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La sangre de Pasolini

Los análisis del ADN de la sangre de los asesinos no han dado el esperado resultado y no han
podido ser atribuidos a nadie. La investigación del crimen del poeta había vuelto a abrirse a
petición de Walter Veltroni, ex Alcalde de Roma y ex comunista, en virtud a los avances
científicos con una carta abierta al Ministro de Justicia publicada en el Corriere della Sera el 2
de Marzo de 2010. Desde entonces, y durante más de seis años, la policía científica italiana ha
analizado los cinco diferentes ADN hallados en la ropa de Pasolini que se conserva en el
Museo del Crimen de Roma, y ha llevado a cabo numerosos interrogatorios con treinta y siete
personas sin resultados concluyentes. Es la cuarta vez que el “caso Pasolini” se cierra sin
resultado; significativamente ha querido la judicatura que fuera antes del aniversario de la
muerte del poeta que el 2 de noviembre, día de los muertos, cumple cuarenta años. Crimen en
una noche sin luna que, hoy más que nunca, es una herida abierta que explica la historia
reciente de Italia.
Mientras, el único condenado por el crimen, Pino Pelosi, primero asesino confeso y luego, al
cabo de los años y condena, perjuro que se dice inocente y que cambia de declaración según
pasa el tiempo, hoy vende exclusivas a investigadores y prensa. Reinsertado, trabaja de
jardinero, y el municipio de Roma le manda a limpiar el jardín en dónde levantaron un
monumento a Pasolini en Ostia, allá en mismo sitio en dónde le mataron, y él miraba, dice. En
realidad hay tres monumentos feísimos a Pasolini en distintas partes de esa localidad costera,
entre pobres viviendas comidas por la sal y niños que juegan al futbol; frente a playas que no
son públicas, y junto a desguaces y perros peligrosos. Hoy, un director italiano que ha contado
la muerte y complot al poeta en una película reciente, va a levantar una estatua de dos metros
en Ostia como Pasolini merece, una estatua “como la de Lorca en la Plaza de Santa Ana en
Madrid, tan magnífica”. Tienden a compararse sendos crímenes de Estado, y sobre ambos
parece que estuviéramos a punto de encontrar el cuerpo en uno y de poner nombre a los
asesinos del otro, pero no. Los dos fueron crímenes atroces y de maricones, de poetas. Pero
Pasolini no temía a la muerte como Lorca, y a la muerte se entregaba en los últimos años de su
vida arriesgando en el sexo y la noche, “como un perro viejo” le dijo a Moravia, pero sobre todo
arriesgando desde la primera página del Corriere della Sera con sus acusaciones a la
Democracia Cristiana, a la Mafia y a las bandas criminales fascistas. Enzo Siciliano, su
primerísimo biógrafo, vio en su muerte y crimen algo de suicido litúrgico a manos de otros y no
escribió nada sobre lo que tantos piensan fue un crimen político vestido de ajuste entre
maricas; pero, hay que decir, que ni el (in)fiel Ninetto Davoli, su enamorado y actor -que no
quiere hablar destrozado desde entonces-, ni Nico Naldini ni Graciella Chiarcossi, queridos
familiares, que saben nada les hará recuperar a Pier Paolo, quieren oír hablar del complot
político. Pero es un hecho que hubo varios implicados materialmente en el atroz crimen aquella
noche sin luna, así fue demostrado en el juicio que dirigiera el hermano de Aldo Moro, con la
condena a Pelosi por “homicidio en colaboración” y, como se vio entonces y hoy puede
imaginarlo quien tenga huevos de leer la autopsia del poeta, eso no lo hizo Pelosi solo.
Había cinco hombres. No había luna pero sí muchos faros, dos coches y una moto. Y
ventanas, muchos que vieron por ellas el crimen callaron, las chabolas en aquella escombrera
en la playa de Ostia eran ilegales, y detrás de aquella brutal paliza y crimen a voces debía
haber alguien importante: “¡Mama, que me matan!” “¡Comunista, maricón”.
Pero antes de esta muerte hubo otras muertes conectadas con el asesinato de Pasolini. La
primera, la de Enrico Mattei, de quién hicieron explotar en el aire su avión, el gran empresario
democristiano que desde la ENI, la empresa nacional de hidrocarburos italiana, quiso
desvincular al Estado desde la izquierda de las grandes multinacionales del petróleo, sobre
todo norteamericanas, enfrentándose al poder y a la mafia, para adjudicar generosas
concesiones a países del “Tercer Mundo”. Es fácil por eso imaginar la admiración del poeta por
el arrojado empresario corsario. Luego, la muerte del audaz periodista Mauro Di Mauro porque
investigaba para el cineasta Francesco Rosi la “desaparición” de Mattei en el aire para el guión
de una película, Il Caso Mattei, con Gian Maria Volonté, película que el periodista no llegó a ver
porque le hicieron desaparecer en ácido. Y también, la muerte del fiscal Scaglione, como en un
western asesinado el día antes del juicio en que iba a declarar contra los asesinos de Di
Mauro… y así hasta Pasolini, porque desde que viera la película de Rosi en 1972 se obsesionó
con el “accidente” de Enrico Mattei y se puso a escribir una novela titulada Petróleo, una de las
novelas más importantes y peor leídas del siglo XX, una novela que acabó costándole la vida y
en la que daba cuenta del asesinato de Mattei y de la estructura corrupta y oculta del poder
italiano, una novela en la que predijo los atentados de Bolonia de 1980, como en Divina
mímesis predijo su propia muerte, ambos libros publicados después de su asesinato,
inacabados, tanto en su estilo premeditado como en su naturaleza incompleta a causa del
crimen.
Es sorprendente la lista de asesinatos que han tenido conexión con la muerte de Pasolini, con
la de Di Mauro y la de Mattei. Lo extraño es que en el camino no asesinaran también al gran
fiscal Vicenzo Calia, que fue quién descubrió la relación entre las tres muertes, tan separadas
en los sumarios y cercanas en el tiempo y, sobre todo, quién descubrió la conexión de estos
crímenes con Petróleo, novela de la que, presuntamente, fue robado un capítulo de la casa del
poeta días después del crimen, capítulo titulado precisamente Lampi Sull’Enni, Luces sobre la
ENI. El mismo capítulo que hace solo cuatro años el senador Marcello Dell’Utri, famoso
bibliófilo acusado de colaboración mafiosa, socio de Berlusconi en política y aventuras
financieras, dijo haber encontrado sus setenta y nueve páginas en la Feria del Libro de Milán
para, después, desmentirlo. Cuando el robo en casa de Pasolini dijo Gabriela, la prima más
querida y fiel secretaria de Pasolini, que esos papeles u otros fueron sustraídos; hoy lo niega y
se refugia en un silencioso dolor. ¿Qué contenía ése famoso capítulo? ¿Por qué Dell’Utri, el
popular senador de opereta, se inventaría algo así? ¿Tuvo o tiene de verdad este capítulo que
podría explicar parte de la historia de reciente de Italia?
Desde el asesinato de Di Mauro una docena de periodistas han sido asesinados en Italia,
nueve a manos de la Mafia. Pero, ¿quién hay detrás de tantas muertes? ¿Quién mueve los
hilos? No es difícil saberlo, pero demostrarlo mucho y condenarlo más, sobre todo en Italia.
La muerte de Pasolini beneficiaba a mucha gente, y si era violenta mejor porque serviría de
advertencia. Un asesino a sueldo de las novelas de James Ellroy dice que cada vez que se
mata a una figura pública por encargo, de Luther King a los Kennedy, se tiene que cargar con
que se hable de conspiraciones y eso pone en peligro a los de su oficio más que con otros
encargos. En Italia no. Pero con los años, después de agotada la trama de maricas y braguetas
-¿a qué viene hacer Pasolini tantos kilómetros y semejante desvío desde la Estación Termini a
Ostia para comer una polla?- resulta muy práctico y literario decir que a Pasolini le mataron
durante la extorsión para recuperar unas bobinas robadas de Saló en Cinecittá; y aunque
probablemente las dos razones son ciertas, la de las pollas y la de las “pizzas” robadas, las dos
formaban parte de un plan bien urdido, y una y otras, actuaron como cebo.
A Pasolini lo mataron porque se había propuesto denunciar a gente muy importante de la
Democracia Cristiana, así se lo dijo por teléfono días antes de morir su amigo Dario Belleza; y
porque sabía los nombres de los asesinos de Mattei y de Di Mauro.
Pier Paolo Pasolini murió por un acuerdo intercontinental entre Andreotti, el de misa y
comunión diaria, y William Colby, el héroe de la Segunda Guerra Mundial y director de la CIA
en los convulsos años de Vietnam, el del Caso Watergate y del golpe del 11S de Pinochet en
Chile. Aunque Ford, el sucesor de Nixon, había firmado una orden presidencial prohibiendo
expresamente a los miembros de la Agencia participar en asesinatos o intentos de asesinato
de mandatarios extranjeros, poco antes del asesinato de Pasolini, con una impunidad histórica
que, podríamos decir, llega hasta el asesinato de Bin Laden, declaraba el jefe de la CIA que
sus Estados Unidos tenían derecho a actuar ilegalmente en cualquier región del mundo,
acumular investigaciones en los demás países y llevar a cabo operaciones como la intromisión
en los asuntos internos chilenos. El jefe de la CIA sería investigado después por facilitar
sesenta y cinco millones de dólares de la Agencia a la Democracia Cristiana e hizo lo
imposible, como la mafia, para evitar la entrada de los comunistas en el gobierno, y “permitió”
una retirada de lujo en Suiza de Eugenio Cefis, el heredero de Enrico Mattei en la ENI y,
precisamente, quien mandó que le hicieran estallar en el aire, y también quién bajó el pulgar
para decidir la muerte de Pasolini. Como el juez Vincenzo Calia ha demostrado, Cefis fue
fundador y maestro de la logia asesina P2, de la que formaban parte Jorge Rafael Videla y
Silvio Berlusconi. A Pasolini le obsesionaba la figura de Cefis en la historia y en la política
italiana de su tiempo. Hizo de él uno de los dos personajes principales de Petróleo con el
nombre de Troya, junto a Mattei con el nombre de Buonocore. Mauro Di Mauro lo investigó
hace cuarenta años y murió por ello, y Pasolini después. Eugene Cefis representa un papel
protagonista en las masacres italianas relacionadas con el petróleo y el poder en Italia tanto del
lado de la mafia como de los poderes internacionales. Según Vincenzo Calia, fue precisamente
por la investigación que Pasolini había emprendido para Petróleo por lo que fue asesinado. En
1977 Eugene Cefis, de repente, sale de la escena pública para retirarse a un lago helvético y,
en la intimidad, gestionar sus activos estimados en el momento en cien mil millones de liras.
Muere tranquilamente el buen hombre en el año 2004.
En el plan material del asesinato de Pasolini intervinieron los famosos capos mafiosos Totó
Riina, que ya había asesinado al fiscal Scaglione, y Benedetto Santapola, que asesinaría al
juez Falcone y a su mujer más tarde, entre otros, y que hoy cumple varias cadenas perpetuas;
pero también participaron mafiosos de Catania y Corleone.
Respecto a los ejecutores ya se sabe casi todo de todos, eran menores y fascistas, ladrones y
peligrosos. Algunos de ellos han muerto ya, como los hermanos Borsalino, que fueron
detenidos entonces, alardeando del crimen del poeta para ser contratados en otro, pero fueron
rápidamente puestos en libertad, y han muerto hace años de VIH en prisión. Y otro, acaso el
más feroz y violento, Giussepe Mastini, Johnny Lo Zingaro, que pena varias cadenas perpetuas
en prisión por otros crímenes. Los tres vinculados a la famosa Banda della Magliana, la Banda
de la Araña, que liga el submundo romano y la extrema derecha, y que aquella noche sin luna
callaron a Pasolini a golpes y por encargo, mientras el pobre paria de Pelosi miraba.
Pero hay aún hoy un hombre que sabe demasiado y que también pasea, probablemente, en el
punto de mira de la mafia. Es Silvio Parrello, uno de los chicos de la calle de Pasolini a quién el
poeta había conocido y querido siendo niño en los años cincuenta en el barrio de Donna
Olimpia, allí en dónde escribiera Las cenizas de Gramsci, y en el que se inspiraría para la
escritura de su primera novela Ragazzi di Vita y para el personaje de il Peccetto. Este ayer niño
de la calle es hoy un pintor y poeta que ha emprendido una pesquisa que le ha llevado a
denunciar el nombre del mecánico chapista que reparó el coche con el que pasaron por encima
del cuerpo de Pasolini, haciéndole estallar el corazón: Antonio Pinna; otro ragazzi di vita ligado
a la banda que después de las primeras detenciones de los Borsalino desapareció y que,
probablemente, también participó aquella noche sin luna en el crimen del poeta. Hace unos
años se le buscó por televisión a través de un Quién sabe dónde italiano. Hay quien dice que
vive tranquilamente en Roma.
A Silvio Parrello aún se le puede visitar en el barrio monteverdino, allá arriba de la colina;
todavía no le han matado, en la Via Federico Ozonam, nº 134. En un pequeño local estudio,
apenas un escritorio y paredes llenas de cuadros, ahí trabaja hace años el viejo joven, fiel a su
maestro; a su recuerdo y educación. Allí les recibirá y contará. Como a tantos, conocer a
Pasolini siendo niño le cambio la vida.

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