Está en la página 1de 12

A propósito de la neurosis

Obsesiva femenina

Serge Cottet *

Traducción: Victoria Gutiérrez Meyer.

Este título parece considerar que un tipo clínico puede ser descrito a partir de la división
masculino-femenino. Podríamos pensar, por el contrario, que una clínica estructural trasciende
los géneros. Es verdad que tenemos la costumbre de hablar de la histeria en femenino y de la
neurosis obsesiva en masculino. Lacan hace objeción raramente a esta disimetría, por más
que señale que “la histérica no es necesariamente una mujer, ni el neurótico obsesivo
necesariamente un hombre”.1 Dora sigue siendo el paradigma de la histeria, el Hombre de las
ratas aquel del obsesivo. Pero eso no impide que Sócrates sea dicho histérico, no sólo a partir
de sus síntomas, sino también en función de la pregunta que dirige al amo.
¿Hay alguna especificidad de la neurosis obsesiva femenina que la actualidad hará resaltar?
La clínica de TOC estimula, en todo caso, una puesta en juego contemporáneo sobre la
obsesión.

Problemas de diagnóstico
Una primera observación concierne a los síntomas obsesivos (o supuestos semejantes), en el
sentido del comportamiento que observamos en sujetos femeninos, pero que no prueban la
estructura. Es el caso de los mecanismos de defensa y de ritualización descritos por Anna
Freud en El yo y los mecanismos de defensa 2 o por los tenientes de El Ego psicología, o
también aún en los ejemplos de interpretación de defensas de Otto Fenichel. 3
No alcanza con tener la manía de limpieza, ni con hacer su cama perfectamente todas las
mañanas, ni arreglar su biblioteca meticulosamente para ser obsesivo. Es en el caso en donde
temen que los libros mal acomodados caigan sobre la cabeza de alguno de ustedes cercano,
en donde hay algo que suena (tanto más el riesgo aumenta si ustedes arreglan).
Tampoco alcanza una división entre el objeto de amor y el objeto de deseo de una mujer para
ser parte del tipo clínico en cuestión. Freud hizo célebre la degradación del objeto como
condición de deseo en el hombre, pero esa degradación no es discriminante, desde el punto
de vista de la división de sexos, la prueba está en que hay una degradación histérica. Karen
Horney describió muy bien esa retórica de la estructura y del síntoma en “La femineidad
inhibida”, que es un clásico de la clínica. 4 Síntomas como la idea fija en los sujetos femeninos
descritos por Janet, atravesaron todas las estructuras clínicas y deben ser opuestas a la

4
estructura de la obsesión que implica un pensamiento y una verbalización bien precisas,
formaciones reactivas, etc. (lo vimos en el Hombre de las ratas). Es el hecho de no distinguir
esta estructura significada con el comportamiento ritualizado, lo que explica el éxito de TOC,
entidad trans-clínica y más exactamente trans-estructural, que puede concernir ya sea a un
sujeto esquizofrénico, a un autista, a un neurótico.
En la literatura analítica clásica, se plantea una pregunta diagnóstica concerniente a la
melancolía y a la obsesión. Es el caso de una joven paciente de Abraham, con un ritual al
acostarse: Se vestía cada noche impecablemente, bien vestida, como si esperase a la muerte.
Su identificación al padre muerto no separaba a la melancolía. 5
La enferma de Daniel Lagache, en su “Duelo patológico”, 6 pone en acto a un suicida
melancólico, cuando la cura se orientaba sobre la elucidación de un duelo imposible a realizar:
se trataba de su hijo muerto por accidente, en una mujer que tenía motivos para encontrar a
su hijo difícil de manejar, y conjuraba su odio en numerosas formaciones reactivas.
Esta superposición de una estructura cualquiera y de un síntoma obsesivo, aún se verifica en
la psicosis. Un caso de Hanna Segal, 7 comentado tiempo atrás en la Sección Clínica, daba el
ejemplo de una suplencia por la duda de una estructura paranoide en un hombre. El sujeto
pasaba dos horas por día para resolver un dilema: ¿debía tomar un baño en su bañadera o
tipear en la máquina de escribir? Una mujer notoriamente paranoica, describe un ritual
inmutable al momento del aperitivo: los pistachos y los cacahuetes siempre antes de las
nueces, sino, nada.
Recordemos aún el comentario que hacía Jacques-Alain Miller del Retrato del artista8 de
Joyce; el ego de Joyce en tanto que está construido “como un retrato”, un imaginario de
seguridad, y un yo (moi) obsesivo. Si hoy estamos atentos a la ideología de la personalidad
donde “construirse” deviene el trabajo de una vida, vemos que el síntoma tiene un buen avenir
delante de él.
Nuestra teoría de la psicosis no se opone, entonces, al hecho de que un síntoma obsesivo
permite una estabilización en una psicosis ordinaria. Vimos en CPCT a un sujeto sin papeles,
instalado en una ambivalencia entre la identificación de un padre idealizado y el rechazo de
insignias del logro social, revelarse finalmente como megalómano delirante.
Recordemos finalmente que, el episodio obsesivo de la neurosis infantil del Hombre de los
lobos de Freud, debe ser reconsiderado a la luz de su iniciación paranoica de 1926. Dicho de
otra manera, son los sentidos y la función del síntoma que deciden la estructura, y no la
observación de un comportamiento. Hay un mundo entre la defensa contra impulsos sádicos o
perversos en un ritual conjugatorio, y golpearse la cabeza diez veces por día contra las
paredes para resistir a un impulso suicida.
Lacan nos ha sensibilizado en esta distinción de sentido y de la estructura en su “Introducción
a la edición alemana de un primer volumen de Escritos”,9 particularmente cuando se trata de la
neurosis obsesiva, ya que afirma que un caso de neurosis obsesiva no enseña nada sobre
otro caso del mismo tipo. Es decir, hasta que punto el sentido y la función del síntoma no son
legibles a priori a partir de standards y parámetros que de ordinario se ligan a la obsesión.
El asunto es de importancia ya que se trata de saber si le damos ocasión al sujeto de vencer
sus defensas, de apurarlas, como decimos, para hacer advenir un deseo reprimido o, si por el
contrario, los estabilizamos, y también los alentamos, en aquello que hace objeción, como en
una duda permanente, en un pasaje al acto.
El síntoma al femenino en Freud
No es que los ejemplos de síntomas obsesivos faltan en la clínica freudiana. Sin embargo, son
comúnmente injertados en la histeria como estructura misma de la neurosis.
A partir del momento en que Freud hace de la neurosis obsesiva un dialecto de la histeria,
tenemos que poder poner en uso en la historia de una neurosis femenina, los síntomas
notoriamente obsesivos como los rituales, las defensas, las obsesiones, durante los
momentos cruciales de la historia de la neurosis en una mujer. Es el caso del ejemplo elegido
por Freud, en sus Conferencias de introducción al psicoanálisis 10, caso informado de “la mujer
del tapiz”, que fue comentado por Esthela Solano-Suarez. 11
Nos acordamos de este ritual burlesco, donde una mujer frustrada por un marido impotente,
repite incansablemente delante de su empleada doméstica una escena que desmiente el
fracaso de las relaciones sexuales de la noche de bodas: la prueba es una mancha roja sobre
el tapiz, simple desplazamiento de marcas de la desfloración y “que un olvido eterno de
cama”, como diría Mallarmé, no puede abastecer más. En los dos casos, Freud recurre a un
cliché que hace proceder a los trastornos de carácter y las manías domésticas, de una
frustración en donde el hombre es responsable en la pareja. El esquema parece ser aquel de
las neurosis dichas actuales, diferenciadas por Freud de las psiconeurosis en los años 1895.
E. Solano ha vuelto a centrar ese caso, sobre la función de la mirada del Otro, particularmente
del Otro mujer, para acentuar el fantasma irrisorio del hombre.
No obstante, los ejemplos de este tipo están lejos del análisis de una neurosis infantil y de sus
avatares de la vida adulta, como es el caso de la neurosis del Hombre de las ratas.
En 1913, Freud describe un caso del cual se interesa en 1911, que en realidad era una carta a
Ferenczi.12 En este caso, los síntomas obsesivos descritos son puestos sobre la cuenta de
una regresión de la libido a una etapa del desarrollo de la sexualidad. La localización no es
para nada estructural. Se trata de una mujer frustrada de las dichas de la maternidad, en
razón de una esterilidad del marido. Las relaciones sexuales se hicieron más escasas, la
mujer des-idealiza al marido. Se abstiene de las relaciones sexuales, su libido regresa al
estadio sádico-anal aislado por Freud del siguiente artículo de Jung: “Odio y erotismo anal” 13.
Freud pone de relieve, sobre todo, el hecho de que los síntomas obsesivos aparecen
tardíamente en el curso del matrimonio. La neurosis precede a un trauma seguido de una
histeria de angustia. En ese caso, Freud pone en cuestión su tesis según la cual, la neurosis
obsesiva es un dialecto de la histeria, es decir, un documento escrito en dos lenguas distintas,
pero con un contenido idéntico. En el caso presente, la neurosis obsesiva es una segunda
experiencia que desvaloriza completamente a la primera, en vez de ser una nueva reacción
del traumatismo de la histeria. Acá también es la impotencia del marido que provoca la serie
de síntomas. Una esterilidad del hombre la priva de hijos, lo que reactiva su insatisfacción; las
relaciones conyugales se deterioran, el hombre ya estéril deviene impotente; la vida sexual
regresa por desvalorización de la vida genital a un estadio anterior: la organización dicha
sádico-anal.
En esa época, Freud esperaba absolutamente hacer distinguir la existencia de pulsiones
parciales, es decir, un modo de goce exclusivo del genital. Resulta de este mecanismo, una
neurosis de carácter, que Freud atribuye a una frustración de goce sin gran originalidad a la
mirada de los clichés concernientes a las mujeres contenciosas, quisquillosas,
argumentadoras y mezquinas. Sólo el rasgo de avaricia destaca una relación con el objeto
correlacionado con el erotismo sádico-anal. Sin embargo, es la reacción a esta pulsión, es
decir, su negación que, bajo la forma de duda y de formación reactiva, es el problema de la
neurosis: reencontramos el conflicto entre la hipermoralidad del lado de la defensa de amor de
objeto, y el odio contra ella. Freud trata entonces, en términos de desarrollo de estadios y de
regresión, una posición subjetiva que estaba hasta aquí articulada de manera más estructural,
a saber, a partir de significados religiosos. Es el caso, particularmente, del artículo
fundamental “Acciones compulsivas y ejercicios religiosos” que contienen numerosos
ejemplos de rituales femeninos, todos ellos relativos a lo imposible de la relación sexual. 14
Parece que este período (1907-1914) es rico en observaciones sobre los síntomas femeninos,
como atestiguan las cartas a Jung. Sin embargo, sus descripciones se alojan fragmentarias y
no alcanzan el paradigma del Hombre de las ratas.
Es la ocasión de profundizar las afinidades de las neurosis femeninas con la religión. Un caso
de Hélène Deutsch arroja la idea. Se trata de una maestra de escuela católica que, “en el
momento de su análisis, había intentado escaparse del mundo convirtiéndose en novicia de
un convento”.15 Parecía presentar un cuadro de estupor catatónico. De hecho, su cuerpo no
debía ser tocado por miedo a ensuciarse al contacto con el otro. Un grave delirio de tocar
genera una serie de rituales conjugatorios, de prohibición, de inhibición, de anulación, etc.,
absolutamente característico de la defensa obsesiva contra las tentaciones onanistas y
sádicas.
H. Deutsch despliega las categorías en uso de los años treinta, concernientes al desarrollo de
la libido, la regresión sádico-anal y la autopunición. Entre el onanismo y las pulsiones de
muerte, toda la gama de síntomas se encuentran ordenados por la severidad implacable del
superyó. Las tendencias destructivas de la persona, sufren la inversión característica de los
avatares del sentimiento de culpabilidad: el masoquismo interior y las tendencias ascéticas
dominan el sadismo exterior. El recurso de un vocabulario prestado de la energética en
términos de conflictos de fuerza no despeja, por lo tanto, nada específicamente femenino.
Es verdad que años más tarde, H. Deutsch, verá en el masoquismo una característica de la
libido femenina, un punto de vista muy polémico y más en el hecho de que las pulsiones
pregenitales y la culpabilidad dejan poco lugar al inconsciente. Es el inconveniente de una
teoría de estadios de la libido. El goce pulsional oculta toda referencia al deseo, término mayor
en el desciframiento de la obsesión en el Seminario V de Lacan. 16 La equivalencia de la culpa
sexual y de la contaminación, hace ciertas parte de la sintomatología obsesiva en los niños.
En la paciente, el origen de las obsesiones remontan al episodio de juegos sexuales con el
hermano muerto después de la sífilis; la paciente, niña, se atribuye la responsabilidad: “sus
dedos sucios, es decir, contaminados por el onanismo, contaminarían al mundo entero por la
sífilis”17, una extrapolación que autoriza a todas las especulaciones sobre aquello que Lacan
condensó en el matema º 0.
Más convincente del aspecto de la especificidad femenina, es la escapatoria de esta cura al
resultado terapéutico mínimo. La paciente toma finalmente el velo. Se desembarazará de su
sentimiento de culpabilidad en la religión: “Una sublimación lograda (…). Rezos y penitencias
devenían el sustituto de los ritos obsesivos aparentemente absurdos”. 18 ¿Es la pobreza de la
doctrina de la feminidad que explica ese resultado o la gravedad del caso que, fuera del
discurso, no encuentra solución al lazo social más que en la iglesia?
Se nos hace difícil creer que una sintomatología tal sea el producto de lo reprimido. En todo
caso, un tal odio de la sexualidad y una intensidad tal de la necesidad de arrepentimiento
quedan inabarcables por el psicoanálisis. El caso, es una iniciación por cerrar más de cerca la
afinidad del goce femenino con el Nombre de Dios; pero sabemos que, según Lacan, es más
bien la experiencia mística quien invita.19
Lacan mostrará, en los años 55-60, la insuficiencia de una teoría de la fijación y del desarrollo
en su crítica de los conceptos de ambivalencia y de agresividad pre-edipiana, que algunos no
habrán cesado de promover en la continuación de Melanie Klein de los años cincuenta. Lacan
va en contra de esta orientación. Como para la histeria, es el esquema L 20 el que va a servir de
encuadre conceptual al desciframiento del deseo obsesivo, que pone en función la estrategia
del sujeto en relación con el Otro: no sostener el deseo sino apuntar a su destrucción y su
anulación. En los años 1957-58, Lacan precisará de esta función del gran Otro en la neurosis
obsesiva femenina.21

El caso de M. Bouvet
Es a partir del artículo de Bouvet, 22 que Lacan elaboró lo esencial de su reflexión sobre la
obsesión femenina. El desciframiento de este caso, se realiza en principio en el Seminario V, y
más precisamente en el capítulo xxv del Seminario V, “La función del falo en la cura”, después
Lacan vuelve a la puesta en juego en el Seminario VIII, siendo el manejo de la transferencia. 23.
De hecho, la menor correlación entre un tipo neurótico y la feminidad pasa necesariamente
por el complejo de castración y la disimetría, que induce a la mujer en relación al varón. Para
Bouvet, es la envidia del pene que parece causar el punto del llamado a la neurosis obsesiva.
El sujeto referido es una mujer de cincuenta años, casada y madre de dos hijos. Los síntomas
de la paciente ponen claramente en evidencia un tipo de agresividad específicamente
obsesiva, caracterizada por obsesiones con tema religioso que tienen una apariencia
compulsiva., es decir que se le imponen de manera incoercible en contradicción formal a sus
convicciones. Es la hipermoralidad y la lucha contra las tendencias perversas que caracterizan
a la neurosis obsesiva, conforme a la definición de Freud: “La moral se desarrolla a costa de
las perversiones que ella reprime”. 24 Es porqué las obsesiones solas no caracterizan a la
neurosis obsesiva: es necesario el conflicto moral.
Esta mujer es la pieza de pensamientos que asedian el alma, “disarmonías en cuanto al
alma”, según la fórmula de “Televisión”25. La lista de obsesiones: inquietud obsesiva de haber
contraído sífilis, obsesiones infanticidas (motivo de prohibición de matrimonio de su hijo
mayor).
Estas obsesiones comenzaron desde su casamiento y se agravaron cuando buscó bajar sus
posibilidades de embarazo. Pero ya a los siete años, la niña estaba parasitada por la idea de
envenenar a sus padres; debía dar tres golpes sobre el parqué y repetir tres veces: “yo no lo
pensé”. En la pubertad, tuvo la obsesión de estrangular a su padre y de esparcir agujas en la
cama de sus padres para pinchar a su madre.
En esta época, la paciente tiene vergüenza de su padre y vive dolorosamente la educación
religiosa que le impone la madre. Son sobre todo las obsesiones de tema religioso que
focalizan el interés de Lacan, particularmente las frases injuriosas o escatológicas, las
blasfemias, los pensamientos profanos. Insulta tanto a Dios como a la Virgen y agrega: “Odio
la coerción de donde ella venga, de un hombre o de una mujer. Las injurias que se dirigen a la
virgen, las he pensado seguramente sobre mi madre”. 26
Lacan retiene, particularmente, una imagen impuesta: la imagen de órganos genitales
masculinos en el lugar de la hostia. El temor de una condenación consecutiva, da a sus
defensas el aspecto de esta “armadura de hierro”, comparable a aquella que es señalada por
Lacan sobre el Hombre de las ratas. 27
Las coordenadas edípicas de la paciente no dan cuenta enteramente de la intensidad de sus
obsesiones, ni de la ambivalencia en consideración de la madre, ni de los reproches dirigidos
a su padre en razón de su sumisión a la madre. Remarcamos sobretodo, la transferencia de
esta agresividad sobre la persona del analista. “Soñé que destrozaba la cabeza de Cristo a
patadas, y esa cabeza parecía la de usted”. 28
Asociando, ella cede al siguiente recuerdo: “Paso cada mañana, para ir a mi trabajo, delante
de un negocio de aparatos fúnebres donde están expuestos cuatro Cristos. Mirándolos, tengo
la sensación de caminar sobre sus penes. Experimento una suerte de placer agudo y de
angustia”.29
Todas las insignias de la fuerza del hombre, hacen del objeto, una degradación agresiva. La
niña ataca al pene: como aquel que no tiene por una parte, y por otra, como símbolo de la
fuerza que le falta para asegurar su independencia en relación al deseo de la madre. Aquella
la controló toda su vida.
Bouvet resume ese fantasma en la oposición kleiniana de la agresividad oral. Por ejemplo, en
relación a un sueño en donde sus propios senos son transformados en penes: “¿no recuerda
sobre el pene del hombre, la agresividad oral dirigida primitivamente contra el seno
materno?”.30 No obstante, la observación pone muy poco en relieve la pulsión oral, salvo en
dos puntos correlacionados por la palabra: en primer lugar, ella se calla en análisis, en
segundo lugar, sueña en estrangular a su padre.
Lacan adherirá en distinguir esta omnipotencia de la palabra del objeto parcial, seno o pene. 31
En el mismo contexto, Lacan descalifica un análisis fundado sobre el tener y la frustración,
oponiendo el ser del sujeto y sus identificaciones.
La regresión a lo pregenital no explica nada: la afirmación de la paciente de la omnipotencia
del falo está absolutamente correlacionada con su revuelta contra el saber supuesto de su
analista. Ella lo hace callar. La intolerancia del significante del Otro, particularmente el de la
voluntad maternal, enmascara al mismo tiempo un odio del padre que no tiene nada de
pregenital.
Bouvet cree leer a libro abierto en los afectos transferenciales, lo que ha sido la relación de la
paciente con su padre. Sin embargo es la intolerancia de la interpretación y la transferencia
negativa que están en el centro de la observación.
El análisis de Bouvet, no se apoya más que en la envidia del pene y en la castración
masculina. Este cliché, no tiene nada de discriminatorio en cuanto a la elección de la neurosis.
En su lugar, Lacan hace girar la cura no sobre la envidia del pene y el deseo de ser un
hombre, sino sobre el deseo de la madre y del falo como significación del deseo. En la
infancia, la persona ha sido el objeto del deseo de la madre: numerosas escenas describen su
dependencia a la vez vital y pasional. Lo que destruye es esta dependencia de la imagen
fálica deseada por la madre. De hecho, ella está en rivalidad no con el padre, ni con la madre,
sino con un deseo más allá de ella, que es el falo. Lacan aplica la ley general del deseo
obsesivo: “destruir los signos del deseo del Otro”; en este caso, es ella misma quien destruye
en tanto que identificada a esos signos. “Eres tu-mismo a quien destruyes; eh aquí lo que
habría faltado hacerle reconocer”. 32
El problema no es entonces el tener o no ese falo, sino el serlo. Así está en rivalidad con su
marido, en tanto que el marido es el falo. En esa época, Lacan maneja la dialéctica del ser y
del tener, y el deseo de reconocimiento, esta dialéctica vale tanto para el hombre como para la
mujer. De hecho, en general el neurótico quiere serlo: es el caso de la paciente.
En la provocación que ella manifiesta con los hombres vistiéndose sexy, fetichizado su cuerpo,
especialmente con zapatos de taco cuyo precio entra en concurrencia con la tarifa de las
escenas, ella es el falo. Lacan se refiere al análisis de la farsa descrita por Joan Rivière. 33 Una
variante de la evasión asimilada a una coquetería, caracteriza a una paciente que cubre a los
hombres su trampa y su agresión imaginaria: “buscaba, sobretodo, tomando la máscara de la
inocencia, asegurar su impunidad. Era, verdaderamente, una anulación obsesiva de su
artilugio intelectual, los dos aspectos formando “la doble acción” de su acto obsesivo, su vida
entera, no habiendo sido más que una alternancia de actividad masculina y femenina.” 34 Joan
Rivière, hace así compatible una simulación de seducción con la denegación de un fantasma
de omnipotencia fálica.
La paciente de Bouvet se presenta también “como teniendo aquello que sabe perfectamente
no tener”.35 En este caso, es el odio al hombre y la destrucción de las insignias de fuerza que
están en primer plano: es imaginable que ese término de destrucción, utilizado tan seguido por
Bouvet, sea utilizado por la paciente misma.
De hecho hay dos farsas: una que finge ser el falo, encontrando fetiches en su cuerpo para
engañar al deseo masculino en la evasión, la otra, que niega tenerlo, en una concurrencia
rival, robada como por contrabando, en una agresiva provocación. Esta última, destruye la
imagen fálica en una burla obscena; borra la anulación misma de la cosa, por esta
obscenidad. Este redoblamiento de la anulación de marcas es la traducción que Lacan da a la
Ungeschechenmachen de Freud (palabra por palabra: hacer que eso no haya pasado). Este
modo de anulación hace al objeto de la lección del 14 de marzo de 1962, en “El Seminario,
libro IX, La identificación” (inédito). Hace falta decir todavía que, el afecto de odio por él
mismo, no es discriminador en cuanto al tipo clínico. Además, el pasaje de una farsa agresiva
a la otra es siempre posible en la historia del sujeto, como testimonio de la historia amorosa
de los adolescentes.36 Haremos la misma observación tratándose de la identificación al falo,
que vale para la neurosis en general y no sólo para la neurosis obsesiva; es la estrategia en
relación al deseo del Otro la que es determinante.
La neurosis obsesiva se caracteriza por el desfallecimiento y el afánisis del deseo, porque
destruyendo el deseo del Otro, es el suyo mismo que el sujeto bate. Siendo que Lacan hace
sostener todo sobre el ser en detrimento de un imaginario de la posesión, la estrategia de
Bouvet le parece incoherente. Bouvet hace dádiva a su paciente del falo, que le falta contar
como una madre complaciente. A este presente, responde enviándole a su propio hijo a
análisis. Esta generosidad reduce la angustia, pero los síntomas no se mueven.
El interés de la observación de Bouvet, reside en el hecho de que él cree fundar una
especificidad de la neurosis obsesiva femenina; lo pregenital y la envidia del pene sostienen el
anuncio de la época. Lacan sostiene como lo más fundamental, la relación con la palabra y
particularmente el estatus del verbo y del reservorio de significados que es Cristo-rey. Es esta
omnipotencia el objeto de la destrucción.
El pequeño fi de la blasfemia
Bien entendido que la estructura significante del goce está en primer plano de la observación.
Podemos comparar los intervalos significados a un agujero, a una abertura, que encontramos
en la fobia. Es la presencia real del goce. El significado religioso encuadra el uso obsceno de
la palabra. En misa, la paciente de Bouvet escucha: “abran vuestros corazones” que ella
encadena con: “abrí tu ano”.
Es esta degradación del falo, puntúa fi pequeña, que Lacan formalizará cuatro años después
en su Seminario VIII con la escritura A Y (a, a´, a´´, a´´´…) 37. La fórmula concuerda con la
degradación del falo simbólico en la paciente: se ofrece a la demanda obscena del Otro,
cerrándose al amor; el significado de la falta en el Otro es llevado a la pulsión anal como
encarnación, justamente, de la demanda.
Por otra parte, esta degradación del objeto pone su acento de perversión en la obsesión.
Podemos leer bajo este ángulo a las novelas eróticas de Georges Bataille, acumulando las
escenas de degradación del objeto femenino entre Misa negra y sacrilegio. En Mi madre y en
Señora Edwarda está específicamente manifestada la equivalencia del sexo abierto y de Dios.
Pero es sobretodo Historia del ojo que presenta más analogías con la obsesión de la paciente.
Bataille se complace en los escenarios de profanación de la hostia: “justamente, aguanta el
Inglés, esas hostias que ves son el esperma de Cristo en forma de tortitas”. 38
Una nota biográfica suministra una de las claves de la novela: Bataille hace el relato de la
degradación real de su padre enfermo y ciego. Las palabras obscenas del padre delirante,
mezcladas con las escenas de humillación, sufren una conversión erotizada formando un
nudo de goce transgresivo sobre un fondo teológico.
Nos eximiremos aquí de los debates sobre el misterio de la transubstanciación que, siendo
bien conocidos de Bataille y ciertamente de Lacan también, a saber, que la hostia es bella y es
bien el cuerpo real de Cristo y no su símbolo; pan y vino se convierten en carne de Cristo:
discusiones infinitas resultarán desde el Concilio de Latrán en 1925, luego el Concilio de
Trento en 1551.
Los Cristianos de Oriente y los ortodoxos se preocuparán de este “metabolismo”, después los
Protestantes. La paciente se hace el eco en su religión privada. ¿Puede el excremento ser
asimilado a una parte del cuerpo de Cristo? (las especulaciones del Hombre de los lobos,
sobre el revés de Cristo, actualizan las mismas polémicas).
Sólo queda que, el revestimiento perverso del fantasma en el obsesivo, es un favor de una
frecuencia más grande de la obsesión sexual en el hombre, tanto más cuanto que es el sexo
débil en relación a la perversión. En Freud, es la disimetría del complejo de castración, la
represión de la sexualidad en uno, el superyó en el otro, el trauma de la seducción pasiva en
la niña opuesta a la actividad sexual precoz del varón. La paciente de Bouvet, hace
justamente la excepción: de chica, tuvo una actividad sexual precoz con niñas, un esquema
“activo” mucho más determinante que los traumas anteriores.
Podemos también adelantar otras razones: a partir del Seminario XVI, De un Otro al otro,
Lacan introduce la variable del saber, su relación con el goce y su disimetría en los dos sexos:
nosotros no estamos más en la dialéctica del deseo del Otro que resume un pasaje de
“Subversión del sujeto y dialéctica del deseo…” 39. Los dos términos del fantasma explotaron. 40
Es cierto que Lacan pone a la mujer del lado de la insatisfacción y del sin crédito de su
manejo.
Ahora bien, encontramos el mismo binario en El Seminario XVI, pero articulado en los
términos de los cuatro discursos: en particular S1 y S2 como términos del saber.41
En respuesta a los puntos del goce, el obsesivo negocia un trato con el Otro, excluyéndose
como amo (contrariamente a lo que creemos). Su relación con el saber queda marcada por la
prohibición. Sólo se autoriza a partir de un pago siempre repetido. Es la deuda interminable.
La forma histérica es opuesta, y se encuentra especialmente en las mujeres, es por esto
justamente que no se toma para La Mujer. Esta definición de la mujer como una “entre otras”
hará el giro del Seminario XX; la mujer no existe como La; su goce no está completamente
barrado por el Uno fálico.
La operación matemática que “sustrae el a al Uno absoluto del Otro”, arroja la relación sexual
a un punto infinito. El argumento matemático es difícil; especula sobre la serie de Fibonacci. 42
Lacan no adelanta todavía la hipótesis del goce suplementario, pero ya no se contenta con
clichés clásicos sobre el rechazo de su goce. Es sobre todo que la histérica “promueve el
punto al infinito del goce como absoluto”. Lo cual es una razón para que “rechace a cualquier
otro”.43
En contraste, es la estrategia obsesiva de la estructura repetitiva de la anulación-restitución,
que pone sobretodo a la a chiquita en serie. Podríamos, para simplificar, buscar una atadura
específicamente obsesiva de RSI, tendríamos entonces, como especificidad de lo real, al
problema de un goce imposible de alcanzar y contra el cual, el sujeto se protege como una
fortaleza a lo Vauban. Para lo simbólico, es la inflación del gran Otro, y del amo. El obsesivo
no puede tomarse como el amo “pero supone al amo saber lo que quiere él”. 44 Y lo anula
perpetuamente. Para lo imaginario, la fortaleza narcisista del obsesivo coincide con su
mortificación: así está él en su procrastinación.
En cuanto al objeto a, Lacan mantiene menos las características del objeto anal, que aquellas
de la mirada y de la pulsión de “hacerse ver”, donde se concentra la generosidad obsesiva:
dar a ver una imagen de sí mismo. Los diferentes Seminarios acentúan respectivamente al yo
(moi), significándole, el objeto mirada. El caso de Bouvet será paradigmático en este aspecto.
Para volver a los ejemplos, podemos encontrar muy restrictivo el cuadro clínico precedente,
tanto está marcado por la educación religiosa y otras determinaciones simbólicas obsoletas,
que no podemos exigir del sujeto contemporáneo tener obsesiones religiosas estructuradas
como las elucubraciones del Concilio de Latrán.
La madre y el hijo
Tratándose de obsesiones femeninas, es frecuentemente sobre el objeto niño que los
síntomas se cristalizan. Ambivalencia e ideas de muerte. Freud mismo hace resaltar, sin
embargo, que las defensas específicamente obsesivas del tipo formación reactiva, aislamiento
y anulación de la agresividad no son específicas. Es así la ambivalencia en la histeria. “El odio
contra una persona amada es dominada por un suplemento de ternura y de aprehensión
ansiosa en su aspecto (…). Por ejemplo, la mujer histérica que trata a sus hijos, que en el
fondo odia, con una ternura excesiva, no deviene por ello más amante en el conjunto que las
otras mujeres, ni tampoco más tierna con otros niños. En la histeria, la formación reactiva se
sujeta con tenacidad con un objeto determinado, sin alcanzar el nivel de una disposición
general del yo (moi). Lo que caracteriza a la neurosis obsesiva es precisamente esta
generalización, la relajación de las relaciones de objeto, la facilidad más grande con la que se
efectúa el desplazamiento en la elección de objeto”. 45 Una madre que no quiere ser tal y que
abandona a su hijo, es lo que Lacan llama una madre fálica, tal Clytemnestre en el Electra de
Giraudoux.46 La categoría de obsesivo o de histérico es, aquí, secundaria.
Un ejemplo: una mujer de una cuarentena de años, madre de dos hijos, está paralizada por
una inhibición. Es periodista y no puede escribir en su nombre: no puede escribir más que por
otro, quien siembra sus frutos del éxito y cobra en su lugar. Esta dependencia que le aliena el
producto de su trabajo la subleva; despierta esa rabia femenina donde su deseo de
reconocimiento está frustrado. Se oscurece, su nombre no aparece nunca. De pronto, no sólo
no escribe más para este autor sino que, arrojando al bebé con agua de baño, tampoco
escribe más para ella. Se borra, en sentido estricto, borrándose su nombre, que es aquel de
su padre y no el de su marido.
Al mismo tiempo, piensa en un accidente que podría pasarle a su hija mayor. Las condiciones
del nacimiento de ésta, provocaron un sentimiento de extrañeza en ella, como si su hija no le
perteneciese, como si ella no fuese su prolongación o su imagen. La paciente queda a
distancia de su propia imagen; en su división, se construye una imagen de madre totalmente
artificial.
Es la mayor de una hermandad, en la cual los varones tardarán en llegar para el padre, y de
pequeña estuvo mucho tiempo aterrorizada por los gritos de este último. “Todas tontas”, decía
el padre, en el lugar del parentesco femenino. Una fórmula significativa fue, particularmente,
aislada y descifrada: la ambigüedad: los gritos del padre, el “escrito” del padre. Tuvo que
trabajar duro para levantar la minusvalía, hacer estudios y ganar sus títulos por saber.
El éxito profesional, considerado como una proeza viril, causa un vaciamiento que parece
verificar el paradigma obsesivo; el sentido goce que concede al nombre del autor, sostiene
una inflación fálica imposible de soportar: se anula ella misma y se elimina de la escena
literaria, lo que hace a su frenesí narcisista compatible con su modestia. La atadura de una
inhibición intelectual, en el lugar de ideales superyoicos contrariados por el veredicto paternal
y el conflicto que encarna la presencia del hijo, va en el sentido del síntoma. Duda; y en su
pensamiento, su equivocación. Sin embargo no hay ninguna degradación del falo en este
caso.
Diremos, también para ella, lograr hacerse el hombre; este paradigma da suficiente cuenta de
la inhibición del pensamiento por el conflicto, que fuerza entre maternidad y feminidad;
¿autopunición y pulsión mortífera? Apostaremos, más que nada, por los conflictos
contemporáneos de la identificación…
No intentamos, en todo caso, analizar “la defensa antes que la pulsión” según el cliché
consagrado, sino mas bien interrogar la insatisfacción del deseo de nuestra “escritora”,
orientándolo sobre el parasitaje de su pensamiento, más que sobre las dificultades relativas al
hijo.
Lo que parasita a la paciente es sobre todo, su nombre propio. Ese apellido tomado al pie de
la letra, la importuna: contiene el significado de un exceso, de una cantidad suplementaria;
ese significado le estorba. Sacrifica mucha energía para llevarlo. Sucede que se juega
significados del apellido como de una blasfemia por apaciguarse. En el sentido de sus
síntomas “obsesivos”, la paciente no está ritualizada, no tiene impulsiones, ni culpabilidad; no
confundamos la inhibición del amor por el odio en la neurosis obsesiva, con una demanda de
amor disgustada…Aquí, la ambivalencia es relativa al deseo del padre que ella sostiene, y no
a su destrucción.
Las apuestas en la dirección de la cura
Tratándose de puestas en juego de la dirección de la cura, vemos el interés que hay para
distinguir una estrategia de la reivindicación fálica y de la insatisfacción, de una estrategia de
desgaste, en la que el sujeto se consume mortificándose: “nada más difícil que poner al
obsesivo al pie del muro de su deseo”.47 Es, de hecho, como imposible que ella lo sostenga.
Es entonces, mayormente en el caso de la obsesión, que la respuesta a la demanda es la
menos apropiada. Es en estos casos, que medimos hasta que punto un análisis conducido a
partir del don de la palabra o de la reparación es caduco; transforma al psicoanálisis en
religión, lo cual es el colmo para el sujeto obsesivo: de una religión, hacer dos.
Y también, en la puesta en guardia relativa a la demanda del falo, la cual no es aconsejable
ceder para no fijar al sujeto a su descomposición. 48 Lacan hace aún, ciertamente alusión a
Bouvet y a su ausencia de distinción entre deseo y demanda.
No es imposible pensar que, vista la polémica política que tuvo lugar, pues, en la SPP, Lacan
se haya servido del caso Renée como paradigma, lo cual no se debe hacer: compensar,
satisfacer una demanda de reconocimiento, proponer una asignación (a la inversa de la
vacilación calculada por la histérica), tantos problemas que el pasado volvió sensibles, y a los
cuales Esthela Solano consagró algunos artículos. Hay entonces, probablemente, una
incidencia de desciframiento lacaniano de la neurosis obsesiva femenina sobre los principios
generales de la dirección de la cura, y es una buena razón para enriquecer a la clínica. En lo
que concierne a la actualidad del tipo clínico, podemos pensar que los parámetros de la
neurosis obsesiva femenina, habitualmente retenidos, se sazonaron: una atmósfera de
bondades y de conventos rodea los casos de la literatura clásica. La ideología feminista, la
lucha de los sexos y el aire del tiempo, vienen a amortiguar las diferencias estructurales
estrictas y dan más amplitud a la reivindicación fálica ordinaria que a una blasfemia. La
destrucción de insignias de el Uno fálico no limita forzosamente en favor de la obsesión; tanto
la paranoia como la histeria pueden encontrar sus registros. Es verdad que la introducción del
significado Dios en el goce femenino, a partir del Seminario XX, Aún 49 podría relanzar el
debate.

* Serge Cottet es psicoanalista, miembro de la Escuela de la Causa freudiana.


1. Lacan J., El Seminario, Libro XVI, De un Otro al otro (1968-1969),París, Le Seuil, 2006, p.386.
2. Freud A., El yo (moi) y los mecanismos de defensa, Paris, PUF, 1967.
3. Fenichel O., Problemas de técnica psicoanalítica, París, PUF, 1953.
4. Horney K., La psicología de la mujer, París, Payot, 1969.
5. Abraham K., Obras Completas, Tomo I, París, Payot, 1965, p. 116-122.
6. Lagache D., “Duelo patológico”, El psicoanálisis, 2, 1956, p. 45-74.
7. Segal H., “De un sistema delirante como defensa contra la repetición de una situación catastrófica”,
Nueva revista de Psicoanálisis, 10, 1974, p. 89-106.
8. Millar, J-A, conferencia-debate trascrito de: Aubert, J. “Sobre James Joyce”, suplemento Analytica, 4, al
Ornicar?, 9, 1977, p.16.
9. Lacan, J., Otros escritos, “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de Escritos”, París, El
Umbral, abril 2001.
10. Freud S., Conferencias de introducción al psicoanálisis, París, Gallimard, 1999, Decimoséptima
conferencia, “El sentido de los síntomas”, p.329-348.
11. Solano E., “Neurosis obsesiva y feminidad”, Revista la causa freudiana, 24, junio 1993, p.16-20.
12. Freud S. –Ferenczi S., Correspondencia, Tomo 2, París, Calmann-Levy, 1992, p.263.
13. Freud S., “La disposición de la neurosis obsesiva”, Neurosis, psicosis y perversión, París, PUF, 1973.
14. Freud S., “Acciones compulsivas y ejercicios religiosos”, Neurosis, psicosis y perversión, París, Le Seuil,
1973, p.137.
15. Deutsch H., El psicoanálisis de las neurosis, París, Payot, 1970, p.105.
16. Lacan J., El Seminario, Libro V, Las formaciones del inconsciente, Paris, Le Seuil, mayo 1998, ver
particularmente el capítulo XXIII.
17. Deutsch H. El psicoanálisis de las neurosis, ob.cit., p.111.
18. Ibid, p.113 (agradezco a Lilia Mahjoub que me recordó esta referencia).
19. Lacan J., El Seminario, Libro XX, Aún, París, Le Seuil, 1975.
20. Lacan J., Escritos, París, El Umbral, 1966, p.904.
21. Lacan J., El Seminario, Libro V, Las formaciones del inconsciente, París, Le Seuil, p.388.
22. Bouvet M., “Efectos terapéuticas de la toma en conciencia de la envidia del pene en la neurosis obsesiva
femenina”, La relación de objeto, Neurosis obsesiva, Despersonalización, Obras psicoanalíticas, Tomo 1,
París, Payot, 1950.
23. Lacan J., El seminario, Libro VIII, La transferencia, París, El Umbral, 1991, p.290, 303 y sq.
24. Freud S., Los primeros psicoanálisis, Minutos de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, París, Gallimard,
1976, Tomo 1, 1906-1908.
25. Lacan J., Otros escritos, ob. cit., p.51.
26. Bouvet M., La relación de objeto…, ob. cit. P.51.
27. Lacan J., El Seminario, Libro VII, La ética del psicoanálisis, París, Le Seuil, 1986, p.239.
28. Bouvet M., La relación de objeto…, ob. cit., p.58.
29. Ibid.
30. Ibid., p.55.
31. Lacan J., El Seminario, Libro X, La angustia, París, Le Seuil, mayo 2004, p.331.
32. Lacan J., El Seminario, Libro V, ob. cit., p.454.
33. Rivière J., “La feminidad en tanto que farsa”, El psicoanálisis, tomo 7: “La sexualidad femenina”, París,
PUF, 1964, p.261.
34. Ibid.
35. Lacan J., El Seminario, Libro V, ob. cit., p.453.
36. Cottet S., “El sexo débil de los adolescentes: sexo-máquina y mitología del corazón”, La causa freudiana
n·64, París Le Seuil, 2006, p.67-75.
37. Lacan J., El Seminario, Libro VIII, ob. Cit. P.299
38. G. Bataille, Historia del ojo, 10-18, p.112.
39. Lacan J., “Dialéctica del deseo y subversión del sujeto en el inconsciente freudiano” Escritos, ob. Cit.,
p.813-14 particularmente.
40. Ibid., p.824.
41. Lacan J., El Seminario, Libro XVI, De un Otro al otro, París, Le Seuil, 2006, p.335.
42. Ibid., p.335-336.
43. Ibid., p.335.
44. Lacan J., El Seminario, Libro XVI, ob. Cit., p385.
45. Freud S., Inhibición, Síntoma y Angustia, PUF, p.86.
46. Lacan J., El Seminario, Libro X, ob. Cit. P.144.
47. Lacan J., El Seminario, Libro VIII, ob. Cit. P.300.
48. Lacan J., “Discurso al EFP”, Otros escritos, ob. Cit., p.261-281.
49. Lacan J., El Seminario, Libro XX, Aún, París, Le Seuil, 1975, capítulo V.

También podría gustarte