puertas y ventanas como se quiera, es una pared de roca. Por ello, la casa, como la caver na excavada en la roca, de la que proviene, es un oscuro miste rio (el “íntimo misterio del hogar”2) y la tienda de campaña, como el nido de pájaros, que es su predecesor, es un lugar de con fluencia y dispersión, un lugar en el que el viento está en calma. En la casa poseemos, es una posesión, y esa posesión está deli mitada por unos muros. En la tienda nos desplazamos y, de ese nuestro ir por el mundo, vamos coleccionando en ella ex-perien- cias, y esas experiencias se ramifican y se subdividen a lo largo 66 • F ilo s o fía d e l d iseño
de la pared de la tienda. El hecho de que esta pared es una red
(concretamente, un tejido) y el hecho de que, sobre esta red, se procesan experiencias es algo que está contenido en la palabra “pantalla” . Se trata de una tela que se mantiene abierta a las experiencias (que se abre al viento, al espíritu) y que las alma cena. Desde tiempos inmemoriales, la pared de la tienda ha ido almacenando imágenes, bajo la forma de tapices y alfombras; desde la invención de la pintura al óleo, las ha ido almacenan do bajo la forma de cuadros expuestos; desde la invención de la película cinematográfica, ha captado imágenes proyectadas; des de la invención de la televisión ha servido como pantalla para imágenes tejidas electromagnéticamente; y desde la invención de los chips de ordenador, la pared de la tienda, ahora ya inmate rial, permite subdividir y ramificar las imágenes merced a su red de procesamiento. Esta pantalla, que hincha el viento, coleccio na las experiencias, las procesa y las difunde, y a ella debemos agradecerle el que la tienda sea un nido de creatividad.
Notas
1 La palabra alemana Schirm está contenida en Regenschirm (“paraguas”),
Fallschirm (“paracaídas” ) y Bildschirm (“pantalla” ), de ahí mi intento por encontrar alguna designación que pueda englobarlos a todos: en este caso me he decantado por su común estructura (que no es sólo común a ellos, sino también al resto de objetos que analiza Flusser). Por sí sola puede significar “pantalla”, “toldo” y, en sentido figurado, “ampa ro”, “abrigo”, “protección” . Todo esto permite a Flusser poner en jue go una serie de familiaridades lingüísticas, en ocasiones difíciles de repro ducir en traducción. 2 De nuevo hace hincapié Flusser en la proximidad entre Geheimnis (“secreto”, “misterio” ) y Heim (“hogar” ).