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Tormenta
Alejandro Hermosilla
¡Qué espléndido día!, ¿verdad?... Creo que va a haber tormenta.
Bajo el volcán. Malcolm Lowry.
fantasmas de
jugadores arruinados. Nadie parece nadar jamás en su espléndida
piscina olímpica.
Vacíos y funestos están los trampolines. Los frontones, desiertos,
invadidos de hierba.
Sólo dos campos de tenis se mantienen en buen estado durante la
temporada.
Acá todos estamos esperando la tormenta. Hace se agita en
ondulaciones coléricas que presagian la tormenta, cada vez más
próxima.
En realidad, esa tormenta podía ser una crisis. Todos sabían que venía
una tormenta pero nadie decía qué era. El carpintero estaba
abasteciéndose de alimentos le pregunté por qué y no me supo decir. Me
comentó que para él el abastecimiento era asolutamente necesario.
Absolutamente necesario. Y al momento, percibí que pronunciaba esta
frase con una concisión exhaustiva. Remarcando la acentuación. Lo que
convertía lo necesario en un dominio. Siendo necesario, su situación se
imponía. Parecido a . Cuando uno tiene hijos se impone. Demuestra.
Todo es por los hijos. No hay leyes. Cualquier voluntad.se paraliza ante
alguien que desea hijos. Los hijos son el bastón de la ley. Se puede robar
y asesinar. Y como era necesario. Todo debía paralizarse. Sus mujeres
debía prepararle. Ellas debian ocuparse. Cada año saldría para llenarse
de alimentos y preparar pero la tormenta no era un vitral. Y que los
frutos eran necesarios. Todo habbía sido necesario. La expulsión Una
imprecación. Que el abastecimiento era su manera de contrarestar.
Dormía seguro. Y había calmado su ansiedad. Veía los alimentos y se
calmaba. Una noche abrió y sintió. Y que en realidad, preferiría que no
fuera la tormenta. Porque se había dado cuenta que podía estar
consumiendo latas y latas durante un año y nada esencial habría
camibado. Siempre estaría ingiriendo comida. Y que esa comida era su
droga. Y pronunció la palabra droga como quien pronuncia la palabra
orgasmo. Con una mezcla de placer y vergüenza. Con cierta . Sonriendo.
Como si allá le aguardara un secreto que todos desconoceríamos y le
hubiera sido concedido desde su nacimiento.
Los críticos. Todos tenían más libros de los que podían leer. Eran
buscados por todas partes. Eran seguidos a todas partes. Nadie se
escapaba de ellos.
Fui huyendo de un infierno y encontré otro infierno. Volví del infierno al
otro infierno. Y finalmente, todo en la vida eran llamas e infierno y llamas
infernales ascendiendo ante mí mostrándome el rostro de un diablo
infernal lleno de llamas y ramas destrozadas en medio de un incendio de
donde emergían voces diciéndome que estaba en el infierno.
Voy caminando con mi madre por las calles y veo a las gentes maldecir.
Allá entre las sombras busco un enfermero. Pero el enfermero no me da
gusto.
Podrán decir lo que deseen pero nadie ha escrito un libro que nadie haya
podido leer. Nadie. En eso los supero a todos. A todos.
Los ciclones.
Decían que mi libro no dejaba poso. Que el libro era una infamia.
En realidad, mi deseo era novela sobre piratas. Pero eso era un suicidio
comercial. No deseaba que ocurriera. Martillo era en primera. Bruja en
segunda persona. Pero Tormenta no existiría. Sobre William.
Hay una parte de mí que concuerda con mis colegas éxito. Ellos me
ignoran. Yo los adoro. Vendo sus libros siempre con la esperanza de que
no gusten. Pero son hábiles. Tratan los temas. Todos los escritores que
conozco que tiene éxito tienden a victimizarse.
En realidas, si he vendido algún que otro libro. Pero dos es mejor que
ninguno. Lo que no sé es quién lo ha leído.
Tal vez ya estemos muertos. Cada vez que sufro un traspie ś, mi primera, mi primera
impresión es suicidarme. En realidad, no entiendo de vicitimismos.
A México viajé en el año 2012 con una única esperanza. Cuando volví, no
tenía ninguna. Estaba destrozado. No había experimentado ninguna
caída. No tenía ese nihilismo europeo. Tenía un nihilismo. Llevaba una
montaña abierta en mi interior.
Alĺos últimos? Cada noche pienso que el beso puede ser elí conseguí. Estaba rodeado de personas que leía las cartas. Todas . De
personas que veían fantasmas.
Estaba
Una mañana fui a hablar con un policía. En realidad, el México de
Kerouac y Burroughs.
Mi madre lo ha sido todo para mí. Cada día que pasa es un suplicio
porque siento que resta un día menos para el precipio.
Antes de Bruja, escribí Martillo. Esa novela sí fue leída por tres o cuatro
personas. Bruja, sin embargo, por nadie.
Nadie menciona el título de mis textos tal vez por educación o temor.
Aquel caballero comentó a sus conocidos que mi libro era insufrible tras
haberme pedido que me lo firmara.
Para luchar contra el trasiego por la muerte de mi madre, suelo acudir a
librerías con la intención de firmar mis libros. En una de ellas pasé varias
horas sin poder dedicar un solo libro. Algo natural porque los clientes que
entraban estaban preocupadas por el clima o el estatuo del príncipe.
Hace meses, hablé con el librero. Alzó la mirada y me miró con simpatía.
Me animó a participar. Me dijo que tal vez durante la festividad de la
madre pudiera vender un libro, que buscara los días de fiesta. Decía que
yo le daba confianza. Que le transmitía buenas vibraciones. Sin embargo,
estuve centrado. Como un mono. En un momento dado, le pedí a una
mujer que me diera cacahuetes. Le
Malcolmo Lowry entró en un estado alcohólico. La mía nadie la comprendía. Había llegado
a México y había acabado oscureciéndola. En las cantinas de noche. Recuerdo entrar a un
bar y darme . Preguntar. No obstante, continué allí. Estaba contemplando u npartido de
fútbol como si fuera algo oscuro.
Cuando vi no me pareció. Sentí que el país estaba lleno de . Una mujer me quitó el mal de
ojo. Me dijo que debía en realidd.
Cuando llegué a México. Cuernavaca era una primavera. Era la sensación de qu podía ser
destruido. Las cervezas allí eran . Bebía una tras otra como. En un momento dado, me
preocupé. Allí hice Martillo. Me caía. Sentía la necesidad de construir. Cuando podía. Y
tenía que marcar. En una ocasión, una indígena me miró y me dijo que me debía quitar el
mal de ojo. Otra vio el fantasma de mi padr persiguiéndome. Estuvo caminando junto a mí
por las calles. Obviamente, no entendía la historia. Leí los libros de la revolución. Hablé con
el abogado. Me estuve preparando. Me miró y me mostró unas fotografías. Había Cualquier
cosa que yo tuviera que decirle. Me decía . La idea era que siempre perdiéramos. Aquí yo
estaba perdido. Pero acudió don Felipe en mi ayuda. Obviamente, murió don Felipe.
Comprendí el apego. Amo proundamente a México.
La primera vez que lo tuve en mis manos lo agarré. Se cayó. En realidad, aquí vivimos hace
tiempo con la tormenta. Volvían a anunciar que vendría la tormenta. Les gustaba torear a los
extranjero. Yo a veces pienso que de haber, lo habría perdido todo. Cuando llegué, estaba.
Por otra parte, luego me dejaban la casa. Me movía con solutar. Parecía que yo tenía las
llaves de esa casa y que eran mis esclavos. En esas condiciones, durante años . Enloquecí.
Veía a los escritores y moría destrozado de envidia. En realidad, yo nunca había tenido. Mi
madre. Y por otro lado, hacían lo que deseaban. Una noche puse . Lo tomé como un
desprestigio. Creo que hubiera muerto. Cuando golpeaba lo hacía siempre en el lugar
equivocado. Tenía un saco. Un día y no pude hacerme. En realidad, lo había perdido todo.
Sin embargo, tenía la impresión.
En realidad. Recuerdo haber estado. Allí sobre los montañas. En realidad, llegó todo a tal
dispararte que pronto, Bernhard. Sólo me sacaba de allí Bernhard. Duarnte años, Había un
enfado puntual. Hubo una amiga. Luego . Todo eran destrozos. En cierto sentido, era una
juventud. Escribía en un blog llamado averíad epollos. Tuve que pasar varios años. Hacía
textos. Prretendía. No era capaz de gritar auxilio. No era capaz de gritar: “ayudenme.”. En .
realidad, estoy harto, absolutament haro, . Luego allá . Esos escritores serios. Le dije a uno
que por qué no me invitaban al festival de poesía. Me presenté. Nunca me lo dieron. Creo
que las feministas. En realidad, hicieron bien . Luego otro. Y sin embargo, no sé por qué.
Porque la madre es el absoluto. Hay dos libros bellos sobre las madres que he leído. Uno es
El extranejor. El protagonista la menciona y o hace con indiferncia. Y luego mata. Y otro.
En realidad, Tormenta iba a ser una novela de piratas. Pero ya no tenía sentido. Lovecrart
estaba allí. Allí es curioso. Me hablaron de Wiliam parker. William Parker. . Luego. En
realidad, en el libro . Me llamaba. Es curioso porque cuand estuve allí. Lo tenía todo, pero el
fracaso de Bruja. De hecho,
No es que perdiera dinero. Allí quise presentar Bruja. En las Universidades, me veían como
loco. Y Bruja no ayudaba. A un amigo. Todos estaban locos por los editores. Mi vida se
caía. Mi naugrafio se inundaba. Cuando iba a Veracruz,se me acercaba la policía. Se caían
los amres y crujían. De todos es sabido lo que ocurrió con Sergio Pitol. Fue él. Pero en un
momento dado, . Conocí a uno de sus guardaespaldas. Mientras tanto, mis profesores de
Universidades me deseaban. Recuerdo haber estado en situación de pesnar y escuchar
estallar las bombas. Escuchar una metralla. Lo poer es que no era un estado enguerra. Si
hubiera estad en güera. Lo pero era que . Por eso ya Tormenta. ¿De qué servía?
Es bien sabido que mis libros no se venden. Martillo tuvo una buena
recepción al principio. La mayoría de personas. Cada vez que y Bruja .
En principio, iba a contemplar. Una novela de piratas. Pero no he sido
capaz de hacerla a pesar de que la comencé.
Hay tres personas que me hablaron de que la noche porque será una
nochs sin fin e inquietante, se celebrará una orgía.
Son irónicas y crueles. Por eso decidí no confesar mis planes. Llevo
mucho tiempo, desde mi adolescencia, pensando en suicidarme. En
depresión. Soy demasiado sensible para soportar el cinismo cotidiano o
excesivamente egoísta para soportar las miserias de los demás. Razón
por la que algunos de mis libros eran caóticos. Porque no quería que
nadie vislumbrara mi corazón. Es este un truco que utilizan muchos
escritores. Yo me he acostumbrado a detectarlo incluso en los más
complejos y abstractos. Leo un verso oblicuo de y tras la ráfaga de
adjetivos y nombres difusos, percibo la angustia de los poeta. Casi que
puedo sentir su ansiedad. Lo vislumbro mirando a través de las ventanas
de un bar con timidez. Consciente de que no podrá comunicar con nadie.
Hablando lentamente con la literatura.
Mi tía suele ir. Allí había una caseta donde en ocasión. Se encontraron
rasgos y . También había un convento de monjas que caminaban en
procesión alumbrando. Por eso nadie sabía realmente quién había hecho.
Esa casa.
¿Por qué no llega la tormenta? Ayer era el día. Mi madre. Mi tía nos
miraba a los dos como controlando la situación.
Un problema que solemos tener los escritores suele ser que creemos que
somos los únicos que sufrimos. Mario Bellatin, por ejemplo, ha creado
toda una literatura en la que muestra su trauma por la ausencia de su
brazo izquierdo y al mismo tiempo, convierte en espectáculo su dolor. La
mayoría de lectores sienten cierta fascinación por
No es sólo que utilicemos versos sino que una gran parte. Creo que
porque estamos obligados a consturir ua obra. Pero también porque
nuestro objetivo es mentir. No obstante, . El español. En varias
universidades . No me extraña. Porque hay que mantener un
comportamiento impoluto. ¿alguien puede hacerlo?
que creemos que somos los únicos que sufrimos. Hace poco estuve.
Mario Bellatin, por ejemplo, mostraba su brazo continuamente. Sólo
existe su dolor. Sin embargo, yo al menos eso lo aprendí en México. A
México fui con una Beca pero pronto me convertí en un apestado.
Durante años di performances, porque no sé explicarme. Toda . Se me
corta cuando hablo. Creo que pierdo a mis alumnos. Vladimir Nabokov .
El tono real. Más en un laberinto. Sin embargo,
Hay
Sé que las conversaciones que estoy teniendo con ella son las últimas.
Las conversaciones que estoy teniendo con ellas son las últimas. No
logro sin embargo, a pesar , dejar de irritarme cuando . Hace varios
días, . En realidad, no creo que debería estar preocupado por ella sino
por México.
Tormenta
Alejandro Hermosilla
Dedico esta oración lunar y colérica a los muertos. El auténtico motor de
la literatura. Y más en concreto, a los que yacen en los océanos sin haber
sido enterrados. Confundido ya para siempre su cuerpo con la arena y
las vísceras de los animales marinos.
“Las tormentas atacan siempre a alguien más
fuerte que ellas”.
A principios del siglo XX, sí, el nombre de los viejos bucaneros ya no era
mencionado con temor insano en los embarcaderos de olor infame que
solían construirse en islas derruidas por su violencia y odio. Las crónicas
de fuego históricas sobre los piratas Jack Rackham, Edward Teach (Barba
Negra), Francis Dread o Henry Morgan se comenzaban a perder en el
olvido. Confundiéndose con la sangrienta memoria de densas arenas
llenas de algas muertas enroscadas sobre los tentáculos de pulpos,
cuchillos, espolones, arcabuces, trajes raídos y huesos.
William Parker no era por ejemplo más que un punto negro perdido en la
memoria de los mares.
Y por otra parte, los recios, robustos jóvenes adictos a sus historias de
terror comenzaron a desconfiar de él. Entre risas, comentaban que el
nazi de Providence se había amariconado. Había escrito un libro
demasiado femenino. Y que si no deseaba empañar el prestigio de la
literatura de terror, tal vez lo mejor que pudiera hacer, fuera aprender a
cocinar, apuntarse a un curso de decoración o depilarse, pintarse los
labios y dejarse el pelo largo.
Una grácil mujer morena y delgada, con una risa y una voz inaudibles,
casi un susurro, que llamó su atención desde que la vio pasear una
soleada mañana por el jardín de un frío, sinuoso castillo donde se vio
obligado a pernoctar varios días para acondicionar sus enormes
chimeneas. Y en el que decidió quedarse varios semanas más ayudando
a los esquivos jardineros a cortar el brumoso pasto y las alargadas ramas
de unos árboles que se hallaban tan descuidados que parecían siniestras
pesadillas.
Alfred solía encontrarse con Hester en los jardines. Puesto que dentro de
la nocturna fortaleza a pesar de lo amplias que eran las habitaciones
estaba obligado a estar solo y por lo general, únicamente recibía órdenes
de viejos mayordomos. Y en las escasas ocasiones en las que coincidía
con su enamorada, solían estar rodeados de todo tipo de ilustres
personalidades -jueces, sacristanes, sacerdotes- cuya presencia infundía
demasiado respeto como para permitirse conversar. O dentro de la
capilla subterránea de aquel gigantesco recinto donde apenas podían
hablar entre los exaltados discursos sobre el inminente fin del mundo
proferidos por el reverendo y los aullidos ahogados del coro.
Junto a una estatua cubierta por paños negros y sobre una silla de
mármol, solía descansar Hester ciertas horas de la mañana y la tarde.
Por lo general, lo hacía rodeada de varios patos y gatos que la miraban
con indisimulado orgullo. Y portaba un cofre en sus manos del que
emergía el canto de un pájaro —muy parecido al de un canario— cada
cierto tiempo que acariciaba con suavidad. Como si llevando a cabo este
ritual, el ave que se encontraba dentro, sintiera cariño y afecto. Lo que
tal vez convenciera a Alfred de que sería una excelente madre de sus
hijos. Puesto que además, cuando se dirigía a ella, sentía abrirse hondas
cavidades corporales.
De hecho, aunque había meses que Hester no estaba más de cuatro días
con su familia aceptaba estas estancias de buen gusto. O al menos con
cierta resignación que implicaba aceptación. Tal vez porque el jornal era
muy substancioso aunque buena parte se iba en pagar a las niñeras que
se vio obligada progresivamente a contratar para que se ocuparan de
William. Un niño salvaje que cada vez resultaba más difícil de controlar.
Pronto comenzó a desarrollar actitudes agresivas y resultaba extraño
que permaneciera quieto.
Una vieja adivina erecta y rígida de ojos blancos y uñas afiladas que en
vez de ocuparse de él, pasaba sus horas muertas haciendo solitarios con
una baraja de cartas de tarot destrozada por su intenso uso. O mirando
orgullosa su sonrisa ambigua y esquiva, afilada e impía, frente a un
cochambroso espejo que no se molestaba en limpiar.
La primera ocasión en que lo hizo, sólo estuvo una noche. Pero William
Parker se sintió constantemente observado por una presencia
indeterminada y creyó escuchar los bufidos de un animal escondido tras
los utensilios de trabajo de su padre, ya medio oxidados y en mal estado.
Pero con el paso del tiempo y a medida que la grosera mujer rubia
ganaba la confianza de su padre, las estancias se alargaron. Haciendo
que su agobio aumentara. Porque era realmente insufrible estar
confinado en aquel agujero lleno de quistes de madera rotos, cepillos y
escobas inservibles y vestidos antiguos de su madre cubiertos de polvo
entre los que cada cierto tiempo, aparecía una rata que no tardaba en
esconderse. Además, de tener que escuchar la vieja melodía que la bruja
que se acostaba con su padre entonaba de tanto en tanto:
“La,la,la,la,la”.
Era mucho mejor ser golpeado por un desconocido que por el propio
padre. Puesto que Alfred ni siquiera le permitía gritar cuando lo apaleaba
con el cinturón. De hecho, le había dejado muy claro que si levantaba la
voz, lo haría con más fuerza. Por lo que no importa lo rígido que fuera el
centro donde se lo recluyese que William Parker solía sentir alivio cuando
sus puertas se abrían.
De hecho, las peleas entre los jóvenes eran casi un juego para él. Una
distracción menor. Casi un pasatiempo. Y las amenazas de los
guardianes por su mal comportamiento no más que provocaban sus
risas.
Fueron tantas las veces a lo largo de los años que William fue encerrado
temporalmente en diversos hospicios y tan poco el efecto disuasorio de
los castigos que sufrió que, finalmente, siendo aún adolescente, se lo
encerró en un presidio de adultos.
William Parker se sentía fascinado por las historias que narraba y sobre
todo, por su manera de contarlas. Pues tanta era su implicación que en
cuanto comenzaba a hablar, su rostro cambiaba. Y vez de un viejo
moribundo parecía un antiguo mago. Solía por ejemplo, alargar sus
brazos de arriba abajo y contraer la voz hasta deformarla y darle un tono
grave que confería un aire de fantasía mística a sus hazañas hasta
transformarlas en sortilegios.
Y lo hacía con tanto encanto que pronto, William Parker se aferró a él. No
podía prescindir de su presencia y no deseaba irse del presidio. Y por
ello, cometía todo tipo de desmanes. Solía insultar a los guardias para
que no lo liberaran. Y aguantaba con estoicismo cualquier castigo.
Desgraciadamente, tras ser confinado durante varios días en una
estrecha celda donde no existía más distracción que saborear los restos
de comida que los carceleros le ofrecían de tanto en tanto, cuando volvió
a encontrar al viejo truhán, no hablaba. Alguien había rebanado su
lengua pero aún así, continuaba mostrando entusiasmo al mover sus
manos de manera ondulada imitando el movimiento de las olas del mar
durante los temporales de arena y fuego que de tanto en tanto, sacuden
los océanos.
Por lo que, fascinado por las llamaradas de fuego que emergían de sus
ojos y sus palabras llenas de sangre y sudor a través de la que invocaba
la destrucción del futuro, William no tardó en jurarle fidelidad.
Participando en la ceremonia necesaria para certificar su unión con aquel
profeta de la ira.
Días después, una mañana de intensa niebla que adormecía los sentidos,
creando una sensación de leve irrealidad, el barco partía del puerto de
Liverpool y una semana más tarde, varios vecinos alertados por el
asqueroso olor, encontraron el cuerpo de su padre decapitado y
totalmente descuartizado en el oscuro sótano de su guarida junto al de
su amante. Ella, convertida en un amasijo de carne indistinguible,
todavía respiraba. Le habían arrancado los ojos y los dedos de las manos,
su vagina estaba inundada de semen como si la hubieran violado no una
ni diez ni cincuenta sino muchas más veces de las que es posible
imaginar. Pero aún así, tenía una leve mueca divertida clavada en el
rostro y cuando alzaba la voz, más que lamentos, parecía que
pronunciaba una leve melodía.
Eran escoria.
Eran la locura.
Un trueno celeste.
Aunque la razón más probable sea que sólo las guitarras afiladas al límite
y la emisión continuada de ruidos parecidos a retortijones de estómago
pueden aproximarse a definir el lóbrego y sórdido miedo producido por
los cuentos de Lovecraft.
Una banda que tenía como máximo objetivo destruir el arte insistiendo
en repetir una y otra vez los mismos tres acordes al más alto volumen
posible cuya conexión con las creaciones de Lovecraft es instintiva y
visceral.
Casi primitiva.
Pues al fin y al cabo cuando los piratas hablaban, lo hacían como este
músico cuya garganta atronaba como cientos de cañones disparando
bombas en los mares al que le bastaba tan sólo un gorgojeo para
levantar hordas de vagabundos a la rebelión y el crimen y conseguir que
el suelo de las ciudades crujiera.
Y por ello, a nadie hubiera extrañado que dedicara una canción a narrar
las furiosas hazañas de William Parker.
Basta con no leer más que las páginas justas de las guías para estar
abocado a lo imprevisto.
Si los bailes árabes son una expresión de recato y misterio, casi un rezo
divino entonado en voz baja tras el velo que cubre suavemente el rostro
de las bailarinas, los de los micronesios que reciben a los turistas son
más bien, hermosos cánticos de las divinidades.
Y aturdido ante lo que creía una treta del diablo, Francisco decidió
descansar. Descuido que aprovecharon los familiares de los jóvenes
capturado para acercarse a él y arrojar a sus pies la pesca de todo el día,
secar su sudor y masajear su espalda. Provocando que aquel temible
marinero que había surcado mares ignotos en noches de insomnio y
enfrentado a enemigos sangrientos, desistiera de su venganza y,
tumbado sobre la arena, incrédulo y agradecido, decidiera disfrutar de
los alimentos que tan generosamente le ofrecían
Un error que demostró ser fatal porque días después, los dedos de sus
pies fueron encontrados encallados en los arrecifes y sus ojos
aparecieron en un capazo, mezclados con ostras y camarones y restos
de piel de cangrejo.
Por ejemplo, una acción absolutamente normal en una playa puede ser
multada en otra o incluso conllevar peligro de cárcel. Algo que
acostumbra a provocar un inmenso desconcierto e ira en los visitantes.
Reflexión que tal vez explique por qué tras la toma de posesión de
Alvaro de Saavedra, el archipiélago quedó en el olvido durante más de
un siglo. Y la colonización de las islas se hizo con extrema lentitud.
En Las 1001 noches, Scherezade describe con todo lujo de detalles esta
odisea. El viajero oriental se encuentra sereno y tranquilo tras llevar por
orden de su califa varios regalos al rey de Serendib: una cama de
terciopelo carmesí, cien trajes de tela fina y bordada de Kufa y Alejandría
y una vasija de cornalina blanca.
Nan Madol, por ejemplo, había sido una de sus fuentes de inspiración
para describir R’Lyeh.
Una ciudad sumergida bajo los mares llena de estatuas mudas y altares
sacrificiales bajo cuya sombra perpetua presuntamente, podría haber
sido alumbrado el dios Cthulthu. Y entre cuyos muros caídos, la Criatura
esperaría pacientemente la señal indicada para regresar a la superficie.
Embestir contra los inferiores humanos. Convirtiendo el mundo en una
extensión de su alma oscura. Una vibración de resplandores temibles.
Pero aún así, una gran cantidad de personas deciden aventurarse en sus
tierras e incluso algunos de ellos sucumben a la legendaria maldición con
aroma a profecía emitida por Robert Louis Stevenson.
Jack London por ejemplo, urdió varias historias sobre piratería y brujería
situadas en el Pacífico en las que mezclaba el relato costumbrista con el
de terror. Y se suicidó a los 40 años. Aumentando la cantidad de morfina
que tomaba para combatir su uremia.
Por lo que algunos de los más reputados viajeros occidentales del siglo
XX se cuidaron mucho de poner un pie en ellas o mencionarlas en
cualquiera de sus libros.
Bruce Chatwin sin embargo, sí las menciona en sus cartas debido a una
considerable frustración: un pequeño accidente automovilístico que le
obligó a guardar cama por unas semanas, obligándole a cancelar al vuelo
que lo llevaría al barco de donde navegaría hasta sus costas.
Cabe destacar que en las leyendas de aquellas islas remotas se habla de Lemuria como el origen de
aquellas edificaciones ciclópeas, y se tienen datos sobre túneles, muchos de ellos inexplorados, que
fueron detectados en las inmediaciones. Por lo visto los autores de aquellos días estaban más que
informados sobre estos misterios.
De hecho, sólo hay tres estatuas de color diseminadas por las islas y
todas ellas están consagradas al effrit rojo cuyos soplidos permitieron
que Sinbad llegara a estos parajes y que la Micronesia fuera conocida por
los amantes de aquel hermoso tejido de historias orientales.
Lo más que hacían, de hecho, era volver su vista hacia la costa, como si
estuvieran esperando una señal. Tal vez vislumbrar uno de los tentáculos
del dios emergiendo de las profundidades del mar. Algo que de haberse
producido, nadie diría que les hubiera sorprendido en absoluto.
Porque en las islas nadie se atrevía a afirmar que aquel insano monstruo
había brotado de la opiacea mente del escritor norteamericano. En el
caso de los micronesios porque probablemente ellos lo asimilaban a las
deidades que adoraban y en el de sus adoradores porque su fanatismo y
complicidad con sus textos, les había convencido de la posibilidad de su
existencia.
Una mujer sombría y altiva que había jurado merendarse los dedos de
los que intentaran escapar y entonaba una y otra vez, una vieja melodía
que ponía los pelos de punta a quienes la escuchaban.
Pronto, de hecho, Lovecraft dejó de hablar del libro. Cerró con una llave
oxidada de bronce su recuerdo y confió a la eternidad que lo rescatase
del olvido.
A principios del siglo XX, sí, el nombre de los viejos bucaneros ya no era
mencionado con temor insano en los embarcaderos de olor infame que
solían construirse en islas derruidas por su violencia y odio. Las crónicas
de fuego históricas sobre los piratas Jack Rackham, Edward Teach (Barba
Negra), Francis Dread o Henry Morgan se comenzaban a perder en el
olvido. Confundiéndose con la sangrienta memoria de densas arenas
llenas de algas muertas enroscadas sobre los tentáculos de pulpos,
cuchillos, espolones, arcabuces, trajes raídos y huesos.
Escoria histórica.
William Parker no era por ejemplo más que un punto negro perdido en la
memoria de los mares.
William Parker deseaba fundar un reino en medio de las islas del Océano
Pacífico. Alzar castillos sobre los océanos y formar escuadrones de
demonios con los que poner en jaque las naciones occidentales. No era
un pirata que deseaba un dorado retiro. No anhelaba el descanso sino la
gloria en la batalla. Ser el destructor del mundo histórico conocido. El
aniquilador de Occidente. Pero tuvo que conformarse con ser un espíritu
errante. Un visionario enloquecido obsesionado con el mal.
Y por otra parte, los recios, robustos jóvenes adictos a sus historias de
terror comenzaron a desconfiar de él. Entre risas, comentaban que el
nazi de Providence se había amariconado. Había escrito un libro
demasiado femenino. Y que si no deseaba empañar el prestigio de la
literatura de terror, tal vez lo mejor que pudiera hacer, fuera aprender a
cocinar, apuntarse a un curso de decoración o depilarse, pintarse los
labios y dejarse el pelo largo.
Una grácil mujer morena y delgada, con una risa y una voz inaudibles,
casi un susurro, que llamó su atención desde que la vio pasear una
soleada mañana por el jardín de un frío, sinuoso castillo donde se vio
obligado a pernoctar varios días para acondicionar sus enormes
chimeneas. Y en el que decidió quedarse varios semanas más ayudando
a los esquivos jardineros a cortar el brumoso pasto y las alargadas ramas
de unos árboles que se hallaban tan descuidados que parecían siniestras
pesadillas.
Alfred solía encontrarse con Hester en los jardines. Puesto que dentro de
la nocturna fortaleza a pesar de lo amplias que eran las habitaciones
estaba obligado a estar solo y por lo general, únicamente recibía órdenes
de viejos mayordomos. Y en las escasas ocasiones en las que coincidía
con su enamorada, solían estar rodeados de todo tipo de ilustres
personalidades -jueces, sacristanes, sacerdotes- cuya presencia infundía
demasiado respeto como para permitirse conversar. O dentro de la
capilla subterránea de aquel gigantesco recinto donde apenas podían
hablar entre los exaltados discursos sobre el inminente fin del mundo
proferidos por el reverendo y los aullidos ahogados del coro.
Junto a una estatua cubierta por paños negros y sobre una silla de
mármol, solía descansar Hester ciertas horas de la mañana y la tarde.
Por lo general, lo hacía rodeada de varios patos y gatos que la miraban
con indisimulado orgullo. Y portaba un cofre en sus manos del que
emergía el canto de un pájaro —muy parecido al de un canario— cada
cierto tiempo que acariciaba con suavidad. Como si llevando a cabo este
ritual, el ave que se encontraba dentro, sintiera cariño y afecto. Lo que
tal vez convenciera a Alfred de que sería una excelente madre de sus
hijos. Puesto que además, cuando se dirigía a ella, sentía abrirse hondas
cavidades corporales.
De hecho, aunque había meses que Hester no estaba más de cuatro días
con su familia aceptaba estas estancias de buen gusto. O al menos con
cierta resignación que implicaba aceptación. Tal vez porque el jornal era
muy substancioso aunque buena parte se iba en pagar a las niñeras que
se vio obligada progresivamente a contratar para que se ocuparan de
William. Un niño salvaje que cada vez resultaba más difícil de controlar.
Pronto comenzó a desarrollar actitudes agresivas y resultaba extraño
que permaneciera quieto.
La primera ocasión en que lo hizo, sólo estuvo una noche. Pero William
Parker se sintió constantemente observado por una presencia
indeterminada y creyó escuchar los bufidos de un animal escondido tras
los utensilios de trabajo de su padre, ya medio oxidados y en mal estado.
Pero con el paso del tiempo y a medida que la grosera mujer rubia
ganaba la confianza de su padre, las estancias se alargaron. Haciendo
que su agobio aumentara. Porque era realmente insufrible estar
confinado en aquel agujero lleno de quistes de madera rotos, cepillos y
escobas inservibles y vestidos antiguos de su madre cubiertos de polvo
entre los que cada cierto tiempo, aparecía una rata que no tardaba en
esconderse. Además, de tener que escuchar la vieja melodía que la bruja
que se acostaba con su padre entonaba de tanto en tanto:
“La,la,la,la,la”.
De hecho, las peleas entre los jóvenes eran casi un juego para él. Una
distracción menor. Casi un pasatiempo. Y las amenazas de los
guardianes por su mal comportamiento no más que provocaban sus
risas.
Fueron tantas las veces a lo largo de los años que William fue encerrado
temporalmente en diversos hospicios y tan poco el efecto disuasorio de
los castigos que sufrió que, finalmente, siendo aún adolescente, se lo
encerró en un presidio de adultos.
William Parker se sentía fascinado por las historias que narraba y sobre
todo, por su manera de contarlas. Pues tanta era su implicación que en
cuanto comenzaba a hablar, su rostro cambiaba. Y vez de un viejo
moribundo parecía un antiguo mago. Solía por ejemplo, alargar sus
brazos de arriba abajo y contraer la voz hasta deformarla y darle un tono
grave que confería un aire de fantasía mística a sus hazañas hasta
transformarlas en sortilegios.
Y lo hacía con tanto encanto que pronto, William Parker se aferró a él. No
podía prescindir de su presencia y no deseaba irse del presidio. Y por
ello, cometía todo tipo de desmanes. Solía insultar a los guardias para
que no lo liberaran. Y aguantaba con estoicismo cualquier castigo.
Desgraciadamente, tras ser confinado durante varios días en una
estrecha celda donde no existía más distracción que saborear los restos
de comida que los carceleros le ofrecían de tanto en tanto, cuando volvió
a encontrar al viejo truhán, no hablaba. Alguien había rebanado su
lengua pero aún así, continuaba mostrando entusiasmo al mover sus
manos de manera ondulada imitando el movimiento de las olas del mar
durante los temporales de arena y fuego que de tanto en tanto, sacuden
los océanos.
Por lo que, fascinado por las llamaradas de fuego que emergían de sus
ojos y sus palabras llenas de sangre y sudor a través de la que invocaba
la destrucción del futuro, William no tardó en jurarle fidelidad.
Participando en la ceremonia necesaria para certificar su unión con aquel
profeta de la ira.
Días después, una mañana de intensa niebla que adormecía los sentidos,
creando una sensación de leve irrealidad, el barco partía del puerto de
Liverpool y una semana más tarde, varios vecinos alertados por el
asqueroso olor, encontraron el cuerpo de su padre decapitado y
totalmente descuartizado en el oscuro sótano de su guarida junto al de
su amante. Ella, convertida en un amasijo de carne indistinguible,
todavía respiraba. Le habían arrancado los ojos y los dedos de las manos,
su vagina estaba inundada de semen como si la hubieran violado no una
ni diez ni cincuenta sino muchas más veces de las que es posible
imaginar. Pero aún así, tenía una leve mueca divertida clavada en el
rostro y cuando alzaba la voz, más que lamentos, parecía que
pronunciaba una leve melodía.
Eran escoria.
Eran la locura.
Un trueno celeste.
Aunque la razón más probable sea que sólo las guitarras afiladas al límite
y la emisión continuada de ruidos parecidos a retortijones de estómago
pueden aproximarse a definir el lóbrego y sórdido miedo producido por
los cuentos de Lovecraft.
Una banda que tenía como máximo objetivo destruir el arte insistiendo
en repetir una y otra vez los mismos tres acordes al más alto volumen
posible cuya conexión con las creaciones de Lovecraft es instintiva y
visceral.
Casi primitiva.
Pues al fin y al cabo cuando los piratas hablaban, lo hacían como este
músico cuya garganta atronaba como cientos de cañones disparando
bombas en los mares al que le bastaba tan sólo un gorgojeo para
levantar hordas de vagabundos a la rebelión y el crimen y conseguir que
el suelo de las ciudades crujiera.
Y por ello, a nadie hubiera extrañado que dedicara una canción a narrar
las furiosas hazañas de William Parker.
CABO DE HORNOS
PALO DE MESANA
William Parker quería fundar un reino infernal y desde íah contratarcar a las naciones. No deseaba vivir de las rentas.
John Burns le bastaba con engodar bebiendo ron y levantarse vairas mujer que le chuparan los muñones.
Ambos …
Lo que quería que . Pero ya no se hacía ilusiones. Fumaba opio y
crecía
Un efrit rojo .