ACERCA DEL AHORRO ligado a ningún tipo de consideración. Al contrario.
Adolf Loos En muy poco tiempo destroza su traje por su uso
Von der Sparsamkeit
Wohnungskultur, nn.2/3 Brünn, 1924
Este artículo ha sido recompuesto por Bohuslav Markalous, el
editor de "Wohnungskultur", a partir de distintas conversaciones
con Adolf Loos. De ahí su carácter fragmentario. El artículo se
ha titulado, por deseo del autor, "Acerca del ahorro".
Una cosa deja de ser moderna en el momento que
nuestra sensibilidad se rebela y que apareceríamos
ridículos si quisiéramos mantenernos en ese estado.
El sombrero de copa tiene diversas formas.
Pongamos cien cilindros en fila. Quiero ir a un
entierro. Intento probarme diversas formas, veo que
son casi siempre imposibles, ridículas, y que sólo
encaja un único sombrero. Aquél-digamos- de 1924.
Este sombrero de copa es, para mí y para mi
tiempo, el único objeto posible.
Las personas sólo encuentran moderno aquello
que es, ante todo, posible.
El sombrero de copa de 1924 es muy bien posible
y, si yo hubiera podido llevarlo hace veinte años y
pudiera llevarlo todavía hoy, todo sería excelente. Y,
sobre todo, por podérmelo poner, este sombrero de
copa tiene su justificación productiva o, hablando
genéricamente, económica.
Pero todo esto son, en sí, cuestiones de moda que
no tardan en desaparecer.
Pero cuando ocurre que un escritorio pierde para
mí su valor estético al cabo de diez años, de forma
que lo encuentro imposible, y tengo que arrinconarlo
y comprarme uno nuevo, entonces es una enorme
pérdida económica.
Yo rechazo cualquier fiebre por la innovación.
Sólo el hombre conservador es ahorrador, y todo
novateur es un despilfarrador.
Pues una persona que posee muchos vestidos
procura que estos no pasen de moda.
Quién solamente posee un traje, de hecho, no está
continuado, obligando al sastre a inventar siempre
nuevas formas.
La objeción por la cual estos continuos cambios de
la moda son algo muy provechoso, ya que le dan
mucho trabajo a los confeccionistas, es una visión
equivocada.
Deben tenerse muchos vestidos, para poderlos
intercambiar según la necesidad real.
Cuando llueve uso el abrigo de goma, en
primavera me pongo el gabán, en invierno un traje
de lana, y de este modo cuido mi vestuario. La moda
es algo que pasa rápidamente, porque no nos
contentamos mucho tiempo con nuestros objetos. A
partir del momento que tenemos objetos que duran
mucho y permanecen bien conservados, la moda
deja de actuar. Debemos medir la belleza por el
tiempo. A las vías del ferrocarril no las puedo juzgar
por cuántos trenes pasan por ellas, sino solamente
por su durabilidad. Siempre serán buenas, mientras
sirvan bien y de forma segura.
La materia vive de todas formas. Y necesariamente
la materia, la tela, el producto, el vestido requieren
un cierto tiempo de calma molecular.
Alabo, por eso, los armarios roperos grandes, ese
es el procedimiento correcto porque, entre otras
cosas, un armario así me asegura que soy en todo
momento independiente.
Cambiar la forma allí donde no sea posible
ninguna mejora objetiva es el mayor disparate.
Puedo inventar algo nuevo allí donde haya un
nuevo problema, así ocurre en arquitectura: un
edificio para turbinas, un hangar para aeronaves.
Pero ¿una silla, mesa, armario ropero? Nunca
reconoceré que debamos cambiar formas
comprobadas y utilizadas durante siglos a causa de
una necesidad de fantasía.
La diferencia entre el siglo XVIII y el XIX es casi
abismal. Por aquel entonces, el 95% de todas las
personas trabajaban para que el 5% restante pudiera
ponerse pelucas y trajes costosos, y pudiera poderse
presentar como caballeros. Eso era una inmoralidad
social muy grande.
Hoy, el trabajador y el rey inglés tienen,
considerado desde el punto de vista formal, las
mismas vestimentas. Nuestros presidentes y monar-
cas del siglo XX ya no tienen la menor necesidad de
la mascarada con corona y capa de piel de armiño.
Lo dicho tiene un sentido más profundo del que
pueda parecer. El hombre moderno e inteligente
debe tener su máscara ante las personas, su
caracterización. Esta máscara es la forma
determinada de su vestuario, común a todas las
personas. Sólo personas retrasadas mentalmente
poseen vestidos individualizados. Éstas sienten la
necesidad de exteriorizar violentamente hacia todas
partes lo que son y como son en realidad.
También ocurre lo mismo con los muebles. Uno
permite arbitrariedades formales para que se note
inmediatamente quien es el señor propietario, y para
que se sepa que él, como persona, es diferente a
todas las demás.
Ciertamente, existen vestidos baratos y caros. Esto
lo determina la naturaleza de la tela y la plenitud del
trabajo. Pero también aquí hay fronteras. En el
deporte tenemos campeones que recorren las 100
yardas en el menor tiempo posible. Existe una
persona que, entre todas las personas, salta lo más
alto posible. Y también existe en alguna parte un
sastre excelente que es capaz de realizar con el
mejor material los vestidos técnicamente más
perfectos. Quizá esté en Nueva York, Londres, París,
no sé donde.
El lujo es algo muy necesario. El trabajo de
calidad debe ser pagado por alguien. Y, para esa
industria de lujo que sirve a unos pocos, es válido lo
dicho, referente al mejor corredor y al saltador
excelente, es decir esa perfección productiva debe
llegar laboriosamente al menos por un puñado de
hombres capaces en su oficio. Mediante
cualificación y constancia. Esto debe ser el ejemplo
de la mejor capacitación humana. De lo contrario,
todo decae en cualquier campo. El sastre del rey
inglés actúa mediante su ejemplo estimulante, su
trabajo perfecto, sobre toda la confección inglesa de
vestidos. Sin estas personas excelentes nunca
superaremos el promedio.
Cualquier pretensión de querer acotar la duración
de un objeto es equivocada. Debemos aumentar la
vida de todos los objetos que producimos. Entonces
será correcto.
Si tengo una tela que es mala y me hago hacer un
traje, el traje dura un tercio del tiempo que dura uno
bueno. ¡Uno es a tres! Un buen traje significa
ahorro, uno malo significa derroche de dinero. Esto
es una gran cuestión económica de importancia
capital.
Pero, si son fabricados objetos con el mejor
material y con las mejores fuerzas técnicas, objetos
del llamado arte industrial, que pasan de moda tras
pocos años, por sus formas caprichosas, entonces se
trata de despilfarro.
Trabajar penosamente y durante meses con el
bolillo, sólo para que las puntas se estropeen en una
sola noche, es un mal asunto. Estas puntas son
fabricadas sin esfuerzo y mucho más rápidamente
por una máquina.
Aspiremos a un ennoblecimiento y a una
economía. No sé quien es más ahorrador, aquél que
bebe vino bueno o quien consume grandes
cantidades de vino barato.
Pero también quiero decir algo acerca de la
psicología del ahorro. Cuando compro una cigarrera
no quiero ser forzado, no quiero que se me quite la
alegría del material y del trabajo y se me dé la
dudosa complacencia del ornamento. Deseo la
materia en sí, presentada con una elaboración
conforme a su utilidad. Un anillo significa un trozo
de buen oro en forma de neumático. Una cigarrera
son dos placas planas de buena plata, completamente
lisas. La cosa plana, bonita, tan agradable al tacto, es
la mejor ornamentación.
2
 Pero esto no gusta a la gente. Quiere tener algo
complicado fatigoso. Por consiguiente, aún vivimos
en condiciones africanas. ¡La edad media!
¡Esa laboriosidad, esa complicación! ¿Cómo
puede gustarme una comida que haya sido preparada
con gran esfuerzo y con la utilización de un sentido
agudo durante ocho días: a causa de ese esfuerzo,
complicación y atención desmesurada, la comida
deviene sencillamente insulsa, desprovista de todo
gusto original. Justamente porque han trabajado
ocho días en ella. El hombre moderno difícilmente
puede aguantar tal exceso de energía.
¿Cómo puede gustarme un objeto alrededor del
cual se ha trabajado cinco años? Eso es sadismo de
caballeros. Nosotros estamos hoy simplemente por
encima de esas cosas. Contrariamente, queremos
ahorrar trabajo, cuidar a nuestros conciudadanos y,
sobre todo, ahorrar material. Reconozco que soy de
un ahorro casi enfermizo y que deseo ser guía en
este asunto.
Cuando veo un tablón recortado siento pena por el
material, porque completo en mi imaginación el
trozo restante en el lugar vacío que le corresponde.
Y siento pena por la pieza.
He podido ver, en Praga, cómo se corta un
material noble sin escrúpulos y cómo se realizan a
partir de él objetos torneados y complicados. Eso es
un pecado.
Cada tiempo es ahorrador, a su modo. El siglo
XVIII gastaba mucho para comida y ahorraba
mucho en limpieza. Es un siglo apestoso. Hasta
puede olerse aún en los muebles.
Hoy se pone más cuidado en la limpieza.
Los soldados americanos construían también en las
trincheras cuartos de baño. ¿Y qué no ocurrió? Se
exclamó: «¿Ésos quieren ser soldados?» ¿Por qué?
Porque la concepción que nosotros en Europa tene-
mos del buen soldado está íntimamente relacionada
con un soldado sucio.
Y, así, cada persona ahorra de diferente manera en
distintas tareas. Estoy convencido que el proletario
es una persona mucho menos ahorradora, que gasta
dinero mucho más fácilmente. El trabajador no
reflexiona mucho si quiere beber un vaso de cerveza,
el funcionario se lo pensará mucho, pero el mismo
funcionario malgastará sin vacilación para una
corbata tontamente decorativa, para cuya compra el
trabajador necesitaría al menos medio día para
pensárselo.
En lugar de la preferencia que hasta hora se ha
dispensado al ornamento, la atención debe recaer
sobre el material. Nosotros aún no conocemos el
material. Alguna vez llegaron a tirar ducados de oro
por la ventana -un divertimento de caballeros-,
también se disolvieron perlas en vinagre, después
bebían la solución resultante. Las perlas también
fueron talladas. Hoy nadie haría algo tan
pecaminoso.
Y nos emocionamos muy poco con lo referente al
propio material, ni la más mínima valoración del
material en la ebanistería. Ese sentir el material lo
han arrinconado, en arquitectura y ebanistería, los
arquitectos modernos.
A un chino le encargaron un trabajo, fue al bosque
y buscó un árbol apropiado. Buscó durante mucho
tiempo y al fin lo encontró pensando: «si no hubiera
encontrado el árbol, no hubiera realizado mi
trabajo».
¡Así se siente el material!
La materia debe ser deificada de nuevo. Los
materiales son sustancias casi misteriosas. Debemos
asombrarnos profunda y respetuosamente de que
algo así haya sido creado.
¿Decorar, pues, un material tan perfecto y bello con
ornamentos? ¿"Mejorar" caoba noble barnizándola
violeta? Eso es un delito.
Cuando alguien me comenta que es un castigo
macabro condenar a alguien a una prisión común,
simpática por su sencillez, por lo que significa su cal
blanca, por sus camas de madera, ¡no sé si sería más
espantosa la cárcel con unos interiores muy actuales,
creados por un "arquitecto moderno", desde las
3
alfombras hasta los cortinajes, desde el cenicero
hasta la aguja del reloj, y desde el arca del carbón
hasta una pluma!
¡Diez años de cárcel para un diseñador así!
Nuestros arquitectos -arquitectos de muebles y
decoradores- consideran tener como misión principal
la superación. Repito, la superación. El zapatero que
realiza buenos zapatos nunca podrá superar estos sus
buenos zapatos. Y si se conservan sus productos,
porque se tengan muchos zapatos, siempre serán
modernos. Gracias a Dios que los zapateros no
compiten entre sí. ¡Y líbrenos Dios que los arquitec-
tos diseñen zapatos! Pues, si no, los zapateros
empezarán a superarse entre ellos al menos cada dos
años, con una enorme dedicación.
Yo mismo conservo zapatos desde hace veinte
años y no han pasado de moda.
Yo no necesito dibujar mis proyectos. Una buena
arquitectura que deba ser construida puede ser
escrita. El Partenón puede ser escrito.
Soy contrario a fotografiar intérieurs. Sale algo
totalmente distinto. Hay arquitectos que realizan
interiores, no para que el hombre viva bien en ellos,
sino para que aparezcan bonitos en el momento de
fotografiarlos. Se trata de las denominadas
arquitecturas dibujadas que, con su yuxtaposición
mecánica de líneas de sombra y de luz, corresponden
mejor otra vez a un aparato mecánico, o sea, aquí, a
una cámara oscura.
Por las fotografías o reproducciones no pueden
juzgarse de ninguna manera mis proyectos de
viviendas. Estoy convencido que en las fotografías
aparecen miserables, sin ningún efecto.
Pues la fotografía desmaterializa, cuando
justamente quiero que las personas sientan la materia
en mis habitaciones, alrededor suyo, que actúe sobre
ellas, que reconozcan el espacio cerrado, que sientan
la materia, la madera, que puedan realmente
percibirla sensorialmente, mediante su cara y su
sentido del tacto, que puedan sentarse cómodamente
y que sientan la silla en una gran superficie de su
tacto corporal periférico y digan: aquí uno puede
sentarse perfectamente. ¿Cómo puedo demostrarle a
alguien, para que lo experimente, a partir de una
fotografía, demostrarle a quien ve esa fotografía lo
bien que uno se sienta en esa silla mía tan bien
fotografiada?
Usted verá, pues, que la fotografía no dice nada. La
fotografía muestra dibujitos bonitos o menos
bonitos. A causa de ellas las personas quedan
apartadas de la cuestión más fundamental. Son mal
educadas. La fotografía carga sobre su conciencia
que las personas no deseen instalarse para vivir bien,
sino para que todo aparezca bonito. La fotografía
engaña. Nunca he querido engañar a nadie con mis
trabajos. Descarto un método así. Pero nuestros
arquitectos únicamente han sido educados con este
método del engaño, desarrollándose a partir de él;
basan su reputación en dibujos atractivos y bonitas
fotografías. Lo hacen conscientemente, ya que saben
que las personas están tan desconcertadas que sólo
les basta una ilusión dibujada o fotografiada para
poder vivir en ella, y quizá están orgullosas de todo
ello. Y los clientes son tan poco sinceros consigo
mismos que no quieren reconocer que todos esos
dibujos y fotografías son un autoengaño.
-¿Arte popular? ¿Eso qué es? ¿Rodillas desnudas?
¿Trajes populares? ¿Bailes populares? Y nosotros,
los de la ciudad, debemos ir al teatro, sentarnos en
bancos y mirar. ¿No es una tontería? ¿No es tan ver-
gonzoso para nosotros ciudadanos como para los
campesinos? ¿Necesitamos, ciudadanos o
campesinos, realmente algo así?
Las barreras entre campo y ciudad deben caer de
todas formas. Esta diferenciación es algo tan
artificial y tan ridículo al mismo tiempo.
Nosotros vemos a las personas del campo como
hombres primitivos. Nos parecen graciosos en la
ciudad, así como nosotros les parecemos divertidos
en el campo. Eso es una barrera artificial de la cual
debiéramos avergonzarnos: no querer entender las
funciones vitales básicas, no querer entender el
4
trabajo del hombre, la misión elevada que tiene cada
persona trabajadora, sea cual sea el trabajo útil que
haga, viva donde viva, en París o en el último
pueblucho de Moravia. Ambas personas pueden
tener una calidad notable, puesto que el de Moravia
no tiene porqué ser un incompetente, y el parisino
puede ser un perfecto vago; o uno de ellos es alguien
y el otro no es nada -en sí, la condición de vivir en
un lugar determinado del planeta no eleva de ningún
modo la humanidad de nadie. Solamente una
persona limitada de Praga o Viena puede figurarse
ser algo más que quien viva y trabaje en Iglau o
Lhota.
Siempre me siento contento por haber vivido largo
tiempo en América y en Inglaterra.
La novia inglesa desearía, si fuera posible, alojar
todos los muebles de sus padres. Aquí, las novias no
quieren ni oír hablar de poder reutilizar los muebles
de sus padres, facilitándoles así la cuestión económi-
ca. Quieren algo nuevo, algo que esté "de moda",
algo "moderno". Hasta quieren tener un "proyecto
artístico", porque pensarán que sus muebles ya
estarán pasados de moda, que se llevan otros
proyectos artísticos más novedosos. ¡Eso es terrible!
Eso es un derroche de energía, trabajo, dinero, es un
terrible perjuicio económico.
Justamente los muebles ingleses son lo máximo
que hay en comodidad y los nuestros -"siguiendo
proyectos artísticos de nuestros arquitectos
modernos"- son un montón de disparates y pecados
contra el material, la utilidad y la elaboración.
Un fauteuil de club inglés es algo de una
perfección absoluta. Tipos tan perfectos existen en
Inglaterra y América, también en muchas otras
variedades de muebles. Creo que cada año se realiza
en todo el mundo un único molde de letras capaz de
perdurar un cierto tiempo. Todo lo demás
desaparece al cabo de pocos años, se le hace
insoportable a la gente, como un viejo sombrero de
señora. El llamado arte industrial crea objetos sin
energía alguna, y esas "decoraciones modernas" sólo
pueden existir porque han sido encargadas de
antemano, pagadas de antemano, porque sólo se han
hecho una vez, porque están en la vivienda
formando un conjunto único y la gente debe
aguantarlas pacientemente, lo quieran o no lo
quieran -ya que les han metido algo así...
Por esto no me gusta que me llamen arquitecto.
Me llamo simplemente Adolf Loos.
La actitud ahorradora es, para los vieneses, algo
realmente espantoso. Es una verdadera manía, cómo
cambian constantemente de vivienda, siempre
consiguiendo algo nuevo, cambiando la disposición,
corriendo de un arquitecto a otro. Este caos es un
signo de nuestro tiempo. Y cada uno puede ponerse
una medalla si contribuye un poco a la calma en
nuestra arquitectura.
No tenemos ninguna arquitectura, tenemos casas
que están vestidas. Es como si dijésemos: no a una
silla pero sí una silla vestida. Una silla es eso que
tiene una forma ornamental y cuya utilidad no puede
reconocerse, o apenas puede vislumbrarse
suficientemente bajo un vestido de artes industriales,
como el cuerpo de mujer enfundado en un vestido
artístico, "siguiendo un proyecto".
Aunque es cierto que nosotros debamos vestirnos,
no puedo entender por qué vestimos la arquitectura.
Si la Ringstraße no hubiese sido construida en los
años setenta, teniéndose que construir hoy,
obtendríamos una completa catástrofe
arquitectónica. Solamente solicito del arquitecto una
única cosa: que muestre decencia en su
construcción.
Siempre que he estado en Brünn, viendo la Casa
alemana y la "Beseda" checa, el carácter de ambas
construcciones me hacía prever lo que ocurriría con
Brünn alguna vez. ¡Eso está claro! Quisiera hacer
reproducir ambas imágenes en alguna parte, una
junto a otra. Pero, tras lo que he visto recientemente
en Praga, creo que los arquitectos checos se han
convertido a las formas de la Casa alemana de
Brünn. Eso es una mala señal.
5
 Un milímetro más o menos en un perfil me duele.
El arquitecto actual es, por su predisposición y
educación, una persona despilfarradora. Y de
quienes se ocupan de instalaciones teatrales no es de
esperar nada razonable. Son personas que mantienen
como costumbre habitual el despilfarro del material.
Se convierten en especialistas de rocas de cartón, de
todo tipo de ilusiones y picarescas, y olvidan com-
pletamente el sentido por las dimensiones, pues el
teatro no va de otra forma: todo tan accidental, para
contemplar. Directores de teatro me han invitado a
presenciar escenificaciones de algunas piezas. Nun-
ca he ido. Va contra mi forma de ser. Arquitecturas
teatrales son, para mí, simplemente insoportables.
De ninguna manera se trata de arquitectura.
Algo que sea moderno se reconoce principalmente
por su capacidad de insertarse en la vecindad de
objetos antiguos. Le aseguro que mis muebles se
insertan bien en compañía de cualquier mueble euro-
peo de todos los siglos y países, y no menos bien al
lado de muebles chinos, japoneses o indios. ¡Pruebe
alguien algo similar con las creaciones de nuestro
"arte industrial"!
En una habitación lo primordial es la silla. Cuando
tengo algún proyecto que realizar debo tener antes
que nada una silla, y a partir de ella voy
planteándome todo lo demás.
Considero que es un grave error, cuando las
personas compran muebles de maderas nobles y
materiales costosos. Siempre deberán vigilar no
romper nada. Para vivir realmente disponemos de
materiales que duran una eternidad, y no son otros
que piel de cerdo, roble, lana.
La vivienda nunca puede aparecer terminada.
¿Acaso el hombre se muestra concluido desde un
punto de vista físico y espiritual? ¿Se queda parado
en un punto muerto? Si el hombre se encuentra en
un continuo movimiento y desarrollo, si desaparecen
viejos requerimientos y se crean nuevos, ¿deberá
mantenerse intacto y muerto para todos los tiempos
aquello que se encuentra más próximo al hombre, su
vivienda? No. Es ridículo querer imponer a las
personas dónde deban disponer un objeto, querer
organizarles todo, desde el lavabo hasta el cenicero.
Al contrario, me gusta que las personas dispongan
los muebles según sus necesidades (¡y no las mías!),
y es del todo natural y lo tolero cuando introducen
sus viejos cuadros, sus recuerdos que aprecian, sean
de gusto o no. Eso me importa bien poco. Porque
para ellos son un pedazo de su vida sensible, de su
intimidad más próxima. Eso significa que soy un
arquitecto que realiza las disposiciones de interiores
según criterios humanos y no artísticos -inhumanos.
¡Estoy realmente sorprendido de ver cuántas
personas se dejan tiranizar por los denominados
arquitectos de decoración interior!
En las academias se les muestra a nuestros
arquitectos esta enseñanza: qué bello era todo lo
anterior -y cuánto deja que desear todo lo hoy en día.
También yo la he recibido. Y tardé años hasta que
penosamente pude arrancar de mi interior esa
educación imposible, hasta que pude reconvertirme
y entender que es el aristócrata realmente quien, en
cierto sentido, puede servirnos a todos como
ejemplo. Me refiero a que él sí tenía sensibilidad por
el material. Es decir, no quiero caballos
cualesquiera, sino también bellos caballos, caballos
de pura sangre, aunque sean menos complacientes.
No deseo cualquier maleta, sino una del mejor
material. Una que sea realmente perfecta, que dure
muchos siglos. Y de esta forma concluí que aquel
principio del socio del club de jockey -a veces tan
limitado intelectualmente- es del todo correcto. Los
aristócratas valoraban solamente el material y el
trabajo exacto y perfecto. Fue éste un difícil proceso
que transcurrió en mí. ¿Por qué? Porque se
consideraba una estupidez decir que eso es lo
correcto. Por lo demás, todo esto pesa sobre la
conciencia de Ruskin. Soy su enemigo jurado.
Alguna vez, en el transcurso de 1895, estando en
América, comprendí que una silla Thonet es la silla
más moderna.
6
 Los objetos con los cuales realizo interiores puede
fabricarlos cualquier ebanista. No quiero
convertirme en ningún arquitecto de marca. Mis
objetos puede hacerlos cualquier marmolista,
cualquier técnico en tejidos o cualquier industrial,
sin necesidad de consultarme humildemente. La
cuestión principal es que haga un trabajo sincero. y
si de algo me he librado en esta vida ha sido de la
producción de nuevas formas.
Los arquitectos están para comprender la
profundidad de la vida, para pensar sobre la
necesidades hasta las últimas consecuencias, para
ayudar a los más débiles socialmente, para crear -a
ser posible- el mayor número de viviendas con
perfectos objetos utilitarios, y nunca para inventar
nuevas formas.
Pero todo esto son consideraciones que hoy
entenderán en Europa tantas personas como dedos
pueda contar en una mano.

7
ORNAMENTO Y EDUCACION el operario encargado de la obra.
No quiero tirar al niño con el agua sucia. Hay muchas
Respuesta a una encuesta
cosas en la enseñanza de dibujo moderna que son de
Omament una Erziehung reconocido valor. Dibujar nuestros objetos utilitarios del
natural es una gran ayuda para el futuro consumidor y para
Wohnung>kultuT»o nn. 2/3,1924 el desarrollo de nuestra cultura. El dibujo de productos
naturales lo creo inútil. El futuro creador, investigador,
[París, 22 de Agosto de 1924, 20, Quai d'Orléans,
etc., podrá hacer él mismo la aplicación a objetos
me Saint-Louis] Muy distinguido Señor Profesor
utilitarios, y a la persona no debe ocultársele el bosque por
[Mokry],
un conocimiento exacto de las hojas. Es obvio que el
su pregunta me llega en el momento adecuado.
dibujo de memoria es de gran importancia. Pero no lo es
Hay verdades que deben callarse. Tirar semillas al
menos apreciar una vaga impresión general que el detalle
suelo pavimentado es un derroche. Hace veintisiete
exacto.
años que dudo en decir lo que, por fin, gracias a su
Debo agradecerle, estimado señor profesor, que me
enquete, me es posible decir.
haya usted procurado, por su pregunta pensada a fondo,
Desde sus principios, acompañé la reforma de
escribir lo que hacía tanto tiempo tenía en el corazón.
nuestras clases de dibujo con rabia interior. Pero la
Con la expresión de mi aprecio, suyo siempre,
humanidad parece haber recobrado el conocimiento:
en Francia, el clasicismo. Ahora es, pues, tiempo de Adolf Loos
hablar.
Educar significa ayudar al hombre desde su estado I. Si la persona moderna necesita ornamento.
primitivo. Lo que para la humanidad ha necesitado
La persona moderna, la persona con nervios modernos,
milenios, tiene que cumplirlo cada niño.
no necesita ornamento, al contrario, lo rechaza. Todos los
objetos que llamamos modernos no tienen ornamentos.
No sólo sus padres y tías, sino todos nosotros sabemos
Nuestra ropa, nuestras máquinas, nuestros objetos de piel
que cada niño es un genio. Pero la genialidad del negro
y todos los objetos de uso diario ya no tienen, después de
papúa, es decir de un niño de seis años, es hoy inútil a la
la revolución francesa, ornamento. Incluso las cosas que
humanidad. ¿Qué se consigue con la enseñanza moderna
pertenecen a la mujer -pero eso ya es otro capítulo.
de dibujo? Un tipo fresco que se pone ante la obra de arte
Ornamento sólo lo tienen aquellos objetos que dependen
y que, con total convicción, asegura que él también ha
de una parte de la humanidad -yo la llamo la inculta-: de
hecho cosas así en la escuela. Digo con total convicción, y
los arquitectos. Donde se suministren objetos utilitarios
con ello me refiero al serio problema entre niño y genio.
bajo influencia de los arquitectos, esos objetos serán
¡¿Cuántos padres se han dejado llevar, según los
anacrónicos, es decir inmodernos. Esto, naturalmente,
resultados de esos modernos métodos, a creer en la
también es válido para los arquitectos modernos.
vocación artística de sus hijos?!
Y el método antiguo, que creó al pulcro dibujante que
podía aportar algo valioso como futuro cartógrafo o
litógrafo de tarjetas de visita, ¿no lleva en su consciencia,
en cierta manera, al arquitecto? Mientras que el verdadero
arquitecto es una persona que no dibuja en absoluto, que
no puede expresar con una raya su estado espiritual. Lo
que él llama dibujo es un intento de hacerse entender por

8
 El hombre individual es incapaz de crear una
forma, por lo tanto, también el arquitecto es incapaz
de ello. El arquitecto, sin embargo, intenta ese
imposible una y otra vez -y siempre con resultado
negativo. Forma y ornamento son el resultado de un
trabajo en común inconsciente de todo un círculo
cultural. Todo lo otro es arte. El arte es la voluntad
propia del genio. Dios le dio el poder para ello.
Derrochar arte en el objeto utilitario es incultura.
Ornamento significa trabajo adicional. El sadismo
del siglo Dieciocho, de cargar a los ciudadanos con
trabajo inútil, es desconocido para el hombre moder-
no, pero más desconocido es para él el ornamento de
pueblos primitivos, que tiene un significado
completamente religioso y un simbolismo erótico y
que gracia a su primitivismo limita con el arte.
Carencia de ornamento no es carencia de atractivo,
sino que determina el efecto de un nuevo atractivo,
revive. Molino que no repica despierta al molinero.
II. Si el ornamento como expresión de la incultura debe
ser alejado de la vida y especialmente de la escuela.
El ornamento desaparece por sí mismo y la
escuela no debe mezclarse en este proceso natural,
que tiene que atravesar la humanidad desde su
existencia.
III. Si hay casos donde se necesita el ornamento (para
fines prácticos, estéticos o educativos)
Existe alguno de estos casos. Como fin práctico, el
ornamento es asunto del usuario (consumidor) igual
que del creador (productor). El consumidor es ahora
lo primario, el productor lo secundario.1
*
Del malentendido entre consumidor y productor hago
responsables a los alemanes. El alemán no sabe de los deseos
generales de la humanidad, que obliga a los productores a
producir las formas que requiera la totalidad. Él cree que el
productor le impone sus formas, y por ello habla de la tiranía de la
moda. Se siente, gracias a su naturaleza esclava, subyugado y por
ello intenta devolver al mundo lo que se le hace. Funda
asociaciones para crear una moda alemana -los Talleres Vieneses
y la Deutsche Werkbund ya los tienen- para imponer de esta
manera su deseo de formas a la humanidad. El mundo debe dar a
luz el estilo alemán. Debe pero no quiere. Quiere crear por sí
Tomado psicológicamente, el ornamento estaría ahí para
facilitar al trabajador la monotonía de su trabajo. La mujer
que está ocho horas diarias entre el ensordecedor ruido de
la fábrica, en el telar, se alegra, como una salvación,
cuando, de vez en cuando, se introduce un hilo de color. El
hilo de color produce el ornamento. ¿Quién de nosotros,
personas modernas, encontrará inmodernos los modelos de
telas diferentes, que cambian continuamente?
A la gente que descubre esos ornamentos se les llama,
en el campo de la fabricación, dibujantes. Ellos, sin
embargo, no los crean, sino que los preparan según modas
y opiniones. La escuela no debe preocuparse por futuros
dibujantes. Se forman por sí mismos.
Hace veintiseis años afirmaba yo que, con el progreso
de la humanidad, el ornamento desaparecía de los objetos
de uso, un progreso que avanza sin parar y que en
consecuencia es tan natural como la desaparición de las
sílabas finales del lenguaje vulgar. Pero con ello nunca
quise decir lo que han querido llevar al absurdo los
puristas, que debía eliminarse el ornamento sistemática y
consecuentemente. Solamente ahí donde ya ha
desaparecido por necesidad de la época, no puede volverse
a colocar. Como el hombre nunca volverá a tatuarse la
cara.
El objeto utilitario vive de la duración de su material, y
su valor moderno es precisamente la solidez. Si malutilizo
ornamentalmente al objeto utilitario, le acorto su duración
vital, porque él, sometido a la moda, deberá morir antes.
Este crimen contra el material puede responder
únicamente al humor y a la ambición de la mujer -pues el
ornamento al servicio de la mujer siempre vivirá. Un
objeto utilitario, como tela o un tapete, cuya duración es
limitada, está al servicio de la moda, por ello está
ornamentado.
También el lujo moderno ha eliminado solidez y valor
mismo la forma de vida, y no quiere verse obligado por ninguna
asociación de productores. La misma aristocracia de productores
hace olvidar a la socialdemocracia alemana que al trabajador
también se le cuenta entre los consumidores. Pues más importante
que la cantidad del salario semanal es averiguar lo que el
trabajador pueda conseguir por su salario semanal.
9
en el ornamento. De manera que en el ornamento no pueda (ciudad-país; niños-adultos; industrialización de la
valorarse estéticamente. El ornamento de la mujer, sin construcción, de maquinaria, de agricultura, de comercio;
embargo, corresponde, en el fondo, al del salvaje, tiene pequeñas manufacturas domésticas, etc.?)
significado erótico. Todos los niños deben ser educados de igual
¿Qué queda pues del verdadero y legítimo ornamento de manera. Ante todo, no debe existir ninguna
nuestro tiempo, como tarea de escuela? diferencia entre ciudad y campo. Son imprescin-
Nuestra educación se basa en la formación clásica. Un dibles los trabajos manuales para la vida de la mujer
arquitecto es un albañil que ha aprendido latín. Los en el campo, pero también para la mujer de la ciudad
arquitectos modernos parecen ser, sin embargo, representan a veces una buena ayuda para la
esperantistas. La enseñanza de dibujo debe salir del economía doméstica. La enseñanza de dibujo ignora
ornamento clásico. tanto la técnica de construcción nacional, como los
La enseñanza clásica ha creado, a pesar de la diversidad productos más modernos de la mujer de la ciudad.
de lenguas y fronteras, la totalidad de las culturas Ahí la tradición, aquí la moda, determinan las
occidentales. Renunciar a ella sería destruir esa totalidad*. técnicas y formas.
Por ello no hay que cuidarse solamente del ornamento Quien, con el estilo nacional del romanticismo
clásico, sino que hay que ocuparse del orden de columnas campesino, tenga las mejores intenciones, que me
y de la molduración. siga. El profesor de dibujo sólo andaría por ahí como
Perrault, el creador de la fachada del Louvre, era un el elefante en la tienda de porcelana.
médico. Había ganado, frente a todos los arquitectos de su Todas las formas de la técnica aplicables las dicta,
época, el premio que instauró Luis XIV para la sin embargo, el progreso de la práctica.
construcción. Cuando un caso de este tipo se encuentra
aislado, como consumidor tiene uno que ver toda su Vida
con la arquitectura.
El ornamento clásico juega el mismo papel en clase de
dibujo que la gramática. No tendría ningún sentido
enseñar latín según el método Berlitz. A la gramática
latina y a toda gramática le agradecemos la educación del
alma, la educación de nuestro pensamiento. El ornamento
clásico aporta educación para la formación de nuestros
objetos utilitarios, nos educa y educa nuestras formas,
aporta, a pesar de las diferencias etnográficas y
lingüísticas, una igualdad de formas y conceptos
estéticos.
Y añade orden a nuestra vida. ¡El meandro - la
rueda dentada perfecta! ¡El rosetón - la perforación
central exacta, pero también el lápiz afilado
correctamente.
IV. ¿Pueden resolverse estas cuestiones en la práctica de
las escuelas, sin compromiso y en general, o debe
contarse con una evolución paulatina y con un paso en
etapas individuales diferentes del desarrollo de la cultura

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