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SENTIDO DEL DÍA: VIERNES SANTO

El Viernes se centra en el misterio de la cruz,


instrumento de suplicio y de muerte (madero), pero
sinónimo de redención (árbol). En el hecho de la cruz se
refleja el sufrimiento de Cristo, como el amor que se
anonada, y el juicio de Dios, junto al pecado de la
humanidad, presente en el anonadamiento de Jesús por
Dios. Este día, denominado antiguamente al modo judío
parasceve (preparación), es hoy «celebración de la Pasión
del Señor». Conmemoramos la victoria sobre el pecado y
la muerte. Jesús murió el 14 de Nisán judío, que aquel año
fue viernes. La Iglesia decidió conmemorar la muerte de
Cristo en viernes, y su resurrección en domingo. La actual
celebración del Viernes Santo responde a la antigua
liturgia cristiana de la palabra, tal como la describe Justino
hacia el año 150: proclamación de la palabra de Dios, seguida de aclamaciones,
oración de la asamblea por las intenciones de la comunidad y bendición de despedida.
La liturgia de la palabra, sin eucaristía, era común en Roma los miércoles y viernes, a
la hora de nona, hasta el siglo Vl. En el Viernes Santo se celebraba, desde el siglo IV,
un oficio de la palabra propio del día, con los elementos actuales: lecturas, oraciones
solemnes, adoración de la cruz y comunión.
El viernes santo es un día de intenso dolor, pero dolor dulcificado por la
esperanza cristiana. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros no puede
menos de suscitar sentimientos de dolor y compasión, así como de pesar por la parte
que tenemos en los pecados del mundo.
La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad
cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva, e incluso se encuentra en los escritos
del Nuevo Testamento. La peregrina Egeria, describiendo las ceremonias del viernes
santo en Jerusalén el año 400 de nuestra era, nos ha dejado un relato vivaz y
conmovedor de la reacción de los fieles ante las lecturas de la pasión:
"Es impresionante ver cómo la gente se conmueve con estas lecturas, y cómo
hacen duelo. Difícilmente podréis creer que todos ellos, viejos y jóvenes, lloren durante
esas tres horas, pensando en lo mucho que el Señor sufrió por nosotros"1.
La liturgia del viernes santo presenta una síntesis de los mejores contenidos de
la devoción a la pasión de Cristo. Ahí está el espíritu de la Iglesia primitiva con su
énfasis en la gloria de la cruz; ahí el realismo, ternura y compasión de la Edad Media.
Los contenidos de todas las épocas, la piedad de la cristiandad oriental y la de la
occidental se entrelazan de alguna manera para formar un todo armónico.
Celebración de la pasión del Señor.
La celebración de la pasión del Señor tiene lugar a primeras horas de la tarde,
alrededor de las tres, hora en que Jesús fue crucificado. La liturgia se divide en tres
partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y comunión.
Liturgia de la palabra.
La ceremonia comienza de una manera escueta. El celebrante y los ministros
se aproximan al altar en silencio, hacen una reverencia o bien, siguiendo el uso
antiguo, se postran.
La primera lectura (Is 52,13-53,12) nos presenta al "siervo paciente", figura
profética en la cual la tradición cristiana y el mismo Nuevo Testamento han reconocido
a Cristo. Cristo en su pasión es, efectivamente, el "varón de dolores" que con tanta
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Egerids Travels 138.
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fuerza describe este poema. En él se contiene todo: sus humillaciones y sufrimientos,


el rechazo por parte de su pueblo, su muerte redentora; incluso los detalles de las
narraciones de la pasión, por ejemplo: "Fue traspasado por nuestros pecados".
Esta lectura da el tono a la celebración del viernes santo. Pero incluso en ella la
oscuridad se rompe con la luz de la esperanza. Desde la primera línea el poema
apunta a la victoria final: "Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho". Con la
misma nota de exaltación concluye el poema. Porque el Siervo de Yavé, aceptando su
papel de víctima expiatoria, trae la paz, la salud y la justificación de muchos: "A causa
de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a
muchos, cargando con los crímenes de ellos".
La segunda lectura (Heb 4,14-16; 5,7-9) nos presenta a Cristo en su función
sacerdotal, reconciliando a los hombres con Dios por el sacrificio de su vida. Él es a la
vez sacerdote y víctima, oferente y ofrenda; es nuestro mediador con el Padre. En esta
lectura contemplamos a Cristo en su existencia celestial y en su actividad presente. En
el evangelio tenemos el relato de su pasión y muerte.
Cristo no es un personaje del pasado, impresionante y remoto. Ha
experimentado la fragilidad humana en todo menos en el pecado. Por eso puede
comprendernos en nuestro dolor y abatimiento, ya que también él sufrió en su sagrada
humanidad.
El evangelio.
"Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan". Con esta sencilla
introducción, el lector comienza el evangelio del viernes santo (Jn 18,1-19,42). Parece
que en la Iglesia romana se ha seguido siempre la tradición de leer la pasión según
san Juan en este día. San Juan, el teólogo y místico, ve la pasión con mayor
profundidad que los otros evangelistas, a la luz de la resurrección. Su fe pascual
transfigura cada detalle y cada episodio de esta última fase de la vida terrena del
Salvador.
Fijémonos, por ejemplo, en el tratamiento que da san Juan a la cruz. En sí
misma es un sacrificio cruel y bárbaro; pero, desde que Cristo redimió a los hombres
en el leño de la cruz, ésta es objeto de veneración. Es más que eso. Para san Juan, la
cruz es una especie de trono. La cruz es descrita como una "exaltación", término que
instantáneamente comunica la idea de ser elevado y glorificado. Es san Juan quien
nos dice que Jesús llevó su propia cruz.
Sin quitar importancia a los sufrimientos del Señor, toda la narración está
impregnada de una atmósfera de paz y serenidad. Cristo, y no sus enemigos, es quien
domina la situación. No hay coacción: él libremente se encamina hacia su ejecución;
con perfecta libertad y completo conocimiento del significado de lo que acontece, sale
al encuentro de su destino. El motivo, la ulterior razón, es el amor. La cruz es la
revelación suprema del amor de Dios.
En el cuadro que san Juan nos ofrece, Jesús aparece con una tripe función:
como rey, como juez y como salvador. Las burlas de los soldados y la coronación de
espinas sirven para poner de manifiesto su realeza. En el acto mismo de su condena,
es Jesús, no Pilato, quien aparece como juez; ante sus palabras y ante su cruz nos
encontramos condenados o justificados. Finalmente, como salvador, Jesús reúne a su
pueblo en unidad alrededor de su cruz. La Iglesia, representada en la túnica sin
costura, queda formada. A María, su madre, le confiere una maternidad espiritual;
queda constituida madre de todos los vivientes. Jesús desde la cruz entrega su
espíritu, inaugurando así el período final de la salvación. De su costado brota sangre y
agua, símbolos de salvación y del Espíritu que da vida. Cristo se muestra como el
verdadero cordero pascual cuya sangre ya había salvado a los israelitas. Volverse a él
con fe es salvarse.
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Intercesiones generales.
Hay diez grandes oraciones de intercesión, en las que la Iglesia echa una
mirada al mundo entero y ora formalmente por todo el género humano.
Es una oración verdaderamente universal, que incluye todas las categorías de
personas; y muy oportuna en este día en que los cristianos de todo el mundo se
reúnen en torno a la cruz de Cristo asociándose a su oración sacerdotal. Su oración
alcanza a todos porque todos están incluidos en su amor. "Por nosotros extendió sus
brazos en la cruz" en un gesto que abrazaba a todo el mundo. La cruz en que Jesús
murió es símbolo de universalidad en la tradición cristiana; sus extremos apuntan a los
extremos del orbe.
Las antiguas oraciones del viernes santo han sido adaptadas a las
circunstancias actuales y reflejan el espíritu ecuménico de nuestros días. Ya no se
hace mención de "herejes" ni "cismáticos", sino que se adopta la expresión por
"aquellos hermanos nuestros que creen en Cristo". Tampoco deja de manifestarse el
ecumenismo más amplio, que busca estrechar lazos de amistad con los no cristianos.
Por ejemplo, en la oración por los judíos hay respeto y amor, por cuanto ahora nos
referimos al pueblo hebreo como "al primero a quien Dios habló", y pedimos que
puedan crecer en el amor al nombre de Dios y en fidelidad a su alianza.
Además se han añadido dos nuevas oraciones, que ponen de relieve el espíritu
actual: "por los que no creen en Cristo" y "por los que no creen en Dios". Es laudable
recordar que los cristianos somos una minoría de la población mundial: en
comparación con los millones de no-cristianos, la Iglesia de Cristo es en realidad un
"pequeño rebaño". La mies es, por tanto, abundante; de modo que debemos pedir "por
todos los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo,
encuentren también ellos el camino de la salvación".
La otra oración es por los que no creen en Dios. El ateísmo está muy difundido
hoy día; la ciencia, la tecnología, la filosofía materialista y otros factores han producido
un efecto demoledor en la fe religiosa. En buena parte del mundo se vive bajo
regímenes militares antirreligiosos, siendo así muy difícil que en ellos pueda penetrar el
evangelio. Pero tanto los cristianos como los ateos formamos parte de la familia
humana. Pedimos para todos nuestros hermanos que están lejos del redil, que por la
rectitud y sinceridad de su vida alcancen el premio de llegar a Dios.
La última oración es por aquellos que se encuentran en particulares
necesidades: los enfermos, los agonizantes, los emigrantes y desterrados, los
prisioneros, etc. Son verdaderamente universales estas oraciones. En este gran
ejercicio de intercesión, en que todos los fieles están comprometidos activamente, la
Iglesia se reconoce más en su papel de Ecclesia orans, "Iglesia orante".
Adoración de la cruz.
El viernes santo no se ofrece el sacrificio eucarístico. La parte central de la
misa, la plegaria eucarística, se omite. En su lugar tenemos la emotiva ceremonia de la
adoración de la cruz. A ésta sigue la comunión.
La misma ausencia en este día de sacrificio eucarístico nos habla de la íntima
relación entre el sacrificio del Calvario y la misa. Cristo murió de una vez para siempre
por nuestros pecados. Su sacrificio es único y suficiente, pero el memorial de aquella
muerte y sacrificio se celebra en todas las misas. En cada celebración eucarística "la
obra de la redención se renueva". En este día la mirada de la Iglesia está fija en el
Calvario mismo, en donde Cristo inmoló su vida en expiación por nuestros pecados.
En cuanto a la adoración de la Cruz, lo ideal es que cada uno de los miembros
de la asamblea tenga la oportunidad de hacer su homenaje personal al Salvador
crucificado. Con el sencillo gesto de besar la cruz, la piedad popular se expresa
espontáneamente y de modo conmovedor. Esto presta además a la sombría y
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majestuosa liturgia del viernes santo un detalle tierno y personal. También el gesto de
besar la cruz tiene una larga historia; los cristianos de Jerusalén usaban el beso como
acto de adoración a la cruz el viernes santo ya desde el siglo IV2.
Mientras los fieles se acercan para adorar la cruz se cantan antífonas, himnos y
otras composiciones adecuadas. Hay algunas muy antiguas que, incluso traducidas,
impresionan por su belleza y profundidad.
La primera antífona nos sorprende por su aire gozoso: "Tu cruz adoramos,
Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la
alegría al mundo entero". La cruz nunca está ausente de la vida cristiana, pero
tampoco la alegría. Incluso el viernes santo podemos meditar sobre el gozo de Cristo,
el gozo del sacrificio total.
Luego vienen los famosos "improperios", llamados así porque en ellos Jesús
reprocha a su pueblo su ingratitud. Él relata lo que ha hecho por su pueblo: lo sacó de
Egipto, lo condujo a través del desierto, lo alimentó con el maná, hizo por él toda clase
de portentos; en recompensa por todos esos favores, el pueblo lo trata con desprecio.
La antítesis: "Yo te saqué de Egipto, tú preparaste una cruz para tu Salvador", es
usada para dar efecto a toda la composición. Entre un improperio y otro tenemos el
patético estribillo: "¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido?
Respóndeme", y el trisagio: "¡Santo es Dios, santo y fuerte! Santo inmortal, ten piedad
de nosotros".
Cristo nos reprocha a todos, no sólo a los que lo crucificaron; pero lo hace de
forma tan suave, que suscita nuestra compasión más que nuestro sentimiento de
culpabilidad. Lo que se cuestiona es nuestra ingratitud y dureza de corazón. La única
respuesta a esas preguntas y reproches es el beso silencioso a los pies del Señor
crucificado.
Estos improperios combinan el sentimiento religioso con la percepción
teológica. Porque el Cristo que llama a su pueblo es la Palabra preexistente. Como la
palabra de Dios, él estaba presente y actuando a través de todas las etapas de la
historia sagrada; guió a su pueblo elegido, dio forma al devenir de su historia. Jesús es
la Palabra hecha carne; mientras el recuerdo de sus sufrimientos suscita nuestra
compasión, no hemos de olvidar ni un momento que él es el Santo de los santos.
La gloria de la cruz.
El gran pontífice y padre de la Iglesia san León Magno nos ha dejado en sus
sermones cantidad de pensamientos hermosos e impresionantes sobre la pasión y la
cruz del Señor que pueden ayudarnos en nuestra meditación del viernes santo.
Dice en su sermón 55 que "la pasión de Cristo contiene el misterio de nuestra
salvación", que es para nosotros "el escalón para la gloria" y que simboliza "el
verdadero altar de la profecía".
El martes de la quinta semana de cuaresma, en el oficio de lecturas 3, tenemos
uno de sus mejores sermones sobre la pasión. En él menciona "la gloria de la cruz que
irradia por cielo y tierra":
“¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella
podemos admirar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado”.
La cruz es "la fuente de toda bendición, la causa de todas las gracias".
En un sermón que predicó el domingo de ramos, llegó a hablar de la "fiesta de
la pasión del Señor" (festivitas Dominicae passionis). Esto nos puede parecer una
contradicción de términos, pero no lo es si consideramos la obra de la redención como
un todo único, tal como lo hacían los padres de la Iglesia. Si se mira con los ojos de la
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Egeria's Travels 137. El beso a la cruz se practicaba también en Roma desde el siglo VII.

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Liturgia de las horas II
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fe y se contempla a la luz de la victoria pascual de Cristo, la cruz es, en realidad, "el


trofeo de su triunfo" y "el signo adorable de la salvación". Por la misma razón, la
alegría de la pascua no borra la memoria de la pasión y el Calvario; de hecho, en la
época del papa san León la lectura del evangelio del día de pascua incluía el relato de
la pasión junto con el de la resurrección del Señor4.
El rito de comunión.
La significación especial de la comunión en estos días podemos captarla
citando a san Pablo, que alude a una profunda y misteriosa relación entre la comunión
sacramental y la pasión y muerte de Cristo. En sus enseñanzas sobre la cena del
Señor recuerda a los corintios: "Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este
cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1 Cor 11,26).
Pero la eucaristía no es solamente una proclamación; es también una
participación en la muerte de Cristo, es decir, con Cristo en su estado de víctima
sacrificial. Recibir su cuerpo y su sangre es entrar en su disposición de total entrega de
sí mismo al Padre; es ser atraído al mismo movimiento de sacrificio amoroso. Esto es
lo que significa participación en su nivel más profundo, y el papa san León nos lo
explica maravillosamente en el siguiente pasaje:
“Lo que ocurre cuando participamos del cuerpo y la sangre de Cristo es que
nos convertimos en lo que recibimos (ut in id quod sumimus transeamus), y en cuerpo
y espíritu llevamos por todas partes a aquel en el cual y con el cual morimos, fuimos
sepultados y volvimos a resucitar”.
Por tanto, nuestra comunión del viernes santo proclama y da testimonio de la
pasión y muerte del Señor, nos capacita para participar al nivel más profundo en el
sacrificio de Cristo y para asociarnos con él; además, nos hace partícipes de los frutos
de este sacrificio.
Cuando todos han comulgado, se guarda silencio durante algunos minutos para
poder meditar en el sacramento que se acaba de recibir. Así damos gracias al Señor,
que en este sacramento nos ha dejado un memorial maravilloso de su pasión y muerte
y una prenda de la gloria futura.
La liturgia concluye con la oración después de la comunión, seguida por otra de
bendición. La primera se refiere al poder curativo y transformante del sacramento, y
pide un espíritu de servicio generoso para los que han tomado parte en la celebración.
Entre las bendiciones que se invocan sobre la asamblea tiene especial importancia la
de una fe más fuerte. La fe es el fundamento de todas las virtudes.
La liturgia del viernes santo termina así, sin despedida ni canto final. El pueblo
se retira en silencio. Algunos se quedan para continuar su oración personal y sus
devociones. Los que no hayan tenido oportunidad de besar la cruz pueden hacerlo en
este momento. Otros preferirán hacer el vía crucis.
El altar queda desnudo, el sagrario vacío, el presbiterio sin flores ni ornamentos
de ninguna clase. Es el día en que la iglesia presenta un aspecto extremadamente
austero. Nada distrae nuestra atención del altar y la cruz. La Iglesia permanece
vigilante junto a la cruz del Señor.

BIBLIOGRAFÍA
Casiano Floristan. De domingo a domingo. El evangelio en los tres ciclos litúrgicos, Sal Terrae. Santander
1993.pág. 61-73

(mercaba.org)

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Sermón 72, Nicene and Post-Nicene Fathers, vol. XII, 184. El papa san León dice aquí: "El texto de la historia divinamente
inspirada ha mostrado claramente la perfidia de la traición contra el Señor Jesucristo, el juicio por el que lo condenaron, la
barbarie de su crucifixión y la gloria de su resurrección".

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