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Rene Scherer - Miradas Sobre Deleuze PDF
Rene Scherer - Miradas Sobre Deleuze PDF
MIRADAS
SOBRE
Schérer, René, Miradas sobre Deleuze. - la ed. - Buenos Aires : Cactus, 2012.
160 p.; 21x14 071.-{Occursus)
ISBN 978-987-26219-8-8
1. Filosofia. I. Título.
CDD190
Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d'Aide à la Publication Victoria Ocampo,
bénéficie du soutien du Service de Coopération et d'Action Culturelle de l'Ambassade de
France en Argentine
Esta obra, publicada en el marco del programa de Ayuda a la Publicación Viaoria Ocam-
po, cuenta con e! apoyo del Servicio de Cooperación y de Acción Cultural de la Embajada
de Francia en Argentina
ái: www.editorialcactus.com.ar
b: editorialcactus@yahoo.com.ar
René Schérer
Miradas sobre Deleuze
Editorial Cactus
iOCCURSUSi
INDICE
Advertencia
9
1. Preludio. Deleuze vivo - Un tono de amistad
n
2. La escritura, la vida.
15
3. Et demonio de Deleuze (Impersonai i)
29
4. Homo tantum (Impersonai 2)
39
5. Paradojas de los devenires
57
6. Potencias del deseo: Deleuze y las costumbres
73
7. Una vía no-platónica de la verdad.
La homosexualidad revisitada
79
8. Fábrica del alma - Cilles-Félix
107
9. Subjetividades fuera del sujeto
121
10. Deleuze y la utopía
731
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René Schérer
En 1994, dado que tenía trato con dos estudiantes de América latina,
discípulos m u y entendidos de Gilles Deleuze, «deleuzianos» incondi-
cionales, ganado yo mismo por el entusiasmo y sintiéndome devenir un
prosélito, le escribí a Gilles:
«Nosotros, deleuzianos...».
M e contestó, divertido:
«No creo que seas 'deleuziano' sino, en cambio, que somos amigos,
y estamos entonces en ese estado de entendimiento anticipado, o aún
mejor, en esa hospitalidad».
Esta frase, que hace partícipe al humor, me ha tocado y me ha gustado.
Más a ú n hoy, que nos ha abandonado trágicamente y tan dignamente.
Eso es Deleuze, aquél que desde el principio convirtió su filosofía tan
atractiva, fuera de toda inquietud de orden teórico y de obediencia, en
el deslumbramiento provocado por sus fulguraciones: esa hospitalidad,
ese acto de amistad y de amor.
Ella le ha dado a mucha gente la posibilidad simple de pensar, de no
avergonzarse de su propio pensamiento... o de su falta de pensamiento;
los h a despertado al ejercicio del pensamiento, los ha reconciliado con
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Miradas sobre Deleuze
cada vez más grande que reúnen Gilles Deleuze, François Lyotard, René
Schérer y Guy Hocquenghem, a quienes consideraban la avanzada del
irracionalismo»^.
Evidentemente, François ridiculiza esta idea tan estúpida como extraña,
así como la falsa unidad de una «pretendida filosofía del deseo». Con
su expresión filosófica, Deleuze le otorgó a la multiplicidad de agencia-
mientos de deseo en los movimientos de ese entonces (mujeres y MLF,
homosexuales y FHAR^), un incremento de vida y de potencia. En El deseo
homosexual, Guy Hocquenghem se apoyaba en una única filosofía; la de
Deleuze y Guattari. Tomaré otro ejemplo de la relación sin igual que ha
hecho que se encuentren, en una suerte de reconocimiento mutuo, una
filosofía compleja, exigente, y el movimiento simple de la vida. Este es
más reciente, y más puntual y anodino, pero característico. Está sacado
del Abecedario de Claire Parnet, justo después de la muerte de Gilles.
Es un ejemplo a propósito de Historia de la filosofìa, de la correspon-
dencia entre «problema» y «concepto». Deleuze explica que inventó el
concepto de «pliegue» para dar respuesta al problema leibniziano de la
implicación del universo en las mónadas. Comenta entonces: «Después
de haber escrito eso, recibí una carta de los «plegadores de papel» (sic)
diciéndome: «¡Pero el pliegue somos nosotros!»». Es un poco lo que pasó
en los años 70, en Vincennes y en otras partes del mundo, debido al flujo
de extranjeros. Se encontró gente que dijo: «¡Deleuze somos nosotros!» y
que se reconoció deleuziana. Era un sentido, una dirección, y un sentir,
una sensibilidad, que iba al encuentro de la sensibilidad de él, siempre
tan segura en sus evaluaciones. No juicios, por los cuales sentía aversión,
sino una sensibilidad abierta a lo que hacía falta albergar, y por eso lista
para develar la estupidez y la infamia.
Mencioné a Guy Hocquenghem. Una de las últimas cartas que recibí
de Deleuze era a propósito de L'Amphithéâtre des rnorts'^. Está fechada el
28 de octubre de 1994:
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^ Escueta N o r m a l S u p e r i o r [ N o t a del t r a d u c t o r ] .
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Miradas sobre Deleuze
acerca de las obras literarias, de las novelas infinitamente más ricas, más
profundamente verdaderas que cualquiera de las experiencias vividas fuera
de ellas. Entre paréntesis, esta es la razón por la cual sentía un profundo
horror hacía las emisiones de los medios de comunicación, en los que
se convoca al autor en tanto que productor distinto de su obra, y se le
interroga como si poseyera la clave. Mientras que lo verdadero es lo
contrario. La verdad de un hombre está en lo escrito, aunque lo escrito
nunca esté enfocado en sí mismo - d e l mismo m o d o en que se habla
de «el arte por el arte», pero para otra cosa: para la vida que contiene y
exalta - . «La escritura, a través de las combinaciones que arroja, tiene la
vida como único fin», le confesará a Claire Parnet en Diálogos.
Así como la escritura de Deleuze es rica, agitada, propone perspectivas
y experiencias inauditas en todos los dominios del sentido y de la expe-
riencia, soltando amarras respecto de todas las creencias y de todas las
constricciones, comenzando por la de un yo timorato replegado sobre sí
mismo, su vida «real» fue sensata, disciplinada, sedentaria. Él, el apologista
del vagabundeo, del nomadismo, el que transformó esta última palabra
en concepto operatorio de una «nomadología», nunca salió de su habi-
tación - o casi - . Viajero inmóvil; así se denominaba. Así me lo describe
otro de sus amigos de los años 50-60, Alain Aptekman, confidente y
cómplice de sus «escapadas» amorosas de ese entonces, como lo fue más
tarde, hacia 1972, de su relación con su estudiante Claire Parnet: en una
habitación de la Isla Saint-Louis, literalmente tapizada con postales que
reproducían cuadros: su viaje. No cesó de dar la espalda, proclamándolo,
a los coloquios tan preciados en nuestros días, falso nomadismo, falsa
comunicación, en la cual cada uno permanece replegado sobre sí, mientras
que el problema consiste en desengancharse de las pertenencias, en saber
abandonar los «territorios», en «desterritorializar», según la queridísima
palabra formada con Félix Guattari, sin necesariamente tener que despla-
zarse. Deleuze, al revés del hombre del divertimento pascaliano, es aquél
que supo cambiar la imagen del pensamiento y del m u n d o quedándose
«en reposo en una habitación».
En esta vida sembrada de obras, ellas marcan hitos. Indiquemos de
entrada, como dato principal, que Deleuze siempre fue hacia delante,
volviendo a empezar en cada libro con un nuevo pie, aportando fórmulas
conceptuales apropiadas para reorganizar el conjunto, haciéndolo exten-
derse por todos los costados al mismo tiempo, como la mar en su Hujo.
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Miradas sobre Deleuze
^ Chiméres, 17, o t o ñ o d e 1 9 9 2 , p . 9 3 .
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3. «Se escribe siempre para dar la vida, para liberar la vida allí donde esté
apresada, para trazar líneas de fuga»'".
D e cierta manera, toda la obra de Deleuze puede ser considerada
quizás como una teoría de la literatura, de la escritura. Y, en particular,
de la literatura inglesa y americana. Sin exclusión alguna, puesto que
menciona y estudia ampliamente a Proust, Artaud, Kleist, Dostoiewski,
etc; pero sigue siendo cierto que tituló uno de los capítulos de Diálogos,
«De la superioridad de la literatura anglo-americana», y que considera
que esta literatura, en contraste con la francesa, ha sido la única capaz
de liberarse del psicologismo y del moralismo del sujeto y de la persona,
de dar vía libre a la vida autosuficiente, sin necesitar más justificación
que ella misma.
La literatura es, para Deleuze, referencia y fuente. En razón de su
«evaluación más adecuada de la sexualidad», saca más de David Herbert
Lawrence y de Henry Miller, de Sacher-Masoch, que de Freud. Es por
medio de una cita de Virginia Woolf o de Charlotte Brontè que alumbra su
concepción de la «dispersión del sujeto», de las «singularidades nómades»,
de esta diseminación de partículas, moléculas que componen el deseo, el
inconsciente, las máquinaíl<moleculares». Más que una base de naturaleza
física, estas tieneruifía correspondencia en la escritura. Pues es ella la que
capta y expresa, en el agenciamiento de sus signos volátiles, lo incorporal
del acontecimiento. Sólo la escritura alcanza las singularidades que escapan
a las formaciones masivas (lo molar) de los objetos y las entidades que el
lenguaje corriente transporta como si fueran la realidad de las cosas. Sólo
cuentan las singularidades, las ecceidades. El escritor ha de tomarse al pie
de la letra. Tiene el arte de acceder a la vida porque tiene el secreto de los
devenires en la línea en la cual se mete, que es llamada línea de fuga-, no
porque ella le haga volver irreal el m u n d o por medio de una evasión en
lo imaginario, sino porque él sabe meterse, por fuera de los caminos de
las identidades pesadas, en los caminos de las metamorfosis.
«La escritura es inseparable del devenir»". Un devenir que es devenir
niño, mujer, animal, nunca hombre: al contrario, es la «vergíienza de ser
hombre» lo que mete al escritor sobre su línea de fuga en la búsqueda de
una vida que valga la pena ser vivida; pues la escritura nunca es su propio
Pourparlers, Paris, E d i t i o n s d e M i n u i t , 1 9 9 0 , p. 1 9 2 .
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^^ Dialogues, p. 15.
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^^ Pourparlers, 171.
Dialogues, p. 142.
3-
El demonio de Deleuze
(Impersonal i)
{Intervención en el coloquio
«Deleuze, inmanencia y vida», organizado por el
College International de Philosophie,
2 5 - 2 7 de enero de 1997)
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M i r a d a s sobre Deleuze
hasta el devenir imperceptible en el que Mil mesetas situaba «el fin inma-
nente del devenir, su fórmula cósmica» (p. 342). Sorprendente ambición,
sorprendente ascesis del filósofo, la de ser «como todo el mundo», la de ser
desconocido. Pero a la manera del «caballero de la fe» de Kierkegaard, a la
manera de Ficsgerald, de Virginia Woolf, para fundirse en la escritura, para
«hacer un mimdo». «Devenir imperceptible, indiscernible, impersonal»; De-
leuze les llama «las tres virtudes» {Milmesetas, ibid.). Modestia del filósofo.
Queda el nombre, que no es la persona, contrariamente a lo que afirma
una antropología etnológica demasiado orientada por la creencia en la
superioridad de la persona. No es a la persona que se adhiere el nombre,
es al personaje.
Pero el personaje, afirma Deleuze, prevalece por sobre la persona. Esta
última no hace más que designar el lugar incierto de un yo, mientras que
el personaje agrupa los momentos intensos, los rasgos fuertes, todas las
singularidades que conforman un cuerpo. Frente a la persona exangüe, el
personaje tiene una consistencia. Dibuja y ocupa un plano de consisten-
cia. El personaje conceptual, se lee en ¿Qué es la filosofía?, se compone de
singularidades que no habitan la persona, sino que se propulsan fuera de
ella, vagabundas, nómades. Una risa, por ejemplo. La risa de Foucault.
No es su persona, es su personaje.
El personaje está del lado de lo impersonal, no de ese impersonal que
es comúnmente confundido con la indi feren ci ación, sino de aquél que
libera las diferencias más elevadas. El primero podría llamarse impersonal
abstracto, el otro impersonal concreto, consistente.
Se me objetará: usted dice que Deleuze, en el fondo, es un nombre,
¿pero no lamentamos todos actualmente la desaparición de Deleuze «en
persona», su presencia irremplazable, sus gestos, su palabra, su encanto?
Justamente el encanto; no es el yo, la persona. Lo explica él mismo en
Diálogos con Claire Parnet. Es una atmósfera, un cambio de atmósfera,
un temblor, una turbación en el espacio, una diferencia de carga, de
potencial. Esas son las singularidades que se deben a lo impersonal o
incluso a lo pre-indivi dual. Son ellas las que componen el personaje y
las que, a cambio, manan de su presencia. Sin duda producen también
los individuos y las personas, pero corriendo el riesgo de encadenarse a
ellos y de desaparecer.
Esta es la razón por la cual en Deleuze sólo lo impersonal, lejos de
conducir a una in diferenciación, permite liberar las singularidades.
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Miradas sobre Deleuze
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que se refiere Lògica del sentido-, homo tantum {Logique du sens, p. 148,
Critique et clinique, p. 110). Q u e se podrá cotejar con ese «humano pri-
mordial» que introduce el guattariano y deleuziano Fernand Deligny a
propósito de Janmari, su autista, «ese chico ahí» {Le croire et le craindre,
p. 120). Sin persona y sin yo.
Para terminar, último momento de este recorrido - y encuentro en este
punto las bellas explicaciones de Jean-Clet Martin sobre el acontecimiento:
lo impersonal es lo que se relaciona con el acontecimiento, es lo que lo hace
surgir, particularmente por y en la escritura. Lo incorpóreo del aconteci-
miento es llevado por lo impersonal de la escritura. Es una operación, lo
impersonal que deviene activo, podría decirse, accionando, encarnándose,
activándose como una fijerza oculta, como la fiierza maquínica del alma.
Se habrán dado cuenta: es la fiierza del il y del on, ese «esplendor del
om que celebra la 21° serie de Logique du sem (p. 178), consagrada a la
muerte, a Joë Bousquet, y a Maurice Blanchot. Se puede leer también
en Virginia Woolf, con Clarissa en tanto que persona que se revoca en el
on del paseo por Bond Street:
' «se estaba allí, a v a n z a n d o p o r B o n d Street... N i siquiera Clarissa, no, se era la señora
d e R i c h a r d Dalioway» [ N o t a del t r a d u c t o r ] .
4-
Homo tantum
(Impersonal 2)
[...]
y es la voz de la cuarta persona del singular
a través de la cual nadie habla
y que sin embargo existe.
(Lawrence Ferlinghetti) ^
El artículo de la muerte
Hay que volver constantemente a ese maravilloso texto en el que está
todo dicho, el último publicado de Gilles Deleuze, bajo el título: «La
inmanencia: una vida...». Volver sobre esas líneas inspiradas, cuasi mís-
ticas, pero de un misticismo ateo, en las cuales a propósito de Nuestro
común amigo de Dickens, de la complacencia, del amor que rodean a
un moribundo en sí mismo poco estimable, escribe: «Hay un momento
que no es más que el de una vida que juega con la muerte. La vida del
individuo ha dejado lugar a una vida impersonal y sin embargo singular,
que desprende un puro acontecimiento liberado de los accidentes de la
vida interior y exterior, es decir de la subjetividad y de la objetividad de
lo que sucede. «.Homo tantum» ai que todo el mundo compadece y que
alcanza una suerte de beatitud»-.
Todo está dicho ahí, puesto que los temas principales del pensamiento
de Deleuze se encuentran condensados y, de cierta manera, llevados en
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^ Id, ibid.
'"Id. 149.
M i r a d a s sobre Deleuze
Líneas de vida
Incesante estribillo: los impersonales de la lengua constituyen y ha-
cen subsistir por sí mismo el sentido del acontecimiento, el «solamente
acontecimiento», eventum tantum. Una expresión del mismo orden que
el homo tantum, adecuada para poner en evidencia su íntima afinidad.
Pertenecen ambos a la misma naturaleza, a la misma esencia, al mismo
sentido.
El eventum tantum es lo acontecimental propiamente dicho, el nada
más que acontecimiento cuyo «sujeto» —sujeto gramatical, se entiende-
es siempre u n impersonal, y para el cual la muerte es paradigma. Pues
para simplemente nombrarlo, expresarlo y hacerlo vivir, para alcanzar la
acontecimentalidad pura, es preciso abolir la parte demasiado subjetiva,
demasiado personalmente vivida de lo que se llama c o m ú n m e n t e acon-
tecimiento, tanto como su parte demasiado objetiva de encadenamiento
material de las causas y efectos donde se disuelve. Abolir lo demasiado
h u m a n o en él que sólo soporta lo impersonal.
Spinoza tiene la costumbre de utilizar la expresión latina quatenus
para la expresión de la Sustancia (o Naturaleza) por los modos. Estos
últimos son la Sustancia misma en tanto que expresada, el Ser en tanto
que acontecimiento, en tanto que modo o singularidad.
El tantum, el «solamente» del eventum es ese quatenus, y lo mismo
para el tantum del homo-, expresión acontecimental de la Naturaleza en
tanto que hombre. O más aún: el homo tantum es «una vida» en tanto
que expresada. Esta expresión requiere la abolición de la persona, lo
impersonal o, como escribió poéticamente Lawrence Ferlinghetti, una
«cuarta persona... por la cual nadie habla, de la que nadie habla, y que
sinfembargo existe». O mejor, en el lenguaje propio de Deleuze, insiste o
cori^iste, más y de otro modo que el ser - u n «extra-ser», c o m o el aconte-
cimiento del cual ella se convierte en sujeto—.
Se^ve bien aquí cuál es la proximidad que se establece entre Deleuze y
Blanchot, señalada para su «se muere», y que podría también invocarse
René Scliérer
Impersonal, no unipfísonal
Deleuze n o disii"^"^^ -refiriéndose a esto incluso de manera explíci-
t a - q u e en su conc^P^^lón del acontecimiento puro incorporal, doble de
la producción mat^"^' encarnación, designa lo que en otro lenguaje,
fenomenològico, Husserl llamó «noema», o el sentido «noemático»: este
doblez o capa de jen ti d o o de significación (Husserl los emplea indis-
tintamente) que se intercala entre la palabra y la cosa, capa impalpable,
tal c o m o lo incorpóreo, que forma la designación de la cosa «como tal»,
sin la cual el s i g n o serbal sería simple s e ñ a l o parte de la cosa. La palabra
n o m b r a el objeto por la interposición de su significación o, para volver al
lenguaje estoico-dflcuziano, de su sentido acontecimental; este le confiere
sentido en tanto q^e acontecimiento.
Las proposiciones husserlianas de las Investigaciones lógicas., no valen
solamente para las significaciones fijas llamadas «objetivas», sino también
para las significaciones fluidas llamadas «ocasionales», aquellas que están
particularmente a los pronombres personales como a los adverbios
de lugar y de tien^po y a las locuciones verbales de los que dependen:
«llueve»'^. O , má5 exactamente, el sentido o la significación de estas
locuciones y expresiones son distintos d e la circunstancia. Este sentido
es el que será flaneado «noemádco» en las ¡deas relativas a tina fenome-
nología, p o s t e r i o r a s a las Investigaciones, d o n d e se fija definidvamente el
vocabulario p r o p i o d e la fenomenología contemporánea"*.
Esta capa del rnedio, este «entre», entre las palabras y las cosas, este
«neutro», sentido expresado o noemárico, es el lugar de lo impersonal o
el plano que lo iri^personal despliega. Lugar, tópico de lo que n o es ni
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Foucault, 1 9 8 8 , p. 6 2 .
Miradas sobre Deleuze
Esplendor del On
Resumamos:
- El primer acto, la primera cara presentada por lo impersonal era su
aparición en el artículo (o pronombre) de la muerte. Lo impersonal en
tanto que absoluto revelador del acontecimiento, de la acontecimenta-
lidad del hombre, homo, on, en el plano de inmanencia de una vida^®;
en tanto que su expresión. Natura sive vita quatenus homo tantum. La
primera potencia.
- La segunda potencia (potencia que es a la vez virtualidad y poder,
ese Potenz que utilizaba a menudo Hegel en sus primeros escritos) es el
flujo de las palabras creadoras de universos inexistentes pero insistentes,
factores integrantes de la realidad humana.
Y estas dos potencias implican una lógica paradojal:
- la primera es la revelación de una vida por la muerte.
- la segunda es que la expresión más original y auténtica de «sí mismo»,
la más singular, sólo se conquista por lo impersonal.
/ ^^
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4 K .
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^^ D d i g n y , o p . cic., p p . 1 1 8 - 2 2 6 .
D e l i g n y , ibid., p, 122.
Isaac J o s e p h , p. 2 6 0 .
52
Miradas sobre Deleuze
Deligny, ibid., p. 1 6 4 .
^ Id. Ibid
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Política de la no-persona
Sin embargo, sobre la base del descubrimiento del hombre fuera de
las cualidades y fuera de la persona, la cuestión para Deleuze no es un
«retorno a la naturaleza». La guía, la brújula orientadora, es aquí lo que
escribió a propósito de D. H. Lawrence que, se sabe, es para él uno de
los grandes pensadores filosóficos de nuestro tiempo. «No hay retorno
a la naturaleza, hay solamente un problema político del alma colectiva,
5 Ibid. p. 106.
Miradas sobre Deleuze
las conexiones de las que es capaz una sociedad, los flujos que soporta,
inventa, deja o hace pasar»^''.
Por eso la «naturaleza primera» o «el hombre primordial» adquieren
sencido y valor, pues es sobre esta base que se inventan las formas de
una sociedad nueva. Virtud de lo impersonal que engendra la vida y la
hace cambiar, precisamente porque la vida, como lo dice Diálogos, «no
es algo personal»'^.
El lector familiarizado con Charles Fourier comprenderá fácilmente
estos pasajes paradojales de lo más singular a lo colectivo, o mejor, a lo so-
cietario. En efecto, es a partir de la singularidad en los infinitesimales, una
vez dispersado el sujeto, que «el unidismo» puede efectuar sus acuerdos.
Los artículos consagrados a Melville, a Walt Whitman, así como a los
dos Lawrence, que conforman el pivote de Crítica y clínica y le dan su
tono, precisan la función altamente «congregante» (en lenguaje fourie-
rista) de lo impersonal. En la liberación de la sujeción paternal, consiste
en abrir el camino hacia una sociedad de hermanos o en favorecer en el
«aquí y ahora» una «camaradería», extrañas ambas a la caridad crisnana
y a la filantropía humanista.
Entre el hombre cualquiera que parece reducido a una originalidad
singular que podría tomarse por un repliegue en la soledad, y la apertura
al alma colectiva a través de la cadena fraternal, hay una corriente con-
tinua. Son dos polos, indispensables para la creación y la circulación de
los flujos intensos. En «un mismo mundo», escribe Deleuze a propósito
de Kleist y de Melville, «alternan los procesos estacionarios y cuajados y
los procedimientos de loca velocidad»^^.
En efecto - e indudablemente allí se encuentra el secreto «a descubierto»
de lo impersonal-, de su lado escá el alma, la vida, mientras que la muerte
está del lado del yo: «Dejar de Déhsarse como un yo para vivirse como un
flujo, conjunto de flujos, en relación con otros flujos, f u e r a d e s í y en sí»^'^.
Finalmente, última paradoja: si homo tantum dice el hombre, segu-
ramente dice también, sino lo inhumano, lo sobrehumano en ese acceso
abierto a los flujos de la vida. Nada impide encontrar su expresión,
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5-
Paradojas de los devenires
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Un concepto dramatizado
La experiencia del calcetín intriga, es revelación filosófica porque se
despliega en un espacio paradojal; o mejor, manifiesta una paradoja del
espacio cuando este escapa a la intuición inmediata de las formas de la
geometría métrica, y que atañe no a una proyección plana, sino a un
análisis cualitativo de las situaciones: el de las relaciones topológicas,
características de los envolvimientos, plegamientos, y que designan, en
general, las propiedades de lo viviente. Sólo con la vida, en efecto, la
«interioridad» comienza a definirse, a adquirir sentido. Lo inanimado es
todo exterioridad, partes extra partes-, la vida invagina, al mismo tiempo
que empuja hacia el afuera, empuja hacia un adentro que ella constituye;
inventa la interioridad distribuyéndola alrededor de esta superficie de
propiedades específicas que es la membrana.
Gilbert Simondon ha explicado esta diferenciación y el proceso de
aparición de lo viviente de una manera particularmente accesible y lumi-
^ G . D e l e u z e y E G u a t t a r i , Mille plateaux, M i n u i c , 1 9 8 0 , p. 2 9 1 .
Miradas sobre Deleuze
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Lugar de vampiros
Los devenires son del orden de hs esquemas y de los dramas. La
presentación narrativa de Mil Mesetak a través de «recuerdos»: los de
un espectador, de un naturalista, de un^ brujo, de un bergsoniano..., así
como, insólitamente, los de una molécijila y una ecceidad, contribuye a
esta dramatización, descartando toda aspiración a una lógica deductiva.
Estamos en el alogismo, en «constancias alógicas»''.
' Citado/¿/rf'.,p.l35.
Mille Plateaux, p. 3 0 9 .
René Sctiérer
Los devenires son esquemas, pero también son vampiros. Quizá ance
todo vampiros, si se tiene en cuenca la dacación, 1730, de todo el capítulo
que, bajo el subtítulo «recuerdos de un bergsoniano», precisa: «De 1730
a 1755 no se escuchó hablar más que de vampiros...».
Hay que tomar en serio esta broma, con la dosis de humor que, se
sabe, en Deleuze siempre acompaña a la verdad.
Solo se necesita abrir el libro clásico de D o m Calmet que, en 1746,
introdujo en Francia al mismo tiempo la cosa y la palabra^. El capítulo
VIII enumera todos los casos relatados desde 1730, en particular por Le
Glandeur de Hollande, cita los Philosophicae co^tationes de vampiriis de
J. Christophe Herenberg en 1733, menciona informaciones del Mercure
galant de 1693. Todos casos a los que el R. P. aplica una crídca
escéptica demasiado falta de entusiasmo, según el gusto de la Encyclopédie
(artículo «vampiros»).
Un incontestable fenómeno histórico, entonces. Es por otra parte una
de las observaciones más interesantes del prefacio que establece lo que
llamaríamos hoy la «modernidad». «En este siglo, desde hace aproxima-
damente sesenta años, en Hungría, Silesia, Moravia, Polonia, se ofrece a
nuestros ojos una nueva escena: se dice ver hombres muertos desde hace
muchos meses que vuelven, hablan, caminan, infestan los pueblos... En
ninguna historia se lee nada tan comparado ni tan pronunciado». El
autor es pardcularmente sensible a este nuevo rostro, a esta metamorfosis
de una creencia en los resucitados, benévolos o temibles, que se remonta
a la Andgüedad; en términos deleuzianos, sensible a estos «devenires».
Y habiendo leído Mil Mesetas, agregaríamos que el devenir se manifiesta
en este caso bajo los rasgos más propios, en el borde extremo de una fron-
tera, en la ocupación de una zona de «indecidibilidad» entre lo viviente
y lo muerto, lo humano y lo animal. Rasgos significativos del modo de
existencia del ser metamòrfico, como a propósito de los hombres lobo
abordados bajo el título «Recuerdos de un teólogo»: «No hay hombres
lobo, el hombre no puede devenir realmente animal»; «Hay sin embargo
una realidad demoníaca del devenir-animal del hombre».
62
Miradas sobre Deleuze
Pero para los vampiros, hay más; pues en su caso lo que está en discu-
sión es precisamente lo animal del devenir-animal. D o m Calmet llama
«sanguijuelas» a estos fantasmas que el serbio nombra como vampirs, el
checo o el ruso oupires, que proviene del turco ubre («brujo»). En cuanto
al vampiro, ese murciélago de América, chupador nocturno de la sangre
de los animales, fue nombrado así por Buffon en 1761, en referencia a los
vampiros de D o m Calmet. Esta reversión onomástica hace de nuestros
vampiros un paradigma paradojal. Ocupan un entre-dos, en el límite de
una superficie en la cual se pasa sin discontinuidad (superficie topològi-
ca de Moebius) del animal al hombre y del hombre al animal, primero
sanguijuela, después mamífero alado que alimentó el imaginario del
cine, hasta la serie El pequeño vampiro que llega cada tarde para alegrar
la soledad televisiva de los jóvenes alemanes.
Si el vampiro es animal, en todo caso sólo lo es (pero paradigmática-
mente) por la succión, por la boca o la cabeza.
En el horizonte de las artes plásticas, Gilbert Lascault reunió notas
muy convincentes sobre el vínculo entre la boca y lo bestial: «Una de
las maneras de hablar de la animalidad consiste en pensar las bocas». El
privilegio del hombre es el ojo, la mirada; el animal es todo boca; la lleva
al frente, es su «proa» (G. Bataille). En cuanto a Francis Bacon, juega la
animalidad en contra de «la hipótesis del alma»; «elige la boca que agrede,
sufre una regresión, aulla, se retuerce, se devora a sí misma»®.
Resta comprender y situar la animalidad. La relación del animal con
el hombre, ¿es simplemente la de la materia con el alma? ¿No es la ani-
malidad en el hombre aquello que persiste, insiste, lo fuerza a «sufrir iina
regresión» hacia más acá de sí mismo para transportarse más allá de las
formas cerradas? Más bien una involución, como aquella que, en el seno
mismo de la molécula viviente, mantiene las materias y las cristalizaciones
de lo no-viviente^.
La boca de las figuras de R Bacon, esa manera qué tiene de devorarse
"ella misma, la carne, el grito que borra todo habla, Va no es la simple
materialidad presente, son fuerzas que brotan, lo i¿vis¡ble de la vida
pasando a lo visible, deviniendo. Así las evoca Deleuze: «Bacon hace
G . S i m o n d o n , op. cic., p p . 1 3 1 - 1 3 2 .
63
René Sctiérer
la pintura del grito porque pone la visibilidad del grito, la boca abierca
corno abismo de sombra en relación con fuerzas invisibles que no son
otras que las del porvenir»'®. Un porvenir-conviene precisarlo- que no
está proyectado en el futuro, sino presente en la torsión espacio-temporal
del devenir que animaliza al hombre humanizando al mismo tiempo al
animal, estableciendo entre ellos una zona de pasaje o de indiscernibilidad.
N o hay más que boca, todo el rostro distingue al hombre de la bestia
y disimula la cabeza, que Bacon reestablece. «Bacon es pintor de cabezas,
no de rostros». A la organización estructurada en vistas de la supremacía
del sujeto, a la «máquina de rostridad» imperiosa y aterrorizante («el
rostro, ¡qué horror!», de Mil Mesetas), esta pintura le opone la cabeza,
prolongamiento del cuerpo, su «punta», y al pensamiento cogitante, «un
espíritu que es cuerpo, soplo corporal y vital, un espíritu animal». Es este
espíritu el que, en el hombre, con el hombre, insufla la animalidad: «Es
el espíritu animal del hombre: un espíritu-cerdo, un espíritu-búfalo, un
espíritu-perro, un espíritu-murciélago».
H e allí, en efecto, el espíritu del vampirismo que sedujo a la Europa
de 1730, que se difundió a través de las mallas del racionalismo de las
Luces, demasiado poco sensibles al soplo de ciertos devenires que la razón
lógica es incapaz de estimar, y cuya riqueza y fecundidad es incapaz de
apreciar. En, con los vampiros, está en germen una poédca, el contagio de
otra cultura. En esto también los vampiros son paradigma de una génesis
de los devenires, proliferantes y prolíficos no según un modo natural,
«naturalístico», de filiación, sino según aquél, demoníaco y dionisiaco,
de las «epidemias».
A lo cual convendrá agregar que los vampiros, que ocupan la frontera
entre el hombre y la animalidad, seres de los confines, lo son también
de acuerdo a su nacimiento geográfico y la difusión de sus leyendas. Se
produjo en las guarniciones de los Cárpatos, en los bordes móviles de las
provincias fronterizas, tal como aquella Moravia, recientemente agregada
al Imperio". Son, como lo advertía D o m Calmet, un fenómeno de la
modernidad, pero en sus márgenes.
54
Miradas solare Deleuze
Eventum tantum
El devenir escapa a la semejanza: retiene trazos, un espíritu, como se
escribe en Lógica de la sensación. En ese caso, ¿se trata de esa «semejanza no
sensible» {unsinrdiche Aehnlichkeifi de la que habla W. Benjamin en uno
de sus ensayos, que aunque dependen de un método muy diferente del
de Mil Mesetas, aparentemente en las antípodas de su conceptualización,
no carecen de relación, e incluso convergen hacia ella?'"^
Pues si bien Benjamin sigue tomado en el horizonte de la mimesis, le
impone una variación, una generalización en la cual ella parece disol-
verse en los devenires. En efecto, en ese texto inspirado, la imitación no
se relaciona con las formas visibles, ni tampoco con la vida orgánica,
sino que concierne a los fenómenos celestes, las estrellas, los planetas,
las correspondencias astrológicas. De ello retiene trazos, un espíritu,
elementos de una lectura y de una escritura del universo. La semejanza
no sensible es cósmica. \
Los devenires también pueden ser tratados como ú^a «escritura»
cósmica, una puesta en relación con, tal como lo formula' Deleuze en el
65
René Sctiérer
caso del cine: «la potence vida no-orgánica que encierra el mundo»'^. Y
en efecco, es a parrir de tales aproximaciones que se puede comprender
su m o d o de existencia, dar sencido a una realidad insistente que no se
confunde con la de los cuerpos y la de las cosas visibles; así como definir
su dependencia respecto del «nosotros» que los contiene, es decir de aquél
que los inventa y de aquellos que los recogen al menos en la iluminación
del instante, haciéndolos suyos, sin confundir ese «en nosotros» con una
inclusión cualquiera en un sujeto, en una interioridad psíquica.
Los devenires no son productos subjetivos, ficciones o metáforas,
«maneras de decir», «modos de hablar». Creaciones literarias, desde luego,
no son sin embargo «solamente» literatura, sino que aseguran la más alta
potencia de una vida revelada por la escritura y por el arte. No se dejan
incluir en una filosofía del «como si» {Ais ob), como aquella, célebre,
del neo-kandano Hans Vaihinger, que hace del arte como del concepto
simples ficciones cómodas^^.
La filosofía de los devenires es sin duda, en gran parte, una pragmádca.
El capítulo de Mil Mesetas sobre los «regímenes de signos» establece, y
¿Qué es la filosofia? confirma, que la verdad de un concepto depende de
su fecundidad, en la medida en que da una mejor respuesta a los proble-
mas: «Si un concepto es «mejor» que el precedente, es porque hace oír
variaciones nuevas y resonancias desconocidas, opera recortes insólitos,
aporta un Acontecimiento que nos sobrevuela»'^.
Así es el concepto de devenir en comparación con las teorías de la mi-
mesis o del estructuralismo. Es «mejor». Escapa a los ab ob precisamente
porque no se deja aprisionar en una definición limitativa de lo real o de
los géneros del ser (seres por analogía), sino que expresa el devenir, o más
aun, el Ser en tanto que Devenir, ese Acontecimiento - o advenimien-
t o - que se manifiesta al mismo tiempo, «nos sobrevuela», cada vez que
se produce un devenir- (devenir con guión). Dicho de otro modo: el
Devenir, el Ser en tanto que Devenir, no está en ninguna parte más allá
de los devenires-. La filosofía deleuziana no es la del «como si» porque
reposa sobre la univocidad del ser expresado en el acontecimiento. Hay
que volver sin cesar a las proposiciones fundadoras de Lógica del sentido,
66
Miradas solare Deleuze
esa ocra Etica-. «El ser unívoco insiste en el lenguaje y sobreviene en las
cosas»; y: «No más que un solo y mismo ser para lo imposible, lo posible
y lo real, para todo lo que se dice»^®.
Devenir es alemán. Werden conjuga el ser haciéndose, fieri en latín.
Pero conviene distinguir en el proceso lo advenido, eventus, del advenir,
eventum. El devenir es advenir: eventum tantum, como se escribe también
en la misma página de Lógica del sentido.
Los devenires-acontecimientos o los acontecimientos de los devenires
soji «efectos de superficie», «simulacro», en el sencido de Lucrecio, para
quien los simulacros, juego de los átomos que los componen, escapan a
las confrontaciones vanas entre modelo y copia, imagen y cosa, ficción
y realidad. En el plano de los simulacros se expresa todo el ser en tanto
que devenir. Están en la línea fronteriza que separa y reúne a la vez lo
corpóreo y lo incorpóreo, sobre esa cresta, en su punta.
Ponderación misteñoso'^
67
René Sctiérer
^^ L'Image-temps, p, 171.
René Sctiérer
Mille plateaux, p. 3 3 1 .
70
Miradas solare Deleuze
71
René Schérer
72
6.
Potencias del deseo:
Deleuze y las costumbres
73
René Sctiérer
Una de las mejores entradas «a Deleuze» es, sin duda, la puerta del deseo.
Todos aquellos que vivieron el 68 y los años siguientes se acuerdan de la
bocanada de aire, de la gran sacudida, provocadas en 1972 por ElAnti-
Edipo., escrito junto con Félix Guattari. El libro respondía a las aspiraciones
de su tiempo, les daba expresión, las orientaba relanzándolas con un nuevo
impulso. Se comprendía finalmente, gracias a él, por qué y cómo el deseo
concernía y penetraba lo político y lo social, cómo y por qué era tanto
como lo económico, sino más, una fuerza material, una «infraestructura»,
y no dependía de «la ideología burguesa». Fuera de las constricciones ins-
titucionales, de las amputaciones y los travestismos teóricos, conquistaba
en el pensamiento un lugar que había ganado en la calle. Se operaba una
simbiosis entre ese libro-faro y esas políticas del deseo que instalaban el
movimiento de las mujeres (MLF) o de los homosexuales (FHAR) ElAnti-
Edipo reencaminaba una razón extraviada, abusada por «ciencias» ilusorias.
' Mouvement de libération des femmes y Front homosexuel d'action révolutionnaire (Nota
del t r a d u c t o r ] .
Miradas sobre Deleuze
76
Miradas sobre Deleuze
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79
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2 Id., ibid., p. 9.
Miradas sobre Deleuze
5 G . D á t u T j z . P r o u s t e t l e s s i s n e s , Paris, PUF, 1 9 6 4 , p p . 1 2 - 1 3 .
8i
René Sctiérer
Eso confunde todo... habrá que rehacer vuestra educación, hijo mío», le
dice el propio Charlus ai narrador, quien creía poder inferir de la revelada
homosexualidad de un patrón pecador la de todos sus amigos^. El homo-
sexual «no habla, no disimula, da signos», a la manera del dios del oráculo
de Delfos según Heráclito: «Sin duda sucede que un genio singular, un
alma directriz, presida el curso de los astros: así por ejemplo, Charlus»^.
La homosexualidad, haz, red de signos, da entonces algo en que pensar.
¿Pero qué? Ciertamente no, en primer lugar, la propia homosexualidad,
en tanto que dependería de una interpretación, de una reducción a
causas distintas y heterogéneas, que le busquen un origen, una génesis
orgánica o psíquica fuera de su pura manifestación. Pues solo puede ser
abordada en la cobertura de los signos que produce, en la complejidad
de ese envolvimiento.
Da algo en que pensar en la medida en que desalienta la comunicación
clara y distinta. Su riqueza en signos la dota de una profundidad que sólo
consiste en su reticencia a las convenciones de la comunicación corriente
sobre las cuales está fundado el orden social. Una profundidad superficial,
legible en las modulaciones de una superficie saturada, intensiva. Ella se
condensa y se descifra en los signos-índices que revolotean encima de la
mundanidad, a la manera del abejorro observado en el patio del hotel
de Guermantes, de orquídea en orquídea.
La riqueza en signos de lo homosexual, que constituye para el filósofo
un objeto selecto, tampoco tiene nada que ver con una superioridad de
inteligencia. Se emparentaría más bien con las propiedades de la «mujer-
mediocre» de la que habla Proust, que enriquece el universo del artista
más de lo que lo haría una mujer inteligente, pues, comenta Deleuze,
está más cerca de las materias y de las naturalezas elementales: «Con la
mujer-mediocre retornamos a los orígenes de la humanidad, es decir al
momento en que los signos prevalecían sobre el contenido explícito y los
jeroglíficos sobre las letras»®.
Riqueza de lo elemental. Allí se entrevé algo que comandará el des-
cubrimiento de lo «molecular» en los futuros análisis deleuzianos. Pero
ya en Proust y los si^os la multiplicidad de signos a descifrar hace de lo
83
René Sctiérer
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René Sctiérer
87
René Sctiérer
en íncima resonancia con una sexualidad sin otro fin que ella misma, sin
inquietud por el engendramiento biológico o espiritual, a la manera de
la relación intersexual o de la pederastia pedagógica de Platón.
Punto de encuentro y de juntura entre filosofía y homosexualidad,
esta mutación del filósofo en explorador de las superficies, a favor de
una torsión, de un desarreglo en la apreciación y el funcionamiento de
los sentidos y de los valores. «¿Cómo nombrar», leemos en Lógica del
sentido, «la nueva operación filosófica en tanto que se opone a la vez a la
conversión platónica y a la subversión presocràtica? Quizá con el término
de perversión, que al menos conviene al sistema de provocación de este
nuevo tipo de filosofía, si es cierto que la perversión implica un extraño
arte de las superficies»-^. Y no se trata de una analogía o una metáfora. La
perversión liberada de toda referencia normativa, moralizante, y que no
designa otra cosa más que el vuelo libre de los afectos fuera de los lastres
freudianos (las profundidades), comandaba la Presentación de Sacher-
MasocfP'^. Ella mantiene una relación privilegiada con el pensamiento
inventivo. En un paralelismo cautivante, en una correspondencia término
a término, pensamiento y homosexualidad se responden. El pensamiento
platónico está comandado por la jerarquía del logos, y por su pederastía
igualmente anagògica, ascensional. El pensamiento cínico, estoico,
epicúreo, nietzscheano, en una palabra, moderno, que se aparta de ese
logos, es perverso, y la homosexualidad es el paradigma de la perversión.
El pensamiento «moderno». Ya era perverso el de Kant, cuando se halla
comprometido en la perspectiva del juego estético que libera la imagina-
ción del entendimiento y de la razón. Entre las «Cuatro fórmulas poéticas
apropiadas para resumir la filosofía kanuana» de 1986, Deleuze introduce
la de Rimbaud: «llegar a lo desconocido a través del desarreglo de todos
los sentidos». Es que «el ejercicio desarreglado de todas las facultades va
a definir la filosofía futura, como f»ara Rimbaud el desarreglo de todos
los sentidos debía definir la poesía del porvenir»^®.
No, la perversión no caracteriza a la filosofía por medio de una simple
metáfora. Ha de comprenderse en tanto que torsión de superficie o de
^^ Id. ibid.
Culpable-no culpable
El jeroglífico es el emblema de la homosexualidad moderna. A la
marcha anagògica, ella le opone la dispersión de los signos. A la tensión
unificante, la división desgarradora de su esquizofirenia. Se aparta del
camino de la verdad común, echa una maldición sobre aquél al que
afecta y lo convierte en transmisor de la falta inmemorial. Judía en eso.
Ciertamente uno podría detenerse en estas anotaciones, y develar en
esa culpabilidad la marca de una profundidad para'una filosofía de las
profundidades. Esa sería una homosexualidad trágica, que asegura al
homosexual la marca de una vocación, la carga de un desuno. En todo
homosexual, y ciertamente en Charlus, hay algo de eso trágico que, por
otra parte, es muy nietzscheano.
Pero la homosexualidad trágica, con su carácter de excepción, es inme-
diatamente equilibrada, puesta en conflicto humorísdco con su reverso:
la omnipresencia de una francmasonería homosexual, que practica un
corte transversal de la sociedad y de la historia. Humorístico porque
a la rareza le opone: todo el mundo lo es. N o hay más que Sodoma y
Gomorra, la separación de los hombres entre ellos y de las mujeres entre
ellas, en cada generación, repetitiva. Esta repetición no es desvalorizante.
Todo lo contrario, dibuja el cuadro nuevo en el cual la homosexualidad
se deja pensar, se filosofa.
La homosexualidad moderna, contrariamente a la platónica y también
a un pensamiento del desuno, no se funda sobre una reminiscencia, sino
que anuncia una repetición. Es cierto, todavía se encuentra la reminiscen-
cia en algunos modernos, tal el caso de Frederic Rolfe, contemporáneo
del joven Proust, en El deseo y la búsqueda del todo^^. Pero ni En busca
90
Miradas solare Deleuze
El secreto de Albertine
La separación de los sexos no es la verdad de la homosexualidad. La
teoría proustiana, escñbe Deleuze, conlleva tres niveles: en el primero,
los amores intersexuales, en el segundo, la división de ese conjunto en
dos series homosexuales que buscan «el secreto» de la mujer amada y del
amanee. Allí es donde «reinan la idea de falta y de culpabilidad»^"^. Pero
ese nivel n o es el último. Aunque las dos series homosexuales sean «más
finas que la gruesa apariencia de los amores heterosexuales», todavía con-
cierne solamente a los grupos o las masas. Lo que importa para Deleuze,
como para Proust, es un tercer nivel, in train dividual, donde los dos sexos
91
René Schérer
G . D e l e u z e y F. G u a t t a r i . L'AnH-CEdipe, p. 3 3 8 .
92
Miradas solare Deleuze
Id., ibid., p. 2 1 2 .
93
René Schérer
94
Miradas solare Deleuze
G . D e l e u z e y F. Qnixinú, L'Anti-CEdipe, p. 3 5 0 .
95
René Schérer
Id../éí¿¿,pp. 145-146.
G . D e l e u z e , Critique et clinique, p. l i .
" I d . , ibid., p p . 3 3 0 - 3 3 9 y i o d o el pasaje: « d e v e n i r - f e m m e , d e v e n i r - e n f a n r , devenir-
a n i m a l , devenir-moléculaire».
E n particular, L'Anti-Œdipe, pp. 348-349.
^ G . D e l e u z e y F. G u a t t a r i , Mille plateaux, p. 3 3 9 .
96
Miradas solare Deleuze
97
René Sctiérer
Cranumsíjíís
Los devenires, escribe Deleuze, están «en nosotros». ¿Se trataría enton-
ces de una ilusión, de una metáfora? No, todo lo contrario, de un real
enriquecido por el concepto que lo circunscribe, abarcando a la vez los
átomos corporales, las singularidades afectivas, los elementos de la escri-
tura, todas partículas dadas y que se agitan en superficie, y que conciernen
a una materialidad común. El m u n d o de Deleuze es lucreciano y, como
este, abarca en una continuidad los átomos materiales y los vocablos. El
devenir ocupa la zona de indiscernibilidad entre real e imaginario, y los
comprende en la aproximación y la elaboración de una misma verdad.
No carente de humor, sin embargo. Q u e ante todo no se vea en esta
fórmula una cláusula restrictiva. El humor es parte integrante de la verdad
a transmitir, le ofrece a esta última el alivio de su hospitalidad. Deleuze
dice del humor''" que es efecto de superficie, arte de los acontecimientos
puros, que deshace los señuelos de la representación, del individuo, de la
subjetividad, en beneficio de las multiplicidades. Le repugna, ante todo,
la superioridad irónica del sujeto que juzga e interroga. Está del lado de
las minorías: un «devenir-minoritario». La mujer molecular, la muchacha
universal, n sexos, el sexo no humano - t o m a d o de Marx, humorista de
aspecto serio- están indudablemente condimentados con la sal de un
humor apropiado a la liberación de la sexualidad respecto de los lastres
sociales u orgánicos. Todas estas expresiones le otorgan a la escritura, al
concepto mismo, una soltura suprema y la frescura de un «devenir-niño».
L'Anti-Œdipe, p. 3 8 0 .
® G . D e l e u z e y C . Parnet, Dialogues, p. 8 3 .
Miradas solare Deleuze
P l a t o n , Charmide, 1 5 5 c; Le Banquet, 1 8 9 e.
99
René Schérer
Potencias de lo falso
Muy cerca de la mentira y de lo falso. Pues la verdad de la homosexua-
lidad, en los más sinceros que la han pensado, está asociada sin cesar al
error. La homosexualidad vivida, experimentada en nosotros, nunca es la
homosexualidad o la pederastia en el sentido psiquiátrico. Es así que en
sus cartas a Daniel Halévy, su condiscípulo, el joven Proust «opera una
cuidadosa distinción entre la «pederastia», condenable entretenimiento
de los hastiados, y la pasión recíproca que pueden experimentar dos
muchachos que «por nada en el m u n d o practicarían la pederastia»^^.
Es así que Hocquenghem le opone a la triste reducción freudiana, «el
carácter heteróclito» del deseo, su «dispersión maquínica» en el sentido
deleuzo-guattariano, destacando que nunca hay «homosexualidad» como
estado de cosas, sino homosexualización de un vivido no codificado^''. En
todo homosexual resuenan los desasosiegos del Torless de Musil: «;No
Fichte).
100
Miradas solare Deleuze
^ná..ibid.. pp. 6 7 y 9 3 .
G u y H o c q u e n g i i e m , Race d'Ep!, p. 2 0 .
Sunumant. D e sursumer, n e u l a g i s m o q u e reemplaz-a el prefijo sub— d e subsumer
p o r el prefijo sur-, c o n el q u e se h a t r a d u c i d o e n francés la aufhebung hegeliana. E n
castellano c o r r e s p o n d e r í a al n e o l o g i s n i a «sobresumir», p o r o p o s i c i ó n a «subsumir» [ N o t a
del t r a d u c t o r ] .
101
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103
René Schérer
104
Miradas solare Deleuze
Y al igual que para Lawrence, ser del secreto, tampoco conviene buscar
un «verdadero» Genet bajo sus máscaras. Pues no está debajo ni detrás,
sino con, en los pliegues de donde hace surgir sus múltiples figuras, como
«una gallinita de papel», un «espontáneo simulador»®^. Si la primera teoría
no griega, no platónica, de la homosexualidad es la de Proust, la segunda
se bosqueja a través de la obra de Genet, que es como su imagen invertida.
Un doblez, una duplicidad, pues -independientemente de la obra, por la
cual ha expresado la mayor admiración- es seguro el parentesco entre el
universo de Genet y el universo mundano de En busca del tiempo perdido,
cuyo reverso social constituye. Mundo de los guapos, de los maricones,
de los criminales, poblado también, e incluso más, de signos.
Entre estos dos mundos están dispuestos muchos pasajes: entre otros,
la homosexualidad, esa fijerza que corta transversalmente la sociedad y
hace que se reúnan los aristócratas y los bajos ÍDndos. Proust ya dio cuenta
de esta comunicación subyacente, tratándola como una francmasonería
secreta, aunque preservando irregularidades ilocalizables que confun-
den las cosas. Pero Genet es el Proust de un universo que ya no se deja
seducir por las apariencias del «mundo», ni siquiera para lacerarlo con
su humor. Genet interioriza la reprobación de la raza maldita contra la
cual Proust espera protegerse al convertirla, en su narración, en centro
motriz de la sociedad contemporánea; Genet se sumerge en su abismo,
alcanza el punto extremo donde la traición deviene santidad. Para Genet,
la homosexualidad asumida y provocadora entra en el pliegue singular de
subjetivación a partir del rechazo radical del orden social.
Es en este punto que, en términos deleuzo-guattarianos, puede decirse
que funciona maquínicamente: máquina de deseo, creación de devenires,
máquina de guerra y de revuelta. Opera una torsión de las fuerzas del
afuera y hace abrazar interiormente las causas de las Panteras negras, de
los palestinos, de los transexuales, mejor llamados las transexuales en
razón de su devenir-mujer, cuya causa se confunde con las otras en un
heroísmo común®'.
Gracias a Genet, la homosexualidad, en sus potencias en las que se
mezclan y se confunden la verdad y la mentira en «un sentido extramoral»,
como decía Nietzsche, pasa del contenido finito de una elección sexual a
Id., ibid., p. 2 0 8 .
105
la forma infinita de los devenires-otros. Devenires siempre minoritarios
que permiten escapar de la representación mayoritaría del «hombre»,
Estos devenires inmanentes a la escritura ilustran ejemplarmente la fór-
mula deleuziana: «La vergüenza de ser hombre, ¿hay una mejor razón
para escribir?»®''.
Es a Deleuze a quien le debemos la posibilidad de trazar la línea de
homosexualidad que va de Proust a Genet, línea de los incomposibles
simultáneos «que bifiirca y que no cesa de bifiarcar»®^.
106
8.
Fábrica del alma - Gilles-Félix
Jalones
Walter Benjamin escribía de Charles Fourier que «hay que ver en
la aparición de las máquinas el impulso más íntimo que se le dio a su
utopía»'. Ellas le sugirieron el mecanismo de las pasiones y la ¡dea de un
nuevo agenciamiento societario conforme a sus movimientos.
Me parece que esa frase conviene todavía más a Félix Guattari y a sus
máquinas deseantes. En efecto, ellas han de concebirse como mecanismos
frenados o enloquecidos por la civilización; en el exceso mismo de sus
arrebatos, abren, para una sociedad verídica, el campo de lo posible. Se
convierten en «brújula de Armonía», orientada hacia una esquizofrenia
' Machin, de uso familiar en francés para referirse a u n objeto o persona cuyo n o m b r e
se ignora, n o se recuerda, o n o vale la pena decir. Corresponde exactamente al uso de
«coso» en Argentina, pero en esa traducción se pierde el hecho de que se trata de una
masculinización de machine, «máquina» [Nota del traductor].
^ V. H u g o , Les misérables, quatrième partie, livre XI: «L'atome fraternise avec l'ouragan»,
chapitre 1 : «Quelques éclaircissements sur les origines de k poésie de Gavrociie».
' W . Benjamin, «Paris, Capitale d u XIXc siècle», exposición en francés de Walter
Benjamin, Gesammelte Schriften, corne V. 1, Frankfurt, Suhrkantp, 1982, p. 63.
107
René Schérer
108
Miradas solare Deleuze
Sin metáfora
¿Hay máquinas «propiamente dichas», objetos puramente técnicos, y
otras llamadas así por analogía? El acceso a la filosofía de Guattari como
a la de Deleuze, a sus obras comunes, exige que se abandone el lenguaje
de la analogía tanto como el de la metáfora. Las «máquinas deseantes»,
al igual que las máquinas sociales, institucionales, políticas, culturales,
literarias, estéticas, etc., no son nombradas metafóricamente. En todos
los casos se trata de producción de un efecto, de conexiones, de fuerzas
y de movimientos a desplazar y a transformar. Cuanto más se asciende
desde las grandes formas visibles hacia la fiiente de su producción, más
se revoca la distínción entre lo inanimado y lo viviente, lo material y lo
espiritual. La diferencia, no solamente de grado, sino también de natu-
raleza, está entre «lo molar» y lo «molecular», lo atómico que, como en
Lucrecio, compone las almas tanto como los cuerpos.
H a de notarse que la referencia de ElAnti-Edipo no es la mecánica
cartesiana de La Mettrie en El hombre máquina, sino el transformismo
neolamarckiano de Samuel Butler en «El libro de las máquinas» de la
novela Erewhon, relato de una ficción utópica. Esta última trata, en efecto,
de una hipótesis fantástica, del peligro representado por la sustitución
del hombre por las máquinas, de la apropiación de las máquinas de lo
que es la especificidad de lo viviente: la autosíntesis, la autorregulación,
la reproducción. Este «texto profundo», según la expresión de Guattari
y de Deleuze, logra tal resultado al disociar la unidad estructural de la
máquina incluyendo en su campo a los hombres que la alimentan, la
sirven, la multiplican. El hombre ya depende en su actividad y en su
alma de un universo en el que reinan sus máquinas. Se puede proyectar,
^ G . D e l e u z e , Pourparlers, M i n u i t , 1 9 9 0 , p. 2 4 .
109
René Schérer
110
Miradas solare Deleuze
Chaosmose, p. 134.
111
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La antíestructura
Un concepco puede ser abordado a pardr de lo que edifica, pero tam-
bién a partir de aquello a lo que se opone y reemplaza. «El inconsciente
maquínico» apela a una aprehensión no interiorizada, no personológica
del inconsciente: esto es cierto, pero no sería suficiente si no añadiéramos
que aquello que recusa es, ante todo, su interpretación estructural. La
máquina es una máquina de guerra, y es presentada un poco de ese modo
en su comienzo, aunque Félix acepta que se la tome por un «artificio
de escritura». Pero esa «máquina»'^ corta por lo sano con la atmósfera
circundante, despierta de un «sueño dogmático», el de lo estructural y
su runrún, al pensamiento de Félix y al de Gilíes, que ya hacen estallar
métodos y conceptos vigentes.
N o es posible dar cuenta en detalle aquí de esa atmósfera de los años
60-70, época del estructuralismo criunfance, ni de la ruptura operada
por la máquina guactariana, de un modo brusco y al mismo tiempo, al
comienzo, con restos estructurales. Bastará con indicar los puntos nodales
de los dos órdenes, de las dos constelaciones formadas por la estructura
y la máquina, así como del terreno de su enfrencamiento. En resumen:
112
Miradas solare Deleuze
Paradojas
La máquina deseante es, no obstante, paradójica. La expresión en sí
misma ya lo es. Consdtuye una suerte de oxímoron, a la manera de «la
oscura claridad». En efecto, ¿no es por lo general lo propio de la máqui-
na ser insensible, no poder desear nada? El deseo es lo que construye la
máquina o la goza, aquello que la detenta, no la máquina misma. Sin
embargo, toda la fuerza, polémica, toda la seducción, inventiva, de la
máquina deseante, deriva de esta apropiación por lo maquínico de aquello
irreducible a lo mecánico-, que es el deseo.
Paradoja del deseo que llega a identificarse con un movimiento o con
una fuerza material, productores de otros movimientos, al mismo tiempo
que posee, a la manera de la conciencia de Raymond Ruyer'^, la notable
113
René Schérer
Producción de sentido
El defecto de la teoría estructurahsta es deformar la expresión y elimi-
nar la fuerza productiva ckl deseo, con el pretexto de delimitarlo mejor.
No reemplaza el sujeco de la filosofía cartesiana por un «sistema» más
rico, según la fórmula consagrada; a ese sujeto, «lo aprisiona y sólo tolera
perdedo en tanto que es recuperado en el seno de una determinación
estructural distinta»'^
114
Miradas solare Deleuze
G . D e l e u z e y F. G u a t t a r i , L'Anti-CEdipe, p. 385.
" F. G u a t t a r i , «Psychanalyse et politique», en Gilles D e l e u z e , Félix G u a t t a r i , Politique
et psychanalyse, des mots perdus, 1 9 7 7 , s i n p a g i n a c i ó n .
115
René Schérer
Hacia la semiótica
Productora de sentido, la máquina deseante puede ser calificada tam-
bién de «abstracta». Esta abstracción no es del orden de una generalidad
que desconocería lo individual y lo sensible, sino del orden de la pintura,
cuando ella se desprende de una representación imitativa del objeto y
deviene de este modo «abstracta», por sus líneas y colores, produciendo
nuevas figuras no menos sensibles que aquellas de la percepción ordinaria,
pero sin significación (= no figurativas y no realistas).
La teoría de las máquinas abstractas está en la base de la semiódca
guattariana, parte central de La revolución molecular (1977), de El in-
consciente maquínico (1979), át Mil mesetas (1980), escrito en común
con G. Deleuze.
Las máquinas son abstractas como lo son las fiigas de Bach, indiferentes
a timbres determinados, pero actualizándose en ejecuciones concretas.
Son singulares: máquina-Bach, máquina-Einstein, máquina-Webern,
máquina-Sv/ann, etc.; con otras máquinas singulares en cada una de ellas:
tal como la «pequeña frase» de la sonata de Vinteuil en Proust.
El funcionamiento de todas estas máquinas abstractas ya no apela a la
relación significado-significante de una lingüística de base saussuriana.
Proceden por «agenciamientos», y el elemento específico de su «régimen
de signos» deja de ser el fonema-símbolo, es el «diagrama» o esquema en
el plano de composición.
Agenciamiento: hay que volver aquí, esta expresión indica que las
máquinas están acopladas directamente con una realidad no reducida.
El ejemplo más simple puede ser provisto por esos psicoanálisis de niños
a los cuales se entregan Freud o Mélanie IClein: los de Hans, Richard o
Fficz. Son agenciamiencos maquínicos que mantenían con su sexo, su
vecindad, con tal otro niño deseado sensualmente, un caballo, la calle,
mapas geográficos, trenes, letras del alfabeto, etc., antes de que se les haya
116
Miradas solare Deleuze
demostrado que no hacían más que significar a través de ellos el «falo del
padre», el «cuerpo de la madre» o su miedo a la «castración»^®.
O bien descubriendo los agenciamientos específicos de la máquina-
Kaflca con los animales, la infancia, se tratará de liberar a la obra de toda
una reducción forzada a las metáforas del padre y de la ley.
Allí donde el psicoanálisis y sus repercusiones no aprehenden más que
simbolismo, el análisis maquínico (esquizo-análisis) hace surgir «deveni-
res» -animal, niño, etc., aptos para dispersar al sujeto en la muldplicidad
de los mundos que vienen a su encuentro.
Diagrama: en lugar de simbolizar, se tratará de poner en correspon-
dencia mutua cantidades variables, intensidades sensibles, a la manera de
una ecuación o de un plano tecnológico, arquitectónico.
Pieza maestra de la máquina abstracta, el diagrama compone las líneas
de fuerza de una producción, prepara una figura inventiva^'. Este término,
tomado de la semiología de Ch. S. Peirce, contribuye a la elaboración de
un senddo al que desenvuelve topològicamente.
Es la curva que conduce desde el cuerpo, desde sus moléculas y desde
la singularidad de sus afecciones, desde sus pasiones, a su traducción en
lo visible, a su expresión.
Expresividad
N o está al alcance de la voz del que ordena, como del lenguaje de la ley
- d e l cual la ley del lenguaje es una de sus formas- el producir superficies
de expresión cargadas con toda la profundidad del deseo. El diagrama
llama en superficie a la profundidad.
La filosofía de Félix es una filosofía que, por el desvío de lo a-signifi-
cante, se dirige a la expresividad; da figura a las virtualidades, libera las
potencialidades que, sin las máquinas deseantes, no podrían encontrar
expresión.
Incluso las grandes máquinas, Estado, instituciones con vocación
represiva, y las pequeñas máquinas a su servicio, como la «máquina de
rostridad», que sirven a la transmisión de las consignas del orden, rostro
117
René Schérer
^ M d . , / ¿ z W . , n o t a p . 175.
« L ' a m o u r d e S w a n n c o m m e collapsus s é m i o t i q u e » , L'incomcient machinique, p.
239-250.
118
Miradas solare Deleuze
El autómata reconciliado
El hombre no debe tener temor a ser finalmente invadido por sus
máquinas técnicas, que acapararían las funciones intelectuales. Puede
legítimamente aspirar, por otra parte, a no devenir engranaje de máquinas
despóticas, estatales o religiosas, o de una economía capitalista incontro-
lable en la escala de una geopolítica de los poderes. Le debe esto a su ser
deseante, a la estrategia de una micro-polídca que sólo depende de él,
a su ser-máquina en potencia de agenciamientos todavía desconocidos,
no a las ilusiones de un tradicional sujeto «demasiado humano», cuyas
prerrogativas se desmoronan hoy en una universal sujeción.
119
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^^ R G u a t t a r i , Chaosmose, p. 134.
9-
Subjetividades fuera del sujeto
ad Felkem
Con esa distancia que permite la muerte y que favorece una mirada
de conjunto sobre una obra, sino acabada, al menos irremediablemente
cerrada, me parece hoy que el pensamiento de Félix ha estado dominado
por una constante: la del proceso, más bien la de los procesos, de subjeti-
vación. Allí está su propósito, su carácter, su aporte obstinado a nuestro
siglo, que tomó los rodeos de la escisión con un psicoanálisis ortodoxo y
normativo, de la revolución que él llama molecular, en oposición con la
revolución masiva de la ideología marxistay de los aparatos de partido, de
la adopción de una triple ecología que se extiende, además de a lo natural,
a lo social y a lo mental, de una ecosojía concebida como pensamiento de
las subjetividades murantes de este tiempo.
La subjetivación no tiene p u n t o fijo, centro. Si la modernidad en
general puede concebirse como un descemramiento del mundo y una
multiplicación de los puntos de vista, se ha subjetivado falazmente, en el
origen, alrededor de la ilusión de un único sujeto. Ahora bien, su lógica
es, por el contrario, la del devenir y la multiplicidad. Es esta lógica de
una modernidad consecuente la que ha desarrollado Félix en torno de
procesos de subjetivación que son devenires de multiplicidades.
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-
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10,
Deleuze y la utopía
Fuera de escena
Samuel Butler, Gabriel Tarde, Pierre-Simon Ballanche: tres nombres,
en la obra de Deleuze, que aparecen por momentos, a la vuelta de una
página, en el recodo de una nota.
Pequeños resplandores que parpadean. Con facilidad se los considera-
ría menores, en relación con el pequeño lugar que ocupan. En relación
también con su desvanecimiento en la historia de las ideas, que casi los
ha olvidado.
Fortuna rápidamente desaparecida de Tarde, sepultado bajo los estratos
sucesivos de la sociología contemporánea: durkheimismo, weberismo; G.
Simmel, en su lugar, revivificado. Marginalización de Samuel Buder, darwi-
nista herético, autor apenas conocido por una única novela, por una ficción
utópica. Pierre-Simon Ballanche, el lionés inspirado, el dulce soñador, el
trabajador secreto, profeta mistenoso de un nuevo cristianismo social.
Los tres, además, ajenos a la Universidad, a pesar de la elección de
Tarde en el Collège de France, en los últimos años de su vida; y en un
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Tópicas de la utopía
Utopía. Y sin embargo, Deleuze explícitamente pretendió cuidarse de
la utopía. Sintió la necesidad de hacerlo, insistió en tomar distancia de
134
Miradas solare Deleuze
sistemas filosóficos a los cuales Ies ha gustado jugar con la utopía, a la vez
como palabra y como concepto. Ernst Bloch, que construyó sobre ella
toda su filosofía; o Tlieodor Adorno y la escuela de Frankfiart, que reservan
a la utopía una fijnción de concepto operatorio para una dialéctica que,
al contrario de la hegeliana, es inconciliable con el siglo: una dialéctica
negativa. «Deleuze»: Deleuze y Guattari, Gilles-Pélix. Todo eso se lee en
¿Qué es la filosofía? En el maravilloso capítulo de la «geofiloso fía».
Ese capitulo es maravilloso, infinitamente precioso para la orientación
del pensamiento, porque por una vez, a decir verdad, por primera vez,
provee una referencia para pensar la utopía, define su lugar de pensa-
miento - e n el sentido de los «lugares» de la lógica clásica- su tópica. Sin
duda ya existen fórmulas y descripciones muy pertinentes para pensar
la utopía. Por ejemplo, la de R. Ruyer en L'utopie et les utopies'^'. «una
exploración de los posibles laterales»; o la de Louis Marín en Utópicas,
juegos de espacio^, consagrada más parricularmente al «discurso utópico»,
que opone al «discurso del concepto» el «de la figura», un discurso «cuyo
medio lo constituye lo imaginario». Y más aún, mejor aún para el esta-
blecimiento de una tópica, la atribución a la utopía de lo «neutro», con el
ejemplo de la «modificación de neutralidad» que, en la fenomenología de
Husserl, prepara el acceso a lo imaginario. La utopía es lo q u e ocupa esa
región que es también aquella de la distancia, de la «polémica infinita»,
de la «contradicción ilimitada» {o.c., p. 21), eso que está a resguardo del
concepto, en la ficción, en la imagen.
¿Qué es esa tópica? Se reconocerá en ella, creo que fácilmente, la
partición operada por Leibniz en Los nuevos ensayos (IV, 1), a propósito
del conocimiento, entre dos géneros de «temas»: los del conocimiento
discursivo, que obedecen a una lógica del encadenamiento de las propo-
siciones demostrativas; y los llamados «incomplejos», que n o conciernen
a ese orden, aunque enriquecen el conocimiento. Entre los cuales Leibniz
sitúa a las ficciones, novelas y cuentos, la de Cyrano de Bergerac, por
ejemplo, o la de Ariosto. En resumen, no solamente los posibles, sino
también los imposibles.
Efectivamente el lugar de la utopía se ubica entre los posibles, pero
actualmente imposibles, incomposibles.
135
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M i r a d a s solare Deleuze
137
René Scfiérer
Historia y devenir
La primera tópica concernía al territorio, la segunda concierne al tiempo.
Después de la desterritorialización absoluta del pensamiento, se trata de
una forma de reterritorialización. Reterritorialización sobre el concepto;
sobre el concepto de aquello que está en cuestión de un lado y del otro en
la confluencia histórica: el tiempo, la historia, el acontecimiento. Ahora
bien, dice Deleuze, utopía y concepto no se relacionan de la misma manera
con ese estado de cosas. Y la «buena» relación, es decir la relación según
la realidad, está del lado del concepto, no de la utopía.
Sin duda lo sospechábamos, y estábamos dispuestos a admitirlo, pues-
to que la utopía proclama abiertamente que opera en lo irreal. Pero es
la solución lo que sorprende y se propone primero como una paradoja
que va a exigir explicación: la utopía está en falta respecto del concepto
porque se refiere a la historia, mientras que el concepto no depende de
ella. Paradoja, al menos, en el marco de la filosofía deleuziana, que no
admite la intemporalidad de las esencias platónicas, que siendo una filo-
sofía de la vida, tiene también como horizonte, incluso si toma distancia
y se disocia de ellas, las filosofías contemporáneas de la historia. Paradoja
para la utopía, de la cual diríamos que se burla de la historia y que no
se preocupa mucho por los medios que han de ponerse en marcha para
volverse histórica. ¿No es, por otra parte, uno de los reproches esenciales
que Mare le dirige al «socialismo utópico»?
¿Cómo comprender, en ese caso, el aspecto paradojal de la siguiente
fórmula: «la utopía no es un buen concepto porque, incluso cuando se
opone a la Historia, se refiere a ella y se inserta en ella como un ideal o
como una motivación»? Fórmula a la cual se opone la del carácter «no
histórico» del concepto, que «nace de la historia y vuelve a caer en ella,
pero no lo es». Lo que interesa al concepto, lo «que es» el concepto, no
es la Historia, es el devenir: «pero el devenir es el concepto mismo... El
devenir sin el cual no se haría nada en la historia, pero que no se confiinde
con ella» (pp. 106-107).
La dificultad se aclara cuando se comprende lo que está en juego, dicho
de otro modo, el problema. Y el problema, el problema filosófico por
excelencia es el de la realidad. La realidad del tiempo frente a la cual la
utopía es indiferente, y que la historia trasviste y aplasta en su cronología
uniforme. Es en el marco de este aplastamiento uniforme del tiempo que
138
M i r a d a s solare Deleuze
Lo horizontal y lo vertical
N o se situaría correctamente ese capítulo de Deleuze y su tópica sin
la referencia que ilumina a Charles Péguy y, a través de él, a Bergson.
El Péguy de Nota sobre Bergson: «Esa idea capital y profunda de que el
presente, el pasado y el futuro no pertenecen solamente al tiempo, sino
también al propio ser. Que no son solamente cronológicos, que el futuro
no pertenece solamente al presente para más tarde, que el pasado no
pertenece solamente al viejo futuro, al futuro interior al tiempo... Que
la creación no cambia de fecha, que cambia de ser, que no es solamente
diferencia de calendario, sino diferencia de naturaleza» (p. 23).
Y el Péguy de la inmensa e inimitable prosopopeya de Clio, la musa
de la historia, que se ocupa de oponer la positividad chata, uniforme de
la historia de los documentos y de las «inscripciones», a la historia de la
memoria, a la memoria que es la única capaz de aprehender el tiempo
viviente, el tiempo de la vida, el tiempo del interior, el tiempo de la
duración. Que opone al tiempo del desarrollo histórico de los hechos,
la duración, que es la única que lleva memoria en su profundidad, que
hace surgir de su profundidad el acontecimiento. Tiempo de duración,
tiempo que lleva en sí lo que la historia no puede comprender ni advertir:
la juventud, el envejecimiento, el entusiasmo, y también la melancolía
profunda que le es inherente.
139
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140
Miradas sobre Deleuze
'O Clio, p. 2 4 8 .
René Scfiérer
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Miradas solare Deleuze
a los que invita a la gran sociedad filosofica de los amigos, Buder, Tarde,
e incluso Ballanche, a pesar de las apariencias, nunca fueron tributarios
de la historia.
Pues si Ballanche se refiere a la historia, lo hace porque es terreno,
terreno de experiencia apto para manifestar la profundidad del tiempo,
su «internidad». El tiempo de Ballanche es, como el de Péguy, una du-
ración de los pueblos, grandes vivientes que conocen, al igual que los
individuos, el crecimiento, la muerte y el renacimiento (palingenesia).
Para él que, como Péguy, piensa al interior de un cristianismo místico, el
acontecimiento Jesús no será nunca un objeto para la historia; es internal:
«no puede haber interrupción, sólo puede haber la aparición del mismo
hecho que nunca deja de ser un hecho actual», escribe en La ciudad de las
expiaciones. Y: «La psicología cristiana es una psicología cosmogónica».
Por eso «el acto de la creación es a la vez espontáneo y sucesivo, puesto
que es eterno»'^.
Aunque Ballanche habla de cierta manera para la historia por venir,
la de un cristianismo social proletario, su riempo de ia utopía es cercano
al de la célula viviente de Buder, profundidad de memoria o Aión: «una
vez que hemos comprendido que somos todos una sola criatura y que
cada uno de nosotros tiene varios millones de años»... «todo ser viviente
forma parte de la fase actual de cualquier idenddad pasada incluida en
su cadena ancestral»^^.
La naturaleza, la propiedad singular de este tiempo, es no detenerse en
el presente, no hipnotizarse con él, no inmovilizarse en él, sino excederlo
infinitamente.
Completarlo y profundizarlo, acompañándolo con lo que Deleuze,
con Bergson, llama los «virtuales», que han de considerarse también, en
estos autores, bajo el nombre de «posibles».
Y es Tarde quien escribe en Monadologia y sociologa que «en el fondo
de cada cosa, está todo lo real o posible»^"*; o, en un poema de juventud,
más líricamente, más utópicamente: «Que esa masa es elevada y numerosa
143
René Scfiérer
i^Tarde,/of. aV..337.
144
Miradas solare Deleuze
Un plano de naturaleza
La respuesta deleuziana, como cuando se trataba del tiempo -¿pero
no es exactamente el mismo problema?- es la conversión en superficie
de la sorda profundidad inaccesible. La construcción de un plano de
consistencia que puede ser llamado esta vez «plano de naturaleza». No
porque se trate de otorgarle a esta úkima, entidad personificada, un poder
subterráneo, sino porque Naturaleza es la superficie de inscripción y de
expresión de las cosas, de su inestabilidad, su pasaje de una a otra, su
entre-expresión, su devenir.
El plano, hubiera dicho Barthes, es el mantel que arrastra todo cuando
se tira de él'^. El mantel del mundo, que del mismo modo puede ser
llamado, que es en efecto también, su alma.
Hay una manera totalmente deleuziana —parodiemos el pasaje de El
Anti-Edipo en el cual se habla de una «manera totalmente butler¡ana»^°- de
tratar a las cosas, de llevar al plano. Allí donde los problemas insolubles,
insolubles por falsos, de la metafísica, de la dialéctica y de la utopía sin
concepto, se disuelven entrando en otra formulación: problema falso de
la oposición y de la vinculación entre el alma y el cuerpo, la materia y
el espíritu.
Plano sin sujeto, a-subjetivo, pre-personal, impersonal, de la expresión
pura, del dato puro. Realidad, puesto que dada, única realidad. Que no
podemos decir que «exista» en el sentido de las causas corporales, de los
cuerpos-objetos. Pero que es, de todos modos, «insistente», «consistente».
Es el plano donde aparecen y se mueven los conceptos, donde se resuel-
ven, de una manera distinta a la utópica, los falsos problemas del deseo
L'Anti-Œdipe, p, 3 3 8 .
145
René Scfiérer
y del alma de las cosas, el plano del Aiòn, codo en superficie, ese plano
que tiene la consiscencia musical de «lo incorporai».
Lo incorporai, heredado de los estoicos, consistencia del aconteci-
miento, del concepto del devenir, es lo que permite en Deleuze erigir la
primera y úkima tópica, la de una teoría no sustancialista del ser y de las
multiplicidades que lo componen. Tópica para el acontecimiento, para su
expresión conceptual y para los devenires que se organizan sobre el plano
de Naturaleza —pero que, dice Mil mesetas, no está especialmente ligado
a «la Naturaleza», incluyendo también el artificio, y que encuentra su
primera y mejor ilustración en el plano musicaP', «plano de inmanencia
y de univocidad».
Se trata aquí de una de esas «nuevas distribuciones que el genio de
una filosofía le impone a los seres y a los conceptos», como se escribe en
Lógica del sentido a propósito de la filosofía estoica.
Y esa manera totalmente butleriana de comprender cómo el hombre
se hace máquina y cómo la máquina desea, manera de dispersar la uni-
dad estructural de la máquina y la unidad orgánica del individuo {El
Anti-Edipo) haciendo entrar el deseo en la máquina y la máquina en el
deseo -esa manera sería, en el cuadro del pensamiento causalista, el de
las causas eficientes, una imposibilidad, una utopía-;
- esa manera totalmente tardeana, totalmente leibniziana también,
de llenar en la mónada «el abismo separativo del movimiento y de la
conciencia, del objeto y el sujeto, de la mecánica y de la lógica, de la
naturaleza y de la sociedad» {Monadologiay sociología), manera de «pul-
verizar el mundo y espiritualizar el polvo» {Elpliegue)-,
- esa manera totalmente ravaissoniana, totalmente schellingiana de
hacer pensar al cristal;
- esas utopías, esas imposibilidades respecto de las causas eficientes
del mundo físico objedvo, pero requisitos a los ojos del alma, devienen
la manera totalmente deleuziana de hacer entrar, de hacer ascender al
plano, de hacer ascender a la superficie, donde no hay más que líneas,
pliegues, dispersiones o contracciones en las cuales se expresan las fuerzas
de las profundidades.
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Internal
En Clio se descubren cosas muy bellas sobre la lectura, «operación
común de lo que lee y lo leído, de la obra y del lector, del libro y del
lector, del autor y del lector»^'^.
Del mismo modo que Deleuze nos enseña a vivir, nos enseña a leer.
Nos enseña en particular a leer autores en los que no hubiéramos pensa-
do, pensadores a los que no hubiéramos considerado como pensadores y
como filósofos. Fascinados como estamos, inmovilizados como estamos
en las grandes salas superpobladas de la ontologia, y sin que se nos ocurra
mirar en los rincones o afuera. Sobre todo afuera.
152
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Nos enseña, nos invita a leer - o a releer, pero leyendo mejor- a los
utopistas descuidados, olvidados: Buder, Tarde, Ballanche, sin hablar de
Fourien Nos invita a hacerlo, añadiéndoles su lectura. Hace eclosionar fra-
ses, imágenes, fórmulas sepultadas -abramos C//<7-«como una sombrilla
la terminación de un vara», «como un punto raro, único, singulaD>, «como
una gracia particular y coronaria». De Tarde, la avidez de las mónadas, el
«codo parte de lo infinitesimal, y codo retorna a él», la sociedad presente
en el universo entero. Pero no solamente visiones del orden de la utopía
del conocimiento, sino también consecuentemente, arrastrada junto con
el mantel, una sentencia como: «el libre vuelo del espíritu disidente vale
por sí mismo más que todo».
De Butler, no solamente las máquinas que desean, sino «el hombre debe
su alma a las máquinas», la agudeza de los dardos de El camino de toda
carne en contra de la familia, de la crueldad paternal de los eclesiásticos
anglicanos, en contra de «la solicitud maternal que teme ante todo que
el niño llegue a tener deseos y sencimiencos personales»; la fórmula de
un devenir-joven: «la verdaderamente madura y la que verdaderamente
tiene experiencia es la bella juventud, porque sólo ella posee una memoria
viva que le sirve de guía».
Ballanche y su palingenesia, que encuentran, con Fourier, expresiones
comunes: «hay en nosotros cosas que en el presente duermen y que un
día deben despertarse. ¿No cenemos ya los órganos que harán de la oruga
rastrera una brillante mariposa?».
O su evocación de ese pueblo irremediablemente minoritario para el
cual escribe Deleuze, al cual dirige su filosofía y su política: «el esclavo,
el siervo de la gleba, el campesino a merced de su señor, el artesano cuyo
salario se calculaba para la más estricta, la más indispensable subsistencia,
el indigente, el proletario». Linaje ciertamente cristiano, pero que deviene
para el siglo venidero el del hombre sin nombre.
Que deviene raza utópica, que anuncia aquella a la cual ¿Qué es la
filosofía? ^hvt el plano del concepto: «Pues la raza llamada por el arte o la
filosofía no es la que se pretende pura - s e lee a propósito de Heidegger,
el filósofo de luia «ontologia fundamental», y contra él- sino la raza
oprimida, bastarda, inferior, anárquica, nómada, irremediablemente
menor» (p. 105).
Raza «internai», que Péguy situaba bajo el signo de la gracia, con la
nostalgia, con la utopía melancólica de la memoria de un Querubín
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René Scfiérer
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RENÉ SCHÉRER
MIRADAS
SOBRE DELEUZE
En el clima del "post-mayo", René Schérer (òrma pane dd "grupo de amigos
filósofos con el que se ha reunido Gilles Deleuze en la Unix-crsklad de \ mcenncs:
François Châtelet, Michel Foucault, Michel Serres, jean-Prançok L\x>rard. Un
amigo de Deleuze. "Pero no íntimo", aclara el autor.
1.a obra de Deleuze no sólo es profusa, es rambién ditusa. Ha escrito lihnK
complejos y profundos sobre filósofos, sobre litentura, pinmra, tine, sobre
psicoanálisis y política. Parece imposible abarcarta en tixios sus niveles, en stB
recovecos, recorrer sus líneas de continuidad. Pero .Schérer lo logra con «¡ta
recopilación de artículos: comenta la obra. I')esdc un animilo de ju\mnKÍ de 1 ')46,
De Cristo a ¡a burpiesia. hasta su último escrito de 1995, La imnanenria: una ritii.
¿Su estrategia? (Componer como un fotógrafo o un director de cine lo que llama
"vistas". Son ventanas o visores, que dejan recorrer con la mirada la obra entera
del filósofo francés, cada una a través de im tema que La atraviesa: la vida y la
muerte, la política de lo impersonal, los devenires, la homosexualidad, el deseo,
los olvidados, los marginales de la filosofìa.
Evita así la ajenidad, la extrañeza de un historiador de la filosofia. Pero evita
también la intimidad, la pura interioridad que lo arrojaría a esa cultura de la cita
que Deleuze aborrecía: convoca para cada "vista" no sólo títulos y variaciones
deleuzianas, sino otros autores que las iluminan, sentidos políticos, climas y
sensibilidades personales y de éf)oca, prolonga investigaciones y ahonda en
problemas no resueltos. Compone así una mirada amiga -pero no íntima- de la
obra de Deleuze.
René Schérer (1922) es profesor emérito de filosofía en ia Universidad París 8
(Vintennes-Saint Denis). Se ha dedicado a estudiar temas de sexuahdad. infancia y pedagogía
(ími/io pen>ertido o relaciones entre educación y sexualidad, 1974; Hacia una infancia mayor,
2006). Ha investigado la obra de Charles Fourier y a través de ella el pR>blema de la utopía
(Charles Fourier o la contestación global, 1970; Li ecosofía de Charles Fourier, 2001 ). C^olaboró
intens,inientc con la revista Chimères, creada por Deleuze y Guattari. Estuvo vinculado al
Frente homosexual de acción revolucionaria junto con su compañero. Guy HiKquenghem, con
i|iiien enseñó durante un tiempo en Vincennes y co-escribió El alma atómica: /v;w una
estética de la era nuclear. 1986.
Cacíus occuRsus
Buenos Aires - Argentina - 2012